Madame Bovary

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Capítulo I

Conocemos a Carlos Bovary a sus quince años, cuando entra por primera vez a
su clase en un colegio de Ruán, ante el escrutinio del profesor y sus compañeros.
Por su aspecto y su conducta sumisa, es burlado por los demás alumnos, y el
profesor, lejos de ayudarlo, lo somete a lecciones que lo humillan más. Carlos es
hijo de un antiguo cirujano del ejército, Carlos Dionisio Bartolomé Bovary, y su
familia vive en una pequeña granja. Carlos Dionisio es un hombre pretencioso y
fanfarrón, que administra muy mal su dinero y a menudo es sorprendido teniendo
relaciones con muchas de las prostitutas del pueblo. La madre de Carlos, por su
parte, es muy devota de su marido en un comienzo, pero pasados los años, luego
de padecer en silencio las humillaciones de su marido, pierde todo el respeto por
él y se centra únicamente en su hijo, cuidándolo exageradamente y planeando
todos los aspectos de su futuro. Ella determina que la escuela de medicina es el
mejor camino para el muchacho, así que lo envía a seguir sus estudios. Sin
embargo, en lugar de rendir como un estudiante obediente, Carlos falta
regularmente a las clases, frecuenta tabernas donde se aficiona al juego, y su
pereza lo hace fracasar en sus exámenes. Carlos le confiesa su fracaso a su
madre, quien se muestra comprensiva con su hijo, pero oculta la noticia a su
marido durante muchos años. Compelido por su madre, Carlos se presenta de
nuevo a los exámenes, por fin los aprueba y se convierte en médico. Su madre
consigue que Carlos ejerza en Tostes, un pueblo cercano donde ella sabe que el
doctor está viejísimo y por morir. Asimismo, insta a su hijo a casarse con Eloísa
Dubuc, una viuda fea y mayor que él pero heredera de una fortuna. Carlos imagina
que el matrimonio será para él una forma de asegurarse más libertad e
independencia, pero termina siendo sometido por su mujer.

Capítulo II
Una madrugada, a las cuatro de la mañana, acude a la casa de Carlos un hombre
que viene en busca de un médico para asistir al señor Rouault, un hombre que
vive en la granja de los Bertaux, en las afueras de la ciudad, y se ha fracturado
una pierna. Al llegar a la granja, Carlos es escoltado por una mujer muy hermosa:
es Emma, la hija del enfermo. Mientras trabaja en la fractura de Rouault, Carlos se
siente atraído por Emma. Luego de hacer la curación, lo invitan a tomar una copa
en la casa y allí conversa con Emma, que le cuenta que está aburrida de vivir en el
campo y dedicarse al cuidado de la granja. En esa conversación, Carlos roza sin
querer la espalda de la joven, y ambos se ruborizan.
Encantado con ella, Carlos realiza un número excesivo de visitas, con la excusa
de hacer un mejor seguimiento del señor Rouault. Pronto, Eloísa, que
constantemente lo espía, se da cuenta del cambio de comportamiento de su
marido e indaga sobre el paciente, Rouault. Al enterarse de que este tiene una
hija, Eloísa se muestra muy celosa de Emma y le hace prometer a Carlos que no
volverá a visitarla. Por debilidad, Carlos acepta lo que su mujer le pide. No
obstante, pronto se entera de que el notario de Inguville, depositario de los fondos
de Eloísa, se ha robado la mayor parte de su dinero. Además, se entera de que
ella mintió sobre su riqueza antes de casarse y ha contraído una importante
deuda. La familia de Carlos, enojada ante la mentira, acude a Tostes, pero Eloísa,
sintiéndose humillada, obliga a Carlos a defenderla y sus padres, finalmente, se
van enojados. Pero el daño es irreparable: una semana más tarde, Eloísa tiene un
vómito de sangre y muere repentinamente.

Capítulo III
Después de la muerte de Eloísa, Carlos vuelve a acercarse a Rouault y lo visita a
menudo. Durante estas visitas, comienza a pasar cada vez más tiempo con Emma
y pronto se da cuenta de que está enamorado de ella. De modo que comienza a
proyectar pedirle la mano a Rouault, pero le cuesta armarse de valor. Rouault,
viendo cómo Carlos se ruboriza cada vez que ve a su hija, comienza a sospechar
de las intenciones del hombre. Rouault comprende que, si bien hubiera esperado
a alguien mejor para su hija, Carlos es un buen hombre y el matrimonio de su hija
podría aliviarlo a él económicamente. Finalmente, Carlos pide tímidamente la
mano de Emma y Rouault acepta, pero le dice que lo consultará con Emma. Tras
consultar con su hija, Rouault comunica a Carlos su respuesta favorable mediante
la señal preestablecida: Carlos, a la distancia, ve abrirse el postigo de una ventana
de la casa de Rouault y comprende que Emma ha aceptado. Aunque se acuerda
el matrimonio, Emma y Carlos deben esperar a que pase el periodo de luto oficial
de él. Mientras esperan, planean la boda. Emma desea una romántica boda a
medianoche, pero se conforma con una ceremonia más tradicional, seguida de
una celebración que se prolonga hasta bien entrada la noche.

Capítulo IV
Cuando termina el periodo de luto oficial de Carlos por su primera esposa, él y
Emma se casan. La boda es un evento muy grande en la granja del padre de
Emma, y los invitados se visten con sus mejores galas para honrar la celebración.
El narrador describe minuciosamente los distintos atuendos, según las distintas
clases sociales. Después de la ceremonia religiosa, todos regresan a la granja en
una larga y festiva procesión y luego festejan durante toda la noche. Al día
siguiente, tras la noche de bodas, Carlos se muestra eufórico, pero Emma
demasiado tranquila y sosegada, teniendo en cuenta que ha perdido su virginidad
y ha comenzado su vida de casada. Muchos observan esto y hablan
maliciosamente al respecto, a sus espaldas.

Luego de la boda, Carlos debe hacerse cargo de su trabajo, de modo que él y


Emma deben viajar pronto rumbo a su casa, en Tostes. En la despedida entre
Rouault y su hija, él recuerda nostálgicamente el momento de su propia boda y lo
feliz que fue. Al notar que su casa ha quedado vacía, con la partida de su hija,
siente tristeza.

Una vez en Tostes, los vecinos salen a sus balcones para ver llegar a Carlos y su
nueva pareja. Una vez en la casa, la empleada doméstica le propone a Emma
llevarla a conocer las instalaciones.

Capítulo V
Emma inspecciona su nuevo hogar y comienza a establecer su presencia en la
casa. En particular, en la habitación conyugal descubre en un florero el ramo de
novia seco de la difunta esposa de Carlos. Este, al ver la incomodidad de su
esposa, retira el ramo y lo lleva al desván. En seguida, Emma comienza a planear
pequeñas mejoras en la casa mientras Carlos, profundamente enamorado, se
centra exclusivamente en su bella nueva esposa y se siente muy a gusto, sin
preocupaciones. Pero mientras que él siente que su vida ha alcanzado un grado
alto de perfección, Emma se siente algo insatisfecha. Romántica por naturaleza,
Emma esperaba que su matrimonio la llevara a la felicidad, la pasión y la
perfección, esas palabras tan hermosas que ha encontrado en los libros. Pero
pronto evidencia que la felicidad que esperaba de ese enamoramiento no llega a
hacerse presente, y la realidad no se condice con lo que soñó.

Capítulo VI
En este capítulo, Emma recuerda su adolescencia en el convento: a los trece años
su padre la lleva a la ciudad para internarla allí. En el convento, Emma se adentra
primero en la religión, con exagerada devoción y sacrificio. Las imágenes que se
prodigan en los sermones significan para ella una fuente grande de placer. En sus
ratos libres, se dedica a la lectura religiosa, y disfruta de las historias románticas y
melancólicas que allí lee.

Además, todas las semanas asiste una solterona a realizar trabajos en el


convento, que a menudo, en secreto, les cuenta a las internas historias y noticias
de la ciudad, o les lee novelas románticas y dramáticas, de amores y de damas
perseguidas. Emma se aficiona por esas lecturas, que pronto continúa con
lecturas históricas, lo cual le permite desarrollar una veneración por las historias
de mujeres ilustres como Juana de Arco, Eloísa e Inés Sorel. Desarrolla una
identificación con esas mujeres y un fuerte interés por las realidades sentimentales
y las emociones.

Luego, cuando la madre de Emma fallece, ella interpreta el papel de hija


desconsolada, tal y como ella cree que debía hacerlo en función de lo que
aprendió en sus lecturas, y dando al papel toda la pasión y el dolor que logra
reunir. Llega así a sentir que alcanza ese ideal de existencia melancólica que
nunca puede ser alcanzado por los corazones mediocres. Sin embargo, Emma
pronto se cansa del luto y acaba por dejar el convento, abandonando sus nociones
románticas sobre la religión y la muerte. Emma regresa a la granja de su padre,
donde empieza a disfrutar de una vida sencilla, pero pronto se encuentra aburrida
otra vez y extraña el convento.

Insegura de cómo crear una vida de emoción y satisfacción, Emma se aferra a


Carlos, creyendo que él podrá ofrecerle el idealismo romántico que siempre ha
anhelado. Pero la calma que ahora vive con él no cuadra con la soñada felicidad.

Análisis
Los primeros capítulos de Madame Bovary establecen el escenario básico de la
novela. La historia de Flaubert se desarrolla en la campiña francesa, y en estos
primeros capítulos presenta a sus personajes principales, Emma y Carlos. A
medida que empezamos a entender el carácter de Carlos, reconocemos que no es
especialmente brillante, ni estará caracterizado por el éxito profesional. Durante su
formación se salta muchas clases, suspende sus exámenes de medicina y, en sus
interacciones con Emma, se evidencia que no logra seguir el hilo de la
conversación cuando ella habla de novelas e ideas románticas sobre la vida.
Además, su concentración intencionada en los detalles menores del vestido y la
apariencia de Emma demuestra que está más interesado en ella como objeto que
como persona.
En paralelo, observando a Emma, empezamos a entender las fantasías a través
de las cuales ella interpreta la vida. En particular, Emma añora una boda
novelesca, con antorchas y a medianoche, un ideal que ya está claramente en
desacuerdo con las realidades materiales de su entorno. Este temprano conflicto
entre la fantasía y la realidad tiene ya antecedentes en la adolescencia de Emma,
tal como veremos en el capítulo VI, cuando por la muerte de su madre lleve
adelante un luto sobreactuado y performático, sostenido sobre los rituales
aprendidos en los libros. Asimismo, será este conflicto entre fantasía y realidad el
que se haga cada vez más grande a medida que la novela avance.

Aunque el título de la novela sugiere que nos centremos en Emma, no se nos


presenta inmediatamente el foco en ella. El primer capítulo se centra
exclusivamente en Carlos, y conocemos a otras dos Madames Bovary antes que a
Emma. La primera es la autoritaria madre de Carlos, y la segunda es su
dominante primera esposa, Eloísa Dubac. Al considerar estas relaciones, llegamos
a la conclusión de que Carlos es bastante pasivo y permanece sometido por las
mujeres de su vida. En principio, por su madre, que decide cuál será su destino,
qué estudiará y con quién se casará. Es por ello que él, cuando acepta casarse,
añora conseguir la libertad: piensa que su matrimonio con Eloísa será una ventaja,
“que gozaría de más libertad y seríale dado disponer de su persona y de su
dinero” (19). Sin embargo, eso no se produce pues su mujer, la viuda Eloísa, lo
somete igualmente: “pero el amo fue su mujer” (19), dice el narrador. Eloísa lo
controla, lo espía, le hace escenas de celos cargadas de dramatismo y le exige
cuidados muy especiales. En efecto, ella vigila a su marido y averigua acerca de
Rouault, desconfiando de las excesivas visitas que Carlos le hace. Descubre
entonces que aquel tiene una hija y, ante los celos, Eloísa obliga a su marido a
dejar de visitar a Emma y su padre. Una vez más, Carlos responde con total
sometimiento.

Sin embargo, pronto Carlos se entera de que su esposa le mintió antes de casarse
y que, en realidad, ella no posee la fortuna que dijo tener. Esto genera un
altercado en la familia de Carlos: el objetivo de su madre había sido justamente
posicionar a su hijo en un estatus social favorable, pero la mentira de Eloísa
termina por dejarlo más debilitado aún: “el padre de Carlos rompiendo una silla
contra el suelo, acusó a su mujer de haber hecho desgraciado a su hijo, casándole
con aquel penco, cuya montura era lo de más valor” (29). Se ve aquí, por un lado,
la mirada despectiva del padre de Carlos respecto de Eloísa: la animaliza,
comparándola con un penco, esto es, un caballo viejo y de poca utilidad.
Asimismo, se introduce un tema que será muy importante en la novela: la
preocupación por la riqueza y el estatus social. Esta será una cualidad que rija los
vínculos entre las personas en la novela. En efecto, es la cuestión económica la
que motiva la unión entre Carlos y Eloísa, y también surgirá como una ventaja
para la unión entre Carlos y Emma. De hecho, Rouault, el padre de Emma, piensa
en su propio beneficio económico a la hora de sopesar los beneficios que puede
brindarle el casamiento de Carlos con su hija: “...tenía fama de buena persona,
económico y muy culto, y era de esperar que no discutiría mucho la dote, cosa
esta última muy de tener en cuenta, puesto que el tío Rouault veíase obligado a
vender varias fanegas de tierra para componer la prensa y pagar lo mucho que
debía…” (36).

Más adelante, Emma se aprovechará de la cualidad sumisa de Carlos. El título de


la novela, “Madame Bovary”, presenta a Emma en relación con su marido -con la
familia Bovary- y no como la mujer independiente y sin complejos que quiere ser,
lo cual la llevará a aprovecharse de la fragilidad de su marido para desplegar sus
propias aventuras. En el capítulo V, se construye claramente la oposición entre
Carlos y Emma que llevará finalmente a la tragedia final. Luego del casamiento, él
se encuentra desbordado de amor, sintiendo que su vida ha alcanzado por fin la
perfección: “...lleno el corazón de los nocturnos placeres, tranquilo el espíritu,
satisfecha la carne, caminaba saboreando la felicidad, al modo de aquellos que
tras la comida saborean aún el gusto de las trufas que dirigen. ¿Qué ha habido de
bueno en la vida para él hasta aquel momento?...” (51). En oposición, Emma
comienza a sentir, prematuramente, la decepción de su matrimonio.

En este punto, se introduce otro de los temas que atravesarán toda la novela: el
choque entre la realidad y la ilusión generada en Emma a través de sus lecturas
de ficción, fenómeno que la crítica literaria denominará “bovarismo”: se produce en
ella un estado de insatisfacción y frustración emocional, producto del choque entre
su ilusión y la realidad vivida. Este fenómeno, a su vez, es fomentado justamente
por el cruce entre ficción y realidad: Emma intentará aplicar a su vida lo aprendido
en los libros y esperará que la vida le devuelva las mismas escenas leídas, pero al
ver que eso no ocurre, se frustra: “Antes de casarse creyóse enamorada; pero
como la felicidad que de tal enamoramiento esperaba no se había presentado aún,
preciso era -tal pensaba- que se hubiera equivocado. Y Emma trataba de saber
qué se entendía exactamente en la vida por las palabras felicidad, pasión y
embriaguez, que tan hermosas le parecieron en los libros” (51).

Esta tendencia de Emma no es nueva, sino que ya la desarrolla desde


adolescente, durante su estancia en el convento. Allí accede a lecturas prohibidas
y adquiere un gusto especial por el melodrama y las historias románticas, que
marcarán su forma de ser adulta. Las ficciones la conducen hacia la acción, para
luego darse cuenta de que posiblemente esas acciones resultan erradas, como le
sucede con su matrimonio con Carlos: “...el ansia de cambiar de estado o quizá la
irritación producida por la presencia de aquel hombre fue suficiente para hacerle
creer que al fin poseía aquella maravillosa pasión que hasta entonces se mantuvo,
como enorme pájaro rosado de plumaje, cerniéndose sobre el esplendor de los
cielos líricos…” (59). La pasión de Emma es descrita hiperbólicamente mediante
un símil, que la compara a un pájaro rosado que, metafóricamente, se cierne
sobre un cielo lírico. Esta forma tan rebuscada de caracterizar la pasión de Emma
da cuenta del estado de ensoñación en que la mujer se encuentra, alejada de la
realidad concreta.

Cuando conocemos a Emma, vemos inmediatamente lo diferente que es de la


madre de Carlos y de su primera esposa. Emma anhela el romanticismo y la
grandeza, mientras que las otras dos mujeres son realistas en sus deseos. Carlos,
por su parte, encontrará la naturaleza imaginativa de Emma ligeramente
abrumadora y misteriosa, pero también muy seductora.

Otro de los temas que se esbozan en estos capítulos es el de la oposición entre el


campo y la ciudad. Parte de la ensoñación de Emma tendrá que ver con su
voluntad de escapar del aburrimiento y la infelicidad que le genera la vida en el
campo con su padre.

Capítulo VII
Durante su luna de miel, Emma se siente decepcionada por estar en un simple
pueblo y no en un romántico chalet en Suiza o en un castillo escocés, con su
marido vestido de terciopelo, a la medida de sus sueños. Pronto Emma empieza a
pensar que Carlos es aburrido. No logra entender su sencilla felicidad y empieza a
resentir su comportamiento complaciente. Sin conocer el abatimiento de Emma,
Carlos sigue amando a su nueva esposa y cree que ha encontrado realmente la
felicidad.

Cuando la madre de Carlos visita su nuevo hogar, ella y Emma se enfrentan


inmediatamente. La madre de Carlos está resentida por el hecho de que su hijo
ame tan devotamente a Emma, y siente celos de que la nueva esposa de Carlos
se lleve su atención y cariño. Hace un intento por convencer a Carlos de que
corrija algunas formas de Emma para llevar la casa adelante, pero en seguida su
mujer logra imponerse y Carlos acata.

Después de la visita de su suegra, Emma reevalúa su enfoque e intenta


enamorarse de Carlos, pero no puede hacer más que jugar el papel de esposa
feliz, pues la felicidad no emerge genuinamente. Incapaz de acceder a la pasión
que creía que iba a encontrar en el matrimonio, Emma se pregunta si ha cometido
un grave error al casarse con Carlos y se imagina que podría haber conocido a un
hombre mejor. Piensa entonces en sus compañeras del convento y las imagina
acompañadas de grandes hombres, disfrutando de la vida grandiosa de la ciudad,
en fuerte contraste con la vida aburrida que está llevando adelante Emma junto a
Carlos.

Un día, el marqués de Andervilliers, que es paciente de Carlos, invita a la pareja a


un baile en su mansión en Vaubyessard. Emma se obsesiona con el concepto del
baile y con el lujo y la riqueza que va a presenciar. Se imagina que el marqués
vive una existencia perfecta e ideal, similar a la que ella aspira tener.

Capítulo VIII
El baile en Vaubyessard está a la altura de las expectativas de Emma. Ella queda
muy sorprendida por la riqueza del marqués y por la opulencia y el lujo del baile y
sus invitados. Aunque está extasiada por participar en este lujoso evento, Emma
se siente avergonzada por Carlos. A sus ojos, su marido es torpe y poco
sofisticado en comparación con los nobles y las mujeres cultas que asisten al
evento. Carlos ve cómo Emma se arregla y ella lo desprecia cuando él quiere
abrazarla, pues le dice que le arrugará la ropa. Asimismo, ella le dice que no se
atreva a bailar, pues los avergonzará frente a esa gente respetable.

Emma se pasa la noche observando la opulencia del banquete, la belleza de los


trajes de hombres y mujeres y sus conductas refinadas. Escucha conversaciones
sobre Europa y poco entiende de qué versan. En un momento de la noche, Emma
ve a través de la ventana del salón a un grupo de campesinos que observan el
baile desde fuera. Al ver a esas personas, Emma recuerda la granja en la que
vivía con su padre, los trabajos forzados, su educación poco sofisticada, y siente
un gran contraste con su situación actual, a ese baile lujoso que la eleva a un nivel
muy alto, que le hace imposible creer que aquel fue su pasado.

Más tarde, Carlos se queda dormido y Emma aprovecha para bailar con un
vizconde que se le acerca. Mientras baila, Emma se imagina las vidas paralelas
alternativas que podría haber llevado, llenas de lujo, pasión y fineza. Cuando el
baile termina, Carlos está feliz de poder ir por fin a descansar, mientras que Emma
hace esfuerzos por no quedarse dormida, para prolongar así lo más posible esa
noche idílica.

Al día siguiente, Emma y Carlos viajan de regreso a su casa y en el camino se


cruzan con el vizconde, que desde su coche deja caer una petaca de seda verde
bordada. Carlos la recoge, diciendo que va a fumarse los cigarrillos que hay en su
interior, y Emma lo burla, pues sabe que él no fuma. Al llegar a la casa, Emma se
siente abatida por el enorme contraste entre el evento que acaba de presenciar y
el regreso al aburrimiento y tristeza de su vida con Carlos en Tostes. Ese tedio
queda representado en la actitud que adopta con la empleada doméstica: como al
llegar la comida no está lista, Emma despide a la muchacha, insensiblemente.
Luego, Carlos intenta fumar, pero comienza a toser, y Emma le ordena que
abandone el cigarrillo. Ella se encarga de guardar como un recuerdo la petaca
verde.

Emma siente que el baile ha marcado un antes y un después en su vida, y que la


riqueza ha dejado huellas indelebles sobre su espíritu. Los primeros días luego del
baile se encarga de ir contando, dramáticamente, el tiempo que la distancia de esa
gloriosa fecha.

Capítulo IX
Emma se ha obsesionado con el concepto de la vida lujosa que cree que está
destinada a tener. Cuando Carlos se va a trabajar, ella aprovecha para sacar de
su escondite la petaca de seda verde y mientras la observa, se imagina la vida del
vizconde en París y la de la mujer de la que él podría enamorarse.

Empieza entonces a pasar gran parte de su tiempo fantaseando con una vida
mejor. Compra un plano de París para imaginarse recorridos por la ciudad, y lee
innumerables revistas femeninas que hablan de la vida en la capital francesa. Su
pensamiento comienza así a distanciarse de su realidad, y rechaza la vida
mediocre de la campiña, en contraste con la vida idealizada de París.

Comienza también a tratar a Carlos con rabia y desprecio, porque lo culpa en gran
medida de las limitaciones de su vida aburrida. Pero Carlos no se da cuenta de la
infelicidad de su mujer y sigue admirando sus delicadezas y ocurrencias.
Asimismo, él va mejorando su reputación en Tostes y para estar al tanto de los
avances en su disciplina, se suscribe a una revista de medicina, pero no logra
dedicarle tiempo a la lectura. Esto genera el desprecio de Emma, que se enoja
ante la falta de ambición de su marido. Incluso se enfurece al enterarse de que
otro doctor ha dejado en ridículo a Carlos, al contradecirlo en una de sus
prescripciones médicas. Carlos se siente agradecido porque cree que su esposa
lo apoya en esa polémica, pero en el fondo lo que motiva a Emma a enojarse es la
vergüenza que siente de que su marido no sea un hombre respetable.

Mientras tanto, Emma espera un acontecimiento que cambie por fin su vida, y
todas las mañanas despierta añorando esa novedad. Pero el cambio no llega, y
ella se obsesiona tanto con su infelicidad que primero comienza a descuidar su
aspecto y las tareas domésticas, y luego termina por enfermarse físicamente.
Ahogada de envidia por la existencia exquisita que otras mujeres de ciudad están
viviendo, Emma comienza a sufrir palpitaciones.

Carlos se preocupa mucho por la salud de su mujer y cree que un traslado a otra
ciudad le dará la oportunidad de curarse. Decide que se mudarán a Yonville, un
pueblo que convenientemente necesita un médico. Justo antes de mudarse,
Emma descubre que está embarazada, y siente disgusto. En un arrebato de ira y
frustración por la simplicidad de su vida, Emma arroja su ramo de novia seco al
fuego y lo ve arder mientras empaca y se prepara para su traslado.

Análisis
La perspectiva de la novela ha cambiado en estos capítulos y se centra en el
punto de vista de Emma. Así, la falta de modales refinados y las maneras sencillas
de Carlos, esbozadas en los capítulos previos, se magnifican ahora, ante la
mirada irritada de Emma. El narrador se detiene en la insatisfacción emocional
que Emma comienza a sentir: la describe presa de un “malestar imperceptible, que
cambia como las nubes y gira como el viento...” (63). Carlos representa para ella
lo ordinario y los lugares comunes; le reprocha que carece de emoción, de
diversión y curiosidad. Emma se lamenta, justamente, de que Carlos no le enseñe
nada ni la motive, inclumpliendo así el rol que, según ella, cualquier hombre debe
desempeñar con su esposa.

Como Emma está muy preocupada por sí misma, el relato se centra en una
descripción minuciosa de su rutina diaria. Esta rutina contrasta notablemente con
la existencia que ella añora, como aquella que -imagina- debe estar viviendo el
vizconde, lo cual la lleva a convencerse de que su vida es miserable y aburrida.
Emma comienza a sentirse decepcionada de la vida que eligió y empieza a sentir
arrepentimiento de haberse casado con Carlos. A medida que el narrador presta
más atención al aburrimiento de Emma, la novela genera una sensación de
realismo, con lo cual el lector pierde de vista los alcances de la perspectiva
idealizada de Emma y se compenetra con la tristeza de ella y el deterioro de su
estado mental.

El conflicto básico en la vida de Emma es que está totalmente insatisfecha con su


vida y siente una fuerte necesidad de llevar una vida mejor, pero se frustra ante la
imposibilidad de llevar a la realidad la vida perfecta que imagina. En este sentido,
el baile en Vaubyessard marca un antes y un después en su vida, pues es la
evidencia de toda esa opulencia que ella desea y que jamás podrá tener al lado de
Carlos. Esa noche, es fuerte el contraste entre Carlos, que poco entiende y poco
se interesa por lo que pasa a su alrededor, al punto de que se queda dormido, y
Emma, que observa todo con mirada anhelante y devoción. La imagen que Emma
ve desde la ventana del salón de baile es representativa de este contraste: ella ve
a los sirvientes que observan desde afuera el baile y se acuerda de su infancia en
el campo; siente que ahora su situación ha cambiado, pues ya no observa desde
afuera sino que está participando del baile, y añora poder retener esa posición
privilegiada. Por eso, cuando se va a dormir, hace esfuerzos por mantenerse
despierta “a fin de prolongar la ilusión de aquella vida lujosa que le iba a ser
preciso abandonar dentro de poco” (77). Sin embargo, irónicamente, aunque
Emma es intensamente feliz en el baile, no se da cuenta de que nadie se fija
realmente en ella y que, en definitiva, nunca formará parte de ese mundo.

El baile tiene efectos irreversibles sobre Emma, y el contraste entre esa


experiencia ideal y su vida cotidiana tiene efectos negativos en ella: “Su viaje a
Vaubyessard había partido su vida, al modo de la tempestad que hiende en una
sola noche el seno de las montañas. Resignóse, empero, y guardó piadosamente
en la cómoda sus bellos atavíos y hasta los zapatitos de raso, cuyas suelas
amarilleaban, y ello por el roce que sufrieran con la cera del entarimado de los
salones. Su corazón era como ellos: el roce con la riqueza dejó en él una huella
que jamás desaparecería” (79). Mucho tiempo después de que el baile haya
terminado, Emma se aferra a sus recuerdos como si su vida dependiera de ello,
mientras se resiente cada vez más de su marido.

La definición de felicidad de Emma es, después de todo, inaccesible. En estos


capítulos, se pone en evidencia el modo en que, decepcionada de la realidad
material que la rodea junto a Carlos, Emma empieza a vivir una vida paralela de
ensueño: compra un mapa de París con el cual se figura recorridos imaginarios y
se hunde en las lecturas sobre esa ciudad. En este punto, la novela desarrolla
extensamente el tema del contraste entre el campo y la ciudad. París se convierte
para Emma en símbolo de la vida refinada y divertida que añora tener, en
oposición a la vida aburrida y ordinaria de la campiña. Emma exhibe una creciente
envidia por las mujeres que viven en la ciudad: “con el ruido de las calles, el
abejorreo de los teatros y el esplendor de los bailes (...) llevarían esas existencias
en las que el corazón se dilata y despiértanse los sentidos” (67), y contrasta esa
vida ideal con su existencia real, “todo lo que veía en torno de ella, campiña
tediosa, lugareños imbéciles, mediocridad de la existencia” (85). Emma siempre
ha imaginado una vida de lujo y pasión, pero se ha casado con un simple y
aburrido granjero de clase media. Como se niega a aceptar su situación, se vuelve
cada vez más inquieta e infeliz. Su obsesión es tal que acaba por desencadenar
una enfermedad física.

La primera parte de la novela se cierra con Emma prendiendo fuego su corona


nupcial. Al arrojarla al fuego, simbólicamente está rechazando por completo su
matrimonio y la existencia de clase media que cree que le ha impedido vivir la vida
ideal que merece.

Capítulo I
El narrador describe extensamente el pueblo al que se mudan Emma y Carlos,
Yonville-l'Abbaye. Se detiene particularmente en los emplazamientos que más
llaman la atención: el cementerio, donde trabaja el sepulturero y sacristán
Lestiboudois, la farmacia del señor Homais y la posada El León de Oro, dirigida
por la viuda de Lefrançois. El narrador recupera una conversación entre la patrona
Lefrançois y Homais, en la que mencionan a algunos asiduos comensales de la
fonda de El León de Oro, como Binet y León.
La noticia de la llegada del matrimonio Bovary se ha difundido, y los habitantes del
pueblo esperan su llegada con ansiedad. Pero la pareja llega con retraso porque
la perra de Emma se ha escapado durante el viaje y no la han podido encontrar.
Emma, que encuentra en la perra el único consuelo a su tristeza, llega a Yonville
fuera de sí.

Capítulo II
Emma y Carlos descienden del coche en el que vienen desde Tostes, en
compañía del señor Lheureux, un mercader de paños que viaja con ellos. Allí
conocen a Homais, el boticario, con quien Carlos ha estado manteniendo
correspondencia. Homais es un hombre de aspecto pomposo que se cree bien
instruido en medicina y está ansioso de hablar del oficio con Carlos.
A su llegada, Homais se reúne con los Bovary para cenar en la posada del pueblo.
Se les suma otro comensal de la posada, el joven escribiente León Dupuis, que
trabaja para el señor Guillaumin. Durante la comida, Carlos y Homais hablan de
medicina, mientras que Emma y León hablan de sus gustos y se enteran de todo
lo que tienen en común. Al igual que Emma, León ama la música y la lectura,
especialmente disfruta de las novelas románticas y se identifica con ellas, del
mismo modo que, a menudo, sueña con grandes aspiraciones para su vida.
Asimismo, León le cuenta a Emma que pronto irá a terminar su carrera de
abogado a París. Al descubrir sus similitudes, los dos sienten una cercanía y creen
que por fin han descubierto una compañía digna.
Cuando los Bovary llegan a su nuevo hogar, Emma tiene la esperanza de un
nuevo comienzo. Piensa que si hasta ahora todo ha sido tan malo, lo que viene
tiene que ser mejor.

Capítulo III
A la mañana siguiente, Emma se asoma a la ventana y se encuentra con la mirada
de León, que la saluda desde abajo. León ha quedado sorprendido por la
conversación de la noche anterior con esa dama y empieza a desarrollar por ella
un profundo afecto, sin poder dejar de pensar en ella.

Carlos, por su parte, se muestra desanimado, porque la clientela no llega, y


comienza a preocuparse por su situación económica, en la medida en que ha
gastado toda la dote de Emma en regalos para ella y en la mudanza a Yonville.
Sin embargo, se consuela pensando en el embarazo de Emma, que lo emociona
mucho.

Emma, por su parte, al tanto de las limitaciones económicas, debe renunciar con
amargura a los grandes preparativos de parto a los que aspiraba, y eso le quita
parte de la emoción del embarazo. La ilusión de Carlos logra interesarla en parte,
y ella añora tener un hijo varón, pues comprende que los hombres son más libres
que las mujeres. Pero finalmente, da a luz a una niña, a quien llama “Berta”,
inspirada en el nombre de una joven que vio en el baile en Vaubyessard. Los
padres de Carlos visitan Yonville con motivo del nacimiento y el bautismo de
Berta.
Durante los primeros meses, la beba vive con una nodriza que la amamanta. En
una oportunidad, Emma, harta de sentirse sola e insatisfecha, decide ir a visitar a
su hija. En el camino se cruza con León y lo invita a acompañarla. La gente del
pueblo se entera de que Emma y León caminan de la mano y los rumores de un
romance comienzan a desplegarse.
En casa de la nodriza, Emma toma en brazos a Berta, mientras León la mira con
admiración.

Luego de dejar la casa de la nodriza, Emma y León caminan tomados del brazo,
mientras hablan de sus gustos musicales. Ambos comienzan a sentirse invadidos
de una misma pasión y dulzura por el otro, aunque no se animan a confesarlo.
Una vez en su oficina, León piensa en el aburrimiento que siente en Yonville,
producto de la vulgaridad de sus habitantes. La única capaz de sacarlo de ese
estado es Emma, y añora entablar con ella un vínculo de mayor intimidad.

Capítulo IV
Llega el invierno. Emma y Carlos suelen cenar con Homais en la fonda, y los suele
acompañar León. Durante estas veladas, Carlos y Homais hablan de medicina y
de actualidad, mientras que León y Emma se dedican a la lectura conjunta de
libros y revistas. Usualmente, al ver que los otros dos se quedan dormidos luego
de unas copas, aprovechan para desarrollar una conversación más dulce e íntima,
pero siguen sin poner en palabras sus sentimientos.

Carlos no se da cuenta de esta relación, mientras que los habitantes del pueblo
comienzan a sospechar y a sugerir la existencia de un romance entre Emma y
León. León empieza a pensar en la manera de declararle a ella su amor, pero
sufre de vergüenza y de temor de alejar a Emma. Ella, por su parte, no se
pregunta si ama a León, pues tiene la idea de que el amor es algo que irrumpe de
improviso, con grandes estruendos.

Capítulo V
Emma compara a su marido con otros hombres y llega a la conclusión de que es
totalmente aburrido y no tiene nada interesante que ofrecerle. En paralelo, se da
cuenta de que León está enamorado de ella y admite que le parece muy hermoso
y no logra quitarlo de su imaginación. Pero durante su siguiente encuentro a solas,
Emma aparenta estar muy ocupada en la costura, y León no comprende su
distancia y cree que la ha ofendido. Emma aprovecha también para hablar bien de
Carlos, y León se siente aún más incómodo.

Pues ante la posibilidad de tener con León una aventura amorosa, Emma
comienza a actuar como una mártir, que sufre por un amor no correspondido. Se
produce en ella un cambio de conducta rotundo y empieza a actuar como una
esposa atenta y obediente, mientras que en su interior se entrega a fuertes
sentimientos por León. Del mismo modo que hizo en su infancia en el convento,
Emma se propone una vida sacrificada, adelgaza mucho y su espíritu se llena de
tormentos.

Pronto Berta regresa a casa, luego del destete, y Emma intenta distraerse con su
hija, actuando como una madre devota. Pero su deseo por León acaba por
vencerla y se regodea en la autocompasión. Emma solloza, su frustración la
abruma, y culpa a Carlos de su infelicidad. Desea incluso que su esposo la
maltrate, para así poder odiarlo más abiertamente.

Asimismo, en este capítulo, Emma recibe una visita de Lheureux, quien intenta
venderle algunos artículos de lujo y, al encontrarse con la negativa de Emma, le
insinúa por primera vez que él puede proporcionarle un préstamo, si alguna vez lo
necesita.

Capítulo VI
Emma escucha las campanas de la iglesia y decide volver a sus raíces religiosas
para buscar allí ayuda a su infelicidad e insatisfacción. Va en busca del
cura Bournisien, pero este está preocupado por un grupo revoltoso de alumnos de
catecismo y no entiende ni percibe el profundo dolor emocional de Emma.
Después de esta visita fallida, Emma se siente muy frustrada e irritada. De vuelta
en su casa, Berta intenta acercarse a ella pero Emma le grita y la empuja, con lo
cual la niña se cae y se lastima la cara. Al verla sangrar, Emma llama
desesperadamente a Carlos y le dice que la niña estaba jugando y que la caída
fue un accidente. Emma exclama que es una madre terrible, pero Carlos la ayuda
a calmarse.

Entretanto, León, desalentado por el aparente desinterés de Emma, se decide a


viajar a París para terminar su carrera de abogado. Aunque ama a Emma, cree
que su romance es imposible porque ella está casada, y Yonville lo aburre. Al igual
que Emma, León también sueña con las posibilidades de romance y pasiones que
promete París.

Al despedirse, León y Emma se muestran incómodos y evasivos, pero reconocen


el poderoso trasfondo de sus sentimientos mutuos. Después de la partida de León,
Carlos le cuenta a Homais que Emma, por su cualidad sensible, propia de las
mujeres, está triste por la despedida de León. Luego Carlos y Homais discuten
sobre la vida en la ciudad, los amoríos que pueden darse allí, pero también los
peligros, como robos o enfermedades.

Análisis
En la detallada y extensa descripción que hace el narrador de la sencilla ciudad de
Yonville, utiliza un lenguaje poético, y compara, por ejemplo, la campiña con un
“desplegado manto con cuello de terciopelo verde ribeteado de un galón de plata”
(97). Esta descripción romántica de la sencilla ciudad está al alcance de los
lectores, pero resulta inaccesible para Emma, que está tan centrada en su
insatisfacción que es incapaz de apreciar esa belleza. Así, la novela sugiere una
fuerte limitación en la perspectiva sesgada de Emma. En lugar de ver la belleza en
Yonville, se siente allí atrapada y sola. El tipo de romanticismo de Emma la hace
ciega a las bellezas simples y cotidianas que la rodean.

León, que comparte su obsesión por el romance y la pasión, es la verdadera


contrapartida idealista de Emma. Al igual que ella, León siente en Yonville un
profundo aburrimiento, cree que sus habitantes son vulgares, y añora para su vida
algo más grande. Esa mirada idealizada queda evidenciada en el primer diálogo
que Emma y León mantienen durante la primera cena en la posada: el lector
percibe que esa charla es sencilla y repleta de lugares comunes, por ejemplo, al
hablar con altanería sobre cómo los libros los alejan de la vida cotidiana. Pero
ambos personajes creen que esa conversación es profundamente significativa y
se regodean al sentirse comprendidos por el otro. Esta conversación será el
puntapié inicial para que comiencen a desarrollarse entre ambos personajes
sentimientos amorosos.

El nacimiento de Berta es una decepción para Emma porque ella deseaba tener
un hijo varón. Ese deseo de Emma se funda en la desigualdad entre hombres y
mujeres que caracteriza la sociedad en la época retratada por Flaubert en la
novela: los hombres gozaban de más libertades a la hora de decidir qué hacer con
sus vidas, mientras que las mujeres estaban más sometidas. Emma oculta en el
deseo de dar a luz a un hijo la posiblidad de una revancha para las infelicidades
de su propia vida: “La idea de tener un varón era para ella como el esperanzado
desquite de todas sus pasadas impotencias. El hombre, al menos, es libre y puede
recorrer las pasiones y los países, vencer obstáculos, gustar las más lejanas
felicidades. La mujer, en cambio, siéntese aherrojada de continuo. Blanda e inerte
a un mismo tiempo, tiene en su contra las debilidades de la carne, juntamente con
los rigores de la ley” (119). Esta cita da cuenta también de los prejuicios sobre la
mujer que esa sociedad presenta, lo cual constituirá uno de los temas más
relevantes de la novela: según esos preconceptos, la mujer es más débil que el
hombre, más sensible y también más propensa a caer en las tentaciones carnales,
sexuales. Si bien Emma quiere ser libre, reconoce y participa de los prejuicios
sobre las mujeres al añorar que su bebé no sea mujer. Emma, como mujer y
esposa, se siente atrapada por sus circunstancias, impedida de dar forma a su
propia vida, aunque en la novela hará más que nadie para dar forma a su propio
destino. Pero en este punto solo es capaz de notar sus limitaciones y espera un
destino distinto para su hijo. Cuando finalmente nace Berta, se desquita al menos
dándole un nombre propio de la nobleza, inspirado en una de las mujeres que vio
en el baile en el castillo de Vaubyessard.

Por otro lado, los habitantes de Yonville configuran el retrato de la vida del pueblo
y ayudan a comprender el estatus de Emma y Carlos en la estructura social local.
Por ejemplo, la nodriza vive en una pequeña cabaña con los niños a los que cuida,
y no se avergüenza de pedirle a Emma cosas que no puede pagar, como café,
jabón y brandy. A través de este ejemplo, vemos que, en comparación con la
mayoría de la sociedad local, Emma está bastante bien posicionada, aunque no
sea miembro de la aristocracia. En oposición a Emma, la dueña de la posada del
pueblo es una mujer sencilla con preocupaciones simples que acepta su lugar en
la vida y encuentra un nivel decente de disfrute en su situación.

El capítulo IV termina de confirmar los sentimientos de León por Emma: la


narración se focaliza aquí en la perspectiva de León y el tormento que le genera
su amor por Emma. El narrador describe la vergüenza que siente el joven y su
incapacidad para declarar su amor. El lector se entera de que León le ha escrito a
Emma muchas cartas de amor, pero luego las rompe, antes de sucumbir a la
tentación de dárselas. Él desearía que Emma no estuviera casada para poder
reconocer sus sentimientos por ella.
En seguida, la narración vuelve a focalizarse en Emma, y el lector descubre que la
muchacha tiene una idea muy particular sobre el amor. La visión de Emma sobre
el amor es idealista, al igual que el resto de sus ideales; cree que solo “debía
presentarse de improviso, con grandes estruendos y fulguraciones, como
tempestad celeste que se desencadena sobre la vida y lo trastorna…” (132). El
narrador satiriza a continuación las nociones románticas de Emma, continuando la
metáfora de manera burlona: "No sabía que la lluvia forma charco en las azoteas
de las casas cuando las canaletas están obstruidas, y hubiera permanecido
segura de su virtud si no hubiera descubierto súbitamente una grieta en la pared”
(132). El narrador parece burlarse aquí de la negativa de Emma para reconocer y
aceptar su realidad, esto es, su amor por León. Una vez más, nos enfrentamos al
conflicto principal de la vida de Emma: ella anhela un romanticismo y una pasión
irreales, y se ve continuamente frustrada por las realidades de la vida, pues sus
fantasías están fuera de su alcance.

Asimismo, luego de que Emma reconoce para sí misma sus sentimientos por
León, intenta controlar su enamoramiento. Al igual que hizo en el convento,
durante su infancia, se entrega a un sacrificio, que en el fondo le produce
excitación y disfrute. Así, para castigarse a sí misma por sus sentimientos, Emma
se esfuerza por convertirse en una esposa y madre obediente, interpretando el
papel de mártir. Sin embargo, cuando hiere a Berta, empujándola, el proyecto de
ser una buena mujer de familia queda frustrado completamente. Justo antes de
empujarla, Emma mira a su hija con disgusto, como un peso más en su vida, una
circunstancia que la ata a una vida miserable que se aleja de las fantasías que
añora. De hecho, a Emma jamás la entusiasma saber que será madre.

Pronto Emma se convence de que Carlos tiene la culpa de su infelicidad y


entiende que él es para ella una carga, lo cual queda representado en la siguiente
metáfora: “¿No era él acaso el obstáculo para toda felicidad, la causa de toda
miseria y como la opresora hebilla de aquel complejo cinturón que la oprimía por
todos lados?” (142). El sometimiento del cual Emma se siente víctima es
metaforizado como un cinturón que ejerce una fuerza asfixiante, cuya hebilla sería
Carlos. Él sería, de este modo, la causa de esa opresión. Por eso ella desarrolla
un odio profundo hacia él, deseando que el hombre la maltrate para poder
justificar así esos sentimientos.

Sin embargo, Carlos permanece totalmente ajeno a los padecimientos de Emma.


Un ejemplo claro de esta incomprensión es la escena de la partida de León:
Carlos interpreta la tristeza de Emma como un efecto de la debilidad y excesiva
sensibilidad propia de las mujeres. Esto constituye una ironía dramática, en la
medida en que el lector sabe más que el personaje y entiende que el tormento de
Emma no se debe a su condición de mujer, sino a que ella está enamorada de
León. Una vez más, la novela exhibe los crudos prejuicios en torno a las mujeres.

A través de la conversación de Emma con el cura, la novela critica la


superficialidad de la religión burguesa. Emma tiene en este punto una gran
necesidad de ayuda y recurre al sacerdote en un último intento por salvarse a sí
misma y salvar su matrimonio. Pero Bournisien está distraído, preocupado por el
simple alboroto de sus alumnos, y no da importancia a las preocupaciones de
Emma. Cuando ella explica que está sufriendo, el Abad cree que se refiere al calor
del verano, con lo cual se parodia la incapacidad del cura de comprender a la
mujer. Esta interacción fallida es una crítica implícita a la superficialidad de la
iglesia en este momento, en tanto parece responder principalmente a los
disturbios y a las necesidades superficiales.

Por último, cuando Lheureux le insinúa a Emma que es un prestamista,


detectamos un presagio de su eventual caída debido a las excesivas deudas y, en
particular, del papel que tendrá Lheureux en ese proceso.
Capítulo VII
León se ha marchado a París, y Emma vuelve a estar muy deprimida y frustrada
con su vida, como en los viejos días en Tostes. En su estado depresivo, fantasea
muy a menudo con León y sueña con cómo habría sido su vida si hubiera
sucumbido a su deseo de iniciar un romance con él. Pronto Emma comienza a
presentar padecimientos físicos y cuando Carlos la ve toser sangre, se preocupa
muchísimo. Llama entonces a su madre, la señora Bovary, para que acuda en su
ayuda, y la mujer le sugiere a su hijo que le dé a Emma ocupaciones verdaderas y
que la aleje de las lecturas peligrosas de novelas.
Mientras se encuentra en este estado de desesperación, Emma conoce a Rodolfo
Boulanger, un hombre rico, dueño de un castillo en una ciudad cercana a Yonville.
Boulanger lleva consigo a un lugareño para que sea tratado por Carlos. Justino, el
ayudante de Homais, se encuentra en la habitación y presencia la intervención
médica que Carlos efectúa. Al ver la sangre del lugareño, Justino se desmaya de
la impresión. Entonces Emma acude a los gritos de Carlos, dispuesta a reanimar a
Justino y, mientras lo atiende, Rodolfo repara en su belleza. En seguida,
Boulanger comienza a planear cómo seducir a Emma, viéndola como un objeto
puramente sexual: se pregunta cómo hacer para conquistarla y luego deshacerse
de ella.

Capítulo VIII
Los comicios agrícolas anuales se celebran en Yonville, y todos los residentes
están muy emocionados. La feria es un gran evento en el que los granjeros locales
exponen animales, dan discursos sobre temas de agricultura y reciben premios.
Por ejemplo, Catalina Leroux, una mujer muy mayor, recibe uno de los premios
por haber trabajado en la misma granja durante cincuenta y cuatro años.

En medio de la emoción y el tumulto, Rodolfo anima a Emma a entrar en el


Ayuntamiento, con la excusa de que allí podrán observar la ceremonia de entrega
de premios con más comodidad. Mientras están solos dentro del salón vacío,
Rodolfo aprovecha la oportunidad y le dice a Emma que la ama. Al principio, ella
no responde y sigue escuchando el discurso sobre la moral pública que, en
paralelo, pronuncia el consejero. Pero Rodolfo es persistente e insta a Emma a
admitir que se siente igualmente atraída por él. Emma se siente desgarrada, y al
principio intenta comportarse como cree que debe hacerlo una mujer casada, pero
pronto sucumbe: Rodolfo la toma de la mano y ella, en vez de retirarla, desliza sus
dedos en señal positiva. Rodolfo toma este gesto como señal de aceptación por
parte de Emma y ambos se quedan mirándose, anticipando así el futuro romance.

Capítulo IX
Después de confesar su amor en los comicios agrícolas, Rodolfo evita a Emma
durante seis semanas, con el fin de despertar en ella un fuerte deseo. Finalmente,
la visita, y al principio ella se comporta con frialdad, pero él insiste y le vuelve a
hablar de su amor y de sus intenciones románticas. Emma, finalmente, se muestra
sensible a la conquista de Rodolfo, aunque aún no decide entregarse del todo a él.
En ese punto, llega sorpresivamente Carlos a la casa, y Rodolfo se ofrece a llevar
a Emma a montar a caballo, con la excusa de que eso podría contribuir a mejorar
la salud de la mujer. Temerosa de lo que pueda ocurrir, Emma se niega y le dice a
su marido que eso podría ser mal visto, pero Carlos, irónicamente, le dice que
para él es más importante su salud y la convence de que acepte la oferta de
Rodolfo.

Al día siguiente, Emma y Rodolfo cabalgan juntos a través del campo y el bosque.
En un momento, se detienen a descansar. Emma se muestra nerviosa, pero
Rodolfo la observa con deseo y vuelve a profesar su amor por ella. Ella intenta
resistirse a la tentación, culpándose por escuchar las palabras del hombre, pero
finalmente termina sometiéndose a él y hacen el amor en medio del bosque.

Al volver a casa, Carlos encuentra a Emma muy recompuesta y se alegra. Más


tarde, en la intimidad de su habitación, Emma se alegra de tener un amante y
siente que, por fin, el romanticismo que añoraba ha ingresado a su vida.
Identificada con las heroínas enamoradas de las novelas que leyó, se decide
entonces a dejarse llevar por esa vida de pasión y éxtasis y se lanza de lleno a
una vida de adulterio.

Emma y Rodolfo continúan su amorío y mantienen un intercambio epistolar


continuo. En una oportunidad, Emma experimenta el capricho de visitar a Rodolfo
y se escapa de su casa, aprovechando que Carlos no está, para visitar a su
amante. Estas visitas furtivas se vuelven costumbre, y Emma se vuelve cada vez
más dependiente de Rodolfo y se obsesiona con él y su estilo opulento de vida.
Hasta que una de esas veces, Rodolfo se muestra preocupado y le dice que esos
encuentros son imprudentes.

Capítulo X
Emma empieza a contagiarse de los miedos de Rodolfo, y al verse tan
dependiente y enamorada de él, comienza a temer perderlo, lo cual la pone alerta
y paranoica. Pronto, Emma y Rodolfo empiezan a reunirse a escondidas, por las
noches, en la glorieta del jardín de los Bovary, y ya no en la casa de aquel, pues
temen levantar sospechas. En una oportunidad, Emma cree escuchar que alguien
se acerca y le pide a Rodolfo que saque su pistola para defenderse. El hombre
piensa que la mujer es ridícula e incluso odiosa si concibe la posibilidad de que él
lastime a un patético hombre como Carlos.

Pronto Rodolfo comienza a sentir que Emma se pone demasiado sentimental y


demandante. En la medida en que esa obsesión de Emma por Rodolfo crece, él
empieza a cansarse de ella y de su idealismo romántico, y piensa, desde su
perspectiva burguesa, que esa exaltación de la mujer es vulgar. Sin embargo, él
continúa con el romance debido a la extrema belleza de Emma, al tiempo que
insiste en que deben ser cuidadosos para evitar que su relación sea descubierta.
Emma, por su parte, se da cuenta de que Rodolfo parece alejarse de ella y le
exige repetidamente que le declare su amor.
A continuación, Emma recibe una carta de su padre, que le hace recordar con
nostalgia y alegría su infancia, y empieza a sentirse culpable de estar engañando
a un hombre bueno como Carlos. Como ya hizo una vez, Emma se compromete a
sacrificar su felicidad. Intenta obligarse a amar a su marido, exagera sus muestras
de amor a Berta y trata a Rodolfo con frialdad, tratando de poner fin a la aventura.
Rodolfo piensa que debe tratarse de un mero capricho, mientras que ella desea,
sin éxito, enamorarse por fin de su marido.

Capítulo XI
Después de leer un periódico que elogia un nuevo procedimiento quirúrgico que
cura los pies contrahechos, Homais habla con Emma y Carlos sobre el tema, y
sugiere que Carlos opere a Hipólito, un empleado de la posada que tiene una
deformación llamada “pie equino”. Viendo una oportunidad para que Carlos mejore
su carrera, Emma le insiste fuertemente para que realice la operación. A pesar de
su deformidad, Hipólito tiene bastante movilidad y se ha adaptado muy bien a su
desafortunada dolencia. Sin embargo, los habitantes del pueblo, deseosos de que
se realice la operación y de que su médico se haga famoso, lo convencen para
que se someta a la operación.
Carlos está bastante nervioso, pero la confianza de Emma le da ánimos y lleva a
cabo la operación. Al principio, parece que ha sido un éxito y, brevemente, Carlos
se convierte en una celebridad local: en el periódico, sale una nota elogiando su
destreza. Pero al poco tiempo queda claro que algo ha salido muy mal. A Hipólito
se le gangrena la pierna y, finalmente, la dueña de la posada, la señora
Lefrançois, sugiere llamar al señor Canivet, un médico de renombre de otra
ciudad.
Canivet, para salvar a Hipólito de la muerte, debe amputarle la pierna. Carlos se
siente públicamente avergonzado, y cuando su incompetencia se pone de
manifiesto, Emma vuelve a sentir desprecio y asco por él, y humillación por
haberse casado con un hombre tan inútil, sin reconocer en absoluto su propio
papel en el desastre. Emma siente entonces que sus intentos por amar a Carlos
son inútiles y descubre que siente tanto desprecio por él como deseos de volver a
entregarse a las aventuras del adulterio. Carlos intenta acercarse a ella en
búsqueda de consuelo, pero Emma lo evade violentamente. Por la noche, vuelve a
encontrarse con Rodolfo, con pasión renovada.

Capítulo XII
Emma ha perdido toda esperanza en su matrimonio y retoma su aventura con
Rodolfo. Hastiada de Carlos, comienza a fantasear con la idea de escapar con él.
Con el tiempo, estas fantasías se vuelven cada vez más realistas para ella, y
comienza a hablar con Rodolfo de su deseo de dejar a Carlos. Pero Rodolfo se
muestra poco receptivo, porque no quiere alentarla en tales pensamientos.

Mientras tanto, el comerciante y prestamista Lheureux ha empezado a


aprovecharse de la debilidad de Emma por el lujo, animándola a hacer compras
que ella no puede pagar. A través de Lheureux, Emma compra muchos regalos
caros para Rodolfo, incluso mientras él comienza a desencantarse de ella y de su
exagerado romanticismo.
A medida que aumenta su obsesión, el comportamiento de Emma se vuelve más
descuidado, hasta que todo Yonville, excepto su marido, confirma las sospechas
de romance. Incluso la madre de Carlos sospecha cuando la visita, lo que lleva a
una pelea con Emma. Tratando de arreglar las cosas entre las dos mujeres de su
vida, Carlos insta a Emma a disculparse con su madre, y ella accede. Enfadada y
humillada, Emma pone en marcha planes formales para huir con Rodolfo y se los
manifiesta: propone llevar con ella a su hija Berta y reunirse con Rodolfo en Ruán.
Rodolfo alimenta la fantasía de Emma, haciéndole creer que está de acuerdo con
ella, pero cuando abandona el jardín de ella por última vez, el lector ve que
Rodolfo se espanta del disparate de Emma y se asegura a sí mismo que de
ningún modo lo llevará adelante.

Análisis
Emma ha vuelto a su estado de tormento, luego de la partida de León. Sus
padecimientos emocionales vuelven a dar lugar a padecimientos físicos, y el
aspecto de Emma desmejora mucho. Su suegra, la madre de Carlos, la encuentra
muy descuidada y le da a Carlos el consejo de darle una ocupación y alejarla de
las lecturas peligrosas. En este punto, la novela vuelve a tratar uno de sus temas
principales: el papel de la lectura en la vida de Emma y los alcances peligrosos
que tiene sobre ella. Emma está insatisfecha con su vida en gran medida por estar
atada a las fantasías y los ideales que leyó en los libros. Esas lecturas
condicionan su manera de ver la realidad y la abandonan a la desilusión de no
poder concretar la vida divertida y pasional que esos libros deparaban.

Los comicios agrícolas son un acontecimiento muy importante para los habitantes
de Yonville. Flaubert retrata la felicidad de los campesinos con su estilo de vida, y
destaca su dedicación al trabajo práctico. Catalina Leroux, por ejemplo, es todo lo
contrario a Emma. Leroux ha trabajado en la misma granja durante más de
cincuenta años y es una mujer tímida, tranquila y humilde. Por el contrario, Emma
está muy disgustada con la vida en el campo y anhela algo más grande, más
emocionante y más lujoso en la vida y en el amor.

La introducción de Rodolfo presagia el eventual desastre que ocurrirá más


adelante en la novela. Rodolfo es muy diferente a León. Mientras León veía a
Emma como un ejemplo inalcanzable e intimidante de perfección, Rodolfo la ve
como una mujer más con quien entretenerse. León siente verdadero amor y un
fuerte deseo por Emma, mientras que Rodolfo la ve como un objeto puramente
sexual. Incluso, al principio, el romanticismo de Emma lo divierte y le genera
curiosidad. León, por su parte, se niega a declarar su amor a Emma porque está
casada, mientras que para Rodolfo el estado civil de Emma es un estímulo más a
la hora de cortejarla, porque sabe que hay poco peligro de que pueda convertirse
en un compromiso permanente. Rodolfo percibe la infelicidad de Emma y su afán
por tener una aventura, por lo que calcula cuidadosamente y la manipula para
conquistarla: “Con unas cuantas galanterías - estoy seguro de ello - se la
conquista. Ello sería enternecedor y encantador… Sí; pero ¿cómo
desembarazarse de ella después?” (167). En este punto, el lector conoce las
verdaderas intenciones de Rodolfo con Emma, mientras que esta vive la ilusión de
un verdadero amor.

La escena del primer intento de seducción de Rodolfo a Emma es muy irónica.


Mientras él profesa su amor a Emma en el interior del Ayuntamiento vacío, un
funcionario pronuncia un discurso sobre la moral pública. Para subrayar este
contraste, la narración yuxtapone ambos discursos: pasa de describir la escena
dentro del Ayuntamiento a describir el discurso que se pronuncia fuera. Todo el
pueblo escucha atentamente al orador, mientras Emma y Rodolfo dan inicio a una
relación fundamentalmente inmoral. Ese modo tan particular que adopta aquí la
narración sirve para dejar en evidencia la falta de sinceridad de Rodolfo y burlar
sus palabras de amor. Por ejemplo, cuando él le dice a Emma que la ama, en
paralelo el funcionario le entrega a un granjero local un premio al mejor estiércol. A
medida que avanza la escena, los parlamentos de Rodolfo y del funcionario
comienzan a alternarse cada vez más vertiginosamente, al punto de que llegan a
intercalarse frases sueltas, que dificultan al lector comprender quién está
hablando.

La ironía sigue desempeñando un papel importante en el desarrollo de la relación


entre Rodolfo y Emma. Carlos es quien insta a Emma a aceptar la invitación de
Rodolfo para ir a montar a caballo, lo que sería una imprudencia si realmente
entendiera las intenciones de aquel y el interés de su esposa. Carlos cree que la
equitación ayudará a la salud de Emma, al obligarla a pasar más tiempo al aire
libre y haciendo ejercicio. En efecto, es Carlos quien escribe a Rodolfo para
pedirle que acompañe a Emma en la excursión a caballo. Emma, con miedo de
caer en la tentación, intenta disuadir a Carlos diciéndole que la gente de Yonville
verá críticamente ese paseo de Emma con otro hombre, pero Carlos dice que a él
le importa más su salud. Aquí se presenta entonces un momento de gran ironía
dramática, en la medida en que el lector sabe que Carlos está entregando a su
mujer a un depredador sexual y, al hacerlo, está contribuyendo al adulterio de su
mujer, que tanto lo humillará a él.

Mientras Emma cabalga junto a Rodolfo, Flaubert escribe con un lirismo extremo,
que ayuda al lector a simpatizar con la situación. Emma está enamorada, pero
sentimos simpatía por ella al saber irónicamente que simplemente está siendo
manipulada. Aunque ella parece sentir verdadera pasión, sabemos que Rodolfo no
es de fiar. Es fácil percibir que Emma está simplemente atrapada en su patrón de
cortos y apasionados interludios románticos, y sabemos por sus anteriores
intentos de amor religioso y maternal que rara vez es seria por mucho tiempo.
Incluso si Rodolfo se enamorara de ella, ¿se quedaría realmente con él a largo
plazo? Este problema ilustra la última falla en la relación de Emma y Rodolfo, y
promete el trágico final de su romance de una manera u otra. En cualquier caso,
sentimos simpatía por una mujer atrapada en una falsa sensación de amor y
romance. El sufrimiento emocional de Emma simplemente se oculta por el
momento.
A medida que avanza el romance de Emma con Rodolfo, el lector ya puede
anticipar el inminente y trágico final de esa relación. A través de las interacciones
de la pareja, observamos dramáticamente la ceguera y la ingenuidad de Emma,
que se deja llevar por sus sentimientos, mientras Rodolfo sigue claramente
interesado solamente en el placer sexual con ella. En esta sección, Emma vuelve
a demostrar su incapacidad para conservar la alegría durante un periodo
prolongado de tiempo. Una vez que la culpa por la aventura con Rodolfo se
apodera de ella, se lanza nuevamente al sacrificio doloroso de renunciar a sus
sentimientos por su amante y esforzarse por amar a su familia. Pero una vez más,
sus intentos de amar a su marido y apoyarlo en su carrera son superficiales, y se
quiebran fácilmente.

Como era de esperar, Carlos fracasa en la operación que le hace a Hipólito. Pero
además, vuelve a mostrar su debilidad al dejarse convencer por Emma para
realizar la operación, aun cuando él no confía en hacerlo. Emma deposita grandes
esperanzas en el éxito de la operación, pues espera que de ese éxito se derivará
la fama de Carlos y así ella podrá estar satisfecha de estar con un gran hombre.
Sin embargo, la realidad a la que se enfrenta es muy distinta. Cuando Carlos debe
ser reemplazado por Crivet, un médico “de renombre”, Emma, una vez más
instalada en su perspectiva egoísta, es totalmente incapaz de sentir empatía por la
humillación que siente su marido. En cambio, la humillación de él acrecienta la
suya; está muy decepcionada y desilusionada con la prueba de mediocridad de
Carlos y se reprocha “haberse imaginado que un tal hombre pudiera servir para
alguna cosa, como si veinte veces no se hubiese ya percatado lo bastante de su
ineptitud” (230). Emma, centrada en su propio orgullo, se preocupa por que “el
ridículo por él alcanzado recaería también en lo sucesivo sobre ella” (230).

Se produce entonces en Emma un nuevo cambio de actitud, y así, todo el


esfuerzo que venía haciendo por amar a su marido y olvidar a su amante, se
convierten en todo lo contrario: “Todo lo de él sacábala de quicio en aquel
momento: su rostro, su traje, lo que no decía, toda su persona, su existencia en
fin. Arrepentíase, como de un crimen, de su pasada virtud, y lo que aún quedaba
de ella deshacíase bajo furiosos golpes de su orgullo. Deleitábase con todas las
perversas ironías del adulterio triunfante, y el recuerdo de su amante volvía a ella
otra vez con atracciones de vértigo…” (231). Emma regresa así a su aventura con
Rodolfo, esta vez de manera más impune.

El fracaso de la operación de Hipólito demuestra cómo el orgullo excesivo puede


llevar a la destrucción. Homais, el clásico burgués sabelotodo de la literatura de
Flaubert, proporciona la inspiración inicial para la operación, y luego Emma y el
resto del pueblo alientan con orgullo el éxito de Carlos, avivados por el deseo de
dar a Yonville una celebridad. Por supuesto, es ingenuo creer que un simple
artículo periodístico puede proporcionar la formación suficiente para emprender
con éxito una operación tan compleja. Como resultado, el mediocre médico y el
excesivamente orgulloso Homais son responsables de la pérdida de la pierna de
Hipólito. En lugar de ayudarlo, le provocan una intensa agonía. La intensa fama
que Carlos y Homais logran, dura muy poco y su fracaso les causa mucha
vergüenza. Por su parte, Hipólito nunca quiso ser operado y era feliz en su
humildad, conformándose con su pierna imperfecta. Pero el orgullo de los demás
lo convencen de que su felicidad solo puede alcanzarse si se deshace de esa
deformidad.

Emma, por su parte, avanza de manera imprudente en su infidelidad con Rodolfo.


Aunque vive una vida relativamente cómoda, no es capaz de reconocer lo lindo
que hay en ella y, en cambio, se esfuerza por alcanzar la perfección. A medida
que su vida transcurre, la infelicidad de Emma y su consiguiente comportamiento
adúltero y deshonesto la envenenan. Al igual que Hipólito y el desenlace trágico al
que lo lleva su deseo de tener piernas perfectas, Emma llevará a extremos
imprudentes, hasta desastrosos, su afán de una vida perfecta.

Conforme su vida se entrelaza cada vez más con la de Rodolfo, Emma empieza a
perder todo sentido de la moral. También desarrolla una obsesión aún mayor por
las cosas superficiales. Se vuelve excesivamente vanidosa y cada vez más
atrevida en su comportamiento, casi retando a Carlos a que la sorprenda con su
amante. Atrapada en sus satisfacciones personales, Emma pone en peligro a su
familia, sus finanzas y su vida mientras se sumerge en su aventura. La mamá de
Carlos, al ver los estragos que la mujer está haciendo, vuelve a culpar a las
lecturas de desviar la moral de Emma.

A medida que la audacia de Emma crece, también lo hace su adicción al lujo; de


esta forma, compra muchos artículos finos y excesivamente caros a Lheureux. Ella
no puede permitirse estas compras, las cuales tampoco son apropiadas para su
casa ni para su estilo de vida. La novela desarrolla así la progresiva degeneración
moral de Emma y su creciente endeudamiento.

Capítulo XIII
Como era de esperar, Rodolfo planea abandonar a Emma el día en que está
previsto que se fuguen. Aunque la encuentra muy atractiva y disfruta del placer
sexual de su relación, no desea atarse. Además, le molesta el creciente
romanticismo de ella y cree que lo mejor es cortar los lazos. Mientras piensa en
cómo comunicarle la noticia, el hombre recuerda a sus numerosas amantes
anteriores y revisa la extensa colección de cartas que conserva de cada mujer con
la que estuvo. Finalmente, Rodolfo decide escribir una carta a Emma para
explicarle su decisión. Incluso en la carta, Rodolfo es deshonesto: afirma que
como la ama tan intensamente, no puede continuar su relación porque sabe que
solo le causará dolor. Aunque es una completa falsedad, Rodolfo cree que esta
excusa va a satisfacer a Emma y sus ideas románticas. El hombre le hace llegar la
carta a Emma escondida en una cesta de albaricoques, un método habitual de
correspondencia entre la pareja.

Mientras tanto, Emma ha pasado el día preparando su eventual partida y está muy
emocionada por lo que le depara el futuro. Cuando recibe la cesta de
albaricoques, busca inmediatamente la carta y se apresura a ir al desván para
leerla. Al descubrir que Rodolfo la ha abandonado, se siente incrédula y devastada
al mismo tiempo. Sumida en la angustia, se asoma a la ventana del ático y está a
punto de tirarse y matarse. Pero es detenida por los gritos de Carlos, que la llama
a comer y la distrae de sus pensamientos suicidas. Antes de bajar a reunirse con
él, se le cae la carta y más tarde se da cuenta, con preocupación, de que no sabe
dónde la dejó.

Por la noche, Carlos se come los albaricoques de Rodolfo e insta a su mujer para
que los coma, sin saber (como siempre) el significado que hay detrás de ellos.
Cuando Emma ve el carruaje de Rodolfo saliendo de la ciudad, se desmaya.

Desde ese momento, Emma se ve invadida por la tristeza y vuelve a caer en una
enfermedad grave, tras afirmar que no quiere ver a nadie, ni siquiera a su hija.
Emma sufre una fiebre muy alta y durante las siguientes seis semanas corre
peligro de muerte. Carlos está desesperado y no parece poder ayudarla. Llama a
médicos de las regiones vecinas, pero ninguno puede curarla. Cuando llega el
mes de octubre, Emma por fin empieza a recuperarse. Pero Carlos la lleva de
paseo a la glorieta donde Emma tenía sus encuentros con Rodolfo, lo cual la lleva
a tener una recaída. Carlos sospecha que su mujer tiene cáncer.

Capítulo XIV
Carlos está muy preocupado por la salud de Emma, y sus finanzas también están
en muy mal estado. Él no logra pagar los medicamentos, los médicos que llama
para tratar de curar a Emma son muy caros, y Lheureux envía facturas por las
excesivas deudas que contrajo Emma. Sin más remedio, Carlos debe también
pedir prestado dinero a Lheureux, a un tipo de interés muy alto.
Un día, Emma se siente a punto de morir y pide que le hagan el viático. Mientras
preparan su habitación para la ceremonia religiosa, Emma cree ver a Dios desde
su cama, lo cual la lleva a creer que ha tenido un despertar religioso. Emma
comienza a mejorarse y se entrega otra vez al catolicismo devoto de su infancia,
rezando constantemente y obligándose a comportarse con amabilidad con su
marido y su hija. El cura, sorprendido de tanta religiosidad, le pide a un librero que
le recomiende a Emma lecturas que sirvan para aplacar su espíritu imaginativo.

Sin embargo, siguiendo su pauta habitual, Emma no tarda en sentirse frustrada


con este enfoque. Al no encontrar el éxtasis deseado de la religión, Emma
reconoce que su tipo de religiosidad no logra sustituir los sentimientos que tenía
por Rodolfo y la felicidad que sentía cuando estaban juntos. A pesar de su
decepción, Emma continúa con su comportamiento religioso y es especialmente
amable con la gente que la rodea. Con este nuevo trato, Emma logra entablar
nuevas amistades con personas a las que antes casi había ignorado. Llega a
conocer mucho mejor a Justino, quien, con el tiempo, se ha enamorado
profundamente de ella.
Por su parte, Binet, el recaudador de impuestos, empieza a hacerles visitas
frecuentes, al igual que Homais, quien sugiere a Carlos que lleve a Emma a Ruán
a ver una ópera para levantarle el ánimo. El cura da su aprobación a esa idea,
argumentando que la música es menos peligrosa que la literatura.
Capítulo XV
En Ruán, Emma está ansiosa por sumergirse en la sofisticación de la ciudad y la
ópera, y, una vez más, se siente avergonzada por las sencillas costumbres
campestres de Carlos. A pesar de su vergüenza, Emma disfruta enormemente de
la ópera y queda cautivada por su drama, su romance y su belleza.

Durante el intervalo, Carlos va en busca de una bebida para Emma, y al volver le


anuncia que se ha encontrado allí con León y ella queda sorprendida. Pronto,
León encuentra a Carlos y a Emma. León se queja de estar aburrido y Emma le da
la razón, con lo cual logra convencer a Carlos de saltarse la segunda parte de la
representación e ir a un café cercano.
Emma está muy emocionada por este giro de los acontecimientos y queda
impresionada por la sofisticación de influencia parisina que ha adquirido León. Al
principio, León se burla de la ópera, pero cuando Carlos menciona que Emma
debería quedarse en la ciudad para ver el segundo acto, León inmediatamente
comienza a elogiar la ópera, afirmando que la segunda mitad del acto que se han
saltado es fantástica y no se puede dejar de ver. Carlos decide entonces regresar
a Yonville y dejar a Emma en Ruán para que vea la segunda parte de la
representación al día siguiente.

Análisis
El carácter de Emma es consistente a lo largo de la novela, en la medida en que
ella conserva su espíritu romántico y sigue sintiéndose atrapada en una vida que
no disfruta. Por ello, se crea repetidamente ilusiones románticas y se obsesiona
con formas de mejorar su vida. Se entrega con ímpetu al romance con Rodolfo,
pero cuando él decide poner fin a la relación, Emma lleva sus sentimientos al
extremo, pensando en suicidarse. Este intento fallido de quitarse la vida es un
presagio de su final trágico.

Al recibir la carta de Rodolfo, Emma entra nuevamente en el acto performático de


convertirse en una de las heroínas enamoradas de sus lecturas. Cae en una
profunda enfermedad y llega a estar al borde de la muerte. En ese contexto,
Homais le sugiere a Carlos que, para ayudarla a curarse, aleje a Emma de sus
tendencias imaginativas: “¿no cree que acaso fuera menester atacar la
imaginación?” (256). Homais sugiere así que parte de las dolencias de Emma
tienen que ver con que vive en un plano de imaginación, alejado de la realidad.
Este consejo se acerca al que le dio a Carlos su propia madre, al sugerirle que
aleje a su esposa de las lecturas peligrosas.

La salida de la enfermedad de Emma no es menos épica: al borde de la muerte,


Emma cree ser testigo de una visión de Dios, que renueva su religiosidad, lo cual
le da el impulso para intentar redescubrir la felicidad a través del ejercicio
sacrificado y minucioso de la fe. Al verla en este estado, el cura cree que una
religiosidad tan extrema puede ser peligrosa, y hace hincapié también en la
tendencia imaginativa de Emma: le escribe a un librero, “a fin de que le remitiese
algo apropiado para una persona del sexo débil de mucha imaginación” (264).
Pero al final, una vez más, la religión tampoco satisface a Emma y vuelve a
anhelar el romance y las fantasías. Por eso, cuando se encuentra a León en la
ópera, Emma está dispuesta a comenzar un nuevo romance. Su estilo de vida
cíclico continúa: sigue alternando entre la infelicidad extrema, la vergüenza por su
comportamiento, los intentos de mejora y el romanticismo.

Cuando Emma pierde la carta de Rodolfo en el desván, podríamos suponer que


Carlos acabará descubriéndola y se enterará de sus infidelidades. Pero la novela
dará un nuevo giro irónico, exacerbando ya hasta la sátira la inocencia de Carlos:
cuando encuentre la carta, mucho más tarde en la novela, asumirá que ella y
Rodolfo simplemente tenían una relación platónica.

Los fracasos de Emma para mejorar su vida tienen múltiples causas. Está claro
que ella, atravesada por sus lecturas, sus ideales y sus fantasías, se niega a vivir
la vida que le toca por ser una mujer de pueblo. Pero, al mismo tiempo, Emma es
víctima de los mandatos que su sociedad le depara: la sociedad en la que Emma
vive es realmente restrictiva para las mujeres, a pesar de que la mayoría de ellas
parecen estar contentas en esa situación. Y aunque Rodolfo culpa del final de su
romance al destino, el narrador deja en claro, al exhibir la crudeza y crueldad con
que el hombre se comporta, que es él quien eligió comenzar la relación,
continuarla y luego, de manera hipócrita, decidió terminarla, a conveniencia.
Rodolfo, desde su rol de hombre adinerado y con poder, tiene el control de la
situación. A sus ojos, como también a los ojos de Carlos, Emma es débil y
demasiado sensible, romántica. En este contexto, las decisiones de Emma no
fueron meditadas; dejándose llevar por sus sentimientos, ella tuvo muy poca
influencia en el curso de la relación, y al final fue desechada.

Aunque es infeliz en su matrimonio, Emma no puede dejar a Carlos porque está


atada económicamente a él y no tiene otra fuente de apoyo financiero. Cuando
Rodolfo pone fin a su aventura, Emma se ve obligada a volver con Carlos e
intentar, otra vez, cumplir el papel de esposa y madre que renuncia a sus deseos
más íntimos.

Al componer la escena en la que Rodolfo escribe a Emma, la novela destaca el


poder de manipulación de Rodolfo y el romanticismo crédulo de Emma. La carta
incluye sentimientos absurdamente románticos con muchos signos de
exclamación y elementos dramáticos forzados. En la escena de escritura, la
novela resalta la falta de sinceridad de Rodolfo y su habitual doble cara, la
manipuladora y mentirosa, y la del amante incondicional, de las cuales Emma solo
ve a esta última. Así, cuando Rodolfo escribe “¿Tengo yo la culpa? ¡Oh, Dios mío!
¡no, no; culpe de todo a la fatalidad!” (251), se felicita a sí mismo por la elección de
esa frase, asegurando que “esa palabra es siempre de un efecto seguro” (251).
Esto pone en evidencia el grado de artificialidad que hay en la carta de Rodolfo,
hecha para generar un efecto en Emma; deja en claro que la carta de Rodolfo es
completamente deshonesta y un acto final de manipulación.

Capítulo I
Durante su estancia en París y Ruán, León había olvidado su amor por Emma,
pero después de verla en la ópera, sus antiguos sentimientos vuelven
rápidamente.
Al día siguiente de sentarse los tres juntos en el café cercano a la ópera, León
visita a Emma en su habitación de hotel, luego de que Carlos ya se ha ido de
regreso a Yonville. Emma también comienza a recordar sus sentimientos por
León, y ambos mantienen una conversación íntima sobre la infelicidad y sobre el
romanticismo de la muerte. León finalmente le confiesa su amor a Emma y la
besa. En un intento por evitar la angustia que le causó su primera aventura, Emma
lo rechaza, pero acepta encontrarse con él al día siguiente en la catedral. Para
convencerse de su fuerza al rechazarlo, Emma le escribe a León una carta en la
que le explica que no puede ser su amante y que no deben continuar la relación.

Al día siguiente, León llega a la catedral, pero Emma espera, planeando llegar lo
suficientemente tarde como para evitarlo y evitar enamorarse de nuevo. Sin
embargo, cuando llega, él sigue esperándola. Ella le da la carta, pero él no la lee,
y para evitar aún más la incomodidad de su encuentro, Emma acepta la oferta del
pertiguero de recorrer el edificio. León se siente cada vez más frustrado y decide
acabar furtivamente con la visita y llama un carruaje. León y Emma suben al coche
y cierran las cortinas. León le ordena al conductor que simplemente conduzca sin
rumbo por la ciudad. Conducen durante todo el día y hasta la noche, sin que nadie
pueda ver lo que ocurre en el interior. En un momento, asoma una mano por la
ventanilla para deshacerse de los trozos rotos de la carta de Emma, con lo cual el
lector supone que ambos han consumado su amor.

Capítulo II
Por estar en el carruaje con León, Emma ha perdido el último autobús de vuelta a
Yonville y debe tomar un taxi privado para alcanzarlo. Al volver a casa, Emma es
llamada a la farmacia de Homais, donde Justino está siendo reprendido por el
faumacéutico por haber tomado la llave del “caphernaum”, depósito donde Homais
guarda, entre otras cosas, el arsénico. Emma no está segura de por qué su
presencia era tan urgente, y se siente frustrada por tener que ver este intercambio.
Finalmente, Homais le cuenta a Emma, a pedido de Carlos, una novedad: el padre
de Carlos ha muerto.
Carlos se entristece profundamente por la noticia, y su madre lo visita durante un
largo periodo de tiempo. Emma está bastante disgustada por este giro de los
acontecimientos, que han venido a empañar los recuerdos de su amorío con León.

Entretanto, Lheureux acude a Emma con otra lista de deudas. Al enterarse de la


muerte del padre de Carlos, Lhuereux le sugiere a Emma que obtenga un poder
sobre las finanzas de la familia para saldar así sus deudas. Emma acude a Carlos,
argumentando que este planteamiento beneficiará a todos, y él, ingenuamente, la
cree y acepta el acuerdo. Irónicamente, Carlos envía a Emma a Ruán durante tres
días para que León la asesore sobre el tema y redacte los papeles necesarios,
dando así a la nueva pareja, sin saberlo, tres días completos para fomentar su
nueva relación.
Capítulo III
Emma visita a León en Ruán. Pasan tres apasionados días juntos en su habitación
de hotel, haciendo el amor, dando un paseo en barco y disfrutando de la romántica
luz de la luna. En el paseo en barco, el barquero les habla a Emma y a León de un
grupo de personas que estuvieron en el barco la noche anterior. El hombre
describe a Rodolfo, y Emma se estremece al recordarlo. Pero León desconoce su
relación con Rodolfo y ella no quiere que sepa que ha amado a otro antes que a
él. Para evitar sospechas, se recupera rápidamente, y antes de su partida arreglan
una estrategia para poder enviarse cartas secretamente.

Capítulo IV
Emma regresa a Yonville y, para continuar con su romance, León inventa motivos
para visitarla. Como resultado, su vida en Ruán se descuida y empieza a tener
problemas con su trabajo. Mientras tanto, Emma vuelve a gastar en exceso y su
deuda se agrava. Para hacer más fácil su aventura, Emma trama que Carlos
acepte que ella reciba clases de piano. Muchas tardes seguidas, se sienta al piano
de ambos, sin conseguir componer una pieza musical y fingiendo frustración y
decepción. Finalmente, le pregunta a su marido si puede tomar lecciones
semanales, argumentando que sin duda le traerán felicidad, a pesar del gasto que
impliquen. Carlos, a pesar de la preocupación económica, acepta. Así, Emma
encuentra la excusa perfecta para ver a León todas las semanas.

Capítulo V
Cada jueves, con el pretexto de tomar su lección de piano, Emma va a Ruán a ver
a León. El asunto ha despertado de nuevo sus emociones extremas. En casa, está
nerviosa y distante, pero en Ruán, está extasiada y dramática. Con cada visita, la
relación entre Emma y León crece en intensidad. A medida que aumenta la
intensidad, los dos comienzan a verse como personajes de una novela, lo que da
lugar a un cierto grado de actuación y falsedad.

Mientras cabalga hacia su casa en Yonville, Emma ve repetidamente a un


vagabundo ciego y deforme. El hombre se divierte cantando una canción particular
que la inquieta, y ella está ansiosa por librarse de su presencia.

Al cabo de un tiempo, Carlos se encuentra con la supuesta profesora de piano de


Emma y al preguntarle por su mujer, la profesora le dice que nunca ha conocido a
Emma, ni siquiera ha oído su nombre. Carlos le presenta a Emma este hallazgo, y
ella no tarda en mostrarle los recibos falsos de las clases. Imaginando que todo
debe haber sido un simple malentendido, Carlos se convence de que todo es
como debe ser.

La vida de Emma empieza a descontrolarse. Se está involucrando profundamente


en la vida de León, quien se preocupa por su creciente obsesión. Gasta
cantidades desmesuradas del dinero de su marido y le miente sobre casi todos los
aspectos de su vida.
En una oportunidad, Lheureux ve a Emma salir del hotel del brazo de León. Emma
teme que el hombre revele su secreto, pero no lo hace. Sin embargo, no tarda en
visitarla, dispuesto a impedir que las deudas de Emma queden sin pagar, y
entonces la insta a venderle una parte de la herencia del padre de Carlos. Emma
acepta y él la convence de prestarle aún más dinero.

Cuando la madre de Carlos los visita, examina las cuentas familiares. Para evitar
el desastre, Emma hace que Lheureux le entregue una factura falsa por una
cantidad de dinero muy inferior a la que realmente le debe, pero igualmente la
señora Bovary se horroriza de todos los gastos en los que han incurrido. A pesar
del intento de Emma por mantener el control, la madre de Carlos quema los
papeles del poder en el fuego. Emma está horrorizada y Carlos no sabe cómo
proceder. Finalmente, accede a que se vuelvan a redactar los papeles.

Pero una noche, Emma no regresa a Yonville de Ruán. Carlos se preocupa y


finalmente, decide ir a buscarla. Como no la encuentra en Ruán, decide visitar la
casa de León pero, como es de madrugada, nadie lo atiende. En eso, Carlos se
encuentra inesperadamente a Emma caminando por la calle. Ella le dice que no
regresó porque se sentía mal y se quedó descansando en la casa de su profesora
de piano. Le pide a Carlos que, en adelante, no se preocupe tanto si ella no
regresa, pues ella no puede vivir sabiendo que su marido está preocupado. Así,
Emma logra un permiso implícito para visitar a León en cualquier momento.

Por su parte, León empieza a sentir que las visitas sin aviso de Emma son
imprudentes y comienza a padecer la obsesión de la mujer, que le exige cada vez
más demostraciones de amor y cambios de conducta.

Capítulo VI
Un día en que Emma está en Ruán para ver a León, Homais va a visitar a este, y
Emma se ve obligada a esperarlo. La mujer se enoja mucho con León por permitir
que Homais lo retenga, y acusa a León de no querer pasar tiempo con ella. León
le promete que intentará escaparse, pero no lo consigue. Emma se niega a seguir
esperando y vuelve a Yonville, furiosa con León. No puede creer que León la haya
dejado esperando. Como resultado, comienza a tratarlo con un poco de desprecio
y trata de controlar todos los aspectos de la relación. Al notar su cambio de
comportamiento, el propio León se resiente.

Las deudas de Emma comienzan a precipitarse peligrosamente. Un día, un


cobrador llamado Vincart le hace una visita sorpresa, trayendo un documento que
evidencia la deuda de Emma con Lheureux. Ella le pide que le diga al prestamista
que pronto le pagará, pero al día siguiente recibe un aviso legal del alguacil.
Emma visita desesperadamente a Lheureux, quien muy amablemente le dice que
si ella no logra pagar, será víctima de un juicio y luego de un embargo.
Para evitar el desastre, Emma pide aún más préstamos a Lheureux y trata
desesperadamente de conseguir dinero, vendiendo muchos objetos de su casa.
Pero aunque sus deudas aumentan y la ruina financiera se avecina, Emma sigue
gastando grandes sumas de dinero cuando está con León, y evita abrir las cartas
y los avisos que sigue recibiendo. León comienza a reprocharle su
comportamiento y a criticar sus excesos, y Emma se enoja con él. Después de su
romance, caracterizado por la extravagancia y el drama, León y Emma se han
aburrido el uno del otro. La noche del carnaval “mi-carȇme”, Emma decide no
volver a Yonville y participa de un baile de máscaras. Terminado el baile, se dirige
a un bar de mala reputación con un grupo de gente de clase baja, compañeros de
León. Allí se siente aturdida por estar rodeada de esa clase de gente y termina
yéndose al hotel.

De regreso en Yoville, su empleada le entrega una orden judicial que le exige el


pago inmediato de ocho mil francos o la pérdida de su propiedad. Presa del
pánico, Emma visita a Lheureux y le suplica que la ayude, pero el hombre se
escuda diciendo que es Vincart quien maneja el asunto legal, a lo cual Emma
responde agresivamente. Lheureux asegura que es capaz de contarle a Carlos
todas las estafas que Emma le ha hecho y termina despidiéndola violentamente.
Es evidente que el prestamista se aprovechó de la debilidad de Emma y ha
querido hacer suya toda la propiedad de los Bovary.

Análisis
Cuando Emma comienza su nueva aventura adúltera, ahora con León, abandona
inmediatamente su resurgir religioso. En cuanto aparece la posibilidad del amor
romántico, vuelve a perderse en la superficialidad. Desde que León se separó por
primera vez de Emma, ambos han tenido una importante experiencia vital. Emma,
en particular, ha tenido un largo romance con un hombre deshonesto y rico,
mientras que el romanticismo de León ha disminuido como resultado de sus
experiencias parisinas.

En un comienzo, Emma y León comparten su romanticismo y su mirada idealista


del amor y también de la muerte. Así, ambos reniegan de la idea de llevar una vida
inútil y aspiran a una vida de grandezas. Sin embargo, al adoptar la perspectiva de
León, el narrador demuestra que, mientras Emma se ha vuelto a enamorar
profundamente, León mantiene cierta distancia realista y reconoce algo de la dura
realidad de su comportamiento ilícito. Este es otro aspecto de la realidad que
Emma no puede aceptar. Progresivamente, León adquiere características que
recuerdan a Rodolfo. A veces, por ejemplo, se aplaude a sí mismo por emplear
gestos o palabras particularmente románticas. Aun así, León carece de la
sofisticación de Rodolfo; por ejemplo, se vuelve muy impaciente durante la visita a
la catedral. Por su parte, Emma, en lugar de reconocer la inmadurez de León, se
permite creer que las acciones de él son el resultado de su intenso amor por ella.

No es casual que la antesala a la consumación del amor entre Emma y León sea
la visita a la catedral: allí, el conflicto interno de Emma entre la religiosidad y la
infidelidad llega a un nivel dramático. Aunque intenta convencerse a sí misma de
que no se someterá a las insinuaciones de León, pronto sucumbe, como es de
esperar, abandonando la iglesia y siguiéndolo hasta carruaje, donde intimarán.
Aquí la novela vuelve a proponer una crítica a la religión burguesa y su
superficialidad: Emma acepta el ofrecimiento del cura de hacer una visita guiada,
lo cual implica una visión externa del edificio, pero no un compromiso verdadero
por la moral que esa catedral representa. Además, acepta la visita porque siente
que sus deseos amorosos comienzan a acechar, pero la visita no puede
proporcionarle la ayuda espiritual que necesita. La insistencia de León da por
terminada la visita y el hombre la arrastra al carruaje.

El paseo en carruaje es una de las escenas más famosas de la novela. En esta


escena, la novela sugiere lo que ocurre dentro del carruaje, pero sin necesidad de
explicitarlo. Su detallada descripción del movimiento del carruaje representa a
Emma y León haciendo el amor, de ahí la sorpresa de la gente que observa el
movimiento del coche -“las gentes quedábanse asombradas y embobadas ante un
inusitado espectáculo para una provincia como era el ver pasar una y otra vez un
coche con las cortinillas echadas, más cerrado que una tumba, y balanceándose
como un navío” (297)-. A medida que el carruaje continúa moviéndose por la
ciudad, queda claro que durante el viaje en carruaje, la pareja está consumando
su romance. Esto termina acentuándose cuando, al final de la escena, una mano
esparce los trozos rotos de la carta que escribió Emma. La destrucción de esa
carta, en la que Emma rechazaba a León, y su arrojo desde la ventana del carro
simbolizan la consumación de ese amor en el carruaje, y marca, posiblemente, el
momento del clímax sexual. La carta rota representa también el fracaso de los
propósitos de piedad y lealtad de Emma hacia su marido: su convencimiento moral
se ha esparcido por el viento.

Las deudas de Emma, que antes crecían lentamente, ahora se desbordan. Del
mismo modo, la relación entre Emma y León comienza a erosionarse, producto de
exigencias románticas y la creciente disposición obsesiva de Emma. Ella empieza
a exigirle a León, por ejemplo, que cambie las cortinas y otras piezas decorativas
de la habitación de hotel, con lo cual se evidencia que Emma sigue teniendo una
visión idealizada de su relación con León y una perspectiva poco realista del
mundo. En efecto, resulta muy significativo que ante las dudas de León por incurrir
en esos gastos, la mujer le reproche: “¡Qué apego tienes a tu dinero!” (336). Esta
liviandad es un presagio del final trágico que tendrá el enredo económico de
Emma. Vemos que está perdida en un mundo de fantasía y no puede realmente
disfrutar del amor real ni tampoco hacerse cargo de la realidad material en la que
vive. La fantasía no puede durar por mucho tiempo, y la realidad, mientras, se
desgasta. De a poco, se pone en evidencia que ya ni León es capaz de
comprender las acciones de su enamorada: “ignoraba el joven a qué era debido
aquel cada vez más ahincado precipitarse de ella en los goces de la vida” (335).

Emma gasta dinero de forma aún más despreocupada para distraerse de su fallida
relación con León. Además, entra en contacto con hombres muy desagradables y
vulgares en las fiestas de Ruán. Sus gastos y deudas cada vez más excesivos
agravan el dolor y la inminente tragedia. Emma está al borde de la ruina,
emocional y económicamente. A medida que se acerca al borde, el pánico
empieza a abrumarla.
El mendigo ciego que la intercepta en cada uno de sus viajes de Ruán a Yonville
representa el comportamiento cada vez más miserable de Emma, sugiriendo que
esta es la vida a la que se dirige después de su ciega y romántica prodigalidad. El
miedo abrumador e irracional que siente Emma por el mendigo es un anticipo de
ese desenlace trágico.

En estos capítulos, la vida de Emma se ha descontrolado en casi todos los


aspectos: “Desde aquel instante su existencia fue un tejido de embustes, en el
que, como en un velo, envolvía su amor para ocultarlo” (330). Mediante una
metáfora, el narrador compara la vida de Emma como un tejido de embustes, es
decir, una trama enredada y compleja de mentiras y problemas, que irán
complicándose cada vez más.

Mientras tanto, Carlos no es consciente de la gravedad de la situación de Emma.


La ingenuidad y credulidad del hombre alcanzan niveles casi ridículos. Por
ejemplo, cuando Emma no regresa a dormir a Yonville, y él la va a buscar, cree la
excusa que Emma le expone e, incluso, acata su dudosa orden: “Pero en lo
sucesivo no te preocupes por mi retraso, porque no obraría con libertad,
comprendes, sabiendo que te intranquilizas de ese modo” (336). La falsedad y
manipulación de Emma alcanzan aquí un nivel altísimo.

Capítulo VII
Las deudas de Emma finalmente la han alcanzado. Los policías llegan a la casa
de los Bovary con la noticia del embargo: deben inventariar el contenido de la
casa, que se utilizará para pagar las deudas de Emma. Para evitar que Emma se
lleve algo, dejan a un hombre vigilando la casa. Y con el fin de que Carlos no se
entere de la vergüenza que ha caído sobre su casa, Emma esconde al hombre en
el desván y trata de idear formas alternativas de conseguir el dinero necesario.

Los banqueros de Ruán rechazan sus pedidos de préstamo, por lo que Emma
recurre a León y le pide los ocho mil francos. León le dice que no tiene ese dinero;
Emma lo llama "cobarde" y le sugiere que se los robe a su jefe. León queda muy
sorprendido del crimen que le propone Emma y pasa por alto la sugerencia, pero
acepta intentar conseguir dinero de sus amigos. Tras su desesperada ronda de
ruegos, Emma se dirige a su casa y arroja sus últimos cinco francos al mendigo
ciego que la ha perseguido en cada viaje entre Ruán y Yonville. Al llegar a
Yonville, su empleada le entrega horrorizada un aviso público que anuncia la
subasta de todos sus bienes. Emma se siente mortificada y decide ir a ver
a Guillaumin, el abogado del pueblo, para pedirle ayuda.
Entre sus últimos intentos de recaudación de fondos, Emma casi llega a vender su
propio cuerpo. Guillaumin, que lleva tiempo deseando a Emma, le pide favores
sexuales a cambio del dinero que ella le pide. Emma se siente ofendida y se aleja
de él. A continuación, Emma visita al recaudador de impuestos, Binet, mientras
dos mujeres de Yonville espían su intercambio. Al presentarse ante Binet, lo
encuentra ocupado, y Emma le ruega que le dé más tiempo para pagar. Cuando él
se niega, ella intenta seducirlo, pero Binet no está interesado. Finalmente, Emma
decide desesperadamente visitar a Rodolfo, con la esperanza de que aún sienta
amor por ella y la ayude si se ofrece a él.

Capítulo VIII
Aunque Rodolfo sigue sintiéndose muy atraído por Emma, se vuelve distante al
descubrir el motivo de su visita. Le dice que no puede ayudarla porque no dispone
de fondos. Emma se horroriza y se marcha enfadada, dándose cuenta por fin de
que su situación es realmente desesperada.

Habiendo determinado que simplemente no puede enfrentar esta terrible realidad,


Emma se dirige directamente a la botica. Convence a Justino para que le permita
acceder a la despensa donde Homais guarda el arsénico. Una vez allí, Emma se
come un gran puñado de arsénico, ante la mirada horrorizada de Justino. Luego
se dirige a su casa, sintiéndose en paz con su decisión e imaginando lo sencilla
que será su muerte.
Para entonces, Carlos se ha enterado de la subasta programada. Busca a Emma
en la casa, pero cuando la descubre en la cama y le pide explicaciones, Emma le
entrega dramáticamente una carta, indicándole que no la lea hasta el día
siguiente.

Mientras espera que el veneno haga efecto, Emma no siente nada. Cree que
simplemente se quedará dormida y que nunca despertará. Pero pronto descubre
lo equivocada que está. Cuando comienza la tortura del arsénico, empieza a sentir
un sabor a tinta, un dolor insoportable en el estómago y se pone violentamente
enferma. Preocupado por la salud de su esposa y por lo que pueda haberse hecho
a sí misma, Carlos abre la carta y descubre que su mujer ha ingerido arsénico.
Desesperados, él y Homais intentan decidir qué hacer y cómo salvarla con algún
antídoto. Sin embargo, terminan llamando a los renombrados médicos de Ruán,
Crivet y Larivière.
Mientras esperan que lleguen, Emma se muestra muy amable con Carlos,
reconociéndole su bondad, y pide ver a su hija, Berta, quien se asusta mucho al
ver a su madre en ese estado. En seguida, llegan los médicos de Ruán, pero
ninguno de ellos puede ayudar a Emma, y el sacerdote no tarda en llegar para
darle el último sacramento. A punto de morir, lo último que oye Emma Bovary es el
sonido inquietante del mendigo ciego, que canta en la calle. La mujer se da cuenta
de que es él y se echa a reír macabramente, hasta que, por fin, una convulsión la
hace caer muerta sobre la almohada.

Capítulo IX
A pesar de su recién descubierta deuda, Carlos planea un costoso funeral para
Emma. Se asegura de que sea enterrada con su vestido de novia y de que sea
depositada dentro de tres ataúdes. Él se queda junto al cuerpo de Emma, y
Homais y el sacerdote Bournisien se unen a él. Mientras que los dos hombres se
enredan en una discusión sobre la importancia de la oración, Carlos habla
airadamente en contra de Dios.
La criada está vistiendo a Emma con su traje de novia y, al hacerlo, mueve el
cuerpo, haciendo que un líquido negro brote de la boca de Emma. Más tarde,
Carlos levanta el velo para ver el rostro de Emma y grita de horror. Luego, Carlos
le pide a Homais que le corte un mechón de pelo para conservarlo como muestra
de su belleza y como forma de retenerla para siempre.

Por último, llega a Yonville el padre de Emma, Rouault, quien se desmaya al ver el
cortejo fúnebre.

Capítulo X
Durante la lucha de Emma con el arsénico, su padre, Rouault, es informado de su
enfermedad, y confiando en que su recuperación es posible, se dispone a viajar a
Yonville. Pero al llegar, Rouault cae en una fuerte depresión, al comprender que
su única hija ha muerto. Rouault está devastado y asiste al funeral, junto con el
resto del pueblo. El narrador señala que, en ese mismo momento, Rodolfo y León
duermen tranquilamente, cada uno en su casa. En cambio, a Justino le duele
demasiado la muerte de Emma y no se atreve a verla enterrada. Más tarde, en
medio de la noche, el joven visita su tumba para despedirse.

Capítulo XI
Un acreedor tras otro se pone en contacto con Carlos para pedirle el pago de
cantidades excesivas de dinero, al punto de que comienzan a acercarse distintas
personas que se aprovechan de la falta de entendimiento de Carlos, y le piden
dinero que nunca se les prestó. Carlos decide cobrar entonces las facturas
pendientes y atrasadas de sus pacientes, pero descubre que Emma ya lo ha
hecho por él, a sus espaldas. Así, sus únicas opciones son seguir pidiendo
préstamos, endeudándose cada vez más, y vender cosas de su casa.

Y si bien se enfrenta crudamente a los resultados de los excesos de Emma, solo


la recuerda como pura, buena y encantadora. Irónicamente, cuando descubre que
León está comprometido, le escribe una carta para felicitarlo, seguro de que
Emma se habría alegrado de la noticia. Otro día, encuentra la carta de Rodolfo
que Emma dejó caer en el desván el día en que se fugarían, pero Carlos se
convence de que el amor expresado en ella debe haber sido simplemente
platónico, y lo justifica en el hecho de que Emma debía ser adorada por todos los
hombres.

A medida que pasa el tiempo, la vida de Carlos se vuelve más solitaria. Homais lo
visita menos, en parte porque pasa mucho tiempo intentando librar a Yonville de la
molestia del mendigo ciego. Un día, Carlos decide finalmente revisar los objetos
personales de Emma y abre su escritorio. Allí es donde, según descubre, Emma
guardaba todas las cartas de amor de Rodolfo y de León. Carlos las lee todas,
descubriendo y reconociendo finalmente su infidelidad. Mientras la imagen
perfecta de su esposa se derrumba, Carlos se hunde en una profunda depresión y
se encierra en su casa, sin siquiera salir para ver a sus pacientes enfermos.
Al mismo tiempo, Carlos se ve obligado a vender casi todo lo que posee para
mantener alejados a los acreedores. Para vender su caballo, debe viajar a Ruán,
donde se encuentra con Rodolfo. Este lo invita a tomar una copa y allí, conversa
de distintos temas, evitando hacer alusiones a Emma. Pero Carlos lo observa
embelesado, deseando convertirse en ese hombre que su mujer amó. Enrojecido
de rabia, Carlos le dice a Rodolfo que no lo odia y, citando la última carta de
Rodolfo a Emma, asegura que la culpa de todo la tuvo la fatalidad.

Al día siguiente, sin embargo, Berta encuentra a su padre muerto repentinamente


en su jardín. Todos los bienes restantes de Carlos son entregados a sus
acreedores, y Berta es enviada a vivir con la madre de Carlos. Desgraciadamente,
esta muere ese mismo año, con lo cual Berta es enviada a vivir con una tía pobre,
que la obliga a trabajar en una fábrica de algodón. En cambio, Homais conoce
inesperadamente un gran éxito y acaba recibiendo la medalla de la legión de
honor.

Análisis
Conforme la historia va llegando a su climax, alcanzado con la muerte de Emma,
tanto el comportamiento ilícito de Madame Bovary como su inevitable ruina
financiera la sobrepasan. Su realidad finalmente supera todos sus esfuerzos por
permanecer en un mundo de fantasía e irrealidad romántica. En sus pedidos de
ayuda, Emma se ofrece finalmente a prostituirse para pagar sus deudas. Ella
rechaza al notario, pero la oferta del hombre pone esa opción sobre la mesa. Muy
pronto, intenta seducir a Binet y luego a Rodolfo. El comportamiento de Emma es
cada vez más desesperado y, en su pánico, pierde toda fortaleza moral. Sin
embargo, incluso en este estado, actúa por impulso.
Se confirma así que el estilo de vida extravagante y excesivo de Emma la ha
superado finalmente. Ya no puede ignorar la enorme deuda que ha contraído ni
vivir en sus fantasías imaginarias. Intenta desesperada, impulsiva y frenéticamente
evitar el embargo y la bancarrota, pero ya no puede hacer nada para evitarla.
Ninguno de los vínculos amorosos que desarrolló, a fuerza de romper su
matrimonio, la ayudará finalmente, y sus estrategias de manipulación resultan
obsoletas. Una vez que la realidad irrumpe en su vida con una intensa oleada de
dolor, y prometiendo empeorar, a Emma le resulta imposible prepararse para lo
peor. No tiene experiencia real en mantenerse fuerte ante el desastre; siempre ha
tomado un camino más fácil. Es por eso que su decisión de suicidarse es, una vez
más, producto de un impulso vertiginoso, de ahí que el narrador la compare con
un abismo: “Su situación en tal punto surgió ante ella como un abismo. Jadeaba
hasta quebrarse el pecho. Luego, en un transporte de heroísmo que casi la llenó
de júbilo, descendió corriendo por la cuesta (...) y se detuvo en la puerta de la
botica” (375). El lector no logra anticiparse al plan de Emma y asiste con horror al
momento en que ella se traga el puñado de arsénico, con la misma sorpresa con
la que lo hace Justino.
Emma también teme perder el amor de Carlos, una vez que este descubra sus
deudas. Pronto no tendrá posesiones ni propiedades a su nombre -justamente lo
contrario del estilo de vida rico que siempre ha deseado- y ante la perspectiva de
quedarse sin nada, ni siquiera esperanzas de futuro, Emma decide
apresuradamente que su única opción es suicidarse.

El suicidio de Emma está ligado a su obsesión por el consumo, en el sentido de


que se come el polvo directamente. Significativamente, es su apego al consumo
indiscriminado lo que la lleva, en última instancia, a la muerte. Además, su suicidio
es su último intento de alcanzar una vida romántica y novelesca. Cree que el
arsénico le permitirá una muerte dramática pero indolora: “¡Bah, qué poca cosa es
la muerte! Voy a dormirme y asunto terminado” (377), pero una vez más se
equivoca. Emma sufre violentamente en sus últimas horas, suplicando la muerte y
gritando de angustia. Así, se contrasta esta muerte real, cruel y humana, con la
muerte romántica que casi sufre en capítulos anteriores, antes de que el
resurgimiento religioso la salvara.

Aunque los problemas de Emma son casi totalmente culpa suya, parte de la crítica
se ha centrado en los límites de las mujeres en el pueblo de Emma. Emma se
resiste a lo que percibe como una existencia aburrida como esposa y madre, pero
nunca se le ha dado una alternativa realista, salvo la vida en el convento, que no
ha sido menos aburrida para ella. Los hombres ejercen el principal poder
financiero en el pueblo, y por lo tanto Emma depende siempre de ellos para
conseguir su vida de riquezas. A su vez, los hombres son muy hábiles para
manipular los deseos de Emma. Al contrario, cuando Emma adquiere un poder
significativo sobre la fortuna de Carlos, no lo utiliza sabiamente. Como la
perspectiva de Emma sobre el mundo está completamente romantizada, solo tiene
poder sobre otros románticos. Así, el único poder real de Emma es el sexual.
Mientras ese poder no logra convencer a los realistas a quienes Emma les pide
dinero a cambio de favores sexuales, sí logra manipular a Justino, para que le dé
acceso al arsénico.

A lo largo de la escena de la muerte de Emma, el narrador ofrece más


comentarios sobre el mundo de Emma. En particular, vuelve a esbozarse una
crítica a las pretensiones burguesas de Homais cuando este le dice al médico
Larivière, de manera soberbia, que él ha “introducido delicadamente un tubo” en la
garganta de Emma para examinarla. El médico se burla de Homais, diciendo:
"Hubiese sido preferible que le introdujera usted sus dedos en la garganta" (383).
Homais, que se cree muy bien informado, queda en ridículo, y la idiotez de su
afirmación se pone inmediatamente de manifiesto.

Los capítulos que siguen a la muerte de Emma demuestran cómo su estilo de vida
despreocupado ha acabado afectando a todos los que la querían de verdad.

Al principio, Carlos mantiene una visión idealista de su difunta esposa. Así, por
ejemplo, al encontrar la carta de Rodolfo en el desván, se convence de que ese
amor debe haber sido platónico. Pero al caer en la pobreza y, finalmente, al
descubrir las infidelidades de Emma, su espíritu se desmorona. Por eso, luego de
reunirse con Rodolfo, Carlos entra en un aturdimiento del cual no podrá salir e
incluso lo llevará a la muerte.
Resulta significativo también el contraste entre las actitudes de León y Rodolfo
durante el funeral de Emma y la de Justino. Mientras que el narrador destaca que
los dos primeros, cuando el funeral está sucediendo, están durmiendo
tranquilamente, Justino es incapaz de presenciar la ceremonia. El joven Justino,
otro romántico, decide acercarse por la noche a la fosa para llorar por su amada
muerta: “Junto a la fosa, entre los pinos, un niño lloraba arrodillado, y su pecho,
quebrantado por los sollozos, jadeaba en la sombra…” (404). Las reacciones
apáticas de Rodolfo e incluso de León demuestran que las relaciones de Emma
con los dos hombres eran superficiales.

Tras la muerte de Carlos, la devastación de la familia de Emma continúa. Berta


comienza a vivir una vida que habría horrorizado a Emma. La niña se ve obligada
a vivir en la pobreza con una tía de clase baja y debe trabajar como obrera en una
fábrica de hilados. La nueva vida de Berta contrasta fuertemente con la relativa
comodidad y el privilegio que Emma conoció pero nunca apreció. Este final trágico
da cuenta de cómo la excesiva e irrazonable insatisfacción de Emma con su vida
envió a su marido y a su hija a la más absoluta miseria.

Así, Madame Bovary cierra el círculo; Emma está ausente tanto en el primer como
en el último capítulo del libro. En última instancia, la perspectiva de la novela es
más amplia que la de Emma. Aunque en su mundo el objetivo era vivir de forma
dramática, romántica, de alguna manera como el vizconde, como si el mundo
pudiera centrarse en ella, la vida real del pueblo continúa. Madame Bovary se
convierte en una tragedia de clase social solo porque Emma se niega a
conformarse con un sistema de estatus que parece ser aceptable para todos los
demás. Sin embargo, Emma no es en absoluto una figura digna de resistencia
inteligente, pues está obsesivamente centrada en sí misma y en sus amores y
amantes irreales, llevándose por delante así el bienestar de aquellos que la
quieren y la cuidan.

La frase con la que se cierra la novela, que destaca el éxito de Homais en el


pueblo al recibir la medalla de honor, ofrece un último golpe a la mediocridad
burguesa.

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