¿Está Pasando El Diseño Por Un Momento de Crisis
¿Está Pasando El Diseño Por Un Momento de Crisis
¿Está Pasando El Diseño Por Un Momento de Crisis
Quizás estamos viviendo el fin de la era del design thinking. Y quizás eso no sea tan malo.
Cuando Accenture compró Fjord en el 2013, parecía una señal clara de que el diseño
había consolidado su entrada estratégica al mundo empresarial. Una de las consultoras
de tecnología más grandes del mundo incorporaba a su portafolio de servicios y
capacidades a uno de los estudios de diseño más reconocidos en el mercado, y con eso
enviaba un mensaje a todos sus clientes de que el diseño traía una contribución
importante al futuro de los negocios.
Pero una década después, muchas de las promesas que escuchamos (e hicimos, si
somos completamente honestos) no parecen haber terminado de materializarse. Para
muchísimos líderes en las organizaciones que apostaron por esta nueva forma de
trabajar y pensar, el rol del diseño sigue sin estar completamente claro. Muchas
empresas que apostaron por ver sus negocios transformados por el diseño nunca
llegaron a ver los resultados de esa evolución. Mucha de la efervescencia en torno al
diseño que venía de la mano con una cultura startupera de moverse rápido y cambiarlo
todo terminó por desinflarse ante la dificultad para materializar las ideas en realidades
tangibles. Y apenas hace unos días, IDEO anunció internamente un recorte de casi un
tercio de su equipo y una reestructuración estratégica de su negocio.
La noticia reportada por Fast Company habla de manera un tanto dramática sobre “el
fin de la era del design thinking”. Y creo que hay algo, quizás mucho de verdad en eso,
pero mucho también que requiere de análisis y contexto para entender qué pasó con
las promesas del diseño de transformarlo todo. Algo pasó en el camino que ha
empujado al diseño en muchas organizaciones a una segunda categoría, y a las y los
diseñadores a ser ciudadanos de segunda clase realizando una contribución táctica a la
construcción del futuro de esas mismas organizaciones. Algo pasó entre ese momento
en el cual el diseño se había ganado su lugar estratégico en la mesa, y un presente en el
que converso con muchas y muchos diseñadores que me cuentan historias de
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frustración, cansancio, y hartazgo de no conseguir que sus voces sean consideradas y
sus contribuciones aprovechadas al máximo.
Una parte de la responsabilidad recae en todas las personas que participamos del
mundo del diseño, de una manera u otra. Otra sobre las organizaciones mismas. Y otro
tanto sobre una serie de casualidades y evoluciones que transformaron de manera
inesperada el contexto. Por eso lo que quiero hacer hoy es reconstruir ese viaje para
entender qué pasó con esas promesas, en qué forma siguen existiendo, y qué
deberíamos hacer a continuación si queremos ver que el diseño realmente pueda
desbloquear el íntegro de su potencial. Esta reconstrucción será forzosamente parcial e
incompleta, e informada por mi propia experiencia y las conversaciones varias que he
tenido con mucha gente en los últimos años — y por lo mismo, no pretendo más que
sea un punto de partida para tener conversaciones y comparar puntos de vista con lo
que otras personas han vivido también.
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Obviamente tenía que ser un tu-bai-tú. No se preocupen demasiado por si las categorías
son correctas o exactas: lo que importa es la trayectoria de la evolución.
El diseño como práctica sistemática puede ser rastreado con mayor facilidad a la
arquitectura y el diseño de espacios. Por eso interpreto ese punto de origen, esa
primera etapa en la evolución del diseño, como el diseño de artefactos que eran tanto
tangibles como visibles. El diseño existía claramente en el ámbito de lo concreto, y esta
es la interpretación del diseño que es aún vigente para una amplia mayoría de
personas: el diseño de objetos, el diseño visual, el diseño de espacios y edificios — un
conjunto de prácticas y herramientas para entender y formar la relación de los seres
humanos con el entorno construido que nos rodea.
En primer lugar, el diseño es generativo. No existe para darnos una mejor comprensión
del mundo, sino para brindarnos mecanismos para intervenir en él, para actuar y
cambiar cosas. El diseño es un vehículo para convertir las ideas en artefactos tangibles
(o intangibles) con los que las personas puedan interactuar.
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desplegado en un vacío, o sin el acompañamiento de otras voces y perspectivas que le
brinden la comprensión sobre la realidad y el contexto que le hacen falta.
Por eso tenemos que tener mucho cuidado de asumir que el diseño es la solución a
todos los problemas, o la respuesta correcta a todas las preguntas. El diseño puede
hacer una contribución importante y canalizar esa naturaleza optimista, pero debe
también reconocer los límites de su propia ingenuidad.
A medida que empresas cada vez más grandes y burocratizadas veían cada vez más
difícil pensar más allá de sus propios límites y procesos, empezó a surgir toda una
industria de agencias y consultoras equipadas con procesos, metodologías, y
herramientas para ayudarles. La promesa de esta nueva generación de organizaciones
creativas era la de ayudarte a pensar distinto, partiendo de las necesidades y conductas
de las personas para encontrar esos bolsones de oportunidad que las hojas de cálculo y
las proyecciones financieras son incapaces de ver. El diseño se anunciaba como una
Espada del Augurio que te permitía ver más allá de lo evidente.
Sin embargo, el modelo venía con sus propios límites: los estudios de diseño eran
capaces de generar grandes insights y propuestas inspiradoras, pero el proceso de
hacerlas realidad dependía enteramente de las capacidades de los clientes. Como el
diseño es fundamentalmente optimista e ingenuo, era muchas veces en esa transición
cuando las ideas tenían que reconciliarse con la realidad y verse deformadas en el
proceso — o simplemente abandonadas. Y fue ese deseo por ver las promesas del
diseño convertidas en realidad lo que impulsó su entusiasta adopción corporativa en la
última década: de pronto, todos querían revolotear por el mundo con sus post-its y
sharpies en la mano.
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Luego de su adquisición de Fjord, Accenture adquirió también Matter en el 2017 e
Insitum en el 2019, específicamente para expandir su alcance en América Latina.
Deloitte adquirió Optimal Design mientras que McKinsey hizo lo propio con Lunar. Frog
adquirió 23 Design en México, para luego ser adquirido por CapGemini poco después.
IDEO fue adquirido parcialmente por el kyu collective, que a su vez adquirió luego al
estudio turco ATÖLYE. En la última década hubo una carrera frenética por adquirir
capacidades de diseño a través de la compra de estudios, incluso de parte de startups
como Square y más recientemente la propia OpenAI. Solo en el 2017, Accenture,
Deloitte, y McKinsey invirtieron $1.2 mil millones en adquirir estudios de diseño.
El mensaje era claro: el diseño ha hecho su entrada triunfal al mundo de los negocios. La
evidencia, nada más y nada menos y nada más que viniendo de alguien como McKinsey,
corroboraba el valor de esta promesa — las empresas que conseguían capturar el valor
del diseño registraban mayores ingresos y retornos para los inversionistas.
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design thinking / diseño centrado en las personas con las prácticas de agilidad y
metodologías como el Lean Startup, y entender cómo todas estas cosas participaban de
un mismo discurso de transformación digital. Durante un tiempo se buscó la manera en
la que el diseño pueda convertirse en un vehículo para construir organizaciones
centradas y moviliazadas por las necesidades de sus usuarios.
Si bien la OMS puede haber declarado el fin oficial de la pandemia, en un cierto sentido
la crisis nunca terminó de pasar: de la pandemia pasamos a la crisis logística, la invasión
de Ucrania, la inflación y la crisis de costo de vida, la inestabilidad política, y así nos
hemos venido columpiando de crisis en crisis por los últimos años, con las
organizaciones operando aún en un cierto modo de supervivencia. En muchos casos, las
funciones de diseño nunca volvieron a salir de ese rol táctico al que fueron relegadas.
Nunca consiguieron crear las condiciones, formar los liderazgos, y desarrollar las
herramientas para traer esas contribuciones estratégicas a la mesa, llevándolas en
algunos casos a retroceder en sus inversiones y compromisos con el despliegue del
diseño a escala.
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necesidades de los usuarios, y no de lo que las organizaciones imaginan (o muchas
veces, quisieran) que fueran las necesidades de los usuarios. Y no fue culpa de la
pandemia que no se hayan logrado consolidar — hasta ahora — los resultados visibles y
tangibles de esa reconfiguración. Es también responsabilidad de los líderes de las
organizaciones que no supieron o no quisieron crear las condiciones para que eso pase.
Es fácil, para los que vivimos en y del mundo del diseño corporativo, olvidar que el
universo del diseño es bastante más ancho y ajeno. Mientras muchos de nosotros
peleábamos estas batallas de diferentes maneras en diferentes frentes, el universo del
diseño siguió avanzando y explorando y descubriendo nuevos desafíos y nuevas
oportunidades. En medio de todo ese proceso por el que estábamos pasando es que se
empezó a configurar una nueva etapa en la evolución del diseño: la etapa del diseño de
sistemas, de tomar las prácticas y herramientas de las etapas anteriores y aplicarlas a
problemas invisibles e intangibles. Es la etapa del diseño en la que empezamos a hablar
del diseño de procesos de transformación, de ecosistemas, de narrativas, o de culturas:
cosas que sabemos que existen y están por todas partes, pero que no podemos tocar ni
ver directamente.
(Una nota importante sobre mi tu-bai-tú de etapas del diseño: cada etapa subsiguiente
no supera ni descarta a las anteriores, sino que las recoge e integra. El alcance y los
objetos posibles del diseño se amplían con el tiempo, no es que se quedan en el
pasado.)
En los últimos años, y con mayor fuerza a partir de la pandemia, hemos visto cada vez
más el cuestionamiento de la manera en la que desplegamos el diseño y una
consciencia bastante más fuerte sobre sus limitaciones y consecuencias. Hemos visto las
consecuencias de lo que pasa cuando el diseño es instrumentalizado al servicio del
rendimiento económico en perjuicio de las personas, y hemos empezado a tomar cada
vez más responsabilidad por las creaciones que ponemos en el mundo. Hemos
cuestionado y actualizado las herramientas que utilizamos para navegar procesos de
diseño, así como nuestros paradigmas sobre qué y quién tiene que estar al centro de
estos procesos. La digitalización intempestiva, la emergencia climática, la desigualdad
global, y ahora también la inteligencia artificial han emergido como desafíos de
naturaleza planetaria para los cuales podemos diseñar respuestas — pero para hacerlo
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necesitamos un entendimiento renovado sobre lo que es el diseño y cómo se despliega
en el mundo.
Una concepción actualizada del diseño no puede ocurrir en un vacío, alejada por
completo de las personas a quienes busca beneficiar. No puede ser ignorante del
universo de actores y entramados que se ven afectados por nuestras intervenciones.
Tiene que tomar en consideración las consecuencias sociales y ambientales de la
integridad de las cadenas de valor que moviliza, así como tener claridad sobre el flujo de
los beneficios económicos que genera. El diseño puede seguir siendo generativo, y
puede seguir siendo optimista al creer que las soluciones son posibles: pero tiene que
ser por lo menos un poquito menos ingenuo en su acercamiento al mundo.
No me molesta aceptar que estamos cerrando una etapa en la evolución del diseño,
pero sí me cuesta más interpretar ese cierre como evidencia de que el tiempo del
diseño ha pasado, o de que el diseño es incapaz de generar valor. Esa es la conclusión a
la que me resisto porque pienso que es demasiado simple y no pone en perspectiva
todo lo que hemos visto suceder en los últimos años y todo de lo cual podemos
aprender muchísimo.
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1. Necesitamos retomar el esfuerzo por darle al diseño una voz estratégica en el
futuro de las organizaciones. Eso quiere decir que necesitamos fortalecer
liderazgos, desarrollar nuevas herramientas para amplificar su influencia, abrir
nuestros procesos para que más personas se sientan invitadas a participar — y
hacer mucho trabajo que nadie nos va a pedir, pero nos parece que es
importante.
2. Necesitamos una nueva generación de organizaciones de diseño explorando y
empujando las fronteras de la práctica. Esta es una recomendación sumamente
conveniente considerando que yo mismo estoy buscando crear un nuevo tipo de
organización de diseño, pero si lo estoy haciendo es porque pienso que existe la
necesidad y la oportunidad para nuevos vehículos para la construcción de valor
creativo — que quizás existan fuera de las organizaciones, que quizás no sean
necesariamente consultorías o agencias, y que presten atención a la colección
creciente de desafíos sistémicos y planetarios que ahora enfrentamos.
3. Necesitamos formar una nueva generación de líderes en diseño. Todo bien con
desarrollar las habilidades básicas que ayuden a las personas a asumir funciones
de diseño, todo bien con introducir nuevas personas a los valores y las
herramientas. Pero donde existe la brecha más grande es en personas capaces
de liderar organizaciones, operaciones, y equipos de diseño. Necesitamos un
número más grande de personas capaces de articular una visión ambiciosa y
comunicarla a través de una organización, que puedan hacerse responsables por
toda una experiencia de usuario y el gobierno complicado que eso implica.
Sí, quizás estemos viviendo el fin de la era del design thinking. Y quizás eso no sea tan
malo, y sea la oportunidad para que nuevas formas más diversas del diseño puedan
emerger en su lugar.
Fuente: https://www.mutaciones.la/esta-pasando-el-diseno-por-un-momento-de-crisis/