Las Reliquias
Las Reliquias
Las Reliquias
La palabra RELIQUIA procede del latín reliquiae y quiere decir literalmente: lo que queda
atrás. La voluntad de recordar a los que habían entregado su vida por la Fe propició desde
muy temprano la aparición de prácticas devocionales ligadas a restos corporales humanos
que eran tenidos como intermediarios ante la divinidad. Las reliquias son consideradas la
presencia materializada de lo sagrado y quieren ofrecer testimonio de las personas santas y
de su hipotético poder sobre el mundo de los vivos...
... Dado que el cuerpo de las personas santas era considerado un signo de su alma perfecta,
era lógico que sus restos se envolvieran en materiales preciosos que reforzaran su identidad
y apuntaran a su presumible disfrute de la morada celestial. La visión de los huesos no era
un requisito imprescindible para experimentar la materia sagrada.
Casi todos los seres humanos guardamos algunos tesoros que le han pertenecido a nuestros
seres queridos: una herencia familiar, una foto, un trocito de pelo, alguna joya, etc. Estos
artículos nos unen sentimentalmente a nuestros seres queridos y nos ayudan a recordarlos,
especialmente después de su muerte. Hay algo natural y humano en guardar y atesorar estos
recuerdos o herencias. Estas herencias o recuerdos son una forma de reliquia. Partiendo de
este natural deseo de guardar y atesorar las herencias, los Católicos hemos siempre
mantenido en alta estima en nuestros corazones las reliquias de los santos. Estas reliquias
pueden ser un hueso, una ampolla de sangre, un articulo usado por el santo como un libro de
oraciones, o un trozo de tela pasado por el cuerpo del santo.
Las Reliquias son una forma de mantenernos conectados o unidos con nuestros Santos,
nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la fe. Por el hecho que las reliquias
están conectadas a los santos y estos están eternamente unidos a Cristo en el cielo, las
reliquias son mas grandiosas que cualquier herencia familiar. Son como un puente que nos
une al cielo con un poder divino que emana de la santidad de vida que ellos vivieron. A
través de la historia, las reliquias han sido una fuente de sanaciones milagrosas,
inspiraciones de fe y avance del Reino. Estos milagros han sido documentados aun desde el
inicio de las Escrituras. Moisés cargo con los huesos de José al salir de Egipto (Ex. 13:19).
Y finalmente en este enlace se explica de la mejor forma posible, Está
escrito por el Padre Fernando Pascual y está muy bien el artículo para
entender el uso de reliquias, y si aquí en este resumen se abrevia es
solo por acortar extensión para hacerlo más atractivo. También en
esta página hay enlace de vídeos explicativos:
https://razonesparacreer.com/los-catolicos-y-las-reliquias/
Hombres colocaron a un hombre muerto en la tumba de Eliseo y el hombre muerto volvió a
la vida (2 Reyes 13:21). Las personas tocaban telas a las manos de San Pablo, luego tocaban
con estas telas a los enfermos y estos se sanaban (Hechos 19:11).
San Ambrosio y San Agustín escribieron acerca de haber sido testigos personales de
milagros ocurridos luego que los huesos de un mártir tocaron a un hombre enfermo. Aun
hoy, por ejemplo, muchos milagros se han reportado en relación a las reliquias del recién
canonizado San Padre Pio. Por supuesto, no toda veneración de reliquias resulta en una
sanación milagrosa, pero, siempre conecta a la persona con el santo y por ello con Dios.
Dese su inicio, la Iglesia mantuvo la practica de la veneración de reliquias. Esta veneración
no es el ofrecimiento de adoración o alabanza que solo pertenece a Dios.
Las reliquias son colocadas en envases sagrados y artísticos llamados relicarios. Los fieles
con frecuencia hacen peregrinaciones a los santuarios donde se venera alguna reliquia o las
reliquias viajan a diferentes lugares para permitir la veneración. Los fieles pasan tiempo en
oración en la presencia de las reliquias. Estos pueden meditar en la vida de santidad del
santo, pedir su intercesión o ofrecer acción de gracias por algún favor recibido. Algunas
veces se les permite a los fieles tocar el relicario o recibir la bendición con la reliquia.
Finalmente, una estampa o trozo de tela tocado a la reliquia se convierte en una nueva
reliquia de tercer grado que puede ser llevada a casa para veneración futura. Estas han de ser
tratadas con respeto y han de recordar a la persona del momento que pasaron en oración
ante la reliquia del santo.
La costumbre cristiana de venerar reliquias tiene a sus espaldas siglos de historia. Con estos
objetos muchos bautizados recuerdan a hombres y mujeres de todos los tiempos que han
testimoniado, de modo especial, su amor a Cristo y su fidelidad a la fe. En ocasiones, sin
embargo, se han producido desviaciones, engaños o excesos que falsean el sentido correcto
que tienen las reliquias según la Iglesia. Por eso podemos preguntarnos: ¿cuál es la doctrina
católica sobre el tema de las reliquias?
Para responder a esta pregunta, vamos a evocar algunos momentos de la historia del uso de
las reliquias entre los cristianos, así como documentos importantes de la Iglesia católica que
hablan sobre estos objetos de devoción.
Ya en los primeros siglos de la era cristiana fueron redactados testimonios que muestran el
respeto hacia restos mortales u objetos de diverso tipo, especialmente de mártires. Cuando el
obispo de Esmirna, san Policarpo que fue discípulo de san Juan, sufrió el martirio (siglo II),
algunos cristianos recogieron sus huesos y, según un documento de la época, los
consideraron más valiosos que el oro o que las piedras preciosas (Martirio de Policarpo, 18).
En otros lugares, y mientras duraban las persecuciones de los primeros siglos, los cristianos
veneraban las tumbas de los mártires, celebraban su memoria, y trataban con respeto sus
restos mortales, como auténticas “reliquias” (vestigios, recuerdos) del heroísmo de quienes
dieron la propia vida por mantener su fe en Jesucristo salvador.
Cuando terminaron las persecuciones, no sólo se difundió el respeto a las reliquias de los
santos, sino que se promovió también la búsqueda de objetos relacionados con Jesucristo y
con personajes que convivieron con el Salvador, especialmente la Virgen María y los
Apóstoles. A mediados del siglo IV, un escritor afirmaba que en muchos lugares del mundo
de entonces (es decir, de los territorios del Imperio romano) había reliquias de la Cruz de
Cristo, que habría sido encontrada, según se creía, hacia el año 318 por santa Elena.
A nivel doctrinal, hubo entre Santos Padres quienes denunciaron la existencia de abusos, y
defendieron la necesidad de un uso correcto de estos objetos para la veneración de los fieles.
Por ejemplo, san Jerónimo afirmaba claramente que no adoramos las reliquias de los
mártires, sino que a través de ellas adoramos a Aquel (Dios) por quien fueron mártires (cf.
“Ad Riparium”, I, P.L., XXII, 907). San Agustín, por su parte, en diversos momentos de su
obra “La ciudad de Dios”, presenta más bien los aspectos positivos de la veneración de las
reliquias, al describir el uso que los cristianos hacían de ellas y los beneficios obtenidos de
Dios gracias a las oraciones en las que se pedía la intercesión de los santos.
Con el pasar de los siglos y con la llegada del cristianismo a nuevos pueblos de Europa, la
difusión de las reliquias se hizo casi general. No faltaron, por desgracia, quienes con engaño
y fraude aprovecharon la buena fe de cristianos ingenuos para hacer pasar por reliquias lo
que eran objetos normales (no relacionados con mártires o santos). Otras veces el
entusiasmo general llegaba a declarar como reliquias de mártires huesos encontrados cerca
de alguna iglesia, sin que hubiese un mayor discernimiento crítico al respecto. En algunos
lugares hubo una especie de “tráfico” de reliquias motivado por el deseo de venerar restos
mortales de los campeones de la fe.
Dos siglos después, el año 993, el Papa Juan XV escribía en una encíclica dirigida a los
obispo de Francia y Alemania: “de tal manera adoramos y veneramos las reliquias de los
mártires y confesores, que adoramos a Aquél de quien son mártires y confesores; honramos
a los siervos para que el honor redunde en el Señor” (cf. Denzinger-Hünermann n. 675). El
texto puede provocar sorpresa, pues se habla de adorar y venerar las reliquias (nota:
adoramos la reliquia del Lignum Crucis o las que provienen directamente de Cristo como su
Sangre debido a que son extensión misma de Cristo), pero el sentido parece claro: no se
trata de ver las reliquias como objetos divinos, sino como medios para reconocer y adorar a
Dios, que es la causa de la santidad (del martirio y de la confesión) de hombres y mujeres
cuyos recuerdos son venerados por los fieles.
La difusión y traslado de reliquias tuvo un nuevo auge tras las cruzadas, especialmente a
inicios del siglo XIII. No era raro que algunos cruzados europeos fuesen fácilmente
engañados por personas de Tierra Santa que vendían como reliquias objetos cuyo valor era
dudoso o claramente falso.
En este contexto intervino el Concilio IV de Letrán (en el año 1215), que publicó un texto
severo contra ciertos abusos respecto del uso de reliquias. En el canon 62 de este Concilio
leemos:
“La religión cristiana es demasiado a menudo denigrada porque algunos exponen reliquias
de santos para venderlas o para mostrarlas a cada paso. Para que eso no se produzca más en
el futuro, establecemos por el presente decreto que las reliquias antiguas no sean más
expuestas fuera del relicario ni mostradas para ser vendidas. En cuanto a las nuevamente
encontradas, nadie ose venerarlas públicamente, si no hubieren sido antes aprobadas por
autoridad del Romano Pontífice. Además, los rectores de las iglesias vigilarán en el futuro
para que la gente que va a sus iglesias para venerar las reliquias no sea engañada con
discursos inventados o falsos documentos, como se suele hacer en muchísimos lugares por
afán de lucro” (cf. Denzinger-Hünermann n. 818).
Avancemos a lo largo del tiempo. A causa de la Reforma protestante (siglo XVI) y de las
consecuencias producidas por la misma, el Concilio de Trento trató en la sesión XXV (el
año 1563) el tema de las reliquias, así como el de las imágenes sagradas. Para ello, aprobó
un importante decreto, que iniciaba con estas palabras:
“Manda el santo Concilio a todos los Obispos, y demás personas que tienen el cargo y
obligación de enseñar, que instruyan con exactitud a los fieles ante todas cosas, sobre la
intercesión e invocación de los santos, honor de las reliquias, y uso legítimo de las
imágenes, según la costumbre de la Iglesia Católica y Apostólica, recibida desde los tiempos
primitivos de la religión cristiana, y según el consentimiento de los santos Padres, y los
decretos de los sagrados concilios; enseñándoles que los santos que reinan juntamente con
Cristo, ruegan a Dios por los hombres; que es bueno y útil invocarlos humildemente, y
recurrir a sus oraciones, intercesión, y auxilio para alcanzar de Dios los beneficios por
Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, que es sólo nuestro redentor y salvador; y que piensan
impíamente los que niegan que se deben invocar a los santos que gozan en el cielo de eterna
felicidad; o los que afirman que los santos no ruegan por los hombres; o que es idolatría
invocarlos, para que rueguen por nosotros, aun por cada uno en particular; o que repugna a
la palabra de Dios, y se opone al honor de Jesucristo, único mediador entre Dios y los
hombres; o que es necedad suplicar verbal o mentalmente a los que reinan en el cielo”.
Desde sus primeras líneas, el decreto del Concilio de Trento pide a los obispos que enseñen
a los católicos la sana doctrina sobre el modo de rezar e invocar a los santos, y coloca en ese
contexto el tema de las reliquias. Recuerda, además, que los santos reinan con Cristo e
interceden por los hombres, y que al invocar a los santos se pide alcanzar de Dios “los
beneficios por Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, que es sólo nuestro redentor y salvador”.
Este punto es importante, pues las reliquias, que sirven para recordar a los santos, no son
objetos mágicos, sino que se relacionan directamente con los santos en cuanto intercesores.
Al mismo tiempo, el texto apenas citado recuerda que sólo Jesucristo es Salvador, no los
santos ni sus reliquias.
El siguiente párrafo del decreto aplica lo anterior al tema de las reliquias de modo más
explícito:
“Instruyan también a los fieles en que deben venerar los santos cuerpos de los santos
mártires, y de otros que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del mismo Cristo, y
templos del Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la vida eterna para ser glorificados,
y por los cuales concede Dios muchos beneficios a los hombres; de suerte que deben ser
absolutamente condenados, como antiquísimamente los condenó, y ahora también los
condena la Iglesia, los que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los
santos; o que es en vano la adoración que estas y otros monumentos sagrados reciben de los
fieles; y que son inútiles las frecuentes visitas a las capillas dedicadas a los santos con el fin
de alcanzar su socorro”.
El decreto sigue con indicaciones sobre las imágenes religiosas que no recogemos aquí.
Después de exponer la doctrina, el Concilio de Trento pasa a pedir, en sus últimas líneas,
que se extirpen abusos y errores referentes a los santos, a las reliquias y a las imágenes.
Leemos estos momentos conclusivos del texto:
Algunos años después del Concilio de Trento, el Papa Clemente VIII instituyó una
Congregación para las indulgencias (en el año 1593). Un siglo después, el Papa Clemente
IX (1667-1669) remodeló las atribuciones de esa congregación, que se convirtió en la
Sagrada Congregación de las Indulgencias y de las Reliquias. Sus funciones eran: examinar
y disciplinar el uso de indulgencias y de reliquias en la Iglesia católica, evaluar cuáles eran
auténticas, y evitar abusos en el empleo de objetos relacionados con la vida de Cristo y con
los santos. Esta Congregación estuvo en funciones hasta 1917, año en el que el Papa
Benedicto XV la agregó de modo definitivo a la Penitenciaría apostólica.
Dando un salto en el tiempo, a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX hubo otras
intervenciones importantes del Magisterio de la Iglesia sobre el tema de las reliquias. En
concreto, podemos recordar al Papa san Pío X en su encíclica “Pascendi” (1907). En ella, el
Papa deplorabla el desprecio de algunos hacia las reliquias, y ofrecía una serie de
indicaciones concretas:
En el número siguiente el Catecismo explica que la religiosidad popular está en relación con
la liturgia de la Iglesia, pero sin sustituirla... Luego se dan a entender aspectos positivos de
esta religiosidad popular, que tanto valor tiene para promover la relación entre lo humano y
lo divino...
...el “Código de Derecho Canónico”, el Directorio alude al tema del uso de las reliquias en
los altares. En concreto, afirma:
“237. El Misal Romano, renovado, confirma la validez del «uso de colocar bajo el altar, que
se va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque no sean mártires». Puestas bajo el altar,
las reliquias indican que el sacrificio de los miembros tiene su origen y sentido en el
sacrificio de la Cabeza, y son una expresión simbólica de la comunión en el único sacrificio
de Cristo de toda la Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de la propia
fidelidad a su esposo y Señor”.
El mismo n. 237 del Directorio ofrece una serie de indicaciones concretas para una pastoral
que ayude a los católicos a hacer un buen uso de las reliquias:
“A esta expresión cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas de índole popular.
A los fieles les gustan las reliquias. Pero una pastoral correcta sobre la veneración que se les
debe, no descuidará:
-asegurar su autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las reliquias, con la debida
prudencia, se deberán retirar de la veneración de los fieles;
-advertir a los fieles para que no caigan en la manía de coleccionar reliquias; esto en el
pasado ha tenido consecuencias lamentables;
-vigilar para que se evite todo fraude, forma de comercio y degeneración supersticiosa.
Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los Santos, como el beso de las
reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las mismas, sacarlas en
procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a los enfermos para confortarles y dar más
valor a sus súplicas para obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un
auténtico impulso de fe. En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los Santos
sobre la mesa del altar: ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires”.
...Podemos decir, en resumen, que, sin dejar de avisar sobre peligros, deformaciones o usos
indebidos de las reliquias, la doctrina católica considera las partes de los cuerpos de los
santos u otros objetos relacionados directamente con ellos, como una ayuda para entrar en
contacto con Dios a través de hombres y mujeres que se dejaron transformar por la gracia y
alcanzaron así el don de la salvación en Cristo. Esos hombres y mujeres son ahora
intercesores, se unen a la oración de Cristo al Padre en favor de sus hermanos.
Este es el sentido correcto del uso y veneración de las reliquias, que ayudan al corazón
cristiano para renovar su fe, y que permiten así una mejor comprensión del Evangelio y una
participación más consciente y madura en los sacramentos, en los que no sólo recordamos
(como al hacer uso de las reliquias) la acción salvadora de Cristo, sino que la acogemos
como fue acogida, a veces de modo heroico, por tantos miles y miles de santos de todos los
tiempos.