Watzlawick Paul La Construccion Del Universo Cap I

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Ceberio, Marcelo y Paul Watzlawick (1998) La construcción del Universo.

Herder. Barcelona.

Capítulo 1

El conocimiento del Mundo

HACIA UNA CIENCIA DEL CAMBIO (P.W.)

Resultaría difícil imaginar una meta tras la cual la humanidad ha empleado


más pensamientos, sueños, palabras, esfuerzos desesperados, guerras y
revoluciones, que el logro de la felicidad.

Ya Aristóteles aseveró lo obvio: «todos los seres humanos desean ser


felices»; pero Terrentius Varro y, siguiendo su línea de pensamiento,
Agustín, contabilizó 289 opiniones distintas sobre este concepto
aparentemente tan simple. Uno debe suponer que ellos solamente
entrevistaron a 289 personas, puesto que escasamente pueden encontrarse
dos seres humanos que estuvieran de acuerdo finalmente en qué se supone
que es la felicidad.

Pero este no es el único problema con esta naturaleza tan difusa. Dumby,
uno de los personajes de la comedia de Oscar Wilde Lady Windermere's Fan
señala:

«En este mundo hay sólo dos tragedias. Una es el no alcanzar lo que
uno quiere, y la otra es alcanzarlo. La última es, lejos, la peor, la
última es la tragedia real».

En otras palabras: nuestra idea de la felicidad es infinitamente deseable, sólo


en tanto no la logramos. Cuando llegamos a ella, nos envuelve un llanto
lejano por aquello que esperábamos, o al mismo tiempo nos invade una
horrible desilusión.

Lo verdaderamente asombroso es que entonces no sospechamos que debe


haber algo equivocado en la idea que poseemos acerca de la felicidad, para
invariablemente concluir que cometemos un error, que alguien o algo nos
decepciona, o que todavía no buscamos la felicidad en el lugar adecuado; y
pronto salimos a una nueva búsqueda en una nueva (o más posiblemente la
misma) dirección, para finalizar en un desengaño similar.

Si observamos las caras de la gente mayor, hay algo trágico en sus rostros,
como si se sintiesen disgustados por la vida, defraudados por Dios, la
naturaleza, o la existencia (o como quieran llamarlo), por haberles quitado
alguna cosa que les hubiera hecho feliz.

Algo menos trágico es lo que Catalina la Grande, tarde en su carrera, se


supone le dijo a un hombre, con quien había estado por casualidad en la
cama aquella noche: «sabes, yo debo haber tenido diez mil amantes y
pienso, no hubo gran diferencia entre ninguno de ustedes». Se non é vero é

1
ben trovato1...

Pero esto aún no es de ningún modo la historia completa. La experiencia


muestra que lo que hacemos para perfeccionar las cosas, para lograr la
felicidad, puede ser la causa de nuestra infelicidad. Este instante, inesperado
e impredecible, transformando a algo en su opuesto ya era conocido por
Heráclito, quien lo llamó enantiodromia, pero después de él, Lao Tzu (si
alguna vez existió) escribió en el capítulo II de su Tao Te King:
«Cuando todos en el mundo entiendan la belleza de ser bello,
entonces la fealdad existe. Cuando todos entiendan la bondad de ser
bueno, entonces la maldad existe».

Los mecanismos por los cuales creamos nuestra infelicidad, buscando la


felicidad, son numerosos, pero parecen tener un denominador común: la
llamada tendencia a hacer más de lo mismo; aunque nuestros esfuerzos
todavía no hayan arrojado los resultados esperados. Cuando comenzamos a
observar estos mecanismos, caemos en la cuenta que su importancia y sus
efectos van más allá de nuestras vidas individuales y amenazan la
supervivencia del planeta.

No cabe duda que la humanidad ha llegado a un punto totalmente inusual en


su historia; el punto en donde nuestro modo tradicional de ver el mundo y
de cómo mejorarlo no sólo resulta inútil, sino que se ha tornado
contraproducente. Por ejemplo, no por mucho tiempo se puede sostener la
creencia que si algo es malo, su opuesto debe ser bueno; o que si algo es
bueno, el doble debe ser dos veces más bueno; o sólo porque A ha
producido siempre B, se continuará obteniendo B hasta la eternidad.

Ciertamente estos ejemplos son triviales, y la falacia resultante de éstos ha


sido señalada a través de los siglos. Sin embargo, estas técnicas de cambio,
aún son aplicadas una y otra vez -tanto en una relación conyugal, como por
las altas esferas de un gobierno.

Nuestro mundo se ha vuelto tan complejo que no logramos escapar del


mismo resultado, recurriendo a soluciones similares que surgen de nuestro
sentido común durante mucho tiempo. Atrás quedaron los días en que la
naturaleza absorbía pacientemente nuestros desechos y venenos, y era ella
misma la que los purificaba. En la actualidad, el Mediterráneo se ha
transformado en un albañal y los bosques del norte de Europa están
moribundos.
Nuestros esfuerzos por lograr una mejor y más feliz calidad de vida genera
resultados igualmente desastrosos: los vertiginosos avances de la medicina
han creado problemas humanos totalmente nuevos e inesperados; el grado
elevado de seguridad social se asocia con las particularmente violentas
formas de delincuencia; los medios de transporte, cada vez más rápidos, nos
dejan con menos y menos tiempo; a pesar de la mayor riqueza, hay más
gente que se suicida; y ello sin olvidar el dilema nuclear.

Los viejos intentos por solucionar problemas han alcanzado los límites de la
inefectividad. En vez de buscar nuevas técnicas de cambio, continuamos
aplicando la desastrosa receta de hacer más de lo mismo -un modo seguro

1
Si no es verdad, está bien.
2
de suicidio, como la ciencia de la evolución lo muestra convincentemente.
«Plus va change, plus clest la méme chose2», dice la sabiduría del viejo
proverbio francés.

Surge, entonces, la necesidad de construir nuevos métodos que obstruyan y


reemplacen a las antiguas soluciones, en lugar de reforzarlas. Pero el lector
tiene derecho a preguntar ¿cuál sería un ejemplo de semejante solución?

Imaginen que -siguiendo una breve idea mencionada por el matemático


canadiense Anatole Rapoport en el libro Fights, Games and Debates
(Combates, juegos y debates)- se introdujera una regla básica del proceder
en el diálogo en todas las conferencias de las superpotencias: antes que el
problema fuera discutido, cada delegación tendría que presentar el punto de
vista de la otra delegación. En otras palabras, los americanos tendrían que
exponer la opinión de los soviéticos, hasta que la delegación soviética
estuviese completamente convencida de que su perspectiva de la situación
había sido entendida correctamente. Sería entonces el turno de sintetizar el
punto de vista de los Estados Unidos, hasta que los americanos estuviesen
conformes.

Para cualquiera que se encuentre familiarizado con la abismal ignorancia de


estos líderes del mundo en lo que respecta a sus puntos de vista,
esperanzas, sospechas y, consecuentemente, las intenciones de sus
contrapartes, esta idea cobra sentido de inmediato; el 50% del problema
posiblemente habría desaparecido antes de que fuera alguna vez discutido.

Es verdad que, en este caso particular, la solución no puede funcionar,


puesto que resulta improbable que dichas superpotencias estuviesen de
acuerdo en acatar semejante regla.

Otro ejemplo que puede explicar esta idea es aquel tipo especial de sabiduría
que ha salido a la superficie una y otra vez en el curso del milenio en
incontables historias, fábulas, mitos y otros relatos del género. Por lo
general, nuestro entendimiento moderno tiende a desestimar estas historias
por ser fantásticas, imaginarias o irreales. Pero no debemos olvidar que, aún
en nuestros días, tales conceptos imaginarios han mostrado su utilidad
práctica.

Tomemos uno de los puntos embarazosos de la lógica matemática, como es


la aparentemente ingenua ecuación X + 1 = 0. Trasladando el 1 (al otro lado
de la ecuación), obtenemos X = -1, por lo tanto el resultado final será X=-1.

Los lógicos han realizado numerosos intentos para resolver esta


contradicción -ya que nada multiplicado por sí mismo puede dar un valor
negativo- y de este modo salvar a la lógica clásica de la irracionalidad de
esta paradoja. Pero físicos e ingenieros, que han quedado entrampados en
este dilema, convinieron con ecuanimidad un número imaginario llamado
«i», introduciéndolo en sus cómputos y llegando, por ende, a soluciones
prácticas y concretas.

Quizás, el ejemplo más atractivo de este modo de resolver problemas es la

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Mientras más cambia más es la misma cosa.
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historia oriental del padre que, después de su muerte, deja sus 17 camellos
a sus tres hijos, con la siguiente instrucción: el hijo mayor debería recibir la
mitad, el segundo, un tercio, y el más joven una novena parte de los
camellos.

Frente al mandato del padre, ellos se encuentran con la imposibilidad de


realizar tal división.

Eventualmente por el camino, un mullah (intérprete de las leyes y dogmas


del Islam) viene cabalgando sobre su camello, y ellos le piden ayuda. «No
existe una solución para esto», él asevera. «Pero puedo agregar mi camello
a los de ustedes, y así tendrán 18 y podrán dividirlos. Ahora tú, el mayor,
recibes la mitad, que es 9. A ti, el hijo segundo, te corresponde un tercio, o
sea 6, aquí están. Y para ti, el más joven, un noveno, que son 2 camellos;
así resta un camello, de mi propiedad». Habiendo dicho esto, se subió a su
camello y se fue.

En conclusión, necesitamos una nueva ciencia del cambio, que sea capaz de
producir un giro, no sólo en las formas de abordar un problema en particular,
sino también que resulte efectiva en el tratamiento del fenómeno como tal. Y
cuando observamos alrededor, encontramos los comienzos de una ciencia
semejante con diferentes áreas como biología, física, química, filosofía,
semántica, sistemas sociales, ciencias empresariales (management),
medicina, y por último, pero no por eso menos importante, psicoterapia, y
con ésta nos referimos a la reducción del sufrimiento humano y no al logro
de la felicidad final.

Lo cual nos lleva a retomar al punto de partida...

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QUE SE CONOCE COMO SE CONOCE

Para comenzar a pensar acerca de este tema, es necesario abrir con una
reflexión: ¿alguna vez nos cuestionamos cómo se llega a conocer eso que
llamamos externo a nuestra mirada? ¿En alguna oportunidad nos
preguntamos acerca de los procesos que nos llevan a decir que los objetos
son, en el sentido literal de la frase, y no tan sólo a discriminar su existencia,
sino también a adjetivarlos, clasificarlos, revestirlos de un determinado juicio
de valor?

¿Conocemos nuestra forma de conocimiento?, ¿Conocemos nuestro


conocer?, ¿Cuál es nuestra epistemología?

El término epistemología deriva del griego episteme, que significa


conocimiento, y es una rama de la filosofía que se ocupa de todos los
elementos que procuran la adquisición de conocimiento, e investiga los
fundamentos, límites, métodos y la validez del mismo.

En este sentido es un escalón anterior a la estructuración de la teoría, ya que


se ocupa de las reglas que gobiernan el funcionamiento de la cognición
humana; por lo tanto, la epistemología establece «de qué manera los
organismos o agregados de organismos particulares conocen, piensan y
llegan a decisiones que determinan su conducta» (Bateson, 1979).

Dentro del contexto filosófico, se ha empleado el término epistemología para


hacer referencia a un conjunto de técnicas analíticas y críticas, que definen
los límites de los procesos de conocimiento. Pero más allá de la filosofía,
existen dos ámbitos donde esta ciencia realiza su incursión: la biología
experimental, a través de figuras como Maturana, Varela, McCulloch o Von
Foerster, y el área sociocultural, que se traduce en cómo las personas
conocen y de la forma en que conocen, es decir cómo se constituye y
sostiene el hábito de la cognición.

Simon y colaboradores (1984) señalan que la epistemología:


«( ... ) se refiere al desarrollo de la estructura de pensamiento, así
como a la lógica interna de los procesos emocionales. La estructura de
conocimiento de todo organismo puede verse como su modelo del
mundo y como marco de referencia de su conducta. La organización
del modelo del mundo depende de la comunicación que tenga un
individuo con su ambiente, es decir, de las estructuras y condiciones
dadas de ese mundo y el potencial del organismo para percibirlas. Se
trata de un proceso dialéctico de adaptación interna y externa».

De acuerdo con este planteamiento es imposible que un sujeto no posea


epistemología. En tal caso podríamos afirmar que ese individuo no es
consciente de cómo desarrolla su proceso cognitivo -la construcción del
mundo- y esta falta de conciencia puede llevarle al caos, aseverando su
verdad como irrebatible y rigidizando la estructura de su sistema de
interacciones.

Bateson fue el que plasmó el ángulo sistémico y cibernético en el ámbito


experimental epistemológico. Estos estudios llevados al plano de

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investigación en la terapia familiar se centran en la relación entre los
fenómenos de interacción de la familia y los actos perceptivos erróneos que
llevan a errores epistemológicos.

Dell (1985) distingue en Bateson cinco usos diferentes del término


epistemología. En principio, según se utiliza tradicionalmente en la filosofía,
como teoría del conocimiento; también como cosmología biológica, en
referencia a las propiedades de la mente, definiéndola como un agregado de
partes interactuantes impulsadas por la diferencia; como paradigma -la
cibernética, la evolución, la circularidad, el ecosistema-; como estructura del
carácter, los supuestos habituales que especifican el modo en que una
persona comprende el mundo y se relaciona con él; y por último, como
ciencia, en la cual la epistemología describe y explica la objetividad como un
hecho imposible.

Es factible pensar la epistemología colocándola en un metanivel como


paradigma de paradigmas, «como reglas usadas en el pensamiento de
grandes grupos de personas para definir la realidad», según Auerswald
(1985), mientras que un paradigma se definiría como un subconjunto de
reglas que definen un fragmento de la realidad. La epistemología -como
forma de conocimiento- sería un suprasistema, un paradigma más
abarcativo.

Acerca del término paradigma, dice Kuhn (1975) que se trata de una
realización científica universalmente reconocida, que durante un determinado
período proporciona un modelo de solución sobre ciertos problemas a una
comunidad científica.

En su investigación, el autor evidencia que el impacto de una variable


epistemológica que se presenta como alternativa frente a una constante -el
paradigma-, que se sostuvo tal vez durante siglos, inevitablemente da como
resultado una crisis de las reglas que regían el conocer hasta el momento.
Por lo tanto, siempre después de un determinado descubrimiento (más
adelante hablaremos de invención), se transita por un período de asimilación
de la variable incorporada al sistema.

La historia de los cambios de paradigmas en la ciencia revela que los


científicos se encontraban en condiciones de explicar un espectro más amplio
de fenómenos naturales, y aún con mayor precisión aquellos que ya eran
patrimonio de su conocimiento. Este avance sólo pudo lograrse descartando
los significados, valores, creencias y metodología, previamente aceptados
por el paradigma anterior, reemplazándolos por nuevos conocimientos.

Para Kuhn, los descubrimientos no son las únicas fuentes de cambios de


paradigmas, sino que, además, existen una serie de elementos que inciden
en los factores constitutivos de una crisis del conocer. Considera también
que la percepción de una anomalía cobra un papel relevante en la aparición
de nuevos tipos de fenómenos. No obstante, a pesar de que el sistema
percibe dicha anomalía, ésta puede permanecer durante mucho tiempo
solamente señalada, mientras persiste el modelo de conocimiento instaurado
como paradigma, afectando paulatinamente a diversos puntos del sistema,
que se resiste al cambio de modelo epistemológico.

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Así, el advenimiento de una nueva teoría -construida sobre una base
epistemológica diferente- es precedido por un período de profunda
inestabilidad e inseguridad, generado por la imposibilidad de dar respuestas
satisfactorias a los enigmas que plantean las anomalías (consideradas como
tales según el paradigma anterior). El paradigma que justifica y construye un
sistema determinado fracasa en satisfacer los requerimientos que se
presentan y es allí donde surge la crisis.

El fracaso de las reglas existentes conduce a la búsqueda de otras nuevas.

Si establecemos un paralelismo con la familia o la sociedad, ante la


posibilidad de percibir una disfunción, que activa la marcha de mecanismos
de cambio, o se revisan las reglas del paradigma que se venían
instrumentando y se producen modificaciones, reacomodándose a una nueva
dinámica del sistema (morfogénesis), o se desarrollarán mecanismos de
resistencia al cambio y por ende se perpetuará la dinámica del sistema,
fortaleciendo la utilización de sus reglas tradicionales (homeóstasis).

En el plano de las revoluciones científicas, Kuhn nos brinda un ejemplo que


puede resultar útil. Hace referencia a los astrónomos de la época anterior a
Copérnico, que eran capaces de eliminar cualquier anomalía que presentaba
un sistema (que generaba discrepancias y confusiones), ajustándola de
alguna manera a la epistemología imperante: el paradigma de Ptolomeo.

Esto da cuenta de que cualquier evidencia observable puede explicarse


acomodándose a las hipótesis que arroja el modelo epistemológico al que
uno se adhiere. Para que se lograse el cambio del paradigma de Ptolomeo, el
requisito previo fue el reconocimiento por parte de los mejores astrónomos
europeos de que el paradigma astronómico vigente fallaba en sus
aplicaciones a los nuevos interrogantes que se planteaban.

Las crisis, entonces, son una condición previa y necesaria para el nacimiento
de nuevas teorías:

«( ... ) y preguntémonos, después, cómo responden los científicos a su


existencia. Parte de la respuesta tan evidente como importante, puede
descubrirse haciendo notar primeramente lo que los científicos nunca
hacen, ni siquiera cuando se enfrentan a anomalías graves y prolongadas.
Aun cuando puedan comenzar a perder su fe y, a continuación, a tomar en
consideración otras alternativas, no renuncian al paradigma que los ha
conducido a la crisis. O sea, a no tratar las anomalías como ejemplos
contrarios, aunque en el vocabulario de la filosofía de la ciencia, eso es
precisamente lo que son» (Kuhn, 1975).

La dificultad radica en que una vez que se ha alcanzado el status de


paradigma, o sea, que se ha instaurado un código reglado y sistematizado,
una teoría científica puede mostrar su invalidez únicamente cuando se
encuentra un candidato alternativo para que ocupe su lugar. La decisión de
rechazar y acordar un cambio de paradigma implica siempre, y de forma
simultánea, la decisión de adoptar otro y el juicio que conduce a esta
decisión emerge de la comparación de ambos modelos.

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Estos modelos de conocimiento han variado de acuerdo con las épocas. Los
diversos períodos en la historia del conocimiento han estado marcados por
diferentes paradigmas epistemológicos que pautaron la forma de conocer.

Los modelos están determinados, como emergentes de variables que regulan


los distintos contextos, por factores que van desde lo social, lo político y lo
económico hasta lo cultural. Son estos factores los que crean el territorio
para fundamentar y poner en crisis los paradigmas reinantes.

En la Grecia Antigua, el hombre, desde una visión antropocéntrica y


organicista, explicaba por ejemplo los fenómenos de las enfermedades
Mentales a través de los humores del cuerpo y de distintas localizaciones en
lo que él llamaba «soma».

El Misticismo fue una línea de pensamiento en la que se postergó lo que se


consideraba científico hasta el momento, para explicar los fenómenos
atribuyéndoles un significado divino, y polarizando lo bueno y lo malo a
través de la moral eclesiástica; Dios todopoderoso era el creador y todo lo
fijado como anormal era una desviación de su obra y debía castigarse. La
Iglesia, durante todo el medioevo, fue el eje del poder y las figuras del clero
ocupaban puestos clave en la política, la economía y la cultura en general,
certificando así una ideología religiosa que explicaba el hecho observable
desde una perspectiva teológica.

El Racionalismo se preguntó: ¿podemos conocer el mundo exterior por


especulación, raciocinio, o intuición, tal como comúnmente se le atribuye a
un artista o a un místico?

La filosofía proveyó un conjunto de respuestas acerca de cómo obtenemos el


conocimiento: la primera señala que se produce íntegramente en la
experiencia sensorial y a través de ella. La segunda postula que se consigue
por medio del raciocinio.

Los filósofos racionalistas plantearon que la mente dispone -desde un


comienzo- de un número de facultades o de principios idénticos en todos los
hombres, y que para la obtención del conocimiento sólo se precisa razonar
con estos principios, usando estas facultades. De la misma manera que un
matemático podría deducir la matemática a partir de uno o dos axiomas
fundamentales, por medio del razonamiento (con tal que dicho proceso fuese
realizado en forma correcta, o sea que razonara bien), el filósofo, con tal de
ser buen filósofo, podría descubrir la verdad acerca del universo por los
mismos métodos. De ahí que se llamara filósofo racionalista al que opinaba
que la razón misma, sin el auxilio de la observación, puede proporcionarnos
el conocimiento del mundo.

Ahora bien, si el universo era entendido como un problema matemático, la


pretensión de los filósofos racionalistas en favor de la razón, podía
mantenerse. Pero el reino de lo que existe es diferente al de la matemática,
y si bien contiene la clase de hechos que ocupan a los matemáticos y desde
este aspecto puede ser explorado por la razón pura, no se reduce solamente
a este tipo de fenómenos.

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Por otra parte, contrapuesta con la anterior, la posición de los empiristas fue
más rigurosa. Si el hombre quiere conocer el universo, el único
procedimiento aceptable es observarlo, adoptando el método científico.

Después de repasar cada uno de los modelos que rigieron en la historia la


forma del conocimiento humano, llegamos a la conclusión que en el acto de
observar y trazar una hipótesis, es importante conocer cuál es el modelo que
forma parte de nuestro patrimonio perceptivo; es más, cuando aseveramos
lo que tenemos frente a nuestros ojos, lo que vemos da cuenta de nuestro
modelo de conocer.

La epistemología, desde un metanivel, pautará y revelará nuestra forma de


conocer -nuestra forma de construir la realidad-; es de allí de donde
emergen las teorías, partiendo de la observación/construcción del hecho
observable. Así, se plantearán las hipótesis resultantes, que serán
comprobadas acomodándose y ajustándose al modelo epistemológico que se
emplee, con lo cual se puede comprobar lo que se quiera...

Desde esta perspectiva el hecho se constituye en un evento producido por el


ojo del observador. No obstante, en todo este circuito opera la recurrencia;
el resultado, como progenie observable, llevará a confirmar y reconfirmar
nuestra teoría del conocimiento y ésta, a su vez, volverá a pautar nuestra
mirada en la construcción del mundo.

Por otra parte, si deseamos cuestionar nuestro conocer, o sea cuál es


nuestra epistemología, indefectiblemente nos envolvemos en la trampa de la
paradoja: conocemos nuestro conocer a través de nuestro modelo
conceptual, que arrojará como resultado nuestro modelo de conocer. Por lo
tanto, podemos afirmar, por ejemplo, que nuestra epistemología es
cibernética y es la misma cibernética la que nos lleva a conocer nuestra
epistemología; así, es cibernético el proceso de conocer nuestra forma de
conocimiento, como también es circular y recurrente el acto de la
observación.

El auge de la Teoría General de los Sistemas llevó a la formulación de un


nuevo paradigma que se contraponía con la epistemología tradicional y que
explicaba los fenómenos desde una causalidad lineal: el concepto de
circularidad o recurrencia.

Las teorías de los sistemas son un grupo de propuestas que han causado
impacto en las ciencias humanas, principalmente en la antropología.

Reynoso (1993) señala que estas teorías giran en torno a una clase de
modelos y para su comprensión se hace necesario describir los diferentes
tipos de modelos susceptibles de construirse en una ciencia empírica.

Fundamentalmente discriminaremos dos tipos de modelos, puesto que


pueden diferenciarse tantas tipologías como criterios de articulación se
elijan: los modelos mecánicos y estadísticos.

La mayoría de las teorías han utilizado ambas clases, principalmente la


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antropología, a pesar que las estructuras de cada uno difieren y cubren gran
parte de las posibilidades de una teoría.

En principio señalaremos que los modelos son entidades conceptuales y no


pueden ser ni más ni menos simples que la realidad, puesto que son otra
cosa.

Reynoso (1993) afirma que «un modelo es una construcción lógica y


lingüística y a menos que se admita una teoría del lenguaje elemental y
puramente nomenclatura -el lenguaje como espejo de la realidad- no existe
isomorfismo alguno (es decir, no hay ninguna correspondencia estructural
punto a punto) entre enunciados y realidades. La escala de un modelo
respecto de lo real es indecible, ya que la realidad puede ser casi
infinitamente descompuesta y es analíticamente inagotable: una ameba
puede ser tan complicada como un sistema planetario. No existe, entonces,
una escala propia de los fenómenos: teorías que tratan de enormes
conjuntos sociales son a menudo más sencillas que teorías que abordan la
personalidad de sujetos individuales. La caracterización de los tipos de
modelos debe fundarse en otras consideraciones».

Los modelos mecánicos describen mecanismos; están, por así decirlo, a la


misma escala del fenómeno, y no necesariamente implican reducir las cosas
a metáforas mecanicistas o a máquinas. Estos modelos desarrollan
explicaciones tomando como base principios generales, y, de acuerdo a estos
patrones, se realizarán inferencias a partir de la observación del hecho, es
decir, que su naturaleza es deductiva. Son por lo general deterministas y
explican los hechos en función de las leyes adecuadas a dicho proceso.
Ciertos modelos cognitivistas son mecánicos, puesto que describen los
procesos de la estructura interna de la mente que producen el efecto de una
percepción.

Describen, además, los mecanismos que pueden explicar el estado o


funcionamiento de las cosas y son efectivos en la explicación cuando el
objeto es comprensible en términos de una simplicidad organizada; es decir,
los modelos mecánicos se adaptan a sistemas simples o procesos de
complejidad escasa, para ser analizados en su totalidad.

Debemos aclarar que la simplicidad a que nos referimos es el resultado de


un efecto teórico y no una cualidad empírica o patrimonio del objeto o
sistema en sí mismo. Por lo tanto, un objeto llamado simple puede ser
explicado distinguiendo un solo nivel de organización o relaciones lineales
entre los diversos niveles.

En cambio, los modelos estadísticos inducen regularidades o correlaciones


entre diversas series de fenómenos y están, de acuerdo a la perspectiva, a
una escala más reducida o global. Es una forma de análisis que introduce las
correlaciones y pone énfasis en lo cuantitativo, no preocupándose por la
naturaleza de los mecanismos y sus causas. Su objetivo será determinar qué
estímulos desencadenan cierto tipo de respuestas, sin explicar el porqué, es
decir, que utilizan el modelo de la caja negra.

Inversamente a los modelos mecánicos, su planteamiento es inductivo, y por

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lo tanto consideran varios casos individuales y abstraen de ellos
generalizaciones y regularidades. Es más, en numerosas oportunidades se
utilizan cuando una ciencia no puede imponer leyes a su objeto de estudio, y
podríamos decir que si existen leyes que rigen este tipo de modelos, son
necesariamente probabilísticas. Los modelos estadísticos estudian fenómenos
de alta complejidad para ser analizados, y al no poder ser totalmente
cognoscibles, su abordaje se remite a un proceso sintético-inductivo. Como
señalamos, las causas que provocan el fenómeno no son conocidas, por lo
tanto la importancia radica en la observación del estímulo y la respuesta, de
acuerdo al modelo de la caja negra.

Estos dos modelos se constituyeron en los paradigmas básicos, en términos


de la investigación científica. Las ciencias modernas, a partir de los años 50,
plantearon un modelo alternativo a los anteriores vigentes: los modelos
sistémicos.

Reynoso (1993) afirma que aunque podría parecer a priori imposible, existe
una alternativa a las teorías mecanicistas y estadísticas, una especie de
paradigma básico, un arquetipo para producir teorías. Se trata de las teorías
o modelos sistémicos, que en variadas ocasiones han ejercido influencia en
la antropología reciente, por su énfasis en los fenómenos dinámicos, en los
universos totales abiertos a su entorno, en los procesos complejos y en las
interacciones fuertes. Los modelos de esta clase se piensan, bien como
de estructura diferente a la de las formas clásicas, o como la superación de
éstas en una secuencia epistemológica de carácter evolutivo.

Este modelo se encuentra diferenciado, según distintas aportaciones, en


cuatro formulaciones de la Terapia de Sistemas:

1. La Cibernética, por Norbert Wiener, en 1947.


2. La Teoría General de los Sistemas, por Ludwig von Bertalanffy, en la
década de los 50, (aunque la primera formulación tuvo lugar en
1945).
3. La Teoría de las Estructuras Disipativas, por Ilya Prigoyine, en los
principios de la década de los 60.
4. La Sinergética, por Hermann Haken, en la década de los 80.

El objetivo de estudio de estos modelos son los sistemas complejos, que no


obstante su complejidad, no son desorganizados, sino que, por el contrario,
esta misma complejidad es la que crea la capacidad de autoorganización.

Tienen como finalidad organizar la complejidad a través de un conjunto de


ecuaciones que describen los diferentes aspectos de los sistemas.

Por otra parte, de la misma manera que los modelos son entidades
conceptuales, la complejidad no es patrimonio del fenómeno en sí mismo,
sino que es una escala de acuerdo a la perspectiva con que se observe y los
conceptos que se utilicen.

Aquí y como veremos más adelante, los conceptos se centran en retroacción,


feed-back, causalidad circular, etc., por lo tanto cualquier sistema puede ser
observado desde esta óptica, desde una célula hasta una planta, desde un
sistema solar hasta una colonia de hormigas.
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Cualquier hecho observable puede ser objeto de estudio desde cualquiera de
los modelos. Entonces, si la mirada es diferente (de acuerdo al modelo que
se internalice) las construcciones de hipótesis resultantes de la observación
también tendrán perfiles diferentes, coherentes con la epistemología de la
observación.

El autor presenta un cuadro en donde sintetiza los tres tipos de modelos,


anexando un cuarto, las propuestas fenomenológicas (también podríamos
poner en su lugar las interpretativas), que completan el cuadro de las
estrategias de abordaje posibles a un objeto de estudio. Señala que las
teorías fenomenológicas, simbólicas e interpretativas en general tienden a
romper con las generalizaciones, dándole preeminencia a un conocimiento
local.

Si observamos el cuadro, el modelo sistémico se aparta de las estructuras


clásicas de los sistemas deductivos, puesto que conceptos como
homeodinamia, causalidad circular, multicausalidad, retroalimentación, entre
otros, impiden aseverar que si sucede un determinado hecho ella implique la
producción de un determinado resultado.

Lo que permite describir el modelo es un determinado proceso de acuerdo al


fenómeno que se observa, por medio de la circularidad:

«En un estudio sistémico, lo que más puede hacerse es describir


formalmente el fenómeno de que se trate (sea la estructura del
sistema, sea su trayectoria), a través de determinadas ecuaciones.
Técnicamente, estas ecuaciones acostumbran ser ecuaciones
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diferenciales no lineales, aunque otras expresiones matemáticas
podrían aplicarse a la misma descripción. A menudo un sistema se
describe mediante un grafo topológico o un diagrama de flujo,
asociado o no a una caracterización matemática más precisa. A partir
de la descripción se podrá, eventualmente, construir un modelo de
simulación, manipularlo y derivar predicciones respecto de su
comportamiento» (Reynoso 1993).

Por último, el autor aprovecha para desmitificar algunas creencias acerca del
modelo sistémico que llevan a un error interpretativo de la teoría que lo
avala.

En principio, se puede sostener que cualquier modelo más o menos


axiomatizado o formalizado puede llamarse sistémico, o que los modelos
sistémicos se reducen a estructuras matemáticas o computacionales, ya que
muchos modelos formales son mecánicos o estadísticos, y también existen
modelos sistémicos sin cuantificación.

La Inteligencia Artificial, la Teoría de los Juegos, la Informática y otras


investigaciones, no necesariamente coinciden con la Teoría de los Sistemas o
comparten sus principios.

La Teoría General de los Sistemas no es una concepción positivista, etiqueta


con la cual -en los últimos tiempos- se pretende marginar las nuevas
propuestas con aspiraciones de imponerse en el mundo científico, sin que se
ponga en juego su comprensión, evaluando así su productividad. Categorizar
como equivocado o erróneo al objeto de discusión priva al discurso de toda
fuerza crítica.

Son numerosos los conceptos sistémicos que dan jaque al principio


positivista de lo analítico y a la concepción reduccionista de las ciencias a la
mecánica vulgar.

Por otra parte, hablar de sistemas no implica que la teoría con la que uno
avala la observación sea sistémica. Sistema es un concepto indefinido, válido
para un sinnúmero de posibles explicaciones, mientras que la Teoría General
de los Sistemas constituye un modelo preciso y delimitado. Podemos hablar
de un sistema familiar, un sistema social, y aplicar a su estudio otros
modelos de análisis que distan de la perspectiva descriptiva de la recurrencia
y la circularidad por lo cual se hace necesario acotar el concepto de Teoría
Sistémica, las construcciones teóricas que fundamentan, sus postulados y
conceptualizaciones.

La diferencia principal que se establece con los demás modelos es la de la


circularidad, mientras que la epistemología que subyace al resto desarrolla la
linealidad de pensamiento.

En síntesis, la ciencia clásica determinaba, bajo un modelo analítico y lineal,


que el conocimiento era objetivo.
En contraposición a este punto de vista, las ciencias modernas relativizan y
cuestionan el paradigma antedicho para proponer un modelo sistémico,
donde la circularidad y la recurrencia sean la guía del pensamiento y el
conocer, que como acto del observador, se convierte en una construcción,
13
patrimonio de éste, imperando así la subjetividad.

14
LINEALIDAD Y LA BUSQUEDA DE LOS ORIGENES

Una relación causal se denomina lineal cuando una serie de proposiciones no


regresan, cerrando un círculo, a su punto de inicio; esto implica que nunca el
resultado de algo va a ejercer sus efectos sobre su propio origen. Por lo
tanto, no intervienen procesos de retroalimentación y la secuencia de las
causas y los efectos no retornan al punto de partida.

Esta línea de análisis abarca e involucra desde el carácter investigativo de los


desarrollos científicos hasta la vida cotidiana. La tendencia al por qué, o sea,
la relación causa/efecto, supone la evidencia de la explicación causal,
adscribiéndose a una epistemología de corte lineal, aunque, como veremos
más adelante, no necesariamente un porqué debe asociarse con la
linealidad, sino que existe también un porqué que compete a la recurrencia.

Lineal es un término que a veces ofrece confusión, principalmente cuando se


trabaja con un modelo cibernético, orientado hacia las matemática.

Bateson (1979) diferenció los términos lineal y linear, señalando que: «Linear
es un término técnico de la matemática, que describe una relación tal entre
variables, que cuando están representadas una con respecto a la otra en
coordenadas cartesianas octogonales, el resultado es una línea recta. Lineal
es la relación entre una serie de causas o argumentos, cuya secuencia no
vuelve al punto de partida. El opuesto de lineal es no lineal. El opuesto de
lineal es recurrente».
En matemática, los gráficos lineares se representan con dos ejes de
coordenadas: X e Y. En estas variables el cambio es continuo y ambas
poseen una relación constante y proporcional con respecto al cambio
cuantitativo, por lo tanto, el aumento o disminución de una implica un
aumento o disminución de la otra.

Las respuestas de un sistema a la entrada de información pueden ser


directamente proporcionales a dicha entrada -lineares-, o variar con respecto
a la entrada de información -no lineares.

La no linearidad es una relación entre variables de un sistema de


coordenadas cartesiano (de ángulos rectos) que no forman una línea recta.
Existen relaciones no lineares continuas y relaciones no lineares
discontinuas, y estas últimas son llamadas funciones escalonadas.

En matemática, las funciones escalonadas son la contrapartida de lo que en


la Teoría General de los Sistemas se llama cambio de segundo orden.
Tengamos en cuenta que dicha teoría sostiene la existencia de dos niveles de
cambios posibles: de primer y segundo orden.

Vayamos ahora a relacionar estos dos tipos de cambio, cotejándolos con las
funciones de los gráficos matemáticos.

En lo que llamamos cambios de primer orden, los parámetros individuales


varían de manera continua, pero la estructura del sistema no se altera,
puede mantenerse constante mientras se producen cambios cuantitativos. El
sistema que sólo esté capacitado para ejecutar cambios de primer orden
15
regulará su estabilidad con relativa continuidad, gracias al mecanismo de la
homeóstasis. Por lo tanto, se basa en gran medida en un tipo de
retroalimentación negativa, en cuyo proceso autocorrectivo se contrarresta
la desviación que traspasa ciertos límites, en la dirección opuesta al cambio
inicial que produjo la retroalimentación.

Bateson (1972), al referirse a esta dinámica, decía «que se trataba de una


cadena circular de sucesos causales (...) de manera que cuanto más hubiera
de algo, tanto menos habría de lo siguiente en el circuito». Él mismo realiza
una interesante observación, señalando que toda retroalimentación es
negativa y cuando hablamos de un tipo de retroalimentación positiva es
solamente un «arco o secuencia parcial» de un proceso más abarcador de
retroalimentación negativa.

«La aparición de fugas intensificadas en los sistemas, deriva del marco


de referencia que el observador ha puntuado: la ampliación del marco
de referencia propio permite ver la "fuga" como un tema de variación
ante órdenes de control superiores» (B. Keeney, 1983)

Fue Ashby en 1952 quien acuñó el término primer orden, refiriéndose a los
cambios continuos y correctivos en un sistema, cuyos ejemplos son el
mantenimiento de la temperatura del cuerpo por medio de la transpiración, o
el termostato que opera equilibrando la temperatura en un ambiente. En el
ámbito de los problemas humanos, las soluciones intentadas para resolver
un problema suelen sostener (o mejorar) el estatismo y la no-evolución
porque a menudo se hace más de lo mismo y cuanto más de lo mismo se
repite, más del mismo resultado se obtiene.

En síntesis, todos los cambios cuantitativos que se efectúan dentro de un


circuito conducen a un equilibrio estático (homeóstasis), no existe una
modificación de corte cualitativo que permita un cambio en el
funcionamiento, es la paradoja de cambiar para no cambiar.

Con respecto al cambio de segundo orden, el sistema cambia


cualitativamente y en forma discontinua. Estos sistemas están mucho más
capacitados para adaptarse a las alteraciones del ambiente que aquellos que
son regulados por cambios de primer orden, y son los que tienen, como
señala Bateson, «capacidad de aprendizaje»; o sea, que la estructura del
sistema está preparada para acomodarse a todos los procesos del desarrollo
que impliquen la modificación de la misma (morfogénesis).

Si bien Ashby describió este tipo de cambio, los primeros en introducirlo en


el marco de la Terapia Familiar fueron Watzlawick, Weakland y Fisch en la
década de los 60, y se considera uno de los soportes teóricos del modelo
sistémico de Palo Alto, entendiendo que una pequeña intervención en un
circuito de interacciones que rompiese con el más de lo mismo (en términos
cualitativos) podría provocar modificaciones significativas en los sistemas,
generando así una nueva estructura de pensamiento y acción.

El cambio de segundo orden se caracteriza por ejercer un cambio en el


conjunto de reglas que organizan y dirigen el orden interno de la estructura
de un sistema, podría decirse un cambio del cambio, y de ahí el término
segundo orden. Se basa en un tipo de retroalimentación positiva que
16
provoca una ampliación de la desviación, desarrollando nuevas estructuras.

De acuerdo con este aspecto, en un medio donde se efectúen cambios


importantes, los mecanismos homeostáticos amenazan la supervivencia del
sistema e impiden la posibilidad de crecimiento y adaptación a las nuevas
situaciones. La retroalimentación positiva es elemental para pasar a un nivel
más profundo de acomodación y para que el sistema logre su
autoorganización.

A la vez, un sistema que no regule su desviación - o mejor dicho, una


retroalimentación positiva que no reequilibre al sistema - termina
destruyéndose (fuga en lenguaje cibernético).

Watzlawick (1967) se refiere, como ejemplo análogo del cambio de segundo


orden, a las velocidades y cambios de marcha de un automóvil. En la
primera marcha la velocidad se limita hasta cierto punto; cuando se quiere
alcanzar una velocidad mayor (diferencia cualitativa) es necesario modificar
la marcha, o sea, realizar el cambio. El sistema entonces se recalibra y
reorganiza, produciendo el efecto deseado, más allá de que este cambio esté
íntimamente relacionado con otras estructuras internas del sistema (como el
mecanismo del embrague, caja, motor, etc.).

Este efecto, llevado al plano clínico representa un cambio en las soluciones


intentadas por los pacientes. Es obvio que cuando nos consultan acerca de
un problema, la exploración sobre los intentos de solución para resolverlo
dan como resultado la inefectividad de los mismos, hasta tal punto que se
han convertido en problema. Dichos intentos son los cambios cuantitativos -
por lo tanto, cambios de primer orden-, que ayudaron a sostener la
homeóstasis del circuito, apoyando el efecto sintomático.

Un giro copernicano sobre los mismos, por parte del terapeuta, implica
efectuar un cambio del cambio, introduciendo entropía en el sistema, para
que del desorden pueda establecerse un orden cualitativo distinto, de lo
contrario el terapeuta formará parte del grupo de intentos de solución
fallidos, colaborando con la no-evolución y estancamiento del sistema.

Como señalamos anteriormente, el concepto de linealidad corresponde al


pensamiento científico clásico y, más concretamente en el plano de la
psicoterapia, abarca todos aquellos modelos que parten del supuesto teórico
de que las causas del pasado producen sus efectos y son generadoras de la
situación presente; por lo tanto, los conflictos, las conductas sintomáticas y
los comportamientos patológicos son explorados buscando sus orígenes en la
historia de sujeto.

Indudablemente, esta línea de pensamiento refleja la herencia del enfoque


médico tradicional, que parte del análisis de cualquier síntoma físico (y a
veces psicológico), tratando de encontrar su etiología y diseñando el
tratamiento adecuado, para lograr eliminar la sintomatología observable (por
ejemplo, aplicando la medicación correcta).

Este tipo de pensamiento es trasladado isomórficamente al ámbito de la


psicoterapia. Keeney (1983) se refiere, como ejemplo, a la nosología

17
psiquiátrica y al modelo clásico de la psicopatología, calificando a esta
epistemología de: «[... ] atomista, reduccionista y anticontextual [ ... ] los
terapeutas entienden que su labor consiste en tratar de corregir, disecar o
exorcizar los elementos malos, enfermos o locos de sus clientes [ ... ]
ejemplos dramáticos de este enfoque son los métodos bioquímicos,
quirúrgicos y eléctricos de la terapia».

Estos son métodos que operan como correctores de desviación. Sin


extendemos demasiado, uno de los signos con que se define la locura es el
apartamiento de la realidad; sin duda, esta realidad está referida a las
normas y pautas que rigen el funcionamiento social.

El transgresor o desviado de la norma debe ser reencauzado por el


profesional de acuerdo con los baremos sociales vigentes; en este sentido, el
terapeuta se convierte en un agente del orden y el manicomio en el lugar de
la corrección. Este punto de vista fue seguido exhaustivamente por la
mayoría de las corrientes contraculturales, fundamentalmente la
Antipsiquiatría (1960) y la Desinstitucionalización psiquiátrica (1970). Estos
movimientos introdujeron entropía frente a la homeóstasis social, pero no
lograron generar el cambio del paradigma psiquiátrico clásico.

Pero una lectura lineal de una situación problemática (o no), no solamente


remite a la historia de la persona:

1. Pueden buscarse en el pasado los elementos traumáticos que han


podido generar la aparición de un síntoma en el presente.
2. También es lineal, en términos médicos, la búsqueda de la causa de
una afección determinada (una fiebre alta puede tener diferentes
etiologías).
3. Así mismo, pueden encontrarse lecturas lineales en un eje sincrónico -
de tiempo presente-, buscando causas relacionales, como, por
ejemplo, atribuir el origen de la angustia de una mujer a las malas
contestaciones del hijo, sin dar el giro que produciría la recurrencia
(¿qué genera ella para que éstas se produzcan?), puesto que así
entramos en el terreno de las interacciones, y, por ende, en otra
epistemología.

Este último punto significa que, en contra de lo que siempre se ejemplifica


como epistemología lineal en psicoterapia, llámese encontrar los orígenes de
un síntoma actual en el pasado de la persona, también encontrar un porqué
relacional implica una linealidad de otro orden. La linealidad no sólo se
posiciona en el eje de la diacronía, sino que pueden existir hipótesis lineales
en el eje sincrónico.

La epistemología de corte lineal es la que rige y ha regido la forma de


conocimiento humano, traspasó las fronteras culturales y de tiempo, e
impregnó las investigaciones del saber científico, así como el acto cotidiano
de la vida del ser humano.

Existe una tendencia natural a buscar el origen o la causa del hecho que
sucede, trazando hipótesis, tal vez múltiples, pero que conllevan el
paradigma lineal en su esencia. El modelo sistémico ha propuesto una
epistemología diferente, que todavía no ha alcanzado el status de
18
paradigma, no ha logrado suplantar y ni siquiera absorber el paradigma
imperante, no porque no contenga los elementos conceptuales adecuados,
sino porque la comunidad científica, es decir, el grupo de poder, no ha
querido aún aceptar totalmente las nuevas reglas que propone la Teoría
General de los Sistemas.

CIRCULARIDAD Y REVOLUCION CIBERNÉTICA

La otra variante epistemológica, base de la psicoterapia sistémica, es el


concepto de recurrencia o de causalidad circular.

La circularidad expresa -al contrario de la linealidad- cómo en una secuencia


de causa y efecto, éste impregna la causa primera, confirmándola o
efectuando una modificación, y a través de esta recurrencia, la causa inicial -
en la progresión y dinámica del proceso se ve afectada.

La conceptualización del proceso circular es aportada por la Cibernética, cuyo


modelo se constituye por una unidad básica: el mecanismo de
retroalimentación. Pero, ¿cómo surge esta nueva epistemología, cómo se
inventó esta nueva teoría?

Por lo general, la mayoría de las grandes teorizaciones, modelos Psiquiátricos


o psicológicos y las investigaciones en distintos campos, se cimentaron en
una visión analítica que implicaba la primera ley de la Termodinámica. Esta
primera ley ponía de relevancia los fenómenos de conservación y
transformación de la energía. Su epistemología es lineal, y su método
explicativo -a través de una diacronía y sincronía causal- aportaba los
elementos necesarios para cumplir los objetivos.

A partir de los años 50, aparece una nueva epistemología, que se


fundamenta en el concepto de información -basado en la segunda ley de la
Termodinámica-; el discurso se estructura alrededor de términos como
desorden, orden, entropía negativa, naturaleza retroactiva u organización,
construyendo así lo que se llamó causalidad circular. La información se erige
en el módulo central de las investigaciones, orientándose a procesos de
comunicación más abarcativos y complejos, como son los sistemas humanos.

Así, la Cibernética (Wiener, 1948) tuvo como objeto de estudio los procesos
de comunicación en sistemas naturales y artificiales, y es definida por su
autor como «la ciencia de la comunicación en el hombre y la máquina».
Etimológicamente deriva del término griego kybernetiké* que significa 'el
arte del timonel' o 'el arte de gobernar' y se utiliza ya en La República de
Platón, donde su significado se emparenta con el de Política, en el sentido
del arte de gobernar o dirigir. Según Keeney, si la palabra designa tanto el
hecho de comandar una nave como el de ejercer el control social, esto nos
revela que la Cibernética se ocupa tanto de los seres humanos como de las
máquinas que ellos mismos crean.

La idea central del origen de la Cibernética es que existe una pauta que
organiza los procesos físicos y mentales. Si bien estas ideas se venían
gestando largo tiempo atrás, sólo a mediados de este siglo cobraron mayor
19
repercusión.

Sin apartarnos de la teoría, algunos hechos históricos nos permiten


contextualizar su nacimiento. Fue en 1943 cuando aparecieron dos artículos
que pueden considerarse como el nacimiento de la Cibernética. Uno de ellos
se titulaba Conducta, finalidad y teleología, y en él sus autores, Arturo
Rosenblueth, Norbert Wiener y Julian Bigelow, desarrollaron el concepto de
finalidad e intencionalidad. El otro, Cálculo lógico infinitesimal de las ideas
inmanentes en la actividad nerviosa, de Warren McCulloch y Walter Pitts,
reveló el tipo de funciones que todo cerebro debe computar con el objetivo
de percibir y describir. Estos escritos intentaban discernir las pautas de
organización que subyacen tanto a la conducta intencional o teleológica
como a la percepción respectivamente.

Paralelamente, Gregory Bateson desarrollaba una concepción del proceso


interaccional desde la Antropología, y Jean Piaget, estudiando la evolución de
la inteligencia, identificaba los mecanismos del conocer.

En los años 40 comenzaron a producirse unos encuentros fomentados por la


fundación Josiah Macy, que nucleaba a profesionales de distintas disciplinas.
El primero se realizó en Nueva York en 1942 y allí se discutió acerca de los
problemas de la inhibición central en el sistema nervioso, cuyo eje central
fue la hipnosis, debatiéndose, además, informalmente las ideas de
Rosenblueth.

El segundo encuentro tuvo lugar en 1944 y adquirió un carácter bianual. La


preocupación de este grupo de científicos era encontrar la temática común
que los uniera en sus investigaciones, a pesar de las diferencias de cada
especialidad. Por lo general, los temas discutidos en los encuentros se
referían a los mecanismos de retroalimentación y a la causalidad circular,
tanto en sistemas biológicos como sociales.

Finalmente, Wiener acuñó el término Cibernética para designar a nuevo tipo


de paradigma.

Ya a comienzos del siglo xx, Bernard había observado el isomorfismo entre la


regulación de la máquina de vapor y los organismos vivos, frente a cambios
internos o externos que podían alterar su metabolismo. Ciertas sustancias se
conservaban en el cuerpo de una forma muy estable, lo que condujo a
postular la estabilidad del medio interno, como uno de los elementos
fundamentales para la vida.

Es Cannon el que introduce el término homeóstasis para designar la


tendencia a mantener dicho equilibrio interno a través de mecanismos
reguladores complejos que, por ejemplo, llevan a una constancia de la
concentración de azúcar en sangre, de la presión osmótica y de la
temperatura del cuerpo.

Pero fue a finales de los años 30 que el matemático Wiener se reunió con el
neurofisiólogo Rosenblueth y con Cannon para discutir sus trabajos,
pensando en la posibilidad de encontrar un lenguaje que los uniera frente a
la similitud de sus investigaciones, y que les permitiera tender puentes ante

20
cuestiones isomórficas.
«En esa época Wiener participa en las investigaciones que permitirán
la creación de ordenadores modernos. Pero Norteamérica entra en
guerra y, como los otros científicos, debe participar del esfuerzo
común de lucha contra el enemigo. Los progresos de la aeronáutica, y
en especial el aumento de la velocidad de los aviones, han dejado
anticuadas las piezas de artillería antiaérea. Se encarga a Wiener que
estudie la cuestión. Él se da cuenta que es necesario integrar en el
aparato de control el tratamiento de todas las operaciones necesarias.
Así, con la ayuda del ingeniero americano J. Bigelow, Wiener se aplica
a construir un aparato que permita tener en cuenta el desplazamiento
del avión blanco (y las características de previsión que esto necesita),
así como la reducción del error de tiro. “Bigelow y yo mismo llegamos
a la conclusión de que un factor muy importante de la actividad
voluntaria es lo que los ingenieros del control llaman feed-back (o
retroacción). Cuando se desea que un movimiento siga un modelo
dado (por ejemplo una trayectoria definida para que un misil alcance
un blanco), la desviación entre este modelo y el movimiento
realmente efectuado es utilizada como un nuevo dato (feed-back)
para hacer que la parte que se desplaza siga una trayectoria más
próxima al movimiento previsto por el modelo"» (Wittezaele, García,
1992).

La posibilidad de ingresar información nueva dentro de este circuito permite


corregir la desviación, rectificando el error, y por lo tanto, modificar la
comunicación de retorno (feed-back) implica lograr mejorar el objetivo.

Este fenómeno es comparado con los movimientos voluntarios humanos. Por


ejemplo: cuando queremos alcanzar un objeto con la mano se introducen
una serie de rectificaciones -conscientes o inconscientes-, que llevan a que el
movimiento alcance su objetivo.

Rosenblueth observa análogamente -estimulado por Wiener- estos


mecanismos en pacientes con afecciones en su sistema nervioso.

Ninguno de los tres científicos intenta analizar las organizaciones internas,


sino el comportamiento, las reacciones observables, tanto los outputs como
los inputs, tomando las propiedades internas como caja negra, y de esta
manera afirman que el concepto de feed-back es la clave de la explicación de
21
todo comportamiento intencional.

Este concepto fue trasladado al área de la psicología, aunque no con la


precisión suficiente en que fue aplicado en la física. A posterior¡, Margaret
Mead señala en una entrevista personal que el concepto de feed-back fue
utilizado por Kurt Lewin de una manera diferente:

«[ ... ] como cuando haces algo con un grupo, vuelves a hablar de ello
más tarde y le dices lo que ha pasado [ ... ] así es como la palabra
feed-back fue introducida de manera incorrecta en las conferencias
tipo Unesco [ ... ] -no he recibido feed-back de tu parte, no puedo
continuar sin un feed-back-. Esto no hubiera sobrevivido si Kurt no se
hubiese muerto, sin duda se hubiese rectificado» (Wittezaele, García,
1992).

El concepto de feed-back es el módulo central de las ciencias de la


comunicación. La comunicación de retorno es la esencia de la interacción; de
la misma manera que el primer axioma de la pragmática de la comunicación
humana sentencia «es imposible no comunicarse», siempre en la interacción,
nuestra conducta pauta y delimita la respuesta de nuestro interlocutor y esta
misma es la que regulará nuestra conducta y así en sucesión recursiva. Por
lo tanto, el feedback aparece en las relaciones humanas como el sol cada
mañana. No se trata de un concepto que depende de la voluntad de las
personas, con lo cual esperar o pedir un feed-back sería convertirlo en una
acción voluntaria, cuando en rigor es patrimonio de la comunicación.

De esta manera, la idea básica de la Cibernética es la de retroalimentación,


que Wiener definió como:

«[ ... ] un método para controlar un sistema, reintroduciéndole los


resultados de su desempeño en el pasado. Si estos resultados son
utilizados meramente como datos numéricos para evaluar el sistema y
su regulación, tenemos la retroalimentación simple de las técnicas de
control. Pero si esta información de retorno sobre el desempeño
anterior del sistema puede modificar su método general y su pauta de
desempeño actual, tenemos un proceso que puede llamarse
aprendizaje» (Wiener, 1954).

Por lo tanto, la acción de corregir la desviación se pone en movimiento por la


diferencia, tal como lo define Bateson, con lo que es posible entender todo
cambio como la necesidad de mantener cierta regularidad y esta misma, a
su vez, podrá mantenerse a través del cambio. A esta estabilidad del
sistema se le aplica el término homeóstasis, que no es una denominación
muy afortunada ya que revela un equilibrio estático, un estado más bien
estacionario.

Brand (1976) lo definió con el término homeodinámico, que ejemplifica el


doble juego cibernético de estabilidad-cambio. Homeodinamia es el
equivalente a lo que Maruyama llamó morfogénesis; esta propiedad es
patrimonio de aquellos sistemas más permeables al entorno, con flexibilidad
en las reglas de su funcionamiento, que le permiten, frente a situaciones de
crisis (como introducción de entropía), modificar sus pautas y reacomodarse
a la nueva situación.
22
Esto posibilita que el sistema madure, alcanzando niveles evolutivos
superiores, acumulando experiencia que lo llevará a sortear nuevas
dificultades con menor gasto de energía.

En ocasiones se señala que la diferencia que se establece entre el control de


la desviación de la energía de un sistema (negentropía) o su amplificación
(introducción de entropía) corresponde y se extiende a dos tipos de
retroalimentación diferentes. M. Maruyama (1968) sugiere que existen
sistemas que amplifican la desviación y otros que la contrarrestan, como si
fuesen dos tipologías de sistemas:

 Los sistemas que contrarrestan la desviación son conducidos por un


tipo de retroalimentación negativa que genera homeóstasis en el
circuito.
 En aquellos que amplían la desviación, la retroalimentación es
positiva, produciendo homeodinamia en el sistema.

No obstante, el problema que presenta esta discriminación es que lleva a


construir compartimientos estancos de dos polaridades: la estabilidad y el
cambio. Si esto es llevado al campo de la Terapia Familiar, se diferencian
tipos de familias homeostáticas, homeodinámicas o que alternan en los dos
procesos.

Pero esta división no tiene su origen en la epistemología cibernética, puesto


que desde ésta es imposible separar la estabilidad del cambio, ya que ambas
serían dos partes complementarias de un mismo proceso. No puede
efectuarse un cambio si el sistema no posee un techo de estabilidad sobre él,
y a su vez la estabilidad descansa en los procesos de cambio que están por
debajo.

Wiener ya había propuesto que la estabilidad y el cambio pueden explicarse


como diferentes órdenes de retroalimentación. De acuerdo con la
retroalimentación, se deriva el éxito o fracaso de una acción sencilla, pero en
un nivel más alto, la retroalimentación de la información, que corresponde a
una pauta de comportamiento o a una modalidad de conducta, puede lograr
que el organismo cambie su planificación estratégica de una acción futura.
Esta retroalimentación se diferencia de otras más elementales, pertenece a
un orden superior y suele ofrecer una manera de preservar y de cambiar una
determinada organización social.

Vale decir que, si la retroalimentación simple, por así llamarla, no es


controlada por una de orden superior -retroalimentación de la
retroalimentación- se generará una intensificación de la ampliación de la
desviación, surgirá el descontrol en el sistema y se producirá lo que Bateson
llamó esquismogénesis. Dicho en otras palabras, se refiere al proceso que
incrementa la intensidad en un circuito, que al no estar bajo control, genera
un nivel de tensión tal que produce la fragmentación del sistema,
destruyéndolo.

Repitiendo la afirmación de Bateson, lo que se denomina retroalimentación


positiva o desviación o amplificación de la energía, no es más que un arco o
secuencia parcial de un proceso de retroalimentación negativa mucho mayor.
23
«La Cibernética estudia de qué manera los procesos de cambio
determinan diversos órdenes de estabilidad o de control. En esta
perspectiva, el terapeuta debe ser capaz de distinguir no sólo la
retroalimentación simple, que mantiene el problema presentado por su
cliente, sino también la retroalimentación de orden superior, que
mantiene esos procesos de orden inferior. El objetivo del terapeuta es
activar el orden del proceso de retroalimentación que permita a la
ecología perturbada, autocorregirse» (Keeney, 1983).

Si no se toma en cuenta el proceso de retroalimentación superior el


profesional observa tan sólo una parte de la dinámica -el árbol que no deja
ver el bosque-, desconociendo cuál es el techo con el que opera. Así el
terapeuta quedará entrampado en el juego homeostático de la familia,
siendo una parte más de dicha maquinaria.

En conclusión, el cambio adaptativo como proceso de aprendizaje con el


objetivo del crecimiento surge del control del control y no del descontrol del
sistema. Ya los griegos en el siglo V A.C. concibieron la creación del universo
a partir del caos. Del desorden surgieron la tierra, el agua, el cielo, las
estrellas, etc., se constituyó el cosmos, que en griego significa 'orden'.

A toda esta etapa de la concepción cibernética se la llamó Cibernética de


primer orden.

El concepto de caja negra en donde un observador se posicionaba


delimitando la información de entrada y salida marcaba el perímetro de dos
espacios: el del observador y el de la familia. Por lo tanto, estas
investigaciones no involucraban al observador en el campo de observación.
El ingreso del observador como un elemento más en el sistema representa la
evolución de las ideas originales de la Cibernética, constituyéndose lo que se
llamó Cibernética de la Cibernética o Cibernética de segundo orden.

Heinz Von Foerster (1974) diferencia a la Cibernética de primer orden como


la de los sistemas observados y la de segundo orden como la Cibernética de
los sistemas observantes, equivalencia de los términos Cibernética simple y
Cibernética de la Cibernética, respectivamente.

En este período, la Cibernética se convierte en objeto de estudio de sí misma,


de ahí el término acuñado por M. Mead (1968) (…) de segundo orden; de
esta manera definitivamente se incluye al observador dentro del sistema.

Trasladado este campo a los sistemas de comunicación humanos, las ideas


cibernéticas se comprendieron a través del concepto de caja negra; así la
familia es metafóricamente comparada con ésta: los síntomas y las
intervenciones son los mensajes de entrada y salida del sistema, y el
terapeuta sería el ingeniero que debe recalibrarlo.

Esta idea ha sido muy importante para entender el funcionamiento de la


dinámica familiar y diseñar las estrategias adecuadas. Watzlawick (1967)
asevera que el objetivo de la psicoterapia tradicional consiste en descubrir el
inconsciente (tomado como caja negra), del cual solamente podemos realizar

24
inferencias o hipótesis. Únicamente podemos observar los inputs y outputs
que el sistema acciona; por lo tanto el límite de la aplicación de las primeras
ideas cibernéticas al campo de la terapia familiar radicaba en que esta
concepción pragmática excluía al observador/terapeuta del campo de
observación. Es la Cibernética de segundo orden la que integra los dos
sistemas -el observante y el observado- como parte de un sistema recursivo
total. Las investigaciones se distinguieron por dos fases predominantes:

1. En la primera, los investigadores se preocuparon por mantener la


homeóstasis del sistema familiar, por lo que las intervenciones se
referían a fortalecer reglas, mandatos y mitos familiares que
contrarrestasen la desviación de energía como efecto negentrópico.

2. En la segunda, los temas predominantes oscilaron entre las


necesidades de cambio, evolución y creatividad. Las intervenciones
tenían por finalidad la amplificación de los procesos de desviación de
energía y la inducción a la crisis, provocando desorden (entropía) en el
sistema, con lo cual se generaba una reformulación de reglas que
llevaban a instaurar un nuevo orden en su funcionamiento. Por lo
tanto, el uso de técnicas paradojales fue una de las herramientas
terapéuticas para generar el cambio dinámico.

Esta discriminación fue bautizada por M. Maruyarna como Cibernética de


primer y segundo orden, especificando los sistemas de retroalimentación
negativa y positiva respectivamente, con lo cual se aparta de la tradicional
distinción que explica los dos órdenes de recursión.

Desde este nuevo paradigma cobra otra dimensión la palabra crisis con
respecto a su acepción clásica. El término abandona su significado
pecaminoso, para referirse al cambio dinámico de las reglas de
funcionamiento de un circuito. Crisis es el efecto que se produce en todo
sistema cuando se amplifica una tramo de la recursión de la energía; esta
amplificación genera un desorden en el estatismo del funcionamiento,
obligando a los integrantes, o bien a refortalecer las reglas existentes,
retornando al status quo anterior a la crisis, o (en sistemas menos rígidos) a
reformular las reglas y las funciones de cada uno, produciendo un nuevo
orden que lleve a una recursión diferente.

Pero es con la Cibernética de segundo orden que se introduce al terapeuta


en el campo de la observación de la familia. Surge entonces en la clínica
sistémica la utilización del espejo unidireccional y el concepto de la labor en
equipo; será, pues, la elaboración de hipótesis, el producto de un acto co-
constructivo. La observación, desde diferentes perspectivas, de los distintos
25
órdenes de recursión convoca a comprender más claramente los circuitos de
las interacciones.

H. von Foerster señala que en la actualidad la Cibernética ofrece el marco


conceptual para comprender procesos de segundo orden como la cognición,
la interacción sociocultural, etc. La primera brindó los conceptos de
regulación, equilibrio, estabilidad, cambio, mientras que la segunda
introduce conceptos de mayor complejidad como los de autorreferencia y
autonomía.

Por lo tanto, la observación de un ser humano desde una epistemología


circular obstruye la visión individual como un sujeto aislado o acontextual; la
mirada se dirige hacia una entidad que interactúa y genera un entramado de
relaciones, caracterizado por un contexto que otorga significados, poblado de
intercambios de información que pautan conductas de respuesta/emisión en
forma permanente.

La pregunta interna del terapeuta sistémico será: quién hace qué, a quién,
cuándo, en dónde, cómo...

Un análisis cibernético puro excluye la dimensión temporal, por lo que serán


tomadas en cuenta solamente las relaciones sincrónicas.

La circularidad no se comprende en términos de temporalidad (ya que en el


eje de la diacronía los hechos de la experiencia se suceden linealmente);
además, el tiempo no puede revertirse, un pasado no puede modificarse (o
al menos podemos pensar en reformular ciertos eventos del pasado que
adquirirán, por ende, un significado diferente, pero esto compete a la
narrativa de la historia, que es la que puede ser redimensionada).

El pasado dejará su impronta en la familia a través de la instauración de


pautas, reglas, mitos, etc., que rigen una dinámica determinada; la historia
que se construye es el resultado de un proceso de abstracción, por el cual
pueden constituirse situaciones isomórficas (o no) en contextos similares.
Desde este modelo interno llamado mapa, se desarrollan conductas
interactivas, en donde surge el fenómeno de la circularidad en el aquí y
ahora.

No obstante, hablar de isomorfismo, implica una construcción del


observador: los puntos de coincidencia a través de repeticiones de circuitos
interaccionales que reeditan otros pasados o simultáneos son atribuciones
del terapeuta en función del modelo al cual se adhiere. Construir la hipótesis
de que un señor interacciona con su esposa repitiendo el mismo esquema
relacional que tenía con su madre es una concordancia mediatizada por la
teoría del observador, y no patrimonio de la relación en sí misma.

En este punto podríamos señalar un interjuego de tres procesos circulares en


dos niveles lógicos diferentes: más allá de la circularidad del fenómeno
interaccional del desarrollo de conductas que generan un circuito recursivo
en tiempo presente, en un nivel lógico superior, coexiste una circularidad
que surge como producto del isomorfismo de alguna situación relacional
(circular) situada en el eje diacrónico.

26
La historia, entonces, no es el pasado, sino el cuento que se narra la familia,
la pareja o los individuos sobre su pasado; de ahí que diferentes hermanos
en una misma familia posean distintas construcciones acerca de la historia
familiar, o sea, caracterizan a los padres, situaciones o a sus propios
hermanos desde ópticas similares, opuestas o simplemente diferentes.
Desde esta perspectiva, el espacio de la psicoterapia será concebido como un
lugar donde se cuentan historias (hechos que se convierten en eventos para
el narrador) con sus respectivas atribuciones de significado, y las
intervenciones terapéuticas posibilitarán redefinirlas -si es necesario-, con la
finalidad de co-construir una nueva versión. Así, el paciente podrá narrarse
otro cuento acerca de él y de los demás.

En los sistemas familiares, los pensamientos y sentimientos de cada


miembro son regidos por pautas inherentes al contexto familiar; el sentido
inverso de la recurrencia también es correcto, los pensamientos y
sentimientos de cada integrante coadyuvan al status quo del sistema
familiar. Esta estabilización recíproca–homeostática puede provocar tal
rigidez en el sistema que anule la posibilidad de adaptarse a las exigencias
de un mundo cambiante, emergiendo la conducta sintomática como la
evidencia de una disfuncionalidad, funcional patológica.

Una de las disputas teóricas en el ámbito de la psicoterapia sobre ambas


epistemologías se circunscribe a delimitar los grados de efectividad de la
psicoterapia individual clásica o de los tratamientos sistémicos. Los primeros,
resaltando los componentes históricos individuales del sujeto y convocando a
realizar un análisis diacrónico; los segundos, poniendo énfasis en los
procesos de interacción desarrollados en el aquí y ahora del eje de la
sincronía.

27
F. Simon, H. Stierlin y L. Wynne (1984) complementan ambos puntos de
vista, remarcando que no existen relaciones recurrentes en dimensión de
tiempo presente como elementos de la experiencia. No obstante, todos los
efectos diacrónicos (sucesivos) son lineales; cuando se discriminan
situaciones isomórficas, aparece la circularidad:

«La confusión que se suscita obedece muy probablemente al hecho de


que la causalidad lineal y la causalidad circular sólo pueden entenderse
mediante diferentes procesos de abstracción. La linealidad representa
una abstracción en función del efecto de las relaciones presentes o
sincrónicas; la circularidad es una abstracción en función de las
relaciones pasadas (históricas) o diacrónicas. Los conceptos lineal y
circular de la causalidad constituyen, en consecuencia, dos puntos de
vista que deben considerarse juntos a fin de poder ver el cuadro
completo.»

Sin embargo y como anteriormente señalamos, la circularidad no se remite


únicamente a situaciones isomórficas, pues de acuerdo con el
planteamiento de los autores se establecería en función de conductas
repetitivas de situaciones anteriores de la experiencia (lo que se llama
desde el Psicoanálisis compulsión a la repetición), y no siempre es así. En el
28
eje de la sincronía pueden establecerse circuitos recursivos, sin
necesariamente la intervención de la historia en función de repeticiones (ya
que la historia siempre interviene, somos sujetos históricos).

También podríamos pensar que la linealidad constituye un tramo o secuencia


parcial de un circuito recurrente más abarcativo. O sea, desde este punto de
vista, la circularidad estaría situada en un nivel lógico superior, y en el
inmediato inferior, la linealidad remitiría solamente al análisis de un pasaje.

Veamos un ejemplo sin reparar demasiado en detalles de contenido; lo más


importante es observar el juego de las dos epistemologías: supongamos tres
terapeutas, dos de los cuales comparten una epistemología clásica y trabajan
con un modelo tradicional, y el tercero posee una visión sistémica. Los tres,
sin saberlo, trabajan con integrantes de una misma familia. Los dos primeros
hablan con el marido y la esposa en forma individual, y el tercero convoca a
la familia.

Supongamos que estos profesionales se encuentran con un supervisor y con


un grupo de terapeutas noveles y estudiantes. El primero comenta que le
llegó a la consulta un señor que desde hace meses no tiene relaciones
sexuales con su esposa, y que ella se acuesta más temprano para evitarlas
(según él); duerme de espaldas y siente mucho temor a ser rechazado, a
parecer un «gordito estúpido» si ella no lo acepta, como le decían en el
barrio de su infancia (a pesar de que en la actualidad está estéticamente
lejos de ser gordo). Esto lo lleva a defenderse más y a tomar mayor
distancia, ya que su mujer lo descalifica siempre, tratándolo de «impotente»,
«que no es hombre», y él no desea arriesgarse a ser más
desvalorizado.

Cuando comenta el caso, desde esta secuencia lineal, el grupo de


estudiantes toma partido por él; la mujer ocupa el lugar de la victimaria, la
malvada de la película de la pareja, la descalificadora que lo impotentiza;
esto recrudece el trauma de inferioridad de su infancia. El terapeuta señala,
además, que el paciente, analógicamente, acompaña todo su relato con la
actitud del pobrecito, acentuando más la distinción trazada por él y por el
grupo.

El segundo terapeuta comenta el caso de una señora que desde hace meses
no tiene relaciones sexuales con su marido. Por lo general, él no se acerca a
ella en sentido erótico; ella se acuesta antes con el deseo de que la
acompañe y puedan estar juntos, pero él se queda mirando la televisión
hasta tarde; ella lo espera hasta que el sueño la vence y ni se entera cuando
él se acuesta. Está convencida de que la rechaza, cree que él piensa que ella
no sirve, que no tiene atracción sobre él, que ya no lo seduce, seguramente
porque han pasado los años y su cuerpo no es el mismo, «cómo va él a
acercarse a esto que es» (de la misma manera que en su adolescencia se
retraía, ya que pensaba que a su grupo de amigos no les llamaba la
atención). A la mañana siguiente, se levanta llena de rabia hacia él, lo trata
fría y distantemente, es más, a veces lo insulta, lo trata de impotente, de
estúpido, «que no es hombre», con lo cual se llena de culpa porque le da
pena la situación; entonces lo perdona y a la noche espera que el príncipe
acuda al lecho.

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Nuevamente una secuencia lineal de análisis, la víctima ahora es la pobre
mujer dejada de lado por el marido; seguramente él debe tener otra, por eso
le es indiferente, todas las actitudes de él indudablemente se dirigen a
descalificarla, es peor de lo que hace ella, pues ella lo desvaloriza como
reacción a lo que él le hace y por lo menos lo explicita; él es más sutil, a
través de las acciones. El grupo realiza la polarización y se alía a esta pobre
mujer, que hace lo imposible por tratar de recomponer la pareja, a pesar que
las actitudes de su marido denotan su trauma de minusvalía adolescente.

El tercer terapeuta comenta la consulta de una madre con motivo de su hijo


de 12 años, que tiene problemas de conducta en la escuela. Por la
conversación telefónica, y por el detalle que el padre pasa muchas horas
fuera de casa y es ella la que se encarga de los hijos y otros datos más,
decide invitar a ambos a la sesión. Durante la misma, se detecta que hace
unos meses el hijo menor ha comenzado a comportarse agresivamente en la
escuela; de forma paulatina la sesión va cambiando de foco para centrarse
en la pareja, y el terapeuta construye un circuito recursivo de interacciones
sostenido desde hace meses, cuyo resultado es el efecto sintomático que el
niño comienza a desarrollar, convirtiéndose en el denunciante de la situación.

No se sabe cómo comenzó - y tal vez no importe-, pero en esa sesión se


empezaron a explorar las interacciones y sensaciones, supuestas e
imaginarias, de cada uno. Durante los últimos meses no han tenido ningún
acercamiento sexual y la relación cotidiana se está deteriorando. Ella se
acuesta temprano con la intención de que él acuda con ella a la cama, él
supone que se va porque lo rechaza y ya no la seduce, por temor a ser
rechazado, si intenta acercarse, prefiere defenderse viendo la televisión
hasta que ella se duerma. Ella llora mientras que el tiempo pasa y él no
viene, terminando en bronca, que es verbalizada durante el día siguiente,
«¡impotente, no sos hombre!», confirmando él lo que suponía, es decir, que
su mujer no lo quiere, lo desvaloriza, seguramente habrá otro ...; se siente
el gordito estúpido de su infancia. Por lo tanto, frente a semejante
explicitación descalificante, él acentúa su huida, trata de llegar más tarde, se
acuesta más tarde, siente más angustia y temor; ella se siente más
rechazada, vieja, y su minusvalía adolescente se potencializa, estalla con
más bronca y los insultos se incrementan.

Cada pasaje de este círculo vicioso se aumenta y rigidiza la situación: cada


uno de los cónyuges ha comenzado a pensar en terceros que les
proporcionen valorización personal y les posibiliten oxigenarse de la relación.

Pero, ¿dónde está la víctima y dónde el victimario? Desde una linealidad de


pensamiento, se traza dicha polaridad, pero desde una perspectiva
cibernética no se establece tal distinción, y en última instancia podría decirse
que ambos son víctimas del juego a que se someten.

En conclusión, las conductas de uno de los miembros de la pareja pautan las


respuestas del otro y viceversa, y todo ello conduce a mantener una
recurrencia que da como resultado el emergente sintomático. Por lo tanto,
los dos análisis lineales anteriores remiten a tramos parciales de un circuito
recurrente más abarcativo, es decir, que la epistemología lineal podría
ubicarse en un nivel lógico inferior con respecto a la circularidad.

30
Pero ésta no es solamente la única posibilidad; la circularidad podría poseer
secuencias parciales circulares, aunque dentro de las mismas se
encontrarán tramos de linealidad.

En síntesis, podemos pensar la vida humana como un proceso circular, en


donde el eje de la diacronía en su comienzo y fin se unen, cerrando un
círculo, donde nacimiento y muerte, infancia y vejez tienen sus
intersecciones y sus isomorfismos, generadores de la recurrencia.

Por lo tanto, la circularidad es factible pensarla desde tres ópticas de


análisis:

• Desde la sincronicidad operativa de las interacciones presentes, o sea


la recursividad desarrollada en el aquí y ahora.

• Desde los isomorfismos de situaciones que se producen en forma


recurrente a lo largo del tiempo.

• Interceptando ambas posiciones: la interacción del proceso presente,


que puede ser repetitivo de situaciones relacionales, vividas en otro
momento de la historia de la persona.

Por último, se podría esgrimir la hipótesis inversa: concebir la vida desde una
visión lineal, donde en diferentes momentos encontraremos círculos viciosos
de interacciones, pero bajo el soporte de una diacronía, por lo que la
circularidad obedecería a un orden lógico inferior de un proceso mayor lineal.

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Esto demuestra que el ángulo de mirada del
observador -portavoz de un modelo de conocimiento que impregna su
epistemología puede construir, confirmando y desconfirmando, la hipótesis a
priori que supone, encontrando lo que busca en una realidad construida por
él mismo.

Esto nos abre la entrada, en el segundo capítulo del libro, al mundo del
Constructivismo.

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