Fuentes y Estudios Sobre Las Lenguas Del

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Fuentes y estudios sobre las lenguas del grupo chiapaneco-mangue

Rubén Borden Eng


Universidad Nacional Autónoma de México

Resumen
Las lenguas del grupo chiapaneco-mangue actualmente están extintas. Sin embargo, existen
diversos materiales a partir de los cuales es posible elaborar la descripción general de uno
de sus idiomas: el chiapaneco. En este artículo, hago un recuento de las fuentes y estudios
disponibles sobre este grupo lingüístico, con la finalidad de establecer un estado de la
cuestión que sirva como punto de partida para elaboración de trabajos posteriores.

Introducción. Uno de los aspectos más interesantes del grupo lingüístico chiapaneco-
mangue es sin duda la dispersión geográfica que muestra su distribución. Según diversos
autores, los chiapanecas y los mangues conformaban un solo grupo que, durante el
epiclásico mesoamericano (ss. VII-IX d. C.), migró desde el Altiplano Central del México
con rumbo al sur. Al llegar a la región del Soconusco, dicho grupo se dividió. Así,
mientras que una porción decidió asentarse en la Depresión Central de Chiapas –los
chiapanecas-, la otra continuó con su andar sobre la Costa del Pacífico hasta la Península de
Nicoya –los mangues-, de este modo ambas fracciones quedaron totalmente separadas
frente a la presencia de grupos mayas, pipiles, lencas y cacaoperas (Fernández de Miranda
y Weitlaner 1961: 3). A la llegada de los conquistadores, los chiapanecas se hallaban
establecidos en los actuales municipios de Chiapa de Corzo, Acala, Suchiapa, Villaflores y
Villa de Corzo, en tanto que los mangues se extendieron a lo largo de la región conocida
como La Gran Nicoya, abarcando un amplio territorio de la costa del pacífico de Nicaragua
y Costa Rica (Quirós Rodríguez 1999: 12). La gran cantidad de topónimos de procedencia
chiapaneco-mangue en ambas localizaciones, puede darnos una idea acerca del impacto que
estos grupos tuvieron durante la época prehispánica y colonial. Sin embargo, a finales del
siglo XIX, son recurrentes las afirmaciones acerca de la dificultad de poder hallar hablantes
de esas lenguas. Y ya para mediados del siglo XX, era casi un hecho que los idiomas de
aquel grupo migratorio, quizá originario de Cholula, habían desaparecido por completo.
A diferencia de lo que ocurre con otros idiomas del territorio mesoamericano, las
lenguas que conforman el grupo chiapaneco-mangue han sido muy poco estudiadas, lo cual
se debe principalmente a la gran diversidad lingüística del área en cuestión. No obstante, el
mangue, y en especial el chiapaneco, poseen una documentación considerable que permite
el estudio sistemático de sus características más generales.
A este respecto, cabe señalar que el trabajo sobre lenguas extintas impone una serie
de restricciones teóricas y metodológicas, entre las que destaca la identificación y el
registro de las fuentes disponibles.
En este breve artículo, intentaremos hacer un recuento de las fuentes y de los
estudios que para dicho grupo se conservan. Estamos conscientes de que en esta labor nos
han precedido diversos autores (Lehmann 1920; Becerra 1937; Fernández de Miranda y

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Weitlaner 1961; Quirós Rodríguez 1999; Contreras García 2001; Ruz y Báez 2003), sin
embargo, creemos que siempre es conveniente mantenerse al tanto de los nuevos hallazgos
y estudios que se han realizado, de tal suerte que se pueda generar un punto de partida
seguro para la elaboración de nuevas hipótesis.
Fuentes sobre el mangue. Las fuentes que hasta la fecha han sido registradas para la
lengua mangue son bastante escasas. Del periodo colonial, por ejemplo, solamente se tiene
noticia de tres palabras consignadas en la famosa obra de Gonzalo Fernández de Oviedo y
Valdés (1478-1557) Historia General de las Indias, Islas y Tierra Firme de la Mar Océano
(1535-1557), escrita hacia mediados del siglo XVI. Las palabras registradas por el cronista
español fueron mamea ‘infierno’, nambí ‘perro’, y nambue ‘tigre’ (Quirós Rodríguez 1999:
21; Brinton 1886: 241). Luego del registro de Fernández de Oviedo y Valdés, no se sabe
nada acerca de otros estudios dedicados a este idioma durante la época colonial.
Sólo hacia mediados del siglo XIX, nos es posible retomar la línea en el desarrollo
de investigaciones sobre el mangue. De esta forma, sabemos que hacia el año de 1842, el
estudioso nicaragüense Juan Eligio de la Rocha (1815-1873), durante su estancia en
Masaya, Nicaragua, “se sintió interesado por los sobrevivientes de los mangues y
emprendió la reunión de materiales para el estudio de su lengua” (apud Quirós Rodríguez
1999: 22). Sin embargo, el único documento que conocemos de su trabajo es la obra
intitulada Apuntamientos de la lengua mangue, copiada por Berendt en 1874. Sobre el
autor, el propio Berendt nos indica que nació el 24 de junio de 1815, que era aficionado al
estudio de lenguas modernas y que fungió como catedrático de gramática castellana y
francesa en la Universidad de León (Berendt 1874: 3-4). Los Apuntamientos de Juan Eligio
de la Rocha son importantes por dos razones: en primer lugar, porque nos aportan
información de interés gramatical; y en seguida, porque el autor tuvo en consideración
registrar cerca de 25 frases de uso común, las cuales resultan de suma utilidad para el
estudio de algunos aspectos relativos a la sintaxis que pudo tener esta lengua durante el
siglo XIX.
En 1849, el geógrafo, político y diplomático norteamericano Ephraim George
Squier (1821-1888) realizó un viaje a Centroamérica con la finalidad de reunir datos para la
construcción del Ferrocarril Transpacífico. Durante su estancia en Nicaragua, recopiló una
gran cantidad de información sobre los pueblos indígenas de la región, haciendo énfasis en
dos aspectos primordiales: su historia y su lengua. En su obra Nicaragua: Its People,
Scenery, Monuments (1852), Squier consignó cerca de cien palabras mangues, obtenidas
mediante entrevista, pues, como él mismo lo confiesa: “Por la noche pagué a unos mozos
para que fueran a los pueblos de Jinotepe y Nindirí a traerme en la mañana a los indios más
viejos que pudieran encontrar y supiesen hablar el idioma de los aborígenes, pues quería
formar un breve vocabulario” (Quirós Rodríguez 1999: 22; Squier 1972: 325).
En 1874, el investigador alemán Karl Hermann Berendt hace públicos los resultados
que había obtenido durante varios años de investigación en Nicaragua, a través de una
conferencia titulada “La lengua chorotega o mangue y la lengua maribia de Subtiaba”,
presentada ante la American Geograhical Society. En esta obra Berendt logró reunir un

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amplio vocabulario de términos y frases en mangue, fruto, tanto de su trabajo directo con
los pocos hablantes a los que logró entrevistar, así como de su incansable búsqueda de
documentos y referencias a estudios sobre este idioma. Berendt es uno de los autores que
hace mayor hincapié en la dificultad que representa hallar hablantes para entrevista, pues,
como él mismo señala: “Visité Nicaragua en el año de 1874. Hallé que la población
indígena comarcana a las bahías de Nicoya o de Fonseca había desaparecido
completamente, y que en ambos distritos se hallaban únicamente unos cuantos nombres
locales pertenecientes a la lengua chorotega. En el tercer distrito, en donde los
descendientes de la antigua raza viven todavía en doce pueblos, en torno a los lagos de
Masaya y Apoyo, también fui informado de que no quedaban otros vestigios del antiguo
idioma, y que los habitantes hablaban únicamente lengua castellana. Tuve, no obstante, la
buena suerte de hallar alguna gente anciana, la cual aún recordaba algunas palabras y frases
que había aprendido en su infancia; y estuve en situación de recoger material que bastaba
para poner en evidencia- por mí y otro- la identidad de esta lengua mangue o chorotega con
el chiapaneco, lengua de México. No fue demasiado el apresurarse en la obtención de estos
informes, ya que un gran número de mis informantes murieron en la época en la que yo
permanecí en la región”". (Quirós Rodríguez 1999: 23; Brinton 1886: 239). A Berendt
también debemos, además de un conjunto de estudios sobre lenguas mayas y mixe-zoques,
la edición de varios textos de tradición mangueña de tipo litúrgico, entre los que destacan,
una Loga del niño Dios; un Auto Sacramental; y una versión del Per signum.
En 1885, sale a la luz el célebre artículo del etnólogo norteamericano Daniel
Garrison Brinton, intitulado “Notes on the Mangue; an extinct dialect formerly spoken in
Nicaragua”, en donde recopila parte de los vocabularios elaborados por De la Rocha,
Squier y Berendt. El trabajo de Brinton es de capital importancia en el desarrollo de los
estudios sobre la lengua mangue, a él debemos la conservación de la mayor parte de los
trabajos de Berendt y la edición de uno de los textos más importantes de la cultura
mangueña: El Güegüense o Drama del Ratón Macho, donde logró identificar cerca de 25
términos de origen chiapaneco y mangue.
A principios del siglo XX, salió a la luz la magistral obra del médico y filólogo
alemán Walter Lehmann, bajo el título de Zentral-Amerika (1920). Los dos volúmenes que
conforman este trabajo constituyen una referencia ineludible en el campo de estudio de las
lenguas indígenas centroamericanas, ya que su autor se dio a la tarea de recopilar todos los
vocabularios, resúmenes gramaticales, fraseologías y relaciones coloniales en las que se
hacía mención acerca de los grupos lingüísticos de la región. Una de las características más
notables en la obra de Lehmann es que no sólo se conformó con registrar todos los datos
antes mencionados, sino que también añadió notas derivadas de sus propias observaciones,
así como extensos vocabularios comparativos, que serían empleados más tarde con miras a
la reconstrucción del protochiapaneco-mangue.
Luego de la obra de Walter Lehmann las investigaciones en torno al mangue fueron
sumamente escasas, a no ser por la existencia de algunos artículos especializados,
dedicados al grupo completo y a su relación con otras lenguas de la familia otomangue. El

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casi total desinterés de parte de los investigadores sobre las características de la lengua
mangue, tuvo un afortunado revés en la obra del lingüista costarricense Santiago Quirós
Rodríguez, quien, a partir de sus valiosas contribuciones sobre las características
tipológicas y el sistema vocálico de esta lengua, revitalizó el interés en su estudio. En 1999,
Quirós Rodríguez publica su Diccionario Español-Chorotega donde consigna cerca de 700
términos. Uno de los aspectos más importantes de esta obra son las valiosas aportaciones
que sobre fonología y morfología realiza el autor, así como el planteamiento de un marco
teórico para el tratamiento de lenguas extintas.
Actualmente Terrence Kaufman ha retomado los estudios sobre morfología verbal
chorotega, en una ponencia titulada “El sistema verbal chorotegano (chiapaneco-mangue)
desde una perspectiva otomangue”, presentada en el marco de el Segundo Coloquio sobre
Lenguas otomangues y oaxaqueñas, en 2008.

Fuentes sobre la lengua chiapaneca. A diferencia de lo que ocurre con el mangue,


las fuentes coloniales sobre la lengua chiapaneca son más numerosas y extensas. La mayor
parte de estas obras han sido recientemente editadas por Mario Humberto Ruz y Claudia
Margarita Báez, en el tercer tomo de la colección Las lenguas del Chiapas colonial (2003);
gran parte de las fuentes y referencias, tanto conocidas como extraviadas, han sido
registradas en la excelente monografía de Irma Contreras García Las etnias del estado de
Chiapas. Castellanización y bibliografías (2001); y una gran cantidad de obras y artículos
referentes a este idioma fueron editados y traducidos en el volumen colectivo Los
chiapanecas guerreros de la historia que salió a la luz en 1992.
Los textos chiapanecos elaborados durante la época colonial constituyen un corpus
de valor inestimable, debido no sólo a la gran cantidad de datos que presentan, sino también
a la diversidad de temáticas que abordan. El primer texto registrado para este periodo es un
documento que lleva por título Elección de alcaldes en Chiapa de la Real Corona, firmado
por el escribano Thomás Lúpez y fechado en el año de 1608. De 1674 (fecha de traslado)
se conoce un mecanoescrito sobre las Ordenanzas de la cofradía de la santa vera cruz, que
cuenta con una traducción hecha por Josefo H. de Álvarez.
Una de las obras más famosas y más importantes que a la fecha se conocen sobre la
lengua chiapaneca es sin lugar a dudas el Arte de la lengua chiapaneca compuesto por el
padre fray Juan de Albornoz, de la orden de predicadores de la provincia de san Vicente
de Chiapa y Guatemala. Este documento, cuya fecha es incierta, pero que bien pudo haber
sido redactado hacia 1690, es una pieza clave para la comprensión no solamente de este
idioma, sino del grupo mangueano en general. El Arte de Albornoz es la fuente más
completa que tenemos sobre el chiapaneco colonial, debido a que aborda temas que, van
desde la ortografía, hasta la formación de oraciones interrogativas. En la edición de Ruz y
Báez, figuran otros textos de suma importancia, como la Doctrina en lengua chiapaneca de
Luis Barrientos (1690); los Sermones y Algunas cosas curiosas en lengua chiapaneca,
escritos por Joan Nuñez hacia la segunda mitad del siglo XVII; y la Tabla de los evangelios
que se cantan todos los domingos, de autor anónimo, pero también puede fecharse hacia mediados

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del siglo XVII. Estas fuentes ofrecen gran cantidad de palabras, construcciones y giros
estilísticos, a través de los cuales es posible dar cuenta de aspectos relativos a la fonología,
a la morfología y a la sintaxis chiapaneca del siglo XVII.
Durante el siglo XIX, la situación de la lengua chiapaneca es similar a la del
mangue, en cuanto a la dificultad que representa hallar hablantes nativos, tal como lo indica
Francisco Pimentel, dentro de su Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas de
México: “Tratando ahora del Chiapaneco, comenzaré por decir que, según Orozco y Berra,
su uso queda en Acala, distrito del Centro, en la villa de Chiapa y en Suchiapa, distrito del
Oeste. Esto manifestaba Orozco hace diez años; pero hoy, el Sr. Obispo de Chiapas me
dice en una carta […], contestando otra en que le pedí informes sobre el chiapaneco: “En
cuanto al idioma chiapaneco tengo que decirle que ya es un idioma muerto, enteramente
perdido, pues la tribu que lo hablaba, mezclada entre los ladinos, como aquí los llaman,
habla el español” (Pimentel, 1883: 308). De este modo, la mayoría de los estudiosos
interesados en esta lengua, dedicaron sus esfuerzos principalmente a la recopilación de
nuevos documentos, o bien a la edición de los materiales ya existentes, como en el caso de
Berendt quien consiguió hacerse de algunos textos originales como El libro de cuentas de
la cofradía del Rosario en el pueblo de Suchiapa (1796-1821); un cuadernillo de Apuntes y
estudios sobre la lengua chapaneca (1869-1870); un texto sobre la Pasión del jueves Santo
(1818); y un texto sumamente interesante conocido con el título de Pasión en lengua
chiapaneca, canciones de los indios de Suchiapa (1870).
En 1875, Alphonse Pinart publica una edición del Arte de la lengua chiapaneca de
fray Juan de Albornoz, así como de la Doctrina cristiana de Luis Barrientos. Pinart realiza
algunas conjeturas sobre el origen de los chiapanecas y su devenir a lo largo de la historia,
pero en muchas ocasiones sus apreciaciones no parecen ser del todo adecuadas, como
indican Ruz y Báez al citar el siguiente pasaje de su obra: “sus tradiciones nos afirman que
fueron los primeros habitantes del Nuevo Mundo, contaban el tiempo a la manera de los
mexicanos y tenían, como ellos, diferentes signos para representar los años, los meses y los
días. Empleaban, como los nahuas, la escritura jeroglífica y se les asemejaban en algunas
de sus costumbres” (Ruz y Báez 2003: 31).
En 1887, aparece el trabajo de Lucien Adam, intitulado La langue chiapanèque:
observations gramaticales, vocabulaire méthodique, textes inédites, textes rétlablies. A la
fecha, la labor del filólogo francés sigue siendo una pieza de consulta obligada en el ámbito
de los estudios sobre el chiapaneco, debido a que su autor, aparte de tener una sólida
formación en cuanto a descripción de lenguas indígenas americanas, estaba consciente de
que la edición y publicación de materiales, aunque era de suma importancia, no basta en sí
misma para tener un conocimiento certero acerca de este idioma. Uno de los mayores
méritos en la obra de Lucien Adam es precisamente su intento por ofrecernos una
descripción, sino detallada, sí bastante sistemática de la lengua en cuestión, haciendo
hincapié en diversos aspectos relativos a la fonología y a la morfología chiapaneca. Al
parecer, la obra de Lucien Adam permaneció por mucho tiempo en el gusto de los

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estudiosos interesados en el chiapaneco, debido no sólo a la naturaleza del trabajo, sino
también al amplísimo prestigio que en aquel entonces tenía su autor.
Durante la década de los treinta, el investigador mexicano Marcos E. Becerra
publicó un artículo titulado “Nombres geográficos indígenas del estado de Chiapas” (1932),
en el que da constancia de diversos topónimos de origen chiapaneco. En 1937 este mismo
autor publica su estudio “Los chiapanecas”, en donde trata diversos aspectos sobre la
historia de este grupo, además de ofrecernos el último vocabulario realizado con base en los
datos de un hablante nativo de edad avanzada, que, si bien no conocía plenamente la lengua
de sus antepasados, sí recordaba algunas palabras y frases de uso doméstico.
Después del trabajo de Becerra, comienzan a elaborarse una serie de estudios con
miras a la reconstrucción lingüística de los distintos grupos que conforman la familia
otomangue. De entre estas investigaciones, destacan: los trabajos del lingüista
norteamericano Morris Swadesh sobre el macro-mixteco (1960); el estudio comparativo de
Calvin Rensch sobre fonología otomangue (1966); y el insuperable artículo de María
Teresa Fernández de Miranda y Roberto Weitlaner sobre la reconstrucción del
protochiapaneco-mangue, que es sin duda una de las monografías más importantes en el
ámbito de la lingüística mesoamericana, en virtud de que sus autores lograron la
reconstrucción de 286 términos, mediante el empleo del método comparativo.
En las décadas subsecuentes, los estudios sobre lengua chiapaneca no recibieron
mucha atención de parte de los especialistas, hasta que en 1992 se publicaron dos obras de
gran tamaño que constituyen la síntesis de gran parte de los conocimientos que se tienen
sobre esta lengua, nos referimos, por supuesto, al Diccionario de la lengua chiapaneca de
Mario Aguilar Penagos, y al conjunto de estudios y traducciones publicadas con el título de
Los chiapanecas, guerreros de la historia. El Diccionario de Mario Aguilar Penagos, con
introducción de Otto Schumann Gálvez, aparte de ser la fuente lexicográfica más completa
que se tiene sobre este idioma, incluye algunos textos por demás interesantes, como en el
caso de un poema intitulado El flechador elegido, que parece ser una versión de la Canción
del flechador que aparece en los Cantares de Dzibalché. Por su arte, en el trabajo conjunto
que representa Los chiapanecas, guerreros de la historia es posible hallar varias de las
fuentes coloniales y modernas anteriormente citadas, acompañadas de su traducción en
caso de que se trate de documentos monolingües.
Recientemente algunos lingüistas han retomado los estudios sobre la lengua
chiapaneca, tal es el caso de Antonio García Zúñiga quien ha dedicado parte de sus
investigaciones al estudio, tanto de la toponimia (2008), como del sistema verbal
chiapaneco (2008); y Nicholas Hopkins, quien hace algunos meses presentó una ponencia
intitulada “La influencia del chiapaneco sobre sus vecinos mayas” en el marco del IV
Coloquio sobre lenguas otomangues y vecinas, dedicado a Thomas Smith Stark (2010).
Conclusiones. Según puede desprenderse de las notas expuestas a lo largo de este
breve repaso, las lenguas del grupo chiapaneco-mangue constan de suficientes estudios y
documentos, como para intentar la elaboración de una monografía que nos permita saber
cuáles eran sus características estructurales más generales, a qué otros subgrupos de la

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familia otomangue se hallan más cercanas y qué relaciones mantuvieron con otros grupos
lingüísticos, como los mayas, los mixe-zoques, los pipiles, los cacaoperas, etc.

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