Introducción. Teología 1

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TEOLOGÍA I TEOLOGÍA PROPIA

TEOLOGÍA 1 1

Teología Propia: Estudio de Dios Padre

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios


verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
Juan 17:3

Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía


se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese
en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme,
que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la
tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.
Jeremías 9:23-24
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TEOLOGÍA I TEOLOGÍA PROPIA

Introducción 2
En este curso de Teología I, vamos a estudiar lo
que se conoce como Teología Propia, que es el
estudio acerca de Dios Padre; en donde
estaremos analizando temas como lo son: La
existencia de Dios, la cognoscibilidad e
incomprensibilidad de Dios, los atributos de Dios,
la Trinidad, los decretos de Dios, la providencia de
Dios, entre otros.

El conocimiento de Dios es sumamente


importante para nuestra Salvación y Adoración.
Así que, a manera de introducción, he extraído
algunas ideas de algunos libros de maestros
prominentes en la Palabra de Dios para empezar a
reflexionar sobre la importancia del conocimiento
de Dios.
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Extracto 1. (Extracto del Prefacio del libro y de su Capítulo 1)


3
El conocimiento del Dios Santo. A. W. Tozer.
Vida.
1996.

Prefacio

La religión genuina confronta la tierra con el


cielo y
hace que la eternidad alumbre al tiempo. El
mensajero
de Cristo, aunque habla lo que Dios le ha dado,
también
debe, como solían decir los cuáqueros, "hablar a la
situación" de sus oyentes; de no hacerlo, estaría
hablando un lenguaje conocido sólo por él mismo. Su
mensaje no sólo debe ser eterno; también debe ser
oportuno. Le debe hablar a su propia generación.

El mensaje de este libro no procede de nuestros tiempos, pero es adecuado para


ellos. Ha sido puesto en acción por una situación que ha existido en la Iglesia por
años, y que está empeorando de manera continua. Me refiero a la pérdida del
concepto de majestad en la mente religiosa popular. La Iglesia ha abandonado su
elevado concepto de Dios. Esto no se ha hecho de manera deliberada, sino poco
a poco, y sin conocimiento de la Iglesia, y el hecho mismo de que no esté
consciente de lo que está pasando, sólo sirve para hacer más trágica aún su
situación.

El pobre concepto de Dios que prevalece entre los cristianos de una manera casi
universal es la causa de un centenar de males entre nosotros, dondequiera que
estemos. Una nueva filosofía de la vida cristiana ha sido la consecuencia de este
error fundamental en nuestro pensar religioso.

Con nuestra pérdida del sentido de majestad ha llegado una pérdida mayor del
temor reverencial religioso y del reconocimiento de la Presencia divina. Hemos
perdido nuestro espíritu de adoración. El cristianismo moderno no está
produciendo el tipo de cristiano que pueda apreciar o experimentar la vida en el
Espíritu. Las palabras "Estad quietos, y conoced que yo soy Dios" no significan
nada en la práctica para el adorador bullicioso y confiado en sí mismo de este
siglo veinte.
Esta pérdida del concepto de majestad ha llegado en el momento en que las
fuerzas de la religión están logrando un fuerte avance y las iglesias están más
prósperas que en ningún otro momento en unos cuantos siglos. Lo alarmante es
que nuestros éxitos son externos en su mayoría y nuestras pérdidas totalmente
internas; y puesto que es la calidad de nuestra religión la afectada por las

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condiciones internas, bien podría ser que nuestros supuestos éxitos no sean más 4
que pérdidas.

La única forma de recuperarnos de nuestras pérdidas espirituales es regresar a la


causa de ellas y hacer las correcciones que exija la verdad. La falta de
conocimiento del Santo es lo que nos ha traído nuestros problemas. El
redescubrimiento de la majestad de Dios logrará grandes cosas en cuanto a la
solución de esos problemas. Nos será imposible mantener sanas nuestras
prácticas morales, y rectas nuestras actitudes mientras nuestra idea de Dios sea
errónea o inadecuada. Si queremos traer de nuevo el poder espiritual a nuestra
vida, debemos comenzar a pensar en Dios de un modo que se aproxime más a
como Él es en realidad.

Como humilde contribución a una comprensión mayor de la Majestad de los


cielos, ofrezco este reverente estudio de los atributos de Dios. Si los cristianos de
hoy leyeran obras como las de Agustín o Anselmo, un libro como éste no habría
tenido razón de ser. Sin embargo, los cristianos modernos sólo conocen de
nombre a esos iluminados. Las casas editoras cumplen con su deber de hacer
reimpresiones de sus libros, y a su debido tiempo éstas aparecen en los estantes
de nuestros estudios. Ahí es donde se encuentra el problema: se quedan en los
estantes.

Es evidente que no son muchos los cristianos dispuestos a leer centenares de


páginas de material religioso que requiere una concentración constante. Estos
libros les recuerdan a demasiadas personas aquellos clásicos seculares que se
vieron obligadas a leer mientras estaban en la escuela, y se apartan de ellos con
una sensación de desaliento.

Por este motivo, un esfuerzo como el presente no dejará de tener algún efecto
beneficioso. Como este libro no es ni esotérico ni técnico, y ya que está escrito en
el lenguaje de la adoración, sin pretensiones de elegancia en su estilo literario,
quizá haya unas cuantas personas que se sientan atraídas hacia su lectura.
Aunque creo que no se hallará aquí nada que sea contrario a la sana teología
cristiana, con todo, no estoy escribiendo para los teólogos profesionales, sino
para las personas cuyo corazón las mueve a buscar a Dios mismo.
Tengo la esperanza de que este libro pueda contribuir en algo a la promoción de
la religión personal y, si unos cuantos se sienten animados por su lectura a
comenzar la práctica de la meditación sobre la esencia de Dios, eso bastaría para
pagar con creces el esfuerzo de producirlo.

A. W. Tozer

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Capítulo 1
5
Por qué debemos pensar correctamente sobre Dios
Señor todopoderoso, no el Dios de los filósofos y de los sabios, sino el Dios de los
profetas y los apóstoles, y lo mejor de todo, el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo: ¿me permites reconocer tu santidad?

Los que no te conocen, quizá te invoquen como otro distinto al que eres, y así no
te adoran a ti, sino a una criatura de su propia imaginación; por eso, ilumínanos la
mente para que te conozcamos tal como eres, de manera que te podamos amar
de manera perfecta y alabarte dignamente. En el nombre de Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.

Lo que nos viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo más importante de


nosotros.

Es probable que la historia de la humanidad señalará que ningún pueblo se ha


alzado a niveles más altos que su religión, y la historia espiritual del hombre
demostrará que ninguna religión ha sido jamás más grande que su concepto de
Dios. La adoración será pura, o baja, según el lugar en que el adorador tenga a
Dios.

Por esta razón, la cuestión más importante que la Iglesia tiene delante siempre
será Dios mismo, y la realidad más portentosa acerca de cualquier ser humano no
es lo que él pueda decir o hacer en un momento dado, sino la forma en que
concibe a Dios en lo más profundo del corazón. Por una ley secreta del corazón,
tenemos la tendencia de acercarnos hacia la imagen mental de Dios que
poseamos. Esto no es cierto solamente con respecto al cristiano de manera
individual, sino también con respecto al conjunto de cristianos que forma la
Iglesia. Lo más revelador acerca de la Iglesia será siempre su idea de Dios, así
como su mensaje más significativo es lo que diga sobre Él, o lo que deje sin decir,
porque con frecuencia, su silencio es más elocuente que sus palabras. Nunca se
podrá escapar de la revelación de sí misma que hará cuando dé testimonio acerca
de Dios.

Si fuéramos capaces de obtener de algún ser humano una respuesta completa a la


pregunta "¿Qué le viene a la mente cuando piensa sobre Dios?", podríamos
predecir con certeza el futuro espiritual de ese ser humano. Si fuéramos capaces
de conocer con exactitud lo que piensan sobre Dios los más influyentes de
nuestros líderes religiosos, podríamos predecir con bastante precisión dónde se
hallará la Iglesia mañana.

Sin duda alguna, la palabra de más peso en cualquier idioma es la que utiliza para
designar a Dios. El pensamiento y el habla son dones de Dios a unas criaturas
hechas a su imagen; éstas están íntimamente asociadas con Él, y son imposibles

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sin Él. Es muy significativo que la primera palabra fuera la Palabra, el Verbo: "Y el 6
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios". Nosotros podemos hablar, porque Dios
habló. En Él, la palabra y la idea son inseparables entre sí.

Que nuestra idea Dios se aproxime lo más posible al verdadero ser de Dios es algo
de inmensa importancia para nosotros. Comparados con nuestros pensamientos
reales acerca de Él, nuestras declaraciones en los credos resultan de poca
importancia. Nuestra idea real de Dios pudiera hallarse enterrada bajo los
desechos de las nociones religiosas convencionales, y quizás se necesite una
búsqueda inteligente y vigorosa antes de ser desenterrada y expuesta tal como
es. Sólo después de una fuerte prueba de doloroso examen personal, estaremos
en condiciones de descubrir lo que creemos en realidad sobre Dios.

Tener un concepto correcto de Dios es algo fundamental, no sólo para la teología


sistemática, sino también para la vida cristiana práctica. Es a la adoración lo que
los cimientos son al templo; donde sea inadecuado, o esté fuera de plomada, toda
la estructura tendrá que desplomarse tarde o temprano. Creo que son muy
escasos los errores en la doctrina o en la aplicación de la ética cristiana que no se
puedan seguir hasta hallar su origen en unos pensamientos imperfectos e
innobles sobre Dios.

Opino que el concepto de Dios que prevalece en esta época es tan decadente,
que se encuentra completamente por debajo de la dignidad del Dios Altísimo, y
en realidad constituye para los que profesan ser creyentes algo que equivale a
una calamidad moral.

Todos los problemas del cielo y de la tierra, aunque se nos presen taran juntos y al
mismo tiempo, no serían nada comparados con el abrumador problema de Dios:
que Él existe, cómo es Él, y qué debemos hacer nosotros, como seres morales,
acerca de Él.

El hombre que llega a unas creencias correctas con respecto a Dios queda aliviado
de mil problemas temporales, porque ve de una vez que éstos tienen que ver con
cuestiones que, a lo sumo, le pueden preocupar por largo tiempo; pero aun si se
le pudieran quitar las numerosas cargas del tiempo, la poderosa carga de la
eternidad comienza a pesar sobre él con un peso más aplastante que todos los
sufrimientos del mundo amontonados uno sobre otro. Esa poderosa carga es su
obligación con Dios. Comprende un acuciante deber de amar a Dios durante toda
la vida con todas las fuerzas de la mente y del alma, de obedecerle de manera
perfecta y de adorarle de manera aceptable. Cuando la angustiada conciencia del
hombre le dice que no ha hecho ninguna de estas cosas, sino que desde la niñez
ha sido culpable de una necia rebelión contra la

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Majestad del cielo, la presión interna se podría volver difícil de soportar. El 7


evangelio puede quitar esta carga destructora de la mente, dar gloria en lugar de
ceniza, y manto de alegría en lugar de luto. Con todo, a menos que se sienta el
peso de esa carga, el evangelio no podrá significar nada para el hombre; y hasta
que no tenga una visión de un Dios exaltado por encima de todo, no habrá temor
ni carga alguna. El bajo concepto de Dios destruye el Evangelio para todo el que
lo tenga.

Entre los pecados a los que tiende el corazón humano, es difícil hallar otro que
sea más odioso para Dios que la idolatría, porque la idolatría es en el fondo un
libelo con respecto a su personalidad. El corazón idólatra da por sentado que Dios
es otro distinto a quien es algo que es en sí un monstruoso pecado- y sustituye al
Dios verdadero por otro hecho a su propia semejanza. Este Dios siempre se
conformará a la imagen del que lo ha creado, y será bajo o puro, cruel o
bondadoso, según el estado moral de la mente de la cual ha surgido.t

Es muy natural que un dios engendrado en las sombras de un corazón caído no


sea una verdadera semejanza del Dios verdadero. El Señor le dice al malvado en
el salmo: "Tú pensabas que yo era totalmente igual a ti." En realidad, esto debe
constituir una seria afrenta para el Dios Altísimo ante el cual los querubines y
serafines claman de manera continua: "Santo, santo, santo, Señor Dios de los
ejércitos."

Mantengámonos alerta, no vaya a ser que en nuestro orgullo aceptemos la


noción errónea de que la idolatría sólo consiste en doblar la rodilla ante objetos
visibles de adoración, y que por tanto, los pueblos civiliza dos se hallan libres de
ella. La esencia de la idolatría consiste en abrigar sobre Dios pensamientos que
son indignos de Él. Comienza en la mente, y puede estar presente donde no se
haya producido ningún acto abierto de adoración. Pablo dice: "Habiendo
conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se
envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido."

A esto siguió la adoración de ídolos fabricados a semejanza de hombres, y de


aves, y de bestias, y de reptiles, pero esta serie de actos degradantes comenzó en
la mente. Las ideas equivocadas sobre Dios no sólo son la fuente de la que fluyen
las aguas contaminadas de la idolatría; ellas mismas son idolátricas. Nociones
pervertidas sobre Dios pronto pudren la religión en que aparecen. La larga historia
de Israel demuestra esto con suficiente claridad, y la historia de la Iglesia lo
confirma. Es tan necesario para la Iglesia el tener un alto concepto de Dios que,
cuando ese concepto declina, la Iglesia, con su adoración y sus normas morales,

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declina junto con él. El primer paso en este descenso lo toma una iglesia, cualquiera 8
que ésta sea, cuando abandona su alto concepto de Dios.

Antes que la Iglesia cristiana se eclipse en cualquier lugar, debe haber primero
una corrupción de su teología más simple y fundamental. Sencillamente,
responde de manera errada a la pregunta "¿Cómo es Dios?", y parte de aquí.
Aunque pueda continuar aferrada a un credo nominalmente sano, su credo
práctico se ha vuelto falso. Las masas de sus adeptos llegan a creer que Dios es
diferente a como es en realidad, y esto es herejía de la más insidiosa y mortal de
las clases.

La obligación más fuerte de cuantas pesan sobre la Iglesia cristiana de hoy


consiste en purificar y elevar su concepto de Dios. En todas sus oraciones y
trabajos, esto debiera ocupar el primer lugar. Le haremos el mejor de los
servicios a la próxima generación de cristianos si les entregamos sin amortiguar ni
disminuir ese noble concepto de Dios que recibimos de nuestros padres hebreos
y cristianos de generaciones pasa das. Esto demostrará ser de mayor valor para
ellos, que todo cuanto se les pueda ocurrir al arte o a la ciencia.

Oh Dios de Betel, de cuya mano


tu pueblo sigue recibiendo su alimento;
tú que has guiado a través
de este cansado peregrinaje
a todos nuestros padres.
Nuestros votos y oraciones presentamos
ante el trono de tu gracia.

Philip Doddridge

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Extracto 2 (Página 10 de su Prefacio)


9
El conocimiento del Dios santo, J. I. Packer.
Vida. 2006.

La convicción que sustenta a este libro es la de


que en la
ignorancia sobre Dios -ignorancia tanto de sus
caminos
como de la práctica de la comunión con él- está
la raíz
de buena parte de la debilidad de la iglesia en
la
actualidad. Dos tendencias desafortunadas
parecen
haber producido este estado de cosas.

La primera tendencia consiste en que la mentalidad del


cristiano se ha conformado al espíritu moderno: el
espíritu, vale decir, que concibe grandes ideas sobre el
hombre y solo deja lugar para ideas pequeñas en cuanto
a Dios.
La segunda tenencia es la de que la mente cristiana ha sido perturbada por el
escepticismo moderno.

Extracto 3 (Extracto de su capítulo 5)

Los atributos de Dios. A. W. Pink. Fara de


Gracia. 2020.

Capítulo 5

LA SUPREMACÍA DE DIOS

Muchos no Lo conocen

En una de sus cartas a Erasmo, Lutero le decía:


"Tu
concepto de Dios es demasiado humano". El
renombrado erudito probablemente se ofendió por tal
reproche que procedía del hijo de un minero; sin
embargo, lo tenía perfectamente merecido. Nosotros también, aunque no
tengamos lugar entre los líderes religiosos de esta degenerada época,
presentamos la misma denuncia contra la mayoría de los predicadores de
nuestros días y contra quienes, en lugar de escudriñar las Escrituras por sí
mismos, aceptan perezosamente las enseñanzas de sus denominaciones. En la
actualidad, y casi en todas partes, se sostienen los más deshonrosos y
degradantes conceptos acerca de la autoridad y el reino del Todopoderoso. Para
incontables multitudes, incluso

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entre los que profesan ser cristianos, el Dios de las Escrituras es completamente 10
desconocido.

En la antigüedad, Dios se quejó de un Israel apóstata, diciendo: "Pensabas que de


cierto sería yo como tú" (Salmo 50:21). Similar ha de ser ahora Su acusación
contra una cristiandad apóstata. Los hombres imaginan que al Altísimo Le
mueven, no los principios, sino los sentimientos. Suponen que Su Omnipotencia
es una invención vacía y que Satanás puede desbaratar Sus designios a su antojo.
Creen que si en realidad Él se ha forjado un plan o propósito, ha de ser como los
suyos, constantemente sujetos a cambios. Declaran abiertamente que cualquiera
sea el poder que posee, ha de ser restringido, no sea que invada el territorio del
"libre albedrío" del hombre y lo reduzca a una "máquina". Rebajan la expiación
eficaz, la cual redimió a todos aquellos por los cuales fue hecha, hasta hacer de
ella una simple "medicina" que las almas enfermas por el pecado pueden usar si
se sienten dispuestas a ello; y desvirtúan la obra invencible del Espíritu Santo,
convirtiéndola en una "oferta" del evangelio que los pecadores pueden aceptar o
rechazar a su agrado.

El "dios" del presente siglo no se parece en nada al Soberano Supremo de la


Sagrada Escritura, igual que la confusa y vacilante llama de una vela no se parece
a la gloria del sol del mediodía. El "dios" del cual suele hablarse desde el púlpito,
el que se menciona en gran parte de la literatura religiosa actual, el que se
predica en la mayoría de las llamadas conferencias Bíblicas, es una invención de
la imaginación humana, una ficción del sentimentalismo.

Los idólatras que se encuentran fuera de la cristiandad se hacen "dioses" de


madera o de piedra, mientras que los millones de idolatras que se hallan dentro
de la cristiandad se elaboran "dioses" producto de sus propias mentes. En
realidad, no son otra cosa que ateos, ya que no hay otra alternativa posible entre
un Dios absolutamente supremo, y un dios que no existe. Un "dios" cuya voluntad
puede ser resistida, cuyos designios pueden ser frustrados, y cuyos propósitos
pueden ser derrotados, no posee derecho alguno a la Deidad, y lejos de ser objeto
digno de adoración, merece solamente desprecio.

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Extracto 4 (Extracto de su Introducción)


11
Nuestro extraordinario Dios. John
MacArthur.
Portavoz. 2005.

INTRODUCCIÓN
Hay una antigua fábula referente a seis ciegos de
nacimiento que vivían en la India. Un día decidieron
visitar un palacio cercano. Al llegar, había un
elefante en el patio. El primer ciego tocó un costado
del elefante y dijo: "Un elefante es como una
pared". El segundo tocó la trompa y comentó: "Un
elefante es como una culebra". El tercero tocó un
colmillo y acotó: "Un elefante es como una lanza". El cuarto tocó una pata y
dedujo: "Un elefante es como un árbol". El quinto tocó una oreja y arguyó: "Un
elefante es como un abanico". Y el sexto tocó la cola y exclamó: "Un elefante es
como una cuerda". Debido a que cada ciego solo tocó una parte del elefante,
ninguno de ellos pudo saber con precisión lo que en realidad es un elefante.

Al llevar esta analogía al ámbito de lo espiritual, nos damos cuenta de que muchas
personas tienen conceptos erróneos acerca de a qué realmente es Dios
semejante. Creer cosas erróneas en lo atinente a Dios es un asunto muy serio
porque es idolatría. ¿Le sorprende eso? Contrariamente a la creencia popular, la
idolatría es más que postrarse delante de una pequeña figura o adorar en un
templo pagano. Según la Biblia, es pensar cualquier cosa acerca de Dios que no
es verdad o intentar transformarlo en algo que Él no es.

Dios mismo señaló el error de la idolatría cuando dijo del hombre: "Pensabas que
de cierto sería yo como tú" (Sal. 50:1). Debemos cuidarnos de pensar de Dios
como nos parece o albergar pensamientos inicuos acerca de Él. Es sumamente
fácil hacer cualquiera de las dos cosas.

Voltaire, el agnóstico francés, una vez dijo en tono de broma que Dios Creó al
hombre a su propia imagen, y que el hombre le devolvió el favor. "No es eso solo
verdad de los hombres inicuos -ha escrito un autor-, sino que los cristianos con
frecuencia son culpables también de ese error. Porque somos seres finitos, nos
inclinamos a percibir lo infinito a la luz de nuestras propias limitaciones". Aun las
Escrituras mismas presentan la verdad en la clase de lenguaje y pensamientos que
se acomodan a nuestro entendimiento humano. Pero aunque la Biblia desciende a
nuestro nivel, también nos exhorta a ir más allá de nuestras limitaciones y a

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alcanzar pensamientos elevados respecto de Dios. Es esencial que nuestras ideas 12


de Dios se correspondan tanto como sea posible con lo que Él realmente es. En
cambio, con frecuencia ponemos a Dios en una caja, ¡y nuestra caja es
increíblemente pequeña! Solemos permitir que nuestra cultura determine
nuestros valores en lugar de nuestro Creador. Esos valores influyen en nuestros
pensamientos relativos a Dios y moldean la manera en que nos relacionamos con
Él en nuestra experiencia diaria (Gregg Cantelmo, "Criminal Concepts of God"
["Conceptos criminales de Dios"], revista Masterpiece [Obra maestra],
septiembre/octubre, 1989, p. 5).

La única manera de saber cómo es Dios es descubrir lo que Él ha revelado de sí


mismo en las Escrituras. La revelación de la naturaleza de Dios cae dentro de
diferentes categorías de atributos, los que en su totalidad definen su carácter.

Extracto 5 (Extracto del Sermón predicado en la mañana del Domingo 7 de


Enero, 1855 por Charles Haddon Spurgeon en la capilla de New Park Street,
Southwark, Londres "Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob,
no habéis sido consumidos." -- Malaquías 3:6)
Alguien ha dicho que "el estudio apropiado
de la
humanidad es el hombre". Yo no voy a
oponerme a
esa idea, pero creo que es igualmente
cierto que el
estudio apropiado de los elegidos de Dios,
es el
propio Dios. El estudio apropiado del
cristiano es la
Deidad. La ciencia más elevada, la
especulación
más sutil, la filosofía más poderosa que puedan
jamás atraer la atención de un hijo de Dios, es el
nombre, la naturaleza, la Persona, la obra, los
hechos y la existencia de ese grandioso Dios, a
quien el cristiano llama Padre.

En la contemplación de la Divinidad hay algo extraordinariamente beneficioso


para la mente. Es un tema tan amplio que todos nuestros pensamientos se
pierden en su inmensidad; tan profundo, que nuestro orgullo se ahoga en su
infinitud. Nosotros podemos abarcar y enfrentar otros temas; en ellos sentimos
una especie de autosatisfacción y proseguimos con nuestro camino pensando:
"he aquí que yo soy sabio". Pero cuando nos aproximamos a esta ciencia de las
ciencias y encontramos que nuestra plomada no puede medir su profundidad y
que nuestro ojo de águila no puede ver su altura, nos alejamos pensando que el
hombre vano quisiera ser sabio, pero que es como un burrito salvaje y entonces

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exclama solemnemente: "soy de ayer y no sé nada". Ningún tema de 13
contemplación tenderá a humillar la mente en mayor medida que los
pensamientos de Dios.

Pero si el tema humilla la mente, también la expande. Aquel que piensa en Dios
con frecuencia, tendrá una mente más grande que el hombre que simplemente
camina con pesadez alrededor de este globo estrecho… el estudio más
excelente para ensanchar el alma es la ciencia de Cristo, y Cristo crucificado, y
el conocimiento de la Deidad en la gloriosa Trinidad.

Nada hay que pueda desarrollar tanto el intelecto, nada hay que engrandezca
tanto el alma del hombre como la investigación devota, sincera y continua del
grandioso tema de la Deidad. Y mientras humilla y ensancha, este tema es
eminentemente consolador. ¡Oh, en la contemplación de Cristo hay un
ungüento para cada herida! ¡En la meditación sobre el Padre, hay descanso
para cada aflicción y en la influencia del Espíritu Santo hay un bálsamo para
cada llaga! ¿Quieres liberarte de tus penas? ¿Quieres ahogar tus
preocupaciones? Entonces, ve y lánzate a lo más profundo del mar de la Deidad;
piérdete en su inmensidad, y saldrás de allí como cuando te levantas de un
lecho de descanso, renovado y lleno de vigor.

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