2021-8 Lo Que Podamos - Taller Botánico
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Y de SILVIA
LESA, BONZÁI
Corría a dejar
entre malvones o sombrillas chinas
alojada esa esperanza.
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¿Qué es un jardín?
¿Esta hierba pareja?
¿Estas plantas reunidas por capricho
que la naturaleza no juntaría jamá s?
¿Se ha dado algú n jardín sin nuestras manos?
El viento, dispersando
las semillas,
¿hace jardines que no vemos?
Porque, si bien lo vemos, todo es jardín.
Un bosque es un mosaico de jardines
que se anudan de tan tenues,
igual que en lo má s hondo de un jardín
se lucha palmo a palmo.
Porque, si bien lo vemos, todo es maleza,
confusió n, oportunismo,
No es uno el que decide
la forma y la fortuna de los vecinazgos
o la prosperidad de las raíces,
sino el subsuelo que no sabe
de jardines ni de bosques.
Tú crees, mirando tu jardín,
que así como lo ves tiene el aspecto
que quisiste,
pero no lo querías así,
maleó tu gusto palmo a palmo
con cada nueva hoja 18
y cada nuevo tallo, con cada flor
y cada pá jaro, y tu mente, a estas alturas,
no sabe de jardines ni de bosques
y no distingue la maleza de las flores.
Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que
amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche,
hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.
Presencias inquietantes,
gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un
lenguaje activo que las alude,
signos que insinú an terrores insolubles.
no,
he de hacer algo,
no,
no he de hacer nada,
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algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa
dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy
yo, indeciblemente distinta de ella.
Las muñ ecas desventradas por mis antiguas manos de muñ eca, la
desilusió n al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el
padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú , ¿por qué
te dejaste asesinar escuchando cuentos de á lamos nevados?
Hay un jardín.
21
A Alejandra Pizarnik
Pequeñ a centinela,
caes una vez má s por la ranura de la noche
sin má s armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legió n.
Legió n encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el ú ltimo
hilvá n,
arrinconá ndote contra las telarañ as voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como tú neles para probar la inconsistencia de toda
realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en
lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de
la muerte:
esa perversa tentació n,
ese á ngel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio
nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio
porvenir? 22
Só lo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueñ o de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
má s alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamá s se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre
en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.