Primera Parte Resumen
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Pero el ser humano consciente no tiene consciencia, sino que es ser consciente, es él mismo
consciencia diversamente despierta, sensible, vivenciante, animada, racionalmente sapiente y activa.
Al decir que la consciencia, como proceso psicológico, está siempre referida a algo, se
sobreentiende su dimensión social en el sentido amplio del ser con los seres humanos y las cosas,
del estar referido a los otros seres y los objetos. Así que es innecesaria la separación de los
constructos consciencia como acto y consciencia como contenido.
En cuanto al aspecto funcional de la consciencia, cabe distinguir, al menos, tres importantes sectores
1) La vigilancia o estado de alerta (arousal), que es premisa y condición necesaria para disponer de
2) claridad de consciencia, en tanto que por ella se pueden experimentar rimentar como tales los
objetos que se muestran en el entorno, filtrados y modulados a su vez por los procesos de percepción
y cognición, y, por último,
3)La consciencia de sí mismo, en virtud de la cual nos sabemos y conocemos a nosotros mismos
como seres vivientes y activos, además de biográficamente coherentes en un todo unitario!' Este
sector es el que se ha denominado autoconsciencia, yo, sí mismo o «mismidad». Permite la
introspección ,reconoce el propio cuerpo (que se matiza del yo) y orienta en el espacio y el tiempo,
todo ello en una solución de síntesis o integración.
De todo esto se desprenden dos situaciones básicas:
1.Una estaría caracterizada por el conocimiento de sí mismo. Así que los aspectos subjetivos,
afectivos y de sí mismo darían comoresultado la meta-cognición del consciente de que soy
consciente , siendo la intencionalidad o voluntariedad, como ya se dijo, el factor determinante.
2. Otra seria la asimilación por parte del individuo del continuo flujo perceptivo sin que se procese
toda la información conscientemente. Ësta es una situación que puede conducir tanto a la anterior
como a la inconsciencia. De hecho, hay información que es recibida y procesada en parte y que no
llega alcanzar el umbral de llegar a ser consciente : la percepción subliminal.
Y para que todo ello sea posible, es condición indispensable disponer de un substrato
neurofisiológico que proporcione un óptimo nivel de vigilancia o alerta, lo cual se sustenta en la
interrelación de la formación reticular (SRAA), el tálamo (al que se ha considerado el órgano de la
atención), el hipotálamo, la cir cunvolución temporal superior y el córtex pre-frontal medial.
Recordemos que el sistema reticular está situado a lo largo del tronco cerebral y se prolonga
anatomofuncionalmente en ciertos nú- cleos talámicos y los núcleos dorsomediales del hipotálamo.
Las numerosas aferencias de este sistema se proyectan de forma difusa sobre el córtex y son
responsables del despertar y del mantenimiento del estado de vigilia.
Por fin, los factores humorales-endocrinos (como la adrenalina), de la neurotransmisión
(principalmente colinérgica), vegetativos (simpáticos y parasimpáticos),
vasculares (riego sanguíneo) y sensoriales (afluencia de estímulos) completan dicha actividad para
que exista un funcionamiento eficaz de la consciencia ¿ nivel neurofisiológico.
La explicación fisiológica se centra en la integración del funcionamiento de áreas cerebrales
distintas que ocasionan estados biológicos complejos. Se fundamenta en fenóir^ nos diferentes hoy
en estudio: la sincronía de oscilaciones de la corteza cerebral tras dispa-i rarse las neuronas
40 veces por segundo (laj llamada oscilación gamma o de 40 hz); la ÜH tervención en un nivel
físico-cuántico en los; microtúbulos de las neuronas y/o en una te darwinista por la que la evolución
permitió un cerebro que representa al organismo y sus in-teracciones con su consecuente ventaja
adaptativa2.
Existen íntimas relaciones con la regulación central de la respiración (y quizá por ello se bostece
más en momentos de hipovigilancia), con los movimientos oculares (vigilancia in- tensa: rápidos
movimientos de la mirada; somnolencia: lentificación de los movimientos oculares, cierre de los
párpados) y con la mo-tórica en general (buen tono muscular y dis- posición a movimientos en
estado de vigilia; tono relajado y pobreza motora en estado de somnolencia).
r Pero el estado de vigilancia o alerta no es uniforme, sino que constituye un proceso cambiante y
variable que experimenta continuas oscilaciones durante las 24 horas del día'. Dichas oscilaciones
permiten distinguir diversos grados o niveles de consciencia veasé el cuadro 2.1) que:
1. Se reflejan en la actividad eléctrica cerebral.
2. Pueden medirse objetivamente mediante el electroencefalograma (EEG).
3. Son regulados por el propio organismo en cuanto autorregulación del ritmo nic-tameral
(sueño-vigilia) y de la actividad básica del individuo.
4. Dependen del modo de encontrarse de la persona en cada momento, es decir, de la salud o
del estado de ánimo, por ejemplo.
Así, el miedo, la alegría, el dolor o el ruido, por ejemplo, activan y mantienen a la persona vigilante.
La monotonía causada por la escasez de estímulos o el aburrimiento disminuyen la alerta y
adormecen. El grado o nivel de vigilia se averigua a partir de la autoobservación o mediante la
exploración clínica, con interroga- torio y observación de la conducta.del individuo. Una persona
despierta se dirige activamente hacia otra o hacia un objeto mediante la vista, el oído, el
pensamiento, el habla, etc., y en todo momento está dispuesta a la acción. A partir del estado de
vigilia, se llega al sueño por diversos grados de somnolencia: separación o desprendimiento
del entorno, ojos cerrados, apagamiento de la atención, disminución de la disposición a reaccionar,
modificaciones del ritmo respiratorio, etc. Pero el durmiente es despertable mediante estímulos
sensoriales, lo cual es importante por lo que se refiere a la diferenciación con los trastornos de la
consciencia.
La claridad o lucidez de consciencia está vinculada al grado de vigilancia. Sólo una persona
completamente despierta dispone de capacidad claramente perceptiva, intelectual o memorística.
La claridad supondría, al igual que con los grados o niveles de vigilancia, un continuo desde
sensaciones no reflexivas hasta la percepción consciente, la comprensión de lo percibido y el
reconocimiento reflexivo. Aquí ya se trata de comprender y reconocer la información una vez
procesada, que puede comunicarse mediante el lenguaje, y de actuar intencionalmente hacia una
meta.
A todo ello contribuye, con la ayuda de la memoria, la experiencia vital acumulada y disponible de
lo aprendido. Por último, la claridad o lucidez permite el reconocimiento pleno del objeto mediante
la consciencia objetiva, que nos informa de si, por ejemplo, estamos ante algo con calidad de objeto
y si lo experimentado es sospechado, representado (imaginado) o efectivamente dado ante nosotros.
Pero lo que llamamos consciencia no es sólo un proceso que se limita a seguir un ritmo de
activación-inhibición según el patrón establecido por el SRAA y por otras estructuras funcionales
del sistema nervioso. La consciencia también supone un conocimiento o saber respecto de uno
mismo.
* El siguiente nivel, para algunos, sería el coma, que apenas se diferencia del anterior salvo en que, según el
grado, las reípuestas motoras son muy débiles o inexistentes y el trazado EEG tiende a ser isoeléctrico.
la consciencia en cuanto vigilancia o alerta (junto con la propiedad de claridad o lucidez) que
depende de la función de la atención como activación o preparación para la acción. El correlato
fisiológico de la atención procede del sistema noradrenérgico (dirigido a y por situaciones que
suponen tensión o estrés), serotoninérgico (ritmos vegetativos como sueño, apetito, temperatura,
etc.) y del llamado sistema atencional anterior (fundamentalmente áreas cerebrales frontales). La
consciencia implica una filtración o asimilación de la información que procede de la capacidad de la
atención selectiva (se experimenta como consciente o no). La base fisiológica procede del sistema
atencional posterior (sobre todo regiones parietales posteriores y tálamo). Finalmente, la
concentración o fijación de la atención permite ser consciente, centrarse en los estímulos y la
introspección (igualmente dependería del sistema atencional anterior).
, La orientación es, como la atención, una función de la consciencia, por lo que estudiarla por
separado resulta artificial. Consiste es un saber, con certeza, acerca del vivenciar de tiempo, del
espacio y de la propia persona,es decir, de una capacidad para precisar los datos sobre nuestra
situación real en el ambiente y sobre nosotros mismos. La orientación respecto al tiempo y al
espacio se llama orienti ción alopsíquica, y la orientación respecto a uno mismo se denomina
orientación autopsiquica.
Mediante la orientación en el tiempo sabemos acerca de la fecha, el momento del día. mes, el año y
la estación en que vivimos, si do éste, en general, un conocimiento más 1 y fácilmente alterable que
la orientación respecto al espacio, que consiste en un saber acerca del lugar geográfico en que se
vive.
La orientación espacial es relativamente estable, por lo que se refiere a sitios conocidos y habituales,
como la propia casa, el barrio o la ciudad. Cuando se trata de ambientes nuevos, ES mucho más lábil
y supone un proceso de adquisición de nuevos conocimientos.
La orientación respecto a la propia persona supone un saber acerca de quién y qué es uno
mismo:'fecha de nacimiento,*lugar, origen, nombre, actividad, papel que se desempeña en cuanto a
la edad y el contexto social, así como una visión de conjunto acerca de lo actual y de l o pasado
correspondiente a uno mismo. Esta orientación personal es, en un sentido amplio, un hacerse
presente a uno mismo y, como tal, se halla conectada con otras funciones, como la inteligencia y la
memoria, pero sobre todo está directamente vinculada, como inmediatamente veremos, con la
consciencia de sí mismo.
Las premisas para el buen funcionamiento de la consciencia, de la atención y de la orientación son:
un funcionalismo cerebral y un sistema sensorial intactos, un buen nivel de vigilancia y de claridad
de consciencia, un sensorio i o sensopercepción) adecuado, buena capacidad intelectual y
memorística y, por supuesto, sentido del tiempo.
De la notable importancia de todas estas funciones para una perfecta adaptación a la realidad
circundante, es representativo el hecho de que todo informe clínico tras la exploración de un
paciente se inicie con las siguientes palabras: el paciente está consciente, atento y orientado... o
justamente lo contrario, lo cual es ya un signo revelador de que algo no funciona bien.
En los siguientes apartados revisaremos los correlatos patológicos de estos niveles y sectores
funcionales de la consciencia, de la atención y de la orientación.
1. Elegir un contenido psíquico de nado entre varios y elevarlo al pri plano de la consciencia.
2. Conservar dicho contenido fre: lie tímulos perturbadores que prov.: tanto del exterior como de la
propia actividad mental.
3. Modelar el contenido selección hasta cierto punto de acuerdo co dictado por la propia voluntad. :
cindir de él o cambiarlo también voluntariamente.
•» Los trastornos del arousal (o del nivel de alerta o sensorio) se manifiestan según cuatro variantes:
hipervigilancia, obnubilación, estupor y coma.
La clave de la hipervigilancia ,como estado anormal de consciencia, es el desorden de su actividad
caracterizado por el exceso del nivel de alerta secundario a la hiperactivación de los sistemas
neurofisiológicos que modulan la vigilia y la atención.
Durante dicho estado, la sensación subjetiva es de claridad mental, de una captación más despierta y
rica de las impresiones ambientales, acompañada de una mayor actividad rememorativa con típicas
distorsiones de la vivencia del tiempo. La percepción es más viva, con una repercusión emocional
más intensa, y al individuo le parece estar viviendo una experiencia lúcida sobre cosas distintas de
las habituales y cotidianas. Todo ello se acompaña de hiperac-tividad motora y verbal
Es bien conocido el engañoso efecto de ciertas sustancias estimulantes sobre el organismo, como las
anfetaminas (en general noradrenér-gicos y simpaticomiméticos-alucinógenos), ya que no
incrementan el grado de lucidez de la consciencia, sino que aceleran la actividad psíquica y elevan la
resistencia contra la fatiga y el sueño. La sensación de poder, de fuerza in- terior, de resistencia al
cansancio, es compartida por la gran mayoría. Al contar cómo se tienten, dicen: «estoy
maravillosamente», «me -iento animado como nunca», «puedo aguantar lo que me echen», «estoy
flipando» o «menudo colocón».
Dicho así, parece algo extraordinario, y cualquiera desearía pasar por la experiencia.
Pero recordemos lo dicho más arriba: la clave es la sensación subjetiva de poder, de energía y de
claridad de consciencia, porque, de hecho, la realidad es otra.
Si volvemos al cuadro 2.1, en el que se exponían los distintos grados de consciencia, su correlato
conductual y su expresión bioeléctri-ca en el EEG, podemos percatarnos de que, paradójicamente, el
individuo no tiene por qué rendir mejor, ni atender mejor, ni adaptarse mejor al entorno.
Al contrario, rápidamente se observa, tras unos momentos iniciales de exaltación, cómo se
reducen la capacidad de concentración, del pensamiento, del juicio y de la reflexión crítica.
Entonces aparecen emociones y estados afectivos desagradables, como ansiedad intensa, y algunos
pacientes pueden entrar en estado de shock bloqueándose totalmente.
Los estados de hipervigilancia también se producen muy frecuentemente tras la ingesta de sustancias
'alucinógenas, como el LSD, la mescalina y algunas de las nuevas sustancias de diseño, o de alcohol,
al menos durante los primeros momentos de su ingesta, en los que se puede experimentar una
hipervigilancia transitoria.
Pero no sólo se observa este trastorno por la ingestión de un tóxico, sino que también aparece en el
curso de algunos trastornos mentales graves, como en las fases de manía de los tras-tornos bipolares
(clásicamente conocidos como psicosis maníaco-depresiva) o en los períodos iniciales de
algunas esquizofrenias.
En este punto es preciso aclarar dos cuestiones importantes. La primera se refiere al error de
identificar el término «hipervigilancia» como sinónimo de estado hipervigilia o de elevación de la
claridad de consciencia, ya que mientras el primero se refiere propiamente a un estado anormal de la
consciencia, el segundo define un estado normal, es decir, el estado de vigilia lúcido por excelencia
de un individuo sano que está bien descansado, que no ha ingerido ningún estupefaciente y que no
padece ningún problema físico o mental. La segunda, a la existencia de una serie de aspectos
clínicos difíciles de explicar cuando se habla del tema del arousal (en relación con la actividad de la
vigilancia, en general, y de la hipervigilancia en particular) y que también se presentan en forma de
paradoja.
En principio, se concibe el arousal como un concepto unitario. Pero las observaciones empíricas de
diferentes pacientes con trastornos a su vez distintos ponen en tela de juicio este concepto. Así,
mientras que los enfermos afectados de un cuadro de estupor catatónico, en los que se aprecia una
disminución notable del nivel de vigilancia, mejoran si se les administra un depresor del sistema
nervioso central como es el amital sódico, los niños diagnosticados como hiperactivos (con
hiperactividad motriz, problemas graves de atención e impulsividad) mejoran al administrarles un
derivado anfeta-mínico.
Aparentemente, la explicación para resolver la paradoja podría basarse en la existencia no de uno
sino de dos sistemas de arousal: uno de ellos activo y responsable del nivel de vigilancia general y
otro pasivo que tendría unas especiales características de especificidad e idiosincrasia.
El término «delirio» {delirare, «salirse del surco» o de la realidad, es decir, desvariar) tiene dos aplicaciones: una
con la conciencia alterada como función nuclear, lo que acaece en cuadros con patología cerebral y que se
denomina delírium. Una segunda en que la función central comprometida es el pensamiento (y/o la percepción)
Los síntomas de los estados crepusculares son muy variados, dependiendo dicha variedad del grado
de afectación de la consciencia. De hecho, pueden distinguirse hasta cuatro grados de
estrechamiento de la consciencia. En los dos primeros, subsiste una organización de la consciencia
normal, acompañada de una foca-lización mental hacia un determinado tema o vivencia
(perseveración) que suele resultar in- comprensible para los demás, pero a veces se añade un déficit
de la relación con la realidad, presentando el paciente una falta de lógica en su pensamiento y de
olvidos con cierta impulsividad y automatización de la conducta.
En algunos casos, dicha impulsividad llega a permitir la realización de desplazamientos fuera de su
casa (conocidos como fugas, po- riomania, dromomanía o dromofilia) que a veces pueden durar
horas o días, mostrando una conducta aparentemente adaptada, pero sin re- cordar
posteriormente nada de lo que hizo, ya que la amnesia está siempre presente. En el caso de la fuga
del estado crepuscular ictal (epiléptico), se trata de un acto en cortocircuito con una menor
organización de la conducta (en casos extremos con huida violenta o raptus).
En el tercer grado, se pierde ya la orientación temporo-espacial y se observa una pérdida del
ordenamiento de las ideas, adoptando una extrema intensidad en el cuarto grado, en el que el
paciente llega a la incoherencia de pensamiento y de conducta, presentando gran excitación
psicomotora.
Una vivencia muy cargada de afectividad, por ejemplo un shock emocional, puede desencadenar un
estado crepuscular, observándose ciertas transiciones entre dichos estados reactivos y los que se
presentan en pacientes con trastornos disociativos, que es el concepto que ha venido a sustituir
oficialmente al de neurosis histérica y que figura en las más recientes ediciones del DSM (Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales y del com- portamiento). Pero la mayor parte de
los estados crepusculares son de tipo epiléptico, aunque también se presentan en alcohólicos.
Los estados relacionados con la epilepsia pueden adoptar cuatro tipos clínicos:
1. El de petit mal, propio de las crisis de ausencia, con trazado electroencefa-lográfico característico
de descarga ge- neralizada, bilateral y sincrónica de complejos típicos a 3 ciclos por segundo (3 c. p.
s.).
2. El psicótico en el que se pueden manifestar ideas delirantes y alucinaciones.
3. El confusional en el que se observa notable desorden de la actividad mental y desorientación.
4. El posparoxistico que consiste en un estado de obnubilación con impulsividad, conducta agresiva
y desordenada.
Los estados crepusculares que se presentan en pacientes con trastornos de disociación de
consciencia se relacionan con fenómenos que estudiaremos más adelante, como la amnesia c
disociativa o la pseudodemencia, y pueden clasificarse en dos grandes grupos:
*1. El de los estados crepusculares que reproducen el trauma psíquico o que incluso llegan a formar
parte de un trastorno tan complejo como es el de la personalidad múltiple (hoy denominado
trastorno de identidad disociativo i
» 2. El de los estados crepusculares psicógenos, que se asemejan mucho a lo* epilépticos, hasta el
punto de hacerse necesario un diagnóstico diferencial para el que, además de tener en cuenta los
rasgos histriónicos de la conducta del paciente con disociación de la consciencia y los rasgos de
perseveración y viscosidad de la conducta de los epilépticos (automatismos orales,
estereotipias motoras, actos en cortocircuito), se hace necesario practicar un estudio
electroencefalográfico.
* Por último, ciertas embriagueces alcohólicas se traducen en estados crepusculares que aparecen,
sobre todo, en enfermos cerebrales en los que una pequeña dosis de alcohol basta para desencadenar
una conducta muy violenta, desordenada y desorientada. A veces, en el transcurso de estos estados,
se pueden cometer actos con resultado de lesiones graves para otras personas e incluso intentos de
bomicidio.
2.3. TRASTORNOS DE LA CONSCIENCIA MISMO: PSICOPATOLOGÍA DEL YO
Estas alteraciones suponen un modo de vivenciar el propio yo (tanto en el plano psicológico como
en el corporal) en transformación, es decir, un yo distinto del que conocemos, sufriendo
perturbaciones más o menos importantes en los rasgos funcionales del yo: unidad, identidad,
actividad y vida, a pesar de que percibamos evidentes cambios en nuestro modo de ser, de pensar, en
nuestro propio del cuerpo. Pero estos cambios tienen que ver con nuestra propia biografía, con
nuestras circunstancias vitales y con el desarrollo biológico: crecimiento, cambios de edad y/o
situación con sus posibles crisis, etc.
Por otra parte, no debe olvidarse que el autoconcepto varia mucho dependiendo de si es compartido
o no por otras personas, o hasta qué punto resulta inadecuado o deformado. En este sentido, el
sentimiento de autoestima va íntimamente ligado a la propia identidad y a la imagen de sí mismo,
oscilando entre el sentimiento exagerado de autoestima con arreglo al juicio de los demás y los
sentimientos de inferioridad. Ambos pueden extenderse a toda la existencia, pero en ocasiones
pueden estar presentes en el sector de los rendimientos intelectuales o en la toma de posición con
respecto al propio cuerpo.
La consciencia del yo puede verse alterada bajo ciertas condiciones, presentando entonces una
amplia variedad de trastornos cuya descripción desborda los límites de este libro. Sin embargo,
pueden mencionarse los más significativos y que se observan con más frecuencia en la clínica,
recordando una vez más que, aunque los presentemos independientemente unos de otros por razones
didácticas, en realidad se remiten frecuentemente entre sí y suelen establecerse formas de transición
y de asociación entre ellos.
Estos trastornos del plano psicológico del yo se pueden clasificar como:'trastornos de la identidad
del yo y trastornos del gobierno del yo.pueden adoptar, al menos, tres formas de presentación:
1 .Yo y transtornos del gobierno YO sobre quién es, sobre sus cualidades y sobre su propia
historia. Esto es lo mismo que decir que está desorientado respecto a sí mismo o que manifiesta una
desorientación autopsíquica
2. Que una persona no se sienta siempre idéntica a sí misma.
3. Que una persona sienta la pérdida de la unidad de su propio yo, es decir, que tenga la sensación de
que existen varias entidades distintas.en ella misma
En principio, la peor de las circunstancias posibles sería la primera, esto es, que el paciente no
supiera quién es cuando se le pregunta
¿cómo se llama usted? Pero lo más frecuente es que el trastorno sea leve y, por tanto, transitorio.
Así, al recuperar la consciencia después de sufrir un traumatismo, por ejemplo, se produce una breve
inseguridad respecto a uno mismo que se corrige rápidamente, al igual que a veces sucede cuando
despertamos de un sueño profundo.
Esta desorientación autopsíquica se presenta en la clínica bajo distintos aspectos según el tipo de
paciente afectado. Así, existe una desorientación apática, que supone una falta de interés por uño
mismo y que suele observarse en pacientes depresivos graves o en esquizofrénicos residuales con
carencia de habilidades sociales. La desorientación amnésica se observa en situaciones de pérdida de
memoria, y se asocia con procesos de arterieesclerosis cerebral o procesos avanzados de demencia
(deterioro cortical), trastornos del arousal (obnubilación), traumatismos craneales y como
consecuencia de la aplicación inadecuada o frecuente de tratamientos electroconvulsivos (ETC)
Aunque la desorientación autopsíquica se estudia tradicionalmente en los textos de psicopatologia en un capítulo
o sección independiente del de los trastornos del yo, me he permitido la licencia de presentarlos aquí con
juntamente a causa de su similitud, ya que una lectura atenta de ambas entidades revela que describen, en
muchos aspectos, el mismo fenómeno
¿Se ha sentido usted últimamente como si no fuera una persona real, como si no formara parte del mundo? ¿Ha
sentido usted últimamente como si hubiera cambiado de algún modo, como si no fuera el mismo de antes?
» B) Los trastornos del gobierno o del control del yo se refieren a la sensación de no poder dirigir
libremente nuestros deseos, pen- samientos y actos e implican una amplia serie de fenómenos que,
en ocasiones, constituyen estados patológicos muy complejos, ya que se ven comprometidas la
actividad y la delimitación del yo respecto al mundo externo.
El déficit de la actividad del yo es uno de los síntomas nucleares de la esquizofrenia,
experimentando el paciente la imposición de vivencias y sentimientos ajenos. Las vivencias de
influencia sobre el pensamiento, los sentimientos y la voluntad, sobre las cuales volveremos más
adelante en sus correspondientes capítulos, comparten la cualidad de ser impuestas a las propias y de
no poder ser controladas. Algunos pacientes expresan esta experiencia cuando dicen, por ejemplo:
«mis ideas vuelan de mi mente», «me roban los pensamientos y por eso no puedo pensar», etc.
A esta serie de fenómenos corresponden también las vivencias de que experimentan
algunos pacientes con trastornos disociativos de la consciencia o histeria disociativa, ya que en la
posesión el individuo se siente absorbido y dominado por una energía «psíquica» irresistible que
suele provenir de entidades sobrenaturales, como personas falleci- das, o que tienen un poder
mágico. No creemos que debamos extendernos en la explicación de estos fenómenos; baste decir
que la sugestio-nabilidad del interesado es una de las principales claves, si no la más importante,
para entenderlos.
Finalmente, la capacidad de delimitación entre el yo y el mundo desaparece en algunos trastornos
mentales graves, especialmente en las esquizofrenias y en los trastornos orgánico-cerebrales
secundarios a intoxicaciones. En estos casos, puede observarse tanto la fusión del yo con los objetos
—por ejemplo, cuando alguien está escribiendo algo en un papel y un esquizofrénico que está cerca
dice: «no escribas más en mi piel», cuando un paciente está con- vencido de saber lo que piensan los
demás sin necesidad de que estén presentes o cuando alguien dice que «está fundido con el cosmos»
bajo los efectos de un alucinógeno— como la retirada del yo respecto a los objetos, como sucede en
el autismo, que es una experiencia de pérdida de contacto vital con la realidad, especialmente con
las demás personas.
2.4.
Los trastornos de la atención pueden ser causados por condiciones anormales y disfunciones en tres
áreas de la conducta del individuo: la
consciencia, la afectividad y la psicomotricidad. estando o no mediadas dichas disfunciones por un
daño o afectación cerebral.
Así pues, la obnubilación, el delirium o cualesquiera otras alteraciones de la consciencia. ansiedad o
depresión como estados alterados de la afectividad, y los estados de inquietud psicomotriz, entre
otros, originan graves dificultades para mantener fijada la atención vo- luntariamente en un objeto o
situación, comprometiendo en grado variable, según la gravedad de la patología, el rendimiento
correcto de la atención.
Tradicionalmente, los trastornos de la atención se han dividido, según su expresión clínica,en
hipoprosexia, aprosexia, pseudoapro-sexia hiperprosexia.
.
sisten, respectivamente, en los grados ligew* intenso del déficit de la atención. El individuo es
incapaz de enfocar, fijar y mantener conce-trada la atención hacia un objeto; se presenta, por
ejemplo, en pacientes ansiosos, depresivos niños hiperactivos y en casi todos los déficit de la
consciencia. En estos casos, los paciente> muestran una atención lábil, inconstante, ur._ condición
que supone un sentimiento de Ja: ■ gabilidad del proceso atencional y una expresión de apatía.
Además, la hipoprosexia supone una apariencia de perplejidad en el paciente, sobre todo cuando
existe un enturbiamiento grave de la consciencia.
Una forma de hipoprosexia o aprosexia (dependiendo de la gravedad de la lesión cerebral focal)
puede observarse en el síndrome de ne- gligencia. Su consecuencia es una inatención hacia la
percepción de objetos y autopercepcióm que se refleja en el espacio contralateral a la localización de
la lesión (negligencia contra-lateral o hemiespacial). De este modo, el paciente caracterizado por una
lesión parietal
© Ediciones Pirana»
posterior del hemisferio derecho (no dominante) no puede integrar la información que recibe del
dibujo de un reloj, por ejemplo, literalmente desatiende la mitad del estímulo y reproduce la mitad
derecha de éste. Un paciente con una lesión focal en la corteza parietal inferior del hemisferio no
dominante no atiende a su hemicuerpo izquierdo (hemianosogno-sia) y,
consecuentemente, no lo reconoce ni lo puede reproducir en un dibujo e incluso se muestra
indiferente a dicha parte del cuerpo (anosodiaforia).
Otra forma de hipoprosexia o aprosexia se observa en el trastorno por déficit de atención (que puede
verse acompañado o no de hiperac-tividad), una forma de inatención (y puede que junto con
impulsividad e hipercinesia) en la que habitualmente un menor de 7 años carece de la capacidad
para dar continuidad a la atención (atención sostenida), para concentrarse mínimamente en las
tareas, para culminar lo iniciado o para mantenerse en una actividad12.
B)
dis-traibilidad, un déficit aparente de la atención, ya que, en realidad, el paciente puede ser capaz de
fijar su atención pero sólo en determinados objetos de su interés. Así que el individuo con
pseudoaprosexia
muestra una aparente ausencia de relación con el medio externo, pero conservando y manteniendo la
atención respecto a dicho medio, especialmente a las reacciones de las otras personas. Este trastorno
también es característico de pacientes con problemas disociativos, así como de los simuladores y de
los hipocondríacos, es decir, de aquellos que presentan una especial preocupación y estado de alerta
respecto al funcionamiento del propio organismo e incluso la convicción de padecer una enfermedad
en contra de la opinión objetiva y la evidencia negativa de las exploraciones realizadas.
Aunque pueda ser discutible, tanto la hipoprosexia como la pseudoaprosexia pueden entenderse
también como inatención, ya que los pacientes, tanto si padecen un trastorno orgánico como
psicológico, presentan una escasa capacidad para movilizar la atención o cambiar el foco de la
atención frente a estímulos externos, es decir, que se trata de una especie de inercia de la atención o
restricción selectiva bien por falta de motivación, apatía o fatiga, bien por estar el paciente muy
concentrado y ensimismado en sus contenidos mentales, sean éstos cavilaciones depresivas,
obsesiones, delirios o alucinaciones13.
Los pacientes con problemas para controlar su atención suelen responder afirmativamente a las
siguientes preguntas durante la exploración psicopatológica
¿Ha tenido problemas últimamente para fijar su atención? ¿Le cuesta trabajo concentrarse en lo que
hace?
¿Se desconcentra con facilidad y no puede seguir el hilo cuando lee un libro o un periódico, mira la
televisión o mantiene una conversación?
12 Brown, T. E. (2006). Trastorno por déficit de atención. Una mente desenfocada en niños y
adultos. Barcelona: Masson.
© Ediciones Pirámide
C) La
es una
2.5. TRASTORNOS
DE LA ORIENTACIÓN EN EL
ESPACIO
La desorientación alopsíquica supone, como ya se dijo, dificultades para precisar los datos respecto
a nuestra situación en el tiempo y el espacio. La exploración de la orientación del individuo en
dichas dimensiones tiene mucho interés psicopatológico, ya que si se observa algún trastorno en sus
modos de experiencia quiere decir que existen problemas en la memoria, en la atención y/o en el
pensamiento.
Como en otros muchos fenómenos psico-patológicos, las causas de la desorientación en el tiempo y
el espacio pueden ser orgánicas o funcionales, pero desde un punto de vista clínico parecen
predominar las formas de presentación secundarias a causas orgánico-cerebra-les, como las que
acompañan a los síndromes amnésicos,
obnubilaciones y al delírium. Les fermos desorientados con trastornos cerebc suelen mostrarse
confusos y con problemas; evocar recuerdos recientes, presentando t>: común algún grado de
demencia, mientras los pacientes funcionales (frecuénteme::: cóticos) se muestran tanto
inquietos o r tados, con notable actividad delirante. . inhibidos y perplejos. Aunque algunos pactes
puedan evidenciar errores de oriental sólo en la dimensión temporal o sólo en
\i mensión espacial, es muy frecuente c: ¡ la combinación de errores implicando a ar
simultáneamente.
A)
r.
causar la pérdida de la noción de la fecha c día de la semana, situación frecuente en cientes que están
mucho tiempo hospitaliza Pero en este caso no existe una causa ceret smo que'mTmyeri otros
'tactores más c tuales o psicosociales, como el aburrí la falta de estímulos, el estado de ánimo De
hecho, clásicamente se ha distin entre el tiempo cronológico (que es el ti físico medido) y el tiempo
vivido (que experiencia de cada uno acerca del pas tiempo). Dado que esta sensación es sub> el paso
del tiempo se vive de manera di según ciertas contingencias. La percepci< pida del paso del tiempo
se relaciona ce tados normales de la consciencia y del h: como sucede, por ejemplo, cuando el indi
está alegre y distraído, pero también con nos trastornos mentales, como sucede e pacientes
maníacos, que viven el tiempt fugacidad. La percepción lenta del tiem relaciona con estados de
aburrimiento, también con los estados ansiosos y, sobre depresivos, ya que la sensación de esto
cientes respecto al paso del tiempo es de
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puede dar a situaciones psicopatológicas muy di-:rsas. Una situación muy frecuente en estos LSOS
es la de los pacientes que, dependiendo í la hora en que viven, se orientan respecto al gar con más o
menos dificultad. Así, un en-rmo aún puede saber, durante el día, que se tcuentra en un hospital y
demuestra su sufri-iento, pero no sabe dónde se encuentra el •spital ni cuál es; por la noche, sin
embargo, Be estar en su casa y busca desesperadamen-cosas personales que no encuentra.
En otros casos el paciente que está ingresa-i en un hospital cree estar en su casa e iden-ica al
personal con familiares. Pero también cede lo contrario, es decir, que el enfermo tá en su casa pero
cree que está en un hospi-
y confunde a sus familiares con personal íitario.
En todas estas situaciones, por mucho que hable de una causa física que afecta al cere-). un ictus por
ejemplo, no dejan de manifes-se los aspectos psicológicos de los enfermos, decir, su personalidad y
el modo en que ella dula las circunstancias. Por ejemplo, un en-mo ya muy mayor aquejado de un
infarto ebral, que durante toda su vida había sido y presumido, muy mujeriego y era célebre por sus
fantasías de grandeza, fue atendido de urgencias en su propio domicilio y, dado que la familia
prefirió no ingresarlo, siguió allí el tratamiento. Naturalmente, estaba desorientado, y cada vez que
su hija entraba en su habitación, él le decía con cara de complicidad: «Ya le costará un riñon esta
clínica a mis hijos, ¿eh? Porque no hay más que ver el artesonado del techo y la calidad de las
maderas del suelo... y ese candelabro, ¡qué barbaridad! Debe de ser carísimo». Cuando su hija, a la
que él tomaba por enfermera, se disponía a salir de la habitación, él le dedicaba un guiño o una
sonrisa picara y le decía: «¿Ya te vas? Anda, quédate un ratito y siéntate aquí cerquita, que estoy
muy solo».
Ni que decir tiene que la habitación seguía pintada de blanco desde hacía treinta años, y que de
artesonados, maderas nobles y candelabros, nada de nada, sino que se trataba de errores perceptivos.
En cuanto a las proposi- ciones eróticas, la familia ya estaba acostumbrada.
Por último, y al igual que hicimos con la dimensión del tiempo, debemos dedicar algunos
comentarios a la vivencia subjetiva del espacio y a los modos patológicos de experiencia que puede
originar. La exploración fenomenológi-ca de la cuestión muestra que las personas pueden
experimentar el espacio bajo cuatro formas distintas o, más exactamente, dimensiones de un mismo
elemento, que podrían denominarse del siguiente
El primero se refiere al sector del espacio que nos pertenece como si fuera nuestro propio yo
psicológico y corporal, es decir, el espacio más íntimo que está incorporado al yo y cuya violación
por los demás nos puede causar ansiedad.
Claro que las dimensiones de este espacio varían mucho con arreglo a factores personales
mes Pirámide
y culturales. Hablando en términos generales, las personas que pertenecen a culturas mediterráneas y
latinas tienden a ampliar este espacio personal, de manera que su
«violación» por otras personas no sólo no molesta sino que es bien aceptada e incluso promovida.
Por el contrario, las personas que viven en culturas más anglosajonas tienden a limitar el espacio
personal y pueden sentir mucha incomodidad y ansiedad cuando los demás se aproximan de-
masiado a sus fronteras. No hay más que ver las diferencias de expresión en la relación social de
tipos culturales diferentes para captar esta observación: mientras que los anglosajones tienden a un
trato social más distante y formal, los latinos prefieren el trato efusivo y no dudan en buscar el
estrecho contacto físico con los demás.
En el terreno psicopatológico, este espacio personal tiende a expandirse en los pacientes maníacos e
hipomaníacos y en los paranoides expansivos, mientras que en los ansiosos, de- presivos y
paranoides sensitivos tiende a estrecharse.
El espacio activo se refiere a la sensación de resistencia que la realidad exterior opone a la acción
del individuo. Las personalidades an- tisociales (psicópatas) con fuertes rasgos violentos, los
pacientes maníacos y los paranoides suelen vivir esta experiencia con gran intensidad, percibiendo
el mundo como un elemento claramente hostil del que tienen que defenderse. Los depresivos, sin
embargo, lo experimentan más bien como una pesada carga, como una opresión, más que con
hostilidad.
El espacio vital se corresponde con el sector del mundo en el que uno ejerce su vida y se asienta en
los elementos afectivos (humor y emociones) de la personalidad. En los pacientes ansiosos, esta
dimensión del espacio vivido se experimenta como algo inseguro, que llega a ser caótico si aparecen
las crisis de vértigo propias
de los ataques de pánico con agorafo- bia; en los psicóticos con vivencias de desrealización, se vive
como algo extraño, y, por fin, en los maníacos se vive como algo en lo que hay que participar.
El espacio social constituye el mundo compartido con los demás. Pero algunos pacientes
experimentan este espacio no como un lugar de encuentro y comunicación, sino como un lugar
distante y deshumanizado. Así sucede con algunos esquizofrénicos y depresivos, para los cuales el
mundo social es un espacio muerto. Este tipo de vivencia debe atribuirse al senti- miento de soledad
que experimenta este tipo de pacientes.
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guos empleados; como además cree que es invierno, cuando en realidad es verano, reproduce el
ajetreo que se vivía en la empresa durante la Navidad y no para de dar órdenes a todo el mundo,
sean pacientes o enfermeros.
Esta falsa orientación se conoce también como desorientación confabulada, ya que los enfermos
parecen elaborar una falsificación involuntaria de los propios recuerdos por fallos de memoria. Pero
esta asimilación conceptual es discutible porque, aun pudiendo confundir con
relativa facilidad la confabulación con un verdadero delirio, no existen prue- bas fehacientes acerca
de que los pacientes con falsa orientación sufran, además, amnesia, que es un signo obligado en la
confabulación. En cualquier caso, y si se quiere defender este planteamiento, sugiero tener en cuenta
el carácter de fugacidad y variabilidad de las confabulaciones frente a la persistencia de los
contenidos delirantes, para evitar así posibles confusiones.