La Apostasía

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La apostasía del tiempo final - Parte

1
Esteban Beitze

En muchas ocasiones, la Biblia habla del abandono de la fe. Para esto a veces utiliza la
palabra “apostasía”, que significa “rebelión” o “alejarse de lo que uno creía”. En el Antiguo
Testamento, encontramos expresiones como “dejar al Señor”, “aumentarse las rebeliones”,
“abrazar el engaño”, “pecar contra el Señor”, o “estar adherido a la rebelión contra el
Señor” (Jer. 2:19; 5:6; 8:5; 14:7; Os. 11:7). Cuando había apostasía en Israel, ésta siempre
venía con el abandono de la Palabra de Dios, de Su voluntad y de Su presencia. Siempre
estaba acompañada por la idolatría, la inmoralidad, la injusticia social, el egoísmo y tarde o
temprano también con el juicio de Dios. Daniel, entre otros, usa esta palabra cuando
describe la época del Anticristo: “Con halagos hará apostatar a los que obran inicuamente
hacia el pacto, mas el pueblo que conoce a su Dios se mostrará fuerte y actuará” (Dn.
11:32; LBLA).

También en el Nuevo Testamento encontramos diferentes pasajes que hablan de la


apostasía de las verdades divinas. El primero que habló de la apostasía del tiempo final fue
el mismo Señor Jesús. Profetizó acerca de una futura gran tribulación en la cual la apostasía
se manifestaría de una manera especial, y dijo: “Muchos tropezarán entonces…”. La
expresión original griega aquí es skandalizo, y exactamente así lo traduce, entre otras, la
versión Reina-Valera Antigua: “Y muchos entonces serán escandalizados; y se entregarán
unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán y
engañarán a muchos” (Mt. 24:10-11). La misma expresión aparece también en la parábola
del sembrador, donde caen las semillas de la Palabra entre las rocas. Allí dice: “Mas no
tiene raíz en sí, antes es temporal, que venida la aflicción ó la persecución por la palabra,
luego se ofende (otra vez en griego: skandalizo)” (Mt. 13:21; RVA). A pesar de que la
Palabra de Dios ya ha influenciado sus vidas, las personas se apartan de ella tan pronto
sufran oposición por ella.
El Señor Jesús nombró el engaño como una de las más fuertes
señales del tiempo final antes de Su venida en gloria. Es la única
señal que se repite tres veces en Mateo 24 (Mateo 24:4.5.11.23-
26). Y a pesar de que el máximo engaño vendrá en la gran
tribulación al final de los tiempos, los acontecimientos de nuestra
época ya lo están anunciando.

En 2 Tesalonicenses 2:3, el apóstol Pablo escribe lo siguiente a los


hermanos que pensaban que la venida del Señor ya había
sucedido: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá
sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de
pecado, el hijo de perdición”. En otro pasaje, Pablo dice: “Pero el
Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a
doctrinas de demonios” (1 Ti. 4:1). O también en Hebreos 3:12:
“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón
malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”. Y en 2 Timoteo
4:4, en un contexto de advertencias acerca del tiempo final, Pablo
explica: “Y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las
fábulas”.

Estos pasajes bíblicos nos muestran que cuanto más nos


acercamos al tiempo final y a la manifestación del anticristo, tanto
más aumentará la apostasía. Pero para que pueda haber una
apostasía, antes debe haber existido algo que haya tenido
influencia, de lo cual los hombres puedan apostatar. Y si
buscamos en el mundo occidental algo que haya influenciado a
nuestra sociedad durante mucho tiempo, tenemos que hablar del
cristianismo.

El cristianismo como denominación abarca más que solamente los


verdaderos creyentes en Jesús.
Incluye a todos los que, si bien están marcados por la cultura
cristiana y se llaman cristianos, en su corazón no creen. Todo
Occidente y muchas otras regiones del mundo fueron
influenciados por el cristianismo y por la Biblia. Lo vemos en la
historia, la literatura, las leyes, las costumbres, en la educación,
los valores, las tradiciones, el arte y mucho más. ¡Hasta en la
división de nuestro calendario en “antes y después de Cristo”!

Lo que nos asusta, sin embargo, es cuánto de esto se ha perdido


en las últimas décadas. Los valores cristianos se están
transformando en “escándalo”, en un motivo de burla, de
menosprecio e incluso de persecución. Lamentablemente, hasta
creyentes verdaderos se dejan influenciar por estas tendencias.
Justamente en el contexto de 2 Timoteo, Pablo nos advierte ante
la llegada de una época muy peligrosa. Si queremos saber si la
venida del Señor está cerca, simplemente tenemos que leer las
últimas palabras escritas por el apóstol Pablo. En su Segunda
Carta a Timoteo, que también podemos considerar su testamento,
el apóstol señala el carácter que tendrán los hombres en el tiempo
final. Introduce el tema con una seria advertencia: “También
debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos
peligrosos” (2 Ti. 3:1). Y las características que el apóstol
comienza a enumerar a continuación, no difieren mucho de la lista
de pecados en Romanos 1, sobre las personas que no quieren
saber nada de Dios. Pero ¿por qué esta seria advertencia? Porque
el peligro de los postreros días no proviene de hombres que viven
sin Dios. Más bien, estas malas características se manifiestan en
un ámbito donde se profesa (o se profesaba) la fe cristiana.
En líneas generales, todo
Occidente (Europa, el continente americano, Australia y partes de
Asia y de África) estuvo marcado por cierto temor de Dios desde
su cristianización hasta la mitad del siglo XX. Las leyes, los
valores morales y la manera en la que la gente se imaginaba una
vida buena, estaban influenciados por la Palabra de Dios. Por
supuesto, esto no quiere decir que todas las personas fueran
creyentes ni que se hubieran atenido a estos preceptos. Pero en
reglas generales, la pecaminosidad no era considerada algo
bueno.

Esta actitud cambió drásticamente a partir de los años 1960. La


revolución sexual, el uso de las drogas, la revolución feminista y la
búsqueda de las religiones orientales, llegando incluso al
satanismo, pervirtieron de una manera sin precedentes a la
sociedad cristiana. Convirtieron la inmoralidad y la infidelidad en
algo positivo, en una demostración de supuesta autenticidad y
amor verdadero. El mundo fue inundado por una nueva mentalidad
de rechazo consciente de todo fundamento cristiano: por un lado,
cada vez más cristianos de nombre se dirigían en una búsqueda de
sentido para su vida hacia las religiones orientales y demoníacas;
por otro lado, la teoría de la evolución obtenía más y más el
estatus de un dogma religioso. La corrupción de la ética tuvo
importantes consecuencias en el comportamiento moral de
muchos. El consumo de drogas perdió todo control. El satanismo
abierto se hizo popular, a veces con la poco convincente excusa
de que no se creía verdaderamente en el diablo.
En la segunda carta a Timoteo, vemos cuáles serán las
consecuencias de esta apostasía generalizada. Cuando Pablo
habla de “días postreros”, se refiere en primer lugar a la época de
Timoteo: “A estos evita”, le aconseja en el versículo cinco. Pero es
evidente que, en la actualidad, la apostasía ha llegado a un punto
sin precedentes.

El que se busca a sí mismo y tiene mucho dinero, por supuesto


tiene que ostentarlo. Los amadores de sí mismos y del dinero
alardean con su nuevo auto, el mejor celular, la ropa de marca, la
exclusiva fiesta de 15 años, los sensacionales lugares donde
pasan sus vacaciones, jactándose de lo que hicieron y lograron. Y
el que no puede competir con ellos, se mete en deudas en su afán
por vanagloriarse también. Lamentablemente, la ostentación no es
ajena a la misma Iglesia, y muchos incluso intentan ostentar lo
que hacen en su servicio al Señor.

A esto le sigue el ser “soberbio” frente a otros. Los hombres


vanagloriosos, egoístas y avaros de los días postreros, también
son arrogantes; tratan de ponerse por encima de los demás. Uno
de los valores más importantes del cristianismo, la humildad, es
mirada con desprecio y considerada debilidad. Es triste cuando
también los cristianos se dejan encandilar por los títulos, la honra
y el reconocimiento de los hombres y no queda lugar para la
humildad.

Pablo sigue y menciona el ser “blasfemos”. Literalmente dice aquí


“maldicientes”, como lo traduce la versión JBS [alemana]. Se
refiere al hecho de hablar mal de Dios y de otros. Hoy cualquiera
puede decir lo que quiere sobre Jesús, Dios, la Biblia y los
cristianos. Creo que justamente el cristianismo es la religión que
más blasfema contra su propia fe. Para las otras religiones, Cristo
es por lo menos un gran maestro o profeta, pero lamentablemente,
muchas veces es blasfemado por los que se llaman “cristianos”.
Los cultos se transforman en shows, y los predicadores se niegan
a hablar de la justicia de Dios, del pecado, de la cruz, de la sangre
de Jesús o de la confesión. Los ataques más peligrosos contra la
Biblia no vienen de afuera, sino de adentro, de los teólogos
liberales, que ponen en duda o directamente niegan todo lo
sobrenatural, hasta la resurrección de Jesús. Siguen llamándose
“cristianos”, pero niegan los principios fundamentales del
cristianismo.

La próxima característica mencionada por Pablo es el ser


“desobedientes a los padres”. No hace falta hablar mucho de esto.
La educación contra la autoridad se ha generalizado, y cuando los
niños no aprenden a obedecer a sus padres (el primer
mandamiento con promesa) tampoco lo harán frente a Dios o a
cualquier otra autoridad.

La apostasía del tiempo final - Parte


2
Esteban Beitze

Luego Pablo nombra los “ingratos”. Esta característica también está relacionada con lo
anterior. El que no honra a los padres, tampoco será agradecido con ellos. Este principio se
refiere a todos los casos en los cuales alguien nos hace un bien (pensando especialmente en
Dios) y no lo reconocemos. En las iglesias, muchas veces encontramos mucha crítica, pero
pocas palabras de agradecimiento.

Después de la ingratitud, Pablo habla de “impíos” o “irreverentes” (LBLA). Es un estado de


alejamiento de Dios. Por ejemplo, escuché una vez de un joven al cual se le ofreció una
Biblia como regalo y dijo: “No necesito esto, ya lo tengo todo”. Pero la impiedad es más
que solamente una vida lejos de Dios; es una vida que lucha activamente contra Él. Las -
leyes, que en el pasado defendían los valores cristianos, están siendo arrojadas por la borda.
En lugar de ellas se legalizan el matrimonio igualitario, el aborto y la eutanasia.
En el versículo tres, el apóstol agrega: “sin afecto natural”. Esto significa que no se ama a
los que están relacionados con lazos naturales; se descuida o incluso se ataca a los que
naturalmente se amaría. ¡Cuántos olvidan a sus padres en hogares de ancianos!
Mundialmente, se efectúan unos 56 millones de abortos por año. La prostitución infantil y
la pedofilia van en aumento. Lo que el hombre naturalmente debería proteger, lo abandona,
lo maltrata o incluso lo asesina.

“Implacables” es la próxima triste característica. Los implacables se pelean por cualquier


cosa y no se reconcilian más. Observamos esto en los matrimonios, pero también a nivel
social, en grandes manifestaciones violentas y en el creciente endurecimiento en todo el
espectro político, tanto del lado derecho como del izquierdo. Las noticias y los programas
de diversión están llenos de hostilidades y de conflictos sin solución.

Siguen los “calumniadores”. Esta es una de las características del


mismo diablo. Al calumniador le da lo mismo si algo es cierto o no;
lo principal es el poder desacreditar a otros. Una y otra vez
escuchamos que vivimos hoy en la era de la posverdad. Parece no
ser importante si lo que los medios de comunicación publican es
verdad; lo importante es que sea compatible con “mi verdad”. La
calumnia es hoy una de las grandes herramientas en las campañas
electorales. Lamentablemente, también muchos cristianos se
dejan usar por el diablo y hablan mal de otros, comenzando con el
vecino y luego también lo hacen con el hermano en la iglesia.

Otra característica que sigue es la de ser “intemperantes”, es


decir, sin dominio de sí mismos. El hombre intemperante vive
siguiendo sus impulsos, y esto lleva al desenfreno y a la
inmoralidad, como se señaló más arriba. Todo está permitido e
incluso está siendo promovido por los medios y la legislación. El
exigir autodominio es criticado y ridiculizado como una demanda
totalmente fuera de lugar. La consecuencia de esto es que ya casi
no hay familias sanas. El hombre vive solamente para sí mismo.
Los divorcios, que hace pocas décadas todavía eran considerados
una catástrofe, hoy se han vuelto una costumbre; o se vive
simplemente en pareja, y cuando vienen los problemas los
caminos se separan. La pornografía y la pedofilia incluso se van
infiltrando en círculos cristianos. ¿Quién tiene hoy en día el coraje
de defender la importancia del dominio propio?

Otro concepto que nombra Pablo es: “crueles”, o también


podríamos decir despiadados, sanguinarios o brutales. Con esto se
refiere a personas que se gozan de la violencia. Los medios de
comunicación saben aprovecharse de esta tendencia: escuchamos
cada vez más de acoso sexual y violaciones, involucrando
lamentablemente también a dirigentes del mundo llamado
“cristiano”. La creciente crueldad también se puede observar en
las canchas de fútbol, en la calle y lamentablemente muchas
veces en las familias. Las artes marciales mixtas son actualmente
el deporte (si es que merece este nombre) que más crece en
popularidad; se goza en destrozar la cara del contrincante.

El próximo punto es: “aborrecedores de lo bueno”. Significa lo


contrario de bondad, amabilidad, misericordia y otros valores
cristianos. Otra vez es algo que podemos observar en lo que
propagan los medios de comunicación, la legislación y hasta la
educación. Se trabaja abiertamente en contra de los valores
bíblicos.

El versículo cuatro sigue con el término “traidores”. Los traidores


están dispuestos a traicionar, abandonar y tratar injustamente al
cónyuge, al amigo, a la familia o a cualquiera que les haya
ayudado. En los casamientos, muchas veces ya no se menciona la
promesa de permanecer juntos hasta que la muerte los separe, o
bien se toma como una broma. ¿Cuántas promesas se escuchan
todos los días las cuales nunca se cumplirán? Y ¿quién todavía
espera que un político cumpla las promesas que hizo durante su
campaña electoral? La fidelidad a la Palabra de Dios, por
supuesto, también está en la lista negra. Muchos la consideran
una antigüedad de museo, y por eso los verdaderos cristianos
serán cada vez más atacados. Lo dice el apóstol en el versículo
doce: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en
Cristo Jesús padecerán persecución”. Habrá cada vez más
hostilidad contra el evangelio y el cristianismo auténtico.

El apóstol Pablo menciona también el carácter “impetuoso”. Los


impetuosos se abalanzan sin pensar hacia su objetivo. Hoy
muchos arriesgan sus vidas con mucha imprudencia. Lo vemos,
por ejemplo, en los videos que se suben a YouTube: las cosas que
se hacen son cada vez más atrevidas. ¡Comparado a ellas, el
bungee jumping es un juego de niños!

La próxima mala característica que Pablo nombra es “infatuados”.


Son los que no aceptan nada ni a nadie, solamente valen ellos
mismos y su opinión. Esta tendencia se observa sobre todo a nivel
político, pero tristemente también entre los que se autodenominan
“cristianos”.

Y ahora, Pablo llega a una característica que todos conocemos


muy bien: “amadores de los deleites más que de Dios”. Vivimos en
un mundo en el cual los placeres, los entretenimientos, la
diversión y el tiempo libre son para muchos lo más importante en
la vida. A todas estas cosas les atribuyen un valor mucho más
elevado que a Dios. Una vez, en la iglesia, le pregunté a una joven
recién casada dónde estaba su esposo, ya que no lo veía en la
reunión, y me respondió: “Se quedó en casa para mirar una
película de Superman…”. Para muchos, lo más importante en la
vida es el placer. El hombre hace lo que le gusta, le divierte o lo
atrae; todo lo demás simplemente lo descarta. Y
lamentablemente, observamos esta mentalidad también entre
cristianos: cuando no hay motivación, simplemente no se lee la
Biblia, no se ora, no se va a la reunión ni se trabaja en la iglesia.
Nuestros deseos personales pesan incluso más que las claras
normas bíblicas. Cuando no tenemos ganas, pensamos que esto
nos da el derecho de desobedecer a Dios.

Una de las industrias más importantes de nuestro tiempo es la del


entretenimiento. También los cristianos se dejan robar mucho
tiempo por él. Con esto no quiero decir que no podemos disfrutar
de un lindo pasatiempo; pero el mismo no puede entrar en
conflicto con Dios, Su Palabra, nuestro ministerio o nuestras
prioridades.

En su afán por la diversión, muchos adoptan una actitud permisiva


frente a la inmoralidad. Algunos intentan vivir un poco para Dios,
pero dejando también bastante espacio para los placeres
mundanos, de manera que Dios y Su obra quedan en segundo
plano. Y si escuchamos lo que nos dice al respecto el apóstol
Santiago, el tema se hace aún más serio: “¡Oh, almas adúlteras!”,
escribe en Santiago 4:4: “¿No sabéis que la amistad del mundo es
enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del
mundo, se constituye enemigo de Dios”. Si seguimos al rey de este
mundo, la consecuencia lógica será la destrucción de los valores,
de la familia y sobre todo de la obediencia a Dios.

En el versículo cinco, Pablo nombra la característica que resume


todas las anteriores: “Tendrán apariencia de piedad, pero negarán
la eficacia de ella; a estos evita”. Las características
mencionadas de los hombres del tiempo final se encontrarán, por
lo tanto, en la misma cristiandad y dentro de las iglesias. ¡Esto es
lo más grave! La apostasía crecerá cada vez más, hasta que se
cumplan las palabras de Jesús acerca de la época del anticristo:
“Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán
grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere
posible, aun a los escogidos” (Mt. 24:24). Y esto alcanzará un
punto culminante, al cual Jesús hace referencia en Lucas 18:8,
cuando pregunta: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará
fe en la tierra?”.

Será una sociedad caracterizada por la hipocresía religiosa.


Exteriormente, estas personas se harán pasar por cristianos, pero
interiormente estarán muy lejos de Cristo. ¿Cuántos hoy se llaman
a sí mismos “cristianos” pero no viven como Cristo quiere?
¿Cuántos tienen una vida religiosa pero no una relación personal
con Él? Por eso se abren a todo tipo de influencias oscuras. El
apóstol ya había advertido sobre esto en 1 Timoteo 4:1: “Pero el
Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a
doctrinas de demonios”.

El engaño llega hasta nuestras iglesias

En 2 Timoteo 4:3-4, el apóstol nombra una característica más, la


cual se podrá observar en la sociedad marcada por la apostasía:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino
que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme
a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y
se volverán a las fábulas”. Observamos una tendencia peligrosa en
el mundo evangélico. Una y otra vez se escucha el argumento:
“Debemos dar a los creyentes lo que les guste, lo que les permita
sentirse bien”.

Tal actitud afecta la calidad y seriedad de la interpretación de la


Biblia y la comprensión del pecado. Las iglesias se convierten en
clubes cristianos, donde uno participa en lo que le divierte y le
gusta. Los cristianos que se enfrentan a esta tendencia son
tildados de legalistas, retrógrados o fanáticos y son
menospreciados. Cada vez más cristianos e iglesias dejan la Biblia
de lado. Se abren a nuevas modas, tendencias y doctrinas. Es más
interesante seguir a una persona que a la Palabra de Dios. Se le
abre la puerta de par en par con entusiasmo a cada nueva
corriente que se publica en internet, sin juzgarla de acuerdo a la
Biblia. “Ya que muchos lo hacen, estará bien”, argumentan. “Por lo
menos, vamos con la moda”.

Lamentablemente, los falsos hermanos también se encuentran en


nuestras iglesias. Por eso, el apóstol le dice a Timoteo: “A estos
evita”. Esto significa apartarse de ellos con rotundo rechazo. La
Palabra de Dios es muy clara al respecto: “Por lo cual, salid de en
medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo;
y yo os recibiré” (2 Co. 6:17).

Todo esto no quedará sin su justo juicio: “Porque de éstos son los
que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas
cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias.
Estas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al
conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y Jambres
resistieron a Moisés, así también estos resisten a la verdad;
hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe”
(2 Ti. 3:6-8). El castigo alcanzará a los apóstatas. Caerán como
presas de sus propias concupiscencias, correrán detrás de cada
nueva corriente religiosa sin nunca llegar a la satisfacción.
Cuando su vida y su doctrina sean puestas a prueba por Dios,
resultarán ser inservibles: “Mas no irán más adelante; porque su
insensatez será manifiesta a todos, como también lo fue la de
aquéllos” (v. 9). Su apostasía será cada vez más destructiva: “Mas
los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor,
engañando y siendo engañados” (v. 13). Llegarán a creerse sus
propias mentiras. No es de extrañar que nuestra sociedad se
enferme cada vez más espiritual y psíquicamente. Y lo peor de
todo, es que traerá el juicio de Dios, que ya está a la puerta.

En cuatro de las iglesias a las cuales el Señor Jesús manda


escribir al apóstol Juan en Apocalipsis, encontramos la misma
acusación de parte del Señor. A la iglesia en Pérgamo, le recrimina
su permisividad frente a las doctrinas de Balaam y de los
nicolaítas, que promueven una vida de promiscuidad con los
placeres mundanos (Apocalipsis 2:14-15). La misma realidad,
encarnada en una mujer llamada Jezabel, se señala en la iglesia
de Tiatira. La iglesia tolera que Jezabel intente seducir a los
miembros a la inmoralidad (Apocalipsis 2:20-21). En la iglesia de
Sardis, solamente quedan unos pocos que no han contaminado sus
vestidos, es decir, sus vidas (Apocalipsis 3:4). Y en Laodicea,
encontramos tibieza, autocomplacencia, materialismo y falta de la
presencia del Señor. Lo único que podría evitar el juicio de Dios en
todos estos casos, sería un profundo y sincero arrepentimiento. A
esto llama el Señor una y otra vez en Apocalipsis: “Arrepiéntete…
Y le he dado tiempo para que se arrepienta… Sé, pues, celoso, y
arrepiéntete” (Ap. 2:16.21.22; 3:19).

Cuando estas características se pueden ver en toda la sociedad


llamada “cristiana” e incluso se infiltran en las iglesias, es por un
lado, una señal de que la venida del Señor Jesús está a la puerta,
y esto es para nosotros motivo de consolación y de alegría. Pero
por otro lado, encontramos en ello también una seria advertencia
para nosotros mismos, pues si descubrimos alguna de estas
características en nuestras vidas, es tiempo de arrepentirnos
profundamente y de volvernos nuevamente a Dios.

Gracias a Dios que Él nos ha dado varias herramientas que nos


pueden proteger del engaño, de las falsificaciones y de las
peligrosas influencias de la apostasía. En primer lugar, el apóstol
Pablo se pone a sí mismo como también a la madre y a la abuela
de Timoteo como ejemplos: “Pero tú has seguido mi doctrina,
conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia,
persecuciones, padecimientos… Pero persiste tú en lo que has
aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido” (2
Ti. 3:10-11.14).
Seguramente tenemos también nosotros tales ejemplos en nuestro
entorno (además de los casos bíblicos): hermanos en la fe que
caminan consecuentemente con el Señor y a los que el Señor
puede usar de manera maravillosa. ¿Conoces a alguien así,
ejemplar en su testimonio, su familia y su servicio? Sigue su
ejemplo. Solamente los fieles se arriesgan a vivir diferente. Son
pocos, pero los hay. En la tercera carta de Juan, verso 11, somos
exhortados: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace
lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios”.

El escritor de la carta a los hebreos nos presenta una


extraordinaria lista de héroes de la fe y la introduce con las
siguientes palabras: “Pero nosotros no somos de los que
retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para
preservación del alma” (He. 10:39). Y luego de señalar la fidelidad
de los héroes de la fe a pesar de sus luchas, sus sacrificios y
hasta su martirio, nos da la siguiente indicación: “Por tanto,
nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube
de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos
asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe,
el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,
menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de
Dios” (He. 12:1-2).

A ninguno de estos héroes de la fe le resultó fácil mantenerse


fieles; ¡ni siquiera al propio Señor Jesús! A Él le costó fuertes
luchas, sangre, sudor y lágrimas en Getsemaní, y luego tremendos
sufrimientos y la muerte en el Calvario. Pero la firmeza de los
héroes de fe nos trajo una plenitud de bendiciones. ¡Vale la pena
seguir su ejemplo!

Si nuestra mente está llena del sentir mundano, actuaremos como


el mundo. Pero si nuestros pensamientos están llenos de Cristo,
de Su Palabra y de Su presencia, actuaremos como Cristo y
seremos cada vez más semejantes a Él. Por eso: Dejen que “la
palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (Col. 3:16).

En el capítulo 4 de la segunda carta a Timoteo, el apóstol nos


enseña otra forma de protegernos de la apostasía: “Te encarezco
delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a
los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la
palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye,
reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina… Pero tú sé
sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista,
cumple tu ministerio” (2 Ti. 4:1-2.5).

Esta amonestación apostólica a Timoteo nos muestra a todos


nosotros qué importante es que llevemos a cabo la misión que
Dios nos ha dado y para la cual Él nos ha preparado, como dice
Efesios 2:10: “Creados en Cristo Jesús para buenas obras, las
cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas”. En lugar de perder el tiempo, de invertir en las cosas del
mundo o de abrir nuestros oídos para sus engaños, debemos servir
fielmente al Señor en el lugar en el cual Él nos ha puesto y hacer
las obras que Él ha preparado para nosotros. Si hacemos esto, no
derrocharemos ni tiempo ni medios en estos “días malos” (como
dice Efesios 5:16).

Ante la nefasta influencia y los ataques y presiones de la


apostasía, uno podría preguntarse si realmente vale la pena
permanecer fiel al Señor y a Su Palabra. Por eso, Pablo termina
esta carta seria y triste con palabras llenas de gozo, de consuelo,
de esperanza y de aliento al mirar hacia el futuro.

Una de las mayores satisfacciones del cristiano es la del deber


cumplido. El apóstol Pablo da testimonio de su vida y dice: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”
(2 Ti. 4:7). ¿Hay algo más grande que poder decir al final de
nuestras vidas aquí en la tierra que hemos sido fieles, habiendo
llevado a cabo las obras para las cuales Dios nos creó y capacitó?
Si el Señor nos llamara a Su presencia hoy, ¿podríamos decir lo
mismo que el apóstol?

Y si esto fuera poco, por el Espíritu de Dios el apóstol nos permite


echar una mirada a lo que pasará después del arrebatamiento de
la Iglesia, el tribunal de Cristo: “Por lo demás, me está guardada la
corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel
día”, dice en el versículo 8. El Señor examinará nuestro servicio y
nuestra vida y nos dará recompensa. Si tenemos presente este
hecho, ¡realmente vale la pena invertir en la eternidad y cumplir
fielmente con nuestro ministerio! La recompensa que Pablo
nombra aquí será conforme a cómo se espera la venida del Señor.
Dice: “…No solo a mí, sino también a todos los que aman su
venida”.

No sabemos cuánto tiempo falta para la venida del Señor. La


oposición es grande, la lucha fiera y la influencia contraria atroz.
Como el apóstol, a veces nos parece que ya “nadie está a nuestro
lado” (v. 16a). Pero inmediatamente después, Pablo nos alienta
con una verdad que tiene validez también para nosotros hoy: “Pero
el Señor estuvo a mi lado”, dice, “y me dio fuerzas, para que por mí
fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen… Y
el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su
reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”
(vv. 17-18).

Por lo tanto, ¡continuemos nuestra carrera con coraje y confianza,


“puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”, tal
como nos exhorta Hebreos 12:2!

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