2021-8 Lo Que Podamos - Taller Botánico

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AGREGAR DE MERINO: ECOSISTEMA y TERAPIA.

Y de SILVIA
LESA, BONZÁI

Ana María Shua - Amores entre guardián y casuarina

Plaza pú blica. Guardiá n enamorado de casuarina (secretamente,


incluso para sí mismo). Recorte del presupuesto municipal.
Guardiá n trasladado a tareas de oficina. Casuarina languidece.
Guardiá n languidece. Patéticos encuentros nocturnos. Con el
correr de los días, casuarina transformada en palo borracho.
Murmuraciones en el barrio. Una noche, trá gico parto prematuro:
vá stago discretamente enterrado. Previsible crecimiento in situ
de una planta desclasada y rebelde que se niega a permanecer
atada a sus raíces, pero tampoco quiere estudiar y bebe
desordenadamente cerveza sentada en el cordó n de la vereda.

Ana María Shua - Aptitud y vocación

Sufrimos también aquellos que por falta de vocació n


contrariamos una aptitud natural. Los dedos de mis pies, por
ejemplo, tienen el mal há bito del geotropismo, y persisten en
creer hacia abajo, adelgazando sus extremos, hundiéndose en la
tierra. El peligro de echar raíces me obliga a permanecer siempre
en movimiento, a preferir las caminatas o las carreras sobre el
asfalto, a evitar por sobre todas las cosas pisar la tierra hú meda,
a dormir boca arriba no má s de un par de horas seguidas, aú n a
riesgo de que tanto ajetreo me haga caer las hojas antes de
tiempo y malogre mis frutos, ya de por sí escasos y esmirriados.
1

Ana María Shua - Un curso muy útil

Arranqué la maleza del cantero y deshice los terrones


endurecidos y agregué tierra nueva, tierra molida y fertilizada, y
la regué y le di reposo y después enterré mis raíces y absorbí la
humedad nutritiva y sentí la sabia correr alegremente por mis
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venas, por mi tallo, y supe con certeza que asistir al curso de
jardinería había sido, en definitiva, por mi propio bien.

Ana María Shua – Flor Azteca III

Si a cualquiera le da pena ver có mo se marchita una rosa,


imagínese lo que es para mí haber cortado una flor azteca con su
carita de bebé en capullo y verla abrirse poco a poco hasta llegar
a ser una niñ a de grandes ojos y después una adolescente llena
de sexo y de vida, verla convertirse, en fin, en esa hermosa cabeza
de mujer que asoma del vaso para observar sin transició n có mo
comienzan a profundizarse las líneas de expresió n, la marca de
las primeras arrugas, el pelo que se blanquea, la pérdida del tono
muscular aflojando los rasgos, el cuello airoso transformado en
buche de pavo, la cara sumida de una anciana decrépita ala que
debo arrojar a la basura porque huele mal. Y todo esto en tres o
cuatro días, con una aspirina en el agua puede llegar a los cinco
días como mucho.

Marosa Di Giorgio - Domingo a la tarde…

Domingo a la tarde, y voy por el huerto sin recordar có mo salí y


llegué hasta acá . El cielo es de oro, deslumbrador, y de los
naranjos caen frutas y flores.
Trepo a uno, segú n mi costumbre antigua. Estoy un rato. Los
pá jaros saltan de rama en rama. Desciendo. Subo. Tomo una
fruta.
Al bajar, ya veo un cadá ver. Vestido y tendido. Y má s allá , otro. Y
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otro. Por todos lados, aparecen. Vestidos y tendidos.
Y cada uno con el hígado destrozado o el corazó n. Pero ¿quiénes
son? ¿Acaso, no me percaté y hubo una rá pida guerra?
En puntas de pie, voy hacia la casa; desolada paso el jardín de
celedonias y “conejitos”. Adentro, no queda nadie. Voy a gritar;
para qué, si nadie oye. Algunas mariposas chocan en los vidrios.

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Sobre la mesa hay un á lbum que no conocía; al entremirarlo, veo
dibujada la batalla, los cadá veres y las plantas. En blanco y negro.
Y en colores. La noche cae de sú bito; las luces se encienden solas.
Y aparecen má s cadá veres entre las plantas.

La buena conciencia - Augusto Monterroso

En el centro de la Selva existió hace mucho una extravagante


familia de plantas carnívoras que, con el paso del tiempo,
llegaron a adquirir conciencia de su extrañ a costumbre,
principalmente por las constantes murmuraciones que el buen
Céfiro les traía de todos los rumbos de la ciudad.
Sensibles a la crítica, poco a poco fueron cobrando repugnancia a
la carne, hasta que llegó el momento en que no só lo la repudiaron
en el sentido figurado, o sea el sexual, sino que por ú ltimo se
negaron a comerla, asqueadas a tal grado que su simple vista les
producía ná useas.
Entonces decidieron volverse vegetarianas.
A partir de ese día se comen ú nicamente unas a otras y viven
tranquilas, olvidadas de su infame pasado.

Martín Pucheta - Árbol con muerto

el á rbol va en el río con el muerto en su hueco.


nerviosos chapoteos
borran pétalos, estambres y pestañ as.
erguida de hermandad vegetal, la costa
vitorea la deriva arborescente
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verdea loas mudas la multitud de ramas
la fronda crea pá jaros
como racimos de jú bilo.
se deslíe el día en el crisol, horizonte
forma su mar el sol.
un rá pido capullo mineral, nebulosa
crisá lida, amortaja.
ya estrelladas
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las aguas
sepultan en el cielo

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Claudia Masin - La plenitud

Hay una historia que quiero contarte: a veces,


en medio del bosque abrupto y solitario, crece un á rbol
demasiado delicado y tímido para sobrevivir sin que las ramas
se tuerzan, decaigan, pierdan fuerza cada día,
como si no hubiera nacido preparado
para enfrentar la dificultad del suelo á spero y las plagas,
y su propia debilidad lo llevara a empequeñ ecerse
hasta casi desaparecer, tapado por una vegetació n
que pareciera nutrirse de la audacia
que a él le falta. Pero una sola vez en toda su vida
-que no es larga- florece. Sucede en la estació n de las lluvias,
y su flor es la má s extrañ a que pueda concebirse,
no necesariamente bella ni cargada de polen.
Me dirá s que ceder lo má s valioso que se tiene
a una forma de vida que explota y se retrae en unas horas
no es un acto razonable, que es mejor la lenta construcció n
de una fuerza que no pueda doblegarse y se sostenga
en lo que acumula añ o tras añ o. Sin embargo,
imagino que no debe existir nada má s hermoso de ver
que ese momento de plenitud, cuando la materia que parece
vencida
ofrece todo su poder de una vez a un mundo
que no lo necesita ni lo espera, para después retirarse,
como si el bosque fuera un cuerpo amado
e indiferente al que va liberando suavemente de su abrazo.
Yo quisiera ser así, capaz de soportar la plenitud
sin anhelar la abundancia. Que eso sea todo:
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el puro deseo de dejar lo poco o mucho que se tiene
a quien se ama, aunque no le haga falta,
y vivir por un rato rodeada de las cosas que realmente le
importan:
las tormentas, los animales feroces, la exuberancia del verano.

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Juan Gelman

No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la


fuerza.
La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida.
Nacemos y nos cortan el cordó n umbilical. Nos destierran y nadie
nos corta la memoria, la lengua, las calores. Tenemos que
aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire.
Soy una planta monstruosa. Mis raíces está n a miles de
kiló metros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y
un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche,
duelen de noche bajo el sol.

Mahmud Darwich - Nosotros amamos la vida

Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella,


bailamos entre dos má rtires y erigimos entre ellos un alminar de
violetas o una palmera.
Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.
Robamos un hilo al gusano de seda para construir nuestro cielo y
concluir este éxodo.
Abrimos la puerta del jardín para que el jazmín salga a las calles
cual hermosa mañ ana.
Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.
Allá donde estemos, cultivamos plantas que crecen deprisa y
recogemos má rtires.
Soplamos en la flauta el color de la lejanía, dibujamos un relincho
en el polvo del camino
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y escribimos nuestros nombres piedra tras piedra. ¡Oh,
relá mpago! Ilumina para nosotros la noche, ilumínala un poco.
Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.

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Wislawa Szymborska - El silencio de las plantas

La relació n unilateral entre vosotras y yo


no va mal de todo.

Sé lo que es hoja, pétalo, espiga, piñ a, tallo


y lo que os pasa a vosotras en abril y en diciembre.

Aunque mi curiosidad no es correspondida,


me inclino especialmente sobre algunas
y hacia otras levanto la cabeza.

Tengo nombres para vosotras:


arce, cardo, narciso, brezo,
enebro, muérdago, nomeolvides,
y vosotras no tenéis ninguno para mí.

Hacemos el viaje juntas.


Y durante los viajes se conversa ¿o no?
se intercambian opiniones al menos sobre el tiempo
o sobre las estaciones que pasan volando.

Temas no faltan, porque nos unen muchas cosas.


La misma estrella nos tiene a su alcance.
Proyectamos sombras segú n las mismas leyes.
Intentamos saber cosas cada una a su manera
y en lo que no sabemos también hay semejanza.

Lo aclararé como pueda, preguntadme y ya está :


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qué es eso de ver con los ojos,
para qué me late el corazó n
o por qué mi cuerpo no echa raíces.

Pero có mo contestar a preguntas nunca hechas,


si ademá s se es alguien
para vosotras tan nadie.

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Musgo, bosque, prados y juncales,
todo lo que os digo es un monó logo
y no sois vosotras quienes lo escuchá is.

Hablar con vosotras es necesario e imposible.


Urgente en una vida apresurada
y está aplazado hasta nunca.

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Tony Zalazar – Jardín

¿Se ha dado algún jardín sin nuestras manos?


Fabio Morá bito

El codo les tomaba a las manitas


que las plantas
tras las rejas me agitaban.

Alguna voluntad habría


en esos brazos llamadores,
en ese arrojo vegetal.

Con sutileza desprendía un gajo


y urgente corría
hasta el jardín de mamá .

Corría a dejar
entre malvones o sombrillas chinas
alojada esa esperanza.

Que lo mejor del barrio


también brote en nuestra casa,
eso quería.

Mas requería -amén de agü ita y sol-


un arte serio, una serie de secretos
que mamá sabía de lo fértil. 9
Có mo entusiasmar al gajo por ejemplo
con agasajos sutiles,
y có mo hacer que forje en nuestra tierra
sus raíces.

ella hablaba de influjos lunares


y yo aguardaba que se vuelva uñ ita
la luna para acechar como lobito
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creciente los jardines ajenos.

ella hablaba del poder de las cá scaras


y a orillas de su jardín
iba yo a comer las frutas.

ella hablaba del calcio de los huevos


y yo en el puñ o trituraba
y daba en curuvicas esa energía.

Salía a perseguir huellas de vacas


o caballos
cuando ella revelaba de la bosta
un ciclo má gico.

Hacía todo lo que mamá decía


pero no todo lo que elegía
prosperaba en el jardín.

Muchos gajitos decrecían


y soltaban reseca su esperanza.
me daban gans de ir y arrancar
de raíz lo ajeno
pero mamá era tajante,
no hay que perjudicar a nadie, decía.

me acariciaba entonces la cabeza


y ante el lujoso oxígeno del jardín 10
abonaban sus manos mis ideas.

me hacían sentir que en realidad


en mi cabeza estaba su jardín
y el paraíso, en nuestras manos.

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Tony Zalazar – Vivero

El jardín exige, a su jardinera verlo morir


Diana Bellesi

Apenas aprendí a escribir


en mis ojos brotó el sentido
utilitario del lenguaje.

Al borde del jardín


en un raquítico cuaderno
trasplantaba los nombres
que dictaba mamá .
Crisantemo, alegría del hogar
acre, taco de reina, croto, dó lar
botó n de oro, trompeta amarilla
sombrilla china, lirio, vinca, lis
laurel, borraja, hortensia… y muchas má s.
eran nuestro lujo
y lo enjaulaba en las hojitas
del cuaderno flaco,
el alojamiento de mi nueva ilusió n:
Transformar en vivero el jardín
ponerle precio a la belleza
alzar usura del precioso don,
y usufructuar así la preciosura.

De bulbos, de semillas o de gajos


anotaba y el cá lculo
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funció n, tiempo, escasez
dictaba una cifra,
el precio ilusorio
con que pensaba salir
de la pobreza.

Mamá nombraba con piedad


las propiedades de las flores
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y los cuidados necesarios
para sobrevivir a la tenaz
angurria de los insectos
al manto omnívoro de las heladas
y a ese solazo en demasía
que mordía nuestra piel,
mientras la antología vigorosa
nos marcaba el camino
florido del consumo.

Yo, su hijo jardinero, ya era del mundo.

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Tony Zalazar - Sus tratos

En el sustrato de estos ojos


Está intacto el jardín de mamá ,
Está n sus manos como raíces
hundiéndose en la tierra
y está n sus dedos
que disuelven terrones,
que desentrañ an cizañ a
y extirpan los bulbitos crecientes
que solo dan maleza.
Está mamá con las manos sucias
Limpiando la tierra
Ablandando la sequedad
Y dá ndole a los surcos
el agua y la bosta
que inciten el despertar
de la semilla
que reanimen a los gajitos
arrancados como al descuido por ahí.

Ahí está ella en cuclillas


Poniendo el lomo de su mano
Ante el golpe del agua
Que deja caer de la jarra.
Antepone su mano siempre
Y la agita con ternura
Para que el peso del agua no aplaste 13
Al brote
No ahogue a la semilla
Ni desentierre nada que no deba.

Así florece el jardín entre sus manos


Raíces, regadera, escudo
Manos que esparcen
El perfume del querer
Entre insectos que lo celebran.
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En el sustrato de estos ojos
Está intacto el jardín de mamá
Si algo florece lindo en mi mirada
Só lo es por el sustrato que lo impulsa
Por lo bonito de esta vida que nos riega,
Y algo má s.

Alfredo Veiravé – Los símbolos

Existe un jardín de la memoria: mirad sus plantas


mojadas en la lluvia incesante, acercad el rostro ahora
a una hoja á spera y hú meda desde el suelo
contemplad có mo se levantan desde sus raíces
los monumentos que la vegetació n cubre con su olvido.
Existe otro jardín sin embargo
má s cerca, al lado de uno: impenetrable en sus huesos
y sus ó rganos secretos, allí la vida parece ver sus
relaciones
aunque se nutre solo, anda y goza en los momentos
separados.
(Só lo el enfermo ve su cuerpo en la transparencia
necesaria,
só lo en la fiebre, el enfermo adivina el rostro de esa esfinge
que se desmorona)
Lo cierto es que allí, la destrucció n se cumple. 14

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Diana Bellesi - El jardín de los milagros

Temprano en la mañ ana mi madre intenta


llamarme por teléfono, y en la tarde
luego me cuenta: “tan hermosa noticia
tengo”, con una voz de aterciopelado
misterio, muy serena y suave anunciando
“la pequeñ a magnolia se abrió en dos flores
por primera vez”. Hay justicia, pensé
con un agua dulce que se abría paso
en mi corazó n. Esa magnolia que ella
plantó bajo la mirada de mi padre
añ os atrá s diciéndole melancó lico
“si no la verá s florecer, tarda tanto”
Y yo, verano tras verano mentía
un poco o creía o pasaba revista
de las pequeñ as magnolias florecidas
que supe visitar en una placita
por Colegiales, adonde robé aquella
reina blanca, perfumada y frá gil que huelo
aú n en la distancia como si fuera,
como si hubiera sido una hostia pascual
o el cuerpo de la amada, la comunió n
con lo bello del mundo, como mi madre
lo siente ahora y lo dice en esa voz
que me parece el cantar de los cantares
Florecerá , le aseguraba, el pró ximo
verano, ya verá s, y hoy ha sido visto, 15
esta vez se unieron belleza y justicia
para ganarles juntas, las dos al tiempo.

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Diana Bellesi - He construido un jardín…

He construido un jardín como quien hace


los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazó n.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, má s
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañ ía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.
Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Só lo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.
Tener un jardín, es dejarse tener por él y su 16
eterno movimiento de partida. Flores, semillas
y plantas mueren para siempre o se renuevan.
Hay poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueñ o del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
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Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín.
Pero hacer gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuació n, descubre pá ramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena.
Gota regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla má s lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazó n de tu cantero.

Irene Gruss - La rosa malade

Una rosa abre sus brazos


para morirse.
Eso no es hermoso y su perfume ú ltimo
despierta al dolor, no a la belleza.
La rosa enferma abre sus brazos
Y el horror de su belleza es la muerte.
Mañ ana nacerá otra flor
apretada,
hermosa.
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Fabio Morábito - ¿Qué es un jardín?

¿Qué es un jardín?
¿Esta hierba pareja?
¿Estas plantas reunidas por capricho
que la naturaleza no juntaría jamá s?
¿Se ha dado algú n jardín sin nuestras manos?
El viento, dispersando
las semillas,
¿hace jardines que no vemos?
Porque, si bien lo vemos, todo es jardín.
Un bosque es un mosaico de jardines
que se anudan de tan tenues,
igual que en lo má s hondo de un jardín
se lucha palmo a palmo.
Porque, si bien lo vemos, todo es maleza,
confusió n, oportunismo,
No es uno el que decide
la forma y la fortuna de los vecinazgos
o la prosperidad de las raíces,
sino el subsuelo que no sabe
de jardines ni de bosques.
Tú crees, mirando tu jardín,
que así como lo ves tiene el aspecto
que quisiste,
pero no lo querías así,
maleó tu gusto palmo a palmo
con cada nueva hoja 18
y cada nuevo tallo, con cada flor
y cada pá jaro, y tu mente, a estas alturas,
no sabe de jardines ni de bosques
y no distingue la maleza de las flores.

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Alejandra Pizarnik - Piedra fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que
amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche,
hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un tú nel.

Presencias inquietantes,
gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un
lenguaje activo que las alude,
signos que insinú an terrores insolubles.

Una vibració n de los cimientos, un trepidar de los fundamentos,


drenan y barrenan,
y he sabido dó nde se aposenta aquello tan otro que es yo, que
espera que me calle para tomar posesió n de mí y drenar y
barrenar los cimientos, los fundamentos,
aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesió n de
mi terreno baldío,

no,
he de hacer algo,
no,
no he de hacer nada,
19
algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa
dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy
yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una


noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el


poema, en la tentativa inú til de transcribir relaciones ardientes.
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¿A dó nde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo
fragmentado.

Las muñ ecas desventradas por mis antiguas manos de muñ eca, la
desilusió n al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el
padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú , ¿por qué
te dejaste asesinar escuchando cuentos de á lamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñ eca penetraran en las teclas. Yo


no quería rozar, como una arañ a, el teclado. Yo quería hundirme,
clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado
para entrar adentro de la mú sica para tener una patria. Pero la
mú sica se movía, se apresuraba. Só lo cuando un refrá n reincidía,
alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido
a una estació n de trenes, quiero decir: un punto de partida firme
y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el
lugar, en unió n y fusió n con el lugar. Pero el refrá n era demasiado
breve, de modo que yo no podía fundar una estació n pues no
contaba má s que con un tren algo salido de los rieles que se
contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la mú sica y
sus traiciones porque la mú sica estaba má s arriba o má s abajo,
pero no en el centro, en el lugar de la fusió n y del encuentro. (Tú
que fuiste mi ú nica patria ¿en dó nde buscarte? Tal vez en este
poema que voy escribiendo).

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento


que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda 20
feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueñ os de dicha existirá un
coro de á ngeles que suministre algo semejante a los sonidos
calientes para mi corazó n de los cascos contra las arenas.

(Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y


verdaderas).

(Es un hombre o una piedra o un á rbol el que va a comenzar el


canto…).
8. Lo que podamos – Taller Botánico
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Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para
aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con
má s disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las
arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había


muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es


grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También
este poema es posible que sea una trampa, un escenario má s.

Cuando el barco alteró su ritmo y vaciló en el agua violenta, me


erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos
azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El
agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se
abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que
me llamo con tu voz. ¿En dó nde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.

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Olga Orozco - Pavana para una infanta difunta

A Alejandra Pizarnik

Pequeñ a centinela,
caes una vez má s por la ranura de la noche
sin má s armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legió n.
Legió n encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el ú ltimo
hilvá n,
arrinconá ndote contra las telarañ as voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como tú neles para probar la inconsistencia de toda
realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en
lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de
la muerte:
esa perversa tentació n,
ese á ngel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio
nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio
porvenir? 22
Só lo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueñ o de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
má s alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamá s se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre
en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.

8. Lo que podamos – Taller Botánico


Taller 2021 – poesía y formas breves – Mario Caparra
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te
deshabitaba.
Erigías pequeñ os castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible
paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la
salvació n;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como á cidos, como tentá culos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortá ndote las venas con el filo del
alba,
y esos labios exangü es sorbiendo los venenos de la inanidad de la
palabra!
Y de pronto no hay má s.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lá pices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro
laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeñ a pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda está s clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aú n te
sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo 23
el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lá grima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como
un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

8. Lo que podamos – Taller Botánico


Taller 2021 – poesía y formas breves – Mario Caparra

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