Filosofia Del Espacio y El Tiempo
Filosofia Del Espacio y El Tiempo
Filosofia Del Espacio y El Tiempo
https://www.academia.edu/44809852/FILOSOF%C3%8DA_DEL_ESPACIO_Y_EL_TIEMPO
ANTROPÓLOGO
I. ANTECEDENTES Y FUNDAMENTOS
Las culturas antiguas como egipcios, babilonios, griegos así como los incas, mayas,
hopis y otras tribus americanas, junto a doctrinas como el budismo y el jainismo, entre
otras, tienen un concepto de rueda del tiempo, considerando el tiempo como cíclico y
cuántico. Este concepto circular del tiempo tiene sus raíces, por una parte, en las ideas
de eternidad e inmortalidad del antiguo Egipto, donde el escarabajo era considerado
símbolo de la renovación eterna de la vida. El modelo de universo cíclico es también
muy importante dentro de las doctrinas hinduista y budista, a través de su concepto de
rueda de la vida o samsara, que representa un ciclo sin fin de nacimiento, vida y
muerte, del cual es necesario liberarse. Estas ideas fueron retomadas en Occidente por
los filósofos pitagóricos y estoicos, entre otros. En el Renacimiento, los alquimistas
representaban el ouroboros (la serpiente que se come la cola) como símbolo por
excelencia de la eterna repetición. La repetición incesante fue esgrimida por
pensadores posteriores como Giambattista Vico, con su teoría de los cursos y recursos
(ciclos) interminables de la historia, o Friedrich Nietzsche, con su concepto del eterno
retorno de lo idéntico, en el que, a diferencia, de la visión cíclica del tiempo, no se
trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino de que los
mismos acontecimientos se vuelven a repetir en el mismo orden, tal como ocurrieron,
sin posibilidad de variación. Científicos modernos y actuales como Henri Poincaré, con
su teoría de la recurrencia; Roger Penrose, con su cosmología cíclica conforme; John
Richard Gott, con su teoría de los universos autogobernados, o Peter Lynds, que
supone la repetición infinita del tiempo (no hay un “ahora” solo secuencias de
eventos) contemplan, cada cual a su manera, una visión circular e interminable del
tiempo y el universo que viene a coincidir llamativamente, en lo fundamental, con la
de las culturas antiguas.
La filosofía del tiempo más antigua registrada fue expuesta por el sabio egipcio
Ptahhotep (c. 2650-2600 a.C.) quien dijo: “Sigue tu deseo mientras vivas, y no hagas
más de lo ordenado, no disminuyas el tiempo de seguir el deseo, porque perder el
tiempo es una abominación para el espíritu… (Máximas de Ptahhotep, XI). Los Vedas,
los primeros textos sobre la filosofía hindú (II milenio a.C.), describen la antigua
cosmología hindú, en la que el universo atraviesa ciclos repetidos de creación,
destrucción y renacimiento, durando cada ciclo 4.320.000 años (Thompson, R. L. 2007,
p. 225). Los incas consideraban el espacio y el tiempo como un concepto único llamado
“pacha” (Manga Qespi, A. E. 2010, pp. 155-189; Steele, P. R. & Allen, C. J. p. 86),
también es bien conocido el avanzado conocimiento de los mayas en cuanto al tiempo
y su calendario cíclico. En el Antiguo Testamento (Eclesiastés) el tiempo (“iddan”,
“zeman”) se traduce tradicionalmente como medio para el paso de los eventos
predestinados. El idioma griego denota dos principios distintos: “chronos” y “kairos”
para referirse al tiempo, el primero se refiere al tiempo numérico o cronológico, el
segundo (lit. “el momento justo u oportuno”), se relaciona específicamente con el
tiempo metafísico o divino; en teología, kairos, es cualitativo, en oposición a chronos,
cuantitativo. En la mitología griega, chronos se identifica como la personificación del
tiempo.
En el Libro XI de las Confesiones, San Agustín, reflexiona sobre la naturaleza del tiempo
preguntando: “¿Qué es entonces el tiempo? Si nadie me pregunta, lo sé: si deseo
explicárselo a alguien que pregunta, no lo sé”. Agustín continúa comentando la
dificultad de pensar en el tiempo, señalando la inexactitud del habla común: “Porque
hay pocas cosas de las que hablamos correctamente; de la mayoría de las cosas que
hablamos incorrectamente, aun así se entienden las intenciones”. Pero Agustín
presentó el primer argumento filosófico para la realidad de la Creación (contra
Aristóteles) en el contexto de su discusión sobre el tiempo, diciendo que el
conocimiento del tiempo depende del conocimiento del movimiento de las cosas
(Ciudad de Dios, Libro XI, cap. 6). Para San Agustín, Dios es el creador de todo lo que
existe en el tiempo y considera que el tiempo consiste en “pasar de un pasado que ya
no existe, a un presente cuyo ser consiste en pasar al futuro, que todavía no es”.
Concluye que el tiempo se da en el espíritu o alma humana en cuanto capacidad de
enlazar el pasado retenido en la memoria con la expectativa del futuro en el presente,
lo que es posible por la permanencia de la identidad subjetiva del alma. Subraya
Agustín entonces el carácter subjetivo del tiempo con una mentalidad avanzada de lo
que será en la Edad Moderna la conciencia de Descartes (Agustín llegaría a afirmar “Si
enim fallor, sum” –si me equivoco es porque existo-, que recuerda el “cogito ergo
sum” de Descartes). El filósofo cristiano Juan Philoponus presentó argumentos
tempranos adoptados por filósofos y teólogos cristianos posteriores en la forma
“argumento de la imposibilidad de la existencia de un infinito real” que establece:
En contraste con los filósofos griegos antiguos que creían que el universo tenía un
pasado infinito sin comienzo, los filósofos y teólogos medievales desarrollaron el
concepto de que el universo tiene un pasado finito con un comienzo, ahora conocido
como finitismo temporal, esta visión se inspiró en el mito de la creación compartido
por las tres religiones abrahámicas: el judaísmo, el cristianismo y el islam (Craig, W. L.
1979, pp. 165-170).
Para San Anselmo de Canterbury, las cosas creadas no podían proceder de la materia,
sino de la nada, a partir de la actividad divina; así mismo, la creación es “continua”.
Para el filósofo musulmán Averroes, la elección de la creación de Dios es eterna y
constante, y no puede hablarse de un comienzo del mundo. A principios del siglo XI, el
filósofo musulmán Ibn al-Haytham (Alhacen o Alhazen) discutió la percepción del
espacio y sus implicaciones epistemológicas en su Libro de Óptica (Kitab al-Manazir)
escrito entre 1011 y 1021; al-Haytham también rechazó la definición de “topos” de
Aristóteles (Física, Libro IV) mediante demostraciones geométricas y definió el lugar
como una extensión espacial matemática (El-Bizri, N. 2007, pp. 57-80). Su prueba
experimental del modelo de visión de intromisión condujo a cambios en la
comprensión de la percepción visual del espacio, contrariamente a la teoría previa de
la emisión de la visión apoyada por Euclides y Ptolomeo, esta teoría proponía que la
percepción visual se logra mediante los rayos oculares emitidos por los ojos; por el
contrario, la teoría de la intromisión establece que la percepción visual proviene de
algo representativo del objeto (luego establecido como rayos de luz reflejados por él)
que ingresan a los ojos; la física moderna ha confirmado que la luz es transmitida
físicamente por fotones desde una fuente de luz, como el sol, a objetos visibles, y
terminando con el detector, como un ojo humano o una cámara. Esta teoría fue
apoyada por Isaac Newton, John Locke y otros, en el siglo XVIII. Al “vincular la
percepción visual del espacio a la experiencia corporal previa, Alhacen rechazó
inequívocamente la intuición de la percepción espacial y, por lo tanto, la autonomía de
la visión. Sin nociones tangibles de distancias y tamaño para la correlación, la vista no
puede decirnos casi nada sobre tales cosas” (Smith, A. M. 2005, pp. 219-240). San
Alberto Magno afirmó: “El comienzo del mundo por creación no es una proposición
física y no puede demostrarse físicamente” (Physica, VIII, 1, 4). Por otro lado Guillermo
de Ockham, refutando la metafísica tradicional que partía de Aristóteles, admitía la
“probabilidad” de las cosas, así, la eternidad es altamente probable, dada la dificultad
de concebir el comienzo del mundo en el tiempo. Por otra parte, para la Kabbalah “el
tiempo es una paradoja y una ilusión” (Hus, B. & Pasi, M. 2011; Wolfson, E. R. 2006, p.
111).
Una de las aportaciones más importantes realizadas al estudio del tiempo en el siglo
XIX es la obra de F. W. J. Schelling, una de las figuras relevantes del llamado idealismo
alemán. La obra clave para el estudio de esta cuestión en este filósofo es Las Edades
del Mundo (Die Weltalter) un texto que no fue publicado en vida del autor y del que
hay tres versiones muy similares (1811, 1813 y 1815) aunque diferentes en algunos
aspectos importantes. En este trabajo Schelling pretende conocer el tiempo
premundano (vorweltlichen Zeit), es decir, el tiempo anterior a la creación del mundo.
Sin embargo, esto no es posible porque no tenemos fuentes directas; utiliza, por lo
tanto, fuentes indirectas: estas consisten en el autoconocimiento del ser humano
(método antropomorfista) y en discursos revelados, básicamente en el Antiguo
Testamento. Su investigación le llevó a una conclusión de que el verdadero pasado es
el pasado anterior a la creación del mundo y el verdadero futuro es el postmundano.
Schelling defendió un concepto orgánico del tiempo, donde cada ser posee su propio
tiempo interno y critica una concepción objetivista de la temporalidad: “Ninguna cosa
tiene un tiempo exterior, sino que cada cosa solo tiene un tiempo interior, propio,
innato e inherente a ella” (Schelling, F. W. J. 2002, p. 97). Su estudio del tiempo
debemos situarlo dentro de una concepción teológica, ya que identifica el pasado con
el Padre, el presente con el Hijo y el futuro con el Espíritu; elabora, de esta forma, un
sistema trinitario que se identifica con cada una de las manifestaciones de la divinidad
defendidas por la religión cristiana.
Los conceptos de universo, espacio y tiempo, tal como hoy los entendemos, tienen su
origen en los grandes pioneros de la ciencia surgidos en la época renacentista, Kepler,
Galileo y Francis Bacon, quienes abrieron camino, con el sustento racionalista de
Descartes, a las grandes teorías de la materia en la Edad Moderna y Contemporánea.
Una posición realista (en metafísica, el realismo sobre un objeto dado es la visión de
que este objeto existe en realidad independientemente de nuestro esquema
conceptual, en términos filosóficos, estos objetos son ontológicamente
independientes del esquema conceptual, percepciones, prácticas lingüísticas,
creencias, etc. de alguien) tradicional en ontología es que el tiempo y el espacio tienen
existencia aparte de la mente humana, el idealismo (constituido por diversos puntos
de vista metafísicos, que afirman que la “realidad” es de alguna manera indistinguible
o inseparable de la percepción y/o comprensión humanas, que en algún sentido está
constituida mentalmente o que de otra manera está estrechamente relacionada con
ideas) por el contrario, niega o duda de la existencia de objetos independientes de la
mente; por otro lado algunos anti-realistas, cuya posición ontológica es que los objetos
fuera de la mente sí existen, dudan sin embargo de la existencia independiente del
tiempo y el espacio. En 1781, Immanuel Kant publicó la Crítica de la Razón Pura (Kritik
der reinen Vernunft) una de las obras más influyentes de la historia de la filosofía del
espacio y el tiempo y donde su autor busca determinar los límites y alcances de la
metafísica. Kant describe el tiempo como una noción a priori que, junto con otras
nociones a priori como el espacio, nos permite comprender la existencia sensorial.
Kant sostiene que ni el espacio ni el tiempo son sustancia (una sustancia es distinta de
sus propiedades), entidades en sí mismas o aprendidas por la experiencia; sostiene,
más bien, que ambos son elementos de un marco sistemático que usamos para
estructurar nuestra experiencia. Las medidas espaciales se utilizan para cuantificar la
distancia entre los objetos, y las mediciones temporales se utilizan para comparar
cuantitativamente el intervalo entre (o la duración) de los eventos. Aunque el espacio
y el tiempo se consideran trascendentalmente ideales en este sentido, también son
empíricamente reales, es decir, no simples ilusiones (algunos autores como J. M. E.
McTaggart en “The Unreality of Time” han argumentado que el tiempo es una ilusión).
El gran debate entre definir las nociones de espacio y tiempo como objetos reales en sí
mismos (absolutos), o simples ordenamientos sobre objetos reales (relacionales),
comenzó entre Isaac Newton (a través de su portavoz Samuel Clarke) y Gottfried
Leibniz testimoniado en los artículos de la correspondencia Leibniz-Clarke.
Argumentando en contra de la posición absolutista, Leibniz ofrecía una serie de
experimentos mentales con el propósito de mostrar que existe una contradicción al
asumir la existencia de hechos como la ubicación absoluta y la velocidad. Estos
argumentos se basan en gran medida en dos principios centrales de su filosofía:
El principio de razón suficiente que sostiene que para cada hecho, hay una
razón suficiente para explicar qué y porqué es así y no de otra manera.
La identidad de los indiscernibles que establece que si no hay forma de
diferenciar dos entidades, entonces son una y la misma cosa.
El ejemplo que utiliza Leibniz involucra dos universos propuestos situados en el espacio
absoluto. Sin embargo, tal situación no es posible, según Leibniz, porque si lo fuera la
posición de un universo en el espacio absoluto no tendría razón suficiente, como bien
podría haber sido en cualquier otro lugar. Por lo tanto, contradice el principio de razón
suficiente, y podrían existir universos distintos que fueran en todos los sentidos
indiscernibles, contradiciendo así la identidad de los indiscernibles. En la respuesta de
Clarke (y Newton) a los argumentos de Leibniz se destaca el argumento del cubo: el
agua en un cubo, colgado de una cuerda y puesto a girar, comenzará con una
superficie plana, a medida que el agua comienza a girar en el cubo, la superficie del
agua se vuelve cóncava; si se detiene el cubo, el agua continuará girando y, mientras
continua el giro, la superficie permanecerá cóncava. La superficie cóncava
aparentemente no es el resultado de la interacción del cubo y el agua, ya que la
superficie es plana cuando el cubo comienza a girar, se vuelve cóncava cuando el agua
comienza a girar y permanece cóncava cuando el cubo se detiene. En esta respuesta,
Clarke defiende la necesidad de la existencia de un espacio absoluto para dar cuenta
de fenómenos como la rotación y la aceleración que no pueden explicarse con una
explicación puramente relacionista. Clarke argumenta que, dado que la curvatura del
agua ocurre tanto en el cubo giratorio como en el cubo estacionario que contiene agua
en rotación, solo se puede explicar afirmando que el agua gira en relación con la
presencia de una tercera cosa: el espacio absoluto. Los conceptos de tiempo y espacio
absolutos fueron introducidos originalmente Por Sir Isaac Newton en su obra
Philosophiae Naturalis Principia Mathematica y proporcionaron una base teórica que
facilitó la mecánica newtoniana (Knudsen, J. M. & Hjorth, P. 2012, p. 30). Según
Newton, el tiempo absoluto y el espacio, respectivamente, son aspectos
independientes de la realidad objetiva:
“El espacio absoluto, por su propia naturaleza, sin importar nada externo, permanece
siempre similar e inamovible. El espacio relativo es una dimensión o medida móvil de
los espacios absolutos, que nuestros sentidos determinan por su posición con respecto
a los cuerpos y que se toma vulgarmente por espacio inamovible… El movimiento
absoluto es la traslación de un cuerpo de un lugar absoluto a otro, y el movimiento
relativo, la traslación de un lugar relativo a otro”.
Para apoyar sus puntos de vista, Newton proporcionó algunos ejemplos empíricos:
según Newton, se puede inferir que una esfera giratoria solitaria gira sobre su eje en
relación con el espacio absoluto al observar el abultamiento de su ecuador y de un par
de esferas solitarias unidas entre sí por una cuerda puede inferirse que la cuerda está
en rotación absoluta alrededor de su centro de gravedad (baricentro) observando la
tensión en la cuerda. Por su parte, Leibniz describe un espacio que existe solamente
como una relación entre objetos y que no tiene existencia aparte de la existencia de
esos objetos. El movimiento existe solo como una relación entre esos objetos. El
espacio newtoniano proporcionó el marco de referencia absoluto dentro del cual los
objetos pueden tener movimiento, en el sistema de Newton, el marco de referencia
existe independientemente de los objetos que contiene, estos objetos pueden
describirse como en movimiento en relación al espacio mismo; durante casi dos siglos,
la evidencia de una superficie de agua cóncava tuvo autoridad.
Otra figura importante en este debate es el físico y filósofo austríaco Ernst Mach, quien
si bien no negó la existencia de fenómenos como el que se ve en el argumento del
cubo, todavía negó la conclusión absolutista al ofrecer una respuesta diferente en
cuanto a con qué estaba girando el cubo: las estrellas fijas.
Mach sugirió que los experimentos mentales como el argumento del cubo son
problemáticos; si tuviéramos que imaginar un universo que solo contiene un cubo,
según Newton, este cubo podría configurarse para girar en relación con el espacio
absoluto, y el agua que contiene formaría la superficie cóncava característica. Pero en
ausencia de cualquier otra cosa en el universo, sería difícil confirmar que el cubo
realmente estuviera girando; parece igualmente posible que la superficie del agua en
el cubo permanezca plana. Mach argumentó que, en efecto, el experimento del agua
en un universo que de otro modo estaría vacío permanecería plana, pero si se
introdujera otro objeto en este universo, tal vez una estrella distante, ahora habría
algo relativo a lo que el cubo podría verse como girando. Es posible que el agua dentro
del cubo tenga una ligera curva, para dar cuenta de la curva que observamos, un
aumento en el número de objetos en el universo también aumenta la curvatura del
agua. Mach argumentó que el impulso de un objeto, ya sea angular o lineal, existe
como resultado de la suma de los efectos de otros objetos en el universo, esto está
asentado por el denominado “Principio de Mach” o “Conjetura de Mach” que, de
forma muy general, podría expresarse como que “las leyes físicas locales están
determinadas por la estructura a gran escala del universo” (Hawking, S. W. & Rayner
Ellis, G. F. 1973, p. 1), o en palabras del propio Mach:
“En consecuencia, cuando decimos que un cuerpo conserva sin cambios su dirección y
velocidad en el espacio, nuestra afirmación no es ni más ni menos que una referencia
abreviada al universo entero”. (E. Mach; citado por Ciufolini y Wheeler: Gravitation
and Inertia, p. 387).
Por tanto, el Principio de Mach propone que la mecánica se trata completamente del
movimiento relativo de los cuerpos y, en particular, la masa es una expresión de dicho
movimiento relativo; según Mach, los ejemplos de Newton simplemente ilustran la
rotación relativa de esferas y la mayor parte del universo (Ciufolini. I. & Wheeler, J. A.
1995, pp. 386-387). Estas visiones que se oponen al espacio y el tiempo absolutos
pueden verse desde una perspectiva moderna, como un intento de introducir
definiciones operativas para el espacio y el tiempo, una perspectiva que se hace
explícita en la teoría especial de la relatividad. Incluso dentro del contexto de la
mecánica newtoniana, la visión moderna es que el espacio absoluto es innecesario, en
cambio, ha tenido prioridad la noción de marco de referencia inercial, es decir, un
conjunto preferido de marcos de referencia que se mueven uniformemente entre sí.
Las leyes de la física se transforman de un marco inercial a otro de acuerdo con la
relatividad galileana que establece que las leyes del movimiento son las mismas en
todos los marcos inerciales, lo que lleva a las siguientes objeciones al espacio absoluto,
tal como lo describe Milutin Blagojevic (Blagojevic, M. 2002, p. 5):
En la práctica, las tramas inerciales a menudo se toman como tramas que se mueven
uniformemente con respecto a las estrellas fijas. Por tanto, matemáticamente
podemos definir al espacio, como se entiende en la mecánica newtoniana, como
tridimensional y euclidiano, con una orientación fija y se denota E (tridimensional). Si
algún punto O en E (tridimensional) es fijo y se define como un origen, la posición de
cualquier punto P en E (tridimensional) está determinada únicamente por su vector de
radio r=OP (vector, cuyo origen coincide con el punto O y su final con el punto P). El
espacio vectorial lineal tridimensional R (tridimensional) es un conjunto de todos los
vectores de radio. El espacio R (tridimensional) está dotado de un producto escalar <,>.
El tiempo es un escalar que es el mismo en todo el espacio E (tridimensional) y se
denota como t. El conjunto ordenado t (conjunto) se denomina eje del tiempo. El
movimiento es una función r: delta-R (tridimensional) que mapea un punto en el
intervalo (delta) desde el eje del tiempo a una posición (vector de radio) en R
(tridimensional).
El artículo “La medida del tiempo” (La mesure du temps) de 1898, de Poincaré, debe
interpretarse como el punto de inflexión entre la nueva física de Einstein y la filosofía
de Ernst Mach, que discutía la idea de un tiempo verdadero, sustituyéndolo por la idea
de un conjunto de operaciones de medida (Redondi, P. 2010, p. 248). Poincaré,
refutando (al lado de Bergson) el tiempo pretendidamente objetivo de la ciencia,
sostiene que ésta cometió el error de dotar de realidad a un concepto matemático. Era
precisamente la conciencia del tiempo la que indujo a la ciencia a lanzar la “hipótesis
grosera” de Newton de un tiempo real y medible (Redondi, P. 2010, pp. 248-249). El
tiempo no viene definido por los relojes, y tampoco por el movimiento de la tierra, por
tanto, resulta problemático tratar de definir tanto la simultaneidad de dos sucesos,
como el antes y el después de los mismos. La primera se ha instituido como estrategia
de la física para obtener leyes universales, y el antes y el después está viciado por la
causalidad: por el tiempo definimos la causa, lo que supone una petición de principio,
especialmente dado que las causas pueden ser o bien simples o infinitamente
complejas (Redondi, P. 2010, pp. 257-258); “Todas estas definiciones no son más que
el fruto del oportunismo inconsciente” afirma Poincaré (Redondi, P. 2010, p. 249). En
su artículo, el matemático se pregunta de dónde procede el sentimiento de que entre
dos instantes cualquiera hay otros instantes: “Sabemos quizá que tal hecho es anterior
a tal otro, pero no en cuánto lo es anterior”. Por otra parte, ¿se puede transformar el
tiempo psicológico, cualitativo, en tiempo físico cuantitativo? El asunto se complica
cuando entran en juego dos conciencias, cada una sustentadora de un tiempo propio:
“Dos fenómenos psicológicos se verifican en dos conciencias diferentes; cuando afirmo
que son simultáneos, ¿qué quiero decir con ello?”. Concluye Poincaré que la intuición
de la simultaneidad, del orden de sucesión de los fenómenos y de la igualdad de dos
duraciones no es más que una alucinación, resultado del citado “oportunismo
inconsciente”: “Escogemos, pues, estas reglas, no porque sean verdaderas, sino
porque son las más cómodas” (Redondi, P. 2010, pp. 249-261). Con la determinación
de estas reglas o convenciones, Poincaré se inscribió en la corriente filosófica del
convencionalismo (no se puede probar una relación verdadera entre la materia y la
geometría del espacio y del tiempo, sino que aquella es decidida por mera convicción),
de la que fue uno de sus principales pilares.
La teoría de la relatividad de Albert Einstein sostiene que las reglas de la física deben
ser iguales para todos los observadores, sin importar la localización del marco de
referencia que se utilice. La dificultad más grande para esta idea provenía de las
denominadas ecuaciones de Maxwell, estas incluían la velocidad de la luz en el vacío e
implicaban que la velocidad de la luz era solamente constante con relación a lo que
antiguamente se denominaba éter luminífero .Las ecuaciones de Maxwell también se
pueden formular en un espacio de Minkowski similar al espacio-tiempo, donde el
espacio y el tiempo se tratan en pie de igualdad. Las formulaciones del espacio-tiempo
directo ponen de manifiesto que las ecuaciones de Maxwell son relativísticamente
invariantes. Debido a esta simetría los campos eléctrico y magnético se tratan en pie
de igualdad y se reconocen como componentes del tensor (objeto matemático que
describe el campo electromagnético en el espacio-tiempo. El tensor de campo
electromagnético se utilizó por primera vez después de que Hermann Minkowski
introdujera la formulación del tensor de cuatro dimensiones de la relatividad especial)
de campo electromagnético. Esto reduce las cuatro ecuaciones de Maxwell a dos, lo
que simplifica las ecuaciones, aunque ya no se puede usar la fórmula vectorial familiar.
Un campo de referencia inercial es aquel que se halla siguiendo la línea geodésica del
espacio-tiempo, dentro de la relatividad general, los objetos se mueven sobre
geodésicas.
Las trayectorias geodésicas son generadas debido a la curvatura del espacio; sin
embargo, un objeto puntual moviéndose en el espacio no percibirá la gravedad pues
se desplaza a lo largo de estas geodésicas, que definen marcos de referencia inerciales.
La única posibilidad de medir la atracción gravitacional es comprobando más de una
geodésica, de esta manera es posible comparar la aceleración relativa entre ellas, que
existirá solo si el espacio-tiempo está curvado. En este sentido, un objeto que
permanece en tierra experimentará una fuerza, ya que la superficie del planeta impide
que el cuerpo siga la trayectoria natural impuesta por su geodésica. Einstein apoyó
parcialmente el principio de Mach de que las estrellas distantes explican la inercia, ya
que proporcionan el campo gravitacional contra el cual se mueven la aceleración y la
propia inercia; pero contrariamente a las tesis de Leibniz, este espacio-tiempo curvado
constituye parte integral del objeto, al igual que sus otras características definitorias,
tales como volumen y masa. Si uno sostiene, en contra de la creencia idealista, de que
los objetos existen independientemente de la mente, diríase que dicho relativismo le
obliga a la vez a sostener que espacio y tiempo son, en igual medida, independientes.
El lógico y matemático austríaco Kurt Gödel, basándose como Poincaré y Norbert Elias
en la relatividad de Einstein, dio un paso más allá en 1949; si el físico alemán (gran
amigo de Gödel) había transformado el tiempo en una dimensión más del espacio,
Gödel, a través de nuevas modificaciones de las ecuaciones de campo de Einstein, lo
hizo desaparecer (Yourgrau, P. 2007, p. 19). Gödel creía que la relatividad de Einstein
había acabado verificando el idealismo filosófico kantiano acerca del espacio y el
tiempo (Yourgrau, P. 2007, p. 32). El tema central de las conversaciones de ambos fue
la relatividad general, pero para Gödel había una incongruencia entre la teoría de
Einstein y la creencia cotidiana de que el tiempo, a diferencia del espacio, “pasa” o
“transcurre”. Esto lo argumentó desde el punto de vista, primero, de la relatividad
especial: “Cada observador tiene su conjunto de “ahoras”, y ninguno de estos sistemas
diversos de capas puede reclamar la prerrogativa de representar el lapso objetivo del
tiempo”, de lo que derivó que la relatividad especial era inconsistente con la realidad
del tiempo intuitivo, el tiempo experimentado como “real”. Para negar el tiempo,
Gödel se basó, en segundo lugar, en la relatividad general, aplicándole su propia teoría
de los universos en rotación, en los que las curvas del espacio-tiempo se doblan sobre
sí mismas hacia atrás, tanto que vuelven al punto de partida, lo que posibilitaría nada
menos que el viaje en el tiempo. Aunque, si demostrablemente se puede volver a
visitar el pasado, este todavía existe, pero si el pasado todavía existe, ¿qué es el
presente? La consecuencia lógica de todo ello es la negación de la existencia del
tiempo. “El tiempo -decía Gödel- tal como nos lo presentamos a nosotros mismos,
simplemente no encaja con los hechos; llamarlo tiempo subjetivo es sólo un
eufemismo” (Yourgrau, P. 2007, p. 176). Muchos años más tarde, el físico Stephen
Hawking, mediante un recurso teórico que denominó conjetura de protección de la
cronología, trató de demostrar que la teoría de Gödel era una falacia, opinión que la
física actual en general sustenta; la tesis propiamente dicha de Hawking, sin embargo,
no ha recibido muchas adhesiones desde su publicación (1992) (Hawking, S. W. 1992,
pp. 603-611) pues, según el filósofo Palle Yourgrau, su carácter ad hoc la delata
(Yourgrau, P. 2007, p. 175).
I.4.g. CARL GUSTAV JUNG.
El psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung, en el estudio del elusivo fenómeno de
la sincronicidad (coincidencias de fenómenos en el tiempo aparentemente no
relacionados causalmente entre sí), arroja una luz claramente relativista sobre los
conceptos de espacio y tiempo. Para él, en efecto, las casualidades encadenadas no
representan fenómenos de causalidad, sino de simple coincidencia en el tiempo, de
“simultaneidad”: “Por esa característica de la simultaneidad he elegido el término
sincronicidad, para designar con él un factor de explicación hipotético que sea
equiparable a la causalidad” (Jung, C. G. 2011, p. 430). Más adelante, Jung identifica la
sincronicidad como una “relación entre tiempo y espacio psíquicamente condicionada.
[En determinados experimentos psicológicos] el tiempo y el espacio se comportan
respecto a la psique, en cierto modo, “elásticamente” ya que aparentemente pueden
ser reducidos a voluntad. […] es decir, parece como si el tiempo y el espacio guardaran
relación con las condiciones psíquicas o como si, en sí mismos, no existieran y solo
estuvieran “establecidos” por la conciencia”. De lo que se deduce: “El tiempo y el
espacio según la visión primitiva […] son algo sumamente dudoso. Solo en el curso de
la evolución espiritual se han convertido en conceptos fijos”, y ello gracias a la
introducción de la medición.
Es, por tanto, una convención humana contar el tiempo a partir de un acontecimiento,
como por ejemplo, el nacimiento de Cristo. El nacimiento de nuestro tiempo no es el
nacimiento del tiempo, porque en el vacío fluctuante preexistía un tiempo en estado
potencial, el tiempo potencial es un tiempo que está ya siempre ahí, en estado latente,
pero que requiere un fenómeno de fluctuación para actualizarse. El tiempo no ha
nacido con nuestro universo: el tiempo precede a la existencia y podrá hacer que
nazcan otros universos (Prigogine, I. 2012, pp. 76-77). Por otra parte, en su teoría del
origen del universo, la relación entre espacio-tiempo por un lado y materia por el otro,
no es simétrica, el espacio-tiempo se transforma en materia cuando la inestabilidad
del vacío se corresponde con una explosión de entropía (Prigogine, I. 2012, p. 65), lo
cual resulta en un fenómeno irreversible. La materia sería, por lo tanto, para Prigogine,
una especie de contaminación del espacio-tiempo (Prigogine, I. 2012, p. 72). El tiempo,
como se ha visto, precede al universo, que es el resultado de una transición de fase
(proviene de otro estado físico) a gran escala (Prigogine, I. 2012, p. 69), es decir, el
universo que conocemos sería el resultado de una transformación irreversible de otro
estado físico: cuando el tiempo se transforma en materia. La ruptura de la simetría, en
el espacio, es consecuencia de una ruptura en la simetría temporal, es decir, de una
diferencia entre el pasado y el futuro (Prigogine, I. 2012, p. 39); en consecuencia –lo
que es fundamental- sería la materia, por su propia esencia, lo que explicaría la
dirección de la flecha del tiempo.
La obra Historia del tiempo: Del Big Bang a los agujeros negros, del físico británico
Stephen W. Hawking, tuvo una enorme repercusión en los últimos años del siglo XX. En
este libro, Hawking trata de responder a las más importantes preguntas que se han
planteado tradicionalmente sobre el cosmos: la naturaleza del tiempo y del espacio-
tiempo, si el tiempo tuvo un principio y tendrá un final, si el espacio es infinito o tiene
límites, la flecha del tiempo, el significado de los agujeros negros en relación con todo
ello. A tal objeto repasa las más importantes ideas desde Aristóteles hasta Einstein y la
mecánica cuántica, tratando de vislumbrar una teoría unificadora que, según Hawking,
deberá consistir en una teoría cuántica de la gravedad que procura unificar la teoría
cuántica de campos, que describe tres de las fuerzas fundamentales de la naturaleza,
con la relatividad general, la teoría de la cuarta fuerza fundamental: la gravedad; la
meta es lograr establecer una base matemática unificada que describa el
comportamiento de todas las fuerzas de la naturaleza, conocida como teoría del
campo unificado.
Hawking parte en sus previsiones del tiempo relativista de Einstein y del espacio no del
todo vacío, sino sujeto al principio de indeterminación cuántico, también denominado
relación de indeterminación de Heisenberg o principio de incertidumbre, que
establece la imposibilidad de que determinados pares de magnitudes físicas
observables y complementarias sean conocidas con precisión arbitraria. Por otra parte,
no tiene sentido hablar de tiempo antes del principio del universo, pero tampoco
existe la necesidad física de un principio (Hawking, S. W. 1989, pp. 26-27).
La tesis cosmológica fundamental de Hawking no ha variado sustancialmente hasta el
día de hoy. A las dos posibilidades clásicas: 1ª, el universo ha existido desde un tiempo
infinito y 2ª, tuvo un principio en una singularidad, el Big Bang; añade, partiendo de la
teoría cuántica siempre sustentada en la relatividad, una tercera: “Es posible que el
espacio-tiempo sea finito en extensión, y que, sin embargo, no tenga ninguna
singularidad que forme una frontera o un borde.
El espacio-tiempo sería como la superficie de la Tierra, solo que con dos dimensiones
más. La teoría cuántica de la gravedad ha abierto una posibilidad en la que no habría
ninguna frontera del espacio-tiempo y, por tanto, no habría ninguna necesidad de
especificar el comportamiento en la frontera. […] El universo estaría completamente
auto contenido y no se vería afectado por nada que estuviera fuera de él. No sería
creado ni destruido. Simplemente sería (Hawking, S. W. 1989, pp. 180-181), pero
puntualiza más tarde Hawking: “Me gustaría subrayar que esta idea de que tiempo y
espacio deben ser finitos y sin frontera es exactamente una propuesta: no puede ser
deducida de ningún otro principio” (Hawking, S. W. 1989, p. 182). Por último, y este es
un tema recurrente en Hawking, todas estas ideas tienen “también profundas
implicaciones sobre el papel de Dios en los asuntos del universo. […] ¿Qué lugar queda,
entonces, para un creador?” (Hawking, S. W. 1989, pp. 186-187).
Se puede decir que los objetos que persisten se extienden a través de la dimensión
temporal del universo de bloques tanto como los objetos físicos se extienden en el
espacio. Por lo tanto, creen que todos los objetos persistentes son “gusanos” de cuatro
dimensiones que se extienden a través del espacio-tiempo, y que es una equivocación
creer que las sillas, las montañas y las personas son simplemente tridimensionales
(Ehring, D. 2011, p. 100; Miller, T. D. 2007, pp. 75-77). Por su parte, los teóricos de la
etapa consideran que la discusión de los objetos persistentes es hablar de una parte o
etapa particular de un objeto en un momento dado. Entonces, en cierto modo, un
sujeto solo existe durante un momento de tiempo instantáneo; sin embargo, hay otras
partes temporales en otros momentos con las que ese sujeto está relacionado de
cierta manera -Sider habla de “relaciones modales de contraparte (Sider, Th. 1996, pp.
433-453), mientras que Hawley habla de “relaciones no-humeanas”- de tal manera que
cuando alguien dice que era un niño, o que será una persona mayor, estas cosas son
ciertas, porque tienen una relación especial “similar a la identidad” con una parte
temporal que es un niño (y que existe en el pasado) o una parte temporal que es una
persona mayor (que existe en el futuro). A los teóricos de la etapa a veces se les
denomina “exdurantistas”. Se ha argumentado que la teoría de etapas, a diferencia de
la teoría del gusano, debería ser favorecida ya que explica con precisión el contenido
de nuestra experiencia, esto último requiere que en la actualidad experimentemos
más de un momento en nuestras vidas, mientras que en la realidad nos encontramos
experimentando solo un instante de tiempo, en línea con la teoría de las etapas
(Balashov, Y. 2015, pp. 61-73; Skow, B. 2011, pp. 359-387; Parsons, J. 2015, pp. 237-
242). Sin embargo, por otro lado, como afirma Stuchlik (2003), la teoría de las etapas
no funcionará bajo la posibilidad del tiempo de guerra, que establece que para cada
intervalo de tiempo, hay un subintervalo, y según Zimmerman (1996), ha habido
muchos perdurantistas autoproclamados que creen que el tiempo es “mugroso” o no
contiene instantes. Algunos perdurantistas piensan que la idea de “mugre” significa
que no hay instantes, ya que los definen como intervalos de tiempo sin subintervalos.
Según la relatividad especial, cada punto del universo puede tener un conjunto
diferentes de eventos que componen su instante presente. Esto se ha utilizado en el
argumento de Rietdjik-Putnam para demostrar que la relatividad predice un universo
de bloques en el que los eventos se fijan en cuatro dimensiones. Este argumento
utiliza los hallazgos de la física del siglo XX, específicamente de la relatividad especial,
para respaldar la posición filosófica conocida como tetradimensionalismo: si la
relatividad especial es verdadera, entonces cada observador tendrá su propio plano de
simultaneidad, que contiene un conjunto único de eventos que constituye el momento
presente del observador. Los observadores que se mueven a diferentes velocidades
relativas tienen diferentes planos de simultaneidad y, por lo tanto, diferentes
conjuntos de eventos presentes. Cada observador considera que su conjunto de
eventos presentes es un universo tridimensional, pero incluso el más mínimo
movimiento de la cabeza o el desplazamiento de la distancia entre los observadores
puede hacer que los universos tridimensionales tengan un contenido diferente. Si
existe cada universo tridimensional, entonces la existencia de múltiples universos
tridimensionales sugiere que el universo es tetradimensional. Este argumento lleva el
nombre de las discusiones de C. W. Rietdjik (Rietdjik, C. W. 1966, pp. 341-343) y Hilary
Putnam (Putnam, H. 1967, pp. 240-247) y a veces se le denomina el argumento
Rietdjik-Putnam-Penrose.
II.1.c. AGUJEROS.
Una solución a este problema tiene una visión metafísica, en la que la dirección
del tiempo se sigue de una asimetría de causalidad. Sabemos más sobre el
pasado porque los elementos del pasado son causas del efecto que es nuestra
percepción, sentimos que no podemos afectar el pasado y podemos afectar el
futuro porque no podemos afectar el pasado y podemos afectar el futuro. Hay
dos objeciones principales a esta opinión: primeramente está el problema de
distinguir la causa del efecto de una manera no arbitraria. El uso de la
causalidad en la construcción de un ordenamiento temporal podría volverse
fácilmente circular. El segundo problema con este punto de vista es su poder
explicativo, si bien la explicación de la causalidad, si tiene éxito, puede explicar
algunos fenómenos asimétricos en el tiempo como la percepción y la acción, no
explica muchos otros. Sin embargo, la asimetría de causalidad se puede
observar de forma no arbitraria, lo que no es metafísico en el caso de una
mano humana que deja caer un vaso de agua que se rompe en fragmentos
sobre un piso duro, derramando el líquido. En este orden, las causas del patrón
resultante de fragmentos de vaso y derrame de agua son fácilmente atribuibles
en cuanto a la trayectoria del vaso, irregularidades en su estructura, ángulo de
su impacto en el suelo, etc. Sin embargo, aplicando el mismo evento a la
inversa, es difícil explicar por qué las distintas piezas del vaso deben volar hacia
la mano humana y volver a ensamblarse con precisión en la forma de un vaso, o
por qué el agua debe colocarse completamente dentro del vaso. Las causas de
la estructura y forma resultante del vaso y la encapsulación del agua por la
mano dentro del vaso no son fácilmente atribuibles, ya que ni la mano ni el
suelo pueden lograr tales formaciones de vaso o agua. Esta asimetría es
perceptible debido a dos características: i) la relación entre las capacidades de
agente de la mano humana (es decir, lo que es y no es capaz de hacer y para
qué sirve) y la agencia no-animal (es decir, qué pisos son y no son capaces de
hacer y para qué sirven) y ii) que los trozos de vaso llegaron a poseer
exactamente la naturaleza y número de los de un vaso antes de montar. En
resumen, tal asimetría es atribuible a la relación entre i) dirección temporal y ii)
las implicaciones de forma y capacidad funcional. La aplicación de estas ideas
de forma y capacidad funcional solo dicta la dirección temporal en relación con
escenarios complejos que involucran una agencia específica, no metafísica, que
no depende simplemente de la percepción humana del tiempo, sin embargo,
esta última observación en sí misma no es suficiente para invalidar las
implicaciones del ejemplo para la naturaleza progresiva del tiempo en general.
SOLUCIÓN TERMODINÁMICA:
SOLUCIÓN DE LEYES:
Filósofos como el británico John Lucas, han sostenido que “El universo de bloques
ofrece una visión del tiempo profundamente inadecuada. No tiene en cuenta el paso
del tiempo, la preeminencia del presente, la dirección del tiempo y la diferencia entre
el futuro y el pasado…” (Lucas, J. 1989, p. 8) y a favor de una estructura de árbol en la
que solo hay un pasado o un presente (en cualquier punto dado del espacio-tiempo)
pero una gran cantidad de futuros posibles: “Estamos por nuestras propias decisiones
frente a las acciones de otros hombres y circunstancias fortuitas tejiendo la red de la
historia en el telar de la necesidad natural” (Lucas, J. 1989, p. 4).
De manera similar, Karl Popper argumentó en su discusión con Albert Einstein contra
el determinismo y el eternalismo desde un punto de vista de sentido común (Popper,
K. 2002, pp. 148-150). Una teoría del flujo del tiempo con un futuro estrictamente
determinista, que sin embargo no existe en el mismo sentido que el presente, no
satisfaría las intuiciones de sentido común sobre el tiempo. Algunos han argumentado
que las teorías de sentido común sobre el flujo del tiempo pueden ser compatibles con
el eternalismo, por ejemplo, la interpretación transaccional de John G. Cramer que
toma las funciones de onda psi y psi* del formalismo cuántico estándar como ondas
retardadas (hacia adelante en el tiempo) y avanzadas (hacia atrás en el tiempo) que
forman una interacción cuántica tal como propone la teoría simétrica en el tiempo de
Wheeler-Feynman (una interpretación de la electrodinámica derivada del supuesto de
que las soluciones de las ecuaciones de campo electromagnético debe ser invariante
bajo transformación de tiempo-inverso, al igual que las propias ecuaciones de campo).
Kastner propuso (2010) que para preservar la elegancia y la economía de la
interpretación, puede ser necesario considerar que las ondas de oferta y confirmación
se propagan en un “espacio superior” de posibilidades (“The Quantum Liar Experiment
Kastner”. Studies in History and Philosophy of Modern Physics, 41 (=2).
En Time Reborn (2013), el físico teórico Lee Smolin sostiene que el tiempo es
físicamente fundamental, en contraste con la opinión de Einstein de que el tiempo es
una ilusión. Smolin plantea la hipótesis de que las leyes de la física no son fijas, sino
que evolucionan con el tiempo a través de una forma de selección natural cosmológica
(Smolin, L. 2013; Smolin & Cortes 2014). En The Singular Universe and the Reality of
Time (2014), en coautoría con el filósofo Roberto Mangabeira Unger, Smolin entra en
más detalles sobre sus puntos de vista sobre el paso físico del tiempo, en contraste con
la visión ortodoxa del universo de bloques, Smolin sostiene que lo que en cambio
existe es un “presente denso” (Smolin, L. 2018) en el que dos eventos en el presente
pueden estar relacionados casualmente entre sí. Marina Cortes y Lee Smolin también
argumentan que ciertas clases de sistemas dinámicos discretos demuestran asimetría
e irreversibilidad del tiempo, lo cual es inconsistente con la interpretación del universo
de bloques (Cortes, M. & Smolin, L. 2018). Por su parte, el físico y filósofo israelí
Avshalom Elitzur, rechaza vehementemente la interpretación del tiempo en el universo
de bloques; en la conferencia Time in Cosmology, celebrada en el Perimeter Institute
for Theoretical Physics en 2016, Elitzur dijo: “Estoy harto y cansado de este universo de
bloques… no creo que el próximo jueves tenga la misma base que este jueves. El
futuro no existe, ¡No existe!. Ontológicamente no está ahí.” (Falk, D. 2016). Elitzur y
Shahar Dolev, sostienen que los experimentos de mecánica cuántica como el Quantum
Liar (Elitzur, A. C. & Dolev, S. 2005, pp. 325-349) y la evaporación de los agujeros
negros (Elitzur, A. C. & Dolev, S. 1999, pp. 309-323) desafían el modelo convencional
del universo de bloques y respaldan la existencia de un paso del tiempo objetivo;
también creen que un paso objetivo del tiempo y la relatividad pueden reconciliarse y
que resolvería muchos de los problemas con el universo de bloques y el conflicto entre
la relatividad y la mecánica cuántica (Elitzur, A. C. & Dolev, S. 2005, pp. 589-606).
Además Elitzur y Dolev creen que ciertos experimentos de mecánica cuántica
proporcionan evidencias de historias aparentemente inconsistentes, y que el espacio-
tiempo en sí mismo puede estar sujeto a cambios que afecten a las historias enteras
(Elitzur, A. C. & Dolev, S. 2003, pp. 297-306). Por otra parte, Amrit Sorli y Davide
Fiscaletti, fundadores del Space Life Institute en Eslovenia, argumentan que el tiempo
existe independientemente del espacio, y que la dilatación del tiempo y la contracción
de la longitud se pueden describir mejor en el marco de un espacio 3D, como el tiempo
como la cantidad utilizada para medir el cambio. Sorli y Fiscaletti argumentan que el
espacio-tiempo de Minkowski y la comprensión del tiempo como cuarta dimensión
carecen de apoyo experimental, para ello argumentan en que los experimentos de
dilatación del tiempo, como demostrar que los relojes funcionan más lentos en aviones
de alta velocidad, apoyan la relatividad especial y la dilatación del tiempo, pero no
necesariamente la contracción del espacio-tiempo o la longitud de Minkowski (Zyga, L.
2012).
DUALIDADES:
CONCLUSIÓN
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