Martín Rivas

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 387

Acerca de este libro

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido
escanearlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo.
Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de
dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es
posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embargo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras
puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir.
Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como
testimonio del largo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted.

Normas de uso

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas.
Asimismo, le pedimos que:

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares;
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales.
+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos
propósitos y seguro que podremos ayudarle.
+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine.
+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La legislación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de
autor puede ser muy grave.

Acerca de la Búsqueda de libros de Google

El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página http://books.google.com
UC-NRLF

B 3 326 847
LIBRAR
UNIVERS CAYLIFOR
ITY OF NIA

DAVIS
MARTIN RIVAS

RE
CR
DAD EA
TI
IE VA
OC

BIBLIOTECA
UNION Y LEALTH

DE 1237

TOM. I.
1
}
ALBERTO BLEST - GANA

MARTIN RIVAS

NOVELA DE COSTUMBRES POLITICO-SOCIALES

Nueva edicion

ΤΟΜΟ Ι

LIBRERÍA DE CH . BOURET

PARIS MÉXICO

23 , calle Visconti, 23 14 , Cinco de Mayo, 14

1884
Propiedad del editor .

LIBRARY
UNIVERSITY OF CALIFORNIA
DAVIS .
AL SEÑOR DON MANUEL ANTONIO MATTA.

Mi querido Manuel :

Por mas de un título te corresponde la dedica-


toria de esta novela : ella ha visto la luz pública
en las columnas de un periódico fundado por tus
esfuerzos i dirijido por tu decision i constancia a
la propagacion i defensa de los principios libera-
les ; su protagonista ofrece el tipo, digno de imi-
tarse, de los que consagran un culto inalterable
a las nobles virtudes del corazon ; i finalmente ,
mi amistad quiere aprovechar esta ocasion de
darte un testimonio de que , al cariño nacido en
la infancia, se une ahora el profundo aprecio que
inspiran la hidalguía i el patrotismo , puestos al
servicio de una buena causa con entero desinte-
res .
Recibe, pues , esta dedicatoria , como una pren-
da de la amistad sincera i del aprecio distinguido
que te profesa tu afectísimo .

ALBERTO BLEST- GANA.


MARTIN RIVAS

A principios del mes de julio de 1850 , atrave-


saba la puerta de calle de una hermosa casa de
Santiago , un jóven de veinte i dos a veinte i tres
años .
Su traje i sus maneras estaban mui distantes
de asemejarse a las maneras i al traje de nues-
tros elegantes de la capital . Todo en aquel jóven
revelaba al provinciano que viene por primera
8

vez a Santiago . Sus pantalones negros , emboti-


nados por medio de anchas trabillas de becerro ,
a la usanza de los años de 1842 i 43 ; su levita
de mangas cortas i angostas ; su chaleco de raso
negro con largos picos abiertos , formando un
ángulo agudo , cuya bisectriz era la línea que
marca la tapa del pantalon ; su sombrero de es-
traña forma i sus botines , abrochados so-
bre los tobillos por medio de cordones negros ,
componian un traje que recordaba antiguas mo-
das , que solo los provincianos hacen ver de tiem-
po en tiempo por las calles de la capital .
El modo como aquel jóven se acercó a un cria-
do que se balanceaba mirándole , apoyado en el
umbral de una puerta que daba al primer patio,
manifestaba tambien la timidez del que penetra
en un lugar desconocido i recela de la acojida que
le espera.
Cuando el provinciano se halló bastante cerca
del criado , que continuaba observándole , se detu-
vo e hizo un saludo , al que el otro contestó con
aire protector , inspirado tal vez por la triste ca-
tadura del jóven .
¿ Será esta la casa del señor don Dámaso
Encina? preguntó éste , con voz en la que parecia
reprimirse apénas el disgusto que aquel saludo
insolente pareció causarle .
Aquí es, contestó el criado .
9

-¿Podria Ud . decirle que un caballero desea


hablar con él ?

A la palabra caballero , el criado pareció re-


chazar una sonrisa burlona que se dibujaba en
sus lábios .
-¿I Ι cómo se llama Ud? preguntó con voz
seca .
-Martin Rivas , contestó el provinciano , tra-
tando de dominar su impaciencia, que no dejó
por esto de reflejarse en sus ojos .
Espérese , pues , díjole el criado ; i entró con
paso lento a las habitaciones del interior.
Daban en ese instante las doce del dia.
Nosotros aprovecharemos la ausencia del cria-
do para dar a conocer mas ámpliamente al que
acababa de decir llamarse Martin Rivas.
Era un jóven de regular estatura i bien pro-
porcionadas formas . Sus ojos negros , sin ser gran-
des , llamaban la atencion por el aire de melan-
colía que comunicaban a su rostro . Eran dos
ojos de mirar apagado i pensativo , sombreados
por grandes ojeras que guardaban armonía con
la palidez de las mejillas . Un pequeño bigote ne-
gro, que cubria el labio superior i la línea un
poco saliente del inferior , le daban el aspecto de
la resolucion , aspecto que contribuia a aumentar
lo erguido de la cabeza , cubierta por una abun-
dante cabellera color castaño , a juzgar por lo
1.
10

que se dejaba ver bajo el ala del sombrero . El


conjunto de su persona tenia cierto aire de dis-
tincion que contrastaba con la pobreza del traje ,
i hacia ver que aquel jóven estando vestido con
elegancia , podia pasar por un buen mozo , a los
ojos de los que no hacen consistir únicamente la
belleza física en lo rosado de la tez i en la regu-
laridad perfecta de las facciones .
Martin se habia quedado en el mismo lugar en
que se detuvo para hablar con el criado , i dejó
pasar dos minutos sin moverse , contemplando las
paredes del patio pintadas al óleo i las ventanas
que ostentaban sus molduras doradas al traves
de las vidrieras . Mas , luego pareció impacientar-
se con la tardanza del que esperaba , i sus ojos
vagaron de un lugar a otro sin fijarse en nada .
Por fin, se abrió una puerta i apareció el mis-
mo criado con quien Martin acababa de hablar .
Que pase para adentro , dijo al jóven .
Martin siguió al criado hasta una puerta en la
que este se detuvo.
- Aquí está el patron , dijo , señalándole la
puerta .
El jóven pasó el umbral i se encontró con un
hombre que, por su apecto , parecia hallarse ,
segun la significativa espresion francesa , entre
dos edades . Es decir que rayaba en la vejez sin
haber entrado aun a ella. Su traje negro , sus
11 Weniging

cuellos bien almidonados , el lustre de sus botas


de becerro, indicaban el hombre metódico , que
somete su persona, como su vida, a reglas inva-
riables . Su semblante nada revelaba : no habia
en él ninguno de esos rasgos característicos , tan
prominentes en ciertas fisonomías , por los cuales
un observador adivina en gran parte el carácter
de algunos individuos . Perfectamente afeitado į
peinado, el rostro i el pelo de aquel hombre ma-
nifestaban que el aseo era una de sus reglas de
conducta.
Al ver a Martin, se quitó una gorra con que
se hallaba cubierto i se adelantó con una de esas
miradas que equivalen a una pregunta . El jóven
la interpretó así , e hizo un lijero saludo diciendo ;
¿ El señor don Encina ?
- Yo, señor, un servidor de Ud . , contestó el

preguntado .
Martin sacó del bolsillo de la levita una carta
que puso en manos de don Dámaso con esta
palabras :
Tenga Ud . la bondad de leer esta carta.
- - Ah, es Ud . Martin , esclamó el señor En-

cina , al leer la firma, despues de haber roto el


sello sin apresurarse .
- I su padre de Ud .; cómo está ?
Ha muerto , contestó Martin con tristeza.
-¡ Muerto ! repitió con asombro el caballero.
12 --

Luego como preocupado de una idea repentina


añadió :
---- Siéntese, Martin ; dispenseme que no le

haya ofrecido asiento , ¿ i esta carta …………..?


Tenga Ud. la bondad de leerla , contestó Mar-
tin .
Don Dámaso se acercó a una mesa de escri-
torio , puso sobre ella la carta, tomó unos an-
teojos que limpió cuidadosamente con su pa-
ñuelo i colocó sobre sus narices . Al sentarse di-
rijió la vista sobre el jóven ..
-No puedo leer sin anteojos , le dijo a ma-
nera de satisfaccion por el tiempo que habia em-
pleado en prepararse .
Luego principió la lectura de la carta que
decia lo siguiente :

<< Mi estimado i respetado señor .

Me siento gravemente enfermo i deseo , antes


que Dios me llame a su divino tribunal, recomen-
darle a mi hijo , que en breve será el único apoyo
de mi desgraciada familia . Tengo mui cortos re-
cursos , i he hecho mis últimas disposiciones ,
para que despues de mi muerte puedan mi mujer
i mis hijos aprovecharlas lo mejor posible . Con
los intereses de mi pequeño caudal tendrá mi
familia que subsistir pobremente para poder dar
a Martin lo necesario hasta que concluya en
- 13 -

Santiago sus estudios de abogado . Segun mis


cálculos , solo podrá recibir veinte pesos al mes ,
i como le seria imposible con tan módica suma
satisfacer sus estrictas necesidades , me he
acordado de Ud . i atrevido a pedirle el servicio
de que le hospede en su casa hasta que pueda
por sí solo ganar su subsistencia . Este mucha-
cho es mi única esperanza, i su Ud . le hace la
gracia que para él humildemente solicito , tendrá
Ud . las bendiciones de su santa madre en la
tierra i las mias en el cielo , si Dios me concede
su eterna gloria despues de mi muerte .
Mande a su seguro servidor que sus plantas
besa .
José Rivas. »

Don Dámaso se quitó los anteojos con el mismo


cuidado que habia empleado para ponérselos , i
los colocó en el mismo lugar que antes ocu-
paban.
- ¿ Ud. sabe lo que su padre me pide en esta
carta ? preguntó , levantándose de su asiento .
- Sí, señor, contestó Martin .

¿ I cómo se ha venido Ud . de Copiapó ?


-Sobre la cubierta del vapor , contestó el
jóven como con orgullo .
-
Amigo , dijo el señor Encina , su padre era
un buen hombre i le debo algunos servicios que
14

me alegraré de pagarle en su hijo . Tengo en los


altos dos piezas desocupadas i están a la dispo-
sicion de Ud . ¿ Trae Ud . equipaje ?
- Sí , señor.
- ¿ Dónde está ?
En la posada de Santo Domingo .
El criado irá a traerlo : Ud . le dará las
señas .
Martin se levantó de su asiento i don Dámaso
llamó al criado .
Anda con este caballero i traerás lo que él te
dé , le dijo .
Señor, dijó Martin , no hallo como dar a
Ud. las gracias por su bondad .
- Bueno , Martin, bueno , contestó don Dá-
maso , está Ud. en su casa . Traiga Ud . su equi-
paje i arréglese allá arriba . Yo cómo a las cinco :
véngase un poquito ántes para presentarle a la
señora.
Martin dijo algunas palabras de agradeci-
miento i se retiró .
Juana, Juana, gritó don Dámaso , tratando de
hacer pasar su voz a una pieza vecina : que me
traigan los periódicos .
15 - 1

II

La casa en donde hemos visto presentarse a


Martin Rivas estaba habitada por una familia
compuesta de don Dámoso Encina, su mujer ,
una hija de diez i nueve años , un hijo de veinti-
tres, i tres hijos menores , que por entónces re-
cibian su educacion en el colejio de los padres
franceses .
Don Dámaso se habia casado a los veinticua-
tro años con doña Engracia-Nuñez , mas bien
por especulacion que por amor. Doña Engracia,
en ese tiempo , carecia de belleza ; pero poseia
una herencia de treinta mil pesos , que inflamó la
pasion del jóven Encina hasta el punto de hacerle
solicitar su mano . Don Dámaso era dependiente
de una casa de comercio en Valparaiso i no te-
nia mas bienes de fortuna que su escaso sueldo .
Al dia siguiente de su matrimonio podia jirar con
-- 16

treinta mil pesos . Su ambicion desde ese mo-


mento no tuvo límites . Enviado por asuntos de
la casa en que servia, don Dámaso llegó a Co-
piapó un mes despues de casarse . Su buena
suerte quiso que , al cobrar un documento de
mui poco valor que su patron le habia endosado ,
Encina se encontrase con un hombre de bien
que le dijo lo siguiente :
Ud . puede ejecutarme : no tengo con qué
pagar . Mas si en lugar de cobrarme quiere Ud .
arriesgar algunos medios , le firmaré a Ud . un
documento por valor doble que el de esa letra i
cederé a Ud . la mitad de una mina que poseo i
que estoi seguro hará un gran alcance en un mes
de trabajo .
Don Dámaso era hombre de reposo i se volvió
a su casa sin haber dado ninguna respuesta en
pró ni en contra. Consultóse con varias perso-
nas , i todas ellas le dijeron que don José Rivas ,
su deudo , era un loco que habia perdido toda su
fortuna persiguiendo una veta imajinaria .
Encina pesó los informes i las palabras de
Rivas, cuya buena fé habia dejado en su ánimo
una impresion favorable .
Verémos la mina , le dijo al dia siguiente .
Pusiéronse en marcha i llegaron al lugar a
donde se dirijian , conversando de minas . Don
Dámaso Encina veia flotar ante sus ojos , durante
17 w

aquella conversacion , las vetas , los mantos , los


farellones , los panizos , como otros tantos depósi-
tos de inagotable riqueza , sin comprender la di-
ferencia que existe en el significado de aquellas
voces. Don José Rivas tenia toda la elocuencia
del minero a quien acompaña la fé despues de
haber perdido su caudal , i a su voz veia Encina
brillar la plata hasta en las piedras del camino .
Mas , a pesar de esta preocupacion , tuvo don
Dámaso suficiente tiempo de arreglar en su ima-
jinacion la propuesta que debia hacer a Rivas en
caso que la mina le agradase . Despues de exami-
narla, i dejándose llevar de su inspiracion , Encina
comenzó su ataque .
- Yo no entiendo nada de esto , dijo ; pero no
me desagradan las minas en jeneral . Cédame Ud .
doce barras i obtengo de mi patron nuevos plazos
para su deuda i quita de algunos intereses . Tra-
bajarémos la mina a medias i harémos un contra-
tito en el cual Ud . se obligue a pagarme el uno i
medio por los capitales que yo invierta en la es-
plotacion i a preferirme por el tanto cuando Ud .
quiera vender su parte o algunas barras .
Don José se hallaba amenazado de ir a la cár-
cel , dejando en el mas completo abandono a su
mujer i a su hijo Martin , de un año de edad .
Antes de aceptar aquella propuesta , hizo sin em-
bargo algunas objeciones inútiles , porque Encina
18 -

se mantuvo en los términos de su proposicion , i


fué preciso firmar el contrato bajo las bases que
éste habia propuesto .
Desde entónces don Dámaso se estableció en
Copiapó como ajente de la casa de comercio de
Valparaiso en la que habia servido , i administró
por su cuenta algunos otros negocios que aumen-
taron su capital . Durante un año, la mina costeó
sus gastos i don Dámaso compró poco a poco a
Rivas toda su parte , quedando éste en calidad de
administrador . Seis meses despues de comprada
la última barra, sobrevino un gran alcance , i
pocos años mas tarde , don Dámaso Encina com-
praba un valioso fundo de campo cerca de San-
tiago i la casa en que le hemos visto recibir al
hijo del hombre a quien debia su riqueza.
Gracias a ésta, la familia de don Dámaso era
considerada como una de las mas aristocráticas
de Santiago . Entre nosotros el dinero ha hecho
desaparecer mas preocupaciones de familia que
en las viejas sociedades europeas . En éstas hai
lo que llaman aristocrácia de dinero , que jamas
alcanza con su poder i su fausto a hacer olvidar
enteramente la oscuridad de la cuna , al paso que
en Chile vemos que todo va cediendo su puesto a
la riqueza, la que ha hecho palidecer con su brillo
el orgulloso desden con que antes eran tratados
los advenedizos sociales . Dudamos mucho que
- 19 .-

éste sea un paso dado hácia la democrácia , porque


los que cifran su vanidad en los favores ciegos de
la fortuna, afectan ordinariamente una insolencia,
con la que creen ocultar su nulidad , que les hace
mirar con menosprecio a los que no pueden , como
ellos , comprar la consideracion con el lujo o con
la fama de sus caudales .
La familia de don Dámaso Encina era noble en
Santiago por derecho pecuniario , i como tal , go-
zaba de los miramientos sociales por la causa que
acabamos de apuntar . Se distinguia por el gusto
hácia el lujo , que por entonces principiaba a apo-
derarse de nuestra sociedad , i aumentaba su pres-
tijio con la solidez del crédito de don Dámaso,
que tenia por principal negocio el de la usura en
grande escala, tan comun entre los capitalistas
chilenos .
Magnífico cuadro formaba aquel lujo a la be-
lleza de Leonor , la hija predilecta de don Dámaso
i de doña Engracia . Cualquiera que hubiese visto
a aquella niña de diez i nueve años en una pobre
habitacion , habria acusado de caprichosa a la
suerte por no haber dado a tanta hermosura un
marco correspondiente . Así es que al verla recli-
nada sobre un magnífico sofá forrado en brocatel
celeste , al mirar reproducida su imájen en un
lindo espejo al estilo de la edad media , i al obser-
var su pié , de una pequeñez admirable , rozarse
- 20 -

descuidado sobre una alfombra finísima , el mismo


observador habría admirado la prodigalidad de la
naturaleza en tan feliz acuerdo con los favores
del destino . Leonor resplandecia rodeada de ese
lujo como un brillante entre el oro i pedrerías de
un rico aderezo . El color un poco moreno de su
cútis i la fuerza de espresion de sus grandes ojos
verdes , guarnecidos de largas pestañas , los lábios
húmedos i rosados , la frente pequeña, limitada
por abundantes i bien plantados cabellos negros ,
las arqueadas cejas i los dientes para los cuales
parecia hecha a propósito la comparacion tan
usada con las perlas ; todas sus facciones , en fin ,
con el óvalo delicado del rostro , formaban en su
conjunto una belleza ideal de las que hacen bullir
la imajinacion de los jóvenes i revivir el cuadro
de pasadas dichas en la de los viejos .
Don Dámaso i doña Engracia tenian por Leo-
nor la predileccion de casi todos los padres por
el mas hermoso de sus hijos . I ella , mimada desde
temprano, se habia acostumbrado a mirar sus
perfecciones como una arma de absoluto dominio
entre los que la rodeaban , llevando su orgullo
hasta oponer sus caprichos al carácter i autoridad
de su madre .
Doña Engracia, con efecto, nacida voluntariosa
i dominante, enorgullecida en su matrimonio por
los treinta mil pesos , origen de la riqueza de que
- 21 ―

ahora disfrutaba la familia , se habia visto poco a


poco caer bajo el ascendiente de su hija , hasta el
punto de mirar con indiferencia al resto de su
familia i no salvar incólume de aquella silenciosa
i prolongada lucha doméstica, mas que su amor
a los perritos falderos i su aversion hácia todo
abrigo , hija de su temperamento sanguíneo .
En la época en que principia esta historia , la
familia Encina acababa de celebrar con un magní-
fico baile la llegada de Europa del jóven Agustin ,
que habia traido del viejo mundo gran acopio de
ropa i alhajas , en cambio de los conocimientos
que no se habia cuidado de adquirir en su viaje .
Su pelo rizado , la gracia de su persona i su per-
fecta elegancia, hacian olvidar lo vacío de su
cabeza i los treinta mil pesos invertidos en hacer
pasear la persona del jóven Agustin por los enlo-
sados de las principales ciudades europeas .
Ademas de este jóven i de Leonor , don Dámaso
tenia otros hijos , de cuya descripcion nos abs-
tendrémos por su poca importancia en esta his-
toria.
La llegada de Agustin i algunos buenos nego-
cios , habian predispuesto el ánimo de don Dá-
maso hacia la benevolencia con que le hemos
visto acojer a Martin Rivas i hospedarle en su
casa. Estas circunstancias le habian hecho tam-
bien olvidar su constante preocupacion de la
22 -

hijiene , con la que pretendia conservar su salud ,


i entregarse con entera libertad de espíritu a las
ideas de política que , bajo la forma de un vehe-
mente deseo de ocupar un lugar en el Senado ,
inflamaban el patriotismo de este capitalista .
Por esta razon, habia pedido los periódicos
despues de la benévola acojida que acababa de
hacer al jóven provinciano.
23

III

Martin Rivas habia abandonado la casa de sus


padres en momentos de dolor i de luto para él i
su familia. Con la muerte de su padre , no le que-
daban en la tierra mas personas queridas que
doña Catalina Salazar, su madre , i Matilde , su
única hermana . El i estas dos mujeres habian
velado durante quince dias a la cabecera de don
José moribundo . En aquellos supremos instantes ,
en que el dolor parece estrechar los lazos que
unen a las personas de una misma familia, los
tres habian tenido igual valor i sostenídose mú-
tuamente por una enerjía finjida con la que cada
cual disfrazaba su angustia a los otros dos .
Un dia, don José conoció que su fin se acer-
caba i llamó a su mujer i a sus dos hijos .
Este es mi testamento , les dijo, mostrándoles
el que habia hecho estender el dia anterior, i
24 ―

aquí hai una carta que Martin llevará en persona


a don Dámaso Encina que vive en Santiago .
Luego, tomando una mano a su hijo :
- De tí va ha depender en adelante , le dijo ,
la suerte de tu madre i de tu hermana : vẻ a San-
tiago i estudia con empeño . Dios premiará tu
constancia i tu trabajo .
Ocho dias despues de la muerte de don José ,
la separacion de Martin renovó el dolor de la
familia, en la que el llanto resignado habia suce-
dido a la desesperacion . Martin tomó pasaje en
la cubierta del vapor , i llegó a Valparaíso, ani-
mado del deseo del estudio . Nada de lo que vió
en aquel puerto ni en la capital llamó su atencion .
Solo pensaba en su madre i en su hermana , i le
parecia oir en el aire las últimas i sencillas pala-
bras de supadre . De altivo carácter i concentrada
imajinacion , Martin habia vivido hasta entónces
aislado por su pobreza i separado de su familia ,
en casa de un viejo tio que residia en Coquimbo ,
donde el jóven habia hecho sus estudios mediante
la proteccion de aquel pariente . Los únicos dias
de felicidad eran los que las vacaciones le per-
mitian pasar al lado de su familia . En ese aisla-
miento , todos sus afectos se habian concentrado
en ésta, i al llegar a Santiago juró regresar de
abogado a Copiapó i cambiar la suerte de los que
cifraban en él sus esperanzas .
25

Dios premiará mi constancia i mi trabajo ,


decia, repitiéndose las palabras llenas de fé con
que su padre se habia despedido .
Con tales ideas arreglaba Martin su modesto
equipaje en las piezas de los altos de la hermosa
casa de don Dámaso Encina .
A las cuatro de la tarde de ese mismo dia , el
primojénito de don Dámaso golpeaba a 1 una puerta
de las piezas de Leonor . Eljóven iba vestido con
una levita azul abrochada sobre un pantalon claro
que caia sobre un par de botas de charol , en cuyos
tacos se veian dos espuelitas doradas . En su mano
izquierda tenia una huasca con puño de marfil ,
i en la derecha un enorme cigarro habano con-
sumido a médias.
Golpeó, como dijimos , á la puerta , i oyó la voz
de su hermana que preguntaba :
-- ¿ Quién es ?

¿ Puedo entrar ? preguntó Agustin entre-


abriendo la puerta .
No esperó la contestacion i entró en la pieza
con aire de elegancia suma .
Leonor se peinaba delante de un espejo , i vol-
vió su rostro con una sonrisa hácia su hermano .
-
¡ Ah, esclamó, ya vienes con tu cigarro !
--- No me obligues a botarlo , hermanita, dijo
el elegante es un imperial de à doscientos
pesos el mil.
TOM. I. 2
26

― Podias haberlo concluido ántes de venir a


verme .
Así lo quise hacer , ' i me fuí a conversar
con mamá ; pero ésta me despidió , so pretesto de
que el humo la sofocaba.
- ¿ Has andado a caballo ? preguntó Leonor.

Sí , i en pago de tu complacencia para de-


jarme mi cigarro , te contaré algo que te agra-
dará .
-- ¿ Qué cosa ?
- Anduve con Clemente Valencia.
¿ I qué mas ?
Me habló de tí con entusiasmo .
Leonor hizo con los labios una lijera señal de
desprecio.
Vamos , esclamó Agustin , no seas hipó-
crita. Clemente no te desagrada.
Como muchos otros .
--- Tal vez ; pero hai pocos como él .
--- ¿ Por qué ?
― Porque tiene trescientos mil pesos .
- Sí ; pero no es buen mozo .
- Nadie es feo con capital , hermanita.
Leonor se sonrió ; mas habria sido imposible
decir si fué de la máxima de su hermano o de
satisfaccion por el arte con que habia arreglado
una parte de sus cabellos .
- En estos tiempos , hijita, continuó el ele-
27 -

gante reclinándose en una poltrona , la plata es


la mejor recomendacion .
- O la belleza , replicó Leonor.
-Es decir que te gusta mas Emilio Mendoza
porque es buen mozo : fi , ma belle!
Yo no digo tal cosa.
- Vamos , ábreme
tu corazon, ya sabes que te
adoro.
- Te lo abriria en vano : no amo a nadie .
- Estás intratable . Hablarémos de otra cosa.
¿ Sabes que tenemos un alojado?
- Así he sabido un jovencito de Copiapó ;
¿ qué tal es?
-
Pobrísimo ,dijo Agustin con un jesto de des-
precio.
Quiero decir de figura .
-No le he visto : será algun provinciano rubi-
cundo i tostado por el sol .
En este momento Leonor habia concluido
peinarse, i se volvió hácia su hermano.
-Estás charmante , la dijo Agustin , que aun
que no habia aprendido mui bién el frances en su
viaje a Europa , usaba gran profusion de galicis-
mos i palabras sueltas de aquel idioma para hacer
creer que lo conocia perfectamente .
-
Pero tengo que vestirme , replicó Leonor .
-
Es decir que me despides : bueno , me voi .
Un baiser, ma chérie, añadió acercándose a la
28

niña i besándola en la frente . Luego , al tiempo de


tomar la puerta , volvióse de nuevo hácia Leonor:
-
De modo que desprecias a ese pobre Cle-
mente.
-I¿qué hacerle ? contestó con finjida tristeza
la niña .
Mira, trescientos mil pesos , no te olvides .
Podrias irte a Paris i volver aquí a ser la reina de
la moda . Yo te doi ma parole d'honneur que ha-
rias de Clemente cire et pabile , dijo , queriendo
afrancesar una espresion vulgar con que pinta-
mos al individuo obediente, sobre todo en amores .
Leonor, que conocia el frances mejor que su
hermano , se rió a carcajadas de la fatuidad con
que Agustin habia dicho su disparate al cerrar la
puerta, i se entregó de nuevo a su tocador .
Los dos jóvenes que Agustin habia nombrado ,
se distinguian entre los mas asíduos pretendientes
de la hija de don Dámaso Encina ; pero la voz de
la chismografia social no designaba hasta entonces
cuál de los dos se hubiera conquistado la prefe-
rencia de Leonor.
Como hemos visto , los títulos con que cada uno
de ellos se presentaba en la arena de la galan-
tería , eran diversos .
Clemente Valencia era un jóven de veintiocho
años , de figura ordinaria, a pesar del lujo que
ostentaba en su traje gracias a los trescientos
29

mil pesos que tanto recomendaba Agustin a su


hermana . Por aquel tiempo , es decir en 1850 , los
solteros elegantes no habian adoptado aun la
moda de presentarse en la Alameda en coupés
o calèches como acontece en el dia . Contentá-
banse , los que aspiraban al título de leones , con
un cabriolé mas o menos elegante , que hacian
tirar por postillones a la Daumont en los dias del
Dieziocho i grandes festividades . Clemente
Valencia habia encargado uno a Europa , que le
servia de pedestal para mostrar al vulgo su gran-
deza pecuniaria ; que llamaba la atencion de las
niñas , i despertaba la crítica de los viejos , los
que miran con desprecio todo gasto supérfluo ,
desde algun sofá predilecto , donde forman sus
diarios corrillos en el paseo de las Delicias . Mas ,
Clemente se cuidaba mui poco de aquella críti-
ca i lograba su objeto de llamar la atencion
de las mujeres , que , al contrario de aquellos
respetables varones , rara vez consideran com
inútiles los gastos de ostentacion. - Así es que
el jóven capitalista era recibido en todas. partes
con el acatamiento que se debe a dinero ,
el ídolo del dia. Las madres le ofrecian la
mejor poltrona en sus salones ; las hijas le mos-
traban gustosas el hermoso esmalte de sus dien-
tes , i tenian para él ciertas miradas lánguidas ,
patrimonio de los elejidos ; al paso qué los padres
2.
30 --

le consultaban con deferencia sus negocios i


tomaban su voto en consideracion , como el de
un hombre que en caso necesario puede prestar
su fianza para una especulacion importante .
Emilio Mendoza, el segundo galan nombrado por
Agustin Encina en la conversacion que precede ,
brillaba por la belleza que faltaba a Clemente i
carecia de lo que a éste servia de pasaporte en
los mas aristocráticos salones de la capital. Era
buen mozo i pobre . Empero, esta pobreza no le
impedia presentarse con elegancia entre los
leones, bien que sus recursos no le permitian el
uso del cabriolé en que su rival paseaba en la
Alameda su satisfecho individuo . Emilio pertene-
cia a una de esas familias que han descubierto
en la política una lucrativa especulacion i , ple-
gándose desde temprano a los gobiernos , habia
gozado siempre de buenos sueldos en varios em-
pleos públicos . En aquella época , ocupaba un
u
esto con tres mil pesos de sueldo , mediante lo
p
cual podia ostentar en su camisa , joyas i borda-
dos de valor que apenas eclipsaba su poderoso
adversario .
Ambos, ademas de su amor por la hija de don
Dámaso , eran impulsados por la misma ambicion .
Clemente Valencia queria aumentar su caudal
con la herencia probable de Leonor ; i Emilio
Mendoza sabia que casándose con ella , ademas
31 -

de la herencia que vendria mas tarde , la protec-


cion de don Dámaso le seria de inmensa utilidad
´en su carrera política .
Entre estos dos jóvenes habia por consiguiente
dos puntos importantes de rivalidad : conquistar
el corazon de la niña i ganarse las simpatías del
padre . Lo primero i lo segundo eran dos graves
escollos que presentaban séria resistencia por la
índole de Leonor i el carácter de don Dámaso .
Este fluctuaba entre el ministerio i la oposicion
a merced de los consejos de los amigos i de los
editoriales de la prensa de ámbos partidos ; i
Leonor , segun la opinion jeneral , tenia tan alta
idea de su belleza , que no encontraba ningun
hombre digno de su corazon ni de su mano .
Mientras que don Dámaso , preocupado del deseo
de ser Senador se inclinaba del lado en que creia
ver el triunfo , su hija daba i quitaba a cada uno
de ellos las esperanzas con que en la noche ante-
rior se habian mecido al dormirse .
Así es que Clemente Valencia, opositor por re-
laciones de familias mas bien que por conviccio-
nes , de las cuales carecia , encontraba a don
Dámaso enteramente convertido a las ideas con-
servadoras , al dia siguiente de haberse despe-
dido , de acuerdo con él sobre las faltas del go-
bierno i la necesidad de atacarlo . Así tambien
hallaba la sonrisa en los lábios de Leonor , cuando
32 -

se acercaba a ella casi persuadido de que Emilio


Mendoza habia triunfado en su corazon .
Igual cosa acontecia a su rival , que trabajaba
para hacer divisar a don Dámaso el sillon de Se-
nador únicamente en la ciega adhesion á la auto-
ridad , i sufria los desdenes de la hija cuando ya
se creía seguro de su amor .
Tales eran los encontrados intereses que se
disputaban la victoria en casa de don Dámaso
Encina
33

IV

Entregado a profunda meditacion se hallaba


Martin Rivas , despues de arreglar su reducido
equipaje en los altos que debia a la hospitalidad
de don Dámaso . Al encontrarse en la capital, de
la que tanto habia oido hablar en Copiapó ; al verse
separado de su familia que divisaba en el luto i la
pobreza ; al pensar en la acaudalada familia en
cuyo seno se veia admitido tan repentinamente ,
disputábanse el paso sus ideas en su imajinacion ,
i tan pronto se oprimia de dolor su pecho con el
recuerdo de las lágrimas de los que habia dejado ,
como palpitaba a la idea de presentarse ante jen-
tes ricas i acostumbradas a las grandezas del lujo ,
con su modesto traje i sus maneras encojidas por el
temor i la pobreza . En ese momento habian des-
aparecido para él hasta las esperanzas que acompa-
ñan a las almas jóvenes en sus contínuas peregri-
34 -

naciones al porvenir . Sabia , por el criado , que la


casa era de las mas lujosas de Santiago ; que en
la familia habia una niña i un jóven , tipos de
gracia i de elegancia ; i pensaba que él , pobre
provinciano, tendria que sentarse al lado de esas
personas acostumbradas al refinamiento de la
riqueza . Esta perspectiva heria el nativo orgullo
de su corazon , i le hacia perder de vista el jura-
mento que hiciera al llegar a Santiago i las pro-
mesas de la esperanza que su voluntad se pro-
ponia realizar .
A las cuatro i media de la tarde , un criado se
presentó ante el jóven i le anunció que su patron
le esperaba en la cuadra.
Martin se miró maquinalmente en un espejo
que habia sobre un lavatorio de caoba, i se en-
contró pálido i feo ; pero ántes que su pueril
desaliento le abatiese el espíritu , su enerjía le
despertó como avergonzado i la voluntad le hablé
el lenguaje de la razon .
Al entrar en la pieza en que se hallaba la fa-
milia, la palidez que le habia entristecido un
momento antes , desapareció bajo el mas vivo
encarnado
Don Dámaso le presentó a su mujeria Leonor ,
que le hicieron un lijero saludo . En ese momento
entró Agustin , a quien su padre presentó tam-
bien al jóven Rivas , que recibió del elegante una
35

pequeña inclinacion de cabeza . Esta fria acojida


bastó para desconcertar al provinciano , que per-
manecia de pié , sin saber cómo colocar sus bra-
zos, ni encontrar una actitud parecida a la de
Agustin, que pasaba sus manos entre su perfu-
mada cabellera. La voz de don Dámaso , que le
ofrecia un asiento, le sacó de la tortura en que se
hallaba, i mirando al suelo , tomó una silla dis-
tante del grupo que formaban doña Engracia,
Leonor i Agustin , que se habia puesto a hablar
de su paseo a caballo i de las excelentes cuali-
dades del animal en que cabalgaba .
Martin envidiaba de todo corazon aquella insí-
pida locuacidad, mezclada con palabras francesas
i vulgares observaciones , dichas con ridícula
afectacion . Admiraba ademas al mismo tiempo ,
la riqueza de los muebles , desconocida para él
hasta entónces ; la profusion de los dorados , la
majestad de las cortinas que pendian delante de
las ventanas , i la variedad de objetos que cubrian
las mesas de arrimo . Su inesperiencia le hizo
considerar cuanto veía como los atributos de la
grandeza i de la superioridad verdaderas , i des-
pertó en su naturaleza entusiasta , esa aspiracion
hácia el lujo , que parece sobre todo el patrimonio
de la juventud.
Al principio , Martin hizo aquellas observa-
ciones levantando los ojos a hurtadillas, pues
36

sin conciencia de la timidez que le dominaba ,


cedia a su poder repentino , sin ocurrírsele com-
batirlo , como acababa de hacer al bajar de su
habitacion.
Don Dámaso , que era hablador , le dirijió la
palabra para informarse de las minas de Copiapó .
Martin vió , al contestar , dirijidos hácia él los ojos
de la señora i sus hijos . I esta circunstancia, léjos
de aumentar su turbacion , pareció infundirle una
seguridad i aplomo repentinos , porque contestó
con acierto i voz entera , fijando con tranquilidad
su vista en las personas que le observaban como
a un objeto curioso .
Mientras hablaba , volvia tambien la serenidad
a su espíritu , gracias a los esfuerzos de su vo-
luntad naturalmente inclinada a luchar con las
dificultades . I pudo , solo entónces , observar a
las personas que le escuchaban.
En el rincon mas oscuro de la pieza , divisó a
doña Engracia , que se colocaba siempre en el
punto menos alumbrado para evitar la sofoca-
cion . Esta señora tenia en sus faldas una perrita
blanca de largo i rizado pelo , por el cual se veía
que acababa de pasar un peine , tal era lo vapo-
roso de sus rizos . La perrita levantaba la cabeza
de cuando en cuando , i fijaba sus luminosos ojos en
Martin con un lijero gruñido , al que contestaba
cada vez doña Engracia diciéndole por lo bajo :

1
37 --

-¡ Diamela ! ¡ Diamela !
I acompañaba esta amonestacion con lijeros
golpes de cariño , parecidos a los que se dán a
un niño regalon despues que ha hecho alguna
gracia.
Pero Martin se fijó mui poco en la señora i en
las señales de descontento de Diamela, i dejó
tambien de admirar las pretensiosas maneras
del elegante para detener con avidez la vista so-
bre Leonor. La belleza de esta niña produjo en su
alma una admiracion indecible . Lo que esperi-
menta un viajero contemplando la catarata del
Niágara, o un artista delante del grandioso cua-
dro de Rafael « La trasfiguracion » dará , bien
esplicado , una idea de las sensaciones súbita i
estrañas que surjieron del alma de Martin en
presencia de la belleza sublime de Leonor . Ella
vestia una bata blanca con el cinturon suelto
como el de las elegantes romanas , sobre un de-
lantal bordado , en cuya parte baja , llena de ca-
lados primorosos , se veía la franja de valen-
ciennes de una riquísima enagua . El corpiño ,
que hacia un pequeño ángulo de descote , dejaba
ver una garganta de puros contornos i hacia sos-
pechar la majestuosa perfeccion de su seno.
Aquel traje , sencillo en apariencia i de gran va-
lor en realidad, parecia realizar una cosa im-
posible ; la de aumentar la hermosura de Leo-
TOM. I. 3
38

nor , sobre la cual fljó Martin con tan distraida


obstinacion la vista , que la niña volvió hácia
otro lado la suya, con una lijera señal de impa-
ciencia .
Un criado se presentó anunciando que la co-
mida estaba en la mesa , cuando Agustin estaba
haciendo una descripcion del Boulevard de
Paris a su madre , al mismo tiempo que don Dȧ-
maso , que en aquel dia se inclinaba a la oposi—
cion, ponia en práctica sus principios republica-
nos , tratando a Martin con familiaridadi aten-
cion .
Agustin ofreció el brazo izquierdo a su madre
tratando de agarrar a Diamela con la mano de-
recha.
-¡ Cuidado , cuidado , niño ! esclamó la se-
ñora al ver la poca reverencia con que su pri-
mojénito trataba a su perra favorita ; vas a las-
timarla .
-No lo crea mamá , contestó el elegante .
Cómo la habia de hacer mal cuando encuentro
esta perrita charmante.
Don Dámaso ofreció su brazo a Leonor , i vol-
viéndose hácia Martin :
Vamos a comer , amigo , le dijo , siguiendo
tras de su esposa i de su hijo .
Aquella palabra, « amigo » con que don Damaso
le convidaba , manifestó a Martin la inmensa
39 -

distancia que habia entre él i la familia de su


huésped . Un nuevo desaliento se apoderó de su
corazon al dirijirse al comedor en tan humilde
figura, cuando veia al elegante Augustin asentar
su charolada bota sobre la alfombra con tan ar-
rogante donaire , i la erguida frente de Leonor
resplandecer con todo el orgullo de la hermo-
sura i de la riqueza .
Mientras tomaban la sopa solo se oyó la voz
de Agustin :
- En los Frères provençaux comia diaria-
mente una sopa de tortuga deliciosa , decia , lim-
piándose el bozo que sombreaba su labio supe-
rior.
---- ¡ Oh, el pan de Paris añadia
! al romper
uno de los llamados franceses entre nosotros , es
un pan divino mirobolante .
¿ I en cuánto tiempo aprendiste el frances ?
le preguntó doña Engracia, dando una cucharada
de sopa a Diamela i mirando con orgullo a Mar-
tin, como para manifestarle la superioridad de
su hijo .
Mas , sea que con este movimiento no pusiera
bien la cuchara en el querido hocico de Diamela ,
sea que la temperatura elevada de la sopa ofen-
diese sus delicados labios , la perra lanzó un
aullido que hizo dar un salto sobre su silla a
doña Engracia ; i su movimiento fué tan rápido ,
40 -

que echó a rodar por el mantel el plato que tenia


por delante i el líquido que contenia.
¡ No ves ! no ves ! ¿ qué es lo que te digo ? Eso
sale por traer perros a la mesa, esclamó don Dȧ-
maso .
- Probrecita de mi alma , decia sin escu-

charle doña Engracia, dando tan fuertes apre-


tones de ternura a Diamela , que ésta aullaba
desesperada.
- Vamos , cállate , polissonne , dijo Agustin a
la perra, que, viéndose un instante libre de los
abrazos de la señora se calló repentinamente .
Doña Engracia alzó los ojos al cielo como ad-
mirando el poder del criador i bajándolos sobre
su marido , díjole con acento de ternura :
- Mira, hijo, ya entiende frances esta mo-
nada !
Oh el perro es un animal lleno de inteli-
jencia, esclamó Agustin ; en Paris los llamaba en
español i me seguian cuando les mostraba un
pedazo de pan .
Un nuevo plato de sopa hizo cesar el descon-
tento de Diamela i dejó restablecerse el órden
en la mesa .
-¿I qué dicen de política en el norte ? pre-
guntó a Martin el dueño de casa .
-- Yo he vivido lejos de las poblaciones , se-

ñor, con la enfermedad de mi padre , contestó el


- 41 -

jóven ; de modo que ignoro el espíritu que allí


reinaba.
- En Paris hai muchos colores políticos , dijo
Agustin los orleanistas , los de la brancha de
los Borbones i los republicanos .
-¿La brancha ? preguntó don Dámaso.
- Es decir , la rama de los Borbones , repuso

Agustin .
- Pero en el norte todos son opositores , dijo

Dámaso , dirijiéndose otra vez a Martin .


- Creo que es lo mas jeneral , respondió , éste .
-
La política gata los espíritus , observó sen-
tenciosamente el primojénito de la familia .
¡ Cómo es eso de gato ! preguntó su padre
con admiracion.
Quiero decir que vicia el espíritu , contestó
el jóven .
- Sin embargo , repuso don Dámaso , todo
ciudadano debe ocuparse de la cosa pública y los
derechos de los pueblos son sagrados .
Don Dámaso, que , como dijimos , era opositor
aquel dia , dijo con gran énfasis esta frase que
acababa de leer en un diario liberal.
Mamá, qué confitura es esa ? preguntó
Agustin , señalando una dulcera , para cortar la
conversacion de política que le fastidiaba .
- I los derechos de los pueblos , continuó di-
ciendo don Dámaso sin atender al descontento
-- 42 -

de su hijo, están consignados en el Evanjelio .


-- Son albaricoques , hijo , decia al mismo.
tiempo doña Engracia, contestando a la pregunta
de Agustin .
-¡Cómo , albaricoques ! esclamó don Dá-
maso, creyendo que su mujer calificaba con esta
palabra los derechos de los pueblos .
- No , hijo ; digo que aquel es dulce de alba-
ricoques , contestó doña Engracia.
- Confiture d'habricots, dijo Agustin , con

el énfasis de un predicador que cita un testo


latino .
Durante este diálogo , Martin dirijia sus mira-
das a Leonor, la que aparentaba la mayor indife-
rencia sin tomar parte en la conversacion de su
familia.
Terminada la comida , todos salieron del come-
dor en el órden en que habian entrado , i en el
salon continuó cada cual con su tema favorito .
Agustin hablaba a su madre del café que to-
maba en Tortoni dispues de comer ; don Dámaso
citaba a Martin , dándolas por suyas , las frases
liberales que habia aprendido por la mañana en
los periódicos , i Leonor hojeaba con distraccion
un libro de grabados ingleses al lado de una
mesa . A las siete , pudo Martin libertarse de los
discursos republicanos de su huésped i retirarse
del salon .
- 43 --

Martin se sentó al lado de una mesa con el


aire de un hombre cansado por una larga marcha.
Las emociones de su llegada a Santiago, de la
presentacion en una familia rica , la impresion
que le habia causado la elegancia de Agustin
Encina, i la belleza sorprendente de Leonor ,
todo , pasando confusamente en su espíritu , como
las incoherentes visiones de un sueño , le habian
rendido de cansancio .
Aquella desdeñosa hermosura , que no se dig-
naba tomar parte en las conversaciones de la
familia, le humillaba con su elegancia i su ri-
queza, Era tan vulgar su intelijencia como la
de sus padres i la de su hermano , i esta la causa
de su silencio ? Martin se hizo esta pregunta
maquinalmente , i como para combatir la augus-
tia que oprimia su pecho al considerar la impo-
44

sibilidad de llamar la atencion de una criatura


como Leonor . Pensando en ella, entrevió por
primera vez el amor , como se divisa a su edad :
un paraíso de felicidad indefinida , ardiente como
la esperanza de la juventud, dorado como los
sueños de la poesía , esta inseparable compañera
del corazon que ama o desea amar.
Un repentino recuerdo de su familia disipó por
un instante sus tristes ideas , i sacó a su corazon
del círculo de fuego en que principiaba a inter-
narse. Tomó su sombrero i bajó a la calle . El
deseo de conocer la poblacion , el movimiento de
esta, le volvieron la tranquilidad . Ademas ,
deseaba comprar algunos libros i preguntó por
una libreria al primero que encontró al paso .
Dirijiéndose por las indicaciones que acababa de
recibir, Martin llegó a la plaza de Armas .
En 1850 , la pila de la plaza no estaba rodeada
de un hermoso jardin como en el dia , ni presen-
taba al transeunte que se detenia a mirarla mas
asiento que su borde de losa , ocupado siempre en
la noche por jente del pueblo . Entre estos se
veian corrillos de oficiales de zapatería que ofre-
cian un par de botines o de botas a todo el que
por allí pasaba a esas horas.
Martin , llevado de la curiosidad de ver la pila ,
se dirijió de la esquina de la calle de las Monji-
tas , en donde se habia detenido a contemplar la
- 45 .

plaza , por el medio de ella . Al llegar a la pila i


cuando fijaba la vista en las dos figuras de már-
mol que la coronan , un hombre se acercó a él
diciéndole :

Un par de botines de charol , patron .


Estas palabras despertaron en su memoria el
recuerdo del lustroso calzado de Agustin i sus
recientes ideas , que le habian hecho salir de la
casa. Pensó que con un par de botines de charol
haria mejor figura en la elegante familia que le
admitia en su seno era jóven , i no se arredró ,
con esta consideracion , ante la escasez de su bol-
sillo . Detúvose mirando al hombre que le aca-
baba de dirijir la palabra , i éste , que ya se reti–
raba, volvió al instante hácia él .
A ver los botines , dijo Martin .
- - Aquí están , patroncito , contestó el hombre ,

mostrándole el calzado , cuyos reflejos acabaron


de acallar los escrúpulos del jóven .
Vea, añadió el vendedor , tendiendo un
pañuelo al borde de la pila , siéntese aquí i se
los prueba.
Rivas se sentó lleno de confianza i se despojó
de su tosco botin , tomando uno de los que el
hombre le presentaba . Mas no fué pequeño su
asombro , cuando al hacer esfuerzos pera entrar
el pié, se vió rodeado de seis individuos , de los
cuales , cada uno le ofrecia un par de calzado ,
3.
· 46

hablándole todos a un tiempo . Martin , mas con-


fuso que el capitan de la ronda, cuando se vé
rodeado de los que encuentra en casa de don
Bartolo, en el Barbero de Sevilla , oía las dis--
tintas voces i forcejeaba en vano por entrar el
botin .
-
- Vea , patron , estos le están mejor , le decia
uno .

Póngase estos , señor, vea qué trabajo : de


lo fino no mas , añadia otro , colocándole un par
de botines bajo las narices.
-
Aquí tiene unos , pa toa la via , le murmu-
raba un tercero al oido .

I los demas hacian el elogio de su mercancía


en parecidos términos , confundiendo al pobre
mozo con tan estraña manera de vender .

El primer par fué desechado por estrecho , el


segundo por ancho i por mui caro el tercero .
Entre tanto , el número de zapateros habia
aumentado considerablemente en derredor del
jóven, que, cansado de la porfiada insistencia de
tanto vendedor reunido , se puso su viejo botin i
se incorporó , diciendo que compraria en otra
ocasion . En el instante vió tornarse en áspero
lenguaje la oficiosidad con que un minuto habia
le acosaban, i oyó al primero de los vendedores
decirle :
47

Si no tiene ganas de comprar , pa qué está


embromando .
I a otro añadir, como por via de apéndice a
lo de este :
- Pal caso , que tal vez ni tiene plata.
I luego a un tercero replicar :
--
I como que tiene traza de futre pobre ,
hombre !
Martin , recien llegado a la capital, ignoraba
la insolencia de sus compatriotas obreros de
esta ciudad . i sintió el despecho apoderarse de
su paciencia .
-Yo a nadie he insultado , dijo dirijiéndose
al grupo, i no permitiré que me insulten tam-
poco .
-I por qué lo insultan , porque le dicen po-
bre noshotros somos pobres tambien , contestó
una voz .
-Entonhes le iremos ques rico , pué ! dijo
otro acercándose al jóven.
-- I si es tan rico por qué no compró pué ,
añadió el primero que habia hablado , acercán-
dosele aun mas que el anterior .
Rivas acabó con esto de perder la paciencia i
empujó con tal fuerza al hombre , que este fué a
caer al pié de sus compañeros .
I dejais que te pegue un futre , le dijo uno .
Levántate hom , no seais falso , dijo otro .
48

El zapatero se levantó con efecto , i arremetió


al jóven con furia . Una riña de pujilato se trabó
entónces entre ambos , con gran alegría de los
otros , que aplaudian i animaban , elojiando con
imparcialidad los golpes que cada cual asestaba
con felicidad a su adversario .
- Báscale fuerte en las narices , decia uno .
Sácale chocolate al futre , agregaba otro .
Pégale fuerte i feo , esclamaba un tercero .
De súbito se oyó una voz que hizo dispersarse
el grupo, como por encanto, i dejar solos a los
combatientes .
---
Alli viene el paco , dijeron , corriendo dos o
tres .
I fueron seguidos por los otros , al mismo
tiempo que un policial tomó a Martin de un brazo
i al zapatero de otro , diciéndoles :
―― Los dos van pa entro cortitos .
Rivas volvió del aturdimiento que aquella riña
le habia causado cuando sintió esta voz i vió el
uniforme del que le detenia .
-Yo no he tenido la culpa de este pleito dijo ,
suélteme Ud .
-
Pa entro, pa entro , ande no mas, con-
testó el policial . I principió a llamar con el pito .
En vano quiso Martin esplicarle el orijen de
lo acaecido : el policial nada oia i siguió llamando
con su pito hasta que se presentó un cabo se-
-- 49

guido de otro soldado . Con estos , su elocuencia


fracasó del mismo modo . El cabo oyó impasible
la relacion que se le hacia i solo contestó con la
frase sacramental del cuerpo de seguridad ur-
bana .
Páselos pa entro .
Ante tan uniforme modo de discutir , Rivas
conoció que era mejor resignarse i se dejó con-
ducir con su adversario hasta el cuartel de po-
licía.
Al llegar, esperó Martin que el oficial de guar-
dia, ante quien fué presentado , hiciera mas ra-
cionaljusticia a su causa; pero éste oyó su relacion
i dió la órden de hacerle entrar hasta la llegada
del Mayor .
- 50 ww
1

VI

A la misma hora en que Martin Rivas era


llevado preso , el salon de don Dámaso Encina
resplandecia de luces que alumbraban a la diaria
concurrencia de tertulianos.
En un sofá conversaba doña Engracia con una
señora, hermana de don Dámaso i madre de una
niña que ocupaba otro sofá con Leonor i el ele-
gante Agustin. En un rincon de la pieza vecina
rodeaban una mesa de malilla don Dámaso i tres
caballeros de aspecto respetable i encanecidos
cabellos . Al lado de la mesa se hallaba como ob-
servador el jóven Mendoza, unos de los adora-—
dores de Leonor .
Doña Engracia conversaba con su cuñada
doña Francisca Encina , sobre las habilidades de
Diamela i sus progresos en la lengua de Vaugelas
i de Voltaire , mientras que un hijo de doña Fran-
51 -

cisca, perteneciente a la categoría de los niños


regalones , se divertia en tirar la cola i las orejas
de la favorita de su tia.

La niña que conversaba con Leonor , formaba


con ella un contraste notable por su fisonomía .
Al ver su rubio cabello , su blanca tez i sus ojos
azules , un estranjero habria creido que no podia
pertenecer a la misma raza que la jóven algo
morena i de negros cabellos que se hallaba a su
lado , i mucho menos que entre Leonori su prima ,
Matilde Elias , existiese tan estrecho parentesco .
La fisonomía de esta niña , revelaba ademas cierta
languidez melancólica , que contrastaba con la
orgullosa altivez de Leonor , i aunque la elegancia
de su vestido no era ménos que la de ésta , la be-
lleza de Matilde se veia apagada a primera vista
al lado de la de su prima.

Las dos niñas tenian sus manos afectuosa-


mente entrelazadas , cuando entró al salon Cle-
mente Valencia .

¡ Ah! ya viene este hombre con sus cadenas


de reloj i sus brillantes , que huelen a capitalista
de mal gusto , dijo Leonor.

El jóven no se atrevió a quedarse al lado de las


dos primas por el frio saludo con que la hija de
don Dámaso contestó al suyo i fué a sentarse al
lado de las mamás .
52

Sabes que te corren casamiento con él dijo


Matilde a su prima .
¡ Jesus ! contestó esta ¿ porque es rico ?
- I porque creen que tú le amas .
-
Ni a él ni a nadie , replicó Leonor con acento
desdeñoso .
¿ A nadie ? i a Mendoza ? preguntó Matilde .
La verdad , Matilde ¿ tú has estado enamo-
rada alguna vez ? dijo Leonor mirando fijamente
a su prima.
Esta se ruborizó en estremo i no contestó .
- Cuando te ibas a casar, ¿ sentias por

Adriano ese amor de que hablan las novelas ? con-


tinuó su prima .
No, contestó ésta .
I por Rafael San Luis .
Matilde volvió a ruborizarse sin contestar.
- Mira, nunca me habia atrevido a hacerte
esta pregunta . Tú me dijiste hace tiempo que
amabas a Rafael ; luego te negaste a toda confi-
dencia i despues te ví preparar tus vestidos de
novia para casarte con Adriano . ¿ A cuál de los
dos amabas ? A ver , cuéntame lo que ha sucedido .
Ya hace mas de un año que murió tu novio i me
parece que es bastante tiempo para que estés
haciendo papel de viuda sin serlo i el de reser-
vada con tu mejor amiga. ¡ Me dices que no
amabas a Adriano ?
- 53

No.
― Entónces , no habias olvidado a Rafael .
¿Podia olvidarle ? i puedo acaso ahora.
mismo ? contestó Matilde , en cuyos párpados
asomaron dos lágrimas , que ella trató de re-
primir .
- ¿I por qué le abandonaste entónces ?
― Tú conoces la severidad de mi padre .
¡ Ah ! a mí no me obligaria nadie , esclamó
Leonor con orgullo , i ménos amando a otro .
- Si no hubieras amado nunca , como sostie-
nes, no dirias esto último , replicó Matilde .
Es verdad ; nunca he amado , a lo menos ,
segun la idea que tengo del amor . A veces me ha
gustado un jóven ; pero nunca por mucho tiempo .
Ese empeño con que los hombres exijen que se
les corresponda, me fastidia . Encuentro en ello
algo de la superioridad que pretenden tener sobre
nosotras i esta idea hace replegarse mi corazon .
Aun no he encontrado al hombre que tenga bas-
tante altivez para despreciar el prestijio del di-
nero i bastante orgullo para no rendirse ante la
belleza .
- Yo jamas me he hecho reflexiones sobre

esto , dijo Matilde : amé a Rafael desde que le ví


i le amo todavía .
― ¿ I has hablado con él , despues que la muerte

de Adriano te dejó libre ?


54

No, ni me atreveria a hablarle . No tuve fuerzas


para desobedecer a mi padre i así tiene derecho
para despreciarme . A veces le he encontrado en
la calle está pálido i buen mozo como siempre .
Te aseguro que me he sentido desfallecer a su
vista, i él ha pasado sin mirarme , con esa frente
altanera que lleva con tanta gracia.
Leonor oia con placer la exaltacion con que su
prima hablaba de sus amores i pensaba que debia
ser mui dulce para el alma ese culto entusiasta i
poético que llena todo el corazon .
De modo que crees que ya no te ama, dijo .
Así lo creo, contestó Matilde , dando un sus-
piro.
-
¡ Pobre Matilde ! Mira, yo quisiera amar
como tú, aunque fuera sufriendo así
-
¡ Ah tu no as sufrido ! no lo desees .
Yo preferiria mil veces ese tormento a la
vida insípida que llevo . A veces he llorado , cre-
yéndome inferior a las demas mujeres . Todas mis
amigas tienen amores i yo nunca he pensado dos
dias seguidos en el mismo hombre.
Así serás feliz .
¡ Quién sabe ! murmuró Leonor pensativa .
Un criado anunció que el té estaba pronto , i
todos se dirijieron a una pieza contigua a la que
ocupaban los jugadores de malilla .
Dijimos que estos eran tres con el dueño de
55 ---

casa. Los dos otros eran un amigo de don Dámaso


llamado don Simon Arenal i el padre de Matilde
don Fidel Elias . Estos últimos eran el tipo del
hombre parásito en política , que vive siempre al
arrimo de la autoridad i no profesa mas credo
político que su conveniencia particular i una
ciega adhesion a la gran palabra Orden realizada
en sus mas restrictivas consecuencias . La arena
política de nuestro pais está empedrada con esta
clase de personajes , como pretenden algunos
que lo está el infierno con buenas intenciones ,
sin que intentemos por esto establecer un símil
entre nuestra política i el infierno , por mas que
les encontremos muchos puntos de semejanza .
Don Simon Arenal i don Fidel Elias aprobaban
sin exámen todo golpe de autoridad , i calificaban
con desdeñosos títulos de revolucionarios i dema-
gogos a los que , sin estar constituidos en auto-
ridad , se ocupan de la cosa pública . Hombres
serios , ante todo , no aprobaban que la autoridad
permitiese la existencia de la prensa de oposicion
i llamaban a la opinion pública una majadería de
<< pipiolos » , comprendiendo bajo este dictado a
todo el que se atrevia a levantar la voz sin tener
casa, ni hacienda , ni capitales a interes .
Estas opiniones autoritarias , que los dos amigos
profesaban en virtud de su conveniencia , habian
acarreado algunos disgustos domésticos adon Fidel
56 -

Elias . Doña Francisca Encina , su mujer, habia


leido algunos libros i pretendia pensar por sí sola,
violando así los principos sociales de su marido ,
que miraba todo libro como inútil, cuando no
como pernicioso . En su cualidad de letrada , doña
Francisca era liberal en política , i fomentaba
esta tendencia en su hermano a quien don Fidel
i don Simon no habian aun podido conquistar
enteramente para el partido del órden , que algu-
nos han llamado con cierta gracia, en tiempos
posteriores , el partido de los enerjistas .
Sentados a la mesa del té todos estos personajes ,
la conversacion tomó distinto jirc en cada uno de
los grupos que componian , segun sus gustos i
edades .
Doña Engracia citaba a su cuñada la escena de
la comida , para probar que Diamela entendia el
frances , a lo cual contestaba doña Francisca ci-
tando algunos autores que hablaban de la habili-
dad de la raza canina .
Leonor i su prima formaban otro grupo con los
jóvenes ; i don Dámaso ocupaba la cabecera de la
mesa con su amigo i su cuñado .
Convéncete , Dámaso , decíale don Fidel ,
esta sociedad de la Igualdad es una pandilla de
descamisados que quieren repartirse nuestras
fortunas.
- I sobre todo , decia don Simon, a quien el
57 -

gobierno nombraba siempre para diversas comi-


siones , los que hacen oposicion es porque quieren
empleo .
- Pero hombre, replicaba don Dámaso ¿ i las
escuelas que funda esa sociedad para educar al
pueblo?
—¡Qué pueblo, ni qué pueblo ! contestaba don
Fidel. Es el peor mal que pueden hacer estar en-
señando a ser caballeros a esa pandilla de rotos .
Si yo fuese gobierno , dijo don Simon , no
los dejaba reunirse nunca . ¿ Adónde vamos a
parar con que todos se metan en política ?
¡ Pero, si son tan ciudadanos como nos-
otros ! replicó don Dámaso.
--- Si ; pero ciudadanos sin un centavo , ciuda-

danos hambrientos , repuso don Fidel .


- I entonces para qué estamos en República ,

dijo doña Francisca , mezclándose en la conver-


sacion .
- Ojalá no lo estuviéramos , contestó su ma-
rido .
¡ Jesus ! esclamó escandalizada la señora .
--
Mira, hija, las mujeres no deben hablar de
política, dijo sentenciosamente don Fidel .
Esta máxima fué aprobada por el grave don
Simon, que hiza con la cabeza una señal afirma-
tiva.
A las mujeres, las flores i la tualeta , que-
58

rida tia, la dijo Agustin que oyó la máxima de


don Fidel.
Este niño ha vuelto mas tonto de Europa ,
murmuró picada la literata .
En dias pasados, dijo don Simon a don
Dámaso , un ministro me hablaba de Ud . , pre-
guntándome si era opositor .
¡ Yo opositor ! esclamó don Dámaso , nunca
lo he sido yo soi independiente .
― Era para darle , segun creo , una comision .
Don Dámaso se quedó pensativo , arrepintién-
dose de su respuesta .
w
¿ I qué comision era ? preguntó .
No recuerdo ahora, contestó don Simon :
Ud . sabe que el gobierno busca la jente de valer
para ocuparla i.....
- I tiene razon , dijo don Dámaso
es el modo
de establecer la autoridad.

Mira, Leonor ; ya están conquistando a tu


papá , dijo doña Francisca .
---- No , a mí no me conquistan ,
hija , replicó
don Dámaso siempre he dicho que los gobiernos
deben emplear jente conocida .
Yo no pierdo la esperanza de verte de Sena-
dor, dijo don Fidel .
No aspiro a eso , repuso don Dámaso ; pero
si los pueblos me eligen…………
.
- 59

Aquí los que elijen son los gobiernos , ob-


servó doña Francisca .
- I así debe ser , replicó don Fidel : de otro

modo no se podria gobernar .


Para gobernar así , mejor seria que nos
dejasen en paz , dijo doña Francisca .
――
Pero mujer, replicó su marido ; ya te he
dicho que ustedes no deben ocuparse de política.
Don Simon aprobó por segunda vez , i doña
Francisca se volvió con desesperacion hácia su
cuñada .
Despues del té , la tertulia volvió al salon ,
donde siguieron la conversacion política los pa-
pás i los jóvenes rodearon a Leonor que se sentó
al lado de una mesa . Sobre ésta se veia un her-
moso libro con tapas incrustadas de nácar.
-
Mira, Leonor , la dijo su hermano , ya te
han aportado tu album, que me dijiste habias
prestado .
¿ No lo tenia Ud ? preguntó Leonor con indi-
ferencia a Emilio Mendoza.
Lo he traido esta noche , señorita , como
habia prometido a Ud .
-¿Lo llevó Ud . para ponerle versos ? pre-
guntó Clemente Valencia a su rival : yo nunca he
podido aguantar los versos , añadió el capitalista
haciendo sonar la cadena de su reloj .
― Ni moi tampoco , dijo el elegante Agustin .
60 -

A ver el album, dijo doña Francisca abriendo


el libro .
- Tia, si son morsoes literarios , esclamó
Agustin, mejor seria que hiciesen un poco de
música.
-- Lea mamá , dijo Matilde : hai mayoría por
lo que mi primo llama morsoes literarios .
Doña Francisca abrió en una pájina .
Aquí hai unos versos , dijo , i son del señor
Mendoza .

-¿Tú haces versos , querido ? le dijo Agustin,


¿ qué estas enamorado ?
Emilio se puso colorado , i lanzó una mirada a
Leonor que pareció no haberla visto .
- Es una composicion corta, dijo doña Fran-
cisca, que ardia en deseos de que la oyesen leer.
Parta pues , tia, la dijo Agustin .
Doña Francisca, con voz afectada i acento
sentimental, leyó :

A LOS OJOS DE .....

Mas dulces habeis de ser


Si me volvéis a mirar ,
Porque es malicia a mi ver
Siendo fuente de placer ,
Causarme tanto pesar.
61 -

De seso me tiene ajeno ,


El que en suerte tan cruel
Sea ese mirar sereno
Solo para mí veneno ,

Siendo para todos miel .

Si amando os puedo ofender,


Venganza podeis tomar ,
Pues es fuerza os haga ver
Que, o no os dejo de querer,
O me acabais de matar .

Si es la venganza medida
Por mi amor, a tal rigor
El alma siento rendida ;
Porque es mui poco una vida,
Para vengar tanto amor.

Emilio Mendoza .

Al concluir esta lectura Emilio Mendoza diri-


jió una lánguida mirada a Leonor como dicién-
dola :
― Ud . es la diosa de mi inspiracion .

I¿en cuánto tiempo ha hecho Ud . estos


versos ? le dijo doña Francisca.
-Esta mañana los he concluido , contestó Men-
doza, con afectada modestia , cuidándose mui bien
de decir que solo habia tenido el trabajo de co-
TOM. I. 4
62 ――

piarlos de una composicion del poeta español


Campoamor, entónces poco conocido en Chile.
Aquí hai algo en prosa , dijo doña Fran-
cisca :
<< La humanidad camina hácia el progreso ,

jirando en un círculo que se llama amor i que


tiene por centro el anjel que apellidan mujer . »
-¡Qué lindo pensamiento ! dijo con aire va-
poroso doña Francisca .
- Sí , para el que lo entienda , replicó Clemente
Valencia .
Continuó por algun tiempo doña Francisca
hojeando el libro en cuyas pájinas , llenas de
frases vacías o de estrofas que concluian pidiendo
un poco de amor a la dueña del album, ella se
detenia con entusiasmo .
Si dejan a mi tia con el libro , es capaz de
trasnochar, dijo Agustin a su amigo Valencia .
Don Fidel dió la señal de retirada , tomando
su sombrero .
-- ¿ Sabes que Dámaso me ha dado a entender
que le gustaria que su hijo se aficionase a Ma-
tilde ? dijo a doña Francisca cuando estuvieron
en la calle . Agustin es un magnífico partido .
- Es un muchacho tan insignificante , con-
testó doña Francisca , recordando la poca aficion
de su sobrino a la poesía.
¿ Cómo ? insignificante i su padre tiene
63

cerca de un millon de pesos ! replicó con calor el


marido .
Doña Francisca no contestó a la positivista
opinion de su esposo .
Un casamiento entre Matilde i Agustin ,
seria para nosotros una gran felicidad , prosiguió
don Fidel . Figúrate , hija , que el año entrante
termina el arriendo que tengo del Roble, i que
su dueño no quiere prorogarme este arriendo .
Hasta ahora, la tal hacienda del Roble no
te ha dado mucho , dijo doña Francisca .
Esta no es la cuestion , replicó don , Fidel ,
yo me pongo en el caso que termine el arriendo.
Casando a Matilde con Agustin , ademas que ase-
guramos la suerte de nuestra hija , Dámaso no
me negará su fianza , como ya lo ha hecho para
cualquier negocio .
- En fin , tú sabrás lo que haces , contestó
con enfado la señora , indignada del prosáico cál-
culo de su marido .
Lo restante del camino lo hicieron en silencio
hasta llegar a la casa que habitaban .
Volveremos nosotros a don Dámaso i a su fa-
milia que quedaron solos en el salon .
- I nuestro alojado ¿ qué se habrá hecho ? pre-
guntó el caballero .
Un criado, a quien se llamó para hacer esta
pregunta, contestó que no habia llegado aun .
64

No será mucho que se haya perdido , dijo


don Dámaso .
-¡En Santiago ! esclamó Agustin con admi-
racion en Paris sí que es fácil egararse.
-
He pensado , dijo don Dámaso a su mujer ,
que Martin puede servirme mucho, porque nece-
sito una persona que lleve mis libros .
- Parece un buen jovencito i me gusta porque
no fuma, respondió doña Engracia .
Martin, con efecto , habia dicho que no fumaba
cuando , despues de comer , don Dámaso le ofreció
un cigarro , en un rapto de republicanismo . Mas ,
al despedirse , sus amigos le dejaban medio cura-
do ya de sus impulsos igualitarios con la noticia
de que un Ministro se habia ocupado de él para
encomendarle una comision .
- Despues de todo , pensaba al acostarse don

Dámaso ¡ estos liberales son tan exajerados !


65
1

VII

En vano protestó Martin Rivas contra la arbi-


trariedad que en su persona se cometia , solici-
tando su libertad i prometiendo volver al dia
siguiente para ser juzgado. El oficial de guardia
sostuvo la primera órden que habia impartido ,
con la inflexibilidad de los granaderos de Napo-
leon el Grande , que morian ántes que rendirse .
Rivas , cansado de protestar i de rogar, se re-
signó por fin a esperar con paciencia la llegada
del Mayor , entregándose a las tristes reflexiones
que su estraña situacion le sujería.
Ante todo pensó en la esplicacion que tendria
que dar al dia siguiente a la familia de Don Dá-
maso , en caso que no pudiese obtener su libertad
hasta entonces . Veia de antemano con ver-
güenza, la orgullosa mirada de Leonor, la risa.
insultante de Agustin i la humilladora compasion
4.
66

de los padres . A su juicio era Leonor la causa de


su desagradable aventura . Su memoria le trazó
la bella imájen de aquella niña , que era imposible
mirar sin emocion , i una tristeza profunda nació
en su espíritu al considerar el desden con que
ella escucharia la relacion de su desgracia . En
aquellos momentos , el pobre mozo maldijo su
destino , i su corazon desesperado pidió cuenta al
cielo de la pobreza de algunos i de la riqueza de
otros . Solo entónces pensaba en las desigualdades
injustas de la suerte i nacia en su corazon un
vago encono contra los favorecidos de la fortuna .

Si Leonor me perdonase lo ridículo del


trance en que me hallo , pensaba Martin , lo demas
me importaria mui poco i yo sabria castigar la
insolencia del que se atreviese a reirse .
Esta sola reflexion manifestaba que Rivas , por
mas que hubiese querido huir de la profunda im-
presion que la vista de Leonor le habia dejado en
el alma , solo habia conseguido pensar en ella .

-¿Me despreciará ? pensaba con amarga tris-


teza .

A veces le ocurria la idea de regresar a Copia-


pó con los cortos recursos de que disponia i con-
sagrarse allí a trabajar para su familia ; mas ,
pronto su enérjica voluntad le hacia avergonzar-
se de querer quebrantar su juramento por el va-
- 67 -

no temor de verse despreciado de una mujer que


solo habia visto una vez .

El mayor llegó a las doce de la noche i conce-


dió audiencia a Martin. Despues de la relacion
que este hizo del suceso , el Jefe vió que las pala-
bras del jóven hablaban mas en su favor que la
pobreza de su traje , i dió órden de ponerle en
libertad .

Martin llegó a las doce i media a casa de su


protector i encontró cerrada la puerta . Dió algu-
nos lijeros golpes que nadie , al parecer, oyó en
el interior de la casa i se retiró sin atreverse a
hacer otra tentativa para entrar . Armóse de pa-
ciencia i se resolvió a pasar la noche recorriendo
las calles sin alejarse mucho de casa de don Dá-
maso .

Santiago era entónces una ciudad silenciosa


desde temprano ; así fué que Rivas no tuvo mas
espectáculo durante sus correrías , que las facha-
das de las casas i los serenos que roncaban en
cada esquina , velando por la seguridad de la po-
blacion .

Al dia siguiente pudo Martin entrar a la casa


cuando se abria la puerta para dar paso al criado
que iba a la plaza . Este le miró con una sonrisa
burlona, que sirvió de precursor al jóven para
saborear de antemano la humillacion en que se
68 -

encontraria pronto ante la familia de don Dá-


maso.
Poco antes de la hora de almorzar bajó al pa-
tio, resuelto a arrostrar la vergüenza de su situa-
cion antes que dejar el campo libre a las suposi-
ciones de su huésped i de sus hijos .
Don Dámaso vió a Martin que se dirijia a su
escritorio i le abrió la puerta.
-¿Cómo se ha pasado la noche , Martin ? pre-
guntó contestando el saludo del jóven .
Mui desgraciadamente , señor , contestó este .
- ¡ Cómo ! no ha dormido Ud . bien .
-He pasado en la calle la mayor parte .
Don Dámaso abrió tamaños ojos .
¡ En la calle ! ¿; I dónde estuvo Ud . hasta las
doce, hora en que se cerró la puerta ?
- Estuve preso en el cuartel de policía .
Martin refirió entónces circunstanciadamente
su aventura. Al terminar vió que su protector
hacia visibles esfuerzos para contener la risa.
- Siento en el alma lo que le ha sucedido , dijo

don Dámaso , apelando a toda su seriedad , i para


olvidar este desagradable suceso hablaré a Ud .
de un proyecto que tengo relativo a su persona .
- Estoi a sus órdenes , contestó el jóven , sin
atreverse a exijir el secreto a don Dámaso sobre
su aventura .
- Dispondrá Ud . de muchas horas desocupadas
--- 69

en el dia despues de atender a sus estudios , dijo


el caballero , i desearia saber si Ud . tiene incon-
veniente en ocuparse de mi correspondencia i de
algunos libros que llevo para el arreglo de mis
negocios. Yo daré a Ud . por este servicio treinta
pesos al mes i me alegraré mucho de que Ud .
acepte mi proposicion : será Ud . como mi secre-
tario .
-
Señor, contestó Martin , acepto la ocasion
que Ud . me presenta de corresponder en algo a
la bondad con que Ud. me trata i llevaré gustoso
sus libros i correspondencia ; pero me permitirá
no hacer igual aceptacion del sueldo con que Ud .
quiere retribuir tan lijero servicio .
Pero hombre , Ud . es pobre , Martin , i así
podria Ud . disponer de cincuenta pesos .
---- Quiero mas bien disponer del aprecio de

Ud. , contestó Rivas con un acento de dignidad


que hizo sentir a don Dámaso cierto respeto por
aquel pobre provinciano , que rechazaba un
sueldo que muchos en su lugar habrian codi-
ciado .
Martin se impuso de lo que tendria que hacer
en el escritorio de don Dámaso i éste , miéntras
recorria algunos papeles , pensaba , a pesar suyo,
en la conducta de su protejido . Para ciertos
hombres , un rasgo que revela desprendimiento
del dinero es el colmo de la magnanimidad . Por
70

manera que don Dámaso admiró como un verda-


dero heroismo las palabras de Martin . El culto
del oro ha tenido siempre tan numerosos prosé-
litos , que una escepcion parece increible , sobre
todo en los años que alcanzamos . Al mismo
tiempo que su admiracion i tal vez como la única
manera de esplicársela , se ocurrió a don Dámaso
la idéa de que Rivas tenia sus puntillas de lo que
los hombres positivos llaman quijotismo i , preo-
cupado como estaba de pensamientos políticos ,
pensó en que aquel jóven seria mui fácil de ar-
rastrar por las que , desde su conversacion de la
noche precedente , juzgaba vanas palabras de
libertad i de fraternidad .
Vea Ud . , Martin , dijo , despues de algunos
instantes de reflexion , Santiago está ahora , lleno
de jentes que solo se ocupan de política . Si Ud .
me permite un consejo, le diré que tenga mucho
cuidado con esos pretendidos liberales . Siempre
están abajo, nunca contentos i jamás han hecho
nada de bueno : acá para entre nosotros , creo
que un hombre , para perderse completamente ,
no tiene mas que hacerse liberal . En Chile , a lo
ménos , créo mui dificil que suban .
La franqueza de estas palabras dió a conocer a
Martin los principios políticos que constituian la
profesion de fé con que don Dámaso aspiraba a
ocupar un puesto en el Senado de la República .
71

Alejado del trato social i entregado únicamente


a sus estudios , Rivas ignoraba que aquella pro-
fesion era la que íntimamente cultivaban la
mayor parte de los políticos de su patria . Su jui-
cio recto i su noble orgullo de jóven le hicieron
concebir mui triste idea de su protector, como
personaje político . En este juicio tenia mas parte
su instinto que su criterio , porque Martin no
habia pensado jamás con detencion en las cues -
tiones que agitan a la humanidad como una fie-
bre, que solo calmará cuando su naturaleza res-
pire en la esfera normal de su existencia que es
la libertad .
Poco antes de almorzar, don Dámaso refirió a
su mujeri a sus hijos , los percances ocurridos a
Rivas.
-¿De modo que ese pobre muchacho no ha
dormido en toda la noche ? dijo doña Engracia,
acariciando a Diamela .
- Es decir, mamá, dijo Agustin , que ha pa-
sado la noche a la belle étoile. Es una aven-
tura deliciosa .
Pero oigan ustedes , repuso don Dámaso ;
ese muchacho que vá a comprar botines a la
plaza i que solo tiene veinte pesos al mes para
todos sus gastos , ha rehusado esta mañana un
sueldo de treinta pesos que le ofrecí porque me
sirviera de secretario
--- 72 --

- Ah , ah, esclamó atusándose su bozo Agus-


tin, es a decir que quiere hacer el fiero .
- ¿ No quiere servirte de secretario ? pre-
guntó doña Engracia .
Sí , sí acepta el puesto ; pero no admite el
sueldo .
Leonor miró a su padre como si solo entónces
oyese la conversacion i Agustin reclinándose en
un sofá :
- Es para que le perdonen lo de los botines ,
dijo , contemplando con satisfaccion sus elegantes
'hinelas de taco rojo i su pantalon de mañana .
En aquel instante entró Martin , a quien ha-
pian llamado a almorzar .
- Amigo Martin ; conque se duerme mal en
Santiago ? le dijo Agustin saludándole .
Martin se puso encarnado , mientras que don
Dámaso hacia señales a su hijo de callarse .
- Es cierto , contestó Rivas , tratando de acep-
tar la broma lo mejor que pudo .
Pero hombre, replicó el elegante , ir a bus-
car calzado a la plaza ! ¿ por qué no me lo dijo
Ud. i le habria indicado un botero francés ?
¿ Qué quiere Ud . ? contestó Martin con or-
gullo , soi provinciano i pobre . Lo primero es-
plica mi aventura i lo segundo que un botero
francés seria tal vez mui caro para mí .
―― Tú nunca nos has referido las torpezas que
73

cometiste por ignorancia al llegar a Paris , dijo


Leonor a su hermano , i por eso criticas al señor
con tanta facilidad .
Estas palabras las dijo Leonor con aire
risueño , para disimular la acritud que envolvian
i sin mirar a Martin .
Rivas conoció que debia dar las gracias a la
niña por la defensa que acababa de hacer de su
causa, pero su turbacion no le dejó decir una
sola palabra .
Entre tanto Agustin , que conocia la superio-
ridad de su hermana, no halló tampoco nada que
contestar, i disimuló su derrota , haciendo un
cariño a Diamela que su madre tenia ya en sus
faldas.
- He contado su aventura a mi familia , dijo
don Dámaso, para esplicar la ausencia de Ud .
anoche .
- I ha hecho Ud . mui bien , señor , respondió
Martin, que habia recobrado su serenidad cor
las palabras de Leonor . Espero que estas seño-
ritas, añadió , me perdonarán mi involuntaria
falta.
Cómo no , caballero , le dijo doña Engracia ,
es un contratiempo que puede suceder a cual-
quiera.
- Ciertamente a cualquiera , repitió Agustin ,
viendo que todos tomaban el partido de Rivas :
TOM. I. 5
- 74 -

lo que yo decia a Ud . era una plesanteria sin


consecuencia .
Leonor habia aprobado con la cabeza las pala-
bras de su madre , i Martin recibió esta pequeña
señal como la absolucion del ridículo que el ori-
jen de su aventura arrojaba sobre su persona.
Despues de almorzar , se informó de la situa-
cion del Instituto Nacional i de los pasos que
debia dar para incorporarse a la clase de prác-
tica forense en la seccion Universitaria.
Practicadas todas sus diligencias regresó a
casa de don Dámaso i se puso a trabajar en el
escritorio de éste , repitiéndose para sí :
-Ella no me desprecia .
Esta idea levantaba el enorme peso que opri-
mia a su corazon i le mostraba de nuevo la felici-
dad en los horizontes lejanos de la esperanza ,
75 ----

VIII

Desde el dia siguiente principió Martin sus


tareas con el empeño del joven que vive conven-
cido de que el estudio es la única base de un
porvenir feliz , cuando la suerte le ha negado la
riqueza.
El pobre i anticuado traje provinciano llamó
desde el primer dia la atencion de sus condiscí-
pulos , la mayor parte jóvenes elegantes , que
llegaban a la clase con los recuerdos de un baile
de la víspera o las emociones de una visita , mu-
cho mas frescos en la memoria que los precep-
tos de las siete Partidas o del Prontuario de los
Juicios . Martin se encontró por esta causa aislado
de todos . Entre nuestra juventud , el hombre que
no principia a mostrar su superioridad por la
elegancia del traje , tiene que luchar con mucha
indiferencia, i acaso con un poco de desprecio
76

ántes de conquistarse las simpatías de los demas .


Todos miraron a Rivas como a un pobre diablo
que no merecia mas atencion que su raida cata-
dura i se guardaron bien de tenderle una mano
amiga. Martin conoció lò que podria mui propia-
mente llamarse el orgullo de la ropa i se man-
tuvo digno en su aislamiento , sin mas satisfaccion
que la de manifestar sus buenas aptitudes para
el estudio cada vez que la ocasion se le presentaba.
Una circunstancia habia llamado su atencion ,
i era la ausencia de un individuo a quien los
demas nombraban con frecuencia.
- ¿Rafael San Luis , no ha venido ? oia pre-
guntar casi todos los dias .
I sobre la respuesta negativa , oia tambien va-
riados comentarios sobre la ausencia del que
llevaba aquel nombre i que , a juzgar por la insis-
tencia con que se recordaba , debia ejercer cierta
superioridad entre los otros que así se ocupaban
de él.
Dos meses despues de su incorporacion a la
clase , notó Martin la presencia de un alumno a
quien todos saludaban cordialmente, dándole el
nombre que habia oido ya . Era un jóven de vein-
titres a veinticuatro años , de pálido semblante i
facciones de una finura casi femenil , que ponian en
relieve la fina curva de un bigote negro i lustroso .
Una abundante cabellera , dividida en la mitad de
77

la frente , realzaba la majestad de ésta i dejaba


caer tras de dos pequeñas i rosadas orejas , sus
hebras negras i relucientes. Sus ojos , sin ser
grandes , parecian brillar con los destellos de una
intelijencia poderosa i con el fuego de un corazon
elevado i varonil . Esta espresion enérjica de su
mirada, cuadraba mui bien con las elegantes
proporciones de un cuerpo de regular estatura i
de simétricas i bien proporcionadas formas .
Al principio de la clase , Rivas fijó con interés
su vista en aquel jóven , hasta que éste habló a un
compañero despues de mirarle . En ese momento ,
el profesor pidió a Martin su opinion sobre una
cuestion jurídica que se debatia , i despues de
darla recibió una contestacion destemplada del
alumno a quien acababa de correjir. Martin re-
plicó con enerjía i altivez , dejando la razon de su
parte, lo que hizo enrojecer de despecho a su ad-
versario .
Entre el joven que habia llamado la atencion de
Martin i el que estaba a su lado habia mediado la
siguiente conversacion :
¿ Quién es ese ? preguntó Rafael , al ver la
atencion con que le observaba Rivas .
-
Es un recien incorporado , contestó el com-
pañero . Por la traza parece provinciano i pobre .
No conoce a nadie i solo habla en la clase cuando
le preguntan algo . No parece nada tanto .
78

Rafael observó a Rivas durante algunos ins-


tantes i pareció tomar interés en la cuestion que
éste debatia con su adversario .

Al salir de la clase , el que habia manifestado


su despecho al verse vencido por Martin , se le
acercó con ademan arrogante .

- Bien está que Ud . corrija , le dijo mirándole


con orgullo ; pero no vuelva á emplear el tono que
ha usado hoi.
-No sufriré la arrogancia de nadie i respon .
deré siempre en el tono que usen conmigo , dijo
Martin, i ya que Ud . se ha dirijido a mí , añadió ,
le advertiré que aquí solo admito lecciones de mi
profesor únicamente en lo que concierne al es-
tudio .
Tiene razon este caballero , esclamó Rafael
San Luis adelantándose : tú, Miguel , has contes-
tado al señor con aspereza cuando él solo cumplia
con su obligacion corrijiéndote . Ademas el señor
está recien llegado i le debemos a lo ménos las
consideraciones de la hospitalidad .
La discusion terminó con estas palabras , que el
jóven San Luis habia pronunciado sin afectacion
ni dogmatismo .
Martin se acercó a él con aire tímido .
-- Creo que debo dar a Ud . las gracias por lo

que acaba de decir en favor mio , le dijo , i le


Ex 79

ruego las acepte con la sinceridad con que se las


ofrezco .
- Así lo hago , le contestó Rafael , tendiéndole
la mano con franca cordialidad .
— I ya que Ud . se ha dignado hablar en mi
favor , continuó Rivas , le suplico que cuando
pueda , me guie con sus consejos . Hace mui poco
tiempo que habito en Santiago e ignoro las cos-
tumbres de aquí .
--
Por lo que acabo de ver , contestó Rafael ,
Ud . poco necesita de consejos . Lo que predo-
mina en Santiago es el orgullo i Ud . parece tener
la suficiente enerjía para ponerlo a raya. Ya que
hablamos sobre esto , le confesaré a Ud . que in-
tercedí hace poco en su favor, porque me dijeron
que era pobre i no conocia a ninguno de nuestros
condiscípulos . Aquí las jentes se pagan mucho de
las esterioridades , cosa cón la cual no convengo.
La pobreza i el aislamiento de Ud . me han inspi-
rado simpatías , por ciertas razones que nada tie-
nen que ver con este asunto .
Me felicito por tales simpatías , dijo Martin ,
i me alegraré mucho si Ud . me permite cultivar su
amistad .
- Tendrá Ud . un triste amigo , replicó San Luis

con una sonrisa melancólica ; pero no me falta


cierta esperiencia que acaso pueda aprovecharle .
En fin , eso lo dirá el tiempo ; hasta mañana .
80 -

Con estas palabras se despidió , dejando una


estraña impresion en el ánimo de Martin Rivas ,
que se quedó pensativo , mirándole alejarse .

Habia, en verdad , cierto aire de misterio en


torno de aquel jóven , cuya poética belleza llamaba
la atencion a primera vista . Martin observó con
curiosidad sus maneras , en las que resaltaba la
dignidad en medio de la sencillez, i la vaga me-
lancolía de su voz le inspiró al instante una
poderosa simpatía . Llamó tambien la atencion de
Rivas el traje de Rafael , en el que parecia reinar
el capricho i un absoluto desprecio a la moda que
uniformaba a casi todos los otros alumnos de la
clase . Su cuello vuelto contrastaba con la rijidez
de los que llevaban los demas , i su corbata negra ,
anudada con descuido , dejaba ver una garganta
cuyos suaves lineamientos traian a la memoria la
que los escultores han dado al busto de Byron .
Martin vió ademas en las últimas palabras de
aquel jóven, una lijera analojía con su situacion ,
complaciéndose en aumentarla con la idea de que
seria como él un hijo desheredado de la fortuna .
Este pensamiento le hizo a cercarse a Rafael al dia
siguiente i anudar con él la conversacion inter-
rumpida el anterior .

― Cuando Ud . quiera , le dijo San Luis , vén-


gase a comer comigo a un hotel de pobre aparien-
81 -

cia que suelo frecuentar i allí conversaremos mas


amigablemente . ¿ Dónde vive Ud?
En casa de don Dámaso Encina.
¡ En casa de don Dámaso ! esclamé con ad-
miracion ; ¿ es Ud . su pariente ?
- No,
he traido una carta de mi padre para él
i me ha hospedado en su casa . ¿ Ud . le conoce ?
-Algo, contestó San Luis con disimulaba tur-
bacion.
Los dos jóvenes permanecieron silenciosos al-
gunos instantes , hasta que Rafael rompió el si-
lencio hablando de asuntos indiferentes i mui dis-
tintos del que les acababa de ocupar .
Al salir de la clase , San Luis convidó a almor-
zar a Martin i se dirijieron a un hotel de pobre
apariencia, como lo habia calificado el primero .
Una botella estableció mas franqueza en la con-
versacion de los dos jóvenes .
Aquí no comerá Ud . con el hijo de don
Dámaso , dijo Rafael ; pero sí con mas libertad .
¿Ha visitado Ud . su casa? preguntó Rivas ,
a quien habia picado la curiosidad i turbacion
de su nuevo amigo al hablar de su protector .
― Sí , en mejores tiempos , contestó éste . ¿I su

hija?
- Oh , está lindísima , dijo Martin con entu-
siasmo .
¡Cuidado! esa respuesta revela una admi-
5.
82 -

racion que puede a Ud . serle fatal, observó San


Luis , poniéndose sério .
- ¿Por qué ? preguntó Rivas .
- Porque lo peor que puede suceder a un jó-

ven pobre como Ud . es el enamorarse de una


niña rica. Adios estudios , porvenir , esperanzas ,
esclamó San Luis empinando con febril entusias-
mo un vaso de vino . Ud . me pidió consejos ayer ;
pues bien, ahí tiene Ud . uno i es de los mas
cuerdos . El amor , para un jóven estudiante, debe
ser como la manzana del paraiso fruto vedado .
Si Ud . quiere ser algo , Martin , i le digo esto por-
que Ud. parece dotado de la noble ambicion que
forma los hombres distinguidos , rodee su corazon
de una capa de indiferencia tan impenetrable
como una roca.
No pienso enamorarme, contestó Martin , it
tengo para ello mui poderosas razones entre
ellas la que Ud. acaba de apuntar.
San Luis cambió entónces de conversacion i
habló sobre tan distintas materias i con tal verbo-
sidad que parecia tener empeño en hacer olvidar
a Martin las primeras palabras que habia dicho
aconsejándole .
En casa de don Dámaso habió Martin de su
nuevo amigo , a quien Agustin habia nombrado .
- Ese mocito es mui intrigante , dijo don
Dámaso, i busca niña con buena dote.
83

-Pero papá, replicó Leonor, es necesario no


ser injusto ; yo tengo mejor idea de San Luis .
-
Es un parvenido , dijo Agustin ; papá tiene
razon. A la época donde estamos, todos quie-
ren plata.
- I hacen bien , cuando hai pobres que la me-
recen mas que muchos ricos , esclamó Leonor .
Estas pocas palabras arrojaron la duda en el
espíritu de Rivas . La enerjía con que Leonor
defendia a Rafael de los ataques de su padre i de
su hermano, i las palabras de su amigo sobre el
amor, hicieron brillar de repente cierta luz a sus
ojos , que hirió su corazon con un malestar desco-
nocido . No podia pensar sino que San Luis habia
amado a Leonor i que su pasion habia sido conde-
nada por don Dámaso . Semejante descubrimien-
to le desazonó como si acabase de recibir alguna
triste noticia, i se entregó al trabajo sin espli-
carse el descontento que le hacia mirar el porve-
nir bajo un prisma sombrío .
Cuando hubo despachado la correspondencia
de don Dámaso , su pensamiento , despues de dar
mil vueltas a la misma idea, no habia llegado
mas que a esta conclusion que le llenaba de des-
consuelo :

No hai duda que se han amado , i puesto


que Leonor le defiende , debe amarle todavía .
- - 84 ----

IX

La idea de que Leonor amase a su nuevo ami-


go, infundió a Rivas cierta reserva para con éste ,
a pesar de la viva simpatía que hácia él le arras-
traba . Durante varios dias trató en vano de
aclarar sus sospechas en sus conversaciones con
Rafael San Luis . Las confidencias no vinieron
jamás a satisfacerle .
Una tarde , despues de comer en casa de don
Dámaso, se retiraba Martin como de costumbre ,
ántes que hubiese llegado la hora de las visitas .
--
¿ Es Ud . aficionado a la música? le dijo
Leonor, cuando él habia tomado su sombrero .
Martin sintió que la turbacion se apoderaba
de su pecho al responder. Le parecia tan estraño
que la orgullosa niña le dirijiese la palabra, que
al oir su voz se figuró estar bajo la alucinacion
de un sueño . Con esta impresion se habia vuelto
85 -

hácia Leonor sin responderla i como creyendo


haber oido mal.
Leonor repitió su pregunta con una pequeña
sonrisa .
-Señorita, contestó Rivas conmovido , he oido
tan poco, que no puedo calificar de gusto la aficion
que tengo por ella.
-
No importa , dijo la niña con tono imperati-
vo : oirá Ud . lo que voi a tocarle i siéntese al lado
del piano porque tengo que hablar con Ud .
Martin siguió a Leonor abismado de admira-
cion .
Don Dámaso , su mujer i Agustin jugaban al
juego frances llamado patience , que el jóven les
enseñaba .
Leonor principió a tocar la introduccion de un
valse despues de mostrar a Rivas un asiento mui
cerca de ella . El jóven la miraba extasiado en su
belleza i dudando de la realidad de aquella situa-
cion , que no se habria atrevido a imajinar un
momento ántes .
Leonor tocó la introduccion i los primeros com-
pases del valse sin dirijirle la palabra . I cuando
Martin empezaba a figurarse que era el juguete
de un capricho de la niña , ésta fijó en él su mira-
da altanera .
- Ud. conoce a Rafael San Luis ? le pre-
guntó .
86

--- Sí , señorita , contestó Rivas , mirando en

esta pregunta la confirmacion de las sospechas


que le atormentaban .
- Le ha hablado a Ud . de álguien de mi fa-
¿
milia ? volvió a preguntarle Leonor .
- Mui poco , le creo mui reservado , contestó
él .
¿ Ud. es amigo suyo ?
-Mui reciente : le he conocido en el colejio
hace pocos dias .
---Pero en fin , Ud . ha hablado con él .
-
Casi todos los dias desde que hicimos amis-
tad .
-- ¿ I nada de particular le ha dicho a Ud. so-
bre álguien de mi familia ?
- Nada :
ah , sí ; me preguntó una vez por Ud .
Martin añadió la segunda parte de esta contes-
tacion con la esperanza de leer en el rostro de la
niña la confirmacion de la sospecha que aumen-
taba en su espíritu .
-¿Ah ? dijo Leonor. ¿I nada mas ?
Nada mas , señorita , contestó el jóven , de-
sesperado de la majestuosa impasibilidad de
aquel rostro lindísimo .
Leonor siguió tocando algunos instantes sin
decir una palabra .
Martin se sentia sofocado , inquieto , descon-
tento ante la arrogancia de aquella niña que solo
87 -

se dignaba dirijirle la palabra para hablar de un


hombre a quien tal vez amaba. Su amor propio le
infundia violentos deseos de poseer una belleza
singular , una inmensa fortuna o una celebridad ;
algo, en fin, que le pusiese a la altura de Leonor ,
para arrastrar su atencion i ocupar su espíritu ,
que acaso en ese instante se olvidaba de él como
de los muebles que habia en torno suyo . Humi-
llábale mas que nunca su oscuridad i su pobreza i
se sentia capaz de un crímen para ocupar los
pensamientos de la niña, aunque fuera con el
temor.
Al cabo de cortos momentos , ella le miró de
nuevo .
-Pero, en fin , dijo anudando la conversacion
interrumpida , Ud . debe saber lo que ese jóven
hace o adonde visita .
-Siento en el alma , señorita , no poder satis-
facer la curiosidad que Ud . me manifiesta, con-
testó Martin con cierta dureza de acento . No he
recibido de San Luis ninguna confidencia ni sé
absolutamente las casas en que visite ; solo nos
vemos en el colejio .
Leonor dejó de tocar , hojeó algunas piezas de
música i se levantó .
¿ Ya están Uds . mui diestros en ese juego?

dijo, acercándose a la mesa en que jugaban sus


padres i su hermano .
Tan diestros como yo , dijo Agustin .
Rivas se puso rojo de vergüenza i de despecho .
Leonor no le habia dirijido ni una sola palabra,
ni una sola mirada . Se habia retirado como si él
no estuviese allí por órden suya.
¿ Ud. no entiende este juego ? le preguntó por
fin Leonor , como acordándose solo entónces de
que le habia dejado junto al piano .
No, señorita, contestó él.
I salió al cabo de algunos minutos , que empleó
en buscar la manera de hacerlo sin llamar la
atencion .
Martin entró a su cuarto con el corazon des-
pedazado . Su angustia le impedia el esplicarse
los encontrados i violentos sentimientos que le
ajitaban . Mudas imprecaciones contra su destino
i el orgullo de los ricos , locos proyectos de ven-
ganza, un desaliento sin límites al mirar hacia el
porvenir, arrebatos de conquistarse un nombre
que le atrajese la admiracion de todos, mil ideas
confusas hiriendo como otros tantos rayos su ce-
rebro, haciendo dilatarse su corazon , ajitando la
velocidad de su sangre , destrozándole el pecho ,
arrancándole lágrimas de fuego : hé aquí lo que
le hacia retorcerse desesperado sobre una silla ,
mirarse con ojos espantados al espejo ; i como un
relámpago en medio de una deshecha tempes-
tad, aparecia en su mente a cada instante i cor-
89

tando la ilacion de sus demas ideas , ésta que


sus lábios no formulaban , pero que hacia estre-
mecérsele el corazon .
- ¡ Ah, i ser tan bella ! tan bella !

La calma sobrevino poco a poco , haciéndole


pasar a los encantados idilios del amor primero .
¡ Habia perdonado ! Leonor descubria de repente
los tesoros de su corazon virjen i fogoso ; acep-
taba un amor lleno de sumision i de ternura, ¡ se
dejaba adorar ! Martin recorrió así un mundo.
fantástico , oyendo la música celestial de un valse
a cuyos compases se repetian él i Leonor los ju-
ramentos para toda la vida, juramentos que
ignoran los dias de la vejez i piden una tumba
para renacer juntos en la mansion de la vida in-
finita . Vió que puede de repente nacer en el pe-
cho una pasion que pisotea al orgullo , que en-
cuentra en la tierra los elementos de una felicidad
reputada como quimérica, i se acostó distraido ,
olvidándose dela verdad .
Mientras Rivas pasaba por esta crisis , en la que
al fin se dibujó radiante su amor, como aparece
en el fondo de un crisol la plata que la accion del
fuego hace desprenderse del metal, Leonor se
· retiraba con Matilde a un sofá apartado del gran
salon en que conversaban algunas visitas .
Como te dije el otro dia , principió por decir
Leonor , estrechando una mano de su prima , Martin
90

habló en la mesa de Rafael San Luis a quien yo


defendí de los ataques de mi padre .
Matilde apretó la mano de Leonor con recono-
cimiento ; i esta continuó .
- Esta tarde llamé a Martin junto
al piano i
le hice varias preguntas sobre San Luis . Es
amigo de él , pero de poco tiempo a esta parte .
Nada me ha podido informar sobre la vida que
lleva, pues Rafael parece no haberle confiado
aun ninguna cosa que revele el estado de su co-
razon ; pero te prometo que yo lo averiguaré.
Rivas es intelijente , i espero que pronto se cap-
tará su entera confianza . Así sabremos si todavía
te ama .
Las dos niñas continuaron su conversacion
hasta que Emilio Mendoza ocupó un asiento al
lado de Leonor i comenzó a hablarla de su amor ,
sin que ella manifestase el menor desagrado , ni
diese tampoco ninguna contestacion propia para
alentar las esperanzas de aquel jóven .
Al dia siguiente , Martin recibió con frialdad el
saludo de su amigo . Este , que habia concebido por
él un cariño verdadero , notó al instante su re-
serva.
¿ Qué tienes ? le preguntó , empleando por pri-
mera vez aquel tono familiar : te veo triste .
Martin se sintió desarmado en presencia de la
cordialidad que San Luis le manifestaba , cuando
- 91

le habia visto tratar a todos sus condiscípulos con


la mayor indiferencia . Se hizo , ademas , la re-
flexion de que Rafael no tenia ninguna culpa de
lo que le atormentaba , i tuvo bastante razon para
conocer la ridiculez de sus celos .
- Es verdad, dijo estrechando la mano que
San Luis le habia presentado , anoche sufrí mu-
cho .
- Puedo saber la causa ? preguntó Rafael .
-
Para qué , respondió Rivas : nada podrias
hacer para darme la felicidad . .
¡ Cuidado , Martin ! no olvides mi consejo .
El amor, para un estudiante pobre , debe ser
como la manzana del paraiso si lo pruebas te
perderás .
- - I ¿ qué puedo hacer cuándo? •

San Luis no le dejó terminar.


-No quiero saber nada, le dijo : hai ciertos
sentimientos que aumentan en el alma cuando se
confían, i el amor es uno de ellos . No me digas
nada. Pero tengo por tí un verdadero interés i
quiero curarte antes que el mal haya echado
raices . La soledad es un consejero fatal, i tú
vives mui solo .

Es necesario que te distraigas , añadió ,


viendo que Martin se quedaba pensativo, i yo me
encargo de hacerlo.
92 --

Dificil me parece , dijo Martin que se sentia


bajo la impresion de la escena de la víspera .
- No importa ; haremos un ensayo , nada se
pierde . Vente a mi casa mañana a las ocho de la
noche i te llevaré a ver ciertas jentes que te di-
vertirán.
Los dos amigos se separaron , dirijiéndose
Martin a casa de don Dámaso .
- 93

A la hora de comer entró al salon donde Leo-


nor se hallaba sentada al piano . La timidez que
la niña le habia infundido desde el primer dia, se
manifestó en su pecho mas poderosa que antes .
Parecióle que si se dejaba ver , estando ella sola,
Leonor leeria en su corazon el amor que la pro-
fesaba ya. El amor que teme no ser correspon-
dido , infunde esta clase de timidez a los hombres
mas enérjicos .
- Me tendrá compasion , pensó al instante ,
retirándose i sintiendo que la humillacion que
le hacia sufrir esta sola idea, encendia sus me-
jillas .
Leonor alcanzó a divisar a Rivas cuando en-
traba . Lėjos de manifestar la indiferencia que
siempre mostraba por la presencia del jóven ,
- 94

dejó precipitadamente su asiento i salió hasta la


puerta para llamarle .
Martin volvió entre la sorpresa i la turbacion
que le causaba aquel llamado tan imprevisto .
- ¿ Por qué se retira Ud . ? le preguntó Leonor ,
notando la confusion que se pintaba en el sem-
blante de Martin .
--- Creí que Ud . estaba ocupada i temí incomo-
darla, contestó él .
-¿Incomodarme ! I por qué ? Ya ve Ud . que
le he llamado.
- Mil gracias
.
Venga a sentarse , tenemos que hablar.
Martin pensó con disgusto que el tono afec-
tuoso que empleaba Leonor para hablarle, seria
un nuevo medio de someterle a algun interroga-
torio parecido al del dia anterior . Entró al salon
tras de la niña i permaneció de pié, algo distante
de una poltrona en que ésta se habia sentado.
Leonor le señaló con amabilidad una silla .
Ayer se retiró Ud . sin que yo le viese , le
dijo , mirándole fijamente .
-
Señorita , contestó Rivas , serenado ya de
laturbacion en que estaba , creí que Ud . no tenia
nada mas que preguntarme .
-No fué solo con ese objeto que le convidé a
Ud . Es cierto que cometí la distraccion de dejarle
solo , i por eso he querido hablar con Ud . para
95 -

manifestarle el sentimiento que tengo al pensar


que puedo haberle ofendido sin intencion nin-
guna . Estaba preocupada i no pensé en lo que
hacia.
En estas palabras de satisfaccion , solo faltaba
el tono que ordinariamente las acompaña. Pare-
cia que la niña luchaba con su orgullo al espre-
sarse así i queria manifestar a Rivas la distancia
que los separaba , empleando el acento algo im-
perioso del que cree tratar con un inferior . Tal
satisfaccion habia sido dictada , en efecto , por el
instinto de rectitud que , a pesar del orgullo que
su familia habia fomentado en ella , prevalecia
en su corazon i hablaba poderosamente en su
conciencia. Leonor notó el dia precedente la sa-
lida de Martin i conoció al instante que , por hu-
milde que fuese , tenia derecho de ofenderse . Si
en lugar de Rivas , pobre i desvalido, se hubiese
encontrado alguno de sus elegantes i ricos ado-
radores , ella tal vez no habria fijado su atencion
en aquella circunstancia , ni preocupádose un mi-
nuto en averiguar la rectitud de su conducta .
Mas , al ver salir a Rivas , sintió una grave im-
presion por su falta i conoció que habia obrado
mal . De aquí a decidirse por una franca satisfac-
cion,solo medió el tiempo necesario para pensar-
lo : es decir un instante mui corto .
Al verse, empero , en presencia del jóven i en
96 --

la necesidad de dar escusas , Leonor sintió que el


paso no era tan fácil como al principio le habia
parecido . Era para ella tan estraña la situacion ,
que solo la firmeza de su voluntad , pudo decidirla
a cumplir lo que , sin calcular los inconvenientes ,
habia resuelto . Así fué que al hablar , temió que
sus palabras tuviesen alguna otra interpretacion
a los ojos de Martin , i empleó el tono de voz que
la colocaba mui alto sobre el hombre a quien se
dirijia.
Despues de hablar , miró a Rivas para leer en
su semblante la impresion que habia recibido .
Las últimas palabras despertaron las sospechas
del jóven , i brilló en sus ojos el descontento que
le causaban . Empleando entonces el mismo tono
que Leonor :
- Por mi parte , señorita , dijo , ayer sentí en
el alma no poder dar a Ud . mas circunstanciados
informes sobre la persona que parece intere-
sarla .
¡ Si no es por mí ! esclamó sorprendida
Leonor, alvidándose de todo sijilo i del afectado
tono de superioridad con que acababa de hablar .
¡ Ah ! dijo Martin , sin poder ocultar su
alegría ¡ no es por Ud . !
Leonor, con la penetracion propia de su sexo
en asuntos del corazon , supo interpretar la ale-
gría que se pintó en el rostro del jóven .
- 97 -

¿ Qué ? me amará se preguntó , sintiendo


una vaga timidez bajo la ardiente mirada con que
Rivas habia pronunciado las últimas palabras .
Luego, como picada de la sorpresa que habia
sufrido al decir que no se informaba de San Luis
por interés propio , volvió a su tono de voz ante-
rior , cual si hubiese querido castigar a Rivas por
la osadía de amarla.
Veo , caballero , dijo , que Ud . tiene una
imajinacion mui viva para basar suposiciones
sobre lo que oye .
Es verdad , señorita , confieso que he pen-
sado con lijereza , contestó él sin llegar a com-
prender a aquella niña , que le llamaba para
darle satisfacciones i poco despues le reconvenia
con acento mas duro aun que sus palabras .
-¿Qué motivos tuvo Ud . para pensar que
yo tuviese algun interés por San Luis , al infor-
marme acerca de su vida ?
--
Ninguno , i la protesto a Ud . con la mayor
sinceridad , que si tal sospecha nació involunta-
riamente en mi imajinacion , no he hecho ni haria
jamás uso de ella .
Así lo espero , le dijo Leonor con una mi-
rada altanera , que oprimió dolorosamente el
corazon de Martin .
En este momento entró doña Engracia seguida
por su marido . Al atravesar la primera pieza
TOM. I. 6
98 -

contigua al salon, don Dámaso vió que Rivas i


Leonor estaban solos .
-¿Por qué está la niña sola con este mucha-
cho ? dijo a doña Engracia .
Al entrar, entabló una conversacion de nego-
cios con Martin , mientras que la señora participó
a su hija la observacion del padre .
- Mi papá no piensa lo que dice , esclamó
Leonor con indignacion , i då demasiada impor-
tancia a su protejido . Bien está que le conceda
habilidad, si como dice , le ayuda tanto en los
negocios ; pero no convengo en qué le suponga
tanto valimiento para que yo fuese a fijarme en
él .
La madre bajó la cabeza sin atreverse a repli-
car i se consoló del poco prestijio de su autoridad
tomando en las faldas a Diamela , que saltaba a
sus piés para recordar su presencia .
Don Dámaso , entre tanto , habia olvidado ya la
impresion que acababa de recibir al ver solo a
Martin con su hija , i oia la opinion que éste le
daba sobre una importante especulacion que se
hallaba con ánimo de emprender .
La contestacion de Leonor a su madre mani-
festaba que don Dámaso hacia frecuentes elogios
de su secretario , el que , iniciado en sus secretos
comerciales como autor de la correspondencia
que mantenia con sus ajentes de las provincias ,
99

le habia ayudado mas de una vez con saludables


consejos . Para esto , Martin habia hecho uso de
la clara intelijencia que habia recibido del cielo ,
mas que de la esperiencia mercantil de que casi
completamente carecia . Movido por el deseo de
pagar con algo la hospitalidad que se le daba ,
ponia todo su conato en desempeñar su puesto de
modo que don Dámaso conociese su importancia
i se felicitase de tenerle a su lado . De manera
que , en el corto tiempo que habia prestado sus
servicios , Martin gozaba de un alto concepto en
el ánimo de don Dámaso i era consultado en los
negocios que éste emprendia con sus cuantiosos
bienes .
En aquel instante, como dijimos , la conversa-
cion rodaba entre ellos sobre negocios , i Martin
acababa de dar una opinion que abria un nuevo
campo a las especulaciones de don Dámaso . Este,
lleno de satisfaccion, buscaba un medio de espre-
sar al jóven su reconocimiento .
- He notado , le dijo , que Ud . no viene al
salon en la noche .
Mis estudios , señor , poco tiempo me dejan ,
contestó Rivas , a quien semejante observacion
llenaba de contento , porque veia en ella la posi-
bilidad de acercarse a Leonor i de conocer a los
que la cortejaban .
- Sin embargo, replicó don Dámaso , cuando
100 -

tenga tiempo , venga Ud . con confianza : yo deseo


que Ud . se relacione i vaya conociendo a nuestra
sociedad . Para un jóven que se dedica a la abo-
gacía, las amistades son siempre una ventaja .
En la noche , aprovechó Martin aquella invi-
tación para presentarse en los salones de doña
Engracia, en los que a las nueve se hallaban ya
reunidas las personas que conoce el lector .
Necesario es tambien advertir que en su corto
tiempo de permanencia en Santiago , Rivas habia
mejorado notablemente sus prendas de vestuario ,
valiéndose de una industria indicada por Rafael
San Luis. Esta consistia en pedir artículos a un
sastre mediante el pago de doce pesos al mes ,
que Martin habia principiado a pagar al recibir
un traje completo . De este modo podia ya pre-
sentarse con la decencia necesaria , habiendo
dejado ocho pesos para atender a sus otros gastos
mensuales .
Para comprender la ajitacion que reinaba
aquella noche en casa de don Dámaso , daremos
una idea de la situacion de la capital , que espli-
cará la conversacion que mantenian los tertu-
lianos de doña Engracia i pintará el estado de
los espíritus en aquella época de ardiente preo-
cupacion política .
La Sociedad de la Igualdad , de la que dos
veces hemos hecho mencion en esta historia,
101 ---

compuesta a principios de 1850 de un corto nú-


mero de personas , habia visto engrosarse con
gran prontitud sus filas i llegado a ser el objeto
de la preocupacion jeneral a la fecha de los suce-
sos que vamos refiriendo . Su nombre solo habria
bastado para despertar la suspicacia de la auto-
ridad, si no lo hubieran hecho el programa de
los principios que se proponia difundir i el ardor
con que acudieron a su llamamiento individuos
de las distintas clases sociales de la capital . Al
cabo de corto tiempo , la Sociedad contaba con
mas de ochocientos miembros i ponia en discu-
sion graves cuestiones de sociabilidad i de polí-
tica. Con esto se despertó poco a poco una nueva
vida en la inerte poblacion de Santiago i la polí-
tica llegó a ser el tópico de todas las conversa-
ciones, la preocupacion de todos los espíritus , la
esperanza de unos i de otros la pesadilla .
Vió entonces el pacífico ciudadano tornarse en
foro de acalorados debates a su estrado ; abra-
zaron los hermanos diverso bando los unos de los
otros hijos rebeldes desobedecieron la voluntad
de los padres , i turbó la zaña política la paz de
gran número de familias . En 1850 i despues
en 51 , no hubo tal vez una sola casa de Chile
donde no resonara la descompuesta voz de las
discusiones políticas , ni una sola persona que no
se apasionase por alguno de los bandos que nos
6,
102

dividieron . Licurgo no habria podido aplicar


entónces en Chile su lei sobre los indiferentes a
la cosa pública porque no habria hallado delin-
cuentes .
La Sociedad de la Igualdad llevaba ya celebra-
das cuatro sesiones antes del 19 de agosto en
que tuvo lugar la famosa sesion , llamada comun-
mente de los palos .
En aquella noche era tambien cuando Martin
Rivas debia asistir por primera vez a la noc-
turna tertulia de su protector .
103

XI

Reinaba, como dijimos , grande animacion entre


las personas que componian la tertulia ordinaria
de don Dámaso encina .
Era la noche del 19 de agosto , i desde algun
tiempo circulaba la noticia de que la Sociedad
de la Igualdad seria disuelta por órden del Go-
bierno . Citábase como prueba el ataque de cuatro
hombres armados hecho en una de las noches
anteriores , al tiempo de instalarse en la Chimba
el grupo núm . 7 de los que componian esa so-
ciedad.
Martin se sentó despues de ser presentado por
don Dámaso a las personas de su tertulia, i la
conversacion , interrumpida un momento , siguió
de nuevo .
-La autoridad , dijo don Fidel Elisa, respon-
diendo a una objecion que se le acababa de
104 -

hacer ; está en su derecho de disolver esa


reunion de demagogos , porque ¿ qué se llama
autoridad? El derecho de mando ; luego man-
dando disolver , está , como dije , en su derecho .
Doña Francisca, mujer del opinante , se cubrió
el rostro horrorizada de aquella lójica autori-
taria.
Ademas, repuso don Simon Arenal , viejo
solteron que presumia de hombre de importancia ,
un buen pueblo debe contentarse con el derecho
de divertirse en las festividades públicas i no me-
terse en lo que no entiende . Si cada artesano dá
su opinion en política, no veo la utilidad de estu-
diar .
Don Dámaso , que tenia perdida la esperanza
de ser comisionado por el Gobierno , como se le
habia hecho esperar , se hallaba en aquella noche
bajo la influencia de los periódicos liberales ,
cuyos artículos recordaba perfectamente .
- El derecho de asociacion , dijo , es sagrado .
Es una de las conquistas de la civilizacion sobre
la barbarie . Prohibirlo , es hacer estéril la sangre
de los mártires de la libertad i ademas .....
- Yo te viera hablar de mártires i de libertad
cuando te vengan a quitar tu fortuna , esclamó in-
terrumpiéndole don Fidel.
- Aquí no se trata de atacar la propiedad ,
replicó don Dámaso .
- 105 -

Se equivoca Ud . , dijo don Simon Arenal .


¿ Cree Ud . que ese título es tomado sin premedi-
tacion ? Sociedad de la Igualdad , quiere decir ,
Sociedad que trabajará para establecer la igual-
dad , i como lo que mas se opone a ella es la dife-
rencia de fortunas , claro es que los ricos serán
los patos de la boda.
- Eso es les canards des noces , dijo el

elegante Agustin .
Sobre eso no hai duda , señor , le dijo tam-
bien Emilio Mendoza, que habia aprobado hasta
entónces con la cabeza .
Don Dámaso se quedó pensativo . Aquellos
argumentos contra la seguridad de su fortuna,
con que por entonces se trataba de intimidar a
todo rico que se presentaba con tendencias al
liberalismo , le dejó perplejo i taciturno .
- Los hombres de valor como Ud . , le dijo
Emilio , deben aprovechar esta oportunidad para
ofrecer su apoyo al Gobierno .
Claro, repuso don Fidel con su aficion a los
silojismos ; es el deber de todo buen patriota ,
porque la patria está representada por el Gobier-
no, luego apoyándolo es el modo de manifestarse
patriota.
Pero hijo , replicó doña Francisca , tu -pro
posicion es falsa porque ......
-
Ta, ta, ta, interrumpió don Fidel , las mu-
106 --

jeres no entienden de política ; ¿no es así, caba-


llero añadió dirijiéndose a Martin , que era el
mas próximo que tenia.
- No es esa mi opinion , señor , respondió
Rivas con modestia.
Don Fidel le miró con espanto .
- ¡Como! esclamó .

Luego, cual si una idea súbita le iluminase :


¿Es Ud . soltero? le preguntó .
- Sí, señor.

Ah, por eso , pues hombre : no hablemos mas .


En este momento entró Clemente Valencia,
que siempre llegaba mas tarde que los demas .
-
Vengo de la calle de las Monjitas , dijo ,
donde me detuvo un tropel de jente .
¿Qué, es revolucion? preguntaron a un
tiempo palideciendo don Fideli don Simon.
No es revolucion ; pero si la hai , el Gobierno
tiene la culpa , contestó Valencia , causando con
esta frase gran admiracion a los que le oian,
porque estaban acostumbrados a la dificultad con
que el capitalista hilvanaba una frase.`
- Creo que con política , hasta los tontos se
ponen elocuentes , dijo doña Francisca a Leonor
que tenia a su lado ,
-
Vamos , hombre ¿qué hai? estas esuflado ,
dijo Agustin aValencia , que se calló cuando todos
107 --

esperaban en silencio la esplicacion de aquellas


palabras.
---- Sí ¿qué es lo que hai ? dijeron los demas
.
----
Habia sesion jeneral en la Sociedad de la
Igualdad , contestó Clemente .
― Eso ya lo sabíamos .

-La sesion concluyó como a las diez.


11
Gran noticia, dijo doña Francisca por lo
bajo .
-- Esto es lo que me contaron en la calle
añadió el jóven .
¿I qué mas? preguntó Agustin , qué arrivó
despues?
Entraron unos hombres al salon donde que-
daban algunos socios i cargaron a palos con ellos ,
-
¡A palos ! dijeron hombres i mujeres .
¡ A golpes de bastones ! esclamó Agustin con
acento afrancesado .
- Es una atrocidad , dijo indignada doña Fran-
cisca, parece que no estuviéramos en un pais civi-
lizado .
¡Mujer! mujer! replicó don Fidel , el Gobier-
no sabe lo que hace ; no te metas en política!
-
Sí , pero esto es mui fuerte , dijo Agustin ,
esto depasa los límites.
- El deber de la autoridad , esclamó don

Simon, es velar por la tranquilidad , i esta aso-


ciacion de revoltosos la amenazaba directamente .
- 108 -

- ¡Pero eso es exasperar ! objetó exaltada


doña Francisca .
¡Qué importa, el Gobierno tiene la fuerza!
Bien hecho , bien hecho que les den duro ,
dijo don Fidel ; ¿no les gusta meterse en lo que
no deben?
Pero esto puede traer una revolucion , dijo
don Dámaso .
Ríase de eso , le contestó don Simon es la
manera de hacerse respetar . Todo Gobierno debe
manifestarse fuerte ante los pueblos , es el modo
de gobernar .
-Pero eso es apalear i no gobernar , replicó
Martin, cuyo buen sentido i jenerosos instintos
se revelaban contra la argumentacion de los au-
toritarios .
Dice bien el señor don Simon , replicó
Emilio Mendoza : al enemigo , con lo mas duro .
Estraña teoría, caballero , repuso Martin
picado hasta ahora habia creido que la nobleza
consistia en la jenerosidad para con el enemigo .
Con otra clase de enemigos ; pero no con los
liberales , contestó Mendoza con desprecio .
Rivas se acercó a una mesa reprimiendo su
despecho .
No discuta Ud . porque no oirá otras razo-
nes , le dijo doña Francisca.
Continuó la convervacion política entre los
- 109

hombres , i las señoras se acercaron a una mesa ,


sobre la cual un criado acababa de poner una
bandeja con tazas de chocolate .
Martin observó a Leonor durante todo el
tiempo que duró su visita i le fué imposible co-
nocer la opinion de la niña respecto de las di-
versas opiniones emitidas . Otro tanto le sucedió
cuando quiso averiguar si Leonor daba la prefe-
rencia a alguno de sus dos galanes , con cada
uno de los cuales la vió conversar alternativa-
mente, sin que en su rostro se pintase mas que
una amabilidad de etiqueta, mui distinta de la
turbacion que retrata el rostro de la mujer
cuando escucha palabras a las que responde su
corazon . Mas este descubrimiento , lėjos de ale-
grar a Martin, le dió un profundo desconsuelo .
Pensó que si Leonor miraba con indiferencia
al empleado elegante i al fastuoso capitalista ,
nunca su atencion podria fijarse en él, que no
contaba con ningun medio de seduccion capaz
de competir con los que poseian los que ya repu-
taba como sus rivales . I al mismo tiempo sentia
cada vez mas avasallado el corazon por la alta-
nera belleza que su amor rodeaba con una au-
réola divina . Cada uno de sus pensamientos eran
en ese instante , otros tantos idilios sentimen-
tales , de los que nacen en la mente de todo ena-
morado sin esperanzas , i se le figuraba por mo-
TOM. I. 7
- 110 ―

mentos que Leonor era demasiado hermosa para


rebajarse hasta sentir amor hácia ningun hom-
bre .
Mientras Rivas luchaba para no dirijir sus
ojos sobre Leonor , temiendo que los demas adi-
vinasen lo que pasaba en su corazon , Matilde i
su prima se habian separado de la mesa .
-
Este jóven es el amigo de Rafael, dijo
Leonor.

-¿Sabes que es interesante ? contestó Ma-


tilde .

- Tu opinion no es imparcial , repuso Leonor


sonriéndose .

-¿Le has vuelto a preguntar algo sobre


Rafael?
No, porque mis preguntas le hicieron creer
que era yo la enamorada , i ademas se ofendió
porque solo le llamaba para hacerle esas pre-
guntas .
-¡Ah, es orgulloso !
- Mucho , i me estraña que haya venido esta
noche aquí, porque jamás lo habia hecho . En la
mesa habla rara vez sin que le dirijan la palabra
i cuando lo hace , es para manifestar su despre-
cio por las opiniones vulgares .
-
Veo que lo has estudiado con detencion ,
dijo Matilde en tono de malicia a su prima , i
- 111 .

creo que te estás ocupando de él mas que de todos


los jóvenes que vienen aquí .
-¡Qué ocurrencia ! contestó Leonor , vol-
viendo desdeñosamente la cabeza .
La observacion de Matilde , habia sin embargo
hecho pensar a Leonor que Martin , sin saberlo
ella misma , preocupaba su pensamiento mas que
lo que ordinariamente lo hacian los otros jóvenes
de que en todas partes se veia rodeada . Esta idea
introdujo una estraña turbacion en su espíritu e
hizo cubrirse de rubor sus mejillas al recordar que
ella coincidia con el pensamiento que la ocurrió al
ver la alegría con que el jóven habia recibido án-
tes su disculpa sobre el motivo de sus preguntas
acerca de su amigo San Luis . Esa turbacion i
ese rubor en la que desdeñaba el homenaje de
los mas elegantes jóvenes de la capital , se espli-
can perfectamente en el carácter de una niña
mimada por sus padres i por la naturaleza . Por
mas que Leonor habia manifestado a su prima el
deseo de amar , se veia que gran parte de su or-
gullo estaba cifrado en la indiferencia con que
trataba a los jóvenes mas admirados por sus ami-
gas . Así es que la idea de haber fijado su aten-
cion en uno que miraba como insignificante , la
disgustó consigo misma , e hizo formar el propó-
sito de poner a prueba su voluntad para triunfar
de lo que ella calificó de involuntaria debilidad.
112

El corazon de la mujer es aficionado especial-


mente a esta clase de pruebas , en las que en-
cuentra un pasatiempo para disipar el hastío de
la indiferencia . Leonor miró a Rivas desde ese
instante como a un adversario , sin advertir que
su propósito la obligaba a caer en la falta que
acababa de reprocharse como una debilidad : es
decir a ocuparse de él .
Martin, mientras ella formaba esta resolucion ,
se retiró desesperado . Como todo el que ama por
primera vez , no trataba de combatir su pasion ,
sino que se complacía en las penas que ella desper-
taba en su alma . Hallábase bajo el imperio de la
dolorosa poesía que encierran los primeros sufri-
mientos del corazon i saboreaba su tormento en-
contrando un placer desconocido en abultarse su
magnitud. El amor, en estos casos , produce en
el alma el vértigo que esperimenta el que divisa
el vacío bajo sus plantas desde una altura consi-
derable . Rivas divisó ese vacío de toda esperanza
para su alma i la lanzó a estrellarse contra la
imposibilidad de ser amado.
Estas sensaciones le hicieron olvidar la cita
que Rafael le habia dado para el dia siguiente i
solo pensó en ella cuando su amigo le dijo al salir
de clase :
--- No olvides que debes venir esta noche a
casa .
113

¿ A dónde vas a llevarme ? le preguntó él .


- No faltes i lo verás quiero ensayar una
curacion .
-¿Con quién ?
--- Contigo, te veo con síntomas mui alar-
mantes.
- Creo que es inútil , dijo Martin con tristeza ,
estrechando la mano de San Luis que se despedía.
Este nada contestó , i a dos pasos de Rivas dió
un suspiro que desmentia el contento con que
acababa de hablar para infundir alegres espe-
ranzas a su amigo .
- 114 ―

XII

A las ocho de la noche entró Martin en una


casa vieja de la calle de la Ceniza que ocupaba
San Luis .
Este salió a recibirle i le hizo entrar en una
pieza que llamó la atencion de Rivas por la ele-
gancia con que estaba amueblada .
Aquí tienes mi nido , díjole Rafael ofre-
ciéndole una poltrona de tafilete verde .
- Al pasar por esta calle , dijo Rivas , no se

sospecharia la existencia de un cuarto tan lujo-


samente amueblado como este .
Los recuerdos de mejores tiempos es lo que
ves en torno tuyo , contestó Rafael . Entre mu-
chas cosas que he perdido , añadió con acento
triste , me queda aun el gusto por el bienestar i
he conservado estos muebles .
Pero hablemos de otra cosa porque quiero que
115 -

estés alegre i para estarlo yo tambien . ¿ Sabes a


dónde voi a llevarte ?
No por cierto.
- Pues voi a decirtelo mientras me afeito .
Rafael sacó un estuche , preparó espuma de
jabon i se sentó delante de un espejo redondo ,
susceptible de bajar i subir . Hecho esto empezó
la operacion , hablando segun ella se lo per-
mitia.
- Te diré pues , que te voi a presentar en una
casa en donde hai niñas i que vas a asistir a lo
que en términos técnicos se llama un picholeo .
<< Si conoces la significacion de esta palabra ,
inferirás que no es al seno de la aristocrácia de
Santiago a donde vas a penetrar. Las personas
que te recibirán , pertenecen a las que otra
palabra social chilena llama jentes de medio
pelo.
I las niñas ¿; qué tales son ? preguntó Rivas
para llenar una pausa que hizo Rafael.
Ya te lo diré ; pero vamos por partes . La fa-
milia se compone de una viuda, un varon i dos
hijas . Darémos primero el paso al bello sexo por
órden de fechas . La viuda se llama doña Ber-
narda Cordero de Molina. Tiene cincuenta años
mal contados i se diferencia de muchas mujeres
por su aficion inmoderada al juego , en lo que
tambien se parece a ciertas otras . Las hijas se
116

llaman Adelaida i Edelmira . La primera debe su


nombre a su padrino i la segunda a su madre ,
que la llevaba en el seno cuando vió representar
a Otelo i quiso darla un nombre que la recor-
dase las impresiones de una noche de teatro . Ya
la oirás hablar de estos recuerdos artísticos .
Adelaida cultiva en su pecho una ambicion digna
de una aventurera de drama quiere casarse
con un caballero . Para las gentes de medio pelo ,
que no conocen nuestros salones , un caballero o
como ellas dicen , de hijo de familia , es el tipo
de la perfeccion , porque juzgan al monje por el
hábito . La segunda hermana , Edelmira , es una
niña suave i romántica como una heroina de al-
gunas novelas de las que ha leido en folletines de
periódicos que la presta un tendero aficionado a
las letras . Las dos hermanas se parecen un poco :
ámbas tienen pelo castaño , tez blanca , ojos par-
dos i bonitos dientes ; pero la espresion de cada
una de ellas , revela los tesoros de ambicion que
guarda el pecho de Adelaida i los que atesora el
de Edelmira de amor i de desinterés . El corazon
de ésta es como ha dicho Balzac de una de
sus heroinas, una esponja a la que haria dila-
tarse la menor gota de sentimiento .
Nos queda el varon , que tiene veintiseis años
de edad i ni un adarme de juicio en el cerebro . Es
el tipo de lo que todos conocen con el nombre de
117

siutico i para aditamento le regalaron en la pila


el de Amador . Lleva el bigote i la perilla cor-
respondiente a su empleo i dice vida mida
cuando canta en guitarra. Es un curioso objeto
de estudio ya lo verás .
Ahora decirte cómo vive esta familia, sin mas
apoyo que un mozo calavera , es lo que solo puede
hacerse por conjeturas . Don Damian Molina, ma-
rido de doña Bernarda , pretendia ser de buena
familia , como lo verás por los recuerdos de la
señora. Vivió pobre casi toda su vida i dejó , se-
gun me han contado , un pequeño capitalito de
ocho mil pesos con el cual la familia se ha librado
de la miseria . El primojénito, despues de derro-
char su haber paterno, vive a espensas de la ma-
dre i costea con los naipes sus menudos gastos .
En tiempo de elecciones es un activo patriota , si
la oposicion le paga mejor que el gobierno i con-
servador neto si éste gratifica su actividad a
veces lleva su filosofía hasta servir a los dos par-
tidos a untiempo , porque , como él dice , todos son
compatriotas .
Con dos chicas bonitas era imposible que el
amor no buscase allí un techo hospitalario , i así lo
ha hecho . Pero apenas lo creerás cuando te nom-
bre el amartelado galan de Adelaida .
¿ Quién es ? preguntó Martin .
El elegante hijo de tu protector :
7.
- 118

¡ Agustin !
―― El mismo . Poco tiempo despues de llegar

de Europa, le llevó allí un amigo suyo . Al prin-


cipio creyó enamorar a Adelaida con su traje i
sus galicismos i fué tomando sérias proporciones
su aficion a la chica a medida que encontró mas
enérjica resistencia que la que esperaba.
Si la muchacha le hubiese amado , creo que él
no habria tenido escrúpulo de perderla i abando-
narla ; mas con la resistencia , su capricho va to-
mando el colorido de una verdadera pasion .
I la otra ¿ a quién quiere?
- Ahora a nadie , a pesar de los rendidos sus-
piros de un oficial de policía que la ofrece seria-
mente su mano . Edelmira ha soñado tal vez algo
de mas poético en armonía con los héroes de fo-
lletin, porque desdeña los homenajes de este hijo
menor de Marte que se desespera dentro de su
uniforme como si se tratase de una perpetua pos-
tergacion en su carrera.
Al decir estas palabras , Rafael habia concluido
de vestirse i daba la última mano a su peinado .
En este momento i como habia dejado de hablar ,
fijó la vista Rivas en un retrato de daguerreotipo.
que habia colocado sobre una mesa de escritorio .
¡ Hombre , dijo , esta cara la he visto en al-
guna parte !
--
¿ Sí ? quién sabé , contestó San Luis , alejando
119

la luz . ¿ Quieres que nos vayamos ? añadió apa-


gando una de las velas i tomando la otra como
para salir.
Vamos , respondió Martin , saliendo junto
con su amigo .
Dirijiéronse de casa de San Luis a una casa de
la calle del Colejio cuya puerta de calle estaba
cerrada , como se acostumbra entre ciertas jentes
en sus festividades privadas .
Rafael dió fuertes golpes a la puerta , hasta que
una criada vino a abrirla.
Dar una idea de aquella criada , tipo de la sir-
viente de casa pobre , con su traje sucio i raido i
su fuerte olor a cocina, seria martirizar la aten-
cion del lector . Hai figuras que la pluma se re-
siste a pintar, prefiriendo dejar su producción al
pincel de algun artista : allí está en prueba el
Niño Mendigo de Murillo, cuya descripcion no
tendria nada de pintoresco ni agradable .
---
Estamos en pleno picholeo , dijo Rafael a
Rivas , deteniéndose delante de una ventana que
daba al estrecho patio a que acababan de entrar.
― Veo , contestó Martin , muchas mas perso-
nas que las que me has descrito .
Esas son las amigas i las amigas de éstas ,
convidadas a la tertulia . Mira allí tienes a la
ambiciosa Adelaida . ¿ Qué tal te parece?
Mui bonita ; pero hai algo de duro en su
- 120 ―

ceño que revela un carácter calculador i que re-


chaza toda confianza . Este juicio es tal vez un
resultado de la descripcion que me has hecho de
ella.
No , no , todo eso retrata la fisonomía de
Adelaida , tienes razon pero a los ojos del vulgo ,
esa dureza de espresion es majestad . Tu cono-
cido Agustin Encina dice que se le figura una
reina disfrazada . Mira , no obstante lo que se pa-
.
recen con su hermana ¡ qué inmensa diferencia
hai entre ella i Edelmira , que está allí cerca!
¡ Quítala un poco de esa languidez que el roman-
ticismo dá a sus ojos i tendrás una criatura ado-
rable !
Tienes razon , contestó Rivas , la encuentro
mas bonita que la hermana .
- Mira , mira , dijo San Luis , asiendo el brazo
de Martin, allí vá Amador, el hermano ; ese que
lleva un vaso de ponche llamado en estas reunio-
nes chincolito . ¿ No encuentras que Amador es
soberbio en su especie ? Ese chaleco de raso
blanco , bordado de colores por alguna querida
prolija, es de un mérito elocuentísimo . La cor-
bata tiene dos listas lacres que dan un colorido
especial a su persona i el pelo encrespado , como
el de un ángel de procesion , tiene la muda elo-
cuencia del mas hábil pincel porque caracteriza
perfectamente al personaje . Míralo, está en su
- 121

elemento con el vaso de licor que ofrece a una


niña.
En ese instante un jóven se acercó al que así
ocupaba la atencion de los dos amigos i le dijo al-
gunas palabras al oido.
Amador salió de la pieza a otra que daba al
patio i por ésta al lugar en que San Luis i Rivas
se habian detenido .
Caballeros, dijo acercándose . ¿ qué no me
harán Uds . la gracia de entrar a la cuadra?
-Estábamos poniéndonos los guantes , con-
testó Rafael ya íbamos a entrar .
Luego señalando a su amigo .
-- Don Amador, le dijo , tengo el gusto de pre-
sentarle al señor don Martin Rivas .
- El señor don Amador Molina , dijo a Martin .
Un criado de Ud . , para que me mande , dijo
Amador , recibiendo el saludo del jóven Rivas .
Los tres entraron entónces a la pieza contigua
a la que Amador habia llamado la cuadra.
122 -

XIII

Las miradas de los concurrentes se dirijieron


hácia los que llegaban precedidos por Amador .
Los jóvenes les saludaron con amaneramiento i
recelo , las niñas hablándose al oido despues que
les eran presentados .
El bullicio que reinaba en aquella reunion
cuando Rivas i San Luis se detuvieron en el pa-
tio , cesó repentinamente apénas ellos entraron .
En medio de este silencio se oyó una voz sonora
de mujer que lo interrumpió con estas palabras :
El es , ya se quedaron como muertos , como si
nunca hubieran visto gente.
Era la voz de doña Bernarda que , puesta en
jarra en medio del salon , animaba con el jesto a
los tertulianos .
Las niñas se sonrieron bajando la vista i los
jóvenes parecieron volver en sí con tan elocuente
exhortacion .
123

Dice bien misia Bernardita , esclamó uno ,


vamos bailando cuadrillas , pues .
Cuadrillas , cuadrillas , repitieron los demas ,
siguiendo el ejemplo de éste.
Un amigo de la casa , se acercó al piano , que
él mismo habia hecho llevar allí por la mañana i
comenzó a tocar unas cuadrillas , mientras se po-
nian de pié las parejas que iban a bailarlas .
Entre éstas no habia distincion de edades ni con-
diciones , hallándose una madre que rayaba en los
circuenta , frente a la hija de catorce años que
hacia esfuerzos por alargarse el vestido i parecer
grande a riesgo de romper la pretina .
- Anda rómpete el vestido con tanto tiron ,
le decia la primera, causando la desesperacion
de su compañero , que afectaba las maneras del
buen tono en presencia de Rivas i de su amigo.
En otro punto , un jóven hacia requiebros en
voz alta a su compañera para manifestar que no
tenia vergüenza delante de los recien llegados .
Señorita , la decia , le digo que es ladrona
porque Ud . anda robando corazones .
A lo que ella contestaba en voz baja i con el
rubor en las mejillas :
Favor que Ud . me hace , caballero .
Doña Bernarda recorria como dueña de casa ,
el espacio encerrado por las parejas , diciendo
a su manera un cumplido a cada cual . Al llegar
124

frente a la mamá que hacia vis a vis con su hija ,


principió a mirarla meneando la cabeza con aire
de malicia.
i Mira la vieja como se anima tambien !
esclamó, i con un buen mozo ademas ! Eso es ,
bijita, no hai que recular !
Por supuesto pues , contestó ésta , ¿ que las
niñas no mas se han de divertir?
Amador se ajitaba en todas direcciones bus-
cando una pareja que faltaba .
- -I Ud . , señorita , dijo a una niña despues de

haber recibido las escusas de otras , ¿ no me hará


el merecimiento de acompañarme ?
- No he bailado nunca cuadrillas , respondió
ella con voz chillona , ¿
; si quiere porca ?
-Sale no mas, Mariquita , la dijo doña Ber-
narda : aquí te enseñarán , no pensis , que es tan
rudo .
Al cabo de algunas instancias , Mariquita se
decidió a bailar i la cuadrilla dió principio al

compás de los desacordes sonidos del piano ,
sobre cuyo pedal el tocador hacia esfuerzos
inauditos , ajitándose en el banquillo , que con
tales movimientos sonaba casi tanto como el
instrumento .
No contribuia poco tambien la algazara de los
danzantes i espectadores a sofocar los apagados
sonidos del piano ; porque Mariquita i la niña de
125

catorce años se equivocaban a cada instante en


las figuras i recibian lecciones de tres o cuatro a
un tiempo.
Por aquí , Mariquita , decia uno .
Eso es, ahora un saludo , añadia otro .
--
Por acá, por acá , gritaba una voz .
- Míreme a mí i haga lo mismo , la decia
Amador, contorneándose al hacer adelante i
atras con su vis a vis .
- No griten . tanto , pues , vociferaba el del

piano , así no se oye la música.


- Toma un traguito
de mistela , para la calor ,
le dijo doña Bernarda , pasándole una copa ,
mientras que Amador daba fuertes palmadas
para indicar al del piano el cambio de figura .
En la segunda , la niña de catorce años quiso
hacer lo mismo que en la primera , turbando tam-
bien al que bailaba a su frente e introduciendo
jeneral confusion porque todos querian princi-
piar a un tiempo para correjir a los equivocados
i restablecer el órden a fuerza de esplicaciones .
Este desórden , que desesperaba a los jóvenes i a
las niñas que pretendian dar a la reunion el
aspecto de una tertulia de buen tono , regocijaba
en estremo a doña Bernarda , que con una copa
de mistela en mano , aplaudia las equivocaciones
de los danzantes i repetia de cuando en cuando ,
llena de alborozo por lo animado de la reunion :
126

¡ Vaya con la liona que arman para bailar !


Rafael San Luis era , con gran sorpresa de
Rivas , uno de los que mas alegría manifestaban ,
contribuyendo por su parte en cuanto podia a
embrollar el mui enmarañado nudo de la cua-
drilla ; haciendo a veces oir su voz sobre todas
las otras , i aprovechando la confusion para quitar
a alguno su compañera i principiar con ella otra
figura , lo que perturbaba la tranquilidad apénas
daba visos de restablecerse .
Martin observaba a su amigo bajo aquel nuevo
punto de vista, que contrastaba con la melancó-
lica seriedad que siempre habia notado en él , i
creia divisar algo de forzado en el empeño que
San Luis manifestaba por aparentar una alegría
sin igual .
--
Su amigo es el regalon de la casa , le dijo
acercándose doña Bernarda .
No le creia tan de buen humor, contestó
Rivas .
Así es siempre , griton i mete bulla ; pero
tiene un corazon de serafin . ; No le ha contado
lo que hizo conmigo ?
-- No, nunca me ha dicho nada.

- Esa es otra que tiene , a nadie le cuenta las


obras de caridad que hace ; pero yo se la contaré
para que lo conozca mejor . El año pasado estuve
a la muerte i despues de sanar , cuando quise
127

pagar al médico i al boticario , me encontré con


que no les debia nada , porque él ya los habia
pagado . ¡ Ah , es un buen muchacho !
El profundo agradecimiento con que doña
Bernarda pronunció aquellas palabras , hizo una
fuerte impresion en el ánimo de Rivas , llamando
su atencion de nuevo sobre la loca alegría de
San Luis , que en ese momento habia hecho llegar
a su colmo la confusion i algazara de los de la
cuadrilla .
Al verse observado por su amigo , Rafael vino
hácia él . En el corto espacio que recorrió para
llegar hasta Martin su rostro habia dejado la
espresion de contento que lo cubria , por la
serena tristeza que revelaba ordinariamente .
- - Esto principia no mas , le dijo : a medida
que nos pierdan la vergüenza , nos divertirémos
mejor .
-¿I realmente te diviertes ? le preguntó
Martin .
- Real o finjido , poco importa , contestó San
Luis con cierta exaltacion , lo principal es atur-
dirse .
I se alejó despues de estas palabras , dejando a
Rivas en el mismo lugar. Iba éste a salir a la
pieza contigua, cuando se halló frente a frente
con Agustin Encina, que llegaba deslumbrante
de elegancia. Los dos jóvenes se miraron un mo-
128

mento indecisos , i un lijero encarnado cubrió


sus rostros al mismo tiempo .
¡ Ud . por aquí , amigo Rivas ! esclamó el
elegante .
-Ya lo vé Ud... contestó Martin , i no adi-
vino por qué se admira , cuando Ud . frecuenta la
casa .

- Admirarme , eso no : lo decia porque como


Ud . es hombre tan retirado .... Yo vengo porque
esto me recuerda algo las grisetas de Paris i
luego en Santiago no hai amuzamientos para
los jóvenes .
Agustin se fué , despues de esto , a saludar a la
dueña de casa que por mostrarle su amabilidad le
señaló tres dientes que le quedaban de sus per-
didos encantos .

En este momento Rafael , que acababa de di-


visar al jóven Encina , tomó del brazo a Rivas i
se adelantó hácia él .
wxxx.c ¿ Has saludado
, le dijo estrechando la mano
de Agustin, a este elegante ? Aquí , todas las
chicas se mueren por él .

Estás de buen humor querido , le contestó


Encina, poniéndose lijeramente encarnado ; mu-
cho me alegro .

I pasó al salon, ostentando una gruesa cadena


-- 129

de reloj con la que esperaba subyugar a la desde-


ñosa Adelaida .
Terminada la cuadrilla, doña Bernarda llamó
a algunos de sus amigos .
Vamos al montecito , les dijo ; es preciso
que nosotros tambien nos divirtamos .
Varias personas rodearon ùna mesa sobre la
cual doña Bernarda colocó un naipe , i las res-
tantes , con Rivas i San Luis , entraron al salon
donde se oia el sonido de una guitarra.
Tocábala Amador , sentado en una silla baja i
dirijiendo miradas a la concurrencia , mientras
que la criada que habia abierto la puerta a Rafael ,
pasaba una bandeja con copas de mistela .
Hombres i mujeres acojieron el licor con
agrado , i Amor , dejando la guitarra , presentó
un vaso a Rivas i otro a Rafael , obligándoles a
apurar todo su contenido . A esta libacion , suce-
dieron varias otras que aumentaron la alegría
pintada en todos los semblantes e hicieron acojer
con entusiasmo la voz de uno que resonó di-
ciendo :
¡ Cueca, cueca, vamos a la cueca !
Ajitáronse al aire varios pañuelos i Rivas vió
con no poco asombro salir al medio de la pieza a
una niña que daba la mano al mismo oficial que
le habia recibido en la policía la noche de su
prision .
130 -

Este es el oficial que estaba de guardia


cuando me llevaron preso , dijo a Rafael .
-I el mismo enamorado de Edelmira, le con-
testó éste acaba de llegar , por eso no le habias
visto .
Resonó en esto la alegre música de la Zama-
cueca bajo los dedos de Amador , i se lanzó la
pareja en las vueltas i movimientos de este baile ,
junto con la voz del hijo de doña Bernarda, que
cantó elevando los ojos al techo , el siguiente
verso, tan viejo tal vez como la invencion de este
baile :
Antenoche soñé un sueño
Que dos negros me mataban
I eran tus hermosos ojos
Que enojados me miraban.

Seguian muchos de los espectadores , palmo-


teando , al compas del baile i animando otros a
los de la pareja con descomunales voces .
-
-¡ Ai , morena ! gritaba una voz haciendo un
largo suspiro con la primera palabra .
¡ Ha , haa , decia otra al mismo tiempo .
¡ Ofrécele , chico !
¡ No la dejes parar !
–¡ Bornéale el pañuelo !
Echale mas guara oficialito !
Eran voces que se sucedian i repetian , mién-
tras que Amador cantaba :
- 131 -

A dos niñas bonitas


Queriendo me hallo ;
Si feliz es el hombre
Mas lo es el gallo .

Al terminar la repeticion de estas últimas pa-


labras , un bravo jeneral acojió la vieja galante-
ría que usó el oficial , poniéndose de rodillas de-
lante de su compañera al terminar la última
vuelta .
Continuaron entónces las libaciones, aumen-
tando el entusiasmo de los concurrentes , que
lanzaban amanerados requiebros a las bellas i
bromas de problemática moralidad a los galanes .
Al estiramiento con que al principio se habian.
mostrado para copiar los usos de la sociedad de
gran tono, sucedia esa mezcla de confianza i
alambicada urbanidad que da un colorido pecu-
liar a esta clase de reuniones . Colocada la jente
que llamamos de medio pelo , entre la democrácia
que desprecia i las buenas familias a las que
ordinariamente envidia i quiere copiar , sus cos-
tumbres presentan una amalgama curiosa , en las
que se ven adulteradas con la presuncion las
costumbres populares , i hasta cierto punto en
caricatura las de la primera jerarquía social, que
oculta sus ridiculeces bajo el oropel de la riqueza i
de las buenas maneras .
Rafael hacia a Rivas estas observaciones
132

mientras huian de uno que se empeñaba en ha-


cerles apurar un vaso de ponche .
-Por esto , decia San Luis , entre estas jen-
tes , los amores avanzan con mas celeridad que
por medio de los estudiados preliminares que en
los grandes salones emplean los enamorados para
llegar a la primera declaracion . El uso de las
ojeadas, recurso de los amantes tímidos i de los
amantes tontos , es aquí casi superfluo . ¿ Te gus-
ta una niña ? se lo dices sin rodeos : no creas que
obtienes tan franca contestacion como podrias
figurarte . Aquí, i en materia que toque al corazon,
la mujer es como en todas partes : quiere la obli-
guen, i no te responderá sino a medias.
-Te confieso , Rafael , dijo Rivas , que no pue-
do divertirme aquí .
- Eh, yo no te obligo a divertirte , replicó San
Luis ; pero te declaro perdido si no te distraes si-
quiera con la escena que vas a ver . Te voi a mos-
trar un espectáculo que tú no conoces.
—¿ Cuál ?
- El de un rico presuntuoso a merced de la
pasion , como el mas infeliz : espérate .
Rafael llamó al jóven Encina que multiplicaba
sus protestas de amor al lado de Adelaida . El
rostro del jóven estaba encendido por el vapor de
la mistela, i por la desesperacion que le causaba
lafrialdad con que la niña recibia sus declaraciones .
133

-¿Cómo están los amores ? le preguntó San


Luis ?
-- Así , así , contestó Agustin contorneándose.
- ¿ Quiere Ud. que le diga una verdad ?
-Veamos.
Al paso que va Ud . no será nunca amado .
-¿Por qué?
-Porque Ud . está haciendo la corte a Adelaida
como si fuera una gran señora . Es preciso , para.
agradar a estas jentes , mostrarse igual a ellas i
no darse el tono que Ud . se dá .
- Pero ¿ cómo?
-¿Ha bailado Ud . ?
---- No.

Pues saque a bailar a Adelaida zamacueca,


i ella verá entónces que Ud . no se desdeña de
bailar con ella.
¿ Cree Ud. que surta buen efecto eso?
Estoi seguro .
Agustin, cuyas ideas no estaban mui lucidas
con las libaciones , halló mui lójica la argumenta-
cion que oia ; pero tuvo una objecion .
Lo peor es que yo no sé bailar zamacueca .
- ¿ Pero qué importa ? ¿ no dice Ud . que en

Francia ha bailado lo que llaman can -can ?


-¡ Oh , eso sí !
- Pues bien , es lo mismo, con corta diferen-
cia.
TOM. I. 8
― 134

Agustin se decidió con aquel consejo i solicitó


de Adelaida una zamacueca .
Un bravo acojió la aparicion de la nueva pare-
ja ; Rafael puso la guitarra en manos de Amador
que cantó, improvisando con voz que la mistela
habia puesto mas sonora :

Sufriendo estoi vida mida


De mi suerte los rigores
Mientras que, ingrata tirana
Tú ries de mis dolores .

Agustin, animado por San Luis, se lanzó desde


las primeras palabras del canto con tal ímpetu ,
que dió un traspié i bamboleó por algunos se-
gundos a las plantas de Adelaida . Gritaron en-
tónces todos los que palmoteaban , dirijiendo cada
cual su chuscada al malhadado elegante .
¡ Allá vá el pinganilla !
-
Venga hijito, para levantarlo .
No se asuste , que cae en blando .
-
Pásenle la balanza que está en la cuerda.
Enderezose , sin embargo , Agustin i continuó
su baile, haciendo tales cabriolas i movimiento de
cuerpo, que la grita aumentaba léjos de disminuir ,
i Amador, finjiendo voz de tiple , cantaba con
gran regocijo de los oyentes :

Al saltar una acequia


Dijo una coja,
135

Agárrenme la pata
Que se me moja.

Repitiendo todos estas últimas palabras , hasta


que el elegante creyó que las voces que oia las
arrancaba el entusiasmo i cayó de rodillas a los pies
de su compañera para imitar a los que le habian
precedido .
Adelaida recibió aquella muestra de galantería
con una franca carcajada , corriendo hácia su
asiento, i los demas repitieron los ecos de su risa
al ver al jóven que habia quedado de rodillas en
medio de la pieza ..

Rafael siguió a Rivas al cuarto vecino . Este


parecia descontento con el papel que acababa de
ver representar al hijo de su protector .
- Es un fátuo redomado , contestó San Luis a
una observacion que él hizo en éste sentido ; i se
figura , como nuestros ricos en jeneral , que su di-
nero le pone a cubierto del ridículo . Ademas , es
tan grande el acatamiento que nuestra sociedad
dispensa a los que cubren con oro su impertinen-
cia, que bien puedo reirme de uno de ellos .
Rivas se separó de su amigo , que se habia de-
tenido junto a la mesa en que doña Bernarda ju-
gaba al monte .
Una silla habia al lado de Edelmira i Martin se
sentó en ella .
136

Poca parte le he visto tomar en la diversion ,


le dijo la niña.
Soi poco amigo del ruido , señorita, contestó
él .
De manera que Ud . habrá estado descon-
tento :
- No ; pero veo que no tengo humor para estas
diversiones .
- Tiene Ud . razon : yo que las he visto tanto ,
no he podido aun acostumbrarme a ellas .
¿ Por qué ? preguntó Martin sintiendo pi-
cada su curiosidad por aquellas palabras .
- Porque creo que nosotras perdemos en ellas
nuestra dignidad i los jóvenes que , como Ud . i
su Amigo San Luis , vienen aquí , nos miran solo
como una entretencion i no como a personas
dignas de Uds .
En esto, creo que Ud . se equivoca , a lo
ménos por lo que a mí respecta , i ya que Ud . me
habla con tanta franqueza , le diré que hace poco
rato, mirándola a Ud . creí adivinar en su sem-
blante lo que Ud . acaba de decirme .
- ¡ Ah, lo notó Ud?

Sí , i confieso que me agradó ese disgusto i
pensé , con sentimiento , que Ud . tal vez sufria
por su situacion .
Jamás , como dije a Ud . , he podido acostum-
brarme a estas reuniones de que gustan mi madre
137 →

i mi hermano . Entre jóvenes , como Uds . i nos-


tras, hai demasiada distancia para que puedan
existir relaciones desinteresadas i francas .
― ¡ Pobre niña ! pensó Rivas , al encontrar
otro corazon herido , como el suyo , por el anatema
de la pobreza .
A esta idea unió Martin la de su amor, para
imajinarse que tal vez Edelmira amaba como él
sin consuelo .
---- No comprendo , la dijo , el desaliento con

que Ud . se espresa , al pensar en que Ud . es jóven


i bella . No crea Ud . que sea esta una lisonja ,
añadió viendo que Edelmira bajaba la vista con
tristeza ; mi observacion nace de la probabilidad
con que puedo pensar que Ud . debe haber sido
amada i haya tal vez podido ser feliz .
A nosotras , contestó Edelmira con tristeza ,
no se nos ama como a las ricas : tal vez las per-
sonas en quienes tenemos la locura de fijarnos ,
son las que mas nos ofendan con su amor i nos
hagan conocer la desgracia de no poder conten-
tarnos con lo que nos rodea.
- ¿De modo que Ud . no cree poder
hallar un
corazon que comprenda el suyo ?,
Puede ser , mas nunca encontraré uno que
me ame bastante para olvidar la posicion que
bcupo en la sociedad .
R.
138 ―

--- Siento no poseer


aun la cofianza de Ud .
para combatir esa idea, dijo Rivas.
I yo le hablo con esta franqueza , repuso
ella, porque ya su amigo me habia hablado de Ud .
i porque Ud . ha justificado en parte lo que él
dice .
¡ Cómo !
- Porque Ud . ha hablado sin hacerme la
corte , lo que casi todos los jóvenes hacen cuando
quieren pasar el tiempo con nosotras .
Varios de los concurrentes trataron de hacer
bailar zamacueca a Rivas con Edelmira , a lo que
ambos se negaron con obstinacion . Mas no ha-
brian podido libertarse de las exijencias que les
rodeaban , si Rafael no hubiese socorrido a su
amigo, asegurando que jamás habia bailado .

1
--- 139 -

XIV

Entre tanto , la animacion iba cobrando por


momentos mayores proporciones i los vapores
espirituosos de la mistela apoderándose del cere-
bro de los bebedores en grado visible i alarmante .
Cada cual, como en casos tales acontece , elevaba
su voz para hacerla oir sobre las otras i los que
al principio se mostraban callados i circumpectos ,
desplegaron poco a poco una locuacidad que solo
se detenia en algunas palabras a causa del entor-
pecimiento comunicado a las lenguas por el licor .
Una arpa se habia agregado a la guitarra i
hecho desdeñar el uso del piano como superfluo .
Tocaban de concierto aquellos dos instrumentos ,
i a la voz nasal de la cantora , que a duo se ele-
vaba con la de Amador , se unia el coro de ani-
madas voces con que los demas trataban de
entonar su acompañamiento con el estribillo de una
140

tonada ; todo lo cual hacia levantar de cuando en


cuando la cabeza a doña Bernarda i esclamar para
establecer el órden .

¡ Adios , ya se volvió merienda de negros !


El oficial de policía . a quien llamaban por el
nombre de Ricardo Castaños , aprovechándose del
momento en que Rivas se puso de pié para liber-
tarse de la zamacueca , se habia sentado junto a
Edelmira i la daba quejas por la conversacion
que acababa de tener , mientras que Agustin , ol-
vidado de su aristocrática dignidad , bebia todo el
contenido de un vaso en el que Adelaida habia
mojado sus lábios ,
I si Ud . no lo quiere , decia el oficial a
Edelmira, ¿ por qué deja que le hable al oido ?
Mi corazon es todo a Ud . , decia en otro
punto Agustin , yo se lo doi todo entero .
La del arpa i Amador cantaban :

Me voi, pero voi contigo ,


Te llevo en mi corazon ;
Si quieres otro lugar,
No permite otro el amor.

I todos los que por ambas piezas vagaban con


vaso en mano ; repetian con descompasadas
voces :

No permite otro el amor.

I Rivas , entre tanto, oia la última palabra ,


141

que despertaba en su pecho la amarga melan-


colía de su aislamiento , haciéndole pensar que tal
vez no veria nunca realizada la magnífica dicha
que ella promete a los corazones jóvenes i puros .
Hostigábale por eso el ruido i oprimia su pecho
la facilidad con que los otros rendian sus cora-
zones a un amor improvisado por los vapores del
licor.
Mientras hacia estas reflexiones , Rafael, lla-
maba a los concurrentes al patio i prendia allí
voladores , que al estallar por los aires , arranca-
ban frenéticos aplausos i vivas prolongados a
doña Bernarda dueña del Santo .
La voz de Amador llamó a los convidados al
interior .
---- Ahora muchachos , dijo , vamos a cenar .
-- ¡ A cenar, esclamaron algunos , ese sí que

es lujo !
I qué estaban pensando, pues ? replicó el
hijo de doña Bernarda ; aquí se hacen las cosas
en regla.
La bulliciosa jente invadió una pequeña pieza
blanqueada , en la que se habia preparado una
mesa . Cada cual buscó colocacion al lado de la
dama de su preferencia i atrás de ellas quedaron
de pié los que no encontraron asiento alrededor
de la mesa .
- Hijitos, esclamó doña Bernarda , aquí el
142 -

que no tenga trinche se bota a pié i se rasca con


sus uñas .
Esta advertencia preliminar fué celebrada con
nuevos aplausos i dió la señal del ataque a las
viandas , que todos emprendieron con denuedo .
Frente a doña Bernarda , que ocupaba la cabe-
cera de la mesa , ostentaba su cuero dorado por
el calor del horno , el pavo que figura como un
bocado clásico en la cena de Chile , cualquiera
que sea la condicion del que la ofrece . El pes--
cado frito i la ensalada , daban a la mesa su va-
lor característico i lucian junto al chancho ar-
rollado i a una fuente de aceitunas , que doña
Bernarda contaba a sus convidados haber reci-
bido por la mañana de parte de una prima suya ,
monja de las Agustinas . Para facilitar la di-
jestion de tan nutritivos alimentos , se habian
puesto algunos jarros de la famosa cosecha
baya de García Pica i una sopera de ponche en
la que cada convidado tenia derecho de llenar
su vaso , con la condicion de no mojar en el lí-
quido los dedos , segun la prevencion hecha por
Amador al llenar el suyo i apurarlo entero para
dar su opinion sobre su sabor .
Los galanes iniciaron con las niñas una série
de atenciones i finezas olvidadas en los mejores
testos de urbanidad . Un jóven ofrecia a la que
- cortejaba , la parte del pavo donde nacen las plu-
- 143 -

mas de la cola, i al pasar esta presa clavada en


el tenedor , lanzaba un requiebro en que figuraba
su corazon atravesado por la saeta de Cupido .
El oficial de policía se negaba a beber en otro
vaso que el que los lábios de Edelmira habian
tocado , i Amador amenazaba destruirse para
siempre la salud , bebiendo grandes vasos de chi-
cha a la de una jóven que tenia al lado . Agustin ,
al mismo tiempo , habiendo agotado ya su elo-
cuencia amatoria con Adelaida , referia sus re-
cuerdos sobre las cenas de Paris i hablaba de la
suprema de volalla , engullendo un supremo
trozo de chanco arrollado .
Las frecuentes libaciones comenzaron por fin
a desarrollar su maléfica influencia en el cerebro
del oficial , que quiso probar su amor dando un
beso a Edelmira, que lanzó un grito . A esta voz
la dignidad maternal de doña Bernarda la hizo.
levantarse de su silla i lanzar al agresor una re-
primenda en la que figuraba la abuela del oficial ,
que en este caso era tuerta, como bien puede pen-
sarse . Amador quiso castigar tambien la osadía
del temerario enamorado , pero sus piernas se
negaron a conducirle , dejándole caer en tierra¸
Este suceso suspendió por un momento la ale-
gría jeneral ; mas no el efecto de la mezcla de
licores en el estómago de Agustin, quien fué lle-
vado por otros como un herido en una batalla, al
144

mismo tiempo que el oficial principió a dar voces


de mando cual si se encontrase al frente de su
tropa . Otros , entre tanto, a fuerza de beber se
habian enternecido i referian sus cuitas a las pa-
redes con el rostro bañado en lágrimas , mién-
tras que en algun rincon habia grupos de jóvenes
que se juraban, abrazándose , eterna amistad i
muchos otros que repetian hasta el cansancio a
doña Bernarda que no debia enojarse porque be-
saban a Edelmira . Estos diversos cuadros , en
los que cada personaje se movia a influjos del
licor, i no de la voluntad , tenian todo el gro-
tesco aspecto de esas pinturas favoritas de la
escuela flamenca en las que el artista traslada
al lienzo , sin rebozo , las consecuencias de lo
que en los términos de la jente que describimos
se llama borrachera . Anunciaban tambien esos
cuadros la decadencia del picholeo con la inuti-
lidad física de los actores , de los cuales la
mayor parte recibian socorros de las bellas ,
para calmar sufrimientos capaces de destruir
la mas acendrada pasion.
Los pocos que quedaban en pié , sin embargo ,
no daban por terminada la fiesta i mantenian
escondida la llave de la puerta de calle para no
dejar salir a Rivas i a San Luis que querian re-
tirarse . Allí tuvo lugar, como escena final , una 4
discusion de un cuarto de hora, en la que toma-
145

ron parte todas las personas que querian salir


i los obstinados en prolongar la diversion . Por
fin los ruegos de doña Bernarda hicieron desis-
tir de su propósito a los que guardaban la puerta ,
que dió paso a los concurrentes que habian que-
dado con fuerzas para trasladarse a sus habita-
ciones por sus propios piés .
Doña Bernarda i sus hijas volvieron al campo
donde yacia por tierra el oficial i otro de los
convidados , a los que se les cubrió con frazadas .
El jóven heredero de don Dámoso Encina dormia
profundamente en la cama de Amador a donde
le habian llevado sin sentido .
Doña Bernarda se retiró con sus hijas a una
pieza que servia a las tres de dormitorio . Apėnas
se hallaron en ella, apareció Amador , que , mas
aguerrido que los demas en esta clase de cam-
pañas , habia recobrado un tanto sus sentidos.
-
- Vaya, hermana , dijo a Adelaida , ya creo
que el mocito está enamorado hasta las patas .
¡ I esta otra tonta , dijo doña Bernarda , se-
ñalando a Edelmira, que se lleva haciendo la
dengosa con el oficialito . Podia aprender de su
hermana .
Band Pero madre, yo no quiero casarme , con-
testó la niña .

¿ I qué, estais pensando que yo te voi a
mantener toda la vida ? Las niñas se deben casar.
TOM. I. 9
146

Mira, el oficialito tiene buen sueldo , i el sar-


jento que es pariente de la criada me dijo que lo
iban a ascender.
- No todas encuentran marqueses , como ésta ,
repuso Amador, dirijiendo la vista hácia Ade-
laida.
Pero cuidado pues , esclamó la madre , an-
darse con tiento : estos hijos de rico solo quieren
embromar Adelaida , la que pestañea, pierde .
- Si no habla de casamiento , allí esta Ama-

dor para echarlo de aquí , contestó Adelaida.


Déjenmelo a mí no mas , repuso Amador .
Antes de un año , madre , hemos de estar empa-
rentados con esos ricachos .
Con esto se dieron las buenas noches, encar-
gando la dueña de casa que despertasen tem-
prano a los inválidos de la fiesta, para que pu-
dieran irse antes que ellas saliesen a misa.
Mientras tanto , Agustin roncaba como su es-
tado de embriaguez lo exijia , sin saber los cari-
tativos proyectos de sus huéspedes para acojerlo
en el seno de la familia.
147

XV

Rafael i Martin llegaron a casa del primero


poco tiempo despues de salir de la de doña Ber-
narda.
Era ya cerca de las tres de la mañana cuando
los jóvenes llegaron a la casa de la calle de la Ce-
niza que ocupaba San Luis.
--- Ya es mui tarde para que te vayas , dijo éste

a Rivas i mejor me parece que te quedes con-


migo . Agustin no se encuentra en estado de mo-
verse , de modo que nadie entrará i no notarán
tu ausencia .
Al decir estas palabras , encendia Rafael dos
luces i presentaba a Rivas una poltrona.
¿ Nada te has divertido ? le preguntó .
Poco , dijo Martin, reclinándose caviloso en
la poltrona .
Tevi un momento conversar con Edelmira .
- 148 -

Es una pobre muchacha desgraciada , porque se


avergüenza de los suyos i aspira a jentes que la
valgan, a lo menos por el lado del corazon .
Lo que he advinado de sus sentimientos en
la corta conversacion qne tuvimos , me inspiró
lástima , dijo Martin . ¡ Pobre muchacha !
-¿La compadeces ?
Sí , tiene sentimientos delicados i parece
sufrir.
- Es verdad ; pero ¡ qué hacer ! Serà un co-
razon mas que se queme por acercarse a la luz
de la felicidad , dijo Rafael suspirando .
Luego añadió , pasando los dedos entre sus ca-
bellos :

- Es la historia de las mariposas , Martin ; las


que no mueren, conservan para siempre las se-
ñales del fuego que les quemó las alas. ¡ Vaya,
parece que estoi poetizando es el licor que
habla!
- Sigue, díjole Rivas , a quien por el estado
de su alma , cuadraba el acento triste con que
San Luis habia pronunciado aquellas palabras .
--- Esa maldita mistela me ha puesto la cabeza

como fuego . Tomemos té i conversemos los


vapores del licor desatan la lengua i ponen es-
pansivo el corazon .
Encendió un anafe con espíritu de vino , i un
149

cigarro en el papel con que acababa de comu- ·


nicar la luz al licor .
- No te has divertido segun he visto , dijo ten-
diéndose en un sofá .
―― Es cierto .
Tienes un defecto grave , Martin .
¿ Cuál ?
Tomas la vida mui temprano por el lado
sério .
- ¿ Por qué ?

Porque te has enamorado de veras .


--- Tienes razon.
--
A ver, hagamos una cuenta , porque en todo
es preciso calcular ; ; en qué proporcion aprecias
tus esperanzas ?
- ¿ Esperanzas de qué ?
-
De ser amado por Leonor , porque a Leonor
es a quien amas .
En nada, no las tengo.
- Vamos , no eres tan desgraciado , esclamó
Rafael levantándose.
Rivas le miró con asombro , porque creia que
amar sin esperanzas era la mayor desgracia
imajinable .
Es decir, prosiguió San Luis , que ni una
ojeada , ni una de esas señales casi impercepti-
bles con que las mujeres hablan al corazon .
-
- No, ninguna.
150

¡ Tanto mejor !
-
¿ Conoces á Leonor ? le preguntó Martin
cada vez mas admirado .
Sí, es lindísima .
Entónces , no te comprendo .
Voi a esplicarme , Supongo que ella te ame .
¡ Oh , jamas lo hará !
Es una suposicion . Me confesarás que un
amor correspondido tiene mil veces mas fuerzas
para aferrarse al corazon que el que vive de
suspiros i sin esperanza . Está dicho : ella te ama .
Has conquistado el mundo entero , i para afianzar
la conquista quieres casarte con ella . Esta es la
vida, i tú bendices al cielo hasta el momento en
que vas a pedirla a los padres . Tu amor i el de
tu ánjel , que te eleva a tus propios ojos a la
altura de un semidios, te ha hecho olvidar que
eres pobre , i la realidad , bajo la forma de los
padres , te pone el dedo en la llaga . ¡ Estás lepro-
so i te arrojan de la casa como un perro ! Esta
historia , querido , no pierde su desgarradora ver- ·
dad por repetirse todos los dias en lo que llama-
mos sociedades civilizadas . ¿ Quieres ser el héroe
de ella . ?
Martin vió que San Luis se habia ido exaltando
hasta concluir aquellas palabras con una risa
sofocada i trabajosa .
-¡Pobre Martin ! repuso San Luis preparando
151

el té . Créeme , tengo esperiencia en mis cortos


años i te lo voi a probar con mi propia historia.
A nadie he hablado de ella ; pero en este momen-
to su recuerdo me ahoga i quiero confiártela para
que te sirva de leccion . Te he estudiado desde que
te conozco , i si busqué tu amistad fué porque
eres bueno i noble : ¡ no quisiera verte desgra-
ciado !
Gracias, contestó Martin ; a tu amistad de-
bo la poca alegría que he tenido en Santiago .
San Luis sirvió dos tazas de té , aproximó una
pequeña mesa junto a Rivas i se colocó a su
frente .
Oyeme, pues , le dijo. No es una novela estu-
penda lo que voi a contarte . Es la historia de mi
corazon. Si no te hallases enamorado , me guar-
daria bien de referírtela , porque no la compren-
derias a pesar de su sencillez . Me veo obligado
a empezar, como dicen, por el principio, porque
jamás nada te he dicho de mi vida . Mi madre mu-
rió cuando yo solo tenia seis años : el sueño me
trae a veces su imájen , divinizada por un cariño
de huérfano ; pero despierto apénas recuerdo su
fisonomía . Me crié de interno en un colejio al
que mi padre venia a verme con frecuencia .
¡ Pȧsó la infancia , llevándose su alegría inocente i
vino la pubertad ! Yo habia sido un niño puro i
continué siéndolo cuando la reflecsion comenzó
152

a tener parte en mis acciones . A diez i ocho años


me gustaba la poesía i rimé con ese calor en el
pecho de que habla Descartes cuando describe
el amor . A esa edad conocí a la dueña de ese re-
trato.
Martin miró el daguerreotipo que Rafael le pre-
sentaba . Era el mismo que habia llamado su aten-
cion algunas horas antes .
-¿Es Matilde , la prima de Leonor ? preguntó
fijándose bien en el retrato .
La misma, contestó San Luis , sin mirarlo .
La vi anoche en casa de don Dámaso .
― Ese amor, continuó Rafael , llenó mi cora-
zon i me puso a cubierto de los desarreglos a que
el despertar de las pasiones arroja a la
juventud. Amé a Matilde dos años sin decír-
selo . Nuestros corazones hablaron mucho tiempo
ántes que nuestras lenguas . A los veinte años ,
supe que ella me amaba tambien hacia dos . Me
encontré, pues , en esa situacion , que califiqué
hace poco , diciéndote que habias conquistado el
mundo : ese mundo, para un jóven de veinte años ,
lo presenta con todas sus glorias el corazon de
una mujer amante.
Rafael hizo una pausa para encender su cigarro
que habia dejado apagarse .
- Hasta aquí eres mui feliz , dijo Rivas , que

pensaba que la dicha de ser amado una vez , seria


153 --

bastante para quitar el acíbar de todas las desgra-


cias ulteriores .
<< Viví hasta los veintidos años en un mundo
rosado , continuó San Luis . Los padres de Matilde
me acariciaban porque el mio era rico i especu-
laba en grande escala . Ella , siempre tierna , me
hacia bendecir la vida . Era como acabas de de-
cirlo , mui feliz . Los mas lindos dias de primave-
ra se nublan de repente i Matilde i yo nos encon-
trábamos en la estacion florida de la existencia.
Tuve un rival jóven , rico i buen mozo . El
mundo de color de rosa tomaba a veces un tinte
gris que me hacia sufrir de los nervios , i luego
mi almohada me guardaba para la noche visiones
que oprimian mi corazon . Despues de luchar con
los zelos por algun tiempo , mi orgullo transijió
con mi amor ; ¡i tenia zelos ! No hai dignidad de-
lante de una pasion verdadera , i la mia lo era
tanto , que vivirá cuanto yo viva . Matilde me
descubrió una parte del cielo , jurándome que ja-
más habia dejado de amarme , i yo ví cambiarsemi
amor en una pasion sin límites cuando creí re-
conquistar su corazon . Los nublados se despejan
i vuelven . Así ví lucir el sol i ocultarse otra vez
tras nuevas dudas . En esta batalla pasó un año .
» Mi padre me llamó un dia a su cuarto i al
entrar se arrojó en mis brazos . Mis propias preo-
cupaciones me habian impedido ver que su ros-
9.
154

tro estaba marchito i desencajado hacia tiempo .


Sus primeras palabras fueron estas :
¡ Rafael, todo lo he perdido !
Le miré con asombro , porque la sociedad le
creia rico .
--
Pago mis deudas , me dijo , i solo nos queda
con qué vivir pobremente .
- Iasí vivirémos , le contesté con cariño . ¿ Por
qué se aflije Ud . ? Yo trabajaré .
» Esplicarte la ruina de mi padre , seria refe-
rirte una historia que se repite todos los dias en
el comercio buques perdidos con grandes car-
gamentos ; trigo malbaratado en California ¡ esa
mina de pocos i ruina de tantos ! En fin, los per-
cances de las especulaciones mercantiles . Aquella
noticia me entristeció por mi padre . Para mí , fué
como hablar al emperador de la China de la
muerte de uno de sus súbditos . Yo poseia
sesenta millones de felicidad , porque Matilde me
amaba ! ¿ Qué podria importarme la pérdida de
quinientos o seiscientos mil pesos ?
- ¿ Ella te amaba , a pesar de tu pobreza ? dijo
Rivas con su idea fija .
-- Todavía . Seguí visitando en casa de

Matilde , hablando de amor con ella i de letras


con su madre. Tú sabes que el amor tiene una
venda en los ojos . Esta venda me impedia ver la
frialdad con que don Fidel reemplazó de repente
155

las atenciones que me prodigaba. Una noche


llegué a casa de Matilde i encontré solo en el
salon a don Dámaso , tu protector. No sé por qué
sentí helarse mi sangre al recibir su saludo .
Me hallo encargado , me dijo , de una comi-
sion desagradable i que espero que Ud . acojerá
con la moderacion de un caballero .
- Señor, le contesté, puede Ud . hablar : en el
colejio recibí las lecciones de urbanidad de que
necesito i no he menester que me las recuerden .
- Ud . no ignora , repuso don Dámaso , que la
situacion de una niña soltera es siempre delicada
i que sus padres se hallan en el deber de alejar
de ella todo lo que pueda comprometerla . Mi cu-
ñado Elías , ha sabido que la sociedad se ocupa
mucho de las repetidas visitas de Ud . a su casa, i
que teme que la reputacion de Matilde pueda
sufrir con esto .
» La punta del puñal habia entrado en medic
de mi pecho i sentí un dolor que estuvo a punto
de privarme del conocimiento .
¿ Es decir , le dije , que don Fidel me despide
de su casa !
- Le ruega que suspenda sus visitas , me con-
testó don Dámaso .
» Mi bravata sobre la urbanidad resultó ser
completamente falsa , porque , ciego de cólera, me
arrojé sobre don Dámaso i le tomé de la gargan-
156

ta . Aquí debo advertirte que un amigo me habia


referido que este caballero, acosado por Adriano ,
el otro pretendiente de Matilde , para el pago de
una gran cantidad cuyo importe le perjudicaba
cubrir habia obtenido un plazo , comprometién-
dose a conseguir con su cuñado la mano de
Matilde para su acreador. Me habia negado án-
tes a creerlo, pero mis dudas a este respecto se
desvanecieron cuando le ví encargado de arro-
jarme de casa de don Fidel i la rabia me hizo
olvidar toda moderacion .
» Al ver enrojecerse el semblante de don Dá-
maso bajo la furiosa presion de mis dedos en su
garganta i espantado por la sofocacion de su voz ,
le solté arrojándole contra un sofá i salí desespe-
rado de la casa.
» En la mia hallé a mi padre en cama tomando
un sudorífico . Mi tia Clara, con la que vivo aquí ,
se hallaba a su lado i solo se despidió cuando le
vió dormirse . Yo me senté a la cabecera de su
cama i vele allí toda la noche.
» Hubo momento , en que quise leer ; pero me
fué imposible : el dolor me ahogaba , i mis ojos
hacian vanos esfuerzos para hacerse cargo de las
palabras del libro , porque en mi imajinacion
ardia un volcan . En dos horas sufrí un martirio
imposible de describir. La respiracion trabajosa
de mi padre , en vez de inspirarme algun cuidado ,
157

me parecia la de don Dámaso, a quien castigaba


por la noticia terrible con que tronchaba para
siempre mi felicidad . Al fin , mi padre principió
a toser con tal fuerza , que el dolor se suspendió
de mi pecho para dar lugar al temor de la enfer-
medad. Al dia siguiente , el médico declaró que
mi padre se hallaba atacado de una fuerte pulmo-
nía. La violencia del mal era tan grande que en
tres dias le arrebató la vida . Yo no me separé un
momento de su lecho , velando con mi tia que vino
a vivir en la casa. En el dia nos acompañaba
tambien otro hermano de mi padre , que entónces
era pobre i se ha enriquecido despues . ¡ Mi pobre
padre espiró en mis brazos bendiciéndome ! Ya
ves que tuve necesidad de una fuerza sobrehu-
mana para resistir a tanto dolor !
» Cuando despues de un mes salí a pagar algu-
nas visitas de pésame , supe que Matilde i Adria-
no debian casarse pronto . El mundo rosado se
cambió en sombrío para mí desde entónces . ¿ Sufrir
• lo que he sufrido , sin contar con la muerte de
mi padre , no te parece demasiado ?
Es verdad , dijo Martin.
- Por eso te decia que tu mal no es irrepa-
rable puesto que no eres amado : todavía puedes
olvidar .
-¡ Olvidar cuando el amor principia! no es
fácil, esclamó Rivas : prefiero sufrir.
158

Trata de amar a otra entónces .


--
No podria. Ademas , mi pobreza me cierra
las puertas de la sociedad o a lo menos me enaje-
na su consideracion .
-Fué lo que me sucedió , dijo Rafael . Despues
de un año de pesares renegué de mi virtud i quise
hacerme libertino . La desesperacion me arrojaba
a los abismos del desenfreno , en cuyo fondo me
figuraba encontrar el olvido. Emprendí la reali-
zacion de este nuevo designio con esa amargura,
que no carece de aliciente , del que se venga de la
desgracia cometiendo alguna mala accion contra
sí mismo . Parecíame que el sacrificio de alguna
niña pobre no era nada comparado con las tor-
turas que mi abandono me imponia . Desde entón-
ces descuidé mis estudios que habia cursado con
ejemplar aplicacion, para casarme con Matilde
al recibir mi título de abogado . En lugar de
asistir a las clases , frecuenté los cafés i maté
horas enteras tratando de aficionarme al billar .
Allí contraje amistad con algunos jóvenes, de
esos que gritan a los sirvientes i hacen oir su
voz cual si quisieran ocupar a todos de lo que
dicen.
» Mi reputacion de tunante principiaba a
cimentarse , sin que hubiese perdido ni la virtud
ni el punzante recuerdo de mis amores perdidos ,
cuando paseándome una tarde de procesion del
-159

señor de Mayo por la plaza de armas con uno


de mis nuevos amigos , llamó mi atencion un
grupo de tres mujeres, de ese tipo especial que
parece mostrarse con preferencia en las proce-
siones . Una de ellas entrada en años ; jóvenes i
bellas las otras dos . Habia en ellas ese no sé qué ,
con que distingue un buen santiaguino a la
jente de medio pelo .
- Bonitas muchachas , dije al que me acompa-
ñaba.
¿ No las conoces ? me preguntó él . Son las
Molinas, hijas de la vieja que está con ellas .
¿ Tú las visitas ? le pregunté.
- Como no , en casa de ellas hemos tenido
magníficos picholeos , me respondió .
» Adelaida sobre todo llamó mi atencion por la
gracia particular de su belleza . Sus labios frescos
i rosados me prometian de antemano el olvido de
mis pesares . Sus ojos , de mirar ardiente i deci-
dido , sus negras i acentuadas cejas , el negro pelo
que alcanzaba a ver fuera del manton, su ga-
llarda estatura , me ofrecieron una conquista
digna de mis nuevos propósitos . Fiado en mi
buena cara i en la osadía que juré desplegar en
mi calidad de calavera , híceme presentar en la
casa i hablé de amor a Adelaida desde la primera
visita.
― No miré la procesion ni a las bellezas que
- 160

habia en la plaza por verla a Ud . , dije poco des-


pues de hallarme a su lado .
» Este cumplido de mala lei no pareció disgus-
tarla : mi introductor en la casa habia dicho que
yo era rico i esto me redeaba de una auréola que
en todas partes fascina . En la noche , al acos-
tarme , mi ojos buscaron el retrato de Matilde . Su
frente pura i su mirada tranquila me hicieron
avergonzarme del jénero de vida que queria
adoptar ; pero los zelos tuvieron mas imperio que
aquella recriminacion de la conciencia . Seguí
visitando en casa de Adelaida i aparenté una
alegría loca en las diversiones para perder la
memoria. Hai jentes que se niegan a creer que
una pasion desgraciada pueda desesperar a un
jóven en pleno siglo XIX, sin pensar que el co-
razon de la humanidad no puede envejecerse . Yo
he cargado con el sentimiento de mi desdicha en
medio del bullicio de la orjía i he oido la voz de
Matilde en los juramentos de Adelaida , porque
al cabo de un mes ella me amaba. Muchas veces
quise retroceder ante la villanía de mi conducta ;
pero cedí a la fatal aberracion que hace divisar
la venganza de los engaños de una mujer en el
sacrificio de otra . Ademas , la desgracia , Martin ,
destruye la pureza de los sentimientos nobles del
alma ; i de todos los desengaños que buscan el ol-
vido en una existencia desordenada , los de amor
161 namic

son los primeros . ¡ Ah, en ese pacto solemne de


dos corazones , que cambian su ser para vivir de
la existencia de otro , el que traiciona no sabe
que al retirarse priva de su amósfera vital al que
deja abandonado ! Yo debí tambien hacerme esa
reflecsion antes de perder a Adelaida ; pero la
desesperacion me habia cegado . Las pocas per-
sonas que conocia me contaban con bárbara pro-
lijidad los detalles de la próxima union de Matilde
con Adriano . Una señora, antigua amiga de mi
familia, me ponderaba la felicidad de Matilde ,
diciéndome que la habian regalado tres mil pesos
en alhajas ! Despues de todo, yo estoi mui léjos
de tener la virtud de José i me creia con derecho
de pisotear la moral, ya que el destino habia pi-
soteado con tanta crueldad mi corazon .
» Mui poco tiempo bastó para convencerme de
que el único medio de hacer frente a la desgracia
es la resignacion , porque me ví luego mas infeliz
que antes . La vida impura de un seductor sin con-
ciencia, me hizo avergonzarme ante la mia i los
placeres ilícitos en que me habia lanzado , léjos
de curarme de mi mal, me dieron la conciencia
de mi bajeza , haciéndome considerar indigno del
amor de Matilde , al que siempre aspiré despues
de perdida la esperanza . Hace pocos meses , mis
obligaciones con la familia de esa muchacha se
hicieron mas sérias porque tenia un hijo . Desde
162

entónces empleé todos mis recursos pecuniarios


en mejorar la condicion material de la familia de
doña Bernarda i formé la resolucion de cortar
las relaciones con Adelaida . Ella recibió esta
declaracion con una frialdad admirable . Su co-
razon, al que siempre noté cierta dureza , pareció
quedar impasible a lo que yo decia, i cuando
concluí de hablar no me dió una sola queja .

» Desde ese dia me ha tratado como si jamás


una palabra de amor hubiese mediado entre nos-
otros . ¡Me ama todavía o me odia ? No lo sé .

» Ahora me preguntarás por qué te hě llevado


a esa casa i si no he pensado en que podia suce-
derte lo mismo que a mí .
Es cierto, dijo Martin .
Tengo la esperiencia adquirida a costa de
muchos remordimientos , repuso San Luis , i solo
he querido distraerte . Te veo lanzado en una via
funesta i deseo salvarte ; por esto te ofrecí una
distraccion i te refiero al mismo tiempo lo que he
hecho . Si hubiese visto en tí el carácter jeneral-
mente lijero de los jóvenes , me habria guardado
mui bien de llevarte a esa casa.

Tienes razon i me has juzgado bien , con-


testó Martin : para mí , ¡ Leonor o nada ! Yo no
tengo derecho de quejarme porque ella nada ha
hecho para inspirarme amor. Pero hablemos del
163

tuyo. ¿ Qué dirias si yo te volviese el amor de


Matilde ?
Rafael dió un salto sobre su silla.
¿ Tú ? le dijo . ¿ I cómo ?
No sé ; pero puede ser.
San Luis dejó caer la frente sobre los brazos
que apoyó en la mesa .
Es imposible, murmuró . Su novio ha
muerto , es verdad , pero yo soi siempre pobre.
Levantóse despues de decir estas palabras i
empleó algunos momentos en preparar una cama
sobre un sofá .
Aquí puedes dormir , Martin , dijo . Buenas
noches .
I se arrojó sin dernudarse sobre su cama . »
164

XVI

Con el atentado del 19 contra la sociedad de la


Igualdad, la política ocupaba la atencion de todas
las tertulias , en las que se sucedian las mas aca-
loradas discusiones .
Así acontecia en casa de don Dámaso Encina,
en donde se encontraban reunidas las personas
que de costumbre frecuentaban la tertulia . Era la
noche del 21 de agosto i la conversacion rodaba
sobre los rumores propalados desde la víspera
sobre que Santiago seria declarado en estado de
sitio .
-- El gobierno debia tomar esta medida cuanto
.
ántes , dijo don Fidel Elías , el padre de Matilde .
Seria una ridiculez , replicó su mujer.
- Francisca, contestó exaltado don Fidel ,

¿ hasta cuándo te repetiré, hija, que las mujeres


no entienden de política?
- 165 --

Me parece que la de Chile no es tan os-


cura para que no pueda entenderla , replicó la
señora .
Vea, comadre , la dijo don Simon que era
padrino de Matilde , mi compadre tiene razon :
Ud . no puede entender lo que es estado de sitio
porque es necesario para eso haber estudiado la
constitucion .
Este caballero , considerado como un hombre
de capacidad en la familia , por lo dogmático de
sus frases i la elocuencia de su silencio , decidia
en jeneral sobre las discusiones frecuentes que
doña Francisca trababa con su marido.
- Por supuesto , repuso don Fidel , i la cons-
titucion es la carta fundamental , de modo que sin
ella no puede haber razon de fundamento .
Don Dámaso , mientras tanto , no se atrevia a
salir en defensa de su hermana porque sus ami-
gos le habian hecho inclinarse al Gobierno con
el temor de una revolucion .
- Tú podias defenderme , le dijo doña Fran-
cisca ah, bien dice Jorje Sand , que la mujer es
una esclava.
- Pero hija, si hai temor de revolucion yo
creo que seria prudente .....
- Don Jorge Sand puede decir lo que le pa-
rezca , repuso don Fidel , consultando la aproba-
cion de su compadre ; pero lo cierto del caso , es ,
166

que sin estado de sitio los liberales se nos vienen


encima, ¿ No es así , compadre ?
-Parece por lo que UU. les temen , esclamó
doña Francisca, que esos pobres liberales fueran
como los bárbaros del norte de la edad media.
- Peores son que las siete plagas de Ejipto,
dijo con tono doctoral don Simon .
-Yo no sé a la verdad lo que temeria mas ,
esclamó don Fidel , si a los liberales o a los bár-
baros araucanos , porque la Francisca se está
equivocando cuando dice que son del norte .
He dicho que son los bárbaros de la edad
media , replicó la señora enfadada con la petu-
lante ignorancia de su marido .
No , no , dijo don Fidel , yo no hablo de edades
i entre los Araucanos habrá viejos i niños como
entre los liberales ; pero todos son buenos pillos ;
i si yo fuese Gobierno les plantaria el estado de
sitio .
-El estado de sitio es la base de la tranqui-
lidad doméstica, amigo don Dámaso , dijo don Si-
mon viendo que el dueño de casa no se decidia
francamente .
Eso sí , yo estoi por los gobiernos que nos
aseguren la tranquilidad , dijo don Dámaso.
-Pero señor , esclamó Clemente Valencia
mordiendo su baston de puño dorado , nos quieren
dar la tranquilidad a palos.
--- 167

- A golpes de bastones, dijo Agustin .


- Así debe ser, replicó Emilio Mendoza, que ,
como dijimos , pertenecia a los autoritarios : es
preciso que el gobierno se muestre enérjico .
- I si no, mañana atropellan la Constitucion ,
dijo don Fidel .
- Pero yo creo que la constitucion no habla

de palos , observó doña Francisca, que no podia


resistir a la tentacion de replicar a su marido .
¡ Mujer , mujer ! esclamó don Fidel : ya te
he dicho que......

Pero , compadre , dijo don Simon interrum-


piéndole ; la constitucion tiene sus leyes suple-
mentarias i una de ellas es la ordenanza militar,
i la ordenanza habla de palos .
¿No ves ? ¿ qué te decia yo ? repuso don Fi-
del ; ¿ has leido la ordenanza ?
-Pero la ordenanza es para los militares ,
objetó doña Francisca .
Todo conato de oposicion a la autoridad,
dijo en tono dogmático don Simon, debe ser con-
siderado como delito militar ; porque para re-
sistir a la autoridad tienen necesidad de armas i
en este caso los que resisten están constituidos
en militares.

-¿No ves ? dijo don Fidel pasmado con la ló-


jica de su compadre .
168 -

Doña Francisca se volvió hácia doña Engracia


que acariciaba a Diamela.
--- Disputar con estos políticos es para acalo-

rarse no mas, la dijo .


- Así es , hija, ya están principiando los ca-
lores , contestó doña Engracia , que como ántes
dijimos , padecia de sofocaciones .
Digo que estas disputas acaloran , replicó
doña Francisca , maldiciendo en su interior con-
tra la estupidez de su cuñada .
Iyo pues, hija, añadió esta ; que sin disputar
paso el dia con la cabeza caliente i los piés como
nieve .
Doña Francisca se puso para calmarse a hojear
el album de Leonor .
Esta se habia retirado con Matilde a un rincon
de la pieza cuando Martin dejaba su sombrero en
la vecina, llamada dormitorio en nuestro len-
guaje familiar.
Agustin se adelantó hácia Rivas inmediata-
mente que le vió aparecer .
No diga Ud . nada de lo de anoche , le dijo ,
ántes que Martin entrase al salon en casa no
saben que no nos recojimos .
Al mismo tiempo Leonor decia a Matilde :
-- Esta noche veré si puedo vencer su discre-
cion para que me dé mas noticias de Rafael .
Una circunstancia mui natural vino a favo-
169

recer pronto el proyecto de Leonor , porque un


criado entró trayendo unos cortes de vestido que
doña Engracia habia mandado buscar a una
tienda . A la vista de los vestidos , doña Francisca
perdió su mal humor i dejó de pensar en polí-
tica , para entrar con su cuñada en una larga
disertacion de modas , mientras que don Dámaso
i sus amigos discutian con calor sobre los desti-
nos de la patria con esa argumentacion de gran
número de los políticos de la cual llevamos apun-
tadas algunas muestras . Ademas, Agustin , can-
sado de la política , se sentó al lado de Matilde
para hablarla de Paris , i los otros jóvenes si-
guieron la discusion , porque no se atrevieron a
atraversar la sala para ir a mezclarse en el
grupo de las niñas .
Al anunciar Leonor a su prima que hablaria
con Rivas, no solamente lo hacia para esplicar
a esta lo que iba a hacer, sino que buscaba tam-
bien algo que la disculpase a sus propios ojos de
lo que su conciencia calificaba de debilidad .
La ausencia de Martin i su propósito de en-
sayar sus fuerzas contra un hombre que un ins-
tante habia llamado su atencion , eran ideas cuyo
predominio se negaba a confesarse ella misma ;
así es que buscó un pretesto que disculpase a su
juicio el deseo que la arrastraba a hablar con el
jóven . Leonor , de este modo , daba el primer
TOM. I. 10
170

paso en esa escaramuza preliminar de la guerra


amorosa que tan poéticamente ha designado la
conocida espresion de jugar con fuego . Su
presuntuoso corazon queria triunfar en lo que
habia visto sucumbir a muchas de sus amigas , i
entraba en la liza con el orgullo de su belleza ,
por arma principal.
Martin buscó los ojos de Leonor i los halló fijos
en él. Al dirijirse al salon de don Dámaso , venia
tambien como Leonor, buscando , aunque por
causa distinta , una disculpa para la debilidad que
le arrastraba a los piés de una niña que su amor
revestia de divinidad . Esta disculpa se fundaba
en el deseo de servir a su amigo , dando a Leonor
sobre él más amplios informes que en su última
conversacion .
Vió que los ojos de la niña le ordenaban acer-
carse i fué a ocupar un asiento a su lado con la
reverencia de un súbdito que llega a presentarse
ante su soberano .
La emocion con que Martin se habia acercado ,
turbó a su pesar el pecho de Leonor , que hizo un
lijero movimiento impacientada con su corazon
que aceleraba sus latidos contra los mandatos de
su voluntad .
Este lijero movimiento persuadió a Martin que
se habia equivocado al interpretar la mirada de la
niña. Con esta persuasion habria querido hallarse
171 Fra

a mil leguas de aquel lugar , i maldecia su tor-


peza, dejando conocer en el semblante la deses-
peracion que le ajitaba .
Por fin , cuando Leonor se creyó segura de sí
misma, volvió la vista hácia Rivas , poniendo tér-
mino al eterno instante en que el jóven juraba
huir para siempre de aquella casa .
- 172 -

XVII

-Nuestra conversacion de ántes de ayer, le


dijo , fué interrumpida por mi mamá i yo lo setí
mucho .
Rivas no halló nada que responder , ni tampoco
cómo esplicarse la última parte de la frase de
Leonor ; la que despues de esperar una contesta-
cion , continuó :
Lo sentí, porque quedé con el temor de no
haberme esplicado bien sobre las preguntas que
hice a Ud . sobre su amigo San Luis .
Desvanecida su idea de haberse equivocado
cometiendo una ridiculez al sentarse al lado de
la niña, Martin se sintió mas sereno .
-Se esplicó Ud . perfectamente , señorita ,
contestó .
-¿Comprendió Ud . que no lo hacia por mí ?
Lo comprendí entónces i conozco ahora el
objeto con que Ud . lo hacia .
173

¡ Ah ! esclamó Leonor ; ; Ud . ha descubierto


algo de nuevo?
- Como Ud . lo dice , he descubierto el fin de
las preguntas que Ud . me hizo .
¡I ese fin es ....?
― Segun creo, servir a una amiga.

A ver, cuénteme Ud . lo que sabe.


-Esa amiga, tiene interés por Rafael .
—¿I…… ... qué mas ?
Ciertas circunstancias los han separado.
----- Ya veo que Ud . ha recibido confidencias
.
Es verdad .
-I ahora se decide Ud . a ser comunicativo ,
dijo Leonor con acento de reproche .
- Solo
ayer recibí esas confidencias , contestó
Martin, que brillaba de alegría al verse en tan
familiar conversacion con la que un dia ántes le
desesperaba .
Por consiguiente , replicó Leonor , Ud .
puede contestarme .
- Creo que sí .
Ya que Ud . parece enterado de todo , com-
prenderá que el objeto principal de mis pregun-
tas era averiguar un solo punto : ¿ su amigo ama
todavía a Matilde ?
- Con toda el alma .
¿ De veras ?
--- Lo creo firmemente . El entusiasmo con
10.
174

que me ha hablado de sus amores ; la tristeza


que el desengaño ha dejado en su alma i el des-
aliento con que mira el porvenir, me parecen con-
firmar mi opinion .
Martin habia dicho estas palabras con tanto
calor como si abogase por su propia causa . Su
tono arrancó a Leonor esta observacion :
Habla Ud. como si se tratase de su propio co-
razon .
www
Creo en el amor , señorita , dijo Rivas con
cierta melancolía .

La niña vió un peligro en aquella respuesta i


tuvo instintivamente deseos de callar ; pero su
orgullo la hizo avergonzarse de ese temor i la
sujirió una pregunta que no habria dirijido a
ningun hombre en circunstancias ordinarias .
- ¿Está Ud . enamorado?

Martin no pudo ocultar la sorpresa que seme-


jante pregunta le causaba , ni tampoco el deseo
irresistible que le arrastró a manifestar a Leo-
nor, que en el pecho de un pobre i oscuro jóven
de provincia , podia alentar un corazon digno del
de los elegantes que siempre la habian rodeado .
Una persona en mi posicion , dijo , no tiene
derecho de estarlo ; pero sí puede creer en el
amor como en una esperanza que le dé fuerza
para la lucha a que la suerte le destina.
175

Veo que el desencanto que Ud . dice sufre


su amigo le ha contajiado a Ud. tambien .
No , señorita ; pero la especie de admira-
cion con que Ud . me dirijió su pregunta, me ha
hecho volver en mí : principio a creer, por lo
poco que conozco a Santiago , que aquí se consi-
dera el amor como un pasatiempo de lujo , i mal
puede gastarlo aquel para quien el tiempo es de
un inmenso valor .
Pero dicen, replicó Leonor que nadie puede
imponer leyes al corazon .
En este punto tengo poca esperiencia, con-
testó Martin .
¿ De dónde nace entónces la fé que Ud.
acaba de manifestar? Ud . dice que cree en el
amor.
- Mi fé se funda en mi propio corazon : hai
algo que me dice con frecuencia que no está for-
mado para latir únicamente por el curso regular
de la sangre ; que la vida tiene un lado ménos
material que las especulaciones con que todos
buscan el dinero ; que en los paseos , en el tea-
tro , en las tertulias , el alma de un jóven va bus-
cando otro placer que el de mirar , que el de oir ,
o que el de conversaciones mas o ménos insí-
pidas .
- I ese placer , ese algo desconocido , lo lla-

ma Ud. amor. ¿ No es así ?


176

I creo que el que desconoce su existencia ,


replicó Martin con cierto orgullo , o ha nacido
con una organizacion incompleta, o es mas feliz
que los demas .
¡ Mas feliz ! ¿por qué ?
- Tendrá ménos que sufrir , señorita .
- Es decir, que el amor es una desgracia
.
- Cada cual puede considerarlo segun su po-
sicion en la vida : a mí por ejemplo , creo que me
toca considerarlo como tal .
-Luego Ud . está enamorado , puesto que
tiene ideas tan fijas en esta materia .
Estas palabras resonaron con un tono burlon
que hizo encenderse las mejillas de Rivas . Su
carácter impetuoso le hizo olvidar el temor que
le sobrecojia al lado de la niña .
- Suponga, dijo , que este punto no la interesa
a Ud . tan vivamente que desee una contestacion
sincera de mi parte ; pero no tengo dificultad
para dársela ; i puesto que me toca considerar el
amor como una desgracia , estoi resuelto a sobre-
ponerme a su influjo .
- Es decir que Ud . se considera superior a
los demas .
Seré egoista i nada mas : no creo que haya
gran mérito en seguir el camino que se juzgue
mas ventajoso .
Leonor que esperaba dominar a su antojo , se
177

veia contrariada por la aparente humildad con


que Rivas manifestaba una enerjía que ella se
propuso vencer. Apeló entónces a su altanera
mirada i al tono imperativo que empleaba jene-
ralmente con los hombres .
- Ud . se ha separado mucho del objeto de
esta conversacion , dijo , acentuando estas duras.
palabras para manifestar su desagrado .
-Si Ud. tiene algo mas que preguntarme ,
contestó Martin , aparentando no haberse fijado
en la intencion de las palabras de Leonor, estoi
pronto , señorita , a satisfacer su curiosidad o a
retirarme tambien si Ud . lo ordena .
- Hablábamos de su amigo , repuso Leonor
con tono seco .
- Rafael, ama i es desgraciado , señorita .

- Podia Ud . enseñarle su filosofía de resig-


nacion .
-
Es que él mismo me ha enseñado , que cuan-
do deben sobrevenir desengaños , es mas pru-
dente no buscar correspondencia.
Ud. cuenta siempre con los desengaños .
Esa es una prueba de que no me creo su-
perior como Ud . suponia , i manifiesto que tengo
bastante modestia para calificar mi valimiento .
Hai modestias que se parecen mucho al orgullo
caballero , dijo Leonor ; i en tal caso , la suya
probaria todo lo contrario de lo que Ud . dice . No
178

sea que entre sus lecciones su amigo haya olvi-


dado decirle que el orgullo , debe buscar un punto
de apoyo para poder manifestarse .
No esperó la contestacion del jóven i aban-
donó su asiento sin mirarle . Por la primera vez
de su vida , se sentia Leonor humillada en una
lucha que ella misma habia provocado . En lugar
de los rendidos i banales galanteos de los ele-
gantes con quienes habia jugado hasta entonces
esta clase de juego de vanidad , hallaba la orgu-
Ilosa sumision de un hombre oscuro i pobre que
no queria doblar la rodilla ante la majestad de
su amor propio i la confesaba sin afectacion nin-
guna que no aspiraba a tener la dicha de agra-
darla . Aquella conversacion la hacia pensar en
que se habia equivocado suponiendo que Rivas la
amaba, por la alegría que creyó ver en su sem-
blante cuando le dijo que no tenia interes por
Rafael San Luis . I este desengaño , que burlaba
su creencia en el supremo poder de su belleza ,
irritó su vanidad que contaba ya con un nuevo
esclavo atado al carro de sus numerosos triunfos .
Al abandonar su asiento, no pensaba en entre-
tenerse a costa de Martin , ensayando el poder
de su voluntad en la lid amorosa , sino que se
prometia vengar su desengaño , inspirando un
amor violento del que se jactaba de tener sufi-
ciente fuerza para huir.
179

Martin, al mismo tiempo , quedaba entregado a


la tristeza , que cada una de sus conversaciones
con Leonor dejaba en su alma. Persuadíase cada
vez mas que era el juguete de aquella niña que,
para distraerse algunos momentos , se entrete-
nia en burlarse del amor que él habia dejado
confesar a sus ojos en su primera conversacion .
Apenas la vió alejarse recorrió en la memoria
cuanto habia hablado i maldijo su torpeza que
habia dejado pasar varias oportunidades de hacer
ver ala niña que tenia un corazon capaz de com-
prenderla i una inteligencia que ella no podria
despreciar . Las últimas palabras de Leonor le
dejaron aterrado i decian bien claro que a sus
ojos ni el corazon ni la intelijencia podian tener
valor ninguno , si no iban acompañados por la
riqueza o un distinguido nacimiento .
Esta reflexion desconsoladora, le hizo reti-
rarse desesperado , pidiendo al cielo , como le pi-
den todos los amantes infelices , el poder sobre-
natural , no de olvidar , sino de infundir en el pe-
cho de la mujer amada una de esas pasiones que
las arrastra a someterse a la volontad del
hombre.
De este modo Leonor i Martin hacian votos
con idéntico objeto ella confiando en su her-
mosura ; él sin esperanza , pidiendo al cielo lo
que le parecia imposible.
180

No bien Leonor se habia levantado , despidióse


Doña Francisca con Matildei su marido .
Mientras Leonor arreglaba el pañuelo a su
prima pudo solo decirla estas palabras .
¡ Te ama ! mañana iré a verte i habla-
rémos .
Matilde estrechó sus manos con un agradeci-
miento indecible . Nunca habia regresado a su
casa mas alegre i lijera.
Don Dámaso , al hallarse solo con su mujer , la
manifestó las ideas conservadoras a que sus
amigos le habian convertido al fin de la discusion
política.
--- Despues de todo , la dijo , no les falta razon

a estos ministeriales ; ; qué ha hecho jamás de


bueno el partido liberal ? I no se equivocan al
aconsejarme, porque en todas partes del mundo
los hombres ricos están al lado de los go-
biernos , como en Inglaterra , por ejemplo : todos
los lores son ricos .
Hecha esta reflexion se fué a acostar pen-
sando en que con estas ideas , era como mas
pronto ocuparia el asiento de Senador en el
Congreso de la República .
181 .-

XVIII

Dijimos que Rafael San Luis ocupaba con una


tia suya la casa de la calle de la Ceniza . Esta tia,
a quien la falta de dinero i de hermosura habian
dejado soltera, concentró poco a poco todos sus
afectos en Rafael, cuando le vió huérfano i
abandonado de la suerte . Uniendo una pequeña
suma que poseia , con ocho mil pesos que su so-
brino habia recibido de la testamentaría de su
padre , despues de cubiertos los créditos al tiempo
de su muerte, Doña Clara San Luis, consagró
sus desvelos a Rafael, a quien llevó a vivir a su
lado . Sin mas ocupaciones que la asistencia a la
misa i a las novenas de su devocion , la señora si-
guió sobre el rostro de Rafael la historia de sus
pesares, con la perspicacia de una persona que
se encuentra ya libre de personales preocupa-
ciones en la vida . Sin solicitar jamás las confi-
TOM. I. 11
--- 182

dencias del jóven, supo seguirle paso a paso en


su desaliento , atreviéndose cuando mas a aven-
turar algun consejo cristiano sobre la necesidad
de la resignacion i de la virtud .
En los mismos dias en que tenian lugar las
escenas que llevamos referidas , doña Clara se
hallaba profundamente ocupada en buscar a Ra-
fael alguna ocupacion que le alejase de Santiago ,
en donde veia que descuidaba sus estudios para
entregarse a los pasatiempos de ocio i de disipa-
cion en que San Luis habia buscado el olvido de
sus pesares .
En la mañana del 21 , cuando Rafael dorinia
aun despues de referir su historia a Martin , doña
clara salió de la casa envuelta en su manton y
se dirijió a la de su hermano don Pedro San
Luis, que vivia en una de las principales calles
de Santiago .
Don Pedro , como San Luis habia dicho a Ri-
vas , era rico . Poseía no léjos de Santiago dos
haciendas que los quebrantos de su salud le ha-
bian obligado a poner en arriendo . Su familia se
componia solo de su mujer i un hijo , llamado De-
metrio , que a la sazon contaba quince años .
Al dirijirse doña Clara a casa de su hermano ,
le habia ocurrido una idea con la que esperaba
realizar su propósito de mejorar la suerte de su
sobrino .
183

Don Pedro, tenia un verdadero afecto por los


suyos i se hallaba siempre dispuesto a servirles .
Recibió a su hermana con cariño i la llevó a
su cuarto de escritorio, cuando doña Clara le
dijo que venia para hablar de asuntos impor-
tantes.
-¿Cómo está Rafael ? le preguntó cuando
vió a su hermana bien acomodada sobre una pol-
trona.
-
Bueno i vengo a hablarte de él ya sabes
que es mi regalon .
- Demasiado tal vez , observó don Pedro, i
es una lástima porque es un muchacho capaz .
-
¿ No es verdad ? Pero hijo , su tristeza es
cada vez mayor i poco a poco va descuidando
todos sus estudios .
--Malo , tú debias aconsejarle.
-
Traigo otro proyecto que depende de tí .
― ¿ De mí? A ver cuál es .
A fuerza de pensar , dijo doña Clara, he
visto que lo que mas convendria a este mucha-
cho seria el alejarse de Santiago i consagrarse
al campo, donde la esperanza de mejorar de for-
tuna i la vida activa del trabajo , le harán olvidar
esa melancolía que le consume .
-Tienes razon ; quieres que le busque un
arriendo ?
Mejor que eso . Tú deseas, segun varias
184

veces me has dicho , ocupar a tu hijo tambien


en trabajos de campo , ¿ no es verdad ?
-- Es preciso ; pues , hija , este niño no tiene

salud para estudiar i es necesario que vaya co-


nociendo los fundos que han de ser suyos .
Pues entonces¿ por qué no lo pones a trabajar
en una de tus haciendas en compañía con Ra-
fael ?
-
Bien pensado , esclamó don Pedro ; a quien
la idea de dejar solo a su hijo en el campo , preo-
cupaba desde largo tiempo . ¿ Sabes si Rafael
quiere salir de aquí ?
- Nada le he preguntado ; pero eso lo vere-

mos despues . ¿ Cuándo concluye el arriendo del


Roble ?
- En mayo del año entrante , i ayer he tenido
aquí a don Simon Arenal, que viene a nombre
de su compadre don Fidel para que le prometa
prolongar el arriendo por otros nueve años .
-¿I..... ?
Nada contesté, porque necesitaba pensar
sobre si convendria enviar allí a mi Demetrio .
-
Entónces , dijo con alegría la señora , vas a
responder que no puedes .
― Será lo mejor, si Rafael quiere abandonar
su carrera de abogado , para la cual estudia .
Yo lo aconsejaré ; es preciso que acepte,
185

porque creo que por los estudios ya no hai espe-


ranza .
Doña Clara volvió a su casa llena de alegría i
participó sus nuevos proyectos a su sobrino . Ra-
fael pidió algunos dias para reflexionar .
Al siguiente, despues de la clase , salió del
colejio con Martin . Este se hallaba aun bajo las
impresiones de su entrevista con Leonor.
Pensó revelar a San Luis su conversacion con
la niña, pero un instinto de delicadeza le hizo.
desistir de esta idea , porque no se hallaba facul-
tado por Leonor para revelarla.
San Luis le dijo , para romper el silencio en
que Rivas permanecia haciendo esta reflexion :
- Me proponen un proyecto , Martin ; sobre
el cual deseo me des tu opinion .
- ¿ Qué proyecto ?
El de un arriendo en el campo .
¿ I promete alguna ganancia ?
Bastante .
¿Tienes tú aficion a los estudios ?
- Mui poca ya..
Entónces acepta.
- Voi a esplicarte los antecedentes , pues son
ellos los que me hacen vacilar . ¿ Sabes quién es
el arrendatario actual de la hacienda i que desea
continuar en el arriendo ? Don Fidel , el padre de
Matilde .
186

Ah, eso cambia un tanto la cuestion : a


ver, explícate mas .
―― Don Fidel no ha sido siempre el hombre

ministerial hasta la mas porfiada intolerencia


que tú conoces , dijo Rafael . Antes de hacerse
apóstata en política , como tantos de los antiguos
pipiolos a cuyo partido pertenecia , don Fidel
hacia la guerra al principio conservador, que por
desgracia durará aun muchos años en Chile. Sus
principios le habian ligado estrechamente con
los de la misma comunion política en jeneral ;
pero mui particularmente con mi padre i mi tio ,
que habiéndose consagrado al campo e invertido
sus ganancias en bienes raices , no ha perdido
como mi padre, en el comercio , el fruto de largos
trabajos , en dos ó tres especulaciones erradas .
Cuando mi tio Pedro compró casa en Santiago
para venir a curarse , llovieron los empeños para
el arriendo de su hacienda del Roble . Natural-
mente la preferencia debia obtenerla el amigo i
correlijionario político don Fidel , que solicitó el
arriendo . Para don Fidel , el negocio era mas
ventajoso tambien que para los demas , porque
posee al lado del Roble un pequeño fundo de cien
cuadras perfectamente regado i con buenas al-
falfas , que es el pasto de que carece la hacienda
de mi tio , que en cambio es mui buena para siem-
bras i para crianza . Al tiempo de reducir el ne-
187

gocio a escritura, se presentó una dificultad i


fué esta la falta de un fiador . Don Dámaso, no se
habia establecido aun en Santiago i los demas
amigos de don Fidel no se hallaban en situacion
de prestarle ese servicio . Mi tio exijió el fiador
porque el Roble habia sido comprado casi todo
con el dote de su mujer i no queria, ni aun por
amistad, dejar de revestir el arriendo de las ga-
rantías necesarias . En estas circunstancias , don
Fidel recibió la oferta de don Simon Arenal, como
la de un ánjel salvador . Don Simon le conocia
poco ; pero llevaba un fin al ofrecerle su fianza
con tanta jenerosidad, i ese fin era el de satisfa-
cer una ambicion política.
Don Fidel, con efecto , ejerció i ejerce aun ,
gran influencia entre los electores del departa-
mento en que se encuentra su fundo , i don Simon
quiso conquistar esa influencia para hacerse ele-
jir diputado. Acaso me preguntarás , qué interés
puede tener un hombre rico como don Simon en
ser diputado . Ese interés se esplica sabiendo que
don Simon es de familia oscura, enriquecido re-
cientemente i que necesita ocupar puestos hon-
rosos para relacionarse con la sociedad a que
aspiran llegar los caballeros improvisados , que
es un tipo bastante comun entre nosotros i al que
él pertenece . Desde entónces , don Fidel i don
Simon estrecharon íntimamente su amistad ; se
- 188

hicieron compadres , se relacionó don Simon con


las mejores familias de Santiago i don Fidel pasó ,
mediante aquella i otras fianzas , de liberal a
conservador, porque don Simon se habia plegado
desde el principio a este partido con la esperien-
cia que le daban sus años para saber que en polí-
tica no medra entre nosotros el que no busca su
apoyo al lado de la autoridad . Mi tio vió poco a
poco que perdia un amigo en su arrendatario ,
pero el contrato estaba firmado i no habia lugar
a ningun reclamo . Ahora, estando para espirar
el término del arriendo , don Fidel quiere conti-
nuar a toda costa, porque han llegado dias mui
florecientes para la agricultura con el nuevo
mercado de California , i envia a su compadre
don Simon para obtener un nuevo arriendo de
mi tio . Este me propone el Roble con un hijo
suyo a quien naturalmente facilitará capitales
para la especulacion . Hé aquí pues el negocio .
-
Creo que debes aceptarlo , dijo Martin .
-
He pedido algunos dias para responder , re-
puso San Luis i vas a ver mi debilidad : este
plazo lo he solicitado porque no puedo abandonar
completamente la esperanza de que Matilde me
ame.
¿ I qué ganas con esto , cuando siempre
eres pobre ? preguntó Rivas, que vencia con difi-
cultad las tentaciones que le daban de informar
189

a su amigo de sus sospechas vehementes sobre


este punto .
― Es cierto , soi todavía pobre , contestó San
Luis ; pero si ella me amase , podria tal vez obte-
ner su mano cediendo el arriendo a su padre, lo
que para él es una cuestion importantísima . Re-
comendándome de este modo a sus ojos , él i yo,
olvidaríamos lo pasado , Matilde seria el lazo de
union entre las dos familias i yo con el apoyo de
mi tio , emprenderia cualquier otro trabajo en
compañía con su hijo .
Martin pensó que tal vez su última conversa-
cion con Leonor decidiria sobre la suerte de su
amigo , pues no podia suponer que las repetidas
preguntas que sobre él le habia hecho la niña
hubiesen sido por mera curiosidad .
- Tienes razon , dijo a San Luis ; pero en
lugar de pedir un plazo indeterminado , creo que
debes esponer tu plan a tu tio i hablarle con en-
tera franqueza . Así , este asunto se arreglará
mejor que esperando indeterminadamente .
Al dar este consejo , se proponia Martin en su
interior participar a la hija de don Dámaso lo
que acontecia, si ella le llamaba de nuevo para
hablarle de Rafael.

11.
190 ---

XIX

Leonor, para cumplir la promesa que hizo a


su prima, se presentó en casa de esta a las doce
del dia siguiente .
Matilde la recibió con un abrazo . Una noche
de esperanza habia dado a su rostro la frescura
de la alegría, i a sus ojos la viveza que les tras-
mite el corazon cuando late por una espectativa
de amor .
― Estamos solas , dijo haciendo sentarse a
Leonor mi mamá ha salido . ¡ Ya me figuraba
que no vendrias !
Como viste anoche , llamé a Martin para
preguntarle nuevas noticias sobre Rafael .
- I muchas debe haberte dado , porque la con-

versacion fué larga, observó Matilde risueña .


Todas las que recibí , dijo Leonor , se resu-
men en lo que anoche te dije : Rafael te ama .
- 191 ―

¿Como lo sabe Martin ?


El se lo ha dicho , a lo que parece .
Sí ; pero no basta que él lo diga, esclamó
Matilde entristeciéndose . ‫ا¿ن‬Qué puedo hacer yo ?
- Tú le amas tambien .
- Es verdad ; pero seguirémos separados .
Tuya será entonces la culpa.
-
¡ Mia ! ¿ I qué quieres que haga?
― El caso me parece mui claro.; Fué Rafael
quien te abandonó ?
― No ; pero.....
- Fuiste tú, esta es la verdad .

Bien sabes que no podia desobedecer a mi


papá .
Mas esta disculpa no vale para él , replicó
Leonor. San Luis, arrojado de tu casa , sin reci-
bir noticia ninguna de tu parte , tuvo sobrado
motivo para creerse olvidado .
-
Yo le juré mil veces que jamás le olvidaria .
- Pero ibas a casarte con otro ; ¿ no era esto
desmentir tus juramentos ?
-
El debe saber que lo hacia contra mi vo-
luntad .
-
Mira , Matilde , dijo Leonor con tono sério ;
yo creo que estos juramentos de amor son dema-
siado sagrados, sobre todo si son hechos a un
hombre que tus padres recibian i festejaban . Si
192 ---

él empobreció despues , tus juramentos no des-


aparecian por esto i debiste cumplirlos .
Ya sabes , contestó Matilde con los ojos
llenos de lágrimas , que no tuve fuerza contra la
voluntad de mi padre.
Lo sé, repuso Leonor, i no te hago esta
reflexion sino para manifestarte que si realmente
amas a San Luis debes reparar tu falta, puesto
que ya sabes que él no te ha olvidado.
Sí, ¿ pero cómo hacerlo?
- Escríbele , contestó con voz resuelta Leo-
nor.
― ¡ Ah, no me atrevo ! esclamó Matilde .
― En tal caso renuncia a su amor, puesto que
no quieres dar el primer paso hacia la recon-
ciliacion .
Matilde se cubrió el rostro con las manos pro-
rumpiendo en llanto .
Pero hijita, la dijo Leonor con acento mas
suave que el que habia empleado hasta entónces ,
i acariciando con cariño a su prima ; te aflijes sin
razon . Es preciso que alguna vez tengas valor en
la vida.
¡ Ah , tu hablas así porque no estás en mi
lugar !
Eso no, repuso con viveza Leonor ; yo ten-
dré enerjia para cumplir mis juramentos si al-
guna vez los hago .
G 193

---- Pero ya que a mí me falta


el valor , tú po-
dias ayudarme .
― ¿Cómo?
--- Encargando a Martin de decirle lo que no
me a trevo a escribir .
Es verdad, dijo Leonor reflexionando . Por
las preguntas que yo le he hecho acerca de Ra-
fael i por las confidencias de éste , Martin ya lo
sabe todo ; pero supongamos que por medio de él
hagamos saber a San Luis que le amas todavía ,
¿bastará esto ? ¿ No es necesario que le dés al-
gunas esplicaciones para sincerar tu conducta
pasada?
Tienes razon, contestó Matilde con des-
aliento .
- Es preciso , añadió Leonor , que midas bien ,
ántes de dar un paso decisivo , la distancia que te
separa de Rafael . Debes pensar que una vez tras-
mitida la noticia por medio de Rivas , San Luis
querrá verte , oir de tu boca la justificacion de tu
conducta, i no podrás negarte a ello , a ménos de
romper con él nuevamente i para siempre , porque
tendrá razon para creerse el juguete de una
burla.
-- Yo le amo i tendré valor para todo si tú me

ayudas , esclamó Matilde , secando el llanto que


humedecia sus mejillas i estrechando con cariño
las manos de Leonor .
194

-
¡ Al fin te decides ! dijo ésta . Con tus vaci-
laciones me estabas haciendo dudar de la since-
ridad de tu amor .
---
¡ Ah ! créemelo Leonor, le amo sobre todo ,
he llorado tanto durante este tiempo , que a veces ,
por volverle a ver, a oir de sus lábios los jura-
mentos que ántes me hacia , me creó con fuerzas
de vencer todos mis temores .
---
Veamos pues lo que se puede hacer, replicó
Leonor.

Me confio a tí, no me abandones , dijo Ma-
tilde, besándola con ternura.
Yo creo que debes verle , ya que no te
atreves a escribirle , i para esto Martin , como
dijiste, puede servirnos .

¿Cuál es tu plan?
- Avisarle
que en la alameda puede verse
contigo.

¿Cuándo? preguntó Matilde , sin poder ocul-
tar la ansiedad que aquella sola idea la causaba .
--- Mañana
; irás conmigo i Agustin nos acom-
pañará .
- ¡ Dios mio ! murmuró Matilde, a quien la
emocion hacia temblar cual si estuviese ya
en presencia de Rafael , si mi papá llegase a sa-
berlo !

Yo me hago responsable de todo , contestó


195

Leonor, que parecia animarse a medida que su


prima se dejaba vencer por el miedo .
-Matilde la abrazó dándole las gracias entre
sollozos que no podia reprimir.
Nada me deberás , Matilde , repuso Leonor
correspondiéndola sus caricias , porque , ademas
de mi amor a tí, tengo otro interés al servirte .
¡ Otro interés ! esclamó Matilde , alzando la
frente que apoyaba en el seno de su prima.
- Sí, otro interés , repuso ésta quiero repa-
rar una falta de mi padre , que fué en gran parte ,
como tú me has dicho varias veces , la causa de
que despidiesen a Rafael de tu casa.
En esta esplicacion de su interés por Matilde ,
callaba Leonor una razon tan poderosa para ella
como la que acababa de aducir . Si bien era ver-
dad que deseaba reparar el mal causado por su
padre, no influia poco en su determinacion el
deseo de distraerse, para combatir el desconsuelo
que su última conversacion con Martin habia
dejado en su alma . Sentia tanto mas imperiosa-
mente esta necesidad , cuanto que ella misma
habia provocado aquella conversacion , que la
dejaba un amargo desengaño al ver escapársela
el triunfo de que antemano saboreaba su orgullo .
Este era el primer golpe que recibia su amor pro-
pio i debia naturalmente preocuparla i entriste-
cerla. Sin renunciar a vengarse de aquella humi
196 -

Ilacion de su vanidad , esperimentó un ardiente


deseo de ocuparse de algo , deseo propio de or-
ganizaciones vehementes como la suya, para
quienes la reflexion i la calma es un martirio .
Esa misma vehemencia la impedia considerar las
consecuencias que el plan concertado podia tener
para la reputacion de su prima i para la de ella
misma.
-
Sabes que en la alameda nos puede ver cual-
quiera persona conocida i contarlo a mi papá ,
observó Matilde , tras una breve pausa .
Es preciso , Matilde , esclamó Leonor a quien
indignaba toda señal de debilidad , que hagas una
resolucion formal de adoptar alguno de los parti-
dos que se presentan i que para mí están clara-
mente trazados : renunciar al amor de Rafael , o
ponerte con valor en situacion que tu padre no
pueda obligarte a que aceptes el marido que á él le
plazca imponerte . Lo que acabo de aconsejarte fué
suponiendo que estabas completamente decidida
por Rafael : si no es así no dés paso ninguno ; pero
olvídale .
Tal vez esperando se presente ocasion de...
-
Dime, ¿ no has esperado mas de un año ?
― Es cierto .
I en todo este tiempo ¿ ha dado San Luis el
menor paso para acercarse a tí?
https No, ninguno; contestó Matilde con un
197

hondo suspiro por eso creí que me despreciaba .


-I sin embargo te ama ; pero parece que su
resentimiento , o tal vez el temor le impiden bus-
carte . Lo que hai de cierto es que nada avanza-
rás esperando . El seguirá creyendo que le en-
gañaste i las apariencias justificando su opinion .
Bien lo conozco ; pero temo tanto que mi
papá llegue a saber …………
-- Pues yo , en tu caso preferiria que lo su-

piese . Si tu amor es sincero i nunca, como


dices , amarás a otro que Rafael , tarde o tem-
prano, lo que tú tanto temes sucederá .
— Yo me habia resuelto a sufrir en silencio .
- Pero quisiste saber si San Luis te habia
olvidado .
– Sí.
- I me dijiste que darias tu vida por recobrar
su amor.
-Es cierto . ¡ Ah, quisiera tener tu valor !
- Si no lo tienes renuncia a tu amor : aun es
tiempo . Me pediste consejos i apoyo . Yo te he
dicho lo que haria en tu situacion . Mas si no
posees suficiente enerjía para vencer tus temores
por el hombre que amas , tienes razon ; no debes
dar ningun paso comprometiente , porque la so-
ciedad te despreciaria i tú seguirias siendo
desgraciada .
-¡Ah ! pero yo no renunciaré jamás al amor
--- 198 -

de Rafael, esclamó Matilde ; tú tienes razon , he


sufrido mucho ya para tener derecho de buscar
mi felicidad .

En ese caso, si tienes valor , sigue ade-


lante . Entre sufrir en silencio i tal vez despre-
ciada , a sufrir despues de justificarte , yo pre-
fiero lo último .

- I yo tambien, dijo Matilde con resolucion .


--- Es decir, que hablaré con
Martin .
-¿Qué le dirás ?
--
Que tú amas a Rafael : esto ya debe Rivas
haberlo sospechado .

¿ I qué mas ?
--
Que mañana, te pasearás conmigo por la
alameda , cerca de la pila, entre la una i las dos
de la tarde . Que él puede encontrarse allí por
casualidad i acercarse a nosotras si tú le salu-
das.

Bueno, contestó Matilde , reprimiendo el


temblor que estremecia todo su cuerpo .
Para esto es preciso que me vaya pronto,
dijo Leonor , porque debo hablar con Martin
ántes que salga del escritorio de mi padre , pues
en la noche puede no presentarse la ocasion de
hablarle .

Cuando se despedian las dos niñas , el coche


199

de don Dámaso esperaba ya a la puerta por


órden que Leonor habia dejado en su casa .
Diéronse un tierno abrazo , despidiéndose
hasta la noche , i Leonor subió al carruaje que
partió con velocidad .
- 200 -

XX

Mientras Leonor i el recuerdo de Rafael ven-


cian los temores en el corazon de Matilde, don
Fidel Elías regresaba a su casa bajo el peso de
la noticia que acababa de trasmitirle don Simon
Arenal sobre el arriendo de la hacienda del
Roble.
Entró pensativo al cuarto en que su mujer se
entregaba la mayor parte del dia a la lectura de
sus novelistas i poetas favoritos . En aquel ins-
taste leia el sueño de Adan en el Diablo mundo.
de Espronceda , i oyó la voz de su marido cuando
el héroe pide a Salada un caballo , como lo pedia
Ricardo III para reconquistar su reino. La pre-
sencia de don Fidel la sacó de su éxtasis poético
para arrastrarla a la prosa de la vida.
- Me dice mi compadre Arenal, principió di-
ciendo don Fidel, que el arriendo del Roble no
está nada seguro .
201 ―

Doña Francisca le miró sin comprender lo que


oia. Además , estaba desde mucho tiempo acos-
tumbrada a oir i no a dar su opinion en los
asuntos que su marido dirijia , por lo cual , ella
solo la daba en presencia de otros para manifes-
tar su superioridad intelectual .
- Me acaba de decir don Simon , prosiguió él ,

creyendo que doña Francisca no le habia oido ,


que don Pedro San Luis ha dicho que tiene que
reflexionar ántes de comprometerse a prolongar
el arriendo de la hacienda.
- Esperemos , pues , contestó ella , deseosa de
continuar su lectura .
- Bueno es decirlo , replicó don Fidel , pero
entre tanto a mí me interesa mucho el saber una
contestacion definitiva , porque si pierdo la ha-
cienda, me puedo arruinar.
Entónces , busquemos algunos empeños
para don Pedro .
Ya habia pensado en ello ; pero lo peor es
esta maldita política, que me ha privado de su
amistad cuando mas la necesito .
―― Ah, entonces te convences de que yo tengo

razon , dijo animándose doña Francisca, al ver


una oportunidad de desquitarse de las humi-
llaciones a que su marido la condenaba en socie-
dad.
- Yo sé mui bien lo que hago i no soi niño
202 -

para que me anden dando consejos , repuso con-


voz ágria don Fidel. Pero dejemos la hacienda
para hablar de otra cosa. ¿ Te parece que Agus-
tin se decidirá por Matilde ?
-
No sé , quién sabe…..
- Para contestar eso no se necesita mucha pe-

netracion, dijo impaciente don Fidel . Yo te pre-


gunto , porque un hombre acupado como yo, no
tiene tiempo de andarse fijando en esas cosas que
son buenas para las mujeres .
G Nada he visto que me haga pensar
de otro
modo , respondió doña Francisca, tomando con
impaciencia el libro que acababa de dejar sobre
una mėsa.
-
Porque siempre estás pensando en libros i
en sonseras ; mientras que yo solo me ocupo del
bienestar de la familia .
-- Pero ¿ cómo quieres que me ocupe por mi

parte, cuando crees que nadie puede hacer las


cosas como tú ?.
-I esa es la verdad ; el hombre ha nacido.
para dirijir los negocios ; pero como yo no tengo
tiempo para todo , es preciso que tú trabajes por
ese lado . Agustin es un buen partido que no
debemos dejar escaparse i yo hablaré con Dámaso
sobre este negocio, puesto que yo debo hacerlo
todo en esta casa.
Doña Francisca abrió el libro i aparentó estar
203 -

leyendo . Don fidel tomó su sombrero i salió per-


suadido de que solo él era capaz de dirijir de
frente varios negocios a un tiempo , porque él
calificaba entre los negocios como la jeneralidad
de los padres , el establecimiento de una hija.
Doña Francisca le vió salir sin estrañarse ,
pues se hallaba acostumbrada a terminar de este
modo sus conversaciones con su marido .

Volvió despues al sueño de Adan , deplorando


la falta de poesía del hombre con quien se hallaba
unida por lazos indisolubles , i esta idea la hizo
suspender la lectura para tornar su memoria a
Jorje Sand, con quien se comparaba por su aver-
sion a la coyunda matrimonial .
El coche de don Dámaso , entre tanto , llevó a
Leonor con gran velocidad a su casa a pesar del
malísimo empedrado de nuestras calles , que solo
ahora ha llamado la atencion de la autoridad
local.

Leonor atravesó con paso lijero el patio de su


casa i llegó a la puerta del cuarto , escritorio de
su padre .
En el tránsito de casa de don Fidel a la suya ,
habia pensado ya el modo de desempeñar su co-
mision cerca de Martin . Su carácter la aconsejó
una entera franqueza en este asunto . Así fué que ,
despues de asegurarse que Rivas estaba solo ,
204

entró en la pieza i se aproximó al escritorio en


que aquel trabajaba .
Al verla, Martin se puso de piẻ . Su corazon
latió con violencia i el color desapareció instan-
táneamente de sus mejillas .
Siéntese Ud . , le dijo Leonor con cierto.
tono de superioridad .
― Permítame , señorita , permanecer de pié ,
contestó el jóven , viendo que Leonor apoyaba una
mano sobre la mesa i se quedaba inmóvil .
-- Vengo con el mismo objeto de que antes le
he hablado , repuso Leonor , acentuando estas
palabras , cual si quisiese evitar a Rivas cual-
quiera otra esplicacion de aquel paso .
- Estoi a sus órdenes , señorita, respondió

Martin , con el acento de orgullosa modestia que


habia llamado ántes la atencion de la niña.
-Se trata de su amigo San Luis , de cuyas
confidencias me habló Ud . anoche . El nombró a
Ud. por supuesto la persona que ama.
- Es la señorita Matilde Elías , prima de Ud .
- Rafael , segun me dijo Ud . , la ama to-
davía.
Es verdad .
-
¿ Cree Ud . que se alegraria de saber que
Matilde le ha correspondido siempre ?
Creo que esta noticia le volveria la felici-
dad , señorita .
205 -

-
Pues bien, Ud . puede decirselo : una nueva
como esta se recibe de un amigo con doble ale-
gría, segun me parece .
Tendré un placer infinito en dársela, dijo
Martin .
La sinceridad con que el jóven pronunció
aquellas palabras , hizo conocer a Leonor que
Rivas poseia un corazon capaz de abrigar una
amistad verdadera. Esta observacion templó un
tanto el encono con que creia deber mirarle desde
la noche anterior.
Parece que de vuelta a su casa Leonor habia
cambiado un tanto , acerca del plan combinado
con su prima porque hizo ademan de retirarse.

-Una palabra , señorita, dijo Martin : Rafael


se ha creido engañado ; ¿ creerá ahora lo que voi
a decirle ?

No sé, i me parece que si le interesa, él


puede buscar los medios de averiguar la verdad .
Leonor salió tras estas palabras i Rivas dejó
caer su frente entre las manos que apoyó sobre
la mesa que tenia delante .

Está visto, se dijo con amargo desconsuelo :


me considera un poco mas que a un criado ; pero
mucho menos que los jóvenes que la visitan .
La amargura de aquella reflexion nacia del
imperioso acento con que Leonor acababa de ha-
TOM. I. 12
203 ―

blarle i de la profunda tranquilidad que ella mani-


festaba en presencia de su turbacion .
Continuó Rivas preocupado con estas ideas ,
hasta que dió fin a su trabajo de aquel dia i se
retiró a su cuarto . De allí salió pocos momentos
despues en direccion a la casa de San Luis .
-
Nunca podrás, dijo a Rafael que le recibió
con cariño , darme en tu vida una noticia como la
que te traigo.
G ¡ Una noticia ! esclamó Rafael con un pre-
sentimiento vago de la realidad : habla ¿ qué hai?
Matilde te ama.

Rafael miró a su amigo con tristeza .


Mira, Martin , le dijo , no te chancees con
lo que para mí hai de mas sério en la vida .
Me sometes en este momento a una horrible
tortura, porque sin creerte lo que con tan poca
ceremonia me dices , me figuro no obstante que
hai algo de cierto en ello .
- Es mui verdadero , replicó Rivas ; respeto
demasiado tu dolor para engañarte : óyeme .
Refirió entónces a San Luis sus distintas con-
versaciones con Leonor i terminó por la que aca-
baba de tener lugar .
Rafael le estrechỏ entre sus brazos con una
alegría imposible de describirse .
-
Me traes mas que la felicidad , le dijo , me
traes la vida.
- 207 d

Principió a pasearse por la pieza , hablando de


sus recuerdos i de sus esperanzas con una ver-
bosidad increible . Al cabo de un cuarto de hora,
Martin conocia con sus pormenores todas las
escenas de aquel amor puro i ardiente que habia
llenado la vida de su amigo , i envidiaba su felici-
dad.
― Me olvidaba de tí , mi buen Martin , le dijo
Rafael , sentándose a su lado , ¿ i tus amores ?
No tienen historia, contestó Rivas , su
pasado, su presente i su porvenir no encierran
mas que desconsuelo . Es una locura de la que
debo curarme como me has aconsejado varias
veces . Ya lo ves ella me considera bueno para
darte a conocer tu felicidad .
Vamos , ten buen ánimo ; Leonor tal vez te
amará algun dia. El interés que demuestra por
su prima prueba que tiene un corazon noble i
podrá comprenderte . Esto me reconcilia con ella
i hasta con su padre, a quien perdono el mal
que me ha hecho .
Martin tomó su sombrero para despedirse .
----
No te vayas , le dijo San Luis . Acompáñame
a comer : comeremos con mi tia . Ella se alegra-
rá tanto como yo de lo que sucede . Ademas ten-
go necesidad de hablar aun contigo : las últimas
palabras que dijo Leonor me hacen pensar ahora,
porque es preciso que yo vea a Matilde , que hable
208

con ella. ¿ Me dices que Leonor te contestó .....?


Que a tí te interesaba averiguar la verdad .
- ¡ Ya lo ves ! Debo buscar un medio para
ver a Matilde. A ver , tú eres injenioso , ¿ qué
harias en mi lugar ?
-- La escribiria esto me parece mui natural .
- Las cartas me fastidian : yo quiero oir su
voz quiero decirla que la amo mas que nunca .
Vamos , piensa en algo mejor que eso . Las cartas
de amor o son frias o son ridículas por afecta-
cion . Ademas , una carta suya me bastaria por
vea.
una vez ; pero es preciso que yo la

En una carta puedes pedirla una entrevista .
-
Pero ¿ en dónde ?
Ella tal vez resuelva ese problema .
Bueno , la escribiré .
Llamaron a comer. Rafael contó a su tia, ántes
de entrar al comedor , la noticia que Martin le
habia traido i comunicó su alegría a la señora.
En la mesa , San Luis despidió al criado i dijo a
su tia :
Es preciso que Ud . hable con mi tio Pedro.
i le refiera lo que sucede . ¡ Ah, yo tuve una ins-
piracion feliz cuando le pedí algunos dias para
reflexionar sobre el negocio que me propuso !
¿ I qué le diré sobre esto ? preguntó doña
Clara.
― Le dirá que este es un medio excelente de

1
209

obtener el consentimiento de don Fidel yo le


cedo el arriendo del Roble si mi tio me quiere
hacer este servicio, i con esto nos reconciliamos.
Si él lo exije para darme la mano de Matilde ,
estudiaré hasta recibirme de abogado , o si lo
prefiere, trabajaré en el campo con el apoyo de
mi tio . Ud. , por supuesto , sabrá convencerle :
mi tio nos quiere i es jeneroso . Yo no dudo que
él me haga este servicio .
Despues de comer, Martin se despidió de la
señora i de Rafael i llegó a casa de don Dámaso
cuando la familia de éste salia del comedor. Al
subir la escala que conducia a su habitacion , oyó
el sonido del piano que Leonor tocaba ordinaria-
mente a su padre a esta hora.
Leonor esperaba ver a Martin en la mesa para
continuar con él el plan de desdeñosa indiferen-
cia por medio del cual queria vengarse de las
palabras con que pensaba que Rivas habia humi-
llado su amor propio. Con la ausencia del jóven ,
se figuró que habria ido a casa de San Luis i le
pareció indudable que asistiria en la noche a la
tertulia.
Esta idea la ponia alegre , porque esperaba
hacer arrepentirse a Rivas en la noche de sus
palabras de la anterior .

12.
210 -

XXI

En aquel mismo instante entraba Agustin


Encina al cuarto de Rivas .
El elegante habia estrechado su amistad con
Martin desde la noche en que le vió en casa de
doña Bernarda .
Un principio de egoismo , que dirije a la mayor
parte de las acciones humanas , imperaba en el
ánimo de Agustin al buscar la amistad de Rivas ,
a quien miraba con el desprecio del elegante
Santiaguino por el que viste mala ropa .
- Martin podrá acompañarme a casa de las
Molina i servirme mucho , se decia Agustin .
Esta idea le indujo a vencer su orgullo de po-
deroso hasta tratar a Rivas con cierta familia-
ridad .
La espresion de servirme mucho , que Agustin
habia empleado al acercarse a Martin, necesita
211 -

esplicarse bajo el punto de vista social en que


Encina la usaba al formular su reflexion.

Un jóven visita en una casa. El amor , esta es-


trella que guia los pasos de la juventud , le ha di-
rijido allí . La falta de animacion que se nota en
nuestras tertulias , anuda la voz en su garganta
del que tiene que confiar a los ojos la frase amo-
rosa que el temor de ser oida por los profanos le
impide pronunciar .
Pero el amor lleva el sello de la humanidad
que le rinde su culto : tiene que desarrollarse i
progresar. Las miradas que bastaron para ali-
mentar lo que Stendhal llama « admiracion sim-
ple » no alcanzan a satisfacer las exigencias
del corazon que llega pronto a lo que el mismo
autor distingue cón el nombre de « admiracion
tierna . » Es preciso entónces oir la voz de la mu-
jer querida i confiarla tambien las dulces cuitas
del alma enamorada . Mas la conversacion es je-
neral o fria en la tertulia , i no es fácil dirijir en
privado la palabra a una de las niñas .
Entónces busca un amigo .

Este puede entretener a la mamá con una


charla mas o menos insípida , o a las hermanas ,
que siempre tienen el oido mas listo que la
madre.

I el enamorado puede entónces desarrollar a


212

mansalva su elocuencia de frases cortadas i de


suspensivos .
En este sentido pensó Agustin que Rivas po-
dria servirle mucho en casa de doña Bernarda,
en la que la vijilancia de la madre era tanto
mayor, a pesar de su aficion al juego, cuanto
era tambien mayor el peligro de la situacion ,
siendo el galan de su hija un mozo de familia
acaudalada .
Agustin entró al cuarto de Rivas entonando el
estribillo de una cancion francesa .
Ud. no ha vuelto a rendir visita a las
Molina ? dijo a Martin , ofreciéndole un hermoso
cigarro puro .
- Nó , no he vuelto , contestó Martin .

-¿Qué no piensa Ud . returnar a la casa ?


Nada habia pensado sobre esto .
- Son excelentes muchachas .
- Así me han parecido .
- Yo pienso ir esta noche a verlas . ¿ Quiere

Ud. acompañarme ?
----- Con mucho gusto.
- ¿ Qué le ha parecido Adelaida ?
- Bastante bien, pero no tanto como a Ud . ,
dijo Martin soriéndose .
-¿Le han dicho a Ud . que estoi enamorado
de ella ? preguntó Agustin .
Lo he conocido a primera vista .
213 ――

- Pues hombre , es la verdad, no hai ninguna


niña de nuestros salones que me guste tanto como
Adelaida .
Malo , dijo Rivas .
¿ Por qué ?
Porque ese amor puede convertirse en
pasion i hacerle cometer alguna locura.
¿ Qué llama Ud . locura ? En Paris todos
tienen esta clase de amores .
- Llamo una locura , por ejemplo , que Ud .
llegase a querer casarse con ella .
-¡Bah ! querido , Ud . no conoce el mundo .
Todas esas chicas saben que un jóven como yo
no se casa con ellas .
Martin hizo todas las reflexiones morales que
le vinieron a la imajinacion para combatir los
principios parisienses del elegante , quien se con-
tentó con decirle que no conocia el mundo .
-Lo que hai de cierto es que yo la amo , dijo
Agustin para terminar la amonestacion de Rivas ,
i que solo o acompañado por Ud . seguiré visitán-
dola. Sentiré sí que Ud . no me acompañе .
-
Si Ud . quiere le acompañaré , respondió
Martin.
Rivas dió esta respuesta recordando la pintura
que San Luis le habia hecho del carácter de
Adelaida i de sus aspiraciones a casarse con algun
hombre rico .
214

Eso es , hombre , esclamó Agustin contento


de la respuesta ; es preciso ser complaciente con
los amigos . Ademas es necesario divertirse en
algo porque esta vida de Santiago es tan insí-
pida. Con que es convenido ? Me voi a vestir i
le encuentro a Ud . listo dentro de media hora .
Bueno , estaré pronto , contestó Martin pen-
sando tambien que él tenia necesidad de distraer
de algun modo su tristeza .
Martin hizo la siguiente reflexion despues de
la salida del hijo de don Dámaso :
Cada vez siento aumentarse mi pasion a
medida que la esperanza de ser amado se aleja.
¿ No es mejor, como Rafael i Agustin, apagar en
un amor fácil la sed del alma , que devora la
tranquilidad del espíritu ?
Esta idea se revolvia en su imajinacion mién-
tras él se preparaba para la visita que debia
hacer con Agustin. La tendencia del amor a
curar sus pesares con el principio de los seme-
jantes , despertaba en él su orgullo humillado
ante la altanera majestad de Leonor .
La vuelta de Agustin le sacó de su meditacion .
Venia vestido con una elegancia irreprochable .
En el camino tomó luego la palabra para hablar
de sus amores hasta que llegaron a casa de doña
Bernarda .
En ese momento , Leonor se habia sentado al
- 215

piano i tocaba con entusiasmo . Hallábase con-


tenta de haber manifestado a Rivas que podia
encontrarse con él sin conmoverse i deseaba su
llegada para aterrarle con su desden . No podia
olvidar las palabras del jóven al confesarle
su propósito de no amar . ¿ No era este un reto
insolente arrojado a su hermosura i que nadie
hasta entonces se habia atrevido a hacerla ?

Cansada de tocar se retiró del piano i fué a


sentarse pensativa en un sofá .

Cada ruido de pasos que se oia en el patio ha-


cia latir con violencia su corazon ; así es que re-
cibia con un frio saludo a las personas que lle-
gaban. La ausencia de su prima vino a aumentar
la duracion de aquella larga noche , en la que
esperaba esplicarla sus razones para no haber
descubierto a Rivas todo el plan acordado en el
dia.

Perdida ya la esperanza de ver llegar a Mar-


tin , su irritacion se aumentó con aquel lijero in-
cidente que la privaba del placer de una victoria.
Parecíala que Rivas cometia una falta imperdo-
nable no presentándose a recibir la insultante
indiferencia con que se preparaba a hacerle co-
nocer el desprecio que la habia inspirado su pre-
suntuoso propósito de no amar.
Leonor creia de buena fé en aquel instante que
216 -

ese propósito era usurpado, contra los fueros de


su belleza, que todos debian admirar.
Don Dámaso, por su parte, sin preocuparse de
la impaciencia de su hija ni del sueño en que
doña Engracia habia caido con Diamela en las
faldas , se sostuvo durante toda la noche en
abierta oposicion al ministerio , contra don Fidel
i don Simon que le atacaron vigorosamente .
Al llegar don Fidel a su casa , en donde Ma-
tilde , pretestando un fuerte dolor de cabeza , ha-
bia quedado con doña Francisca , encontró sola a
su mujer i entregada a la lectura de Jorje Sand.
Don Fidel , despues de argumentar en contra
de la oposicion delante su compadre i fiador, se
preguntaba al volver a su casa , si pasándose a
la oposicion, podria obtener la próroga del ar-
riendo del Roble.

En presencia de doña Francisca siguió en voz


alta sus reflexiones que , jirando en torno de las
probabilidades que el caso presentaba, tomaron
la forma que indican las siguientes palabras .
- La cosa seria acertar el golpe , porque si
ahora me paso a la oposicion , pierdo la fianza de
mi compadre que, como ya se encuentra figu-
rando entre la jente decente , se echará para atrás
conmigo . ¡ Maldita política !
Doña Francisca , que bajo la impresion de su
- 217 -

lectura , se hallaba en disposicion de reducirlo


todo a teorías , esclamó para formular una :
-
Mira, hijo la política , como dice no sé qué
autor, es un círculo inflamado que.....
Qué círculo , mujer , ni qué autor , replicó
impaciente don Fidel : si don Pedro me firmase
un nuevo arriendo del « Roble , » yo me reiria
de todo el mundo .
Doña Francisca se contentó con levantar los
ojos, como poniendo al cielo por testigo del pro-
sáico corazon a que habia unido el suyo .

TOM. I. 13
218 --

XXII

Rivas i Agustin entraron a casa de doña Ber-


narda en circunstancias que la señora preparaba
la mesa de juego i llamaba a dos amigos de Ama-
dor, que con éste i el oficial de polícia , rodeaban
a las niñas .
Vaya, hijitos , decia doña Bernarda , no
estén hablando sonseras i vengan a echar una
manito .
Los dos amigos de Amador acudieron al lla-
mado de la dueña de casa , que recibió a los que
llegaban en ese momento con el naipe en la
mano.
Doña Bernarda quiso adelantarse a recibirles .
- No se incomode Ud . , señora, por nosotros ,

la dijo Agustin , continúe siempre .


- No , hijito , no es incomodidad, contestóle
doña Bernarda .
Quiero decir a Ud . que no se moleste , re-
plicó el jóven Encina con graciosa sonrisa .
- 219 -

-- Ah , si no le habia entendido al francesito

de agua dulce , esclamó con alegre carcajada doña


Bernarda, ¿ Quieren Uds . , echar una manito ?
- Mas tarde , señora , contestó Agustin , vamos
a saludar a estas señoritas .
Las niñas que se hallaban en la pieza vecina
fueron llamadas por la madre .
--
Traigan la vela para acá , les dijo , i estaré-
mos todos juntos .
Adelaida i Edelmira obedecieron aquella órden
i el oficial de policía las siguió con la palma-
toria.
―― Así me gustan los militares subordinados ,

fueron las palabras con que doña Bernarda , alabó


la galantería de Ricardo Castaños , que colocó la
palmatoria sobre una mesa i se sentó al lado de
Edelmira.
Agustin vió que en aquella pieza era dificil sos-
tener una conversacion animada con Adelaida
sin ser oido , i empezó a hacer alabanzas del canto
de Amador .
-
Oh, yo soi loco por el canto , dijo al jóven
Molina, que tomó inmediatamente la guitarra .
¿ Qué tonada le gusta mas ? preguntó este .
--
La que Ud. ame mas , todas me placen , con-
testó Agustin .
Amador afinó la guitarra , mientras que Agus-
tin entablaba su conversacion , i entonó luego
220 ―

algunos versos, acompañándose con la música


monótona de nuestras antiguas tonadas :

Yo no me pienso matar ,
Por quien por mí no se muere ;
Querer a quien me quisiere
I al que no me quiera , andar !

Agustin, aprovechándose del ruido , decia con


apasionado acento a Adelaida :
-- Yo necesito una prueba de su amor.

¿ I Ud . , qué prueba me da ? preguntó ella .


¿ Yo ? la que Ud . demande .
-
Si Ud . me quisiese , como dice , replicó la
niña, se contentaria con mi palabra i no me pedi-
ria mas pruebas .
― Es que nunca puedo hablar con Ud . con
libertad, repuso Agustin i por eso insisto en lo
que la pedia la otra noche .
¿ La otra noche ? ¿Qué cosa ? No me acuerdo.
― Una cita .
¡ Ai por Dios ! eso es mucho pedir .
- ¿ Por qué ? preguntó Agustin con la mas
rendida entonacion de voz .
Si le doi una cita ¿; quién puede perder en
ella? Soi yo no es verdad ?
- ¿ No me cree Ud . bastante caballero ?
- Al contrario ; demasiado .
221 ―

¿ I por qué demasiado ?

Porque nunca se casaria conmigo ; diga la


verdad .

Adelaida , al decir estas palabras , fijó en el


jóven una mirada penetrante . Era la primera vez
que entraba en discusion tan franca con Agustin .
Este , confundido con semejante pregunta , va-
ciló un momento , pero recurriendo luego a la
elástica moral , cuyas teorías habia desarrollado
a Rivas en la tarde , respondió :
― Si ¿ por qué duda Ud . ?

Adelaida leyó en la vacilacion la falsia de la


respuesta ; mas no dió señales de disgusto . Fin-
jiendo, por el contrario , haber creido en ella ,
volvió a preguntar.
--
¿ No me engaña Ud . ? ¿me lo jura?
Agustin, lanzado en el campo de la mentira ,
no titubeó para responder al instante.
-- Sí , se lo juro .

I la lijereza con que lo dijo , sirvió a Adelaida


para confirmar la opinion que en la anterior res-
puesta le acababa de dar la incertidumbre del
jóven .
¡ Ah , si Ud . no mintiera ! esclamó con un
acento de pasion que Agustin creyó sincero .
Juro a Ud. que no miento , respondió el
jóven concédame Ud . la cita i hablarémos .
222

En este momento concluia la tonada de Ama-


dor, i Adelaida le dijo con voz breve :
Mañana a las doce de la noche : la puerta
de calle estará abierta.
Agustin dió casi un salto sobre su silla ; la
alegría iluminó su rostro haciendo centellear sus
ojos .
Me rinde Ud. el mas feliz de los mortales ,
esclamó apagando el sonido de su voz , que se con-
fundió con las últimas vibraciones del canto .
- Retírese Ud . , porque mi madre nos mira,

le dijo entre dientes Adelaida .


El elegante se dirijió hácia la mesa de juego ,
prodigando al mismo tiempo sus cumplimientos a
Amador por la tonada que no habia escuchado .
- A ver, francesito , le dijo doña Bernarda
que tallaba al monte, haga una parada a la sota .
Martin, entre tanto , habia permanecido solo
en su asiento . Por una propiedad comun a los
verdaderos enamorados , hallábase aislado en
medio de las personas que le rodeaban i al com-
pas de las notas de la tonada de Amador , él can-
taba su amor sin esperanzas , en versos incohe-
rentes que solo resonaban en su imajinacion .
Cuando terminó el canto , sus ojos i los de Edel-
mira se encontraron .
La idea de buscar su consuelo en otro amor
hirió de nuevo su mente . En la mirada de Edel-
223

mira habia una tristeza que cuadraba con la que


a él le aflijia.

En ese instante , Amador llamó al oficial para


que le diese su voto sobre una mistela hecha en
la casa, i Ricardo Castaños no pudo negarse a
tan honorífica consulta .

Rivas aprovechó aquella circunstancia para


sentarse al lado de Edelmira .
--
No esperaba verlo tan pronto por aquí , le
dijo la niña .
¿ Por qué ? preguntó Martin .
-
Porque la otra noche creo que no se divir-
tió Ud . mucho .
-
Pero hablé algunos momentos con Ud . i
ellos bastaron para darme deseos de volver .
Rivas dijo estas palabras para probar cómo se-
rian recibidas , dominado por su idea de buscar
un consuelo en un nuevo amor .
Edelmira le miró con aire de sorpresa i de
sentimiento .
¿ Es Ud . como todos ? le preguntó.
---
¿ Por qué me hace Ud . esta pregunta ?
Porque me figuré que Ud . era distinto de
los demas .
Rivas ignoraba la significacion que dan jene-
ralmente las mujeres a frases como la última de
Edelmira .
- 224 -

No pensó en que la admiracion con que ella


recibió su cumplimiento i lo que acababa de de-
cirle, podian perfectamente interpretarse como
de feliz agüero para los nuevos amores a que
aspiraba.
-d ¿ Cómo me ha considerado Ud . entónces ?

le preguntó .
Sincero en sus palabras , contestó Edelmira ,
e incapaz de jugar con cosas serias .
Aquella apelacion sencilla a su honradez , tuvo
para el alma delicada i noble de Martin , toda la
fuerza de un amargo reproche . Vió al instante
que iba a tomar un camino indigno de un hombre
honrado , i la historia de Rafael trajo elocuentes ,
a su memoria, los remordimientos que su amigo
le pintaba en conversaciones posteriores a su
primera confidencia .
--
No crea Ud . , dijo , que haya mentido cuanda
la dije que el recuerdo de la conversacion que
tuve con Ud . me daba deseos de volver : es la ver-
dad . El modo como Ud . me pintó el pesar que la
causaba su posicion en el mundo , me inspiró una
viva simpatía, porque encontré cierta analojía
con mi propia situacion .
- Me gusta mas que Ud. me hable de este
modo, repuso Edelmira, que como Ud . habia
principiado.
225

Lo que acabo de decirle es sincero , replicó


Martin .
- Sí lo creo, i me gustará mucho si Ud . , algun
dia, tiene bastante confianza en mí para hablarme
con la franqueza que yo lo hice la otra noche .
Ya he principiado , puesto que la digo que
encuentro analojía entre mi situacion i la de Ud .
Continuaron de este modo su conversacion du-
rante largo rato . Edelmira habia encontrado en
Martin el tipo del héroe que las mujeres aficio-
nadas a la lectura de novelas se forjan en la ju-
ventud, i cedia a un temor mui natural cuando
no queria oir de su boca los galanteos que oia
diariamente de Ricardo Castaños i de los demas
jóvenes que frecuentaban su casa . Hallaba una
grata satisfaccion en penetrar en el alma de Rivas
por medio de la espansion de la amistad , recurso
de que instintivamente hacen uso las almas sen-
timentales que tienen horror innato a las formas
estudiadas del lenguaje amoroso .
Martin, que habia ya condenado en su con-
ciencia la idea de inspirar un amor al que no
podia corresponder , halló por su parte mucha
dulzura en la amistad romántica que le ofrecia
Edelmira. En poco rato, su simpatía por aquella
niña ocupó un lugar considerable en su corazon .
Hallaba en ella una sensibilidad esquisita unida
a un profundo desprecio a las jentes que se creian
13 .
226

con derecho a su amor cuando eran incapaces de


comprender la delicadeza de sus sentimientos .
En su desconsuelo habia cierto perfume de poesía,
que rara vez deja de encontrar un eco amigo en
el corazon de un jóven moralmente bien organi-
zado ; así fué que Martin , cautivado por la sensi-
bilidad que descubria en Edelmira , llegó a un
punto de su conversacion en que dijo estas pala-
bras :
- La confesaré la verdad : amo i sin espe-
ranza .

Esta franca confesion, con la que Rivas se


ponia en la imposibilidad de dejarse tentar de
nuevo por la idea de buscar un consuelo en el
amor de Edelmira , oprimió dolorosamente el co-
razon de la niña . Parecióla que la arrancaban
una esperanza que su conversacion con Martin
iba revistiendo de formas precisas . Al mismo
tiempo , esas palabras despertaron en su pecho lo
que una media confidencia no deja nunca dedes-
pertar en una mujer : la curiosidad .

¿Será a alguna señorita rica i bonita ? pre-


guntó,
-
¡ Es bellísima ! dijo Martin con entusiasmo
que no procuró disimular .

Esta contestacion_produjo una pausa , que fué


interrumpida por Amador i el oficial , que entra-
- 227

ron declarando que la mistela era de primera ca-


lidad .
Martin se levantó de su silla .
Espero que Ud . no dejará de venir a verme,
le dijo Edelmira.
- Teniendo ya una amiga como Ud . , contestó
Rivas , no necesitaré buscar compañero .
Todos rodearon en ese momento la mesa de
juego i Amador tomó el naipe que dejaba doña
Bernarda, contenta con haber ganado cien pesos .
El que perdia la mayor parte era Agustin En-
cina, que entusiasmado con el buen éxito de sus
amores, desafiaba a todos los circunstantes al
juego , despues de haber perdido , para manifestar
delante de Adelaida su desprendimiento del di-
nero.
Amador hizo traer una botella de la nueva
mistela para fomentar la animacion de Agustin
i las libaciones corrieron parejas con las apuestas .
Sin duda el hijo de doña Bernarda conocia al-
guno de los métodos con que cierta clase de juga-
dores se apcderan del dinero de los demas , con
mas cortesía, pero no mas honradez que los sal-
teadores de camino ; porque parecia haber ava-
sallado a la fortuna ganando cada vez cantidades
que al cabo de un cuarto de nora habia agotado
el dinero de Agustin .
- Juego sobre mi palabra , esclamó éste, apu-
228 -

rando una copa de mistela , cuando se encontró


sin plata.
Como Ud . guste , contestó Amador , pero
yo abandonaria el partido en su lugar .
¿ Por qué ? preguntó el jóven Encina .
Porque está de mala suerte.
- Yo la compondré , contestó con orgullo el
elegante, que miraba con desprecio a tan pobres
adversarios .
Amador i otro de los que rodeaban la mesa
cambiaron una mirada significativa .
-¿Cuánto apuesta ? preguntó el hijo de doña
Bernarda sacando dos cartas .
- Seis onzas al siete de oros , dijo Agustin .
Al cabo de una hora, habia perdido mil pesos
que en media hora mas se doblaron . Martin inter-
vino entónces i puso término al juego .
- Traiga Ud . papel i le firmaré un documen -
to ; dijo Agustin a Amador.
El documento fué otorgado por dos mil pesos .
Agustin lo habria firmado por cuatro , porque en
aquel instante recibia de Adelaida una mirada de
amorosa admiracion .
Al salir de casa de doña Bernarda , el jóven En-
cina, entusiasmado con su conquista i con los va-
pores de la mistela , contaba, en su jerga pecu-
liar, a Martin , la manera irresistible que habia
empleado para reducir el corazon de la Adelaida.
229

Despues de la salida de las visitas , quedaron


en la pieza, al lado de la mesa de juego doña Ber-
narda , Adelaida i Amador.
Edelmira se retiró despues de oir de boca de
su madre algunas amonestaciones sobre la nece-
sidad en que está toda muchacha de buscarse un
buen marido .
Cuando Amador se vió solo con su madre i su
hermana mayor , cerró la puerta por la cual aca-
baba de pasar Edelmira .
-¿Qué hubo ? preguntó despues de esto ,
dirigiéndose a Adelaida .
-- Para mañana en la noche , contestó ella.
Ah, ah, esclamó doña Bernarda , ; el fran-
ces de agua dulce pidió la cita ?
― No es la primera vez , dijo Adelaida .
-
Estos ricos , repuso Amador , quieren andar
engañando muchachas : éste la pagará caro .
― Entonces , mañana traes a tu amigo , añadió
doña Bernarda .
De juro , pues , respondió Amador .
¿ I si no quiere ? preguntó la madre .
- No le dé cuidado , mamita ; contestó Ama-
dor , tomando una vela para retirarse .
Luego añadió acercándose a ella :
- No se le olvide no mas lo que le dijimos .
-
¿ Qué soi tonta para que se me vaya a olvi
dar ? contestó ella : veris si yo sé hacer las cosas .
- 230

En el momento en que Amador se retiraba , se


oyó un lijero ruido tras de la puerta que éste ha-
bia cerrado al principiar aquella conversacion .
---- Será la tonta de la Edelmira que estará
oyendo, esclamó doña Bernarda.
¿ Qué importa que nos oiga ? dijo Amador : ma-
ñana ha de saber lo que pase.
La madre pareció satisfecha con la respuesta i
dió las buenas noches a sus hijos .
231

XXIII

Rafael San Luis habia pasado con tanta pronti-


tud, del profundo abatimiento en que vivia , a la
felicidad, que despues de despedirse de Martin , le
parecia un sueño la inesperada noticia que acababa
de traerle su amigo .
Su primer cuidado fué el de enviar a su tia
para enterar a don Pedro de sus nuevos proyec-
tos sobre la hacienda del Roble , con cuyo arrien-
do esperaba vencer las dificultades que le sepa-
raban de Matilde , ganándose la voluntad de don
Fidel Elías .
Cuando se vió en su cuarto , rodeado de sus
muebles , testigos de su constante dolor , cubrió
de besos el retrato que guardaba de su querida i
volvió la memoria hacia los pasados tiempos de
su dicha, no sin una triste impresion al recordar
las acciones de su vida desde que la suerte le
232

habia separado de Matilde . El remordimiento de


haber sacrificado el honor de Adelaida Molina al
consuelo de sus penas , habló entónces mas alto en
su conciencia que en los dias anteriores . La felici-
dad le volvió hácia la virtud así como la desespe-
racion le hiciera quebrantar sus leyes . Sintió con
vergüenza que no iria puro como ántes , a jurar
amor a los piés de la que inmaculados le guarda-
ba su corazon i su fé . Aquella fué la primera idea
que vino a enturbiar la onda cristalina de su ale-
gría i tambien la que le sacó de la contemplacion
en que se hallaba sumerjido , para hacerle sentir
la necesidad de mayores emociones que le distra-
jesen de su enojoso recuerdo .
Ver a Matilde i oir de su boca las tiernas pro-
testas de su amor santamente conservado , fué lo
que al momento ocupó su imajinacion. Recordó
con esto que la última frase de Leonor , que Rivas
le habia trasmitido , le abria el camino para bus-
car los medios de llegar hasta Matilde . Sentóse a
su mesa i principió a escribir con un ardor febril .
Al cabo de una hora , habia roto dos cartas i es-
cribia la siguiente , que fué la única que satisfizo
su impaciencia .
« Un amigo me acaba de decir que Ud . me
» ama todavía . No puedo pintarla la felicidad
» que esta noticia me trae de repente seria pre-
» ciso que Ud . me oyese , porque una carta no
233 -

» bastaria para contener la historia de los pesa-


» res que la nueva esperanza desvanece . Si es
» verdad que Ud . me conserva ese amor, que ha
>> sido hasta hoi mi única dicha i mi único pensa-
» miento querido , déjeme oirlo de su voz . Esta
» súplica se la haria de rodillas si Ud . pudiese
»verme, porque si Ud . la desoye creeré que me
» han engañado , i volver ahora a mi largo des-
> consuelo seria horrible para mí . »
San Luis se contentó con esta carta porque era
la única que se hallaba en armonía con la ajita-
cion de su espíritu . Las largas frases de amor que
habia confiado a las dos primeras , le parecieron
mui frias para pintar el estado de su alma bajo la
violenta emocion que le ajitaba. Despues de cer-
rarla se dirijió a casa de don Fidel . Al llegar al
umbral de aquella puerta que habia atravesado
por última vez con el corazon despedazado , tem-
blaba como en la proximidad de un inmenso
peligro.
Para entregar su carta no habia imajinado otro
medio que el inventado tal vez desde el orijen de
la escritura . La hora favorecia sus intenciones ,
porque la noche habia llegado ya i el mal alum-
brado de las calles le permitia acercarse a la
casa sin temor de ser conocido . En el cuarto del
zaguan preguntó por una criada antigua de dona
Francisca que habia conocido durante sus visitas .
234

Cuatro reales bastaron para que el criado que


ocupaba la pieza del zaguan se prestase a llamar
a la persona por quien Rafael preguntaba ; i diez
minutos despues la carta se hallaba en manos de
Matilde .
Llegada la hora en que don Fidel asistia con
doña Francisca i su hija a casa de su cuñado ,
Matilde finjió un dolor de cabeza para quedarse ,
temiendo que en la tertulia de don Dámaso , ál-
guien pudiese leer en su semblante la turbacion
en que se hallaba despues de leer la carta de San
Luis .
A las ocho de la mañana del siguiente dia ,
Leonor salia de una iglesia envuelta en su man-
ton i acompañada por una sirviente .
De la iglesia se dirijió a casa de su prima, que
la recibió en la misma pieza en que habian esta-
do el dia anterior.
¿ Estás realmente enferma, como anoche
me dijeron? preguntó a Matilde , en cuyo rostro
se veia la palidez que deja ordinariamente una
noche de insomnio.
-- Mira esta carta, fué la contestacion de Ma-

tilde , que puso en manos de su prima la que Ra-


fael la habia dirijido .
¿ I tu mamá ? preguntó Leonor sentándose
i sin mirar la carta .
Está durmiendo .
-- 235 -

Leonor echó hácia atras el manton que cubria


su frente i empezó a leer . Despues de terminar ,
alzó los ojos sobre su prima . Esta permanecia de
pié, frente a ella , i en la actitud de un culpable
delante del juez .
-No habrás comprendido , la dijo Leonor,
cómo San Luis te pide una entrevista despues de
nuestra conversacion de ayer.
Matilde, en su turbacion no se habia fijado en
aquella circunstancia i solo entónces recordó que
en su convenio con Leonor habian resuelto citar
a Rafael para ese dia.
- Es cierto , contesió .

Al irme de aquí , repuso Leonor , cambié de


plan. Me pareció mas natural decir solo la mitad
de él i dejar que San Luis pidiese la cita . Esta
carta manifiesta que no me engañé , ¿ has con-
testado ?
No, esperaba verte para hacerlo.
¿ Has cambiado de resolucion desde anoche ?

Tampoco, dijo Matilde . Es verdad que
tengo miedo ; pero me venceré . Ahora que Rafael
me ha escrito , es imposible cambiar de deter-
minacion porque si me negase creeria que no le
amo .
-
Tienes razon . De modo que le contestarás
ahora .
-¿Qué le diré ?
236 -

Lisa i llanamente lo que ayer convinimos .


Es temprano i tu contestacion llegará a tiempo .
No olvides que es para las dos a mas tardar . Yo
estaré aquí con Agustin a la una .
Despues de la salida de su prima , Matilde con-
testó en los términos que acababa de recomen-
darle i envió su carta por el mismo conducto que
habia recibido la de Rafael.
Leonor llegó pronto a su casa i se dirijió a las
piezas que ocupaba su hermano , a una de cuyas
puertas dió tres lijeros golpes .
La voz de Agustin preguntó del interior :
-¿Quién es ?
¿ No estás en pié ? preguntó Leonor .
Entra, hermanita, dijo a la niña . ¿ Qué es
esto tan de mañana ? Vienes de la iglesia ?
Leonor dió una respuesta afirmativa a la úl-
tima pregunta i se sentó en una poltrona de ta-
filete verde que la presentó el elegante .
-I tú cómo estás tan temprano en pié ? pre-
guntó la niña quitándose el manton .
Agustin habia pasado mala noche con la feli-
cidad, que a veces desvela tanto como el pesar.
No sé , dijo , desperté temprano .
- Anoche te recojiste tarde .
Sí, me entretuve por ahí , contestó Agustin ,
que veia con placer una ocasion de recordar su
visita de la noche anterior .
- 237 >>

-¿Dónde estuviste ? preguntó Leonor con


aire de distraccion .
- En casa de unas niñas .
-¿Habia muchos jóvenes ?
Algunos yo estuve con Martin .
¡ Con Martin ! dijo Leonor admirada . ¿ En
casa de qué niñas ?
― Ah, hermanita, eres mui curiosa : se cuenta
el milagro sin nombrar al santo.
- No sabia que a nuestro alojado le gustase
visitar, dijo Leonor, jugando con el libro de misa
que tenia entre las manos .
Como a todo hijo de vecino .
¿ Son bonitas las niñas ?
¡ Oh, encantadoras !
El entusiasmo de esta respuesta produjo en
Leoncr una estraña sensacion .
-¿Las conozco yo ? preguntó con curiosidad .
No sé..... puede ser .
Agustin dió esta contestacion , porque si bien
se hallaba con deseos de contar que era amado ,
no queria por otra parte hacer sospechar a su
hermana la baja esfera social en que habia ido a
buscar sus conquistas amorosas .
- De esas niñas , dijo Leonor , alguna debe
gustarte .
- La mas bonita , contestó Agustin , con or-
gullo .
238

¿ I ella te quiere ?
- No faltan pruebas para creerlo .
Leonor habia hecho las preguntas anteriores
para no llamar la atencion de su hermano sobre
esta otra.
-¿Martin..... hace la corte a alguna de
ella's ?

No sé precisamente ; pero le he visto con-
versar mucho con una hermana de la mia.

Agustin dió a este posesivo toda la fatuidad


que le inspiraba el recuerdo de la cita que habia
obtenido de Adelaida .

-¿I es bonita tambien ? preguntó Leonor .


Bonita, ¡ como no ! aunque no tanto como la
otra ; pero es interesante .

La niña se quedó pensativa durante algunos


momentos . Sentíase humillada por aquella reve-
lacion.

Era claro que Rivas habia mentido , al con-


tarla con pretendida modestia su propósito de no
amar ; i que probablemente hablaba de amor con
otra cuando ella le esperaba para confundirle con
sudesden. Mientras hizo estas reflexiones , la ocur-
rió la idea de que su silencio podia despertar las
sospechas de su hermano sobre la causa que las
motivaba i determinó llamar su atencion sobre el
asunto que la llevaba allí.
239

– Ah , esclamó al instante de pensar esto , se


me olvidaba que tengo que pedirte un servicio .

¿ Un servicio, hermanita ? dijo Agustin, ha-
bla, soi todo a ti.
- Quiero que me acompañes hoi a la Alameda
entre la una i las dos de la tarde .
-¿Para qué ? hoi no es domingo.
-
Despues te diré : prométeme primero que
me acompañarás .
- Te lo prometo , no tengo dificultad ninguna .
― Díme , Agustin ; tú estás verdaderamente
enamorado de esa niña de que acabas de ha-
blarme ?
Oh, la amo de todo mi corazon .
- De modo que si no pudieses verla , lo sen-
tirias mucho .
Muchísimo ; pero no creo que esto suceda . .
Eso no importa ; supon que te separasen de
ella.
¡ Caramba, no seria tan fácil !
--
Ya lo sé ; pero dalo por hecho .
- Ah, ¿ es una suposicion ? bueno .
- Estando así, sin verla , ¡ no agradecerias
mucho a la persona que te proporcionase con
ella una entrevista ?
- ¡ Cómo no ! se lo agradeceria en el alma !

Pues es lo mismo que tú vas a hacer acom-


pañándome a la alameda .
240 -

¡ Ah, picarona ! tienes tus amorcillos , eh ?


No, hijo , no soi yo , dijo con cierta tristeza
Leonor .

-Entónces. ¿ Quién es ?
Matilde .
-
¡ La primita ! I este es ¿
; el cuántos ? Porque
cuando yo estaba en Europa , supe que tenia
amores con Rafael San Luis , tú me escribiste
que se iba a casar con otro i ahora quiere que la
lleven a la alameda para ver, sin duda , a un ter-
cero. ¡ Fichtre ! Escuse Ud . de lo poco !
- No es para ver a un tercero ; Matilde no ha

amado nunca mas que a Rafael San Luis .


- I entónces ¿ cómo iba a casarse con
Adriano ?
-
En gran parte por culpa de mi papá .
--
¡ De mi papá , hermanita ! No comprendo .
- Porque tú no has sabido que mi papá fué el
que aconsejó al tio Fidel para que despidiese a
San Luis de su casa.

¿ I por qué ?
Dicen que porque estaba pobre Rafael .
-
No deja de ser una razon .
Aunque lo fuese , mi padre no debió inter-
venir para causar la desgracia de un jóven
bueno.
--- Es verdad .
--- 241 -

Iyo creo que nosotros cumplimos con un


deber, reparando su falta en lo que podamos .
Así me parece, es justo .
-
Matilde ama siempre a San Luis i nunca
amará a otro .
- Hace bien, yo estoi por la constancia .
Leonor esplicó en seguida lo restante de su
plan dejando a su hermano mui convencido de
la necesidad de apoyar a Matilde en sus amores .
Despidiéronse depues de esta conversacion ,
prometiendo Agustin no faltar a la hora conve-
nida.
El elegante se hallaba en un dia de induljen-
cia con la alegría que le causaba la espectativa
de la cita , así fué que no tuvo un momento de
escrúpulo para favorecer los amores de Matilde .

TOM. I. 14
- 242 F

XXIV

Un poco ántes de la una del dia , salió Leonor


de su pieza al cuarto de antesala . La completa
elegancia de su traje hacia resplandecer su admi-
rable belleza . Un vestido de popelina claro ajus-
taba su talle delicado , que se divisaba al traves
de un ancho encaje de Chantilly que guarnecia
una manteleta bordada , de terciopelo negro . Los
numerosos pliegues de la pollera se perdian lon-
jitudinalmente hácia el suelo, realzando la ma-
jestad de su porte i un cuello de finos encajes de
valenciennes , ajustado por un prendedor de
ópalos , confundia su blanco bordo con la deli-
cada cútis de su bien delineada garganta .
Leonor se sentó a esperar a su hermano , en-
treteniéndose en jugar con un quitasol que tenia
entre las manos . Al cabo de cortos instantes se
separó de su asiento , i se puso delante del espejo
243

de la chimenea, pasando una mano sobre sus


lustrosos bandeaux, con un cuidado que acredi-
taba el culto que profesaba a su persona.
Mui distante se hallaba Leonor de figurarse
que en ese momento dos ojos dirijian sobre ella
una mirada ardiente al traves de la vidriera de
la puerta que comunicaba la antesala con el
escritorio de su padre . Aquellos ojos eran los de
Martin, que habiendo oido cerrar la puerta por
la cual Leonor acababa de pasar , se habia puesto
en observacion , como muchas veces lo hacia ,
para ver a la niña que a esa hora estudiaba dia-
riamente el piano .
Tanta belleza i elegancia , hacian latir el co-
razon del enamorado mozo con desesperada vio-
lencia . Con la avidez de todo amante , quiso Rivas
contemplar de mas cerca a su ídolo e imajinó al
momento un pretesto para acercarse . Sentia una
estraña fascinacion que le arrastraba en su amor
a despreciar la altivez con que era tratado : era
el efecto de la misteriosa fuerza que impulsa a
todo infeliz a ponderarse sus pesares , a todo cri-
minal a seguir en la oscura senda a que un pri-
mer delito le arroja . Martin deseaba complacerse
en su propia desgracia, sentir la opresion de su
pecho ante la mirada altanera de Leonor , com-
parar cerca de ella la miseria de su destino con
la opulenta riqueza i hermosura de la niña .
-- 244 -

Estas sensaciones le hicieron abrir la puerta con


un ardor febril , sin esplicarse lo que hacia , i ce-
gado ya por la desesperacion sobre su suerte que
la vista de Leonor le infundia .
La niña volvió precipitadamente la cabeza hácia
el punto en que se abria la puerta i vió aparecer
a Martin, pálido i turbado delante de ella .
Al momento vinieron a la memoria de Leonor
sus propósitos de la víspera i recibió el saludo
del jóven con fria mirada i orgulloso ademan .
Ante aquel saludo conoció Rivas lo aventurado
i temerario de lo que hacia.
-
Señorita, dijo con voz tímida , me he tomado
la libertad de presentarme para decir a Ud . que
ayer cumplí el encargo que Ud . se sirvió ha-
cerme .
-
Yo esperaba haber recibido anoche esa res-
puesta , contestó Leonor , sentándose .
Martin tomó el tirador de la puerta en señal de
retirarse .
--- Mi hermano me hizo esta mañana ciertas

confidencias , dijo Leonor , sin dar tiempo a Rivas


de hacer lo que intentaba, que me han esplicado
por qué no sucedió lo que yo esperaba .
La palidez de Martin desapareció bajo un vivo
encarnado al oir aquellas palabras , porque se
figuró que Agustin hubiese hablado de la casa de
doña Bernarda .
- 245

--- No creí , señorita, contestó , que Ud . aguar-


dase con tanta impaciencia la respuesta .
De modo que Ud . ha vuelto la felicidad a su
amigo , dijo Leonor sin aceptar por ninguna señal
esterior la disculpa del jóven .
- Gracias a Ud . , señorita , repuso Martin in-
clinándose .
- Este será un mal ejemplo para Ud . , replicó
con una imperceptible sonrisa de malicia .
- No veo por qué , señorita .
-
Porque la felicidad de su amigo puede influir
contra los heróicos propósitos que Ud . me mani-
festó la otra noche.
- Rafael ocupa una posicion mui distinta de la
mia, dijo Rivas con un acento tan naturalmente
melancólico , que Leonor fijó en él una profunda
mirada.

-¿Porque está seguro de ser amado ? pre-


guntó .
Precisamente .
-¿I Ud . ?
Yo..... no pretendo serlo , contestó Martin
con verdadera modestia.
- Es Ud . mui desconfiado , replicó Leonor ,
con la sonrisa que un momento antes se habia
dibujado en sus labios .
Creo que mi desconfianza podrá servirme
14 .
246 --

de escudo contra mayor desgracia que la de no


ser nunca amado .
---
Mayor desgracia ? ¿ Cuál ? por ejemplo .
La de amar sin esperanza .
Martin pronunció estas palabras con voz tan
íntimamente conmovida , que Leonor, a pesar de
su imperio sobre sí misma , se puso encarnada i
bajó la vista al encontrarse con la ardiente mirada
del jóven .
Su invencible orgullo la hizo al momento aver-
gonzarse de su involuntaria emocion .
En el instante de bajar la vista oyó la voz de
su amor propio escarnecerla por su debilidad .
De modo que , apénas sus dilatados párpados
habian cubierto las pupilas , alzáronse de nuevo.
dejando ver la arrogante mi ada del orgullo
ofendido .
-No debe Ud . arredrarse ante esa desgra-
cia, dijo ; pocos son los hombres que no encuen-
tran alguna vez siquiera quien los ame. Por lo
que me dijo Agustin , Ud . está en camino de
encontrarse pronto a cubierto de lo que tanto
parece temer.
Levantóse al decir esto de su asiento con la
majestad de una reina , i arrojó al jóven , mirán-
dole con aire de burla, que en nada disminuia su
dignidad , estas palabras :
Una de las niñas que Uds . visitaron anoche ,
247 >>

dice Agustin que manifiesta aficion por Ud .: ya


vé que puede tener mas confianza en su estrella .
I salió de la pieza llamando a una criada i de-
jando a Rivas sin movimiento en el punto donde
habia permanecido de pié durante toda la con-
versacion.
Mui luego oyó la voz de Leonor que decia :
Dí a Agustin que le estoi esperando hace
mas de una hora.
Estas palabras le sacaron de su estupefaccion .
Abrió la puerta i entró al escritorio de don Dá-
maso con las lágrimas próximas a escapársele de
los ojos .
Las últimas palabras de Leonor i lo que habia
dicho despues a la criada , le hacian creer que le
miraba como un objeto de pasatiempo i de burla .
Esta creencia arrojó en su alma una tristeza que
nubló los resplandores que todo jóven divisa en
el porvenir.
- Vamos, se dijo con rábia, apoyando ámbas
manos en la frente , es preciso trabajar .
I tomó la pluma con ardor desesperado , evo-
cando el recuerdo de su pobre familia para cal-
mar la desesperacion que le oprimia el pecho i
le daba deseos de llorar como un niño .
Leonor volvió a sentarse pensativa en el sofá
que habia ocupado mientras hablaba con Martin.
Maquinalmente se detuvieron sus ojos en la
- 248 -

puerta que el jóven acababa de cerrar i pare-


cíale verle aun , de pié , próximo a esa puerta ,
pálido i turbado , dirijirla con ardiente mirada i
conmovido acento aquella frase que en pocas pa-
labras pintaba el melancólico desconsuelo de su
alma : << Amor sin esperanza . » I bajó de nuevo ,
por un movimiento maquinal tambien , su vista ;
pero al levantarla otra vez no brillaban ya en
sus ojos los rayos de su orgullo receloso i tenaz ,
sino la vaga espresion que pinta la alborada de
una nueva emocion en el alma .

Leonor pensó entónces , mas sin formular con


precision tal pensamiento , que en aquellas pala-
bras de un verdadero sentimentalismo , en la elo-
cuente mirada de los ojos negros de Martin , en
la íntima emocion que acusaba su voz , habia mil
veces mas atractivos que en los estudiados cum-
plimientos de los elegantes jóvenes que cada noche
la repetian sus hostigosos cnmplidos . Aquella
lijera entrevista dejaba en su ánimo una pro-
funda i desconocida emocion , una tristeza inde-
finible que borraba de su memoria la imájen del
pobre provinciano , tímido i mal vestido , para ce-
der su lugar al jóven modesto i sentimental , que
en pocas palabras dejaba entrever un corazon de
grandes sensaciones .

La llegada de Agustin vino a cortar aquellas


249

reflexiones , sin forma fija , en que vagaba compla-


cida la mente de Leonor .
El elegante habia apurado la combinacion de
la corbata con el chaleco i pantalones a la mas
perfecta armonía de los colores : el cútis lus-
troso de su cara atestiguaba el paso de la navaja
sobre una barba naciente i su pelo despedia el
perfume de la mas rica pomada de jazmin de Por-
tugal que fabrica la Sociedad Hijiénica de Paris .
-¿Te he hecho esperar , mi toda bella ? pre-
guntó a Leonor, ostentando con arte la gracia
de su pantalon cortado por Dussotoy en la capital
de la elegancia .
Algo , contestó Leonor levantándose .
Salieron de la casa i llegaron poco despues a
la de don Fidel donde las esperaba Matilde .
Esta habia dado tambien un cuidado prolijo a
su traje que bien podia rivalizar en gracia con el
de su prima . La resolucion un poco violenta de
que se habia armado , añadia cierta gracia a su
belleza modesta hasta la timidez i sus ojos esta-
ban animados por una viveza que aumentaba su
brillo i su hermosura .
Pusiéronse en camino, aparentando una ale-
gría que solo Agustin tenia en realidad , porque
Leonor i sobre todo Matilde no podian ocultar
la turbacion que de ellas se apoderaba al aproxi-
marse a la Alameda . Al llegar al paseo de que
250

nos enorgullecemos todos como buenos san-


tiaguinos , Leonor habia recobrado ya su se-
renidad i alentaba a Matilde , a quien el temor
habia hecho perder enteramente la viveza i ani-
macion que al salir de su casa se miraba en su
semblante .
La Alameda estaba desierta como lo está en
dias que no son festivos . El alegre sol de prima-.
vera jugaba en las descarnadas ramas de los
álamos i estendia sus dorados rayos sobre el piso
del paseo .
Las dos niñas avanzaron con Agustin hasta el
punto en que se encuentra la pila. La soledad
del lugar infundió confianza a Matilde i la con-
versacion , que al llegar habia languidecido , re-
cobró su animacion cuando estuvieron sentadas
no léjos del maiten que algun intendente amigo
de los árboles nacionales , hizo colocar en el óvalo
de la pila como una muestra de su predileccion .
Poco rato despues que se hallaban en aquel
lugar, Agustin dijo al oido de Leonor :
Alli viene Rafael.
Matilde le habia divisado desde léjos i hacia
poderosos esfuerzos para ocultar i reprimir el
temblor de su cuerpo .
San Luis se acercó al sofá i saludó con gracia
a Leonor i a su prima primero, dando la mano a
Agustin , que le acojió con risueño semblante..
251

Igual cortesía habia mostrado al saludar a cada


una de las niñas , sin que hubiese podido distin-
guirse que una de ellas ocupaba su corazón úni-
camente desde muchos años.
Rafael tuvo tambien bastante oportunidad
para entablar luego una conversacion , en la que
todos tomaron parte , destruyendo de este modo
el natural embarazo que debia suceder al saludo .
Con esa conversacion , Matilde se serenó del todo
i pudo dirijir sin temblar sus miradas a Rafael ,
con la ternura de un amor verdadero , que des-
deña el artificio i deja retratarse en el rostro las
gratas emociones que se apoderan del alma.
Leonor dió poco despues la señal de la vuelta ,
levantándose i apoderándose del brazo de su
hermano . Rafael ofreció el suyo a Matilde i las
dos parejas se pusieron en marcha con lento
paso.
San Luis entabló pronto la conversacion con
que habia soñado tantas veces en sus dias de
tristeza ; pintó con calor sus pesares ; hizo es-
tremecerse de gozo el corazon de su querida con
la espresion apasionada de un amor que habia
llenado su existencia , i recibió con una alegría
que le costaba reprimir las sencillas i tiernas pa-
labras con que Matilde le contó los dolores del
sacrificio que habia hecho a la voluntad paterna.
Hubo en esa mútua confidencia de dos corazones
252

unidos por una pasion sincera i separados por la


ambicion, esa espansion sin arte que desborda
del pecho inundado por una felicidad completa,
palabras que contaban con una vida sin límites ,
miradas que brillaban con celestial ventura .
-- En fin, dijo Rafael, todos mis pesares los
borra este momento : ya veo que los mas locos
sueños de la imajinacion pueden realizarse . ¡ Ud .
me ama !
Esta frase fué pronunciada cuando Matilde
referia los temores que habia vencido para dar
la cita.
Ahora, añadió la niña , que en aquel mo-
mento de suprema dicha sentia en su alma un
valor decidido , mi resolucion es irrevocable . He
sufrido mucho para no tener en adelante la fuerza
de resistir .
Rafael contó entónces su nuevo plan i las pro-
babilidades con que contaba para vencer la obs-
tinacion de don Fidel . Este plan , abria a los
amantes el campo rosado de la esperanza , desar-
rollando a sus ojos los mirajes infinitos que
siempre se presentan a los enamorados felices .
Los alegres proyectos cirnieron sobre ellos sus
alas doradas i les pareció que el cielo era mas
azul i mas puro el aire en que resonaban sus
palabras .
En andar tres cuadras habian empleado cerca
- 253 -

de media hora, durante la cual Agustin contaba


a Leonor sus amores , transformando en su nar-
racion , a Adelaida en la hija de una de las prin-
cipales familias de Santiago , i sin llegar a la re-
lacion de la cita que fué sustituida por mil
pruebas de una violenta pasion , inventadas por
la imajinacion del elegante .
Al terminar la cuarta cuadra Leonor se de
tuvo i fué preciso separarse : Matilde i Rafael
creian no haber hablado todavía. El jóven se
despidió como habia saludado : llevaba la espe-
ranza de una nueva entrevista si Leonor con-
sentia en acompañar de nuevo a Matilde , mién-
tras se ponia en ejecucion el plan que debia dar
por resultado el consentimiento de don Fidel
Elías .

TOM. J.
‫من‬
- 254 -

XXV

Nuestra narracion debe en este punto retroce-


der hasta el dia siguiente de la fiesta celebrada
en casa de doña Bernarda para esplicar las pala-
bras que mediaron entre esta , Adelaida i Amador,
despues de la visita en que Agustin Encina habia
obtenido la cita.
El secreto que Rafael habia revelado a Martin
sobre sus amores con Adelaida Molina , era tam-
bien conocido por Edelmira i Amador , a quien
esta niña lo habia confiado para ocultar a su ma-
dre el fruto de su estravio . Amador habia servi-
do de auxiliar a su hermana en este designio , i
falicitádola los medios de ausentarse de casa de
doña Bernarda durante un mes , al cabo del cual
Adelaida regresó de un paseo a Renca en donde
dejaba a su hijo con una hermana de doña
Bernarda .
255

Edelmira, por su parte , se habia limitado a


llorar por la falta de su hermana .
Inútil nos parece referir circunstanciadamente
los medios de que se valió Amador para evitar
las sospechas sobre tan delicado asunto . El re-
sultado fué que Adelaida regresó al hogar de la
familia sin que la mas lijera mancha empañase a
los ojos del mundo el lustre de su reputacion .
Pero Amador era hombre que gustaba de sacar
partido de los accidentes de la vida para compen-
sar los rigores de la suerte contra su siempre
necesitado bolsillo . Por esto se valió del ascen-
diente que aquel secreto le daba sobre su her-
mana, para obligarla a ser ménos desdeñosa con el
amartelado hijo de don Dámaso Encina .
Adelaida meditaba solo alguna venganza con-
tra el que la abandonaba, cuando Agustin entró
a la casa atraido por sus lindos ojos . El elegante
llegaba, como se vé en mal momento , i debió na-
turalmente sufrir por algunos dias los desdenes
que su mala estrella le deparaba.
Sin embargo, Agustin no se desalentó con los
primeros reveses i atribuyó su constancia la
sonrisa afable que sus requiebros hicieron dibu-
jarse en los labios de Adelaida, cuando Amador
habia ordenado aquella amabilidad con la mira
de sacar algun partido de aquel amor de un hijo
de familia.
256

La ambicion hizo entrever a Amador hasta la


posibilidad de enlazar su estirpe plebeya i pobre
con la dorada del nuevo amante de Adelaida .
Esta se dejó dominar i consintió en represen-
tar el papel que en aquella comedia la asignaba
su ambicioso hermano, sin esperar mas ventaja
de su obediencia que la posibilidad de mejorar de
fortuna, i poder así , con mas probabilidad , encon-
trar algun medio de vengarse de Rafael San
Luis .
Al dia siguiente de la fiesta celebrada por
doña Bernarda en honor de su cumpleaños ,
Amador entró al cuarto de Adelaida en circuns-
tancias que doña Bernarda i Edelmira habian
salido a las tiendas .
-
¿ Cómo te fué anoche con Agustin ? pre-
guntó Amador sentándose . ¿ Siempre enamorado ?
--- Siempre, contestó Adelaida sin levantar la

vista de una costura en que se hallaba ocupada .


- ¿ I tú ? ¿ qué le dices ?
La niña miró a su hermano con la resolucion
que naturalmente se pintaba siempre en su sem-
blante.
-
Yo , dijo , nada casi le contesto , porque
hasta ahora no me has esplicado lo que quieres
hacer.
¿ Lo que quiero hacer ? ¿ No te he dicho que
le hagas creer que le quieres ?
257 ―

¿ I para qué ?
― Primero, porque estoi pobre , dijo Amador
encendiendo un cigarro i lanzando al aire el fós-
foro con que acababa de prenderlo .
No sé como estés pobre cuando todas las
noches casi le ganas plata , replicó Adelaida , vol-
viendo a su costura.
Harto saco con ganarle : me firma docu-
mentos.
― ¿ I por qué no los cobras ?
-- ¿ Sabes lo que sucede
? Varias ocasiones
ha pasado lo mismo uno le gana al hijo de un
rico i cuando no le quieren pagar , se vá donde el
padre que se pone furioso i lo amenaza a uno con
mandarlo a la cárcel .

¿ I la plata que te pagó Agustin ?
-
Eso es mui poco : una o dos onzas : se me
van entre los dedos .

Adelaida se quedó en silencio .


Amador dejó pasar un corto rato i dijo :
Lo que yo quiero es que tú i yo saquemos
alguna buena ventaja . Dime, ¿ no te gustaria
casarte con Agustin ?
Ya sabes que yo , lo primero que quiero es
que Rafael me la pague .
Esta vulgar contestacion resonó de un modo
estraño entre los labios de Adelaida en cuyos
258 -

ojos brillaron al mismo tiempo los sombríos


reflejos de un odio concentrado i tenaz.
-
Yo te ayudaré si tú me ayudas , la dijo
Amador . Mira, no seas lesa : si haces lo que te
digo te casas con Agustin i eres rica. ¿ Qué mas
quieres ?
― Tú hablas de casamiento como si fuese tan

fácil, replicó Adelaida , que no se atrevia a con-


tradecir a su hermano que era dueño de su
secreto .
- Cierto que es dificil , contestó éste ; pero
yo sé cómo hacerlo .
¿ Cómo ?
---- Le vas dando esperanzas a Agustin . ¿ No

me has dicho que siempre te está pidiendo cita ?


Cierto .
-- Bueno ; cuando yo te avise , le das
la cita .

Entonces llego yo con un amigo que tengo por
ahí i lo obligo a casarse .
Sí, ¿ pero quién nos casa ?
-Mi amigo : no te dé cuidado .
- Tu amigo no es mas que sacristan .

¿ I eso qué importa ? escúchame primero .


Como hemos de tener que decírselo a mi madre
i ella no consentiria si supiese que mi amigo no
es mas que sacristan , le decimos que es cura o
que trae licencia para casar .
-¿ I despues ?
259

-Yo digo a mi madre que despues que ella


vea que están casados le diga a Agustin que no
te dejará juntarte con él hasta que no se lo avise
a su familia i den parte que se han casado . Así
estoi seguro que mi madre no se opone . Agustin
se lo tiene que contar a su padre i éste , como ya
no hai remedio , se conforma i dá parte à los ami-
gos . Yo le aconsejaré a Agustin que digan en su
casa que se van a casar en el campo o en cual-
quiera parte. Una vez que hayan dado parte
descubro yo la cosa a Agustin que por no pasar
por la vergüenza de contarlo i que en Santiago
se rian de él se casa entónces de veras .
- Pero entonces me aborrecerá viendo lo
que yo hago con él .
¿ I para qué le vas a decir que sabes nada ?
Mira : apénas él entre a la cita nos presentamos
mi madre i yo : tú te haces la inocente i lloras o
gritas si te dá gana : entre tanto yo obligo a
Agustin i se casan. Agustin creerá que tú no
sabias nada .
Adelaida opusó a este plan algunas objeciones
demasiado débiles ante la voluntad de su her-
máno , que en caso de formal resistencia la ame-
nazaba con perderla . Este plan ademas no dejó de
lisonjear un tanto su orgullo, que la hizo divi-
sarse como la mujer de un jóven rico i de la pri-
mera clase de la sociedad , con la que podria
- 260 -

rozarse entónces de igual a igual , triunfando de


la envidia de sus amigas . Otra causa obraba ,
ademas, en el ánimo de Adelaida para someterse
con mui pequeña resistencia a la voluntad de
Amador esta causa tomaba su oríjen del estado
de su alma. Abatida por la conciencia de su des-
gracia, fácilmente se adheria al nuevo plan que
la ofrecia la probabilidad de cambiar su destino
por la felicidad de una existencia regalada con
los goces materiales del lujo que ocupan tan
vasto lugar en el alma humana.
Despues de esta conversacion , Adelaida tem-
pló sus rigores con Agustin hasta el punto de ha-
cerle creer en que correspondia a su amor i
darle la cita para la cual el elegante se prepa-
raba despues del paseo a la Alameda con Leonor
i su prima .
Amador, en los dias que habia mediado entre
su conversacion con Adelaida i el designado para
la cita, tuvo cuidado de hacer entrar en sus mi-
ras a doña Bernarda , a quien la idea de ver a su
familia enlazada con la opulenta de los Encina ,
le hizo concebir gran orgullo por haber dado a
luz un hombre como Amador , capaz de concebir
un plan como el que este le revelaba . Mecida por
dulces esperanzas prometió su cooperacion ,
creyendo , segun Amador se lo decia , que el
amigo complaciente de su hijo era un sacerdote
― 261 -

con licencia para bendecir la union de Adelaida


i Agustin .
- Si no hacemos esto , madre, habia dicho
Amador al esponerle su plan , el dia ménos pen-
sado alguno de estos ricos nos seduce a la niña
i quedamos frescos .
Tienes mucha razon , contestó doña Ber-
narda, con los ojos húmedos de la viva emocion
que le causaba la idea de los regalos con que la
rica familia de su yerno por fuerza , colmaria
necesariamente a su hija , si no por amor , a lo
ménos por vanidad .
-No crea tampoco , añadió Amador , que todo
está en casarlos , porque es preciso que la familia
de Agustin reconozca el matrimonio .
- De juro , pues , repuso la madre .
― Entónces, haga lo que le digo : - cuando
Ud . dé parte a su familia, le dice al mocito , en-
tónces le entrego a su mujer .
¿ I si no quiere ?
-- Lo amenazo yo , pues, i le digo que le sale.

peor .
Con estas explicaciones se comprenderá ahora
el sentido de la conversacion que , despues de la
salida de Agustin i de Rivas , tuvo lugar entre
doña Bernarda i sus dos hijos mayores, la noche
anterior a la fijada para la cita .

15.
262

XXVI

Agustin regresó con su hermana del paseo en


que habian acompañado a Matilde , consultando
a cada momento su reloj , cuyos punteros , se le
figuraba retardaban aquel dia su marcha, que él
media con su impaciencia de ver llegar la noche .
Habia convenido con Adelaida , que , para ale-
jar toda sospecha, no se presentaria a la visita
ordinaria en casa de doña Bernarda i que un pos-
tigo de una pequeña ventana , con reja de palo ,
que daba a la calle , indicaria estando abierto ,
que su querida le esperaba .
Aquel dia Martin no se presentó a la hora de
comer habia recibido una esquela de San Luis
que lo llamaba para referirle sus emociones del
paseo i hablarle de la felicidad que desbordaba
de su corazon .
Agustin sostuvo la conversacion en la mesa
- 263

con gran prodigalidad de galicismos i frases


afrancesadas , algunas de las cuales , segun decia
doña Engracia, la regalona Diamela comprendia,
porque así lo indicaba el movimiento de sus ore-
jas .
Don Dámaso, preocupado con sus indecisiones
políticas , mezclaba algunas palabras a la con-
versacion de su hijo , palabras que por su poca
analojía con el asunto de aquella , habrian hecho
pensar que estaba dormido o era sordo , i Leonor,
evocaba sin pensarlo ni quererlo , la sentimental
imájen de Martin , apoyado a la puerta i dirijién-
dola aquella mirada que a un mismo tiempo ha-
bia hecho esperimentar a su corazon una sensa-
cion de calor i de frio inesplicable .
Despues de comer , Agustin se retiró a su cuarto
i fumó varios cigarros , para adormecer su impa-
ciencia, siguiendo en las caprichosas formas que
dibuja el humo al subir al techo , el jiro caprichoso
tambien de sus esperanzas i devaneos .
A las nueve de la noche entró al salon de su
familia, despidiendo un olor de agua de colonia ,
de la banda i de varios bouquets favoritos de otras
tantas princesas i duquesas europeas , que pronto
llenó los ámbitos del salon, revelando la prolija
escrupulosidad con que el elegante se habia per-
fumado para el mejor éxito de su amorosa corre-
ría.
- .264 -

Para engañar su impaciencia se sentó al lado


de Matilde que pocos momentos antes habia
llegado con sus padres . El corazon de la hija de
don Fidel habia comunicado a su rostro la ale-
gría con que palpitaba . En las mejillas de Ma-
tilde lucia ese color diáfano i brillante con que
las emociones de un amor feliz iluminan el ros-
tro de la mujer que parece adquirir una nueva
vida en su atmósfera vital del sentimiento . En
tal disposicion encontró Agustin a su prima i le
fué fácil entablar con ella una conversacion ani-
mada que pronto recayó sobre San Luis .
Don Fidel i doña Francisca, que desde distintos
puntos observabán a su hija, notaron la anima-
cion con que Matilde hablaba, i supusieron al
instante, presumiendo de gran esperiencia, que
entre aquellos dos jóvenes que con tanta viveza
conversaban, debian estarse iniciando los prelimi-
nares de una pasion .
Tal idea sujirió distintas reflexiones a los
observadores padres de Matilde .
-Ah, ah, yo no me equivoco nunca : bien ha-
bia pensado yo que se habian de querer , pensaba
don Fidel.
Doña Francisca, decia mirando a su hija.
Despues de todo, no deja de ser una felici-
dad la de poseer una alma vulgar , estraña a los
estáticos arrobamientos de las almas privi-
265

lejiadas , que atraviesan el erial de la existencia


sin encontrar otra capaz de comprender la delica-
deza con que aspiran a realizar , etc. , etc ...,

I ambos se imajinaban que la alegría que ani-


maba el rostro de Matilde no podia provenir sino
de las galanterías con que su primo debia estarla
cortejando .
Martin entró en ese momento al salon . Traia
en su pecho el peso de las confidencias de su
amigo , que naturalmente le ponian en la preci-
sion de envidiar una felicidad que le parecia im-
posible alcanzar para sí . La aspiracion a ser
amado , sueño constante de la juventud , cobraba
en su alma proporciones inmensas, que con in-
cansable tenacidad le esclavizaba .

Leonor , que temia no verle presentarse aquella


noche, léjos de confesarse la satisfaccion que
acababa de sentir al verle aparecer, encontró en
su orgullo razones para considerar la visita del
jóven como una osadía , despues de la escena de
la mañana. El altivo corazon de aquella niña ,
mimada por la naturaleza i por sus padres , no
queria persuadirse de que en la lucha que habia
emprendido para jugar con sus propios sentimien-
tos i burlar el decantado poder del amor , iba por
grados perdiendo su altanera seguridad i dando
cabida a ciertas emociones estrañas , cuyo dulce
266 --

imperio la parecia una humillacion de su digni-


dad.
Martin, despues de saludar, se habia sentado
solo , no léjos del piano , i dirijia a hurtadillas sus
ojos hacia el punto en que Leonor hablaba con
Emilio Mendoza .
Desde su asiento no podia notar el cambio que
se habia hecho en el rostro de Leonor, que, aji .
tada por los sentimientos que acabamos de descri-
bir, aparentó oir con gran interés las palabras de
Mendoza, que apénas escuchaba, momentos
ántes .
Al cabo de algunos minutos Leonor pareció
cansada de la afectada atencion con qué oia las
palabras galantes del jóven i cayó nuevamente en
su distraccion . Aprovechándose entónces de un
instante en que Emilio Mendoza contestaba a una
pregunta de doña Francisca, Leonór se dirijió al
piano en cuyo banquillo se sentó dejando correr
distraidamente sus dedos sobre las teclas .
- Martin, en aquel momento , recordaba como
una felicidad perdida la conversacion que algunos
dias antes habia tenido con Leonor en aquel
mismo lugar . El corazon que ama sin esperanzas
se vé obligado a poetizar las mas insignificantes
escenas pasadas , a falta de poder esperar en el
presente ni en el porvenir. Por esto Rivas evo-
caba el recuerdo de aquella conversacion , olvi-
267

dándose voluntariamente del pesar que entónces


le habia dado .
-
Martin, en ese libro que tiene a su lado está
la pieza que busco : tenga la bondad de pasár-
melo.
Estas palabras , dichas por Leonor en tono mui
natural , sacaron al jóven de su meditacion . Al
tiempo de pasar el libro , su espíritu buscaba la
intencion de aquella órden con la inclinacion de
todo enamorado a imajinar un sentido oculto a
todas las palabras que oye de la persona a quien
ama . La frialdad con que Leonor le dió las gra-
cias, poniéndose a hojear el libro , le persuadió
que al pedírselo ella no habia tenido otra inten-
cion que la de buscar una pieza . Martin , novicio
en el amor , pensaba siempre lo contrario de lo
que en su caso habria pensado alguno de los fá-
tuos que pululan en los salones , figurándose que
para conquistar un corazon , no tienen mas que,
como el Sultan usa de su pañuelo , arrojar una
mirada a la víctima que pretenden avasallar..
Martin iba a retirarse cuando dijo Leonor sin
dirijirse a él :
-Las hojas de este libro no se sujetan .
I al mismo tiempo sostenia el libro con la mano
izquierda, tocando algunas notas con la derecha .
-Si Ud . me permite, la dijo acercándose ,
Martin, yo puedo sujetar el libro .
268

Leonor , sin contestar , dejó a la mano del jóven


ocupar el lugar en que tenia la suya i empezó a
tocar la introduccion de un valse que le era fami-
liar.
¿ Podrá Ud . volver la hoja solo ? le preguntó
al cabo de algunos instantes ,
- No señorita , contestó Rivas , que temblaba
de emocion ; esperaré que Ud . me indique el mo-
mento oportuno .
La conversacion estaba ya principiada i era
preciso seguirla . A lo ménos así pensó Leonor,
mientras que Rivas , habia olvidado todos sus
pesares , entregándose a contemplar a la niña,
que fijaba su vista alternativamente en el libro i
en el piano .
- Hoi habrá visto Ud . a su amigo , dijo Leonor ,
cuando tuvo que mirar a Rivas para indicarle
que era preciso volver la hoja.
― Sí, señorita , contestó Martin : le he encon-
trado el hombre mas feliz del mundo .

De modo que Ud . le habrá compadecido ,


repuso Leonor, mirando fijamente al jóven .
-- ¡ Yo ! ¿ i por qué señorita ? esclamó éste
admirado .
-- Para ser consecuente con su teoría de huir
del amor como de una desgracia.
- Mi teoría se refiere al amor sin esperanza .
269

- Ah , se me habia olvidado . ¿ I ese amor puede


existir ?
Martin tuvo al momento la idea de citarse
como un ejemplo de lo que Leonor aparentaba
dudar ; de pintarla con la elocuencia de una pro-
funda melancolía , los dolores que destrozan al
alma que ama sin esperanza ; de revelarla su ado-
racion respetuosa i delirante, con palabras que
pintaran los tesoros de pasion que guardaba en su
pecho para la que ignoraba poseer su absoluto
dominio . Pero al momento tambien , anudó la voz
en su garganta i heló el valor de que se sentia
animado, el recuerdo del glacial desden con que
Leonor habia recibido sus palabras i su involun-
taria mirada, en la conversacion de la mañana .
Vióse de antemano escarnecido por su amor, se
figuró con espanto la altanera i sarcástica mirada
con que la niña recibiria sus palabras , i su alma
se replegó palpitante a la reserva que su condi-
cion la imponia .
Estas reflecsiones pasaron por su espíritu con
tal rapidez , que solo medió un instante mui breve
entre la pregunta de Leonor i la respuesta que
él dió .
-Se me figura que sí señorita , contestó , tra-
tando de dominar su emocion .
- ¡ Ah ! es decir que Ud . no está seguro .
- Seguro no, señorita.
270 --

En su amigo sin embargo , tiene Ud. un


ejemplo de que no debe considerarse como una
desgracia.
Rafael habia sido amado ántes , de modo que
podia esperar volverlo a ser.
Eso no si él hubiese pensado como Ud . ,
habria tratado de olvidar , i es digno ahora de su
felicidad porque ha tenido constancia .
-- ¿ De qué serviria ser constante a un hombre

que no se atreviese a confesar nunca su amor ?


dijo Rivas , alentado por el raciocinio i la con-
clusion de Leonor.
-- No sé, contestó ella ; por mi parte no com-
prendo en un hombre esa timidez .
- - Señorita, se trata de su felicidad i tal vez de
su vida, replicó con emocion Martin .
¿No esponen los hombres muchas veces su
vida por causas ménos dignas ?
- Es verdad ; pero entónces combaten contra

un enemigo i en el caso de que hablamos , tal vez


pueden dar a su amor mas precio que a su vida.
Rafael, por ejemplo , del que hemos hablado , no
creo que tiemble en presencia de un adversario , i
no obstante, jamás se habria atrevido a dirijirse
a su prima de Ud . , sin las felices circunstancias
que los han reunido . Un amor verdadero , seño-
rita, puede poner tímido como un niño al hombre
271

mas enérjico, i si ese amor es sin esperanza , le


infundirá mayor timidez aun.
Dicen que todo se aprende con la práctica ,
dijo Leonor con una lijera sonrisa , i presumo que
el modo de vencer esa timidez esté sujeto a la
misma regla .

Martin no contestó , porque temia adivinar el


objeto de aquella observacion .
-
-¿ No lo cree Ud . ? le preguntó Leonor .
- Dificil me parece , contestó él .
-
Sin embargo, nada se pierde ensayándolo
i creo que Ud . está en camino de hacerlo .
-¡Yo! jamás lo he pensado .
Leonor no se dignó replicar .
- Ud . se olvida de volver la hoja , le dijo , des-
pues que habia tocado todo el valse de memoria.
____ Esperaba la señal , contestó Martin , turbado

ante la fria mirada con que Leonor dijo aquellas


palabras.
La niña, entre tanto , habia vuelto a principiar
el valse .

-¿I qué plan tiene ahora su amigo ? pre-


guntó.
-
En primer lugar , contestó Rivas , no piensa
mas que en volver a ver a la señorita Matilde .
-El domingo pensamos salir a caballo al
Campo de Marte : allí puede verla .
272

-
Esta noticia me la agradecerá en el alma ,
dijo Rivas, si Ud . me permite dársela .
Leonor cesó de tocar i abandonó el piano .
Martin , que por falta de esperanza miraba todo
por el lado del pesimismo , pensó que aquella con-
versacion habia sido sostenida por Leonor para
llegar a decirle las últimas palabras, así como en
una carta se pone muchas veces en la posdata el
objeto que la ha dictado .

Agustin lo sacó de su meditacion viniendo a


conversar con él hasta las once de la noche hora
a que ambos se retiraron .

Poco despues se retiró tambien don Fidel


Elias con su mujer i Matilde .

-¿Has visto, dijo en el camino a doña Fran-


cisca, lo que Agustin i Matilde han conversado ?
Qué es lo que yo decia ya se quieren , estoi se-
guro de ello , i mañana voi a hablar con Dámaso
para que arreglemos el matrimonio .

-¿No seria mejor esperar hasta saber de cierto


si se aman? observó doña Francisca .

-¡Esperar ! Se te figura que un partido como


Agustin se encuentra tan fácilmente ? Si espe-
ramos no faltará quien lo comprometa. ¡ Quién
sabe en dónde visita ! No señor , en estas cosas
es preciso ser vivo . Mañana hablaré con Dámaso .
-273 ―

En ese mismo momento Agustin daba una


nueva mano a su elegante traje i vaciaba en su
ropa mezcladas gotas de las mas afamadas esen-
cias de olor para asistir a la cita.
274

XXVII

Media hora antes de la convenida , se encon-


traba Agustin en las inmediaciones de la casa de
doña Bernarda.
Las visitas se habian retirado , i la criada cerró
la puerta de calle que rechinó al jirar sobre sus
goznes . No léjos de Agustin , que ocultó su ros-
tro bajo el cuello de un ancho paletot, pasaron
dos de los visitantes de doña Bernarda con Ri-
cardo Castaños , el oficial de policía.
El corazon del hijo de don Dámaso palpitó de
alegría , al ver abrirse el postigo que daba la
señal de que era esperado . Considerábase en ese
instante como el héroe feliz de alguna novela , i
de antemano se regocijaba su orgullo al pensar
que una mujer bonita le amaba lo bastante para
sacrificarle su honra . Esta reflecsion le realzaba
considerablemente a sus propios ojos , llenándole
- 275 -

de amor i reconocimiento hácia la divina criatura


que le entregaba su corazon , fascinada por los
irresistibles atractivos de su persona.

En la dulce espectativa de su dicha le sorpren-


dieron las campanas de algunos relojes de iglesia
que daban las doce. Era la hora convenida , i
Agustin, a pesar de la satisfaccion de su orgullo ,
sintió miédo al empujar suavemente la puerta ,
que se abrió con el mismo ruido con que se habia
cerrado. Al oir este ruido , el elegante tuvo ten-
taciones de arrancar i retrocedió algunos pasos ;
pero viendo que nada se movia en el interior de
la casa, se adelantó con mas seguridad i entró en
el patio .

El patio estaba oscuro , lo que le permitió dis-


tinguir mejor un rayo de amortiguada luz que se
divisaba al traves de la puerta de la antesala,
que no estaba cerrada herméticamente . Adelaida
no le habia dicho que le esperaria con luz , i
aquella circunstancia no dejó de desconcertar
su valor.

Despues de unos momentos de perplejidad , que


empleó en observar al traves de la puerta , el si-
lencio que reinaba en toda la casa le decidió a
entrar, lo que hizo con grandes precauciones , a
fin de evitar el ruido de esta nueva puerta que
tenia que traspasar. Un instinto de precaucion le
276 -

aconsejó dejarla entreabierta para tener espedito


el camino de la huida en caso necesario .
La pieza en que Agustin acababa de penetrar
estaba sola i alumbrada por una luz que ardia
tras de una pantalla verde , en una palmatoria de
cobre dorado .

Agustin sintió aumentarse el miedo con que


habia entrado , al encontrarse solo , i le pasó
por la mente la idea de una traicion . Como
entre sus prendas morales no figuraba el valor ,
tenia necesidad de apelar a la fuerza de su pasion
i a su poco enérjica voluntad , para no dar cabida
a los consejos del miedo que le impelian a volverse
de prisa por el camino que acababa de andar .

La entrada de Adelaida , en circunstancias que


su voluntad iba ya a negarle su apoyo , le volvió
repentinamente a la calma i la idea de su feli-
cidad.
- Ya temia que Ud . no llegase , dijo a la niña ,
tratando de tomarla una mano , que ella retiró .
- Estaba esperando en mi cuarto , contestó
Adelaida, que todo estuviese en silencio .
¡ Qué imprudencia la de dejar la luz ! es-
clamó con tierno acento el enamorado , dirijién-
dose hacia la mesa para apagarla .
-- No la apague Ud . , le contestó Adelaida , fin-

jiendo una deliciosa turbacion, que llenó de or-


277 -

gullo al jóven al ver el temor amoroso que inspi-


raba.
- ¿No tiene
Ud . confianza en mí ? preguntó ,
renovando su ademan de apoderarse de una mano
de Adelaida .
― Sí, pero con
luz estamos mejor, contestó
ésta retirando su mano .

-¿Por qué no me deja Ud . su mano ? pre-


guntó el jóven.
-¿Para qué ?
― Para hablar a Ud . de mi amor i sentir en-
las mias esa divina mano que...
Un gran ruido cortó la declaracion del galan ,
que vió con espanto abrirse una puerta i apare-
cer en ella a doña Bernarda i Amador con luces
que cada cual traia .
El primer impulso de Agustin fué el de huir
por la puerta que habia dejado entreabierta , mién-
tras que Adelaida se habia arrojado sobre una
silla, ocultando su rostro entre las manos .
Amador corrió mas lijero que Agustin i se
interpuso entre éste i la puerta , amenazándole
con un puñal .
El rostro del elegante se puso pálido como el
de un cadáver i la vista del puñal le hizo dar
aterrorizado un salto hácia atras .
- ¡ No ve madre ! esclamó Amador ; qué le
¿
decia yó ? Estos son los caballeros que vienen a
TOM. J. 16
- 278 -

las casas de las jentes pobres , pero honradas ,


para burlarse de ellas . Pero yo no consiento en
eso.
Mientras esto decia , Amador daba vuelta a la
llave i sacándola de la chapa , la ponia en su bol-
sillo i se adelantaba al medio de la pieza con aire
a menazador .
-¿Qué ha venido Ud . a hacer aquí ? esclamó
con voz atronadora dirijiéndose a Agustin .
Yo... creia que no se habian (acostado i ...
como pasaba por aquí ...
-
Mentira , le gritó Amador , interrumpién–
dole.

¡ Ah, francesito , esclamó doña Bernarda ,


con que así te metes en las casas a seducir a las
niñas !
Mi señora, yo no he venido con malas in-
tenciones, contestó Agustin .
Esta picarona tiene la culpa , dijo Amador,
aparentando hallarse en el último grado de exas-
peracion, porque si ella no hubiese consentido ,
el otro no podria entrar. Esta me la ha de pagar
primero.
Tras estas palabras , se arrojó sobre Adelaida
con furibundo ademan , i dirijió sobre ella una
puñalada con tanta maestría, que cualquiera hu--
biese jurado que solo la ajilidad con que Ade-
279 -

laida se levantó de su silla , la habia librado de


una muerte segura .
Doña Bernarda se echó en los brazos de su
hijo, dando gritos de espanto , e invocando su
clemencia en nombre de gran número de santos .
Amador parecia no escucharla i preocuparse solo
del maternal abrazo , que al parecer le privaba
de todo movimiento .
- Pues si Ud. no quiere que ésta pague su

maldad , esclamó , déjenme solo con este mocito ,


que quiere deshonrarnos porque es rico .
Su ademan se dirijia entónces a Agustin, que
temblaba en un rincon, en donde tras de unas
sillas se guarecia .
Al oir estas palabras i al ver como Amador
arrastraba a su madre para desasirse de sus
brazos , Agustin creyó llegado su último instante
i elevó sus fervientes súplicas al Eterno para
que le librase de tan temprana e inesperada
muerte .
Un supremo esfuerzo de Amador echó a rodar
por la alfombra el cuerpo de su madre i de un
salto llegó al punto en que Agustin se encomen-
daba al todopoderoso , parapetándose lo mejor
que podia tras de las sillas.
Al ver que Amador levantaba el tremendo
puñal , Agustin se arrojó de rodillas implorando
perdon .
- 280

¿ I qué ofrece , pues , para que lo perdonen ?


le preguntó el hijo de doña Bernarda con aire i
acento amenazadores .
-
Todo lo que Uds . exijan , contestó el ater-
rado amante : mi padre es rico i les daré...
― ¡ Plata, no es así , esclamó
Amador , ha-
ciendo chispear de finjida cólera sus ojos . ¿ Te
figuras que te voi a vender mi honor por plata ?
así son estos ricos ! Si no tienes mejor cosa que
ofrecer, te despacho aunque despues me afu-
silen .
-
Haré lo que Uds . quieran , dijo con lastimosa
voz Agustin, penetrado de espanto a la vista del
desórden que se pintaba en el semblante de Ama-
dor.

Lo que yo quiero es que te cases o de no te


mato , contestó Amador con tono de resolucion .

Bueno , me caso mañana mismo , dijo Agus-
tin, que miraba aquella condicion como el único
medio de salvar la vida.

-¡ Mañana ! ¿ Te quieres reir de nosotros ?


¿ Para que te mandases cambiar quien sabe dónde?
No ; ha de ser ahora mismo .

- Pero ahora no puedo ¿ qué diria mi papá ?


- Tu papá dirá lo que se le antoje : ¿ para qué
tiene hijos que quieren deshonrar a la jente hon-
rada ? Vamos: ¿ te casas o nó ?
281

-
Pero ahora es imposible , esclamó desespe-
rado el elegante .
-¡Imposible ! No ves tonta, dijo Amador di-
rijiéndose a su hermana , no ves para lo que éste
te quiere ? para reirse de tí . ¡ Ah , yo conozco a
los de tu calaña ! esclamó mirando a Agustin .
Por última vez ¿; te casas o nó ?
- Le juro a Ud . que mañana ...
Amador no le dejó concluir la frase , porque ,
quitando las sillas que de Agustin le separaban ,
quiso apoderarse del jóven .
Mientras quitaba las sillas , habia dado tiempo
a doña Bernarda de acercarse i ésta sujetó su
brazo , colgándose de él , cuando Amador alzaba
el puñal en el aire.
Agustin, que no vió el movimiento de doña
Bernarda, se arrojó al suelo prometiendo que
consentia en casarse .
-¡Ah, ah ! ¿ consientes , no? le dijo Amador.
Haces bien, porque sin mi madre te habia tras-
pasado el corazon . Vamos a ver ¿ dirás al padre
que yo traiga que quieres casarte ?
- Sí , lo diré .
-Yo veo que lo hace de miedo , Esclamó Ade-
laida, i no quiero casarme así .
― No, no es de miedo , contestó avergonzado

el elegante : yo ofrecia hacerlo mañana , pero su


hermano no me cree.
16 .
282 -

Ahora mismo, dijo Amador : yo lo mando .


Dirijióse a todas las puertas del cuarto i las
cerró guardándose las llaves . Luego sacó del
bolsillo la que pertenecia a la puerta que comu-
nicaba con el patio , que abrió .
- Uds . me esperarán aquí , dijo , yo voi a bus-
car al cura que vive aquí cerca . Si Ud . se arranca ,
añadió dirijiéndose a Augustin, me voi mañana
a su casa i le cuento al papá todas sus gracias ,
ademas de ajustar con Ud . la cuenta despues .
-
No tenga Ud . cuidado , contestó Augustin ,
que aun se sentia humillado con la observacion
de Adelaida .
Amador salió cerrando con llave la puerta que
caia al patio .
Oyóse el ruido de sus pasos sobre el empe-
drado i luego el de la puerta de calle que se abria
i se cerraba .
Inmediatamente despues , Augustin pareció sa-
lir del espanto que la bien finjida cólera de Ama-
dor le habia causado i se dirijió a doña Bernarda .
-
Señora, la dijo , yo prometo que me casaré
mañana si Ud . me deja salir : ahora es imposible
que lo haga, porque papá no me perdonaria que
me casase sin avisarle.
- ¡ Las cosas del francesito! esclamó doña
Bernarda, haciendo un movimiento de hombros .
¿ Qué no vé que Amador era capaz de matarme
283

si lo dejo arrancarse? ¡Tan mansito que es! Ya lo


vió Ud . endenantes que por nada no le ajusta
una puñalada a la niña.
- Pero señora,
por Dios , yo le juro que
vuelvo mañana a casarme .
-- Si yo pudiera lo dejaria salir , esclamó Ade-

laida mirándole con desprecio , i si no me obli-


gasen no me.casaría , porque veo que Ud . me
estaba engañando .
Agustin se tiró con desesperacion su perfu-
mado cabello . Todo parecia revelarse en su con-
tra.
--- Se engaña Ud . , esclamó con voz de súplica ,

porque la amo de veras ; pero no creo que Ud .


considere honroso para . Ud lo que me obligan a
hacer. Yo me casaria sin necesidad de que me
amenazasen .
Consígalo si puede con Amador , le dijo
doña Bernarda. ¿ Qué quiere que hagamos nos-
otras ?
Entre súplicas i respuestas trascurrió como un
cuarto de hora. Agustin se sentó desesperado i
ocultó el rostro entre las manos, apoyando los
codos sobre las rodillas . A veces le parecia una
horrible pesadilla lo que le acontecia i divisaba
la vergüenza a que se veria condenado diaria-
mente delante de su familia i de las aristocráti-
cas familias que frecuentaba.
- 284 -

Un ruido de pasos resonó en el patio i entró


luego Amador.
Aquí está el padre , dijo a Agustin con som-
brío tono de amenaza. ¡ Cuidado con decir que
no ! ni chistar una sola palabra que haga ver lo
que hai de cierto , porque a la primera que diga ,
lo tiendo de una puñalada .
Dichas estas palabras , volvió a la puerta que
caia al patio .
- Dentre mi padre , dijo , aquí están todos .
Un sacerdote entró en la pieza con aire grave .
Un pañuelo de algodon doblado como corbata i
atado por las puntas sobre la cabeza, que ademas
estaba cubierta por el capuchon del hábito , le
ocultaba parte del rostro i parecia puesto para
librar del aire a una abultada hinchazon que se
alzaba sobre el carrillo izquierdo .
Un par de anchas antiparras verdes ocultaba
sus ojos i cambiaba el aspecto verdadero de su
fisonomía con ayuda del pañuelo amarrado sobre
la cara .
Vaya, párense pues , dijo Amador .
Doña Bernarda , Adelaida i Agustin se pusieron
de pié .
El padre hizo que Adelaida y Agustin se toma-
sen de las manos . Doña Bernarda i Amador se
colocaron a los lados . Despues , acercando la
vela que tomó en una mano, al libro que habia
285 G

abierto i tomado con la otra , comenzó , con la voz


gutural i monótona del caso , la lectura de la fór-
mula matrimonial.
Terminadas las bendiciones , Agustin se dejó
caer sobre una silla mas pálido que un cadáver.
El padre se retiró acompañado de Amador ,
despues de firmar una partida del acto que aca-
baba de verificarse .
Amador regresó luego a la pieza en què per-
manecian silenciosos la madre i los recien casa-
dos .
-
Vaya don Agustin , dijo con cierta sorna,
ya está Ud . libre .
- Jamás me atreveré a confesar un casa-
miento celebrado de este modo, contestó Agustin
con voz sombría .
Por poco se aflige el francesito , dijo doña
Bernarda. ¿ Qué no quiere a la Adelaida pues ?
Por lo mismo que la amo habria querido
casarme con ella con el consentimiento de mi fa-
milia, replicó Agustin que, viéndose casado ,
queria por lo ménos destruir en el ánimo de
Adelaida la mala impresion que su resistencia
hubiese podido dejarla .
-¡Vaya ! Lo mismo tiene atrás que por las
espaldas , esclamó Amador : en lugar de pedir
ántes de casarse el consentimiento al papá, se lo
pide despues .
286 -

No es lo mismo, contestó el novio i pasará


mucho tiempo antes que pueda decir a papá que
estoi casado .
Estas palabras oprimieron la voz de Agustin
con la idea que le desesperaba de hallarse empa-
rentado con aquella, que , algunas horas ántes ;
consideraba solo digna de servir a sus caprichos .
Pues hijito , le dijo doña Bernarda, no
piense que le entrego la mujer hasta que avise a
su familia que está casado . Allá en la casa de su
papá es donde Ud . la recibirá .
Esta nueva declaracion no hizo tanto efecto
en el ánimo de Agustin, porque lo tenia ya em-
bargado con la realidad abrumadora de su triste
aventura.
- I si él no dá parte , madre , dijo Amador ; yo
tengo boca, pues , ¿ qué está pensando ? i no me
morderé la lengua para contar que mi hermana
está casada.
La amenaza de Amador pareció impresionar
mas fuertemente al contristado jóven que la de
doña Bernarda .
---- Es preciso que a lo ménos me den tiempo

para preparar el ánimo de papá , esclamó exaspe-


rado. ¡ Cómo quieren que lo haga de repente !
---- Se le darán algunos dias , contestó Amador .
---
I en estos dias ; Ud . promete callarse ?
- Lo prometo.
287

Vaya pues, ya es tarde, dijo doña Bernar-


da, i será bueno que se vaya para su casita .
Agustin se dirijió entónces a Adelaida , que
finjia perfectamente un pesar desgarrador.
Veo, la dijo , que Ud . sufre tanto como yo
de la violencia que han cometido sus parientes .
Adelaida, por toda contestacion, bajó los ojos
suspirando .
Yo habria querido darla mi mano de otro
modo continuó el elegante.
- I yo siento mucho que...

Aquí los sollozos cortaron la voz de Adelaida ,


dejando con esta reticencia , mas agradable im-
presion en el espíritu del jóven que si hubiese
dicho algo, porque pensó que Adelaida era como
él víctima de la trama .
No te aflijas , tonta , dijo doña Bernarda a
su hija.
- Esa afliccion , repuso Agustin , me prueba
que ella no participa de lo que Uds . han hecho .
Para sellar la tardía entereza con que pronun-
ció aquellas palabras , Agustin salió encasque-
tándose hasta las cejas el sombrero .
- No se le olvide lo convenido , le dijo Ama-
dor, asomándose a la puerta de la antesala cuando
Agustin llegaba a la de la calle.
Dió un fuerte golpe a esta puerta como toda
persona débil que descarga su cólera contra los
- 288

objetos inanimados , i se dirijió a su casa con el


pecho despedazado por la vergüenza i por la
rabia.
Amador, entre tanto , habia cerrado la puerta
i echádose a reir .
-¡ Vaya con el susto que le metí ! esclamó :
hasta se le olvidaron todas las palabras france-
sas con que anda siempre !
Despues de algunos comentarios sobre la con-
ducta que debian observar en adelante , separá-
ronse los dos hijos de la madre , dirijiéndose cada
cual a su aposento .
Adelaida encontró a su hermana en pié.
- ?Cómo has consentido en pasar por esafarsa;
la dijo Edelmira que , al parecer , habia observado
sin ser vista la escena del supuesto matrimonio .
-- Me admira tu pregunta , respondió Ade-
laida no vés que Agustin se habria burlado de
mí si hubiese podido ? Todos estos jóvenes ricos
se figuran que las de nuestra clase han nacido
para sus placeres . ¡ Ah , si yo hubiese sabido esto
ántes , tendria mejor corazon ; pero ahora los
aborrezco a todos igualmente !
Edelmira renunció a combatir los sentimientos
que la desgracia habia hecho nacer en el corazon
de su hermana.
- Este , añadió Adelaida, habria jugado con
-- 289

mi corazon como el otro si yo lo hubiese que-


rido no está de mas darle una buena leccion .
Como Edelmira no contestó tampoco a estas
palabras . Adelaida se calló , siguiendo en su ima-
jinacion las reflexiones que como la que precede ,
manifestaban la preocupacion constante de su
espíritu . Adelaida , así como tantas otras víctimas
de la seduccion , que en su primer amor reciben
un terrible desengaño , habia perdido los delicados
sentimientos que jerminan en el corazon de la
mujer, entre los dolores del desencanto i el vio-
lento deseo de venganza que el abandono de Ra-
fael habia despertado en su pecho . Su alma , que
en la dicha habria encontrado espacio para es-
playar los nobles instintos , arrojada en su pri-
mera i mas pura espansion en la desgracia, pare-
cia solo capaz de odio i de sombrías pasiones .
Ignorando su historia , todos atribuian a orgullo
la indiferencia con que Adelaida consideraba las
cosas de la vida . Esta historia de un corazon des-
trozado al nacer a la vida del sentimiento , es
bastante comun en todas las sociedades i en la
nuestra, particularmente en la esfera a que Ade-
laida pertenecia, para que no encuentre un lugar
preparado en este estudio social .
Adelaida habia hecho de su rencor el pensa-
miento de todos sus instantes , de modo que en su
criterio no existia ya diferencia entre las perso-
Том. І. 17
290 <

nas que se presentasen para saciarlo , con tal que


perteneciesen a la aristocracia de nuestra socie-
dad . Por esto no habia tenido un solo momento
de compasion por las aflicciones de Agustin , el
que despues de entrar en su cuarto , se arrojó
sobre la cama dando rienda suelta a su desespe-
racion.
291 -

XXVIII

Los dias que mediaron entre las escenas refe-


ridas en el capítulo anterior i el domingo que
Leonor habia anunciado a Rivas que saldria con
su prima al campo de Marte, fueron para Agus-
tin fecundos en tormentos i sobresaltos . Tenia
ese vijilante i receloso sinsabor que tortura el
alma del que ha cometido una falta i se figura
que los triviales incidentes de la vida vienen de
antemano preparados por el destino para descu-
brirle a los ojos del mundo . Una pregunta de
Leonor sobre los amores que él la habia confiado
ántes , alguna observacion de su padre sobre sus
frecuentes ausencias de la casa , le arrojaban en
la mas desesperante turbacion i hacíanle ver en
los lábios de todos las fatales palabras que reve-
laban su secreto . Hijo de una sociedad que to-
lera de buen grado la seduccion en las clases
-- 292

inferiores , ejercida por sus compatricios ; pero


no un acto de honradez que concluyese por el
matrimonio para paliar una falta , Agustin Encina
no solo temia la cólera del padre, los llantos i
reproches amargos de la madre , el orgulloso des-
precio de la hermana, que le amenazaban si des-
cubria su casamiento , sino que en medio de esas
espadas de Democles suspendidas sobre su gar-
ganta , divisaba el fantasma zumbon e implacable
que domina en nuestras sociedades civilizadas ,
ese juez adusto i terrible que llamamos el qué
dirán. El infeliz elegante, que tan caro espiaba
su conato de libertinaje en el campo de fácil ac-
ceso que forma la jente de medio pelo , perdia
el color, el sueño i el apetito ante la idea de ver
divulgada su fatal aventura en los dorados sa-
lones de las buenas familias i escuchaba , por
presentimiento , los malignos comentarios que al
ruido de las tazas del té , alrededor del brasero ,
al compas de alguna ária de Verdi o de Bellini ,
harian de su situacion los mas caritativos de sus
amigos . Al peso de estas ideas habia perdido su
jenial alegría i su decidida aficion al afrancesa-
miento del lenguaje . La conciencia de su situa-
cion le hacia mirar con indiferencia las mas ele-
gantes prendas de su vestuario : el mundo no
tenia ya ventura para él . ¡ Una corbata negra le "
bastaba por un dia entero para envolver su cuello!
293 -

Habia visto cambiarse la corona florida de don


Juan i de Lovelace , que pensaba colocar en sus
sienes para que la turba la envidiase , en la co-
yunda abrumadora de un matrimonio clandes-
tino i contraido en baja esfera ! Solo su falta de
coraje le libertaba del suicidio , única salida que
divisaba en tan angustiado i vergonzoso trance .
Si contar que una seduccion era una gloria , re-
ferir la verdad era un baldon , que le arrojaba
para siempre en la vergüenza . Hé ahí su situa-
cion , que Agustin no podia disimularse , i que a
fuerza de pensar en ella cobraba por instantes
las mas aterradoras proporciones .
Durante estos dias de contínuo sinsabor, Agustin
asistia todas las noches a casa de doña Bernarda
i representaba , por consejo de Amador, el papel
de galan que los demas amigos de la casa le
conocian, para alejar así toda sombra de sospecha
acerca de su matrimonio . En todas estas visitas
se acompañaba con Martin ; a quien engañaba
tambien , refiriéndole supuestas conversaciones
con Adelaida , a fin de hacerle creer que siem-
pre se hallaba en los preliminares del amor .
Martin le seguia gustoso , porque encontraba
en sus conversaciones con Edelmira un consuelo
a los pesares que le agobiaban . La confianza que
se habian prometido aumentaba de dia en dia .
Valiéndose de ella, i sin hablar de su amor a la
294 -

hija de don Dámaso . Rivas descubria a Edelmira


la delicadeza de su corazon i el fuego juvenil de
sus pasiones exaltadas por un amor sin esperanza .
Edelmira oia con placer esas dulces divaga-
ciones sobre la vida del corazon que para los
jóvenes , que viven principalmente de esa vida ,
tiene tan poderosos atractivos . Cada conversa-
Icion la revelaba nuevos tesoros en el alma de
Rivas , a quien veia ya rodeado de la aureola con
que la imajinacion de las niñas sentimentales en-
galana la frente de los cumplidos héroes de no-
vela. I hemos dicho ya que Edelmira , a pesar de
su oscura condicion , leia con avidez los folletines
de los periódicos que un amigo de la familia la
prestaba .
Ricardo Castaños veia con gran disgusto las
conversaciones de Edelmira i Martin , a quien
consideraba como su rival. En vano habia
querido desprestijiarle , refiriendo con colores
desfavorables para Rivas la aventura de la plaza
i la prision del jóven . Los recursos mezquinos de
su intriga habian producido en el corazon de Edel-
mira un efecto enteramente contrario al que él se
prometia. La guerra que un amante odiado declara
contra su preferido rival en el corazon de una
mujer , sirve las mas veces para aumentar su
prestijio , por esa tendencia hácia la contrariedad ,
natural a la índole femenil . Por esto , miéntras
295 -

mayor empeño desplegaba el oficial para dañar a


Martin en el ánimo de Edelmira, con mayor
fuerza se desarrollaban en ésta los senti-
mientos opuestos en favor de aqueljóven melancó-
fico , de delicado lenguaje , que daba al amor la
vaporosa forma que encanta el espíritu de las
mujer .
Entre Edelmira i Martin, sin embargo, no
habia mediado ninguna de esas frases galantes
con que los enamorados buscan el camino del
corazon de sus queridas . Martin tenia con
Edelmira un verdadero afecto de amistad , cuya
solidez aumentaba a medida que descubria la
superioridad de la niña sobre las de su clase ,
mientras que Edelmira le miraba ya con esa
simpatía , que en la mujer toma las proporciones
del amor , sobre todo cuando no es solicitado .

Mucho agradaba a Agustin la asiduidad de las


visitas de Rivas, a casa de doña Bernarda . Te--
miendo exasperar a la familia con su ausencia ,
no se atrevia a faltar una sola noche i creia que
acompañado por un amigo era ménos notable a
sus propios ojos i a los de Adelaida la ridícula i
falsa posicion en que se hallaba colocado .

Entre tanto Amador habia principiado ya a


recojer los frutos de su intriga , cobrando a su
supuesto cuñado algunas deudas de juego que
- 296

éste, por asegurar su silencio , se habia apresu-


rado a pagarle , diciendo a su padre al tiempo de
pedirle el dinero , que era para pagar algunas
quentas de sastre .
Amador rebozaba de alegría al ver la facilidad
con que Agustin habia satisfecho su exijencia i
se habia apresurado a derrochar el dinero con
esa facilidad que tienen los que le adquieren sin
trabajo . Ademas de sus gastos presentes , le
habia sido tambien preciso cubrir el importe de
otros atrasados , para suspender por algun tiempo
las continuas persecuciones a que sus deudas le
condenaban . Con decidido amor al ocio , sin pro-
fesion ninguna lucrativa i sin mas recursos que
el juego , Amador se hallaba siempre bajo el peso
de un pasivo , mui considerable en atencion a sus
eventuales entradas . El dinero de Agustin le
trajo , pues , cierta holganza a que aspiraba al
emprender el plan con que le habia engañado .
Con un reloj que debia a su habilidad en hacer
trampas, i una gruesa cadena que acababa de
comprar , Amador habia adquirido gran impor-
tancia a sus propios ojos , i aparentaba aires de
caballero en el café , que le hacian notar de toda
la concurrencia .
El sábado que precedió al dia fijado para el
paseo a la Pampilla en casa de don Dámaso En-
cina, tuvo lugar entre doña Bernarda i Amador
- 297 --

una conversacion que debia atacar de nuevo la


tranquilidad de Agustin .
Era por la mañana , i Amador trataba de re-
cuperar el sueño , que los espirituosos vapores
que llenaban su cerebro despues de una noche
de orjía, ahuyentaban de sus párpados , pro-
duciendo en todo su cuerpo la ajitacion de la
fiebre .
Doña Bernarda entró al cuarto de su hijo
despues de haber esperado largo rato a que se
levantase .
Vamos , flojonazo ; le dijo ;; hasta cuándo
duermes?
― Ah, es Ud . , mamita, contestó Amador ,
dándose vuelta en su cama .

Estiró los brazos para desperezarse , dió un


largo i ruidoso bostezo i , tomando un cigarro de
papel , lo encendió en un mechero que prendió
de un solo golpe.
Me he llevado pensando en un cosa, dijo
doña Bernarda , sentándose a la cabecera de su
hijo .
- ¿ En qué cosa ? preguntó éste .
- Ya van porcion de dias que Adelaida está

casada, repuso doña Bernarda i Agustin no le ha


hecho ni siquiera un regalito .
- - Es cierto , pues , que no le ha dado nada.
17 .
298

De qué nos sirve que sea ricó entónces :


uno pobre le habria dado ya alguna cosa .
―― Yo arreglaré
esto , dijo Amador con tono
majistral no le dé cuidado madre . Si el chico
quiere hacerse desentendido se equivoca ! no
pasa de hoi que no se lo diga .
- Al todo tambien , pues , observó la madre :
No solo no confiesa el casamiento a su familia ,
sino que se quiere hacer el inocente con los
regalos.
-
Déjelo no mas , yo lo arreglaré , dijo Ama-
dor.
Doña Bernarda entró entonces en la descrip-
cion de los vestidos que convendrian a su hija ,
sin olvidar los que a ella le gustaria tener , indi-
cando las tiendas en que podrian encontrarse .
Lo prolijo de los detalles hacia ver que la buena
señora habia meditado detenidamente su asunto ,
del cual impuso con escrupulosidad a Amador . En
su enumeracion entraron , ademas de los vestidos
de color, una buena basquiña negra i un manton
de espumilla para ella que no podia , por el calor ,
sufrir el de merino . Ayudada con los conoci-
mientos aritméticos que Amador habia adquirido
en la escuela del maestro Vera , cuyo recuerdo
hace temblar aun a algunos desdichados que
esperimentaron el rigor de su férula , doña Ber-
narda sacó la cuenta del número de varas de
- 299 ---

jénero de hilo que entraban en una docena de


camisas para Adelaida , con mas el importe de
los vuelos bordados que debian adornarlas , el de
dos docenas de medias , varios pares de botines
franceses i diversos artículos de primera necesi-
dad para la que , segun ella , estaba destinada a
figurar en breve , en la mas escojida sociedad de
Santiago.
--
- Pero madre , la dijo Amador , ¿ cómo quiere
que Agustin o yo vayamos a comprar todo eso ?
¿ no será mejor que él dé la plata i Ud . haga las
compras?

-¡ Vé que gracia ! por supuesto , respondió


doña Bernarda .

Le diré que con unos quinientos pesos se


puede comprar lo mas necesario.
O seiscientos , mejor es de mas que de mé--
nos , dijo la madre .
En la noche se presentó Agustin acompañado
de Rivas .
Amador le llamó luego a un punto de la pieza
distante del que ocupaban las demas personas
que allí habia.

-¿I... cuando avisa , pues , a su familia ? dijo


al elegante, que palideció bajo la mirada de su
dominador .
Es preciso hacerlo con tiento , contestó ,
300 -

porque si no elijo bien la ocasion , papá puede


enojarse i desheredarme .
-Eso está bueno , replicó Amador ; ¿ pero Ud .
se ha olvidado que tiene mujer ? ¿ En dónde ha
visto novio que no haga ni un solo regalo ?
- He estado pensado en ello : Ud . sabe que no
puedo pedir plata a papá todos los dias .
-
¡ Qué ! un rico como Ud . no puede hallarse
en apuros por la friolera de mil pesos : el lunes
voi a buscarlos a su casa .
¡ Pero el lunes es mui pronto ! esclamó ater-
rorizado Agustin : el otro dia no mas pedí mil
pesos , ahora es imposible ; ¿ qué dirá papá ?
Papá dirá lo que le dé la gana ; lo cierto del
caso es que yo iré el lunes a buscar los mil pesos .
― Espéreme siquiera unos quince dias .

¡ Quince dias ! ¡ Qué poco ! ¡ Dejante que me


tîene Ud. avergonzado con mi mamita i las ni-
ñis, porque las tenia dicho que a todas les rega-
Faria algo !
-Esa es mi intencion ; pero necesito tiempo
para pedir a papá la plata sin que entre en sospe-
chas.
¿I si entra, qué tiene , pues ? ¿ Qué se está
figurando que siempre nos hemos de estar calla-
dos ?

Yo no digo que Ud . no le haga al papá el


ánimo sobre lo del casamiento ; pero lo de la
- 301 ―

plata es otra cosa . El viejo es bien rico i no im-


porta que le duela.
― Pero¿ cómo pedirle
tan pronto ?
- - No sé cómo
, ya le digo : el lunes sin falta
me tiene por allá .
Retiróse Amador , dejando perplejo i abismado
al infeliz que tenia en su poder . La rabia que la
exijencia de dinero despertaba en Agustin , se
calmaba o mas bien reprimia su ímpetu por el
temor de ver revelado el secreto de su casamiento ,
que él se lisonjeaba poder aplazar hasta un tiempo
mas oportuno, figurándose , como todo el que con
un carácter débil se encuentra en alguna apurada
alternativa , que el tiempo le reservaba algun
modo de salir del dificil trance en que se veia co-
locado.
Bajo el peso de semejante situacion se retiró
Agustin a las once de la noche , sin que las pala-
bras de Adelaida , ni los cariños que doña Ber-
narda le prodigaba , hubiesen podido calmar la
inquietud que oprimia su corazon . En el camino
anduvo silencioso al lado de Martin , a quien el
estraño silencio de su nuevo amigo no alcanzaba
a preocupar, porque, como todo enamorado que
no se alla con su confidente , preferia caminar en
silencio, para dar rienda suelta a sus pensamien-
tos sobre Leonor.
- 302 -―

XXIX

Amaneció el domingo en que Leonor habia


anunciado que saldria con su prima al Campo de
Marte .
Algunos pormenores que daremos acerca de es-
tos paseos en jeneral , están mas bien dedicados a
los que lean esta historia i no hayan tenido oca-
sion de ver a esta gloriosa capital de Chile , cuando
se prepara para celebrar los recuerdos del mes
de setiembre de 1810 .
Estos preparativos son la causa de los paseos
al campo de Marte, en que nuestra sociedad va a
lucir las galas de su lujo , allí primero i despues
a la Alameda .
Para celebrar el simulacro de guerra que anual-
mente tiene lugar en el campo de Marte el dia 19
de setiembre , los batallones cívicos se dirijen a
ese campo en los domingos de los meses anterio-
- 303 -

res , desde junio , a ejercitarse en el manejo de


armas i evoluciones militares con que deben figu-
rar la derrota de los dominadores españoles .
En esos domingos , nuestra sociedad , que siem-
pre necesita algun pretesto para divertirse, se da
cita en el campo de Marte con motivo de la salida
de las tropas .
Antes que las familias acomodadas de Santiago,
hubiesen reputado como indispensable el uso de
los elegantes coches que ostentan en el dia , las
señoras iban a este paseo en calesa i a veces en
carreta , vehículo que en tales dias usan ahora so-
lamente las clases inferiores de la sociedad san-
tiaguina.
Los elegantes , en lugar de las sillas inglesas i
caballos inglesados en que pasean su garbo al
presente por las calles laterales del paseo, gusta-
ban entonces de sacar en exhibicion las enor-
mes montañas de pellones , las antiguas botas de
campo ilas espuelas de pasmosa dimension , que
han llegado a ser de uso esclusivo de los verda-
deros huasos.
Pero entónces como ahora, la salida de las tro-
pas a la Pampilla era el pretesto de tales paseos ,
porque la índole del santiaguino ha sido siempre
la misma, i entre las señoras sobre todo , no se
admite el paseo por sus fines hijiénicos , sino como
una ocasion de mostrarse cada cual los progresos
- 304

de la moda i el poder del bolsillo del padre o del


marido para costear los magníficos vestidos que
las adornan en estas ocasiones .
En Santiago , ciudad eminentemente elegante ,
seria un crímen de lesa moda el presentarse al
paseo dos domingos seguidos con el mismo traje .
De aquí la razon por qué en Santiago solo los
hombres se pasean cotidianamente i por qué las
señoras sienten, cuando mas cada domingo , la
necesidad de tomar el aire libre de un paseo pú-
blico .
Los que no desean ir al llano ino tienen carrua-
jes en qué hacerlo , se pasean en la calle del medio
de la alameda, con la seriedad propia del carácter
nacional, i esperan la llegada de los batallones ,
observándose los vestidos si son mujeres , o bus-
cando las miradas de éstas los varones .
Antes que el tambor haya anunciado la venida
de los milicianos , los coches se estacionan en filas
al borde de la alameda i los elegantes de a caballo
lucen su propio donaire i el trote de sus cabal-
gaduras , dando vueltas a lo largo de la calle i
haciendo caracolear los bridones en provecho de
la distraccion i solaz de los que dea pié les miran .
La crítica , esta inseparable compañera de toda
buena sociedad , dá cuenta de los primorosos trajes
i de los esfuerzos con que los dandys quieren
conquistarse la admiracion de los espectadores .
305 --

En cada corrillo de hombres , nunca falta al-


guno de buena tijera , que sobre los vestidos de
los que pasan , corte algun otro con sus corres-
pondientes ribetes de ridículo .

Las señoras , por su parte , aplican su espíritu


de análisis al traje de las que pasan , recordando ,
con admirable memoria, la fecha de cada ves-
tido .
-El de la Fulana , ese verde de una pollera,
es el que tenia de vuelos el año pasado , que se
puso en el dieziocho .

- Miren a la Mengana con la manteleta que


compró ahora tres años : ella eree que nadie se la
conoce porque le ha puesto el encaje del vestido
de su mamá .

-El vestido que lleva la Perengana es el que


tenia su hermana antes de casarse , i era primero
de su mamá , que lo compró junto con el de mi tia .
Con estas observaciones , que prueban la pri-
vilegiada memoria femenil, se mezclan las admi-
raciones sobre tal o cual adefecio de las amigas .
Las tropas desfilan , por fin , en columna por la
calle central de la Alameda , en medio de la con-
currencia que deja libre el paso , i los oficiales
que marchan delante de sus mitades , reparten
saludos a derecha e izquierda con la espada , ab-
sorbiéndose a veces en esta ocupacion hasta ha-
306 -

cerse pisar los talones por la tropa que marcha


tras ellos .
En 1850 , época de esta historia , habia el mis-
mo entusiasmo que ahora por esta festividad ,
precursora de la del dieziocho , bien que entón-
ces el lado norte de la Alameda no se llenase
completamente , como en el dia , de brillantes
carruajes, desde los cuales muchas familias asis-
ten al paseo sin moverse de muelles cojines .
Leonor habia anunciado a su padre que desea-
ba ir a la Pampilla a caballo con su prima , i aquel
deseo habia sido una órden para don Dámaso , que
á las doce del domingo tenia ya preparados los
caballos .
Habia uno para Leonor i otro para Matilde de
hermosas formas i arrogante trote .
Otro de paso para don Dámaso a quien su hija
habia exijido la acompañase .
Dos mas , destinados a Agustin i a Rivas , a
quien su nuevo amigo habia convidado para ser de
la comitiva .
El dia era de los mas hermosos de nuestra pri-
mavera .
A las tres de la tarde habia gran jentío en el
campo de Marte , presenciando las evoluciones i
ejercicio de fuego de los milicianos . Los coches ,
conduciendo hermosas mujeres , corrian sobre el
verde pasto del campo , flanqueados por elegantes
307

caballeros que trotaban al lado de las puertas ,


buscando las miradas i las sonrisas . Alegres
grupos de niñas ijóvenes galopaban en direccio-
nes distintas , gozando del aire , del sol i del
amor . Entre estos grupos llamaba la atencion el
que componian Leonor , su prima i los caballeros
que las acompañaban . El trote desigual de las
cabalgaduras , hacia que las niñas marchasen a
veces solas , a veces rodeadas por los hombres
que se disputaban su lado . A este grupo habian
venido a agregarse Emilio Mendoza i Clemente
Valencia que picaban sus caballos para escoltar
a Leonor. Siempre retirado de ella i comtem-
plándola con arrobamiento , seguia Martin la
marcha, sin fijarse en las bellezas del paisaje que
desde aquel llano se divisan. Leonor se le pre-
sentaba en aquellos momentos bajo un nuevo
punto de vista que añadia desconocidos encantos
a su persona. El aire daba a sus mejillas un diá-
fano encarnado , el ruido bélico de las bandas de
música hacia brillar sus ojos de animacion , i su
talle , aprisionado en una chaqueta de paño negro ,
de la cual se desprendia la larga pollera de mon-
tar, revelaba toda la gracia de sus formas . El
placer mas vivo se retrataba francamente en su
rostro . No era en aquel instante la niña orgullosa
de los salones , la altiva belleza en cuya presencia
perdia Rivas toda la enerjía de su pecho ; era
- 308

una niña que se abandonaba sin afectacion a la


alegría de un paseo en el que latia de contento su
corazon por la novedad de la situacion , por la
belleza del dia i del paisaje , por las oleadas de
aire que azotaban su rostro , impregnadas con
los agrestes olores del campo , húmedo aun con
el rocío de la noche.
La comitiva se habia detenido un momento ,
cerca de un batallon que cargaba sus armas . Al
ruido de la primera descarga, los caballos se
principiaron a mover, dando saltos algunos de
ellos , que se repitieron a la segunda descarga.
Entre los mas asustados se contaba el caballo de
don Dámaso , que al ruido de los tiros habia per-
dido su pacífico aspecto para trasformarse en
el mas alborotado bridon .
--- I me habian dicho que era tan manso , decia

don Dámaso, palideciendo al sentirlo encabri-


tarse con furia , cuando , despues de la segunda
descarga, principió el fuego graneado .
Al ruido continuo de este fuego , todos los
caballos principiaron a perder la paciencia i algu-
nos a seguir el ejemplo del de don Dámaso , que
en un espanto habia echado al suelo una canasta
con naranjas i limas que un vendedor presentaba
a los jóvenes. Con este incidente hubo un cambio
en la posicion de cada jinete , i ora fuese efecto
de la casualidad , ora de un movimiento inten
- 309

cional , Leonor se encontró de repente al lado de


Rivas ; i Matilde , que trataba de contener los
movimientos de su caballo, oyó a su lado la voz
de San Luis que la saludaba .
- Aquí estamos mal , dijo Leonor a Martin .

¿ Le gusta a Ud . galopar ?
Sí , señorita, contestó Rivas .
- Sígame entónces , repuso Leonor volviendo
su caballo hacia el sur.
Hizo señas al mismo tiempo a Matilde que em-
prendió el galope , mientras que don Dámaso
arreglaba con el naranjero el precio de las na-
ranjas que por causa de él habian ido a parar a
manos de los muchachos que siempre escoltan a
los batallones en sus salidas al llano .
-
Síguelas tú , ya las alcanzo , dijo don Dá-
maso a Agustin , al ver partir a los que con él
estaban, a galope tendido .
Leonor azotaba a su caballo , que iba pasando
del galope a la carrera, animado tambien por el
movimiento del de Martin .
Este corria al lado de Leonor sintiendo en-
sancharse su corazon por primera vez al influjo
de una esperanza . El convite de la niña para que
la siguiese, la naturalidad de sus palabras , la
franca alegría con que ella se entregaba al pla-
cer de la carrera , le parecieron otros tantos feli-
ces presajios de ventura . Bajo la influencia de
- 310

semejanté idea , mientras corria , contemplaba


con entusiasmo indecible a Leonor que , animada
por la velocidad creciente del caballo , con el ros-
tro azotado por el viento , vivos de contento infan-
til los grandes ojos , le parecia una niña modesta
i sencilla que debia tener un corazon delicado i
exento del orgullo con que hasta entónces le
habia aparecido .
La carrera se terminó mui cerca del lugar que
ocupa la cárcel penitenciaria. Leonor se detuvo
i contempló durante algunos momentos a los de-
mas de la comitiva , que habiendo solo galopado
venian aun mui distantes del punto en que ella
se encontraba con Rivas .
Nos han dejado solos , dijo mirando a Mar-
tin, que en ese momento se creia feliz por pri-
mera vez desde que amaba .
Durante la carrera i alentado por las ideas
que describimos , Martin habia resuelto salir de su
timidez i jugar su felicidad en un golpe de auda-
cia. Al oir las palabras de Leonor , sintió palpitar
con violencia su corazon , porque veia en ellas
una ocasion de realizar su nuevo propósito .
Armóse entónces de resolucion i con voz tur-
bada,
---
¿Lo siente Ud . ? la preguntó .
Para seguir paso a paso el estudio del altanero
corazon de la niña, nos vemos obligados a inter-
- 311 -

rumpir con frecuentes advertencias las conver-


saciones entre ella i Martin . Entre dos cora-
zones que se buscan , i sobre todo cuando se
encuentran colocados a tanta distancia como los
que aquí presentamos , cada conversacion va mar-
cando sus pasos graduales que deben conducirlos
a estrecharse o a separarse para siempre . La
poca locuacidad es un rasgo peculiar de seme-
jantes situaciones . En las presentes circunstan-
cias mui pocas palabras habian bastado para
poner a esos dos corazones frente a frente . Leo-
nor estaba mui léjos de pensar que iba a recibir
aquella pregunta por contestacion , i esa pregunta
sola, fué bastante para despertar su orgullo .
Habia mandado convidar a Martin para librarse
del galanteo infalible de sus dos enamorados ele-
gantes que, sobre todo en los últimos dias , la
fastidiaban . En Rivas veia Leonor el objeto de
la lucha que se habia propuesto para sacar triun-
fante a su corazon , i contaba con la timidez del
jóven, acaso con su frialdad real o calculada ;
mas no con la osadía que revelaba la pregunta .
Para contestarla, acudió Leonor a esa indife-
rencia glacial con que habia castigado ya a Mar-
tin en otra ocasion : finjiendo no haber oido
dijo solamente :
¿ Cómo dice Ud ?
La sangre del jóven pareció agolparse toda
312 -

sus mejillas , que cambiaron su juvenil sonrosado


en el rojo subido de la vergüenza . Pero Rivas ,
como todo hombre naturalmente enérjico , sintió
rebelarse su corazon con aquella contrariedad ,
i a pesar de que latia con violencia i de que su
lengua parecia negarse a formular ninguna
sílaba , hizo un esfuerzo para contestar .
Pregunté , señorita , si Ud . sentia el verse
sola conmigo ,, dijo , para esplicar a Ud . que la
he seguido por órden suya i temiendo que pudiera
sucederla algun acidente .
-
Ah, esclamó Leonor , no ya indiferente ,
sino con tono picado . Ud . ha venido para socor-
rerme en caso necesario .
- Para servirla , señorita , replicó con dignidad

el jóven .
Leonor oyó con placer el acento de aquellas
palabras , que revelaban cierta altanería en el
que las habia pronunciado .
- Ud. se impone demasiadas obligaciones

para pagar nuestra hospitalidad , le dijo , ¿ No


basta que Ud . sirva a mi padre en todos sus ne-
gocios ?
- Señorita, repuso Martin , yo
me coloco en
la posicion que Ud . parece querer señalarme ,
porque aun estoi léjos de tener una alta idea de
mi importancia social.
313

-¿Se compara Ud . con álguien que le pa-


rezca mui superior ?
-- Con esos caballeros que vienen hácia nos-

otros por ejemplo .


¿ Con Agustin ?
- No , señorita, con los otros , con los señores
Mendoza i Valencia .
- ¿ I por qué con ellos precisamente ? pre-
guntó Leonor con una lijera turbacion que disi-
muló con maestría .
― Porque ellos , por su posicion , pueden aspi-
rar a lo que yo no me atreveria .
Cuando Rivas dijo estas palabras , la cabalgata
que venia a galope corto hácia el lugar en que
se encontraba con Leonor , estaba ya mui próxi-
ma.
No veo la diferencia que Ud . indica , con-
testó Leonor con voz que parecia afectuosa i
confidencial : a mis ojos un hombre no vale ni por
su posicion social i mucho menos por su dinero .
Ya vé Ud . , añadió con una lijera sonrisa que
bañó en la mas suprema felicidad el alma de
Rivas , que casi siempre pensamos de diverso
modo .
Dió con su huasca un lijero golpe al anca de
su caballo i se adelantó a juntarse con los que
llegaban.
Martin la vió alejarse diciéndose :
TOM. I. 18
-- 314 --

i Estraña criatura ! ¿ Tiene corazon o solo


cabeza ? Se rie de mí , o realmente quiere ele-
varme a mis propios ojos ?

El grupo que formaba la comitiva habia lle-


gado hasta el punto en que Martin se encontraba
cuando hacia estas reflexiones . Ellas , como se
vé , eran mui distintas de las que sus anteriores
conversaciones con Leonor le habian sujerido .
Ya la esperanza doraba con sus reflejos el hori-
zonte de sus ideas , abriendo nuevo campo a las
sensaciones de su pecho i a los devaneos de su
espíritu . Esa esperanza solà , era para Martin
una felicidad .

Mientras Leonor i Rivas tenian la conversa-


cion que precede , los demas de la comitiva cami-
naban hácia ellos , como dijimos a galope corto,
que fué poco a poco cambiándose en trote . Rafael
se habia colocado al lado de Matilde i repe-
tido con ella una conversacion sobre el mismo
. tema que la primera , el mismo tambien en que se
engolfan todos los enamorados . En su rostro res-
plandecia la felicidad ; i sus ojos , al mismo tiempo
que sus lábios , se juraban ese amor al que
siempre los amantes dan por duracion la eter-
nidad . San Luis , que deseaba aprovechar el
momento para informar a su amante de los pro-
gresos favorables de su intento de unirse a ella,
315 -

salió del idilio amoroso para hablar de las reali-


dades .
- Mi tio , dijo , se encuentra perfectamente
dispuesto a servirme i protejerme : mis espe-
ranzas aumentan . Si su padre vuelve a empe-
ñarse para el arriendo de la hacienda , es lo mas
probable que seamos felices . ¿ Podré contar con
que Ud. tenga la entereza de confesar a su padre
que me ama todavía ?
-- Sí , la tendré, contestó Matilde si no soi
de Ud . no seré de nadie .
-- Esas palabras , repuso Rafael , las recibiria
de rodillas con el sufrimiento , mi amor por Ud .
ha aumentado, puede decirse , porque se ha arrai-
gado para siempre en mi pecho .
Insensiblemente volvieron al eterno divagar
sobre la misma idea que forma el paraíso de los
enamorados que se comprenden . Así llegaron al
lugar en que se hallaba Martin . Algunas pala-
bras habló San Luis , despues de esto , con Leo-
nor i Rivas , i , viendo acercarse a Don Dámaso ,
se retiró al galope .
Don Dámaso habia arreglado su asunto con el
naranjero i emprendido la marcha para reunirse
a los suyos . A su edad i cuando no se monta con
frecuencia a caballo , el cuerpo se resiente pronto
del movimiento algo áspero de la cabalgadura,
aun cuando sea de paso, como la que él montaba .
- 316

Al llegar al grupo en que estaban sus hijos , don


Dámaso esperaba descansar del largo trote que
habia dado ; pero Leonor emprendió luego la mar-
cha i los demas la siguieron , con gran descon-
tento de don Dámaso a quien el sol i el cansancio
comenzaban a dar el mas triste aspecto .
Caminando al rededor de los carruajes i de la
jente de a caballo que rodeaba a los batallones ,
la comitiva encontró al coche en que doña En-
gracia se paseaba , acompañada por doña Fran-
cisca, i con Diamela en las faldas . Don Dámaso
aseguró a su mujer que no estaba cansado i co-
mió alegremente con los demas , limas , naranjas i
dulces que en tales ocasiones se pasan de los co-
ches a los de a caballo . Pero , por su mal , Leonor
parecia infatigable i fué preciso seguirla en nue-
vas escursiones hasta la hora de regresar a la
Alameda . Allí volvieron a detenerse junto al
coche de doña Engracia. En diez minutos de re-
poso , don Dámaso se figuraba haberse repuesto
de la fatiga ; mas al emprender de nuevo la
marcha, su cuerpo que se habia enfriado , sintió
todo el peso del casancio ; i el paso del caballo , a
pesar de su suavidad le arrancó ahogados jemidos
que el buen caballero confundió con la promesa
formal de no volver a semejantes andanzas . Sus
juramentos se repitieron varias veces, porque
fueron muchos los paseos que dió su hija a lo
- 317 -

largo de la Alameda , deteniéndose solo durante


pequeños momentos , que don Dámaso aprove-
chaba para volver a su lugar el nudo de su cor-
bata, que parecia querer dar la vuelta completa
de su pescuezo con el movimiento de la marcha, i
para volver su sombrero a su natural posicion ,
trayéndolo del cuello de la levita en que iba a
reposar dejando la frente al aire , sobre los puntos
de su cabeza en que acostumbraba asentarlo.
Al bajar del caballo en el patio de la casa , don
Dámaso hizo algunos jestos que manifestaban su
lamentable estado , i rogó a Leonor que en ese
año , no le volviese a convidar para salir a tales
paseos.

18.
318 -

XXX

Inmensos esfuerzos de paciencia i las mas rei-


teradas súplicas tuvo que emplear Agustin En-
cina para obtener de Amador algunos dias de
plazo a su exijencia de dinero . Sin otra mira que
la de ganar tiempo , habia solicitado aquel apla-
zamiento , porque sabia que un nuevo pedido de
plata a su padre , despertaria las sospechas de
éste i haria probablemente descubrir su casa-
miento .
La idea dominante de Agustin era ocultar este
casamiento, alentado por la vaga esperanza de
todo el que , puesto en una dificil posicion , espera
del tiempo mas bien que de su enerjía , el allana-
miento de las dificultades que le rodean .
Su amor a Adelaida , basado sobre las elásticas
ideas de moralidad que la mayor parte de los jó-
venes profesa, se habia modificado singularmente
- 319 -

desde que se creia unido a ella por lazos indisolu-


bles . Encontrando una esposa donde él habia
buscado una querida , sus sentimientos de una
pasion que él juzgaba sincera , se entibiaron ante
la inminencia del peligro con que su enlace le
amenazaba a toda hora . Temiendo siempre la
burla i el deshonor , segun las leyes del código
que rije a las sociedades aristocráticas . Agustin
solo pensaba en conjurar el mas largo tiempo po-
sible ese peligro , en vez de ocuparse de Adelaida .
Así trascurrieron los dias hasta el 10 de se-
tiembre. Doña Bernarda , en ese dia manifestó a
su hijo que el dieziocho estaba mui próximo i
que nada habian comprado aun para solemnizar
tan gran festividad .
En todas las clases sociales de Chile es una lei
que nadie quiere infrinjir , la de comprar nuevos
trajes para los dias de la Patria .
Doña Bernarda observaba esa lei con todo el
rigor de su voluntad , i pensaba que en aquella
ocasion podrian, ella i sus hijas , acudir a las tien-
das mejor que nunca , con el auxilio del dinero
que Agustin debia entregar a Amador.
Esta consideracion dió lugar a un acuerdo en-
tre la madre i el hijo para exijir el pago de la
cantidad estipulada sin otorgar un solo dia mas
de plazo que los ya concedidos .
En la noche del dia en que se verificó tan ter-
320

minante acuerdo , Agustin vino como de costum-


bre con Rivas a casa de doña Bernarda .
Amador notificó a su cuñado supuesto la órden
conminatoria, i anunció que se presentaria sin
falta al dia siguiente para percibir la suma . Los
ruegos de Agustin se estrellaron contra la vo-
luntad de Amador , que fulminó la terrible ame-
naza de divulgar la noticia del matrimonio .
Edelmira, conversaba entre tanto con Martin ,
en los momentos que podia sustraerse a la por-
fiada vijilancia de Ricardo Castaños . En esas
conversaciones ballaba aquella niña nuevos en-
cantos cada dia , i abandonaba su corazon a los
dulces.sentimientos que Martin la inspiraba , sin
atreverse a manifestar al jóven un amor que él
no habia contribuido a formar de ningun modo .
Edelmira, como ya lo hemos dicho en otras oca-
siones , era dada a la lectura de novelas i por na-
turaleza romántica esta cualidad la daba la
fuerza de cultivar en su pecho un amor solitario
al que poco a poco iba entregando su alma , sin
mas esperanza que la de amar siempre con esa
melancolía voluptuosa que las pasiones de este
jénero despiertan comunmente en el corazon de
la mujer la que posee una organizacion mas pa-
siva que la del hombre, en estos casos , porque
sus sentimientos son mas puros tambien .
De vuelta a la casa , Agustin no quiso entrar al
321 -

salon i se retiró a su cuarto . En el camino habia


luchado victoriosamente contra su debilidad , que
le aconsejaba confiarse enteramente a Martin i
ponerse bajo el amparo de sus consejos . Pero el
amor propio habia triunfado i Agustin guardó
su secretoi su pesar para él solo , esperando con
temor la llegada del siguiente dia.
Martin se retiró tambien a su cuarto sin pre-
sentarse en el salon , como en las noches ante-
riores lo habia hecho . Despues del paseo a caballo ,
la esperanza que en su pecho habian hecho nacer
las palabras de Leonor , permanecia en el mismo
estado . La niña habia destruido con estudiada in-
diferencia los deseos que alentaban a Rivas de
declararla su amor ; mas no le desesperaba tam-
poco , porque a veces tenia palabras con las cuales
la pregunta que en la Pampilla se habia hecho
Martin, volvia como entónces , suscitando las
mismas dudas en su espíritu .
Durante aquellos dias , don Fidel , por su parte ,
habia hecho sérias reflexiones acerca de la de-
terminacion que anteriormente anunciara a su
mujer . No obstante que aparentaba no seguir en
todo mas que los consejos de su propia inteli-
jencia, la observacion hecha por doña Francisca
sobre lo prematuro de su proyecto , tuvo bastante
fuerza a sus ojos para obligarle a esperar . Pero
don Fidel era hombre de poca paciencia , así fué
322

que trascurridos los dias que mediaron entre la


última de sus conversaciones con su mujer, que
hemos referido , i el 10 de setiembre a que han
llegado los acontecimientos de nuestra narra-
cion , don Fidel determinó llevar a efecto su pro-
pósito de hablar a don Dámaso sobre su deseo de
ver unidos in facie eclesia a Matilde con Agus-
tin . Este enlace , segun sus cálculos , era un
buen negocio, puesto que su sobrino heredaria
por lo menos cien mil pesos . Así calculaba don
Fidel , con la precision del hombre para quien
las ilusiones del mundo van tomando el color
metálico que fascina la vista a medida que se
avanza en la existencia.
A pesar de esto , don Fidel, no descuidaba el
negocio del arriendo del Roble . Su ambicion le
aconseja mascar a dos carrillos , como vulgar-
mente se dice, i le parecia que era una empresa
digna de su injenio la de casar a Matilde con
Agustin i obtener al mismo tiempo un nuevo
arriendo por nueve años de la hacienda en que se
cifraban sus mas positivas esperanzas de futura
riqueza . Con tal mira habia suplicado de nuevo a
su amigo don Simon Arenal el hacer otra tenta-
tiva cerca del tio de Rafael para conseguir el ar-
riendo deseado.
Don Fidel no creyó necesario esperar la res-
puesta de su amigo i el dia 11 se apresuró a diri-
323

jirse a casa de don Dámaso ántes de las doce del


dia, hora en que su cuñado salia de su casa a dar
una vuelta por las calles i a conversar algunas
horas en los almacenes de los amigos , ocupacion
de la que mui pocos capitalistas de Santiago se
dispensan.
Mientras camina don Fidel, nosotros veremos
a Amador Molina que llega a casa de don Dá-
maso , como en la noche anterior lo habia anun-
ciado a Agustin . El hijo de doña Bernarda era
aquella vez puntual como todo el que cobra di-
nero , i llevaba el sello del siutico , mas marcado
en toda su persona , que en cualquiera de las
demas ocasiones en que ha figurado en estas
escenas .
Sombrero bien acepillado aun que viejo , incli-
nado a lo lacho sobre la oreja derecha .
Corbata de vivos i variados colores , con grandes
puntas figurando alas de mariposa .
Camisa de pechera bordada por las hermanas ,
bajo la cual se divisaba la almohadilla forrada en
raso carmesí , que por entónces usaban algunos ,
con pretensiones de elegantes , para ostentar un
cuerpo esbelto i levantado pecho .
Chaleco bien abierto , de colores , en pleito
con los de la corbata, abotonado por dos botones
solamente i dejando ver a derecha e izquierda
los tirantes de seda , bordados al telar por alguna
324

querida para festejarle en un dia de su santo.


Frac de color dudoso , i dejando ver por uno de
los bolsillos la punta del pañuelo blanco .
Pantalones comprados a lance i un poco cortos ,
color perla algo deteriorado .
I por fin botas de becerro, con su lijero re-
miendo sobre el dedo pequeño del pié derecho ; i
lustradas con prolijo cuidado .
Añádase a esto un grueso baston , que Amador
daba vueltas entre los dedos haciendo molinete , i
un cigarrillo de papel , arqueado por la presion
del dedo pulgar de la derecha bajo el ín dice i el
dedo grande , en el dedo siguiente una sortija con
este mote en esmalte negro « viva mi amor , » i se
tendrá el perfecto retrato de Amador , que al en-
trar en casa de don Dámaso , acarició sus bigotes
i perilla, como para darse un aire de matamoros ,
propio para infundir sérios temores , en el ánimo
de su víctima.
Agustin le esperaba entregado a una mortifi-
cadora inquietud . En sus ojos hundidos , en la
palidez de su rostro , se veían , a mas de los te-
mores del momento, las angustias de una noche
de insomnio î de sobresalto .
Hacia poco que la familia de don Dámaso habia
concluido de almorzar , cuando Amador se en-
contró en el patio de la casa.
Oíase en el interior el sonido del piano en
325 -

que Leonor ejecutaba algunos ejercicios . Don


Dámaso i Martin se encontraban en el escritorio,
despachando algunas cartas de negocios i Agus-
tin, tras de los vidrios de una puerta , observaba
con ojo inquieto a las personas que atravesaban
el patio .
Al ver a Amador, abrió con precipitacion la
puerta i le hizo entrar.
Amador se sentó sin que le ofreciesen asiento
i puso su sombrero sobre la alfombra .
-¡Caramba, dijo pasando en revista el amue-
blado i adornos de la pieza, esto está de lo que
hai !
Agustin cerró bien las puertas , mientras que
Amador sacaba un mechero i encendia el cigarro
que se habia apagado .
-¿I.... ya están prontos los realitos ? pre-
guntó al jóven , que se paró a su frente pálido i
turbado .
Todavía, no , dijo Agustin : esto seguro
que papá se vá a enojar con este pedido de plata .
- Qué le haremos , pues ; tendrá dos trabajos :
el de enojarse i el de soltar las pesetas .
- I si no quiere lo perdemos todo , replicó

Agustin suplicante ¿ por qué no espera algunos


dias ?
Si yo tuviera casa como esta i muebles i
criados i buena bucólica, de seguro que espe-
TOM. I. 19
- 326

raba ; pero hijito , la familia está pobre i su mujer


no puede andar vestida como una cualquiera . Si
el viejo se enoja , es porque no sabe que Ud . se
ha casado yo le daré a tragar la píldora si
quiere hacer el cicatero : déjelo no mas.
Agustin se volvió desesperado hácia la puerta
que daba al patio i vió a don Fidel Elías que en-
traba al escritorio de su padre . Aquella visita le
pareció un favor del cielo .
Mire Ud . , dijo a Amador ; allí vá mi tio
Fidel entrando al cuarto de mi padre . ¿ Cómo
quiere que vaya ahora a pedirle dinero ?
Aguardarémos a que el tio Fidel se vaya,
respondió Amador . ¿ No tiene Ud . por hei un
puro i alguna copita de licor ? Así conversaremos
como buenos hermanos .
Agustin le dió un cigarro habano i le presentó
una licorera con copas i botellas . Amador pren-
dió el cigarro en su mechero , se sirvió una copa
de coñac, que tragó como una gota de agua ;
llenó de nuevo la copa i miró con satisfaccion a
su víctima .
No está malo , le dijo ¡ vaya lo que vale ser
rico ! I uno que tiene que echarse al estómago un
anisado ordinario !
Les dejarémos seguir su conversacion miéntras
que damos cuenta de la que don Fidel i don Dá-
maso acababan de entablar.
327 --

Don Fidel llevó a su cuñado a un rincon de la


pieza, mientras que Rivas escribia sobre una
mesa en otro .
-
Te vengo a hablar de un asunto que me
preocupa desde hace dias , dijo en voz baja, i que
nos interesa a los dos .
¿ Cómo así? preguntó don Dámaso , tomando
para hablar , el mismo aire de misterio con que
se le habia dirijido don Fidel .
- Como tú no eres mui observador, no te ha-

brás fijado en una cosa .


-¿En qué cosa ?
Tu hijo i mi chiquilla se quieren , dijo don
Fidel al oido de su cuñado .
-¿De veras ? preguntó con admiracion don
Dámaso , no me habia fijado .
Pero yo me fijo en todo i a mí no se me vá
ninguna estoi seguro que están enamorados .
Así será .
Bueno , pues , yo te vengo a ver para eso :
es preciso que nos arreglemos : Agustin me pa-
rece un buen muchacho i no será mal marido .
-¡Pero hombre , todavía está mui jóven para
casarse !
---- ¿ I yó , de
qué edad te parece que me casé ?
Tenia veintidos años no mas . Es la mejor edad .
Los que no se casan pronto , es por tunantear. Si
quieres que tu hijo se pierda , déjalo soltero i
- 328 -

verás cómo te cuesta un ojo de la cara . ¡ Ah , yo


conozco estas cosas : ; no vés que a mí no se me
vá ninguna ?
- Puede ser , puede ser , repuso don Dámaso ,
siguiendo su propension a inclinarse al parecer
de aquel con quien hablaba ; pero es preciso ver
lo que dice la Engracia primero. ¿ No ves que yo
solo, no es regular que disponga de un hijo ?
-¡Ah ! es decir que andas buscando disculpas ,
dijo don Fidel , olvidando , con la impaciencia , el
hablar en voz baja.
No hombre , por Dios , replicó don Dámaso
yo no busco disculpas ; pero ¿ no te parece mui
natural que consulte ántes a mi mujer ? porque
al fin i al cabo , ella es la madre de Agustin .
- Pero lo que yo deseo saber es tu determi-

nacion ¿ apruebas o no lo que te he venido a


proponer ?
Por mi parte, cómo nó , con mucho gusto.
---
¿I te empeñarás con tu mujer para que con-
sienta ?
Tambien .
--
- Acuérdate de lo que te digo : si dejas a tu
hijo soltero , el dia ménos pensando se bota a
tunante i te come un ojo de la cara : yo sé lo que
son estas cosas , pues , a mí no se me ván así no
mas .
Con la seguridad de nuevas promesas de don
329

Dámaso se retiró don Fidel , satisfecho del modo


como habia conducido aquel negocio i dejando a
su cuñado pensativo .
- En eso de los gastos no le falta razon ,
murmuró, recordando los frecuentes desembol-
sos de dinero que habia hecho últimamente por
Agustin.
Metió las manos en los bolsillos i principió a
pasearse pensativo a lo largo de la pieza .
Amador, entre tanto , empezaba a impacien-
tarse de esperar i se levantó a espiar la salida de
don Fidel .
- Vamos, ya se vá el tio , dijo viéndole salir .

Agustin miró a don Fidel , que atravesaba el


patio con el semblante alegre por las felicitacio-
nes que se iba dando a sí mismo . Con él se iba
tambien su esperanza de librarse , por un dia a lo
ménos , de pedir el dinero a su padre.
Intentó de nuevo conseguir un plazo , pero
Amador se mostró inflexible .
― Vaya, pues, dijo este , tendré yo mismo que

ir a hablar con el papá : esto va pareciendo juego


de niños .
Bueno, espéreme esta noche en su casa i
le llevaré la plata o la contestacion de papá , es-
clamó Agustin, armándose de una resolucion
desesperada .
- No, no , aquí estoi bien, contestó Amador
330

sentándose i encendiendo otro cigarro ; vaya no


mas , hable con el papá i tráigame la contesta-
cion .

Agustin alzó los ojos al cielo implorando su


ayuda i se dirijió al cuarto de don Dámaso como
una víctima al suplicio .
331

XXXI

Don Dámaso continuaba su paseo i sus reflec-


siones . El vaticinio de su cuñado le parecia un
oportuno aviso para fijarse en adelante con mas
cuidado en la conducta de su hijo .
Martin concluyó sus quehaceres i se retiró del
escritorio, dejando a su huésped entregado a es-
tas reflecsiones .
Cuando Agustin entró en el cuarto , don Dá-
maso le miró siguiendo la ilacion de sus ideas.
Agustin ¿ en dónde visitas ahora ? le pre-

gun .
Agustin, que habia preparado ya la frase con
que debia entablar su peticion de dinero , se turbó
al oir la pregunta de su padre . Temeroso de ver
divulgado su secreto , parecíale que semejante
pregunta era un indicio evidente de que don
Dámaso tenia ya alguna sospecha de su casa-
miento.
332

-¿Yo? contestó balbuciente, visito en algu-


nas , como Ud . sabe i .....
Seria tiempo que pensases ya en trabajar
en algo , le dijo don Dámaso interrumpiéndole .
- Oh, yo estoi mui dispuesto a trabajar .
¡ Ojalá ahora mismo se presentase la ocasion !
- Bueno , me gusta oirte hablar así , le dijo el

padre revistiéndose de un aire doctoral : los jó-


venes no deben estar de ociosos , porque no hacen
mas que perder tiempo i dinero .
Esta reflecsion caia mui mal para las circuns-
tancias de Agustin . No obstante, la idea de ver
aparecer a Amador i de que todo se descubriese ,
le dió ánimo para persistir en la resolucion con
que habia entrado .
-
Así es papá, dijo ; Ud . tiene razon i por eso
yo deseo trabajar .

Está bien hijo , yo te buscaré alguna ocu-
pacion.
- Gracias : cuando esté trabajando no pensaré

en hacer gastos como ahora que , sin saber cómo,


me encuentro con una deuda de mil pesos .
Agustin pronunció su frase con la mayor se-
renidad que le fué posible i observó con ansiedad
el efecto que producia en su padre .
Don Dámaso, que habia vuelto a su paseo , se
detuvo i fijó los ojos en su hijo . Las palabras que
333

don Fidel acababa de decirle, tomaron entónces


en su imajinacion un alcance profético .
-¡ Mil pesos ! esclamó ; pero hace mui pocos
dias que te dí otro tanto !
- Es cierto papá , pero , yo no sé cómo ...... se
me habia olvidado ... i ademas con los amigos i
el sastre.....
- Fidel tiene razon , dijo ajitado don Dámaso ;
estos muchachos no piensan mas que en gastar .
Luego volviéndose hácia Agustin :
i Pero hombre , mil pesos ! Es decir , dos
mil pesos en ménos de dos meses ! Caramba
amigo Ud . está gastando como que no le cuesta
nada .
- En adelante será otra cosa i Ud.verá cuando
yo esté trabajando , repuso en tono meloso el ele-
gante.
-
¡ Eh ! qué has de trabajar ! Ahora los moci-
tos no piensan mas que en botar la plata que sus
padres han ganado a fuerza de trabajo . Sí señor,
Fidel tiene razon, todos son unos tunantes.
Yo le prometo a Ud . que trabajaré i cuando
pague los mil pesos que debo , no gasto un centavo
mas .
A mí no me bastan esas promesas , ami-
guito . Sábe Ud . lo que hai ? Es preciso entrar
en una vida arreglada .
- Oh, yo estoi tan dispuesto que.....
12 .
334 --

Sí , sí , esas son buenas palabras , así dicen


todos . No amigo , la que yo llamo vida arreglada
es la del matrimonio .; Me entiende Ud . ?
Agustin bajó los ojos espantado del jiro que
tomaba la entrevista . Era imposible ya retroce-
der, i lo que mas importaba en ese momento era
ganar tiempo. Está fué la única reflecsion que
surjia del espíritu del angustiado mozo .
-
Es preciso , pues , que pienses en casarte ,
continuó don Dámaso con tono mas tranquilo .
Pues al ver que Agustin habia bajado la vista ,
creyó que era en señal de sumision i obediencia.
Don Dámaso , que solo era enérjico por momentos ,
sentía un verdadero placer cuando veia respetada
su autoridad . La actitud con que su hijo quiso
ocultar el terror que en su corazon despertaron
sus palabras , le dispuso mui favorablemente
hácia él. Como Agustin seguia con la vista cla-
vada en la alfombra , don Dámaso continuó con
mayor afecto :
---
A ver Agustin , conversemos como amigos .
A mí me gusta que me respeten , es cierto ; pero
deseo tambien que mis hijos tengan confianza
conmigo . ¿ Qué te parece tu primita ?
¿ Mi primità ?
Sí, Matilde : es buena moza .
- Oh, sí, mui buena moza.

I tiene buen jenio ¿ no es cierto ?


335

- Excelente , papá , mui buen jenio .


¿ No te gustaria para mujer ?
¡ Mucho papá ! contestó Agustin que queria
salir del paso , manifestándose sumiso i compla-
ciento.
-Pues hijo, esclamó con alegría don Dámaso ,
aquí acaba de estar tu tio i me dice que para él
seria una felicidad la de verte casado con su
hija.
-Si a Ud. le parece bien, yo .....
Me parece bien hijo , mui bien : es preciso
entrar en juicio desde temprano para tener una
vejez feliz.
Sin duda papá ; pero iba a decirle que
Matilde no me quiere .

Bah , ríete de eso hijo , replicó don Dámaso
golpeando de nuevo el hombro a Agustin lo
mismo creia yo antes de casarme . Hai niñas
tímidas que aun cuando quieran a un jóven no se
atreven a dárselo a conocer : así es tu primita ;
pero hablale un poco i verás . Yo estoi seguro
que ella te está queriendo . Mira, no estoi segu-
ro ; pero creo que tu tio me lo dijo aquí .
Don Dámaso , agregaba esta duda , que no lo
era en su espíritu , para persuadir a su hijo que
tan dócil se le manifestaba .
- No papá , no puede ser , Matilde ama a otro.
--- Cuentos hijo todas las niñas tienen amor-
336

cillos hasta que se presenta uno i las habla de


casamiento .
- En fin papá, replicó Agustin, no queriendo
en aquellas circunstancias contrariar a su padre,
creo que la cosa no es tan urjente que……..
Urjente i mui urjente , dijo el padre con
tono distinto del afectuoso con que habia hablado
hasta entónces.
― Yo necesito saber si ella me ama i si...
-- Todo eso está mui bueno . Yo tambien nece-
sito que no andes por ahí botando mi dinero . Es
preciso que mires esto como mui serio.
― Sin duda papá i así que Ud . me haya dado
para pagar lo que debo .....
¿ Cuánto es ?
- Mil pesos .
¿ Nada mas ?
Nada mas .
- No vengamos despues con que nos hemos
olvidado de algo.
- Es todo lo que necesito .
------ Está bien hijo , mañana me traes las cuen-
tas de lo que tengas que pagar i tu contestacion
sobre la prima i todo se pagará , vaya pues ' : está
convenido .
Agustin miró estupefacto a su padre que no le
dió tiempo de replicar, porque salió inmediata-
mente del cuarto.
- 337

Las cuentas i la contestacion sobre Matilde,


repitió abismado el elegante : ahora sí que estoi
mucho peor que lo que vine ¿ cómo salir de este
apuro ?
Dirijióse pensativo i desesperado a su cuarto en
donde Amador le esperaba .
No vé pues dijo contestando a la interro-
gadora mirada con que Amador le recibia , con
su apuro lo ha echado todo a perder .
¿ Cómo ? ¿ cómo es eso ? ¿ qué es lo que hai?
preguntó Amador , mirando con inquietud el des-
compuesto semblante de su víctima.
― Que Ud. lo ha echado todo a perder ,
repitió Agustin, dejándose caer con profundo
abatimiento sobre una silla.
-- Pero diga pues ; cómo ha sido ? ¿ qué hubo ?
― Papá se incomodó .
--
¿ Se incomodó ? ¡ véan que lástima ! ¡ i des-
pu es ?
Dice que para pagar quiere ver las cuentas .
- ¿ Qué cuentas ?
Las cuentas de lo que le dije yo que debia .
-
¿ I qué hai con eso pues ? Le lleva las cuen-
tas .
Pero ¿ cómo se las llevo si no existen?
- Vaya amigo, por poco se echa a muerto Ud .
yo le haré las cuentas que quiera .
Agustin miró con espanto al que con tanta
- 338

frialdad le hablaba de presentar documentos


que no existian. El semblante de Amador respi-
raba una serenidad perfecta i habia en sus ojos
una tranquilidad que le asustó . Por un presenti-
miento repentino se vió Agustin lanzado con
aquel hombre en la via vergonzosa de la falsifi-
cacion i del engaño a que con tanta naturalidad
le convidaba Amador . Este solo presentimiento ,
le hizo ruborizarse i temblar. Con él se desperta-
ron tambien en su pecho los instintos de delicadeza
que el miedo habia hasta entónces sofocado i ellos
le infundieron la enerjía que le faltaba para pre-
ferir una franca confesion de lo ocurrido ántes
que mancharse con el contacto impuro del que le
ofrecia los medios de engañar a su padre.
-
Mañana, dijo , sin necesidad de documentos ,
haré que papá me dé esa cantidad .
-
Bueno pues , yo no espero mas que hasta
mañana, respondió Amador, tomando su som-
brero si el papá se enoja i no quiere dar la plata ,
yo le largo el agua i se lo cuento todo . Hasta
mañana pues .

Saludó con aire de amenaza i salió del cuarto .

Agustin se tomó la cabeza con las manos i


permaneció inmóbil por algunos instantes . Luego
levantó los ojos , en los que brillaba un rayo
de resolucion i dejando el asiento en que se en-
339

contraba, salió del cuarto i subió la escala que


conducia a las habitaciones de Rivas .
Martin, sentado delante de una mesa , estu-
diaba , o mas bien leia en un libro sin comprender .
La sorpresa se pintó en su rostro al ver entrar
con precipitacion a Agustin , cuyas descompues-
tasi pálidas facciones indicaban la ajitacion a que
su espíritu se hallaba entregado .
Rivas se levantó saludando con cariño a Agus-
tin que empezó a pasearse pensativo por la pieza .
Terminado el primer paseo , se detuvo i miró en
silencio a Martin .
Amigo , le dijo , soi mui desgraciado .
- ¡ Ud .! esclamó Rivas con asombro ."
Sí, yo , si hubiese seguido sus consejos no
estaria como estoi : perdido para siempre .
Martin le presentó una silla .
-
Veo que Ud . está mui ajitado Agustin , le dijo ;
siéntese aquí . Si Ud . me viene a buscar para con-
fiarme sus pesares , cuente con que , ademas de
agradecerle esa confianza , haré lo posible por
darle algun consuelo .
---
Muchas gracias , contestó Agustin sentán-
dose . Es cierto que vengo a confiárselo todo .
¡ Ah ! desde hace algunos dias , amigo , he sufrido
mucho, i como no he tenido nadie con quien
hablar , me siento con el corazon oprimido ! Ahora
me acordé que Úd . me dió un buen consejo , que
--- 340

por desgracia no seguí , i he venido a desahogar


mi pecho con Ud . porque creo que es buen amigo.
Habia en estas palabras un profundo senti-
miento que conmovió el corazon de Martin . El
elegante, que habia devorado solo sus penas , se
espresaba con tal abandono , que Rivas sintió por
él un interes sincero i afectuoso .
Si Ud . me permite , le dijo , seré su amigo .
Pero ¿ qué le sucede ? Tal vez alguna cosa a la que
dá Ud. mas importancia que la que tiene en reali-
dad .
No, no ; le doi la importancia que merece
¿ sabe lo que hai ? ¡ Estoi casado !
- ¡ Casado ! repitió Martin en el mismo tono
en que Agustin lo habia dicho .
- Si, casado ¿ i se le figura a Ud .
con quién?
No puedo figurármelo .
Con Adelaida Molina .
-- ¡ Con Adelaida ! ¿ Pero desde cuándo ? Cierto
que esto me parece mui estraño .
― Oígame Ud . i sabrá lo que ha sucedido
:
todo por no haber seguido sus consejos .
Agustin refirió a Rivas el suceso del matrimo-
nio con sus mas pequeñas circunstancias , i luego
las contínuas exijencias de dinero , hasta las es-
cenas porque habia pasado aquel dia con Amador
i con don Dámaso .
――
A pesar de la osadía con que Ud . dice que
341

Amador le amenaza de revelar a su padre este


secreto , observó Martin reflexionando , yo en-
cuentro todo esto mui sospechoso . ¿ Sabe Ud . si
el que les puso las bendiciones era cura?
- No sé, es un padre que no he visto en mi
vida.
- ¿ Presentó alguna licencia del cura para
poder casarlos ?
- No sé ; yo estaba entónces tan turbado que
no sabia lo que me pasaba .
Debemos ante todo hacer una cosa .
-- ¿ Cuál ?
-
Informarnos en todas las parroquias i hacer
rejistrar los libros de matrimonios desde el dia
en que Ud. se casó.
¿ I para qué ?
Para ver si la partida existe, porque no me
faltan sospechas de que Ud . sea juguete de al-
guna intriga, por lo que Ud . refiere .
¡ Es cierto , Ud . tal vez tenga razon ! es-
clamó Agustin, como iluminado por un rayo sú-
bito de esperanza .
― Si la partida no está asentada en ninguna
parroquia, es claro que el matrimonio es nulo ,
porque ha sido hecho sin el permiso competente .
Si Ud . descubriese esto , le dijo Agustin
con entusiasmo , seria mi salvador , le deberia la
vida.
342 -

¿ Amador ha dicho que volveria mañana ?


-- Sí , a la misma hora que hoi.

Martin designó entonces las parroquias que él


recorreria, señalando otras a Agustin con el
mismo objeto .
Para esto no debe Ud . pararse en gastos , le
dijo, es preciso desplegar la mayor actividad : es
necesario que nosotros tengamos la certidumbre
sobre esto antes que Amador se presente aquí , i
que hayamos prevenido a su padre de Ud .
-
¿ A mi padre ? i para qué ?
-
Para evitar que Amador u otro cualquiera
venga a sorprenderle .
wandam ¿ I si el casamiento no es nulo ?
-
Es preciso tener valor i franqueza . ¿ No
tendrá don Dámaso razon para ofenderse con
Ud . si otra persona en vez de Ud . le trae tal
noticia ?
- Es cierto .
--
Ademas , si , por desgracia , el matrimonio
es válido , previniendo a su padre con tiempo ,
podrá tal vez arreglar las cosas de algun modo
que a nosotros no se nos ocurre .
Cierto , repitió Agustin , admirando la pre-
vision con que Rivas raciocinaba .
- Vamos,
pues, dijo este : es preciso poner-
nos en marcha .
Bajo a mi cuarto , i allí tomaré el dinero
- 343

que tengo : son doscientos pesos i partiremos ¿ no


le parece ?
-
Lo mas pronto será lo mejor , dijo Rivas ,
tomando su sombrero i bajando con Agustin .
Pocos momentos despues salieron , cada cual
en direccion a los puntos donde se dirijian sus
pesquisas .
- 344 -

XXXII

Don Fidel Elías regresó a su casa felicitándose ,


como dijimos , de su actividad i maestría para
conducir los negocios .
Entre nosotros es bastante conocido el tipo
del hombre que dirije a este fin todos los pasos
de su vida. Para tales vivientes , todo lo que no
es negocio es supérfluo . Artes , historia , litera-
tura , todo para ellos constituye un verdadero pa-
satiempo de ociosos . La ciencia puede ser buena
a sus ojos si reporta dinero , es decir mirada
como negocio . La política les merece atencion
por igual causa i adoptan la sociabilidad por
cuanto las relaciones sirven para los negocios .
Hai en esas cabezas un soberbio desden por el
que mira mas allá de los intereses materiales ,
i encuentran en la lista de precios corrientes , la
mas interesante columna de un periódico .
345

Entre estos sectarios de la relijion del negocio


se hallaba, como ha visto el lector, don Fidel ,
Elías por los años de 1850 : es decir diez años ha .
I en diez años la propaganda i el ejemplo han
hecho numerosos sectarios .
Don Fidel, ya lo dijimos , miraba como un buen
negocio el casar a Matilde con Agustin Encina.
Mas no por eso dejaba de interesarse vivamente
en el otro negocio que tenia entre manos : el
arriendo del Roble.
Dijéronle en su casa que don Simon Arenal
habia estado a buscarle, i sin dejar el sombrero ,
ni entrar en esplicaciones con doña Francisca
sobre su entrevista con don Dámaso , se dirijió
lleno de curiosidad a casa de don Simon .
Doña Francisca le vió salir con el placer que
muchas mujerés esperimentan cada vez que se
ven libres de sus maridos por algunas horas .
Hai gran número de matrimonios en que el
marido es una cruz que se lleva con paciencia ,
pero que se deja con alegría , i don Fidel era un
marido cruz en toda la extension de la pala-
bra.
Doña Francisca leia a la sazon a Valentina , de
Jorje Sand, i don Fidel , hombre de negocios ,
con toda la frialdad de tal , hacia una triste figura
comparado con el ardiente i apasionado Bene-
dicto . Por esta causa doña Francisca vió con
346

gusto salir a su cruz i volvió con vehemencia a


la lectura.
Don Fidel no se curaba de Jorje Sand mas que
de los pobres del hospicio i así fué que salió sin
ver los reflejos de romántico arrobamiento que
brillaron en los ojos de su consorte : harto mas
le importaba el negocio del Roble que estudiar
las impresiones de su mujer .
Llegó a casa de don Simon con la respiracion
ajitada i el ánimo inquieto por la duda.
Don Simon le ofreció asiento i un cigarro de
hoja , asegurándole que eran de los mejores que
salian de la cigarrería de Reyes , situada en la
plazuela de San Agustin .
Con un cigarro se entablan entre nosotros la
mayor parte de las conversaciones entre hom-
bres i puede decirse que el cigarro es uno de
los ajentes de sociabilidad mas acreditados i ac-
tivos .
Don Fidel Elías encendió el suyo i esperó, no
sin emocion , que su amigo le dijese el objeto de
la visita que habia estado a hacerle.
¿ Le dijeron que estuve en su casa ? fué la
pregunta de don Simon.
-
Sí , compadre , contestó don Fidel , i apé-
nas lo supe me vine derecho para acá .
--- Fuí a decirle que he cumplido su encargo .
- Ah, ¿ estuvo Ud . con don Pedro San Luis?
- 347 -

-- Anoche .
¿ IΙ qué dice de la hacienda?
- El hombre pone sus condiciones para hacer
un nuevo arriendo .
-¿Qué condiciones ?
- Una que es mui dificil se figure Ud .
¿ Qué es mui dura ?
- Segun como Ud . la considere .
Vamos a ver, dígalo compadre : hablando
es como se hacen los negocios .
Don Pedro me ha dicho que desea que su
hijo principie a trabajar .
- I ¿ qué hai con eso ?
-
Que para que su hijo trabaje lo piensa aso-
ciar con su sobrino .
¿ Con Rafael San Luis ?
Sí.
― Hasta ahora no veo lo que tengo que hacer
con eso.
- Que piensa dar en arriendo el Roble a su
hijo i a su sobrino , en caso que Ud . no consienta
en lo que Rafael le ha pedido .
¿ Qué le ha pedido ?
Que solicite para él la mano de Matilde.
Don Fidel no se hallaba preparado para recibir
un ataque semejante . No halló qué decir . Sus
facciones se contrajeron como las de un hombre
que se entrega a una profunda reflexion .
-- 348

- De veras que esto no me lo podia figurar,


dijo.
-- Esa es su condicion , repuso el compadre .

¿ I si yo accediese a ella ? preguntó don


Fidel, despues de una lijera pausa .
En ese caso arrendaria a Ud. El Roble i
pondria a trabajar a su hijo i a su sobrino en otra
hacienda .

¿ I a Ud . qué le parece , compadre ?


¿ A mí ? no sé éste ya se hace un asunto
de familia.
―― Así es , dijo volviendo a sus cavilaciones
don Fidel .

Ante todo , se dijo que el asunto merecia pen-


sarse detenidamente , porque la propuesta de
don Pedro no parecia desechable a primera vista .
Hemos dicho que don Fidel tenia comprometida
la mayor parte de su fortuna en la hacienda del
Roble , i esta consideracion obraba poderosamente
en su ánimo para mirar como preferible el casa-
miento de Matilde con Rafael que con Agustin .
Segun todas las probabilidades , este tendria for-
tuna , pero solo a la muerte de su padre ; i don
Fidel calculó que don Dámaso , en perfecta salud
como se hallaba, viviria largos años aun . Ade-
mas, el apoyo que su cuñado podia prestarle era
problemático i nunca tan ventajoso para sus ne-
- 349

gocios como un nuevo arriendo del Roble por


nueve años .
Ud . sabe que Rafael estuvo ahora tiempo
para casarse con Matilde , dijo al cabo de estas
consideraciones .
Así supe, respondió don Simon .
-La cosa se deshizo por mi cuñado, prosi-
guió don Fidel : Rafael no tenia nada entónces ;
pero es un buen jóven.
Don Simon aprobó con la cabeza.
Si su tio le presta su apoyo , no es un mal
partido , continuó don Fidel .
- Así parece .

Lo mejor, compadre , será no tomar sobre


esto una resolucion precipitada : tiempo tenemos
para pensarlo.
Varió entonces de conversacion i permaneció
media hora mas con el compadre, dirijiéndose
despues a su casa .
Llegó en momentos en que doña Francisca
leia el pasaje en que Benedicto se encuentra en
la alcoba de Valentina . La llegada de don Fidel
interrumpió su lectura cuando su corazon na-
daba en pleno romanticismo .
Don Fidel la refirió sus dos visitas de aquel
dia su medio compromiso con don Dámaso i la
inesperada condicion que se le imponia para el
arriendo del Roble .
TOM. I. 20
350

De aquella relacion descartó doña Francisca


la prosa referente a los negocios con que don
Fidel la habia sazonado i formuló en su imaji-
nacion la parte poética que se desprendia de la
constancia de Rafael San Luis . En el estado en
que se encontraba su ánimo por la lectura de
Valentina, bastaba esta circunstancia para de-
cidirla por la propuesta de don Pedro .
-¡Ah!
i esclamó¡ mira lo que es un verdadero
amor !

I trabajando en el campo , dijo don Fidel , el
mocito ese puede ser un partido .
¡ Eso sí que prueba un corazon bien orga-
nizado ! continuó ella con entusiasmo .
― Porque la otra hacienda de don Pedro es

un buen fundo , observó don Fidel, dispuesto a


sufrir por primera vez las románticas divaga-
ciones de su mujer, porque veia que ella era de
su opinion en aquel negocio .
-¡Oh ! estoi segura que hará feliz a Matilde .
- Con tres mil vacas , puede sacar todos los
años una buena engorda .
- Creo que no hai que vacilar , hijo , es una
felicidad para nosotros.
Así me parece es una hacienda en la que ,
por término medio se cosechan de cinco a seis
mil fanegas de trigo .
-
Rafael, ademas , es un jóven ilustrado .
- 351

- Sin contar con la lana i carbon , que dejan


una buena entrada.
- Tú lo reduces todo a dinero , esclamó impa-
ciente doña Francisca , horrorizada de la pro-
lijidad con que su marido raciocinaba sobre inte-
reses cuando se trataba de la felicidad de
Matilde .
Hija, lo demas es pura pamplina , contestó don
Fidel, impacientándose tambien del entusiasmo
romántico de su consorte , cuando uno no tiene
mucha plata i tiene familia , debe ante todo fijarse
en lo positivo . Yo digo esto porque conozco al
mundo mejor que nadie , i a mí no se me vá nin-
guna. ¿ De qué nos serviria que Rafael fuese
enamorado como un Abelardo , si no tuviese con
qué mantener a su familia?
La plata no basta para la felicidad , dijo
doña Francisca , alzando los ojos al cielo con
vaporosa espresion .
-
Que me den plata i me rio de lo demas ,
replicó don Fidel . Anda que vayan a mandar a la
plaza con amor i buen corazon i con llevarse
leyendo libros .
Bueno, pues , hablemos de otra cosa ; sobre
esto tengo mis convicciones asentadas .
--
Lo que yo tengo asentado es tu porfia , es-
clamó don Fidel , viendo que su mujer , en vez de
convertirse a su doctrina , evitaba la discusion .
352

Doña Francisca miró su libro para resignarse


con algun pensamiento poético .
- Es decir que aceptamos lo que don Pedro
propone, dijo don Fidel despues de una pausa ,
que empleó en calmar su mal humor.
― Haz lo que te parezca, contestó doña Fran-
cisca.
- Así lo entiendo, a mí no me puede dar
nadie lecciones , porque sé mui bien lo que hago :
el arriendo del Roble por otros nueve años , nos
conviene mas que lo que tu hermano podria favo-
recernos .
- Pero tendrás que hablar con Dámaso , di-
ciéndole lo que hai .
- Le diré que la constancia de Matilde me ha
vencido i ...... en fin, no se me dejará de ocurrir
algo.
Salió de la pieza i doña Francisca fué a buscar
a su hija para anunciarla la feliz noticia.
Mientras que don Fidel se ocupaba de este
modo de sus negocios , don Dámaso habia infor-
mado a su mujer i a su hija del objeto con que su
cuñado le habia visto . Para don Dámaso la opi-
nion de Leonor era de tanto peso como la de doña
Engracia, que, como madre, principió por opo-
nerse al casamiento de su hijo .
¿ I tú hijita, qué dices de ésto ? preguntó el
caballero a Leonor.
353 ---

Yo papá, contestó ella , creo que Uds . ne


deben precipitarse .
-¿No vés ? lo mismo digo yo , esclamó doña
Engracia acariciando a Diamela, accion que ella
empleaba para espresar cualquiera emocion que
la ajitara.
--
¡ Pero si dejamos soltero a este muchacho
se vá hacer un derrochador de dinero insufrible!
es lo único que ha aprendido en Europa , dijo don
Dámaso que, como capitalista i antiguo comer-
ciante, miraba las cosas bajo el punto de vista
material.
--- Tratarémos de correjirle , contestó doña
Engracia, acariciando la cabeza de Diamela.
- Eso es insignificante : somos bastante ricos
repuso Leonor , dirijiendo a su padre su altanera
mirada.
- En fin, él ha quedado de contestar mañana,
replicó don Dámaso : verémos , pues.
Don Dámaso salió a dar su paseo diario por el
comercio i la madre i la hija quedaron solas .
-
Es preciso que hables con Agustin hijita,
dijo doña Engracia , que contaba mas con el
influjo de Leonor sobre toda la familia, que con
el suyo .
- Pierda cuidado mamá , respondió la niña :
ese casamiento no se hará .
Doña Engracia abrasó a Diamela para mani-
20 .
354 -

festar su alegría i la perrita correspondió a sus


caricias moviendo la cola en todas direcciones.
A la hora de comer la familia se encontraba
reunida en la antesala. Martin , que llegaba en
ese momento , fué llamado cuando iba a subir a
su cuarto .
Agustin llegó pocos instantes despues , en cir-
cunstancias que la familia se sentaba a la mesa .
Sus ojos buscaron alguna esperanza en los de
Rivas pero este se encontraba en presencia de
Leonor i por consiguiente mui poco dispuesto a
ocuparse de otra cosa.
Doña Engracia trató de romper la monotonía
que emanaba de la preocupacion jeneral apelando
a las gracias de Diamela . Pero Diamela se hizo
en vano la muerta , mientras que su ama suponia ,
que pasaban sobre ella carruajes i caballos pun-
zándola con golpes incitativos del caso . Esta
gracia, que se enseñaba a todos los perros chi-
lenos en las casas , llamó mui poco la atencion
de Agustin , cuyo corazon fluctuaba entre los
temores i la esperanza ; i mucho menos la de
Martin que se hallaba, por el pensamiento , pros-
ternado ante su ídolo , con esa reverencia del
alma que solo infunde el primer amor.
Al salir del comedor Agustin se acercó a Rivas ,
que siempre se quedaba atras para dejar pasar a
la familia.
355

Vamos a mi cuarto , le dijo con un tono de


actor que dá una cita para revelar al protago-
nista el secreto de su nacimiento .

Agustin habia perdido su pretenciosa natura-


lidad i sus desaliñadas frases con los últimos
sufrimientos . Su espíritu estaba cubierto con los
tintes sombríos del drama romántico i por esto
empleaba aquel tono para llamar a Martin .
Este le siguió al cuarto indicado i se sentó en
la silla que Agustin le ofreció .
----¿ Cómo le ha ido? fué su primera pregunta ,

despues de cerrar la puerta con llave .


-Mui bien , contestó Rivas ; en las parroquias
que he recorrido i en la curia no existe ninguna
partida de matrimonio . ¿I Ud . ha encontrado
algo?
-Nada tampoco , contestó Agustin con ale-
gría .
-Mañana temprado tendré los certificados ,
dijo Martin.
--I yo tambien .
—¿No vé Ud . ? El matrimonio es nulo : lo que
ahora importa es que el secreto no salga de la fa-
milia.
Agustin no pudo contenerse i dió a Rivas un
fuerte abrazo diciéndole :
-Ud. es mi salvador Martin .
356

Apėnas habia pronunciado estas palabras , se


oyeron algunos golpes a la puerta .
-¿Quién es ? preguntó Agustin .
La voz de Leonor contestó a esta pregunta del
otro lado de la puerta.
¿Le abrimos? preguntó a Martin el ele-
gante .
Rivas hizo con la cabeza un signo afirmativo .
Su corazon habia latido con violencia al oir la
voz de la niña .
Agustin abrió la puerta i Leonor entró .
-Parece que están Udes . tratando de secre-
tos mui importantes cuando están tan encerra—
dos , dijo al ver a Martin, que se puso de pié i
caminó hácia la puerta como para retirarse.
-¿Por qué se vá Ud . le preguntó?
― Tal vez tiene Ud . algo que hablar con
Agustin , contestó el jóven
-Es cierto , tengo algo que hablar con él ,
pero Ud . no está de mas .
Leonor se sentó en un sofá , Agustin a su lado
i Martin en una silla algo distante .
- -Mi papá , dijo Leonor, nos lo ha contado todo
ántes de comer.
-¡Cómo, todo! esclamó Agustin .
--La visita del tio i sus intenciones .
---¿Sobre qué? preguntó Agustin .
-¿No te ha hablado mi papá de casamiento?
357

-Sí .
-¿Con Matilde?
- Sí .
-A eso vino mi tio Fidel .
-Ah , ah , eso lo sabia, dijo Agustin .
-¿Qué piensas contestar?
-Que no puedo .
-Mi papá espera lo contrario .
-Por lo que yo le contesté hoi, ya lo creo;
pero es que no podia hablar claro , dijo Agustin
mirando a Rivas .
-¡I ahora?
-Es decir , mañana será otra cosa.
-¿Por qué?
-Hermanita, en todo esto hai un secreto , que
no puedo confiarte .
-¿Un secreto?
-Lo único que puedo decirte es que me he en-
contrado en un gran peligro i estaba perdido si
no me hubiese auxiliado Martin .
Leonor miró a aquel jóven , a quien su padre
elojiaba siempre i que aparecia ahora como el
salvador de su hermano.
-Yo sabré este secreto , se dijo al ver la ar-
diente i sumisa mirada con que Martin recibió la
suya .
Siguió por algunos instantes la conversacion ,
alentando a su hermano en la negativa con que
358

debia contestar a su padre . Luego cambió insen-


siblemente de asunto i habló de música , de sus
estudios en el piano i de las piezas mas en boga,
consultando a veces la opinion de Agustin i la
de Rivas i concluyó por estas palabras :
-Esta noche les tocaré un valse nuevo que
tal vez Uds . no conocen .

Con esto quedó Martin citado para la noche ,


porque Leonor le habia mirado solo a él al decir
estas palabras .
Con esta persuasion asistió en la noche a la
tertulia de don Dámaso , en la que faltaban don
Fideli su familia que habian juzgado prudente
no presentarse aquella noche.
Pocos minutos despues de la llegada de Mar-
tin, se dirijió Leonor al piano i llamó al jóven
con la vista. Martin se acercó temblando . La di-
simulada cita que habia recibido , i la mirada con
que la niña le llamaba a su lado , bastaban para
llenarle de turbacion .

Este es el valse , le dijo Leonor , esten-


diendo sobre el atril una pieza de música.
Principió a tocarla i Martin se quedó de pié ,
para volver la hoja.
w A lo que veo , le dijo Leonor tocando los
primeros compases , Ud . ha venido a ser la pro-
videncia de la familia.
359

-¡Yo señorita ? preguntó él con admiracion ;


¿ por qué ?
-Mi padre dice que para sus negocios , Ud .
es su brazo derecho .
-
Es que se exajera los pequeños servicios
que he podido hacerle.
Ademas , sin Ud . , tal vez Matilde seria
siempre desgraciada .
-En eso he tenido un papel mui insignifi-
cante para que Ud . me atribuya méritos de que
carezco .
Es verdad que Ud . fué al principio mui re-
servado .
- No era un secreto mio , sino de mi amigo .
-
A quien supuso Ud . mui pronto que yo
amaba .
Suposicion involuntaria , señorita , de la que
pronto me desengañé .
Hai mas todavía : Agustin dice ahora que
Ud. es su salvador .
- Otra exajeracion , señorita ; he hecho muy
poco por él en razon de lo que debo a su fa-
milia.
- No creo que sea tan poco, por lo que dice

Agustin.
Nunca haré lo suficiente considerando mi
agradecimiento hácia su padre de Ud .
Agustin me ha dejado inquieta , dicién-
- 360

dome que todo el peligro en que se ha encontrado


no ha desaparecido todavía.
Yo tengo mejor esperanza que él , seño-
rita.
¿ Es un asunto tan grave que no pueda con-
fiarse ? preguntó Leonor empezando a impacien-
tarse con las evasivas respuestas de Martin .
Señorita, es un secreto que no me perte-
nece.
- Creia, replicó ella revistiéndose de su alta-
nería, que he dado a Ud. bastantes pruebas de
confianza para que pudiese corresponderla .
-Lo haria con toda mi alma si pudiese.
¡ Es decir que sobre Ud . nadie tiene influen-
cia ninguna esclamó Leonor con tono sarcás-
tico .
- Ud . la ejerce imperiosíma sobre mí seño-

rita, contestó Rivas , acompañando estas osadas
palabras con una ardiente mirada.
Leonor no se dignó mirarle , sin embargo que
sintió perfectamente el fuego de aquella mirada .
Siguió durante algunos momentos tocando el
valse sin hablar una sola palabra i dejó el piano
cuando terminó .
En lo restante de la noche no tuvo para Rivas
una sola mirada i conversó largo rato con Emilio
Mendoza, que, al retirarse , se creia el prefe-
rido .
361

Leonor, al acostarse , se confesaba vencida por


la obstinacion con que Rivas habia callado su
secreto ; pero en esa reflecsion , hecha a solas i sin
doblez ninguna, hallaba un motivo de admira-
cion por aquel carácter leal i caballeroso que
preferia arrostrar su desden a traicionar la amis-
tad . Ella tenia bastante elevacion de espíritu
para comprender la delicadeza de la reserva de
Martin i en su pecho prevalecia el aprecio a tal
reserva, sobre el deseo de esclavizar al jóven ,
deseo que antes imperaba en su voluntad i la pe-
dia su orgullo .

TOм. I. 21
362 ----

XXXIII

A las nueve de la mañana siguiente , Agustini


Martin se hallaban reunidos , despues de haber
salido una hora antes en busca de los certifi-
cados que el dia anterior habian pedido en las
parroquias mas inmediatas a la casa de doña Ber-
narda .
Con aquellos certificados , Agustin habia vuelto
a la alegría natural de su carácter , i prodigaba
a Rivas mil protestas de amistad i reconocimiento
eternos .
-Soi a Ud . por la vida entera , le decia ,
leyendo aquellos certificados : con estos papeles
voi a fudroayar a Amador . ¡ Verémos ahora
quién de los dos hace el fiero !
Yo insisto , dijo Martin , en que es preciso
imponer a su padre de lo que sucede .
- Ud. cree ? No veo la necesidad absoluta .
363

Por lo que Ud . me cuenta , repuso Martin,


Amador es capaz de ir a verse con don Dámaso ,
al oir la negativa de Ud . sobre el dinero .
- Es cierto .

I en ese caso será mui dificil esplicar el


asunto cuando don Dámaso esté bajo la impresion
que le producirá una noticia como la que Amador
le daria.

Tiene Ud . razon ; pero es el caso que yo no


me atrevo a ir a hablar con mi padre .
-
Iré yo i le instruiré de todo lo ocurrido .
Agustin manifestó a Rivas su agradecimiento
por aquel nuevo servicio , empleando su lenguaje
peculiar de frases francesas españolizadas .
Martin se dirijió al escritorio de don Dámaso ,
pues sabia que a esa hora esperaba el almuerzo
escribiendo . Entabló la conversacion sin rodeos
refirió la desgraciada aventura de Agustin
atenuando en cuanto le fué posible su conducta.
Don Dámaso le oyó con la inquietud de un padre
que vé comprometida la honra de su hijo i la
propia . El honor de las Molinas le importaba un
bledo i se pasmaba de la insolencia de esasjentes ,
que por conservar su reputacion querian casar
al hijo de un caballero . Al fin contó Rivas su en-
trevista con Agustin el dia anterior , los pasos
que habian dado i las sospechas que le asistian
- 364 -

sobre la nulidad del matrimonio . Esto último


permitió a don Dámaso respirar con libertad.
-Con estos certificados de los curas , dijo ,
recorriendo los papeles que Rivas le presentaba,
creo que no queda duda sobre el asunto .
Bendig El hermano de la niña , dijo Martin , debe
presentarse hoi nuevamente en busca del di-
nero .
-¿Cómo le parece a Ud que le recibamos ?
- Yo
creo que será mejor dar un golpe deci-
sivo antes que él se presente , contestó Rivas .
- ¿ Cómo ?
- Presentándose Ud . hoi mismo en la casa i
declarando a la madre que el matrimonio es nulo .
Por el conocimiento que tengo de Amador , se
me figura que hai algun misterio en esto : es
hombre capaz de todo .
Don Dámaso , acostumbrado a seguir en sus ne-
gocios las inspiraciones de Martin , halló acer-
tado aquel consejo .
¿ A qué hora le parece a Ud . que debo ir ?
---- Antes que venga Amador,
despues del al-
muerzo : Amador debe venir a las doce.
Convinieron entónces en el jiro que don Dá-
maso debia dar a la entrevista .
-¿No me acompaña Ud . ? dijo don Dámaso a
Martin .
-
Señor , contestó el jóven , yo debo a esa po-
365

bre familia algunas atenciones i me dispensará


Ud . de acompañarle . Fuera de Amador las demas
personas que la componen son buenas jentes :
Adelaida es una niña desgraciada .
Si esto se arregla como lo espero , dijo don
Dámaso será un nuevo servicio que le deberemos
a Ud.

Le suplicaré que Ud . no toque este asunto
con Agustin , que ha sufrido bastante en estos
dias i se encuentra bien arrepentido .
― Bueno , lo aré asi por Ud.

Un criado anunció que el almuerzo estaba en


la mesa . Don Dámaso se dirijió al comedor ha-
blando sobre otros negocios con Martin .
Durante el almuerzo buscó en vano éste los
ojos de Leonor . La niña se habia impuesto tanta
mas reserva i frialdad para con Rivas , cuanto
mayor era el interés que sentia por él. Las re-
flecsiones de la noche precedente habian sido fe-
cundas en deducciones ventajosas para Martin ;
pero Leonor, al cabo de ellas, se habia hecho por
primera vez una pregunta franca :
¿Estaré enamorada ?
Esta pregunta habia surjido como un relám-
pago, cuando tras largas reflecsiones , el sueño
habia principiado a cerrar sus lindos párpados ,
guarnecidos de hermosas pestañas . Leonor abrió
tamaños ojos al oirla con el corazon . El sueño
21 .
--- 366

huia espantado i en balde le buscó ella enter-


rando su perfumada cabeza en la almohada de
plumas en que la apoyaba . Mil ideas incoherentes
se dibujaron entónces en su espíritu . Semejantes
a la salida del sol , cuyos rayos bañan de vívida
luz algunos puntos , dejando la sombra relegada
en otros , esa idea de amor , luminosa , radiante ,
acompañada de su cortejo de reflecsiones súbitas ,
iluminó parte de su alma si así puede decirse ,
con hermosos resplandores i dejó la oscuridad i
confusion en otras . Amar le parecia un sueño
encantado i venturoso ; pero su orgullo debia
tambien elevar su voz en aquel supremo ins-
tante . Amar a un jóven pobre i desconocido , a
un jóven que hasta entónces no habia llamado la
atencion de ninguna mujer , le parecia una des-
gracia ; mas tal vez , porque sus mejillas se encen-
dieron ante el pensamiento de lo que diria la so-
ciedad al unir , en sus comentarios caseros , el
nombre de Martin Rivas al suyo . La imajinacion
de aquella niña fué durante aquel insomnio , un
espejo donde vinieron a reflejarse todas las su-
posiciones de un corazon en lucha con un pode-
roso sentimiento . La altiva desdeñadora de tan-
tos elegantes se vió enamorada de un jóven
modesto que vivia alojado en su casa i gozaba ,
por única fortuna , de una pension de veinte pe-
sos , mientras que sus amigas a quienes habia
367

considerado siempre como consideraria una reina


hermosa a las damas de su corte , se casarian
con jóvenes de riqueza i de nombre a los que da-
rian orgullosas el brazo en el paseo .
-- No pensemos mas en esta locura, fué lo

que Leonor se dijo dándose vuelta en el lecho ,


para no oir sobre su almohada los violentos lati-
dos del corazon .
I volvió a buscar el sueño , pero a buscarlo en
vano .
A la mañana siguiente , tomó Leonor la fatiga
del insomnio por la victoria de su voluntad . La
claridad del dia , que disipa las proporciones fan-
tásticas que durante la noche cobran jeneral-
mente las ideas , introdujo en su espíritu un en-
torpecimiento que ella creyó ser su habitual i
fria indiferencia . Pero al ver entrar a Martin
con su padre, el espíritu se despejó de nuevo , i
de nuevo volvió tambien la lucha entre la volun-
tad orgullosa i el corazon, con el entero vigor de
la ilusion i de la juventud .
Pero Martin ignoraba todo esto i no vió en la
indiferencia de Leonor mas que la tiranía de su
mala estrella i el constante presajio de intermi-
nable desventura.
Así pues , el almuerzo fué silencioso . Doña En-
gracia solo hablaba de cuando en cuando con la
egalona Diamela i Agustin dirijió la vista sobre
368 --

su padre para leer en su semblante la impresion


que le habia producido la revelacion de su se-
creto . Don Dámaso estaba tan preocupado con
la entrevista aconsejada por Rivas , que fué a los
ojos de su hijo impenetrable i se retiró al fin del
almuerzo sin que Agustin hubiese podido adivi-
nar si estaba o no perdonado .
Llamó don Dámaso a Martin i salieron juntos
con direccion a casa de doña Bernarda .
Aquella es la casa , dijo Rivas , señalándola .
Don Dámaso se separó de Martin i entró en la
casa que éste le habia señalado .
Doña Bernarda se encontraba cosiendo con sus
hijas en la antesala .
¿ La señora doña Bernarda Cordero ? pre-
guntó don Dámaso.
Yo señor, contestó doña Bernarda .
Don Dámaso entró en la pieza . Por su aspecto
conoció al instante doña Bernarda que era un
caballero i se levantó ofreciéndole una silla .

Señora , dijo don Dámaso . ¿ Cuál de estas


dos señoritas es la que se llama Adelaida ?
Esta, señor, respondió la madre, señalando
a la mayor de sus hijas .
Adelaida tuvo un vago presentimiento de que
aquel caballero venia allí por algun asunto con-
cerniente a su matrimonio con Agustin . La pre-
369

gunta que acababa de oir daba sobrado funda-


mento para tal sospecha .
Desearia hablar con Ud . a solas algunas
palabras , dijo don Dámaso a la madre , despues
de haber mirado atentamente a Adelaida i a
Edelmira .
Doña Bernarda mandó salir a sus hijas .
- He venido aquí señora, prosiguió don

Dámaso , porque deseo arreglar con Ud . un


asunto desagradable .
----- ¿ De qué cosa señor ? preguntó
doña Ber-
narda?

Aquí se ha cometido un abuso que puede


ser para Ud . i para su familia de graves conse-
cuencias ; respondió don Dámaso con tono so-
lemne .
-
I quién es Ud ? preguntó ella con admi-
racion por lo que oia.
- Soi el padre de Agustin Encina , señora .

¡ Ah ! esclamó palideciendo doña Ber-


narda.
- Yo quiero suponer que Ud . haya obrado
de buena fé al creer que casaba Agustin con su
hija.
--- ¡ Conque se lo han contado ya ! Qué quiere
pues señor . Su hijo andaba en malas i hubo que
casarlos .
370

Pero lo que Ud . tal vez no sabe , es que ese


casamiento es nulo .
- ¡ Cómo nulo !

Es decir que Agustin i su hija no están


casados .
¡ Qué está hablando ! casados i mui casados .
Pues yo tengo las pruebas de lo contrario .
No hai pruebas que se tengan : aguardese
un poquito .
Al decir estas palabras doña Bernarda se
acercó a la puerta del patio .
- Amador , Amador , dijo llamando .
Amador se encontraba en ese momento vistién-
dose para ir a casa de Agustin . Acudió al lla-
mado de su madre i palideció al ver a don Dáma-
so, a quien conocia de vista .

Mira hijo , esclamó la madre , mira lo que


me viene a decir este caballero .

¿ Qué cosa ? preguntó Amador con voz apa-


gada .
Dice que no es cierto que su hijo está ca-
sado con Adelaida .
Amador trató de sonreirse con desprecio , pero
la sonrisa se heló en sus labios . Se hallaba tan
distante de figurarse que iba a oir semejante
asercion que se sintió ante ella desconcertado i
vacilante . Pero imajinó que no habia salvacion
371

posible sino en la mas obstinada negativa i volvió


a esforzarse para sonreir .
No sabrá, pues , este caballero , lo que ha
sucedido, respondió con aire burlon.
Sé mui bien que se ha cometido una vio-
lencia, esclamó don Dámaso , i tengo documentos
para probar que el matrimonio a que se arrastró
a mi hijo, es completamente nulo .
-
A ver pues ¿ cuáles son las pruebas ? pre-
guntó Amador .
― Aquí están , dijo don Dámaso , mostrando
los papeles que Martin le habia entregado ; i me
serviré de ellas en caso necesario .

Amador veia que el asunto iba tomando un


sesgo peligroso , pero no se atrevia a proponer
una transaccion en presencia de su madre.
Bueno , si Ud . tiene pruebas , nosotros
tambien , contestó : veremos quién gana .
Don Dámaso reflexionó que era mejor conducir
amigablemente el negocio i prosiguió :
Las pruebas que yo tengo son incontes-
tables el casamiento es nulo a todas luces ; pero
como éste es un asunto que puede perjudicar
mi reputacion i a la de mi familia , he venido a
entenderme con esta señora para que nos arre-
glemos sin hacer ruido ni dar escándalo .

Qué escándalo pues , si están casados , dijo


372

doña Bernarda , consultando el semblante de su


1
hijo .
Amador evitó la mirada , porque se sentía co-
locado en mui mal terreno .
Convengo, dijo don Dámaso , en que mi
hijo hizo mal al venir a una cita , pero esa cita
era un lazo que se le tendia .
Sí , pues no queria que lo dejasen no mas?
esclamó doña Bernarda . I porque es rico ¿ se
figura que los pobres no tienen honor? Al todo
tambien ¡ por qué no lo dejaron que fuese el
amante de la niña ! ¡ Ave María Señor !
Calmese Ud . señora , la dijo don Dámaso ,
es preciso que Ud . mire este asunto tal como es .
- Como es lo miro ; i diei ? Están casados i
no hai mas que decir .
-Yo puedo llevar este asunto a los tribunales
i probaré allí la nulidad del casamiento ; pero en
ese caso no me contentaré con eso , porque pediré
un castigo para los que han tendido un lazo a un
jóven inesperto .
--- ¡ Sí , qué inesperto , i se vino
a meter a la
casa a las doce de la noche ! esclamó doña Ber-
narda . Qué haces tú pues , añadió mirando a su
hijo, ya se te pegó la lengua .
- Vea señor , mi madre tiene razon , dijo

Amador : Ud . no puede probar que el casamiento


C 373

es nulo, porque nosotros tenemos pruebas de lo


contrario .
¿Cuáles son esas pruebas ?
Yo sabré, i cuando llegue el caso………..
―― ¿ Existe la partida de
casamiento anotada
en alguna parroquia?
Amador se quedó callado i doña Bernarda
le preguntó .
No me dijiste que se la habian entregado
al cura?
-- Deje no mas madre, contestó él , no ha-

llando cómo salir del paso : cuando llegue el caso ,


sobrarán pruebas .
-
¿ No vé caballero ? hai pruebas i están ca-
sados i no hai mas que conformarse , esclamó
doña Bernarda .
-Lo que mi madre dice es la verdad, repuso
Amador : si Ud . no quiere que esto se sepa, lo
podemos callar hasta que a Ud . le parezca .
No lo callaré por mi parte i me presentaré
hoi mismo entablando accion criminal contra
Uds .
Entable cuanto le dé la gana : hei veremos ,
contestó doña Bernarda, consultando otra vez la
mirada de su hijo .
Por supuesto, dijo Amador , para contentar
a su madre .
Don Dámaso se levantó con impaciencia .
374 -
-- Hacen mal Uds . en obstinarse , replicó ,
porque lo perderán todo . Yo me encuentro dis-
puesto a dar lo que sea justo en calidad de indem-
nizacion, por la calaverada de mi hijo si Uds .
consienten en callarse sobre este asunto ; pero si
me obligan a esclarecerlo ante los tribunales ,
seré inflexible i el castigo recaerá sobre los cul-
pables .
Como le parezca , dijo doña Bernarda : na-
die me quitará que yo los he visto casarse ¿ no es
cierto Amador?
-- Cierto , madre, así fué .
_____
Uds . reflexionarán en esto , dijo don Dá-
maso , i si mañana no he tenido una contestacion
favorable, me presentaré al juez .
Salió sin saludar i atravesó el patio entregado
a una mortal inquietud . La confianza con que
doña Bernarda aseveraba el hecho i el testimonio
de Amador , cuyas vacilaciones no podia apreciar
don Dámaso , le arrojaban en una desesperante
perplejidad . A pesar de los certificados que tenia
en su poder, parecíale que doña Bernarda i
Amador se hallaban en posesion de alguna prueba
irrecusable , que podia hacerle peder tan impor-
tante causa . Bajo el peso de tales temores , llegó
a su casa con el rostro encendido i vacilante el
ánimo en medio de tan terrible duda .

1158
90
RETURN TO the circulation desk of any
University of California Library
or to the
NORTHERN REGIONAL LIBRARY FACILITY
Bldg . 400, Richmond Field Station
University of California
Richmond, CA 94804-4698

ALL BOOKS MAY BE RECALLED AFTER 7 DAYS


• 2- month loans may be renewed by calling
(510) 642-6753
1 -year loans may be recharged by bringing
books to NRLF
• Renewals and recharges may be made 4
days prior to due date.

DUE AS STAMPED BELOW

JAN 28 1998

12,000 ( 11/95)
No 524826

PQ8097
Blest Gana , A. B5
Martin Rivas . M3
1884
v.1

LIBRARY
UNIVERSITY OF CALIFORNIA
DAVIS

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy