El Pecado en El Antiguo Testamento
El Pecado en El Antiguo Testamento
El Pecado en El Antiguo Testamento
Hasta en las religiones antiguas que ni sabían de un Dios personal ni tampoco de la libertad ya consideraban el
pecado como infracción de un tabú, como impureza ritual, como una quiebra social por la que los dioses debían
ser aplacados.
Es la luz de la revelación bíblica que se muestra la santidad de Dios y del pecado del hombre.
Ya en el Génesis (2,17-3,24), el pecado se muestra en la desobediencia de Adán y Eva como al mandato de Dios,
hay un conocimiento de Dios y ellos quieren «ser como Él», y así caen bajo el influjo maléfico del Demonio.
La naturaleza misma del pecado=vergüenza. Arrojados del paraíso, ya no tienen acceso al árbol de la vida, se ven
en la aflicción y el trabajo penoso, y conocen el tenebroso rostro de la muerte. ES DECIR, SE ESTAN SEPARADOS
DE DIOS, Eso es el pecado.
Más tarde, la historia de Israel, que ya tenía una alianza, es decir, una relación a Yahvé, ya tiene el conocimiento
de lo que es apartarse de apartarse de Él, como la idolatría (Jos 24,2. 14; Ez 20,7. 18),
Pero también la Biblia siempre contempla en el marco luminoso de la misericordia del Señor. El pueblo elegido
no es un pueblo inocente y virtuoso, la conversión será volver al Señor, reintegrarse a su amor, a la unión con él.
La Ley antigua no fue capaz de salvar a los judíos del pecado. «El precepto, que era para vida, fue para muerte»
(Rm 7,10).
Por eso ya el Antiguo Testamento anuncia un Salvador que «justificará a muchos y cargará con sus culpas» (Is
53,11).
Cristo «se manifestó para destruir el pecado, y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él no peca» (1 Jn
3,5-6).
Él fue enviado por el Padre para «llamar a los pecadores» (Mc 2,17), «para quitar el pecado del mundo» (Jn
1,29). El pecado había hecho de nosotros «hijos rebeldes», «hijos de ira» (Ef 2,2-3), «enemigos de Dios» (Rm
5,10; 8,7).
«Si por el pecado de uno solo [Adán] reinó la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y el
don de la justicia reinarán en la vida por obra de uno solo, Jesucristo» (Rm 5,17).
«donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20).
Por ejemplo, una mujer casada siente que en su situación no es feliz, no se realiza; y llega un momento en que
se junta con otro hombre en adulterio, porque trata de realizarse y ser feliz... alejándose de Dios. La fornicación
no es lo peor en esta situación de pecado; lo peor es que esa persona trata de vivir, intenta realizarse, ganar
realidad, separándose de Dios: ése es el corazón mismo del pecado.
Santo Tomás: «El pecado mortal implica dos cosas: separación de Dios y dedicación al bien creado; pero la
separación de Dios (aversio a Deo) es el elemento formal, y la dedicación (conversio ad creaturam) es el
material» (STh III,86, 4 ad 1m).
El pecado es rechazar un don de Dios, y de este modo rechazarle a él. Puesto que en Dios «vivimos y nos
movemos y existimos» (Hch 17,28),
El pecado será mortal si el don rechazado es necesario para vivir con Dios; será, en cambio, venial si el don
rechazado es conveniente, pero no estrictamente necesario para vivir en unión con él.
El pecado es siempre un acto humano, que implica por tanto conocimiento suficiente de la malicia del acto
(advertencia) y que exige consentimiento libre de la voluntad –al menos indirecto, pues el que quiere la causa,
directa o indirectamente quiere el efecto previsible– (deliberación). Sin plena advertencia y deliberación, no
puede haber pecado mortal, aunque la materia del acto sea grave.
Es evidente que quien comete algo malo sin conocimiento y sin voluntad libre, comete sólo un pecado material,
inculpable, que no es pecado formal.
Hay, por otra parte, pecados positivos de comisión, o negativos por omisión de actos debidos. Hay pecados
externos, y otros que son internos, que solamente se dan en la mente y el corazón. Hay, en fin, pecado original,
propio de la naturaleza humana, y personal, actualmente imputable a la persona.
«El hombre, en estado de pecado, pudiera realizar algunos actos moralmente buenos». Pero esta incompleto.
«la gracia es absolutamente necesaria para todo acto saludable [meritorio de vida eterna]; incluso para el comienzo de
la justificación»
El hombre, pues, es un enfermo tan grave que no puede curarse a sí mismo de su mortal enfermedad. Necesita
absolutamente la gracia divina.
Por eso precisamente no puede la naturaleza alcanzar una perfección puramente natural, pues si la lograra, sería con el
auxilio de la gracia, y tendría entonces calidad sobrenatural.
En otras palabras: Hoy los hombres o están en gracia de Dios o están en pecado mortal.
El pecado mortal lleva tres condiciones: materia grave, conocimiento suficiente de la malicia del acto; y perfecto
consentimiento de la voluntad. Un solo acto, si reúne tales condiciones, se rechaza un gran don de Dios separándose de
él y esto puede causar la muerte del pecador. En este sentido, dice Juan Pablo II que se debe «evitar reducir el pecado
mortal a un acto de «opción fundamental» –
El pecado venial rechaza un don menor de Dios, algo no imprescindible para mantenerse en vida sobrenatural; no
produce muerte, sino enfermedad y debilitamiento; no separa al hombre de Dios completamente, no excluye de su
gracia y amistad no desvía al hombre totalmente de su fin, sino que implica un culpable rodeo en el camino hacia él.
Junto a los pecados mortales y veniales también puede estar la omisión de un bien mejor». Pudiendo hacer un bien
mayor, se elige hacer un bien menor.
EVALUACIÓN SUBJETIVA DEL PECADO CONCRETO
La división teórica de la gravedad de los distintos pecados es relativamente sencilla, pero a la hora de evaluar en
concreto la gravedad de ciertos pecados cometidos, surgen a veces en las conciencias problemas no pequeños.
Señalemos, pues, algunos criterios en orden al discernimiento.
1.–Aunque somos personas humanas, hacemos pocos «actos humanos», si entendemos por éstos los que proceden de
advertencia y libertad. Los hombres espirituales tienen una vida muy consciente y deliberada, pero son pocos.
2.–La gravedad o levedad de un pecado concreto ha de ser juzgada según el pensamiento de la fe, esto es, a la luz de la
sagrada Escritura y de la enseñanza de la Iglesia;.
3.–importancia al pecado, un pecado, aunque no sea mortal, puede ser muy grave. En pecados, por ejemplo, contra la
caridad al prójimo.
4.–EI pecado de los cristianos tiene una gravedad especial. «Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el
conocimiento de la verdad» ¿qué castigo mereceremos? Si era condenado a muerte el que violaba la ley de Moisés, A
éstos «más les valía no haber conocido el camino de la justificación, que, después de haberlo conocido, echarse atrás del
santo mandamiento que se les ha transmitido.
5.– La gracia da al hombre una habitual inclinación al bien, así como una habitual tendencia a evitar el pecado (De
veritate 24,13). Tanto la vida en pecado como la vida en gracia poseen estabilidad, y la persona no pasa de un estado al
otro con facilidad y frecuencia. Por eso aquellos buenos cristianos que con excesiva facilidad piensan que su pecado fue
mortal suelen estar equivocados, quizá recibieron una mala formación, o son escrupulosos.
El pecado original produjo en el hombre y en el mundo terribles consecuencias, efectos que se ven actualizados en
cierta medida por todos los pecados personales posteriores.
El pecado mortal separa al hombre de Dios, lo arranca del Cuerpo místico de Cristo,.
El pecado venial no mata al hombre, pero le debilita y enferma; le aleja un tanto de Dios, aunque no llega a separarle de
él. Las funestas consecuencias de los pecados veniales podrían resumirse en estas cuatro
3.–Nos privan de muchas gracias actuales que hubiéramos recibido en conexión con aquellas gracias actuales que por el
pecado venial rechazamos.
Uno, por ejemplo, rechazando por pereza la gracia de asistir a un retiro, se ve privado quizá de un encuentro que
hubiera sido decisivo para su vida. Los pecados veniales no hacen perder la gracia de Dios, pero desbaratan muchas
gracias actuales de gran valor.
4.–Impiden así que las virtudes se vean perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo.
El perdón de Dios quita del pecador la culpa y la pena eterna; pero queda en el pecador, como consecuencia de su
pecado, la pena temporal,
PRUEBAS Y TENTACIONES
Pruebas (tentatio probationis). –Como las virtudes crecen por actos intensos, y como la persona no suele hacerlos como
no se vea apremiada por la situación, por eso Dios permite en su providencia ciertas pruebas que aprietan al hombre –
Tentaciones (tentatio seductionis). –Por la misma razón, Dios permite que el hombre sufra tentaciones, estos son,
inducciones al mal que proceden del Demonio, del mundo y de la propia carne. Estos son los tres enemigos del alma
«concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida»gula, lujuria, avaricia, tristeza, ira, acedía,
vanagloria y soberbia. (son siete los pecados o vicios capitales)
Las actitudes del cristiano en su lucha contra el pecado están igualmente bien definidas. Ante todo, la confianza en la
gracia de Cristo Salvador: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13). Fuera todo temor desordenado, aunque
haya que atravesar un valle de tinieblas (Sal 22,4).
Las armas principales del cristiano en la lucha contra la tentación son aquellas que le hacen participar de la fuerza de
Cristo Salvador: Palabra divina, sacramentos y sacramentales, oración y ascesis. Como Jesús venció la tentación en el
desierto (Mt 4,1-11), así hemos de vencerla nosotros. La oración y el ayuno (Mc 9,29), y sobre todo la Palabra, nos harán
poderosos en Cristo para confundir y ahuyentar al Demonio, que como león rugiente busca a quién devorar (1 Pe 5,8-9).
Las tácticas La tentación hay que combatirla desde el principio, desde que se insinúa. Hay que apagar inmediatamente la
chispa, antes de que haga un incendio.
en el primer grado [purificación] la dedicación fundamental del hombre es la de apartarse del pecado y resistir sus
concupiscencias, que se mueven contra la caridad.
En el tercer grado [unión], el perfecto ha de unirse plenamente a Dios y gozar de él, y ahí se consuma la caridad.
San Juan de la Cruz (1 Subida 11) algunos aspectos de esta victoria progresiva sobre el pecado.
1.–Tendencias naturales. La perfecta unión con Dios es imposible mientras tendencias voluntarias se opongan más o
menos a la gracia. Pero esa unión con Dios no se ve imposibilitada porque todavía ciertas desordenadas inclinaciones
naturales subsistan en sus primeros movimientos, siempre que no sean consentidas y hechas así voluntarias.
2.–Tendencias voluntarias. Estas, si son desordenadas, son las que frenan la obra de la santificación e impiden la unión
plena con Dios, por mínimas que sean.
3.–Pecados actuales y habituales. A veces un cristiano incurre en actos malos, aunque está en lucha para matar el hábito
malo del cual proceden. Es comprensible. Lo más grave y alarmante es que todavía tenga hábitos malos no mortificados,
es decir, consentidos en cuanto hábitos. Es cosa evidente que quien incurre en pecados habituales y deliberados,
aunque sean muy leves, no puede ir adelante en la perfección.
4.–No adelantar, es retroceder. Éste es un axioma repetido por los maestros espirituales. Si un cristiano no adelanta, es
esto signo claro de que está limitando de un modo consciente, voluntario y habitual su entrega a Dios. No quiere amar a
Dios con todo el corazón. Le ofrece su vida, pero como una hostia mellada, no circular. Guarda escondida en su mano
una monedita, muy poca cosa, pero que se la reserva, sin querer darla al Señor. Las consecuencias de esto son
desastrosas.
5.–Impecabilidad de los perfectos. El santo se une tanto al Señor, con un amor tan fuerte, que apenas puede ya pecar, y
puede decirle como el salmista: Dios mío, «en esto conozco que me amas, en que mi enemigo no triunfa sobre mí» (Sal
40,12)
6.–En la victoria sobre el pecado se da la plena potencia apostólica. Antes no, porque los pecados, aunque sean veniales,
oscurecen en el cristiano el resplandor de la gracia divina, y el testimonio así dado sobre Dios apenas resulta inteligible y
conmovedor. Ya nos dijo Cristo: «Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras
glorifiquen al Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16).
LA COMPUNCIÓN
Es la compunción una tristeza por el pecado, no una tristeza amarga, sino en la paz de la humildad, y en lágrimas, que a
veces son de gozo, cuando en la propia miseria se alcanza a contemplar la misericordia abismal del Señor.
«La tristeza conforme a Dios origina una conversión salvadora, de la que nunca tendremos que lamentarnos; en cambio,
la tristeza producida por el mundo ocasiona la muerte» (2 Cor 7,10).
«Si pudiera ver todos mis pecados, tres o cuatro hombres no serían bastantes para lamentarlos con sus lágrimas» (MG
65,161).
«Cuanto más el hombre se acerca a Dios, tanto más se ve pecador» (65,289). Pero ese acercamiento a Dios, a su
bondad, a su hermosura, explica a su vez por qué la compunción no es sólo tristeza, sino también gozo inmenso y
pacífico, un júbilo que a veces conmueve el corazón hasta las lágrimas.
Dios siempre dona o perdona a los hombres que quieren vivir en su amistad. Si obramos el bien, es porque recibimos el
don de la gracia divina. Y si obramos mal, es porque rechazamos el don de Dios; pero entonces, si nos arrepentimos,
Dios nos concede su perdón, es decir, nos da de nuevo el don intensivo, reiterado, sobreabundante