6.1 Buechler - Fuentes de Inspiración para Los Clínicos
6.1 Buechler - Fuentes de Inspiración para Los Clínicos
6.1 Buechler - Fuentes de Inspiración para Los Clínicos
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En este trabajo se desarrollan tres fuentes de inspiración para realizar los tratamientos
psicoterapéuticos: 1) Los clínicos ayudan a los pacientes a incrementar la conciencia sobre las
historias de su vida. Crear una narrativa coherente de sus vidas puede ser un objetivo de tratamiento
motivante. 2) Podemos ayudar a las personas a romper con sus ´prisiones psicológicas´ y llevar vidas
más libres. 3) Podemos inspirar a los pacientes, y ser inspirados nosotros mismos, a conectar con la
fuerza vital, el deseo de vivir en nuestro interior. Se ilustran con poemas y ejemplos clínicos.
Three sources of inspiration for psychotherapeutic treatments are developed in this paper: 1)
Clinicians help patients to increase awareness of their life stories. Creating a coherent narrative of
their lives can be a motivating treatment goal. 2) We can help people break out of their 'psychological
prisons' and lead freer lives. 3) We can inspire patients, and be inspired ourselves, to connect with the
life force, the desire to live within us. They are illustrated with poems and clinical examples.
1
Texto base para la conferencia pronunciada para el INSTITUTO DE PSICOTERAPIA RELACIONAL el 14 de
Enero de 2022, mediante videoconferencia desde Nueva York, para la sede de ÁGORA RELACIONAL (Madrid,
España). Traducción castellana de María Hernández Gázquez, revisada por Alejandro Ávila Espada.
2
Sandra Buechler, Ph.D. (New York) Supervisora en el William Alanson White Institute, en el Programa
postdoctoral del Columbia Presbyterian Hospital, y en el Institute for Contemporary Psychotherapy, actualmente
retirada de la práctica clínica. Entre sus obras: Valores de la Clínica: Emociones que guían el tratamiento
psicoanalítico (2004, v. castellana: 2018); Marcando la diferencia en la vida de los pacientes: Experiencia emocional
en el contexto terapéutico (2008, v. castellana: 2015); Permanezco ejerciendo: Las alegrías y angustias de una
carrera clínica (2012); Comprendiendo y tratando pacientes en Psicoanálisis Clínico: Lecciones desde la Literatura
(2015, v. castellana: 2019); Reflexiones psicoanalíticas. Formación y práctica (2018) y Aproximaciones
psicoanalíticas a los problemas del vivir (2019). En esta e-revista CeIR (www.ceir.info) encontrará varios trabajos
de esta autora.
En una ocasión el filósofo Nietzsche dijo, “Quien tiene un ‘porqué’ puede vivir con casi
cualquier ‘cómo’”. Es decir, si tenemos un fuerte sentido de propósito, una sensación clara de
la importancia y el significado de lo que estamos haciendo, podemos soportar las dificultades.
Por tanto, para los clínicos, tener un firme sentido de por qué estamos realizando el
tratamiento, su significado y su potencial para enriquecer las vidas de nuestros pacientes y las
de nosotros mismos, permite soportar las dificultades que se presentan al realizar los
tratamientos. En esta exposición describo el “por qué”, es decir, algunas razones por las que
ofrecer tratamiento es una profesión que merece la pena. Para anticiparme a ello, voy a
sugerir tres fuentes de inspiración para realizar los tratamientos.
1. Los clínicos ayudan a los pacientes a incrementar la conciencia sobre las historias de
su vida. Crear una narrativa coherente de sus vidas puede ser un objetivo de
tratamiento motivante.
2. Podemos ayudar a las personas a romper con sus ´prisiones psicológicas´ y llevar vidas
más libres.
3. Podemos inspirar a los pacientes, y ser inspirados nosotros mismos, a conectar con la
fuerza vital, el deseo de vivir en nuestro interior.
con otra persona nos ayuda a desarrollar ese lenguaje y el desarrollo de “nuestro” lenguaje
hace que nos sintamos próximos. Así, por ejemplo, si descubrimos, cuando examinamos su
historia, que siendo niño, la tía del paciente siempre le defendía, durante el resto del
tratamiento podemos decir algo como: “Oh, eso se parece a lo que hacía tu tía cuando eras
niño” y ambos sabremos qué significa, sin más explicaciones. Cuando las personas empiezan
a reconocer patrones en sus vidas, con frecuencia sienten una sensación de integridad. Aquí
hay un maravilloso poema que versa sobre esto.
Así es
Hay un hilo que vas siguiendo. Serpentea
Entre las cosas que cambian. Pero no cambia.
La gente se pregunta qué es lo que persigues.
Tu les hablas de tu hilo.
Pero es difícil que los demás lo perciban.
Mientras lo sostengas no te perderás.
Las tragedias ocurren; se hace daño a la gente
O mueren; y tu sufres y envejeces.
Nada de lo que hagas puede detener el paso del tiempo.
Nunca te desprendas de ese hilo.
(William Stafford3)
Los clínicos ayudan a sus pacientes a visualizar los hilos conductores que recorren sus vidas.
Por ejemplo, un paciente vio que con frecuencia etiquetaba todo aquello que pudiera ser
emocionalmente doloroso para él como: “sin importancia”. Vimos que, cuando era niño, era
más fácil pensar que no tenía importancia cuando sus negligentes padres olvidaban recogerle
a la salida del colegio o del campamento. Todos los demás niños habían sido recogidos ya y
mi paciente se quedaba esperando solo. Pero sus padres le quitaban importancia, diciendo
que “no importaba”, y él aprendió a hacer lo mismo. A medida que creció y ya de adulto,
cuando no se le tenía en cuenta, se comportaba como si “no importara”. En tratamiento,
recogí este hilo y utilicé la frase “no importa” cuando ocurría algo que podría hacerle daño. Él
y yo entendíamos que me estaba refiriendo a su patrón para defenderse del dolor, haciendo
como si lo ocurrido careciera de importancia. Con el tiempo, la frase le ayudó a comprender
algunos de sus sentimientos hacia su mujer y los demás. Al ver los orígenes de su negación
defensiva, logró una nueva perspectiva. Se comprendía mejor. Un proceso que no era
3
N. de T: William Edgar Stafford (1914-1993) fue un poeta y pacifista estadounidense. Fue el padre del poeta y
ensayista Kim Stafford. Fue nombrado vigésimo consultor de poesía de la Biblioteca del Congreso en 1970. Más
info: https://en.wikipedia.org/wiki/William_Stafford_(poet)
4
N. de T: Gwendolyn Elizabeth Brooks (1917-2000) poetisa, autora y maestra estadounidense. Ganó un Premio
Pulitzer en 1950 por su obra Annie Allen. Más info: https://es.wikipedia.org/wiki/Gwendolyn_Brooks
En la parálisis caliente.
Bajo los lobos y coyotes de silencios
Particulares.
Donde está seco.
Donde está seco.
Te llamo
A cultivar la victoria sobre
Los largos golpes que quieres propinar y los golpes
Que vas a recibir.
Por encima de
Los que quieren hacer que te desmorones, hacerte
Enfermar. Te llamo
A cultivar la fortaleza para sanar y superar
En la oscuridad que no anima
En las muchas mañanas posteriores;
En la cal y en la sensación de ahogo.
Fuerzas Vitales
Otra fuente de inspiración para los clínicos puede ser el contacto que tenemos con la fuerza
vital en nuestros pacientes y la nuestra propia. Cualquiera que haya observado a un niño sabe
que el poderoso deseo de gatear, ponerse en pie, caminar, correr, existe. Hay poder en la
conexión con esta fuerza. Puede sobreponerse a los obstáculos. Puede mantener nuestra
Aun me levanto
Puedes desestimarme al escribir la historia
Con tus amargas y retorcidas mentidas,
Puedes pisotearme en el mismo lodo
Pero aun así, como el polvo, me levanto.
5
Marguerite Annie Johnson, más conocida como Maya Angelou (1928- 2014), fue una escritora, poeta, cantante
y activista por los derechos civiles estadounidense.
Para mí, no hay mayor alegría que poder ayudar a los demás (o a nosotros mismos, o a
ambos) a resurgir de “un pasado enraizado en el dolor”. Cualquiera que sea la naturaleza de
la esclavitud de un ser humano, los clínicos nutren “los sueños y esperanzas del esclavo”.
Ayudamos a las personas a levantarse. En ese proceso, nos levantamos nosotros mismos. Nos
ponemos a la altura de la ocasión. Se los llama y nos levantamos ante el reto, cada vez que
abrimos nuestras puertas. No siempre aceptamos el reto, pero tenemos la oportunidad. Si no
lo aceptamos hoy, quizás podamos volver a intentarlo mañana.
Nunca olvidaré la ocasión en que una niña paciente me habló, tras dos años de silencio.
Llegaba al tratamiento a las 6, por referencia de la directora de su colegio, por que parecía
pensar que era un animal, no una niña. Luchaba físicamente por no entrar en mi despacho, en
cada sesión. Desarrollé una forma de jugar en voz alta, invitándola a unirse a mí, pero sin
presionarla. Instalé rutinas, así que en ocasiones la guiaba a una sala (del hospital), donde le
dejaba comprar un dulce.
Un día, mientras yo jugaba en alto, dijo la palabra “mostaza”. Yo no tenía ni idea a qué se
refería pero fue la primera palabra que me dijo. Aún recuerdo la sensación que tuve. Fue una
alegría. Luego comprendí que en la sala había un sillón de color mostaza y quería ir al sillón.
Trabajamos juntas dos años más, y entonces dejé ese empleo, y nunca la volví a ver.
Definitivamente se había relacionado conmigo más, pero aun así fue un tratamiento muy
duro. Su madre estaba muy celosa de nuestra conexión. En ocasiones encontraba excusas
para no traer a su hija a las sesiones. Aprendí lo duro que puede ser trabajar bajo esas
circunstancias. Pero también aprendí lo importante que puede ser la paciencia, “cultivar” en
la oscuridad, a veces durante muchos años, sin ver ningún crecimiento. Con algunos pacientes
puede ser muy duro estar a la altura en cada sesión, sin importar lo solos que nos podamos
sentir. Yo, desde luego, me sentí sola con esa niña. A veces sentía la necesidad de atender a
mi propio jardín, para animarme, en mi mente. Desarrollé el sentido de que mi responsabilidad
era hacer el trabajo lo mejor que pudiera. No podía “conseguir” que me respondiera, pero
podía seguir intentándolo. Tenía que creer que su fuerza vital estaba en algún lugar. Que en
algún lugar en su interior quería más vida de la que tenía. Necesitaba tener fe en ello, pues
durante mucho tiempo, no hubo ninguna prueba que lo demostrara.
Otro paciente, un adulto con un brote psicótico, que venía a tratamiento en una clínica
ambulatoria, estaba aprisionado psicológicamente por los rituales. He escrito sobre este
trabajo en mi libro “Valores de la Clínica”6, donde le llamé John. De niño John sufrió
aislamiento severo. Le dejaban comida a lado de la puerta de su dormitorio. No tenía
prácticamente ninguna interacción social, a parte del colegio. En los últimos años de su
adolescencia tuvo un brote psicótico y fue hospitalizado. Yo le veía en nuestra clínica
6
N. de T: Valores de la Clínica, Madrid: Ágora Relacional, 2018 [Original de 2004]
ambulatoria. John estaba aprisionado, de alguna manera, por sus propias reglas y rituales.
Nunca se permitía utilizar agua caliente, ni dormir toda la noche. Se ponía el despertador para
que sonara varias veces cada noche. Yo esto lo interpretaba como un miedo al confort en sí y
a las emociones que se podrían desencadenar. John mostraba muy poca emoción en su tono
de voz y en el contenido de su discurso. Parecía casi un robot. De alguna forma,
intuitivamente, supe que mi cometido era hablar de sus emociones. Nombraba las emociones
que él podría estar sintiendo, basadas en las mías propias. Si me contaba historias sobre su
aislamiento, yo decía cosas como “imagino lo solo que te sentías,” o “yo me hubiera sentido
triste”. Un día John me contó una historia y luego dijo, “tu dirías que yo sentía…” y entonces
nombró una emoción (no recuerdo cual). Sí recuerdo la alegría que sentí. Sabía que esto era
progreso, un gran salto hacia delante. Sentí que la fuerza vital estaba ganando. Finalizamos
el tratamiento tras cuatro años, cuando me trasladé a otro empleo, pero me alegré mucho
cuando recibí una carta suya contándome que estaba en la universidad. Estas son las
potenciales gratificaciones de la carrera de ofrecer tratamiento, y no tienen precio.
Con frecuencia se necesita valor para continuar. Creo que el valor se puede animar. A
menudo el valor es el producto de una relación interpersonal. Aquí hay un poema que
ejemplifica ese ánimo.
Cuando ayudamos a las personas a afrontar sus miedos, lo que les aflige, lo que evitan,
implícitamente les pedimos que tengan valor. Una paciente vino a tratamiento estando en la
treintena, casada, siendo una profesional muy respetada. Tenía pensamientos suicidas y
fantasías elaboradas. Su marido, que estaba realizando su propio tratamiento, la animó a
hacer psicoanálisis. La estuve viendo tres días a la semana durante muchos años. La llamaré
Mary. Mary nunca había estado en tratamiento. De niña había estado aterrorizada con su
7
Christopher Logue (1926 –2011) Pacifista y poeta inglés asociado con la recuperación de la poesía británica.
Más info: https://en.wikipedia.org/wiki/Christopher_Logue
malhumorado, sádico y a veces violento padre. Pero creo que estaba aún más aterrorizada de
que su deprimida madre abandonara la familia o se suicidara, lo cual amenazaba con hacer.
Mary era la “niña buena”, dedicada a ser la pareja sustituta de su madre, dedicada
absolutamente a hacer a su madre feliz, haciendo la mayor parte de las tareas domésticas,
cocinando cosas ricas para su madre, y procurando evitar a su padre todo lo posible. Su padre
flirteaba con comportamientos incestuosos, hablaba de aprobar el incesto, y era físicamente
intrusivo, aunque nunca explícitamente sexual. Le encantaba hacer que Mary se sintiera
incómoda, obligándola a tocar animales muertos, gastándole bromas y obligándola a bailar
con él.
Mi extenso trabajo con Mary incluyó los tres temas de esta presentación. Intenté ayudarla a
crear una narrativa de su vida más coherente, intenté ayudarla a romper con las prisiones
psicológicas e intenté ayudarla a conectar con su propia fuerza vital. Para terminar,
brevemente ilustraré cada una.
Creo que antes de empezar nuestro trabajo, Mary ya conocía conscientemente la ira contra
su padre y su sadismo. Lo que se había quedado fuera de su narrativa personal eran los
aspectos abusivos del comportamiento de su madre hacia ella. Su madre se aprovechaba de
la vulnerabilidad de Mary, utilizándola para compensar las necesidades que no estaban
cubiertas por su marido. La madre de Mary esperaba que ésta sacrificara su propia vida, las
necesidades normales de socializar con otros adolescentes, y el tiempo para ella misma. A
veces, su madre también era demasiado intrusiva físicamente, esperando que Mary
compartiera su cama (incluso cuando ya era adolescente) hasta que Mary fue más asertiva y
demandó tener su propia cama. Al principio esta parte de la historia de la vida de Mary no
estaba disponible. Para ella era más fácil ver a su padre como el villano y a su madre como la
heroína. Ayudarla a ver la mayor complejidad de la situación la capacitó para ver mayor
complejidad en otras situaciones interpersonales.
Mary era presa en muchos sentidos. También de alguna forma tenía a su marido preso. Le
perseguía el miedo cuando él se iba de viaje de negocios. Ella se imaginaba que él en realidad
tenía una aventura amorosa y buscaba pruebas para confirmarlo. Se imaginaba que la podían
atacar cuando estaba sola en casa. No podía relacionarse socialmente con sus vecinos o
colegas, temiendo que se formarían pandilla para atacarla verbalmente de forma sádica.
Constantemente tenía miedo a perder su trabajo, constantemente buscaba pruebas de que la
iban a despedir, a pesar de no tener ningún fundamento para este temor, hasta donde yo pude
detectar. Durante los muchos años de nuestro trabajo mantuvo el mismo empleo y le dieron
numerosos premios. Para mí, la clave que sacó a Mary de su prisión fue (en parte) ver su propia
ira hacia su marido, vecinos y colegas. Mary era prisionera (en parte) de la proyección de su
propia ira sobre los demás.
Conectar con su propia fuerza vital era un objetivo vital en este tratamiento. Ayudé a Mary
a comprender la ira bajo su ideación suicida. Ayudé a que ella viera que parte era
resentimiento – que al suicidarse se vengaba de cada uno que la había abandonado (con el
tiempo incluso de mi). Por supuesto, también se identificaba con su deprimida y suicida
madre. Estaba poniendo en escena, repitiendo, la interacción con su madre, pero esta vez yo
estaba en la situación de Mary, intentando mantenerla con vida, en lugar de Mary en la
posición de intentar mantener a su madre viva. Pero mientras tener este conocimiento (hacer
insight) fue de gran ayuda, no era suficiente. Mary tenía que experimentar con el nuevo
comportamiento, obtener satisfacción verdadera para nutrir su fuerza vital interior. Tenía que
tener el valor para ensayar nuevas formas de relacionarse con sus alumnos, colegas, vecinos,
marido, y conmigo. Tenía que afirmarse con todos nosotros, arriesgándose a que nuestra
reacción fuera el enfado o el abandono. Cuando lo hizo, y cuando tuvo menos miedo a ser
intrusiva como cada uno de sus progenitores, pudo tener relaciones más ricas y completas.
Estas gratificaciones nutrieron su conexión con la vida. Mary pudo llegar a apreciar lo que ella
daba a los demás, y los demás pudieron apreciarla más abiertamente. Sus pensamientos
suicidas en su mayor parte desaparecieron, y finalmente llegaron a ser solo un recuerdo.
El psicoanalista y sociólogo Erich Fromm empezó algunos libros y trabajos con la frase
“elige la vida”. Como clínicos y como seres humanos tenemos oportunidades cada día, cada
hora, para elegir la vida, y para ayudar a los demás a tener la fortaleza de hacer la misma
elección para ellos mismos.
REFERENCIAS
Buechler, S. (2004). Clinical values: Emotions that guide psychoanalytic treatment. Hillsdale,
N.J.: The Analytic Press. (Version castellana: Madrid, Agora Relacional, 2018).
Buechler, S. (2008). Making a difference in patients’ lives: Emotional experience in the
therapeutic setting. New York: Routledge. (Version castellana: Madrid, Agora Relational,
2015).
Buechler, S. (2015). Understanding and treating patients in clinical psychoanalysis: Lessons
from literature. New York: Routledge. (Version castellana: Madrid, Agora Relational,
2019).
Buechler, S. (2017). Psychoanalytic reflections: Training and practice. New York: IPBooks.