Brailovsky Daniel
Brailovsky Daniel
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A estas teorías
tradicionales, críticas y
pos-críticas también se
las ha llamado
tecnicistas, críticas y
culturales. O
positivistas,
sociohistóricas y
subjetivistas. O
eficientistas, marxistas y
psicoanalíticas. En fin,
cada denominación se
apoya en algún rasgo o
influencia de estas grandes corrientes, pero lo que tienen todos en común es que reconocen tres
grandes energías que se expresan en ciertas discusiones que vuelven, una y otra vez.
Los nombres elegidos aquí para nombrarlas están poco utilizados, pero son muy descriptivos de
estas grandes esencias: orden fundante, crítica socio-histórica y crítica cultural-subjetiva. A
continuación, algunas observaciones sobre cada uno.
Orden fundante
Al primero de estos movimientos lo llamaremos “orden fundante”, ya que la energía que lo sustenta
se expresa muy bien en ese propósito: crear un sistema ordenado que sirva para entender la
educación, llevarla a cabo, predecirla. Tiene su origen en las ideas iluministas y de la modernidad,
que le daban al pensamiento científico una importancia inmensa. “Fundar un orden” significa
establecer unas reglas para que las cosas funcionen de una determinada manera, confiando en que
será una forma lo más cercana a la perfección posible, para cumplir los objetivos de la educación.
“Fundar un orden” es encontrar, en un contexto dado, el mejor método posible para educar a los
niños, la mejor forma de organizar el trabajo de los maestros en las escuelas, las mejores leyes para
gobernar los sistemas educativos. Fundar un orden es, además, aspirar a que esos métodos, esas
formas de organización y estas leyes le sirvan a todos los alumnos del sistema educativo. La idea de
un orden fundante es, en definitiva, la idea de un sistema que funcione bien para todos. Como
veremos unas páginas más adelante, esta idea surgió con mucha fuerza en el período histórico
conocido como la Ilustración. El “padre de la Pedagogía”, Jan Amos Comenius, sostenía una serie
de principios pedagógicos basados en la idea de que había que “enseñar todo a todos” (el principio
de la pansofía). Imaginemos cuánto sistema hace falta para eso, cuántos detalles hay que prever, y
en qué medida resulta necesario “fundar un orden”.
Sirva de ejemplo de este modo de pensar en los sistemas educativos una frase de un pedagogo del
siglo XVII llamado Julien de Paris. Él escribió:
“Sólo la educación puede ejercer a la larga una influencia decisiva y radical sobre la regeneración
del hombre, la mejora de las sociedades, la verdadera civilización y la prosperidad de los estados.
Cada generación, si se confiase a maestros dignos de su misión, debería ser la continuación
perfeccionada de la generación a la que sustituye. De esta forma la especie humana progresaría
firme y seguramente en el amplio camino del progreso en el que la organización social, prudente y
firmemente constituida, no correría el peligro de funestos trastornos, crisis periódicas y espantosas
catástrofes que con demasiada frecuencia la envían a caminos retrógrados” (3).
Pueden observarse algunos pasajes interesantes en la cita, como por ejemplo la referencia a
la regeneración del hombre y la mejora de las sociedades. Y es que fundar un orden supone
también decidir de antemano cómo debe ser regida la vida de las personas y qué significa una
“verdadera civilización”. Y escribo “verdadera civilización” entre comillas porque, obviamente, es
difícil (y también bastante peligroso) decidir cuál es la “verdadera” civilización, el “verdadero”
modo de vida, los “verdaderos” valores, que deben regir la vida en común. ¿A quién le tocará ser
“verdadero”? ¿A quién le tocará ser “normal”? ¿A quién le tocará, una vez fundado un orden, ser
considerado un “camino retrógrado”? Por otro lado, como señala Beech, esta frase revela una
notable confianza en el progreso de la especie humana a través de la educación. Esa confianza,
diríamos, descansa en el poder de un orden que ha sido instaurado, fundado, establecido.
Pero la energía del orden fundante no está sólo en los viejos años de la modernidad. Cada vez que
los maestros nos encontramos en una reunión de personal y necesitamos acordar los modos de
planificar la enseñanza, de organizar los momentos de la jornada escolar, de gestionar los problemas
y desafíos de la vida cotidiana, esta energía surge, imprescindible, como un espacio instituyente que
es un arma poderosa para que le demos a nuestra vida en común una forma lo más parecida posible
a nuestros deseos y utopías. Por eso no me gusta llamar a esta racionalidad “tradicional”: porque no
es algo superado que haya quedado atrás, sino una forma de pensar el mundo que no atraviesa
profundamente y son la cual careceríamos de herramientas para moldear la experiencia de la vida en
común.
La idea de fundar un orden, sin embargo, aunque sea absolutamente necesaria y esté vigente en
nuestros días, es una idea problemática que en el pensamiento pedagógico ha generado otras dos
grandes racionalidades o modos de pensar, que describiré a continuación.
El ideario del orden fundante tal como se ha concretado en los sistemas educativos ha sido
criticado, y mucho. Las otras dos racionalidades surgen como críticas al orden fundante, y consisten
en distintas maneras de ver los grandes problemas que genera la intención de fundar un orden.
Porque, claro, cuando se pretende crear un “reglamento” general, siempre habrá singularidades y
perspectivas que resulten vulneradas, subordinadas, acalladas o invisibilizadas. Un conjunto de
críticas tiene que ver con la mirada sociopolítica, y el otro con la mirada cultural o subjetiva.
Vayamos por partes.
Observemos la siguiente fotografía de una formación de alumnos a mediados del siglo XX, en la
ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, también hay quienes miran esa foto y reconocen en ella algunos rasgos violentos. Y se
preguntan si vale la pena homogeneizar a todos los alumnos bajo el “disfraz de igualdad” del
delantal blanco. Se preguntan asimismo (y dudan) si es verdad que al enseñarles a todos lo mismo y
al mismo tiempo, se garantiza la igualdad.
Si un niño llega a la escuela después de haber pasado por una serie de experiencias culturales,
acercamientos al lenguaje, lecturas y estímulos ofrecidos en su entorno familiar, seguramente se
encontrará receptivo a las enseñanzas de la escuela, que le resultarán familiares y parecidas a las
experiencias que se le venían ofreciendo en el hogar. Otro niño, cuyos padres no habían concurrido
a la escuela, o que por sus condicionantes socioeconómicos carecen del tiempo y los recursos para
brindar ese entorno culturizante, recibe las mismas enseñanzas de sus maestros, pero obtiene peores
calificaciones. Cuando la escuela le pone una buena nota al primero y una mala nota al segundo –
afirman los críticos a esta racionalidad del orden fundante – lo que está haciendo es “castigar al
pobre por ser pobre” y “premiar al rico por ser rico”. Porque en general, y no casualmente, la
relación de las personas con la cultura está bastante asociada a su nivel socioeconómico.
De esta manera, la escuela “igual para todos” es en realidad injusta, porque culpa a los propios
alumnos de su fracaso, por ser pobres. En palabras de uno de los más importantes referentes de esta
corriente, Pierre Bourdieu, lo que la escuela hace es reproducir las desigualdades de origen de los
estudiantes. Esto significa que, responsabilizando a los propios alumnos de su éxito o fracaso, se
oculta el hecho de que ya desde el comienzo algunos tenían mejores posibilidades que otros para ser
exitosos, pues la escuela está hecha “a la medida de los ricos”. La desigualdad que existe en la
sociedad, entonces, se reproduce en la escuela.
Los representantes de este tipo de crítica suelen reconocerse bajo el título de pedagogía
crítica y nueva sociología de la educación. También existen algunas conexiones entre este modo de
ver la escuela y las propuestas didácticas de la llamada Escuela Nueva. La pedagogía crítica analiza
lo que pasa en la escuela más allá de la necesidad de que el sistema de enseñanza sea eficaz. Se
pregunta ¿eficaz para qué? ¿Eficaz para reforzar los intereses de qué sectores sociales y
económicos? A una pedagogía crítica le interesa destacar los problemas políticos y sociales que
permanecen ocultos detrás de los asuntos “técnicos”. Ese orden, dirán, tiene grietas. Grietas de
injusticia social, de paradojas éticas, de ocultamiento de las relaciones de poder.
Retomemos la observación respecto del uso de la palabra “crítica”, que aparece en expresiones
como “pedagogía crítica”, “pensamiento crítico”, etc. Lo normal al emplear el término “crítica” es
que se use esta palabra para referirse al acto de señalar y poner de relieve los defectos o debilidades
de las cosas. En la ciencia social, sin embargo, significa otra cosa. Usamos la palabra “crítica” para
anticipar que vamos a pensar los problemas de un modo riguroso y metódico, como lo hace la
ciencia, pero además prestándole mucha atención a las consecuencias políticas de esos problemas,
eludiendo reduccionismos y lugares comunes. En otras palabras: mirar la educación críticamente es
mirarla sospechando de lo que habitualmente se dice sobre las cosas de la educación, tratando de
descubrir a quiénes les conviene que se digan esas cosas, buscando interpretaciones alternativas y
haciendo todo lo posible por construir una mirada que favorezca a los que, por lo general, aparecen
menos favorecidos.
La crítica consiste básicamente en una lectura plena y soberana de la realidad. Lo contrario de ser
crítico, entonces, no es “estar de acuerdo” o “que no te importe”, sino adherir, sin pensarlo
demasiado, a las opiniones y creencias que se consideran por lo general “correctas”. Lo contrario de
la crítica es la reiteración automática de fórmulas interpretativas seguras y consolidadas.
Crítica cultural-subjetiva
Un segundo conjunto de críticas al orden fundante tiene que ver con otro efecto de la homogeneidad
que este orden promueve. Esta homogeneidad, afirman, ignora no sólo las diferencias de origen
“injustas” (ser rico, ser pobre) y las relaciones de poder que existen dentro de la escuela, sino
también algunas diferencias que existen entre los alumnos y que son valiosas e importantes para
ellos. El orden fundante, en su afán de “igualar”, homogeneiza. O sea: considera y fuerza a ser
iguales a todas las personas, aún cuando no lo sean tanto, ni en todos los aspectos. Porque
obviamente todos sienten distinto, creen distinto y viven su vida de acuerdo a valores diferentes. Y
no se trata de una homogeneidad ingenua, porque decide de antemano cual es la “verdadera
civilización” y cuáles los “funestos trastornos”, retomando las palabras de Julien de París que
citamos antes.
La crítica cultural-subjetiva denuncia esta falta de consideración de lo singular, y apunta a mostrar
que, en general, la cultura a la que la educación escolar llama “verdadera”, es la cultura del hombre
blanco, occidental, inspirada en los valores europeos y asociada a la estética y la cultura de la clase
media urbana. Privilegia, digamos, unos modos de vida por sobre otros, omitiendo la importancia de
las distintas identidades que conviven en la escuela. Dictamina una normalidad arbitraria y somete a
maestros y alumnos a su silenciosa hegemonía, para juzgar a todo aquél que no encaje en esa
norma. Hay personas de distintas creencias religiosas, de diversas culturas de origen,
nacionalidades, cosmovisiones éticas, orientaciones sexuales, o simplemente con distintas
experiencias de vida. Pero el que no se ajusta a ese modo de vida hegemónico, podría ser
injustamente discriminado o estigmatizado como “el diferente”. Esta es esencialmente la crítica al
orden fundante que se propone desde esta visión cultural-subjetiva.
Estas críticas suelen sostenerse desde los llamados estudios culturales, desde la teoría de género,
los movimientos que estudian la multiculturalidad y también de algún modo desde el psicoanálisis.
De lo que se trata es de recuperar la identidad, la singularidad, la diferencia: salvarla del efecto
“normalizador” de la escuela. Una crítica parecida podría hacérsele a la industria de la moda, que
promueve que todas las personas se vistan del mismo modo, por ejemplo.
En el orden fundante había un intento de búsqueda de lo común, que la crítica socio-política
cuestionaba por “falsamente igualitaria”, por no ser lo suficientemente igualadora y por no lograr
realmente repartir bien “lo común”. Esta nueva crítica a la que llamamos crítica cultural
subjetiva cuestiona otra cosa, relacionada con lo anterior, pero distinta. Sostiene que al buscar lo
común a toda costa, se pierde – y muchas veces se aniquila – lo singular. Se pierde la oportunidad
de que el encuentro educativo sea ese acontecimiento único, irrepetible y sublime en el que se
construye una búsqueda ética, una curiosidad, una épica, una verdadera conversación. Nancy Fraser
(2001) ilustra bien la diferencia entre ambas críticas, cuando habla de distintas reivindicaciones en
busca de una mayor justicia social, y diferencia entre las demandas de redistribución y
de reconocimiento. Ambas críticas se oponen a la idea de una igualdad falsa y forzada, pero
mientras que una mira la diferencia como algo negativo e injusto (la diferencia entre ricos y pobres,
paradigmáticamente), la otra se enfoca en diferencias ligadas a la experiencia, y que las personas
viven como parte de su identidad (la diferencia entre ser varón y ser mujer, por ejemplo).
Un término que se ha comenzado a utilizar en el marco de estas ideas es el de “diversidad”. Allí
donde la palabra “desigualdad” hablaba de unas diferencias injustas que debían ser equilibradas y
compensadas, la diversidad se refiere a unas diferencias culturales, religiosas, raciales, sexuales,
que ameritarían ser reconocidas e incluidas. Hay, sin embargo, toda una serie de críticas al concepto
de diversidad. Las críticas señalan que al usarlo, se tiende a producir el mismo efecto que se critica:
los “diversos” que el concepto pretende defender terminan siendo los estigmatizados, y los que
reconocen y respetan la diversidad, los “normales”. Carlos Skliar, referente de esta corriente, afirma
en un artículo sugestivamente titulado “La diversidad bajo sospecha” (2000), que hay una serie de
“retóricas de moda, como las que reivindican el multiculturalismo o la tolerancia, [que] están
anunciando pensamientos de ruptura respecto de las tradicionales formas de nominación de la
alteridad”. Discute entonces las versiones sobre la diversidad que ven «al otro como fuente de todo
mal”, «al otro como sujeto pleno de un grupo cultural» y «al otro como alguien a ser tolerado» y
analiza las implicancias de cada una de ellas en el lenguaje escolar. Dicen estos autores:
Los programas de educación multicultural operan siempre a partir de un doble mecanismo: la idea
de «respeto» hacia la cultura de origen, en una suerte de marca de fatalidad y la de «integración» en
la cultura huésped. Es en esa duplicidad donde ocurren los conflictos permanentes entre mayoría y
minoría, lengua oficial y lengua del alumno, «alta» y «baja» cultura. ¿Será que la educación
multicultural es sólo una enunciación del conflicto? ¿O un intento por encontrar en las
descripciones conservadoras las soluciones a los conflictos? ¿Se trata de agotar la descripción de la
diversidad en la visibilidad del diferente dentro del aula? ¿Un aula políticamente correcta, con algún
negro, algún deficiente, algún gitano?
En los discursos que buscan incluir a la diversidad, entonces, hay también un trasfondo político que
demanda ser deshilvanado, toda vez que la relación entre “incluidores” y “diversos” es, finalmente,
reflejo de las mismas formas de discriminación que pretende denunciar.
A grandes rasgos quedan entonces definidos estos tres movimientos de pensamiento o
racionalidades: el orden fundante y las revisiones críticas socio-políticas y culturales-subjetivas que
apuntan a cuestionar los efectos de todo orden fundado y establecido (4).
Para finalizar, una nota de rigor acerca del alcance de estas reflexiones. Las breves consideraciones
que hemos compartido en estas páginas acerca de la pedagogía, sus preguntas, sus caminos
habituales, ha tenido el propósito de ofrecer un primer acercamiento al pensamiento que se centra
en la educación escolar para organizar sus desafíos, repensarla, reinventarla. Como todo panorama
general, sin embargo, ha debido omitir muchas cosas importantes, y ha esbozado, de un modo tal
vez demasiado amplio, un escenario que está repleto de sutilezas, complejidades y sentidos a los
que vale la pena llegar a partir de lecturas más específicas y diversas. El propósito es, finalmente,
tentar la curiosidad para seguir avanzando y alentar el recorrido – interminable, apasionante – de
pensar la pedagogía.
Bibliografía
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enseñanza, México: Fontamara. Una versión digital del libro puede hallarse
en: https://socioeducacion.files.wordpress.com/2011/05/bourdieu-pierre-la-reproduccion1.pdf o
en https://goo.gl/UnoKEW
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Tadeu Da Silva, T. (1999) Documentos de identidad: una introducción a las teorías del currículum.
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Žižek, S. (2004). A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo tardio, Buenos
Aires: Atuel.
(1) Pedagogo, formador de docentes, profesor investigador de Flacso / Argentina y del ISPEI Sara
Eccleston.
Website: https://sites.google.com/view/dbrailovsky/
(2) Un libro reciente de Grimson y Fanfani (Mitomanías de la educación argentina: crítica de las
frases hechas, las medias verdades y las soluciones mágicas, Siglo XXI, 2014) profundiza en el
análisis crítico de estas supuestas “verdades” superficiales en lo referido a la educación. Allí
afirman que “Este libro fue construido contra esas frases y para deshacerlas. Buscamos arrancar las
simplificaciones de raíz, porque pensar los problemas y enfrentar los desafíos exige reponer la
complejidad propia de un fenómeno que nos interpela cotidianamente y merece ser analizado en
múltiples dimensiones: histórica, política, económica, y hasta afectiva y simbólica” (p. 17).
(3) Tomado de: Beech, J. «El malestar en la docencia: lidiando con los nuevos discursos acerca de
la identidad nacional, en Brailovsky, D. (comp.): Sentidos perdidos de la experiencia escolar.
Angustia, desazón, reflexiones, Buenos Aires: Novedades Educativas, col. Ensayos y Experiencias,
2008. Una versión digital puede hallarse en: http://www.igualdadycalidadcba.gov.ar/SIPEC-
CBA/publicaciones/documentos/Jason_Beech-El_malestar_en_la_docencia.pdf o
en http://goo.gl/zS2yvV
(4) Un trabajo reciente de Jan Masschelein y Maarten Simons (Defensa de la escuela, Buenos
Aires: Miño y Dávila, 2014) retoma las críticas construidas hacia los sistemas escolares
tradicionales y ensaya una defensa de lo escolar desde una visión sensible a esas críticas,
resignificando los fundamentos de la institución escolar no ya como fundación de un orden, sino
como habilitación de un espacio de posibilidades.