Sentido de La Vida - López Quintás
Sentido de La Vida - López Quintás
Sentido de La Vida - López Quintás
EL SENTIDO DE LA VIDA
Esto nos lleva a una pregunta decisiva: “¿Qué es el sentido? ¿Qué quiere decir
exactamente que una vida humana tiene sentido?” Básicamente, tener sentido es estar bien
orientado. Tiene sentido tomar un avión que nos lleva a la ciudad que deseamos visitar. Es
insensato subir a un avión que va en dirección distinta sencillamente porque nos gusta más
su diseño. Esta elección estaría mal orientada, carecería de sentido, sería insensata.
Pero, ¿cuándo podemos afirmar que nuestra vida está bien orientada? Cabe contestar de
esta forma sencilla y profunda: cuando la dirigimos hacia su verdadero ideal. La cuestión
del sentido –y, con ella, la de la felicidad, la paz y el amparo interiores- depende de la cuestión
de cómo encontrar el verdadero ideal. El gran pedagogo alemán Joseph Kentenich afirma
que “las dificultades juveniles son superadas básicamente cuando los jóvenes encuentran su
ideal personal”1.
Por ámbito entiendo una “realidad abierta”, que presenta condiciones de “objeto” –es
delimitable, asible, pesable, situable en un lugar u otro, manejable…-, pero nos ofrece ciertas
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posibilidades que nos permiten crear algo nuevo dotado de valor 3. Una tabla cuadrada es un
objeto. Si pintamos en ella cuadraditos en blanco y negro, la convertimos en “tablero”, es
decir, en un campo de juego. La tabla puedo poseerla y manejarla a mi arbitrio. Este tipo de
realidad y de conducta podemos considerarlo como de nivel 1. El tablero me fija el cauce
donde ha de moverse mi juego de ajedrez o de damas. Ese cauce es la norma del juego y debo
asumirla como tal y guardarle fidelidad. Cuanto más fiel soy a sus condiciones, más libre me
siento, con el tipo de libertad creativa propia de los acontecimientos lúdicos. Este tipo de
realidades abiertas y la actitud correlativa de respeto, estima y colaboración constituyen el
nivel 24.
Entre ámbitos, así entendidos, tiene lugar un género de experiencias muy fecundas, por
ser de doble dirección. Al declamar un poema, yo actúo sobre él porque le doy una
configuración determinada; pero lo hago en cuanto me dejo configurar por él. Estamos ante
un influjo mutuo sumamente fecundo. Este influjo da lugar a las diversas formas de
encuentro.
Veo a un colega en la calle, le doy la mano, cruzo con él dos palabras y me voy. Esta
comunicación superficial y pasajera no constituye un encuentro. Pero figurémonos que tengo
un problema serio; se lo comunico, observo que él vibra conmigo y se dispone a ayudarme
sinceramente. Por breve que sea la comunicación, hemos realizado un encuentro.
Para que tenga lugar un encuentro verdadero debemos cumplir sus exigencias básicas:
generosidad, veracidad, confianza, cordialidad, fidelidad, paciencia, comunicación cordial,
participación en actividades valiosas… Estas condiciones que hacen posible el encuentro y,
con él, nuestro desarrollo personal, las consideramos como “valores”. Los valores, al ser
asumidos por nosotros como impulso de nuestro obrar, se denominan “virtudes”. En latín,
virtutes significa capacidades; en este caso, capacidades para realizar diversos modos de
encuentro.
3 El decisivo concepto de “ámbito” lo expongo en las obras Inteligencia creativa, BAC, Madrid 42003; La
tolerancia y la manipulación, Rialp, Madrid 2001.
4 La descripción de los niveles positivos y negativos de realidad y de conducta la realizo en la obra La defensa
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Este ideal es una idea dinamizadora que da a nuestra vida impulso y sentido. Un
ideal falso también dinamiza nuestra existencia hasta el extremo de darle, a veces, una
fuerza indomable, pero la vacía de sentido porque la desorienta y desquicia, la saca
literamente de quicio. El quicio de nuestra vida es el ideal de la unidad. Todo ideal marca
nuestro ordo amoris, nuestra jerarquía de valores, la meta a la que aspiramos, la figura
que queremos dar a nuestra vida. Por eso, si es un ideal auténtico, nos pone en verdad,
nos otorga nuestra verdadera figura de seres humanos.
Del ideal depende todo en nuestra existencia, al modo de una clave musical.
Cambias la clave, y todas las notas adquieren un sentido distinto. Si descubres el ideal
auténtico y orientas tu vida hacia él, las grandes posibilidades de tu vida se te hacen
patentes de forma rápida y lúcida:
5Los doce descubrimientos son expuestos en mi obra Descubrir la grandeza de la vida, Verbo Divino, Estella
(Navarra) 42204.
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9.- La importancia de
las interrelaciones y del
pensamiento relacional
3.- El encuentro
Se comprende que los expertos subrayen la importancia capital del ideal auténtico
para la formación de las personas. Un niño o un joven que descubren el ideal y optan
decididamente por él están básicamente formados, aunque su bagaje de conocimientos
sea todavía escaso. Si sus conocimientos son espectaculares pero desconocen el auténtico
ideal, carecen de la debida formación; se hallan peligrosamente desorientados.
Al perder este norte, nos des-centramos, pues nos encapsulamos en nuestro yo
aislado y nos separamos de las realidades del entorno que nos ofrecen posibilidades de
encuentro y desarrollo personal. Los seres humanos no tenemos un solo centro (como la
circunferencia), sino dos (al modo de la elipse): el yo y el tú, o -dicho con mayor
amplitud- el yo y los ámbitos de nuestro entorno, es decir, las realidades que nos ofrecen
posibilidades creativas. Yo vivo como persona cuando me abro a otras personas y creo
con ellas relaciones de encuentro; cuando contemplo obras artísticas y las hago íntimas,
al convertirlas en el impulso de mi actividad estética; cuando me adhiero a ciertas
instituciones y contribuyo a configurarlas al tiempo que ellas me configuran a mí…
Nuestra vida está bien orientada y tiene, por tanto, pleno sentido cuando la
ponemos al servicio del verdadero ideal. Una vida que corre en pos de un ideal falso
puede obtener energía suficiente para lograr éxitos brillantes en el nivel 1, el de la
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9Viktor Frankl: El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 171995, p. 78. Versión original: Man´s
search for meaning, págs. 121-122. (La traducción es mía).
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Nada extraño que, al descubrir el amor en estado puro, descubramos con asombro
el reino de lo admirable y decidamos convertirlo en nuestro hogar, es decir, en la meta
de nuestra vocación y nuestra misión en la vida. Al terminar la Segunda Guerra Mundial
se formaron en Centroeuropa numerosos campos de refugiados para acoger a los
prófugos del Este. Un día visitó uno de ellos el legendario Padre Werenfried van Straaten,
tan corpulento como bondadoso. Les habló de un Dios que es amor y les repartió
alimentos, medicinas y vestidos, fruto del amor incondicional de quienes meses antes
habían sido sus víctimas. Allí se hallaba una niña de unos seis años, que actualmente
sirve, como religiosa, a los más pobres de la India.
Al ver, asombrada, la grandeza del amor, esta niña sintió en su interior que la
elección estaba hecha. No había valor más alto. Su ideal era ayudar a los necesitados; ésa
era su vocación y su misión. Nos complace imaginarnos que su vida sórdida, desolada
hasta el desamparo, habrá desbordado de sentido a partir de ese momento. La imagen de
esta niña transfigurada por el ideal de la unidad nos persuade más que cualquier
razonamiento de que el sentido es algo plenamente real, con un tipo de realidad distinta
a la de la roca -y demás realidades del nivel 1- y afín a la de los grandes valores, por los
que optamos incondicionalmente en el nivel 3. Su tipo de realidad se mide por su
eficiencia, su capacidad de transfigurar nuestra vida, elevarla, inmunizarla contra el
desaliento y disponerla para salvar con éxito las mayores pruebas. En verdad, los ideales
no se reducen a meras invenciones, pues no son metas ideadas por nosotros de forma más
10 Viktor Frankl, Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn, Pieper, Munich, 71989, p. 141.
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o menos realista o ilusa; nos salen al encuentro y se hacen valer como principios
inspiradores de una vida personal elevada, al modo como sucede con los grandes valores:
la belleza, la justicia, la bondad…
De ahí que no tenga el menor sentido por parte de los psiquiatras querer solucionar
los desarreglos psíquicos mediante la liberación de toda norma y el alejamiento de los
más altos valores, pues esa liberación supone preferir la libertad de maniobra a la
libertad creativa, que es la propia de los niveles 2 y 3.
Una vez que descubrimos el ideal de la unidad y optamos por él, tenemos recursos
suficientes para superar la pena que nos produce el dolor cuando no le vemos sentido
alguno y salvar, así, el vacío existencial, los temibles abismos de desesperanza que la
vida pueda abrir a nuestros pies en un momento u otro. De aquí arranca la actitud
inquebrantablemente optimista de Víctor Frankl, que, con todo realismo, sabe mirar al
mal a los ojos, e intenta vencerlo por elevación, consciente de que el hombre puede vivir
con insospechada dignidad incluso en los momentos más sombríos.
Esto nos permite comprender que el ideal de la unidad o del encuentro –y,
derivadamente, del servicio- sea la fuente de energía que puede salvarnos de la
desesperanza en situaciones muy adversas. “Lo que de verdad necesitamos –escribe
Frankl- es un cambio radical en nuestra actitud ante la vida. Tenemos que aprender por
nosotros mismos y, después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que
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no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros” 12. He aquí
bellamente sugerido el ideal de la unidad y del servicio. Quienes en el campo de
concentración vivían encerrados en la preocupación por su desdicha sucumbían pronto a
la desesperanza. Los que se abrían a la necesidad de los demás y procuraban de alguna
forma aliviarla sacaban fuerzas no se sabe de donde y conseguían sobrevivir. He dicho
mal; sí se sabe de dónde: del ideal de la unidad.
Ahora vemos con mayor claridad que este ideal es plenamente real, en sentido de
eficiente, capaz de transfigurar la vida, elevarla, salvar pruebas inauditas. En la misma
medida que el ideal, es real y eficiente el sentido de la vida. Ver que nuestra vida tiene
sentido nos anima, nos da ánimo y una indecible alegría que ni las mayores pruebas nos
pueden arrebatar.
1. Un profesor tiene por tarea formar a sus alumnos. Esta tarea puede realizarla con
distintos fines, que pertenecen a niveles cada vez más altos:
2. Un ama de casa
3. Un enfermo
a) es paciente y dócil
b) soporta la enfermedad con entereza
c) gana elevación espiritual y madurez
12 El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 91988, p. 78.
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d) ofrece el dolor por una causa noble –por ej. las misiones- porque es
creyente y acepta el sentido redentor del sacrificio.
4. Un bibliotecario
a) ordena la biblioteca
b) atiende a los lectores
c) lo hace con esmero y procura estar al día para que su información sea
perfecta
d) realiza esta tarea con la voluntad expresa de crear modos de unidad
valiosos con sus semejantes
El paso de unas formas de sentido a otras superiores se realiza al subir del nivel 1 al
nivel 2 y el 3, incluso el 4 –que es el religioso-. El nivel 2 es el del encuentro. Al encontrarnos,
podemos superar con creces alguna pérdida que podamos haber tenido en cuanto a las formas
inferiores de sentido. Al vivir el encuentro, vemos que nos trascendemos a nosotros mismos,
que nuestra vida debe polarizarse dinámicamente entre dos centros, que el valor supremo es
crear formas altas de unidad y eso se logra en los niveles 2 y 3, no en el nivel 1. Por tanto, en
un momento puede parecernos que todo está perdido –y lo está en el nivel 1-, pero no significa
una hecatombe para la persona. Ésta cuenta con más fuentes de sentido que las propias de
ese nivel elemental.
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Nos admira observar con qué tino cultiva Víctor Frankl, en su Logoterapia, el arte
de ver cada situación desde un nivel superior, para encontrarle un sentido más allá de su
apariencia insensata y desesperada. Recordemos la agudeza con que procuró aliviar el
dolor del rabino judío que había perdido a toda su familia. Debemos buscar el sentido de
lo que acontece contemplándolo desde un plano elevado. Una madre pierde a un hijo. Es
una inmensa desgracia, pero le queda la vida, y ésta le da posibilidades para hacer algo
por los demás y honrar, así, la memoria de su hijo. No perdamos todo cuando perdemos
algo que parece anular el sentido de nuestra existencia. Ampliemos la noción de sentido
y veremos que nuestra vida tiene todavía razón de ser, pues ni el dolor ni la muerte misma
pueden arrebatarnos los frutos del encuentro: el buen ánimo, la alegría interior, el
entusiasmo, la felicidad y, por tanto, la paz y el amparo interiores, el gozo festivo o júbilo.
El sentido no se halla en nuestra vida de modo estático. Tenemos que hacerlo surgir
creando encuentros, que son la realización concreta del ideal de la unidad. Al vivir diversos
encuentros, sobre todo si son muy valiosos, vemos alumbrarse el sentido de la vida. Este
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sentido podemos incrementarlo indefinidamente; nos basta, para ello, ser responsables, dar
respuesta positiva a los distintos valores que nos apelan en la vida. Te invito a oír el Quinteto
para viola de Mozart y te asombras de su increíble belleza. Te pregunto, entonces, si la vida
tiene sentido y, posiblemente, me respondes: “Vale la pena haber vivido hasta ahora para
llegar a esta cumbre estética”. Acaba de alumbrarse en tu interior el sentido de la vida al
encontrarte con el genio de Mozart.
Al hacer la experiencia personal del sentido, nos movemos a apostar por él. Tal
apuesta nos dispone para descubrir en cada momento, gozoso o desconsolador, que todo en
la vida tiene un “por qué”, una meta, y vale la pena soportar cualquier “cómo”, es decir, las
condiciones que se nos pongan para conseguirla 13.
Por vía de síntesis, podemos concluir diciendo que nuestra vida tiene sentido cuando
se deja imantar por el ideal de la unidad y se consagra a realizarlo. Al descubrir el ideal de la
unidad y optar por él (quinto descubrimiento del gráfico), nos elevamos al nivel 3, y dotamos
a nuestra vida de libertad creativa, la colmamos de sentido, ejercitamos la creatividad,
pensamos de modo relacional, damos al lenguaje y al silencio todo su alcance, nos
encaminamos por la vida del éxtasis, no del vértigo, y concedemos a la afectividad todo su
alcance y su sentido.
Ahora podemos comprender con qué profunda razón decía Romano Guardini que, al
realizar los grandes valores –la unidad, el amor, la justicia…- , nuestro espíritu vive
plenamente; y, al alejarnos de ellos enferma. La razón profunda de ello es que la persona
humana –por ser abierta- se halla en su “elemento” cuando crea vínculos de auténtica
convivencia con los demás. Entonces su vida desborda sentido. Al abandonar ese entorno
nutricio, se asfixia, como el pez al salir del agua. Salirse del entorno vital propio es una acción
insensata, suicida, carente de todo sentido.
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