A Tres Teclas - Joan Knotty
A Tres Teclas - Joan Knotty
A Tres Teclas - Joan Knotty
A tres teclas
Joan Knotty
© Joan Knotty
1ª Edición, agosto 2019
Diseño de Cubierta: Joan Knotty
Reservados todos los derechos. No se permite la
reproducción total o parcial de esta obra, ni su
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en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico,
mecánico, fotocopia, grabación u otros), sin autorización
previa y por escrito de los titulares del copyright. La
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contra la propiedad intelectual.
SINOPSIS
Cornuda 2.0
Día de cafeína
Nueva vida
De caballeros y princesas
Protocola para rupturas
Puertas que se cierran
Reloj marca las horas
Ganas de cariño
Corazón valiente
Los mil y un…
Bienvenida Yaya
Quiero más
El mundo se para
Cara o cruz
Demasiado café
Secretos
Bendita rutina
Qué bien sienta…
Un te quiero para recordar
Hago chas y aparezco…
Sobre la ciudad
Un solo corazón
Caramelos que dejan huella
Ojos que no ven…
… Corazón que no siente
Blanco profundo
Perdiendo el rumbo
Salto al vacío
Señales
Llega el clan Fernández
Una mirada color miel
Viva la vida
Un pícaro acompañante
Una ceremonia para no olvidar
Algo contigo
Faros en mitad de la noche
Bizcocho de chocolate
Piel con piel
Despedidas
Promesas que cumplir
De vuelta al hogar
Alzando el vuelo
Quién es @ristóteles
Solo tres teclas
Y ahora ¿qué?
El amor es sencillo
AGRADECIMIENTOS
SINOPSIS
Dicen que en la vida hay tres amores: el primer amor, el amor imposible y el
amor de tu vida. En un año, yo , Lucía, perdí al primero, maduré con el
segundo y encontré al tercero. Y lo encontré más cerca de lo que pensaba...
A tres teclas.
Cornuda 2.0
El día transcurrió tranquilo, procuré no entrar más en ninguna red social, así
evitaba todo tipo de contacto con mi ex. También guardé el móvil, no quería
leer más mensajes que me invitaran a la autocompasión. Decidí dedicarme el
día. Comí todo el chocolate que quise, de mil maneras: galletas, pasteles,
helados, en sándwich, en taza... Me tumbé en el sofá a dormir a deshoras. Leí,
escuché música, vi la tele, hice de todo, con tal de no pensar, de no pararme y
sentir pena de mí.
No es que fuese una chica muy romántica, no creía en cuentos de hadas, ni
príncipes azules, creía en las personas reales, con defectos y virtudes pero
sobre todo con capacidad de amar. Había crecido en un hogar donde el
respeto y el amor eran los pilares y buscaba lo mismo. Quería a alguien que
me mirara como papá miraba a mamá. Y pérdida en mis pensamientos no me
di cuenta que se hizo la hora en la que había quedado con María y su
hermano hasta que sonó el timbre de mi apartamento.
- ¡Ya voy! – grité.
- ¡Espero que estés lista! - escuché al otro lado de la puerta - .Ya vamos
tarde.
Empecé a maldecir por lo bajo mientras me dirigía corriendo hacia mi
habitación. Busqué unos vaqueros oscuros, una camisa verde, chaqueta,
botines... Ya llevaba diez minutos y María no dejaba de golpear la puerta.
Solté mi pelo y lo cepille para darle brillo, metí el maquillaje al bolso y abrí
la puerta. En tan sólo quince minutos estaba decente para ir de fiesta.
- Que guarra que eres- dijo María al verme -. Te pones cualquier cosa y
estás estupenda.
Era cierto. No es que sea excesivamente guapa, era una chica normal, pero
debía de dar gracias a tener un cuerpo bien proporcionado que hacía que
cualquier prenda me quedara bien.
- Anda vamos - le respondí- ¿y tu hermano? - miré hacia los lados y no vi
a nadie -. Si él se raja me quedo en casa.
- Nos espera en el coche - dijo María.
Allí, apoyado sobre el coche, se encontraba Pablo. Alto, castaño, barba de
dos días, ojos color miel, tenía que reconocer que era atractivo. Entendí
perfectamente como algunas mujeres enloquecieron por él pero no era mi
tipo. A mí siempre me habían atraído más los que tenían cara de malotes, ese
punto de pillos, buscavidas, Julián tenía ese lado aventurero que Pablo no.
Pablo era más bien como ese amigo al que le cuentas todas las travesuras que
haces con el chico malo.
- Vamos, tenemos que recoger a alguien - dijo antes de arrancar el coche.
- ¿No habrás invitado ya a una chica? - empezó a chillar María -. No
llevas ni un día aquí y ya tienes un lío, madre mía no me lo puedo creer.
- No - dijo él con total tranquilidad -, es un amigo.
Paramos el coche en un hotel próximo, y justo en la puerta, se encontraba
el amigo de Pablo. Era un chico de la misma altura que él, casi de la misma
complexión, pelo dorado y ojos de un azul intenso. Abrió la puerta y se sentó
a mi lado. Pablo hizo las presentaciones, Víctor era su nombre. De forma ágil
besó a María, sentada en el asiento de copiloto. No pude ver su expresión,
pero no me hizo falta, babea por él. Sonreí, se presentaba una noche
interesante viendo como María seducía a Víctor ante los ojos de su hermano.
Víctor acaparó toda la conversación, cosa que agradecí, contó sus últimos
viajes por América Latina, aproveché para echar un vistazo a mi perfil en
Facebook. Mi carita sonriente había obtenido unos cuantos Me gusta, unos
aplausos y algún que otro comentario gracioso. Escuché un poco de los viajes
de Víctor, arrollaba con tanta seguridad que desprendía. Me imaginé
recorriendo los mismos lugares que él, viviendo las mismas aventuras y no
fui capaz. Todavía me quedaba mucho trayecto para desprender la misma
seguridad que la persona que se sentaba a mi lado. Quizás por eso la relación
con Julián no funcionó, por no creer en mi misma, por seguir igual durante
tantos años y no avanzar con mi vida. Y ahora no solo no avanzaba sino que
parecía que había vuelto a los veinte años, estaba de nuevo soltera camino de
un bar. Tenía ante mí la posibilidad de tener una nueva vida y lo único que
quería realmente era que la anterior no hubiese desaparecido. Me gustaba mi
antigua vida, en ésta me encontraba perdida.
No me percaté de que habíamos llegado a nuestro destino hasta que María
me sacó de mis pensamientos.
- Tranquila Lucia - me dijo.
Seguramente allí, en el bar al que siempre acudíamos los sábados en la
noche, estaría mi ex con su novia, y casi todos nuestros conocidos. Qué
curioso, nueva vida con viejos hábitos, cerré los ojos, suspiré hondo y me
decidí a enfrentarme a la exposición pública de mi infidelidad. Me llevé una
grata sorpresa al encontrarme en la puerta a Ana y mi hermana.
- No podíamos dejarte sola - soltó Ana.
Alicia se acercó a mi oído y me susurró: - Eso y queríamos volver a ver al
buenorro de Pablo.
- Solo me faltaba que hubiera venido también mamá – repliqué mientras
ponía los ojos en blanco.
Ambas enseguida se agarraron a los brazos de Pablo y se metieron al bar.
Se notaba la complicidad entre ellos, el tiempo no había hecho estragos y
enseguida las anécdotas de su adolescencia surgieron. María se detuvo a
saludar a unos amigos y allí me encontraba, sola ante la puerta del bar,
dudando si entrar o salir corriendo y justo en ese momento, noté el calor de
su mano en mi espalda. No hizo falta que me girara, sabía que era Víctor,
muy suavemente se acercó a mi oído para decirme.
- No estás sola, hoy seré tu caballero, libraré todas las batallas necesarias
por ti.
Me agarró fuerte de la cintura, y con la otra mano que le quedaba libre
abrió la puerta del bar y nos impulsó a los dos hacia dentro.
De caballeros y princesas
Allí estaba él, parecía incluso más atractivo que la noche anterior. Me saludó
con dos ligeros besos en la mejilla y me abrió la puerta de su coche para que
subiera. La verdad que se comportaba como todo un caballero, recordé la
frase que me dijo la noche anterior y un escalofrío recorrió mi espalda.
- ¿Estás bien?
- Si - dije, intentando parecer segura, pero realmente era un gran manojo
de nervios.
- Espero que no te moleste, pero he reservado cena en el restaurante
del hotel en el que me alojo. Antes he de pasar por casa de Pablo, tengo
que recoger unos papeles que he de llevarme mañana.
- No hay problema - dije tímidamente.
No me importaba pasar por casa de Pablo, esa visita hacia que nuestra cita
tuviera menos carácter de romántica y fuera más como un encuentro entre
amigos. Al menos quise interpretarlo así. Los dos guardábamos silencio.
Intenté buscar un tema de conversación, algo de lo que pudiéramos hablar
tranquilamente. Me quedé en blanco. Me di cuenta que no lo conocía de
nada. Estaba sentada en un coche con un completo desconocido. No sabía de
qué hablar, ni siquiera cómo comportarme. Antes de aceptar su invitación
tenía que haber recordado que tener citas no era tan sencillo. ¿Y si buscaba
sexo como decía María? Recordé que había reservado en su hotel. Esperaba
que Víctor no fuera del tipo de hombres que piensan que invitar a cenar a una
mujer le da derecho a practicar sexo con ella. No estaba preparada para tener
sexo con nadie todavía. No es que fuera una puritana, pero siempre había
pensado que el sexo es algo muy íntimo y es mejor compartirlo con una
persona hacia la que tienes sentimientos. Cuando mis pensamientos tomaron
ese giro, deje que las inseguridades comenzarán a apoderarse de mí. Estaba a
punto de entrar en modo pánico cuando Víctor habló:
- Tranquila, no va a pasar nada que tu no quieras que pase.
- ¿Tan evidente soy?
- Sí - me respondió -, esa es una de las muchas cosas que me atraen de ti.
Sonreí. Le agradecía el piropo. No hay nada mejor para un corazón herido
saber que eres atractiva para un hombre y más si es un hombre como Víctor.
Llegamos a casa de Pablo. Me sorprendió gratamente. Había comprado
una vieja casa que había restaurado con un gusto exquisito. No me llamó la
atención el interior, era más bien de gustos sencillos, pero las vistas al jardín
eras espectaculares. Un gran ventanal dejaba ver una puesta de sol sobre las
montañas digna de las mejores fotografías.
- Pensé que vendrías solo - fue lo primero que dijo Pablo al recibirnos.
Noté en su voz cierto desagrado.
- Sí, hemos quedado para cenar - contestó Víctor rápidamente, rodeando
mi cintura con su brazo.
Justo en ese momento tan incómodo escuché una risa familiar detrás de
Pablo.
- ¿Por qué no cenáis con nosotros? - era María, mi salvadora. Me separé
de Víctor y corrí a abrazarla.
Se hizo un silencio y de nuevo surgió ese ambiente incómodo que no
entendí. Quizás Pablo era tan amante de su intimidad que no deseaba que
estuviera allí. Pablo y Víctor se dirigieron hacia lo que entendí que sería su
despacho sin decir una palabra, dejándonos a nosotras dos solas.
- Estás preciosa nena - me soltó María -. Vas muy guapa, ¿seguro
que no quieres guerra?
Había pasado un mes, solo 30 días desde que Julián me dejó, desde que había
conocido a Víctor y había comenzado a trabajar para Pablo y desde que
@aristoteles me siguió en Facebook. Dicen que el tiempo lo cura todo, y ahí
estaba yo, dándome tiempo.
Había encontrado una nueva rutina para ir completando los huecos vacíos
que mi ex había dejado. Durante las mañanas me centraba en mi trabajo en la
biblioteca, las tardes las dedicaba a revisar los artículos de Pablo. También
me había apuntado a Pilates, cualquier cosa con tal de no estar sola en casa.
Los viernes por la noche eran de las chicas. Lo peor eran los fines de semana,
Ana se lo dedicaba a su familia y María a cualquier fiesta o viaje que le
pareciera de su interés, aunque siempre me invitaba a ir, lo rechazaba, todavía
no me sentía preparada para tanta actividad social. Como quedaba poco
tiempo para la boda de Alicia, había decidido ocupar el resto del tiempo en
ayudarla. Pasábamos el fin de semana metidas en casa de mis padres
organizando cosas, que si las mesas del banquete, las lecturas de misa, los
regalos que se van a dar, que si ahora un vídeo para no sé qué... Nunca había
imaginado que organizar una boda podría dar tanto trabajo.
De Víctor cada día recibía un mensaje de WhatsApp:
Hoy tu beso me persigue
Tengo ganas de más
Justo en este momento acaricio tu mano, ¿lo notas? ...
Daba igual la hora, cuando llegaba una notificación a mi móvil, mi
corazón se aceleraba un poquito. Siempre lograba sacarme una sonrisa y los
colores. ¡Creo que nunca en mi vida me había sonrojado tanto! De
@ristóteles no había vuelto a saber nada. Me siguió en mis perfiles, pero
nada más, ni un mensaje ni un comentario, ni un me gusta. Pero que me
siguiera había hecho que tuviera interés en retomar mi Blog y ahora donde
quiera que iba llevaba mi viejo portátil por si la inspiración me llegaba, pero
ésta se estaba haciendo de rogar. Fue lo primero que compré cuando obtuve
mi primer sueldo. Estaba casi obsoleto, creo que algunas memorias USB
tenían más capacidad que mi ordenador, pero le tenía un especial cariño, por
haberlo conseguido a través de mi esfuerzo.
Así había pasado un mes, un mes en el que no había vuelto a llorar por
Julián, un mes en el que pensé que comenzaba a superar la ruptura. Había
llenado mis días con tanta actividad que no había dejado hueco para echarlo
de menos.
Ese sábado, como todos los últimos, había quedado con Alicia para
continuar con su boda, aunque en esta ocasión, mi hermana estaba
especialmente nerviosa. Esa mañana había tenido una prueba del vestido y le
estaba estrecho. Los nervios le habían hecho comer y engordar. Y esa tarde
no era de sus mejores tardes.
Mamá, ella y yo estábamos sentadas delante de mi viejo portátil
terminando de organizar las mesas de los invitados.
- A tus amigas las sentamos juntas, Ana vendrá con su marido e hijos,
María ha dicho que traerá a su hermano. ¿Tú que vas a hacer Lucía?
- Pues ir a tu boda, ¿qué quieres que haga?
- Me refiero a que si vendrás sola o acompañada.
- No lo sé, ¿lo tengo que decidir ya?
- ¡Pues claro que tienes que decidirlo ya! Tengo que saberlos invitados
que vienen, ¿tendré que organizar las mesas? ¿No se lo has dicho a Víctor?
- No, ¿cómo se lo iba a decir a Víctor? He cenado una noche con él, ¿qué
le digo? ¿Te vienes a la boda de mi hermana? ¿No es algo muy formal para
alguien que apenas conozco? ¿Cómo lo presento? Mirad familiares, este es el
reemplazo de Julián. Ni siquiera sé si estará en la ciudad. No sé Ali, ya te lo
digo luego.
- ¿Cómo que me lo dices luego? - dijo elevando la voz más de lo
necesario.
- Ali, calma - dije -. No es para ponerse así.
- Siempre igual - continuó -, es tan típica tu respuesta. Siempre lo
postergas todo, nunca tomas una decisión, entiendo perfectamente que Julián
se hartara.
Me levanté con tanta fuerza de la mesa que la volqué y todo lo que había
sobre ella, incluido mi portátil. Miré a Alicia, no me lo podía creer, tenía
tanta rabia dentro por las palabras que había dicho. Que mi propia hermana
hubiera dicho eso me acababa de romper. Cuando fijé la vista en el suelo, vi
mi portátil roto. La pantalla estaba partida y algunas teclas se habían salido
del teclado. Y entonces lloré, lloré como nunca lo había hecho.
- Lo siento - escuché decir a Alicia - No quería decir.
- Por favor, ahora no es momento - dijo mi madre - vete, es mejor, déjame
sola con ella.
Sentí los brazos cálidos de mi madre llevarme hasta el sofá, en su regazo,
dejé que las últimas lágrimas salieran.
- Ya pequeña - me dijo - ya pasó.
- ¿También piensas eso? - le pregunté.
- No - me dijo -. No pienso que seas una inmadura, ni indecisa, ni que
Julián se hartara de ti por eso. Cada uno tenemos nuestro ritmo en la vida. No
todos tenemos que saber lo que queremos en el mismo momento. Ninguna
vida es igual. Si Julián se fue no es porque algo en ti anda mal. Ni en él
tampoco. Es cierto que no hizo las cosas de la manera más correcta. Pero hay
cosas que tienen un fin, vuestra relación, la vida cariño, la vida tiene fin.
Hasta tu viejo portátil, ¡qué pensamos que nunca te desharías de él!
Sonreí.
- Estoy un poco perdida mamá- me sinceré - no sé por dónde seguir.
- Cariño, todos alguna vez nos hemos perdido. Es normal. Aunque
parezcamos las personas más seguras del mundo. ¿Te crees que Alicia no
tiene sus dudas? ¿Qué te crees que ha sido esa escena que nos ha montado?
¿Y Julián? Él seguramente esté tan perdido como tú, por eso actúa así. No es
malo perderse, pero no te quedes ahí, encuéntrate. Descubre lo que amas y
cuando lo hagas aférrate a ello con el alma si hace falta.
Recogí mis cosas y me fui. Necesitaba estar sola. Pasé el resto de tarde
sentada en el sofá, pensando en todo lo que había pasado. Eran cerca de las 9
de la noche cuando llamaron a la puerta. No había nadie, sólo un pequeño
paquete en la entrada. Lo abrí. Contenía una tablet nueva y una tarjeta:
Lo siento, pequeña. ¿Me perdonas?
Entré. Cogí mi móvil y respondí.
Yo: Si
Alicia Hermana: Lo siento. Te quiero. Puedes ir a la boda como
quieras y con quien quieras. No hace falta que me digas nada.
Tómate tu tiempo.
Yo: Gracias
Dudé unos segundos en mandar el siguiente mensaje:
Yo: ¿Me acompañas el 1 de julio a una boda?
No obtuve respuesta, ni siquiera confirmación de que lo hubiera leído.
Mientras esperaba configuré mi nueva tablet y aproveché para cambiar el
estado en mis redes sociales: A la deriva. Llegó el primer Me gusta, de
@ristóteles, una sonrisa pícara apareció en mis labios. En ese momento mi
móvil vibró.
Víctor: Será un placer. Te tengo una sorpresa
Yo: No me dejes con la intriga
Víctor: En una semana estoy por allí. Esta vez para
varios meses. Hay un proyecto que requiere mi dedicación
completa. Me vas a tener que ayudar a buscar
apartamento.
Quizás no fuese ya tan a la deriva, quizás había un horizonte hacia el que
me dirigía.
Yo: Será un placer.
Ganas de cariño
La semana pasó. Con Alicia las cosas se habían normalizado. De nuevo era
sábado, y como venía siendo habitual, allí me encontraba preparando café
para todas mis chicas.
- ¿Y no has sabido nada más de él? - dijo María.
- No, ese fue el último mensaje - dije -, a lo mejor se arrepiente y no
quiere aparecer por la ciudad.
- ¿Tu eres tonta? - dijo Ana, que se había vuelto fija también en las
charlas de los sábados.
Subimos a su coche casi sin hablar, no quería romper la magia del momento.
Cuando llevábamos ya unos minutos vi como cogía la carretera para dejar la
ciudad, sorprendida le pregunté.
- ¿A dónde me llevas?
- Pensaba que no me lo ibas a preguntar - dijo con tono burlón - . A uno
de mis lugares favoritos, no muy lejos de aquí.
No pregunté más, no quise saber. Me relajé y me dejé llevar. Esta noche
no quería pensar en miedos, ni inseguridades, ni en nada que me impidiera
disfrutar de él y de mí.
- Si quieres puedes poner la radio o busca entre la música que llevo.
Puse la radio, no quería complicarme mucho, me apetecía simplemente
divertirme, sin pensar. Apoyé la cabeza en la puerta y me dediqué a ver pasar
el paisaje ante mis ojos. Nos dirigíamos hacia una hermosa puesta de sol
junto al mar.
- He de confesarte un secreto - le comenté al rato.
- ¿Muy grave? - me preguntó sonriendo
- Creo que no. He de reconocer que no he visto tu película favorita, Blade
Runner, pero tengo el libro. Lo compré.
- ¿Compraste el libro por mí?
- No, lo siento.
- Eso duele - dijo mientras se llevaba una de las manos al corazón.
- No seas tonto - dije - lo compré hace tiempo por un artículo que leí de
@ristoteles
- “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas
más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la
puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo...
como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”[i] - recitó de memoria- ¿Sabías
que esa frase es un monólogo que improvisó el actor? Es una de mis partes
favoritas.
Me sorprendió, era justo así como comenzaba el artículo de @ristóteles.
Recordé que Víctor y él aparecieron en mi vida en el mismo momento.
¿Tendría que ver algo Víctor con @ristóteles? Quise preguntárselo, pero
después desistí. Seguramente sería una casualidad.
- Ya sé lo que haremos en nuestra próxima cita - me dijo sacándome de
mis pensamientos
Lo miré con cara de sorpresa.
- Ver Blade Runner. No puedo dejar que andes por ahí sin haber visto la
película.
Sin darnos cuenta habíamos llegado a nuestro destino. Se trataba de un
local, situado en una cala. Era idílico. Un hotelito pequeño, con una terraza
amplia que terminaba en una playa de arena suave, iluminada por farollillos,
con hamacas para tumbarse y un pequeño escenario de madera. Víctor
saludó al dueño con un gran abrazo y enseguida nos condujeron a las mejores
hamacas desde donde ver el espectáculo. Sin pedir nada un camarero nos
trajo unos ricos mojitos. Me agradaba el afecto con el que todo el mundo lo
trataba. Y mientras bebíamos y contemplábamos el mar comenzó la música.
Víctor me contó que se trataba de un artista brasileño que había tenido el
gusto de conocer en uno de sus viajes y con el que había quedado en más de
una ocasión. Habían prometido verse cuando esté llegara a España. Me dijo
el nombre, Felipe Cordeiro, pero no lo conocí, no sabía nada de música
brasileña.
Entre la música, los mojitos, el sonido de la playa me encontraba
totalmente relajada. En una de las canciones Víctor me invitó a bailar. Noté
su mano justo al final de mi cintura y su cuerpo pegado totalmente al mío,
sentí un calor y un deseo irreconocible. Movía sus caderas al son de la
música, pegándolas a mi cuerpo a cada nota, y mientras, cantaba en mi oído:
Saudade de você
Saudade de você
Eu quero ver você
Eu quero ver bem perto de mim[ii]
Invadida de un deseo extraño, con el poco aliento que me quedaba para
parecer normal, le pregunté qué significaba. Su respuesta la susurró tan cerca
de mi cuello que noté como sus labios dibujaban cada una de las letras:
Te extraño, Te quiero a ti, te quiero bien cerca de mí.
Ardí aún más en deseo si era posible. Después del baile, nos dirigimos
hacia nuestras hamacas, pero siempre rozándonos, cualquier excusa era buena
para notar su cuerpo pegado al mío. La cena la sirvieron también allí, marisco
y pescado del mejor, acompañado de un buen vino blanco. Él insistió en no
beber más para poder coger el coche. Pero la última copa nunca llegaba,
después de la cena vinieron más mojitos con el cantante y su grupo, que se
sentaron con nosotros a compartir anécdotas. Y así nos pilló la madrugada,
entre copas y risas, con la playa de fondo y el calor de nuestros cuerpos que
no se querían despegar. A altas horas Víctor insistió en marcharnos, pero el
dueño del local no nos dejó. Nos ofreció alojamiento en su hotel. Antes de
aceptar, Víctor me miró buscando mi consentimiento, yo asentí. Él pidió dos
habitaciones separadas, me decepcioné. Pensé que todo el deseo que había
sentido en la playa mientras bailábamos no era recíproco. Cogimos las llaves
y subimos al primer piso los dos en silencio. Cuando llegamos a mi puerta, se
paró, me miró a los ojos y dijo:
- No tengo prisa- me dio un suave beso en los labios -. Conmigo va a
pasar lo que tú quieras que pase.
Se perdió en la puerta de su habitación dejándome apoyada en la mía con
un deseo incontrolable. Tenía dos opciones arriesgarme, seguirlo y tener una
noche de pasión o entrar en mi cuarto y dejarme devorar por miedos e
inseguridades. Levanté la vista, miré hacia su puerta y noté el latir de mi
corazón muy fuerte, gritándome casi. Mi corazón valiente quería arriesgar. Di
un paso firme y llamé. Por una vez en la vida sabía lo que quería.
Los mil y un…
Nos despedimos amablemente del dueño del local por tanta hospitalidad.
Emprendimos el camino de regreso a casa. Una vez en el coche me atreví a
mirar el móvil, tenía numerosas llamadas perdidas de Alicia. Miré el
WhatsApp y ahí encontré el mensaje de mi hermana que me anticipaba la
bronca que me esperaría al llegar a casa:
Alicia: Tan egoísta como siempre
Hice una mueca.
- ¿Va todo bien? - preguntó Víctor al ver mi gesto
- Sí - le contesté -, nada que no pueda solucionar cuando vuelva.
Me perdí en mis pensamientos. Alicia llevaba razón hoy. Había faltado a
la promesa de ir a recoger a la abuela a la estación de tren que llegaba hoy
para su boda, pero siempre me había involucrado con ella, en todos sus
proyectos, al cien por cien. Mamá justificaba estos arrancas diciendo que eran
los nervios de la boda. Mi hermana, ante situaciones de estrés, reaccionaba de
forma irracional. Recordé cuando en su fiesta de graduación le tocó hacer el
discurso final, apareció borracha y cantando La Marsellesa, tuvimos que
bajarla entre cuatro de la tarima a gritos de Liberté et Fraternité, o cuando mi
cuñado le pidió matrimonio se quedó sin voz durante dos semanas, y al final
escribió Sí quiero en una servilleta, que ahora conservan como una reliquia.
Todos esperábamos que para su boda entrara en modo pánico e hiciera alguna
de las suyas. Jaime, mis padres y yo, estábamos más que prevenidos.
Podía entender cualquier locura dado su historial, pero los últimos ataques
que me había dirigido no los comprendía. Había sido tan hiriente que me
costaba perdonarla con tanta facilidad. Cualquier excusa no es válida para
hacer daño a las personas que quieres. Por mucho que perdones la cicatriz
siempre duele y el recuerdo de que te han hecho sufrir está latente. El amor
no es infinito, ni siquiera el fraternal, al final, mi hermana lo único que
conseguía con estas humillaciones era que mi confianza hacia ella se
fracturara cada día un poco más.
El viaje de vuelta fue más rápido de lo esperado y sin darme cuenta me
encontraba parada en la puerta de mi casa después de haber despedido a
Víctor con un cálido beso. Respiré hondo, cogí valor y me adentré en un
salón donde sólo me esperaban reproches.
Alicia ni me miró. Cuando entré, ella se incorporó de su asiento, dio dos
besos a la Yaya y se largó, sin un mísero adiós.
- Pequeña - gritó mi Yaya - ven que te de un achuchón.
Sonreí. Esa era mi Yaya. Me dirigí al sofá, sin mirar a nadie más, sentí
como los cálidos brazos de mi abuela me rodeaban. Cada vez que estabas en
su regazo el olor a jabón Magno te invadía, la pastilla negra la había
acompañado toda la vida. ¡Qué bien me sentía!
- Yaya - comencé a decir -, siento no haber ido a recogerte. Lo siento.
- No pasa nada - respondió - ya sabes cómo es tu hermana. Hace un drama
de todo.
Me gustaba mi Yaya. Y me dejé mimar. Me contó su último viaje con sus
amigas a Benidorm, sus partidas de dominó en el bar del pueblo, y nos dijo
sobre todo, que echaba de menos a sus nietas correteando por allí. Le prometí
una visita, esta vez le aseguré que iría.
- Lucía - me dijo mi madre - la Yaya se alojará estos días en tu
apartamento.
- ¿Y eso? - dije con sorpresa. No me importaba tener a la Yaya, pero me
sorprendió ese cambio de planes.
- Tu hermana nos ha pedido que alojemos aquí a sus suegros - se adelantó
papá - tendrías que haber estado aquí.
Ahí estaba el reproche. No quise prestarle atención. Esta pelea era entre
Alicia y yo no quería que mis padres se metieran.
Ayudé a la Yaya a acomodarse en mi apartamento. Como siempre, llevaba
poco equipaje, un bolso de mano con todos sus productos de belleza, ¡seguía
usando brillantina! ni si quiera sé dónde podía comprarla, y su pequeño
macuto, con las bragas justas, como decía ella y la foto de mi abuelo, que
hacía ya seis años que había muerto. Preparé el sofá para mí. Saqué del
dormitorio las cosas que pensé que necesitaría, incluida mi tablet. No había
olvidado los artículos de Pablo y tendría que corregirlos esa noche. Pasamos
una tarde muy agradable, cocinamos juntas la cena, charlamos y puso un
poco de sensatez en mi excitado corazón.
- Ya sé lo de Julián - soltó de golpe
Me callé mientras terminaba de recoger la mesa.
- Las cosas, cariño, toman su tiempo para llegar, ni antes ni después. Ya te
llegará el amor.
- Yaya... - me atreví a confesarle - no pude ir a recogerte porque estoy
conociendo a alguien.
- Cariño, ten cuidado. Un corazón roto no es el mejor guía para volver a
enamorarse. Es fácil equivocarse.
Con esa sentencia se despidió de mi para ir a la cama. Aunque apenas eran
las nueve, dijo que el viaje la había agotado.
Me senté en el sofá dispuesta a trabajar cuando enseguida llegaron las
notificaciones de WhatsApp
María: ¿estás viva? O quien yo me se te ha matado a polvos.
Yo: Estoy viva
Ana: ¿os hace un café en el bar?
María: ¿y tu marido y tus hijos?
Ana: durmiendo
María: por mí sí
Yo: OK
Ana: Nos vemos en un rato
Me recosté unos segundos en el sofá, encendí la tablet y consulté mis
redes sociales. En ese momento @aristóteles actualizó su estado de
Facebook:
“Los hombres, en su mayoría, motivados por una especie de ambición,
prefieren ser amados más que amar ellos mismos” (Aristóteles)
Sin pensarlo le contesté: ¿Las mujeres también?
Su respuesta no tardó en llegar: No, las mujeres no. Son más generosas
por naturaleza.
Sonreí. Le di a Me gusta a su comentario. Apagué la tablet, era hora de ir
con las chicas. Comprobé que la Yaya estaba durmiendo y, cuando me
disponía a salir, pensé en la frase de @aristóteles, cogí el móvil y envíe un
mensaje:
Lo siento. Siento no haber llegado a tiempo. Te quiero.
Sé que lo leyó, pero no contestó. Esperaba, sinceramente, que mi hermana
me perdonara.
Quiero más
Cuando llegué al bar estaba casi vacío, se notaba que era domingo por la
noche. Encontré allí a Ana, sentada sola, en la mesa del fondo, me resultó
raro, ella es la última en aparecer, siempre con poco tiempo por los niños y el
marido. Vimos como llegaba María con Carlos y éste se despedía de ella con
un apasionado beso. Algún día este par reconocerán que son pareja, esperaba
que ya no fuera muy tarde para ellos.
- ¿Eso que tienes detrás de la oreja es un chupetón? - dijo María nada más
sentarse- ¡Tú has triunfado!
- ¿Así se saluda a las amigas? - le dije- Ni un hola, ni un beso, ni un cómo
estás.
- Eso lo dejo para las amigas románticas - me contestó - Entonces por lo
que veo, ¿hubieron más que besos?
- Algo hubo - mientras le contestaba notaba el rubor subir a mi rostro.
En ese momento llegó el camarero para ver qué queríamos y, María ni
corta ni perezosa, continuó gritando:
- ¡Cómo puede ser que en el siglo en el que estamos todavía te ruborices
por decir que te acostaste con un tío! A veces me das tanta ternura. Santa
inocencia.
Quise morir de la vergüenza que sentí. Esperé que el camarero se fuera
tras pedirles nuestros cafés, para decirle:
- Que no soy tan inocente.
- ¿Qué? - dijo María - no te escuché bien.
- Que no soy tan inocente – repetí.
Me miró extrañada como si todavía no hubiera escuchado bien lo que le
había dicho. Entonces le dije elevando un poco la voz:
- ¡No soy tan inocente! Hice cosas guarras.
Justo en ese momento el camarero llegó con nuestro pedido y casi vuelca
las tazas de café encima de mí. María no dejaba de reírse:
- Por supuesto - dijo mientras giraba sus ojos y añadía el azúcar a su café -
, seguro que no te quitaste la ropa que se te manchó con la cena.
Estaba que me encendía de la rabia, ¡cómo podía reírse de mí!
- ¡Tuve una noche de sexo brutal! - dije casi gritando. Y en ese momento
agaché la cabeza, totalmente avergonzada al darme cuenta que la música del
bar se había pausado y todo el mundo me estaba mirando, sobre todo el viejo
que estaba sentado enfrente. De la vergüenza me puse colorada hasta las
orejas y pedí en ese momento que la tierra me tragara, pero no pasó.
Poco a poco fui recuperando el blanco de mi rostro, María no dejaba de
reír, Ana estaba en silencio mirándome hasta que dijo:
- ¿Cómo te encuentras? Lo de Julián todavía está muy reciente.
- Creo que bien. No sé si me estoy enamorando.
- No estás enamorada, estás enchochada - me contestó María -. No todos
los chicos con los que te acuestas son el amor de tu vida. No piense con el
chocho, anda.
- Ay María- le dije - Con Víctor estoy bien, me gusta cómo me trata, cómo
me hace sentir. Con él me siento más mujer. Con Julián no. Es totalmente
diferente.
- Vamos y tanto - dijo María - Julián es un patán y Víctor es un Adonis.
- No - le respondí -, con Julián el sexo era algo... obligado porque estaba
implícito en la relación. Es cierto que al principio había deseo, pero con el
tiempo... era algo... monótono, formaba parte de la rutina de la pareja, como
ir a comer los domingos a la casa de tus suegros... Con Víctor ha sido
diferente. Por primera vez alguien ha hecho que me sienta deseada, y al
sentirme deseada he disfrutado como nunca en mi vida...
- Víctor- replicó María - ¡debe ser brutal para que te sientas así!
Sonreí, realmente algo de razón llevaba María, Víctor era espectacular.
Justo en ese momento apareció Pablo en el bar. Todas nos quedamos mirando
con sorpresa, excepto Ana que dijo:
- Lo he invitado yo
No nos dio tiempo a preguntar nada, pues éste ya había llegado a la mesa.
- Hola, siento el retraso, ¿me he perdido algo? – dijo.
- Nada hermanito - contestó María - estábamos hablando de sexo. ¿Tú
como lo haces?
- Yo no práctico sexo - le contestó - hago el amor.
Sin dar tiempo a una respuesta se giró hacia Ana y preguntó:
- ¿Qué te pasa? - dijo - No te ves bien, me sorprendió que me avisaras.
Ana guardó silencio y nos miró a todos antes de decir:
- Creo que mi marido tiene una amante.
Sus manos temblaban mientras hablaba, haciendo que la taza de café que
sostenían se moviera provocando el ligero tintineo de la cuchara al chocar
con la cerámica.
- Venga ya - dijo María.
Pablo no dijo nada, sólo extendió su mano y la apoyo sobre las de Ana,
evitando así su temblor. Ese gesto hizo que mi amiga continuará hablando:
- Lleva un mes llegando tarde a casa. Apenas si lo veo... Yo estoy agotada,
entre el trabajo y los enanos, cuando llega estoy durmiendo. Los fines de
semana se los pasa todo el tiempo pegado al móvil contestando mensajes y
sonriendo tontamente... Se va a la cama temprano con cualquier excusa. No
salimos...No hacemos nada juntos. Hace más de seis meses que no me toca.
Lo dijo de golpe, sin levantar la vista de su taza de café. Al terminar alzó
el rostro y vi las lágrimas acudir a sus ojos. Extendí mi mano para coger la
que le quedaba libre. Escuché como María soltó todo tipo de insultos hacia su
marido, cuando hubo terminado, Ana continuó:
- No sé, quizás todo esto es culpa mía. Últimamente con el trabajo y los
niños me he descuidado... lo he descuidado a él. Ya no soy tan alegre, estoy
siempre cansada... Me siento como si hubiera envejecido veinte años. Os
miro a vosotras y siempre estáis haciendo cosas diferentes. Yo, en cambio,
tengo una rutina que marcan mis niños y romperla es todo un calvario... Ya
no me duele si tiene una aventura, lo que me duele realmente es que no sólo
me ha traicionado a mí, ha traicionado a sus hijos... Sus hijos son parte de él
también... - terminó de decir mientras las lágrimas no dejaban de caer por su
rostro.
¡Maldito! pensé. Pero no supe qué decir en voz alta. Pablo rompió el
silencio que se había apoderado de la mesa.
- No sabes lo que realmente pasa - dijo con lucidez - Habla con él, Ana.
No te precipites, primero escucha lo que tenga que decirte. Que el miedo no
se apodere de ti y no te haga hacer ninguna estupidez. Si tiene una amante, no
te culpes. Ha sido él el que lo ha decidido Si las cosas están difíciles en casa,
se habla, se lucha, tener una aventura es el camino fácil.
- ¿Desde cuándo te has vuelto tan sensato? - dijo María.
- Desde que no vivo contigo, hermanita - contestó Pablo.
Dejé de escuchar la discusión de los dos hermanos al ver mi móvil vibrar.
Esperaba que fuera Alicia, sin embargo me encontré un mensaje de Víctor.
No dejo de pensar en ti. Mañana me ha surgido trabajo,
tengo un viaje de tres días ¿Nos vemos en un rato?
Me daba pena dejar a Ana en ese estado, pero poco podía hacer. Parece
ser que Pablo le estaba brindando más apoyo que sus amigas. Me di cuenta
que quería más, quería más de Víctor, quería más de mí cuando estaba con
Víctor. Cogí el móvil y escribí:
Sí
Sólo tenía que darle a Enviar. Miré a Ana y después el móvil. Una sola
tecla fue lo que pulsé.
El mundo se para
Allí estaba sentada en la sala de espera de un hospital, con un café entre las
manos y mirando a mi ex, al hombre que había puesto mi vida patas arriba, al
dejarme por otra chica.
- ¿Me puedo sentar? - me dijo.
No dije nada, él se sentó.
- ¿Cómo estás? - insistió en hablar conmigo.
No dije nada. No podía. Tenía un nudo en la garganta. No levanté la
cabeza del café. Si lo miraba iba a llorar, a golpearlo para que me dijera por
qué lo tiró todo por la borda, para preguntarle desde cuánto tiempo hacía que
me engañaba... si lo miraba toda la rabia que había acumulado iba a salir.
Respiré hondo e intenté pensar en otra cosa, pensé en lo bueno que me había
traído la ruptura con Julián, pensé en Víctor. Miré el móvil. Nada. No había
ninguna señal de él. Pero su recuerdo me hizo fuerte. El recordar el deseo que
despertaba en Víctor me dio la seguridad para alzar la vista y mirar a Julián.
Me sorprendió. En sus ojos no quedaba nada del muchacho que conocí. No
reconocí su mirada, no me reconocí en ella.
- Aquí - le contesté - estoy aquí.
No dijimos nada más. Permanecimos durante unos minutos así, en
silencio, sin nada que decirnos. ¿Ese iba a ser nuestro futuro? ¿Así terminan
las parejas que rompen? ¿Y tantos años de conversación, tantos secretos
compartidos? Terminan en nada, en el silencio más ensordecedor.
- Recordáis el verano que pasamos los cuatro en casa de la Yaya - dijo
Jaime, que nos contemplaba desde la silla de enfrente.
Sonreí, claro que lo recordaba.
- Lo mejor eran las barbacoas en el jardín - dijo Julián - ¿Sabéis el
ingrediente que llevaba su salsa de tomate?
- ¡Laurel! - dijimos mamá, Alicia y yo, reímos.
- Y cuando le dio por crear el club de los antisudoku- dijo papá.
- ¡Eso fue genial! – afirmé.
Mi abuela era una fanática de los crucigramas, le encantaba todas las
mañanas desayunar con el periódico, su lápiz y el crucigrama. Su mejor
regalo un libro de crucigramas. En el periódico local redujeron los espacios
de los crucigramas para dejar paso a los sudokus, algo que mi abuela odiaba.
Después de innumerables cartas al periódico quejándose, logró recoger
firmas de toda la localidad pidiendo que los sudokus fueran eliminados de la
prensa ¡al final lo logró y hasta creó un club antisudoku!
Siguieron los recuerdos, teníamos muchos de ella, que si su manera de
caminar, el ruidito que hace cuando comía la sopa, las gafas caídas por la
nariz mientras hacía gancho... Y pasamos así la mañana.
Nos avisaron de nuevo por megafonía para acudir a unos de los
habitáculos. Esta vez entraron Alicia y mamá. Cuando te quedas fuera la
espera se hace eterna. Para poder sobrellevarla salí a la calle, necesitaba
respirar un poco de aire puro y dejar de imaginar todos los posibles
escenarios que podían ocurrir con la Yaya. Julián me siguió.
- Lo siento - dijo a mis espaldas.
No contesté.
- Me equivoqué – prosiguió.
- Creo, Julián, que no es momento para hablar ahora.
Me cogió por la espalda y me pegó a él. Mi cuerpo recordaba su calor,
recordaba perfectamente a Julián, y se acomodó a él. Por un segundo, estuvo
bien evocar todas esas sensaciones. En un momento de incertidumbre venía
bien aferrarse a emociones conocidas. Se convertían en luminosos faros en
medio de la oscuridad. Por un segundo estuvo bien, sólo un segundo, el
tiempo que tardó mi corazón en recordar su herida. Y las manos que me
sujetaban quemaban en mi piel pensando en que horas antes recorrían otro
cuerpo. Di un salto, apartándome de él.
- Lucía - me dijo situándose frente a mí y mirándome directamente a los
ojos - me equivoqué. Me cegué y te dejé ir. Pero quiere resolverlo.
- ¿Qué estás diciendo?
- Que quiero que volvamos a estar juntos, que quiero pasar el resto de mi
vida contigo, que lo siento.
- No... - le contesté - no...
Entré como alma que lleva el diablo a la sale de espera. No era momento
de esa conversación, Julián no podía venir destrozar mi rutina y ahora querer
volver a ella. No era tan sencillo. No bastaba con pedir perdón.
Alicia estaba ya de vuelta en la sala de espera, no vi a mamá, me inquieté,
me dirigí hacia ella con ansiedad por conocer el estado de la Yaya.
- Está mejor, hay que seguir esperando, pero está mejor- sonrió Alicia-
nos han dejado pasar a verla, sólo podía ir una persona. Ha ido mamá.
Abracé a mi hermana. Era una buena noticia. No quería separarme de ella,
no quería ver a Julián, no quería que siguiera diciéndome cosas, no tenía gana
de escuchar, no me fiaba de sus palabras, de nada que dijera. No sé cuánto
tiempo seguí abrazada a ella, mi padre nos separó. Julián ya se había ido.
Respiré hondo, y tomé todo el aire que había contenido desde que Julián
habló conmigo. Mi padre nos recordó que debíamos de comer algo, era
cierto, desde que habíamos llegado, sólo había tomado café. ¿Cuánto tiempo
hacía que llevábamos en la sala de espera? Creía que casi dos días. Había
perdido totalmente la noción del tiempo. Nos dirigimos a la cafetería, y allí
esperamos hasta que mamá volvió. Una sonrisa se mostraba en su rostro.
Miré el móvil, no había nada de Víctor. Imaginé que estaba de viaje,
seguro que me llamaría cuando volviera, en cuanto pudiera. Mamá regresó de
ver a la Yaya, nos dijo que la iban a pasar a planta en cuanto tuvieran una
cama disponible, posiblemente esa noche. Ofrecí quedarme. Era lo menos
que podía hacer, de alguna manera me sentía culpable por todo lo que
estábamos pasando. Volví a casa para una ducha rápida y preparar una
pequeña maleta con lo necesario para pasar las noches en un hospital, no me
olvidé de mi tablet. Necesitaba conectar con el mundo virtual para olvidar
todo lo que había pasado en el real, demasiadas cosas en las que no quería
pensar.
Cuando regresé al hospital, la Yaya ya estaba en una habitación, la 516.
Después de despedirme de todos y de prometer avisarles si pasaba algo, me
acomodé en mi butaca para descansar. La Yaya todavía seguía sedada y
apenas si estaba lúcida, una máquina se encargaba de gestionar los goteros
que debían entrarle y una enfermera muy amable no dejaba de entrar cada
cierto tiempo para cerciorarse que estábamos bien. Vi como la ciudad
oscurecía desde mi butaca, vi encender las luces, las visitas se iban
marchando y el hospital quedó en silencio. Sujeté la mano de mi Yaya, estaba
cálida, como siempre. Me acerqué a su oído y le susurré:
- No te vayas todavía. Necesito que te quedes.
Me pareció verla sonreír. No sé el tiempo que estuve mirándola, me
encantaba su pelo canoso y rizado y las arrugas de su piel. Ella siempre decía
que si sus arrugas hablaran cuántas historias contarían. Siempre nos estaba
contando historias. La que más me gustaba era cómo conoció a mi abuelo. Él
tenía 19 años, ella 14, fue durante las fiestas del pueblo. Él la vio en la
procesión de la Virgen, junto a su madre, al día siguiente fue a pedirle la
mano a su padre para casarse. Mi bisabuelo se la negó. Alegó que su hija era
muy joven, que esperara a que fuera mayor de edad. Mi abuelo espero 6 años,
6 años que rondó a mi abuela en silencio, sin decirle nada, desde lejos. El
mismo día en que mi abuela cumplió los 18 años mi abuelo se presentó en su
casa para pedirle matrimonio. Fueron novios durante dos años, al tercero se
casaron. Cuando murió mi abuelo, la Yaya entró en una gran depresión,
pesamos que iba a morir de tristeza, pero un día se levantó, se sacudió sus
lágrimas y siguió adelante. Le pregunté qué como lo hizo, cómo había sido
capaz, su respuesta me sorprendió:
- Si tu abuelo pudo esperarme seis años, yo también puedo esperar para
volver a encontrarme con él.
No podía dormir, tenía la cabeza llena de recuerdos, de momentos vividos
con la Yaya y lo pasado últimamente en vida.
El silencio del hospital era interrumpido a veces por la alarma de un
gotero que terminaba o unos pasos que se dirigían al aseo, volví a mirar por
la ventana para ver la oscuridad sobre la ciudad. Mi móvil sonó, me asusté, el
sonido, en la calma tensa de un hospital, era demasiado elevado. Lo consulté
esperando que fuera de Víctor para mi sorpresa me encontré un mensaje de
un número que no tenía registrado, pero que conocía perfectamente.
Espero que la Yaya siga mejor. No me rindo. Quiero volver a intertarlo.
Te quiero. J
De la rabia apagué el móvil, no sin antes mandar un mensaje a Alicia y
mamá para decirles que la Yaya seguía bien.
Encendí la tablet, quizás si trabajaba, podría dejar de pensar en todo lo
acontecido. Primero consultar mis redes, no había nada nuevo, ninguna
señal de Víctor, muchas fotos de gente pasándoselo bien, y entonces, vi la luz
verde del Chat que indicaba que el usuario @ristoteles estaba conectado. Y
sin pensarlo dos veces, hice clic en él y escribí:
Hola
Durante unos segundos no hubo respuesta, pero vi como indicaba que el
usuario estaba escribiendo, pero en mi pantalla no aparecía nada y de pronto:
Hola
¡Me había contestado! ¿Y ahora qué? ¿Qué se le dice a alguien que has
seguido durante un año y al que idolatras? Y me quedé ahí quieta hasta que
en mi pantalla volvió a aparecer otro mensaje de él:
¿Te cuento un secreto?
Mi respuesta era muy sencilla, solo tres teclas. Escribí:
Si
Le día a Enviar.
Secretos
Siempre había sido una persona de rutinas, parecía que el saber lo que tenía
que hacer durante mi día a día le otorgaba a mi vida cierta estabilidad. En
medio del caos en el que se estaba convirtiendo mi vida últimamente, ahí
estaba yo, de nuevo, buscando una rutina a la que aferrarme, buscando una
seguridad, que sabía, con certeza, que era totalmente ficticia.
La Yaya iba mejorando día a día, Alicia, siempre con el beneplácito de la
Yaya, había decidido continuar con la boda y se hallaba inmersa en miles de
detalles de última hora. Mi madre no paraba de perseguirla en esta locura que
se había convertido la celebración de su matrimonio. Así que al final era yo
quien más tiempo libre tenía y podía cuidar mejor de la Yaya, me instalé en el
hospital. Por las mañanas las dedicaba al trabajo en la biblioteca y las tardes
eran de mi abuela y revisar textos para Pablo. Tenía que reconocer que me
gustaba trabajar para él, respetaba mi trabajo y me permitía tener la suficiente
confianza para desarrollarlo con seguridad. Si alguna aclaración o corrección
de las que le hacía no le gustaba, la debatíamos siempre por mail o
directamente por teléfono.
Había pasado casi una semana donde no había tenido noticias ni de Julián
ni de Víctor. Lo de Julián lo agradecía porque no me apetecía abrir viejas
heridas, sobre todo siendo tan reciente, pero la desaparición de Víctor me
tenía intrigada a la par que enfadada. Lo había intentado llamar un par de
veces al móvil y siempre obtenía la misma respuesta: Apagado o fuera de
cobertura.
Era viernes por la noche, mi madre vino a sustituirme para que descansara
un poco en casa. No me apetecía encerrarme sola en mi apartamento, no
quería pensar en nada, sólo quería un rato de compañía.
Yo: Hace un café
María: Mejor cena, tengo el estómago que me ruge.
Creo que me va a bajar pronto la regla, estoy en esos
días en los que me comería una vaca entera si me la
ponen encima de la mesa.
Yo: Que bruta que eres, un día te voy a poner una
vaca y veremos a ver qué haces con ella
María: espero con ansias ese día, anda ¿dónde
quedamos?
Yo: Ana no ha dicho nada, ¿sabes algo?
María: espera la llamo
Mientras esperaba que María localizara a Ana y decidieran qué íbamos a
hacer aproveché para darme una ducha larga. Mientras me vestía llamaron a
la puerta, pensé que era una de las chicas y me atreví a abrir liada en la toalla
que había usado para salir del baño.
- ¿Qué haces aquí? - dije con asombro.
- Me gusta que me recibas así - me dijo Julián, mientras estiraba sus
brazos para agarrarme por la cintura.
Lo esquivé como pude y en el forcejeo por librarme de sus manos la toalla
cayó al suelo, dejando todo mi cuerpo desnudo.
- Vamos mejorando - dijo Julián mientras me arrinconaba en una de las
esquinas del salón.
- Julián - dije - por favor, déjame salir. Interpuse mis brazos entre mi
cuerpo desnudo y su torso.
- Y qué pasa si no lo hago - me susurró pegado a mi cuello - No sabes
cómo he echado de menos tocarte.
- Tú te fuiste - le grité y cerré los ojos, por toda la furia que tenía dentro.
No podía decir que añoraba algo que él mismo abandonó.
- Me equivoqué.
Sentí su aliento cerca de mis labios, no quería abrir los ojos, no quería que
siguiera. De pronto noté como se apartaba bruscamente de mí mientras
escuchaba:
- Creo que Lucía no está muy cómoda con tu visita.
Al abrir los ojos me encontré con Pablo que sujetaba por los brazos a
Julián mientras lo echaba de casa. Julián no dejaba de gritar.
- Esto es entre ella y yo, tú no eres nadie.
- Soy su amigo - le contestó Pablo firme.
Julián opuso resistencia cuando Pablo intentó cerrar la puerta en sus
narices, pero Pablo mostró una fuerza que hasta ahora desconocía, y sin casi
esfuerzo logró que Julián saliera de mi apartamento.
- Lucia, tenemos una conversación pendiente, esto no va a quedar así -
gritó al desaparecer por la puerta.
Había mirado toda la escena desde la esquina, perpleja por lo que había
sentido cuando Julián me tocó. No entendía cómo alguien a quien había
querido tanto ahora sólo me provocaba repulsión. Me había dolido tanto su
traición que todo mi cuerpo se manifestaba rechazándolo. No quería que me
volviera a tocar, que volviera hacerme sufrir. No fui consciente de mi
desnudez hasta que Pablo carraspeó, cuando lo miré vi sus ojos puestos en la
toalla que había caído al suelo, me ruboricé y salí corriendo hacia mi
habitación. ¿Cuánto tiempo había estado parada en la esquina? Daba igual,
había sido el suficiente para que Pablo pudiera verme. Me tumbé en la cama
y pensé en no salir. Pero por una vez, decidí aguantar mi vergüenza e ir a
darle las gracias por su acto valiente. Me puse unos vaqueros sencillos con
una camiseta, todavía ruborizada salí al salón.
- ¿Estás bien? - me dijo.
- Si - le contesté sin poder levantar la vista para verlo a la cara, sentía su
sonrisa- Gracias
- No hay de que - contestó - las chicas me mandaron por ti. Se quedaron
en mi casa preparando la cena. ¿Te apetece?
Asentí con la cabeza. Después de la semana que había llevado y el
incidente con Julián lo que menos me apetecía era quedarme en casa. Así
que cogí mi rubor y lo aparqué por un momento, pero fui incapaz de mirarlo
a los ojos mientras caminábamos hacia su coche. Me abrió la puerta, y con la
mano apoyada en mi espalda, me susurró al oído de forma pícara.
- Que no te de vergüenza, tienes un cuerpo muy bonito.
Sentí el calor en mis mejillas y en mis labios se dibujó una sonrisa, esa
sonrisa que aparece con las cosas que te agradan. Cuando se sentó a mi lado
en el coche, levanté la vista y lo miré, estaba tranquilo y sereno como el
Pablo que siempre había conocido.
El viaje hacia su casa fue muy agradable, compartimos gustos musicales,
que si jazz, indie español, pop… Habíamos coincidido en un concierto de
Vetusta Morla cuando no nos conocíamos. En medio de la conversación sonó
mi móvil. Se trataba de mamá para decirme que la Yaya seguía bien. Al
colgar me di cuenta que tenía una notificación en Facebook ¿sería
@ristoteles? La curiosidad pudo más que yo, al entrar vi que se trataba de él,
había cambiado su estado hacía un rato, esa misma noche.
“La excelencia moral es el resultado del hábito. Nos volvemos justos
realizando actos de Justicia, templados realizando actos de templanza,
valientes, realizando actos de valentía” (Aristóteles).
Le di a Me gusta y no pude evitar comentar
Las chicas pusieron el grito en el cielo cuando Pablo les contó lo de Julián,
omitió el detalle de que estaba desnuda. Le agradecí el gesto. Habían
improvisado una cena la mar de apetitosa. Lo mejor era el lugar. Habían
elegido la estancia con el gran ventanal hacia la montaña. Desde que la vi se
había convertido en mi lugar favorito de su casa. Una mesa, cuatro sillas, mis
amigas, Pablo, y unas vistas espectaculares. La velada prometía.
- Pero ¿qué quiere ese mendrugo? - preguntó María toda indignada
mientras rellenaba nuestras copas de vino.
- Dice que quiere volver conmigo - le respondí.
- Vamos, Lucía, ni te lo plantees - me dijo María - que te conozco y…
- No... - contesté -, no... Me dolió mucho lo que hizo. Julián me enseñó
que se puede querer mucho a una persona y también se le puede hacer mucho
daño... Nunca en mi vida me había sentido tan vulnerable... He perdido la
confianza en él... Ahora mismo es difícil de recuperar... No quiero hablar de
él, la verdad. No quiero dedicarle más tiempo
Me giré hacia Ana y le pregunté:
- ¿Cómo estás? Con todo lo de mi abuela no he tenido tiempo para ti.
Agachó la cabeza, miro la copa de vino y guardó silencio por unos
segundos.
- Ha tenido una aventura - dijo al fin - Dice que no es nada… que me
sigue queriendo... Entiendo lo que dices de la confianza... Pero tengo dos
hijos... Tengo que intentarlo por ellos... Aunque cuesta...Le he dicho que
necesito también tiempo para mí... Los últimos años sólo me he sentido
madre, necesito volver a sentirme mujer.
Los ojos de Ana se inundaron de lágrimas. María soltó la copa de vino
que tenía entre las manos y fue corriendo a abrazarla. También quería ser
parte de ese abrazo, me fui hacia ellas y las abracé muy fuerte, eran mis
amigas, eran parte de mí, y me dolía cualquier cosa que les pasase a ellas.
Pablo, que había ido por vino, al vernos se unió al abrazo.
- Me estáis apretando, ¿lo sabéis? - dijo Ana.
Nos separamos. Mi amiga necesita apoyo y allí estábamos todos para
dárselo.
- Si necesitas que vaya y le rompa los huevos, lo hago- comentó María-
con los huevos rotos es difícil que te engañe.
- Qué bruta que eres - replicó Ana con la sonrisa en los labios - hemos
empezado terapia de pareja, a ver qué tal nos va.
Nos sentamos en la mesa para disfrutar de la comida. Pablo puso algo de
música, una melodía clásica se colaba en nuestras conversaciones. Hablamos
sobre todo, como siempre hacíamos y reímos mucho, nos hacía falta. No hay
nada más reconfortante para el alma que disfrutar del momento en buena
compañía, parece que los problemas se diluyen y las heridas sanan.
No sé el tiempo transcurrido, hacía rato que habíamos dejado de comer y
sólo hablábamos y compartíamos. El sol había caído y sobre el gran ventanal
se vislumbraba el perfil de la montaña, marcado por los rayos de la luna
llena. Entre el vino, la música, el paisaje y la compañía parecía que el tiempo
se había detenido y nos había regalado un instante de felicidad perfecto.
- Hermano, te compro la casa - dijo María - es perfecta.
Pablo sonrió.
- No, bastante me ha costado encontrarla - le respondió - He buscado
durante mucho tiempo hasta dar con la casa adecuada para mí.
- Mi Yaya dice que la casa de uno está donde están las personas que te
hacen feliz, lo demás son cuatro paredes donde vivimos - les dije.
- Sabias palabras - dijo Pablo.
- Hermano, te compro la casa - volvió a insistir María.
Reímos y todos nos sentimos en casa, compartiendo la dicha de saber que
estábamos rodeados de personas que nos importaban. Regresé a casa con
María y caí rendida sobre mi cama. Después de tanta noche de hospital me
moría por sentir bajo mi espalda un colchón en condiciones. Le eché un
último vistazo al móvil antes de acostarme, me encontré con que @ristóteles
había respondido a mi comentario:
¡Sí! ¿Sabes que los actos heroicos tienen recompensa?
Lo vi conectado y como siempre ocurre con él, la tentación pudo más.
Espero que haya sido buena
Su respuesta no tardó en llegar
¿El qué?
La recompensa por el acto heroico
Sí, ha sido muy buena. Se podría mejorar, pero poco a poco.
¿Me lo cuentas?
No, un superhéroe no puede desvelar sus secretos ¿Tú
ha ido bien? ¿Recuerdas nuestro trato?
Sí, lo recuerdo
¿Estás pensando en ti?
Sí, ahora mismo lo estoy haciendo. Estoy haciendo algo
que me gusta
¿Te gusta hablar conmigo?
Dudé un segundo en responder, solo un segundo
Si
A mí también me gusta hablar contigo
Sonreí, con esa sonrisa tonta que no se conforma con quedarse en los
labios sino que se expande hasta los ojos.
¿No me vas a contar tu acto de valor?
No, si quieres a cambio te cuento un secreto
¿Qué secreto?
El que tú quieras
Cuéntame un secreto de amor
Me sentí como una quinceañera, con el móvil sentada en la cama, con mi
pijama de Harry Potter y esperando que contestara, pero ¿qué esperaba que
dijera? No lo sé, pero durante el tiempo que tardó en aparecer su respuesta en
mi pantalla mi corazón latió mi fuerte, tanto que me dio miedo que se saliera.
Ahora mismo estoy interesado en una rubia, muy guapa, que
tiene que aprender a cuidarse
Y latió más fuerte tras su respuesta y el rubor se instaló en mis mejillas.
¿Estaba hablando de mí? Si está hablando de mi ¿cómo sabe que soy rubia?
Miré la foto de mi perfil y ahí obtuve la respuesta.
¿La conozco?
Puede
¿Y qué le dices para conquistarla?
Todavía no le he dicho nada. Estoy esperando
¿A qué esperas?
A que sea nuestro tiempo. Quiero que cuando decida
estar conmigo no tenga dudas.
Pero si ella no sabe que estás interesado, no puede
saber que tiene que estar contigo
Creo que a partir de hoy se hace una idea
¿Cómo ha reaccionado?
Creo que bien... todavía sigue hablando conmigo
Volví a sonreír. Hacía tiempo que no me sentía tan bien. Era halagador
saber qué le interesaba, me parecía un juego bonito de seducción, pero no
quería darle más importancia. No debía, sobre todo porque no sabía quién
había detrás del personaje, no quería aventurarme a ilusionarme por una
persona ficticia.
Buenas noches héroe
Buenas noches rubia
Me tumbé en la cama, y no sé si por el agotamiento acumulado de los
últimos días o por la dulce conversación que había mantenido con @ristoteles
me dormí plácidamente.
Un te quiero para recordar
Dudé en saber qué quería conocer de él, pero de pronto lo tuve claro. Mi
Yaya siempre decía que una persona honesta es aquella que asume sus
debilidades sin tapujos. ¿Veríamos como de honesto es @aristóteles?
Tus mayores debilidades
Por unos segundos no dijo nada. Al poco vi como empezaba a escribir,
esperé impaciente que apareciera la respuesta.
Los caramelos Werther's, siento debilidad por ellos. No me
resisto a uno.
Su olor, su sabor, cómo se deshacen en mi boca...
Mi abuela siempre nos daba. Espera, creo que voy a ir a por uno
Sonreí imaginándolo recorriendo su casa en busca de uno de esos
caramelos. Enseguida vi que continuó escribiendo.
Una buena charla... es otra de mis debilidades.
Soy adicto a las personas que se entregan a las
conversaciones interesantes. Y el silencio, adoro el
silencio, pero no el silencio como ausencia total
de sonido, sino el silencio donde sólo se escuchan
los sonidos emitidos de forma natural.
Me gusta escuchar el viento pasar por los árboles o
la lluvia en el tejado. Odio los pitidos de los coches,
los gritos innecesarios. No podría vivir sin un momento de silencio
al día.
- Ya - gritó María
- ¿Ya qué? - le pregunté
- Estás tonta con el móvil - me respondió con tono burlón - que
ya nos podemos ir, suelta la pantallita y vuelve al mundo real.
Sonreí y guardé el móvil en el bolsillo la verdad que sí que pasaba
últimamente más tiempo pendiente de mis conversaciones a través del móvil
que las que tenía con las personas de mi alrededor.
- No me lo puedo creer - gritó María al llegar al salón.
Me dejé caer al suelo abatida, agotada por todo lo que acababa de descubrir.
Miré hacia Alicia y la vi de pie mirándome con lágrimas en los ojos y sin
decir una palabra. Julián se acercó arrastrándose, me intentó coger de las
manos, pero no lo dejé. No podía mirarlo a los ojos, no quería. Cogió mi
rostro entre sus manos y me obligó a mirarlo.
- Te quiero - me dijo.
Me solté con fuerza, ¿cómo se atrevía?
- No puedes decirme eso, no me quieres, y ¿sabes lo peor de todo? - le dije
sin apartar la vista de él, quería que fuera consciente de lo que le iba a decir -
No me has querido, nunca lo has hecho. Si antes tenía la duda ahora lo sé con
certeza.
Me incorporé. No quería sentirme tan vulnerable. Me alejé todo lo que
pude de ellos, y desde una esquina del salón, comencé preguntar, porque
ahora quería saber cómo había pasado todo.
- ¿Cuándo?
Ellos se miraron, guardaron silencio. Mi hermana bajó la cabeza y se
dirigió al sofá, donde se sentó. Julián continuó en la puerta, arrodillado en el
suelo, se incorporó e intentó acercarse a donde estaba. Negué con la cabeza.
Se detuvo en el centro del salón.
- ¿Cuándo? - volví a preguntar mirándolos a los dos.
- Fue una vez sólo - se atrevió a decir Alicia, sin mirarme.
- ¿Cuándo? – insistí.
Julián miró a Alicia, ésta seguía con la mirada puesta en sus manos, que
apretaba con fuerza.
- Al principio - dijo éste -, cuando comenzamos a salir. Fue un fin de
semana en el que te habías ido con las chicas de viaje. Vine a buscarte y no
estabas.
Se detuvo.
- ¿Y? - le insistí.
- Vine aquí -continuó diciendo -, me la encontré buscándote y salimos esa
noche de fiesta los dos.
Recuerdo ese viaje, estaba deseando volver para ver a Julián, cuando lo
hice le encontré un poco distante. Ahora sabía por qué.
- Me dijo que era tu amigo - escuché decir a Alicia -. Yo no sabía.
- ¿Le dijiste eso? - pregunté con la vista fija en Julián.
- Si - dijo avergonzado - No sé qué me pasó.
- No sabes qué te paso - dije con ironía.
- Lucía...No... No... - comenzó a decirme - Acabábamos de empezar a
salir, no sabía hacía donde íbamos, te fui conociendo cada día más y tenía
claro que quería estar contigo.
- Claro - le respondí - tan claro que cuando mi hermana pone la fecha de
la boda, me dejas, te vas con otra y todo por darle celos. Claro, clarísimo, lo
tenías.
- Fue una tontería.
-¿Una tontería? - le dije. Cada vez que abría la boca estropeaba más la
situación.
- Yo... - comenzó -, me sentí humillado - miró a Alicia -. Quería
demostrarle que podía estar con cualquier chica.
Alicia no le devolvió la mirada, ni siquiera se inmutó, seguía en el sofá,
fija como una estatua.
Las lágrimas acudieron a mis ojos. No podía dejarlas salir, no era
momento. Cerré los ojos, respiré hondo, y continué.
- Te conformaste conmigo, es eso, ¿verdad? Te quedaste con la
segundona, esperando todo este tiempo que Alicia se fijara en ti. Nada de lo
que hacías o decías era para mí, todo era para ella. Yo enamorada como una
imbécil y tú...
Esto último lo dije casi en susurro, era más una certeza que acababa de
descubrir que cualquier otra cosa.
- ¡No! - gritó Julián y comenzó a llorar con desesperación - ¡Todo era para
ti! ¡Todo! Yo sí estoy enamorado de ti.
- ¡Julián! - chillé también - Deja de ser un cobarde y asume de una vez lo
que sientes. Si lo hubieras echo hace años, nos habrías ahorrado esta
situación.
- No - me contestó con el rostro inundado de lágrimas - Te quiero a ti.
Este tiempo sin ti ha sido horrible. Te he echado tanto de menos pequeña.
Adoro cada una de tus pequeñas manías, la manera que tienes de reírte, en
silencio, moviendo sólo tus hombros, los pequeños saltitos que das para
evitar los charcos de lluvia, tu manía de morder los bolis...
Mientras decía cada una de esas cosas se iba acercando a mí.
- Adoro cuando apareces con el pijama mezclado cada parte de un color,
como cuidas de tus amigas...
En cada una de esas frases me vi reflejada y baje la guardia mientras se
situaba frente a mí.
- Adoro que me despiertes a patadas en la cama, y como estrujas la bolsa
del té para tomarlo.
Por un momento le creí, casi creí en sus palabras, casi... En ese momento
Alicia levantó la vista y lo miró, yo deposité por un segundo la mirada en ella
hasta que me volví a Julián y le dije:
- A mí me gusta el café, no tomo té, ¿pregúntale a ella qué prefiere?
Los ojos de Julián se abrieron como platos, se giró a mirar a Alicia y
compungido agachó la cabeza.
- Por favor vete - le ordené - vete. No me has dejado ni siquiera un
recuerdo digno de nuestra relación.
Se marchó hacia la puerta, antes de irse, volvió a echar un último vistazo
al salón donde continuábamos Alicia y yo. Cerró la puerta fuerte al salir. Tras
él se fueron todos los recuerdos bonitos de nuestra relación.
Mi hermana se levantó del sofá para irse. Pero no era el momento,
teníamos una conversación pendiente.
- ¿Por qué? - le dije.
- No es momento Lucía.
- Si te vas por esa puerta sin contestar a mis preguntas entenderé que te
importo nada, es lo que hasta la fecha me has demostrado.
- Me dijo que era tu amigo, cuando supe que era tu novio, que tú lo
considerabas tu novio corté toda comunicación con él.
- Y dejaste que siguiera con él...
- Decías sentirte enamorada, ¿qué querías que hiciera?
- No dejar que me enamorará de una persona como él.
- Fue un error, fue un error.
- ¿Lo sabe Jaime?
- No, fue antes de que yo conociera a Jaime.
- Jaime merece saber lo que has hecho.
- ¿Qué?
Vi el miedo en su cara.
- ¿Por qué Jaime tiene que saber lo que he hecho? - me preguntó
temblorosa.
- Para saber con el tipo de persona con el que se casa.
- Y ¿según tú que tipo de persona soy?
Guardé silencio.
- No soy tan perfecta como tu Lucía, soy de carne y hueso. No soy Santa
Lucía que enseguida ayuda al resto a cualquier precio, no soy así. Soy normal
y cometo errores, muchos, muchos más de los que quisiera...
Me miró con furia, con valentía y continuó.
- De muchos me arrepiento, de otros no... Pero sabes una cosa, ¿tú que has
hecho? ¿Qué te hace creerte mejor que yo? No has hecho nada nunca... por
miedo a equivocarte... ¿Cuáles son tus errores Lucía?
Guardé silencio de nuevo.
- Siento haberte hecho daño, lo siento muchísimo... Eres mi hermana por
encima de cualquier cosa. Pensé que eras feliz con él, pensé que era lo que
querías... Preferí guardar silencio que hacerte más daño.
Mientras decía eso abría la puerta para marcharse. Se giró y con la mirada
desafiante continuó:
- Habla con Jaime si quieres, díselo tú y que él decida. Si así te sientes
mejor... Lo que hice no me convierte ni en mejor ni en peor persona. Me
equivoqué, pensé que Julián era otra persona, que te merecía y tú lo querías...
Lo siento, siento si mi silencio te ha hecho daño. Errar es de humanos Lucía,
y tú parece que no lo haces, y no dejas que los demás lo hagamos. Quizás
Julián solo necesitaba sentirse un poco más humano.
No sé de dónde saqué el valor, pero estaba cansada de que la gente me
usara como un saco de boxeo sobre el que descargar su furia, estaba cansada
de ser siempre la que perdía, la segundona y respondí
- No Alicia, no me corresponde a mí decirle a tu novio, te corresponde a
ti. Tú decides el tipo de relación que quieres tener con Jaime si es una basada
en la confianza u otra. Tú vas a decidir, no como yo, que ninguno de los dos
me dio la oportunidad de elegir qué quería.
Me miró con asombro y continué diciéndole:
- Por una vez en tu vida no pienses solo en ti. Y, por favor, cierra la puerta
al salir.
Así lo hizo.
Cuando se marchó me derrumbé de nuevo, caí al suelo y echa un ovillo
comencé a llorar todas las lágrimas que había contenido durante la
conversación.
Cada una de las frases que habían dicho me golpeaba la cabeza, taladraba
mis sienes, me rompían en mil pedazos. Recordé las miradas de Julián hacia
Alicia durante todos estos años, recordé como ella lo esquivaba, y en cada
recuerdo una pieza más encajaba y desmontaba por completo mi relación con
Julián. Me sentía tan perdida, tan insignificante, tan poca cosa. Como pude
me levanté, cogí mis llaves y salí del apartamento. Necesitaba salir de ahí,
como si al huir de mi casa también huyera de las palabras dichas. Pero no era
así. Seguían resonando en mi cabeza, cada vez más fuertes, deambule un rato
por las calles, sin rumbo, sin saber dónde ir, hasta que mis pies me llevaron
hasta el lugar en el que últimamente me había sentido feliz.
Blanco profundo
- Espera a ver si lo entiendo - me dijo María - ¿has estado durante todo este
tiempo hablando con él por chat?
Asentí y volví a beber un poco de vino, necesitaba fuerzas, pero a este
ritmo como siguiera así alguien me tendría que llevar a casa.
- ¿Y no has comentado nada? - me preguntó Ana.
- Hombre, algo si os he dicho, pero no la frecuencia, ni de que
hablábamos... Las conversaciones eran muy personales.
- ¿Cómo puedes decir que eran personales si ni siquiera sabes quién es? -
me dijo Ana algo alterada.
Bajé la mirada avergonzada, a mi copa, y bebí un sorbo. No quería ser
descortés con Ana, no quería gritarle que aunque no tuviera nombre y
apellidos, conocía a @ristoteles muy bien.
- Hombre Ana, no te pongas así - le respondió María - algo sabrá de él.
Asentí y miré con sorpresa a María, ella siempre me había dicho que
tuviera cuidado con @ristoteles.
- ¿Y? - me preguntaron las dos
- ¿Y? - les respondí
- Dinos - volvieron a decir a unísono.
- No voy a decir nada - les conteste muy seria -, son cosas íntimas de él.
- Vamos mujer - me dijo María -, que yo te he contado hasta el color de
calzoncillos que se compra Carlos
- Me contó cosas de su vida... Cosas que le preocupan - le respondí -, pero
no me ha dicho nunca el color de sus calzoncillos, si lo supiera te lo diría.
De pronto escuchamos una gran carcajada. Provenía de Pablo que había
estado atento a nuestra conversación sin mediar palabra.
- ¿Y tú de que te ríes? - le preguntó María
- Estáis sometiendo a Lucía a un tercer grado sin dejar que se explique -
afirmó Pablo - y además ¿para qué quieres saber el color de calzoncillos de
una persona?
- El color de los calzoncillos, hermanito te dice mucho de un hombre -
contestó María-. Sabes si es sexy, limpio, ordenado, independiente, con
clase... Hermanito - prosiguió mirando a Pablo -, he visto los tuyos y he de
decir que eres muy muy caliente.
Sin más le soltó una cachetada en el culo. Bebí otro sorbito de vino para
ocultar la sonrisa de mi rostro y las palabras muy muy caliente resonaban en
mi mente, si levantaba los ojos y tropezaba con su mirada iba a enrojecer.
- No nos desviemos del tema - dijo Ana con firmeza -. Está bien que no
quieras contarnos cosas de él, pero ¿y tuyas? ¿Qué te ha pasado Lucía en este
tiempo?
- Es todo muy confuso - dije finalmente - no sé qué ha pasado.
Con esa respuesta fui sincera con ellas y conmigo misma.
- A ver - dijo María sujetando mis manos entre las suyas -, dinos cómo te
has sentido y quizás podamos ayudarte.
Miré mi copa, regresé de nuevo la vista a ellos, vi miles de preguntas en
sus ojos, bebí un poco más de vino buscando sinceridad o apoyo, respiré
hondo, llené de aire mis pulmones y hablé, conté todo lo que había pasado
estos meses, lo que había sentido y cómo me encontraba ahora mismo. Frente
a mi tenía a tres personas que esperaban con ansiedad mi relato. Y
mirándolos a los ojos comencé mi historia con @aristoteles.
- ¡Qué me hablara, para mí fue algo increíble! A mí, a Lucía, a una
persona cualquiera... Fue como si un sueño se hiciera realidad, sobre todo,
después de seguirlo durante tanto tiempo... ¿Sabes la sensación esa de que
todo lo puedes lograr?... Así fue la primera vez que me habló... Pensé que
hablaríamos de política, de actualidad, de literatura... Pero no fue así, me
habló de él y de mí.
Guardé silencio. Esperaba preguntas por parte de ellos, pero no hubo
ninguna, sentí sus ojos puestos sobre mí, queriendo saber más.
- ¿Sabéis lo fácil que es hablar con alguien que no conoces y mostrarte
cómo eres realmente?... Es tan sencillo. A veces vosotras esperáis que haga
tal o cual cosa, mi madre, mi Yaya, y yo.... Yo solamente quiero... Quiero
saber quién soy... Como vosotras...Como ellas. Y hablando con él, he
descubierto cosas de mí, que ni imaginaba...
Seguían allí, frente a mí, sin decir nada y esperando, esperando que
continuara desnudando mi alma frente a ellos.
- Cuando Julián terminó conmigo sentí que había fracasado... Me sentí el
mayor fracaso de todos - miré a Ana, vi como asentía con la cabeza y sus ojos
se cubrían de lágrimas - Víctor en cierta forma me rescató, me hizo sentirme
deseada. Cuando fracasas en una relación que alguien te desee es hermoso y
peligroso - me sonrojé al recordar el sexo con Víctor - Es hermoso porque te
hace volver a creer en ti pero es peligroso porque te puedes aferrar a esa
persona para que te salve. Víctor no tenía que salvar a nadie... Nadie tenía
que salvarme... Solo yo... Solo yo tenía que salvarme... Yo tenía que creer en
mí... Eso lo aprendí por él, por @ritoteles
- Es hermoso - me dijo María y se acercó a mí para envolverme en sus
brazos -, eres hermosa ¿lo sabes?
Asentí, ahora lo sabía. Había tardado en aceptarlo, pero ahora lo sabía.
- ¿Y después de tanta charla sigues sin saber quién es? - preguntó Ana.
- Nunca me ha dicho quién es - le respondí - ¿Os podéis creer que hubo un
momento en el que pensé que era Víctor?
- ¿Víctor? - preguntó Pablo con sorpresa.
Asentí.
- ¿Y quieres saberlo? - lanzó la pregunta María, pero sabía con certeza que
eran los tres los que querían saber la respuesta.
- No lo sé - fui sincera.
Todos guardamos silencio, un silencio sepulcral que se instaló en la
habitación, un silencio que mostraba que no eran la respuesta que querían
escuchar.
- Después de saber que había publicado el libro he de confesar que me
enfadé - proseguí - Después de compartir tantos secretos desaparece y no me
dice nada del libro, nada... Me planteé todas nuestras conversaciones...
- ¿No has hablado con él del libro? - era de nuevo Ana la que me
interrogaba.
Negué con la cabeza.
- Nada - dije -. De hecho hace un tiempo que no sé nada de él.
- Quizás lo del libro no pudiera decirlo - se aventuró Pablo -, en mi
editorial se firman acuerdos de confidencialidad para evitar que puedan salir
a la luz noticias que la editorial no quiere.
Lo miré con asombro, en esa opción no había pensado.
- Es cierto lo que dice mi hermano - continuó María -, deberías de hablar
con él antes de precipitarte.
Ahora era yo la que callaba, la que tenía que pensar en lo que ellos me
habían dicho.
- ¿Que sientes por él Lucía? - me preguntó Pablo sin apartar la vista de mí.
No pude contestar, un pequeño nudo se instaló en mí garganta sin dejar
pasar una palabra.
- ¿Estas enamorada? – insistió.
- No lo sé - respondí casi como un susurro, apenas audible.
Pablo no dejaba de mirarme, con tal intensidad que parecía querer
atravesar mi alma, pero por más que insistiera yo no sabía lo que sentía.
Seguí callada, sin decir nada, con un silencio ensordecedor instalado en toda
la sala. Agaché la mirada hacia mi copa de vino, ya casi vacía, pero pese a
ello seguía sintiendo los ojos de todos ellos sobre mí.
- Cariño- fuero las palabras de Ana que rompieron el silencio -, debes
aclararte, debes aclarar lo que sientes y, sobre todo, tener mucho cuidado, no
sabes quién es.
- No sé cómo se llama Ana - dije con firmeza alzando la vista - pero si sé
quién es, sé cómo es.
- ¿Y si es todo mentira pequeña? - me volvió a decir - Tú lo has dicho, no
te ha contado lo del libro, no lo sabes todo, y si es un personaje que se ha
querido reír de ti, de tu inocencia.
La miré con rabia, él no era así, nuestras conversaciones no habían sido
mentira, no, él podía haberme ocultado lo del libro, pero todo, en todo lo
demás fue sincero.
- Yo - comencé a balbucear - yo... creo que te equivocas.
- Creo que vamos a tener la oportunidad de comprobarlo - dijo María muy
entusiasmada.
La miramos todo con asombro, y vimos como no despegaba ojo de su
pantalla de móvil.
- Mirad - comentó girando su móvil para que todos pudiéramos verlo.
La editorial que publicaba el libro de @ristoteles había sacado un
concurso donde invitaba a participar a todo el mundo bajo la pregunta ¿Quién
es @ristoteles? El ganador podría entrevistarlo personalmente.
- ¿Te atreves? - me dijo María.
- Si tanto lo conoces - soltó Ana -, es tu oportunidad de ganar así sabrás si
todo ha sido una falsa o es real.
Tras la cena con ellos, cuando llegué a casa tenía mucho en lo que pensar.
Cogí el libro que me había dado María y volví a leer la dedicatoria.
Sólo quien ama vuela y tú me has enseñado a volar. Por ti y para ti Lucía.
Gracias
Entré a mi perfil de Facebook y cambié mi estado: Alzando el
vuelo. Había tomado una decisión. Había llegado el momento de conocerlo.
Encendí mi tablet y comencé a escribir, me esperaba una noche muy larga si
quería ganar ese concurso.
¿Quién es @ristoteles? @ristoteles es...
Quién es @ristóteles
Gracias a ti, lector, por dedicar tiempo en leer esta historia. Espero que
nuestros caminos vuelvan a encontrarse.
Si te ha gustado la historia no olvides en dejar un comentario, es
importante para mí, para seguir creciendo y continuando con este camino que
acabo de empezar.
Si quieres saber más sobre mí puedes seguir mi perfil en Instagram:
@joanknotty
¡Gracias!
[i]
Blade Runner (1982) Dirección: Ridly Scott Producción: Warner Bros. Ladd Company.
Shaw Brothers.
[ii]
Canción: Saudade de Você de Felipe Cordeiro. Fecha de Lanzamiento 2013
[iii]
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 31-13, 13
[iv]
Hugo, Víctor, (2002) Antología Poética, SA Bosch
[v]
Canción: Algo Contigo de Chico Novarro. 1976