Una Aparente Perfección, Sofía Duran

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Una aparente perfección

Los hijos de Bermont X

Sofía Durán
Derechos de autor © 2022 Sofía Durán

© Una aparente perfección

Todos los derechos reservados


Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier
similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo
intencionado por parte del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema
de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio,
electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso
expreso del editor.

Editado: Sofía Durán.


Copyrigth 2022 ©Sofía Durán
Código de registro: 2207181596850
Fecha de registro: 09 de agosto 2022
ISBN: 9798845874832
Sello: Independently published

Primera edición.
Una apariencia perfecta no es necesaria cuando estás con la persona adecuada
ni tampoco con los seres que amas.
Contenido

Página del título


Derechos de autor
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Prólogo

La felicidad era un concepto del cual Jason renegaba para


esos momentos de su vida. Claro, experimentó el
sentimiento en algún momento, pero con el tiempo
comprendió que fue debido a ello que el dolor posterior fue
tan grande y duradero. La idealización de la felicidad fue lo
que ocasionó la pérdida, la perspectiva de tenerla por
siempre creó la insatisfacción. Sin saberlo estaba dando
pasos vertiginosos hacia la desolación y la incomprensión
del término.
Sin embargo, fue feliz, pese a que encontró de una forma
muy particular a la persona que fue su mujer y el resultado
fue agradable. Annelise, siendo hija de duques y hermana
de uno, estaba acostumbrada a que su carácter caprichoso
fuera aceptado sin renegar, ser el centro de atención era la
historia de su vida y obtener todo lo que quería en cuanto lo
quería, su habitual. Jason comprendía la razón de ser de
Annelise, fue una persona solitaria, creció en medio de
adversidades y un hermano ausente hasta la muerte de sus
padres.
Se encaprichó con él y arriesgaron todo al tener una
relación a escondidas, sobrepasando los límites socialmente
aceptables, asunto que se hizo notorio cuando el duque los
encontró desnudos y en una cama de su propiedad. Tuvo
suerte al no morir a manos de un hombre como John
Ainsworth, incluso se consideraba afortunado por poderse
casar con esa jovencita revoltosa.
Los años pasaron y la pareja era clasificada como una de
las más estables y felices; sonreían, eran cariñosos y no
había noche en la que no salieran de casa, inmersos en la
sociedad, en la diversión y el descontrol; eran el dúo que a
ninguna fiesta debía faltarle para pasar a ser legendaria, no
había anfitrión que no deseara que los Seymour atendieran
su invitación.
Hasta que de pronto un día, la pareja perfecta perdió
color.
Fue notorio el cambio en la actitud chispeante y alegre de
la joven y el carácter liviano y amistoso del caballero.
Lentamente fueron privando su presencia de las reuniones y
veladas, hasta que, de un momento a otro, simplemente
desaparecieron.
Muchos pensaron que tomaron la decisión de mudarse
debido al mal estado en el que se vio a lady Annelise en sus
últimas apariciones, quizá la pareja necesitaba un tiempo
para ellos mismos, pensaron que eventualmente
reaparecerían, pero cuando el momento llegó, lord Seymour
fue el único que hizo acto de presencia y pese a que la
curiosidad general ansiaba preguntar por la desaparición de
lady Annelise, la actitud del heredero de los Seymour
impidió cualquier cuestionamiento con referencia al tema.
Por mucho tiempo, el cambio extremoso en la
personalidad del caballero dio de qué hablar: no se veía en
él ni una sonrisa, tampoco una conversación alegre o ligera,
su rostro permanecía sin expresión y en su mirar se podía
percibir que su cabeza se encontraba hundida en el mar de
los recuerdos poco placenteros.
El nombre de Annelise fue vedado en presencia del
heredero de los Seymour, y aunque las dudas surgían de
cuando en cuando, de los labios de Jason no se volvió a
escuchar el nombre de su mujer y entre su familia y amigos,
nunca más se habló de ella o de lo que le sucedió.
Capítulo 1

Situada a cuarenta minutos de la capital del Reino Unido,


una suntuosa estructura de ladrillo de tres pisos de altura se
alzaba en medio de un césped pulcramente cuidado y
recortado, arbustos alineados y transformados con esmero
en figuras geométricas que dieran composición y
lineamiento a las plantas que rodeaban la propiedad creada
en el siglo diecisiete y conservada perfectamente gracias a
los actuales dueños: los duques de Lauderdale.
Era normal que, durante la temporada de calor, los
duques se movieran de la ciudad para disfrutar de los
beneficios del campo, las gracias de no estar ante el ojo
público y la libertad de invitar a quienes les placiera en caso
de sufrir aburrimiento en aquel retiro solariego que la pareja
hacía como parte fundamental para desprenderse de la
bruma capitalina.
Aún faltaba al menos media hora para llegar a los
senderos que conducirían directamente a la casa, sin
embargo, las dos jovencitas que acompañaban a la pareja
de duques se entusiasmaban contra la ventana de la
carroza que avanzaba lenta pero constantemente hacia el
destino al cual fueron invitadas.
—Es implacable el olor dulzón que se mezcla con el
viento, tía ¿se puede saber qué tipo de flores son?
—En realidad, querida, son plantas —explicó felizmente la
duquesa, quien siempre fuese alabada por dicho aroma—.
Plantas trepadoras que verás en cuestión de minutos, se
llaman wisterias.
—¡Oh, pero qué maravilloso aroma tienen! Por poco y las
confundo con el de las gardenias, es tan dulce y deleitante
que bien pareciera que las trajéramos en esta carroza ¿No
lo crees tú, Daira?
Los duques miraron con respeto a la dama sentada junto a
su sobrina, aquella mujer pareciese más una estatua que un
ser humano capaz de mover las extremidades. De hecho,
los duques no recordaban haberla oído hablar ni una sola
vez, conservaba una postura erecta y señorial, se movía con
pasmosa calma y ni siquiera dormitaba, pese al largo viaje.
—Es un olor exquisito en verdad. —Dicho aquello, la mujer
volvió la mirada hacia el pasar de los árboles,
abstrayéndose de la conversación nuevamente.
Podría parecer antipática ante su corta contestación, pero
los duques lograron percibir una mirada fascinada cada vez
que la joven desviaba sus ojos a la ventana; era obvio que
su verdadero interés estaba en el exterior de la carroza.
Admiraba el camino con el asombro de quien viese por
primera vez árboles, montañas y ciervos.
—Ham House tiene mucho que ofrecer para una amante
de las plantas —fue el duque quién dio pie una nueva
conversación, mostrando orgullo en su voz—. Encontrarás
nuestro invernadero encantador y poco sufriremos de calor
gracias a la casa de hielo.
—¿Tienen casa de hielo y todo? —se extasió la joven
parlanchina, quien no hubiese cerrado la boca exceptuando
el tiempo que durmió de camino a Richmond—. ¡Estoy
ansiosa por llegar y verlo todo!
El entusiasmo de la joven dama caía en gracia de los
duques, puesto que a sus cuarenta años no habían perdido
ni un gramo de vivacidad y eran compatibles con ella. Se
alegraban de haber ofrecido a su sobrina pasar una
temporada con ellos en Londres, era una felicidad que la
pareja necesitaba al estar procesando las recientes malas
noticias dichas por su médico de cabecera: tal parecía que
existían grandes posibilidades de que jamás engendraran
hijos.
Pese al contratiempo que representaba que una mujer no
pudiera dar hijos a un noble, el duque de Lauderdale amaba
a su esposa, eran una de las pocas parejas que se casaron
totalmente enamorados y aquello no era más que un
obstáculo que tendrían que superar, sobre todo la duquesa,
quien se hacía mayor y cada vez que sufría un aborto o
tenía sus ciclos femeninos, se entristecía un poco más.
Esa era la razón principal por la cual Pridwen estaba ahí.
Esa impertinente y espontánea muchachita era la única que
hacía reír sin reparos a la duquesa, se divertían juntas pese
a la diferencia de edad y, aunque el duque no disfrutaba ser
el centro de sus burlas, permitía con una sonrisa que ambas
intentaran hacer jugarretas en su contra.
—Tía, he escuchado decir que en Ham House se ve un
espíritu, ¿Es acaso verdad? —los vivaces ojos verdes se
mostraron deleitados con la idea, poco le faltó para caerse
del asiento, únicamente siendo rescatada por la mano
amiga de su dama de compañía.
—¡Ah, Pridwen, siempre con ideas locas en la cabeza! —
quitó importancia la tía—. He venido aquí durante años y te
aseguro que jamás he visto ni a la duquesa ni a su perro.
—Mmm… no es lo que dicen por ahí.
—Te aseguro que es la verdad. —La mujer negó hacia su
sobrina, quien fuese alegre e inocente, para después
enfocarse en la figura retraída que permanecía en un
silencio prudencial—. ¿Usted qué opina, señorita Fiore?
Con desesperante calma, el cuello de la señorita Fiore hizo
su trabajo para mover la cabeza garbosa, atrayendo su
atención de la ventana hasta la conversación.
—No soy especialmente creyente de cosas que no puedo
ver mi lady, lamento no compartir el entusiasmo. —Dejó
salir una sonrisa apretada que inmediatamente desapareció,
haciendo evidente que no había sido una gesticulación
sincera, sino más bien de cortesía.
La duquesa de Lauderdale suspiró. En ocasiones no podía
creer que esa jovencita y su sobrina fueran tan buenas
amigas, pese a que no despreciaba a la señorita Fiore, su
carácter y el de Pridwen eran más dispares que un zapato
azul y uno verde. Sin embargo, parecían llevarse bien y
Pridwen insistía en llevarla a todas partes, adjudicándole el
título de dama de compañía.
—Agh Daira, ¡eres siempre tan aburrida! —Pridwen la
aventó ligeramente con su hombro—. ¡Vamos, un poco de
creatividad, mujer! Debes de tener uno que otro sueño,
aunque de repente se frustren o no se cumplan.
—No presiones a la señorita Fiore, querida —pidió el
duque, viendo a la hermosa mujer que rápidamente apartó
la mirada—. Cada quien puede pensar lo que guste.
—Bueno, en todo caso, hemos llegado —expuso la
duquesa.
La primera en dar un brinco desde la carroza fue Pridwen,
quien, tomando como precaución su sombrero, miraba a los
alrededores con deleite. Había visto muchos lugares
hermosos a lo largo de su vida, pero jamás se sintió tan feliz
como en ese momento.
—¡Daira, vamos, vamos! —pidió a base de gritos y
exagerados ademanes de manos que la hacían parecer
fuera de sus cabales.
Al ser una persona de menor categoría, la señorita Fiore
se veía obligada a esperar a que tanto el duque como la
duquesa bajaran de la carroza, de hecho, el que le
permitiesen ir en el interior de la misma se debía
únicamente a la testarudez de Pridwen.
Una vez alcanzó el acelerado andar de la entusiasta rubia,
Daira Fiore esbozó una pequeña sonrisa y escuchó con
ternura las múltiples exclamaciones de asombro de la mujer
que se empeñaba en señalar que eran amigas y no una
señora con su subordinada.
—Me parece que Pridwen tiene una relación insana con
esa muchacha —dictaminó la duquesa, mirando a su esposo
quien tampoco quitaba la mirada de las dos damitas bajo su
cuidado.
—Creo que le hace bien, Pridwen jamás ha sido de
muchas amigas y el que una de ellas se la persona que se
encarga de cuidarla es una forma de asegurarse su lealtad y
presencia.
—¡Oh, a veces puedes ser tan cruel, Fernando! —La
duquesa lo codeó con gracia—. Pero tienes razón, es la
primera vez que la veo realmente contenta con alguien a su
lado.
—Dejémosla estar, si sus padres lo permiten, no veo
porqué nosotros nos hemos de interponer.
—Me pregunto si la debo mandar con los criados o darle
una habitación de huéspedes —la mujer se mostró
conflictuada y buscó ayuda en su marido—. ¿Tú qué dices?
—No lo sé. Imagino que Pridwen pondrá el grito en el cielo
si es que la mandamos con los criados, será mejor ponerlas
juntas.
—¡¿En la misma habitación?!
—Sí, nos ahorraremos problemas.
—Pero nuestros invitados lo cuestionarán, seguro lo harán.
Fernando miró a su duquesa, inclinándose de hombros
como toda contestación. Adoraba a su esposa, pero no
comprendía por qué organizó toda una festividad en honor a
Pridwen cuando era más que obvio que a su sobrina no le
gustaban esas faramallas. Sin mencionar que se fueron a
Ham House precisamente para alejarse de los dolorosos
cuchicheos de Londres sobre la falta de niños entre los
duques de Lauderdale, culpando, por supuesto, a la
duquesa por ello.

«Vale la pena vivir, quieres vivir, no deseas la muerte,
tienes razones por las cuales seguir, la vida es buena, la
vida es agradable, la vida se disfruta, la vida se celebra.»
Eran palabras dolorosas, demasiado dolorosas para quién
ha perdido toda esperanza, para aquel que se ha dado por
vencido, que vive en el dolor y, al mismo tiempo, no puede
rendirse ante los deseos de su propia consciencia, ante la
suplica de su cerebro, de su corazón y de todo su cuerpo.
Desde hacía tiempo que Jason sentía que una nube gris
había bloqueado por completo su vida, dejándolo
permanentemente depresivo, gris, sin entusiasmo.
Recordaba con melancolía el tiempo en el que la felicidad
era parte de su vida, las preocupaciones no existían y la
calma reinaba dentro de su alma. Era increíble lo que el
amor era capaz de destruir; lo solitario, desmoralizado y
frustrado que podía llegar a sentirse la persona que se
quedaba atrás.
Había perdido mucho en cuestión de unos cuantos años,
propiciando el sentimiento de senectud prematura. Sabía
bien que, en un determinado momento, incluso el hombre
más vivaz y con libido implacable se cansaba debido a la
edad, un daño irreparable del cual ningún hombre había
podido escapar pese a que ansiara con todas sus ganas
volver a estar entre el calor de una mujer.
Pese a que él conservara su virilidad intacta al tener poco
más de una veintena de años, su deseo por el placer, la
gloria y la ventura se habían desvanecido. Lucca, su más
afecto primo, disfrutaba en decirle que no era más que un
muerto en vida, uno que tomaba mujeres pero que no
sentía ni el más mínimo deseo al momento de hacerlo,
quizá lo hacía simplemente para zacear un impulso que no
estaba tan muerto como lo estaba el resto de su alma.
Eso precisamente fue lo que lo había llevado hasta los
brazos de aquella mujer. Que, aunque era mucho mayor de
lo que era él, seguía conservando una beldad
despampanante; era madura y sabía muy bien como
complacer a un hombre.
Una amante ideal al ser despreciada por su esposo y por
lo cual se dedicaba a recibir placer de dónde se le ofrecía.
Su nombre era Lina, Lina Melbrook, casada con un
distinguido conde, muy rico y muy mayor al cual casi nunca
veía, se decía que sólo visitaba Londres con la estricta
intensión de verificar que su esposa no engendrara
ilegítimos, después se marchaba indefinidamente en
compañía de sus conocidas amantes y muchos hijos
bastardos.
A lo que Jason sabía, el conde la abandonó desde un inicio
y a partir de que ella cumplió los treinta y siete, comenzó
con su largo desfile de amantes, preferiblemente más
jóvenes que ella. Aunque jamás había tenido uno de la
categoría de Jason, un heredero a un marquesado era
especial, y no sólo por el título, sino por la muy atractiva
riqueza que había en la familia de dicho caballero, quien
tendría para mantener como reyes a muchas generaciones
venideras.
Se sabía que los Seymour eran cuidadosos en su forma de
gastar, jamás se les veía alardeando y mucho menos siendo
extravagantes, eran más bien modestos pero elegantes,
bondadosos, pero no extremistas. Sabían manejar su
riqueza y esta tendía a incrementar gracias a la
administración del marqués y, por lo que se escuchaba en
las calles, por su heredero, el actual conde.
Jason despertó en la alcoba de Lina Melbrook sintiéndose
extraño al momento de darse cuenta que había perdurado
la noche, usualmente escapaba antes de que llegase el
amanecer, pero era obvio que había quedado lo
suficientemente extenuado como para hacer caso omiso a
su reloj interno que normalmente le indicaba la hora
adecuada para abandonar la propiedad de una mujer
casada.
Se separó del cuerpo cálido y comenzó a vestirse
rápidamente y sin mirar en ninguna ocasión hacia Lina,
quien iba despertando, haciendo sonidos gozosos de
estiramiento mañanero tras una noche de extremo placer y
un delicioso descanso.
—Jason… —ronroneó—. Sabes que no tienes que irte.
—Sí, tengo qué.
—¿Por qué estás tan serio? ¿Es que acaso no lo
disfrutaste?
Jason sonrió. Le estaba dando la espalda a la mujer, por lo
cual no pudo verlo, pero de alguna manera, Lina Melbrook
sabía que aquella respuesta no podía ser otra cosa más que
afirmativa. Jason disfrutaba en su cama y ella lo hacía aún
más.
El cuerpo de un joven era gratificante para Lina Melbrook,
solía acostarse con hombres maduros e incluso algo
pasados de la edad de la madurez. Pero Jason… Jason le
resultaba delicioso; era enérgico, corpulento, apasionado y
muy buen amante. Lina se delineó el labio inferior con la
lengua, incluso verlo vestir era un acto que estaba cargado
del más puro erotismo y seducción.
—Jason… no te he oído contestar.
—Quizá porque no hace falta que lo haga —dijo, metiendo
su camisa en sus pantalones.
Lina sonrió conforme y se recostó en las almohadas,
moviéndose entre las sábanas con poses satisfechas y una
faz llena de placer y falta de entusiasmo por ponerse de pie.
De hecho, agradecía que no tuviera la necesidad de hacerlo
ya que tenía la libertad de quedarse en cama, esperando
porque él regresara a sus brazos.
—¿Volverás esta noche?
—No. —dijo con rapidez, tomando su reloj de oro y
colocándolo a salvo en su chaleco.
—¿Por qué no? —se levantó sobre sus codos.
—Tengo cosas qué hacer.
—¿Así me delegas? ¿Como alguien a quien puedes dar
una patada cuando no quieres tener sexo?
Jason frunció el rostro al percibir la réplica en aquel tono
chillón que tanto le molestaba de las mujeres remilgosas.
Era como escuchar a una niña pelear por un caramelo que
su madre no le quería dar.
—¿Esperabas que viniera nada más a dormir?
—No me molestaría.
—Tengo mi propia cama para eso —dijo sin más,
mirándose en el espejo y alisando su cabello revoltoso.
Lina Melbrook sonrió de nuevo de forma seductora,
dejando sus pechos al aire para que fueran notorios para el
hombre que le ponía poca o nada de atención. La mujer
frunció el ceño. ¿Es que toda pasión había desaparecido de
su sistema? ¿Ni siquiera su cuerpo desnudo llegaría a
tentarlo en lo más mínimo?
—Nos vemos —dijo sin mirarla, saliendo por aquella
puerta y cerrando pese a que escuchó la clara maldición
salir de los labios hermosos de la mujer que acababa de
dejar desnuda en la cama.
Jason inhaló hasta llenar por completo sus pulmones con
el aire fresco. No pasarían de las seis de la mañana, por lo
que no tenía preocupación por encontrarse a algún
conocido, sin embargo, muchos empleados y comerciantes
iniciaban sus labores y sería igual de peligroso que lo vieran
saliendo de esa casa.
Empezó a caminar, primero sin dirección alguna y
después, dirigiéndose hacia el mercado. Las horas
tempranas siempre le resultaron sumamente
reconfortantes; le era agradable el viento fresco acariciando
sus mejillas, el aroma a pan recién horneado, los despojos
de agua que se almacenaban en las calles después de la
lluvia y las nubes grises que lentamente abrían paso al sol.
Al llegar a la calle destinada para el comercio de toda
clase, Jason sonrió y comenzó a saludar, para ese momento,
era normal encontrarlo ahí, muchos lo conocían de sobra y
algunos hasta podían hacerse llamar sus amigos. El
heredero de los Seymour era distinguido por tener un
carácter extrovertido, jovial y amable para con todos. Jamás
se escuchó de él ni una queja, nadie se podría hacer llamar
su enemigo, por el contrario, era respetado y querido.
—¡Mi lord Seymour! —saludó efusivamente el señor Ratle,
dueño de una panadería que Jason frecuentaba—. ¡Tengo su
encargo de siempre! ¡Lo tengo listo!
—Me sorprende señor Ratle, apenas estará calentando los
hornos, ¿Es que tiene medido el tiempo que demoro en
llegar aquí?
—Debo admitir que en esta ocasión ha madrugado, mi
lord.
—Me encontraba más cerca de lo usual —sonrió el
hombre.
Jason esperó pacientemente a que el señor Ratle colocara
el listón rosado que envolvería la caja para evitar que esta
se abriera de camino; ya en alguna ocasión ocurrió el
accidente de que los deliciosos bollos de queso terminaran
en el suelo. Aquello cayó mal al orgullo del panadero, quien
desde entonces colocaba listones en las cajas de todos sus
clientes como mera precaución.
—Listo, mi lord, aquí tiene.
El panadero extendió la caja hacia el extraño lord que
amablemente compraba todos los días en una tienda que no
fuese ni la más prestigiosa ni la más reconocida de Londres,
pero que, sin dudas, tenía el mejor pan. Jason lo había
descubierto por casualidad, pero desde entonces, era la
tienda a la que sus empleados eran enviados a comprar
para abastecer las necesidades de su hogar.
—Gracias, señor Ratle, le debo una —Jason tendió el
dinero y, como de costumbre, dejó mucho más de lo
necesario para comprar diez bollos de queso.
En un inicio, el señor Ratle se molestó por ese hecho, pero
con el tiempo descubrió que no era más que otra forma en
la que el noble demostraba lo mucho que disfrutaba de su
pan y sin lugar a dudas, el dinero extra era bien recibido
para una panadería que apenas y se mantenía a flote.
Siguió con su camino, ahora con el calor que le trasmitía
la caja de bollos directamente contra sus manos. Jamás le
diría al panadero que a él en realidad no le gustaba el pan,
mucho menos algo como un bollo de queso. Solía regalarlos
a los niños que pasaban por sus lados, metiendo manos
indiscretas en sus bolsillos para sacar las monedas que él
previamente colocaba para ellos, quedándose únicamente
con un bollo para cuando llegara a casa.
—¡Llegué! ¿Dónde están todos? —gritó en cuanto abrió la
puerta de su propiedad en la calle Pimlico.
—Mi señor, buenos días, le informo que lady…
—¡Papá!
Capítulo 2

Los niños pequeños debían ser escandalosos, hacer


travesuras y, aunque se les entendiera poco, era agradable
escucharlos hablar sin parar. Sin embargo, ese no era al
caso del pequeño Jackson, único hijo de Jason Seymour,
sucesor del título de su abuelo y de su padre cuando estos
estuvieran incapacitados para llevar a cabo las obligaciones
que les correspondían como marqués de Kent.
Sobre los hombros de ese niño recaían tierras, empleados,
arrendatarios y un asiento en la cámara de lores. Jason no
podía más que preocuparse, pese a que adoraba a su hijo,
conocía sus limitaciones, y por el momento, eran enormes.
Iniciando por su renuencia a hablar con nadie que no fuese
él y a base de susurros directamente dirigidos a su oído. En
ocasiones gritaba, como lo hizo al verlo llegar, pero después
se ensimismaba en un cauteloso silencio que era siempre
acompañado por unos perspicaces ojos grises que seguían
sin compasión a su interlocutor.
—Jack, ¿Qué has aprendido el día de hoy? —Jason se
agachó y tomó a su hijo en brazos—. ¿Terminaste tus
deberes?
La boca del pequeño se acercó hasta el oído de su padre y
explicó su avance en las lecturas. La voz de su hijo era
tierna y serena, pero tan baja que estaba claro que sólo era
dirigida para una persona.
—¿Has hablado con la señorita Dylan? —El niño meneó la
cabeza en negación—. ¿Por qué? Pensé que te agradaba,
estabas brincando de alegría hasta hace unos días. —Jack
negó nuevamente con la cabeza, mostrándose enfurruñado
—. ¿Sucedió algo?
—Le aseguro que todo va bien, mi lord —se adelantó la
señorita Dylan—. Lo que sucede es que el niño Jackson lo
echó de menos.
—Lo dudo. —Los ojos grises de Jason se endurecieron ante
la perspectiva de que su hijo sufriera, no sería la primera
tutora que despidiera debido al maltrato. Ya en una ocasión
ocurrió que el pequeño soportó por mucho tiempo el abuso
por parte de alguno de sus instructores. Era un error que
pensaba no volver a repetir—. Hable con el señor Coleman,
agradecemos sus servicios, pero no serán necesarios de
ahora en más.
—Pero, mi señor, le juro que…
—Mi hijo no miente, señorita Dylan —irrumpió cualquier
excusa—. Si se queja es porque algo verdaderamente malo
le sucedió bajo su cuidado. De ser así, no la necesitamos
más.
—Es normal en los niños intentar deshacerse de las
personas que lo riñen, pero es fundamental para su
educación.
—No quiero esa clase de educación —reiteró—. Jackson no
necesita regaños para aprender, es un chico listo que gusta
de estudiar, no veo razón de que lo reprendan.
—Mi lord, con todo respeto, el niño no habla si no es con
usted —la mujer elevó las cejas—. Es un problema grave al
cual se le debe de poner toda la atención.
—Lo tomaré en cuenta. —Y no era algo que Jason ignorara
—. Por el momento, sería mejor que busque sus cosas,
Oscar se encargará de llevarla a donde deseé pasar la
noche.
Ofendida, la mujer elevó aún más la cabeza y giró airosa
en dirección a su recámara para desalojarla. Era de
conocimiento público lo duro que podía llegar a ser lord
Seymour con la educación de su hijo, pero jamás imaginó
que la echarían porque el pequeño se quejara. En opinión
de la señorita Dylan, el chico no era más que un perfecto
inútil, incapaz de hablar y mucho menos de enorgullecer a
su padre, no le veía un futuro brillante, ni posibles
progresos.
—Hijo —Jason llamó la atención del niño en sus brazos—.
Sabes bien que cuando algo anda mal, debes ir
inmediatamente con el señor Coleman o la señora Merkel.
—Lo sé —susurró a su oído.
—¿Qué era lo que te hacía la señorita Dylan? —El niño,
después de una ligera duda, mostró sus palmas enrojecidas
—. ¿Te golpeaba?
Un asentimiento de cabeza fue la contestación que obtuvo
del pequeño rubio.
—Jack malo, Jack malo —imitó el regaño.
—No creas nada de lo que te haya dicho, de ahora en
más, estaré presente en tus lecciones, por muy largas que
sean.
—Mi lord. —El señor Coleman llegó oportunamente hasta
el recibidor, donde padre e hijo seguían con una
conversación susurrante—. Me ha informado la señorita
Dylan sobre su dimisión.
—Dale una buena compensación Coleman, pero la quiero
fuera de esta casa —dijo el hombre y tomó la mano de su
hijo —. ¿Acaso esto se te hace un trato normal hacia un
niño?
El mayordomo en jefe cerró los ojos con lentitud y negó
con la cabeza, a sabiendas que el descuido también
formaría parte de su historial al pasar por alto algo que
afectase de esa forma al hijo del futuro marqués de Kent.
—No mi señor, lo siento.
—¿La señora Merkel no vigilaba sus clases?
—Me temo que el día de hoy no lo hizo, mi señor.
—¿Por qué motivo?
—Creo que ha sido mi culpa, hermano.
Para ese momento, lo único que podía hacer Jason era
maldecir su suerte. Claramente no había escapatoria para la
intervención que su hermana planeaba hacer con su
presencia. Micaela no vivía en Londres y, si estaba en el
lugar, seguramente era con un propósito maquiavélico en
su contra.
—No tengo tiempo Micaela, tengo una mujer que
amonestar y un niño al qué colocar ungüento en las manos.
—La señora Merkel puede ocuparse de ello —Micaela
lanzó una mirada hacia la mujer que permanecía unos pasos
atrás de ella.
El ama de llaves se adelantó lentamente hasta el niño
que, al verla, se aferró con más fuerza al cuello de su padre,
negando repetidas veces y abrazando sus piernas alrededor
de la cintura esbelta del hombre que le dio la vida.
—Vamos Jack, es la señora Merkel, la conoces bien —pidió
su tía con un tono dulcificado—. Papá tiene que hablar
conmigo.
—Sabes bien que no le gusta que lo toquen, Micaela —
reclamó Jason, abrazando más a su hijo.
—Pero se deja curar por la señora Merkel, ya lo he visto en
otras ocasiones cuando se raspa las rodillas junto con
Antonella y Aurora.
Los ojos grises de los varones se encontraron, el pequeño
dando el asentimiento que su padre necesitaba para dejarlo
ir sin su supervisión. Jason era extremadamente protector
con él y se reprochaba por haberse quedado dormido en la
casa de esa mujer, descuidando a lo único que lo mantenía
con vida.
Micaela tuvo la prudencia de esperar hasta que la señora
Merkel se alejara lo suficiente como para que no escuchara
la conversación que estaba por entablar con su hermano
mayor.
—Sea lo que sea, la respuesta es no —se adelantó Jason.
La mujer dejó salir un fuerte suspiro, sus facciones se
deformaron rápidamente hacia la molestia.
—He aceptado en tu nombre la invitación de los duques
de Lauderdale, todos vamos a ir y no veo razón por la cual
no asistas.
—Tengo un hijo, trabajo y…
—Todos tenemos obligaciones e igualmente vamos a
asistir.
—Me alegro por ustedes, pero me veo en la necesidad de
faltar a tu mentirosa aceptación, lo siento.
—Será una buena distracción —trató la mujer—, lo que
haces no es sano, sobrevivir no es lo mismo que vivir, Jason.
El hombre dio media vuelta, introduciéndose a un salón
donde sabía que encontraría un buen coñac dispuesto en
una licorera.
—Soy funcional, Micaela, con eso me basta de momento.
—Tú hijo tiene cuatro años y es incapaz de hablar. —La
mano de la joven detuvo el proceso de su hermano para
servirse un vaso de licor—. ¿No crees que es reflejo de lo
que vive?
—¿Te atreves a culparme cuando sabes que hago todo lo
que puedo para que lo supere? —entrecerró los ojos—.
Jackson hablará cuando se sienta listo para hacerlo, no
quiero presionarlo.
—No te estoy culpando. —Apartó la mano—. Pero debes
sacarlo, que esté en otro entorno, que juegue y se vea en la
necesidad de actuar diferente. Sin tu constante protección,
él se obligará a salir adelante.
—Conozco a mi propio hijo.
—Bien, no discutiré sobre esto contigo —levantó las
manos en rendición—. Pero asistirás, si te niegas,
vendremos todos para obligarte a hacerlo.
—¿Quiénes son todos?
—Me refiero a todos. —Micaela alzó una ceja
amenazadora.
Al escuchar esas palabras, la mano de Jason apretó con
fuerza el cristal del vaso de coñac, sabía que su hermana
podía persuadir a sus primos de ir a su casa y sacarlo
cargando si es que fuera necesario. Entendía la
preocupación que sentían por él, pero se encontraba bien,
mucho mejor de lo que estuvo hace dos años.
—Lo pensaré.
—Será mejor que tengas listos tus baúles para cuando
toque esa puerta de nuevo —advirtió—. Será bueno para ti,
lo prometo.
—Es lo que quieres creer.
Una sonrisa trémula se posó en los labios de la hermosa
mujer, acercándose lentamente hasta lograr posar un beso
en la mejilla del hombre que colocó de pronto un muro
hecho enteramente de hielo. A Micaela siempre le pareció
espeluznante la forma en la que Jason podía pasar de un
carácter afable y dulce, a un completo desconocido, uno
ensimismado y distante.
—Te quiero Jason, lo sabes ¿verdad?
—Lo sé —asintió levemente—. Pero el que me obligues a
hacer lo que te place no me es muestra de tu afecto.
—Quizá ahora lo repudies, pero verás que tiene una razón
de ser.
Cuando volvió a sentir la presencia de la soledad, Jason
pudo respirar tranquilamente, dejando de lado la actuación
a la que normalmente se sometía para evitar esa clase de
preocupaciones. Era mucho más fácil fingir que todo estaba
bien a explicar la complejidad de lo que estaba sintiendo en
su interior. Una sonrisa poco sincera y una risa fingida era
suficiente para que el mundo supusiera su felicidad, cuando
en su interior podría estar desbaratándose, una máscara de
alegría cubría toda huella de dolor.

Los jardines de Ham House estaban siendo arreglados


bajo el obsesivo ojo de la duquesa Lauderdale, tal parecía
que el evento que estaba organizando requería de la más
precisa perfección, de lo contrario, Daira estaba segura que
a la duquesa se le detendría el corazón de un momento a
otro.
Estaba por demás decir que prescindió rápidamente de la
ayuda de su sobrina, a quién poco le interesaba estar
envuelta en festividades y preparativos, seleccionando
inmediatamente después a aquella que no podía negársele,
puesto que no era más que una dama de compañía. La
duquesa descubrió en el camino que, de hecho, la prefería.
Pese a que la señorita Fiore fuera en esencia un alma
contenida y mayormente reservada, era buena para tomar
decisiones, tenía buen gusto, un paladar refinado y un ojo
exquisito para los detalles. Poco le faltaba para rogarle a su
sobrina que la dejase a su lado, estaba claro para la
duquesa que ella la necesitaba más.
—Mi querida Daira, esos arreglos tuyos son magníficos, no
entiendo la funcionalidad de tu cabeza al combinarlas de
esa forma, pero no habrá quién no las enaltezca al final del
día.
—Lo agradezco, lady Lauderdale.
—¡Oh, muchacha testaruda! ¿Cuántas veces he de pedirte
que me llames Lucille?
La joven no contestó, y sin embargo sonrió, continuando
con su tarea de acomodar los floreros que estarían
decorando las mesas que se dispondrían en el jardín como
bienvenida para los invitados.
—¿Sabes en donde se ha metido esa sobrina mía?
—La vi irse con lord Lauderdale a caballo, mi lady.
—Ya decía yo —negó—, esa muchacha siempre haciendo
lo que no es debido para una dama.
Daira disimuló una sonrisa, para la categoría que tenía
Pridwen, ella podía hacer lo que se le viniera en gana, pero
su tía tenía una mentalidad arcaica y era mejor no
arremeter contra ella sacando a luz pensamientos que
fueran meramente feministas y nada aceptados por unas
cuantas damas de alta sociedad.
—¿Dónde he de poner este arreglo, mi lady?
—No te atrevas a cargarlo tú —indicó la dama, buscando
en la lejanía a alguno de los mozos—. Dios sabe que puedes
lastimarte.
—Está bien, no es pesado —tomó el florero en brazos y
caminó con él hacia una de las mesas.
—Diantre de muchacha, a tu manera, eres igual que
Pridwen.
Lady Lauderdale llamó a gritos a un mozo que
rápidamente se acercó hasta la mujer que consideraba un
desperdicio el hacer que otra persona se encargara de algo
tan sencillo como llevar un florero de un sitio a otro.
—Permítame señorita Fiore —se acercó el mozo—. La
duquesa puede matarme si le admito dar un paso más.
—Es usted muy amable, pero cuando mucho me falta un
metro —dijo, empecinada con su tarea.
—Ya lo tengo —el hombre pasó sus manos por el jarrón,
rozando ligeramente la mano de la joven, quien
rápidamente se apartó, provocando que el florero cayera
sobre el césped.
—¡Santo cielo, muchacho! —se escuchó el grito de la
duquesa a la lejanía—. ¡Pero qué haces!
—Ha sido mi culpa, duquesa —Daira se apuró a inclinarse.
El muchacho hizo lo propio, tratando de recolectar las
flores esparcidas por el césped y el jarrón que por fortuna
no sufrió daños.
—Lo siento —se apuró a decir el muchacho.
—No te preocupes, la que lo soltó fui yo —quitó
importancia la señorita Fiore—. Lo arreglaré en un minuto.
—No me lo parece —sonrió el galante mozo—. Era un
complejo arreglo a mi ver. —El halago pasó inadvertido a los
oídos de Daira, quien continuó con su trabajo sin
miramientos. No dirigió ni un asentimiento de cabeza al
hombre que buscaba su mirada con empecinada galantería
—. ¿Le he molestado de alguna manera?
—¿Por qué lo dice?
—No me ha contestado.
El azulado océano que la joven tenía capturado en su
mirada se fijó en la pesadumbre del hombre que se
esforzaba por agradarle.
—Lamento si le parezco descortés, pero los invitados
están por llegar y tenemos poco tiempo para terminar.
—Entiendo —asintió el mozo, recordando lo que se decía
de dicha dama—. Venga, lo llevo yo.
En esa ocasión, Daira apartó las manos antes de que las
del hombre se insinuaran a las de ella. Se puso en pie
rápidamente y asintió ante el ofrecimiento, marchándose a
paso acelerado y enfilando hacia la mujer que la llamaba a
gritos.
—Daira —la duquesa tiró de sus manos para atraerla
rápidamente y susurrar presurosa—. No estoy lista, parece
que han llegado los primeros invitados. Dios me ampare,
parece que son los Bermont ¡Todos ellos! Tienes que
recibirlos mientras me acicalo… ¡ah! Y manda buscar a lord
Lauderdale y a mi sobrina ¡Pero pronto!
—Sí, mi lady.
La muchacha tomó el encargo con toda la entereza que
era capaz de acumular. Jamás estuvo en una situación
similar, el recibimiento de los nobles era una tarea que daba
inicio a la festividad y el rumbo que esta tomaría, por lo cual
debía ser perfecta. Hacer esperar a un noble se podía
categorizar como una terrible falta de respeto y, por como
la duquesa mencionaba el apellido de los recién llegados,
Daira juzgaba que su presencia era semejante a la de la
realeza.
Para su gran consternación, no parecía una estirada
familia de modales estrictos y caras alzadas que se jactaban
de su poderío y riqueza. Todo lo contrario, lo que se
encontró en el recibidor de Ham House fue a un tumulto de
personas de todas las edades; ruidosos, alegres y
despreocupados; bromeaban, se empujaban y reían sin
contemplaciones, era una imagen fascinante y fuera de lo
común.
—¡Basta todos! Nos están haciendo quedar como una
familia desarrapada y sin modales —se quejaba una dama.
—¡Si eres tú la que has empujado primero!
—Pero ustedes fueron los que comenzaron a correr como
locos.
—Hablando de ello, me debes dinero.
—No pagaré, ¿no te has dado cuenta? ¡Me has tirado al
suelo!
—Ganar es ganar.
Daira se vio en la necesidad de aclararse la garganta un
par de veces, siendo ignorada completamente hasta que
uno de ellos notó su presencia que intentaba por todos los
medios llamarles la atención.
—Ey, esa mujer ha intentado hablar en más de tres
ocasiones.
—¡Hagan silencio! —pidió otro caballero.
Fue entonces cuando toda una gama de colores oculares
se posó sobre ella. Para la gran mayoría, aquello hubiese
sido lo suficientemente intimidante como para dejar sin voz,
sin embargo, Daira estaba tranquila e imperturbable,
esperando a que todos pusieran atención para entonces
comenzar a hablar.
—Bienvenidos a Ham House, mis señores —se inclinó
respetuosamente—. Esperamos que tuvieran un viaje
agradable.
—¿Agradable? ¿Con todos estos locos de por medio? —se
adelantó una mujer de larga cabellera negra y ojos verdes
—. ¿Sabe lo que es ir de camino con un montón de cabezas
asomándose por las ventanas para dictaminar carreras
imposibles de ganar?
—Bueno, eh…
—No te apabulles querida —se adelantó otra elegante
dama—. Blake está enojada porque llegó al último —la
mujer cubrió su sonrisa detrás de un abanico.
—Tú cállate Sophia, por poco nos avientas del camino.
—Sus señorías —interrumpió entonces la dama que nada
tenía que ver con la familia—. Parece que ha sido un largo
viaje, ¿gustan que les indiquen sus habitaciones? O quizá
prefieran un refrigerio.
—Las habitaciones estarán bien —se adelantó un
corpulento hombre con una amenazadora mirada ambarina.
—Por supuesto, mi lord —se inclinó Daira.
Debía agradecer que la duquesa tuviera previsto esa clase
de aglomeración, puesto que, en cuestión de segundos,
varias doncellas se encontraban enfiladas, listas para recibir
sus órdenes.
—Lleven a sus señorías a sus respectivas habitaciones.
—Sus señorías —sonrió una mujer—. Es raro ser llamados
así.
—Compórtate Micaela.
Aquello salió de los labios del caballero a su lado, quien
cargaba a dos pequeñas, una dormida en su hombro y la
otra, mirando con fascinación el estilo de las cortes de
Carlos I y Carlos II que Ham House exhibía, aunque dudaba
que la pequeña lo supiera.
La respiración de Daira volvió a la normalidad cuando las
voces alegres se alejaron por la gran escalera, dejándola en
la soledad del recibidor con una sensación de contagiosa
alegría. Daira meneó la cabeza con intenciones de
enfocarse en sus tareas y caminó hasta la puerta principal,
topándose de pronto con un rezagado de la familia.
—Oh, lo siento mi lord —reverenció con apremio.
—Tranquila, no hace falta que te agaches de esa manera
—la voz agradable y amable del hombre la obligó a levantar
la cabeza.
Parado frente a ella se encontraba un hombre de cabellos
rubios, sonrisa amplia y ojos platinados. De él emanaba un
aura calmosa y amigable que encajaban perfectamente con
su garbosa apariencia. En uno de sus brazos mantenía
sentado a un niño idéntico a él, quien la miraba con los
mismos ojos penetrantes que los de su padre.
—Viene usted con la familia Bermont. —No preguntó, más
bien lo afirmó, puesto que le parecía correcto emparentar
aquellos modales relajados—. ¿Gusta que le enseñe sus
habitaciones?
La sonrisa amigable del caballero la puso nerviosa.
—Supongo que es a donde mandaron al resto de la familia
—asintió divertido—. Dígame señorita, ¿causaron mucha
algarabía?
—Son personas que se dan a notar.
—De eso seguro —asintió el caballero—. No hace falta que
me enseñe las habitaciones, si no es molestia, avanzaré
hacia el jardín antes de pasar a refrescarme.
—Por supuesto, mi lord —Daira se hizo a un lado para
dejarle pasar y por poco le hace otra reverencia.
El caballero dio dos pasos alargados antes de detenerse
por completo, volviendo ligeramente la cabeza antes de
hablar.
—¿Cuál es su nombre?
—Oh, Daira, mi lord, para lo que necesite. —Al notar su
error, la joven se sonrojó notoriamente y negó—. Soy la
señorita Fiore.
—Se lo agradezco… Daira —Jason elevó una ceja y siguió
con su camino hacia el jardín que estaba terminando de ser
arreglado.
Para ese momento, la joven sentía que jamás lograría
superar aquella primera vergüenza. No podía creer que le
hubiese dicho su nombre de pila como si a él le interesara
en lo más mínimo. Era una desvergonzada, de eso no había
duda. Y, sin embargo, él la llamó con su nombre sin ningún
recelo.
—¡Daira! —la tomaron inesperadamente de los hombros
—. Mi tía me matará, han llegado los invitados y… ¿Qué
sucede? ¿Por qué tienes las mejillas sonrojadas? ¡Ajá! No
me digas que alguno de los invitados se robó tu corazón.
—No hay posibilidades de que tengas razón —contestó
con seriedad—. Vamos, tienes que arreglarte.
—¿Quién ha sido? ¿Cómo se llama?
—Como si yo pudiera pedir los nombres de los nobles —
negó la mujer—. Por favor Pridwen, tu tía…
—Los únicos que han llegado son los Bermont… ¿no es
así?
Daira rodó los ojos, sabía que su amiga no dejaría el tema,
pero ella podía actuar como si no la escuchara y eso sería
justo lo que haría.
Capítulo 3

Ya era lo suficientemente malo el haber tenido que asistir


a esas festividades, pero le parecía insoportable que su
familia se empeñara en emparejarlo con absolutamente
cualquier persona que estuviera soltera. Claramente
aquellas damas -junto con sus madres-, no necesitaban de
la ayuda de sus primas, pero la aceptaban de buen agrado,
puesto que Jason, al volver a estar soltero, era un candidato
agraciado, con dinero y título; posicionándose como uno de
los mejores partidos de la fiesta.
Derivando a que el caballero buscara la única escapatoria
factible: inmiscuirse en cada una de las actividades
masculinas que se propusieran. Por supuesto que jamás
llegaría a la prodigiosa condición de Adrien, quién fuese un
auténtico atleta, pero prefería con creces los golpes del
rugbi a una conversación superflua con alguna damisela
que buscara sus favores.
Debía agradecer que sus primas se ofrecieran voluntarias
a todo momento para cuidar del pequeño Jackson quien,
para sorpresa de todos, se mostraba entusiasmado de jugar
con el grupo de primos que en su mayoría desconocía.
—¿No te has cansado de perder, Jason? —Adrien se acercó
a trote, galante y con una sonrisa inquebrantable—. Tal
parece que el polo tampoco es un juego para ti.
—Lo que sea con tal de mantenerme alejado de esas
mujeres —apuntó con la mirada al grupo de señoritas
solteras que victoreaban a los jugadores con auténtica
coquetería.
—¡Qué dices! —se acercó Declan Ballester, uno de los
mejores amigos de Adrien—, es la razón por la cual
hacemos esto.
—No en mi caso.
—Te has vuelto apático Jason —se acercó otro hombre a
caballo—. Esas muchachas se deslumbran con sólo verte.
—Déjenlo en paz —pidió Adrien, a sabiendas que Jason
soportaría bromas de su parte, pero de nadie más—. Si no
quiere, no quiere. Ahora, sigamos pateándole el trasero.
Al terminar el juego, el marcador se inclinó a favor de
Adrien y sus siempre vencedores amigos: un total de cinco
libertinos enriquecidos, respetados y deseados por todo
cuanto los conocían. Mientras ellos vitoreaban su triunfo,
rodeados de mujeres que no hacían más que aprovechar
para ser vistas, Jason tomó el desorden como ventaja para
alejarse discretamente hasta desaparecer.
Observó a lo lejos, tratando de encontrar a Jackson y
sintiendo que su corazón se paralizaba al comprender que
el niño no se encontraba entre sus sobrinos, los cuales
jugueteaban bajo la supervisión de algunos de sus primos.
No creía posible que pasara desapercibida la ausencia de su
hijo, pero por más que lo buscó, Jason no lo encontró por
ninguna parte.
No se detuvo a preguntar y simplemente corrió por el
lugar, gritando el nombre de su hijo, era una lástima que no
pudiera esperar contestación, puesto que Jackson jamás
respondería debido a su extrema timidez. Maldijo a lo bajo,
introduciéndose a la mansión que igualmente estuviera
repleta de personas que disfrutaban de comidas que
pasaban volando en bandejas de plata y bebidas que
aparecían mágicamente en sus manos.
—¡Jackson! —gritó sin importar ser el centro de atención.
—Mi lord —alguien tocó su hombro—. ¿Es ese Jackson un
niñito rubio que no le gusta hablar y te mata con su mirada
gris?
Los ojos desesperados del padre enfocaron a una preciosa
rubia de ojos revolcados entre el verde y el ámbar. No la
había visto en su vida, pero estaba dándole la descripción
que necesitaba.
—Sí, es mi hijo.
—Venga conmigo, sé dónde está.
La mujer lo tomó de la muñeca sin ninguna clase de
remilgo y lo jaló entre la gente que no apartaba la mirada
de la unión. En definitiva, era un comportamiento
reprobatorio, pero poco le importaba a Jason lo que la gente
pudiera pensar de ese desastroso proceder y a la dama
tampoco parecía afectarle en demasía.
—Lo encontramos llorando, pero no dejaba que nadie lo
tocara —explicaba la joven—. La señora Rinaldi parecía muy
alterada, pero cuando Daira comenzó a cantarle, el niño se
tranquilizó de inmediato.
—¿Quién, disculpe?
—Daira. Ah, supongo que no la conoce —le quitó
importancia y siguió jalándolo—, pero venga, venga a
verlos.
El hombre frunció el ceño, no tenía idea que una forma de
calmar a su hijo cuando le daban ataques ansiosos era
cantándole, sería una información que se grabaría a partir
de ese momento.
Caminaron escaleras arriba en medio de una conversación
unilateral interminable. Jason se tranquilizó al saber que su
hijo estaba bien, pero hubiese preferido el silencio en lugar
de ser atiborrado con un tumulto de preguntas que
ciertamente no iba a contestar a una desconocida como lo
era la mujer que lo llevaba por los pasillos como si se
tratara de un niño.
Mientras más caminaban, más audible se hacía la dulce
voz que entonaba una canción de cuna tan hipnótica, que
incluso Jason sintió que su corazón se oprimía mientras su
piel sufría escalofríos.
—Es una voz preciosa… —exteriorizó su sentir.
—Sí —la mujer parecía más que complacida.
Fue ella quien abrió la puerta para el lord a su merced,
mostrando a una joven muchacha, la cual Jason reconoció
como la misma que le dio la bienvenida a ese hogar. Pero
aquello no era lo impresionante, lo que en verdad lo dejó
boquiabierto fue que su pequeño y retraído hijo se mostrara
tan cómodo de estar entre los brazos que lo acunaban y
mecían mientras le cantaban.
—No lo puedo creer… —susurró sin pensar.
Ante la voz conocida, el niño distrajo toda su atención de
la mujer que le cantaba y se enfocó en su padre, a quien de
inmediato le tendió los brazos en busca de un acercamiento
con él. Jason no dudó y lo cargó, estrechándolo con fuerza al
pensarlo perdido.
—Está bien —volvió a decir la rubia—. La señora Micaela
se mostró igual de impactada que usted.
—¿Cómo es que…? —Jason miró el parado elegante de la
mujer que hacía unos segundos mantenía a su hijo en un
abrazo—. Estoy agradecido, no ha de asustarse, pero me
parece sorprendente que le permitiera tocarlo.
La mujer, impávida como una estatua, permaneció en
silencio y postura pese a que era una obviedad que se
dirigían a ella.
—Daira, el señor… —Pridwen frunció el ceño y dirigió su
siguiente pregunta al caballero—: ¿Quién dice que es usted?
—Lord Seymour —inclinó su cabeza a modo de
presentación.
—Claro, lord… ¡Oh por Dios! —la rubia sonrió de forma
caricaturesca—. Si es usted, no me puedo creer que no lo
reconociera, si lo he visto incontables veces en fotografía.
—¿Disculpe?
—Lady Pridwen disfruta de las revistas amarillistas, mi
lord, a eso se refiere con ver su foto —explicó la dama con
un tono modulado de voz, muy diferente al que utilizaba
para cantar.
—¡No me ventiles frente a él! —exigió la joven y apuntó
con la mirada al caballero—. ¿No ves que es lord Seymour?
—No se mortifique, mi lady —trató de tranquilizar el
hombre, pero sin apartar la mirada de la figura de la otra
mujer—. Conozco a más de un caballero respetable que las
disfruta, no veo por qué no ha de hacerlo una mujer.
—¡Es usted tan agradable como se dice! —victoreó la
joven—. Yo soy lady Pridwen —se presentó a sí misma—. Y
ella es mi dama de compañía: la señorita Daira Fiore.
Era una mujer correcta, de carácter sublime y una belleza
que llegaba a incomodar a los que se atrevieran a mirarla.
Lady Fiore, era considerablemente hermosa, propensa a
recibir halagos por parte de los caballeros, los cuales nunca
parecían caer en gracia en la dama que se asemejaba más
un ídolo romano que una persona.
Así pues, la mujer, con una cara hecha de nieve y la
apariencia de una escultura tallada por un viejo enamorado,
dejaba en libertad sus cabellos largos para que cayeran
como cascadas castañas sobre sus hombros pequeños y
redondos. Pero lo que era un acuerdo común entre los
caballeros que osaran admirarla por más tiempo del debido
al ser una doncella, era que sus ojos pasaban a ser lo más
sublime y vivo que se pudiera ver en esa mujer tallada en
marfil. Tal parecía que en esos cuencos oculares se planeó
atrapar parte de los océanos, con toda la rebeldía, el poder
y la fuerza que éste tenía en un día de tormenta con mareas
altas y peligrosas.
—Sí, ya nos habíamos presentado con anterioridad.
—Pero claro, fue ella quien los recibió. —Pridwen no cabía
en su entusiasmo y aquello era más que notorio.
Daira dirigió una mirada cansada a su amiga y se enfocó
en el lord.
—Lamento haberlo apartado de su vista, pero parecía
incómodo.
—Es verdad, le incomoda cuando hay mucha gente —
asintió el hombre—. Le agradezco su intervención. —Apretó
sus labios—. ¿Qué canción era la que le cantaba?
—Oh… es de cuando era niña, aunque no es en su idioma.
—Era preciosa, me gustaría que la escribiera para mí.
La incredulidad acompañada la duda reflejada en el rostro
de la joven causó ternura en el hombre que la observaba.
Por primera vez en mucho tiempo, dejó salir una carcajada
que le fuera natural.
—Está claro que no lograré cantarla igual que usted, pero
parece que tranquiliza a mi hijo.
—No creo que sea la canción, mi lord.
—¿Ah no? ¿Entonces a qué se ha debido tal hazaña?
—Bueno… —ella se removió en su lugar, por primera vez
mostrándose incómoda—, quizá sea el acercamiento.
—Le soy cercano.
—Sí —el rostro mortalmente pálido de la mujer se volvió
de un inestable verdoso que daba crédito a su malestar—.
No quise insultarlo. Lo que quiero decir es que…
—Es diferente el cariño que puede profesar una mujer —
esclareció Pridwen, tomando el mando de la conversación al
notar que se comenzaba a malinterpretar—. Un niño
siempre se sentirá más seguro en los brazos de su madre.
—No me refería a eso —Daira frunció el ceño hacia su
amiga, pidiendo su silencio—. Se puede tener un
acercamiento especial sea o no la madre.
—Claro, así como lo has hecho tú —argumentó Pridwen.
Daira cerró los ojos con parsimonia.
—Creo que no me estoy dando a entender.
—Entonces, explíquese —exigió Jason.
—A lo que me refiero, es que estuve ahí en un momento
de vulnerabilidad y eso creó el ambiente propicio.
Jason la observó sin decir ni una sola palabra, no pudo
apartar la mirada de esa mujer por un buen rato, tal parecía
que tenía una especie de magnetismo que lo obligaba
admirarla, tratando de encontrar algún error en esa preciosa
cara y perfecta postura, algo que la hiciera real a la vista.
—Reitero mi petición de la canción. —Ante la dureza de su
tono, el hombre sonrió y suspiró—. Se lo pido como un favor.
—Por supuesto, mi lord, no debí contradecirle.
El hombre simplemente asintió y salió de la habitación,
dejando a ambas jóvenes en el interior.
—¡Oh por Dios! ¿Le has visto?
—Has sido extremadamente descarada Pridwen —acusó
—. ¿Cómo se te ocurre decir tantas sandeces? Es un hombre
que perdió a la mujer que amaba, ¿recuerdas? Todas esas
insinuaciones que has…
—Oh, vamos, eso fue hace años, él parece haberlo
superado.
—El que dé esa apariencia no quiere decir nada. Si en
realidad lo hubiese superado, ya estaría casado.
—Es porque no ha encontrado a la mujer correcta.
Daira volvió el rostro hacia su amiga, reconociendo la
implacable mirada enloquecida de una casamentera
aficionada, exaltando todas las alarmas en la cabeza de la
dama de compañía quien conocía de sobra la mente
maquiavélica de su amiga, seguro estaría imaginando algo
que claramente era imposible que sucediera.
—No te hagas quimeras en la cabeza, eso es inadmisible
por dos simples razones: la primera, a él jamás podría
interesarle, y la segunda, él tampoco me interesa a mí.
—Eso dices ahora…
—No. —Daira se mostró determinada, acentuándolo con
un movimiento de su mano—. Eso no pasará, jamás me
pasará, no tengo interés en los hombres, ni tampoco deseo
tener ninguna inclinación amorosa, simplemente no.
La boca entreabierta de Pridwen se cerró de pronto al ver
el brillo enfurecido en la mirada de su amiga, uno que jamás
había visto pese a que la conocía desde hacía más de
cuatro años.
—¿Qué sucede Daira? ¿Por qué nunca me has contado la
razón por la cual repudias todo lo relacionado con el amor?
—No tengo nada contra el amor —la miró de soslayo—. Te
amo a ti, pero no deseo romance, me es suficiente con
tenerte como amiga.
—¿Por siempre? —preguntó incrédula—. ¿Te seré
suficiente para el resto de tu vida?
—Te cuidaré hasta el final de tus días, igual que a tus
hijos.
Pridwen no podía imaginar un destino más triste que ese,
pese a que Daira se mostrara inamovible con aquella
decisión, sabía perfectamente que detrás de toda aquella
muralla reforzada, existía una razón muy triste por la cual
Daira se negara a algo tan precioso como el cariño de una
pareja.
—Está bien, si es tu deseo, entonces lo agradezco.
—No hablemos más sobre el tema y regresemos a la
fiesta.
—¡Oh! —Pridwen se mostró preocupada—. Santo cielo, mi
tía va a matarme, traje a lord Seymour hasta mi habitación
y todo el mundo me vio tirando de él.
—En verdad que no tienes mucho cerebro.
—¿Qué te digo? Soy espontánea.
Mientras que las amigas regresaban a las festividades en
medio de sonrisas y cuchicheos cómplices, Jason se
encaminaba con un semblante sombrío hasta el círculo de
amigos con el que su hermana entablaba una conversación.
—Micaela —la llamó con potencia—. ¿Unas palabras?
—Mmm… ya decía yo que tendría problemas. —
Conservando su sonrisa, la mujer se acercó al niño en los
brazos de su hermano y trató de acariciarle la mejilla,
siendo rápidamente detenida por la mano de Jason a pesar
de que claramente no hubiese logrado tocarlo puesto que el
pequeño se apartó en seguida—. Ya veo que no ha
cambiado, algo bueno debe tener esa mujer como para
lograr tocar a Jack.
—No te permito que lo molestes Micaela, ¿cómo pudiste
dejarlo con una desconocida?
—Esa mujer es mágica, por si no te diste cuenta, logró
hacer que tu hijo se tranquilizara, incluso le permitió
besarlo.
—Eso no quiere decir nada, está claro que tenía miedo.
—Quizá —aceptó—. Pero aún con miedo no me permitió
acercarme ni un centímetro.
—No es justificación para que lo dejes solo con esa mujer.
—¿Esa mujer? Pero qué despectivo suenas.
Al notar la verdad en las palabras de su hermana, Jason se
arrepintió en seguida, jamás había sido clasista,
simplemente estaba nervioso y algo enervado con la
situación. Estaba siendo injusto sobre todo con la señorita
Fiore, quien actuó sólo para el bien de su hijo.
—Bien, tienes razón, pero no quiero que vuelva a suceder.
—Como lo ordene, capitán. —La joven mujer hizo un
saludo militar y elevó una ceja sarcástica, mirando en un
punto a las espaldas de su hermano—. Parece ser que
tendrás mucha diversión en esta recepción, hermano
querido, tu amante viene hacia nosotros con la sonrisa más
deslumbrante que haya visto en la tierra.
—No digas tonterías frente a Jackson.
—Entonces, quizá no deberías hacerlas.
La mencionada dama terminó de acercarse justo en ese
momento, con aquel peinado rimbombante y meneo de
caderas. Micaela no podía negar su belleza, que era mucha,
sin embargo, no justificaba el comportamiento de su
hermano.
—¡Lord Seymour, señora Rinaldi! Es bueno ver caras
conocidas en una festividad tan grande como esta.
—Sí, seguro que la de mi hermano le es aún más conocida
—Jason volcó una mirada enervada a su hermana. La joven
alzó un hombro y configuró una cara de suficiencia antes de
agregar—: luce usted preciosa, lady Melbrook, como
siempre.
—Muchas gracias. —Los maliciosos ojos de lady Melbrook
recorrieron a la mujer frente a ella—. Se conserva usted con
las mismas gracias de cuando era soltera, aunque aún me
parece arte de magia la concepción de sus hijas ¡Ni siquiera
nos dimos cuenta que el señor Rinaldi tenía alguna
inclinación hacia usted!
—Le aseguro que mi marido puede dar crédito de que no
ha sido por arte de magia, lady Melbrook.
Ante el comentario desvergonzado, Jason se vio en la
necesidad de toser ligeramente para desviar la atención y
aprovechó tener los ojos de Micaela sobre él para reclamar
con la mirada aquella fechoría. Aunque sabía perfectamente
que poco se arrepentía de haberlo hecho.
—Creo que tu esposo está llamando por ti, Micaela —
indicó Jason con voz amenazadora y mandíbula apretada.
—Yo no escucho nada —se cruzó de brazos la susodicha.
—Micaela. —Repitió el hombre, acentuando su mirada
peligrosa.
—Bien, iré a cerciorarme de que mi marido no me esté
hablando —Micaela sonrió con picardía, ladeando la cabeza
ligeramente antes de hablar con lástima hacia la mujer
frente a ella—. ¿No será que su marido también la está
buscando, lady Melbrook?
Los labios de Lina se entreabrieron con determinación de
contestar a tal agravio, viéndose frustrada al notar que la
señora Rinaldi había desaparecido en cuestión de segundos.
—Sigue siendo igual que siempre —se quejó la condesa.
—Jackson —la voz dulcificada de Jason interrumpió los
pensamientos de lady Melbrook, quien se volvió para
observar como el padre colocaba su hijo en el suelo y se
agachaba para quedar a su altura—. Ve con tu tía Blake, no
te separes de ella, quiero verte ir en línea recta, la estoy
viendo justo ahora.
El niño negó con determinación, tomándose del pantalón
de su padre en cuanto tuvo oportunidad y metió un dedo
entre sus labios como defensa extra para no hablar.
—Vamos pequeño —Lina se agachó para quedar a la
altura del precioso rubio—. Tus primos te invitarán a jugar,
¿no te gustaría?
El ceño del infante se frunció aún más ante la cercanía de
la mujer y apretó con más fuerza el pantalón del que se
sostenía, escondiendo la mitad de su cuerpo detrás del
hombre que le diera la vida.
—Jackson, no lo volveré a repetir —advirtió el padre, quien
sintió como suavemente el niño lo soltaba e iba corriendo
hasta aferrarse al vestido de su tía, quién de inmediato
sonrió y le dejó en su hacer.
Con ese problema resuelto, Jason se vio en la libertad de
volverse hacia su amante con la molestia impresa en cada
facción de su rostro.
—¿En qué pensabas al hablarle a mi hermana de esa
manera?
—Pero ¿qué…? —dio un paso hacia atrás—. ¿Te quejas de
mí?
—No sé qué atribuciones piensas que tienes, pero de oír
otro insulto de tu parte hacia su persona, te aseguro que no
me quedaría callado —dijo enervado—. En esta ocasión lo
consideré prudente por el lugar en dónde estamos, pero
quedas advertida.
—Jason —Lina tomó su brazo antes de que se alejara lo
suficiente de ella—. Lo lamento, no me di cuenta de lo que
decía.
—Creo que lo sabías muy bien Lina —Los ojos grises
recorrieron lentamente el rostro de la hermosa mujer frente
a él—. Creo que sería mejor que dejáramos de vernos.
—¡No! —pidió con un toque de desesperación—. Por favor,
no me hagas esto, ambas dijimos cosas sin pensar.
—La diferencia es, Lina, que ella es mi familia.
—¿Y qué yo soy? —dijo ofendida—. ¿Acaso soy
prescindible?
—No dije eso —cerró los ojos—. Simplemente era
incorrecto lo que hacíamos y es mejor parar.
—Si ofendí a tu hermana, pido disculpas —retomó la
compostura—, pero tanto tú como yo sabemos que nos
necesitamos.
En el interior de la cabeza de Jason, vino casi de forma
instantánea la negación a esa aseveración. No la necesitaba
a ella esencialmente, pero decírselo lo convertiría en un
barbaján y se consideraba un caballero como para insultar a
una mujer, mucho menos a una con la que llegó a intimar.
Encontraba ridículo al hombre que se atreviera a ridiculizar
a una dama por satisfacer una necesidad al que el varón
también recurría, pero sin ser enjuiciado.
—Veamos esta separación como oportuna, Lina. —Suavizó
su voz—. Tengo entendido que tu esposo está invitado a
esta fiesta.
—No vendrá, nunca viene —negó con tristeza.
—Como precaución, pararemos esto.
—Lo usas como una mera excusa.
—Quizá. Pero hemos llamado suficiente la atención en
este momento, así que nos es conveniente una separación.
—Bien —el rostro de la mujer temblaba ligeramente—. Si
eso es lo que quieres, perfecto, pero no vuelvas a mi
cuando estés solo y sin nadie con quien hablar de tus
tonterías, ¿sabes? Hasta te encuentro aburrido, no eres tan
bueno como imaginas que eres, te tengo lástima.
Jason tuvo la decencia de no contestar, la sabía enojada y
comprendía que tuviera arrebatos de dolor, insultarlo era
una forma de intentar parar la sangre que brotaba de una
herida recién efectuada. No era su intensión hacerla sufrir,
nunca pensó que estaría tan afectada como se mostraba en
la realidad. Tal parecía que Lina Melbrook cometió el error
de enamorarse de él.
—Lo siento Lina —dijo como toda contestación, se inclinó
ligeramente y se marchó dejando a la mujer refunfuñando
en su rabia.
Era el destino que les esperaba a todas las mujeres que
osaran encariñarse con Jason Seymour. Se debía ser
consciente desde antes que, pese al respeto y cariño que él
pudiera mostrar para con la amante con la que estuviera
pasando sus noches, no había cabida para el amor, ni
siquiera para un efímero enamoramiento. Se sabía que
estaba prendado eternamente por la mujer que nadie
mencionaba en su presencia, ni siquiera por el propio
hermano de la dama.
Nadie sabía del todo lo que ocurrió, tan sólo dejaron de
verla de un momento a otro, al igual que al heredero de
Kent y, cuando reapareció, el hombre vestía de negro en
cuerpo y alma; su vivacidad y alegría se vio truncada por
varios años, su porte elegante y correcto se esfumaban de
su cuerpo cuando alguien se acercaba con intenciones de
hacer las preguntas que albergaban los corazones curiosos
de toda la sociedad.
Hasta que, después de muchos intentos fallidos, las
preguntas se dejaron de hacer en voz alta y simplemente se
especulaba sobre lo ocurrido: «¿Será que murió?» «¿Lo
habrá dejado?» «¿Acaso fue una discusión que terminó en
asesinato?». Las teorías eran variadas y en ocasiones
absurdas, pero era lo que se tenía, ya que se daba por
hecho que jamás habría una respuesta por más que se
buscara, incluso el tema era insondable entre los primos y
familiares.
Jason se sabía el centro de las miradas, era más que obvio
que la sociedad ahí reunida se percató de la pequeña
discusión con lady Melbrook, el tema correría a todas prisas
por Ham House y pronto vendría alguno de sus primos a
preguntar sobre su estado emocional, porque
irremediablemente, el tema de Annelise saldría a la luz,
como una sombra de la cual jamás podría escapar y, si no
se cuidaba, lo arrastraría hasta un callejón sin salida y en
soledad.
Dio pasos hacia atrás, como quien no quiere ser notado
mientras lentamente se pierde de vista, llegando al punto
en el que nadie se percató de su ausencia. Fue entonces
cuando pudo volverse e internarse en el bosque que
abrazaba la propiedad, separándola del resto de las casas
de Richmond. Siempre le fue reconfortante la soledad, y
debía aceptar que el bosque era mucho mejor que una
habitación vacía en donde nada se movía. Al ir por veredas
que no conocía y esquivando inclemencias de la naturaleza;
ningún otro pensamiento se filtraba, era necesaria la
concentración para orientarse y no caer al fango que se
trepaba por los zapatos.
Se brindó unos segundos de paz al cerrar los ojos para
escuchar a las aves escondidas que cantaban armoniosas,
los árboles que bailaban al son del viento, el cantar del
arroyo cercano y los animales silvestres que le daban la
bienvenida a un mundo donde cualquier pensamiento
dañino sobre su pasado o acontecimientos a futuro no
existía más que en su cabeza. Era una lástima que la
sensación le hubiese sido arrebatada en cuestión de
segundos por un intruso inesperado en su camino de
soledad.
Abrió los ojos abruptamente y miró de un lado a otro un
tanto confundido. No alcanzaba a comprender la insensatez
de la mujer que se internaría en soledad a un bosque, sobre
todo porque era notorio que no estaba en una cita de amor.
No. Aquella voz se entonaba y conjugaba para formar una
melodiosa canción que le calentó el alma.
—¿Señorita Fiore? —reconoció en seguida. La voz se
detuvo con prontitud que lo dejó deseando haber
interrumpido un poco después, al menos para terminar de
escuchar la canción—. ¿Es usted, señorita?
Fue ese prolongado silencio el que le dio la respuesta
afirmativa. Las acciones de la señorita Fiore estaban mal en
todos los sentidos y el hecho de que él estuviera en el
mismo lugar podía dar pie a malas interpretaciones, si es
que alguien los llegase a ver.
—¡Deje de correr, es peligroso! —pidió Jason al escuchar
las ramas rompiéndose bajo los pies de alguien que, en su
desesperación, trataba de huir—. ¡No vengo a hacerle daño!
Naturalmente, la joven no se detuvo y él tampoco lo hizo.
Por un impulso que desconocía, la persiguió hasta que logró
darle alcance, tomándola fuertemente del brazo para que
detuviera sus presurosos y ágiles pasos hacia un lugar
incierto.
—¡No! ¡Suélteme!
—Bien, lo haré —accedió, aún sin soltarla—, si promete no
volver a correr de mí.
—¿Qué planea? —los ojos de la joven recorrían a su captor
con el temor y el valor entremezclados, curioso al parecer
de Jason.
—Tan sólo ayudarla a salir, ¿qué está haciendo aquí?
—No pienso responder mientras me tenga capturada
como si fuese un animal que ha cazado, mi lord —dijo con
una determinación poco común en una muchacha que
estuviera destinada a obedecer.
—¿Correrá de nuevo? —La osadía en el rostro de la joven
le dio la respuesta: lo haría, aunque le dijera lo contrario—.
He dicho que no le haré nada, ¿puede confiar en mí?
—No. Sería tonto hacerlo.
—¿Puedo saber la razón?
—¿Para qué buscaría un señor a una sirvienta sino es para
abusar de ella? —habló con desprecio, tratando de zafarse
—. Incluso me ha correteado como a un ciervo aterrorizado.
—No pienso hacer tal barbarie, se lo digo, es más, se lo
juro por el hijo que sabe que tengo.
Los redondeados ojos de la mujer se entrecerraron con
sospecha, algo en ella comenzaba a ceder, por lo que Jason
aligeró el agarre sobre su brazo, tratando de hacerla
comprender que pensaba soltarla si salía de sus labios la
promesa que esperaba.
—No correré —dijo con voz recelosa—. ¿Me soltará?
Jason elevó ambas manos, dejándola en libertad, incluso
se alejó unos cuantos pasos para salir de su espacio
personal.
—Listo. ¿Está tranquila?
—Por supuesto que no, pero dígame, ¿por qué me ha
seguido?
—No la he seguido hasta aquí, si es lo que piensa. —Miró
a su alrededor—. Caminaba y escuché su voz, la reconocí en
seguida.
—Sé que no me siguió hasta aquí, llevo demasiado tiempo
internada en el bosque —confirmó—. Ahora, ¿qué desea?
—Saber la razón de que esté aquí.
—Necesitaba un momento para aclarar mis ideas —se
cruzó de brazos de forma defensiva—. Por cierto —rebuscó
algo entre sus ropas y extendió un papel doblado hacia el
próximo marqués de Kent—, le escribí la canción que me
pidió.
Jason tomó el papel entre sus manos y lo abrió,
evaluando la delicada caligrafía de la mujer que cada vez le
parecía menos de la servidumbre y más una señorita de
familia.
—Escribe usted muy bien.
—Soy dama de compañía de lady Pridwen, mi lord, no una
simple campesina —dijo sin más—. Además, fui institutriz.
—Ya decía yo que una muchacha del servicio no podía ser
tan arrogante como lo es usted —sonrió sin mirarla, aún
concentrado en el papel que contenía una canción de la cual
ya no recordaba el tono.
—No soy arrogante.
Jason enfocó una divertida mirada en ella.
—Por supuesto que lo es, no he conocido mujer que me
haya dado una impresión tan ceremoniosa como lo ha
hecho usted.
—El que sea educada no me hace engreída.
—No. Seguramente eso es cosa suya —adjudicó y dobló el
papel de nuevo—. Tendrá que ir a mi habitación más tarde.
—¿Disculpe? —la mujer dio unos pasos hacia atrás,
cubriendo sus pechos con sus brazos a pesar de estar
completamente vestida.
—No la estoy citando para tener amores —rio ligeramente
y elevó la nota hecha por ella misma—. No recuerdo cómo
iba la canción, así que deberá ir a cantársela a Jackson esta
noche.
—Bien puedo cantarla aquí para que se la aprenda, no
tengo por qué ir a su recámara.
—¿Te niegas a una petición que te hace un invitado de
esta casa? —elevó una ceja burlesca—. ¿Qué clase de
servicio brindas a la familia que te ha recibido con tan
buenos tratos?
—Es usted un embustero —entrecerró los ojos de nuevo,
pero suspiró derrotada—: iré si es su deseo, lamento haber
sido tan…
—¿Grosera, altanera, mal pensada?
Ella apretó con fuerza su quijada y sus manos, pero
asintió.
—Sí, todo lo que ha dicho.
Jason dejó salir una carcajada.
—Bien, la esperaré con ansias —Los ojos grises vagaron
por el conjunto de árboles iguales—. ¿Tiene idea de cómo
salir de aquí?
—Siga el sendero de allá —apuntó la joven—. Llegará en
diez minutos al jardín principal.
—Veo que hace esto con constancia.
—Desde el día de hoy, ya no lo haré más.
—Me parece bien, es peligroso que venga sola —la
advirtió—. Esta ocasión tuvo la suerte de que fuera yo, pero
hay una gran posibilidad de que otro no se detendría ante
una oportunidad igual.
—Agradezco su preocupación. —El semblante de la dama
se había desprovisto de toda expresión y en ella sólo había
palidez y distinguidos modos.
Jason sonrió ante el cambio de actitud, aceptando con
regocijo las múltiples facetas que podía tener una mujer
como esa. No muchas veces se lograba despertar un
verdadero interés en él, mucho menos proviniendo de una
mujer. Era curioso que ni siquiera pensara en ella de forma
romántica, a pesar de las connotaciones intimas que se
trataron en la conversación, no la vio en ningún momento
como un bocadillo que podría disfrutar en una noche, no
pensaría de la señorita Fiore de esa manera jamás.
Quizá fuera por la renuencia que demostró hacia él o
porque en realidad no despertaba en su persona un interés
de esa índole; no importaba lo hermosa que fuera, la
respetaba lo suficiente como para no faltarle el respeto
buscando insinuársele cuando claramente ella lo
despreciaría de inmediato.
Jason asintió al llegar a esa conclusión. Sí, era eso, la
respetó al momento de conocerla, y eso era sorprendente.
Capítulo 4

Los invitados pasaban del comedor -donde habían


disfrutado de un agradable banquete-, al gran salón, famoso
por su distintivo suelo de tablero de ajedrez hecho de
mármol blanco y negro, el cual se cree que data de la
construcción original de la casa. Las altas paredes de la
estancia redonda estaban revestidas por distintivas pinturas
de grandes tamaños que tenían como objetivo principal el
deleitar a los invitados, a su vez, servía como zona de
entretenimiento, donde solían beberse los digestivos
después de una deliciosa comida.
Normalmente, los huéspedes se quedaban hasta tarde en
esa estancia, divirtiéndose entre juegos de mesa y
conversaciones que pronto pasaban a las tonterías debido al
vino y la champaña que no dejaba de llegar a sus manos.
Sin embargo, la mayoría de los Bermont habían pasado a
sus cámaras, esperando poder dormir a sus hijos después
de un excitante día entre juegos y comidas que
normalmente no les eran permitidas en casa.
Aunque Daira vio partir a lord Seymour hacía un buen
rato, decidió que no se movería de su lugar. Si es que el
hombre recordaba su petición, seguro la mandaría llamar y
ella podía argumentar un olvido debido a que estaba siendo
chaperona de Pridwen, el cual fuera su trabajo original y al
que debía poner toda su atención.
—¿Qué te sucede esta noche Daira? —sonrió Pridwen,
quien lanzaba miradas coquetas a un caballero.
—Nada.
—Oh, por favor —la muchacha se volvió hacia ella—. Todo
mundo sabe que lord Seymour se trae algo contigo.
—Son tonterías que inventa la gente —negó con
rotundidad.
—He escuchado el rumor de que se peleó con su amante
ocasional, tal parece que ha terminado su relación
indecorosa —susurró divertida—. ¿Será que se ha
enamorado de alguien más? —la codeó con complicidad.
—O quizá se hartó de un cuerpo y piensa pasar a otro.
—Pero qué malvada eres. No puedo creer que quiera tanto
a alguien que tiene una mente tan perversa como la tuya.
—No es necesario que me quieras Pridwen, si es mejor
para ti no hacerlo, entonces te lo recomiendo.
—No eres nada divertida —los ojos analíticos de la joven
noble se fijaron nuevamente en el nerviosismo de su amiga
—. ¿Es que esperas a alguien? ¿Por qué pareces tan
alterada?
—Estoy vigilando, nada más.
—¿Qué cosa necesitaría que tuvieras tus ojos de águila
sobre ello?
—Quizá todos los caballeros a los cuales les has lanzado
miradas esperanzadoras, más de uno tiene la intensión de
acercarse, eso es seguro. —Era verdad lo que decía, pero no
estaba poniendo especial atención a ello.
—Poco me importan, el único que ha llamado mi atención
se ha ido con otra —refunfuñó—. Es horrible no ser
correspondida.
—¿Te refieres a que tienes una verdadera inclinación por
alguien? —aquello fue dicho con impresión—. ¿Quién?
—Así como tú me ocultas cosas, yo hago lo mismo —se
cruzó de brazos—. Y no es una inclinación, tan sólo me
llama la atención.
—Sigue siendo sorprendente.
—Hablas como si jamás me hubiese enamorado, sabes
que no es verdad —la miró con tristeza por un segundo,
pero después meneó la cabeza y sonrió—. Tonterías del
pasado, este hombre es mejor.
—Si tú lo dices…
—Lo digo y lo confirmo, ahora, ¿dónde se habrá metido?
—Si dices que se ha ido con otra, no es conveniente que
los busques —aconsejó.
—Me gustaría interrumpir, si no es mucha molestia.
—Para mí no. Aunque te aseguro que él no estará
contento cuando lo hagas. A los hombres… les fastidia esa
clase de intromisiones.
—Poco me importa, me haré la loca.
—¿Entiendes que estoy aquí para impedirlo?
—Sí —ella sonrió—. Pero estoy segura de que vienen a
alejarte de mí justo ahora.
—¿Qué dices?
—¿Señorita Fiore? —le tocaron el hombro con delicadeza.
Daira se volvió con el ceño fruncido y miró a la doncella que
parecía sentirse nerviosa al estar en medio de la festividad
—. El… El señor Seymour dice que ha estado esperando por
usted.
—Mmm… no me digas —sonrió Pridwen.
—Por favor —Daira miró a su amiga con amenaza—. Bien,
iré en seguida, mencione a mi lord que había olvidado que
me hizo una petición con antelación.
—Sí, señorita.
La doncella se inclinó y se marchó presurosa.
—Tal parece que no podrás cuidar de mí —sonrió Pridwen,
dando un paso hacia el lado opuesto que Daira tendría que
tomar—. ¡Nos vemos en la habitación a las doce!
—¡Estaré desocupada mucho antes! —la siguió unos
pasos—. ¡Vendré a buscarte si no estás en la habitación a
las once!
—¡Lo que digas! —La rubia alzó una mano como
despedida y siguió con su atolondrado caminar.
Daira dejó salir un suspiro cansado y, al darse cuenta que
alzó la voz en medio de la festividad, se mostró
avergonzada, obligándose a mirar de un lado a otro para
asegurarse de que nadie la estuviese mirando. Al no ser así,
reacomodó su vestido y alzó la cabeza para caminar a la
salida. No era intencional la forma en la que sus pasos
parecían ralentizarse a medida que se acercaba al pasillo,
era más una acción que su cuerpo tomó como iniciativa
para su salud mental. Estar cerca de lord Seymour le
encrespaba los nervios.
—¡Ah, señorita Fiore! ¿Qué hace sola en medio de esta
oscuridad?
No se percató de que había detenido sus pasos hasta ese
momento, cuando de pronto alguien hizo hincapié en su
extraño actuar.
—Lord Lauderdale —se inclinó presurosa ante el duque—.
Estoy en medio de una encomienda.
—¿Parada en medio del pasillo? —alzó una ceja a son de
burla.
—Mis pensamientos me retuvieron momentáneamente,
pero gracias a usted, puedo continuar con mi tarea.
—No deberías esforzarte tanto —le cerró el paso,
poniendo su cuerpo como barrera.
Se puso nerviosa al instante, el duque era un hombre
corpulento, agraciado en rostro y carácter, tal parecía que
las facciones y las ligeras arrugas que venían con sus
cuarenta décadas lo hacían más atractivo, pero para Daira,
tan sólo le era amenazador.
—En realidad, no es problema.
—Debes recordar que eres dama de compañía, no
doncella.
—Lo sé, mi lord, agradezco su preocupación.
Los pies de Daira seguían alejándose gradualmente del
hombre que se acercaba a ella con una sonrisa amigable. El
nerviosismo aumentó en su cuerpo cuando la mano del
duque se alzó en dirección a su rostro; sin saber cómo
reaccionar y con la resistencia de su cuerpo para hacer
algo, cerró los ojos, sintiendo con mayor nitidez las yemas
de los dedos que recorrieron su mejilla hasta arrastrar un
mechón de cabello rebelde detrás de su oreja.
—Trata de no dormirte tarde.
Dicho esto, el hombre siguió con su camino hacia las
escaleras. Daira llevó la mano hasta su pecho, tratando de
controlar su desbocado corazón y errática respiración. El
duque podía ocultar ese comportamiento reprochable con
una fachada de sincera preocupación por la que era la dama
de compañía de su sobrina; cualquiera le creería, nadie
dudaría de la veracidad de sus palabras, mucho menos si
era una mujer como ella la que alzaba la voz.
Tomó una larga y profunda respiración, limpió el despojo
de lágrimas que quedaron atoradas en sus ojos y siguió
caminando. No era la primera ocasión que algo así le
sucedía, para ese momento sentía que tenía una maldición
de la cual no podía deshacerse por más que lo intentara.
Trató de ocultar su belleza vistiendo de forma recatada y
triste; intentó hacerse indeseable con un carácter duro,
recto y aburrido; demostró verdadero repudio por los
hombres, incluso descortesía…y, aun así, nada funcionaba,
nada le evitaría esos encuentros que le resultaban
asquerosos y detestables.
—¿Quién lo diría? —Daira sintió un escalofrío recorrerle la
espalda. Reconocería aquella voz viperina en cualquier lugar
—. Parece que tus malos hábitos no se han quitado, por
mucho que pase el tiempo, la que es una cualquiera,
siempre lo será —la mujer salió de entre la oscuridad en la
que se escondía—. No importa qué tan refinada quieras
parecer, siempre serás vista como una ramera.
—Lady Melbrook —se inclinó—. Debo irme.
—¿Piensas robar otro marido? —la siguió por el pasillo—.
¿No te das por bien servida con los favores de un conde?
No, pero qué va, las trepadoras como tú necesitan cada vez
más, ahora vas por un duque, ¡Por Dios! No tienes decencia,
¿qué no ves que lady Lauderdale te abrió los brazos de la
misma manera que lo hizo con su sobrina?
—Jamás pensaría en faltarle a lady Lauderdale —se
defendió.
—Pero si ya lo haces —la nariz de lady Melbrook tembló,
demostrando lo frustrada y enervada que estaba de volverla
a ver—. Te robas la mirada de su marido, enciendes sus
deseos y lo haces tu maldito lacayo de por vida, ¿no te
parece que eres cruel?
—No hago tal cosa —Daira sentía una fuerte opresión en
su corazón—. Jamás lo he deseado, nunca…
—Es el resultado que obtienes —dijo Lina, recorriéndola
con una mirada de desagrado—. Deberías detestarte a ti
misma.
La joven bajó la mirada.
—Yo no tengo la culpa.
—No, por supuesto que no —sonrió sarcástica, odiando
cada pulgada de la belleza de esa mujer, que fuera la razón
de su desolación—. Deberías encerrarte en algún convento
para dejar de provocar que los hombres a tu alrededor
pequen, ¿Qué digo? Seguro que tentarías a los monjes.
—¡Basta! —Daira levantó la mirada con fuerzas renovadas
—. Pese a lo que diga, no tengo la culpa de lo que sucedió,
no la he tenido nunca y si algo odio en esta vida, es ser yo,
tener este rostro y este cuerpo ha sido mi maldición desde
que me convertí en mujer —dijo con voz trémula—. Puede
odiarme todo lo que quiera, pero ahórrese sus comentarios
blasfemos, carcómase en su propia desdicha, así como lo
hago yo.
—Le diré a lady Lauderdale lo que he visto hoy —advirtió
Lina cuando le vio las intenciones de partir.
Daira detuvo sus pasos y se volvió con gracia.
—Inténtelo, seguro el duque se mostrará ofendido.
—Y la duquesa te echará en seguida para no preocuparse
por las posibilidades —la miró furiosa—. Es lo que debí
hacer yo.
—No sabe cuánto lo ansiaba —dijo Daira casi en un
reclamo—. Todos los días esperaba porque tomara valor y al
fin me corriera… pero no lo hizo y él jamás se lo hubiese
permitido, ya ve lo que sucedió cuando al fin escapé.
—¡Eres una maldita bruja! ¡Una hechicera de deseos! —la
apuntó—. Corrompes a todo cuanto ves.
Daira no estaba dispuesta a seguir escuchándola, así que
siguió con su camino, intentando mantenerse derecha, con
la cabeza bien en alto y las lágrimas detrás de sus ojos,
lejos de sus mejillas. Caminó hasta la habitación y levantó la
mano para tocar, cuando entonces la puerta fue abierta por
la mano del conde.
—Ah, ya decía yo que vendría en algún momento —sonrió
Jason, frunciendo el ceño al ver el rostro desmejorado de la
joven—. ¿Se encuentra bien?
—Sí, perfecta, ¿se ha dormido ya el niño Jack?
—No, pareciera que espera por usted. —El hombre abrió
más la puerta para dejarle ver al pequeño que permanecía
sentado en la cama, alegre y sin un atisbo de sueño.
Una sonrisa cariñosa se asomó en el rostro de Daira al ver
la inocencia del niño. Ojalá los hombres jamás perdieran
aquel rostro infantil, lleno de ilusiones y sueños, lejos de las
pasiones, el poder y las mujeres que creían a su disposición.
La joven cerró los ojos. Ese niño crecería para ser parte de
esa clase opresora, de aquellos que se creían merecedores
del mundo y todo lo que existía en él.
—¿Piensa quedarse mientras le canto? —inquirió sin
mirarlo.
—Si le es inconveniente, no.
—Preferiría estar a solas —exigió, sintiéndose incapaz de
tolerar una presencia masculina—. Me iré en cuanto se
quede dormido, usted puede volver a la fiesta, el niño
estará en buenas manos.
—No lo dudo, pero él…
—Le aseguro que no lo echará de menos —interrumpió
ansiosa, nuevamente sin mirarlo—, de lo contrario lo llevaré
a su encuentro.
Jason se removió dubitativo, no le agradaba dejar a
Jackson en manos de personas desconocidas. Sin embargo,
la señorita en cuestión se mantenía inflexible con su
petición de hacerlo salir y su hijo estaba más que feliz de
volver a verla.
Suspiró y asintió un par de veces, la señorita Fiore no lo
había mirado desde el momento en el que entró, estaba
recelosa y claramente alterada, era una obviedad que algo
la perturbó de camino. Aunque existía la posibilidad de que
estuviera enojada por tener que acudir a su llamado cuando
estaba disfrutando de la fiesta.
—Muy bien, lo dejo a su cuidado.
Recibió un asentimiento de cabeza como toda respuesta.
La mujer caminó hasta la cama, alzó los brazos y el niño
saltó a ella como si la conociera de toda la vida. Era extraña
aquella aceptación, pero dejó al padre más tranquilo al
momento de dejar la habitación.
—¡Ey! Pero si eres tú. Pensé que ya estarías dormido —
sonrió Adrien, tomando a su primo por los hombros—.
¿Vuelves a la velada?
—Sí, ¿Y tú qué haces tan temprano en las habitaciones…?
—Jason inmediatamente negó con la cabeza—. Olvídalo, no
contestes.
El heredero de Wellington dejó salir una profunda
carcajada, y golpeó con fuerza el pecho de su primo con la
palma abierta, provocando un sonido sordo.
—Hablando de amoríos, vi a lady Melbrook más enervada
que nunca antes —lo miró de soslayo—. ¿No te parece una
tontería terminar esa relación cuando estás atrapado en
este lugar?
—Era conveniente, comenzaba a cometer acciones que
indicaban que sus pensamientos se desviaban hacia otro
rumbo.
—No me digas, ¿la palabra prohibida? —Adrien elevó
ambas cejas, francamente divertido, sus labios siendo
enmarcados por dos finas líneas que acentuaban su fuerte
mentón—. ¿Se atrevió a tanto?
—No pienso ser fuente de tus burlas.
—Está bien, ya. —Lo retuvo a su lado—. Consigamos a
otra, no pasa nada, mujeres hay muchas.
—No digas tonterías.
—Ah, pero si he visto a una muchachita entrar a tu
recámara —volvió la cara—, ¿es que la has dejado
abandonada ahí?
—Esa muchacha es la dama de compañía de lady Pridwen.
—¡Oh, es verdad! —el asombro apareció a través de los
ojos de Adrien—. Es una preciosidad, en verdad roba el
aliento.
—Está cuidando de Jackson, ha ido a la habitación por eso.
—¿Y por qué haría algo así? ¿Qué no cuida de la mocosa
esa?
—Bueno… —Jason frunció el ceño—. ¿Mocosa?
—Agh, me persigue por doquier, es intensa y decidida,
comienza a cansarme, pero francamente me es divertida…
a veces.
—Es una niña a comparación tuya, deberías dejarla en
paz.
—Creo que tiene la misma edad que la chiquilla que está
en tu recámara, primito —lo empujó Adrien.
—¿De qué chiquilla hablan?
Los encontró en el pasillo Lina Melbrook.
—Ups, problemas hermano, problemas.
—De nadie, señora Melbrook —zanjó Jason—. Con su
permiso.
—¿Habla de la señorita Fiore? —Lina sabía la respuesta a
su propio cuestionamiento, puesto que siguió a Daira hasta
la habitación, desquiciándose al comprender que no iba tras
el duque, sino tras el hombre del que ella se enamoró—.
¿Esa ramera?
—¡Eh! Pero ¡qué diablos! —se rio Adrien, cubriendo su
boca para ocultar la emoción de su interior—. ¿Qué le sabe,
lady Melbrook?
—Es una trepadora, una cualquiera, debí imaginar que
caerías en sus redes al igual que el resto de los hombres —
dijo enervada, mirando a Jason con furia—. ¡Lo sabré yo!
¡Sería la segunda vez!
—¿De qué hablas? —El hombre se adelantó.
—¿Te asusta saber con quién has dejado a tu hijo? —
sonrió—. Me alegra, porque esa vil mujer sólo lo maltratará.
—Bah, está celosa —le quitó importancia Adrien—. No
debería mostrarse tan obvia. Entiendo que la señorita Fiore
vaya sembrando inseguridades, pero esto de que es una
cualquiera sobrepasa los límites. —El heredero de
Wellington miró a su primo—. Haz favor de no hacer caso a
tantas tonterías Jason.
—¡Le digo que no! Sé quién es ella, sé qué es ella.
—Si eso fuera verdad —intervino nuevamente Adrien—.
Lady Pridwen no la tendría como dama de compañía.
—¡Por favor! Esas dos son tal para cual, ¿ha visto lo
coqueta que es esa chiquilla? Lanza miradas indiscretas a
todo ser viviente.
—¿En verdad? —Jason rodó los ojos ante el impactado
tono de su primo, quien prosiguió con una conversación que
fuera más para sí mismo que para alguien más—.
Endemoniada muchacha, y yo que creía que sólo pensaba
en mí —sonrió—. Habrá que darle una lección, mira que es
buena en el juego, pero Dios sabe que no mejor que yo,
jamás mejor que yo.
Adrien no se despidió, simplemente dio media vuelta para
llegar lo antes posible al salón, seguramente con la
intensión de perseguir a lady Pridwen, una delicada y
juguetona jovencita que cometió el error de picarle el
orgullo a Adrien Collingwood.
—¿Y bien? —El pie de Lina Melbrook se batía contra el
suelo en una clara señal de molestia—. ¿Me dejaste por esa
malnacida?
—No te abandoné por nadie y te agradecería que dejaras
de montar escenas enfrente de mi familia, claramente es
vergonzoso. —la miró enojado—. No quiero volver a discutir
contigo de lo mismo.
Lina abrió la boca para protestar, pero el hombre se
marchó sin concederle ni una palabra más, ni siquiera la
miró. «No volverá a ganar, definitivamente no lo permitiré
de nuevo» se dijo a sí misma.
Capítulo 5

El conde vagó por el gran salón junto a sus primos, bebió


e incluso bailó con algunas de sus primas y hermana. Su
familia siempre fue una buena distracción para Jason, lo
hacían reír, aligerando cualquier ambiente, sobre todo uno
ocasionado por lady Melbrook, quien seguro ya estaría
dando rienda suelta a su boca viperina muy conocida por
sus antiguos amantes, quienes siempre resultaban ser unos
mal nacidos, bárbaros y desgraciados que no hacían más
que lastimarla.
Para ese momento, la gente se tomaba con gracia los
múltiples desamores de la pobre mujer que fue renegada
hasta por su propio marido, el conde era conocido por
necesitar a más de una mujer a su lado, y en ocasiones, al
mismo tiempo. Ese hombre era la muestra viviente de la
osciocidad y hedonismo, superando incluso a Adrien, quien
afirmaba no lograr ser tan miserable como para meter a dos
mujeres a la misma cama, mucho menos al mismo tiempo.
Dos horas pasaron desde que Jason abandonó la
habitación que ocuparía junto a su hijo. Conocía a Jackson,
tardaba en dormirse, pero una vez que lo hacía, tenía la
gracia y la calma mental como para no volver a despertarse
en toda la noche. Aún si la señorita Fiore se marchó, el niño
seguramente seguiría en medio de sus sueños.
Abrió la puerta con cuidado, tratando de hacer el menor
ruido. La luz de la recámara estaba encendida, al igual que
la chimenea que brindaba un calor que le pareció sofocante
al hombre que regresaba de un salón atestado de gente que
sudaba y no paraba de bailar. «La apagaré en seguida» se
ordenó a sí mismo, yendo por los polvos para aplacar el
fuego infernal.
Realizó su tarea en total silencio, abrió la ventana y fue
hacia el baño, siendo incapaz de notar la anomalía que
residía en su cama, junto a su hijo dormido. Para cuando se
dio cuenta de que había una intrusa en la habitación, ya se
había cambiado de ropas y poco le faltó para meterse a la
cama a su lado. Por poco se atraganta con la imagen de la
señorita Fiore recostada incómodamente al llevar puesta
toda la indumentaria femenina. Era una mujer tan pequeña
que bien la pudo confundir con los grandes almohadones
que flanqueban la cama para que el niño no cayera al suelo,
formando un pequeño nido, siendo el centro un eterno
abrazo entre mujer e infante.
Le fue sumamente extraño comprender la situación,
aunque era una obviedad que la señorita Fiore se quedó
dormida mientras cuidaba de Jackson, no la notó tan
cansada cuando la dejó, aunque quizá era la razón por la
que se encontraba tan irritada. Jason se sintió culpable por
su petición egoísta, puesto que mientras la señorita Fiore
intentaba dormir a un hijo que ni siquiera le pertenecía, él
bebía, bailaba y reía con sus primos, no parecía justo de
ninguna manera.
Se acercó a la cama y removió ligeramente su hombro,
buscando que despertara, pero ella simplemente se
reacomodó en la cama, abrazándose más al niño que ya de
por sí estaba encima de ella. Sería imposible despertarla sin
hacer lo mismo con Jackson, y de suceder eso, estaba
seguro que el niño no volvería a dormir hasta dentro de
muchas horas. Sería mejor dejarlos en paz, él podía dormir
en otra parte, incluso en el suelo.
Cuando los rayos del sol entraron por la ventana al día
siguiente, el aire matutino se colaba por la ventana,
causando escalofríos al cuerpo mal acomodado en la cama.
Daira se preguntó, aún a medio despertar, por qué razón
Pridwen habría apagado el fuego, claramente no estaba
encendido, y era una locura abrir la ventana con esos
vientos fríos del inicio del otoño.
—Prid… cierra la ventana —pidió la joven sin recibir
contestación—. Prid, cierra la ventana —repitió, alargando la
mano para tocar el cuerpo que usualmente dormía a su
lado.
Cuando su palma cayó de golpe sobre un almohadón, la
joven comprendió que no estaba en su habitación, de
hecho, todo a su alrededor debió indicarle el error de su
situación: iniciando por el niño dormido sobre ella y
terminando con el hombre sentado en una silla, colocada a
los pies de la cama.
Un calor intenso se focalizó en las mejillas de la joven, no
sólo tornándolas rojas, sino moradas. ¡Había dormido en la
habitación de un hombre! Y no sólo eso, sino que el hombre
estaba ahí también.
«Dios santo, estoy perdida» pensó la joven.
Miró de un lado a otro, tratando de deshacerse de los
pequeños brazos que la rodeaban, le costó trabajo, pero
logró dejarlo en la cama, aún lo suficientemente dormido
como para que lloriqueara poco. Apartó la manta que no
recordaba haberse colocado y miró con cautela al hombre
que seguía dormido de forma incómoda en la silla estilo
Tudor. Por unos segundos, la joven no pudo evitar notar el
fuerte brazo que le sostenía la cabeza, con los antebrazos
expuestos al haberse doblado la manga hasta los codos; su
respiración constante provocaba tensión en los botones que
permanecían atados sobre su pecho; sus largas piernas
permanecían cruzadas por la parte de los tobillos y
apoyadas sobre el baúl a los pies de la cama.
Era una pose desinteresada y relajada, pero a Daira le
pareció que nadie podría lucir tan apuesto en un estado
similar. Lord Seymour era en realidad muy atractivo y
varonil.
—¿Piensa seguir observándome por mucho tiempo
señorita Fiore, o piensa escabullirse pronto de la habitación?
Daira se puso en pie de un salto, intentando arreglar sus
ropas, su rostro y su cabello, todo en una sucesión errática
que la hacía lucir aún más desastrosa. Una risa varonil y
agradable salió de la garganta del hombre que había
intentado mantener a raya sus burlas.
—¿Por qué no me ha despertado? Es terriblemente
inapropiado que me quedara aquí, ¿Qué pasa si alguien me
vio entrar, pero no salir? —dijo preocupada, calzándose las
zapatillas.
—Seguro creerían que soy un padre desnaturalizado si
hubiera hecho lo que está pensando con mi hijo presente —
elevó las cejas.
—¡Dios mío, estoy arruinada!
—Tranquilice su moral, nadie lo sabe hasta el momento,
sólo tenemos que sacarla de aquí sin que nadie la vea.
—Bien, ¿y qué hago?
—Espere aquí, permita que verifique el pasillo.
—Hágalo, hágalo —apuró, olvidando su posición de
servicio.
Jason abrió la puerta quedamente y asomó su cabeza,
maldiciendo a lo bajo al notar que, inesperadamente, había
gente en los pasillos. El hombre no sabía si eran personas
que apenas iban a descansar o los que recién despertaban
con la idea de un nuevo día de actividades.
—Bien, se quedará aquí por un buen rato.
—¿Qué? —su voz sonaba mortificada.
—Hay personas afuera, se darían cuenta de su salida.
—¡Ay Dios, ay por Dios, esto me pasa por buena gente!
—Me está impacientando y si sube aún más su voz,
despertará a Jackson y eso sería un verdadero problema.
Los ojos de la mujer se volcaron hacia el pequeño que se
removía incómodo en la cama ante el ajetreo. Consideró
sensato el guardar silencio, pero nada pudo impedir que sus
pies se movieran de un lado a otro, nerviosa e incontrolable,
manteniendo una mano sobre su barbilla mientras pensaba.
—Muy bien, los nobles son flojos…
—Se lo agradezco.
—Por lo cual, esta gente está subiendo y no bajando —
prosiguió pese a la interrupción—. En una o dos horas, todos
ellos estarán dormidos y no despertarán hasta las diez u
once de la mañana.
—Tal parece que lo tenía previsto.
—¿Cree que tenía previsto algo de esto? —lo miró
impacientada.
—Bien, si no le molesta, iré a dormir a mi cama —la
recorrió con una mirada alegre al notar su sonrojo.
—No pensará hacerlo estando yo presente, ¿o sí? —
recriminó.
—¿Por qué no? —se acomodó en la cama—. Usted lo hacía
hace unos momentos, es mi turno de tener una siesta
agradable.
—Es usted demasiado despreocupado —frunció el ceño y
fue hacia la ventana, considerando seriamente aventarse
por ella.
—Olvídelo, se haría daño —dictaminó Jason con ojos
cerrados.
—Al menos busco formas de salir.
—Deje de hacerlo, alguien puede verla asomándose por
ahí y será lo mismo que si saliera por esa puerta.
—Bien —cerró la ventana e incluso la cortina—. ¿Qué
hago?
—¿Por qué no me canta?
—¿Está usted loco? Lo que quiero es que no me
descubran, mi voz me delataría en seguida.
—Vaya que es engreída —se acomodó en la cabecera,
mirándola con ojos brillantes—. ¿Cómo sabe que la
reconocerían? Jamás la han escuchado cantar, podría ser
cualquiera.
—No —dijo cada vez más enojada—. Si cantara después,
lo sabrían y no correré ningún riesgo.
—Lo cual quiere decir que quiere cantar frente al público
—se sentó, arrastrándose hasta los pies de la cama—. ¿Es
por eso que se metió al bosque? ¿Para practicar?
—¿No dijo que iría a dormir?
—Sí, pero usted no deja de hablar y para mí es igual a ver
una comedia en el teatro, me resulta entretenida.
—No soy su bufón —se cruzó de brazos—. Cierre los ojos y
vaya a dormir de una vez, no tengo otra opción más que
vigilar su sueño.
—Bien —el hombre se recostó de nuevo y acomodó a su
hijo cerca de sí, envolviéndolo en un abrazo cariñoso que
sacó una sonrisa de la joven, olvidando por un momento los
problemas en los que se encontraba—. De todas formas, ya
me vigilaba desde que estaba en la silla. Dígame señorita,
¿le parezco muy atractivo?
—En realidad, lo que noté es que babea cuando duerme.
Daira luchó contra su risa cuando el hombre de ojos grises
la enfocó con una clara sorpresa y algo de vergüenza. Era
una tontería que le creyera, puesto que cuando alguien
tenía la tendencia de salivar en su inconsciencia, le era
imposible no notarlo. Daira lo sabía muy bien, puesto que
dormía con Pridwen y ella tenía ese problema.
—Pero qué mentirosa es señorita Fiore, por un momento
me ha engañado, para su desgracia, resulta que he dormido
con otras personas antes y jamás he tenido ese problema.
—Quizá no se lo decían por vergüenza.
—Una esposa es capaz de decir muchas cosas, algunas
que ni siquiera son ciertas, sobre todo cuando se enojan. —
Aquello lo había dicho sin pensar y se apesadumbró en
cuanto se percató de ello.
—Me quedaré callada a partir de este momento —
sentenció la joven—, considérelo una tregua.
—Más bien se refiere a que ha sentido lástima.
—No veo por qué he de tenérsela —lo miró con una ceja
arqueada y una mirada petulante—. Es usted un hombre
rico, apuesto y bien posicionado, tiene al mundo a sus pies
y lo sabe.
—Le agradezco el intento que ha hecho, dormiré ahora si
no le molesta seguir refunfuñando en soledad.
—Ni un poco, estoy acostumbrada a hacerlo de esa
manera.
En el fondo, el hombre agradecía la táctica usada por esa
mujer: en un inicio mostrándose comprensiva ante su dolor
y al segundo siguiente, despreciándolo por el mismo,
manejando sobre su persona el sentimiento vergonzoso que
cualquiera debía sentir al estar dramatizando una situación,
sobre todo -como ella mencionó tan elocuentemente-,
cuando se tenía un buen nombre, posición y,
aparentemente, un rostro prometedor.
Se durmió con una sonrisa en el rostro al lograr
rememorar con integridad la conversación con la señorita
Fiore, hubiese querido verla al despertar, pero como era de
esperarse, la mujer desapareció en cuanto encontró la
oportunidad de salir sin ser vista.
Capítulo 6

Las festividades que los duques de Lauderdale estaban


dando eran correctas, divertidas y variadas. Nadie se
quejaría de la comida, la selección de vino o los invitados.
Sobre todo, cuando un par de ellos estaban dando tanto de
qué hablar.
Sin duda los más indiscretos eran la pareja del heredero
al ducado de Wellington y la sobrina del duque Lauderdale,
quienes pasaron de un intenso coqueteo por parte de la
dama, a una frialdad absoluta por parte de la misma,
intercambiando lugares con el caballero caracterizado por
tener a las mujeres en la palma de su mano. Tal parecía que
era una circunstancia que ambos les divertía y era más un
juego de amigos que de amantes.
Aquella unión satisfacía enormemente a la duquesa y tía
de aquella jovencita que estuviera en edad casadera desde
hacía un buen tiempo. La mujer se regocijaba con su triunfo,
aún si este parecía muy lejano, ya podía escuchar los
agradecimientos de sus padres por lograr lo impensable,
puesto que Pridwen, pese a ser una dama hermosa, era
despreciada por toda la sociedad de la que provenía de
nacimiento y eso era debido a su atolondrado carácter.
Aunque no todo podía ser felicidad. Ya que el tema
predilecto de las bocas viperinas seguía siendo el de Lord
Seymour y la señorita Fiore, arruinando por completo el plan
de tener una celebración tranquila, rememorada
únicamente con la posible boda de en sueño protagonizada
por su sobrina y el muchacho Wellington.
La duquesa apenas y se podía creer que un hombre de la
categoría de un futuro marqués pudiera caer bajo los
encantos de una simple dama de compañía, estaba claro
que era hermosa, pero no dejaba de ser una unión dispareja
y escandalosa. La alta sociedad buscó por todos los medios
dar fundamentos a sus especulaciones sobre la pareja, pero
por más que se intentara encontrarlos en situaciones
comprometedoras, la señorita Fiore y el conde sólo se
dejaban ver en ocasiones esporádicas, tratándose con
respeto, amabilidad y estrictos modales. Se pensaba que, si
no fuera por la cantidad de rumores que los rodeaban,
aquello pasaría a ser una mera cortesía de un caballero
educado hacia una muchacha que se veía envuelta en un
ambiente al cual no pertenecía.
La situación no dejaba de ser un espectáculo para disfrute
de los invitados, creando una espera ansiosa día tras día.
Sin embargo, para la señorita Fiore la situación comenzaba
a rozar con lo ridículo, muy a su opinión, lord Seymour no
hacía nada extraordinario para que se dijese que tenía una
inclinación por ella. Era educado, amable y puntual.
Simplemente se veían en la necesidad de charlar cuando el
pequeño Jack se escapaba de los brazos de su padre e iba a
parar a los de la señorita Fiore, de ahí en más, se mantenían
en sus asuntos.
Quizá todas esas teorías se debían a la sonrisa
permanente que se vislumbraban en lord Seymour cuando
estaba con ella. Desde que se le volvió a ver en sociedad, el
hombre no había vuelto a sonreír, al menos, no con la
sinceridad como lo hacía con la señorita Fiore, incluso se le
escapaban carcajadas imposibles de falsificar.
Lo que la mayoría de las personas no sabía, era que el
lord no se reía con la señorita Fiore, se reía de la señorita
Fiore, irritándola sobremanera. Resultaba ser que Jason
encontraba sumamente divertida la actitud severa, puritana
e intolerante que la joven mujer mantenía, sobre todo en su
presencia, tal parecía que estuviese en una batalla campal
contra los hombres del mundo y dictaminó que, entre todos,
Jason podría ser clasificado como uno de los peores debido
a su reputación de mujeriego y jugador.
—Señorita Fiore.
Poco le faltó a la joven para correr lejos de aquella voz,
pero se obligó a detenerse y volverse con una sonrisa.
—¿Llamaba usted, mi lord?
—Pero qué educada —se burló Jason—. Sí, la llamaba,
necesito de su ayuda nuevamente, Jackson…
—Bien, iré en seguida a la guardería, no debe preocuparse
más por ello —zanjó la joven, deseando apartarse de su
presencia.
—¿Alguna razón en especial para que desee evitarme con
tan poco disimulo? —la alcanzó en su caminar solitario por
el jardín.
—Mi lord, si no se ha dado cuenta, somos fuente de
horribles habladurías que nos arruinan a ambos por igual.
—Señorita, no son más que tonterías de una
muchedumbre aburrida de beber y jugar cartas, no debe
ponerle la menor atención.
—No es lo que opina lady Melbrook.
—¿Quién? —sonrió con gracia, provocando que sus
pícaros hoyuelos desfilaran por sus mejillas. Ella entrecerró
los ojos con molestia y siguió con su camino—. Vamos, no sé
de quién me habla, al menos debería esclarecer sus quejas.
—La mujer con la que usted…
—¿Sí? —la animó a continuar con una sonrisa.
Ella chistó con la lengua y decidió ignorar sus burlas y sus
insinuaciones. Era una obviedad que el conde no podría
olvidar a la mujer con la que estableció una relación íntima,
lo hacía a posta de la vergüenza que ocasionaría en ella el
tratar de decirlo. Con el paso de los días, Daira se
acostumbró a que ese hombre la siguiera y la hiciera rabiar,
para después desaparecer el resto del día, en ocasiones se
lo encontró charlando e incluso coqueteando con otras
damas.
«Es un casanova… pero ¿a mí qué me ve a importar? No
me importa en lo más mínimo.» Se decía a sí misma «Pero
tenía entendido que a él no le gustaba pasar el tiempo con
mujeres, al menos no para a hablar con ellas» Daira negó
profundamente.
La joven llegó a atribuir su interés a un orgullo
malentendido de varón. Como ella lo rechazaba
constantemente, el conde más le buscaba la condición.
Aquello la hacía pensar: si acaso actuaba como alguna de
las muchachitas que se arrastraban a sus pies, ¿la dejaría
en paz? De ser así, lo haría, porque no encontraba cosa más
humillante que lidiar con un hombre que la perseguía por el
simple hecho de que ella lo repudiaba, ¿por qué eran así los
hombres? Debían sentirse muy especiales para que incluso
un rechazo los ofendiera y tentara. Aunque si lo
reflexionaba, el señor Seymour jamás le hizo ninguna
proposición que ella tuviera que rechazar.
—Debido a que nuevamente se ha metido en sus
escabrosos pensamientos, me adelantaré a su línea de
cavilaciones y le diré que no, no tengo ningún interés en
usted, pero me es agradable charlar con alguien que no
busca mi posición o dinero.
La joven volvió la mirada con asombro.
—¿Es por eso que me persigue por doquier?
—No la persigo, da la casualidad de que me la encuentro,
quizá sea porque los dos escapamos de las mismas cosas,
dirigiéndonos sin querer hacia el mismo sitio.
—Quizá sea eso —asintió, sintiéndose repentinamente
más relajada al saber la razón—. Espere, ¿ha dicho que no
le gusto?
Jason empujó su cabeza hacia atrás en una clara sorpresa,
tal parecía que ella no podía concebir que alguien no
estuviera prendado de su belleza. Aunque el tono que utilizó
la señorita Fiore no parecía ofendido, sino más bien estaba
emocionada por el hecho.
—Supongo que no es algo que escuche a diario —ironizó.
—¡Oh, no quería sonar petulante! —se lamentó—. Tan
sólo… olvídelo, he dicho algo muy vergonzoso.
—Tal pareciera que le alegrara que fuera así.
—Debo admitir que también me es refrescante.
—¿Sufre porque la encuentran hermosa? —Jason frunció el
ceño—. No me parece normal, debería aprovechar sus
virtudes.
—La belleza no es lo único que tengo —lo miró molesta—
y como habrá podido constatar, tengo un carácter
endemoniado.
—Finge tenerlo —corrigió—. Pero lo hace muy bien, así
que sí, su personalidad es bastante fea e irritante, si su
intención es alejar a los hombres, ha cumplido su misión
con medalla de oro.
Por primera vez, la señorita Fiore permitió que una dulce
carcajada escapara de su garganta, concordando
perfectamente con su voz melodiosa. Jason quedó
ligeramente encantado, pero finalmente sonrió al igual que
ella, parecía ser que las barreras habían caído desde el
momento en el que le dijo que no la encontraba atractiva.
«¡Vaya muchacha!» pensó el conde.
Caminaron juntos hasta la guardería, el pequeño Jackson
se encontraba sentado en una esquina lejana, pasando las
páginas de un libro con dibujos. Mantenía un dedo dentro de
su boca y se negaba a jugar con el resto de los niños que
estaban correteando por el lugar, acaparando la atención de
las doncellas destinadas a cuidarlos.
Daira sonrió tranquila y caminó hasta el niño, todo bajo la
atenta mirada del padre, quien optó por quedarse en el
umbral de la puerta para ver la reacción que su hijo tendría
ante la llegada de una intrusa que casi no conocía. Aunque
debía admitir que no se sorprendió cuando Jackson sonrió
con apertura hacia la señorita Fiore, quien recargó su
espalda en la pared y se resbaló hasta quedar sentada junto
a él, acariciando su cabello rubio e incluso tomando el libro
para comenzar a leerlo, haciendo graciosas expresiones y
exagerados movimientos de manos que sacaban sonrisas y
miradas ilusionadas por parte del infante que mantenía su
entera atención sobre ella.
—Parece que tiene una habilidad especial con Jack.
Jason jaló el aire y cerró los ojos lentamente al escuchar la
voz de su prima Sophia, quien estuviera casada con el
hermano de Annelise, la mujer de la que se había
enamorado profundamente y por la cual seguía sufriendo
día con día.
—Sí, tal parece que le agrada. —Asintió el hombre—. Me
deja sorprendido que le permita acercarse tanto, incluso la
abraza y besa.
—Dicen que los niños tienen buen ojo para las personas.
Un pesado suspiro salió de entre los labios de Jason.
—¿Qué intentas decirme, Sophia?
—Nada —sonrió la joven—. Por cierto, John vendrá el día
de hoy, se encuentra entusiasmado de verte a ti y a
Jackson.
—Me alegra que te haga compañía.
—Jason…
—Iré con ellos —se excusó rápidamente—. Con permiso.
—Jason —le tomó el brazo con determinación—. Sabes
que John sólo quiere hacer las cosas llevaderas, trata de
entenderle, así como él trata de entenderte a ti.
—No tengo nada en contra de John, de hecho, le tengo un
gran aprecio y respeto —aseguró—. Pero no me agrada la
situación.
Sophia dejó salir el aire contenido en sus pulmones,
observando como su primo se alejaba de su alcance. No
podía creer que, en algún tiempo, Jason había sido el primo
al que se sentía más cercano y ahora… pareciese que
existía un muro cada vez que trataba de hablar con él. Negó
sutilmente con la cabeza, sintiendo una profunda tristeza
que incluso le causaba espasmos en el cuerpo.
—¿Le has dicho que viene John? —Blake se colocó a unos
pasos de su prima, viéndola asentir como respuesta a su
pregunta—. ¿Cómo se lo ha tomado?
—Como lo hace siempre, con una fingida indiferencia que
oculta su desazón —suspiró—. Pero mira eso —apuntó con
la cabeza hacia la pareja sentada a cada lado de Jack—,
parece que esa muchacha tiene una habilidad para con los
chicos Seymour, ¿no lo crees?
—No es la única que ha sacado provecho de sus virtudes,
sé de otro tonto que está siendo conquistado sin darse
cuenta.
—¿Hablas de Adrien? —Sophia volvió el rostro sonriente
hacia su prima—. Pero qué tontería, ¿por qué los hombres
son tan ciegos y torpes con estos temas?
—Bueno, mira quién lo dice, ¿no fuiste tú la que hizo todo
un espectáculo cuando te diste cuenta que amabas a tu
esposo?
—Mi vida entera es un espectáculo Blake —dijo a modo de
defensa—. En todo caso, pienso que Jason será el más
difícil, además, la chica que parece tenerlo cautivado no es
más que una dama de compañía, muy por debajo de su
categoría.
Blake expresó su desconcierto con un excesivo abrir de
ojos.
—Jamás pensé escuchar clasismo en tus labios.
—Si no lo digo porque lo consecuente —le quitó
importancia la muchacha, regresando la vista a la guardería
—. Si Jason se vuelve a casar, seguro lo hará por obligación,
actuará por lo que se espera de él, no por lo que desea en
realidad.
—¿Dices que despreciaría el amor por el deber?
—Puede ser que ya no sepa identificar el amor —Sophia
se inclinó de hombros—. El dolor entumece los sentidos: uno
se encuentra en la desesperación de no sentir, desorientado
al no poder ver, adormecido al no querer escuchar,
desanimado al no degustar una caricia verdadera, perdido
al no poder oler una esencia conocida.
—Eso es…
—Es triste —negó con rotundidad—. Jason se ha perdido a
sí mismo y ha optado por caracterizar al hombre que
debería ser, lo que se espera de él como hombre, como
hermano, primo o padre.
Blake le dio la razón, todos sus familiares sabían lo
destruido que se encontraba ese hombre en su interior.
Lograba confundir con aquel carácter bonachón, agradable
y alegre. Él siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás,
su preocupación por cuanto lo rodeaba era una de las
razones por el que las personas ansiaban hacerlo sentir
mejor, tratando de hacer desaparecer sus tristezas.
—¿Cómo podemos ayudarlo? ¿Qué podemos hacer?
—Nada —suspiró—. Estar para él, apoyarlo en lo que
necesite.
—No parece mucho.
—Pero en ocasiones, lo es todo.
Las damas se marcharon, dando una última mirada a la
mujer que parecía no darse cuenta del verdadero poder que
tenía en sus manos. Si acaso jugaba bien sus cartas, podría
pasar a ser una marquesa en lugar de una simple dama de
compañía.
—¡Oh, no pueden dejarme fuera siempre! —se quejaba la
joven con una sonrisa—. Vamos ¿qué ha dicho a su padre,
mi señor?
El pequeño reía divertido, abrazando con fuerza el cuello
del hombre que lo sostenía, susurrando cosas que en
ocasiones no eran más que burucas, dichas con la única
intención de molestar a la dama frente a ellos.
—¡Ya verá! —dijo la mujer, haciendo movimientos con sus
dedos antes de hacerle cosquillas al niño que se revolvía en
los brazos de su padre—. ¿Va a seguir jugando conmigo, mi
señor?
La sonrisa del padre y el hijo eran extremadamente
parecidas cuando ambos lo hacían con naturalidad y desde
el corazón. De alguna forma, sus ojos grises brillaban con la
intensidad de la luna y sus rostros se iluminaban con alegría
y tranquilidad. Jason podía notarlo en su hijo y se
preguntaba si él se vería igual de feliz, había llegado a
acostumbrarse tanto a su desdicha, que incluso desconocía
su propia risa y sus facciones se quejaban ante la normal
gesticulación de una sonrisa que perduraba a las risas.
Estaba claro que ese ambiente se propiciaba gracias a la
dama que bromeaba, sonreía y los hacía reír; tanto el niño
como el adulto lograban sentir esa exquisita paz, ese
sentimiento de seguridad, de una plena confianza y
relajación. ¿Era eso posible? ¿Una persona podía ocasionar
tantos sentimientos y emociones en tan corto tiempo?
Las doncellas miraban a la pareja con estupor y rechazo,
provocando que una de ellas tomara la decisión de llamar a
su señora, no podían aceptar un comportamiento tan
desvergonzado; no por sí mismas, sino por sus patrones,
que tanto se empeñaban en mantener a la casa de los
Lauderdale como intachable, honrosa y respetable. Ninguna
de ellas quería que una forastera ensuciara el buen nombre
que la generalidad de los empleados se empeñaba en
conservar.
—¡Se puede saber qué está haciendo, señorita Fiore! —
la voz chillona y exaltada de la duquesa resonó por toda la
guardería, exigiendo el máximo silencio, aún en los niños—.
¿Qué se supone que hace en este lugar? No está en su
jurisdicción cuidar de niños.
Las piernas de Daira reaccionaron como resortes, se puso
en pie y bajó la mirada, apenada con la mujer que
anteriormente se había comportado tan bien con ella,
inclusive amenazando a Pridwen para que la dejara bajo sus
cuidados. Arruinó su oportunidad, nuevamente.
—Lo lamento, mi señora, no pensé que…
—¡Exactamente! —contrapuso aún en medio de alaridos
—. No pensó en lo más mínimo, ¿Qué se supone que he de
decir ante tal escándalo? ¿Cómo se atreve a tomarse
atribuciones que…?
—Fue una petición hecha expresamente por mí, lady
Lauderdale —Jason se puso en pie con parsimonia, dejando
a su hijo en el suelo, con el dedo en la boca y tomado con
fuerza de su pantalón—. Mi hijo tiene una predilección por
esta señorita y cometí la insensatez de no informarla a
usted de mis intensiones. Le pido de favor que no regañe a
lady Fiore por mis errores.
—Oh… mi lord —negó apenada, sus pestañas
revoloteando ansiosamente—. No pensé que usted
estuviera de acuerdo, sé bien que el cuidado de vuestro hijo
es algo que no delega a nadie.
—Estando yo aquí, no podía ser algo que no aprobara —
dijo obvio—. Por lo referente a la señorita Fiore, no hizo más
que seguir indicaciones, a menos que encuentre una
petición mía como muestra de insubordinación, en cuyo
caso me haré responsable.
—No, no. —La mujer miró con molestia a la doncella que
informó a medias la situación. De estar enterada de que el
hombre se encontraba conforme con los servicios, jamás
habría hecho tal escándalo—. Me alegra que Daira cumpla
con sus expectativas.
La mujer siguió murmurando disculpas inentendibles, para
después abandonar la habitación en medio de una corrida.
Daira apretó sus labios para no dejar salir una carcajada,
notando que el hombre a su lado se encontraba igual.
—Agradezco su intervención —se inclinó ante él—. Me ha
salvado de un destierro seguro.
—No diga tonterías, de ser así, yo mismo la habría
acogido en mi hogar —dijo sin pensar—. Hubiese sido
totalmente irracional de su parte echarla de la propiedad
por una tontería.
—Aun así, se lo agradezco.
El hombre asintió, tomó a su hijo en brazos y salió de la
habitación sin dirigirle ni una palabra más. Daira se mostró
ligeramente sorprendida por aquella evasión tan evidente,
pero al notar que eran el centro de las miradas de las
doncellas y algunas personas que pasaban por el lugar,
comprendió el escape de lord Seymour, sobre todo porque
acababa de ofrecerle su hogar si en determinado momento
la duquesa terminaba por decidir que debía marcharse
debido a su comportamiento reprochable; claramente la
gente pensaría que Daira buscaba embaucar al caballero
Seymour.
Con toda la seguridad que fue capaz de recolectar, la
joven elevó la cabeza y salió de la guardería, tratando de
hacer caso omiso a los múltiples susurros que buscaban
herirla de todas las formas imaginables. En su interior, su
corazón se apretaba cada vez que escuchaba las voces de
esas mujeres llamándola de maneras despectivas como: «Es
una trepadora», «Había escuchado de ella, dicen que
siempre va en busca del hombre más rico», «Parece que
lady Melbrook decía la verdad, quiere robarse a los
hombres».
La joven contuvo las lágrimas todo lo que pudo,
alejándose en lo que le fuera posible de las voces y de las
mujeres venenosas que gustaban en destruir la frágil
autoestima de una muchacha. Pero eventualmente le
pareció insoportable, así que corrió, cubriendo sus labios
con una mano para no dejar salir quejidos, tratando de salir
de la casa de forma rápida y sin llamar la atención,
deseando internarse en lo más profundo del bosque y quizá
perderse para nunca regresar.
Al momento de salir de la casa, se topó con el
desafortunado escenario de una sociedad reunida y a la
espera de una actividad en el jardín. Maldijo su suerte y
pasó entre la gente, intentando recuperar la compostura.
Sin embargo, era cada vez más notorio que la apuntaban
con desdén al enterarse de lo ocurrido en la guardería, esto
gracias a que las damas que lo presenciaron pasaban la
información a las que esperaban en el jardín.
—¿Daira? —Pridwen apartó la mirada de lord Wellington
para enfocar a su amiga, quien corría sin miramientos hacia
el bosque.
—No, no —la retuvo Adrien al notar que pensaba salir
corriendo detrás de ella—. Alguien ya ha pensado lo mismo
que usted.
—Pero ella no lo querrá a él, no querrá a nadie más que a
mí.
—Es usted muy presuntuosa lady Pridwen, mi primo es un
auténtico caballero, encantador en todos los sentidos, le
aseguro que su amiga agradecerá su presencia más que la
de usted.
—Es que no la conoce de nada —la joven regresó una
mirada preocupada hacia el bosque.
—De todas formas, es tarde, no puede seguirla y si lo
intenta, se perdería de forma irremediable. Lo mejor que
puede hacer es esperar.
—Es usted un maldito, ¡Debió dejarme ir tras ella!
—Le digo que no.
Pridwen dejó salir una maldición a lo bajo, ignorando la
carcajada del hombre a su lado. No despegaría su vista de
ese bosque hasta que viera a esos dos salir ilesos de ahí.
Conocía a Daira mejor que nadie en ese lugar, no querría a
un hombre, incluso Pridwen sabía que tampoco la querría a
ella, Daira no querría a nadie en lo absoluto.
Los pasos veloces y conocedores del terreno se
apresuraron hacia el claro en el que normalmente se
derrumbaba para admirar la belleza del bosque, le gustaba
cantar junto a los pájaros, junto al viento y el arroyo, era su
lugar preferido, era su zona segura, de soledad y
tranquilidad al estar alejada de todos.
En cuanto reconoció las flores y el césped con la huella de
su cuerpo, se dejó caer y lloró sin consuelo, sintiéndose
desdichada por ser acusada de tales barbaries en cualquier
lugar a donde iba. No había forma de que ella fuera
categorizada como una mujer decente, por mucho que se
esforzara, terminaban por atribuirle los peores males de la
raza humana; su belleza era el peor atributo que le podrían
haber dado, se odiaba, le gustaría poderse quemar la cara y
acabar con ese sufrimiento, así por lo menos la respetarían,
verían que hay mucho más en ella que sólo facciones y un
cuerpo tentativo.
—Detesto ver a una dama llorar —dijeron de pronto—.
Sobre todo, a una con tantos atributos como usted, señorita
Fiore.
Los ojos hinchados de la joven se abrieron de pronto,
levantó la cara de entre los brazos cruzados y se volvió
ligeramente para ver al apuesto hombre que estaba parado
a sus pies, viéndola allí recostada e indefensa. Las facciones
de Daira se configuraron para mostrar confusión y un
pensamiento pavoroso la inundó casi de inmediato: ¿La
había seguido? ¿Por qué razón?
Capítulo 7

Los ojos del hombre recorrían el cuerpo a medio recostar


de la atemorizada mujer, quien se sentó y comenzó
arrastrarse lejos de él, en ese momento, no parecía del todo
amenazante, pero lentamente, el brillo en su mirada se
tornó sombrío al sentir la lánguida caricia del deseo
recorrerle las venas del cuerpo, hechizándolo, desenfocando
su sentido de cordura y embraveciendo su ser normalmente
calmo, olvidando por completo el amor y la fidelidad que le
debía a su mujer.
—Mi lord, debería marcharse —pidió entonces la mujer
que había logrado ponerse de pie y daba pasos defensivos
hacia atrás.
—¿Qué ha venido a hacer aquí, señorita? —el hombre la
siguió con pausados movimientos, a sabiendas de la ventaja
que tenía sobre un cuerpo más débil y posiblemente más
lento que el suyo—. ¿Es acaso que ha quedado aquí con
algún pobretón que anhela de sus caricias provenientes de
sus hermosos labios?
—No —la voz le tembló pese a que trató de sonar segura
—. Suelo venir aquí a cantar. A estar en soledad.
—¿Le apetece un poco de compañía? Serán mis ojos los
que juzgarán si estás faltando a la hospitalidad que te
hemos dado.
Unas lágrimas silenciosas brotaron de los ojos bien
abiertos de la joven, goteando hasta su barbilla al no ser
contenidas por las manos. Sabía que, si quería salir bien
librada de ese encuentro, no podía perder el tiempo
limpiando sus lamentos, mucho menos cerrando los ojos,
todo le daría al duque una oportunidad y ella debía evitarlo.
—Por favor, mi lord, es usted un hombre bueno, que ama
a su mujer, usted mismo me lo ha dicho en tantas
ocasiones…
—¡Silencio! —pidió con fuerza—. No te atrevas a comparar
lo que sucederá ahora con el cariño que le tengo a mi
esposa.
—Mi lord, esto le remorderá la consciencia, lo sé, usted
quiere a su esposa, es un hombre fiel.
—Por favor, chiquilla —se burló el hombre—. No serías la
primera con la que falto a mi juramento de lealtad.
Al comprender que no había manera de que el duque
entrara en razón, se echó a correr, para ese momento, se
había acercado lo suficiente a un conjunto de árboles como
para lograr perderle el rastro, al menos, despistarle lo
suficiente como para salir del bosque.
—¡Por favor, ayuda! —gritó desesperada.
—¡De nada te servirá! —le respondió el duque a sus
espaldas, corriendo muy tranquilo, como quien sabe hacia
donde se dirige—. Nadie te escuchará y nadie conoce este
bosque mejor que yo.
Con la frase en mente, Daira pensó que su mejor
oportunidad dependía de lo imprevisible de sus
movimientos, así que se dedicó a cambiar de dirección cada
sesenta segundos, tratando de dificultar la persecución del
hombre que parecía únicamente divertido. Estaba claro que
confiaba en sí mismo para alcanzarla y esto se vio
comprobado cuando súbitamente la joven se vio tirada en el
suelo divido al brutal agarre que detuvo su huida.
Se supo perdida cuando el duque no la soltó incluso
aunque se arrastró entre las hojas secas y el lodo. La mirada
perversa y brutal le dio a entender que no importaba cuanto
se esforzara por estar sucia y detestable, porque para lo
que ocurriría no habría remedio alguno.
La respiración de la joven se aceleró al punto del colapso,
no lo permitiría, no dejaría que ese hombre se saliera con la
suya; pero le resultaba imposible luchar contra su fuerza.
Era impresionante la facilidad con la que logró acercarla a
su cuerpo con un simple movimiento que por poco le rompe
la muñeca. La pegó con fuerza a un árbol cercano y la
aprisionó contra él, arrancando ropas y forzando sus caricias
contra su cuerpo.
—¡Basta! —gritaba con lágrimas en los ojos,
removiéndose y dificultándole su hacer—. ¡Por favor,
deténgase!
El terror floreció en su interior cuando sintió que el
hombre levantaba sus faldas de un impulso, al tiempo que
desabrochaba su pantalón. Tenía que hacer algo, debía
tener una oportunidad. Miró desesperada de un lado a otro,
percatándose que estaban en lo que parecía una colina, si
acaso pudiera…
—¡Deja de moverte, maldita sea! —la golpeó con fuerza,
mandándola al suelo hecha un grito dolorido.
—¡¿Señorita Fiore?! —se escuchó una voz a la lejanía.
—Maldición —masculló el duque que, en vez de asustarse
y dejarla, apresuró sus movimientos.
El golpe en la cabeza la dejó cerca de la inconsciencia,
pero estaba en el suelo y era lo que necesitaba. Pateó al
hombre que estaba por ceñirse sobre ella y giró hasta
hacerse rodar por la colina.
—¡Señorita Fiore! —gritó Jason al reconocerla mientras
caía y gritaba dolorida, golpeándose como última instancia
contra un roble que escupió un montón de hojas sueltas
gracias a la temporada de otoño—. ¿Qué sucedió? ¿Dónde
le duele?
—¡Por favor, ayúdeme! —Daira levantó una mano y se
aferró de él por un momento, pero al comprender que era
otro varón, dio un grito lleno de terror y se arrastró lejos—.
No, no. Aléjese de mí, déjeme sola. ¡Que se vaya, le digo!
—¿Qué fue lo que sucedió? —cuestionó, agachándose
para tomarla en brazos, sin comprender que la asustaba
aún más.
—¡He dicho que no se me acerque! —pidió dolorida,
tomando con fuerza su costado—. No me toque —tembló y
comenzó a llorar suavemente, congestionando su nariz.
Jason levantó la mirada hacia un conjunto de árboles en la
colina por donde la señorita Fiore había descendido, estaba
seguro de haber visto una figura que rápidamente se
escondió para no ser visto. Estaba claro que la mujer
aterrorizada tuvo mucha suerte, podía estar golpeada, pero
al menos no fue agredida por un hombre esclavizado por
sus más bajos instintos.
—¿Daira? —cerró los ojos con una sensación amarga—.
¿Hay alguna parte de ti que pueda recuperar la calma?
Ella levantó la mirada, mostrándose enojada e indignada.
—Estoy bien, no necesito de su ayuda. —Intentó ponerse
en pie, pero bufó de dolor y apretó aún más su costado.
—No podrá ponerse en pie, se ha lastimado, permita que
la ayude. —Hizo ademán de acercarse, pero ella cerró los
ojos y tembló, no sabía si de furia o de terror—. Míreme
señorita, vea todos mis movimientos, se dará cuenta que lo
último que deseo es lastimarla…
—¿Cómo puedo confiar en usted… en alguno de ustedes?
—Si quisiera hacerle daño, le aseguro que ya se lo hubiera
hecho, está malherida y no tendría escapatoria.
Daira dejó salir lágrimas silenciosas y estiró una de sus
manos en aceptación, permitiendo que el caballero se
agachara, tomara uno de los brazos magullados y lo
colocara alrededor de su cuello, alzándola al vilo. Ella se
quejó y se atragantó con el dolor al morder sus labios.
—¿Se encuentra bien? —giró su cabeza para mirarla.
—Sí, sí. —Intentó acomodarse entre los brazos fuertes que
la rodeaban—. Vámonos, por favor.
—Bien, si no tolera el dolor, pida que pare de inmediato.
—Gracias por ayudarme, es usted muy amable.
—¿De qué corría? ¿Qué la hizo despistarse de tal forma
del camino que provocó tan estrepitosa caída?
—Yo… no lo recuerdo.
—No existe razón suficiente para proteger a su acosador,
está claro que esa persona quería hacerle daño.
—Por favor, mi lord … dejemos el tema.
—Así que es alguien a quien usted le debe un respeto.
—Todo hombre o mujer en esta velada merece mi respeto,
mi silencio y veneración ¿recuerda, mi lord? —dijo con odio
—. Sólo soy la dama de compañía de lady Pridwen, una
sirvienta.
—Sea como sea, usted no estaba de acuerdo con lo que
estaba pasando y por eso corría —la miró molesto ante sus
palabras—. Usted también merece respeto, señorita, no lo
olvide.
—Es difícil recordarlo cuando es más que obvio que no se
nos trata de esa forma, somos objetos para ustedes.
—¿Quería abusar de usted? ¿Es eso lo que está diciendo?
—Yo no he dicho nada.
El hombre permaneció en silencio por un largo momento,
pensando detenidamente en el cuestionamiento que había
hecho a la mujer malherida en sus brazos. ¿A quién
protegería a pesar de estar presa del pánico por lo que
estuvo por pasarle? Lo pensó por varios minutos hasta que
de pronto su mirada se iluminó cuando llegó a una
suposición, se volvió hacia ella y elevó una ceja inquisidora.
—¿El duque? —culminó sus pensamientos con impresión
—. ¿Ha sido el duque de Lauderdale?
—¡N-No!
—Por Dios, y yo que lo creía tan sensato y enamorado.
—¡He dicho que no!
—No hace falta que grite, lo he descubierto y es una
tontería que lo niegue, puesto que lo veo en su mirada
atemorizada.
—¿Temor? No le tengo miedo, ¿Cree acaso que es la
primera vez que algo así me pasa? —negó—. Los hombres
son unos…
—No todos abusamos de nuestra fuerza o poder, señorita.
—Eso aparentan, hasta que tienen una oportunidad.
—¿No se me concede ni siquiera la duda? —soslayó la
mirada—. La estoy llevando en brazos, sana y salva para
que la atiendan.
Los dientes blancos de Daira se presionaron contra su
labio inferior, no quería aceptar la verdad en esas palabras,
así que decidió mantenerse callada, apretando con fuerza el
hombro de lord Seymour para no dejar salir un alarido.
—Lord Seymour —gimió—, ¿cree que tenga roto un
hueso?
—Lo dudo mucho. —La reacomodó en sus brazos—. Pese a
que está magullada, no soportaría el dolor si tuviera algo
roto.
—Me siento mal, en verdad muy mal.
—Pero no está en un lamento, estoy moviéndome lo
suficiente como para que no pudiera resistirlo, por mucho
que lo intentara.
—Eso me alegra, no puedo quedarme en cama.
—¿Por qué el duque la acosaría?
—¡Basta de sandeces! —pidió molesta y nerviosa pese a
que nadie los escuchaba—. No debe alzar falsos con esa
seguridad suya.
—Sé lo que vi en la cima de esa colina y sé lo que veo en
sus ojos cuando lo menciono —elevó una ceja, soslayando la
mirada para posar sus ojos grises sobre ella—. ¿Estoy
errado?
—Y si no se equivocara ¿qué cambiaría? —echó en cara
con el furor de la exasperación, la humillación y el
abatimiento—. Exacto, no podría hacer nada, porque yo no
soy nadie de importancia.
—Es usted una persona, una mujer que…
—Que no es su mujer —terminó tajantemente—. Le
agradezco su preocupación, lo clasifica como un verdadero
caballero, pero dejemos el tema por la paz, ese hombre al
que enjuicia es aquel al que le debo mi sustento y el techo
en donde vivo.
—¡Pamplinas!
—Eso mismo digo yo, pero ¿qué opción me queda?
Salieron de la espesura del bosque con el caer del sol,
siendo rápidamente interceptados por una preocupada
Pridwen, quien no dejaba de parlotear en medio de su
desenfrenado nerviosismo, dando vueltas alrededor del
aristócrata que llevaba con sumo cuidado a su muy querida
amiga: «¡Dios santo, Dios santo! —repetía una y otra vez—.
¿Pero qué le ha hecho?». Adrien se adelantó ante los
arrebatos sin sentido de la rubia, deteniéndola en su
alborotado proceder y llevándola consigo para buscar a
Publio.
Bajo la atenta mirada de la sociedad, Jason Seymour llevó
a la dama de compañía de lady Pridwen hasta su habitación,
dejándola suavemente sobre la cama e incluso acomodando
las almohadas para que fueran confortables para el cuerpo
magullado.
—Señor Seymour —de alguna forma, Daira se las arregló
para tomar su muñeca—. No dirá nada, ¿verdad?
—Me temo que no está en mi jurisdicción hacerlo, aunque
debería… pero usted no quiere, así que no lo haré.
—Se lo agradezco.
—¿Está acaso loca? ¿Cómo puede preferir seguir en las
mismas condiciones que hasta ahora? —explotó de pronto,
dejando de lado su voz serena y despejada por unos
instantes—. Seguro ya lo había intentado antes ¿o me
equivoco? Por supuesto que no me equivoco.
La joven dejó salir una risilla que terminó en quejido.
—Y yo que pensaba que la única que hablaba de esa
manera locuaz y atolondrada era Micaela Rinaldi.
—Habla de mi hermana, señorita —elevó una ceja—.
Como verá, la lengua parlanchina puede ser de familia.
—Lo dudo, usted habla muy poco.
Callaron al oír los pasos presurosos que se acercaban por
el pasillo, la voz de Pridwen se hacía oír incluso desde el
jardín, indicando la situación al médico, aunque Jason y
Daira dudaban que supiera con veracidad las generalidades
de las heridas.
—Bien, ¿qué sucedió? —esa fue la primera pregunta que
hizo Publio Hamilton al entrar en la habitación.
—Resbalé —se apresuró a contestar la joven.
Los ojos profundos e indescriptiblemente azules de aquel
hombre se posaron sobre la figura de su primo, buscando
corroborar las palabras, como si desde el primer instante la
creyera una mentirosa.
—Es verdad, cayó de una colina.
—¿Por qué cayó? —eran preguntas distractorias, Publio
solía hacerlas para alcanzar a prepararse sin desesperar a
su paciente.
—Como dije: resbalé. —Se inclinó de hombros—. Me
descuidé.
—¡Eso no es común en ti! —negó Pridwen y miró al
médico—. Se sabe ese bosque de memoria, siempre va sola
y por horas.
—No lo conozco todo y caminaba distraída —objetó Daira.
—Bien, haré una inspección —Publio no estaba realmente
interesado en las circunstancias de la caída, él se ocuparía
del cuerpo de la mujer, lo demás, era asunto de los amigos
—. Diga cuando duele.
—Y-Yo preferiría que no lo hiciera —se alejó de él,
mostrando dolor en su semblante—. Estoy bien, en serio.
—Claramente eso no es verdad —la miró de arriba hacia
abajo.
—Por favor, no hagan de esto algo tan grande, no hay
nada mal.
—Señorita —Jason comprendió la índole de su renuencia
—. El médico no está solo con usted, incluso está lady
Pridwen.
—¡Oh, no hagas tonterías Daira! —se acercó su amiga—.
No seas mojigata, él es doctor, es su trabajo, no está
aprovechando su condición, ¿verdad que no? —miró a
Publio.
—La pregunta me es absurda e insultante —el erudito
miró a Daira con determinación—. ¿Puedo acercarme,
señorita?
Daira dudó todavía un poco, pero al final aceptó, teniendo
que recurrir a cerrar los ojos para contener las lágrimas. Las
manos del hombre palparon con profesionalismo el cuerpo
de la joven, apretando ligeramente de vez en cuando,
revisando que los huesos no se encontraran fuera de lugar.
—Parece que no hay nada roto —dijo al fin—. Pero tiene
una increíble cantidad de hematomas por todo el cuerpo.
—¿Qué es eso? ¿Qué es eso? —preguntó una mortificada
Pridwen.
—Cardenales —simplificó el médico—, se irán solos, pero
dolerán, los vendará y untará un ungüento que le entregará
mi mujer.
—Gracias, mi lord —trató de inclinar la cabeza, pero el
cuello le dolió, viéndose en la necesidad de llevar una mano
a la zona.
—Estará dolorida —se acercó Publio y tocó con tiento—.
Masajeé la zona por un buen rato.
—Lo haré yo misma —se adelantó Pridwen, sentándose
junto a su amiga y le tomó la mano en muestra de su
preocupación.
—Bien, con eso resuelto, me retiro.
—¡Mi lord! —Daira se avergonzó—. Por sus servicios yo…
—No hace falta —Publio levantó una mano—, recupérese
pronto.
Con eso dicho, el hombre salió de la habitación junto con
Jason, quien no se despidió de la joven que salvó al
encontrarse enfrascado en una conversación con su primo.
A los pocos minutos, una mujer de cabello desalineado y
ropas manchadas se acercó con un frasquito de vidrio, el
cual tendió a Pridwen, explicando la forma de aplicarlo.
—Espero que se encuentre mejor, señorita —dijo la
amable mujer—. Mi marido puede ser tajante, pero es un
excelente médico.
—Ha sido muy amable conmigo, ambos lo han sido.
Gwyneth sonrió, le apretó una mano a la dolorida
muchacha y salió del lugar, tomando a una pequeña rubia
que no apartaba la mirada de ellas, pero sin decir ni una
palabra.
—Ellos… —pujó de dolor al querer enderezarse por su
cuenta, recibiendo la ayuda de Pridwen en seguida—. Son
muy amables.
—Los Bermont son fantásticos —asintió sin darle mucha
importancia—. Ahora quiero que me cuentes lo que pasó en
verdad.
—Prid…
—No. No Daira, no. Te conozco, no resbalaste, algo te hizo
caer en todo caso —la joven se mordió los labios y bajó la
mirada—. ¿Fue culpa del señor Jason? Lo vi correr detrás de
ti hacia el bosque.
—¿Eso hizo? —frunció el ceño—. ¿Por qué?
—Adrien aseguró que te consolaría, no que te tiraría por
una colina —dijo enojada—, de haberlo sabido, le habría
dado una patada para que me dejara ir tras de ti.
Daira se alegraba que no lo hubiese hecho, se habría
llevado una terrible sorpresa de haber encontrado a su tío
con tal falta de cordura, queriéndose aprovechar de una
mujer desvalida y llorosa.
—No ha sido culpa de lord Seymour, me asusté y resbalé.
—Así que no piensas decírmelo —dijo enojada—. Bien, en
ese caso me veo en la necesidad de preguntárselo a él.
—¡No! —la retuvo a su lado—. Por favor no.
—Entonces dímelo.
—El señor Seymour… él… —Daira buscaba una mentira
creíble, al menos una que distrajera a Pridwen—. Intentó
besarme.
—¡¿Qué?! —Su amiga se puso en pie—. ¡Lo sabía! ¡Lo
sabía! Ya decía yo que se traían algo raro, ¡Oh, cuéntamelo
todo!
Estaba mal mentir, lo sabía perfectamente, sobre todo con
algo tan escandaloso como un beso, pero no encontró otra
forma de hacer que Pridwen dejara de preguntar. Tan sólo
esperaba que jamás llegara a oídos del señor Seymour,
porque de ser así, moriría de vergüenza.
Capítulo 8

Poco o nada le faltó para quererse enterrar a sí misma el


día que se enteró que el señor Seymour había escuchado la
conversación que tuvo con Pridwen, aquella en la que se
inventó toda una historia sobre él pretendiéndola hasta el
punto de querer robarle un beso. Desde ese momento y por
ocho largos días, se negó a dar la cara al público y, con la
excusa de sus heridas, nadie la cuestionó, ni siquiera
Pridwen, quien descaradamente le llevaba todos los días
noticias de su mejoría a lord Seymour, a quién seguramente
poco le interesaba.
Aunque el hombre que la salvó no le dedicó ni una sola
visita, el hijo del mismo prácticamente vivía en la habitación
de la dama, pasando a ser su más fiel compañía. Eso no
significaba que nadie más la visitaba, algunos de los
Bermont se habían tomado la molestia de pasar a saludar a
la enferma, sobre todo los dos que fuesen médicos. Otra
que tampoco se desprendía por mucho tiempo del lado de
su amiga era Pridwen, ocasionando la presencia de lord
Wellington; tal parecía que esos dos se habían vuelto
cercanos, aunque si se lo preguntaban a Daira, se
asemejaban más a ser amigos que amantes.
Esa tarde, mientras los invitados pasaban el día dando
caza de un tesoro en las profundidades del bosque, Daira se
atrevió por primera vez a bajar las escaleras, acompañada
únicamente del pequeño Jack.
—Mi querido niño, ¿no le hubiera gustado ir con su padre
al bosque para perseguir el tesoro? Sé que sus primos están
allá. —El niño negó con rotundidad, tomando con más
fuerza el vestido de Daira—. ¿El que se meta el dedo a la
boca quiere decir que no desea entablar conversación
conmigo?
—Si quiero —el dulce susurro por poco pasó inadvertido
por la joven, quien de pronto se volvió con los ojos muy
abiertos y sonrió.
—¿Podría repetirme? —Daira se agachó con esfuerzo, pero
logró quedar acuclillada a la altura del niño—. ¿Qué fue lo
que dijo?
—Hablar —susurró de nuevo el niño—. Si quiero.
—Ya veo —trató de no mostrarse eufórica y lo abrazó—.
Me alegra saber que quiera hablar conmigo.
—¡Aprieta! —pujó el niño, tratando de alejarse de ella.
—Lo siento, lo siento —lo tomó de los hombros y sonrió
enloquecida—. Dime, ¿te animarás a hablar con otras
personas?
El niño quitó la sonrisa de su rostro y negó con efusividad.
—¿Por qué no?
—No quiero.
—¿No quieres? Pero si eso haría muy feliz a tu papá.
—No —dijo con firmeza acompañada por una mirada
intensa y determinada—. No quiero, no.
—Está bien —levantó las manos a modo de rendición—. Lo
siento, no debí insistir de esa manera.
—¡Agh! —el sonido de disgusto vino desde las espaldas de
la joven inclinada—. Debí prever que con todos fuera de
vista, te animarías a salir de tu confinamiento, ¿es que no
tienes vergüenza? ¿Qué harías si alguien regresa antes de
los bosques?
—Lady Melbrook —Daira se puso en pie lentamente,
adolorida por los muchos hematomas regados por su cuerpo
—. Buenos días.
—¿Qué haces con el hijo de Jason? —los ojos claros de
Lina Melbrook se fijaron en la pequeña criatura que se
escondía entre el vestido de la mujer frente a ella—. ¿Es
acaso que lo has robado de la guardería de nuevo? Te
acusaré, ¿lo sabes?
—Su padre le permite estar a mi lado.
—¡Por favor! —chistó la mujer—. Su padre no podría estar
más apenado con la situación en la que lo has puesto, ¿o es
que el aislamiento te hizo perder la memoria? ¿Cómo osas
inventarte una historia semejante? Pobre Jason, que error
cometió al ser amable.
El corazón de Daira palpitó con fuerza al recordar el
episodio que intentó reprimir en las profundidades de su
mente para no sentir la inmensa vergüenza que le ponía las
mejillas coloradas y la incitaban al deseo de aventarse por
una ventana.
—No tengo tiempo de hablar con usted, lady Melbrook, lo
lamento mucho. —Daira acarició los cabellos dorados del
niño aferrado a sus piernas y lo incitó a caminar.
—En verdad eres una arpía, escalando clases sociales y
hombres ricos —negó—. ¿Pero sabes? Sé perfectamente
quién puede detenerte y por tu expresión, tú también lo
sabes.
—No… —de pronto sintió que se desmayaría—. No quieres
traerlo aquí, yo lo sé, odias que él…
—Resulta, querida Daira, que ya no me importa lo que él
piense, te estás metiendo con la persona que me interesa
ahora —elevó una ceja—. No te permitiré ganar otra vez.
—Jamás sentí que ganaba —la miró con repulsión, pero su
voz seguía calma—. Lo odié a cada instante y usted lo sabía.
El niño comenzó a jalar la tela del vestido del cual se
sujetaba, pero la señorita Fiore no podía ponerle atención, lo
único que hacía para calmarlo, era tocar su suave cabellera
rizada, pegándolo inconscientemente a su cuerpo, tratando
de protegerlo incluso de las palabras de esa horrible mujer.
—¡Eres una sucia! Siempre lo supe, desde que te vi por
primera vez percibí que serías un peso para cualquier
persona que tuviera compasión por ti y te aceptara bajo su
techo.
—¿Puede detenerse? —pidió con calma—. Hay un niño
presente.
—No me interesa ese mocoso —dijo presa del odio y el
rencor acumulado—, no importa que escuche todo esto, es
totalmente incapaz de hablar ¿no lo sabías? Creo que
realmente es tonto.
La sangre de Daira hirvió repentinamente, no podía creer
que se atreviera a decir esas cosas de un niño que
claramente sufría a diario por no poder hablar, al menos, no
en voz alta.
—Puede decir lo que quiera de mí, pero no meta a un niño
en esto.
—No me digas, ahora resulta que tu caracterización de
ángel caído del cielo se hizo realidad y en realidad aprecias
al patético niño.
—No tiene corazón, ¿Por qué insiste en molestarlo? Déjelo
en paz.
—¿Eso hago? —la mujer rio y se acercó al infante, quien
tenía los ojos vidriosos y llenos de temor—. ¿Qué dices
cariño? ¿Te estoy molestando? ¿Acaso le dirás a tu papá lo
que dije de ti?
—No hace falta que me lo diga. —La voz llegó como una
avalancha de nieve. Era un tono duro, frío y claramente
irascible—. Señorita Fiore, ¿podría hacerme el favor de
llevar a Jason a su habitación? Tengo que hablar con lady
Melbrook.
—Por supuesto —Daira rebuscó la mano del niño en su
vestido y la tomó con cariño, obligándolo a caminar aun
cuando este se negó, queriendo correr a los brazos de su
furioso padre—. Vamos, le daré chocolate ¿qué le parece?
El niño hizo una señal con su mano para que ella se
agachara, susurrando a su oído con suavidad para no ser
escuchado por nadie más, como inicialmente hiciera sólo
con su padre.
—Mi lord —la mujer se enderezó y miró a un impresionado
Jason Seymour—. Vuestro hijo pide permiso para comer
helado también.
—¿Jackson habla con usted? —negó Jason—. Eso es
imposible.
—¡Seguro lo está inventando! —se adelantó lady
Melbrook.
La señal hecha por el infante apareció de nuevo, pidiendo
a lady Fiore que volviera a inclinarse y escuchar el susurro
de sus labios. En esa ocasión, la mujer sonrió hacia el niño,
le tomó la pequeña mano y se la llevó a sus labios con
ternura.
—Con su permiso —se inclinó la joven y se marchó.
En última instancia, Daira decidió llevar en brazos al
pequeño Jack, sintiendo su cariño a través de las
extremidades que le rodeaban el cuello y la cabeza
recostada en su hombro.
—¿Papá se enojó? — el niño preguntó con su voz
susurrante.
—Sí, pero no con usted.
—Jack —dijo el niño.
—¿Jack? —frunció el ceño la mujer—. ¿A qué se refiere?
—Me llamo Jack.
—Eso lo sé —aseguró la joven—. No lo olvidaría.
—Dime Jack.
La muchacha negó con suavidad.
—Es impropio que lo llame por su nombre, usted es hijo
de un futuro marqués, heredero de un título muy
importante, no puede ser tratado por mí como un igual. —El
niño ladeó la cabeza, claramente no había entendido la
naturaleza de la negación, así que Daira suspiró—. Su padre
me regañaría de llamarlo de esa forma.
—¡Jack! —dijo un poco más alto—. Soy Jack.
Un suspiró alegre salió de entre los labios de la señorita
Fiore, abrazó al niño y a su inocencia, en poco tiempo
dejaría de ser el pequeño inclusivo para ser un noble, con
las distinciones que le correspondían por su título, posición
y dinero.
Logró entretenerlo por un buen rato, le permitió correr por
la habitación, subirse a los muebles y esconderse bajo la
cama. Ella reía de las bufonadas del nene, mientras que él,
en silencio, se emocionaba ante las sonrisas y la forma en la
que esa mujer lo miraba con cariño. Jack era capaz de sentir
el afecto de parte de la señorita Fiore, como no lo había
sentido con nadie además de su padre.
Después de lo que pareció mucho tiempo, el niño estaba
cansado, recostado sobre la cama, escuchando una bella
canción de los labios de la mujer a la cual no le soltaba la
mano, como si fuera un amuleto de buena suerte, una
almohada protectora o un cobertor cálido que quitaba
cualquier malestar y lo llevaba lento, pero sin demora hacia
un sueño profundo y pacífico.
—¿Se ha dormido ya?
Daira volvió la cabeza de inmediato, resintiendo un poco
en sus lesiones, pero ese dolor pasó a segundo plano al
estar en presencia de lord Seymour, de quien se había
estado escondiendo hasta entonces.
—Mi lord, le debo una disculpa.
—¿En serio? —Jason pasó a la habitación, tocando la
cabeza de su hijo—. Creía que el que debía una disculpa era
yo.
—¿Usted, mi lord? —se sorprendió.
—Sí. Fue mi culpa que todos esos chismes fluyeran en su
contra, no me di cuenta del daño que hacía a su reputación
al pedirle que cuidase a Jackson. —El caballero apretó los
labios—. ¿Fue la razón de que corriera al bosque? Mi
descuido casi ocasiona una catástrofe.
Con la cabeza gacha, ella negó.
—Eso hubiese sucedido tarde o temprano —se inclinó de
hombros—, y eventualmente esas mujeres encontrarían la
forma de expresar lo que realmente guardaban en sus
corazones.
—¿Envidia?
Daira levantó la mirada ante ese cuestionamiento.
—Eso es una forma agradable de ver las cosas. —Asintió
la joven y mordió sus labios ante lo que tendría que decir—:
con referencia a lo que le inventé… no tengo perdón, no
debí utilizar un recurso tan indecoroso. Ocasioné su
incomodidad, sé que Pridwen lo acosaba.
—Debo admitir que es una amiga leal, aunque quizá
demasiado determinada en su actuar —sonrió con diversión
ante un recuerdo de esa mujer—. Un día casi me acorrala
para que viniera a visitarla.
—¡Oh, Pridwen! —se quejó, sonrojándose vistosamente.
—No tiene importancia, en todo caso, entiendo la razón
por la cual inventó esa historia —los ojos de Daira se fijaron
en la faz estoica del lord frente a ella—. Supongo que lady
Pridwen hubiera tomado muy mal el hecho de que su tío
fuera un presunto violador.
—¡Mi lord, por favor…!
—Lo sé, sé que no quiere decirlo por miedo.
—Así es. —Acomodó un mechón de cabello detrás de su
oreja y lo miró avergonzada—. Supongo que usted ya habrá
esclarecido la situación de lo que sucedió y… lo que no
sucedió entre nosotros.
—Sí, se podría decir que esclarecí algunas dudas.
—¿Es que les dijo a todos que mentí? —agachó la mirada.
—De hecho —sonrió satisfecho—, hice todo lo contrario.
Capítulo 9

Daira desconocía el tiempo que llevaba sentada en esa


silla, sola, abrumada y llena de dudas. Tenía sujeta la
cabeza entre sus manos, los codos sobre sus rodillas en una
posición de derrota o desesperación. Trataba por todos los
medios procesar la conversación que tuvo lugar hace unos
momentos, cuando lord Seymour aún se encontraba en la
habitación con el pequeño Jack en sus brazos.
—¡Daira! Al fin te encuentro, te he buscado por todas
partes.
—Considerando que no he salido de la habitación en ocho
días, debiste imaginar que estaría aquí —sonrió dulcemente
a su amiga.
—Pero es que todos hablan de la pelea entre Jason
Seymour y lady Melbrook —le dijo sin comprender—. Dicen
que tú estabas ahí junto con el hijo del señor Seymour.
—Ah… no sabía que alguien me había visto —suspiró—,
fue un error salir de esta recámara, debí quedarme.
—¡Qué dices! —negó fascinada—. ¡El señor Seymour te
defendió! ¿Es que no lo sabes?
—Lo único que sé, es que escuchó como insultaban a su
hijo, era de esperarse que se molestara.
—Oh, pero la gente está diciendo toda clase de cosas —
Pridwen tomó distraídamente una tela sobre la cama.
—¿Qué se supone que dicen?
—Bueno, que están prometidos.
Los colores recurrieron nuevamente a las mejillas de Daira
ante el bochorno que sentía al escuchar esa noticia
nuevamente.
—¡Dios mío! —Daira se puso en pie y caminó por la
habitación como una fiera encerrada—. Todo es mi culpa, lo
arrinconé y no tuvo más opciones que aceptar.
—¿De qué…?
—¡El beso! —Ella lanzó la frase como si con ello su amiga
entendiera a lo que se refería—. ¡Lo inventé! Todo lo que te
dije fue un invento, así que tus acciones posteriores sólo me
dejaron mal parada ante él y ante todos.
—¡¿Qué?! ¿Por qué no me lo dijiste? —se mostró ofendida
—. ¿Por qué mentiste con algo así?
—Quería protegerte de la verdad.
—¿Cuál es la verdad? —frunció el ceño.
Daira cerró los ojos y negó.
—No puedo decírtelo.
—Si no lo haces, consideraré el fin de esta amistad, no
puedo pensar que me mientes en la cara todo el tiempo.
—No lo hago… —Daira mordió sus labios. En realidad, sí lo
hacía, siempre estaba mintiendo—. Prid, eres mi mejor
amiga, la primera y puede ser que la única, te aprecio más
que a nadie.
—Entonces, dime la verdad —exigió, cruzándose de
brazos.
—Corría de alguien, pero no era del señor Seymour —dijo
en una voz susurrante, casi inaudible.
—¿De quién entonces?
—Si he dicho que quería protegerte, ¿de quién te
imaginas que hablaba? —trató de esquivar la pregunta.
—Sé que no es de lord Wellington, porque estaba
conmigo.
—¿Eso te lastimaría? —sonrió perversa, mirando a su
amiga con suficiencia al saber que no se había equivocado
en sus suposiciones.
—No cambies el tema —demandó y frunció el ceño,
tratando de encontrar la respuesta a la pregunta anterior—.
¿Alguien que me heriría de saber que ha hecho algo
imperdonable? —Pridwen sintió un gran horror y alzó la
mirada—. ¿Mi tío?
—Creo que no estaba en todos sus cabales.
—¿Mi tío? —negó—. No, él no. Quiere a mi tía, lo sé, se
nota.
Aquella duda en la voz de Pridwen fue una puñalada
contra el corazón de Daira. Era la misma actitud que
tomaría cualquiera, terminaría por culparla a ella, porque
eso era más fácil a creer que su tío podía ser una amenaza
contra las mujeres, peor aún, contra una tan allegada a su
sobrina como lo era ella. Estaba claro que Pridwen quería
seguir llevando la venda sobre sus ojos y era entendible.
Pese al dolor, Daira permaneció calma, sin hablar, sin
mover un músculo del cuerpo mortalmente erguido o del
rostro inmutable, pálido y sereno. Sus ojos eran parecidos a
la más espantosa tempestad marítima, tal parecía que la
fuerza de las olas estuviese encerrada en aquella mirada
poderosa que haría dudar hasta al más valiente. Entendía a
Pridwen, pero eso no evitaba el dolor. Tan sólo esperaba que
no la insultara, que no dijera las mismas palabras que
salieron de bocas de otras mujeres malvadas en tantas
otras ocasiones.
—Pridwen…
—Tengo que… —ella cerró los ojos y negó ligeramente,
sintiéndose increíblemente confundida—. Tengo que irme.
—Por favor, Pridwen…
—No. —Ella se detuvo en su andar hacia la puerta, pero
no se volvió—. Por favor, necesito pensar.
Daira asintió ligeramente, al menos no la estaba
acusando, pero en cuanto esa puerta se cerró, lo hicieron
todas las oportunidades que tenía, si Pridwen decidía que ya
no la quería a su lado, no tendría opciones, sin mencionar la
amenaza de lady Melbrook, si acaso ese hombre volvía a su
vida y ella se encontraba sin protección…
No se lo podía permitir, no controlarían su vida
nuevamente. Con una actitud totalmente decidida, la joven
salió de la habitación, siendo centro de las miradas que ella
ignoró con un talento adquirido por los años. Bajó las
grandes escaleras, sus pasos resonaron por el recibidor y
después el gran salón, desde dónde podía ver la cabellera
dorada de lord Seymour, rodeado por el resto de sus primos,
riendo y disfrutando de la fiesta.
Se acercó lentamente, siendo empujada por gente que
bailaba o trastabillaba en ebriedad. Aquellos golpes
cometidos por error en su contra, hicieron que se pusiera a
la defensiva con las heridas de su cuerpo, obteniendo como
resultado una mirada aún más amenazante que la de hace
unos momentos. No apartó la vista de su objetivo, de hecho,
ni siquiera notó que Pridwen se encontraba en el mismo
grupo, discutiendo a base de susurros con lord Wellington.
—Lord Seymour —Daira tocó ligeramente el hombro del
caballero y cuando tuvo sobre ella sus ojos tormentosos,
continuó con seguridad—: ¿Me permite unos minutos de su
tiempo?
El resto de los Bermont mantuvieron una mirada
inquisidora sobre la figura de la dama que no parecía
amedrentada pese a que era natural que tuviera
conocimiento sobre ellos, reconocidos como mujeres y
hombres temibles e importantes no sólo para la sociedad
londinense, sino para la de muchos otros países que
requerían de ellos para la formación de negocios, tratado de
tierras, política o dinero.
—Por supuesto —asintió Jason, tendiendo su copa de vino
a la mujer que se encontraba a su lado. Daira la recordaba
como lady Sophia, una duquesa—. ¿Le gustaría salir al
jardín?
—Sí, preferiría la privacidad.
El hombre tendió su brazo para que ella lo tomara con
libertad. Para ese momento, que la gente hablara sobre
ellos ya no resultaba chocante, de hecho, lo consideraban
un pormenor, estarían a punto de darles de qué hablar para
todo un año, si es que llegaban a un acuerdo.
Salieron al jardín siendo conscientes de que muchos
charlatanes del salón les habían seguido los pasos, mientras
que otros, un poco más discretos con sus intenciones, se
pegaron a las ventanas que daban buena vista de la pareja
que se alejaba con la intensión de perderse de vista,
deseando mantener esa conversación en secreto.
—Supongo que viene con una resolución a lo que
hablamos.
—Tengo algunas dudas.
—Dígame.
—¿Por qué? —Lo miró de soslayo—. Es un hombre
apuesto, amable y rico, cualquier mujer estaría feliz de
desposarlo.
—Como dije antes, no es mi deseo casarme y de hacerlo
con cualquiera de esas señoritas que me persiguen por
doquier, me vería obligado a cumplir con ellas. Mi propuesta
hacia usted nos deja con vidas independientes, libres y sin
restricciones —Jason paró en seco y desprotegió la mano
que ella mantuvo posada en su antebrazo—. Usted tampoco
quiere un matrimonio, pero ansía la protección de uno,
casarse conmigo le brindaría eso y más, nadie la molestaría
siendo una Seymour.
—Si no desea casarse, entonces no lo haga y listo —
solucionó.
—No es tan simple, mi familia desea verme feliz y piensan
que una mujer logrará cubrir ese aspecto —recorrió el rostro
hermoso de Daira con deleite—, pero no es algo que quiera,
no quiero mujeres que puedan meterse en mis decisiones y
mi vida.
» Lo que le digo es sensato —continuó muy seguro—.
Gracias a Dios tengo un hijo, uno varón, por lo cual ni
siquiera necesito casarme para tener un heredero. Pero
Jackson necesita una madre y parece tenerle cariño a usted,
así que es la solución más simple.
—¿Se casará conmigo únicamente para que sea la madre
de Jackson? —entrecerró los ojos con dudas.
—Sí. Es mí única intensión. —Se cruzó de brazos—. Usted
tendría las mismas labores que tenía cuando cuidaba de
lady Pridwen, con la única diferencia de que estaría bajo la
protección de un Seymour. Será un matrimonio que la hará
marquesa, se despreocupará de la vida, no volverá a tener
miedo y será muy rica.
Daira se molestó por la insinuación de que ella podía
ceder ante la expectativa de un título y riquezas, pero en
esos momentos no valía la pena esclarecer su personalidad.
De hecho, dudaba que en algún momento aquello fuera
necesario, porque Jason Seymour estaba dejando todo muy
claro: se casarían para que ella fuera la madre de Jackson y
nada más. No tendrían amores, no habría relación, no era
necesario conocerse, apoyarse o siquiera verse.
Podría sonar como un acuerdo terrible, pero Daira no
podía sentirse más feliz con la expectativa. Sería libre, no
sentiría miedo nunca más, sabría lo que significaba estar
tranquila en una casa que, además, sería la suya.
—De acuerdo.
Capítulo 10

Fue en un día lluvioso y fresco cuando se hizo el anuncio


oficial de que el joven lord Seymour se casaría con una
simple dama de compañía. Aunque muchos de los invitados
de las festividades de los duques de Lauderdale ya sabían
de antemano la noticia, no les importó fingir un poco de
sorpresa, incluso llegando a escandalizarse y cuchichear
junto con los que recibían por primera vez el informe.
Tal parecía que los asistentes de la icónica festividad se
volvieron populares de un momento a otro, la sociedad
entera deseaba hablar con ellos para conocer detalles sobre
la nueva pareja.
Fueron tiempos difíciles para Daira, quien se despidió de
la casa de los Lauderdale con suma tristeza al no recibir ni
una mirada por parte de su amiga y mucho menos por los
duques, quienes no la bajaban de trepadora social e
interesada. Aseguraban que los había avergonzado de la
forma más ruin, puesto que le abrieron las puertas de su
casa y confiaron en ella. «¿Todo para qué?» había dicho la
duquesa «Para qué se subiera el vestido ante el mejor
postor y lo hechizara sin remedio alguno, ¡Pobre señor
Seymour! Qué vergüenza se llevará al tener una esposa de
tan baja categoría».
—Daira… Ey Daira, Daira… ¡Vamos, chica, tienes que
ponerme atención en algún momento!
La recién nombrada levantó la cabeza y sonrió en
disculpas. Estaba rodeada por un grupo de elegantes,
respetadas y hermosas mujeres que fueran parientes de su
futuro marido.
—Oh —se sonrojó—. ¿Es que me hablaban a mí?
—Por Dios, tienes la cabeza en otro mundo.
—Lo lamento, la verdad me siento un poco incómoda.
La joven se sentó adecuadamente en su silla, mirando a
su alrededor para cerciorarse que nadie hubiese visto la
escena. Para su desgracia, al estar en Le Rouse, uno de los
restaurantes más elegantes y prestigiosos de Londres, su
presencia era centro de atención, sobre todo porque parecía
ser que las Bermont aceptaban tranquilamente a la que
sería su nueva prima política, pese a que esta fuera de una
categoría inferior a todos ellos.
—Deja de preocuparte por estas gárgolas —se adelantó
Blake, tomando la mano de la intimidada muchacha—. Son
ellas las que se mueren de celos por tu suerte —elevó una
ceja—. Disfrútalo.
Parte del acuerdo con lord Seymour era mantener en
secreto la generalidad de su relación, nadie además de ellos
debía saber que todo sería falso, que no se amaban,
gustaban o siquiera conocían.
—Claro, estoy feliz, pero un tanto atemorizada, esta
sociedad con la que ustedes están acostumbradas a lidiar y
convivir, eran a los que yo tenía que servir anteriormente.
—Bueno, eso no es verdad —aseguró Micaela—. Tú eras
una dama de compañía, no tenías que servir a todos los
demás, sólo a la mujer que necesitara de tus servicios, en
este caso Pridwen.
—Sí —oír el nombre de su amiga la hizo decaer—. Así era.
—Lamento que las cosas no fueran bien con ella —se
adelantó Sophia—. Dale tiempo, ya verás que superará esto.
—¿A qué se refieren? —Daira las miró con el ceño
fruncido.
—Bueno, todos saben que lady Pridwen se molestó porque
no logró salir comprometida con ninguno de los buenos
partidos que estuvieron presentes en la fiesta de sus tíos. —
Explicó Micaela.
—¡Oh, no! —Daira negó con espanto—. Nada de eso,
Pridwen no quería a lord Seymour para ella, ni tampoco se
ha disgustado por no tener un compromiso al terminar las
festividades. Se ha enojado conmigo por algo
completamente diferente.
—¿Es tan grave? —inquirió Sophia—. Las pensé
inseparables.
—Descubrió algo que no quería.
—¿Sobre usted? —insistió Grace.
—Sobre alguien cercano a ella —sonrió la joven y quitó
importancia con un movimiento de su mano—. Bueno, esto
está delicioso señora Rinaldi, he de felicitar a usted y a su
esposo.
—Somos exigentes con todo lo que hacemos —asintió
Micaela con satisfacción—. ¿Y ya tienen fecha para la boda,
querida?
—Bueno, el señor Seymour…
—¡Oh! Pero ¡qué ceremonioso se escucha eso! —se burló
Gwyneth—. Se van a casar, ¿verdad? Deberías tutearlo
cuanto antes.
—Me será complicado, puesto que no nos conocemos
mucho y él es tan… —se mostró nerviosa cuando todas las
miradas se posaron sobre ella—. Digo, claro que lo conozco,
pero no para tutearlo.
Estaba claro que esa reunión con las primas de Bermont
no era simplemente para acercarse entre ellas, sino que
estaban investigando las verdaderas razones de su primo
para acceder de buena gana a un matrimonio, sobre todo
cuando se había rehusado terminantemente en el pasado.
Aquello era simplemente sospechoso.
—De hecho, lo considero presuroso —aceptó Sophia—.
Jason siempre fue impulsivo, pero desde que tuvo a Jackson,
todo cambió.
—Creo que eso tiene mucho que ver en su decisión —
Daira tomó la oportunidad que se le brindaba—. El que
Jackson esté tan tranquilo a mi lado debió ser una de las
razones por las cual él aceptó.
—¿Aceptó? —Blake frunció el ceño—. ¿Cómo si usted se lo
hubiese propuesto?
—No le pedí que se casara conmigo, lady Hillemburg, se lo
aseguro. —Aunque Daira sentía que lo obligó a que se lo
propusiera con todas las mentiras que se inventó sobre
ellos.
—No es un interrogatorio —amenizó Gwyneth—, estamos
felices de que Jason decidiera rehacer su vida.
A partir de esa intervención, la conversación derivó a
temas agradables, y conforme se fueron conociendo, las
bromas y las risas se hicieron sonar por todo el lugar, tal
parecía que se llevaban de maravilla y eso alegró a Daira.
Sin embargo, existía una duda persistente en su cabeza y
no encontraba la forma de preguntarle a ninguna de las
damas con las que pasó gran parte de la tarde; y es que el
tema de la antigua esposa de Jason era un misterio que ella
quería al menos conocer antes de inmiscuirse con ese
hombre.
Daira sabía lo mismo que todos, simplemente un día la
pareja perfecta desapareció del ojo público y cuando Jason
Seymour reapareció, lo hizo de negro, alejado de toda mujer
y con un hijo pequeño, siempre cuidado por nanas que
fueran seleccionadas por el heredero en persona para los
momentos en los que se ausentara.
Decidió que quizá, más entradas en confianza y con el
alcohol que estaban ingiriendo, podría preguntarle a alguna
de ellas. Pero, o tenían una resistencia espectacular, o
pensaban hacer lo mismo para con ella, puesto que ninguna
cedía su cordura. Sobre todo, las mayores: Blake y Sophia,
cuyas miradas penetrantes jamás se apartaban de la
muchacha que trataba de simular relajación. Daira sabía
perfectamente que la duquesa de Westminster era la
esposa del hermano de Annelise, la antigua mujer de Jason,
así que tenía un mayor interés en hacer que Sophia perdiera
sus cabales cuanto antes.
«¿Acaso me está poniendo a prueba?» se preguntaba
cada cierto tiempo, enervada y a la vez, interesada.
—Con qué aquí es donde se habían metido —la voz
sedante de un hombre rozó suavemente los oídos de las
chicas en la mesa.
—¡Mi amor! —sonrió Micaela, quién fuese la que más
había perdido la consciencia junto con Grace—. ¡Llegaste
por mí!
—En realidad no —sonrió el hombre, acercándose lo
suficiente para que su esposa lograra tocarlo—. Teníamos
una cita aquí —elevó ambas cejas—, pero veo que
tendremos que cancelar.
—¿Cancelar? No, no. Puedo con la reunión.
—Sí, claro —sonrió abiertamente, acariciándole el hombro
—. ¿Podrás con una reunión con Carson Crowel?
—¡Oh, no! —decayó la mujer—. ¿Era hoy esa cita?
—Ya no más.
—¿Ashlyn está en Londres? —se emocionó Blake, dando
paso a su sonrisa—. ¿Dónde? ¿Ya están en su casa?
—Mmm… ¿de nuevo contra el vino tinto, preciosa? —se
burló Calder, deteniendo el andar de su mujer.
—Vamos ustedes dos —pidió Terry a su esposa y cuñada
—. Gwyneth, te llevaré a casa en seguida, seguro a Publio
no le agradará ver esas mejillas sonrojadas por el exceso de
alcohol.
—¡No le digas! —sonrió lánguidamente—. Por favor, no le
digas.
Con poco o nada de trabajo, los hombres lograron poner
en pie a sus correspondientes esposas, Terry siendo el único
que también tomaría consigo a la esposa de su hermano,
dejando solas a Sophia y a Daira, ambas en plena
consciencia y miradas escudriñadoras.
—Parece que nos hemos quedado solas —inició Sophia.
—Creo que era su plan desde un inicio, lady Ainsworth.
—No me llames por el apellido de mi marido, tampoco por
su título —pidió cortés—. Me es ligeramente desagradable.
Daira frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—¿Alguna razón en específico?
—Detesto la idea de perder mi apellido en el momento en
el que fui de él, es una tontería en realidad, amo a mi
marido, pero me gustaría seguir siendo independiente de él.
—Dudo que alguien sea lo suficientemente tonto como
para delegarla a ser sólo una esposa, mi lady.
—Sophia, sólo Sophia. —En esa ocasión, lo pidió con más
autoridad—. Ahora, es verdad que propicié este encuentro y
creo que comprende la razón.
—Claro que sí, aunque no creo que debamos de hablar de
ello.
Al menos, Daira no quería hablarlo con ella. Se sentía
sumamente incómoda al ser ella la esposa del hermano de
la susodicha.
—¿No tienes curiosidad sobre ella?
—No —Daira se mantenía segura, sin bajar la mirada u
intimidarse por la situación—, considero que es un tema
pasado y si lord Seymour ha decidido casarse de nuevo,
piensa lo mismo.
—Esa respuesta me hace sospechar aún más.
—Lo hace por su hijo más que nada —explicó Daira—. Se
dio cuenta que me llevo bien con el pequeño Jack y supongo
que él no me encuentra tan monstruosa como a las otras
chicas.
—Así que sabes sobre eso —elevó una ceja—. Has de
saber que se negaba a casarse por esa misma razón; sólo
puede pensar que las mujeres son mentirosas, interesadas o
trepadoras sociales.
Los ojos azules de Daira se cerraron lentamente.
—Le aseguro que él no me acuña ninguna de esas
apelaciones, parece que le agrado y le es relajante pasar
tiempo conmigo.
—No creas que te desapruebo, por el contrario, me alegra
que al fin esté buscando reconstruir su vida. Dios sabe que
es un buen hombre, pero ha sufrido mucho y las barreras
que formó a su alrededor las creía impenetrables.
—¿Por qué se preocupa tanto por él?
—Seguro que es porque lo vi sufriendo, estuve ahí.
—Entiendo, agradezco su preocupación lady Sophia, pero
sigo pensando que seremos un buen matrimonio y creo que
la gente lo aceptará al ver el ejemplo que hacen los
Bermont por estar a mi lado.
—Si no es nada contra ti, me agradas, eres una chica
inteligente, segura de ti, hermosa, pero quizá demasiado
orgullosa, por eso quiero que sepas que Jason no es un
hombre fácil, pese a que lo parezca… —Sophia alargó la
mano y tomó el brazo de su futura prima—. Sé que podrás
conquistar su corazón destruido.
Daira sonrió, no era su plan, ni tampoco era el de lord
Seymour, pero tendría que fingir tener algún interés en él si
deseaba continuar con toda esa farsa que se habían
impuesto.
—¡Sophia Pemberton! —La voz llena de reconvención
crespó los nervios de ambas damas en la mesa.
—Demonios, debí irme antes —se apesadumbró la joven.
Daira sonrió pese a que entendía poco la reacción de la
dama hacia su madre. Así que esperó con impaciencia a que
la mujer de cabellos rubios y ojos grises se acercara a ellas
para dar su resolución.
—Madre mía Sophia, tu marido te ha buscado por doquier.
—Es su turno de quedarse con las niñas —se inclinó de
hombros—, también merezco unos momentos de relajación.
—Al menos le hubieras dicho… —los ojos de Elizabeth se
fijaron de pronto en la mujer desconocida—. Oh, ¿es usted
la señorita Fiore?
Fue una lástima para la muchacha que la conversación
pasara tan rápidamente a ella: “la intrusa que estaba por
hacerse de un título que no le correspondía al no tener el
grado de nobleza necesaria”.
—Sí, su señoría —Daira dio una ligera inclinación de
cabeza como muestra de respeto.
—¡Esto es genial! —gritó la mujer, llamando la atención
del resto de los comensales—. ¡Marinett! ¡Mira con quien
está comiendo Sophia! Nome lo vas a creer.
Una mujer de cabellera estrictamente recogida de un
color negro canoso se acercaba con tal vehemencia que
lograba poner los pelos en punta de la que sería su futura
nuera. Seguía siendo una mujer hermosa pese a que las
líneas de expresión daban indicios de su edad, parecía una
persona regia, de carácter y aplomo. Intimidante al no tener
una expresión escrita en sus facciones.
—Señorita Fiore —habló con voz modulada—. Estaba
esperando este encuentro, aunque no contaba con que
fuera hoy y en este lugar.
—Lady Seymour —Daira se puso en pie con respeto—. Es
un honor al fin conocerla, he escuchado mucho de usted.
—¡Ja! ¿no ha sido un honor conocerme a mí también? —se
ofendió la madre de Sophia, pero la réplica fue ignorada por
todas las damas presentes en la mesa.
—¿Podemos acompañarlas? —cuestionó la marquesa,
tomando en su mano la silla y sentándose sin aprobación.
Un inclemente silencio se instaló por largos momentos,
derivando a una disputa de miradas que Daira soportó con
gracia y prudencia que terminó por agradar a la madre de
Jason.
—Eres una mujer de carácter, puedo verlo —dijo Marinett
después de unos momentos—. Aunque me desconcierta que
mi hijo no tuviera la decencia de presentarla como es
debido ante nosotros.
—Estoy segura que estará esperando al mejor momento,
mi lady.
—Seguro. —El tono de Marinett mostraba la poca
credibilidad que adjudicaba a las palabras benevolentes de
su futura nuera—. Fue un amor rápido a mi parecer, se
creería que Ham House hizo magia.
—Ambos creemos que un cariño inicial puede derivar al
amor. —Daira habló con una seguridad que reconfortó a
Marinett—, aunque me temo que ninguno ha llegado hasta
ese punto tan deseado.
—¿No hay amor? —se extrañó Elizabeth.
—Le tengo un gran cariño y respeto, el amor llegará, lo sé
y a mi parecer, son contados los matrimonios que inician
con amor —apuntó con elocuencia—. Y nosotros estamos
bien encaminados.
—Entiendo. —Marinett entrecerró los ojos—. Ya que lo
afirma con tanta seguridad, confiaré en que hacen esto con
la idea del amor en la cabeza. —Marinett aceptó la taza de
café que un mesero llevó a su mesa sin siquiera pedirlo—.
Dígame, ¿Quiénes son sus familiares?
—No los tengo.
—¡Válgame Dios! —Elizabeth se abanicó con sus manos—.
¿Nada querida? ¿Ni siquiera parientes lejanos?
—No, señora.
Para las damas de sociedad, era un requisito fundamental
tener por lo menos un familiar, aunque este fuera lejano.
Era la norma prioritaria para cualquier familia burguesa de
mediano estatus, la dinastía de las casas debía ser lo
suficientemente fuerte como para poder subsistir a los años.
Pero esa cuestión no salió a la luz debido a la firmeza con la
que la señorita Fiore zanjó el asunto.
—¿Y de dónde es usted, en ese caso?
—De todas partes, mi lady, gran parte de mi vida la llevé
entre barcos, trenes y carrozas, aprendiendo entre las
cortes y maestros.
—¿Es usted estudiada?
—Sí, fui dama de compañía incluso de reinas, pero
también he sido institutriz por bastante tiempo.
—Eso será bueno para Jackson —trató de salvar Sophia—.
Todas sabemos que necesita la ayuda de alguien como ella.
—Sin duda una de las razones más fuertes por las que
Jason decidió el matrimonio —Elizabeth tapó su boca en
muestra de vergüenza—. ¡Oh! Pero no me malentienda, por
supuesto que usted es una mujer hermosa y de virtudes.
—No me molesta saber que un hombre antepone a su hijo
a sus necesidades personales, por el contrario, me
enorgullece esa parte de él —aseguró la joven con
tranquilidad.
—Entiendo que se ha encariñado con Jackson —dijo
entonces Marinett—. Pero ¿qué hay de mi hijo? ¿Qué fue lo
que lo llamó hasta él como para aceptar su proposición?
El silencio de Daira hizo evidente que ella no tenía una
respuesta formulada para esa cuestión. Mas, con pasmosa
calma, permaneció callada mientras pensaba y llegaba a
una conclusión.
—Creo que ha sido su bondad, sus modales igualitarios y
amor hacia su hijo. Cualquier mujer se cautivaría con él
viéndolo actuar de esa forma; da esperanza a un futuro
apacible, respetuoso y cariñoso.
Sophia sonrió y miró a las enmudecidas mujeres.
—Creo que ella es lo suficientemente buena como para
hacer que ustedes dos se queden sin palabras —dijo triunfal
—. Si no les importa, señoras, podríamos derivar la plática a
cuestiones de la boda.
—Claro. Pero antes quisiera saber en dónde se está
quedando —inquirió la madre de Jason—, al no tener familia,
dudo que haya una casa donde usted esté siendo
hospedada correctamente.
—Sugerí un hotel —las mujeres se escandalizaron—. Pero
Lord Wellington ofreció hospedarme en una de sus casas
desocupadas.
—Mi sobrino no tiene casas desocupadas —hizo ver
Elizabeth, dudando de la integridad de la mujer—. No
hablará de su casa de soltero ¿verdad, lady Fiore?
—Mamá, actualmente Adrien vive con los tíos, así que la
casa está desocupada y sin peligros para ella.
—No me agrada —dictaminó Marinett—. Esa casa, pese a
estar desocupada, tiene visitas indecorosas para una dama
que está por casarse, despertará habladurías.
Daira pensó en las muchas veces que los amigos de dicho
lord llegaron a altas horas de la madrugada, tocando sin
cesar para entrar con mujeres que claramente estarían ahí
por toda una noche. Eran hombres divertidos y se
mostraban aún más alegres al verla a ella ahí, en bata y con
el desconcierto impreso en su mirada. Jamás se quedaban,
pero hacían muchas burlas a causa de ello.
—Micaela no pudo ofrecer su casa debido a que estarían
por moverse y nosotros nos vamos mañana —argumentó
Sophia.
—¿Blake? ¿Qué hay de Blake? —miró Elizabeth a su hija.
—Los Hillemburg se irán a Francia en dos días.
—Es inadmisible que se quede ahí —la voz imperativa de
la marquesa no dejó escapatoria—. No me parece una
opción que se quede en el castillo Seymour debido a que
Jason está ahí, pero desapruebo la opción hasta ahora
establecida.
—¿Qué me dicen de Ashlyn? —propuso Elizabeth—, por lo
que sé, han regresado de viaje y podría ser una opción.
—¡Ashlyn! Por supuesto, Matteo ha mencionado que
tendrán una reunión con el señor Crowel, eso quiere decir
que Ashlyn está en casa —aplaudió Sophia—. Yo misma haré
la petición.
—En realidad, yo preferiría un hotel, no es nada fuera de
lo que estoy acostumbrada. —Para ese momento, Daira
estaba suplicando.
—Querida —La voz de Marinett se hizo más dura—. Creo
que no entiendes la generalidad de lo que te está pasando,
ahora serás una condesa y futura marquesa, no te puedes
prestar a habladurías.
—Más de las que ya hay —apuntó Elizabeth.
—Mamá, por favor…
—Ashlyn estará feliz de recibirte —continuó Marinett con
apabullante determinación—, fin de la discusión.
Los nervios subieron por todo el cuerpo de la joven
prometida, los Crowel eran personas conocidas por todo el
mundo, su banco era uno de los más seguros y fructíferos
del momento, trabajaban con cientos de personas, incluso
con ese hombre al que ella tanto temía. Si acaso la
reconocían, podría llegar a ser su perdición. Pero dadas las
circunstancias, no había forma de negar la invitación.
«Ser una marquesa suena… complicado» se dijo a sí
misma. Estaría bajo el ojo público y llevaba toda una vida
tratando de pasar desapercibida, era un giro desagradable
para su vida de incógnita.
Capítulo 11

El otoño seguía en su apogeo y las ventiscas arrastraban


cada vez más cerca el frío del invierno hacia Londres. Hasta
el momento, las cosechas estaban superando las
expectativas y eso creaba un ambiente alegre entre los
campesinos, pero también entre los nobles, compartiendo
veladas y festivales junto con las personas del pueblo.
Aunque estaba claro que el acontecimiento que se
esperaba con ansias era la boda de lord Seymour. Aun con
unos meses para los preparativos, desde el primer instante
se había acordado que sería una ceremonia pequeña, sin
muchos invitados y poco espaviento, esto a petición del
mismo Jason, ya que serían sus segundas nupcias y no era
de su especial interés celebrarlo con el resto del mundo.
Daira no podía estar más de acuerdo, pese a que el
acontecimiento de su boda debía ser tomado con interés y
alegría, ella prefería mantener un perfil bajo, tan bajo como
le fuera posible.
Por lo cual resultaba propicio vivir con los Crowel. Pese a
que en un inicio el quedarse con ellos le pareció intimidante,
el miedo pasó rápidamente al percatarse que el señor
Crowel pasaba poco tiempo en casa y, al no tener hijos, la
señora podía hacer lo que se le placiera. Para Daira, esa
mujer le parecía irreal, no podía creer que existiera una
persona que pudiera estar siempre alegre y positiva, nunca
parecía tener un mal día y resultaba irrefutable el hecho de
que la dama prefería la compañía de los aldeanos que de
los nobles.
Y gracias a que Daira se encontraba con la mujer más
alegre del mundo, era notorio el contraste que se tenía con
su actitud que parecía más bien decaída y lúgubre. Muchos
decían que esa actitud se debía al desinterés del novio por
estar con ella y se daba por entendido que el amor que se
dijo que existía no era más que una falacia. Para esos
momentos se enaltecía a lord Seymour por su bondad al
desear salvar a una hermosa mujer de su vida de doncella,
mientras que a ella se la juzgaba de oportunista y
escaladora social.
Tampoco era algo nuevo y pese a que su prometido no se
hiciera presente, recibía visitas constantes del pequeño
Jack, el único indicio de que el padre se sentía lo
suficientemente conforme y confiado con la unión como
para ceder el cuidado de su tan amado heredero y estaba
claro que no necesitaba otro. Eso hacía de la mujer con la
que se casaría un mero adorno para deshacerse de los
constantes asaltos de las madres que, con esperanza de
una ruptura, seguían ofreciendo a sus hijas hermosas y en
edades casaderas.
En ese momento, Daira caminaba junto a su anfitriona por
los enormes y bien cuidados jardines de la propiedad. Ya no
le era nuevo las rutinas de la señora Crowel, se acostumbró
a sus despertares matutinos y desayunos tardíos, era
imprescindible para ella salir a admirar lo hermoso de la
vida y la felicidad que nacía de un compromiso hecho con
uno mismo. Ashlyn aseguraba que era el primer paso para
la felicidad y Daira no podía contradecirla porque esa mujer
era la prueba viviente de la alegría.
—Dígame Daira, ¿le gustan las fiestas?
—No tengo nada en contra de ellas.
—Una respuesta ambigua de nuevo —sonrió la pelirroja—.
Bueno, me alegra que no le disgusten, iremos a una esta
noche.
—¿Sin el señor Crowel?
—Oh, será mucho más divertida sin él.
La mujer pestañeó un par de veces y la miró mientras
caminaban por el jardín de tulipanes.
—¿No se disgustará por que asista sin él?
—Seguro lo preferirá —aseguró maliciosa—. Aunque
hemos de regresar antes de que se dé cuenta o estaremos
en graves problemas.
—¿No sería mejor no ir?
—¡Pamplinas! —negó la muchacha—. No puedo faltar,
aseguré mi asistencia y es una descortesía.
Daira pensó en todos los nobles que estarían oficiando
una velada esa noche y ninguno de los nombres fue de su
agrado. Aunque dadas sus circunstancias, ella no sería bien
recibida ni siquiera en las veladas de la media burguesía.
—Si insiste en ir, es mi deber acompañarla.
—No es tu deber, por Dios ¡Qué formal eres! —la empujó
un poco—. ¿Cuándo me considerarás una amiga?
—La considero una amiga.
—Entonces llámame Ashlyn de una vez y vámonos —la
agarró con excitación—, se nos hará tarde si no nos
arreglamos.
Los ojos de Daira se volvieron hacia el cielo, no sería más
de medio día. A lo que ella sabía las veladas comenzaban en
la noche, como cualquier noble de buena cuna haría para
exhibir aún más su opulencia y plenitud económica. No
comprendía las prisas, pero se dejó llevar por la mano que
se aferró con fuerza a su muñeca, jalándola hacia el interior.
—Te será una fiesta completamente nueva, te encantará
lo sé, te aseguro que jamás te vas a divertir igual.
Daira no podía creer en la promesa, asistió a varios bailes,
invitada más que nada por las primas de su futuro marido,
pero jamás las disfrutó, mucho menos se divirtió estando en
ellas. Siempre fue centro de críticas y señalamientos que la
hacían sentir una extraña, una persona no deseada.
El hecho de que el señor Seymour nunca asistiera o, si lo
hacía, jamás se le acercara, potencializaba su desazón y el
incremento de las habladurías en su contra. Entendía
perfectamente que ellos no se habían jurado amor eterno,
mucho menos condescendencia, pero al menos deberían
fingir un poco de cariño o al menos anhelo.
Cada una se encerró en sus habitaciones para cambiarse,
dejando a Daira con su usual sentimiento de no tener nada
que ponerse. Sus vestidos eran simples, adecuados para
una dama de compañía que no debe llamar la atención más
que la mujer a la que escoltaba. Eran sosos, con brocados
hasta el cuello, de colores apagados, pasados de moda y sin
dejar a lucir sus atributos.
Suspiró.
Era lo que tenía y sería lo que usaría, ¿qué más daba? No
había forma de que usando algo diferente, las personas
pensaran mejor de ella. Tomó uno de sus usuales vestidos y
los colocó sola, con la experiencia de quien lo ha hecho toda
su vida. Los sirvientes no se inclinaban a complacerla, así
que ni siquiera hacía por pedírselos.
Salió de su habitación y fue a tocar a la principal, desde
dónde se escuchaban gritos y risas por parte de la señora
de la casa.
—¿Señora Crowel?
—¡Dije que me llamaras Ashlyn! —gritaron desde el
interior—. ¡Sólo Ashlyn! ¡Y pasa, mujer, pasa de una vez!
Daira giró la perilla de la puerta y se encontró con una
escena que la desconcertó. Si pensaba que su vestido era
inadecuado para una fiesta de gala, el atuendo de la señora
Crowel era mucho más desatinado, por no decir que una
locura.
—Pero… ¿qué hace? —inquirió extrañada.
—¡Ay, no! —La pelirroja se carcajeó al ver a su amiga
parada en la puerta con esa expresión de horror—. No
podrías estar más inadecuada Daira, venga, toma uno de
mis vestidos.
—Pero esos… —negó—. No son adecuados para usted.
—¡Claro que sí! Ven, toma este, resaltará el color de tus
ojos.
La mujer tendió una tela fresca, con un corsé que no
parecía tan riguroso como lo acostumbraba, sin crinolina,
sin joyería y sin absolutamente nada que la hiciera parecer
una señorita de categoría.
—Mi lady, he de preguntar a dónde vamos, está claro que
no será una velada oficiada por algún noble u rico
comerciante.
—Iremos a una fiesta de los trabajadores, para
trabajadores.
—¡Qué dice! No puede ir a un lugar así.
—Lo hago siempre —se inclinó de hombros—. Verás como
son más amigables que todos esos estirados de las veladas
de alcurnia.
—Pero…
—Vamos, vamos —apuró, dándole la vuelta para
desabotonar el vestido que Daira llevaba—. Vamos tarde,
increíblemente tarde.
La joven prometida mostró resistencia la mayor parte del
tiempo, pero permitió que se le colocara una falda holgada,
una blusa fajada, botines y que le soltara su larga cabellera
castaña, permitiendo que sus risos enmarcaran su rostro,
únicamente prendiendo la mitad de su melena, exaltando
una vivacidad a su rostro que de pronto se mostró mucho
más joven y alegre.
—Pero qué bonita eres —Ashlyn sonrió satisfecha—. Si no
fuera yo tan bonita también, me pondría celosa de ti. ¡Pero
vamos, vamos!
Ashlyn Crowel la llevó a rastras durante todo el trayecto,
mientras le iba contando las cosas fantásticas que pasaban
en las veladas de los trabajadores del lugar. Aseguró que
todos los hombres eran caballerosos y las damas, siempre
amables y amenas, no había alma que no disfrutara de la
velada, todo era armonía y felicidad.
Cuando al fin el granero se vio a la lejanía, arrojando
música, luz y gritos de gozo, Daira tironeó ligeramente de la
mano que la jalaba, tratando de encontrar coherencia en
Ashlyn, pero la Bermont simplemente la tiró de nuevo y la
introdujo a ese lugar que, pese a tener puertas y ventanas
abiertas, el calor humano sobrecogía y quedaba bien
quitarse los abrigos que eran arrojados sobre una mesa de
madera, donde seguramente se perderían para siempre.
—¡Vamos! —sonrió Ashlyn.
La felicidad que emanaba el lugar era contagiosa, el
recibimiento, caluroso; sin pedirlo, las obligaron a beber
algo como inauguración a su entrada, entonándolas
rápidamente con el ambiente festivo. Por primera vez, Daira
se sintió feliz, rio, jugó y bailó con todo aquel que se lo
pidió, fuera hombro o mujer.
Eran bailes sin sentido, la gente se equivocaba y pisaba,
brincaban de un lado a otro, giraban hasta que las faldas
dejaban ver sus tobillos y el sudor provocaba que sus
cabellos se mojaran y se les pegaran en la nuca y en su
cara. Era liberador y adictivo, las horas perdían sentido y
uno simplemente era feliz.
Ashlyn se acercó corriendo a Daira, tomándola de las
manos y brincoteando mientras daban vueltas al sonar de la
música proveniente de un desafinado violín y un entusiasta
acordeón.
—¿Te estás divirtiendo? —Ashlyn le gritó por encima de
las risas y la música que las envolvía.
—¡Jamás me había divertido así! —devolvió en medio de
su felicidad y la deliciosa sensación del vino subiendo por
sus venas.
—¡Ashlyn Crowel! —gritó de pronto una voz escalofriante
que provocó que todo el lugar se apagara en cuestión de
segundos.
Ashlyn soltó las manos de Daira a pesar de que estaban
girando, provocando que la última se tambaleara y cayera
en los brazos de un atinado hombre que logró detener su
caída libre hacia el suelo.
—Carson… —susurró Ashlyn ligeramente asustada, el
alcohol ayudaba a que no digiriera la situación—. ¿Has
venido a la fiesta?
—¿Sabes qué hora es? —se acercó el intimidante hombre.
—¿Las once? —quiso pensar.
—Las dos de la mañana —corrigió, agarrando uno de sus
brazos para equilibrarla—. Eres la mujer más irresponsable
que conozco.
—Pensé que llegarías más tarde.
—¿Te parece una excusa? —miró a las personas
apabulladas a su alrededor, quienes daban pasos hacia
atrás. El acaudalado hombre suspiró y habló—: lo lamento,
pueden proseguir con su celebración.
Sin embargo, la música y las personas seguían
paralizadas, no renovarían la fiesta hasta que el señor
Crowel se fuera, le tenían el suficiente miedo y respeto
como para no hacerlo antes.
—Señorita Fiore. —La joven sintió que un escalofrío
recorría su cuerpo al escuchar su nombre salir de esa voz
fría y atemorizante—. Creo que hay alguien que igualmente
busca velar por su seguridad y puede que esté muy irritado.
La está esperando afuera.
El señor Crowel tomó a su mujer en brazos y la sacó de
esa forma del granero. Daira frunció el ceño, nadie podría
estar esperándola, estaba sola en el mundo y lo que pudiera
hacer de su vida pasaba sin ningún interés para todos los
demás.
—¿Quiere que la acompañe, señorita? —ofreció el hombre
que seguía sosteniéndola para que no cayera—. Me parece
que le es imposible caminar en soledad.
Daira le dio la razón, aquellas vueltas, ese alcohol
sospechoso y las largas horas de beberlo deberían estar
pasando factura.
—Tiene razón, ¿sería mucha molestia que me ayudara a
salir?
—Ninguna molestia, está segura conmigo, venga, apóyese
en mí.
Daira dudaba que algún hombre lograra hacerla sentir
segura, pero en ese momento, aquel mozo era su mejor
opción, sobre todo por la desazón que sentía al escuchar
decir al señor Crowel que alguien esperaba por ella a las
afueras del lugar. Temía en mucha medida que se refiriera al
hombre al que más le temía, aquel con la que lady Melbrook
la amenazó en el pasado.
Hizo su mayor esfuerzo para mantenerse erguida y
caminar derecho, sin embargo, sus piernas trastabillaban
incansablemente, ocasionando que el hombre buscara
estabilizarla al sostenerla por el brazo, tratando de no
incordiarla.
Al ver la escena, el caballero que la esperaba en la salida
tiró el cigarro del cual fumaba y se adelantó hacia la
tambaleante mujer para llevarse la tarea de no dejarla caer
al suelo.
—Gracias por traerla. —Agradeció James Seymour con una
sonrisa amistosa—. Me haré cargo a partir de este
momento.
El mozo lo miró con ciertas dudas, no dejaría a una mujer
en estado inconveniente con un desconocido, mucho menos
uno tan bien vestido como ese, el cual seguro podría abusar
de la inferioridad de categoría de la dama, así como su falta
de dominio en sus sentidos.
—Lo siento, mi lord, ¿quién es usted?
—Mi nombre es Jason Seymour —dijo tranquilo y estirando
las manos hacia ella—. Y la dama en cuestión es mi
prometida.
—¿Es eso verdad, Daira? —corroboró el hombre.
—Sí —cerró los ojos la joven—. Está bien Evan, me iré con
él.
El hombre de espeso bigote, manos rugosas y una edad
mucho mayor que la de ambos, se mostró poco convencido,
pero al final, entregó a la señorita al hombre que se decía
ser su novio, mirándolos con escepticismo mientras Daira
era tomada en brazos para ser llevada de regreso a la
mansión de los Crowel.
—¿Qué hace aquí, lord Seymour?
—Me gustaría dirigirle la misma pregunta a usted —le dijo
divertido—. No creí que fuera de la clase de mujer que se
escapa a una jerga de los trabajadores.
—Lady Ashlyn me convenció, en un inicio ni siquiera lo
sabía.
—Debí suponerlo —negó sonriente—. ¿Se ha divertido?
—Lo suficiente como para tener un mareo persistente y
una sonrisa inquebrantable —elevó una ceja—. ¿Se
encuentra molesto?
—Considerando que no había forma de evitarlo al estar
usted hospedada con mi prima, la molestia estaría
injustificada.
—Me siento muy avergonzada.
—Debo admitir que me agradó verla bailar con esa
soltura, normalmente está tan rígida que la creí incapaz de
moverse así.
Deseando no seguir con el tema, la joven pataleó
ligeramente y se removió, pidiendo de esa forma que la
volviera a colocar sobre el suelo. Jason lo hizo con cuidado,
tomándola de la cintura con delicadeza cuando se percató
que estaba por caerse de nuevo.
—¿A qué ha venido, mi lord? —Daira colocó las manos en
el pecho de su prometido para distanciarlo—. No lo había
visto en días.
—Lamento no haber hecho las visitas ordinarias de un
novio, pero resulta que estaba ocupado con negocios. —
Elevó una ceja ante la cara de incredulidad de su prometida
—. Estaba con el señor Crowel.
—Así que por eso el señor Crowel no llegaba a casa—
comprendió, tambaleándose por el camino, siendo capaz de
sentir las manos que volaban hacia su cintura para evitar
que cayera.
—Digamos que esta velada fue la revancha de mi prima
por sus constantes llegadas tarde —la miró directo a los ojos
—. Dígame, ¿Hará lo mismo una vez que estemos casados?
—No. No tengo derecho a reclamarle nada.
Jason pasó sus manos entre sus cabellos rubios,
alborotándolo al punto de liberarlos de su prisión recatada
que llevaba en el día. Por sus movimientos desesperados
era claro que estaba arrepentido.
—Lamento todo lo que ha tenido que escuchar hasta
ahora.
—No es su culpa.
—Lo es. Me he comportado desinteresado con la mujer
que aseguré amar y que dentro de poco será mi esposa.
—Yo lo entiendo —aseguró.
—Pero el resto de las personas no —sus labios se curvaron
hacia un lado—. Supongo que te habrá sido difícil lidiar con
esas mujeres.
—Sé lidiar con tontos insultos, no debe preocuparse por
mí.
—De ahora en más, tendremos que poner todo nuestro
empeño en fingir ser una pareja feliz ante las nupcias.
—Puedo hacerlo, soy buena mintiendo.
—Ya lo creo. —Su voz sonaba a burla, pero sus facciones
seguían siendo encantadoras y cariñosas—. ¿Está segura
que puede andar?
—Sí —miró a sus pies, para después fruncir el ceño—.
Dudo que vuelva a salir con lady Ashlyn de esta forma, es
peligrosa.
—Crowel no se lo permitirá tampoco, no debe
preocuparse.
Caminaron lentamente hacia la propiedad, la fresca noche
provocó que el estado de embriagues de Daira se
acentuara, pero se hizo de todos los medios para que esto
no se notara. Sin embargo, Jason conocía bien lo que era
pasarse de copas y cuando ella corrió hacia unos arbustos y
vomitó, él ya se lo estaba esperando, así que fue detrás de
ella y sostuvo su cabello hasta que se sintió mejor.
—¡Qué vergüenza! —cerró los ojos con fuerza.
—Tranquila, a todos nos ha pasado en alguna ocasión.
—Seguro a una dama de alcurnia no… ¡Qué digo! Yo no
soy una dama de alcurnia, por lo cual está bien lo que pasó.
—No digas tonterías, he sostenido el cabello de más de
una de mis primas cuando se pasan de diversión.
—¿En verdad? —lo miró esperanzada.
—Sí, en verdad —Jason rebuscó en su chaleco y tendió un
pañuelo limpio—. Vamos, tenemos que seguir, cada vez está
más fresco y no quiero que se enferme.
Daira no supo si era por el aturdimiento del vino o por el
hombre a su lado, pero algo dentro de ella se derritió
cuando la trató de hacer sentir mejor. Limpió sus labios con
el pañuelo y lo apretó entre sus manos, decidida a no
devolvérselo sucio.
—Lo lavaré.
—Tranquila, no es de gran importancia.
—Lo devolveré limpio, se lo aseguro.
—Bien, esperaré por ello.
La ayudó a ponerse en pie y la dejó caminar por delante
de él, cuidando cada paso para que no trastabillara. Daira
podía sentir el sutil toque de las manos de su prometido
cuando de pronto quería equilibrarla; sus dedos volaban
discretamente de un lado a otro de su cuerpo, en ocasiones
la tomaba con fuerza de un codo cuando tropezaba y una
vez, la envolvió en sus brazos para alejarla de una brecha,
permaneciendo en esa posición por varios segundos; Daira
mirándolo con sorpresa y vergüenza, mientras que Jason la
recorría con una mirada penetrante, seductora y muy
compleja.
Sólo después de un largo momento, ella se dio cuenta que
era necesario separarse y forzándose a salir de su
ensoñación, se apartó de él. Daira bajó la mirada, acomodó
un poco su cabello y miró de un lado a otro con el corazón
golpeando contra su pecho. Se vio en la necesidad de
morder sus labios para obligarse a darle las gracias y seguir
caminando con la poca dignidad que le quedaba.
«Es testaruda, eso sí» se decía Jason, siguiéndola con una
sonrisa.
Cuando al fin divisaron la casa Crowel, la joven dejó salir
un suspiro de alivio, había logrado llegar ahí por sus propios
pies y se sentía orgullosa de ello. Subió las escaleras del
pórtico con una sonrisa, sin apenas recordar que su
prometido debía marcharse y, por tanto, ella debía
despedirle. Jason, notando su despiste, alargó el brazo y
logró entrelazar sus dedos con los de ella, deteniendo su
andar decidido hacia el interior de la casa.
Los ojos brillantes de la joven se fijaron en la unión de sus
manos por unos segundos, para después levantarse con
extrañeza hasta el rostro de su prometido. Como toda
respuesta, Jason acarició con su pulgar el dorso suave y
pálido de la mano de su prometida, llevándosela a los labios
para suavemente besarle los dedos en una casta despedida
muy propia de unos prometidos.
Daira adjudicó el revolcón de su estómago a sus excesos
con el alcohol, pero el sonrojo repentino no podía ser por
nada más que el beso sedante y dulce que provocaba una
sonrisa enternecida por parte de su prometido. Motivado por
su respuesta, Jason subió los escalones que le faltaban para
quedar a su altura, le tomó el rostro con cariño y le besó los
labios impetuosamente, obligándole a abrazarse a su
cuerpo para no caer a sus pies por la debilidad de sus
piernas.
Estaba claro que esa mujer sabía besar, quizá fuera
instinto, quizá lo hubiese hecho antes, pero de la forma que
fuera, Jason sintió que su cuerpo reaccionaba al de ella. La
envolvió con sus brazos, acercándola hasta que entre sus
cuerpos no existía distancia alguna. Era una tentación o tal
vez una perdición la forma en la que Daira podía
desinhibirse y entregarse sin restricciones o recelos, aunque
estaba claro que no era así en su normalidad, estaba ebria y
Jason se recordó que no debía aprovecharse de ello.
El conde se separó de ella con una sonrisa que apenas
contenía una carcajada y susurró suavemente cerca de su
oído:
—Deberías lavarte los dientes antes de dormir, preciosa.
La vergüenza acudió a las mejillas de la joven y se cubrió
los labios, mirando sin comprender al hombre que no le
importó besarla pese a que la vio vomitar. Jason rio un poco
y siguió bajando las escaleras con diversión, inclinándose
ante ella antes de marcharse.
—¡Usted no debió besarme! —se defendió.
—Ve a dormir Daira, trata de tomar agua.
Le guiñó el ojo y se marchó, dejándola con la vergüenza
de haberlo besado en ese estado tan inconveniente.
Capítulo 12

Estuvieron confinadas en la casa Crowel durante toda una


semana como castigo a su peligroso actuar. Daira no
conocía del todo al hombre con el que su amiga se había
casado, pero tan sólo verle provocaba la sensación de
querer correr, erizaba la piel y se sentía una cierta
inseguridad que parecía no afectar a la mujer que fuera su
esposa, quien tendía a desobedecerle cada que podía.
—¡Es un tirano, eso es lo que es! —se quejaba la pelirroja,
esposa de aquel hombre—. ¡Nos hemos perdido de tantas
cosas!
—Considerando que tus malestares dudaron dos días
Ashlyn, creo que tenía razón en impedirnos ir a más veladas
parecidas.
—¡Pero están por acabarse! —gruñó la joven e hizo una
voz de fastidio—. Ahora nos veremos obligadas a asistir a
bobas y ceremoniosas veladas con todas esas mujeres de la
alta sociedad.
—Podemos simplemente no asistir.
—Como si pudiéramos, mi marido es un hombre
importante y tú —negó—. ¡Bah! Tú serás una marquesa, así
que tienes que ganarte a esta gente de una forma u otra.
—Lo veo imposible —dijo Daira con tranquilidad.
—¡Ni que necesitáramos a todas esas arpías!
—Puede ser que no, pero sería una vergüenza para
nuestros maridos que fuéramos rechazadas sociales.
—A Carson ni siquiera le importan las fiestas.
—Pero hace negocios ahí, ¿cierto?
—Si bueno, en cierta parte tienes razón, pero nada le da
derecho a encerrarme aquí de por vida.
—No lo ha logrado, de todas formas.
La pelirroja sonrió, volcando su mirada hacia la mujer que
hacía entrada al salón, con aquella mirada enfurruñada y
nariz alzada en clara desaprobación hacia la que fuera su
señora.
—¿Sí? ¿Qué es lo que pasa ahora?
—El señor Seymour está aquí.
—¿Jason? —se sorprendió Ashlyn—. ¿Ha venido Jason?
—No, señora —la mujer sonrió con burla hacia Daira,
quien sin darse cuenta se enderezó ante la perspectiva de
que su prometido hubiese ido a visitarla—. El niño Jack, ha
llegado sólo él.
—Oh —el tono decaído de Ashlyn le fue mucho más
irritante que el de burla que empleó el ama de llaves—.
Claro, que venga hasta aquí cuanto antes, ¿quién lo ha
traído hasta aquí?
—El señor Seymour, mi lady, pero se ha marchado en
seguida.
—Claro —Ashlyn miró con disculpas hacia su próxima
prima y sonrió—. No le tomes en cuenta el descuido, está
muy ocupado al igual que Carson. Como ves, mi esposo
nunca está en casa tampoco.
—No me causa ninguna tristeza y, si he de ser sincera,
extrañaba a Jack, hacía días que no lo veía y le he tenido
que guardar un regalo por mucho tiempo, sé que le va a
encantar.
Daira tomó su sombrero con entusiasmo y salió al
encuentro del pequeño, quien al verla no dudó en echársele
en brazos y susurrar cosas a su oído, abrazándola con
cariño y ternura. La joven pelirroja se puso en pie,
acercándose a la ventana para admirar la escena entre su
sobrino y Daira. Le resultaba fascinante la forma en la que
esa mujer le devolvió su infancia y felicidad a ese pequeño
que durante mucho tiempo se sumió en la seriedad y no
permitía que nadie se inmiscuyera en el interior de su
cabeza o que le tocaran siquiera.
—Hola, mi amor —Carson la sorprendió cuando la envolvió
con sus brazos y la besó—. ¿Has tenido un buen día?
—No pensé que llegarías tan temprano —giró entre sus
brazos y se abrazó a su pecho—. ¿Has estado con Jason?
—Lo dejé con los Rinaldi, estamos a punto de cerrar el
trato —recorrió el rostro con su mirada—. ¿Por qué?
—Ha llegado Jackson y pensé que estaría contigo.
—Está ocupado ahora —el hombre mantuvo sus manos en
la cintura de su mujer al momento de volver la vista hacia
las voces a las afueras de la casa—. Parece que ha hecho
una buena elección para la futura madre del niño, se ven
cómodos juntos.
—Eso creo también, aunque me preocupa que esa sea su
única motivación —suspiró, atrayendo la mirada de su
marido hacia ella—¿Crees que serán felices? Dime, ¿ha
vuelto a ver a esa mujer?
—Cariño —suspiró, alejándose de ella—. No me he hagas
decir cosas que te serán desagradables.
—Eso quiere decir que sí. —las facciones de Ashlyn se
deformaron—. Dime que no es la horrenda de lady
Melbrook.
—No —Carson se sentó en un sofá—, al menos sé que no
es ella.
—Me alegro, esa arpía del mal…
—Aunque no quita el hecho de que se esté viendo con
otras mujeres cuando está comprometido.
—Es tan vergonzoso, aún más porque parece que Daira no
se da cuenta de ello o simplemente lo deja pasar por la
vergüenza —se cubrió el rostro con ambas manos—. Me
siento tan culpable de no poder hablar con ella claramente
sobre el tema. ¿Por qué simplemente no le reclama o lo
deja?
—Empeora sólo un poco cuando se sabe que no la viene a
ver, ni siquiera teniendo la oportunidad —Carson invitó a su
esposa a sentarse en su regazo—. ¿No crees que hay algo
extraño en todo esto?
—Sí… —la pelirroja frunció el ceño—. ¿Y sabes qué? No
me parece que a ella le importe ser ignorada, tan sólo
piensa en Jackson y si le pregunto por Jason, ella
simplemente parece desinteresada.
—¿Qué se traerán esos dos?
Al sentir las constantes miradas de los familiares del señor
Seymour, la joven prometida decidió llevar al parque al
pequeño, quien demostraba su entusiasmo en cada una de
sus expresiones faciales, incluso había sacado el dedo de su
boca y sonreía abiertamente, apuntando de un lado a otro
con alegría incontenible.
Iban tomados de la mano, comiendo un helado, cuando de
pronto, la joven se vio en la necesidad de detener sus
pasos, tomar al niño en brazos y esconderse detrás de un
árbol. Escondió la cabeza del pequeño en el hueco de su
hombro, agradeciendo que a Jack no gustase de hablar,
mucho menos gritar, porque lo que ella necesitaba, era
silencio para pasar desapercibida.
Sin embargo, el pequeño heredero era muy capaz de
demostrar sus sentires mediante sus expresiones y en esos
momentos la miraba con dudas, tal parecía que la juzgaba
loca.
—Tranquilo nene, no pasa nada —susurró, al mismo
tiempo que asomaba su cabeza, viendo a la pareja de
esposos pasar frente a ellos.
Daira rodeó el árbol con la espalda pegada al tronco,
alejándose del campo de visión de la pareja. Reconocía esos
trajes estrambóticos, con sombreros altos y extraños,
abrigos brumosos y peludos, eran personas que resultaban
llamativas incluso a la distancia.
Ese hombre solía decirle con mucho orgullo que imponía
la moda, aunque para Daira no era más que un mono
cilindrero; torpe, absurdo y lamentable. Era una desgracia
que existiera gente que lo imitara gracias a su increíble
seguridad. Los detestaba, pero sobre todo al hombre, no
podía creer que lo estuviera viendo de tan cerca, con lo
mucho que trabajó para que no la encontrara… y ahora
estaban en la misma ciudad y era necesario que no se
encontraran.
«De saber que lady Melbrook iba a estar aquí, jamás
habría venido» se dijo a sí misma, castigando su torpeza.
—¿Qué pasa? —susurró el niño a su oído, rodeando sus
labios con ambas manos—. ¿Es gente mala?
—No, no. —Daira se maldijo por asustarlo—. Lo lamento
Jack, tan sólo creí ver un feo insecto.
—¡Me gustan los insectos!
—Sí, pero espero que te guste más tu regalo.
—Oh, sí, regalo —recordó el pequeño, aceptando volver a
ser puesto en el suelo, recuperando entonces su mutismo.
Los ojos de la joven regresaron un par de veces más hacia
la pareja que caminaba en dirección contraria, aturdidos por
los halagos y suficientemente distraídos como para no notar
su presencia. Aprovechó la oportunidad, tomando al niño
con fuerza de la mano y prácticamente jalándolo por las
veredas del parque, forzándolo a correr hasta que se volvió
a sentir segura.
Jack de pronto soltó su mano de un tirón y miró ceñudo
hacia la mujer que lo sometió a tal esfuerzo sin razón
aparente. Se cruzó de brazos y estuvo por llorar, aunque
Daira no sabía si de enojo o de tristeza; como fuese, estaba
haciendo llorar a un niño que ni siquiera era suyo, sino del
hombre con el que se casaría, el cual, por cierto, se
comprometió con ella únicamente porque la veía como una
buena madre sustituta. Quizá se equivocó al juzgarla tan
rápido.
—Lo siento, lo siento nene —se acuclilló frente a él—. No
era mi intensión lastimarte, ¿te lastimé? —El niño negó,
pero seguía con el ceño fruncido y las lágrimas nublando
ligeramente su mirada grisácea—. Bien, iremos por tu
sorpresa, no llores más.
Daira tomó la pequeña mano y reanudó su caminar, en
esa ocasión, cantando, haciéndolo brincar e inventándole
una historia llena de fantasías para que el camino a pie no
le resultara largo y tedioso. Ella estaba acostumbrada a
caminar largos trayectos, no siempre disponía del dinero
para alquilar un carruaje y en ocasiones, las familias para
las que trabajaba tampoco se lo proporcionaban. Sin
embargo, era obvio que un hijo de noble no tendría por qué
luchar con nimiedades como el no tener carruaje o en dado
caso, unos brazos que lo cargaran cuando se cansaba. Ella
podía hacerlo, pero Jack tenía cuatro años y era pesado para
llevarlo todo el camino de esa forma.
El niño disfrutó tanto del camino, que la desilusión cayó
en su rostro cuando se le dijo que habían llegado al objetivo.
Si por él fuera, seguiría hablando con árboles que tenían
rostro, pájaros que avisaban de una emboscada y ardillas
que los atacaban. Sin embargo, se distrajo rápidamente al
comprender que estaban en una panadería y con lo mucho
que le agradaba el pan dulce, no pudo más que sentir
hambre, colocando ambas manos sobre el cristal que
resguardaba las delicias que su boca ya saboreaba.
—No, no, Jack, no venimos a comprar pan —negó la joven,
volviendo a tomar su mano y caminando hacia los hornos—.
¡Hola señor Ratle! ¿Cómo ha estado el día de hoy?
—¡Señorita! —sonrió el pastelero, cubierto por harina y un
poco de masa pegada a sus dedos—. Me alegra verla y…
¡Ah! ¿Quién es este muchachito tan apuesto que viene con
usted?
Instantáneamente, el niño se escondió detrás de ella,
aferrándose al vestido y asomando únicamente la mitad de
su rostro.
—Vamos Jack, tan sólo te están saludando —Daira tomó la
cabeza rubia del pequeño, atrayéndolo hacia adelante—. Es
Jackson Seymour, señor Ratle.
—¿Seymour? —frunció el ceño—. ¿Es que ahora cuidas de
este pequeño en lugar de lady Pridwen?
—No —la joven se sonrojó notoriamente—. En realidad…
—Buenos días señor Ratle, ¿tiene mi encargo?
La puerta de la panadería se había abierto de nuevo, el
tintineo de la campanilla distrajo al panadero, quien enfocó
al cliente con una sonrisa que repentinamente se paralizó
en su semblante.
—Eh… claro lord Seymour, lo tengo listo, como siempre.
Daira se mostró nerviosa cuando el señor Ratle tomó
camino hacia el lugar cerrado donde guardaba el pan que
ya tenía dueño. La joven tomó una fuerte respiración antes
de volverse sobre sus pies y mirar al hombre con un aplomo
digno de la realeza, siendo consciente que el niño pegado a
sus piernas corrió lejos de ella al reconocer a su padre,
quien logró atraparlo efectivamente después de un brinco.
—Señorita Fiore, no sabía que Jackson estuviera con usted
el día de hoy —Jason frunció el ceño, sospechando de las
atribuciones que la mujer comenzaba a desarrollar aún sin
estar casados.
—¿No lo sabía? Pero si se nos ha informado que fue usted
mismo quien lo dejó en casa del señor Crowel.
—¿Yo? Pero si no he regresado a casa desde… —Jason
decidió que era mejor mantener la boca cerrada y no
esclarecer dónde había pasado la noche—. Supongo que
habrá sido cosa de mi madre.
El niño negó tiernamente y susurró al oído de su padre.
—¿Qué dijo? —inquirió nerviosa al ver que el padre
reclamaba con la mirada a su hijo sonriente.
—Hizo berrinche hasta que lo llevaron —declaró en medio
de un suspiro—. Lamento si ha sido una molestia para
usted.
—Nada de eso, estaba a punto de darle el regalo que le
había estado guardando —aseguró la joven.
Al recordar esa parte, el pequeño Jack pataleó, buscando
ser colocado en el suelo de nuevo, pero los brazos de su
padre apretaron el agarre, reacomodándolo contra su
pecho.
—Ya he venido yo a llevarle los bollos que tanto le gustan.
—Oh, no venimos por pan, mi lord —negó la joven con una
sonrisa—. Le conseguí un amigo.
—¿Disculpe? —el hombre se mostró ofendido y, el niño,
confundido—. ¿Qué insinúa?
—Insinúo que le conseguí un amigo —dijo obvia—. Ven
Jack, te llevaré con él, ¿quieres conocerlo?
El pequeño asintió con ganas, volviendo a su tarea de
patalear y removerse cual gusano para que su padre lo
colocara en el suelo. Cuando al fin lo logró, el niño estiró la
mano y tomó el vestido de Daira, esperando a que ella
comenzara a caminar para seguirla.
—Mi señor Seymour, aquí está su encargo de siempre —
tendió el panadero, esperando que aquel tenso ambiente se
fuera de su tienda de una buena vez.
—Gracias, acompañaré a la señorita Fiore a dónde sea
que esté pensando dirigirse.
—¡Ah! —el hombre asintió embolado—. ¡Claro, claro! Lo
he cuidado muy bien señorita, es tremendo, Dios sabe que
sí, mi hija se ha encariñado con él, pero se lo dije desde el
principio, que no era de ella y se tendría que entregar.
—Lamento haberle hecho algo tan cruel a su hija —
aseguró la dama con una sonrisa lastimera—, dígale que le
conseguiré otro en cuanto vuelva a haber camada.
—Espere, ¿camada? —Jason se detuvo, comprendiendo la
conversación—. ¿Habla de perros?
—De cachorros —esclareció la joven, justo en el momento
en el que el panadero abría una puerta y la pequeña cría
salía corriendo cual bólido hacia los brazos del niño.
Jackson se mostró asustado por el efusivo correteo y
lengüeteo que el perro hacía a sus alrededores, pero una
vez que hubo comprendido que el animal estaba feliz por
verle, el niño se contagió del mismo estado, sonriendo y
corriendo de un lado a otro con la cabeza vuelta hacia su
nueva mascota que no dejaba de perseguirlo.
—¿Considera una buena idea lo que acaba de hacer? —
Jason se colocó a su lado.
—¿Por qué no? Mire qué feliz se ve. —Daira se acercó al
niño, lo tomó en brazos al mismo tiempo que al inquieto
cachorro—. Vamos, tenemos que ir a casa, pero antes debes
ponerle un nombre.
El niño se acercó al cachorro con un mayor entusiasmo
tomándole el rostro para verlo mejor, tratando de resolver el
dilema mientras lo acariciaba y le permitía lamerle la cara.
—Sabe bien que él no puede…
—Bond —solucionó el niño, hablando en voz alta sin
importar que estuviera ahí el señor Ratle, Daira y su padre.
—¿Qué has dicho hijo? —se sorprendió Jason,
adelantándose hasta quedar tan cerca de Daira, que la
joven sintió que le saltaba el corazón—. ¿Cómo se llama el
perrito?
—Bond —repitió y abrazó al animal.
—¡Oh, es un nombre precioso! —expuso la mujer,
codeando ligeramente al enmudecido hombre que era su
prometido—. ¿Cierto, señor Seymour? ¿No es un nombre
hermoso?
—En verdad lo es —su voz aún sonaba cargada de
impresión.
—Gracias señor Ratle, le debo una.
—No hay cuidado, preciosa, sólo recuerda no venir sola
por aquí, esos malnacidos pueden querer hacerte algo de
nuevo.
Jason volvió una mirada inquisitiva hacia su prometida,
quien permanecía con una sonrisa tranquila, ignorándolo y
quitándole importancia con un movimiento de manos, para
después reconfigurar su postura con el niño y el cachorro en
sus brazos.
—¿A qué se refería el señor Ratle con que la molestan?
—Nada de importancia mi lord —era obvio que mentía.
—En ese caso, permita que le ayude con él —se ofreció
Jason.
—¡No! —el niño se aferró al hombro de la mujer y
escondió la cabeza—. ¡Quiero a Bond!
—Su padre ha permitido que se quede con Bond, Jack, no
tiene de qué temer ¿De acuerdo?
El niño miró con recelo al hombre que seguía tendiéndole
las manos, cediendo al final de cuentas, pero vigilando a la
mujer que cargaba con el cachorro que no dejaba de
morderle los dedos sin ocasionar ningún daño debido a la
debilidad de su mandíbula.
Caminaban por las calles en medio de un silencio entre
ellos, pero la sociedad se encargó de rellenar el vacío,
puesto que los murmullos descarados eran incluso visibles
por las marcadas gesticulaciones.
—Parece que tienen mucho que decir.
Fue Jason quien mostró la apertura para iniciar una
conversación.
—Es normal, después de todo, es la primera vez que se
nos ve pasando un tiempo juntos, como una pareja normal.
—Lo lamento, debí ser más cuidadoso. Sé que dije que
debíamos comenzar a mostrar que esta relación es
funcional, pero resulta que…
—No se preocupe por eso —se inclinó de hombros—. Poco
me importa lo que haga o con quien pase sus noches. —Ella
se detuvo y giró su cuerpo hacia él, obligándolo a detenerse
—. Aunque si le pediría que fuera un poco más discreto en
sus aventuras nocturnas.
—No era mi intensión herirte Daira, te juro…
—Los hombres no tienen palabra, mi lord —ella inclinó un
poco su cabeza sin apartar su mirada con aquel brillo
amenazador—, incluso si lo intentan, la rompen, así que no
me dé su palabra.
—Bien, no daré mi palabra si tiene tan poca validez ante
usted —aceptó—, pero permita que mi comportamiento
demuestre lo arrepentido que me siento por haber cometido
aquella estupidez.
—¿Qué quiere decir?
—Vaya al baile que darán los Collingwood.
—No iré —dijo con seguridad—. Pridwen estará ahí y no
deseo incomodarla en lo más mínimo.
—Ha sido ella la que la insultó y aun así ¿pretende
protegerla?
—Quizá me estoy protegiendo a mí misma, no soportaría
que ella se uniera a todas estas mujeres que no hacen más
que insultarme.
Jason soltó un suspiro derrotado, se acercó a ella y le
tomó la mano con delicadeza, llevándola a sus labios de
forma sutil, presionando un beso tan ligero que lanzó un
escalofrío por el cuerpo impoluto de la joven prometida.
—Vaya a la fiesta, la compensaré, lo prometo.
La delicada mano se apartó con rapidez, agarrando al
cachorro con mayor ímpetu e intensificando la dureza de su
mirada.
—No me trate como a una de sus conquistas, mi lord —
dictaminó—. Pese a que es usted muy apuesto y claramente
sabe cómo tratar a una mujer, no caeré en sus engaños tan
fácilmente. He de aceptar que la vez pasada estaba
desprevenida y fuera de consciencia, pero ahora no hay
razón para permitirle tales libertades.
Una sonrisa burlesca apareció en los labios de Jason
Seymour. Estaba claro que cometió una equivocación, esa
mujer tenía razón, no había forma de conquistarla con
falsedades, quería que al menos sus mejillas se sonrojaran
ligeramente como la vez pasada, pero consiguió lo
contrario, sólo la enfureció más de lo que ya estaba.
—Bien, me disculpo nuevamente.
—No le estoy pidiendo que me trate como a una amante,
sé que, así como a mí no me gusta, usted tampoco siente
atracción alguna, pero al menos merezco respeto y es lo
único que pido a su persona.
—Tiene todo mi respeto, lo aseguro.
—Esa parte me gustaría que lo demostrara.
—Bien, lo haré, pero no rechace la invitación, se lo pido.
La mujer ladeó la cabeza, notando entonces que eran
nuevamente el centro de atención. Con lo poco que a ella le
agradaba que la miraran. Su única escapatoria fue aceptar
la petición e irse cuanto antes, entregando al cachorro y
despidiéndose del niño.
—Papá, ¿Por qué se ha ido? —dijo un muy entristecido
Jack.
—Tranquilo, dentro de poco estarás con ella todo el
tiempo.
—¿En verdad?
—Sí, ella aceptó irse a la casa con nosotros y cuidar de ti.
—¿Y de ti también papá?
Jason levantó la mirada, atrapando a la dama en su
presuroso caminar que siempre fuera observado y criticado
por cuanta persona la viera. Debía admitir que no se había
portado bien con ella, la dejó nadando sola en medio de los
murmullos viperinos, las miradas maliciosas y los rumores
que destruían más que nada, la reputación de ella. Y
aunque era consciente que el único que podía hacer que
eso se detuviera era él mismo, su cuerpo y mente se
negaban a obedecerle cuando tenía las intenciones de ir a
visitarla o siquiera acercársele en alguna de las veladas en
las que coincidían. Se alejaba de ella sin razón e incluso
faltaba a las normas de etiqueta al ser su prometida.
Merecía un respeto y ella no debería siquiera pedirlo.
—¿Papá?
—Sí hijo, ella cuidará bien de los dos.
—¡Qué bueno! —Jackson acarició al cachorro en sus
brazos—. Así también tú te ríes y sonríes de verdad.
Los ojos del padre se dirigieron hacia el niño que besaba a
su mascota. No podía creer que Jackson estuviera
preocupado por su felicidad, ni siquiera sabía que se daba
cuenta de que sus sonrisas y risas eran falsas, a excepción
de cuando estaban con Daira.
Capítulo 13

Jason bajó a su hijo en cuanto llegó a casa de su primo


Adrien, dónde una aglomeración de personas lo atrapó en
seguida. El pequeño, acostumbrado a los amigos de su tío,
corrió felizmente con el cachorro mal sujetado para
enseñárselos como si se tratara de un diamante de tamaño
monumental.
—¡Eh, Jason! —sonrió Adrien, acariciando la cabeza de su
sobrino antes de llegar a su primo—. ¿Dónde te habías
metido?
—No lo preguntes.
—Ya. Así que caíste en los brazos de una mujerzuela.
—Eso no es lo peor —negó Jason—. Mi prometida parece
no ser tan inocente como lo creíamos.
—¿La señorita Fiore? —se burló Nil, uno de los amigos de
Adrien, logrando zafarse del agarre del pequeño Jack—.
¡Claro que no tiene ni un pelo de tonta! Intenté cortejarla en
Ham House y por poco me escupe en la cara.
—Por cortejarla, él se refiere a llevársela a la cama —
esclareció Declan, otro de los chicos que se encontraba en
el suelo, jugando con el recién llegado cachorro.
—¿Qué le has dicho Jason? —inquirió North, con brazos
cruzados y lejos del pequeño desastre provocado por el
niño.
—Bueno, decirle algo en realidad no, tan sólo intenté ser
amable con ella —se inclinó de hombros.
—¿Amable en el sentido de… amistoso? —jugueteó Lance.
Jason lanzó una mirada mortal hacia su amigo,
obligándolo a lanzar una risotada y cerrar la boca,
entreteniéndose nuevamente con el cachorro y el bebé que
no paraba de dar vueltas de un lado a otro.
—Bien, así que la doncella te rechazó —sonrió Adrien,
metiéndose un puro a la boca—. Vaya sorpresa, primito, los
veía tan acaramelados en Ham House qué pensaba que lo
tenías todo bajo control, ¿te ha golpeado?
—Por supuesto que no, pero se mostró ofendida y hasta
me dijo que yo no le gusto en lo más mínimo.
—¿Qué? —soltó Declan—, ¿Qué a alguien no le gusta
Jason Seymour? Eso es una novedad para la historia.
—Tal vez logró ver el interior oscuro detrás de la sonrisa
falsa —echó en cara Nil, levantando un cojín para que Bond
no lo mordiera.
—Ella no puede saberlo —negó Jason, dejándose caer en
uno de los sofás desocupados—. Es una jovencita inocente,
que ha sido doncella toda su vida y que debería estar
agradecida por…
—¿Por qué el gran marqués ha venido a salvarla? —Bufó
Adrien—. Por lo que dice Pridwen, ella no quería ser salvada
por nadie, mucho menos por un hombre, es más, creo que
lo que quería era alejarse de nosotros en todo lo que le
fuera posible.
—Pridwen… —Jason miró hacia su primo—. ¿Dónde está
ella?
—¡Esa loca! —se quejó Lance—. Cómo la detesto, siempre
se pavonea de más cuando gana en algún juego, ¡Pero
llegará el día…!
—Está en la casa de Londres de los Lauderdale —irrumpió
North—. Se le ve bastante decaída desde que se separó de
la señorita Fiore, ni siquiera Adrien y Lance la hacen reír.
—¿Le explicaste lo que pasó? —Jason miró a Adrien.
—Sí, claro que se lo eché en cara —asintió el hombre—,
pero creo que la puso peor, quizá hasta se siente culpable.
—¿Irá a la velada de tus padres?
—Claro, si voy yo, ella irá —contestó vanidoso.
—Puede ser la oportunidad de que se reconcilien —
comprendió Declan—. Pero qué considerado.
—Nada de eso, quiero preguntarle sobre la señorita Fiore
—explicó Jason—. Si me voy a casar con ella, al menos
quiero saber si hay algo de su pasado que haga mal al
futuro de mi hijo.
—Debí suponerlo —negó Adrien—. Oye, es una mujer
hermosa, inteligente, educada y debo decir que les cae bien
a las locas de nuestras primas, eso tiene que significar algo.
—Significa que todos están ansiosos por meterse en mi
vida de la forma en la que les sea posible, pero eso me
interesa poco —elevó una ceja rubia—, lo único que quiero
es lo mejor para Jackson.
—Pero claro —Lance levantó al cachorro que estaba
siendo atosigado por el chiquillo—. ¿A ella le debemos el
nuevo amigo?
—Sí —dijo Jason con horror—, jamás he sido muy afecto a
los animales, pero mira que darle un perro…
—¡Me alegra que alguien lo pensara! —alabó Declan—. Un
perro es el mejor amigo de cualquiera. —El hombre agarró
la cabeza del niño y provocó que lo mirara—. Para que te
haga caso deberás hablarle Jack, ¿lo sabes?
El niño apartó la mano enorme del hombre y lo miró
fastidiado, corriendo de nuevo hacia Lance, quien seguía
alzando al cachorrito para mantenerlo fuera de su alcance.
—Puede que sea una buena idea —aceptó Jason—, no se
me hubiera ocurrido usarlo como un incentivo para que
hablara.
—Es algo obvio… al menos para una mujer a la que le
interesa —echó en cara North.
—¡Agh! Como sea, nos vemos al rato para la fiesta —Jason
se puso en pie de un salto—. ¡Jackson, trae a Bond! Vamos a
bañarte.
El niño se despegó de los amigos de su tío y tomó al
cachorro, dejándole medio cuerpo colgado y las patitas
delanteras tiesas. Jason se apuró a quitar de su martirio al
animal, cargándolo por su hijo hasta la habitación que
ocupaban en la casa de Adrien Collingwood. Había
desocupado su otra casa por si su prometida quería usarla,
pero su madre se lo impidió, y ella era otra de las razones
por las cuales no estaba quedándose en Kent Palace, le era
fundamental evitar a la mujer que lo juzgaría con una
mirada y se defraudaría de él.
—Ven hijo, deja a Bond.
—No me quiero bañar —negó el pequeño, demasiado
enfrascado en el cachorro como para atender algo más.
—Tienes qué, dormirás mejor de esa forma.
—¿Me quedaré solo?
—Claro que no, estarás con la señora Debart, te gusta la
señora Debart, ¿no es así?
—Me gusta más mami.
Jason se petrificó con esas palabras.
—¿Mami? —trató de mostrarse desinteresado, quitándole
la camisa de botones que traía puesta—. ¿Recuerdas a
mami?
—Sí —dijo con obviedad.
—¿En serio? —el hombre soslayó la mirada—. ¿La
extrañas?
—Sí, mucho, quiero que esté aquí ahora.
—Bueno hijo… las cosas no siempre…
—¡Me regaló a Bond y amo a Bond!
Los labios del hombre se abrieron y se cerraron
repentinamente.
—Oh, hablas de la señorita Fiore.
—¡Mami!
—Jackson ella no es… —Jason cerró los ojos—. ¿A ella le
gusta que le digas de esa forma?
—No. Le hablo poquito.
—¿Pero crees que es mami?
—Ella es mami —dijo muy seguro—. Dijiste que mami me
quería, y ahora quiere estar siempre conmigo y yo con ella.
—Así que la quieres mucho —Jason cargó a su hijo ahora
desnudo y lo metió a la tina caliente.
—¿Mami me dará baños?
—Sí, seguro que sí.
—¿Pero sabe cómo me gusta el agua?
—Claro, ella lo sabe.
—¿Y le gusta mucho estar conmigo?
—Le encanta.
—A mí también me gusta —sonrió el pequeño, jugando
con el perro que intentaba por todos los medios escalar el
artefacto de porcelana—. ¡Bond tiene sed!
—Le daremos agua y comida cuando termines de bañarte.
—¿Cuándo vendrá mami?
—Pronto, te lo prometo.
—¿Dormiré con ella?
—Sí, todo lo que tú quieras.
—Papi estará muy feliz entonces.
—Claro, a mí me encanta verte feliz hijo.
—No —chapoteó en el agua, quitándose el jabón que
resbalaba hacia sus ojos—. Papi está feliz porque mami
volvió, ¿Verdad?
Era imposible que un niño lograra enmudecerlo tantas
veces en una conversación, pero a veces su hijo lo
sorprendía. Le encantaría que el resto del mundo pudiera
escucharlo, que sintiera la confianza de hablar con otros, de
jugar, de brincar y reír, pero Jackson no lo hacía, ni siquiera
con gente que conocía de toda su vida. El privilegio era
único y exclusivo para él y claro, para la señorita Fiore.
Era una necesidad el casarse con ella pronto, Jackson era
su prioridad y si esa había sido su selección, no había vuelta
de hoja. Tenía que aprovechar que la señorita Fiore
estuviera tan dispuesta en esos momentos, conociéndola,
podía cambiar de opinión.

Se sentía extraña enfundada en aquellas ropas elegantes
que, además, no fuesen suyas. Ashlyn aseguraba que se
veía perfecta, incluso aseguraba que la diferencia de tallas
era apenas perceptible, pero era una mentira, la dueña del
vestido era sin dudas de una talla exquisita: de caderas
ligeras, de cintura perfecta y busto acorde.
El de Daira, por el contrario, era vulgar. Esa era la
definición que todas las damas le dijeron en su momento;
murmuraban que tenía de sobra en varias partes de su
cuerpo y resultaba aún más notorio con ese vestido, sobre
todo en la parte del busto, caderas y postrero, los cuales
resultaban excesivos. No tenía la figura ideal de una
señorita de sociedad, ella era lo que se clasificaría como un
cuerpo de cortesana: deseoso, tentativo e hilarante para los
ojos masculinos. Se avergonzaba de su cuerpo, quisiera ser
flacucha y sin ningún atractivo que los hombres buscaran
en los burdeles.
—¡Dios santo! ¡Eres la mujer más hermosa de este
planeta! —gritó Daira, quien abría la puerta de la habitación
—. ¡Mira nada más esos pechos! ¿Crees que pueda tocarlos?
Como toda respuesta, Daira colocó ambas manos sobre
sus senos expuestos y negó, sonrojándose hasta los tobillos.
—Creo que me pondré uno de mis vestidos.
—¡Tonterías! —negó—. Tardé años en encontrar uno que
te quedara, además te ves hermosa, no hay razón para
quitártelo.
—Pero esto… —apartó las manos—, es demasiado,
¡Demasiado!
—Los hombres alucinan con tu tipo de cuerpo ¿de qué te
acongojas? Deberías aprovecharte de ello.
—Por favor —se cubrió el rostro—. No digas más.
—Agh, eres demasiado insegura, ¡Carson! ¡Carson mira
ven!
—¿Qué haces Ashlyn? —Daira se mostró horrorizada.
—¡Te digo que vengas, Carson! —ordenó la joven,
obligando al dueño de la casa a entrar a una habitación que
fuera de una invitada.
—¿Qué ocurre?
—Mira, ¿no crees que se ve hermosa?
Los ojos grises del hombre recorrieron sin interés el
cuerpo de la mujer frente a ella. Asintió sin tomarle
demasiada importancia y salió de nuevo de la habitación.
—¡Eso ha sido descuidado! —la acusó la joven prometida
—. ¿No te das cuenta que es tu marido y…?
—Un marido que me quiere —sonrió—. Confió en él.
«Ilusa» pensó la joven, «todos los hombres engañan».
—Bueno, sólo falta que Carson esté listo y partimos —
sonrió la alocada pelirroja—. Iré a apresurarlo.
En cuanto Daira se sintió nuevamente en soledad, se
volvió hacia el espejo, encontrando todas las fallas que le
gritaba su cabeza. No podía dejar de decirse cosas como:
«Notarán demasiado tus pechos», «Sería mejor que
desajustaras un poco el corsé», «mejor quítate ese vestido y
ponte uno de los tuyos». Estaba por hacer lo último cuando
dos toques en su puerta la distrajeron.
—¿Sí? —inquirió sin abrir.
—Hay una mujer abajo buscándola —la voz de la doncella
era desagradable y fastidiada al tener que servirla—. ¿Qué
le digo?
—Bajaré en seguida.
Estaba acostumbrada a ignorar los malos tratos, por
supuesto que estos sólo ocurrían cuando no había nadie
cerca, si acaso alguno de los Crowel escuchara, seguro
reñirían a muerte a la desvergonzada. Daira miró una vez
más hacia el espejo, dictaminó que se cambiaría en cuanto
despachara a su visita y bajó las escaleras.
—¡Daira! —gritó una mujer—. ¡Oh, Daira! ¡te ves tan
hermosa!
—¿Pridwen? —se paralizó en las escaleras—. Pero qué…
—¡Oh, Daira! —la rubia subió las escaleras que a ella le
faltaban por bajar—. ¡Lo siento tanto, lo lamento! Soy una
tonta testaruda, no debí hacerlo, no debí dudar, tú siempre
has sido tan buena y tan honesta conmigo, ¿cómo pude
hacerte eso? ¡Ese tío mío! ¡Qué vergüenza me da lo que te
hizo! Te creo Daira, te creí en ese momento, pero estaba tan
ofuscada que no supe reaccionar.
—Pridwen, ¿Estás loca? ¿Has venido sola?
—Sí, me robé el carruaje de lord Wellington, lo echará en
falta en unas horas, así que perdóname rápido, permite que
sea tu amiga.
—Oh, gran tonta —la abrazó—, claro que te perdono, eres
mi mejor amiga y comprendo lo que sentiste.
—¡No lo pongas tan sencillo Daira! ¡Te hice pasar un
infierno! —la despegó de sí—. Incluso te obligué a aceptar
un matrimonio que odias. No hace falta, nos iremos, nada
nos retiene en Londres, regresaremos a Dinamarca, lejos del
tío y de todos los que te han lastimado con sus lenguas
ponzoñosas —negó—. Siempre te defendí, incluso le tiré
pastel a lady Pepermont con tal de que cerrara el pico.
—¿A qué te refieres con volver a Dinamarca? ¿Lo dices en
serio?
—Sí, nada me importa más que tú —aseguró—, y si
estarás más tranquila, bien puedo conseguir esposo allá,
¿qué más da? A mis padres poco les importa lo que haga o
deje de hacer.
—Pero Pridwen, pensé que estabas enamorada de lord
Wellington —la miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué
quisieras irte?
—No estoy enamorada de él —palmeó el aire, divertida—,
somos buenos amigos… más bien, nos convertimos en
buenos amigos. Ese cabeza de chorlito jamás podría llegar a
gustarme.
—¿Estás segura de eso?
—Sí, no permitiré que te cases con alguien a quien no
quieres por temor a quedar desprotegida —le tomó las
manos—. Te lo dije, estaremos siempre juntas, siempre.
—Pero… su familia ya sabe del compromiso.
—Pero las amonestaciones no se han corrido, no tienen
fecha.
—Hablamos de una, pero…
—Cambiaste de opinión —solucionó—, argumentaré que
no concibo mi vida sin ti y no permito que te cases con
nadie, se supone que yo tengo que dar mi aprobación ¿no?
Pues la niego.
La sonrisa de Daira se amplió, alcanzando lo inhumano.
—¡Oh, Pridwen! —la abrazó—. ¡Te lo agradezco tanto!
—Usaremos la velada de hoy para que se lo digas a lord
Seymour ¿de acuerdo? En cuanto lo hagas, nos iremos.
—¿Hoy mismo?
—Compraremos boletos para el tren y veremos en qué
puerto hay una salida próxima hacia Francia, ¿te parece?
—Sí —un gran alivio se instaló en Daira—. Estoy feliz de
volverte a tener como amiga Pridwen.
—Y yo también —los ojos de Pridwen desfilaron por el
cuerpo de su amiga y sonrió—. Eres toda una beldad Daira,
¿lo sabías?
—¡Oh, eres una aduladora!
—Ah, lady Pridwen —sonrió Ashlyn, quien bajaba del brazo
de su marido—. No sabía que esperábamos su visita.
—Debo admitir que vine sin invitación, señora Crowel —se
inclinó ante ambos—. He de marcharme para regresar lo
robado.
—¿Lo robado? —frunció el ceño el señor Crowel.
—Será mejor para ustedes no indagar en el tema —se
excusó la joven rubia—. Los veo a todos en la velada, ¡Hasta
pronto!
Con la revoltosa partida de su amiga, Daira sintió que el
mundo volvía a girar a su favor. No tendría que casarse, se
iría pronto de Londres, no volvería a ver a lady Melbrook y a
su horroroso marido que llegó para atormentarla. Se
escaparía de todos de nuevo, vagaría con Pridwen hasta
llegar a Dinamarca y seguro que nadie podría seguirles la
pista, porque esa chica que se hacía llamar su amiga era
tan impredecible como una tormenta.
—Te ves de mejor humor, Daira —observó la señora
Crowel.
—Lo estoy —asintió, resintiendo el hecho de que perdería
la amistad de Ashlyn—. Recuperé a Pridwen, lo cual me
hace feliz.
—Ya veo… —la voz de la mujer era indagadora y sus
palabras, inteligentes—: supongo que otra de las razones es
que verá a mi primo, seguro que se anuncia su compromiso
esta noche.
Daira sintió un nudo en la garganta, el tener que decirle a
lord Seymour que rechazaba su oferta a matrimonio sería
horrible y muy vergonzoso. Debía mentalizarse a que sería
un trago amargo que duraría apenas unos momentos,
además, al no haber amor de ninguna de las partes, el
asunto podría solucionarse rápidamente.
La joven cerró los ojos y suspiró, lord Seymour había sido
muy amable al ofrecer su protección, pero así como todo
inició, podía acabar, aquello no era más que un acuerdo del
cual una de las partes había perdido el interés.
El conde debía ser capaz de comprender, incluso un
compromiso hecho por amor se podía romper ¿Por qué no
hacerlo con uno que no tenía que ver con los sentimientos?
Y si lo que él quería era una madre para Jackson, seguro
habría más de una jovencita de alcurnia totalmente
dispuesta a hacerse cargo del pequeño con tal de
convertirse en la esposa de un futuro marqués.
Capítulo 14

Los duques de Wellington eran una familia adinerada,


respetada y admirada por muchos. Sus veladas eran
escasas, pero cuando se abrían las puertas de la elegante
casona, no había noble en Londres que no desease recibir
una invitación. Las personas hablaban de ello por meses,
sobre todo al ser una ocasión tan especial, en la cual se
celebraba el cumpleaños del mismísimo duque, aquel
hombre que incluso los reyes respetaban.
Naturalmente, la asistencia era exclusiva y
cuidadosamente seleccionada por la duquesa, quien se
encargaba de que los invitados estuvieran a la altura de su
marido tanto en clase, intereses e inteligencia. Era del
conocimiento público que en esa velada los invitados podían
codearse con las personas más importantes de todo el país,
inclsuo de otros lugares del mundo, siendo una ocasión
perfecta para hacer conexiones de negocio o simplemente
sociales.
Ante esa expectativa hacía entrada una jovencita que
nada tenía que ver con toda esa opulencia y clase. Siendo
criada en una lejana casa de campo, sin apenas sociabilizar
y teniendo que escapar de casa, Daira llamaba la atención
más de la cuenta y, aunque ella lo atribuyera a su falta de
grados de sangre azul, en realidad era por su exorbitante
belleza que resaltaba mucho más al estar enfundada en un
vestido de gala tan exquisito como el que llevaba puesto.
—Me siento observada —susurró más para sí que para
Ashlyn, pero esta última lo escuchó perfectamente.
—Es normal, te ves preciosa —la mujer dio un apretón a la
mano de su acompañante, tratando de infundirle seguridad
y prosiguió con su camino colgada del brazo de su marido.
Tenía que dar gracias que Pridwen tuviera una buena
visión, en cuanto la vio entrar, fue hasta ella y la abrazó con
efusividad, como si no se acabasen de ver hacía unas horas.
—El señor Seymour está con Adrien justo ahora.
—¿Te reclamó por el robo de su coche?
—¿Quién? —dijo desinteresada, guiándola por entre la
gente.
—El señor Wellington, por supuesto.
—Ah —manoteó el aire—, apenas y se dio cuenta.
En ese momento, ambas llegaban al círculo social de los
Bermont, todas esas personalidades imponentes resultaban
lo suficientemente apabullantes como para que ningún
intruso hiciera ademán de entrometerse y hasta ese
momento, nadie lo había hecho.
—Señor Seymour, mi querida Daira tiene que hablar de
urgencia con usted —Pridwen entorpeció la conversación sin
darle importancia a lo que se decía o a quien estuviese
interrumpiendo.
Las miradas cayeron rápidamente sobre la joven que poco
le faltó para agacharse al suelo y hacerse un ovillo; pero
aquello no mostró nada, en apariencia, la joven seguía en su
estado garboso, segura y con un semblante tan pálido e
inmutable, que se pensaría que no necesitaba del empujón
que Pridwen le propició.
—¿Es así, señorita? —Jason la miró.
—Sí —aseguró—. ¿Le importaría ir a un lugar privado?
—Privado no —se introdujo la madre de Jason—, no es
bien visto que una señorita abandone el salón junto con un
caballero.
—Claro —sonrió Jason y miró a la joven frente a él—. ¿Me
permite entonces un baile, señorita? —el hombre arqueó
una ceja hacia su progenitora—. ¿Está eso permitido,
madre?
Marinett aprontó la quijada, pero asintió sin más, siendo
consciente de las burlas de su hijo. Jason alargó el brazo
para que la dama que lo acompañaría colocara su mano
sobre él. La escoltó con ligereza y una sonrisa, debía admitir
que se veía preciosa, casi podía imaginar lo fascinado que
estaría Jackson si la viera.
—Debo decir que Bond ha sido un regalo extraordinario —
fue él quien abrió la conversación, acercándola lentamente
hasta lograr pasarle una mano por la cintura—. Incluso se
ha dormido con él.
—Me alegra —Daira agachó la mirada.
Aquello le pareció muy poco común a Jason, quien ya en
otras ocasiones había buscado avergonzarla, algunas veces
teniendo éxito, pero ella jamás bajó la mirada como en ese
momento.
—¿Ocurre algo?
—Sí, de hecho, sí.
—Bien, entonces dígalo antes de que se acabe la música.
—Es complicado —mordió el interior de su mejilla—. Lo
que pasa es que quiero terminar con el compromiso.
—¿Disculpe? —Jason detuvo todo movimiento, provocando
que el resto de las parejas volviera el rostro hacia ellos.
La joven miró de un lado a otro, tomó las manos de su
pareja y lo acomodó para que siguieran danzando al son de
la música, tratando de simular que nada había pasado.
—Pridwen se ha disculpado conmigo, ha dicho que nos
marcharemos de aquí, así que ya no requiero de protección
ni de…
—¿Es acaso una broma cruel? —sonrió con incredulidad—.
Prácticamente conoce a toda mi familia y ellos…
—No me aceptan —terminó—. Estoy segura que no
mostrarán aflicción porque finalice la relación. Consentían
porque lo creían feliz, pero desconfiaban, hacían preguntas
que dejaban entrever sus dudas. Así que terminemos esto y
sigamos con nuestras vidas.
—Está aligerando la situación, estas personas saben que
estamos comprometidos, aunque no se haya dado la noticia
oficial.
—Bien podemos decir que fueron rumores.
—No lo creo —el hombre parecía confundido—. ¿En serio
el poderse ir del país le hizo cambiar de opinión? ¿No sabe
los beneficios que tendría al estar casada conmigo?
Ella lo miró enervada.
—Tendrá muy claro ahora que para mí no era ninguna
motivación nada de lo que pudiera ofrecerme además de su
protección.
—No quise insultarla, lo siento si se entendió así, pero… —
negó con rotundidad—. Será lo mismo más adelante, lady
Pridwen se casará y usted estará desprotegida.
—No me haría eso.
—Ya pasó una vez. —Daira sintió que su corazón se
estrujaba al escuchar aquella verdad—. ¿Qué tal si la
siguiente vez no es un tío, sino el mismo marido de lady
Pridwen? ¿Opinará lo mismo que ahora? ¿La protegerá sobre
su propio bienestar?
—Es usted muy cruel —susurró lánguidamente, bajando
su mirada—. Me atormenta al decirme algo como eso. Da
por hecho que pasará y haré que otro hombre quiera serle
infiel a su mujer.
—Si no es su culpa, ellos no deberían aprovecharse.
—Por Dios… a usted ni siquiera le importa, lo único que
quiere es que sea una madre para Jackson —lo acusó,
luchando con sus lágrimas—. A nadie le interesa. Pridwen…
ella por lo menos me quiere, le importo. Lo que usted
propone es francamente horroroso.
—Cuando lo aceptó no le parecía tan horroroso, ¿es que
ahora quiere un juramento de amor eterno?
Ella sonrió mientras negaba con desilusión.
—Su máscara es muy buena, mi lord, pero una vez que se
le cae, no queda más que un ser despreciable —se alejó
unos pasos de él—. ¿Acaso no se dio cuenta de lo
desesperada que estaba en ese momento? Tenía miedo de
lo que pudiera pasarme si acaso algún hombre llegase a
cumplir su cometido. Creía que estaría a salvo con usted…
debí darme cuenta que me estaba metiendo con alguien
peor.
—¿Disculpe? —Jason se mostró cada vez más enojado—.
Yo no intenté abusar de usted, todo lo contrario, le ofrecí
bienestar.
—¡Me trató como una meretriz, al igual que todos! —lo
apartó con fuerza al sentir que él la volvía a tomar de la
cintura para seguir simulando que bailaban—. Me propuso
ponerme un hogar, una fachada y libertad, ¿no es lo mismo
que les pasa a esas pobres?
—Le di la categoría de mi esposa, le aseguro que con
ninguna de esas mujeres podría llegar a tanto.
—¿En serio? —dijo aún más ofendida—. Quién sabe, quizá
sería mejor que lo probara, ellas y yo tenemos la
desesperación en común y hay muchas mucho más
hermosas e inteligentes que yo, bien podrían jugar el papel
que usted ofrece.
—No la entiendo, por Dios, ¿Qué se le ha metido?
—¡El orgullo! —ella calló y resintió el dolor en su interior
—. Y ahora sé con absoluta certeza que siempre estaré sola
en el mundo, protegiéndome con uñas y dientes de gente
que se quiere aprovechar de la desolación de una mujer sin
nadie a su lado.
Daira se soltó de sus brazos y salió del salón de baile,
dejándolo a la mitad de la pista, en medio de las miradas y
los susurros que Daira tuvo que escuchar desde el momento
en el que se comprometieron. Vergüenza que él jamás
experimentó al ser el supuesto salvador de una cualquiera.
Jason ni siquiera se había tomado la molestia de
acallantarlos, pensó que esa mujer era lo suficientemente
fuerte como para ignorarlos. Ahora se percataba que fue
descuidado, incluso lo empeoró al cometer la estupidez de
acostarse con otra mujer cuando el rumor de su
compromiso estaba por todo Londres.
—¡Maldición!
—¿Y a qué esperas? —se quejó Ashlyn, quien también
interrumpió el baile con su marido—. ¡Ve por ella gran
tonto!
Ante la voz imperativa, el hombre logró enfocarse de
nuevo y seguir los pasos de la mujer que parecía haberse
vuelto loca de un momento a otro. No había dicho nada para
herirla, le dijo la más pura verdad, quizá su franqueza fue la
última pedrada que ella necesitaba para dejarse llevar por
la locura.

Se salió de control, lo sabía mejor que nadie, a lo largo de
su vida, aprendió que la mejor forma de pelear contra el
mundo era dominando sus emociones, no habría alguien
más fuerte que ella mientras lograra mantenerse con esa
fachada de absoluta tranquilidad ante lo que fuese que
aconteciera en su vida. Pero las palabras de lord Seymour
habían sido tan certeras, tan directas y bien razonadas, que
no le quedó de otra más que aceptarlas como ciertas. Era
una realidad que tenía que afrontar, siempre estaría sola, no
podía luchar contra el mundo, mucho menos siendo mujer.
Cerró los ojos con fuerza, recostó su espalda contra la
pared más cercana en aquel solitario pasillo y permitió que
su cuerpo perdiera fuerza, resbalándose hasta quedar
sentada, hecha un ovillo lloroso y lleno de amargura. Esa
posición le era conocida, asquerosamente conocida,
siempre la misma, siempre en una circunstancia parecida.
Se detestaba, quisiera acabar con todo, pero era cobarde
para hacerlo por sí misma, ojalá alguien más lo hiciera por
ella, eso sería mucho más sencillo, anhelaba la sensación de
dejar de luchar.
Trató de calmarse, repitiendo las frases que siempre se
decía para volver a la actitud que lograba mantenerla
cuerda, se balanceó ligeramente de adelante hacia atrás
hasta que logró reconfortarse.
—¿Oye, te encuentras bien? —le tocaron ligeramente el
hombro.
—Sí —se limpió la nariz con el dorso de su mano—. Sólo
necesitaba… —levantó la mirada, sintiendo cómo su cuerpo
entraba en estado catatónico y sus labios temblaban al
hablar—. No… no.
—Hola Daira —sonrió un caballero—. Me da tanto gusto al
fin encontrarte, niña tonta, ¿Cómo pudiste escaparte por
tanto tiempo?
—Tú no tendrías por qué estar aquí —negó la mujer,
poniéndose inmediatamente de pie y tomando sus
distancias, decidida a correr.
—Demos gracias a Lina por darme aviso, te llevo
buscando años, ¿o creíste que simplemente desistiría? Eres
mi responsabilidad.
Era un hombre alto, fornido, de mirada amable y voz
tierna. Nadie dudaría que le tenía un extremo cariño a la
muchacha que no hacía más que temblar en su presencia.
—Eso se acabó, soy mayor ahora.
—Vamos Daira, tenemos que volver a casa —suplicó.
—¡No me toques! —se alejó de un salto, golpeando la
mano que hizo ademán por tocarla.
—Bien —levantó las palmas—. Lo siento, no quise
asustarte, vamos Daira, no intento hacerte daño y lo sabes,
es por tu propio bien.
—Jamás ha sido por mi bien.
Las lágrimas se acumulaban en los ojos de Daira, su voz
temblaba y su cuerpo era incapaz de mantenerse, cada vez
que intentaba dar un paso, su cuerpo se tambaleaba,
amenazando con mandarla al suelo.
—Daira, deja de decir tonterías, siempre he querido lo
mejor para ti, poco entiendo la razón por la cual te
marchaste —la miró con detenimiento—. Por el amor de
Dios, ¿qué llevas puesto?
—No es asunto tuyo —trató de decirlo con una voz firme.
—Todo lo concerniente a ti es asunto mío, como dije, eres
mi responsabilidad y, a mis ojos, eres una niña que necesita
orientación —lord Melbrook sonrió calmo, no había dado ni
un paso invasor hacia ella, pero eso no evitaba que Daira
temblara.
—¡Dije que no! ¡No! —tembló—. Estoy comprometida
ahora, me casaré, todo el mundo lo sabe, tu esposa lo sabe
también.
—¿Qué has dicho?
—S-Sí —dijo segura—. Me casaré.
El hombre apretó sus labios, creyéndolo una mentira.
—Ah ¿sí? ¿Quién es el afortunado al que debo dar mi
permiso?
—No necesito tu permiso —escupió.
El hombre negó con una sonrisa e iba a hablar
nuevamente, cuando de pronto unos pasos cercanos
vinieron acompañados por una voz varonil y gruesa,
imponente aún a la distancia.
—¡Señorita Fiore! —Daira escuchó la voz de lord Seymour
como si se tratara de un ángel—. ¡Señorita Fiore, por favor
conteste!
—¡Lord Seymour! —gritó desesperada la joven—. ¡Por
aquí!
En cuanto la melena rubia estuvo en su campo de visión,
Daira corrió con desesperación, lanzándose a sus brazos y
enterrando la cabeza en el hueco de su cuello, temblando
ligeramente sin lograr sentir ningún consuelo en aquel
cariño que fue inmediatamente correspondido por la
sorpresa.
—¿Se encuentra bien? —trató de buscar su mirada.
—Yo… —ella volvió la vista hacia dónde había estado lord
Melbrook, pero este ya no se encontraba ahí. Sintió que un
nuevo estremecimiento azotaba su cuerpo, así que volvió al
abrazo—. Lo siento, si quiero casarme con usted, fui una
tonta orgullosa al rechazarlo, quiero hacerlo, quiero
casarme.
—Está totalmente alterada, incluso tiembla —Jason
rebuscó con la mirada por el desolado pasillo—. ¿Estaba con
alguien?
—No, no —tiritó—. Sola, estaba sola. Reflexioné, eso es
todo.
—Muy bien, déjeme verla —el hombre tomó el rostro
lloroso de la dama y lo inspeccionó—. Esto no parece
normal.
—Me siento avergonzada por abandonarlo a la mitad del
baile, eso es todo, lamento haber montado una escena,
¿está muy enojado?
Jason recorrió el rostro de la mujer con la mirada y
suspiró.
—Supongo que no me contará lo que sucedió ¿o sí?
—No ha pasado nada. ¿Se casará conmigo o no?
El hombre dejó salir un bufido divertido y asintió.
—No tengo opciones, Jackson parece haberse enamorado
de usted —ella soltó una risa nerviosa y llena de lágrimas—.
Me alegra verla sonreír, pero volvamos, anunciemos de una
vez el compromiso.
—¿Ahora? ¿Pese a todo lo que hice? —se limpió el rostro.
—Dirán que nos reconciliamos y es todo —le tomó la
mano y la encaminó de regreso a la velada, pero de pronto
se detuvo—. Quiero decir otra cosa, si me lo permites.
Jason pidió autorización con la mirada, aquellos increíbles
orbes grises mantenían encerrados un brillo singular que
sólo se equipararía con el de la mismísima luna.
—Sí, por supuesto.
—No eres una meretriz —inició—. Lamento haberte hecho
sentir de esa forma, entiendo que no quieras estar conmigo
por todo lo que puedo darte, pero sé que tienes miedo de
algo y si puedo protegerte de ello, te lo juro, lo haré con mi
vida, como mi esposa que serás —sonrió y limpió una
lágrima de su mejilla—. Lamento todo lo que te he hecho
pasar hasta hora, por dejarte sola y por estas lágrimas, en
serio lo siento, trataré de no hacerte infeliz.
Ella sonrió dulcemente y apretó el agarre de su prometido.
—Se lo agradezco en serio.
Quizá Jason Seymour estuviera hablando por hablar, pero
para ella, esa promesa lo valía todo, porque estaba a punto
de necesitarlo. Con ese hombre cerca, no había forma de
que volviera a sentirse a salvo, ni siquiera con la protección
de Pridwen sería suficiente.
Ahora que lady Melbrook sabía de su amistad, bien
podrían adivinar sus movimientos y sería arriesgar a
Pridwen, era mejor de esa forma, al menos Jason era un
hombre que se sentiría con derecho sobre ella, aunque todo
fuera a ser más que una simulación, el honor de un hombre
lo era todo y si éste se dañaba, no importaba que la esposa
fuera poco querida o una malnacida, el hombre defendería
su honor si este se veía afectado.
Capítulo 15

Era un día acogedor pese a que estaban a mediados de


octubre, el invierno ya comenzaba a hacer sonar su cántico
helado, dando aviso de las próximas heladas que tomarían
lugar de un momento a otro. Sin embargo, no en esos
momentos, cuando los colores ocres seguían decorando los
árboles y las hojas caían entre los suspiros del viento.
Los habitantes de Londres solían aprovechar al máximo la
oportunidad de salir y tener conexiones sociales antes de
ser confinados a los hogares debido a las grandes nevadas
que traía el invierno; debido a la expectativa del encierro
fue que se propició ese día deportivo. Para los caballeros era
una forma de mantenerse ocupados, fuertes y relajados, al
mismo tiempo que para las damas era una ocasión para ser
vistas, pero también para admirar sin temor a ser
sancionadas a los apuestos caballeros que disputaban su
triunfo sobre aquellos gobernables corceles.
Resultaba impactante para las damas de la alta sociedad,
que la prometida de lord Seymour se mostrara tan
desinteresada en el partido que se tenía lugar. Daira, en
lugar de ver a su novio jugar, se entretenía con el hijo del
mismo, ambos sentados sobre el césped, recolectando
florecillas de forma despreocupada pese a las miradas
desaprobatorias que iban en contra de la hermosa mujer.
A Jason poco le importaba la actitud de su prometida, todo
lo contrario, encontraba encantador y mucho más
hipnotizante el verla sentada junto a Jackson, sacándole
sonrisas dulces. El conocido caballero bajó del caballo que le
había hecho compañía durante el partido de polo y se
acercó a la que sería su familia con una mirada cálida, un
cabello dorado que resplandeció con el sol al deshacerse del
casco protector que llevaba.
—¿Se divierten? —Jason recostó ambos brazos sobre las
bandas de protección—. ¿Qué es lo que hacen?
El niño sonrió a su padre y se apuró a susurrar al oído de
la mujer que se inclinaba un poco hacia él para escuchar
mejor.
—Me hace una corona —explicó la dama.
—Ya veo, ¿Crees que la señorita Fiore merece una corona
hijo? —el niño asintió con ganas—. ¿Y qué tal yo? Acabo de
ganar mi partido, ¿qué harás para mí?
El pequeño pareció pensarlo, rebuscó a su alrededor con
su par de ojos grises y encontró una piedra, tendiéndosela a
su padre como si aquello significara lo mismo que un trofeo.
—Bueno, te lo agradezco Jackson —sonrió el hombre.
—¡Oh, lord Seymour! —se acercó una dama a trote, con
una sombrilla para que el sol no le quemar el rostro.
Levantaba su vestido hasta sus tobillos—. ¡Ha estado usted
esplendoroso!
—Se lo agradezco lady Marshall, aunque dudo que
logremos triunfar ante el equipo de mi primo.
—Agh, el equipo de Adrien tiene muchos huecos, yo se los
puedo decir si gusta —se acercó una enfurruñada Pridwen,
su mal humor tenía una persistencia de días.
—Se lo agradecería lady Pridwen, al menos así tendríamos
una oportunidad —bromeó el hombre.
—¡Ja! Si me dejaran dirigirlos, yo los llevaría a la victoria.
Lady Marshall se escandalizó por tal sugerencia, pero
Jason lo tomó a bien, sabía que esa chiquilla había
propuesto lo mismo a su primo y su negativa era lo que la
tenía de tan mal humor.
—No le veo inconveniente.
—¿Lo dice en serio? —se sorprendió por un segundo, para
después fruncir el ceño—. Mire que si me engaña…
—No. Lo digo en serio, creo en su capacidad.
—¡Genial! Haré planes para derrotar a esos soquetes.
—¡Lady Pridwen! —la pobre lady Marshall estaba por
desmayarse—. Pero qué boca, niña, ¿no se da cuenta que
está actuando sumamente maleducada?
—Claro, como sea —rodó los ojos—. Usted acompañará a
Daira a casa de los Rinaldi, ¿cierto lord Seymour?
—Sí, no hay problema con ello —asintió el hombre.
—En ese caso, he de marcharme.
La rubia corrió, feliz como nunca antes, posiblemente con
la expectativa de poder vencer a Adrien en un juego en el
cual se sabía que estaba bajo su completo control, eran los
campeones invictos.
—Si sabe que es imposible que le ganemos, ¿Cierto? —
susurró el hombre hacia su prometida.
Ella se inclinó de hombros y se levantó con todo y niño.
—Es una persona perseverante y positiva, espero que
entienda en lo que se ha metido al convertirla en jefa de su
equipo.
—No recuerdo eso.
—Ella lo tomará así —sonrió la mujer, acomodando al
pequeño Jack en sus brazos.
—Me cambiaré y entonces la acompañaré a casa de mi
hermana.
—Gracias.
—¡De ninguna manera irán solos! —se negó lady Marshall,
tomándose atribuciones—. Es mal visto, son prometidos y
ella necesita un chaperón.
—No se preocupe lady Marshall, de eso me encargaré yo.
La voz de lady Melbrook heló la sangre de Daira y
enfureció la de Jason, quien no comprendía su intromisión.
La hermosa mujer miró primero a la dama con el niño, y
después sonrió hacia su antiguo amante con ambas cejas
levantadas.
—A menos que tengan algún inconveniente, mi casa
queda de camino a comparación de la de lady Marshall.
—Oh, es verdad, sería mucho mejor ahorrarme ese viaje,
no lo soportaría mi corazón.
Daira le dio la razón a la mujer, tenía sobrepeso y eran de
conocimiento público sus problemas cardiacos, pero prefería
cargar con lady Marshall a soportar a lady Melbrook.
—Vamos señor Seymour —incentivó Lina—, lo esperaré
aquí con su prometida mientras se va a cambiar.
Jason se mostró dubitativo, pero entonces uno de sus
compañeros de equipo colocó un brazo sobre sus hombros y
se lo llevó, sin querer, dejándola sola con una de las peores
personas que podían existir.
—¿Qué desea, lady Melbrook? Supongo que trae un
mensaje para mí, pero mi prometido…
—Sí, sí —dijo con odio—. No te sientas tan orgullosa con
ese hecho, es obvio que no te quiere.
—Eso es entre nosotros.
—Como sea, vengo a darte el mensaje de mi marido —se
cruzó de brazos—. Al parecer está más que complacido de
que te cases con Jason Seymour y desea que asegures
cuanto antes tu posición.
—¿De qué habla? —Daira colocó a Jackson detrás de ella
—. Yo a ustedes no les debo nada en lo absoluto, no pueden
venir aquí a darme ordenes o hacer peticiones.
—¿Segura, Daira? —la mujer ladeó la cabeza con lástima
—. Ahora que te has hecho amigos, tienes muchos lugares
donde un golpe sería mortal, sin mencionar que te hemos
encontrado y no pensamos dejarte ir nunca más.
—Están locos, si lo que quieren es que me case, haré todo
lo contrario, me iré, me iré sola.
—Sabes que te encontraremos, tenemos ahora ojos sobre
ti e irte sola sería estúpido considerando que podemos
atraparte.
—Pensaba que lo que el asqueroso de su marido quería
era que yo continuara siendo la pequeña que alguna vez
tuvo que cuidar.
—Sí, en cierta parte le repudia el hecho de que tengas
que cumplir con las estipulaciones del matrimonio —se
inclinó de hombros—, pero todos sabemos que Jason
cumplirá y no lo volverá a intentar, no necesita un heredero,
pero podemos fingir uno, te aseguro que mi marido está
más que dispuesto a ayudar.
—¡Son asquerosos! ¡Los detesto a ambos! Jamás, nunca
los ayudaré, si ese cerdo que tiene por esposo está
cediendo, seguramente es porque ya no tienen dinero —
sonrió con satisfacción—. De mi mano no obtendrán nada,
no los mantendré.
—¿En serio? —se cruzó de brazos—. ¿Qué pasaría si
nosotros le dijéramos la verdad?
Daira apretó los labios con fuerza.
—No me interesa, yo no tuve la culpa de nada, fui una
víctima.
—¿Por qué has escapado entonces? ¿Por qué ansías
casarte si no te interesa la protección que te puede brindar
Jason? —echó en cara.
—Es verdad —Daira se acercó a lady Melbrook—. Me he
cansado de correr, pero a mi prometido no le importa mi
pasado y ustedes no pueden chantajearme.
—Podemos —sonrió malvada—. Mi esposo sabe cómo
hacerlo y no creo que dude en usar métodos que te
disgusten para recordarte el lugar al que perteneces y del
cual escapaste.
—¡Jackson! —gritó la voz varonil del futuro marqués de
Kent—¡Señorita Fiore, es hora de irnos!
Daira volvió la vista hacia el hombre que alzaba la mano,
indicando que fueran hacia él. El pequeño Jack obedeció de
inmediato, dejando a ambas mujeres atrás.
—No hace falta que venga, su amenaza quedó grabada en
mi cabeza, pero como he dicho, no tiene importancia
alguna.
—Eso quieres hacerte pensar —sonrió—. Te conozco y veo
tu linda carita llena de preocupación.
Los océanos que Daira tenía por ojos se volvieron
turbulentos, tormentosos, como si dos tifones amenazaran
con llevarse a las profundidades del mar a lady Melbrook.
—Ustedes nunca volverán a hacerme daño.
Con eso dicho, la joven corrió detrás del niño,
alcanzándolo y tomándolo en brazos con una sonrisa,
llegando hasta el padre que disimuladamente deslizó una
mano sobre la cintura de la mujer que pronto se volvería su
esposa, pero la apartó rápidamente al recordarse que
estaba en público y sería mal visto.
—¿Qué tanto te decía esa mujer?
—Tonterías sobre su relación pasada con usted —mintió la
joven, quién conocía de sobra los rumores sobre lady
Melbrook y su ahora prometido—. Me sorprende sus gustos
en mujeres.
Jason la miró con un tanto de vergüenza, pero logró
recomponerse en cuestión de segundos, tomando la mano
de su hijo.
—No diría que me gustaba.
—Peor aún, la utilizaba, ¿es que los hombres nos ven
como pedazos de carne con los que pueden sentir placer?
—Una forma muy vulgar de pensar las cosas. Es verdad,
los hombres somos idiotas, pero las mujeres tampoco son
santas.
—Si no me quejo del placer buscado, sino de la elección
que hizo para encontrarlo —lo miró divertida—. ¿En serio?
Entre todas las mujeres que lo persiguen ¿escogió a lady
Melbrook?
—Pensé que al estar enamorada de su marido me quitaría
de encima el sentimentalismo, creí que la lastimaría menos.
—Fue un error —Daira frunció el ceño— ¿Cómo sabe que
ama a su marido? Ella siempre le ha engañado.
—Creo que ha sido algo mutuo, son un matrimonio sin
amor.
—Como el nuestro.
—El error fue que uno se enamoró.
—Es verdad —negó la joven—, pobre ilusa, ¿cómo pudo
enamorarse de un hombre tan asqueroso como él?
—¿Es que lo conoce de primera mano?
Daira se puso inmediatamente nerviosa.
—No, no. Es lo que se dice, sólo sé lo que se dice.
Jason entrecerró los ojos, dudando de aquella respuesta
trémula y presurosa, pero se vieron interrumpidos por la
presencia de Sophia, quien desgraciadamente para Jason,
no venía en soledad.
—¡Ah, querido primo! No intentes escapar de nosotros,
por favor.
—No lo haría —afirmó Jason—. Señorita Fiore, ellos son los
duques de Westminster. Mi prima Sophia, a quién ya
conoce, y su marido, John Ainsworth.
—Es bueno volver a verla, lady Sophia.
Daira se inclinó con una sonrisa respetuosa, pero al
momento de intentar hacer lo mismo con el esposo de la
mujer, se enfrentó a una fría mirada, poderosa y
paralizante. Parecía estarla analizando desde la punta de
sus pies hasta el cabello sobre su cabeza. Algo en él la llenó
de temor, se sintió insegura y con las suficientes ganas de
correr, incluso dio un paso atrás, siendo detenida
únicamente por la mano de Jason, la cual se colocó
ágilmente sobre su brazo.
—Es usted tan bella como dicen los rumores, señorita —
dijo el hombre después de un largo análisis.
—Lo agradezco, mi lord —se inclinó la joven.
—Íbamos a comer algo, ¿gustan acompañarnos? —invitó
el mismo caballero—. Me hace gran ilusión conocerla a
fondo, señorita.
—No podemos —cortó Jason—. Lo siento John, será en otra
ocasión, Jackson tiene que ir a dormir pronto, está cayendo
de sueño.
—Por favor Jason, al menos acepta una cena —pidió
Sophia.
—No sé si la señorita Fiore tenga tiempo y yo tendría
que…
—Insisto Jason —la voz terminante de John no dejaba
opción más que aceptar—. Los veremos en nuestra casa a
las ocho.
—John, no seas tan imperativo —trató Sophia y miró a su
primo y a su novia—. Será divertido e invitaré a más
personas.
—Naturalmente que lo harás —refunfuñó Jason—. Bien, ya
que no nos dejan opción aceptaremos.
—¡Oh, es genial! —sonrió Sophia.
—Pero después de la boda.
—¿Qué? —la esposa del duque miró a su marido con
temor—. Jason, sería mejor que fuera antes, ya sabes, para
conocernos más.
—No. He decidido que esta mujer es perfecta para ser mi
esposa y la madre de Jackson, no necesito que nadie dé su
autorización.
Los ojos de John rivalizaron con los de Jason por varios
segundos. Daira permaneció en calma, poco le importaban
las disputas que existieran entre los importantes caballeros;
si ella era capaz de llevar su vida normal, bien se podrían
matar y no le haría mella. Como indicó su prometido con
anterioridad, su único trabajo era cuidar a Jackson y era
excelente en ello, no necesitaba más filtros que el de la
aceptación del padre, así que, si su prometido quería
salvarla de una velada donde sería enjuiciada, qué mejor.
—¿Jason, estás pensando en ti o en Jackson? —preguntó
John directamente, siendo pellizcado por su mujer.
—Creo que siempre he visto por el bienestar de mi hijo,
por no decir que fui el único en tener ese interés.
—Por favor, caballeros —se introdujo Sophia—. Estamos
en la calle y comenzamos a llamar la atención, sin
mencionar que incomodamos a la señorita Fiore.
Jason volvió el rostro hacia la imperturbable mujer que
permanecía unos pasos atrás, desinteresada del asunto,
luciendo hermosa e inalcanzable para todos los ojos que se
desviaban hacia ella. Parada ahí, en medio de los árboles
del parque, parecía una escultura más, una hermosa, pálida,
orgullosa y recta mujer que sabía con toda certeza que era
superior a los demás.
—Es verdad, pensaba tener un agradable paseo con mi
prometida, así que, si nos disculpan, nos retiramos.
—Jason —la voz suplicante de su prima lo detuvo—. La
invitación a cenar sigue en pie, no importa que sea después
de la boda, es importante para John conocerla.
—Sí, como sea, ya veremos después.
El hombre siguió caminando, dejando atrás a la joven que
fuera a ser su esposa, quien no se permitió mostrarse
intimidada y miró al duque con tranquilidad, pese a su
impresión inicial, Daira consideraba que el esposo de Sophia
no podía ser malo, simplemente resultaba intimidante
debido a su estatura y estructura.
—¿Es que hay algún problema del cual deba estar
consciente, mi lord? —inquirió la joven con pasmosa calma.
—No, no, querida —se introdujo Sophia—. Tan sólo
queremos conocerte mejor, sobre todo John.
La joven dirigió la mirada hacia el hombre impenetrable
que no paraba de recorrerla de arriba hacia abajo,
claramente juzgándola.
—¿Alguna razón en particular?
—Serás la madre del hijo de mi hermana —dijo el hombre
como toda explicación— y mi heredero.
Sophia bajó la mirada, sintiendo un revoltijo incómodo al
escuchar esas palabras. John, como toda respuesta, pasó
una mano por la cintura de su esposa, acercándola más a
él, en un despliegue de cariño que Daira no comprendió,
pero tampoco cuestionó. Se sabía que la duquesa dio a luz a
dos hijas, unas mellizas, no tenía idea por qué se daba por
hecho que Jackson sería su heredero.
—Pero…
—Es todo lo que necesita saber —tajó el hombre—. Espero
que pueda convencer a Jason de acudir a la cena.
—Creo que lo terminará decidiendo él —se inclinó ante
ellos—. Con su permiso, excelencias.
Los Westminster parecían pegados al piso, mirando a la
jovencita correr detrás del que sería su prometido, quien ya
la esperaba a unos metros, con el pequeño Jack queriendo
subir a un árbol. John suspiró, apartó la mirada y tomó a su
esposa en brazos, presionando un beso en sus labios pese a
estar en público y siendo el centro de miradas.
—¡John! —sonrió la joven, colocando una mano en el
pecho de su esposo, mirando de un lado a otro—. ¿Y esto
por qué ha sido?
—Lamento haber mencionado el hecho de que Jack es mi
heredero —le acarició la mejilla—. Odio que te haga sentir
mal.
—Es una lástima que no pueda darte un heredero —se
mordió ligeramente el labio—. Pero nada puedo hacer,
parece ser que es lo que me tocó y agradezco a mis hijas.
—Esas personas te hicieron tanto daño… jamás podré
perdonarme por ello —la abrazó—. Te amo Sophia.
—John, no seas tonto, no pasa nada mi amor —lo abrazó
de regreso—. Las cosas son así, espero que las niñas
puedan entenderlo.
—Por eso quiero que Jack se haga cercano a ellas, quiero
que le quieran y él las quiera también. No pienso dejar a
mis propias hijas desprotegidas, haría mucho más fácil mi
muerte el saber que su primo velará por ellas también.
—¡No hables de muerte John Ainsworth!
—Lo siento, amor, lo siento —sonrió el hombre, volviendo
su mirada hacia la pareja que seguía alejándose—. ¿Qué
opinas de ellos?
—Bueno, no puedo cuestionarlos, el inicio de nuestro
matrimonio tampoco fue el mejor ¿no crees?
—En eso tienes razón, pero creo que lo de ellos es peor. —
Sophia lo miró con dudas—. Cuando acordamos nuestro
compromiso, ambos sabíamos que seríamos un matrimonio
en toda la regla, esperaba de ti hijos y fidelidad. En cambio,
ellos…
—Sí, creo lo mismo, pero al final de cuentas, no es asunto
nuestro.
—Sólo espero lo mejor para el pequeño Jackson.
—Yo creo que Jason está pensando exactamente lo mismo.

Jason caminaba con un ímpetu que Daira apenas podía


seguir, incluso el pequeño Jack tenía que dar uno que otro
salto para lograr seguirle el paso a ambos adultos.
—¡Señor Seymour! —pidió la mujer—. ¡Señor Seymour por
favor espere! Jackson apenas y nos puede seguir el paso.
Al escuchar lo último, Jason se detuvo en seco y se volvió
hacia ellos, su cara mostraba la frustración y el enojo que
aún sentía.
—Lo siento, no tenías por qué escuchar algo así.
—Comprendo la preocupación de lord Westminster,
aunque no comprendo por qué habla con tanta seguridad
sobre su heredero.
—Mi prima no puede tener más hijos —terminó el hombre
—. Por desgracia, el heredero a ese ducado será Jackson.
—¿Desgracia? —Daira frunció el ceño, tomó al niño en
brazos y siguió los pasos de su prometido—. ¿Qué no es eso
algo bueno entre los de su clase social?
—No cuando se toman atribuciones, mi hijo heredará mi
título, pero al ser el único heredero factible para el ducado
del hermano de su madre, tiene una presión que no le
correspondía.
—Claro, entiendo que sea una presión, pero aprenderá,
usted lo dirigirá correctamente y lord Westminster…
—¡El padre de Jackson soy yo! —gritó, haciendo callar
inmediatamente a la mujer—. ¡Maldición! Lo siento Daira.
—Está bien, no creo que él desee quitárselo, estoy
inclinada a pensar que está preocupado por la mujer que
está seleccionando para ser su madre sustituta, nada más.
—Es meterse en mi vida —dijo aún más disgustado—. No
debería importarle la elección que haga. Esa maldita cena
no será otra cosa más que una prueba para usted.
—Entonces la superaré, no tengo temor a ello.
Los ojos grises de aquel hombre se suavizaron, mostrando
un brillo diferente al que Daira había visto cuando enfocaba
a su hijo. Quizá era un poco de admiración hacia su
persona.
—Eres una mujer… —frunció el ceño y negó—. Extraña.
—Lo agradezco… creo.
—En realidad, el verdadero problema es que no
parecemos una pareja —comprendió Jason—. Ni siquiera se
siente una atracción entre nosotros y eso crea dudas en mi
familia, se preocupan.
La mujer asintió, ya desde hacía tiempo se lo había
insinuado. Daira suponía que, para ese momento, muchos
estarían pensando que el señor Seymour se casaba por su
hijo, lo cual era una realidad, pero eso no dejaba de ser
insultante para las damas que proponían a jovencitas de
buena cuna dispuestas a ser madres sustitutas del niño.
—¿Qué sugiere? La boda es dentro de poco, nadie creerá
que es por conveniencia porque yo no tengo nada que
ofrecer y dudo que sus parientes dejen de molestarnos si no
ven amor entre nosotros.
—Bien, creo que podemos hacerlo.
—Claro, pero… —ella lo miró dubitativa—. ¿Cómo lo
haremos?
—Acudamos a la velada de esta noche, tratemos de estar
juntos y aprendamos un poco el uno del otro.
—Creo que podría ser un inicio —asintió la joven.
—¡Daira! ¡Daira, Daira, Daira! —La alocada rubia corría
atolondradamente hacia la pareja—. Tienes que venir
conmigo… hola de nuevo Jason, ¿Puedo robármela por un
rato? —sonrió angelicalmente—. Es urgente, en serio.
—No lo dudo. —Jason enfocó a su novia—. Con cuidado.
—Conociéndola, no será nada de gravedad.
—De todas formas, busquen no meterse en problemas.
Jason estiró las manos para que su prometida le pasara a
su hijo. Y en cuanto estuvo libre del niño, Pridwen se apropió
de una de sus manos, sonriendo jactanciosa hacia el conde.
Jason rodó los ojos con diversión, se inclinó ligeramente
hacia su novia y presionó un beso en su mejilla como
despedida. La joven sonrió dulcemente, sus ojos se
iluminaron y sus mejillas tomaron un suave color rosado;
después se marchó junto con su mejor amiga, ambas llenas
de alegría y cuchicheos. Él jamás la veía sonreír de esa
manera cuando estaba a su lado en varias ocasiones se
había preguntado si se estarían equivocando al casarse de
esa forma tan maquiavélica. Estaba claro que para él era
conveniente, fingir interés tampoco le significaría mucho,
pero ¿qué pasaba con ella? ¿por qué le era tan fácil aceptar
que no habría amor o siquiera cariño en su matrimonio?
—Ah, lord Seymour, al fin lo conozco en persona.
Jason se volvió lentamente hacia la voz, frunciendo el
ceño ante el hombre que tenía enfrente.
—¿Nos conocemos de algún sitio?
—Me temo que no, ustedes son visibles en las revistas
amarillistas, pero creo que un conde en ruina no es tan
atractivo.
—¿Está interesado en hacer negocios? —frunció el ceño—.
Estoy con mi hijo ahora, así que tendríamos que postergarlo
a…
—No vengo por eso, resulta ser que conozco muy bien a la
señorita con la que piensa desposarse. —Jason permaneció
en su pose imperturbable, esperando a que el hombre
continuara—. Soy lord Melbrook, conocerá a mi esposa, ella
vino a Londres mucho antes de que yo le siguiera los pasos.
—Ah, por supuesto —Jason equilibró a su hijo en un brazo
y tendió la mano al hombre—. Es un gusto.
—El gusto es todo mío.
La sonrisa retorcida del conde dejaba en claro que su
presencia acarrearía problemas y el que se presentara como
alguien que conocía a su prometida lo era aún más. Por lo
que sabía, la señorita Fiore no era de por ahí y nunca
mencionó conocer a lady Melbrook, con quien en más de
una ocasión se vio en conflicto. Tal parecía que Daira Fiore
tenía sus propios secretos y estos pretendían presentarse
antes de que ella estuviera dispuesta a contarlos.
Capítulo 16

La casa de soltero de Jason solía encontrarse desocupada


debido a que él prefería residir en la que heredaría de sus
padres. Pese a ello, el hogar se encontraba en buenas
condiciones, no estaba descuidada o abandonada, todo lo
contrario, los empleados vivían preparados para recibir
inesperadas visitas, como en ese momento, cuando su
señor llegó con un gallardo caballero y el pequeño Jackson
en brazos.
—Llévenlo a recostar, por favor —pidió el hombre,
entregando a su hijo medio dormido a una de las doncellas,
para después volcar su mirada al caballero que esperaba
tranquilo, quitando su sombrero y dejando su elegante
bastón—. ¿Gusta algo de tomar?
—Lo que guste ofrecerme estará bien —asintió el elegante
hombre, quien no pareciera un noble empobrecido.
Jason lanzó una mirada a uno de los mozos que esperaba
por órdenes y pidió al caballero que entrara a uno de los
salones de la casa. Lo único que delataba a ese hombre de
su falta de riqueza, era la mirada avariciosa que dirigía a
cada esquina de aquella ostentosa mansión en el centro de
Londres.
—Tome asiento, lord Melbrook, si se ha tomado la molestia
de interceptarme, será porque algo tiene que decirme.
—Creo que el que debió buscarme es usted, lord Seymour,
aunque comprendo el hecho de que Daira omitiera mi
existencia.
—No sabía que se conocieran siquiera.
—Por supuesto —negó alegre—, esa niña ha sido tan
testaruda.
—Para no entrar en un error, me gustaría saber la relación
que existe entre mi prometida y usted, lord Melbrook.
—¿Relación? —el hombre sonrió—. Soy su hermano, ella
es mi responsabilidad. La he buscado desde que decidió
escapar de casa.
—¿Una Melbrook? —negó el hombre, claramente
asombrado—. ¿Me dice usted que ella es hija de condes?
—Bueno —sonrió de lado—. En parte, es hija de mi padre,
pero de otra madre, soy su medio hermano.
—Entiendo. —Jason frunció el ceño—. ¿Por qué
esconderlo?
—Creo que tiene encarnecida la idea de deshacerse de los
grados de nobleza que existen en su sangre.
—Eso… es poco usual, pero conozco a gente igual.
—Mi hermana es testaruda, quedó huérfana de madre al
momento de nacer y cuando mi padre murió, me hice cargo
de ella, aunque supongo que Daira piensa que no me
correspondía darle ordenes, educarla o dirigirla y fue la
razón por la cual escapó.
Jason permaneció en un silencio pensativo. No tenía nada
que decir ante la conclusión a la que había llegado el conde,
no le correspondía y no conocía lo suficiente a su prometida
como para decir algo diferente. Sin embargo, no le
agradaba que el conde hablara de alguien que no podía
defenderse al no estar presente.
Por largos momentos se miraron sin hablar enfrascados en
una rivalidad perdurable entre la madurez del conde de
Melbrook, contra el vigor de Jason, quien confiaba en su
juventud, conexiones y riqueza. Fue el conde quién suspiró
tranquilo y apartó la mirada, concediéndole la victoria, lo
cual molestó sobre manera a Jason.
—¿Ha venido para dar su desaprobación al compromiso?
—No creo que ella permita tal cosa y lo que quiero es
acercarme, es la única familia que me queda, en verdad la
aprecio.
Los ojos grises se entrecerraron.
—Ha dicho usted que es un noble empobrecido, ¿es eso a
lo que ha venido? ¿Quiere una compensación por no tomarlo
en cuenta?
—Yo le tenía un compromiso hecho allá en casa, no pensé
que me desobedecería hasta este punto, pero no, no vengo
a pedirle dinero —dijo orgulloso—. Quería conocerlo ahora
que se hará cargo de ella.
—No tiendo a maltratar mujeres y si he decidido casarme,
será para tratarla como le corresponde.
—Me alegra saberlo. —Asintió, aceptando en ese
momento otra copa de vino que se le ofrecía de la mano de
un mozo con manos enguantadas—. Ahora, me gustaría
conocer su apertura a que los visitemos, como dije, quiero
estar cerca, mostrarle que soy su hermano y en realidad su
única familia.
—No tengo problema con que ella reciba visitas, si es su
deseo.
—Ese sería el problema, me culpa de muchas de las
desgracias de su vida, me odió cuando le hablé del
compromiso, pensaba en su seguridad por si algo me
sucedía, pero Daira no lo tomó así.
—Ella no me parece una persona irracional.
—Soy su hermano, prácticamente su padre, quizá sea
capricho o simplemente rebeldía de una muchachita a la
cual siempre se le cumplieron sus deseos.
Jason cambió el rostro, mostrándose mortalmente serio,
su cabeza trajo de repente recuerdos sobre lo que parecía
una vida pasada.
—Comprendo. Permitiré cualquier acercamiento que usted
proponga lord Melbrook, le aseguro que ella entrará en
razón, aunque dudo que esté feliz con esa decisión.
—No tendremos que decirle que usted aceptó, odiaría
ocasionarle problemas, me acercaré lentamente a ella,
ganaré su confianza de nuevo y seremos familia, como debe
ser.
Aquello sacó una sonrisa por parte de Jason.
—Parece determinado. Me sorprende que aprecie tanto a
su hermana, pero lo apoyo terminantemente, la idea de una
familia es algo que aprecio y que pretendo enseñarle a mi
hijo.
—Gracias mi lord —el caballero se puso en pie—. No tengo
más que decir, aunque lamento informar que no asistiré a la
boda, no deseo estropearle ese momento de dicha.
—Es usted bienvenido si desea hacerlo —Jason se puso en
pie también—. Lo invito yo mismo.
—No. Mejor así, lo tomaría a mal, se lo aseguro —sonrió
de lado—. Nuevamente gracias y espero que no sea la
última vez que nos veamos, lord Seymour.
—No lo será —afirmó el hombre, tomando con
determinación la mano que se le ofrecía.
Lord Melbrook asintió y se dedicó a salir, volviendo a
pasar sus ojos por la exuberante riqueza que se posaba de
forma elegante sobre cada pared en esa casa, sonriendo a
su suerte.
Jason, por su parte, no podía creer que un hombre como
aquel fuera rechazado por su prometida, estaba claro que la
apreciaba, incluso la amaba. Hasta llegó a sentirse culpable
por haber sido amante de su mujer. Se prometió en ese
momento jamás volver a caer tan bajo como para hacerle
eso a un caballero que podría respetar al momento de
conocerlo.

Al caer la noche, Jason se colocó su traje de gala y
esperó a las afueras de la casa Hamilton para que su
prometida llegase en la carroza que seguro vendría
compartiendo con su hermana Micaela y su cuñado, que era
donde se quedaba actualmente. Se sentía un tanto inquieto
por la farsa que tendrían que montar y era el motivo
principal de que estuviese fumando.
—Hola Jason —su alegre hermana lo saludó con un par de
besos y un abrazo afectuoso—. Me encanta la idea de que
pasen la noche juntos… ¡Digo no en ese sentido! Me refiero
a como pareja en un baile, aunque lo otro no tardará en
llegar, pero suena a indiscreción en este momento ¿verdad?
—Querida —Matteo la tomó de la cintura—, sería mejor
que pasáramos, dejemos que ellos enfrenten las miradas
solos.
—¿Seguro? Son tan patéticos que indudablemente lo
arruinarán.
Faltó poco para que Daira cometiera la indiscreción de
soltar una carcajada ante el conjunto de palabrerías dichas
por parte de su futura cuñada. Pensó que su prometido se
encontraría en sintonía con ella, pero al ver su rostro grave
y mirada recriminatoria, la joven curveó una ceja dubitativa,
alzó una mano hasta posarla en el hombro de su novio,
obligándolo a agacharse para poder susurrar a su oído.
—¿Ocurre algo, mi lord?
—No lo sé, mi lady —remarcó el honorifico—. ¿Cuándo
esperaba decirme que en realidad eres hija de familia
noble?
—¿De qué habla? —ella frunció el ceño y se alejó.
—Su hermano me hizo una visita el día de hoy —explicó
con suma molestia—, ¿no te das cuenta en qué posición me
has dejado al no haber pedido su permiso para casarme
contigo?
—¿Mi hermano?
—Lord Melbrook.
Los ojos de la joven se abrieron de par en par, oscilando
entre la impresión y el horror.
—Dice que él fue hasta su casa —trató de comprender.
—Me lo encontré de camino.
—Dios mío, jamás me dejará tranquila —dijo para sí
misma.
—Me parece que eres malagradecida con él, se nota que
te aprecia sobremanera, te ha buscado por todas partes
desde que te fugaste.
—Ya me imagino que sí —dijo molesta, caminando hacia la
fiesta—. ¿Qué fue lo que le dijo?
—Preferiría pasar esa conversación a otro momento, por
ahora me gustaría saber la razón de su mentira.
—Ninguna mentira, soy la señorita Fiore, no Melbrook.
—Su padre era el conde, ¿me equivoco?
—No —apretó los dientes—. Pero no quiero volver a hablar
del tema, este matrimonio no está basado en nosotros, por
lo cual no es relevante lo que sea o no sea yo.
—¿Sabe que sería mucho más sencillo si dijese la verdad?
—¡No! —exigió ella, mirándolo determinada—. No puede
obligarme, yo sé lo que hago con mi vida.
—Si tampoco pensaba obligarla —frunció el ceño—. ¿Huyó
de casa porque no quería el matrimonio concertado por su
hermano?
—Creí decir que no hablaría más de esto y no lo haré.
La joven tomó sus faldas, introduciéndose al opulento
salón atestado de personas elegantes que detuvieron sus
conversaciones para mirarla de pies a cabeza, juzgándola
desde el mismo instante en el que pisó aquellas baldosas de
mármol.
Daira miró de un lado a otro, buscando el rostro conocido
de su única amiga para poder escapar de las preguntas
insistentes de su prometido. Pero antes de poder hacerlo, se
topó con el rostro sonriente y bondadoso de una mujer de
cabellos castaños y ojos verdes, que caminaba con los
brazos abiertos, siendo una invitación a un abrazo. A su
lado, un caballero alto, ligeramente canoso y con una
mirada escalofriante que hacía sentir a Daira un alfeñique.
—¡Me alegra que al fin llegaran! —la mujer la saludó
afectuosamente—. Soy Annabella, y él es mi esposo
Thomas.
El hombre se inclinó respetuosamente y sonrió al hablar:
—Un placer, lady Melbrook. —Daira tembló ante la
mención del apellido, pero estaba imrpesionada y fue capaz
de pasar su irritación a segundo plano—. Ha de saber que
los Hamilton estamos muy bien informados, sobre todo de
las personas que nos rodearán.
—Es un comentario atemorizante, lord Hamilton, pero mi
apellido es Fiore y siempre lo será.
Ante aquella afirmación, los ojos de Thomas Hamilton
relampaguearon con algo parecido a la diversión y al
entusiasmo.
—Entiendo. Lamento la confusión, señorita Fiore.
—Tío —se acercó Jason—. Pensé que estaba en
Dinamarca.
—Regresé hace unos días, es bueno verte muchacho.
Después del recibimiento adecuado, la pareja pasó al
salón, siendo rápidamente interceptados por primos y
familiares de Jason, quienes notaban la hostilidad en
incremento de la pareja.
—Parecen peor que antes, ¿se han disgustado? —inquirió
Ashlyn.
—Nada de eso —sonrió la joven—. Es sólo que a su primo
le gusta deducir cosas al azar sin importar cuan equivocado
esté.
—¿Disculpa? —Jason le lanzó una mirada enojada.
—Con su permiso, he visto a Pridwen, quisiera saludarla.
La mujer tomó su vestido y se alejó rápidamente del
grupo social donde Jason siempre sería el beneficiado,
quería estar con Pridwen, quería hacerla sentir mejor ante
las malas noticias que había recibido hacía tan poco tiempo.
—¿Qué pasa con ella? —se acercó Héctor, el hermano
menor de Jason quien regresaba de su viaje por Italia—.
Pareciera que te odia, lo cual entiendo, pero ¿por qué razón?
—A las embusteras no les gusta que descubran sus
falacias.
—¿De qué hablas? —se adelantó Micaela—. ¿En qué ha
mentido?
—Nada. Iré con ella.
Jason tomó camino hacia su prometida, siendo consciente
de que ella huía de forma evidente, convirtiéndose
rápidamente en el entretenimiento de la velada. El conde no
podía creer lo fácil que le resultaba a Daira incluirse
efectivamente en cualquier circulo social, entablando largas
conversaciones, logrando frenar el avance de su prometido,
quien buscaba evitar preguntas incómodas o indiscretas.
Ella sabía que no podría escapar por siempre, así que no
se sorprendió cuando de un momento a otro Jason logró
tomarla del brazo con determinación, arrastrándola con una
sonrisa fingida hasta sacarla a un balcón alejado y solitario,
ideal para la discusión que tomaría lugar entre la pareja.
—¿Qué? —ella apartó su brazo con desdén.
—¿Quieres hacernos el hazmerreír de la velada? —la
recorrió con la mirada—. Desista en su empresa de escapar,
se suponía que esta noche estaríamos fingiendo que había
algo más que sólo frialdad, estás haciendo evidente que no
nos soportamos.
—Lo lamento mi lord, no tenía idea que no me soportaba.
—Cada vez menos —admitió—. Ahora, no me importa tu
vida, fue un error preguntarte sobre ella. ¡Maldición! Me
importa una mierda si naciste de una vaca o si tu madre era
una puta, lo que quiero es que este matrimonio sea creíble
para toda esta bola de idiotas.
Se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca,
tenía una sensación desagradable en su lengua, como si
acabara de comer algo sumamente amargo. Jason jamás
era grosero, mucho menos con una mujer que estaba
cortejando, pero Daira logró hacerlo perder el control, tiró
abajo su fachada alegre, amable y siempre contenida.
Estaba claro que la había ofendido, quiso disculparse, pero
la mirada de Daira se lo impidió. No parecía querer llorar,
todo lo contrario, si no se equivocaba, lo que quería era
asesinarlo.
Jason pensó que le gritaría, que lo golpearía, pero cuando
ella habló, su voz era calma, controlada, incluso parecía
cargada de lástima. Eso lo dejaba en ridículo. Sin embargo,
su mirada seguía plagada de furia, sus ojos podrían arrasar
con el valor de cualquier hombre, y aquello demostraba lo
capacitada que estaba para dominar sus emociones. Eso la
convertía en una persona sumamente peligrosa.
—Se dice un caballero, pero no se limitó a insultar a todo
un conjunto de mujeres con esas palabras —dijo en un tono
de superioridad—. No me importaría haber nacido de una
“puta” como usted dice, seguro que aun así sería mejor que
usted.
—Yo jamás… —Jason aprontó la quijada—. ¡Maldición!
¡Jamás he menospreciado a nadie! No sé por qué dije eso,
pero no es lo que pienso —negó y caminó de un lado a otro
—. ¡Es usted! ¡Me saca de quicio! ¡Me vuelve loco y me llevó
al extremo de ser grosero!
—¿Yo? —se indignó—. Apenas he dicho palabra desde que
me jaloneó hasta este lugar.
—De acuerdo, lo mejor será guardar silencio, cuando
ninguno habla las cosas van bien; hasta me parecía
ligeramente atractiva.
—¡Oh, gracias! —se llevó las manos al pecho en un total
melodrama—. ¡No sabe qué halagada me siento!
—¡Basta! —levantó ambas manos—. Basta, no podemos
seguir discutiendo, la gente se dará cuenta.
La mujer dejó salir un bufido y se cruzó de brazos,
ocultando de esa forma que temblaba de rabia.
—Es usted un monstruo con cara de cordero, se esconde
efectivamente del mundo, pero le digo algo —se acercó
hasta poder golpear el pecho masculino con la punta de uno
de sus dedos—. Puedo ver lo podrido que está por dentro,
ahí no hay nada rescatable, es una linda portada que no
contiene más que basura en su interior.
—¿En serio? —le tomó la muñeca para que dejara de
picotearlo— ¿Qué hay de usted? Es toda belleza y
elegancia, pero detrás de la linda portada no hay más que
amargura y una personalidad asquerosa. Estoy seguro que
si no se casa conmigo, no lo hará con nadie, sólo un loco le
haría una propuesta sin ser por conveniencia.
El corazón de Daira se estrujó con fuerza y sus facciones
cedieron ante el dolor de su interior. Él parecía arrepentido
por sus palabras, pero no decía nada para remediarlas.
Pasado el segundo de debilidad, apartó su mano de la de él
de golpe y lo miró intensamente, incluso su nariz temblaba
al tratar de contener su rabia.
—¡Es usted un grosero! ¡Un maldito y un malvado! —
apretó sus puños mientras hablaba—. ¿Cómo puede
decirme esas cosas cuando no he sido más que amable y
comprensiva?
—¿Es que yo no he hecho lo mismo? —la miró enfurecido
—. ¿Debo permitir que me diga lo que quiera porque es
mujer?
—¿He de recordarle que usted fue el que empezó a
insultar?
Jason se quedó callado momentáneamente al recordar
que, de hecho, había sido él quien insultó primero a la
mujer, pero fue gracias a que ella se colocó en esa postura
orgullosa y dominante que lo obligó a perseguirla como un
idiota por todo el salón.
—¡Por Dios! —Jason se alejó de ella cuando notó que
estaban demasiado cerca—. ¡Esto es una locura! Me será
imposible soportar estos arrebatos por el resto de mi vida.
—Por favor —la mujer chasqueó la lengua con vanidad—.
Lo puedo hacer tragarse esas palabras en menos de dos
minutos.
—¿Qué demonios quieres decir con…?
Antes de que Jason pudiera terminar la frase, Daira se
adelantó con seguridad hacia él, tomándolo por las solapas
del traje para atraerlo hasta sus labios entreabiertos,
comenzando con un beso suave que aumentaba
progresivamente en intensidad y efervescencia, llegando al
punto en el que el cuerpo entero del conde se estremeció
ante la caricia que no parecía provenir de una joven
impoluta.
Daira era capaz de provocar en los varones toda clase de
sensaciones con una mirada ligeramente provocativa, por lo
que sus labios resultaban lo más parecido a un veneno
peligroso que podía dejar sin voluntad a quien los tocara.
Sólo hasta esos momentos Jason comprendió que su
prometida no necesitó de palabras para ponerlo en su lugar,
ese beso era más que suficiente para dejarlo mal parado.
Daira no se conformó con sentir que su prometido casi se
arrodillaba ante la caricia, quería hacerlo sufrir más, así que
se acercó hasta abrazarse a él, acariciando sus hombros,
enredando sus dedos en la cabellera rubia, provocando que
se entusiasmara aún más contra sus labios. Sentía sus
manos desesperadas vagando desde lo alto de su espalda
hasta sus caderas, buscando acercarla más, abrazándola
con ímpetu que le sacaba gemidos que daban indicio que el
hombre estaba perdiendo la razón por la necesidad de
sentir cada parte de su cuerpo contra el suyo.
La joven sonrió victoriosa.
Fue hasta el momento en el que su prometido estaba
rozando la línea del goce y se encontraba completamente a
su merced cuando la joven se alejó, provocando un
escandaloso sonido de separación. Jason se mostró
confundido y buscó los labios de su prometida, pero ella se
retiró aún más, esta vez dando unos pasos hacia atrás, con
el rostro pálido imperturbable y sin una emoción en su
mirar.
—¿Lo ve? —sonrió triunfal, notando el deseo en la mirada
del hombre que mantenía alejado de ella—. Cualquier
hombre quisiera tenerme a su lado y la única que lo impide
soy yo. Así que no dé por sentado nada, mi lord, le aseguro
que seguiré siendo asediada y más de algún loco se
arrastraría a mis pies con tal de que lo besara de la forma
en la que acabo de besarlo a usted.
Ella sonrió de lado, recorriendo con su mirada satisfecha
el rostro encantado del hombre que no hacía más que tratar
de modular el deseo que lo arrastraba en dirección al
cuerpo vanidoso de la mujer que se alejaba dando pasos
jactanciosos hacia atrás.
—¡Maldición! —se quejó cuando la vio desaparecer—. Me
va a matar, sé que lo hará.
Capítulo 17

Aquella boda no era más que una formalidad


insignificante para la nueva pareja. No fue una gran
recepción, tan sólo la familia cercana de Jason, y Pridwen
por el lado de la novia. No se hizo un gran espaviento,
únicamente fue una cena en la cual se profesó la calidez y
aceptación de los Bermont y en la cual Daira sintió un
especial afecto por su suegro, considerándolo un santo por
aguantar a una mujer como lo era la marquesa, quien desde
el primer momento se encargó de vigilar los movimientos
de su futura nuera y por la cual estaban metidos en el lio de
vivir en la mansión Kent junto con ellos.
Del beso que compartieron en el balcón no se volvió a
hablar, tampoco de la familia de Daira. Los condes no
habían hecho acto de presencia en ninguna velada, pero se
podía considerar lo adecuado debido a que apenas tenían
unas semanas de matrimonio y lo usual era dejarlos
tranquilos y, aunque muchos esperaban un viaje de bodas,
ambos negaron todas las sugerencias hechas por los primos
y decidieron afrontar la realidad de sus vidas desde el
primer momento.
En ese punto, ambos estaban acostumbrados a estar
cerca del otro, dormían en habitaciones conectadas pero la
puerta entre ellas jamás se abría, esporádicamente se
encontraban en el baño que compartían las habitaciones y
era el lugar donde se tenían las conversaciones más largas,
normalmente basadas en Jackson, invitaciones a veladas o
ajustes de la farsa, para nada más.
Esa noche Daira estaba tomando un baño cuando Jason
entró sin tocar. Por unos segundos ella se mostró ofuscada,
pero al estar detrás de un biombo que apenas y permitía
ver algo además del hermoso decorado de flores, se relajó y
prosiguió con su hacer.
—Deberías llevarte mejor con mi madre —recomendó
Jason, quien se cambiaba en el baño que también ocupaba
su esposa—. Si ella llega a descubrir la índole de nuestro
matrimonio, es capaz de ir a terminarlo por sus propios
medios.
—Es ella quién se muestra de lo más intransigente.
—Podría decir lo mismo de ti —Jason lavó sus brazos y
rostro en el palanganero con agua tibia—. ¿Tienes el jabón
ahí dentro?
—Sí —ella se arrastró por un lado de la tina y extendió su
mano fuera del biombo con la barra dispuesta para él—.
Además, quiere meterse en todo lo que hago.
Tocar la mano húmeda y cálida de su esposa mandó un
profundo escalofrío a lo largo del cuerpo de Jason, aunque
para ese momento, tenía identificado el impulso de
llevársela a la cama y sabía controlarlo. Daira era una mujer
tentativa, lo dejó en claro aquella noche en casa de los
Hamilton, pero nada más, no pasaba de ser una mujer
hermosa y de cuerpo exquisito, podría ser vista como
conquista de una noche. Sin embargo, al ser su esposa,
todo aquel delirio se complicaba, no quería hijos de ella, ni
siquiera quería intimar o acercarse demasiado
emocionalmente, ese había sido el trato.
—Intenta enseñarte, ella piensa que no eres una noble y
cree que no podrás entrar en sociedad.
—Siendo sólo una dama de compañía lo he hecho
perfectamente.
—Las personas te odian —simplificó.
—Qué fácil es hablar —rodó los ojos—. Ellas me odian
porque piensan que me meteré en la cama de sus esposos y
ellos lo hacen porque no permito que siquiera me hablen.
¿Me pasarías una toalla?
Jason tomó la tela y se la tendió sin prestar demasiada
atención.
—Sea como sea, tienes que ganarte a la sociedad —se
colocó la ropa de dormir—, empezando por mi madre.
—A tu padre le caigo bien.
—A mi padre le cae bien todo el mundo.
—¿No te es suficiente?
—¿Te lo estaría diciendo si lo fuera?
—Bien —ella salió detrás del biombo con la tela enredada
en su cuerpo de marfil, escurriendo gotas de agua que
mojaban el suelo—. Lo intentaré si es lo que quieres.
—Es lo que pido. —Jason miró hacia los pies de la mujer,
encontrándolos igual de perfectos que el resto de su cuerpo
—. Ponte zapatillas, resbalarás.
Ella rodó los ojos y fue hacia el espejo empañado del
baño, mirando su rostro pálido y cabello enredado.
—¿Has pedido que cambien a Jack para dormir?
—No puedes seguirlo durmiendo contigo —Jason se volvió
hacia ella—. El niño tiene que aprender a estar en su
habitación.
—Tiene cuatro años —lo miró a través del espejo—. Si
quiere dormir conmigo, dejaré que lo haga, apenas
comienza a tenerme confianza, no le quitaré el entusiasmo.
—¿Ya habla más contigo?
—Sí, me ha contado algunas cosas divertidas que le gusta
hacer.
—Espero que lo estés ayudando a comunicárselo a los
demás y no únicamente a ti —elevó una ceja.
—Es un niño que necesita de cariño —lo encaró—,
confianza y que le tengan un poco de fe, eventualmente
hablará con los demás.
—Le tengo fe, es mi hijo.
—No, duda que sea capaz de dirigir el imperio que le será
heredado, lo veo en sus ojos y Jack también lo nota.
—Como has dicho tú misma —se acercó a ella al punto de
rozar sus narices y elevó una ceja sardónica—. Tiene cuatro
años.
—Eso no quita el problema —lo apartó—, no confía en él.
—¡Mi hijo no habla, Daira! —le gritó de pronto—. Claro que
tengo miedo de que no pueda desenvolverse.
La joven apretó los labios y los puños al mismo tiempo.
—Si habla —dijo con voz queda—, pero tiene tanto miedo
a equivocarse que debe hacerlo a base de susurros y con
personas que él piensa que no lo van a juzgar.
—No sé qué insinúas —la apuntó—. Amo a mi hijo.
—Entonces demuéstrelo, no sólo abrazándolo y
besándolo, sino dándole ánimos, presentándolo ante sus
colegas y sintiéndose orgulloso de lo que es, tenga fe en él.
—El hombre negó fastidiado y se quitó la camisa de dormir
—. ¿Qué hace?
—¿Qué parece?
Ella arrastró su mirada por el cuerpo tentativo de su
marido.
—¿De nuevo irá a ver a una mujer? —inquirió despectiva.
—A lo que sé, nadie te ha molestado con ello, lo cual
quiere decir que estoy siendo cuidadoso como para no
avergonzarte, ¿no es así?
Jason salió del baño y fue a colocarse una camisa limpia, a
sabiendas que ella lo seguiría hasta ahí para seguirlo
amonestando.
—El hecho de que no me lo digan no quiere decir que los
rumores no estén ahí. Todo Londres lo sabe y se burla a mis
espaldas.
—¿Es que te molesta? —sonrió sin volverse hacia ella.
—Es humillante.
—Pensé que sabías en lo que te estabas metiendo, hiciste
todo para quitar la máscara que quise poner ante ti, este
soy yo en realidad.
—No lo creo —lo recorrió con una mirada llena de tristeza
—. Es otra de sus fachadas. Esta es para herirme. Pero con
esto no sólo da a entender que me odia, sino que daña su
imagen y la de su propio hijo.
—Tonterías. Nos vemos mañana.
Los labios de Daira se cerraron suavemente al verlo
marchar. Dejó salir un suspiro y fue a su habitación a
terminar de cambiarse y posiblemente a dejar que el
pequeño Jack le desenredara el cabello, como gustase
hacerlo desde hace tiempo.
Por su parte, Jason bajaba las escaleras de la casa de
forma estrepitosa, importándole poco ser escuchado por los
sirvientes o sus padres. Fueron los últimos los que se
tomaron la molestia de salir a su encuentro, tratando de
detenerlo.
—Hijo —su padre lo tomó de los hombros—. ¿Qué es lo
que te propones con esto? Tu matrimonio acaba de
comenzar.
—Relájate padre, no hay nada por lo que preocuparse,
ahora, si me disculpas, tengo una cita importante que
atender.
—¿A estas horas? —Marinett levantó una ceja inquisidora
—. Tu mujer estará esperándote junto con el pequeño Jack.
—Ya le he informado que tendré que salir, y si me
permiten decirlo, me ha hecho menos problemas que
ustedes dos.
—Es tan sólo una niña a comparación, Jason —se
interpuso nuevamente su padre—. No deberías lastimarla
de esta manera.
—Te aseguro que es tan dura como un pedazo de mármol.
—El hombre sonrió ante la comparativa, puesto que Daira
tenía aquella apariencia de un vanidoso ídolo romano—. Si
me disculpan.
—Hijo…
Marinett se quedó con la mano abierta al no alcanzar a
retenerlo. Jason salió de la casa y tomó el coche que lo
estaba esperando desde hacía un buen tiempo. La madre de
aquel muchacho se volvió hacia su marido con la
preocupación marcada en las arrugas de su rostro.
—Lo sé, cariño —James acogió a su esposa—, pero nada
podemos hacer, es su vida y si lo presionamos demasiado,
los llevará lejos, donde ni siquiera podremos ver a nuestro
nieto y cuidar de esa pobre chiquilla que tiene por esposa.
—Es una mujer testaruda —negó Marinett—. Tiene un
carácter fuerte, sabe controlar sus emociones, pero algo me
dice que no le interesa lo que haga Jason. Nunca la he visto
entristecida, molesta o siquiera avergonzada por lo que
hace nuestro hijo.
—Quizá sea su forma de afrontar la situación.
—Oh, James, sabes bien que ellos jamás actuaron
enamorados, dudo mucho que siquiera consumaran el
matrimonio.
El marqués dejó salir un suspiro cansado y llevó una mano
a su cabello rubio, mostrando su desesperación al no poder
hacer nada.
—Esperemos que tenga el carácter suficiente como para
controlar a Jason —finalizó el padre—. Es lo único a lo que
podemos aspirar.

El viento helado de la noche de Londres provocaba el
sonrojo en las mejillas y las narices de los hombres que, con
manos enguantadas y dentro de los bolsillos de sus gruesas
gabardinas, daban largas zancadas hacia el conocido club
de Athenaeum. Era un centro de reunión para caballeros,
donde Jason había quedado de verse con algunos de sus
amigos y primos.
—Te habrás enterado ya Jason —le golpearon de pronto el
hombro con una fuerza que le era conocida.
—Héctor —dijo el mayor con desgana, alejándose de los
golpes—. ¿De qué se supone que me he enterado?
—De que no tienes amante por el momento, bueno, me
refiero a que no podrás verla por mucho tiempo.
—¿Acaso comparto cama contigo? —soslayó la mirada—.
Y no sé si lo recuerdas, pero me he casado.
—¡Esa boda es una fachada! —sonrió el menor—. A la que
me refiero es a lady Melbrook, obviamente.
Jason apenas le prestaba atención.
—Mm-hm. Ya veo.
—Deja de ignorarme, te lo digo para que no cometas la
estupidez de colarte en la casa. El conde está presente en
Londres y se dice que no piensa marcharse en mucho
tiempo. —Informó sonriente.
—Vale, lo tomaré en cuenta, gracias Héctor.
—¿Es que piensas cambiar de amante prontamente?
—Si no lo sabías, hace meses que no me acuesto con lady
Melbrook, eso acabó mucho antes de que su marido
volviera.
—Bueno, sin mencionar que ahora tienes una buena
distracción —sonrió el menor—. Tu nueva esposa es
malditamente hermosa, tiene una carita tan… y unos
pechos que son… ¡Y ese trasero!
—Si has dejado de imaginar que te acuestas con mi
esposa, podemos pasar al club, hace un frío del demonio y
quisiera sentarme —Jason acomodó su gabardina y siguió
con su camino.
—Estás de mal humor, ¿Es que acaso la princesita no
funciona como debe hacerlo? ¿Es mojigata? Las mojigatas
son las mejores.
—Cállate Héctor.
—Te molesta… ¡Ajá! ¿entonces es mejor de lo que
pensaste?
—Daré el tema por terminado, ¿por qué no mejor nos
enfocamos en las mujeres en las que tú tienes interés?
Dime ¿hay un nuevo hijo al cual deba incluir en la
contabilidad?
—No por el momento, pese a mi riqueza, quiero comenzar
a ahorrar, con las mujeres que mantengo me es suficiente
de momento. Gracias a Dios que no han vuelto a salir
preñadas, es una lástima que Nadia perdiera al otro niño.
—Deberías aprender a mantener los pantalones en su
lugar.
—¿Qué te digo? —dijo simplón—. Soy hombre y tengo mis
necesidades enlistadas por orden.
—¿El sexo en primer lugar?
—Y en segundo y tercero —asintió—. ¿Hacia dónde vas?
¿Irás al club con el resto o te desviarás a la casa de citas de
Macarena?
—No tengo tiempo para tonterías y ahora que sé que
estarás en el club, he perdido apetito por acompañarlos —
sonrió Jason.
—¡Vamos! Te dije que lady Melbrook está ocupada con su
marido —dijo malicioso—. A lo que sé, tú tampoco puedes
estar mucho tiempo sin mujer que caliente tu cama y ya
que no te llama la atención con la que te has casado…
—La respuesta sigue siendo negativa Héctor, iré a otro
sitio.
—Vamos, Jason, irán Terry, Adrien y creo que hasta
Matteo, Archie y Publio. Todos acudirán a Athenaeum esta
noche.
—Me sorprende que lo sepas, pensé que tú estarías con
Macarena.
—Resulta que prefiero estar con ustedes esta noche.
Jason no se mostraba del todo persuadido, pero asintió
más para quitarse a su hermano de encima que por otra
razón. Héctor tomo eso como un signo de aceptación y le
pasó un brazo alrededor de los hombros con alegría, en esos
tiempos era difícil hacer que Jason hiciera algo de lo que no
estaba convencido.
Ambos tuvieron que esperar frente al club en la calle Pall
Mall número 107, para ese momento, el hombre que
resguardaba la puerta los había reconocido y los miraba
ansioso para déjalos pasar, pero los hermanos preferían
esperar al resto de sus primos antes de tomar mesa y
dejarse llevar por la charla de la gente importante que
habría en el interior de aquel reconocido lugar.
De hecho, estaban bastante cómodos fumando un puro de
excelente calidad, cuando de pronto un caballero se les
acercó con una sonrisa de reconocimiento. Jason frunció el
ceño, pero se irguió para la inminente llegada de aquel
imponente hombre.
—Supongo que es Jason Seymour.
—Lo soy —aceptó el apretón de manos—. Me temo que no
lo recuerdo, señor, he de pedir con vergüenza que me repita
su nombre.
—Por supuesto que no me recuerdas, si eras apenas un
muchacho cuando te conocí junto a tu padre, tendrías
apenas doce años. —Jason no agregó nada más y siguió
esperando el nombre del sujeto—. Soy el vizconde de
Darring lord Jonan Valcop.
Jason agradeció el estar fumando para poder esconder su
sorpresa detrás de una larga calada a su cigarro. No
recordaba haber conocido a ese hombre, pero reconocía el
nombre de ese viejo; era famoso por ser un sádico y un
transgresor forastero que solía pasar largas temporadas en
Inglaterra, atormentando mujeres y buscando alguna
desafortunada que se viera tentada por la cuantiosa fortuna
que acompañaba a ese hombre ya envejecido, pero con un
cuerpo fuerte e imponente, mirada brillante y cargada de
lascivia que conjugaban con sus labios partidos, resecos por
la saliva que solía utilizar para humedecerlos después de
ver a una mujer hermosa que fuera dueña de sus deseos
carnales momentáneos.
Había estado casado en varias ocasiones. El viejo Valcop
las golpeaba, amarraba y torturaba tanto en el acto
amoroso, como fuera de él. Esas pobres chicas solían morir
de causas desconocidas, haciendo viudo una y otra vez a
ese hombre asombrosamente deseado por algunas madres
desesperadas.
Estaba claro que las féminas tenían una aversión por su
persona, pero entre los caballeros se tenía la clara opinión
de tolerar su presencia debido a sus excelentes conexiones
y negocios.
—Claro, es un placer recordarlo, ha de disculpar la
memoria de un niño, señor, no volverá a pasar.
—Sé bien que no.
La voz de aquel hombre parecía afable, pero algo en su
mirada le hacía comprender a Jason que era más una
amenaza.
—Bien, con su permiso vizconde, he de marcharme.
—¿Es que ha llegado su compañía? —el hombre miró a
sus lados, observando únicamente al hermano de Jason,
quien se había alejado de ellos con un rostro de claro
repudio.
—Mis primos vienen en camino y seguro que esperarán
que tengamos una mesa a su disposición si hemos llegado
antes.
—Por supuesto, ya que he venido solo, espero que no le
importune que los acompañe por unos momentos.
Le hubiera gustado negarse, pero sabía que tenían
negocios en común y no deseaba afectar su relación por
una descortesía, así que se vio en la necesidad de aceptar
la inoportuna proposición.
—Sería un honor, señor, sea bienvenido.
Para un hombre de la edad de lord Valcop, esos chicos
eran tan transparentes como un vaso de cristal. Era claro
que les desagradaba su presencia, sobre todo al menor de
los Seymour, quien al momento de reconocer su nombre
hizo una mueca y se alejó.
Sin embargo, era de vital importancia conocer al hombre
que había robado a la más hermosa de sus joyas, aquella
con la que soñó y a la que deseó desde el momento en el
que su hermano se la propuso como su futura esposa.
Estaba por demás decir que dedicó cuerpo y alma en
encontrarla y cuando lo logró, se llevó la terrible sorpresa de
que se había casado con un respetado noble de Londres,
siendo aún más importante y acaudalado de lo que él jamás
llegaría a ser. Para colmo de sus males, al ver de frente a
lord Seymour, no le pareció una sorpresa el ser desplazado
en los afectos de la beldad que fuese su prometida, puesto
que ese era un joven apuesto, amable y rico al que seguro
las damas perseguían antes de que tomara mujer.
En más de una ocasión lord Valcop trató de interceptarlo,
pero resultaba ser que el muchacho estaba siempre en
compañía de su padre o de alguna otra personalidad
importante que logró postergar esa conversación hasta ese
día y siendo una mera casualidad.
Tomaron asiento en una mesa alargada, dispuesta para
muchos comensales. El señor Valcop se volvió hacia el joven
Seymour y sonrió, viéndolo conservar la calma, aunque era
notorio que le incomodaba su presencia. Eso era bueno, al
menos se avergonzaba de tomar a la mujer destinada a
otro, quizá eso significaba que no era algo que hiciera con
naturalidad, al menos esperaba que esa desvergonzada le
hubiese hablado de su anterior compromiso.
—He de felicitarlo Seymour —aquello atrajo la mirada de
ambos hombres que portaban el mismo apellido—, me he
enterado que recientemente se ha vuelto a casar.
Héctor se desentendió de la plática al notar que no tenían
asuntos con él y pidió que le trajesen algo de beber. Debía
pasar el trago amargo de ver a ese hombre y la mejor
manera era embriagarse.
—Así es, me he casado hace poco y agradezco sus
felicitaciones —asintió escuetamente, deseando cambiar el
tema de su mujer al notar el brillo en la mirada del
vizconde.
—Me alegra que decidiera continuar con su vida —asintió,
ordenando un coñac—. Dime muchacho, ¿Qué edad tienes
ahora?
—Veintiocho.
—Vaya, ya eres mayor en verdad, por lo que sé, tu esposa
es mucho más joven, ¿es eso verdad?
—Me considero en medio de mi pubertad —bromeó y
empinó su propio licor de un trago—. Pero tiene razón, mi
esposa es más joven.
—Aunque tampoco eres mayor —aceptó—. Supongo que
tener a una mujer menor es beneficio de los afortunados,
como lo somos nosotros, incluso si ya antes hemos estado
casados. De hecho, eso importa poco y le aseguro que cada
vez se consiguen menores.
Jason se puso muy serio, quizá mucho más taciturno de lo
que nadie lo vería si no se mencionaba el tema que lord
Valcop había tocado de forma tan osada y despreocupada a
la vez.
—No era mi plan principal, eso lo aseguro. —Lo miró con
advertencia—. Soy hombre que no piensa en futuros
fatídicos.
El señor Valcop dejó salir una potente carcajada y golpeó
la mesa con estruendo, llamando la atención de los
caballeros sentados a sus alrededores, quienes iban con la
intensión de conversar de forma racional y no con aquellos
desplantes de locura y charlatanería.
—Me imagino que así es.
Jason miró con desagrado al vizconde, quien parecía
satisfecho al verlo importunado. Estaba claro que al joven
heredero le molestaba la pedantería y el desmedido anhelo
por llamar la atención. Por lo tanto, lo irritaban los golpes o
gritos al hablar o gesticular.
—Supongo que hay algo en concreto que desea decirme,
lord Valcop, ¿por qué no vamos a ello de una vez?
Para Jason resultaba imprescindible deshacerse de él, su
presencia comenzaba a fastidiarlo, sobre todo al notar que
el caballero en cuestión tenía una fascinación por el tema
de su nueva mujer.
—Ya que parece tener tanta prisa en deshacerse de mí
lord Seymour, expondré mi desconcierto por no recibir sus
disculpas.
—¿Disculpas? —Héctor volvió su atención al hombre—.
¿Por qué mi hermano le debería una disculpa a un hombre
como usted?
—Es lo que se debe hacer cuando se toma una mujer
ajena.
Un pesado silencio se instaló en la mesa y casi al mismo
tiempo una fiera batalla de intensas miradas tomó lugar. El
aire se volvió brumoso, casi irrespirable, la tensión en el
cuerpo de ambos caballeros provocaba un ambiente hostil y
desagradable, dando indicio de que cualquier movimiento
desembocaría en una pelea.
—¿De qué habla? —la voz de Jason era pausada y
amenazadora.
—¿Es que ella no se lo dijo?
—Hable de una buena vez —dijo Héctor—. ¿Le ha hecho
algo?
—Creo que su hermano lo puede decir mejor que yo —
sonrió lord Valcop conociendo de antemano los rumores
sobre la pareja.
—Mi mujer no tiene defecto alguno —dijo seguro,
inclinándose sobre la mesa—. No veo a qué se pueda referir.
El señor Valcop apretó los puños sobre la mesa y lo miró
con rabia contenida en sus enrojecidos ojos, posiblemente
por la bebida que ya desde hacía rato venía ingiriendo o por
algún otro alucinógeno.
—¡Melbrook me la prometió a mí!
Al hablar, el hombre escupía, pero Jason no se movió de
su lugar.
—Lástima.
—No crea que me sorprende, lord Seymour, podrá tener
dinero, pero yo también lo tengo y no concibo que alguien
se me adelante con una mujer que considero mía —
amenazó—. Esa muchacha tenía que ser mía y seguiré
pensando eso al final de mis días.
—¿Es acaso que desea retarme a duelo? —La burla de
Jason era notoria—. Tal parece que habla sin sentido, ¿por
qué razón? ¿Por casarme con una mujer que me aceptó al
igual que su hermano? —se puso en pie, acercándose a él
con una peligrosa mirada—. Si ha de quejarse con alguien,
hable entonces con lord Melbrook y por lo referente a mi
esposa, le pido que se mantenga alejado de ella.
El vizconde lo miró por un prolongado momento,
meditando si era necesario recurrir a las armas en esos
momentos y en ese lugar, pero al ver la llegada de los
caballeros con destino a esa misma mesa, decidió que no
era la mejor forma de vengarse de ese maldito. Se puso en
pie, empinó el vino que sobraba en su vaso y aventó unas
monedas que brincaron por la mesa hasta caer tintineando.
—No acepto amenazas de alguien que ni siquiera la
aprecia como se debe. Le aconsejo que se quite de en
medio y me la devuelva.
—No podría hacer algo así cuando es más que obvio que
esa mujer es mi esposa ahora —sonrió con suficiencia—,
una que no tuvo la necesidad de escapar a la hora de hacer
el compromiso.
—Quizá no huyó en ese momento —el vizconde enderezó
su cuerpo, alejándose de la mesa donde había estado
apoyado para amenazar a su rival—, pero ahora podría
hacerlo, la gente habla condesito y habla muy mal, la
terminará hartando.
—La diferencia aquí, es que ella es mía —Jason sonrió
para sus adentros, si alguna de sus primas lo escuchaba,
seguro lo golpearía por decir algo así—. Y lo será hasta el
final de sus días.
—Siga así de confiado, puede que me ayude para cavar su
tumba.
Jason vio marchar a lord Valcop en medio de un flujo de
pensamientos. Percibía las miradas sobre él, pero ninguno
de sus primos se atrevió a interrumpir sus meditaciones,
permitiéndole llegar a la conclusión de que se adelantó al
pensar que el conde se interesaba por su hermana. Nadie
en su sano juicio aceptaría por marido para un ser querido a
un hombre como lord Valcop.
Ahora encontraba con sentido el que Daira huyera de
casa, la idea de casarse con un hombre como aquel debía
ser suficiente para que una mujer sintiera terror. No era un
secreto las tendencias de ese hombre, el sufrir de las
mujeres, los gritos que se hacían oír y las misteriosas
muertes. Su mujer fue valiente al escapar de ello.
—No me digas —dijo Adrien—. ¿Te ha retado a duelo?
—¿Por qué razón lo haría? —dijo Publio, bebiendo de su
vaso.
—¿A qué ha venido entonces? —frunció el ceño Terry.
—Creo que desea a Daira —contestó asqueado—. Tal
parece que el conde Melbrook la había prometido en
matrimonio con él.
—Vaya. —Bufó Héctor y negó con rotundidad—. Eso es
deplorable, nadie debería estar cerca de esa alimaña.
—Seguro que por esa razón se ocultó por tanto tiempo,
huir de su casa fue la mejor opción —dijo Archie.
—Ella no me lo dijo, pero estoy de acuerdo con Archie —
Jason empinó otro trago—. Aunque siendo sincero, me
gustaría que ese bastardo me hubiera retado a duelo para
matarlo de una buena vez.
—El vizconde Valcop es un reconocido cobarde —informó
Adrien—. Jamás se atrevería a retarte Jason, pero no por eso
estará fuera de tu vista, seguro trae algo entre manos.
—No me extrañaría que fuera tras tu esposa —advirtió
Archivald—. Aún más si dices que muestra obsesión con
ella.
—Pienso igual, deberías cuidar más a tu esposa —Adrien
reprochó con la mirada—. Está sola demasiado tiempo y
seguro que, en cuanto sepa que ese hombre regresó, querrá
correr de nuevo.
—Como sea, he dejado las cosas claras con él —aseguró
Jason, levantando la mano para llamar al mesero—. ¿Vamos
a comer algo?
Los primos se miraron entre sí y siguieron la conversación.
—¿Por qué haces esto? —argumentó Terry—. Está claro
que no has traicionado a tu mujer desde que te casaste,
pero parece que quieres que todo el mundo piense que lo
haces.
—Es una mujer agraciada para tener hijos, seguro serán
partos verdaderamente sencillos —apuntó Publio, mirando
el menú.
—Tiene unas curvas encantadoras —se incluyó Adrien—.
Tentadora a desnudarla con una mirada.
—Lo que en verdad queremos decir —irrumpió Archie—,
es que es una mujer agradable, dulce y hermosa que
además quiere a tu hijo, ¿Te es tan difícil darle una
oportunidad?
—Me regañas porque digo que es hermosa y luego tú
dices que es hermosa —se quejó Adrien.
—Es verdad Jason, además, ni siquiera le has dado una
oportunidad, la dejas sola todo el tiempo —incriminó Héctor.
Las miradas de sus primos se fijaron en el rubio que los
miraba sin prestar demasiada atención a las palabras y
consejos que le daban.
—Sé lo que hacen y no funciona. —Advirtió Jason y decidió
mentir—: somos una pareja, si es lo que temen, ella sabe lo
que hago y yo sé lo que hace, no necesitamos más. Ahora,
como han dicho, no la engaño y el hecho de que existan
rumores no es mi problema.
—¿No te das cuenta que podrías lastimarla? —Héctor
frunció el ceño—. Ella merece más que eso, no puedes vivir
abrazado a un fantasma, ignorando lo bueno que te pasa.
—No vivo en ningún pasado Héctor —replicó Jason—. Y si
tan interesado estás en hacerla menos miserable, bien
puedes ser su amigo, en casa tú también la ignoras.
—Agh —suspiró Adrien—. Quizá sea mejor para ella sentir
ese rechazo, así no se hará ilusiones con este bastardo y
hará su vida de la mejor forma. Quién sabe y sea ella quien
busque un amante.
Los primos sonrieron ante la mirada sorprendida de Jason
y decidieron cambiar de tema, sabían que, si presionaban
en demasía, él simplemente se pondría de pie y se
marcharía. Al fin habían conseguido que saliera con ellos
nuevamente sin estar Lucca presente, quien fuera su mejor
amigo, así que no desperdiciarían la oportunidad de
ayudarlo mientras el francés estuviera en su país.
Capítulo 18

Jason se encontraba trabajando en su despacho


particular, hacía unos días que había vuelto de Kent con su
padre. Duraron no más de dos semanas revisando tierras y
arrendatarios, entrevistándose con contadores y visitando
las casas de los empleados de uno a uno.
Inspeccionaron los hospitales, mercados, suministros,
orfelinatos y demás instancias importantes, esperando que
todo marchase en orden mientras la familia estaba en la
capital. Pese a que Londres era su lugar predilecto para
pasar los días, ni el marqués ni el conde dejaban de lado sus
responsabilidades y solían viajar constantemente hasta el
pueblo donde eran requeridos.
Finalmente había sido un viaje exhaustivo, pero
reconfortante al notar que las propiedades marchaban a la
perfección y no habían perdido las cosechas pese al mal
tiempo que azotó Londres en la pasada temporada de
lluvias.
El hombre, cansado de hacer cuentas y revisar papeles, se
recostó sobre su asiento y miró a su alrededor: su despacho
era de un tamaño considerable, había repisas con libros,
una chimenea, algunos sofás orejones y el escritorio lleno
de papeles y libros contables que debía revisar. Suspiró.
Apreciaba el silencio mientras duraba, porque si permanecía
mucho tiempo en soledad, la voz… su voz volvía a resonar
entre los escombros de su mente, el corazón se le apretaba
y sus entrañas se carcomían entre sí, ansiando que todo
terminara.
Le pasaba por las noches, usualmente lo amortiguaba con
el agotamiento después de estar con una mujer. Con sus
gritos de placer y con su propio goce, le era fácil
despegarse de la realidad, al menos por unos momentos,
unos preciosos instantes. Pero ya no era un remedio que
pudiese utilizar, estaba casado y le debía un respeto a la
mujer que se empeñaba en cuidar de su hijo día y noche.
Debía aceptar que estaba cansado de llevar una vida tan
vacía, pero, al mismo tiempo, no podía salir de ella, había
sido una promesa que hizo para sí y era fundamental para
su salud mental.
Así que fue en busca del único remedio que le quedaba
para no perderse en la desazón de su aceptada soledad: el
alcohol almacenado en su licorera. Se sirvió un vaso y lo
empinó, haciendo un gesto por el intenso calor que le
recorrió el esófago con el paso del alcohol y salió del
despacho con intenciones de ir a descansar.
Subió las largas escaleras de la casa y entró a su
habitación, aquella que fuera designada para un
matrimonio, puesto que estaba conectada con la que fuera
de su mujer y un baño en común. Solía encontrársela ahí,
desenredando su cabello, cambiándose o dentro de la tina
de porcelana. Daira era pudorosa, pero tampoco le parecía
una mojigata, jamás la vio alterada por escucharlo entrar,
no gritaba o se avergonzaba, tan sólo se tensaba y en
muchas ocasiones era culpa de él, puesto que no tardaba
en enfurecerla.
De hecho, lo hacía constantemente, pese a que su
carácter fuera más bien amigable, tierno y bondadoso; con
ella procuraba sacar la peor parte de sí, era como si al verla
algo podrido dentro de él tomara el control de su cuerpo y
su mente, obligándolo a lastimarla, insultarla o simplemente
ignorarla. Era aún peor cuando ella lo miraba con lástima,
como si fuera a un cachorro desvalido al cual podía patear
con facilidad para sacárselo de encima. Jamás se mostraba
herida, todo lo contrario, lo trataba con tiento y hasta
parecía compadecerlo.
«¡Maldita mujer desesperante!» solía decirse cuando ella
salía airosa de una conversación que él intentó que acabara
en discusión.
Lavó con afán sus brazos, cara y torso; cambió sus ropas
rápidamente y abrió la puerta que conectaba con la
habitación de su esposa. En esas cámaras siempre se
experimentaba una calidez atosigante, Daira era una mujer
friolenta y solía tener la estufa prendida durante gran parte
del día. A comparación de él, quien prefería el fresco y solía
dormir con las ventanas abiertas pese a que noviembre
entró y estacionó su mes con fuertes ventiscas heladas.
El olor floral era otra de los aditamentos que jamás
faltaban en la habitación de su mujer, incluso en la de él.
Daira se inmiscuía con determinación en poner floreros con
arreglos por toda la casa, aquello fuera una de sus pasiones
en conjunto con su canto, el cual se dejaba oír por todos,
menos por él.
Se acercó a la cama, donde un bulto grande se abrazaba
a uno pequeño. Su pobre hijo no paraba de sudar, se había
desabrigado y tenía un pie fuera de la cama, en busca del
suelo frío. Estaba claro su incomodidad por el calor, pero no
por ello soltaba el cuerpo perfecto de la mujer que sonreía
al tenerlo prácticamente atado a ella.
El padre negó un par de veces, agachándose para tomar
al niño en brazos, pretendiendo llevarlo a su habitación,
donde estaría más cómodo, por no mencionar que debía
comenzar a acostumbrarse a permanecer allá. En cuanto
comenzó a moverlo, Jackson se quejó, abrazándose más al
cuerpo femenino que terminó por despertar, mirando
acusador al hombre que se petrificó ante la fiera mirada
azulada, similar a dos océanos embravecidos.
—Lo llevaré a su recámara —dictaminó el hombre.
—No —susurró la mujer, apretando al infante contra ella
—. Déjelo aquí, ¿no ve que está dormido?
—Lo estás matando de calor, está sudando horrores.
—Si lo saca al frío mientras está sudando, seguro se
enfermará.
—Bien —soltó el pequeño cuerpo y la miró molesto—.
Apague la condenada estufa, parece el infierno aquí.
—Es mi recámara —frunció el ceño.
—Es mi hijo el que se cocina aquí.
—Es usted quien lo deja a mi merced ¿culpa de quién
termina siendo? —Elevó ambas cejas de forma triunfal.
—Bien, es suficiente, lo llevaré a su habitación —Jason
tomó a su hijo en brazos, colocándolo tiernamente sobre su
hombro.
La mujer en la cama se puso de pie, develando sus formas
femeninas acentuadas por aquel ligero camisón que
portaba. Parecía realmente molesta, pero no dijo ni una sola
palabra, simplemente tomó una cobija a los pies de la cama
y la colocó sobre el cuerpo del pequeño, quien dormitaba
tranquilo en el hombro de su padre.
—Que no le dé aire en la cara, procure que respire dentro
de las cobijas para que no sienta el cambio brusco.
—Sé cuidar de mi propio hijo.
—Al parecer no cuando su orgullo se pone de por medio,
con el único deseo de quererme llevar la contraria, lo aleja
de mi lado, cuando es obvio que está feliz de estar conmigo.
—Quiero que aprenda a estar en su recámara.
—Bien —apretó los labios—. Como quiera. Me adelantaré
para prender la estufa en la habitación de Jack.
—Se llama Jackson y lo llevó ahí para salvarlo de este
horno, no para molestarla a usted.
—A él le gusta que le diga así ¿No lo sabía? —frunció el
ceño—. No pienso repetir de nuevo sobre los cambios de
temperatura, tápelo adecuadamente. Con su permiso, me
adelanto.
Ella no tomó zapatillas ni bata, salió con el ligero camisón,
el cabello revuelto y la mirada decidida. Jason negó con
fastidio, acomodando a su hijo sobre su hombro, dándole un
beso cariñoso sobre la mata de pelo rubio que casi le cubría
la frente.
—No sé cómo la toleras hijo.
Para cuando llegó a la habitación, su esposa ya tenía
encendida la estufa, la cama estaba dispuesta para que
metiera al niño en ella y lo esperaba con esa mirada
encendida, pero siempre contenida, como lo era toda su
persona. Jason encontraba desesperante esa parte de ella,
nunca parecía que estuvieran teniendo una pelea,
aparentemente su esposa lo encontraba como una persona
poco capacitada para argumentar en contra de ella, al
menos, de esa forma lo hacía sentir.
El pequeño se quedó tranquilo en su cama, de hecho y
muy para molestia de Daira, se veía mucho más confortable
en una habitación menos cálida que la de ella, se quejaba
mucho menos y no se movía de su sitio. La mujer trató de
ignorar en lo posible la sonrisa triunfal de su marido, besó la
cabeza durmiente de Jack y salió de ahí sin dirigirle la
mirada al hombre que la seguía.
—Espera Daira —la llamó quedamente—. Me ha informado
mi madre del concurso de flores al que has decidido entrar.
—¿Hay algún problema con ello? —lo miró—. Muchas
damas de sociedad estarán presentes, no me he rebajado al
concursar.
—No he dicho eso.
—Entonces, ¿para qué lo saca a la luz?
—Como tu esposo, lo menos que se espera es que asista,
¿no te parece? —elevó una ceja—. Debes decirme esta clase
de cosas, recuerda que somos un matrimonio.
—Claro, lo olvido siempre, yo y mis olvidos —rodó los ojos
—. Es en tres semanas, lady Annabella es quien dirige el
evento, por lo cual será en la casa Sutherland.
—Me parece bien, ¿a qué hora exactamente?
—Inicia a las doce, creo recordar.
La joven dio media vuelta y siguió con su camino,
tratando de ocultar el frío que recorría su cuerpo al haber
salido de su recámara de una manera tan despreocupada.
Jason sonrió, seguro que la que se enfermaba era ella, pero
habría que ver, todo en esa mujer era fortaleza, quizá ni los
virus pudiesen entrar a ese sistema infalible.
Regresó a su alcoba y abrió la ventana, dejando pasar el
aire fresco que lo reconfortó en seguida. Cambió su atuendo
por uno para dormir, quedando sin camisa, pero con el
pantalón de seda pertinente. Fue a sacar una bata al
armario cercano a la puerta que conectaba con la
habitación de su mujer, notando hasta ese momento que
ella había deslizado algo por debajo.
Se inclinó y tomó la bonita invitación decorada con flores
y un elegante listón, en el interior informaba sobre la
participación de su esposa en el concurso de flores, así
como la fecha y hora del evento. Además, había una nota
hecha del puño y letra de su esposa, pidiendo que asistiera
en su compañía. Jason sonrió. Ahora entendía la forma
sarcástica de hablar de su mujer, ella lo había informado y
pensó que la ignoró. Muy en lo personal, Jason consideraba
que no era la mejor forma de mantenerlo al pendiente de
sus necesidades, aunque desde ese momento en adelante,
los ojos del hombre siempre se fijarían en aquella parte de
la habitación, esperando a que su esposa se comunicara
con él de esa forma tan peculiar.

A la mañana siguiente, Jason abrió los ojos debido al


escandaloso proceder de su hijo y esposa. A pesar de que
Jackson no hablara, se las arreglaba para volverlos locos: le
gustaba dar brincos por doquier, tocar las puertas, hacer
música con las copas y jarrones usando cubiertos para
hacerlos tintinar. Era evidente cuando el niño estaba
despierto y era aún peor cuando Daira le seguía la corriente,
puesto que incluso acompañaba aquel desastre con cantos
y tarareos.
—¡Por todos los santos! —Héctor abrió la puerta de su
hermano con una cara de fastidio—. ¡Vamos, haz algo
ahora!
—¿Qué quieres que haga? —dijo el mayor, quien mantenía
la cabeza debajo de una almohada.
—¡Cállalos! Ella es tu esposa y él tu hijo, tienes alguna
autoridad sobre esos dos, ¡Ahora! ¡Son las seis de la
mañana, por Dios!
—Bien. —Jason se levantó perezoso—. ¿Dónde están?
—¡A saber! ¡Sigue el maldito desastre!
El hombre rubio colocó una bata sobre su torso desnudo y
bajó las escaleras con cara desenfadada, no estaba
particularmente molesto, le gustaba escuchar alegría en su
hijo para variar. Sin embargo, su hermano tenía razón, era
temprano como para que toda la casa estuviera en medio
de semejante revolución.
—Señor Coleman —detuvo al elegante mayordomo que se
paseaba con un jarrón roto—. ¿Se puede saber dónde están
esos dos?
—Actualmente mudaron su desastre al jardín, mi lord, la
señora Daira insiste en ir a cantarle a las rosas —rodó los
ojos—. Siento que cada día pierde más la cordura, mi lord,
en serio.
—Relájese Coleman —Jason le quitó importancia a
sabiendas que la servidumbre estaba en contra de su mujer
debido a que desconocían la naturaleza de nacimiento
nobiliario—. Ella está bien.
Aunque Jason lo dudara, tenía que ser él quien la
defendiera. Obedeciendo las indicaciones de su hermano y
el mayordomo, siguió las voces que lentamente lo llevaron
hasta su hijo y su mujer. Ambos parecían poseídos,
bailoteaban y cantaban alrededor de un jardín de
margaritas, era obvio que se divertían mientras la voz
armoniosa de esa mujer pondría a bailar incluso a las flores
que la escuchaban.
—¡Más alto mamá! —gritó de pronto el niño,
impresionando al hombre que no pudo más que abrir los
labios—. ¡Más alto!
—Ayúdame a cantar Jack, mi voz no llegará a todas las
plantas que necesitan de nuestra ayuda para crecer —decía
la mujer, tomando las pequeñas manitas para dar vueltas—.
Te sabes la canción, vamos.
El niño asintió y comenzó a cantar a toda voz junto a la
mujer que parecía faltarle el aire debido a que se encargaba
de dar vueltas al niño, de cantar y reír al mismo tiempo. De
pronto se derrumbaron sobre el césped, soltando tales
carcajadas que incluso Jason hizo a un lado su preocupación
al verlos caer y sonrió.
—¡Papa! —gritó el niño, soltándose de los brazos de la
joven y corriendo hacia el hombre que lo atrapó en medio
de su pequeño salto—. ¿Has venido a cantar tú también?
—Me temo que no lo hago tan bien como ustedes dos.
Jason volcó su mirada sobre la joven que había quitado la
sonrisa y ahora se ponía de pie con solemnes movimientos
hasta quedar erecta, con las manos cruzadas frente a su
cuerpo y un semblante serio, rectado y sin emociones. Así
era siempre que él estaba presente. Aunque estaba
justificada, seguramente recordaba cuando él dio salida de
la casa, dejándola con la desazón de sentir que pasaría la
noche en los brazos de otra mujer, avergonzándola de
nuevo.
—Buenos días, mi lord.
Daira tuvo la necesidad de toser un poco y reacomodar su
tono de voz, tal parecía que estaba cayendo enferma.
—En serio que eres dramática Daira —negó Jason con una
sonrisa, acomodando al niño en sus brazos—. Estoy
orgulloso de ti Jackson, ¿sabes por qué? —El pequeño negó
con curiosidad—. Porque me di cuenta que dormiste en tu
habitación ayer.
—¡Oh! —el niño se avergonzó, puesto que en realidad no
sabía cómo es que había llegado hasta su recámara—. Yo
dormía con…
—Agradece Jack, ha sido todo un logro que no tuvieras
pesadillas —sonrió Daira a sabiendas que sería algo que
Jason desconocía.
—¿Has tenido pesadillas, hijo? —El infante asintió un par
de veces, limpiando sus ojos con el dorso de su mano,
indicando que volvía a tener sueño—. ¿Por qué no me lo
habías dicho?
—Soy valiente —aseguró, mostrándose nervioso.
—Claro, yo lo sé, pero incluso a mí me asustan las
pesadillas —aseguró Jason—. Cuando las tengo, no puedo
volver a dormir.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.
—¿Y te vas a dormir con mamá también?
—Bueno hijo, soy algo grande para ir con mi madre,
pero…
—Mamá es buena quitando las pesadillas —apuntó a Daira
—. Ella canta y me hace así en la nariz —el pequeño índice
se acercó a la recta nariz del hombre y lo acarició
continuamente—. ¿Verdad que funciona? Siempre me
duermo.
—Sí, es un buen truco —aceptó el hombre, mirando a la
mujer que permanecía impasible en medio del jardín de
margaritas—. Me gustó oírte cantar Jack, lo hiciste muy alto
esta vez.
—Es que, si no lo hago, no me escucharán todas las flores.
—Es verdad —sonrió Jason, besando la cabeza de su hijo
—. ¿Por qué no vas a lavarte? Dile a la señora Lourdes que
te limpie las manos.
—Bueno —se inclinó de hombros, pero no se movió. Miró a
la joven y estiró una mano hacia ella—. ¿Vienes mamá?
Daira dio un paso para alcanzar la mano del pequeño,
pero Jason se interpuso ligeramente.
—Ve hijo, necesito hablar con… con tu mamá.
—Mmm… vale, pero sólo te la presto un ratito.
Ambos esperaron a que el niño llegara con bien hasta la
casa y no se distrajera en el camino, desviándose en una
dirección en la cual pudiera hacerse daño.
—Me sorprende lo mucho que has avanzado con él.
Ella no respondió por un largo tiempo.
—¿Qué ocurre? —lo miró intransigente, con la misma
postura en la que se colocó desde que lo vio—. ¿He hecho
algo mal? De otra forma no entiendo por qué me ha
separado de Jackson.
No pudo evitar sentir un poco de vergüenza ante las
palabras de su esposa. Jason debía admitir que siempre que
hablaba con ella, las cosas terminaban en una discusión que
normalmente Daira no continuaba. Pareciese que, con solo
verla, algo dentro de él se enervaba y provocaba una pelea
sin sentido y por tonterías.
—Quería agradecerte por lo que haces por mi hijo.
—Creía que ese era el trato inicial.
—Sí, pero te has superado, ahora incluso canta.
—De nada. Ahora si me disculpa…—ella iba a pasar de
largo, cuando de pronto su nariz le picó y tuvo que
estornudar no una, sino tres veces—. ¡Agh! ¡Dios!
—Creo que debiste aplicarte el regaño que me diste ayer
por querer sacar a Jackson al frío después de estar en ese
infierno. —Jason rebuscó entre sus ropas, sacando un
pañuelo—. Toma.
—Gracias, creo que no debí salir tan temprano el día de
hoy.
—Así que te niegas a admitir que fue a causa de anoche
—negó el hombre—, incluso saliste descalza de tu
habitación.
—Estoy bien —su voz sonaba ligeramente mormada—.
Sólo necesito un tónico para la cabeza y podré llevar un día
normal.
—Así que también te duele la cabeza, es impresionante
que estuvieras bailoteando y cantando hace unos
momentos. Aunque ahora entiendo la razón de que te
faltara el aire.
—Si sólo piensa burlarse de mí, entonces me voy, me
hace daño estar en el fresco ¿es que no lo ve?
—Claro que sí —Jason se acercó a ella y rodeó sus
hombros, acercándola al calor de su cuerpo—. Le prestaría
mi bata, pero he de decir que duermo sin camisa y no
quiero enfermarme yo también.
—¡N-No hace falta! —dijo nerviosa, tratando de alejarlo.
—No seas remilgosa, vamos, hace un viento espantoso.
La pareja discutió todo el camino hacia la casa, él seguía
intentando protegerla mientras las palmas frías de su mujer
se pegaban a su pecho constantemente cuando trataba de
empujarlo. Al final, Daira aceptó la preocupación de su
marido hasta que se internó en el calor de la propiedad,
donde una doncella la esperaba con un abrigo que fuese
pedido por su suegra, quien aguardaba en la entrada con
brazos cruzados y una cara desaprobatoria.
—De verdad muchacha, no tienes remedio alguno —
Marinett tomó en sus manos el abrigo y ayudó a su nuera a
colocárselo—. Has hecho lo pertinente para que Jackson no
se enfermara, pero ¿de qué servirá si tú te la pasas en
cama?
—Lo siento, salió corriendo y no me dio tiempo de tomar
un abrigo para mí —se explicó, volviendo a estornudar.
—Será mejor que te recuestes, llamaré al médico.
—Oh, le aseguro que estaré bien para el desayuno.
—¡Tonterías! —negó la madre—. Jason, lleva a esta pobre
chica a la cama, no saldrá de ahí hasta estar totalmente
recuperada.
—Pero señora, pensé que quería que la ayudara con las
sábanas y ropas que piensa arreglar antes de donarlas a la
beneficencia.
—No sacrificaría tu salud, querida, hay más gente en esta
casa —dijo obvia—. Claro que es un buen incentivo que
vean lo mucho que nos interesa la gente necesitada, pero
no tengo porqué torturarte. Anda, obedece y ve a tu
habitación.
Por unos segundos, Daira no se movió, no comprendía lo
que su suegra acababa de decir, ¿la estaba anteponiendo a
algo? ¿pensaba que su salud era más importante que el
trabajo que pudiera desempeñar? No lo podía creer, ella
jamás había sido cuidada de esa forma, su madre murió
dándola a luz y lo que ella comprendía como cariño
comenzó con su relación de amistad con Pridwen.
—Vamos Daira, haz caso a mi madre —Jason pasó
nuevamente el brazo por los hombros de la chica,
pegándola a su pecho cálido y reconfortante de nuevo—.
Pediré que te lleven un té caliente, ayudará con la
resequedad de tu garganta.
—Gracias… —habló en un tono de asombro, dejándose
llevar por su marido escaleras arriba.
Jason encontraba divertida la actitud asombrada de su
mujer, tal parecía que nadie en el pasado le hubiese
ofrecido ayuda. Se dedicó a ayudarla a cambiar, apartando
sus ropas y dejándolas caer sobre el suelo sin que Daira
hiciera amago alguno para recogerlas o quejarse por el
actuar de su marido. Era más que evidente que estaba
distraída, pero no por eso debía quedarse en paños menores
eternamente.
—¿Podrías decirme dónde están los camisones? —dijo
fastidiado, cansado de esculcar cajones y que ella no hiciera
amago por ayudarlo.
—¿Qué cosa? —ella pestañeó desorientada y lo miró con
el ceño fruncido—. ¿Qué quieres?
—Camisón —la apuntó—. Para cubrirte.
Las cejas de Daira se fruncieron ante la incomprensión, no
fue hasta que bajó la mirada y se sorprendió casi desnuda
que soltó un grito inesperado, estremeciendo a su
enfurruñado marido, quien la miraba sin comprender su
reacción. Ya en otras ocasiones habían estado juntos en
estados mucho más inconvenientes, como lo era saliendo
de la tina del baño, en bata o a la hora de dormir; sin
embargo, la comprendía, Jason podía dar crédito a que no
existía cosa más tentadora y excitante que quitarle la ropa a
una mujer, sobre todo a una como Daira. Para ese
momento, le era prácticamente imposible ocultar sus
pupilas dilatadas en un deseo apenas controlado por su
cerebro siempre despierto que acataba la orden de alejarse
de ella.
—¿Se puede saber por qué gritas? —intentó mostrar
sorpresa.
—¡Estoy casi desnuda! —dijo nerviosa, tratando de
cubrirse.
—Eso lo sé, te he quitado la ropa yo mismo y debo
recordarte que me dejaste hacerlo con toda libertad —le
dijo extrañado.
—¡No me di cuenta! —le gritó enrojecida—. ¡Abusivo!
—¿Qué? —se mostró ofendido—. Pretendía ayudarte.
—¿Desnudándome? —se alejó de él.
—No sé qué demonios te pasa —dijo molesto,
encontrando un camisón que no fuese tan cálido, pero
funcionaría para que estuviera más cómoda—, pero no todo
el mundo quiere hacerte daño, Daira.
Jason suspiró cuando la vio dar un brinco a la cama,
alejándose lentamente mientras él se acercaba con
determinación, tomándola de los tobillos para sentarla de
golpe y jalándola a la orilla para que pudiera colocarle el
dichoso camisón, aunque fuera a la fuerza. Poco le importó
que ella gritara y se removiera como si estuviera intentando
quemarla en lugar de vestirla y no la soltó hasta lograrlo.
—¡Ya! —Jason levantó las manos—. Listo, estás cambiada
¿ves?
Sentada a la orilla de la cama y muy cerca de su marido,
Daira luchaba contra las lágrimas que deseaban salir, se
mantuvo con la mirada fija en el espacio que había entre
sus pies y los de Jason, limpiando su nariz congestionada y
sufriendo temblores debido a la fiebre que comenzaba a
subir por su cuerpo. Por unos momentos tuvo terror al
pensar que Jason pretendía hacerle daño. Era verdad que
quiso ayudarla, pero no era necesario que la forzara a
aceptarlo.
—¿Por qué? —La joven dejó que las lágrimas salieran
disparadas hacia sus mejillas enardecidas—. ¿Por qué quiso
ponérmelo a pesar de que era obvia mi renuencia?
—Lamento haberte forzado —Jason se sentó a su lado y
sacó un pañuelo con el que limpió suavemente las mejillas
mojadas de su esposa—, pero quiero que entiendas que no
soy tu enemigo Daira, no quiero hacerte daño y si es
necesario, puedo cuidarte y protegerte.
Los ojos brillantes de Daira convulsionaron el interior de
Jason, quien se vio en la necesidad de alejarse de inmediato
y pasó una mano por sus cabellos rubios, despeinándose,
como cada vez que se ponía nervioso o no sabía qué hacer.
¿Qué significaba esa mirada llena de ilusión y
agradecimiento? Actuó como lo habría hecho cualquier otra
persona al verla en un estado de necesidad. Estaba
enferma, desprotegida y débil, así que dijo y actuó como lo
haría con cualquier mujer que se hiciera llamar su esposa,
¿por qué ella lo tomaba con tanto asombro? ¿Es que acaso
nadie se había interesado por ella en el pasado? ¿Nadie la
cuidó?
El ruido de la puerta los distrajo, Daira elevó los pies y se
metió debajo de las sábanas, cubriéndose hasta el pecho
antes de aceptar a que alguien pasara. La doncella que
entró, se mostró respetuosa ante el hombre que seguía
paralizado en medio de la habitación y mostró su desdén
hacía Daira, acto que no pasó desapercibido para Jason.
—¿Hay algún problema Becky?
—No mi lord —se apuró a contestar la mujer.
—Te he visto gesticular, debe ser por alguna razón.
—Para nada mi señor —se inclinó—. Me retiro.
—Que preparen sopa para mi esposa —pidió—. Y en
cuanto llegue el médico, indíquenle que suba.
—Oh, por favor no mi lord —Daira miraba fijamente hacia
la taza de té, jugueteando con sus bordes—. Me encuentro
bien, médicos no.
—Es ridículo lo que pides —desestimó el hombre y se
volvió hacia la doncella—: haz lo que te dije Becky, manda
llamar a Publio.
—¡Mi lord! —la súplica en su voz lo desconcertó—. Por
favor… que sea lady Gwyneth, por favor, que sea ella.
Su marido la miró por varios segundos, comprendiendo
entonces su súplica y asintiendo hacia la doncella, quien
esperó a la orden.
—Que sea Gwyneth entonces. —La doncella salió
presurosa, dándole la oportunidad a Jason de volver la
mirada hacia su mujer, quien se reacomodaba en las
almohadas con movimientos pesados y lentos—. Te advierto
que Publio vendrá con ella de todas formas.
—Lo sé —tosió un poco y después estornudó de forma
estrepitosa—. Pero le agradezco que me complaciera.
—Se que desconfías de los hombres —Jason lo
comprendía aún más desde que conoció a su antiguo
prometido—, pero Publio ya te ha revisado antes, es mi
primo y es de fiar.
—Eso no quita que fuera para mí una tortura —aseguró—,
no veo por qué sufrir si puede hacerlo una mujer en su
lugar.
—De acuerdo, pero Gwyneth es más bien científica que
médica.
—No me importa, sabe lo que hace.
—Está bien, no se puede discutir contigo, descansa un
poco.
—Mi lord… —su voz fue tan pequeña, que por poco pasa
desapercibida, ella incluso lo hubiera deseado, pero los ojos
tormentosos de ese hombre la enfocaron en seguida—.
Gracias.
—No hay de qué —asintió y salió de la habitación.
Publio Hamilton y su mujer llegaron pasadas las once de
la mañana, habían hecho todo lo posible para desocuparse
antes, pero resultaba ser que la mujer de Jason no era la
única que cayó enferma ante los helados vientos de finales
de otoño e inicios de invierno. Para cuando lograron verla, la
mujer había sucumbido a la fiebre, estornudaba, tosía, le
dolía la cabeza, el cuerpo y lagrimeaba. Era un conjunto de
síntomas que se simplificaban en un resfriado común.
—¿Alguna razón en especial para pedir que fuera
Gwyneth?
Jason miró a su primo, si Publio preguntaba algo, era
porque ya sabía la respuesta y sólo quería ser cortés con la
otra persona.
—No tiene mucha fe en los hombres.
—Desde la vez pasada lo noté, es un comportamiento de
alguien que fue abusada sexualmente —Publio miró a su
primo con una postura desinteresada—. ¿Acaso notaste algo
en la noche de bodas?
—No. —Y aunque Jason se hubiera percatado de algo,
jamás lo diría, por respeto a su mujer y la tortura que debió
sufrir. Dudaba que Daira se entregara a un hombre de forma
voluntaria, y si acaso lo hizo, aquello debió ocasionarle
mucho más dolor si es que fue abandonada por el susodicho
—. Era impoluta cuando consumé el matrimonio.
—Me parece extraño —Publio se inclinó de hombros y
prosiguió—. Como sea, es un resfriado, necesitará descanso
y en caso de que suba la fiebre, le dan la medicina. No debe
pasar a más.
—Perfecto, te lo agradezco.
—Queda esperar a que salga Gwyneth, no sé por qué
tarda tanto.
Jason sonrió y miró hacia la puerta cerrada de la
habitación.
—Son mujeres, estarán hablando de algo.
—Seguro que sí —Publio se cruzó de brazos—. ¿Qué me
dices de ella? No pensé que fuera el tipo de mujer que fuera
de tu agrado.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, se nota que tiene sus emociones más que
dominadas.
—¿Y eso qué?
—A ti te encanta el descontrol; lo irritante, dramático y
llorón. Luchas contra la paz —explicó Publio con diversión—.
Pensé que la encontrarías aburrida o que buscarías pelear
con ella todo el tiempo.
—Yo no… —Jason se sorprendió al comprender algo—.
Vaya, sí que lo hago, por Dios, soy un masoquista.
—Lo pensamos todos —sonrió su primo—. Ella te hará
bien, si la valoras bien, seguro te dará una paz que se
transformará en felicidad.
—Paz igual a felicidad ¿eh? —Jason elevó una ceja—. No
va mucho con tu estilo de vida Publio.
—Quizá no con mi trabajo, pero cuando llego a casa y veo
a mi familia, todas las tensiones se esfuman de pronto y sí,
siento paz.
—Listo —salió Gwyneth, mirando a su marido y después a
su primo político—. Estará bien. Es descanso, líquidos y
comer bien.
La pareja de médicos se marchó, dejando a Jason
paralizado en su lugar, pensativo, mirando hacia la puerta
cerrada de su esposa. ¿Acaso luchaba constantemente
contra ella porque la encontraba demasiado pacífica?
Frunció el ceño. ¿Qué tan loco debía estar como para buscar
torturarse? Era verdad, las mujeres que buscaba siempre
eran un descontrol emocional y Daira desentonaba en
demasía, pero quizá debía probar algo diferente en esa
ocasión.
Se obligó a volver a la habitación y sonrió con ternura al
ver la poderosa presencia de su mujer desvigorizada, era la
primera vez que la veía indefensa y debía aceptar que le
era mucho más fácil acercarse cuando no estaba en su
máximo esplendor de fortaleza. Despertó de su ensoñación
cuando ella comenzó a estornudar repetidamente.
—¿Cómo te sientes? —se acercó, tendiéndole un nuevo
pañuelo.
—Muy mal —dijo con voz mormada y ojos hinchados—,
procure que Jack no se acerque a la habitación, no quisiera
contagiarlo.
—Lo haré —Jason tomó una silla y la acercó hasta la cama
de su mujer, quien lo miraba extrañada—. Quiero hablar
contigo.
—No creo que sea momento para que me dé indicaciones
sobre…
—Quería disculparme —la interrumpió, obteniendo como
respuesta una mirada patidifusa—. Por todo lo que he hecho
o dicho para hacerte sentir mal, claramente no lo merecías.
—Creo que usted también tiene fiebre, esto no es normal.
—No, hablo en serio —sonrió, estirándose un poco para
lograr tomar la mano que se aferraba a un pañuelo—. No sé
por qué lo hacía, pero buscaba alejarme de ti y por eso
peleaba contigo.
—¿Qué cambió? —ella se soltó y llevó el pañuelo a su
nariz.
—Quiero que todo cambie Daira —se acercó más a la
cama, aunque seguía sentado en la silla—. Quiero conocerte
e intentar que esta relación funcione, no deseo discutir
eternamente, serás mi esposa hasta el final de mis días y
creo que lo menos que podemos hacer es intentar llevarnos
bien, ¿no lo piensas también?
Ella agachó la cabeza y negó ligeramente a sus palabras.
—Ya antes me lo había dicho y siempre acaba siendo lo
mismo —dijo en un susurro entristecido—. Termina
buscando humillarme o lastimarme —ella mantenía la
cabeza agachada y aprovechó su enfermedad para encubrir
las lágrimas que fluían por sus mejillas—. No quiero volver a
ser el hazmerreír de todos cuando vuelva a los brazos de
otra mujer justo después de que actuemos frente a la
sociedad como si nos apreciáramos, y sólo por hacerme
rabiar.
—Perdóname Daira —en esa ocasión, Jason se sentó en la
cama y le tomó la barbilla, levantándola para que lo mirara
a los ojos—. Debes saber que desde que nos casamos no he
estado con ninguna mujer —ella apartó el rostro y encubrió
nuevamente sus lágrimas—. Te lo juro por lo más preciado
que tengo que es mi hijo.
—No lo haga, por favor, no meta al niño en esto.
—Una última oportunidad Daira, permite que me acerque
a ti y te demuestre que puedo cambiar —le apretó la mano
—. Juro que lo daré todo de mí, quiero que funcione, en
verdad lo deseo, ¿Qué dices?
Apretó sus labios y cerró los ojos, no quería caer en su
juego de nuevo, pero prefería ser una tonta positiva a
sucumbir al pesimismo.
Capítulo 19

Faltaba un día para el concurso en casa de los Hamilton.


Para ese momento, Daira estaba completamente
recuperada y Jackson no perdía oportunidad de estar con
ella, puesto que, durante toda su enfermedad, se le fue
negado entrar a visitarla. Desde la perspectiva del niño,
aquello fue totalmente injusto, puesto que su padre entraba
y salía a su gusto. ¿Por qué a él no le decían que se
enfermaría?
—Jack, trae una maceta para esta orquídea, de las
pequeñas de allá —apuntó la mujer hacia una estantería en
aquel hermoso invernadero de vidrio.
—¿Es esta, mamá?
—Sí, esa —asintió la joven—. Ven aquí, le pondremos
tierra y sólo un poquitín de agua, ¿te parece?
—¿Traigo la regadera?
—Pero qué listo eres, anda, pídele al señor Jenkins que la
llene.
—¡Señor Jenkins! —gritó el niño, quien, al estar con su
madre, liberaba su voz de vez en cuando, sobre todo, en
medio de su incontenible entusiasmo—. ¡Necesitamos agua!
—Se dice por favor, hijo.
Daira dio un pequeño salto en su lugar y se volvió al
escuchar la voz de su marido a sus espaldas.
—Jason —se llevó una mano al pecho—. Me has asustado,
¿Qué estás haciendo aquí? Pensaba que estarías con tu
padre.
Debía admitir que Jason estaba cumpliendo con su
promesa. A partir de que la hizo y ella la aceptó, fue
diligente durante su enfermedad. No sólo se preocupaba
porque tomara sus medicinas, sino que la cuidaba por las
noches por si subía la fiebre y a partir de que se alivió, la
seguía a donde quiera que fuera. Era gentil, cariñoso y
atento. La ayudaba sin cuestionar, no ponía réplica a las
enseñanzas que dirigía a Jack, ya no discutía por todo y, si
de alguna forma se enojaban, solía alejarse para no llegar a
los gritos o los insultos.
—Me tomé un descanso para verlos. —Se acercó un poco
más a ella y miró la larga mesa de madera con interés—.
¿Qué haces?
—Estoy preparándome para mañana.
—Ah, claro, el concurso —la observó de soslayo, sonriendo
ante su sonrojo—. ¿Estás segura de que ya te sientes bien?
—Sí, estoy totalmente curada —trató de ignorar el hecho
de que casi podía sentir el pecho de su marido rozando
contra su espalda.
Ahora la que se sentía extraña con la situación era ella, le
era difícil comprender el cambio radical en el actuar de
Jason y no podía creer que así de la nada él fuera capaz de
transformar las partes ruines que la hacían sufrir por unas
que lo hicieran el esposo ideal.
Daira limpió sus manos en el mandil que traía puesto y
alargó el brazo para alcanzar una maceta alejada y vacía,
siendo consciente del roce sin intención que provocó al
cuerpo masculino que se encontraba a centímetros de
distancia. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando la
respiración de su marido acarició sutilmente su cuello, tal
parecía que observaba sus movimientos por encima de su
hombro, interesado y en silencio. ¿Estaba buscando
incomodarla a propósito?
—¿Necesitas ayuda? —susurró cerca de su oído.
Ella pegó la oreja a su hombro, tratando de parar el
cosquilleo ocasionado por el aliento cálido y la voz gruesa
que mandó un profundo revolcón a sus entrañas. Daira
volvió la cara ligeramente, con una mirada extrañada y un
ceño muy fruncido.
—¿Se quiere burlar de mí?
—No, estoy ofreciéndome en serio.
—Bueno —ella se removió incómoda al seguir atrapada
entre su cuerpo y la mesa—. Puede poner tierra a esta
maceta mientras yo traigo más flores para trasplantar.
—Puedo hacerlo —dijo alegre.
—Está bien —ella dio un paso hacia un lado, dejándole
espacio a él y alejándose rápidamente.
«¿Cuántas máscaras tiene este hombre?» negó la mujer,
caminando decidida hacia las flores que debía seleccionar.
Jason sonrió complacido, no podía decir que era un
avance, pero al menos Daira no lo había empujado o dado
una patada. Era una obviedad que estaba sorprendida, pero
era normal, se habían tratado como perro y gato, el cambio
que él proponía era repentino, pero necesario, no pensaba
vivir toda su vida peleando con ella, sobre todo cuando se
dio cuenta que era su patrón destructivo.
—¡Mamá! ¡Jack trajo el agua!
Pese a que se alegraba de que su hijo lograra hablar, no
terminaba de acostumbrarse a que él se hubiera hecho a la
idea de llamar “mamá” a Daira con esa facilidad.
—Ha ido por unas flores, ¿por qué no me ayudas a mí?
El niño frunció el ceño, dejando la regadera de metal
sobre el suelo y colocando las manos sobre sus caderas.
—Papá, ¿Por qué quieres robarte a mamá?
—No quiero robármela, ¿Qué dices? —lo miró divertido.
—Antes no la querías y ahora sí, mamá es de Jack, papá,
no la presto, es mía —dijo testarudo.
—Claro, pero resulta ser que la tendremos que compartir
un poco, porque también es mi esposa.
El infante hizo tal mueca de enfado, que el padre no pudo
resistirlo y dejó salir una carcajada. Jason se agachó hasta
quedar a su altura para poderlo tomar por los hombros.
—Algún día Jackson, encontrarás a alguien como… como
mamá, y será solamente tuya, lo prometo.
—Pero a mí me gusta esta mamá, ¿Por qué cambiarla?
—Bueno…
—¿Y bueno ustedes dos? —sonrió Daira, poniendo sus
manos en jarras—. Ya veo lo mucho que trabajan.
—¡Es culpa de papá! —acusó con un dedo.
—¿Cómo te atreves, bribón? —sonrió el padre, cargando al
pequeño y haciéndolo reír al ser elevado y besado.
Aquella escena sacó una sonrisa de los labios de Daira,
quien repentinamente experimentó lo que se sentía tener
una familia.
—Mamá —el niño la trajo a la realidad al jalarle el vestido
—. Papá me ha dicho que tendré una mamá para mí solo.
—¿En verdad? —Daira frunció el ceño hacia su esposo.
—No era a lo que me refería, pero él entiende lo que
quiere — Jason se inclinó de hombros, continuando con su
tarea.
La familia se enfrascó en un momento agradable, rieron,
se ayudaron e incluso hubo una pequeña pelea de tierra
antes de que Marinett se diera cuenta de lo que hacían y se
llevara al pequeño Jack para que fuera acicalado
correctamente. La mujer incluso regañó a los desubicados
padres por permitir tal comportamiento, pero en cuanto se
dio vuelta con todo y niño, ambos rieron de nuevo.
—Tu madre nunca terminará de aceptarme si continuo así
—dijo la joven, pasando un paño mojado sobre su rostro.
—Le agradas, te lo aseguro, de ser diferente, también te
hubiera llevado a ti a bañar, al menos te respeta como para
no ordenarte.
—Bueno sí —Daira rio alegremente.
—Espera, tienes tierra aquí —Jason se acercó a su esposa,
presionando la tela en sus manos contra el cuello perfilado,
cayendo rápidamente en cuenta de lo que hacía y, al notar
que ella no ponía resistencia, bajó gradualmente hasta su
clavícula, acercándose lentamente a ella—. Creo que si
deberías tomar un baño también.
—Sí —sonrió dulcemente, recorriendo el rostro de su
marido con detenimiento—. Estamos hechos un desastre.
—No te muevas ¿de acuerdo? —ella lo miró con interés,
mientras él se dedicaba a quitar tierra de sus oídos, cuello y
mejillas.
Descarados escalofríos recorrían el cuerpo de la joven que
permanecía inmóvil ante las caricias suaves de su esposo.
Buscaba su mirada, pero él parecía concentrado en limpiarla
hasta que, de un momento a otro, Jason encajó su mirada
en ella, mandando un espasmo que le recorrió el cuerpo
entero, sobre todo cuando de pronto su marido había dejado
de enfocar sus ojos y se encontraba embelesado por sus
labios, los cuales tocó sutilmente con un par de dedos para
que estos se entreabrieran. Una necesidad extraña se
instaló en el cuerpo de Daira, mandando órdenes para que
abriera los labios y dejara salir un sutil y casi inaudible
suspiro.
Podría besarla en ese momento, Jason deseaba hacerlo,
pero ella… ¿ella qué haría? Su cercanía era reciente, podría
rechazarlo.
—¡Hijo! —La voz inesperada de James los hizo dar un salto
en direcciones opuestas—. Ah, con que aquí estaban, los
buscan en casa.
—¿A ambos? —Daira frunció el ceño.
—Sí, parece que sí, dicen que son parientes tuyos querida
—explicó el marqués—. De haberlo sabido antes, los
hubiéramos invitado a quedarse unos días para que
estuvieran presentes en la boda, ¿Por qué no dijiste nada?
—¿P-Parientes? —negó la joven—. Yo no…
—Gracias papá, iremos en seguida —irrumpió Jason.
—Claro, ahora resulta que soy el mandadero porque tu
madre piensa que debo caminar más, ¿pueden creerlo? —
rodó los ojos—. ¿Qué haría yo sin esa mujer? Bueno, iré de
regreso, les diré que tardarán un rato, están tan sucios que
podrían venir de los chiqueros.
El marqués se alejó con paso lento pero seguro,
disfrutando de su caminata obligatoria, distrayéndose con
empleados o simplemente admirando lo bello del jardín.
Totalmente inconsciente del estrés en el que había dejado a
la pareja en el interior del invernadero.
—No, no. —Daira caminaba de un lado a otro—. ¿Pero qué
hace aquí? Es que no tiene remedio, de verdad que no.
—Ey —la tomó de los hombros—. Cálmate, ¿quieres?
—Estoy calmada —lo miró con rencor—. Sé que piensa
que él es un santo, pero he de decirle que no lo conoce y no
debería…
—Relájate, veamos qué es lo que quieren.
El conde ofreció su brazo y ella -muy a fuerzas- resbaló su
mano hasta dejarla presa entre el antebrazo y la parte
posterior del codo de su marido. Daira lo apretó
ligeramente, mostrando un nerviosismo que no demostraba
en ninguna otra parte de su cuerpo, ni siquiera en su rostro.
Debían pasar a sus cámaras primero para arreglarse, pero
en cuanto lo hicieran, se enfrentarían a la pareja de los
condes y familiares de la nueva mujer de Kent.
Los condes de Melbrook eran descarados en cuanto a su
asombro por la riqueza que se mostraba en la casa de los
Seymour. Hombre y mujer levantaban jarrones, tocaban
paredes e incluso se guardaban objetos de menor tamaño,
pero no menor valor, siendo esto último advertido tanto por
las doncellas como por la pareja que recién entraba en la
habitación. Daira hizo ademán de dar un paso al frente,
posiblemente con la intensión de acusarlos, pero fue Jason
quien tomó fuertemente su muñeca, inmovilizándola en su
lugar.
—Es un placer tenerlos de visita, lord y lady Melbrook, me
preguntaba cuando vendrían —sonrió Jason, hablando más
fuerte de lo necesario y en el momento justo en el que la
condesa estaba por guardarse otra cucharita de plata entre
las ropas.
—Seymour —se volvió el conde, lanzando una mirada
incriminatoria a su mujer, quien se las arregló para
disimular el hurto y ponerse en pie junto a su marido—. Que
gusto verlo de nuevo.
—Sean bienvenidos —asintió el hombre, deslizando
suavemente su mano por la cintura de su esposa,
acercándola sutilmente a su presencia. Jason agradeció que
Daira no pusiera queja alguna, por el contrario, pareció
comprender la actuación que él marcaba con cada
movimiento y lo siguió con gracia—. Por favor, tomen
asiento, ¿Gustan algo de tomar o comer?
Los condes no lograron contestar a los cuestionamientos
del Seymour, puesto que ambos estaban enfocados en
mirar fijamente hacia la mano vigorosamente posada en la
cintura de la dama que se hacía llamar la nueva señora
Seymour y futura marquesa, como si el cariño fuera un acto
completamente natural entre ellos.
—¿Señores?
Fue el conde quien recuperó la consciencia primero,
sonriendo distraídamente y asintiendo.
—Estamos bien —negó a los ofrecimientos—. Lamentamos
venir sin previo aviso, pero estaba preocupado por mi
hermana, como usted entenderá, es mi trabajo verificar que
se encuentre bien.
La joven en cuestión chistó la lengua a lo bajo y volvió la
cara hacia el ventanal del salón, enfocándose en el usual
trabajar de los empleados en el jardín delantero.
—Entiendo perfectamente, seguro que ella podrá decirles
lo bien que se encuentra —Jason la apretó para traerla de
regreso al salón.
—No debieron molestarse en venir —esa fue la respuesta
de Daira, una tan ruda y cortante que Jason no lo esperaba
de ella.
—Siempre tan grosera con tu pobre hermano que no hace
más que preocuparse por ti. —Lady Melbrook se adelantó—.
Dio todo por tu educación, por tu manutención ¿y así es
como se lo agradeces?
—Querrás decir que malgastó todo lo que padre dejó para
mí —se adelantó Daira a la defensiva.
—Por favor, no comencemos —el conde Melbrook logró
mantener la compostura pese a la fuerte acusación—. Estas
mujeres jamás se han llevado del todo bien, ha de
disculparlas.
—Daira, por favor. —Jason susurró al oído de su mujer en
un tono de regaño, aparentando estar dándole palabras de
aliento, en lugar de una queja—. Recupera la compostura.
Ella alejó su rostro para poder enfocar la mirada grisácea
del hombre que no hacía más que advertirla.
—Bien —dijo en voz alta—. ¿Algo que pueda ofrecerles?
—Me apetece un poco de chocolate caliente, querida
Daira, también algo de tarta, si es que tienen.
—Iré a pedirlo en seguida —aseguró la joven, deseando
salir de ahí a toda costa.
Los invitados tomaron asiento después de que el dueño
de la casa reiterara la invitación. Fueron atendidos por la
mano del mismo Jason al momento de servirles el vino que
cada uno deseaba, para después tomar asiento en un sillón
frente al de la pareja.
—Veo a Daira bastante desenvuelta, no pensé que podría
acostumbrarse tan pronto a una casa como esta —fue la
dama quien inició la conversación.
—Creo que sabría manejarse en cualquier lugar —
defendió el conde Melbrook con rapidez—. Es una chica
extraordinaria.
—Concuerdo —aceptó Jason, mirando a la mujer que en
algún momento fue su amante predilecta.
Ya que la veía con calma, no podía creer que hubiera
encontrado a esa mujer atractiva. Era verdad que belleza no
le faltaba, tampoco pasión o atractivo en su cuerpo, pero
estaba tan vacía, tan llena de furia, prejuicios y malas
intenciones que la convertía en una mujer amargosa. En
muchas ocasiones lo chantajeó con el dolor de ser
rechazada por su marido, lloriqueaba y le pedía que se
quedara a su lado. Ahora le parecía tan simplona e irritante.
A comparación con la mujer que regresaba al salón en ese
momento, Lina le parecía inmadura y manipuladora, incluso
caprichosa. Y pese a que con su esposa no tuviera una
relación íntima como la tuvo con la condesa, la sentía
mucho más real y cercana de lo que jamás se sintió con la
otra mujer. Era difícil no apreciar a Daira cuando se
desenvolvía de esa forma perfecta por el mundo, tomando
todo con seriedad, desempeñando su papel con
meticulosidad, fuera el de esposa, madre, de amante o
anfitriona, ella era perfecta.
La observó servir el líquido caliente para su cuñada y
tenderle la taza con cuidado. Lina, por el contrario, se
esforzó por parecer descuidada, adelantando su mano de
forma torpe para desbalancear el plato y quemar la mano
que pretendía servirle.
—¡Ay, Dios! —Daira soltó la taza de inmediato y observó
su mano que se tornaba a un rojo vivo con prontitud.
—¡Oh, lo siento tanto Daira! —se sorprendió la mujer,
tronando los dedos hacia un mozo para que recogiera los
restos de porcelana que habían quedado en el suelo—. ¿Te
lastimaste?
—Ven aquí, déjame ver —Jason se adelantó a la
preocupación de del conde, quien se puso en pie y se
acercó a la pareja—. ¿Duele?
—Me escose un poco, pero estaré bien —aseguró la joven,
permitiendo que Jason sostuviera su mano con delicadeza.
—Quizá deberíamos…
—Dije que estoy bien. —La forma en la que Daira se
dirigía a su hermano y a su marido, distaba en calidez y
amabilidad—. Un poco de agua fría y un ungüento harán el
trabajo —sonrió—. Por favor, retomemos la conversación.
Siguiendo la petición de la dama, los varones se enfocaron
en una acalorada conversación de política. Pese a que lord
Seymour seguía debatiendo y defendiendo su punto de
vista, era más que obvio que la preocupación por su esposa
lo distraía de cuando en cuando, sobre todo cuando una
doncella llegó con paños remojados en agua fría y los colocó
sobre la quemadura. Jason trató de enfocarse en la
conversación, pero le fue imposible no ofrecerse a ayudar a
su esposa a colocar el ungüento y la venda sobre su mano
mientras seguía dialogando con el conde y su mujer. Incluso
cuando hubo terminado de curarla, mantuvo la mano blanca
sobre su regazo, estirada y sin tocarla para que se
infringiera el menor daño posible.
—Gracias, cariño —Daira tocó con delicadeza el brazo de
su marido y sonrió falsamente hacia la pareja frente a ella.
Ambos mostraban un nivel elevado de irritación, lo cual
disfrutaba—. Y bien, ¿Cuándo será el momento en el que
pedirán lo que sea que les haga falta? Porque dudo mucho
que sea una visita de rutina.
—Daira, por Dios, siempre has sido tan maquiavélica —
sonrió Mark—. Quería saber cómo estabas, eso es todo.
—Aunque no nos importaría quedarnos por lo menos esta
noche —sonrió Lina—. Comienza a hacerse noche y la
verdad es que estoy un poco resfriada, me haría daño salir.
—Por supuesto —Daira sonrió falsamente—. Era de
esperarse que estuvieras resfriada, aunque siendo ese el
caso, sería mejor que no hubiese salido de casa, esta visita
hubiera podido esperar.
—Oh, no. Imposible cuando es de dominio público que
dentro de poco se irán de visita con los Westminster —la
mujer elevó las cejas—. Era necesario saber cómo te
encontrabas tras comprender que estarás en la casa de la
que fue el amor verdadero de tu marido.
Aquellas palabras helaron el ambiente, ni siquiera el
conde Melbrook, quien parecía estar instruido para aligerar
la boca viperina de su esposa supo qué decir.
—Me encuentro emocionada, claro está —sonrió Daira,
mostrándose tranquila ante la estocada—. Siempre tendrá
un lugar en esta casa, al final de cuentas, es la madre de
Jack, sería horrible que la olvidáramos. Tomaré el viaje como
una instrucción personal para poder hablarle de ella al niño
que ahora es mío.
Incluso Jason la miró con impresión, una mujer normal
habría estado devastada ante las palabras hirientes de Lina,
pero Daira no, y eso era porque en realidad no le interesaba
si él la amaba o no, poco le importaba que siguiera
enamorado de Annelise, así como él la estaba utilizando de
fachada, ella hacía exactamente lo mismo.
—Es un pensamiento muy positivo —dijo Lina con voz
entrecortada, claramente impresionada.
—¡Mamá! ¡Mamá! —gritó el pequeño Jack, sin saber que
había más gente junto con sus padres.
—Jack —Daira se puso en pie, al igual que Jason—. Ven
cielo, ¿qué sucede? ¿necesitas algo?
Los pasos trémulos del pequeño se acercaron hasta llegar
a su padre, quien lo tomó en brazos y lo sentó en su regazo.
Inmediatamente, el niño llevó un dedo a su boca, haciendo
énfasis en que no pensaba hablar a partir de ese momento.
—Ya veo que eres un muchachito muy guapo —sonrió
Mark Melbrook—. Lo has heredado de tu padre, claro está.
—Y de su madre también —sonrió Lina.
En esa ocasión, Jason suspiró cansado, pasando una mano
por la espalda de su mujer, acercándola a él y a su hijo,
incluso le besó la mejilla de la forma más natural y
despreocupada.
—Creo que para ser una visita se ha prolongado bastante
—dijo el conde de Melbrook, sintiéndose incómodo ante la
imagen familiar frente a él—. Será mejor marcharnos.
—Oh, querido, pero si han aceptado que nos quedemos
esta noche —recordó Lina—. ¿No lo recuerdas? Mi tos.
—Desde luego, son invitados de esta casa —sonrió Jason,
verificando con su esposa la invitación.
Ella asintió levemente y se puso en pie.
—Pediré a una doncella que los lleven a sus habitaciones.
Capítulo 20

En la seguridad y el resguardo de su recámara, la pareja


Seymour pudo discutir e intercambiar pensamientos sobre
los acontecimientos suscitados. Los condes de Melbrook
maniobraron astutamente durante toda la cena para
agradar a los padres de Jason, logrando ser invitados no
sólo por un día, sino el tiempo que fuera necesario para que
la “humedad” en su casa se fuera de una vez por todas.
—¡Algo quieren, estoy segura! —expiró la joven, quitando
sus aretes y aventándolos sobre el alhajero en el tocador
antes de volverse a su marido—. Es imperdonable que ella
incluso pidiera unas recámaras cerca de las tuyas, ¡Es de lo
más desvergonzada!
—No lo ha hecho por insinuarse a mí, Daira —se acercó el
hombre, bajando la voz considerablemente—. Es para
verificar si somos una pareja, y estoy seguro de que el
conde y su mujer tenían el plan en conjunto, no es nada al
azar.
—¿Dices que el conde era consciente y aceptaba todas las
sinvergüenzadas que decía la loca de su esposa en la cena?
—Claro que lo sabía, él también tiene un interés aquí.
—Ella me lo dijo. —Daira recordó aquel día que se
encontraron después de ver a Jason jugar Polo—. Sé lo que
quieren.
—¿De qué hablas?
—Lady Melbrook fue a amenazarme, parece ser que mi
querido hermanastro está feliz con esta unión —sonrió con
desgana—, quiere que le dé dinero, claro está, pero antes
de poder pedirlo, tengo que estar segura en mi posición —lo
miró—. Quieren comprobar si somos pareja para poder
hacer de mí lo que ellos quieran.
—¿Cómo podrían?
—Amenazándome, claro está —dijo obvia, caminando de
un lado a otro—. Pero yo no tengo una posición aquí,
¿cierto? Nosotros no consumamos el matrimonio y nunca
tendré a sus hijos, así que todo queda resuelto, su plan está
arruinado.
—No, no es así —Jason se interpuso en su alegría—. Nadie
puede saber que este matrimonio no cumple con todas las
estipulaciones, ¿recuerdas? Parte de casarme contigo era
para cubrir ese hecho, no puedes simplemente decirles que
no tenemos relaciones.
—Si saben que hay una posibilidad de embarazo, jamás
me dejarán, de hecho, de saber que nosotros ya… —ella
bajó la mirada y negó, cerrando los ojos para reprimir un
mal recuerdo.
—¿Qué? ¿Qué no me estás diciendo?
—Nada.
—Daira, estabas hablando con fluidez de esto, confesaste
que ellos te tienen amenazada, ¿con qué?
—Pueden decir cosas horribles sobre mí.
—¿Cómo cuáles?
Ella negó con los ojos cerrados, deseando reprimir
recuerdos.
—Cosas.
—Daira, si no hablamos claro, esto se caerá a pedazos
sobre nosotros, debemos estar del mismo lado, ¿entendido?
—¡Ya lo sé! —se apartó de él—. Pero no quiero, no me
obligue a decirlo. Me odio, me detesto por esto.
—¿Qué fue lo que pasó Daira?
La mujer se negó a hablar por varios minutos, pero al
notar la insistencia de su marido, suspiró derrotada y
comenzó a hablar:
—Bueno, ellos piensan que en caso de que nosotros
tuviéramos amores, sería sólo por una vez, en la noche de
bodas —dijo más segura, comenzando a quitarse el vestido
para distraerse de lo que estaba diciendo—. Pero no es
suficiente.
—Por supuesto que no —Jason entrecerró los ojos—. Un
hijo es lo único que pudiera ser suficiente.
—Sí. Un hijo que, de no ser de usted, podría ser… de
cualquier otro —la voz le tembló ligeramente.
Jason se acercó a su esposa y tomó las manos trémulas
con las que intentaba desabrocharse los listones del corsé.
La obligó a detenerse y mirarlo, pidiendo una explicación
con su rostro.
—¿De quién entonces?
—Ella… —el labio inferior de Daira temblaba con rabia—.
Ella dijo que el conde estaba más que dispuesto a suplantar
su lugar de ser necesario engendrar. Por eso han venido,
quieren asegurarse de que ya consumamos el matrimonio y
de ser así, es necesario preñarme.
—¿Qué? —el rostro de Jason se deformó entre el horror y
el asco.
—¡Así ha sido siempre! —se alejó de él—. Desde que
comencé a dejar de ser una niña él… me miraba, en un
principio.
—Daira —se acercó nuevamente a ella y la tomó de los
hombros con delicadeza—. ¿Hacía algo más?
Unas lágrimas silenciosas cayeron desde los ojos de la
joven, pero negó repetidas veces, su cuerpo entero
temblaba, sus mejillas se encendieron de vergüenza y
parecía desear estar muerta.
—Nunca abusó de mí, creo que siempre tuvo el deseo,
pero algo dentro de él no se lo permitía —dijo trémula—,
supongo que se odiaba por amarme como mujer y no sólo
como hermana. Tenía terror a sus miradas, a su voz y sus
manos. Y cuando su mujer se dio cuenta de esto, las cosas
no mejoraron para mí.
—Por Dios, ¿es por eso que te prometió con ese horrible
barón de Valcop? —Ella mostró su sorpresa—. Sí, lo sé
también.
—Creo que quería su dinero —se inclinó de hombros—, me
dijo que tenía un plan para que no me hiciera daño, dijo que
me rescataría antes de que me tocara y nos quedaríamos
con todo.
—Planeaba matarlo.
—No quería ser secuaz de algo así, fue cuando escapé —
lo miró—. Prefería vivir en la calle en lugar de en una prisión
de oro, disfruté tanto de esa libertad… al menos por unos
segundos.
—Al igual que en tu casa, los hombres pretendían abusar
de ti.
—Me odio —admitió—. Detesto mi rostro, mi cuerpo y
cualquier cosa que me haga una tentación para un hombre,
siempre tengo la culpa de corromper, nunca es culpa de
ustedes, siempre es mía.
—No es tu culpa —la abrazó con cariño—. No tiene nada
que ver contigo la debilidad de los hombres.
—¿Qué vamos a hacer con ellos? ¿Qué pasa si quieren
cumplir su plan? —Daira apretó entre sus puños la playera
de Jason—. ¿Qué haré sin en esta ocasión a mi hermano no
le importa? Ahora él pensará que ya no soy impoluta, puede
que fuera la razón de que se detuviera.
—No te pasará nada Daira, no lo permitiré.
—Lo sé —sorbió su nariz, apretándolo más—. Confío en
usted.
Jason frunció el ceño y la alejó.
—¿Por qué? —recorrió su rostro—. ¿Por qué confías en mí?
—Usted no me quiere —se inclinó de hombros—. Creo que
incluso no me soporta. Ama a su antigua esposa, lo sé —
sonrió—, lo comprendo bien y debo admitir que es un alivio.
—Jamás te haré daño —prometió y la abrazó—. Jamás.
Ella asintió un par de veces, recuperando poco a poco la
serenidad. Se separó de él, sonrió y siguió desvistiéndose,
charlando de simplezas, burlándose y pidiéndole ayuda,
como siempre lo hacían. Jason hizo lo propio de forma
mecánica, no podía creer que ella pensara que no le
gustaba, ¿era la razón por la que actuaba tan
despreocupada a su alrededor? ¡Demonios! Si supiera que
dentro de su cabeza ya le había hecho el amor al menos un
centenar de veces, ella seguro lo odiaría como lo hacía con
el resto de los de su género.
Parecía ser que su resolución de hace unos días se estaba
complicando: le gustaba Daira, podría intimar con ella sin
ningún problema. Pero ahora todo radicaba en que ella lo
quisiese también y, a cómo iban las cosas, dudaba que
alguna vez eso sucediera.
Ser vista como objeto de placer de los hombres era uno
de los peores insultos que se le hubiesen ocurrido a Jason.
Había sido tanto el acoso hacia su persona, que Daira
incluso odiaba su belleza, su cuerpo y hasta su esencia. No
podía creer que incluso su propio hermano tuviera un deseo
carnal por ella, eso era sobrepasar los límites. Jason
esperaba que al menos no hubiera mentido en la parte en la
que aseguraba que jamás la tocó, porque de ser así, no
podría tolerar tenerlo un segundo más bajo su techo.
—Creo que debemos dormir juntos el día de hoy —dijo la
joven, como si la conversación pasada no hubiese tenido
lugar—. Seguro que usted tiene razón y ellos pretenden
confirmar nuestra relación.
—¿Estás segura? —Jason frunció el ceño—. Si te
incomoda…
—Como he dicho, usted no me causa problema —se
inclinó de hombros—. Sé que todo lo hace por dar una
apariencia. Además, Jack vendrá a dormir, así que todo
solucionado.
—Si tú lo dices, por mí está bien.
—¿En qué recámara, en la suya o en la mía?
—En la que te sientas más cómoda.
—Preferiría que fuera en la suya, así mis sábanas no se
impregnarán con su aroma —asintió resolutiva—. Iré por mis
cosas.
Jason tuvo que sentarse, era demasiada información. Se
quitarían de encima a los Melbrook dentro de poco, gracias
a que Daira fue sincera con él, sabría cómo maniobrar para
alejarlos de ellos. Definitivamente no estaba en sus planes
permitirle a ese cerdo acercarse a ella, tampoco les daría ni
un céntimo, los echaría esa noche, pero necesitaba de ellos
para que fueran portavoces de su “perfecta relación
matrimonial”.
—Bien, Jack —su mujer regresó con su hijo en brazos,
hecha una sonrisa—. Dormiremos con papá el día de hoy.
—¿Papá tuvo pesadillas?
—Sí, horripilantes pesadillas —aseguró la joven—. Así que
tendré que cuidar de los dos por unos días, ¿te molesta?
—No —se inclinó de hombros el pequeño, aceptando ser
depositado en la cama de su padre—. Mamá, esas personas
nuevas no me gustan, quiero que se vayan.
—No te preocupes tesoro —sonrió Daira—. Todos
queremos lo mismo, papá hará que se vayan pronto, pronto.
Jason dudaba que los Melbrook fueran a abandonar su
empresa con rapidez, sabía que ya estaban haciendo los
primeros movimientos para vigilarlos. Fue tan obvia como
su presencia a las afueras de la habitación, vigilando el
interior con deliberada desfachatez. Suspiró. Les estaban
dando la oportunidad para hacer una demostración.
—Métete a la cama Jack, volveremos en un segundo.
—¿A dónde van? —el pequeño frunció el ceño, pero al
instante, su mirada se iluminó—. ¿Acaso van por leche y
galletas?
—Claro, por eso vamos —aseguró Daira, sondeando a su
marido con la mirada mientras salía de la habitación
tomada de su mano—. ¿A dónde vamos? Estoy en camisón
y…
—Sshh… —Jason la pegó a su cuerpo, jalándola hasta
esconderse detrás de una cortina—. Guarda silencio.
—¿Qué haces? —susurró, tratando de ver por la abertura
entre cortina y cortina—. ¿Por qué salimos así?
—Espera. —El largo dedo de Jason rosó uno de los bordes
de la pesada cortina, abriéndola ligeramente para ver al
exterior.
—Jason, aunque me agradan las escondidas, es más
divertido cuando estamos jugando con Jack.
—Bien Daira, sé que prefieres jugar con Jack, pero por el
bien de los dos, tendrás que hacerlo conmigo ahora.
—¿De qué hablas?
—¿Confías en mí? —ella entrecerró los ojos, pero asintió
levemente, recorriéndolo con la mirada—. Trata de no
asustarte.
—No me asusto con facilidad.
—Bien. —Jason volvió a entreabrir la cortina, sonrió de
lado y miró a su esposa con una ceja levantada—. Entonces,
juguemos.
—Jason…
Aquella pequeña réplica fue rápidamente acallantada al
tener los labios de su marido sobre los de ella,
presionándolos suavemente, sin apenas movimiento,
simplemente tocándola. Se sorprendió, era verdad, pero se
recordó que se lo había advertido, estaban jugando y Jason
había vigilado a alguien para besarla justo en el momento
adecuado, no antes, no después, ese era el momento; hizo
todo lo que pudo para seguir el papel que se le dio, tenía
que ser su amante en ese momento y Daira sabía cómo
interpretarlo. Pasó suavemente sus manos por el pecho de
Jason, enterrando sus dedos en el cabello rubio y suave, se
apretujó contra él, presionándolo contra la pared, incluso se
atrevió a dejar salir uno que otro suspiro, sobre todo cuando
las manos de su esposo bajaron de su cintura y apretaron
sus caderas con fuerza, empujándola aún más cerca de su
cuerpo.
Ella dejó salir una risilla que Jason acompañó, se movían
más de la cuenta, haciendo evidente su presencia detrás de
la cortina que fue rápidamente apartada por las personas
que ellos necesitaban que los vieran. Daira fingió un gritito
y se escondió tímidamente en el hombro de su marido,
mientras éste la abrazaba con fuerza.
—Conde —Jason se alejó de su esposa con lentitud,
aunque manteniéndola a su lado. Fingía estar avergonzado,
buscando reconstruir su compostura—. ¿Es que necesitaban
algo?
Mark Melbrook miraba de uno a otro, sus ojos inyectados
en sangre, desorbitados, vibrantes en la más pura ira y el
deseo contenido por la mujer en camisón que buscaba
esconderse detrás del cuerpo del hombre al que claramente
pertenecía. Las manos del conde de Melbrook estaban
pálidas, deseosas por liberar la tensión contra la mandíbula
del hombre que le sonreía.
—No. No necesitamos nada —Lina se las apañó para
adelantarse al cuerpo de su marido, haciéndolo retroceder
—. Tan sólo nos perdimos por el pasillo.
—¿Qué hacían fuera de su habitación? —inquirió el conde
con labios apretados, apenas parecía gesticular.
Jason frunció el ceño y se echó a reír.
—No pensé recibir una pregunta del estilo en mi propia
casa —dijo divertido—. Aunque lo aceptaré por ser usted el
hermano de mi esposa. —La abrazó por la cintura—. Me la
encontré de camino a la cocina, parece que mi hijo quería
leche y galletas antes de dormir.
—¿En camisón? —El conde miró descaradamente el
cuerpo de su hermana menor—. No me parece adecuado.
—Es lo que me ha dicho mi esposo —sonrió Daira,
mostrándose apenada—. No he recordado que teníamos
visitas y salí sin pensar.
—Deberías tener cuidado, podría ser peligroso Daira.
Los ojos lascivos del hombre la estremecieron,
refugiándose en los brazos que la sostenían. Al fin de
cuentas, había sido idea de Jason provocarlo de esa manera,
ahora estaba furioso, celoso y quizá ansioso por cumplir con
lo que siempre soñó.
—Jamás la dejaría desprotegida, conde —aseguró Jason—.
Mataría a cualquier persona que busque hacerle daño.
—Me alegro.
—Pero ¡qué hacemos todos aquí! —aplaudió de pronto
Héctor, el hermano menor de Jason—. ¿Están haciendo una
fiesta sin mí?
—En realidad no —Lina tomó la mano de su marido y lo
jaló—. Será mejor que todos vayamos a descansar.
—Me parece bien —aceptó Jason, tomando a su propia
esposa.
—Siento que me estoy perdiendo de algo importante —
apuntó Héctor—. Pero bueno, igual no me importa. Si me
disculpan, pienso retirarme a donde sí habrá una fiesta.
El menor se fue canturreando, deslizándose por el
barandal de la casa, hasta el primer piso, donde ya lo
esperaba un mozo que tendía su abrigo y bastón para su
salida.
Las parejas se miraron por un momento más antes de
separarse por el pasillo, sus habitaciones no estaban
separadas por mucho, pero era una distancia considerable.
En cuanto Jason colocó el prestillo a la puerta, Daira
comenzó a reír descontroladamente, parecía feliz o quizá la
demencia la alcanzó al fin, cualquier cosa era posible.
—¡Dios! —dijo presa de la risa—. Estaba furioso ¿lo ha
visto?
—Lo he visto.
—¡Estoy segura que no podrá dormir! ¡Vomitará fuego
antes de poder conciliar el sueño!
—Daira ¿estás bien con esto? —la tomó de los hombros—.
Lamento no haberte avisado que te besaría.
—No, no. —Ella sonrió—. Comprendí de inmediato, pude
seguir el juego perfectamente ¿no lo cree?
«Mejor que perfectamente, por poco y me olvido del plan
inicial y te hago el amor ahí mismo» se dijo Jason.
—Sí, me di cuenta de que captaste el objetivo.
—¡Pero claro! —ella brincó un poco y lo abrazó,
presionando sus labios contra el cuello de Jason—. Gracias,
jamás había sentido tanta satisfacción, quisiera hacerlo
sufrir por siempre.
El hombre rio un poco.
—Espero que no te vuelvas una apasionada de la
malevolencia.
—Un poco de maldad es necesaria, jamás había hecho
algo así.
—De acuerdo —Jason se acercó a ella, tomándole el rostro
con delicadeza y bajándolo ligeramente para colocar un
beso sobre su frente—. Tratemos de que esta relación sea
creíble, pero sin incomodarte con ello, ¿De acuerdo?
—De acuerdo —asintió feliz—. No me sentí nada
incómoda.
—Podemos hacer avances pequeños, ligeros toques, poco
a poco te irás acostumbrando a tenerme cerca sin que te
tensiones.
—¿Lo hago? —frunció el ceño cuando él asintió—. No me
doy cuenta, ¿qué es lo que hago?
—Te es imposible no reaccionar a la defensiva, pero lo
iremos cambiando, llegarás a confiar en mí plenamente.
Ella se mostraba tan desinteresada con el tema que tenía
que ver con el beso, que incluso llegaba a sorprenderlo. Tal
parecía que lo único que ella rememoraría de esa situación,
sería el rostro furioso de su hermano y lo bien que se sintió
al hacer algo que ella encontraba como desaprobatorio para
una dama de categoría.
—¡Papá! —gritó un pequeño niño rubio, quien al fin
mostraba su rostro molesto ante la tardanza de la pareja.
Tenía sus manos en jarras e incluso tamborileaba su pie
contra el suelo—. Quiero dormir ya.
—A sus órdenes —sonrió el mayor, tomando a su hijo al
vuelo y llevándolo de regreso a la cama—. ¿Por qué no te
dormiste?
—¡No trajeron mi leche!
—Lo siento cariño —sonrió Daira—, tendrás que
conformarte con una canción antes de ir a la cama.
Jackson no parecía del todo complacido, pero al no haber
otra opción, se metió en medio de la cama y esperó porque
sus padres lo rodearan. Sería la primera vez que Jason
estaría presente mientras Daira lo arropaba y lo ponía a
dormir. Debía admitir que era bastante efectiva, con una
sola canción y la dulce caricia sobre su nariz el niño terminó
inconsciente y feliz en el mundo de los sueños.
—Será mejor que nosotros también descansemos —sonrió
la joven, cobijándose y abrazándo al niño, quien se
acomodó rápidamente al calor del cuerpo de la mujer y
ambos durmieron.
Jason era incapaz de seguir a su esposa e hijo. Resultaba
ser que era incapaz de dejar de ver a la mujer que seguía
impresionándolo. Cada vez valoraba más su fortaleza y la
admiraba por su valor. Justo en ese momento le parecía un
espejismo el que estuviera dormida sobre su cama,
mostrándose relajada ante la presencia de lo que ella
consideraba una amenaza.
No era la primera vez que una mujer dormía en su cama,
en el pasado, aquellas que estuvieron bajo sus sábanas
caían en el estupor del sueño debido al cansancio, en un
estado de felicidad y satisfacción, abrazándose a él pese a
que Jason sintiera incómodo el acercamiento. Con Daira
ocurría lo contrario, pese a que su relación nunca había
pasado a algo tan íntimo, la sentía mucho más cercana a su
alma, le era imposible no enternecerse al verla abrazada a
su hijo como si este hubiera sido fruto de su vientre.
No podía encontrar la razón por la cual Daira le resultaba
tan diferente al resto, quizá fuera porque al fin le había
revelado parte de su pasado, tal vez era por el secreto que
compartían o incluso podría deberse a la atracción que
sentían el uno por el otro. Aunque no hacía falta encontrar
la respuesta y simplemente debía sentirse feliz por tener
interés con todo lo que se refería a su esposa.
Era la primera mujer desde… desde hacía mucho tiempo
que lo hizo sentir con vida, resultaba ligeramente aterrador,
pero no quería dar un paso atrás, todo lo contrario, ansiaba
experimentar lo que sería tener una relación con alguien
como ella, una persona que le brindara una vida llena de
paz y bienestar. Parecía ser que por una vez seleccionó a
alguien que podría ayudarlo a crecer y no a destruirse.
Capítulo 21

La casa de los Hamilton era una fortaleza impenetrable


para la mayoría de la sociedad. Únicamente los más
allegados a la familia eran capaces de traspasar las
murallas de la propiedad de los Sutherland. Para sorpresa
de todos, las puertas de aquella hermosa casona se
abrieron al público en general, al menos, las del gran
invernadero dónde se desarrollaría la fiesta.
Pese a que la temporada de frío tocaba a las puertas de
Londres, aquel lugar se conservaba en una calidez que
hacía soportable el camino ventoso y fresco que se tenía
que hacer para llegar a él. Los entusiasmados concursantes
estaban acomodando sus arreglos, mostrando las flores que
cuidaban y sonriendo a los jueces. Por otro lado, aquellos
que iban como acompañantes, invitados o meramente
curiosos, pasaban un buen rato junto a la más refinada
sociedad, entre ricos vinos, deliciosos entremeses y buena
conversación.
Jason se encontraba junto a sus primos, observando de
reojo a su mujer, quien no había quitado esa sonrisa desde
la noche anterior, cuando se fue a dormir con trabajos
debido a la emoción.
—Parece feliz —lo empujó ligeramente Adrien—. ¿Qué tal
va la vida de casado con la querida Daira?
—Es una mujer compleja, pero adora a Jackson.
—No es lo que pregunté.
—Es la respuesta que tendrás —sonrió evasivo.
—Por Dios —Micaela se acercó al escuchar la respuesta de
su hermano—. Dios mío, te gusta, ¡Ella te gusta!
Algunas miradas enfadadas se volvieron hacia la
escandalosa joven y continuaron con sus propias
conversaciones.
—No he dicho eso —Jason bajó su tono de voz, mirando a
su alrededor—. Y sería encantador Micaela que no lo grites a
los cuatro vientos, estamos lo suficientemente cerca como
para escucharte.
—Oh, Jason, estoy tan feliz por ti, Pridwen se expresa de la
mejor forma sobre ella —aseguró su hermana y frunció el
ceño—. Por cierto, ¿Dónde demonios está Pridwen?
—Por allá —apuntó Adrien, rodando los ojos—. Está
empecinada en ir con los jueces, descalificando todas las
flores para que las de Daira ganen, o algo por el estilo fue lo
que me dijo.
—Ella en verdad es una buena amiga —se introdujo
Sophia, llamando la atención de Jason, quien suspiró
enojado—. Sí, vengo justo a eso —asintió la mujer—. John
reitera su invitación.
—Estoy recién casado, ¿no pueden dejarme tranquilo?
—Jason… por favor, trata de entender la posición de John,
para él tampoco es fácil, le duele igual que a ti.
—¡Primita! —Héctor pasó un brazo por los hombros de
Sophia, provocándole un quejido—. Dejemos los temas feos
para después, ahora hablábamos de algo alegre: ¡Jason
tiene corazón!
—Y me alegro por ello, pero eso no quita que…
—Sophia —Micaela la miró con fastidio—. Es en serio.
—Pero bueno, quién diría que Micaela podía poner tal cara
de molestia —se burló Adrien—. Vamos Jason, busquemos a
Archie.
Daira observó aquella escena con el ceño fruncido, no
entendía la razón por la cual Jason tuviera tantas riñas con
los que fueran su antigua familia política ni tampoco por
qué era tan reticente a volver a esa casa. Quizá fuera por
los recuerdos que no podría evitar al tenerlos de frente, de
ser el caso, lo apoyaba, ella jamás regresaría a la casa
donde vivió con el conde de Melbrook.
—¿Es usted Daira Seymour?
—Buen día —ella se volvió alegremente hacia la voz que
la llamaba—. Disculpe, ¿lo conozco de alguna parte?
—Debimos haberlo hecho, mi querida niña, pero no
entremos en detalles ahora —el hombre pasó sus ojos por
las flores—. Debo admitir que son las más hermosas que
haya visto jamás.
—¡Oh, se lo agradezco mucho, señor! —sonrió la
muchacha—. Lo que hace que luzcan tanto es la
combinación, ¿ve lo hermoso de este arreglo? Se debe a
que tiene rosas, tulipanes y…
—Ah, mi niña, podría escucharte todo el día, pero me
temo que he de marcharme ahora, no quiero acaparar tu
atención.
—No es molestia alguna —dijo amablemente, acercándose
más al hombre—. Tome, ¿por qué no le lleva esta flor a su
esposa?
El hombre sonrió con dulzura.
—La aceptaría, pero me temo que haz de quedártela.
—¿Por qué? Oh, no me diga que su esposa…
—Daira.
La joven volvió la vista hacia su marido, quien se hacía
paso entre la gente. Ella lo saludó desde lejos con una
sonrisa y se volvió de nuevo para seguir atendiendo al
hombre con el que hablaba.
—Como le decía… —la joven frunció el ceño y miró de un
lado a otro. No se veía tan habilidoso hace unos segundos,
pero parecía que podía caminar bastante rápido como para
perderse entre la gente.
El caminar de Jason se aceleró cuando notó que su esposa
se inclinaba sobre la mesa que exponía sus flores. Ella
incluso estiraba el cuello y se apoyaba sobre la madera para
ver mejor, estaba claro que buscaba a alguien, pero lo que
lo preocupó fue su mirada.
—¿Qué sucede? —le acarició lo largo de la espalda hasta
dejar su mano sobre la cintura—. Te ves preocupada, ¿a
quién buscas?
—Estaba hablando con un hombre —dijo extrañada—.
Pero desapareció, incluso sentí como si se hubiese puesto
nervioso.
—Ya veo, creo que te estás abrumando, ¿quieres que…?
—Jason —colocó una mano en su pecho y rodó los ojos
divertida—. En serio estaba aquí, me preguntaba por las
flores.
—¿Cuál era su nombre? Quizá lo conozca.
—Mmm… ahora que lo pienso, no me lo dijo.
—Así que no tenía nombre… interesante.
—No te burles —lo empujó divertida—. Te digo que es
verdad, incluso sabía mi nombre.
—¿Será porque lo tienes en un gafete justo ahí? —apuntó
la zona de su pecho de donde colgaba la elegante placa de
madera tallada.
—Pero claro —rodó los ojos—. Lo siento, creo que me puse
paranoica por un momento.
—Está bien —Jason la volvió hacia él, colocando ambas
manos sobre sus caderas—. Si algo te incomoda o si tu
hermano se acerca, búscame de inmediato, ¿de acuerdo?
—Estaré bien —presionó sus labios contra los de él, tal y
como habían ensayado en tantas ocasiones—. Nos vemos
en un rato.
La pareja disfrutó del día cada uno por su cuenta, de vez
en cuando se encontraban, se sonreían a lo lejos o daban
besos indiscretos que la sociedad disfrutaba en contemplar.
Fue un evento agradable, llevadero y entretenido para la
sociedad abrumada por el venidero esplín del invierno.
Desafortunadamente para Daira, sus esfuerzos no fueron
suficientes para ganar a las flores de Archie, pero obtuvo un
aceptable segundo lugar y fue galardonada con la mejor
presentación, siendo sus arreglos los más innovadores y
llamativos.
—No dejo de sentirme decepcionada de haber perdido —
dijo la joven con un puchero exagerado.
—¡Oh, mi Daira! Intenté lavar el cerebro de los jueces
todo lo que pude, pero he de aceptar que las flores de ese
hombre son alucinantes, incluso creí ver un hada parada en
una de ellas.
—Por favor, Pridwen, ¿Hadas? —se burló Adrien.
—¿Tienes algún problema conmigo? —lo miró enojada—.
¿Qué no te enseñaron a no meterte en la conversación de
los demás?
—Estamos en una plática abierta —dijo obvio—, las
opiniones son aceptadas en estas condiciones.
—Lo siento Daira —su esposo besó tiernamente su sien—.
Pero Archivald tenía ventaja, es botánico.
—Lamento decirlo, pero no tenías muchas oportunidades
—sonrió Malcome, el hermano menor de los Pemberton.
—Debo admitir que tus flores son alucinantes, te lo
aseguro, jamás se me hubiera ocurrido semejantes
combinaciones, eran arreglos esplendorosos —sonrió Archie
con cortesía.
—Ella les canta, igual que tía Annabella —informó Micaela.
—Odiaba que mamá hiciera eso —negó Terry, mirando a
su esposa—. No tiene fea voz, pero tampoco es un ángel.
—Que malvado eres, yo creo que tía Annabella canta muy
bien —defendió Sophia, recargada sobre su hermano mayor.
—Pero nadie canta como Daira, deberías cantar, ¡vamos,
canta!
—Pridwen, no. —La joven tomó con fuerza el brazo de su
amiga para hacerla callar—. ¿Por qué siempre me haces
esto?
—Porque cantas bonito —aseguró la rubia—, ¿por qué
más?
—Sí, ¿por qué no cantas? —Terry buscó entre la gente y
sonrió al encontrar lo que buscaba—. Mamá sacó el piano,
tú tocas muy bien Jason, ¿por qué no la acompañas?
—Si ella quiere, puedo tocar una pieza —aceptó el hombre
y miró a su esposa—. ¿Qué dices? ¿Quieres intentarlo?
—No te atrevas a retarme —entrecerró los ojos con
diversión.
—¡Eso es! —aplaudió Héctor—. A cantar.
—Pero no quisiera importunar los planes de lady Hamilton
—Daira se apuró a detener a la manada de primos—. Quizá
ella…
—Tonterías, a mamá le encanta la música —negó Terry—.
Vamos, antes de que alguien horrible comience a cantar.
—Como lady Marguett —Grace fingió un escalofrío.
—Sí, Dios nos libre —coincidió su marido.
Los primos se encaminaron hacia el piano, jalándose los
unos a los otros, llamando la atención del resto de las
personas debido al escandaloso proceder con dirección al
piano.
—Jason —Daira tomó firmemente la muñeca de su marido
para detenerlo en su caminar—. ¿Estás loco? ¿Cómo crees
que voy a cantar delante de tanta gente?
—Tienes una voz preciosa, jamás imaginé que no habías
cantado frente a un público, ¿por qué aceptaste?
—Porque me retaste —dijo obvia.
—¿Esa es razón suficiente? —levantó ambas cejas—.
Bueno, ya qué, tendrás que hacerlo ahora que has
aceptado.
—No puedo, la gente me mirará.
—Daira, la gente siempre te está mirando, eres hermosa
¿recuerdas? —elevó una ceja burlesca.
—No es gracioso —volteó la cara y cruzó sus brazos.
—Vamos —Jason acarició los brazos de su esposa—. Es tu
oportunidad de llevarte el oro que Archie te quitó.
—Si no es un concurso de canto.
—Puedes imaginar que sí —elevó una ceja—. Anda,
vamos.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Daira al sentir la forma
en la que la palma de su marido se resbalaba o hasta tomar
su mano y la entrelazaba con la de ella. Era verdad que
desde hacía tiempo Jason se comportaba de forma más
cariñosa, y aunque normalmente le decía lo que estaba por
hacer para no sorprenderla, de repente actuaba totalmente
espontáneo, dirigiéndole dulces sonrisas y ligeros toques
que le erizaban la piel. Y ella hacía lo mismo, notando que
Jason aceptaba los cariños que gustase en regalarle, tal
parecía que comenzaban a acoplarse en la farsa que ambos
habían planificado minuciosamente para no levantar
sospecha alguna.
Sin pensarlo, la joven apretó la mano que la sostenía,
mostrando su nerviosismo, pero aceptando el lugar
preferencial que se le concedió junto al piano de cola
blanco. Su esposo tomaba lugar en el banquillo de madera y
la miró divertido, elevando una y otra ceja a modo de juego
hasta que la hizo reír.
—¿Qué cantarás, preciosa? —Héctor elevó su copa,
haciendo evidente que algo estaba por pasar, así que la
gente se acercó más.
—Bueno… —Daira se removió nerviosa, sonrió a su
marido y se inclinó para susurrar a su oído.
Jason elevó ambas cejas en sorpresa y la miró.
—¿Segura?
—Sí, segura.
Él asintió sin agregar nada más, colocó sus dedos en la
posición adecuada y comenzó a tocar la canción que ella
pidió. Daira lentamente acompañó al piano con su voz
melodiosa, viajando suavemente entre los oídos de los que
la alcanzaban a escuchar, su tono era tan hechizante que
más de uno dejó que su mandíbula se abriera y otros
simplemente cerraban los ojos para deleitarse. Era increíble
la forma en la que Daira era capaz de jugar con los tonos,
pareciese que tomaba lecciones de canto desde su niñez.
Cuando la voz y el piano detuvieron su coordinación
perfecta, los deslumbrados invitados comenzaron a
aplaudir. Primero lentamente, saliendo del estupor, para
después pasar a ser un sonido ensordecedor que ruborizó
las mejillas de la joven cantante, quien miró emocionada a
su marido que en ese momento se ponía en pie y se
acercaba para tomarle el rostro y besarla en lo que fue un
impulso que ella aceptó.
—Has estado fantástica —le susurró cerca de su oído.
—Gracias —sonrió ilusionada—. Usted estuvo espléndido.
—¡Pero si bien podría estar en la ópera! —Sophia empujó
algunas personas para quedar al frente—. Tengo contactos,
por si quieres.
—No podría hacer tal cosa —se avergonzó la joven,
cubriendo su rostro—, pero agradezco su amabilidad, lady
Sophia.
—¡Tonterías! ¡Es un desperdicio no exponer esa voz!
—Ha sido impresionante, querida —se adelantó la
anfitriona, con una sonrisa amable y ojos bondadosos—.
Nunca había escuchado una voz semejante, mi sobrina tiene
razón.
—Pero definitivamente apoyo tu decisión de no unirte a la
ópera —renegó Marinett, quien trató de respaldarse en su
marido.
—Es decisión de ella, Ojos Perla —James se inclinó de
hombros.
Las discusiones acerca de la voz de la nueva señora
Seymour se regaron por todo el lugar, llevándolos
rápidamente al debate sobre la libertad que debían darle de
que cantara para el público o que se limitara a los eventos
de clase social, como aquel. Sin embargo, la pareja hacía
caso omiso a la tormenta de ideas y continuaron disfrutando
de la festividad sin más preocupaciones. Ella no quería
cantar para un público y en dado caso que lo quisiera, Jason
no tenía problema con ello, así que las cosas estaban
resueltas.
—Parece que las lecciones de canto sirvieron para algo,
¿Cierto querida cuñada? —se acercó una muy enfadada Lina
Melbrook.
—Yo no soy tu familia —Daira apretó los puños.
—Sabes que sí —sonrió de lado—. Aunque he de decir que
yo tampoco me quedo atrás en cuanto a voz, tu maestro
solía decirme que era tan melodiosa como tú.
«Claro que lo hacía, porque te acostabas con él» pensó
Daira.
—Seguro que así es, lady Melbrook —ironizó Adrien—.
Aunque le recomiendo no intentar cantar ahora, es difícil
superar una buena primera impresión y Daira lo ha hecho.
—No dije que lo intentaría —elevó la nariz orgullosamente.
—¡Daira! —Pridwen saltó sobre su amiga, casi
llevándosela al suelo—. ¡Ha sido hermoso! No estaba muy
cerca para escucharlo, pero logré reconocerte, siempre
envidié tu voz.
—¿Y tú dónde estabas? —regañó Adrien como si se tratara
de su hija—. ¿Por qué no le dijiste a nadie?
—A veces se te olvida que soy una mujer adulta, ¿Verdad?
—lo miró divertida—. Vamos, Adrien, bailemos un poco.
—¿Qué? —el hombre la siguió debido a que ella ya tenía
prisionera su mano—. No hay música, loca.
—Esos dos son todo un torbellino de emociones —Jason
miró a la pareja con diversión y después a su esposa—. ¿No
lo crees?
—Ni qué lo digas.
—¿Disculpen? —Lina hizo énfasis en su voz chillona—.
Creía que estaba hablando con ustedes.
—Ah, claro —el hombre meneó la cabeza—. ¿Decías?
Lina sonrió, dando pasos paulatinos hacia ellos.
—Pueden engañar a todos estos idiotas de su supuesta
relación —elevó una ceja—. Pero no a mí —la mujer levantó
una mano, metiendo un dedo por entre uno de los botones
de la camisa de Jason, jalándolo ligeramente hacia ella—.
Recuerda que yo he estado en la cama contigo Jason, donde
Daira claramente no ha estado.
—Supongo que le es más fácil pensar eso, lady Melbrook
—se introdujo Daira, tomando la muñeca de su cuñada y
apartándola con desdén—. Pero le sugiero que no vaya por
ahí tocando a los maridos de otras personas, mucho menos
frente a su esposa, podría generarle mala fama… o en su
caso, empeorarla.
Los ojos de Lina brillaron en odio y levantó una mano
cargada de odio, siendo interceptada a tiempo por Jason,
evitando que llegase a tocar la mejilla de su esposa, hacia
donde iba dirigida.
—Fue bueno hablar con usted, lady Melbrook —disimuló la
agresión al llevarse el dorso de la mujer hasta los labios—.
Con su permiso, he de llevarme a mi esposa por unos
momentos.
La respiración de Daira era errática, estaba enojada y al
mismo tiempo conmocionada por lo que estuvo por ocurrir.
Pero no podía evitar disfrutar el semblante dolido y
humillado de la mujer que se encargó de atormentarla toda
la vida. Era un sentimiento extraño, pero le encantaba
incordiar a lady Melbrook cada vez que podía, pasaba lo
mismo con su hermano, era una satisfacción que la envolvía
y la convertía en una persona diferente a la que era en
verdad. La hacía imprudente y para con su marido,
completamente impredecible.
Caminaron en silencio por los jardines que comenzaban a
quedarse desnudos ante la afluencia del invierno. Y aunque
ambos se volvieron a colocar los abrigos, no les eran
suficientes contra el cruel frío, así que se acercaban más de
la cuenta para adquirir calor del otro.
—¿Crees que sea verdad? —inquirió Daira después de un
largo silencio—. ¿Crees que note que no hemos consumado
el matrimonio?
—Dudo que tenga esa capacidad, aunque es un buen
truco para hacer trastabillar a las personas —la miró de
soslayo—, pero tú tomaste las riendas de la situación y la
acomodaste a la perfección.
—Bueno, supuse que a ninguna mujer le gustaría una
actitud similar de una amante para con su esposo.
—Ella ya no es mi amante.
—Eso no importa —se inclinó de hombros—. ¿O sí?
—Supongo que no —Jason metió las manos en sus
bolsillos.
—¿Por qué me trajiste aquí? Hace frío y la verdad
pensaba…
—Quiero mostrarte algo.
Ella apretó una sonrisa y lo siguió divertida hasta llegar a
un lugar despejado de árboles y flores. Allí tan sólo había
espesos y altos arbustos protegiendo como murallas un
interior desconocido.
—¿Qué hay ahí?
—Es el jardín de mi tía, se supone que es muy especial.
—Entonces será muy privado —lo miró preocupada—,
seguro no gustará que entren intrusos.
—Es mi tía Daira, la desobedezco desde que tengo uso de
razón, incluso he entrado con el tío Thomas.
—Tu tío me da miedo.
—Haces bien en tenerlo —elevó las cejas y se adelantó
hacia la puerta, las cuales abrió para ella.
—¿En serio? ¿Por qué? —Daira se agachó por instinto al
pasar por la puerta de madera que estaba flanqueada por
arbustos—. Lo he preguntado, pero todos parecen
atemorizados de decir algo.
—Mi tío y mis primos se encargan de cosas peligrosas, es
mejor no saber ni preguntar mucho sobre ellos.
—Genial, ahora tengo mucho más miedo.
—Ven —le tomó la mano y comenzó a dirigirla por el
pasillo de arbustos que había en el interior—. Listo, ¿no es
impresionante?
—Es mucho mejor que eso… —giró sobre sí misma,
totalmente deslumbrada—. Es hermoso.
—Mi tío lo mandó a hacer —explicó—. Es un regalo
especial porque son las flores que mi tía ama, incluso su
anillo de matrimonio está hecho con la figura de esta flor.
—Huele delicioso —la joven cerró los ojos, inhalando con
fuerza—. Gardenias, son inconfundibles. Jason, ¿Qué hago
aquí?
—No lo sé —Jason miró a su alrededor—. Siempre me
gustó este lugar. Me parecía extraño que un hombre como
el tío Thomas pudiera expresar tanto… amor, por alguien,
su carácter no es muy cariñoso, pero esto demuestra cuanto
quiere a su esposa, ¿no crees?
—Sí, supongo. —Ella seguía sin comprender.
Jason pasó sus ojos por el hermoso jardín flanqueado por
altos arbustos que resguardaban el secreto de las gardenias
en su interior.
—Siempre me gustó la idea del amor —declaró,
sentándose en una banca de piedra blanca—. En el pasado
fui impulsivo en cuanto a ello, jamás lo pensé muy bien,
supongo que no hacía falta hacerlo.
—Es normal cuando eres joven, ¿no?
—Sí. Hasta cierto punto lo es —aceptó—, pero ya no
quiero ser impulsivo, quiero tomarme las cosas con calma,
conocer a la persona con la que pasaré mi vida —la miró de
soslayo y le tomó las manos con delicadeza—. La realidad
es que estamos casados y así será a partir de ahora, así que
me gustaría conocerte, en verdad hacerlo y no sólo fingirlo,
quiero que todo lo que te dé y lo que tú me des sea real.
Ella lo miró con incomprensión por un largo momento,
después bajó hasta el enlace de sus manos. Nervios, eso
era lo que sentía subiendo de forma desagradable por todo
su cuerpo; después llegó la incomodidad, nuevamente se
sentía amenazada. No entendía por qué quería cambiar las
reglas del juego, ¿por qué ahora estaba interesado en
conocerla? ¿En acercarse a ella? Eso no fue en lo que
habían quedado, había dicho que todo sería una fachada y
ahora…
Se puso en pie, alejándose de él con piernas temblorosas
al notar hasta ese momento que la puerta estaba cerrada,
¿por qué la había cerrado? ¿Por qué no lo notó antes? Bajó
la guardia con él, comenzó a sentirse demasiado cómoda.
Debió recordar que Jason era un hombre y todos eran
iguales, jamás debió dejar de sentir miedo, eso era
fundamental para la supervivencia, para que no le hicieran
daño.
—Daira. —Ella saltó lejos, totalmente a la defensiva. Jason
suspiró y asintió—. No te estoy presionando, el que quiere
conocerte soy yo, el interesado soy yo, así que tú puedes
seguir como hasta ahora, nada ha cambiado.
—Todo ha cambiado —dijo enojada—. ¿Por qué lo hiciste?
—¿Mostrar interés en la persona con la que me casé?
—Dijiste que no te gustaba, que no me soportabas, pensé
que seguías enamorado de tu antigua esposa, ¿por qué
cambias las reglas?
—No estoy cambiando nada Daira, ¿Te es tan difícil confiar
en las personas que muestran un interés sincero en ti?
—Sí. —Levantó las manos—. Creía que había quedado
claro desde el principio. Yo no creo que alguien que tenga
un interés sincero en mí piense en otra cosa además de
llevarme a la cama.
—Por Dios —Jason negó incrédulo—. Eso es ir demasiado
adelante, diste un brinco enorme en cuanto a relaciones.
—¿Entonces qué quieres?
—¡Nada! —dijo exasperado—. Quiero acercarme a ti sin
que sea una mentira, tocarte sin que sea ensayado o por
demostrar algo. Me interesas Daira, ¿te parece tan
repulsivo?
—Yo… —ella negó confundida—. No lo sé, no entiendo.
—¡Perfecto! No tienes que entenderlo, estas cosas no son
racionales, simplemente podrías dejarte llevar un poco, fluir
con lo que suceda y con lo que sientas —se acercó
paulatinamente, con cuidado—. ¿O es que te desagrada
cuando te toco?
—N-No. —Ella frunció el ceño y se alejó un poco.
—¿Cuándo te beso? —Jason avanzó de nuevo.
—N-No. Pero era mentira —se excusó.
—Pese a que fuera fingido, el toque era real y deja huella,
se siente extraño ¿verdad? Quizá un cosquilleo, ¿lo sentiste
alguna vez?
—Bueno… a-a veces.
—¿Y te provocaba algo negativo o positivo?
—Yo… no sé —miró nerviosa hacia los lados—. Positivo…
creo.
—Eso es un comienzo, es lo único que te pido.
—¿Por qué cerraste la puerta Jason? —susurró temblorosa,
nerviosa, llena de dudas e inseguridades.
—Quería estar a solas contigo —dijo naturalmente—.
Hemos estado a solas muchas veces Daira y jamás te he
hecho daño, ¿o sí?
—No, nunca —aquello fue dicho con firmeza—. Y… no lo
harías ¿verdad? Puedo seguir confiando en ti como hasta
ahora.
—Jamás te haría daño. —Ella asintió. Jason la notaba un
poco más tranquila, así que se acercó y elevó las manos
hasta colocarlas en los brazos desnudos de su esposa, quien
dejó salir un suspiro asustado y cerró los ojos, pero no se
alejó—. ¿Me tienes miedo?
—No —aseguró, aún sin abrir los ojos, con su cuerpo en
estado de tensión—. ¿Cómo me debo comportar? ¿Qué debo
hacer ahora?
—Nada —sonrió Jason—. Nada en lo absoluto.
—¿Nada? —lo miró entonces.
—Bueno, quizá me gustaría que cuando me acerque a ti a
partir de ahora, no parezcas una piedra —la zarandeó
ligeramente, haciéndola reír—. Seguimos siendo los
mismos, confía en mí.
—L-Lo intentaré.
—Con eso me es suficiente.
Jason pasó su grisácea mirada por el rostro dubitativo de
su esposa. Sonrió sin poder evitarlo y la besó,
desconcertándola lo suficiente como para que diera un
gritito y se llevara una mano a los labios. Fue una caricia
corta y muy inocente, pero fue la primera que se dieron sin
fingir y en una completa soledad.
Capítulo 22

Desde hacía tiempo que el invierno había tomado


posesión de Londres, cubriendo la ciudad con una sábana
blanca, ventiscas que helaban hasta los pensamientos y
paisajes de árboles desnudos. Aún estaba oscuro y no
había mucho movimiento, seguía siendo temprano,
demasiado temprano como para que un niño estuviera
despierto, así que era tarea de sus padres el llevarlo
abrigado y en el estupor de los sueños hasta la carroza que
los llevaría directamente a Eaton Hall, hogar de los duques
de Westminster.
¿Quién negaría que la insistencia tenía sus frutos? Que los
Seymour estuvieran de camino hacia Cheshire lo
comprobaba. Muy a pesar de las excusas que Jason logró
poner, eventualmente no tuvo sentido seguir inventando
tonterías y decidió acabar con el asunto cuanto antes, de
preferencia antes de Navidad.
—Es un ultraje que nos hagan viajar con este clima.
—Lo has decidido tú, el llegar temprano para irte
temprano, ¿recuerdas? —sonrió Daira, con el niño dormido
en brazos.
—Creo que fue tonto, está claro que no nos dejarán
regresar hasta pasadas las fiestas —se cruzó de brazos.
—Al menos no tendremos que soportar a los Melbrook.
—Temo decirte que Sophia suele dar fiestas glamurosas
en estas fechas, lo hace más que nada para sacar temas de
las Suffragettes y Lina es parte de ese grupo, como toda
mujer sofisticada y socialmente bien acomodada —torció los
labios—. Así que la invitará.
—Es desafortunado —sonrió—. Aunque el tema de tu
prima me es emocionante, ella habla con tanta pasión sobre
lo que le interesa.
—Ella habla así de todo, es artista, no podía ser diferente.
—Tu familia es… —Daira buscó las palabras—, muy liberal,
tienen un pensamiento tan diferente al usual…
—No te creas, a tía Elizabeth casi le da un infarto cuando
la vio en su primera obra, pero debo admitir que las mujeres
de mi familia son obstinadas con lo que quieren, suelen
lograr sus objetivos.
—Eso es magnífico, pareciera un sueño.
Resultó inquietante para Jason escucharla hablar con
tanta sorpresa sobre un tema que para él era más que
normal. En su familia las mujeres no eran vistas como
inferiores, desde pequeños se les inculcaba a los varones el
cuidarlas mas no a menospreciarlas. Era difícil de creer que
no todas las mujeres gozaban de las libertades y amplia
educación que sus primas y hermana disfrutaron.
—¿Qué me dices de ti? ¿Hay algo que te apasione?
—¿A mí? —Daira apretó los labios y miró hacia la ventana,
sintiendo un gran vacío al no encontrar nada—. Creo que
no.
—Quizá no lo has pensado bien, creo que jamás te
planteaste el tener la oportunidad de desempeñarte en algo
que ames.
—¿Me estás proponiendo algo? —sonrió de lado.
—Digo que, si encontraras algo que de verdad quieres
hacer, deberías dar todo por ello, yo no seré un
impedimento. —La miró de soslayo, meditando un poco—.
¿Qué me dices del canto?
—Oh, bueno —se avergonzó—, no sé si podría dedicarme
a ello, me da mucha vergüenza, me siento cómoda
cantando a Jack, pero…
—Comprendo —se reacomodó en el asiento— deberías
pensarlo.
Por unos momentos, la joven se dedicó a pensar en sus
gustos y en cómo podría emplearlos para hacer algo de su
vida. La perspectiva la abrumó y llenó de felicidad en
igualdad. Sin embargo, una carroza en movimiento con un
niño pequeño lloriqueando y un marido quejumbroso no era
el mejor lugar para pensar en ello. Daira no pudo evitar
sonreír al ver el rostro compungido de su marido, tal parecía
que era otra de las personas a las que no les gustaba seguir
órdenes.
—Me alegra saber que al menos estará Pridwen —quiso
sacar un tema de conversación—, me sentiré más cómoda
con su presencia.
—Sí. Otra de las estrategias de mi prima para lograr su
objetivo.
—¿Qué tengo que ver yo con tus decisiones? —Daira
encajó su mirada en la de su marido—. Si no hubieras
aceptado, yo no habría podido cuestionar tu decisión.
—Quizá. —Asintió distraídamente, mirando por la ventana
—. Pero al final, ¿quién fue la que me convenció de venir?
Un leve sonrojo tomó posesión de las mejillas de Daira al
mismo tiempo que escondía una sonrisa alegre al volver su
rostro hacia el paisaje que desfilaba por la ventana. Sin
embargo, por primera vez le parecía más interesante el
interior de la carroza, que el exterior. Jason era un hombre
gallardo, se descubría mirándolo a escondidas más veces de
las que le gustaría aceptar, recorriendo sus facciones
varoniles de larga nariz y fuerte mentón; sus ojos grises
enfocados en la nieve, sus largas pestañas doradas rozando
las cejas tupidas. Todo en él parecía emblemático y
cautivador, incluso con esa postura desfachatada sobre el
asiento y el brazo fuerte que terminaba con una mano
empuñada, donde recostaba una mejilla.
—¿Qué ocurre? —La miró, siendo consciente de su
inspección.
—Nada —dijo tranquila, sin apartar la mirada—. Me parece
que es la primera vez que me doy cuenta que es usted muy
apuesto.
—¿En verdad? —sonrió galantemente—. Vaya, casi parece
una ofensa, llevamos meses de conocernos.
—Lo siento, antes de ver el exterior de las personas me es
más importante conocer el interior.
—¿Y qué fue lo que descubriste mientras no veías mi
rostro?
—Lo suficiente para confiar en usted —elevó una ceja.
El resto del camino fue una incesable sucesión del dormir
y despertar de Jack, ambos padres preferían mantenerlo
dormido, pero el niño se mostraba intransigente, una vez
que hubo despertado del todo, no existió forma de volverlo
a poner a dormir. Como era de esperarse en un niño de
cuatro años, impresionable y que comenzaba a cuestionar el
mundo por primera vez, mantuvo los ojos abiertos y la nariz
pegada a la ventana que los resguardaba del viento helado.
—Mamá, ¿por qué es frío? ¿Bond siente frío?
—Estamos en invierno —contestó pacientemente a lo que
fue el final de un largo interrogatorio—. Y sí, siente frío.
—¿Llegaremos pronto? ¿Bond estará enojado por no
verme?
—No falta mucho Jackson y Bond está en la otra carroza,
seguro estará dormido —Jason tomó a su hijo en brazos y lo
sentó en su regazo—. Recuerda, tienes que saludar a tus
tíos y a tus primas.
—Pero ellas son niñas. —arrugó la nariz.
—¿Qué pasa con las niñas? —se adelantó Daira con una
sonrisa—¿Es que te caemos mal?
—Tú no eres niña, mamá —dijo obvio—, tú eres una
mamá.
—Claro que lo soy o alguna vez lo fui.
El pequeño frunció el rostro con aversión.
—Le durará poco —sonrió Jason, acariciando el cabello
rizado de su hijo para despejar su frente, donde plantó un
beso.
—Ya lo creo que sí.
Llegaron a Eaton Hall pasando la media tarde. Los duques
los esperaban en la entrada de su propiedad con grandes
sonrisas y sus hermosas mellizas revestidas en satén,
encaje y listones rosados. En los ojos de aquellas pequeñas,
Daira pudo notar la rebeldía que ambos padres guardaban
en su interior, así como su determinación y quizá testarudez
por lo que buscaban.
Daira tomó la mano del pequeño Jack, quien la apretó con
la fuerza de sus nervios. Ella le dio una sonrisa
tranquilizadora, la mejor que pudo componer al estar en la
misma situación que él y siguió con el camino que marcaba
Jason hacia la familia de los duques.
—¡Oh, al fin llegan! —Sophia Ainsworth bajó las escaleras
con los brazos abiertos, primero dirigidos hacia su primo y
después hacia Daira y el pequeño—. Hola Jackson, ¿Cómo te
encuentras?
El rostro del infante se transformó lentamente en un ceño
fruncido, Jack se llevó un dedo a la boca y se aferró al
vestido de su madre, escondiendo la mitad de su cuerpo
detrás de ella.
—Jack —Daira se agachó hasta quedar a la altura del niño,
tomándolo de los hombros para reprenderlo ligeramente,
ayudándolo a sacar el dedo de su boca—. Saluda a tu tía.
—No te preocupes Daira —sonrió Sophia, quien también
se agachó junto al niño, dándole una ligera caricia en su
mejilla—. ¿Te gusta el chocolate, Jack? —el par de pequeños
ojos grises buscaron a su padre, pero asintió mucho antes
de que Jason diera su permiso—. Bien, te puedo dar algo
justo ahora, ¿Quieres acompañarme?
Como toda respuesta, el niño dio unos pasos hacia su tía,
quien le estiraba una mano que terminó siendo tomada,
sonriendo ante la expectativa de recibir un dulce mucho
antes de lo que sus padres se lo permitieran normalmente.
Sophia se mostró anonadada ante su pequeña victoria,
guío al niño al interior de la casa, hablando también a sus
dos hijas, quienes fueran un poco mayores pero lo
suficientemente infantiles como para sentir celos porque su
madre fuera generosa con un niño extraño, aunque este
fuera uno de sus primos.
—Pasen, por favor —pidió el duque con gentileza y
autoridad entremezcladas en su tono—. Tenemos un
aperitivo preparado para ustedes, ¿se detuvieron para
desayunar?
—Sí, mi lord —se adelantó Daira al notar la reticencia de
su marido por contestar o simplemente avanzar—. Hicimos
una parada en un hotel cercano a eso de las diez, aun así,
muchas gracias.
Los ojos entre grises y azules se fijaron en ella en medio
de un escalofriante análisis. El duque no lo hacía con la
intensión de intimidarla, su mirada era así sin proponérselo.
Daira lograba entenderlo, hasta cierto punto era entendible
que tratara de estudiar a la mujer que ocuparía el lugar de
su hermana, no sólo como la esposa de Jason sino como la
madre del niño que fuese a ser su heredero.
—Para ya, John —se adelantó Jason, tomando la cintura de
su esposa—. Si buscabas ser poco hospitalario, lo has
logrado.
—Esa no era mi intensión —pestañeó el caballero,
enfocando su cabeza—. Lo lamento señora, mi
comportamiento es reprochable, es usted bienvenida a esta
casa, no dude de ello.
Una vacilante sonrisa se deslizó por el rostro de Daira.
Algo en el duque le resultaba amenazador, creándole un
sentimiento persistente que la hacía sentir en constante
peligro de muerte. Como si detrás de esa fachada apuesta y
distinguida se ocultara un monstruo.
—Acabemos con esto de una vez —gruñó Jason, entrando
a la casa en la que alguna vez cortejó a la madre de su hijo.
La hermosa mujer que fue dejada atrás, permitió que un
suspiro cansino saliera de sus labios. Se volvió hacia el
duque que seguía sin apartar su mirada escrutiñadora de
ella y elevó una ceja en un rostro lleno de una renovada
seguridad y aplomo.
—Lo siento, señora —se avergonzó el caballero—. No es
mi intensión incomodarla, únicamente busco… comprender.
—¿Comprender qué cosa, duque?
—El cómo fue que lo logró.
—Sigue siendo una pregunta dispersa, mi señor.
—Por supuesto —cerró los ojos—. Me refiero al hecho de
que es obvio que Jason tiene un sincero interés en usted.
Nosotros intentamos por años traerlo de regreso al mundo,
pero fue inútil.
Hasta ese momento, Daira pensó que la dura mirada que
le dirigía el duque se debía a una lealtad hacia su hermana;
pero resultaba ser que lo único que le daba curiosidad era
ella como persona y si no se equivocaba, estaba realmente
interesado en la integridad e incluso la felicidad del hombre
que fuera su esposo.
—No ha de preocuparse más por él, duque —se acercó y
le tomó con fuerza y determinación una de sus manos—. No
sé lo que pasó entre su hermana y mi esposo, pero le
aseguro que sea lo que sea, eso está en el pasado, tanto él
como yo buscamos un futuro juntos.
—Jason no había dado muestra de ello —dijo pesaroso—.
Mi hermana fue para él un ancla que lo llevó hasta una
profunda soledad y desesperación. Lo dejó navegando en el
dolor por mucho tiempo.
—Puedo ver que lo aprecia, y le puedo asegurar que yo
siento lo mismo por él. —Trató de darle paz al duque—. Es
usted un buen hombre, pero le ruego que deje de intentar
analizarme o intimidarme, no es mi idea lastimar a mi
marido, se lo aseguro.
—Lo agradezco y prometo no hacerlo más —levantó las
manos, mostrando una hilera de dientes blancos que
formaban una sonrisa que casi parecía una ilusión en ese
rostro en su normalidad serio.
Establecida la paz, el duque y la actual condesa pasaron a
la casa en medio de una plática educada que se basó en
trivialidades de Londres y la larga ausencia del duque en la
capital. Tal parecía que, muy a diferencia de lady Sophia, el
duque prefería el campo, lo cual los llevó a un esporádico
distanciamiento para complacencia de ella.
—Me parece extraordinaria la fe que deposita en su
esposa.
—No voy a negar que en un inicio me parecía doloroso el
que quisiera irse —aceptó el duque, sin tratar de aparentar
que todo era perfecto—, pero la entiendo, lo necesita y no
puedo retenerla.
—Aunque creo que lady Sophia tampoco soporta mucho
tiempo lejos de usted, mi lord —elevó sus comisuras al
notar el rostro alegre del duque—. Me parecen una pareja
muy hermosa, aunque…
La joven mordió sus labios para no cometer una
indiscreción.
—Sí, lo puede preguntar, está en su derecho de hacerlo —
el duque se adelantó a su línea de pensamiento, su mirada
dolorida daba muestra de ello—. Mi esposa sufrió un
percance después de dar a luz a nuestras hijas, ella… no
puede, le es imposible ahora.
—¿No existe cura alguna?
—Temo que no —suspiró derrotado—. Es pesado para mí,
veo el daño que le hace, aunque intente disimularlo.
—Pero para usted es suficiente con lo que tienen ahora
¿verdad, mi lord? —Daira casi parecía suplicar—. Debe serlo
¿cierto?
John cerró sus ojos lentamente, dejándose atrapar por la
oscuridad detrás de sus párpados, donde los recuerdos y
pensamientos solían esclarecerse con mayor facilidad.
—Por supuesto que lo es —abrió los ojos sin enfocar a su
acompañante—. Ella lo es todo para mí, las hijas que me dio
son más que suficientes para mi completa alegría, incluso si
no las hubiéramos podido tener. —Tomó aire—. Prometí a su
padre jamás hacerla sentir culpable si es que jamás llegaba
a darme un heredero, pero no puedo hacer nada cuando es
ella misma quien se martiriza con ello.
—¿Por eso su insistencia de traer a Jack?
—De alguna forma quiere compensarlo, sé que el niño
será bien educado por su padre, no pongo duda en ello —
aseguró—. Pero apoyaré a mi esposa en lo que sea que
piense, ese mi trabajo.
—¿Qué es lo que se propone lady Sophia? —Daira frunció
el ceño, comprendiendo que era algo que podía afectar a
Jason.
Los labios del hombre se apretaron hasta formar una fina
línea.
—Quiere traerlo aquí para inspeccionar su educación.
—Estará usted bromeando —elevó una ceja confusa—.
Sabe perfectamente que ese niño y su padre casi son una
misma persona. Pese a que se ha acoplado a mí, Jackson
siempre preferirá a su padre. En momentos de terror,
necesidad o simplemente cariño, lo busca a él primero, se
alegra en su presencia y lo añora en su ausencia.
—Tengo conocimiento de ello —su voz se endureció—.
Pero ¿qué espera que haga? Es mi mujer y quiero hacerla
feliz.
—No lo conseguirá, Jason se negará.
—Eso lo sé, no pienso quitarle a su hijo —esclareció—.
Esta invitación no es una trampa, tranquilícese y desestrese
su cuerpo. Los he mandado llamar para persuadirlos de que
se vengan a vivir a la casa cercana que Jason compró,
queda a unos cuantos kilómetros de Eaton Hall, ese es todo
mi propósito.
—Por qué sería necesaria una persuasión para ello? —
había algo que no terminaba de encajar y, al observar la
expresión del duque lo comprendió—. Es la casa que
compartía con su antigua esposa.
—Sí.
—Supongo que él jamás quiso volver ahí —hizo una
mueca de intranquilidad—. Le recordará mucho a ella.
—Necesito que me ayude —pidió el duque—. Es verdad
que en parte lo hago para complacer a Sophia, pero tiene
que aprender a llevar este ducado también, debe estar bajo
la dirección de su padre, sí —aceptó—, pero también me
necesitará a mí como su instructor.
Daira mordió sus labios, sintiendo el estrés subir por su
cuerpo ante la petición. Aquello podría ser sencillo para una
esposa normal, pero ellos no tenían una relación tan
profunda, apenas comenzaban a conocerse y, pese a que ya
eran confidentes de algunos secretos, Daira aún no tenía la
confianza de hacerle una petición semejante.
—Mi lord, yo no…
—Sé que tienen poco de estar casados, pero no hay duda
de que ejerce cierto poder en él —la interrumpió ante la
negativa en sus palabras—. El simple hecho de que esté
aquí es muestra de ello.
Jason le había dicho lo mismo, pero ella seguía sin
tomarse todo el crédito, creía que al final de cuentas, al ser
el padre de ese niño, fue consciente del peso que
eventualmente caería sobre sus hombros y la necesidad que
tenía por aprender a sobrellevar ambos títulos.
—Se lo haré saber, mi lord, es todo lo que puedo
prometer.
—Gracias —John se adelantó y le tomó la mano—. En
verdad lo agradezco, será bueno para Jackson.
Dio un leve asentimiento hacia el duque antes de
proseguir con su camino. En realidad, no tenía idea hacia
dónde se dirigían, pero sus pensamientos le impedían
enfocarse en algo tan trivial como la dirección de sus pasos
que, al final de cuentas, estaban siendo guiados por el
duque, mientras que las decisiones y acciones que tenía
que tomar, debían ser únicamente de ella.
—Daira —su esposo la llamó en cuanto la tuvo en su
campo de visión. Ya no parecía tan enojado como cuando
llegó, quizá en ese tiempo estuvo bebiendo lo suficiente
como para lograr relajarse—. Ven, vamos a nuestra
habitación.
—Jason…
—Luego, John —concedió cortés—. Luego, lo prometo.
La mano estirada de Jason fue alcanzada rápidamente por
la de su esposa, quien se acomodó a su lado con
naturalidad y caminaron fuera del salón. El duque no pudo
más que sonreír hacia ellos, se sentía feliz por Jason, le
entusiasmaba que hubiera encontrado a una mujer que lo
volviera a hacer sentir vivo.
—¿Qué sucede John? —Los ojos claros del duque volaron
hasta posarse en su mujer, quien se acercaba a él con un
rostro preocupado—. No me digas que discutieron.
—No hubo oportunidad, estuve hablando con Daira
durante todo este tiempo —la abrazó de tal forma que ella
fuera capaz de ver lo mismo que él—. Creo que es una
buena mujer.
—Sí —Sophia suspiró y se reacomodó en los brazos de su
marido—. Me lo parece también, ¿crees que pueda
convencerlo?
—Mi amor —la giró en sus brazos—. Quiero que dejes de
obsesionarte, ¿cómo fue que esto comenzó? ¿Quién te
metió tales desavenencias? Pensé que defenderías con uñas
y dientes el derecho de tus hijas como mis descendientes.
—Me gustaría decir que es posible John, pero sé que no —
bajó la mirada—. No dar un hijo a un duque…
—Eso no me importa, el hijo de mi hermana llevará mi
título, me agrada el hombre que es su padre, incluso me
agrada su nueva esposa —elevó una ceja y se inclinó para
besarle la mejilla—. Quiero que seas feliz y disfrutes de
nuestras hijas, de nosotros.
—¡Sé que es tonto! —alegó—. Pero no es sólo por no
poder tener un varón, es el hecho de no poder tener más
hijos —apretó la camisa de su marido entre sus manos—.
Siempre me gustaron las familias grandes, me agradaba la
idea de formar algo que fuera de nosotros.
El rostro de John brillaba con el más puro cariño que un
hombre podría experimentar hacia una mujer. Adoraba a su
esposa y esa revelación le dolió, pero al mismo tiempo, lo
hizo comprender sus anhelos y la desesperación que sentía.
—Buscaremos ayuda Sophia —aseguró—. Si es tu deseo
tener más hijos, encontraré la forma de poder dártelos.
—Pero John —apretó los labios—. Sabes que no puedo.
—La medicina avanza todos los días —aseguró—. Ten fe.
Ella apretó una sonrisa, permitiendo que un par de
lágrimas traicioneras salieran de sus ojos.
—Soy tan afortunada de tenerte —lo abrazó—. Espero que
Jason encuentre algo igual en la persona que ha elegido.
—Lo espero también.
Los pasillos, las estancias y recámaras de esa mansión
eran del total conocimiento de Jason Seymour. Se sabía que
el hombre vagaba por esa casa mucho antes siquiera de
presentarse con el duque como pretendiente oficial de su
hermana. Su personalidad atrabancada y pasional lo había
llevado a cometer una fechoría que por poco le cuesta la
vida. Era de esperarse que al cometer un pecado en contra
de un hombre tan loable y respetado como lo era John
Ainsworth, lo mínimo que se esperara era un duelo, sobre
todo cuando el honor de su hermana estaba de por medio. Y
casarse con Annelise no fue una condena, se enamoró de
ella gracias a su rebeldía, su actitud aniñada y caprichosa;
pero en definitiva no volvería a cometer una trastada igual,
ni siquiera en medio de la locura.
Todo en aquel hogar evocaba recuerdos que llegaban de
golpe a la cabeza de Jason, abrumándolo al punto de sentir
debilidad. Fueron años los que pasó en esa mansión en
compañía de su antigua esposa, le fue sencillo encariñarse
con John, con sus hijas y con el futuro que le esperaba en
una vida con esa mujer a su lado. Todo se derrumbó en
cuestión de segundos, resultaba impactante la facilidad con
la que caía a pedazos la utopía del amor, aplastando a al
más débil, atrapándolo de por vida en los escombros o
sucumbiendo ante ellos.
Fue feliz, no podía negarlo, tuvo a su hijo gracias a esa
relación y era algo que no cambiaría por nada en el mundo,
no cambiaría ninguna de sus decisiones si el resultado
seguía siendo Jackson.
—Jason —la voz entonada de Daira lo trajo a la realidad.
Se había acercado lo suficiente a él como para poder
colocar las manos sobre sus mejillas rasposas—. ¿Qué
ocurre? ¿Te sientes bien?
Soltó el aire de forma abrupta, dejando ir en esa
exhalación todas sus angustias para poder enfocarse en la
mujer que parecía preocupada por él. Sonrió. La belleza de
Daira era despampanante, resultaba difícil elegir el lugar en
dónde enfocar la mirada, puesto que, en cada rasgo, había
una beldad inexcusable. Sin embargo, a Jason le agradaba
encontrar el error en la perfección, porque con ello la hacía
más real, más humana y le era menos quimérico el hecho
de que fuera su esposa. Le gustaba la pequeña peca que
estaba colocada al final de su quijada y junto a su oído, la
forma en la que arrugaba la nariz cuando estaba
disgustada, la sutil diferencia entre sus cejas, la textura de
sus labios que solían resecarse y las pequeñas arrugas que
se formaban junto a sus ojos cuando sonreía.
—Me alegra que estés aquí conmigo —la jaló hasta su
pecho y besó su cabeza—. No sabría qué hacer sin ti.
—Jason, son buenas personas, están preocupados por ti.
—Lo sé —la apretó contra sí—. Pero detesto que quieran
arreglarme la vida como si fuese un muchacho sin razón.
—En realidad sólo están evaluando las decisiones que has
tomado —Daira se alejó lo suficiente para que sus ojos se
toparan—. Creo que desean saber si soy buena para ti y
para tu hijo.
—No les corresponde juzgar algo que yo ya he decretado.
Ella negó con lentitud y sonrió sin apartar su mirada de él.
—Eres bueno con las palabras Jason Seymour, no te lo
puedo negar, tu coqueteo es sutil, pero siempre va al punto
deseado.
—¿Te molesta? —la acercó, besando detrás de su oreja en
repetidas ocasiones, causando un escalofrío que recorrió el
cuerpo entero de la joven—. Quiero besarte Daira.
—No sabía que ahora se había establecido la norma de
pedir permiso para algo así —ella sonrió divertida—. Lo
tomaré en cuenta.
—Mejor no lo hagas —frunció la nariz y la besó
dulcemente, prolongando la caricia en todo lo que le fuera
posible—. Vamos, escojamos una habitación que sea de
nuestro agrado.
—¿Es que no te han dado una?
—Sí, pero odio estar en el ala este —se inclinó de hombros
—. Vamos, busquemos otra.
—Pero Jason…
El hombre la jaló por los pasillos, riendo de su reticencia e
inseguridad al desobedecer una orden dada por los dueños
de la casa. Tal parecía que Daira seguía sin comprender que
Jason era primo de esas personas y entre la familia se
permitían muchas cosas, sobre todo entre los Bermont,
quienes solían desobedecer pese a que se les riñera por
ello. Existía una cierta confianza que no necesitaba ser
dicha, simplemente se sabía con certeza que jamás se
lastimarían entre ellos.
La pareja dio vuelta en una esquina, alejándose entre
risas contenidas, besos robados, cosquillas y jugueteos. La
alegría formaba parte de sus voces y la vivacidad de sus
cuerpos. Tal parecía que ya se pertenecían pese a que no
compartieran todos los aspectos de una pareja. La sutil
complicidad entre ellos era envidiable para muchos, sobre
todo para un par de ojos que permanecían ocultos entre la
inmensidad de la propiedad, las sombras y la falta de
interés de la pareja para notar a alguien además de ellos
mismos.
Un fuerte suspiro limpió el alma compungida de aquellos
ojos tan faltos de vida, dando la apariencia de que contuvo
aquel anhelante respirar dentro de sí durante mucho tiempo
y sólo hasta ese momento se atrevía a dejarlo salir de forma
abrupta en conjunto con sus esperanzas y sentimientos
almacenados.
Tan sólo una sonrisa de labios comprimidos disimuló el
dolor que pareciese físico, pero se sabía emocional.
Capítulo 23

Debería estar acostumbrada después de compartir cama


con él durante tanto tiempo, sin embargo, cada vez que
abría los ojos y sentía que alguien dormía junto a ella, no
podía evitar dar un brinco sorpresivo y salir de la cama de
inmediato. Únicamente en la seguridad de la distancia podía
darse cuenta de que el hombre que dormía junto a ella era
Jason y él jamás había hecho ademán de lastimarla, siquiera
de acercarse más de la cuenta sin su permiso.
Como cada vez que se apartaba abruptamente de él, las
ganas de volver al calor de sus brazos iban en incremento,
tenía la sensación de que una fuerza invisible la empujaba
hacia él de forma persistente, tratando de hacerla caer en la
comodidad de estar a su lado; era una lástima que sus pies
se negaran a dar el paso decisivo y simplemente se alejaba,
comenzando con su día y el del pequeño Jack.
Daira estableció una rutina para ambos, la cual ya era
imposible romper: iba a la habitación del niño, la cual se
conectaba con la de ellos por un baño en común, sacaba las
ropas que iba a colocarle para el día, llenaba la tina con
agua caliente, lo bañaba, vestía y entregaba a la doncella
para que saliera junto a su tío.
Regresaba a la habitación que compartía con su esposo,
se acicalaba y sólo entonces, despertaba a Jason para que
hiciera lo mismo. Normalmente lo esperaba mientras
entablaban una amena conversación, en ocasiones le
ayudaba con nimiedades, como el colocarle las
mancuernillas o atarle la corbata. No dejaba de ser un
acercamiento íntimo que Jason apreciaba en compartir con
ella.
—¿Jack ya está con John?
—Sí —Daira colocó los aretes sobre sus oídos y un collar
que fuese regalo de Jason sobre su cuello—. Estaba
emocionado por ir con él. Aunque me apena que aún siga
sin dirigirle la palabra, no entiendo por qué duda tanto con
el duque.
La mano de Jason apartó con decisión las cortinas que
cubrían la ventana, develando entonces a su hijo, quien
regresaba tomado de la mano con el hombre que fuese su
tío. Parecía contento, disfrutando de la mañana junto a su
siempre confiable Bond, el perro que le seguía los pasos
hasta en la ducha.
—No se pueden ganar su confianza con esa facilidad, si
John pensaba lo contrario, estaba muy equivocado.
—Yo no tardé mucho en ganarme su confianza —volcó su
mirada hacia él—. ¿A qué crees que se deba?
Una pícara sonrisa fue lo que Daira recibió en conjunto
con una ceja juguetona que parecía ser una acción
inconsciente para el hombre que volvía la cabeza para
mirarla sobre su hombro.
—Creo que tiene una buena intuición —se acercó a ella,
inclinándose para besarle el hombro descubierto.
Ella rodó los ojos y dejó salir una ligera risilla, apartando
su cara con delicadeza para ponerse en pie.
—Nunca contestas con seriedad, ¿verdad?
—Pensé que lo hacía —elevó ambas cejas rubias,
dibujándose en su frente tres finas arrugas, muestra de su
gesto de burla.
—Eres insoportable —acusó, dando una última mirada al
reflejo de su figura—. ¿Crees que es adecuado para visitar a
los Sanders? ¿No te parece que es demasiado sencillo?
—Claro que lo es mujer, pero no haces ningún caso, te he
ofrecido un millón de veces comprarte vestidos nuevos y te
has negado.
—No pensé que tuviera tanta vida social.
Se volvió nuevamente, ahora con una mirada preocupada,
juzgando cada hilo del vestido que traía puesto.
—Bueno, la gente es curiosa —se inclinó de hombros y la
abrazó por detrás, observando el reflejo de ambos—. Está
claro que, de momento, somos un buen entretenimiento. No
te preocupes, le pediré a Sophia que te preste uno de sus
vestidos.
Las manos delicadas de la joven se posaron sutilmente
sobre los brazos que la envolvían con cariño. Le gustaba ese
Jason, aquel que fuese cariñoso, dulce y buscara hacerla
feliz
—¿Crees que me queden?
—Mmm… puede se te vean un poco justos —aceptó—.
Deberías hacer caso y comprar el ajuar que te ofrecí.
—Está bien, lo haré para no avergonzarte.
Una fina línea se dibujó entre las cejas de Jason,
mostrando desconcierto ante sus palabras.
—¿Por qué me avergonzarías? —la volvió hacia él—.
Incluso en el vestido más horroroso, tu no podrías verte mal.
—Eres… —entrecerró los ojos mientras negaba con la
cabeza—. Un coqueto sin remedio, ¿lo sabías?
—Sí, lo sabía desde que tuve uso de razón. No me hagas
caras, hablo en serio, mi madre decía que les sonreía a
todas las mujeres que se acercaban a la carriola para
verme, dijo que desde entonces supo que sería una
perdición o algo así —se rio de su propia historia.
—Lo peor de todo es que te creo. —Lo empujó
ligeramente, logrando liberarse de sus brazos—. Vamos,
seguro Sophia ya nos está esperando en el comedor.
La pareja salió de la habitación en un silencio confortable
que le permitía a Daira revisar con atención las paredes de
la mansión, buscando entre los retratos familiares alguno
que le mostrara a la mujer que fuese la hermana del duque,
pero de ella no había ni rastro y no se atrevía a preguntarle
a ninguno de los habitantes de aquel hogar por la ausencia
de cuadros en su honor.
En cuanto entraron al comedor, el perro del niño saltó
alegre sobre sus piernas, dando muestras de
reconocimiento, agitando la colita alegremente, incluso
ladrando un poco de la emoción. Y Jackson estaba igual al
cachorro, de alguna forma consiguió bajarse de la silla
donde lo colocó su tío y llegó hasta sus padres, alzando las
manos hacia Jason, buscando estar junto a él en el
desayuno.
—¿Te divertiste Jackson? —inquirió Jason, aceptando el
asentimiento de su hijo como respuesta.
—Jack, ¿le has dado agua a Bond? —el niño meneó la
cabeza—. ¿No? Oh, Jack, tiene sed, lo llevaré a la cocina
para que le den.
—Déjalo Daira —John levantó una mano para detener los
movimientos de la esposa de su antiguo cuñado—. Gil,
¿podrías llevar al cachorro de mi sobrino a la cocina?
—Sí, mi lord —El hombre alto y enguantado no parecía
contento de tener que tomar al perro entre las manos, pero
siguió las órdenes.
Estaba claro que algo querían comunicarles, puesto que la
pareja de duques parecía nerviosa, se lanzaban miradas
constantemente y buscaban distraerse con las niñas, a las
cuales ayudaban a comer.
—¿Hay algo que quieran decirnos? —inquirió Daira.
—Ah, nada importante, tan sólo estamos preocupados por
la fiesta de Año Nuevo… a la cual supongo que se quedarán
—Sophia miró a su primo en una clara súplica.
—Quedé con mi madre de ir a casa —la rápida negación
de Jason era lo que todos esperaban—. Lo siento.
—La tía ha confirmado su asistencia —sonrió triunfal la
duquesa, cortando su tocino—. Espero que no te importe.
—¿Para qué me preguntas algo a lo que sabes que ya no
me puedo negar? —su voz se cargó en fastidio—. Me
tendiste una trampa.
—Eso te pasa por mentiroso —se inclinó de hombros la
mujer.
Daira reprimió una sonrisa, dando la razón a la inteligente
duquesa, estaba claro que conocía bien a su primo. Sin
embargo, era su trabajo estar de lado de Jason, así que
estiró una mano y tocó con sutileza la que él tenía apretada
sobre la mesa. Los ojos grises se enfocaron en la delicadeza
y la suavidad del cariño de su esposa, relajándose al ver su
rostro lleno de paciencia y belleza.
—Nos será un honor estar con ustedes en las fiestas —
aseguró entonces Daira, tomando la palabra para que los
primos no continuaran con su discusión—. Aunque he de
admitir que no tengo nada qué ponerme, al menos, no a la
altura de la situación.
—¡Yo puedo prestarte algo! —Sophia sonrió triunfal—. Pero
Jason, no deberías ser tan tacaño, encárgale vestidos
nuevos.
—Se lo he dicho —dijo Jason sin llegar a sentirse ofendido,
cortando la comida para su hijo y dándosela en la boca—.
Pero es terca, se había negado hasta ahora.
—Es verdad —aceptó la mujer—. Aunque el día de hoy no
podré hacer nada por mí, tendré que asistir de esta forma.
—¡Ni hablar! —refutó Sophia—. Puedo prestarte algo.
—Mami —una de las gemelas habló alto y con
determinación—. ¿Por qué papá quiere más a Jack que a
nosotras?
Era algo que los Seymour ya se esperaban, estaba claro
que las niñas sentirían la diferencia que su padre hacía por
enseñar al pequeño varón que sería su heredero. Contrario
a la reacción de los padres del niño, los duques se
mostraron perplejos y en la mirada de John había un
verdadero dolor que competía con el horror.
—No hija, jamás querré a alguien más que a ustedes dos,
ustedes son mi vida entera —dijo con firmeza—. Así como
su tío jamás podría querer a alguien más que a Jack.
Las pequeñas parecían dudosas, su padre solía pasar todo
su tiempo libre con ellas y encontraban como un usurpador
al primo que, aunque no despreciaban, lo categorizaban
como un rival en el cariño de su padre, uno al cual adoraban
con el alma.
—John… —Sophia lanzó una mirada horrorizada a su
marido.
—Hablaremos más tarde los cuatro —finalizó el duque—.
Pero quítense esa idea de la cabeza, ambas.
Las miradas de las mujercitas se fijaron con odio hacia el
chiquillo que no hacía ningún caso, apenas y entendería
algo, era pequeño para interesarse en las conversaciones
de los adultos. Jack estaba enfocado en los movimientos de
su padre, ocupándose únicamente de abrir la boca cuando
era oportuno y abrazándose al cuerpo conocido del hombre
que recordaba desde sus primeras instancias de
consciencia.
—Creo que se lo tomarán contra Jack —susurró Daira—.
No me gustaría que le hicieran daño, está en una edad
delicada.
—John hablará con ellas —tranquilizó—. Es normal que
estén celosas, pero te doy la razón, a la primera señal de
amenaza…
—Tampoco es para tanto —le habló con suavidad,
tratando de avocar indulgencia en su marido—. Quizá
nosotros deberíamos pasar tiempo con ellas para aligerar la
situación.
—¡No! —Jackson habló claro y fuerte, abrazándose a su
padre para enfatizar su negativa—. ¡No quiero!
—Habló. Dios mío, ¿Han escuchado? ¡Habló! —dijo Sophia.
Al comprender que lo había hecho, el niño se enclaustró
de nuevo, mostrándose avergonzado, metiendo el dedo en
su boca y ocultando la cara en el pecho de su padre, dando
indicios de querer llorar. La mirada recriminatoria de Jason
no se hizo esperar, tomó en brazos a su hijo y se apuró a
sacarlo del lugar, siendo consciente de que Jackson no se
permitiría sollozar estando en frente de otras personas y
esa retención le provocaba enfermedades como gripa o
congestión.
Con una marcada preocupación, Daira hizo el amago de
ponerse en pie, viéndose detenida por la voz arrepentida de
la duquesa.
—Lo siento tanto, dile a Jason que lo siento.
Desde un inicio el conde los advirtió sobre no hacer
espavientos si llegaba a propiciarse la extraordinaria
eventualidad de que su hijo hablara en voz alta. Nadie debía
mostrarse sorprendido por ello, porque eso lo llevaba a
cohibirse de nuevo y dejaba de hablar por mucho tiempo,
incluso cesaba la interacción con su propio padre.
—Lo haré duquesa —la mujer tomó sus faldas y salió en
seguida, topándose con un pasillo vacío a excepción de una
mujer sentada sobre sus piernas, limpiando las patas de una
mesa—. Disculpe, ¿Ha visto hacia dónde se fue mi esposo?
La doncella le dirigió una mirada hostil, recorriendo a la
nueva mujer del señor Seymour desde la punta de los pies
hasta su rostro con despectiva lentitud. Para Daira fue más
que obvio que esa muchacha debió conocer a la hermana
del duque y, de alguna forma, no le agradaba que alguien
tomase su lugar. De hecho, se otorgó el derecho de no
contestar y simplemente apuntó hacia las escaleras.
Daira apretó los labios en gesto de descontento, pero no
tenía tiempo de amonestar a una muchacha, debía verificar
como estaban los hombres de su familia. Su familia. Aquello
sonaba tan extraño en su cabeza, que dudaba poder decirlo
en voz alta.
—Jason…
—Daira, por favor cierra la puerta—pidió el hombre en
cuanto la escuchó dentro de la habitación.
Una profunda tristeza invadió el corazón de Daira al notar
lo conflictivo que le resultaba al niño dejar salir sus
emociones por medio del llanto. Se llevaba a cabo una
batalla constante contra no producir sonidos, provocando un
convulso hipo y congestión nasal que preocupaba al padre
que hacía todo lo posible por tratar de tranquilizarlo o, en
dado caso, hacerle entender que llorar estaba bien.
—Dios mío —Daira expiró con tristeza, acercándose a la
silla donde el hombre estaba sentado con su hijo en brazos
—. Jack, mi cielo, ¿me escuchas? Vamos cariño, mira a
mamá.
En medio de una respiración dificultosa, la congestión
nasal y el hipo que no le permitía hablar, Jack enfocó a la
mujer hincada frente a ellos. Sus ojos bondadosos lanzaban
al niño una tranquilidad casi inmediata, Daira solía
tranquilizarlo incluso con una sonrisa, pero en ese
momento, el niño meneó con la cabeza y se aferró a su
padre.
—Lo siento, cuando se pone así no hace caso a nadie.
—Te asustaron mucho, ¿no es cierto Jack? —le habló
indulgente, acariciando la espalda pequeña—. Eres un niño
muy valiente al dar tu opinión de no querer compartir a
papá, no quieres hacerlo ¿verdad?
Jackson negó, aferrándose a su padre con mayor
intensidad.
—¿Te agrada mucho papá? —el niño asintió.
Jason no podía hacer otra cosa más que abrazarlo y
besarlo.
—Jackson, no debes dudar de que estaré para ti todo el
tiempo que lo necesites —Jason lo animó a mirarlo a los ojos
—. Eres mi mundo entero y giro alrededor de ti, así será
siempre.
Daira se apuró hacia la jarra de cristal con agua, sirviendo
un vaso para llevárselo al niño, tratando de que su hipo al
fin cediera. Fue al cuarto de baño y trajo consigo un pañuelo
limpio, sorbiéndole la nariz para que pudiera respirar. Lloró
un poco ante lo último, pero se fue serenando poco a poco
hasta quedarse dormido.
—Lo pondré en la cama.
—No —pidió el hombre—. Despertará, me quedaré con él.
—Jason —ella colocó una mano sobre su mejilla—. Eres un
buen padre, pero estoy segura de que puede dormir en su
cama.
—Odiaría que despertara y no estar a su lado para
consolarlo.
—Oh, cariño, te aseguro que no lo hará —extendió los
brazos para tomar al niño. Jason miró una vez más a su hijo,
quien dormía plácido en sus brazos y lo entregó a su
esposa, notando hasta ese entonces que estaba entumido
—. Listo pequeño, vamos a tu cama.
El conde se puso en pie con pesadez, buscando acomodar
sus huesos y ajustando sus músculos hasta que todo volvió
a la normalidad y pudo moverse sin sentir dolor o
incomodidad. Cruzó la habitación del baño, quedándose en
el umbral de la puerta desde dónde podía ver a su esposa
recostando a su hijo. El hermoso rubio no hizo más que
suspirar cómodamente al estar en su cama y siguió
durmiendo con tranquilidad.
—¿Lo ves? Está bien —se acercó a su marido—. Será
mejor que traigamos a Bond, suele dormir con él.
—Diré a una de las doncellas que lo pongan en su cama —
asintió, saliendo de la habitación.
Daira no podía sentirse más conmovida, estaba claro que
Jason adoraba a su hijo y aquello era recíproco. Lo que no
llegaba a comprender era cómo fue que el niño llegó al
punto en el que hablar le causaba tal estado de ansiedad.
Deseaba preguntárselo a su marido, pero algo le decía que
era un tema delicado y él no parecía hablarlo con nadie, tan
sólo mandaba advertencias sobre ello.
Fue el mismo conde quien trajo a la mascota de su hijo,
colocándolo en la cama. Bond se echó junto al cuerpo
dormido del pequeño Jack, acurrucándose junto a sus
piernas y ambos se quedaron tranquilos y dormidos
instantes después.
Daira sonrió dulcemente, esperando a que su marido
llegase hasta ella, abrazándola en cuanto la tuvo lo
suficientemente cerca, incluso besándola con cariño y de
forma abrazadora. Un suspiro salió de entre los labios de
alguno o quizá de ambos, entremezclándose en el aire de
forma agradable. Fue Jason quien la apretó más contra sí,
llevándola hasta la habitación que ambos compartían,
aunque con ligeros intervalos en los que se detenían por
completo para pegarse a una pared, sillón o mueble,
buscando estar más cerca el uno del otro.
Cuando llegaron a la cama y Daira sintió las colchas
contra su espalda, fue el momento en el que su cerebro se
conectó de nuevo. Por unos breves minutos se había
perdido en el abismo sensorial, pero ahora era muy
consiente de que tenía a un hombre encima de ella, uno
cálido y dulce que no hacía más que acariciarla de formas
tiernas, sutiles, lentas, buscando no asustarla, pero
resultando un fracaso.
Tembló de pies a cabeza cuando de pronto lo sintió
subiendo la falda de su vestido, tocando la suavidad de sus
piernas aún cubiertas por las medias. Jason, al notar la duda
en la mirada de su esposa, detuvo sus movimientos,
acariciando su largo cabello y besándola una última vez
antes de separarse de ella.
—Lo siento, no debí presionarte.
—N-No… —ella se puso en pie, bajando sus faldas,
sintiéndose tonta por haberlo detenido, porque incluso lo
estaba disfrutando—. Yo lo siento —apretó los labios—. Era
agradable.
La grisácea mirada de Jason se clavó en la de su esposa
con sorpresa, pensaba que, gracias a ese arrebato, ella
retrocedería tres pasos en la confianza que le tenía. Aunque
no se pudo ayudar a detenerse, lo cautivó la forma en la
que trató a su hijo en un momento de dolor, lo hizo
distraerse y en sus ojos se percibía el entendimiento y
bondad de una madre.
—¿En verdad? —volvió a acercarse a ella—. Pensé que me
odiarías, no quise asustarte, tan sólo me fue imposible no
besarte.
Ella gachó la cabeza con vergüenza y la más dulce de las
sonrisas.
—¿Te fue imposible?
—Sí —la mano de Jason se elevó hasta posarse en su
barbilla, obligándola a mirarlo—. Me es imposible no querer
estar más cerca de ti, sobre todo cuando te veo con Jack.
Daira dio los pasos pertinentes para estar uno frente a
otro, a escasos centímetros, teniendo que echar la cabeza
hacia atrás para lograr conectar sus ojos con los de él. Sus
respiraciones iban a juego y sus corazones se llamaban.
Había una fuerza invisible que los atraía de forma
irremediable, pero la restricción seguía prexistiendo y Jason
no sería quien la rompería al no querer asustarla.
—Es usted muy bueno con las palabras, mi lord —curveó
los labios, posando sus manos sobre el pecho de Jason,
deslizándolas suavemente hasta enredar sus dedos en el
cabello sedoso, atrayéndolo hacia ella, entreabriendo los
labios en una invitación que tendría que terminar de
cometer ella, puesto que Jason no se movía—. ¿Lo sabía?
—Sí. —El hombre cerró los ojos, pasando con fuerza y
sonriendo al momento de sentir los labios de ella
presionados contra los suyos.
Al no conseguir que él volviera a tomar el mando y siendo
ella inexperta, bajó sus manos hasta los brazos fuertes de
su esposo, obligándolo a abrazarla, presionándose contra él,
sonriendo en medio del beso, al igual que lo hacía él. Ante
una invitación tan clara, Jason aplicó la fuerza necesaria
para provocar que se elevara sobre sus puntas para
alcanzarlo, guiándola a una caricia abrazadora que
lentamente iba debilitando el cuerpo impoluto que luchaba
por mantenerse cuerdo ante el hombre que no se
conformaba con sus labios, sino que hacía salvajes y
demandantes líneas de fuego sobre su cuello, hombros y
oídos, sacando suspiros indecorosos y extrañas sensaciones
que le recorrían el cuerpo.
—Jason… —tomó su rostro para separarlo de su cuello y lo
miró determinada—. Confío plenamente en ti —aceptó y
reafirmó con un asentimiento de cabeza—. Sé que a tu lado
estaré bien, así que sí.
—¿Sí? —El hombre frunció el ceño sin entender sus
palabras.
—Sí —reiteró—. Sí a todo lo que pienses.
—¡Daira! —gritó de pronto una voz femenina y muy
conocida que caminaba con determinación a la habitación
de la pareja— ¡Lamento la tardanza! Aunque debo decir que
es culpa de lord Wellington, como lo es siempre.
—Es Pridwen —Daira susurró contra los labios de su
marido, presionando un último beso en ellos—. Te dejaré
solo para que proceses mis palabras y des tu resolución al
final de ellas.
Daira sonrió al confundido hombre del cual se separaba y
salió de la habitación con la felicidad marcando sus
facciones.
Capítulo 24

Caminaba del brazo de su querida amiga Pridwen, quien


había parloteado durante horas, quejándose y alabando a
lord Wellington en igualdad de veces. Estaba claro que
había una fuerte atracción, pero ellos se entendían como
amigos y tal parecía que estaban bien con quedar en esos
términos. Sin embargo, Daira no podía estar pendiente de la
conversación, mucho menos se atrevería a darle un consejo
cuando era obvio que no tenía todo el contexto, puesto que
estuvo metida en sus propios líos sentimentales.
Vagaron lo suficiente por la propiedad de los Westminster
como para estar perdidas en medio de las paredes repletas
de pinturas hermosas y retratos familiares. Aunque
nuevamente destacaba la usencia de la hermana del actual
duque, duda que eventualmente surgió en la cabeza de
Pridwen, quien no titubeó en exponer su consternación ante
el deliberado olvido.
—Lo sé —dijo Daira—. Lo noté también, no tengo en la
cabeza una imagen de la persona con la que soy comparada
constantemente.
—¿Comparada? —se volvió Pridwen—. ¿Por qué lo serías?
—No soy tan ilusa como para no comprender que cuando
hay una segunda esposa, se le comparará siempre con la
primera.
—Tú eres mejor, entonces.
—Eres positiva, la gente de aquí la apreciaba, lo noto,
incluso la servidumbre me mira con desprecio.
—Yo he escuchado cosas muy poco positivas sobre ella. —
Pridwen elevó un hombro—. Dicen que era caprichosa,
pretenciosa y mala con los que estaban por debajo de ella.
—Serán chismes.
—Yo siempre encuentro cierta verdad entre los chismes,
¿tú no?
—No deberías dejarte llevar por ello.
—Bueno —chistó la joven rubia—. De todas formas, no te
preocupes por eso, si acaso alguien dice algo en tu contra,
yo me encargaré de ponerlos en su lugar —dijo muy segura
de sí—. ¿Qué me dices de tu relación? ¿Cómo es lord
Seymour?
—Bueno él… —Daira se sonrojó—. Es magnífico Pridwen.
—¿Magnifico, dices? —la mujer dejó salir una carcajada—.
Jamás pensé escucharte hablar así de un hombre.
—Para serte sincera, yo tampoco lo pensé.
—Me da gusto Daira —se puso frente a ella—. Siempre
deseé que este día llegara, que encontraras a alguien que
te apartara de la oscuridad que rodeaba a tu corazón.
—Bueno, llegó quién. —Daira asintió, totalmente
convencida de sus palabras—. Me es imposible no… querer
correr hacia él.
Pridwen entonces gritó, dando brincos alegres a su
alrededor.
—¡No puede ser! ¡No puede ser! ¿ya se acostaron?
—¡¿Qué?! —su piel se convirtió en el rojo vivo del fuego—.
¡Pridwen! Yo… —se avergonzó tanto que le era imposible
hablar, así que se cubrió la cara—. ¡Oh, te odio, te odio en
verdad!
—¡Desvergonzada! ¡No me lo contaste! —se mostró
ofendida, pero seguía con una hermosa sonrisa en sus
labios—. Me dijiste que él te estaba dando tiempo a
acostumbrarte.
Eso había sido una mentira, pero al menos sirvió para que
su amiga se mantuviera callada y sin hacer preguntas por
un largo rato. De alguna forma logró sacar el tema del que
se abstuvo con eficiencia por bastante tiempo, Daira
hubiera querido regresar a ese momento en el cual su vida
amorosa no era el tema principal, pero dudaba que Pridwen
diera su brazo a torcer, seguiría indagando.
—¡Pridwen! —la voz de Adrien Collingwood se escuchó a
la lejanía—. ¡Espero que te estés arreglando y no haciendo
tonterías!
—¿Arreglando para qué? —Pridwen frunció el ceño y luego
gritó—: ¡¿Cómo que tonterías?!
—¡¿Dónde demonios estás?! —volvió a gritar Adrien.
—Iremos a la velada de los Sanders, ¿lo olvidaste? —dijo
Daira.
—¡Ah! —tronó los dedos—. Claro, si ese tonto me advirtió
un montón de veces. Tal parece que son insoportables —
rodó los ojos y la tomó del brazo—. Vamos, he traído algo
para ti a sabiendas de que querrías ponerte uno de tus feos
vestidos.
—¡Oye! No son feos, son elegantes y sencillos.
—Feos —recriminó con un dedo acusador—. Vamos.
Como era de esperarse, las damas fueron las últimas en
bajar a la hora de partir, no sólo porque debían arreglarse a
sí mismas, sino porque también se cercioraron de que los
niños estuvieran cambiados, cenados y yendo a la cama.
Pridwen, al no tener hijos de los qué ocuparse, se mantuvo
lo más alejada posible de los niños. Era una grandiosa ironía
que la siguieran tanto cuando ella apenas y los toleraba; en
muchas ocasiones Pridwen mostró su frustración hacia todo
ser humano con una edad inferior a los catorce.
Los caballeros, muy al contrario de sus parejas, se
encontraban en un estado de relajación: charlando,
bebiendo y fumando; ninguno parecía interesado en llegar
puntual a la reunión de los Sanders, la cual sabían tediosa
de antemano. Sin embargo, agradecieron los compromisos
nocturnos cuando vieron a las tres damas bajar las
escaleras. Todas hermosas, todas sonriendo hacia el hombre
que las escoltaría hasta la velada. Era impresionante como
unos ojos enamorados se las arreglaban para encontrar al
hombre que fuera el dueño de sus afectos.
—Vaya Pridwen, por minutos pienso que en realidad eres
más como un niño de diez años, pero de repente te pones
vestidos como ese y recuerdo que de hecho eres una mujer.
—¡Tonto! —lo golpeó alegremente la afectada.
Sophia rio de la pareja y se acercó a su marido, quien no
necesitaba decir ni una palabra, su mirada era suficiente
halago para ella y su sonrisa sería el mejor regalo para el
resto de sus días.
Por su parte, los Seymour se encontraban en una
situación extraña, las miradas que intercambiaban rozaban
con lo indecente, en ellos no sólo existía la admiración por
el otro, sino una fuerte atracción que no se había visto
satisfecha. Sin embargo, había una velada que atender, lo
cual retrasaba el encuentro de sus almas, orillándolos a
sutiles sonrisas llenas de coqueteo, miradas sedantes y
caricias castas pero insinuantes.
—Te ves hermosa —Jason susurró y besó el oído de su
esposa.
—Gracias, mi lord —se apretujó contra él para sentir
durante más tiempo esos labios sobre su cuerpo—. Me lo ha
traído Pridwen.
—Hizo bien —asintió, separándose un poco para que su
mirada vagara libremente por la figura de su mujer—. Más
que bien.
—Vámonos de una vez, dejen el coqueteo para después —
pidió Pridwen—. Entre más rápido afrontemos la situación,
más posibilidades tenemos de regresar temprano.
—¿Es que tienes otras cosas que hacer, guapa?
—Sí. Escaparme de la casa para verme con mi amante
¿Qué más?
La mirada de Adrien bailó en diversión y dejó salir una
carcajada.
—¡Tú no podrías tener un amante! —negó divertido,
acercándose a la joven que trataba de ignorarlo—. ¡Eres una
niña! ¿recuerdas?
—Algunos no piensan igual que tú —elevó ambas cejas y
bajó las escaleras de la fachada, colocando los guantes
blancos.
—Ella miente —Adrien apuntó con un dedo a su amiga—.
Está loca y habla por hablar, no sabe que su reputación
corre peligro.
—Seguro lo hace para molestarte Adrien —sonrió Sophia,
saliendo de la casa antes de que su primo pudiera
replicarle.
John siguió con paso lento el escándalo de los otros tres,
dejando atrás a la pareja que claramente preferiría
quedarse en casa.
—Tengo algo para ti —Jason la detuvo y le mostró un anillo
—. Son argollas de matrimonio, ¿Ves? Hace juego con la
mía, aunque es un poco más simple. —La mano blanca de la
mujer se estiró para que Jason pudiera colocar el anillo de
oro blanco con incrustaciones de diamante en el dedo
indicado—. Sé que no te gusta usar anillos, pero espero que
soportes al menos esto.
—Sí —ella lo miró feliz—. Lo soportaré.
Fueron en dos carrozas, una en la que viajarían
únicamente los duques y en la otra, la pareja de amigos y
los Seymour. Las cuatro personalidades permanecieron en
silencio, sintiéndose cómodos sin necesidad de hablar. Sin
embargo, Pridwen no iba a dejar pasar la oportunidad de
interrogar a lord Seymour.
—Mi lord —lo llamó con decisión—. ¿Esperan tener hijos
dentro de poco? No quiero ser impertinente, pero…
—Pero lo eres —Adrien la miró impresionado y divertido.
—Se lo pregunto únicamente porque quería invitarlos a
Dinamarca —Pridwen lanzó una mirada incriminatoria a
Adrien—, a una casa de campo muy hermosa, sería
agradable y bueno para Daira, la mejor época para viajar
allá es en primavera o verano, no en invierno.
Jason carraspeó ligeramente, acomodándose en su lugar
ante la pregunta y miró a su esposa con una sonrisa.
—Sería cuestión de ver cómo avanzan las cosas. Aunque
dudo que para primavera o verano ella esté dando a luz un
niño, es pronto.
—Claro —dijo desinteresada—. Pero quiere hijos, ¿verdad?
Digo, sería tonto no quererlos con los genes de Daira de por
medio.
—¡Pridwen, por favor! —exigió Daira avergonzada,
inclinándose para tomar la mano de su amiga—. Basta.
—Es una pregunta normal. —Pridwen frunció el ceño.
—No me molesta. —Jason quitó importancia al asunto—.
Con respuesta a su pregunta señorita, no me molestaría que
Daira quedara embarazada, es algo natural e imposible de
evitar.
—¡Oh! Me alegra tanto —aplaudió la joven—. La verdad es
que me gustaría tener sobrinos. No me gustan mucho los
niños, pero al ser de ustedes los toleraré, seguro que
engendrarán niños parecidos a los ángeles ¿verdad Adrien?
—lo codeó—. Con los ojos grises o azules, cabellos rubios o
castaños ¡Oh! Hermosos, serán divinos.
—Sí, gracias Pridwen, pero no está pasando —Daira
amonestó con la mirada, suplicando que el interrogatorio
terminara.
Una sonrisa juguetona se asomó entre los labios de Jason,
quién inmediatamente se vio en la necesidad de escudarse
tras un puño que fue colocado sobre sus labios, pero nada
pudo hacer por el retumbar de su cuerpo al reír en silencio.
Daira lo miró desaprobatoria, a sabiendas que él encontraría
divertidísimo una situación del estilo, pero para ella sólo era
agobiante.
Afortunadamente, en ese momento llegaban a la casa de
los Sanders, cayendo en la tediosa espera al haber una fila
de carrozas que avanzaban lentamente debido a que los
invitados de la velada se entretenían más de lo debido en
bajar.
La pareja Seymour bajó en última instancia, Jason
encargándose de la tarea de tomar la mano de su mujer y
llevarla al interior, acercándola un poco más de lo debido y
Daira agradeció que Jason no se separara de ella. Era de
esperarse que en Cheshire -lugar que vio nacer y crecer a
Annelise Ainsworth-, las personas hablaran más de ella,
estaba claro que la apreciaban y la echaban en falta,
pensando que la nueva mujer se quedaba corta a
comparación.
Además de las constantes críticas, otro tema que les daba
dolor de cabeza era la presencia de los condes de Melbrook
en la velada. Daira desconocía la manera en la que
consiguieron ser invitados, pero el asunto era que su
presencia la alteraba, las miradas de su hermanastro la
enfurecían y los chismes que Lina esparcía en su contra la
sacaban de quicio. Ya era lo suficientemente malo ser la
segunda esposa de un hombre importante, y gracias a su
cuñada, ahora también era una mujer de pensamiento
liviano, que gustaba en atormentar a los hombres con sus
encantos, obligándolos a incumplir con sus votos.
—No prestes atención a estas tonterías —dijo Jason,
besándole la sien—. Son personas que no tienen nada más
que hacer.
—Lo sé —reveló en una voz contenida—. Pero no por eso
deja de ser doloroso que se lo crean con esa facilidad, ¿es
que acaso tengo la apariencia de ser una meretriz?
Jason dejó escapar una risotada, la acercó de pronto y la
besó frente a todas esas personas que no hacían otra cosa
más que hablar de ellos. Daira intentó alejarse, pero las
manos fuertes de su marido la mantuvieron presa en su
lugar por mucho más tiempo, permitiendo que su cerebro se
relajara y su cuerpo se acoplara al de él.
—Vamos, ahí están Adrien y Pridwen —Jason apuntó con la
mirada—. Estar cerca de ellos te hará bien.
—Sí. Y alejémonos de los Melbrook en lo que nos sea
posible.
—Eso no has de pedirlo siquiera —el conde miró con
desagrado al medio hermano de su mujer, despreciándolo
desde el instante en el que Daira le contó su historia—.
Vamos.
—¡Ey, Jason! —Un caballero de cabellos rubios levantó la
mano para ser notado entre la gente que se remolineaba
por el salón. Aunque podría ser distinguido sin necesidad de
hacer señas debido a su altura—. ¡Maldita sea Jason, te he
buscado por todo Londres!
—Pero ¿qué…? —la sonrisa de Jason se ensanchó cuando
logró enfocar al dueño de aquella voz burlesca—. ¡Lucca!
¿Cuándo has regresado de París? ¿Por qué no me avisaste?
Los ojos azules del recién llegado se posaron en la dama
que Jason sostenía con aprensión, dando a entender con ese
gesto que hacían falta presentaciones antes de seguir con
esa conversación.
—¡Claro! —el conde meneó la cabeza, buscando enfocar
sus pensamientos—. Supongo que no la conoces, es mi
esposa, Daira.
—¿Cómo la voy a conocer si ni siquiera me has invitado a
la boda? Eres un maldito, ¿cómo te atreves a semejante
deslealtad?
—Daira, este loco de aquí es mi primo —Jason tomó el
hombro del sonriente Lucca—. Y mi mejor amigo.
—Uno que no es lo suficientemente importante como para
ser invitado a la boda o a conocerte siquiera —se adelantó
galantemente, tomando la mano de la mujer, aunque esta
no se la ofrecía y besando su dorso rápidamente—. Es un
placer, señora, ¿Qué ha hecho este tonto para conseguir
que semejante mujer quisiera casarse con él?
La joven atinó a parpadear un par de veces para después
sonreír al comprender que era la forma en la que esos dos
se llevaban.
—Es bueno manipulando cerebros —facilitó la joven,
sacando una carcajada de parte de Lucca—. Y tiene una
lengua halagadora.
—Esta chica me agrada —la apuntó el caballero, tomando
una copa de champaña de las bandejas que pasaban
volando a manos de los mozos—. Escuché que Adrien
también estaba aquí.
—Sí, está por allá —apuntó Jason.
—¿Quién es la nueva? —dijo interesado, comiendo un
canapé de otra bandeja pasajera—. Es bonita.
Daira frunció el ceño hacia el hombre que hablaba de
Pridwen como si se tratase de un amor pasajero de aquel
lord, cuando todos sabían que su amiga nada tenía que ver
con las andanzas de ese hombre, no se cortejaban y se
juraban amistad eterna.
—Se llama Pridwen —contestó Daira con una voz fría—. Y
no es ninguna amante nueva ni una conquista.
—¡Perdone usted, princesa! —sonrió divertido aquel rubio
de ojos azules—. No era mi intensión molestar, tan sólo
hablé de lo que sé, ninguna mujer está junto a mi primo
para ser amigos.
—Le aseguro que ellos lo son —lo miró iracunda.
—Tranquila, no lo hace adrede —se acercó Jason—. No se
da cuenta de que dice cosas que no debería, es igual a tía
Gigi.
—Mi madre es una mujer asombrosa, si me permiten
alardear de lo obvio —dijo Lucca. Después volcó su atención
hacia la pareja que formaban Pridwen y Adrien—. Por otro
lado, esa chica es intrigante, vamos, quiero conocerla ahora
mismo.
—Lucca, no hagas tonterías.
—¿Quién va a detenerme ahora que tienes esposa de la
cual cuidar para no ser ofendida? —elevó continuamente
una tupida ceja rubia y salió corriendo en dirección a la
pareja, siendo perseguido por Jason.
Desde que tuvieron uso de razón, Lucca y Jason se dieron
cuenta de la afinidad que existía entre sus personalidades.
Solían meterse en problemas y salir de ellos en unidad, eran
el equivalente a desatar la locura, solían ser muy populares
en las fiestas por su espontaneidad y su capacidad de
enloquecer a las personas.
La joven que había sido dejada atrás pasó a segundo
plano al ser menos interesante que los dos caballeros que
llegaban hasta lord Wellington, a quien por poco derribaban
sobre la mujer que escoltaba esa noche. A base de gritos y
risas, Lucca Aigrefeullie intentaba incordiar a la supuesta
pareja, mientras Jason trataba de detenerlo, lo cual era un
espectáculo divertido que la sociedad disfrutaría por el
tiempo que le fuera entretenido.
—Parece que le han robado la atención, señora.
La voz le resultó conocida, así que se volvió con una
mirada alegre y una sonrisa encantadora hacia el hombre
que inclinaba ligeramente la cabeza a modo de saludo. Era
el mismo que conoció en el festival de las flores de los
Hamilton, aquel que fue amable y que recordaba más
anciano que en ese momento.
Pese a que prácticamente podría ser su padre, ese
hombre seguía manteniendo su espalda recta; su rostro,
aunque con arrugas, poseía cierto atractivo que
seguramente en algún pasado cercano hubiese resultado
arrebatador. Sus ojos castaños empequeñecieron por la
edad, pero en ellos había vivacidad de un jovenzuelo que
cuadraba perfectamente con la sonrisa traviesa.
—Mi esposo me ha creído loca cuando le conté sobre
usted —aseguró la joven—. Dio la casualidad que me vio
hablando con la nada después de su desvanecimiento.
—Lamento mi rápida huida —el hombre se tocó el pecho
—, me temo que el tiempo apremiaba y debía salir corriendo
lo antes posible para alcanzar el último tren hacia Devon.
—No importa, mi esposo está aquí ahora, podré dar
muestras de mi total cordura. —Sonrió y comenzó a buscar
a Jason con la mirada—. Aunque me ayudaría tener un
nombre para la próxima vez.
—¡Claro! Ni siquiera le he dicho mi nombre —dijo entre
risas—. Disculpa, soy un anciano ya.
—Por supuesto que no lo es —refutó amistosa—, sigue
usted siendo un hombre muy gallardo.
—Lo agradezco.
—Entonces… ¿Su nombre?
—¡Por Dios! Sigo haciendo lo mismo —sonrió—. Soy
Augusto Eldegard, un placer al fin presentarme.
—El placer es todo mío, señor.
—¿Qué ha pasado al final? ¿Ganó usted el concurso?
—Temo que no, me ha ganado lord Archivald Pemberton,
alguien con mejores habilidades —se inclinó de hombros
pesarosa.
—Ya veo, debí preverlo —sonrió—. Es un joven muy
habilidoso con las plantas y los animales, al menos por lo
que sé.
—Parece que sí, ha dejado su nombre en alto.
—Seguro usted ha sido el segundo lugar.
—Así es, aunque lo considero un premio de consolación.
—Será para la próxima querida, siempre habrá otra
oportunidad.
De pronto el caballero se tomó el pecho, masajeándolo
con una mueca de dolor y hasta un ligero quejido.
—¿Se encuentra bien, señor? —se adelantó la joven—.
Venga, deberíamos buscar un lugar en dónde descanse.
—Tranquila, es un dolor al que estoy acostumbrado.
—Un dolor en el corazón nunca es bueno —aseguró,
buscando con la mirada un lugar desocupado.
—Será mejor que tome aire fresco —el hombre miró hacia
la puerta que llevaba a un extenso jardín.
—Claro, lo acompañaré.
—No es necesario —aseguró—. Puedo caminar solo hasta
allí.
—Pero se encuentra tan mal, se ha puesto pálido como el
papel.
—Muchacha, ¿por qué desperdiciarías la diversión de una
velada junto a tu marido por un viejo?
—Porque me encuentro muy entretenida —lo tomó del
codo como precaución para que no cayera—. Vamos, deje
de quejarse.
El hombre aceptó la ayuda, caminando lánguidamente
hasta el jardín, recibiendo la bocanada de aire fresco como
una renovación a su cuerpo. Inhaló con fuerza y asintió con
una sonrisa.
—Sí, mejor, mucho mejor.
—¿Sigue teniendo dolor?
—No querida, me siento mejor —soslayó la mirada—.
¿Estás segura de que quieres seguir haciéndome compañía?
Te agradezco la amabilidad hasta ahora, no cambiaré de
opinión si…
—Encuentro agradable nuestra conversación, señor
Eldegard, espero que no sea yo quien lo incomoda a usted.
—¡Por supuesto que no, muchacha! —sonrió el hombre y
miró hacia el cielo con tranquilidad—. Es una verdadera
lástima lo del premio de las flores, tiene mucho talento,
espero que no se desaliente.
—Oh, no podrían quitarme el amor que siento por las
flores, aunque perdiera cien concursos —tranquilizó la joven
—. Es algo que me encanta y me llena de felicidad. Mire,
todo empezó de niña…
Los ojos del hombre brillaron al contemplar aquella faz
jovial y llena de alegría que se iluminaba sutilmente cuando
hablaba de algo que le apasionaba. La mujer parloteó sin
cesar por varios minutos, explicando con presura y sin ser
cuestionada; estaba claro que no se detendría pese a que el
señor Eldegard no mostraba el interés necesario como para
ser aleccionado sobre ello; aun así, el hombre no hacía
ademán de detener la lengua parlanchina que ya
comenzaba a hablar sobre los nutrientes necesarios en la
tierra.
—Veo que en verdad le encanta el tema de las plantas.
—Oh sí, apenas puse un pie en casa de mi marido y la
llené de plantas y flores, es precioso como realza la casa
una buena maceta y un florero bien arreglado.
—No lo dudo —El señor Eldegard llevó una mano hasta
tocar su barba, alejando sus pensamientos hasta un punto
desconocido que pronto compartió—: ¿Por qué no hace un
negocio referente a ello?
—¿Un negocio?
—¿Cree que su marido se negaría?
—No —frunció el ceño—. Aunque jamás consideré algo
relacionado con las plantas. —Ella sonrió de pronto, mirando
ilusionada al caballero de la gran idea—. Creo que puedo
hacerlo.
—¡Por supuesto que puede! —El hombre se dio una
palmada en el muslo, enfatizando su alegría—. Me
encantaría ser su socio, si me lo permite, aportaré el primer
capital.
—¿En verdad? —La impresión se reflejaba en todo el
rostro de aquella hermosa mujer—. Jamás pensé que… ¡Oh,
se lo agradezco! Aunque claro, tendría que hablarlo con mi
marido.
—Lo comprendo perfectamente, sin embargo, la
proposición está hecha y me encantaría tener algo que
hacer, una distracción.
—¡Se lo diré hoy mismo! —aseguró entusiasmada—. En
nuestro próximo encuentro, traeré una respuesta.
—Es muy posible que regrese a Londres mañana mismo —
se disculpó—. Pero dejaré mi dirección en la casa de sus
parientes de aquí, así podremos encontrarnos o mandarnos
misivas.
—Claro —la joven juntó sus manos—. Agradezco que se
tome tantas molestias, pero no sabe lo feliz que me hace
que confíe en mí.
—¿Quién no lo haría? Vi tu trabajo y sé que dará frutos.
Daira despegó los labios para agradecer una vez más,
cuando de pronto escuchó su nombre de la voz de su
marido. Poco le faltó para dar un salto en su lugar, se volvió
hacia el hombre con una sincera disculpa en el brillo de sus
ojos y corrió hacia el interior de la propiedad, presurosa
ante el llamado de aquel caballero que ya era visible incluso
para Augusto Eldegard.
Era fácil identificar al heredero de los Seymour; siendo tan
alto, su cabellera rubia resplandecía como los rayos del sol y
la tormenta en sus ojos era tan determinada como lo fueran
los de su madre. Muchas mujeres le atribuirían sin dudar los
apelativos de: apuesto, agradable y de un buen corazón.
—Veo que no pierdes la oportunidad de hablar con ella.
El conde de Melbrook encontró a Augusto Eldegard en la
misma posición en la que Daira lo había dejado: sentado en
las escalinatas que dirigían al jardín, con ambas piernas
flexionadas.
—Es una chica impresionante —asintió sin conflictos—.
¿Tú qué me dices? ¿Cómo está tu mujer?
—Igual de fastidiosa que siempre. —El conde se sentó
junto al hombre mayor y sonrió—. Las mujeres son un
fastidio, pero definitivamente una como Daira sería
agradable.
—¿Se quedará mucho más tiempo aquí, conde?
—Sí. El más que se pueda —asintió Mark Melbrook—.
Tengo que estar cerca de mi hermana, no me gustaría que
algo malo pasara.
—¿Es que ese bastardo la trata mal?
—No que yo sepa —se inclinó de hombros—. Aun así…
—Ya veo, así que jamás la superó —el mayor sonrió de
lado—. Está perdido conde, lo que usted fantasea es una
aberración para todas las normas sociales, incluso para mí
es demasiado.
Mark sabía de sobra que sus deseos hacia su hermana
eran de los más horrorosos pecados que un hombre pudiese
cometer. Pese a que eran medios hermanos y que crecieron
sin el afecto fraternal, el parentesco estaba y era razón
suficiente para que él no debiera tener esos pensamientos.
Sin embargo, le era imposible evitarla, al menos deseaba
estar cerca de ella para admirarla.
Capítulo 25

Daira no encontraba el momento adecuado para hablar


con su marido sobre la propuesta del señor Eldegard. Era de
suponer que Jason no se mostrara renuente a la idea,
cuando fue él quien le propuso hacer algo por cuenta
propia, ¿qué mejor que incluso no tener que pedirle ayuda
para sus inicios? Sería maravilloso crear algo que fuera de
ella y para ella, sin intervención de otros… bueno, tan sólo
del hombre que le dio la idea y propuso ser su socio.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan pensativa?
Los ojos grisáceos estaban clavados en la figura
paralizada frente al espejo de la habitación que compartían.
Ella ya se encontraba en camisón y bata, estaba preparada
para ir a la cama, pero no lo hacía, atrapada entre un
tumulto de pensamientos que Jason casi podía leer por su
mirada concentrada en la nada.
—¿Mmm? ¿Dijiste algo?
—¿Qué te tiene tan distraída? —dijo divertido, colocando
su bata sobre su ropa de dormir—. ¿Es que alguien te
molestó?
—No, no. Todo lo contrario.
—¿A qué te refieres? —inquirió con seriedad.
—¿Recuerdas al hombre con quien hable en la fiesta de
las flores?
—¿El hombre imaginario? —elevó una ceja burlesca—. ¿Se
apareció de nuevo en tu campo de visión?
—¡Es real! —fingió sentirse ofendida—. Su nombre es
Augusto Eldegard, es un hombre muy bueno y amable.
—¿Por qué no me lo presentaste?
Jason caminó hacia el lado de la cama que él solía ocupar,
apartando las sábanas y las colchas.
—Bueno, se sintió un poco mal y lo tuve que acompañar al
jardín.
—¿Disculpa? —El rubio se volvió a su mujer con una clara
molestia en su mirada—. ¿Cómo que lo acompañaste al
jardín?
—Se sentía mal, ¿Qué debía hacer?
—Internarte sola a con un desconocido no, eso no.
—No era desconocido, te digo que lo vi en la fiesta de…
—Quizá no fuera la primera vez que lo vieras Daira, pero
definitivamente no lo conoces, me sorprende de ti —
recriminó—. Dudas hasta de tu sombra, pero llega un
hombre extraño y le complaces en todo lo que desea.
—Eso no es cierto. —Al comprender que Jason llevaba
razón, tres líneas largas se formaron en su frente,
comprendiendo poco sus acciones. No era normal en ella
confiar en las personas con esa facilidad—. Es un hombre
adulto, me habla con amabilidad y me reconoció como
casada desde el inicio.
—¿Cuántos años tiene?
—Tendrá… cincuenta y algo.
—¿Crees que a esa edad un hombre dejó de desear a las
mujeres?
—Pero él jamás… —Daira se adelantó dos pasos—. Nunca
se me insinuó, me trata como a una hija, lo sé.
—Por favor Daira —chistó la lengua—. ¿Qué fue lo que te
dijo que te tiene tan emocionada?
Para ese momento, ya no estaba tan convencida de
querer contarle a su esposo sobre la propuesta del señor
Eldegard, pero tampoco le parecía bien guardarle el secreto,
tenían los suficientes para con el mundo como para que
también los hubiera entre ellos. Eran un equipo y se debían
mantener unidos, era necesario que ambos estuvieran en la
misma sintonía para no descuadrar el plan creado.
—¿Y bien? —cuestionó de nuevo.
La postura de Jason se volvió repentinamente intimidante,
con los brazos cruzados frente a su pecho, cejas inclinadas
hacia sus ojos y líneas de molestia dibujadas por todo su
rostro.
—Me propuso ser socios.
—¿Socios de qué?
—Jason, ¿podrías quitar esa postura y escucharme al
menos? —pidió la mujer, sintiéndose exasperada de la
inseguridad que le provocaban los ojos incriminadores de su
marido—. Tan sólo me dio una magnifica idea sobre lo que
quiero hacer.
—¿Y eso es?
—Las flores y las plantas me encantan, quisiera poder
dedicarme a ello, me gusta decorar y si…
—Bien —la interrumpió pese a que la ilusión comenzaba a
brotar no solo de sus labios, sino de todo su cuerpo—. Si es
lo que quieres hacer, no te detendré, pero definitivamente
no permitiré que ese hombre dé un centavo, soy tu esposo,
lo haré yo mismo.
—Pero Jason —ella se adelantó y tomó su mano cuando él
se dio media vuelta, queriendo entrar a la cama—. Esta era
mi oportunidad de hacer algo por mí misma, sin depender
de ti.
Ese escrutinio en el que la mantenía la enervaba al
tiempo que le provocaba un escalofrío en el cuerpo. Pero
conservó su garboso proceder, plantándose segura ante él,
sin apartar la mirada pese a que su cerebro le indicara que
lo hiciera.
—No lo entiendo —dijo severo—. Pero si no quieres que
sea yo, entonces deberás buscar alguien de confianza. Este
hombre ha tenido dos oportunidades de introducirse y lo ha
evitado, me da una mala sensación, tal parece que en
realidad no respeta que estés casada.
—Bien, acepto que no se ha presentado la oportunidad, le
diré la próxima vez que se presente ante ti.
—Sigue sin agradarme, pero dejaré el tema por ahora.
La mano que ella mantenía presa buscó soltarse, así que
Daira se lo permitió, observando sus movimientos para
meterse en la cama, una acción que ya le parecía tan
normal, que incluso la sorprendía en ocasiones. Jamás
imaginó estar tranquila en la presencia de un hombre,
mucho menos dormir con él.
Aquello le recordó algo importante, algo que pasó antes
de partir a la velada de los Sanders. Le había dado permiso
a su esposo de tocarla y de hacer prácticamente lo que él
quisiese con ella. Se sonrojó fuertemente. ¿Es que acaso su
marido lo habría olvidado? Quizá simplemente lo estaba
dejando pasar o no estaba tan ansioso como ella por
volverlo a besar.
Dejó salir un fuerte suspiro que bien se podría confundir
con un quejido. Apartó el negligé y se metió del otro lado de
la cama, girándose para no ver a su marido. Se sentía
incómoda, el cuerpo a sus espaldas irradiaba calor, pero no
era el mismo sentimiento reconfortante que siempre la
invadía cuando estaba con él, no. De hecho, se sentía
amenazada, no porque pudiera hacerle algo que no
deseara, sino porque él parecía en verdad irritado.
Se giró para poder ver la espalda que se alzaba varonil,
cubierta por una capa de seda negra que apenas contendría
los fuertes valles y suaves bordes que delineaban el cuerpo
que ella ya había admirado a escondidas en tantas
ocasiones, le era agradable verlo, pero supuso que sería
mucho mejor poder tocarlo.
Alargó una mano, acariciando la tela suave de la ropa de
dormir de su marido, sintiendo la cálida sensación de su
cuerpo traspasando la tela. Jason reaccionó enseguida por
la frialdad de las yemas de los dedos de su esposa y por la
caricia misma, dejó salir un quejido, girando la cabeza lo
suficiente como para poder observarla, pequeña e
indefensa, pero con una mirada tan determinada y firme
que no pudo más que hacerlo sonreír de lado.
—¿Qué pasa? ¿No puedes dormir?
—Me resulta imposible cuando soy capaz de sentir tu
irritación.
—Relájate, no estoy enojado. —Se recostó de nuevo.
—Jason… ¿recuerdas la conversación que tuvimos antes
de irnos? —ella se sonrojó fuertemente. Tuvo que agradecer
que la oscuridad de la recámara escondiera su vergüenza
en aumento, sobre todo cuando él no contestó—. ¿Jason,
estás dormido?
—No. —Su voz era clara, lejos de todo atisbo de sueño—.
Te estoy escuchando.
—Entonces… ¿lo recuerdas?
—Sí. Lo recuerdo.
—¿Y… qué piensas?
Otro silencio atribuló aún más a la ya de por sí nerviosa
mujer. El crujir de la cama y el roce de las sábanas se hizo
oír ante el mutismo, Jason hacía los movimientos
pertinentes para acercarse a su mujer, ocasionando todo
aquel ruido. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el
conde alargó una mano, rozando con suavidad la tela sobre
las costillas de su esposa hasta poseer su cintura,
acercándola de un jalón que la pegó de costado a su cuerpo.
—No estoy en contra de hacerte el amor Daira, pero me
encantaría saber si lo haces por mero cumplimiento del
deber, presión social o porque en realidad te gustaría
experimentarlo.
—Q-Quiero hacerlo… —cerró los ojos y pasó saliva—.
Contigo.
El conde se movió lejos de ella, se estiró hasta la mesa de
noche y encendió la luz de la lámpara. Suspiró fuertemente
y se volvió hacia la mujer recostada junto a él. Parecía
dudosa, con miedo, subiendo la tela de la sábana para
cubrirse el pecho, mas no apartó la mirada, Jason seguía
teniendo esos impresionantes ojos sobre él.
—¿Estás segura?
—S-Sí.
—Entonces, ¿Por qué tartamudeas?
—B-Bueno, lo considero normal, al fin y al cabo… —bajó la
voz hasta convertirla en un susurro—, es la primera vez que
yo…
—Lo sé —se acercó, posando su frente sobre la de ella—,
tendrás que confiar en mí, ¿crees que puedas hacerlo?
La mirada de aquella mujer se fijó en la de él por un largo
momento y en medio del silencio, asintió un par de veces,
acariciando las mejillas rasposas de su marido con las
manos.
—¿Qué tengo que hacer?
—De lo único que tú debes encargarte es de indicarme si
tienes miedo, si quieres parar o te duele algo —sonrió,
inclinándose para besar la nariz respingada de su esposa—.
Yo me encargaré de lo demás, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asintió nerviosamente.
—¿Tienes frío? —Jason observó su tembloroso proceder—.
¿Quieres que prenda la estufa?
—No —ella bajó la mirada y sonrió tímida—. Sé que en
unos momentos no será necesaria.
Una ceja rubia se elevó lentamente ante esa respuesta.
—Muy bien —aceptó la osadía—. Muero por besarte.
—Entonces, no te dejaré morir —ella se levantó sobre sus
codos, tomando los labios de su marido de forma
desprovista que le causó gracia, obligándolo a posar una
mano sobre las mejillas de su esposa, recostándola de
nuevo en la cama.
—Eres más atrevida de lo que imaginé.
—¿Te disgusta? —sonrió, a sabiendas que no era así.
—Conoces la respuesta.
Daira sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo cuando los
dedos y los labios de su esposo comenzaron acariciar su
cuerpo de forma embriagante que la obligaba a retorcerse,
acercarse y suspirar. Sabía lo que se decía de Jason,
siempre fue clasificado como un amante excepcional que
podía hacer volar la cabeza de su acompañante,
complaciente y contenido, una pareja de la que nunca te
olvidarías después de haber estado con él.
Un ligero temblor la invadió cuando sintió que su mano
cálida recorría sus piernas, levantando el camisón hasta sus
caderas, donde se atoró y él no hizo nada más por
continuar. Tomó una de sus piernas y besó la piel expuesta,
subiendo a su abdomen, sus costillas, clavícula y cuello.
—Dime algo Daira —susurró, besando detrás de su oreja
—. ¿Qué tanto sabes sobre el tema? ¿Qué has escuchado?
—M-Muy poco, p-pero si me lo explicas, bien puedo
aprender a… a hacer lo que te complazca.
Las cejas del conde buscaron juntarse en una sola.
—No quiero que me complazcas, quiero complacerte a ti.
—Oh —ella se sonrojó—. ¿Por qué?
—Es mi deseo que disfrutes esto muchísimo —acarició su
rostro—, porque presiento que estoy por volverme loco a tu
lado.
Ella mordió sus labios y buscó dónde enfocar sus ojos para
no mirarlo mientras decía lo que sabía sobre el acto
amoroso.
—M-Me han dicho que eres… —cerró los ojos y tembló—,
que eres muy bueno en esto, m-muchas mujeres susurran
sobre usted, sobre lo controlado, complaciente y lo buen
amante que es al logar ser capaz de… de apartarse para no
concebir y…
—Muy bien, no digas más. —Jason cubrió los labios de su
esposa con una mano cálida y fuerte. Daira clavó los ojos en
el semblante apesadumbrado de su marido—. No te
asustes, no estoy enfadado.
Jason apartó la mano lentamente y se agachó hasta hacer
que ambas frentes estuvieran conectadas.
—¿No debí decir todo eso?
—Más bien, me gustaría que no lo supieras.
Jason bajó su cabeza hasta posarla sobre el pecho de su
esposa, siendo consciente de su respiración acompasada y
el regular palpitar de su corazón, le rodeó la cintura y la
apretó contra sí.
—Eso sería imposible, escuchaba de ello mucho antes de
casarme contigo. —Acarició su cabello, intentando
consolarlo.
—¿Me vas a decir que nunca te lo echaron en cara desde
que estás casada conmigo? —La voz de Jason sonaba
angustiada, a sabiendas que sus muchas andanzas traerían
desolación a su esposa gracias a las malvadas damas de la
alta sociedad.
—Bueno, quizá me lo dijeron un par de veces —asintió, su
voz era dulce y desinteresada—. Pero ¿Sabes en qué
pensaba cuando me lo decían? —Jason levantó la cabeza y
la miró inquisitivo. Ella sonrió, agradecida de tener su
atención y contestó—: en lo que sentiría cuando fuera yo la
que estuviera en tus brazos y los celos que ellas tendrían
cuando no pudieras apartarte de mí nunca más.
—Por Dios, claramente estás loca y eso me fascina.
No se dijo nada más, porque Jason la besó con tal
intensidad que por poco y se roba el alma de la joven por
medio de suspiros que Daira era incapaz de contener. No
creía posible que se pudiera sentir tanto con un simple
beso. ¡Incluso antes ya se habían besado! Pero jamás como
en esos momentos, de hecho, sentía que Jason se estaba
entregando plenamente a ella por primera vez y eso la
ponía nerviosa, al mismo tiempo que alegre y agradecida.
Jason se dedicó a quitar el camisón del cuerpo de su
esposa, el cual resultaba ser una molestia al privarlo de
sentir la piel que fuera mucho más suave que la seda, más
perfecta que cualquier piedra preciosa y más fresca que la
brisa traída por el verano.
Cuando estuvo completamente desnuda, Jason se levantó
y desabrochó su propia camisa de dormir, todo ante la
atenta mirada de su esposa, quien incluso se levantó sobre
sus codos para mirar mejor la forma en la que sus tendones
se movían conforme los botones cedían, el pecho que se
contrajo cuando se apartó la última de las telas y los ojos
grises iluminados con un brillo amenazador que anunciaban
el próximo ataque contra sus labios.
Pese a que lo esperaba, Daira se sorprendió cuando sintió
la mano de su marido colocarse en su quijada, levantándole
el rostro y exponiendo sus labios para ser devorados.
Perduraron en aquella posición a medio recostar por unos
momentos, pero entonces la mano de Jason se colocó en su
espalda alta, pegándole a él para quitarle peso a los codos
que la sostenían y volverla a recostar con suavidad,
descansando sobre ella instantes después.
La separación de sus corazones era mínima, tan sólo unos
centímetros de piel que no eran rival para el fuerte palpitar
de ambos, ni tampoco para los labios que pasaron
presurosos por el valle entre los pechos y bajaron hasta el
abdomen que instintivamente se hundió ante la abrumadora
sensación que la obligó a arquearse, estirando los brazos
para atraerlo nuevamente a sus labios, abrazándolo con
todas sus fuerzas al pensar que de pronto volaría lejos de
ahí.
Jason cortó el beso apasionado que había estado
dirigiendo y la miró preso del cariño. Le tomó las manos con
las que ella acariciaba el vello rubio que se extendía suave y
ligero por el pecho masculino y las colocó alrededor de su
cuello, acercándose a su oído para poder susurrar palabras
dulces antes de llevar a cabo la conexión que había estado
anhelando desde hacía demasiado tiempo.
El cuerpo que se abrazaba a él se tensó y la boca de la
cual se sentía prisionero expiró un pequeño gemido,
diferente a los de placer que había estado emitiendo hacía
unos segundos. Jason sintió la mejilla de su esposa tocando
la suya a modo de petición silenciosa, a la vez que las
manos suaves y largas se deslizaron desde el cuello al que
se había estado aferrando hasta el cabello rubio.
—Mírame Jason. —Él inmediatamente levantó la cabeza
del hombro donde se había escondido y la miró sonriente,
sonrojada, con ojos iluminados y dulces. Estaba tranquila y
cada vez más relajada.
Jason inclinó la cabeza y la besó, preso de las sensaciones
que lo hacía sentir. Buscó complacerla, fue su primicia de
esa noche, pero al final, él había disfrutado como un loco,
incluso se sorprendió por el hecho de que no fue capaz de
controlarse por mucho tiempo, incapacitado de exponer sus
artes amatorias, delegado a ser un fiel sirviente que se
desmoronaba ante ella, preso del más puro deleite que lo
dejó sin aliento, exhausto y rendido. Seguro que estaría
decepcionada, no era ni la sombra de lo que se decía de él,
aunque estaba seguro que era a causa de ella y eso le
alegraba, porque el que no lograra controlarse quería decir
solo una cosa: la encontraba tan fascinante que le era
imposible pensar en lo que debía hacer, lo obligó a sentir y
dejarse llevar.
Era el hombre más feliz al poderla abrazar mientras
dormía profundamente gracias al agotamiento, relajada
debido al cariñoso proseguir y tan suya que le provocaban
tales sentimientos primitivos, que incluso le daba risa. La
cubrió con las mantas y le besó los hombros, los brazos y el
cuello. Pese a que estuviera dormida, se sabía incapaz de
parar, lleno de una dicha que le impedía apartar los labios
de su cuerpo y los brazos de su cintura.
Sentía que se desquiciaría de un momento a otro. No
sabía cuántas veces escuchó a Lucca y al resto de sus
primos decirle que no era más un muerto en vida; que podía
comer, beber y respirar, incluso acostarse con mujeres, pero
era incapaz de disfrutar, de sentir placer, ni siquiera era
capaz de sentirse zaceado.
Pero cuando estaba con su esposa, no hacía falta hacerle
el amor para sentirse pleno, feliz y satisfecho con la vida.
Daira le brindó algo que sintió que había perdido. Le regresó
la paz que necesitaba, gradualmente le devolvió su sonrisa
sincera, los descansos prolongados y la alegría de ser padre.
Dio un sentido a su vida cuando creyó que lo había perdido
todo y jamás dejaría de agradecérselo.
Capítulo 26

Los días pasaban lentamente cuando se tenía el


impedimento de salir de casa. Así era Inglaterra en el
invierno, hacía un frío que helaba las ideas, congelaba la
nariz, tapaba los oídos, partía los labios y hasta provocaba
que los ojos lagrimearan. El viento procuraba robarse el
alma de las personas que se atrevían a salir y no los
perdonaba pese a que tuvieran capas y capas de abrigos.
Sin mencionar que era imposible caminar debido a que la
nieve cubría hasta la mitad de la pantorrilla y en ocasiones,
si no se era cuidadoso, se podía caer en una profundidad
helada de nieve acumulada.
Se debía agradecer que el sistema de calefacción de
Eaton Hall fuera tan eficiente, incluso el área de los
empleados estaba perfectamente acondicionada para los
temporales invernales. El duque se cercioraba durante todo
el verano y otoño que las casas de sus empleados y
arrendatarios estuvieran en óptimas condiciones; el
pequeño Jack había acompañado a su tío durante todo el
proceso y su enseñanza fundamental era convertirlo en un
ser humano respetable y no únicamente un propietario.
Jason trataba de mantenerse con calma con dichas
enseñanzas, confiaba en su antiguo cuñado, sabía que era
un buen hombre, en realidad quería a su hijo y debía
prepararlo para su cargo. Sin embargo, el tener dos figuras
paternas intentando enseñar su forma de ver su vida era
complicado y Jason no quería que su hijo se confundiera,
quería ser él quien lo llevase de la mano y no otro.
—Jason, ¿Qué te parecería dejar de refunfuñar para ir a
patinar en el río cerca de aquí? —sonrió Daira, quien
estuviera recostada en el sofá, admirando a su esposo
vigilar a su hijo desde la ventana.
—No me agrada Daira —suspiró el hombre—. Es mi hijo.
—Jason, nadie te lo está quitando —sonrió la joven,
levantándose del sillón en el que se encontraba para
caminar hacia él.
Los ojos azules de la joven enfocaron a las figuras
divertidas del duque y el pequeño Jack, pese a que no le
dirigía la palabra, se comunicaba bastante bien con su tío.
Daira apretó los labios para que no se transformaran en una
sonrisa al ver los celos de Jason, se colocó detrás de él y lo
abrazó, recostando su mejilla en la espalda fuerte.
—¿Daira? —Las manos largas del conde tocaron los brazos
que lo envolvían, girando un poco la cabeza para lograr
verla aferrada a él—. ¿Se supone que con esto intentas ser
reconfortante? Puedo sentir cómo te ríes, eres mala en esto.
—¡Lo siento! —lo soltó, dejando salir una ligera carcajada
—. Por favor Jason, no estés celoso de esa relación, eres
toda la alegría de ese niño, te adora, siempre quiere estar
contigo y lo sabes.
—Sé que es una tontería —asintió Jason—. Pero Jackson es
lo único que es mío y que en verdad vale la pena. Es lo
único que tengo.
La mujer compuso una sonrisa que rápidamente se
disolvió al ser claramente forzada; algo en sus palabras
logró herirla, aunque no sabía escoger qué parte de ellas.
Dio un pequeño brinco cuando su marido soltó un fuerte
bufido, colocándola frente a la ventana para después
rodearla en un abrazo, ahora siendo él quien la envolvía
desde atrás, depositando un dúctil beso en su coronilla.
—Siempre será tuyo Jason —susurró ella, logrando hacer
un lado su amargura transitoria, ubicando su mente a ese
momento y no en sus dudas y pesares—. ¿Qué dices? ¿Nos
acompañarás?
—Sí, los veré allá después de que hable con John —asintió
—. Pero vayan abrigados y tengan cuidado ¿de acuerdo?
—Siempre tengo cuidado cuando él está conmigo —
aseguró.
—No estaba cuestionándote —levantó las manos en
rendición, alejándose unos pasos de ella—. Creo que desde
que tú estás en su vida ha avanzado a pasos acelerados,
jamás pensé escucharlo reír en público, sin embargo, el otro
día lo hacía con las gemelas.
—Avanza poco a poco —sonrió satisfecha—. No es el
primer niño que cuido que sufrió un trauma que llegó a
cohibirlo al completo.
—¿De qué hablas? —la miró extrañado—. ¿Crees que no
habla porque está traumatizado? ¿Crees que permití que le
hicieran daño?
—No dije que lo permitieras. —Ella se puso nerviosa ante
la molestia de su marido, debía tener más cuidado cuando
hablaba de Jack—. Aunque él tiene síntomas y jamás me
has hablado de…
—Quizá porque no era necesario que lo supieras. —La voz
de Jason era dura, él no solía hablarle así a nadie, mucho
menos a su esposa, pero estaba enojado y había sido por
una indiscreción de Daira—. El hecho de que te lleves bien
con él no te hace su madre.
La joven dama dio unos pasos hacia atrás, no tanto por lo
que le había dicho, que no dejaba de ser una realidad, sino
por la manera en que se lo decía. Desde que los conoció, lo
único que Daira hizo fue intentar ayudar a Jack, jamás haría
algo que lo perjudicara o siquiera lo incomodara, pero tal
parecía que se estaba extralimitando, Jason lo estaba
dejando más que claro en ese momento.
—Lo siento —bajó la cabeza, sintiéndose una tonta por
tomarse atribuciones únicamente porque su relación había
pasado a la intimidad hacía no mucho. Pensó que eso los
haría más unidos, pero estaba claro que no era verdad—. No
debí decir nada.
—Concuerdo.
—¡Papá! —el niño entró a la habitación hecho una
centella, contagiando su sonrisa al semblante serio de su
padre—. ¡Mira papá!
—¿Qué tienes ahí Jack? —se acercó Jason, dejando atrás a
su esposa, quien seguía anonadada en su lugar.
—Lady Daira, ¿ocurre algo? —El duque de Westminster dio
dos pasos hacia la mujer de Jason—. Está pálida, ¿se
encuentra bien?
—No se preocupe —sonrió, levantando una mano—. Estoy
bien. Iré a ver dónde se encuentra lady Sophia.
—Bueno a estas horas está…
Ella no estaba realmente interesada en la respuesta, tan
sólo quería salir de ahí lo más rápido que pudiera. Jason
lanzó una fría mirada hacia la figura que abandonaba la
habitación, para después volverse a enfocar plenamente en
su hijo.
—Papá —susurró—. ¿Por qué se ha ido mamá?
—Tenía cosas que hacer —simplificó el hombre.
—Pero me dijo que iríamos a patinar.
—Seguro cumplirá, dudo que quiera decepcionarte.
—Mamá jamás rompe sus promesas —aseguró Jack—.
Cuando me enseñó a contar me prometió darme a Bond y
me lo dio.
—Tú… confías mucho en ella, ¿verdad?
—Sí —el niño se agachó hacia su cachorro, el cual
apareció al escuchar la voz de su dueño—, mucho y la
quiero mucho más.
—Ya veo que sí —Jason tomó a su hijo y lo sentó en su
regazo con cuidado—. Jackson, ¿Alguna vez ella te ha
hablado sobre tus problemas para comunicarte?
—Sí, mamá y yo hacemos ejercicios todo el tiempo —
asintió el pequeño, distraído con su perro—. Ella lo hace
también porque no puede cantar en público, ¿no sabías
papi? Le da mucha pena.
Naturalmente que Daira mentía sobre ello, era
perfectamente capaz de cantar delante de un grupo
extenso de personas, pero Jason debía admitir que era una
buena forma de empatizar con su hijo, hablarle sobre un
defecto en común haría que él se esforzara tanto como lo
hacía ella sobre el canto.
Estaba claro que se sobrepasó con ella, y tal parecía que
no era el único que lo pensaba, puesto que John Ainsworth
se acercó con una mirada funesta y cejas pegadas a los
párpados. Estaba disgustado.
—¿Qué fue lo que pasó con tu esposa?
—Nada de lo que tú debas preocuparte —Jason se puso en
pie, tomando la mano de Jackson—. ¿O también deseas
meterte en los asuntos de mi matrimonio?
La forma en la que John movió su cabeza hacia atrás
mostró la sorpresa que su rostro no reveló.
—No me estoy metiendo en nada, tan sólo estaba
preocupado porque te estuvieras comportando como un
imbécil —el duque levantó las manos en exasperación—.
Pero parece que llegué tarde y de hecho lo hiciste. Deberías
disculparte con ella.
Dicho esto, el hombre salió de la habitación, siendo
perseguido por Bond y sucesivamente por Jack, quien soltó
la mano de su padre para aplaudir, intentando llamar la
atención de Bond.
Jason aprovechó el tiempo de soledad para pensar en los
últimos acontecimientos, reprochándose rápidamente su
conducta agresiva hacia su mujer, quien no había hecho
otra cosa más que ayudar a su hijo y a él mismo a
reencontrar su camino hacia una vida normal.
Salió de la recámara sólo para encontrarse de golpe con
ella, traía una buena cantidad de abrigos puestos y otra
buena cantidad en las manos, seguro que eran para
proteger a Jack del frío invierno al que se vería sometido al
patinar sobre hielo, actividad que no había hecho hasta ese
momento y no podía estar más entusiasmado por ello. Daira
incluso mandó a hacer los patines para el pequeño.
—Daira.
—Lo siento, se nos ha hecho tarde, no quiero que se nos
haga noche, refrescará demasiado.
—Ey —la intentó agarrar, pero ella seguía caminando de
un lado a otro, tomando cosas y colgándoselas
descuidadamente sobre el hombro—. Daira, lamento
haberte hablado así, no debí.
—Sí, está bien —lo ignoró, buscando entre sus ropas algo
que seguramente no existía, quería deshacerse de él, era
evidente—. Ahora, si me disculpa, tengo que buscar a Jack.
—Por favor, ¿incluso piensas dejar de tutearme?
—Jamás debí sobrepasar mis límites. Yo creí que… —cerró
los ojos y negó con la cabeza— no lo haré de nuevo, ahora…
—Daira, por favor —la tomó de los codos con delicadeza,
acercándola a él a base de quejas y renuencia, provocando
que ella dejara un rastro de ropas en el suelo—. ¿Al menos
puedes escuchar?
—¡No! —se soltó, inclinándose para recoger las cosas que
se le cayeron al suelo—. No quiero escucharlo, ha sido un
grosero cuando yo sólo intentaba comprender lo que pasa
con su hijo.
—Lo sé, ya lo sé —bufó—. El tema de Jack me pone de ese
modo, no reaccioné adecuadamente, sé que haces todo por
él.
Ella entrecerró los ojos y se cruzó de brazos. Parecía estar
pensando en un insulto adecuado para él, pero fue
rescatado por su hijo, quién repentinamente se colgó del
vestido de la mujer, provocando que esta soltara
nuevamente las cosas que traía en manos y por poco
terminara junto a ellas.
—¡Cuidado Jack! —Jason logró agarrar la muñeca de su
esposa a tiempo para que no azotara contra el suelo, por lo
demás, terminó esparcido por tercera vez—. ¿Estás bien?
—Sí, bien —ella se apartó y recogió las cosas, en esa
ocasión, colocando ropas sobre Jack, quien simplemente
levantaba los brazos con una sonrisa, dejándose vestir.
—De acuerdo, sabes que debemos tener cuidado ¿verdad
Jack? ¿sabes las reglas? —Daira levantó una ceja inquisitiva
—. ¿Las sabes?
—Sí —asintió el niño.
—¿Cuáles son?
—No correr, no separarse de mamá, seguir las
indicaciones y regresar en cuanto lo digas sin renegar.
—Buen chico —le guiñó un ojo y se enderezó, mirando a
su esposo con frialdad—. Nos vemos luego.
—Creo recordar que me invitaste a ir con ustedes.
Los ojos azules de Daira pasaron de ser un mar en calma
a una terrible tormenta en cuestión de segundos. Expuso su
descontento de esa forma, más no se atrevía a decir nada
que pudiera perjudicarla frente al niño que adoraba a su
padre más que a nadie.
—Estará ocupado, mi lord.
—De eso nada, siempre me ha agradado pasar tiempo con
Jack.
—¡Sí, Jack! —gritó el niño con entusiasmo.
—Los veré allá en un rato, como habíamos quedado.
—Ojalá no llegue jamás —murmuró ella cuando pasó a su
lado, caminando rígidamente por todos los abrigos que
tenía puestos.
La furia de su mujer combinada con un montón de abrigos
que la hacían caminar de forma graciosa resultó ser una
tortura para Jason, quien tuvo que hacer un esfuerzo
descomunal para no reír de ella al momento de salir de la
casa con la única compañía de su hijo y el chofer que los
llevaría hasta el lago congelado.
—Oye tú —lo incriminó una voz que para ese momento
conocía a la perfección—. ¿Qué le has hecho?
—Pridwen —Jason suspiró y se volvió para verla bajar—.
Una simple discusión de pareja, nada que ver contigo, hasta
donde sé.
—Yo me puedo meter en donde sea, sobre todo cuando se
trata de Daira —colocó sus manos en jarras—. Ahora, ¿me
dirás lo que hiciste o tendré que sacárselo a ella?
—De mi no obtendrás nada. —Elevó ambas cejas—. Si me
disculpas, tengo que hablar con John y alcanzar a mi familia.
—Sé que fue malvado con ella —le dijo con seguridad—.
¡Si la ha hecho llorar de nuevo me las cobraré!
—¡Oye rubia desteñida! —le gritó Adrien—. ¿Qué
demonios haces? Deja de entrometerte en la vida de los
demás, ¿nos dejaste colgados a Lucca y a mí por esto?
—Esto es más importante que un tonto juego de cartas.
—¡Ey! —Lucca se quejó desde el balcón que impedía su
caída libre desde el segundo piso—. Tengo mucho dinero
apostado ahí.
—El cual perderá, señor —sonrió la joven, volviendo a
subir.
—Espero que lo arregles Jason —Adrien palmeó la baranda
en la que estaba sostenido y subió detrás de su amiga.
Jason rodó los ojos y evitó el semblante de reproche de
Lucca, su mejor amigo, el único que podría decirle lo idiota
que era sin que se pusiera a la defensiva, como lo había
hecho con Pridwen hace unos momentos. Sabía que tenían
razón, todos la tenían, pero no podían decirle que no lo
intentó, trató de disculparse y ella no lo aceptó.
«Eres un verdadero idiota» se insultó a sí mismo y
continuó con su camino hacia el despacho de su amigo.

En definitiva, los adultos deberían aprender más sobre los
niños. La felicidad que Jackson experimentaba era incluso
contagiosa, por un momento hizo que Daira olvidara la
reciente pelea con su esposo y se enfocara en la
tranquilidad de la naturaleza, la risa dulce del pequeño
junto a ella y sobre el hielo bajo las navajas de sus patines.
Tenía que ser cuidadosa con Jack, aunque eso no evitó
que se cayera un par de veces, pero aquello provocaba que
el niño se levantara con más entusiasmo, agarrando con
fuerza las manos de su madre para seguir intentándolo
hasta que pudiera hacerlo solo. La perseverancia de un niño
era increíble, al igual que su curiosidad por el mundo que lo
rodea y su interminable búsqueda por la felicidad.
—Ven Jack, lo estás haciendo muy bien, casi logras
quedarte tú solo en pie —sonrió la mujer, sosteniendo al
niño por detrás.
—¡Mamá, me resbalo! —entonces cayó de nuevo,
empapando un poco más la tercera capa de sus pantalones.
—¿Estás bien? —inquirió risueña, ayudándolo a levantarse
—. Eres muy bueno cariño, casi lo logras por ti mismo.
—¡Lo intentaré de nuevo!
—Muy bien, pero practiquemos un poco, sabes a lo que
me refiero, ¿Verdad Jackson?
—Sí, a que pueda hablar con más personas.
—Así es, ¿sabes por qué es importante, cariño?
—Para que haga amigos.
—Te gusta tener amigos ¿verdad? —Ella lo ayudó a
resbalarse por el lago congelado—. Te veo feliz con las
gemelas, imagínate si pudieras hablar y decirles todos los
juegos que tienes pensados.
—¿¡Ya no sería todo el tiempo un dragón que las come!?
—Bueno, de vez en cuando lo serias, pero creo que tener
un voto sería agradable, ¿cierto? Proponer tus juegos.
—¡Bien!
—Comencemos con lo que practicamos la vez pasada.
Así que, mientras patinaba, el niño practicaba frases
amables para interactuar con los demás. Daira pensaba que
saber qué decir podría ayudar al niño a tener seguridad de
hacerlo en algún momento, aunque también cantaban o
simplemente charlaban de sus intereses. Lo último era
importante, puesto que así Daira sabía de qué hablar con él,
al mismo tiempo que podía pasar la información a los
demás. Si todos hablaban de un tema que al niño le
interesaba, sería más fácil que eventualmente se decidiera
a intervenir.
—¡Disculpen! —gritó la voz de una mujer a una distancia
considerable—. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
—Ven aquí, Jack —Daira cargó al niño y se acercó a la
orilla del lago con gráciles movimientos de pies.
—¿Quién es mami? —el pequeño preguntó aterrado.
—Tranquilo, no pasará nada, estás conmigo —acarició su
cabello con cariño, tratando de calmarlo.
Desabrochó los patines de los pies del niño, apartando la
placa de madera con cuidado de no lastimarse con la
navaja, de hecho, era un arma que pensaba utilizar en caso
de peligro.
—¿Hola? —se escuchó la voz nuevamente.
—Jack, quiero que te agarres de mi vestido y no te
separes de mí a menos que yo te lo diga, ¿entendido?
—Sí.
El niño parecía asustado, pero era mejor que lo estuviera,
al menos esperaba que de esa forma le hiciera caso en lo
que le indicaba. Era desafortunado que Carl estuviera
esperando en el calor del interior de la carroza que los llevó
hasta ahí. Aunque si gritaban, seguro que los escucharía y
saldría a su ayuda.
—Ah, con que ahí están —sonrió una bella mujer—. Te
llevo escuchando cantar por más de media hora, ¡me has
salvado! Me quedé atorada en el bosque circundante.
—¿Cómo llegó hasta este lugar? Es propiedad del duque
de Westminster, no creo que se pueda llegar aquí sin pensar
en entrar en Eaton Hall —Daira pegó al niño a su cuerpo,
protegiéndolo de la mujer que parecía tranquila.
—Si, supongo que venía con intención de llegar hasta la
casa —miró en dirección al imponente castillo—. Viví aquí en
algún tiempo de mi vida y pensé en regresar, no debes
preocuparte por mí.
Los ojos de esa mujer se le hacían extrañamente
familiares, pero no recordaba de dónde. Era una mujer
bonita, de facciones refinadas, pero con la piel quemada,
seguramente por una continua exposición al sol. Su cabello
era largo y parecía un poco descuidado, sin embargo,
seguía siendo bonito. Su cuerpo era curvilíneo y su vestido,
pese a no ser ostentoso, era de buen gusto.
—Si gusta, puedo pedirle a mi chofer que la lleve hasta la
casa.
—No, no quisiera interrumpir a su señor por un recuerdo
infantil de lo que pensé que era un hogar —sonrió—. ¿Está
el duque en casa?
—Sí, pasarán las Navidades y Año Nuevo aquí.
—Me sorprende que la duquesa no quisiera regresar a
Londres —elevó una ceja—. Que recuerde, era su costumbre
hacer una velada para todas las damas que fuesen parte de
su revolución femenina.
—Lo hará aquí —explicó Daira, sin entender por qué le
daba esa información—. Lo siento, ¿Cuál es tu nombre?
La mujer sonrió, desviando la mirada hacia el niño que
asomó su linda carita de entre la tela del vestido de su
madre. Había metido un dedo en la boca y su cuerpo
temblaba aterrado, sin embargo, sus ojos eran calmos,
escudriñadores, curiosos.
—¿Y quién es este pequeño? ¿Es acaso tu hijo?
—Eh… sí —era mejor dar esa respuesta.
—Hola nene, eres muy guapo, sin duda alguna mamá y
papá heredaron la belleza a tus facciones.
Tímidamente, el niño sonrió, alejándose del rostro cercano
de la mujer, escondiéndose más en el vestido de Daira.
—¿Eres acaso mujer de alguno de los primos de la
duquesa?
—Así es —Daira se enfocó de nuevo en la intrusa—,
estamos aquí debido a que el duque quiere enseñar a Jack
para ser su heredero.
—¿Jack? —ella se sorprendió y miró al niño con interés—.
Es un nombre muy hermoso… creo que estuve presente
cuando se lo dieron hace ya tantos años, ¿no es el hijo de
lord Seymour?
—Así es. —Daira se avergonzó, puesto que esa mujer
conocía a la verdadera madre del niño, quedando ella como
una mentirosa.
Sin embargo, no dijo nada para avergonzarla con ese
hecho, simplemente sonrió sin apartar la mirada del
pequeño, aparentemente hipnotizada por él.
—Dime Jack, ¿Te gusta venir a patinar? —El niño miró mal
a aquella mujer y se escondió de nuevo—. ¿Qué ocurre?
—No se le permite hablar con extraños, él lo sabe —
excusó.
—Comprendo —asintió—. Eres un niño bueno Jack, has
crecido mucho desde la última vez que te vi.
—Señorita, si no le molesta, deberíamos regresar ya, si no
piensa acompañarnos, entonces ha de seguir con su camino
—pidió Daira con autoridad—. Aunque le ruego que salga de
la propiedad si no quiere ser perseguida por la gente del
duque.
—Entiendo, agradezco su amabilidad.
—¡Daira! —Se escuchó el grito conocido de Jason
Seymour, que en esos momentos sonaba como el coro de
los ángeles para su mujer—. ¡Daira! ¡Jackson! ¿Dónde
están?
—¡Estamos aquí, Jason! —gritó Daira en respuesta.
La mujer frente a ella se puso nerviosa, miró de un lado a
otro y se echó a correr sin previo aviso hacia un lugar
incierto, perdiéndose entre la maleza del bosque. Daira se
quedó con las palabras en la boca, definitivamente era una
mujer extraña, le había dejado los vellos del cuerpo en
punta. Tomó en brazos a Jack y esperó a ser encontrada por
su esposo, quien los abrazó a ambos en cuanto los tuvo
enfrente.
—¡Es tarde! —regañó, separando a su mujer de su pecho
—. El mal tiempo iniciará pronto, tenemos que ir a casa
ahora.
—Sí —ella meneó la cabeza—. Vamos.
—¿Qué ocurre? —Jason revisó con la mirada el cuerpo de
su esposa e hijo, pero parecían estar bien—. ¿Por qué estás
tan alterada?
—Nada, no pasó nada.
—Por favor Daira, si algo pasó, puedes dejar tu orgullo de
lado por unos segundos para decírmelo.
—Había una mujer rara —informó el niño en brazos de su
madre, estirándose para ser cargado por su padre.
—¿Una mujer rara? —elevó una ceja hacia su esposa—.
¿Qué quiere decir con ello?
—Una chica que se perdió, eso es todo.
—¿En medio de la propiedad de John? Me parece
imposible, debe conocer muy bien la zona para lograr llegar
hasta aquí.
—Es lo que pensé, incluso se lo pregunté, pero ella no
contestó.
—Definitivamente no volverás a venir aquí sola —negó—.
¿Dónde está Carl? ¿Qué no debería estar aquí?
—Está en la carroza.
—Allí está bien —renegó sarcástico—. Vamos, los llevaré a
casa.
Jason pasó un brazo alrededor de su esposa y acomodó a
su hijo, permitiéndole recostar su cabeza en su hombro
mientras regresaban. Daira podía haber reñido con su
marido para que la soltara, pero su cabeza no podía dejar
de dar vueltas con referencia a la mujer que se encontraron,
algo en ella le era familiar y al mismo tiempo,
completamente extraño, ¿dónde había visto antes esos
ojos?
Capítulo 27

La noche había caído, así como la tormenta de nieve que


Jason pronosticó. Eaton Hall estaba en silencio, la mayor
parte de los empleados descansaban y los que no, estaban
en el comedor, atendiendo las últimas demandas de sus
señores antes de poderse ir a recostar en lo que sería un
merecido descanso. Sin embargo, no toda la familia había
bajado al comedor, Daira se reusó a abandonar a Jack, y
decidió atenderlo personalmente, desde el baño hasta la
cena que mandó pedir para la habitación.
—Mami, ¿Quién era esa señora?
—No lo sé, Jack —le acarició la mejilla—. Pero no debes
preocuparte, te protegeré siempre, al igual que lo hizo papá.
—Daba miedo.
—Sí, es verdad, salió de la nada.
—Sabía mi nombre —dijo aún más asustado.
—Oh, no debes preocuparte por eso cariño, sucede que
muchas personas saben tu nombre aún sin conocerte, eres
importante.
—No me gusta.
—Con el tiempo lo comprenderás, por ahora, debes saber
que nosotros te protegeremos de todo el que quiera hacerte
daño.
—¡Yo te protegeré a ti mami! —Jack brincó a los brazos de
su madre, recorriendo su rostro a base de besos.
—Te lo agradezco cariño —sonrió la mujer—. Vamos, si has
terminado, es hora de lavarte los dientes e ir a dormir.
—¿Dormiré aquí mamá?
—Sí, ya te lo había dicho.
—Pero ¿y qué pasará con papá?
—No te preocupes, él tomará tu recámara si es necesario
—le acarició el cabello y lo guío con suavidad hacia el baño.
Era la excusa perfecta para tener a Jason lejos de ella. No
le perdonaría tan fácil el grito que le dedicó no sólo frente a
Jack, sino también frente al duque, quién jamás apartó su
mirada pesarosa de ella, seguramente sintiendo lástima por
su situación; tal vez incluso comparándola con la melodiosa
sintonía que existía con anterioridad con su hermana y ese
mismo hombre.
Algo dentro de ella volvió a arder en ira, era un
estremecimiento tan poderoso que incluso le provocaba
dolor en el estómago, podía sentir como aquella frustración,
molestia y dolor subían lentamente hasta llegar a su
esófago, provocando incluso granas de llorar.
Tenía que tranquilizarse, no era bueno para ella y justo en
ese momento, de nada le servía estar enojada, Jason ni
siquiera estaba cerca y seguro subiría muy tarde; desde que
llegaron Lucca, Adrien y Pridwen a la casa, las noches se
volvieron pequeñas festividades que eran intimas y
reconfortantes en un invierno que hubiese sido muy
aburrido sin la presencia de otras personas. Pridwen para
Daira era una salvación y fuente de confianza, porque,
aunque lady Sophia era agradable, no sentía la misma
confianza que con su amiga.
Recostó al pequeño Jack, lo tapó hasta la barbilla y se
metió junto a él, abrazándolo con cariño mientras le
cantaba su canción favorita para antes de dormir. Daira
adoraba ver su mirada dulce clavada en ella, imaginando
que era un ser de otro mundo por tener una voz
encantadora, el niño trataba de mirarla durante toda la
canción, quedando dormido irremediablemente a la mitad
de la misma.
La joven le dio un dulce beso, acomodándolo sobre la
cama y acercando Bond a él, el cachorro se reacomodó en
su nueva posición y siguió durmiendo plácidamente. Para
Daira era un obstáculo más para Jason, esperaba que al ver
a tantas personas en su cama lo hiciera comprender que no
había cabida para él.
—¿Resolviste el problema con tu esposa? —inquirió Lucca,
subiendo las escaleras junto a Jason.
—No. Creo que sigue tan molesta como cuando se fue.
—Y no lo dudo —sonrió el muchacho—. Me ha dicho
Pridwen que eres todo un bruto con ella cuando quieres
serlo.
—Esa mujer tiende a exagerar las cosas, aunque no puedo
negar que tiene algo de razón, me extralimité con Daira, no
debí hablarle de esa manera —aceptó, levantando las
manos.
—Pensé que estaban muy bien, incluso me dijiste que al
fin comenzaron una relación marital normal.
—Y así es —suspiró—, si ese no es el problema.
—¿Entonces?
—Daira es tan… —apretó los labios—. Tan perfecta.
—Y eso es malo, ¿por qué…? —elevó una ceja.
—¡Porque todo lo hace bien! —se exasperó—. Por el amor
de Dios, nadie puede ser tan perfecto, ella no se equivoca y
yo lo hago todo el tiempo ¡carajo! Me siento un idiota a su
lado.
—Lo eres —sonrió su primo.
—Sé que lo soy, pero incluso cuando discutimos, ella
parece siempre llevar la delantera —el hombre meneó la
cabeza y pasó una mano por sus cabellos al recordar la
imagen de su esposa—. Es siempre tan esplendorosa,
dominada, manteniendo la calma, haciéndome parecer un
loco mientras ella sigue en esa postura de reina inmutable y
admirable.
—Jason —le tomó los hombros—. Sé que estás
acostumbrado a lidiar con la locura, pero ni es lo normal ni
es cómo deben ser las cosas ¿comprendes? Lo que tienes
con Daira es bueno, no digo que no discutan, me
preocuparía si no hubiera problemas, pero el que ella no
haga berrinches, grite y patalee no la hace insoportable.
—No dije eso.
—Es lo que entendí de todo tu discurso.
—Únicamente digo que no sé lidiar con ese tipo de
reacción, ella es tan condenadamente orgullosa. —Caminó
de un lado a otro y luego enfrentó a su primo de nuevo—.
Me disculpé y ella sigue estando molesta ¿qué más quiere
que haga?
—No sé, quizá hay algo más que no está diciendo.
—¿Acaso tengo que leerle la mente?
—Podrías preguntárselo —elevó una ceja—. No es tan
difícil ¿Verdad? Cuando quieres hacer las cosas las opciones
salen.
—La aprecio Lucca, no sé porque quieres hacer parecer
que no.
—Sé que la quieres —el francés se cruzó de brazos—. Eso
es evidente. El asunto es que le tienes miedo.
—¡Es ridículo! —por poco gritó—. No digas tonterías.
Lucca dejó salir una carcajada.
—Debo admitir que es una mujer intimidante, no sólo es
hermosa, sino que tiene carácter y eso me agrada, sé que a
ti también.
—Me gusta mi mujer, si es lo que intentas decir.
—Ve a disculparte Jason, corrige la situación.
Lucca dio una ligera palmada al hombro de su primo antes
de seguir con el camino hacia su habitación. Jason por su
parte, fue a tomar asiento a una silla que estaba por los
alrededores, encendió un cigarro y se puso a pensar,
distrayéndose de cuando en cuando para desear buenas
noches a los huéspedes y dueños de la casa quienes
pasaban a su lado con dirección a sus recámaras. Le era
irritante no encontrar el mejor movimiento para enfrentar a
su esposa, no comprendía como con ella todo parecía ser
tan difícil.
Sin embargo, cuando estaban a solas, las cosas fluían y
embonaban perfectamente el uno con el otro, se
complacían, se conocían y comprendían sin requerir mucho
esfuerzo.
Armándose de valor, Jason se puso en pie y caminó a su
recámara, esperando que su mujer estuviese dormida;
había llegado a la conclusión de que prefería lidiar con ella
por la mañana. Lo que jamás se imaginó fue que habría un
campo minado preparado para que él no pudiera pasar. En
su cama no sólo estaba Jackson, sino que incluso el perro
del mismo estaba dormido ahí. Parecían una gran familia
feliz, todos juntos, sin dejarle espacio a él para que entrara.
El mensaje de Daira era más que claro y debía admitir que
podía ser bastante creativa a la hora de elaborar sus
indirectas.
Sin embargo, no pensaba dejarla salirse con la suya, así
que fue a encender una lámpara alejada para no incomodar
a los durmientes y se acercó a su esposa, deslizando las
manos debajo de su cuerpo y alzándola con cuidado hasta
recostarla en su hombro.
—¿Qué…? —Daira intentó abrir los ojos sin mucho éxito—.
¿Qué haces? ¿A dónde me llevas?
—Ya que decidiste invadir nuestra cama con adorables
polisones, tendremos que dormir en otro lugar.
—No quiero dormir contigo —dijo somnolienta.
—Lo sé, ¿Crees que no lo entendí?
—Jason, déjame en paz, quiero regresar.
—No, irás conmigo, lo siento, es lo que sucede cuando te
casas con alguien —la apretó contra su pecho, sacándole un
quejido.
Decidió quedarse callada, definitivamente no podía luchar
contra la fuerza que Jason aplicaba para tenerla levantada,
no sería de ayuda que pataleara y se quejara, sólo
despertaría a Jack o propiciaría un golpe para sí misma. Lo
mejor era esperar a que la soltara para colocarla en la
cama, sería entonces cuando tendría una oportunidad.
Para su desdicha, parecía ser que Jason tenía
contemplada esa posibilidad, así que la puso sobre sus pies,
pero trabó la puerta como precaución para que no pudiera
escapar. Daira lo miró con recelo, alejándose mientras él se
acercaba con una sonrisa irritante.
—¿Qué pasa, mi lord? ¿Tiene alguna indicación o queja?
—Por favor Daira, déjate de tonterías.
—¿Por qué me ha encerrado aquí? —miró hacia la puerta
—. Me está asustando, ¿quiere hacerme daño?
—No te atrevas a utilizar eso —la apuntó—. Sabes que
jamás te haría daño. No intencionalmente, al menos.
—Eso es un amplio margen y queda a criterio —ella
seguía dando pasos hacia atrás—, quizá usted diga que no
lo hizo con intensión, pero igualmente me hizo daño, ¿Quién
dice que fue intencional o no? Sería cuestión meramente
suya y en dado caso ¿quién podría decir si es verdad o no
más que usted mismo? ¿Es de suponer que yo he de
aceptar que es verdad así sin más?
—Muy bien, preciosa —se acercó—. Estás divagando.
—Lo digo muy en serio.
—Daira, no fue mi intensión herirte y lo digo en serio. A la
única persona que Jackson aceptaría como su madre es a ti
—la miró pesaroso y arrepentido—. Te has ganado ese ese
puesto, eres la mujer perfecta para ser su madre y mi
esposa.
Daira mordió sus labios y ladeó la cabeza, buscando
evitarlo en todo lo que le fuera posible. Se sentía abrumada
por el cúmulo de sensaciones que buscaban tener el
protagonismo dentro de sí.
—Me dio vergüenza —confesó en voz baja—. El duque me
miraba con tanta lástima, como si jamás te hubiese
escuchado hablarle de esa manera a nadie. Supongo que
jamás le hablaste así a…
El hombre levantó una ceja, esperando a que ella
continuara.
—¿A quién? —tuvo que preguntar debido a que Daira se
negaba a hablar—. No me digas que… —negó y cerró los
ojos—: ¿Annelise?
—Sí. Supongo que con ella todo era perfecto, pero es
injusto que incluso usted haga comparativas, estoy cansada
de ser criticada —expuso con irritación—. No es lo que yo
quería, pero ciertamente es lo que obtengo siempre al ser
tu segunda esposa.
—Jamás te he comparado con ella. —Su voz era tajante y
seca, tal parecía que quería dejar ese punto en claro—. Y
para que lo sepas, Annelise y yo discutíamos todo el tiempo
y por todo. Si John tenía esa mirada es porque le simpatizas,
no era de lástima era de empatía.
Daira entrecerró la mirada, tratando de descubrir la
mentira entre sus palabras condescendientes. No era una
niña, no necesitaba que le mintieran para hacerla sentir
mejor. Ciertamente haber intimado con su marido fue una
mala decisión, ponía a flor de piel demasiados sentimientos
y sensaciones que en ese instante le parecían irritantes.
Se daba cuenta que, gracias a ese acercamiento,
esperaba más de él, prestaba más atención a sus acciones,
a sus palabras, rebuscando significados inexistentes entre
líneas, miradas o caricias, tratando de incluirse, de sentir
que Jason la tenía en el pensamiento a cada instante y de
forma elemental. Por lo cual, todo lo que dijera de alguna
forma iba dirigido hacia ella, fuera por molestia o felicidad.
Era patético y no debió esperarlo, de hecho, no debió
siquiera pensarlo. Era tonto que estuviera enojada con él
cuando el trato había sido que no eran una pareja, en un
inicio la intimidad ni siquiera estaba en la jugada, pero
incluso aunque la tuvieron, jamás se habló de amor o
lealtad, Jason seguía siendo tan libre como al inicio de ese
matrimonio, no tenía derecho a exigirle nada.
—No debes decirme nada de esto —cerró los ojos al
terminar sus cavilaciones—. Tienes toda la razón, no tenía
por qué entrometerme en tus asuntos, estuvo bien que me
lo hicieras notar.
—Eh… no es a dónde quería llegar —la miró confuso—. Te
estás desviando aún más, ¿Qué demonios estás diciendo?
—Soy una tonta, eso es todo —sonrió extrañada e
impactada por su propio comportamiento—. Exigí algo que
no me corresponde.
—Daira —Jason se acercó a ella y la tomó por los codos
para acercarla—. Te correspondía y está bien que estés
enojada conmigo.
Ella sonrió dulcemente y meneó la cabeza de lado a lado.
—No, ya no estoy enojada —colocó las manos en el pecho
de su marido para alejarlo de ella—. Como dije, está bien
que volvieras a marcar las líneas entre nosotros, me
confundí, eso fue todo.
—Daira…
—Fue un simple desbalance que surgió gracias a que
nosotros… —se sonrojó—. Pero ya comprendí y estoy bien
como estamos ahora.
—No me gusta hacia dónde va esto —los ojos grises
recorrían el rostro refinado con angustia—. Daira, somos una
pareja, es lo que quería cuando te pedí que comenzáramos
a acercarnos, esto que haces —negó con la cabeza—. No
me gusta, no quiero que te alejes de mí cuando mejor
estábamos ¿me comprendes?
—No. —Frunció el ceño—. ¿Qué quieres de mí?
—El que discutamos de vez en cuando no debe provocar
toda esa maraña de pensamientos traicioneros, incluso si
grito o me gritas tú, ninguno debe retroceder al límite de no
sentirse parte de la familia.
—Es complicado y no lo entiendo —admitió.
—Un poco, pero así son las relaciones, preciosa, no hay
más.
La boca rojiza y carnosa de la mujer se movió de un lado a
otro, tratando de razonar las palabras de su marido. Tal
parecía que la confusión formaría parte de su semblante a
partir de que entendía lo que era tener una relación de
pareja, estaba aprendiendo y sintiendo por primera vez
todas esas emociones que en ocasiones podían ser tan
dolorosas y traicioneras, conduciendo a las personas a la
locura y al dolor profundo sin muchos fundamentos.
—Sigo sin comprender del todo —sinceró más relajada—.
Pero será cuestión de irme acostumbrando.
—Así es, date tiempo.
—Entonces… ¿tengo razón de estar enojada?
—Lo sentiste ¿no es así?
—Sí.
—¿Quieres decirme el resto de las razones?
—No me nombraste como algo que valga la pena en tu
vida.
—¿De qué hablas?
—Dijiste que Jackson era lo único que era tuyo y que valía
la pena —lo miró dolida—. De alguna forma, yo sentía que
también formaba parte de algo que tú querías y sentías
tuyo… yo te siento mío, un poco.
Una sonrisa tímida y divertida se asomó por las comisuras
de Jason al escuchar tal confesión hecha con determinación
y sin una pisca de vergüenza. Daira no se avergonzaba de
sus sentimientos y eso era impresionante, el hecho de que
su orgullo no le impidiera compartirlo le fascinaba aún más.
—Soy tuyo —la besó rápida y tiernamente, apenas
apresando su labio inferior—. Y cuando dije eso, me refería
a algo que he hecho, Jackson es fruto de mí, pero ahora tú
eres parte de mí.
—Es que… no sé cómo tomar esta nueva relación —
aceptó, rozando su pecho con amabilidad—. No sé cuál es
mi lugar.
—Tu lugar es el de mi esposa y el de la madre de Jack —la
besó de nuevo—. Y todo el que quieras agregar a esa lista.
—Te detesto.
—¿Por qué? —la alejó únicamente para lograr verla mejor
—. ¿Sigues molesta por lo que sucedió?
—Sí. Pero también por tu don para hablar —le tocó los
labios y los jaló ligeramente—. Resulta ser un fastidio.
Jason dejó salir una carcajada, envolvió sus brazos
alrededor de la cintura de su esposa y la recostó en la
cama, preparado para besarla y hacerle el amor durante
toda la noche si le era necesario. Haría cualquier cosa con
tal de quitarle esas ideas locas de su cabeza. Desde hacía
mucho tiempo que no pensaba en Annelise y eso era
gracias a que Daira llegó a su vida y la llenó de luz y
tranquilidad.
—Jack se mostró muy asustado por la presencia
inesperada de esa mujer. —Jason, quien se encargaba de
besar el abdomen desnudo de su esposa después de
hacerle el amor, levantó la mirada y frunció el ceño—. No lo
sé, a mí también me puso de nervios.
—¿Es que dijo o hizo algo? —Jason se acercó al rostro de
su mujer, besándola detrás de la oreja—. No me gusta que
salgan solos.
—Lo sé, pero jamás pensé que alguien se atrevería a
internarse tanto en la propiedad, el río congelado no está
lejos de la casa, las posibilidades de que alguien la viera
eran grandes —Daira acarició el cabello de su marido
cuando este se recostó sobre su pecho.
—Quizá esté loca.
—No lo parecía —la joven mordió sus labios—. Además, no
apartaba la mirada de Jackson, dijo que lo conocía de
cuando nació.
—¿Cómo? —Jason levantó la mirada.
—Sí —lo miró extrañada—. Dijo que estuvo presente
cuando fue nombrado, dijo que lo recordaba siendo un
bebé.
—Jackson no nació aquí —los ojos grises de Jason parecían
perturbados—. Ni con servidumbre que nos conociera.
—Tal vez se refería a que lo conoció cuando lo trajeron
aquí.
—Está extraño todo este asunto —asintió Jason—. Por si
las dudas, no quiero que salgas sola en los días venideros.
La mujer se acomodó en la cama, tratando de encontrar la
posición que le fuera más cómoda al tener a su esposo
recostado sobre ella. No era que le desagradara, por el
contrario, le gustaba sentir los brazos fuertes de Jason a su
alrededor y solía quedarse dormida mientras le acariciaba el
cabello y sentía su respiración contra ella.
Jason fue capaz de sentir cuando su esposa se durmió, él
estaba tan cansado como ella. Ojalá pudiera cerrar los ojos
y alejar de su cabeza todas esas preocupaciones que de
pronto resurgieron.
Capítulo 28

En definitiva, Sophia Pemberton sabía cómo dar una


fiesta, pese a que no fuera adepta a ellas, parecía haberse
esforzado al máximo en esa ocasión. Daira tampoco
consideraba que la mujer fuera de las que se emocionaba
por las épocas navideñas, pero si se hablaba de la duquesa
de Westminster, se podía esperar cualquier cosa.
No eran muchos invitados, desde hacía días que los
caminos eran imposibles de transitar, por lo cual la familia
Seymour no logró llegar; pero los que ya estaban en la casa
y los amigos de los duques que vivían por los alrededores
fueron capaces de deleitarse con una deliciosa cena, vinos
de calidad y charlas entretenidas en medio de la algarabía
de las fechas.
Las gemelas y Jackson eran los que más disfrutaban,
siendo los únicos niños en la casa, no había persona
conocida para ellos que no tuviera regalos con sus nombres
debajo del gran árbol decorado. Jason no podía dejar de
observar a su hijo, quien corría feliz con sus primas, de
repente lo oía hablar con ellas, en voz baja y cauteloso de
que nadie más lo escuchara, pero ese era un avance
tremendo que le provocaban ganas de besar a la mujer que
mantenía abrazada por la cintura, muy junto a él, donde le
correspondía.
—¿Lo has escuchado Daira? —susurró en su oído—.
Jackson habla con las niñas, en verdad lo hace.
—Creo que al fin se cansó de ser un dragón.
—¿A qué te refieres? —la miró divertido.
—Nada —ella volvió un poco la cabeza para poder verlo a
los ojos, sonriendo dulcemente mientras recibía el beso de
su marido en la sien—. Digamos que a Jack le gusta dar su
opinión.
—Gracias, te lo debo a ti —la acercó un poco más,
pegando la espalda de su esposa a su pecho—. Bond fue un
buen inicio, pero todos los ejercicios que hace contigo son
increíbles.
—No es nada, él progresa de esa manera porque tiene
interés en hacerlo —dijo humildemente y miró con
desagrado hacia una pareja—. Me gustaría que los Melbrook
no hubiesen sido requeridos.
—Lo siento, preciosa, pero resulta ser que estaban en
casa de los Sanders como invitados.
—Lo hacen a propósito, quieren atormentarme —Daira
apretó su quijada—. Es un cerdo con una asquerosa fijación.
—Ey —la volvió hacia él con cuidado—. Estoy contigo y
eso no va a cambiar próximamente.
Una sonrisa tranquilizadora salió de los labios de Jason,
reflejándose en la mirada cristalizada de su esposa, quien le
devolvió el gesto con desasosiego y volvió a prestar
atención al juego que se llevaba a cabo entre los adultos,
siendo Pridwen y Adrien los protagonistas del escenario…
como ya era usual.
—¡Basta, basta! —gritaba la joven rubia, empujando a
Adrien, quien se burlaba de ella—. ¡Eres un tonto!
—¿Qué hice yo? La que hizo el ridículo fuiste tú.
—¡Eso ya lo sé! —se quejaba la mujer, cruzándose de
brazos.
—Deberías estar avergonzada Prid —sonreía Lucca—. Ser
vencida por un tonto como Adrien debe doler.
—¿Tonto dices? —lo miró el susodicho—. Jamás me has
ganado en nada, primito, al menos que yo recuerde.
—¿Lo intentamos? —Lucca se puso en pie y la gente
victoreo la rivalidad entre los primos.
Jason negó divertido, sintiéndose feliz en medio de su
familia, incluso los condes de Melbrook no eran un
impedimento para disfrutar la velada, era cuestión de
mantener a su mujer a su lado, haciéndola sentir tranquila y
mimada, como llevaba haciéndolo toda la noche. Notaba las
miradas iracundas del conde, pero poco le importaba a
Jason lo que una mente perturbada como la de Mark pudiera
estar sintiendo en esos momentos. Al menos debía
agradecer que hubiera limitado sus impulsos y jamás hiriera
a Daira, porque de ser así, no podría perdonárselo, tendría
que matarlo.
—¡Jason, Daira! —sonrió Sophia, con una de las gemelas
en los brazos y junto a su esposo, quién sostenía a la otra—.
¡Es su turno!
—Veamos qué tan compatibles son como pareja —sonrió
la señora Sander con desdén—, es su oportunidad de
acallantarnos.
—¿Les enseñamos como se hace, preciosa? —sonrió
Jason.
—¿Por qué no? —ella se inclinó de hombros y se acercó
para besarlo fugazmente—. Demos una lección a todos los
dudosos.
—Estoy más que interesada en verlo también.
«Esa voz…» Jason se volvió con rapidez, lastimando
algunos músculos de su cuello.
—No puede ser…
—Hola Jason —sonrió Annelise.
—¿Qué…? —John se adelantó unos pasos—. ¿Annelise?
¿Cómo es esto posible? Yo…
—Sé que me buscaste John —sonrió con cariño y después
volvió sus ojos a su marido—. Ambos lo hicieron.
Los duques de Westminster mostraron su impresión,
dejando sobre sus pies a las pequeñas gemelas que
corrieron hacia su tía.
—No puedo creer que estés aquí —John se adelantó y
tomó a su hermana entre sus brazos, donde permanecería
por un buen rato—. ¡Eres la persona más mimada y tonta
que he conocido en mi vida!
—Lo sé, lo siento tanto. —Annelise volvió la cara hacia
Jason, quien permanecía inmóvil junto a la que ahora era su
mujer—. Sé que no merezco que me escuches, pero…
—No puedes hablarme —dijo Jason. No era ofensivo, ni
tampoco había gritado, pero era una orden clara—. Tampoco
te quiero cerca, nos iremos mañana mismo de aquí.
—Jason —Sophia se adelantó unos pasos, tomando a su
primo por los brazos—. Por favor, esto no tiene nada que ver
con Jackson.
—Tiene todo que ver con él —la voz seguía siendo firme—.
Daira, por favor, toma a Jackson, no necesitamos estar aquí.
Sin embargo, era imposible para su mujer moverse,
porque ahora lo comprendía todo. Esos ojos eran iguales a
los del duque, por eso los reconoció en aquella ocasión, esa
mujer era la madre de Jackson y por eso mismo mostraba
interés en él, explicaba su falta de miedo por ser atrapada
en la propiedad y la razón de que la conociera tan bien. Esa
mujer en el río era Annelise, siempre lo fue.
—Jason, no tomes medidas ahora —se adelantó la
hermana del duque—. No me quedaré aquí, si es tu
preocupación.
—Me importa poco donde te quedes, estás cerca y con
eso es suficiente para que yo me vaya. Debiste quedarte
donde estabas.
—Pensé que no sabías que estaba viva —recriminó.
—¿Qué no lo sabía? —Jason parecía a punto de explotar—.
Eres ingenua si crees que tu hermano no lo sabía también.
—Pero creí…
—¡Basta! Dije que no quería escucharte, no quiero verte,
para mí es como si siguieras muerta —la apuntó con
desprecio y tomó la cintura de su ensimismada esposa—.
Vámonos Daira.
—Eras tú… —susurró la joven, con un tono oscilante entre
el impacto y la recriminación—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No era necesario Daira —Annelise dibujó una pequeña
sonrisa.
—¿Te burlabas de mí?
—No —meneó la cabeza suavemente—. Fue una
casualidad que los encontrara en el río, te lo aseguro. Dije la
verdad, no es seguro que estés paseando sola por la
propiedad de esa manera.
Daira estuvo por hacer otra pregunta, pero entonces sintió
como un pequeño niño se abalanzaba sobre ellos, tomando
una pierna de Jason y una de su madre, quedando con la
cabeza en medio de ellos. Su esplendorosa sonrisa se
difuminó al ver la seriedad en la que los adultos se
encontraban.
Los ojos grises del pequeño buscaron los de su padre,
tratando de obtener alguna respuesta, pero no la obtuvo, la
única reacción que dio su padre fue tomarlo en brazos,
obligarlo a recostar la cabeza en su hombro y caminar
directo hacia la salida del salón.
—¡Daira! —gritó al fin para que su esposa lo siguiera.
—Ve —pidió Annelise—. Por favor, ve con ellos.
Con un meneo de cabeza, Daira fue capaz de enfocarse
de nuevo, apurándose a seguir a su esposo hacia la
habitación. Annelise vio desaparecer al hombre que una vez
fue su familia, con quien tuvo un hijo precioso y al que hirió
de todas las formas imaginables. Sin embargo, no había otro
lugar al que pudiera ir.
Las miradas incriminatorias estaban sobre ella,
apuñalándola mientras no veía, tratando de asesinarla. No
era para menos, Jason era el primo de muchos de ellos y de
otros, era un buen amigo. Rebuscó entre la gente caras
conocidas, sabía quiénes eran los Sanders, los Relmin y
también reconoció a los Melbrook.
—Eres valiente en regresar Annelise —Lucca se cruzó de
brazos, bufando como un toro enojado—. Pensé que Jason
se libraría de ver tu feo rostro de nuevo.
—Lucca, por favor —pidió Sophia, a sabiendas que John no
permitiría tales insultos contra su hermana, mucho menos
en su casa.
—Sé que están enojados.
—¿Enojados dices? —Adrien apretó los puños—. Eso no es
nada, ¿por qué regresaste Annelise? ¿Oliste su felicidad?
—No quiero arruinar nada para él.
—¿Lo dice en serio? —Pridwen se adelantó con inocencia
—. ¿En verdad no quieres arruinar la vida de Daira?
—Prid —Adrien tomó a la mujer y la colocó detrás de él—.
No hables con ella, es una embustera y una…
—¡Basta! —John cerró los ojos—. No lo permitiré y lo
saben.
—Yo parto mañana con los Seymour —informó Lucca y
miró a su primo—. Supongo que nos seguirás Adrien.
—No veo razón para quedarme.
Annelise recurrió a la defensa que era cerrar sus ojos,
evitando las miradas asesinas que los primos de Jason le
estarían dirigiendo al momento de pasar a su lado. Entendía
su reacción, pero no tenía por qué presenciarla.
—Será mejor que todos vayamos a descansar —sugirió
Sophia con un tono alterado en su voz, mirando a las
familias que no estaban emparentadas con los Bermont.
Los invitados salieron en medio de habladurías que
Annelise era capaz de escuchar, incluso pudo ver a lord
Melbrook, lanzándole una mirada interrogante que logró
avergonzarla, viéndose en la necesidad de bajar la cabeza y
esconder su sonrojo.
—¿Qué demonios Annelise? —se acercó Sophia—. ¿Por
qué?
—Lo siento Sophia, no quise…
—Es una completa locura —amonestó John—, pese a que
me dé gusto verte, era de esperarse la reacción de Jason.
—Lo sé, no era mi intensión removerle la herida.
—¿Qué esperabas que sucediera? ¿Por qué te presentaste
así? —cuestionó Sophia, a punto de la histeria, siendo
detenida por las manos de su marido para que no fuera a
estrangular a su hermana.
—Mi amor, sería buena idea que llevaras a las niñas a
dormir.
—¿Me estás corriendo? —lo miró impresionada.
—Sí, es lo que hago —aceptó—. Déjame hablar con ella.
—No lo puedo creer. —Era claro que estaba ofendida, pero
John no cambió de parecer pese a la súplica silenciosa de su
mujer—. Bien, espero que disfruten de una larga
conversación, porque no hay cabida para nadie más en la
recámara.
El duque suspiró, viendo a su familia partir en manos de
una enfurecida mujer. Sonrió y negó un par de veces.
Sophia cumpliría la promesa, era más que seguro que él no
dormiría en su habitación, aunque dudaba que pudiera
conciliar el sueño a partir de ese momento. Miró a su
hermana, estaba tan cambiada que por poco y no la
reconocía, se acercó a ella y la abrazó de nuevo.
—Jamás podría rechazarte Annelise, quita esa cara de
miedo.
—¡Oh, John! —lo abrazó de regreso—. ¡Te quiero tanto!
—No fue lo que dijiste cuando te marchaste.
—Lo sé, fue una de las razones por las que tenía que
volver.
—Han pasado demasiados años Annelise, espero que
sepas inventar una mentira mucho mejor.
—Sí —ella se avergonzó—. Aunque en serio te eché de
menos.
—Eso lo sé. —John revolvió sus cabellos y sonrió—. Espero
que tengas mucho que contar, porque Sophia en verdad no
me dejará entrar en la habitación.
Una melodiosa carcajada salió de la garganta de Annelise
y asintió, tomando la mano de su hermano y llevándolo
hasta la habitación que fuera de ella y siempre sería de ella.
—En realidad, tú también tienes mucho qué contarme.

En la habitación los Seymour se encontraban reunidos el
resto de los primos Bermont, incluso Sophia y la misma
Pridwen, quien se encargaba de mantener cuerda a Daira
que seguía sin hablar y mantenía la mirada baja, fija en un
punto a la distancia. Tal parecía que cuando acabó sus
labores como madre, no hubo más distracciones y tuvo que
afrontar sus pensamientos
—No entiendo qué es lo que quiere —dijo Lucca—. Si se
fue, entonces debió quedarse desaparecida, es lo mínimo
que podía hacer.
—Concuerdo, no tiene razón de venir aquí.
—John sigue siendo su hermano —trató Sophia—. Sabe
que él jamás la echaría de esta casa.
—Por favor Sophia —chistó Adrien—. Tenía el
conocimiento de que Jason estaba aquí, quería fastidiarle la
vida.
—Pensé que esta mujer estaba muerta —dudó Pridwen.
—Lo está —dijo la voz cortante de Jason.
—Claramente no —Adrien miró a su amiga—. Se marchó
de casa hace mucho, pensábamos que no la volveríamos a
ver.
—Oh —Pridwen se avergonzó—. Lo siento por
mencionarlo.
—Es normal que lo hagas —Lucca miró a su primo y mejor
amigo—. ¿Qué prosigue? ¿Te irás y listo?
—No sé qué más puedo hacer, no quiero que esté cerca
de Jack, apenas está teniendo avances, no dejaré que lo
arruine todo. —Entonces lanzó una mirada a su esposa,
quien permanecía en medio del mutismo y lo que parecían
pensamientos turbulentos.
El resto de los primos siguió la mirada de Jason, notando
que era el momento de dejar a la pareja en soledad. Debían
hablar y seguramente sería una conversación complicada.
Los primos se despidieron y tras arrastrar a Pridwen para
que dejara atrás a su amiga, la pareja se quedó en soledad.
—Daira.
—Se burló de mi ¿no es cierto? —lo miró enojada—. Me
creerá una idiota, una aprovechada como lo hace el resto de
la sociedad.
—Ey —se acercó a ella—. No hagas caso de esas
tonterías, nosotros sabemos lo que tenemos y es lo único
que importa.
El leve asentimiento de cabeza daba a entender que ella
no olvidaría el tema con esa facilidad, pero no había nada
que Jason pudiera hacer para mejorar la situación, él mismo
era un complejo cúmulo de emociones que era incapaz de
poner en palabras.
—Vamos a dormir —propuso Daira—. Nada podemos
hacer ahora Jason, tratemos de recuperar fuerzas.
—Supongo que es buena idea.
Cada uno por su lado fue a cambiarse de ropas,
colocándose algo cálido y cómodo para dormir. Daira se
encargó de poner la estufa y después apagó las luces,
recostándose en la cama en medio de un silencio
inquietante, ninguno deseaba compartir sus pensamientos,
creyendo que, al exponerlos con su pareja, únicamente
ocasionaría más ansiedad y nada de consuelo.
Fue Jason quien se dio por vencido y se movió primero,
girando su cuerpo para encontrarse con el de su esposa,
envolviendo sus brazos a su alrededor y recostando su
cabeza en su abdomen, como solía hacerlo. Daira bajó los
ojos hasta toparse con el reluciente cabello rubio de su
marido, ligeramente crecido y ondulado. Nada le impidió
pasar los dedos por la sedosa mata y masajear la cabeza de
su marido, él incluso soltó un gemido placentero ante la
caricia.
—Habla conmigo Jason —suplicó su esposa—. ¿De qué
sirve tener una relación si no podemos liberar el estrés con
el otro?
—Estoy abrumado —sinceró—. No sé qué pensar.
—¿Sentiste algo… cuando la volviste a ver?
—Nada positivo —aseguró—. Si no hubieran estado Jack y
tú ahí, seguramente habría intentado asesinarla.
Se abrazó un poco más a ella, asfixiándola, pero sin recibir
quejas.
—¿Qué fue lo que pasó entre ustedes? —Daira sintió un
revolcón en su estómago, algo poco agradable. Una
angustia incrementó en su interior, pensando que él
volvería a enojarse y le hablaría como en aquella ocasión
cuando quiso conocer del pasado de Jack—. Lo siento,
supongo que no es algo que debiera preguntar.
—No. Es mejor que lo sepas —suspiró y se levantó para
mirarla a los ojos—, porque quiero que comprendas que
nada cambiará entre nosotros ni en nuestra familia.
Seguiremos siendo tú, Jackson y yo.
—Pero ella es su madre.
—No debes preocuparte por eso —dijo con amargura—.
Ella jamás quiso ser su madre.
—No comprendo.
—Pocas personas lo harían —asintió, se sentó en la cama
y encendió la luz de la lámpara—. Es una historia
complicada.
—Aun así —ella se enderezó también—, quiero escucharla,
si no te molesta contarla. —Mordió sus labios—. Por como
llevabas las cosas, pensé que estaba muerta, jamás creí
otra cosa.
—No es de mis historias favoritas —aceptó—, evité el
tema en todo lo posible. Pero creo que en este momento no
hay opción.
—Ella… ¿Los dejó?
—Sí —dijo con dificultad, mirando a su mujer—. Nos
enamoramos rápido y nos casamos con igual prontitud, se
podría decir que nos precipitamos, pero en realidad era lo
que tenía que pasar. No fue de la mejor manera en la que
llegamos a tener una relación, John casi me mata al faltarle
la honra a su hermana.
—¿Faltarle? —Daira frunció el ceño—. ¿Qué fue lo que
hiciste?
—Bueno —Jason rascó su cabeza—. Digamos que nos
saltamos algunos pasos, hicimos cosas que sólo deben
hacerse de casados.
—Así que se acostaron antes de tiempo —comprendió la
mujer.
—Sí —el hombre se sonrojó—. Por Dios mujer, podrías ser
más discreta con esto, me avergüenza tener que decirte
esto a ti.
Daira sonrió con cariño, alargando su mano para tocar las
mejillas de su marido, consolándolo y agradeciéndole de
esa manera.
—Sabía que no era tu primera esposa Jason —dijo con
obviedad—. Sin mencionar que tienes una larga reputación
que daba a entender que sabías lo que se hacía en la
habitación.
—¡Basta! —cerró los ojos y extendió una mano hacia su
mujer, pidiendo silencio con respecto al tema—.
Continuemos con la historia —pidió—. Nos casamos y por un
largo tiempo, estuvimos bien, sólo éramos nosotros dos, el
verdadero problema comenzó cuando Annelise quedó
embarazada.
—¿Verdadero problema? ¿Tenían problemas antes?
Jason sonrió de lado.
—Ella estaba acostumbrada a hacer su voluntad —suspiró
—, es una mujer caprichosa y narcisita, incluso hedonista;
John solía mimarla de más debido a que pasó gran parte de
su vida en soledad.
—Seguro que fue difícil para ella.
—No lo dudo —asintió Jason—. Pero todos afrontamos
dificultades, tú estuviste gran parte de tu vida atrapada con
un medio hermano que te deseaba y eso no te ha
convertido en alguien malvado.
—¿La consideras malvada?
—No lo sé… —suspiró—. No. Supongo que simplemente
estoy enojado. No logré comprenderla, sigo sin hacerlo, pero
no creo que la convierta en una persona mala, complicada
tal vez.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Digamos que experimentó la libertad por primera vez y
de la mano de la persona más irresponsable —elevó una
ceja—. En ese entonces, yo también estaba descontrolado,
sin obligaciones, estrés o preocupaciones… pero quedó
embarazada.
—Lo dices como si lo hubieran tratado de evitar.
—Así parecía —admitió—. En un inicio intentamos evitarlo
de las formas que sabíamos, pero después pasó a segundo
plano y simplemente disfrutábamos de nosotros, no hubo
niños por mucho tiempo, pero de un momento a otro la
noticia llegó.
—¿No fue motivo de alegría? —frunció el ceño.
—Yo estaba contento, no había razón por la cual no
estarlo.
—Pero ella no estaba igual.
—Al inicio estaba muy feliz —recordó Jason—. La presión
de la sociedad por su falta de embarazo se esfumó y
remplazó por halagos y preguntas referentes al próximo
bebé. Una madre se alegraría ante el buen recibimiento de
su hijo, pero creo que para Annelise, el tema del niño en su
vientre era igual a que le robaran el protagonismo.
—¿Se enfadaba porque le pusieran más atención a lo
referente con el bebé que a ella?
Jason asintió.
—Llegado al punto en el que no soportaba que se
mencionara el tema —su voz sonaba cada vez más
desanimada—. Traté de comprenderla, de ayudarla, la llevé
con médicos, incluso le concedí no hablar del niño; pero
nada funcionó, ella simplemente se ponía peor y más
agresiva con el hecho de estar cambiando a causa del bebé.
—¿Se enojaba por los cambios de su cuerpo? —trató de
comprender Daira—. ¿Es que acaso tú le decías algo?
—Por supuesto que no. Ella se obsesionó, no le agradaba
cómo se veía, no soportaba sentirse mal, todo lo referente
al embarazo era causa de enojos, llantos y estrés, no solo
para ella, sino para todos —explicó—. Publio me dijo que en
algunas mujeres era normal afrontar esa clase de
reacciones, aseguró que con el nacimiento ella mejoraría.
—¿Y lo hizo?
—No. Creo que empeoró —se tomó la frente con fuerza,
como si intentara evitar una migraña—. No quería ver al
niño, no soportaba oírlo llorar, jamás lo cargó y mucho
menos alimentó.
—Eso… ¿es normal?
—Publio tuvo algunos casos similares, era cuestión de que
la madre entendiera que el niño era suyo y que lo amaba,
Annelise incluso pensaba que Jackson la odiaba —negó con
una sonrisa—. Era un bebé, no podría rechazar a nadie, pero
ella así lo sentía. Hicimos de todo, en serio, lo intenté. Al
final ella me pidió no tener más hijos y eso conllevaba no
más intimidad y lo acepté.
Daira levantó una mirada llena de impresión.
—Jamás había escuchado de un amor tan fuerte y sólido.
—Me necesitaba —apartó su cara de entre sus manos,
que no paraban de masajear sus ojos—. Sabía que algo
andaba mal, algo dentro de ella se rompió y yo ansiaba
repararlo.
—Seguro que ella lo aprecia ahora que está mejor.
—Dudo que lo recuerde —meneó la cabeza—. Lloraba
todo el tiempo, no quería levantarse de la cama, quería
estar sola y apenas ingería bocado… fue terrible.
—Lo lamento.
—Pero mejoró y pensé que todo iría bien. Annelise no se
acercaba a su hijo y eso parecía ponerla de buen humor, así
que propicié que no hubiera muchos encuentros entre ellos.
—Jason miró hacia el techo lleno de frescos hermosos—.
Parecía que ella quería olvidar el hecho irrefutable de que
tuvo un hijo. Seguía con su vida normal, salía de fiesta,
bebía, organizaba veladas, hacía lo que quería.
—¿Volvieron a ser una pareja?
—Eventualmente me permitió volver a su recámara y una
noche, ella dijo que tenía la solución de nuestros problemas
—pasó una mano por sus labios, para después rascar su
quijada—. Dijo que podíamos volver a tener intimidad.
—Volvió a quedar embarazada, ¿verdad?
—Sí —Jason volvió a inclinar su cabeza para que quedara
atrapada en una de sus manos—. Esa vez incluso me odiaba
a mí, no me soportaba, me gritaba, no quería al niño y una
noche, decidió acabar por sí misma con aquello que le
causaba dolor.
—Oh… Jason lo siento en serio.
—Annelise estaba muy mal, no sabía lo que hacía —dijo
de inmediato—. De alguna manera me esperaba que
escapara, aun así, la perseguí por un año, dejando a Jack al
cuidado de otros cuando era a mí a quien necesitaba —sus
manos se hicieron puños—. Seguro sintió el abandono,
tendría dos años entonces, era apegado a mí más que nadie
y lo dejé atrás para seguirla.
—Y cuando la encontraste —Daira se adelantó y tomó la
mano de su marido, apretándola con cariño—, no te gustó lo
que viste, ¿cierto?
—Por Dios, no. —Soltó la mano de su mujer y cubrió su
rostro, llorando por primera vez desde que se conocían—.
Fue… impactante.
—Jason, lo lamento tanto. —Daira se arrastró por la cama
hasta que pudo abrazarse a la espalda de su esposo,
besando su hombro descubierto y recostando la mejilla en
él—. Pero no te reproches tus acciones, actuaste conforme a
tu corazón y eres un excelente padre, el cariño que Jack
tiene por ti lo demuestra.
—Es mi culpa que no pueda hablar —dijo pesaroso—.
Dijiste que debió ocasionarlo un trauma, sé cuál es ese
trauma.
—Dudo que sea el que te fueras.
—Tuvo que ver —aceptó, descubriendo su rostro—. Pero
ella le gritaba todo el tiempo cuando queríamos acercarlos,
Annelise no lo soportaba y el niño lloraba siempre; aun así,
seguí intentándolo hasta que ella se marchó y fue cuando lo
dejé solo, a merced de personas que lo maltrataron al no
haber nadie que lo protegiera
—Jason, tratabas de ayudar a tu esposa y pensaste que
era lo mejor para tu hijo, no es tu culpa, jamás harías daño
a Jack, lo sé.
Los ojos grises del hombre se iluminaron, lo invadió una
calma y una paz que siempre sentía cuando Daira estaba
cerca. Su voz tranquila, sus ojos cariñosos y sus toques
reservados eran lo único que él necesitaba para sentirse
mejor, enfocado y fuerte.
—Por Dios —la abrazó, ocultando su rostro en su abdomen
—. Tenemos que irnos de aquí en seguida.
—Está bien —sonrió Daira, acariciando su cabello—. Nos
iremos, todo estará bien.
—Quédate a mi lado Daira, pase lo que pase, tienes que
quedarte a mi lado —suplicó—. No puedo seguir dando más
pasos en soledad.
—No me iré, lo juro.
Jason cerró los ojos. Quería creerle, pero ya antes se lo
habían prometido y todo había resultado de la peor manera.
No quería perderla y, de hecho, algo que lo aterraba era que
su mujer quedara embarazada, no soportaría que ella lo
despreciara como Annelise.
Capítulo 29

Al fin había llegado abril, no es que Daira tuviera


preferencia por algún mes en específico, pero agradeció
cuando el sol dio muestras de hacer algo más que dar luz y
brindó un poco de calor. Pese a que ella fuese de
Dinamarca, odiaba el frío, cuando escapó de casa, lo
primero que hizo fue ir a un lugar soleado, donde incluso
sudara.
Aquello tampoco fue una de sus más grandiosas ideas,
aunque consideraba que Londres era un poco peor que su
fría ciudad natal, puesto que el clima normal ahí era lluvioso
y se seguía necesitando tener encima prendas que
conservaran el calor corporal, pero al menos se deshicieron
de las pieles y los abrigos brumosos.
En esos momentos, Daira caminaba con Jack tomado de la
mano, el niño se divertía por las calles, saludando con la
mano a las personas que sonreían hacia él y se inclinaban
respetuosos ante la presencia del pequeño niño que
heredaría no sólo el marquesado de los Kent, sino el ducado
de los Westminster.
—La gente quiere a Jack.
—No estaría mal que les dirigieras un hola de vez en
cuando.
—Bueno —dijo desinteresado, inclinándose de hombros.
No se podría saber si Jack hablaba en serio o no, pero
Daira tendía a no cuestionarlo demasiado y simplemente
fluía con él. Caminaron presurosos por Oxford Street,
entrando a un local que seguía sin tener letrero y estaba a
medio construir en el interior.
—¿Archivald? —la mujer rebuscó con la mirada—. ¿Archie?
—Aquí arriba Daira —sonrió el rubio, saludándola desde
un segundo piso—. Vamos, sube, tengo algo que mostrarte.
La joven sonrió, tomó con fuerza la mano de Jack y lo
obligó a seguirle los pasos, puesto que el niño ya se había
distraído con unas plantas que se encontraban en la parte
de abajo.
—¿Archie?
—¿Qué te parece? —extendió sus manos, mostrando una
oficina con las paredes de vidrio—. Es para que la gente te
vea trabajar, pero no te interrumpa mientras lo haces.
—¡Me encanta Archie! —sonrió la joven—. No pensé que
estarías tan entusiasmado con la idea.
—Claro que sí, me agrada que seas mi socia.
—Sin mencionar que Jason te aprobó.
—Jamás imaginé que fuera tan celoso —admitió Archie,
cambiando una maceta de lugar—. Pero bueno, soy su
primo, sin mencionar que estoy casado.
—Claro, ¿cómo se encuentra ella? ¿Ya se acostumbró a
estar en Londres o sigue extrañando España?
—Creo que jamás terminará de acostumbrarse —aceptó
con una sonrisa condescendiente—. Es normal, las
costumbres distan de ser parecidas, pero lo hace bien.
—¿Cómo no hacerlo cuando se tiene un esposo tan
comprensivo?
—Me halagas —la miró de soslayo—. ¿Cómo van las cosas
entre ustedes? Supe que Annelise los siguió hasta aquí, al
igual que los Melbrook. Tal parece que son sus sombras.
—Unas que no son bienvenidas. De mi hermano lo
comprendo, pero de lady Annelise no, en realidad, no sé qué
es lo que desea.
—Supongo que a Jason —se inclinó de hombros—. A no
ser que tenga otra cosa en la cabeza.
—Jamás se ha portado grosera conmigo, me la he
encontrado una que otra vez y siempre es amable, no
parece querer ejercer una rivalidad entre nosotras, lo cual
me desconcierta.
—No bajes la guardia, esa mujer es determinada, cuando
sabe lo que quiere, lucha por ello hasta la muerte.
—¿Debo sentir miedo?
—Dudo que sirva de algo. Simplemente recuerda que
ahora eres tú quien es la cabeza femenina de esa familia,
en ocasiones es la única cabeza que sirve —sonrió de lado y
siguió con sus cosas.
—Archivald Pemberton, y yo que creía que Jason tenía
boca de oro, definitivamente no le hace sombra a usted.
—Difiero, suelo hablar únicamente cuando lo considero
una total verdad, es por eso que le resulto agradable al oído
—dijo tranquilo, prestando poca atención a la mujer y niño
junto a él—. Creo que nos hará falta comprar más macetas,
necesito una de…
—Iré yo —sugirió la joven.
—No creo que sea pertinente.
—Oh, por favor, puedo hacerlo, llevaré a Carl conmigo por
si son demasiado pesadas —sonrió—. Nos vemos en un rato.
—Bueno, en ese caso lo agradezco.
—Vamos Jack, iremos de compras para tu tío Archie.
—¿Por qué no va él?
—Está ocupado, ¿no has visto? Si puedes hacer un favor,
debes ofrecerte a hacerlo.
Daira era buena engatusando a Jackson para que no
llorara o se fastidiara mientras hacían mandados por el
pueblo. El niño solía divertirse gracias a la imaginación de
su madre, la cual lo llevaba a correr y brincotear por todo
Londres, chocando de vez en cuando con las personas,
como en ese momento, cuando de pronto se toparon con la
mujer que formara parte de las pesadillas de la joven
esposa.
Muy a pesar de que Jason afirmara no tener sentimientos
hacia su antigua mujer, Daira sabía lo difícil que debía ser
dejar de amar a alguien, mucho menos cuando se enteró de
la forma en la que Jason abandonó mucho de lo que amaba
con tal de complacer a Annelise. De hecho, Daira
consideraba que el resentimiento que Jason sentía era otra
forma de demostrar lo mucho que le importaba esa mujer.
—¡Ah! ¡Lady Daira! —sonrió Annelise—. Qué casualidad
encontrarla por aquí, ¿viene a hacer algún mandado?
—Es un favor para Archivald.
—Oh, Archie siempre fue de mis favoritos, es uno de los
mejores —sonrió amablemente—. ¿Puedo acompañarte?
—No creo que sea buena idea que la antigua esposa y la
actual estén paseando por las calles como si fueran las
grandes amigas —Daira elevó una ceja—. Aunque
agradezco su amabilidad.
Annelise bajó la cabeza, mostrando la más sincera de las
sonrisas.
—Sé que piensas que soy tu enemiga —dijo
tranquilamente—. Pero no soy la villana de tu historia Daira,
en todo caso, creo que tú eres la villana de la mía.
—Yo no pretendía apartar a Jason de usted, lo lamento,
pero yo no tenía idea de que usted siguiera con vida, lady
Annelise.
—Sé que no, jamás he dicho algo así.
—¿Entonces? —Daira mostró su incomprensión—.
Lamento decir que no sé de qué otra forma podría ser la
villana de su historia, apenas la conozco y no muy bien,
debo decir.
—Sí, supongo que no lo sabe —asintió pesarosa—. Pero
resulta ser que usted ha ganado el cariño de más de un
hombre del que yo me he enamorado perdidamente, uno
además de Jason.
—Lamento escucharlo, le aseguro que jamás he querido
ser dueña de los afectos de ningún hombre, en un inicio, ni
siquiera de Jason.
—Por alguna razón, le creo. —Elevó ambas cejas y se
agachó para saludar al niño que la miraba a la defensiva—.
Hola Jack, ¿Cómo estás? ¿Te diviertes junto a tu mamá?
El chiquillo dejó salir un berrido y se escondió detrás de su
madre, desbalanceándola un poco al haberla jalado
inesperadamente. Daira tocó la cabellera dorada y miró con
disculpas a la mujer frente a ella, quien parecía todo menos
resentida con su hijo.
—No quisiera sonar grosera lady Annelise, pero me
gustaría saber el motivo de que nos siguiera hasta Londres.
—Fue mera casualidad, resulta que la persona que es de
mi interés también se encuentra aquí —se inclinó de
hombros—, eso es todo.
—Quizá pueda ayudarla con eso —ofreció desesperada—,
la verdad es que Jason está muy tenso desde que sabe que
está aquí y me gustaría poder darle un poco de paz.
—¿Diciéndole que me he ido? —elevó ambas cejas y negó
—. Lo siento Daira, pero no podré concederte eso a menos
que consiga el objetivo que me propuse al venir aquí.
—Lo hace sufrir —bajó la cabeza—. Me gustaría negarlo,
pero sé que la sigue queriendo, quizá más profundamente
que la primera vez.
El rostro sonriente de Annelise borró todo atisbo de
felicidad, sintiendo empatía por la mujer frente a ella, tal
parecía que, sin querer ambas eran las villanas de la historia
de la otra. Estaban predestinadas a sufrir a causa del amor
no correspondido.
—Te equivocas Daira, él me odia.
—¿Y el odiar no es un sentimiento que nace del dolor? Si
usted ya no le importara, entonces no debería sentir nada.
—Deberías tener un poco de confianza en ti misma —le
acarició un hombro—. Estoy segura que todo lo que piensas
es un error.
—Yo no lo creo —presionó sus labios a una fina línea—.
Como sea, espero que encuentre una solución a sus
problemas lady Annelise, sea cuales sean.
—Gracias, espero lo mismo para ti.
Se despidieron con una cortés inclinación, caminando en
direcciones opuestas y siendo el centro de atención de las
miradas curiosas de los transeúntes que agradecieron su
suerte de tener que salir e ir a esa calle de compras.
—Mamá, ¿Quién es ella? ¿Por qué nos busca?
—Deberás preguntárselo a papá —sonrió, aun sosteniendo
su mano—. Es algo que sólo él puede explicarte ¿de
acuerdo?
—De acuerdo —sonrió, dando brinquitos para seguirle el
paso.
Hicieron el pedido que Archivald necesitaba, dejando a los
dueños de la tienda como encargados para que se lo
llevaran. Daira tomó la mano del niño y lo sacó del local de
macetas, le compró un helado y siguieron su camino por el
parque.
—¡Pero qué coincidencia tan esplendorosa! —un hombre
mayor dejó salir una sonrisa al ver a Daira caminando por el
casi desolado lugar—. Muchacha, ¿qué haces vagando por
aquí?
—¡Oh, pero qué gusto encontrarlo señor Eldegard! Hace
mucho que no lo veía, mi esposo sigue pensando que es
usted una ilusión de mi cabeza, ¿me hará el favor de asistir
a una cena con nosotros?
—Claro, estaría encantado —el hombre tomó con fuerza
su bastón elegante—, aunque en estos momentos me
encuentro realmente ocupado. Sin embargo, manda a mi
casa la invitación y responderé en seguida con una fecha
factible.
—Eso me encantaría, Jason se pondrá contento de al fin
conocer al hombre fantasma —dejó salir una ligera risa—.
Espero que no le moleste el apodo, pero resulta divertido
que cada vez que podrían tener la oportunidad de
conocerse, alguno de los dos desaparezca.
—La vida está esperando al momento correcto, supongo.
—Ella sonrió como toda respuesta, acariciando el cabello de
Jack para que dejara de jalarla—. Ah, con que este es el
pequeño heredero, es un muchacho muy guapo he de decir.
—Vamos Jack —la mujer jaló al niño hacia adelante—.
¿Cómo se dice cuando alguien nos hace un cumplido?
—Gracias —susurró muy suavemente, aferrado al vestido
de su madre. Daira sintió un tirón de alegría, pero lo ocultó
tras una apacible calma, sobre todo cuando el niño agregó
—: usted es grande.
El hombre soltó una ligera carcajada, muy varonil y
gruesa, para después volver la mirada hacia el chiquillo que
igualmente sonreía.
—Sí, a comparación de ti, debo parecer un gigante.
—Pero no es más alto que papá —seguía susurrando, pero
a cierto nivel que era audible para ambos adultos.
—Jack —se avergonzó Daira—. Podrías decirle un halago.
—Mmm… ¿tiene perros?
—Sí, unos cuantos.
—Mi mamá me regaló uno, se llama Bond y es así de
grande —levantó su brazo a su máxima capacidad—. Podría
morderlo, por lo que mejor no se acerca, porque mamá
siempre está con nosotros.
—Lo tomaré en cuenta muchacho —sonrió el hombre con
una mirada extraña que incluso Daira captó.
—Es un poco celoso —excusó la joven, alejando a Jack de
la mirada penetrante—. No tome en cuenta sus palabras
infantiles.
El hombre levantó una mano conciliadora.
—Es bueno ver que desde chamacos saben defender lo
que es suyo, no debe avergonzarse por eso mi lady.
La joven iba a responder, cuando de pronto, otra voz la
llamó. Tal parecía que ese día estaba destinado para
encuentros inesperados. En ese caso era Pridwen, quien
venía a paso acelerado, tratando de alejarse de alguien a
quien Daira descubrió después como Lina Melbrook, la
esposa de su medio hermano.
—Lo siento señor Eldegard, he de salvar a mi amiga.
—Hace bien, nos veremos luego.
El hombre observó como aquella hermosa dama se
alejaba con el hijo de otra tomado de su mano. Negó con
pesar. El señor Eldegard consideraba que el conde y actual
marido de esa mujer estaba desperdiciándola, si estuviera
él en su lugar, no tardaría en embarazarla, los hijos que
pudieran venir de ese vientre seguro serían una
descendencia digna de un trono.
—¿Qué haces aquí Valcop? —le tomaron el hombro con
intensidad que sólo podía venir de la mano del conde de
Melbrook— Pensé que estarías en algún burdel o cantina.
—Debía venir aquí.
—¿En serio? ¿Por qué razón? —el conde levantó la mirada,
encontrándose con las tres damas a una distancia
considerable pero aún visible—. Ah, ya veo, ¿Lo has
planificado todo?
—Por supuesto, pero y tú ¿qué haces aquí?
—Lo mío es mera casualidad —sonrió—, pero a diferencia
de ti, yo me puedo acercar a ellas con toda libertad —le
palmeó la espalda—. Nos vemos Valcop.
El vizconde maldijo por lo bajo, odiando al conde que
podía acercarse con libertad a la mujer por la cual
suspiraba, como lo hacía la gran mayoría de los hombres
que la conocían. Era un dolor de cabeza que ese
desgraciado Seymour estuviera en el medio, para colmo, ni
siquiera apreciándola como se merecía, únicamente siendo
un estorbo para los avances de cualquier otro.
Chistó y escupió a un costado, su mirada impregnada en
ira, carcomido por la envidia y el resentimiento. Debía quitar
a ese hombre de su camino, esa era la única solución que
parecía factible.
Además, se estaba logrando acercar a Daira sin asustarla,
sin que su reputación la obligara a correr, como lo hizo la
vez pasada. Ahora, cuando su marido tuviera una muerte
inesperada, recurriría a él como alguien de confianza para
refugiarse en sus brazos, pedirle ayuda en su necesidad o
incluso casarse con él en su desesperación.
Tenía que deshacerse del Seymour, eso era en lo que
debía enfocarse. Aunque también podría provocar que Daira
lo dejase, que se percatara de la clase de hombre que era.
Sería fácil, puesto que Jason Seymour estaba enamorado de
su antigua mujer; una que casualmente había regresado a
Londres hacía poco y que podía ser la tentación que orillara
a Daira a alejarse de él de una vez por todas.
Capítulo 30

Habían sido meses ajetreados tanto en la vida de Jason


como en la de Daira. Cada uno por separado afrontaban
nuevas etapas de su vida, y pese a que su relación de
pareja fuera estable y armoniosa, la extraña calma les
alteraba los nervios, sobre todo cuando Annelise y los
Melbrook estaban tan ausentes, sin hacer apenas
movimientos.
Ese día en particular, Daira se había visto envuelta en
diferentes situaciones que la retrasaron en su retorno a
casa, lo cual ya no era algo extraño para su marido, quien
solía recibirlos afectuosamente y los esperaba para cenar
todos juntos.
Sin embargo, cuando Daira abrió la puerta de la entrada y
dejó pasar al pequeño Jack al interior, se vieron invadidos
por una catástrofe que dejó en claro que algo andaba mal.
Incluso resultaba obvio que nadie notó que llegaban más
tarde de lo usual, tal vez ni siquiera se dieron cuenta que no
estaban en casa.
—¿Jason? —La mujer se abrió paso entre la muchedumbre
alborotada—. Jason, por Dios, ¿qué ocurre?
—Daira —el hombre se volvió para admirar a su esposa.
Ella caminaba con inseguridad en medio de todas esas
miradas apesadumbradas—. Me alegra ver que ambos están
bien.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué sucedió?
—Me atacaron junto con Micaela y Malcome —Jason
caminó hasta ella, abrazándola junto con su hijo—.
Llevamos horas buscándote ¿dónde se supone que estabas?
—Me quedé platicando con el señor Eldegard.
—Ese hombre cada vez me agrada menos —se quejó—.
¿No viste nada raro de camino a casa? Señora Clare, lleve a
mi hijo a su recámara ahora mismo, quédese a vigilarlo.
—Sí, mi lord. —La mujer se desvaneció con el pequeño.
—¿Qué paso? ¿Estás herido? —Daira lo recorrió con la
mirada, pasando sus manos por el rostro de su marido,
asustada y temblorosa.
Jason negó, apartando las manos de su mujer y
alejándose de ella.
—Estábamos saliendo de Le Rouse cuando nos atacaron.
—Jason golpeó un mueble—. Afortunadamente no tenían
buena puntería.
—Pero ¿cómo…?
—Estuvo claramente planificado, esperaron a que
saliéramos para emboscarnos, iban enfocados en nosotros o
más bien en mí, ni siquiera buscaron robarnos —suspiró—.
Mis hermanos resultaron heridos, gracias a Dios no es nada
grave.
—Es terrible —Daira cubrió sus labios con una mano,
tratando de ocultar su expresión horrorizada—. ¿Dónde
están?
—Con los Hamilton, no podrían estar mejor cuidados que
con ellos —estaba claro que ahí no era donde estaba su
preocupación.
—¿Por qué estás aquí? Deberíamos ir con ellos.
—Tengo que encontrar a esos bandidos. Dudo que sean la
mente maestra, pero si puedo sacarles algo…
—Jason —le tocó el pecho—. Tu lugar es con tu familia, no
capturando maleantes, deja ese trabajo a los oficiales.
—¡Ellos no sirven de nada! —gritó—. Además… lo han
hecho por mí, es a causa mía que los lastimaron.
—¿Por qué sigues diciendo eso? —negó asustada—. No
tiene ningún sentido, no tienes la culpa de nada.
—Sí, la tengo —el hombre caminó hacia su escritorio,
tomó una nota y la entregó a su esposa—. ¿Ves? Es contra
mí.
—Pero… ¿Por qué atacarlos a ellos?
—Porque estábamos juntos —apretó con fuerza la quijada
—. Vaya conjunto de cobardes, mira que es una bajeza
intentar llegar a mí por medio de mi familia y no puedo
pensar en un culpable de esa calaña —apretó los labios,
pensando hasta casi hacer legible sus pensamientos.
Entonces, pestañeó un par de veces y miró a su mujer como
si todo hubiese sido más que obvio—. Pero claro, es por ti.
—¿Qué? —ella miró de un lado a otro, notando los
murmullos de aceptación que daban los sirvientes a sus
alrededores—. ¿Por qué…?
—Ese maldito bastardo me va a escuchar en esta ocasión
—dijo molesto, tomando su saco para colocárselo de nuevo
—. Es una tontería atacar a toda mi familia por una simple
mujer.
—¿Qué? ¿Por qué estoy incluida en esto?
—¡Maldición Daira! —Jason divisó entonces a los
entrometidos sirvientes que seguían en el lugar—. ¡Todos
fuera! ¡Ahora!
La joven miró de un lado a otro, esperando a que los
chismosos saliesen del despacho de su marido, dejándolos
solos para lo que sería una pelea asegurada. Jason se movía
de un lado a otro, pensando en ocultar la parte de su más
grande sospecha, aquella que aludía al hombre del cual su
mujer había huido: el vizconde Valcop. Al menos quería
ahorrarle ese trago amargo. Era una lástima que apenas y
pudiera controlar sus emociones en esos momentos.
—¿Me quieres explicar de qué hablas? —Daira lo recorrió
con la mirada—. ¿Por qué buscas insultarme? No soy una
simple mujer y no entiendo por qué has de incluirme en
esto.
—Está más que claro, es alguno de tus pretendientes —
dijo histérico, con la mandíbula apretada, recordando tantas
escenas que tuvo que pasar por alto—. ¿Crees que soy
ciego? Puedo notar como te aprovechas de los hombres que
te halaban como idiotas.
—No hago tal cosa —dijo enojada y ofendida.
—Por favor —chistó—. Es un espectáculo de todos los
días, quizá hasta lo hagas inconsciente, te encanta llamar la
atención de todo ser viviente, de todo aquel que tenga ojos.
—Pareciera que no me conoces nada Jason —su rostro se
había trasformado a uno de repulsión—. No soy así, incluso
temo que me den esas atenciones que mencionas.
Jason cerró los ojos.
—¡Todas ustedes son iguales! —la apuntó en medio de la
histeria—. Annelise y tú tienen más en común de lo que
pude imaginarme en un inicio ¡Vaya maldición encontrarme
con mujeres que quieren ser el centro de atención de cada
maldita ocasión!
—Eres injusto, yo no busco la atención de nadie.
—¿Qué me dices de ese tal señor Eldegard? El conde
Melbrook, el vizconde Valcop, el duque Lauderdale… incluso
me haces dudar de mi propio primo y su amabilidad.
—Así que me consideras una mujerzuela ¿eso es lo que
quieres decirme? —la voz amenazadora de Daira se
mantenía baja, aparentemente calma pero tan filosa como
una cuchilla—. Si más no recuerdo, la mayoría de esos
hombres han buscado atacarme de alguna forma. Te conté
de ellos pensando que me entenderías mejor, no que me
atacarías con ello… —negó—. Parece que me equivoqué.
—Jamás dije que fueras una meretriz.
—Es lo que insinúas —cerró los ojos—. ¡Ve, anda!
Encuentra a todos mis amantes, oblígalos a confesar su
ofensa. Espero que cuando recapacites yo siga aquí,
esperando una disculpa.
No comprendía la razón por la cual llegó a la conclusión
de que tenía que ver con ella, pero no lo detuvo cuando
salió con determinación de la casa, dejándola atrás pese a
su amenaza de marcharse. Daira apretó sus puños con
fuerza, respiró con dificultad varias veces y se llevó la mano
al vientre, tratando de calmarse.
—No me conoces lo suficiente Jason, yo no amenazo sin
considerar seriamente cumplir —dijo en un susurro.
Miró la carta que le había entregado su marido. Cada línea
en esa hoja parecía una amenaza, acusaban a su marido de
un robo y se hacía petición de una devolución ante una
actitud tan vil, pero en ningún momento se le mencionaba a
ella, era más bien referente a dinero, tierras o quizá
propiedades, no a personas.
—¡Señor Kilster! —gritó con autoridad—. ¡Señor Kilster!
—¿Mi señora? —el hombre entró en una carrera.
—Pongan un carruaje para mí en seguida.
—Pero señora, mi lord dijo que…
—No me haga repetir la orden Kilster, por favor, pongan
un carruaje para mí en seguida —reiteró.
El hombre se mostró dubitativo, pero se inclinó y salió a
cumplir la orden. Estaba claro que no se podría llevar a
Jackson, pero le era difícil dejarlo ahí sin ninguno de sus
padres para protegerlo. Suspiró. Fue a la habitación del
pequeño y lo tomó en brazos, tendría que dejarlo en un
lugar seguro.
—¿Se llevará al niño Jackson?
—Tranquila señora Hilberg, estará a salvo —dijo ella,
bajando las escaleras de la entrada con el niño envuelto en
cobijas para que no le diera frío—. Si mi esposo pregunta,
puede decirle que su hijo se encuentra en casa de los
Westminster, la de Londres, por supuesto.
—Mi señora, ¿Está segura de lo que está haciendo?
—Más que segura, por favor señora Hilberg, tengo que
marcharme cuanto antes.
La mujer no interrumpió más la salida de la señora de esa
casa, demostrando su orgullo herido con esa partida. El ama
de llaves rodó los ojos. Se notaba que no era una señorita
de alta sociedad, ninguna señora haría algo como huir de su
casa, mucho menos en medio de la tempestad de un ataque
contra los Seymour.

Lo comprobó en seguida, estaba más que claro que ese
maldito Valcop tenía algo que ver con todo el altercado de
su familia. Se lo dijo en aquella ocasión cuando se
encontraron por primera vez, le dejó en claro que aún
quería a la mujer que Jason había tomado como esposa, sin
embargo, no comprendía la razón para intentar asesinar al
resto de su familia, ¿era alguna clase de amenaza?
Debía serlo, de hecho, cuando Jason tocó a esa puerta y
fue el mismo vizconde quien le abrió, tuvo el sentimiento de
que el hombre conocía la razón de su visita mucho antes de
que él se la dijera, estaba claro por esa sonrisa y ojos
satisfechos, colmados de alegría incluso cuando le echó en
cara sus sospechas.
«¡Maldito viejo lascivo!»
Jason chasqueó la lengua, espoleando a su caballo para
llegar a la propiedad de su primo, donde estuvieran su
familia lastimada. Fue la misma Gwyneth quien abrió la
puerta, parecía más relajada que hacía unas horas, cuando
los Seymour llegaron como una avalancha de sangre y
heridas.
—¿Qué sucedió? ¿Cómo están todos?
—Bien Jason, están bien —tranquilizó la dama, poniendo
su cuerpo como obstáculo ante el alterado hombre—.
Necesitan descansar, no grites.
—¿Matteo está aquí?
—Sí, con las niñas —asintió la mujer—. Están en la
habitación de Micaela, todos descansando ahora que ella lo
hace.
—Gwyneth… —le tomó la mano a la esposa de su primo—.
No sé cómo agradecer lo que han hecho.
—Es nuestro trabajo —sonrió— y ustedes son familia. Por
cierto, ¿dónde está Daira? ¿Está bien? ¿Qué me dices de
Jack?
—Llegaron a la casa sanos y salvos —dijo un tanto
arrepentido al recordar la escena con su esposa—. Espero
que estén durmiendo.
—Algo me dice que hiciste una tontería.
Jason sonrió de lado.
—Siempre tan perspicaz. —pasó a su lado—. Iré a ver
como están, supongo que mis padres habrán llegado ya.
—Sí, están con Malcome en este momento.
Gwyneth hubiera recomendado que mejor fuera a ver
como estaba su esposa, pero decidió que lo más prudente
era callar, al final de cuentas, no eran sus asuntos y ella no
era muy dada a meterse en la vida de los demás, la suya
era lo suficientemente complicada.
—¿Qué ocurre? —Publio se limpiaba las manos llenas de
sangre.
—Creo que tu primo se ha vuelto a pelear con su mujer.
—No me sorprendería —asintió el hombre—. Seguro llegó
a la conclusión de que todo esto sucedió debido a Daira.
—¿Por qué sería a razón de ella?
—Bueno, porque quién causó el alboroto fue el hombre
que estaba destinado a ser su esposo.
—¿De quién hablas?
—El vizconde Valcop.
—¿Qué? —la mujer saltó en su lugar—. ¿Cómo es eso
posible? ¿Quién la casaría con alguien como ese asqueroso?
—Su hermano —simplificó—. Aunque ahora que lo
mencionas, se la ha visto charlando con él en variadas
ocasiones, quizá incluso se hubieran gustado de haberse
dado la oportunidad.
—¡Eso es imposible! —lo regañó Gwyneth—. Ese hombre
es lo peor que hay, maltrata a sus mujeres, no sólo
físicamente, sino mentalmente, las reduce a la nada y luego
casualmente mueren.
—Eso ya lo sé, también me parece extraño.
—Por favor Publio, es más que obvio que la información
está a la mitad, incluso yo puedo verlo.
—No te metas en esto, Jason no ha pedido nuestra ayuda.
—¡Lo sé! Pero tu deberías decirlo por el simple hecho de
que es tu primo y le quieres, ella podría estar en peligro.
—O podría tomar a mal mis observaciones —elevó una
ceja—. Te he dicho lo que sé y has reaccionado de esta
manera, ¿Qué piensas que dirá él si estuviera en tu lugar?
—Supongo que no le gustaría, pero claramente pasa algo.
—Puede ser, pero por el momento, no sé nada más.
—Esto no me gusta, definitivamente hay algo raro —
Gwyneth mordió su labio y miró a su marido—. ¿Qué? No
pienso hacer nada.
—No te creo, te conozco.
—¡Dije que no haría nada! —sonrió—. ¡Ayla! ¿Dónde
estás?
—Gwyneth —gritó cuando ella se alejó—. ¡Te he dicho que
no!
Jason bajaba las escaleras en ese momento, presenciando
el extraño acontecimiento de que esos dos se pelearan.
—¿Pasó algo?
—No. Nada —Publio miró a su primo—. Ellos están en
buenas manos, deberías ir a descansar tú también.
—No sé si será descanso lo que obtenga al llegar a casa.
—De hecho, harías bien en no ir directamente a tu casa.
—Maldición, ¿qué es lo que sabes?
—Tu hijo está con Sophia y John, tu mujer está con Adrien.
—¿Por qué estaría ahí? —frunció el ceño Jason.
—Porque ahí está Pridwen.
—¡Maldición! —expiró disgustado—. ¿Es que de todo tiene
que hacer un melodrama? No tengo tiempo para esto.
—Habrá que ver la razón de ello, personalmente no pienso
que sea una mujer melodramática, al menos, de lo poco que
la conozco.
—¿Insinúas que es mi culpa?
—Pues… sí, de hecho, sí.
No era nada fuera de lo común que su primo se expresara
directamente y con la más dura verdad. Publio no era de los
que aligeraban las cosas para que la otra persona se
sintiera mejor.
—Lo arruino todo con ella Publio —se dejó caer en una
silla—. No sé qué es lo que me pasa, es como si esperara
que se hartara de la situación y se alejara de mi para
siempre.
—¿Es lo que quieres?
—No, por supuesto que no. —Suspiró—. El regreso de
Annelise revolvió cosas en mí, tengo un malestar
persistente que no me deja vivir, no me permite estar
tranquilo en ningún momento.
—Quizá haya algo que tienes que resolver con ella, un
cierre.
—Apenas la veo y quiero matarla.
—Pienso que, si no resuelves las cosas con ella,
terminarás matando tu matrimonio —elevó una ceja—. ¿Es
lo que esperas?
—Maldición, claro que no, Daira es la mujer que necesito a
mi lado, lo sé, es la decisión correcta, lo que todos me dirían
que hiciera.
—¿Y es lo que quieres en verdad? —frunció el ceño—. Está
bien hacer lo que es correcto, pero no siempre es lo que te
hará feliz.
—No sé qué es lo que me hará feliz para estos momentos.
—Habla con Annelise —finalizó Publio—. Ella tiene la
clave.
Jason meneó la cabeza suavemente, sintiéndose
abrumado y sin fuerzas para continuar con la travesía de
esa noche. Ir por su hijo, ir por su mujer, todo parecía
complicado. Incluso parecía ser que Daira pensó lo mismo
que Publio, puesto que puso a su hijo en la única casa en la
que podría encontrarse con Annelise.
—Estará herida por lo que dije —se recriminó Jason—. La
insulté en cuanto llegó a mí el pensamiento de que el
culpable era Valcop.
—¿Se lo dijiste?
—No. —Cerró los ojos—. Le tiene temor a ese hombre, fue
la razón de que se marchó de su casa y no quiero que ella…
—¿Qué pasa si se lo encuentra? —Publio estaba
confundido para ese momento—. Quizá ya se lo haya
encontrado.
—Lo dudo, me lo hubiera dicho —suspiró—. No quiero
asustarla con ello, aunque dadas las circunstancias, sería
bueno que se lo dijera de una vez. —Se puso en pie con
cansancio—. Tengo que irme.
—Suerte.
Jason salió de la casa de su primo, tomando camino a la
de sus antiguos cuñados, donde estaría la mujer que lo hizo
dudar de todo en la vida y que lo dirigió a la amargura una
vez más. La casa de Publio y la de los Ainsworth no
quedaban lejos, pero los pasos que el hombre daba
ralentizarían incluso al tiempo.
—¡Jason! —Sophia se hizo paso al ver quién era, haciendo
a un lado al mozo que abrió la puerta—. ¿Cómo están? ¿Qué
paso?
—Están bien, todos bien —tranquilizó el hombre—. ¿Mi
hijo?
—Está dormido con las niñas —la duquesa apuntó al
segundo piso—. Pensé que volverían por él hasta mañana,
Daira parecía realmente alterada cuando lo dejó.
—Me imagino que sí —suspiró—. ¿Está Annelise?
—No. —Sophia frunció el ceño—. ¿Por qué?
—Creo que necesito hablar con ella.
—¿Por qué quieres hablar conmigo? —la hermosa mujer
comenzó a bajar las escaleras—. Pensé que me odiabas.
—Eso creo también… o quizá no, no lo sé, es lo que vengo
a averiguar justo ahora.
La duquesa se mostró complicada, temía que Jason
tratara de estrangular a su cuñada. Viendo el rostro de su
primo, lo creía capaz de eso y mucho más, estaba enojado y
herido, un hombre en esas circunstancias podía hacer
muchas cosas, ella lo sabía por experiencia propia, una no
muy grata de su pasado.
—Sophia, estaré bien, seguro que Jason no se atrevería a
matarme aquí mismo, donde está mi hermano.
—No sé si sea buena idea —intentó una vez más.
—Por favor Sophia, déjanos solos —exigió Jason sin
apartar la mirada de la figura elegante que se posaba frente
a él.
—¿Pasamos a un salón? —invitó la joven.
—Como quieras.
Sophia observó con ansiedad el caminar de esos dos y en
cuanto cerraron la puerta del salón, corrió hasta ahí y pegó
su oído, intentando captar un sonido de estrangulamiento o
un grito. John, quien iba bajando las escaleras principales no
pudo más que sonreír ante el mal hábito de su mujer.
—¿Qué se supone que haces, Sophia?
—Es Jason y Annelise —apuntó con un dedo.
—¿Cómo? ¿Qué hace aquí?
—Parece que quiere hablar con ella.
—O matarla —se adelantó John con intenciones de entrar,
pero su esposa lo detuvo en seco.
—John, deja que intenten arreglar esto, lo necesitan.
El duque clavó una mirada incrédula en su esposa, ¿acaso
creía que un hombre podría perdonar con facilidad lo que
Annelise había hecho? Negó. Su hermana corría peligro.
Capítulo 31

Annelise miraba a Jason con cautela, sabía que no sería


capaz de hacerle daño, aun así, lo recordaba impredecible y
no tenía idea de lo que quería al llegar a su casa de esa
manera. Para ella estaba más que claro que seguían
sintiendo algo el uno por el otro y aunque ese no había sido
su plan inicial, Jason siempre fue un hombre del cual se
podía enamorar fácilmente, era un lugar seguro y conocido,
siempre la complacía, siempre la quiso y fue ella quien lo
despreció.
—Jason…
—Por favor —levantó una mano para que se detuviera—.
Necesito procesar el hecho de que estamos aquí.
—Siento tanto todo lo que hice, sé que estuvo mal, pero
espero que sepas que jamás quise lastimarte.
—Lo sé —suspiró—. Estabas mal, podía notarlo.
Ella bajó la mirada y mordió sus labios.
—Siempre fuiste bueno conmigo, te mantuviste a mi lado,
aunque estaba fuera de control, siendo comprensivo y
buscando ayudarme —se acercó a él—. Jason… ¿me odias?
—Sí —cerró los ojos—. Lo hago.
—Entonces ¿qué estás haciendo aquí?
—Quiero cerrar este ciclo, quiero poder estar bien con mi
mujer, llevar una vida normal a pesar de que tú estés aquí.
—Te será imposible Jason —se acercó a él lentamente—.
Así como es imposible para mí olvidarte.
—Por favor Annelise, no digas tonterías —se hizo para
atrás—. ¿Por qué regresaste después de tanto tiempo?
—Debo aceptar que fue por otras cosas, pero ahora que
estoy aquí, que he visto a Jackson…
—No te atrevas a meter a mi hijo en esto —la mirada de
Jason cambió a una amenaza latente y Annelise se rindió
ante ello.
—Bien, de acuerdo, quizá Jackson no tiene nada que ver,
pero tú sí. Te quiero Jason, siempre lo hice y jamás dejaré de
hacerlo.
—No se notó cuando te marchaste y… —cerró los ojos—.
Te vi Annelise, no hace falta que mientas sobre lo que no
sientes.
—Es fácil juzgar, pero tú disfrutaste de una libertad que yo
sólo experimenté al momento de salir de Eaton Hall —se
justificó—. No sabía lo que quería o quién era, estaba
descubriéndolo en ese instante. Quizá no supe controlar mi
nueva vida, pero ¿quién puede realmente?
—Si no te estoy juzgando por ello —frunció el ceño—, te
estoy pidiendo que hables con la verdad y no intentes
dulcificarla.
—Te estoy hablando con la verdad —frunció el ceño—, te
quiero y ahora que he regresado quiero…
—Es algo tarde para querer cosas del pasado, ¿no crees?
—Nunca es tarde si uno quiere dar otra oportunidad.
—Creo que es obvio que el tiempo en el que existía un
nosotros ya ha pasado, ambos continuamos con nuestras
vidas.
El corazón de Jason latía sin remedio alguno, todo su
cuerpo reaccionaba al habla de esa mujer, a sus sonrisas
coquetas, ojos encendidos y movimientos sedantes. Se
conocían bien, se estaban seduciendo desde el momento en
el que se vieron.
—¿Estás seguro de ello? —La faz de Annelise se iluminó
de pronto y Jason comprendió lo que significaba; sentían la
caricia del deseo en el ambiente—. Te quiero Jason, lo
sabes.
—A tu forma me quieres, eso lo sé, pero no puedes querer
todo lo que soy ahora, mucho menos lo que tuvimos en
conjunto.
Los ojos de Annelise se oscurecieron, comprendiendo a lo
que se refería y dándole cierta razón, sin embargo, tenía la
solución, el que Jason se casara con esa mujer había sido
una excelente decisión, porque ahora Daira podría cuidar
del vástago de ambos.
—Ahora que estás casado, todo es mucho más fácil para
nosotros.
Pese a la confusión en su expresión, Jason prefirió no
preguntar, la conocía y si acaso mostraba interés en aquel
juego de palabras, sería indicación de que planeaba seguirle
la corriente.
—No vine a hablar de eso.
—¿No? —sonrió divertida—. ¿Entonces a qué has venido
Jason? ¿Qué se supone que querías comprobar?
—¡Maldición! No lo sé. —Cerró los ojos.
Llegó hasta ahí con la excusa de su hijo y decidió hablar
con ella por recomendación de Publio, pero seguía sin
encontrar respuestas, de hecho, se sentía aún más
confundido de lo que estaba antes.
—Jason, te casaste con esa mujer por Jackson y has hecho
lo correcto para él, pero ahora debes hacer lo correcto para
ti.
—¿Qué se supone que estás proponiendo? ¿Qué seamos
amantes?
—Sí —dijo segura—. Es lo mejor, ambos sabemos que no
queda en mi persona la aristocracia, todas esas normas y
estándares no me llaman la atención, lo odio. Pero de esta
forma tendremos lo que queremos sin que ninguno deje de
ser lo que realmente es.
—En verdad, Annelise —negó con fastidio—, no digas
tonterías.
—¿Niegas que quieres besarme? —se acercó a él—. Te
conozco, noto en cada fibra de tu cuerpo que me deseas
incluso más que antes.
—Basta —pasó saliva con fuerza, apartando las manos
que ella lentamente posaba sobre su pecho—. No, Annelise,
no.
—Ofrezco esto: sigue con tu matrimonio aparentemente
perfecto, el niño tiene una madre amorosa y nosotros
seguimos viviendo nuestro amor como siempre —ofreció
segura.
El gesto que Jason expuso en su rostro era de una total
confusión, sorpresa e incluso algo de repulsión.
—¿Te escuchas cuando hablas?
—Normalmente lo hago, es mi voz y suelo tener buenas
ideas.
—¿Por qué mi esposa aceptaría algo así? —negó Jason.
—Porque pasará Jason —Annelise se acercó a él,
acariciándolo ligeramente en los brazos y hombros mientras
daba vueltas a su alrededor—, decidí darte el aviso por
adelantado para que no te tomara por sorpresa, porque sé
que no puedes resistirte a mí.
La boca de Jason se secó por completo, era claro que
seguía teniendo un poder sobre él, pero hizo falta que
recordara a su esposa para que de inmediato se acabara el
encanto.
—He dicho que es suficiente —la alejó de nuevo.
Sin embargo, aquello había sido una demostración
suficiente para Annelise, quien sonrió triunfal, dando pasos
hacia atrás para dejar a ese hombre respirar con
normalidad. Con unas cuantas palabras y un toque sutil,
Jason había quedado sin habla, seguramente alucinando lo
que sería volver a estar entre sus brazos.
Jason se sentía sumamente confundido. A pesar de que
sabía perfectamente que su deber estaba con su mujer e
hijo, Annelise fue un amor que incluso buscó por todo un
año. Parecía una broma pesada que cuando dejó el tema
atrás, ella apareciera de nuevo, esperando que todo fuera
como antes de que se marchara.
En realidad, no. No quería que nada fuera como antes,
Annelise no quería la responsabilidad de ser una futura
marquesa, no quería cuidar del hijo que salió de su vientre
pero que jamás pudo querer, tan sólo lo deseaba a él, según
decía, lo amaba.
—Sé que es confuso para ti en estos momentos, pero sé
cómo hacer que tu mente se aclare.
La estética figura de Annelise se mostraba encantadora,
resaltaba aún más al estar vestida en colores crema y al ser
la estancia tan oscura. Era una mujer preciosa, nadie
pondría duda en ello, pero era desafortunado que hubiese
regresado con tal seguridad como para tomarlo por sorpresa
y besarlo de aquella forma tan descontrolada que lo hizo
entrar en el mismo estado convulso y fuera de razón.
Jason tomó la cintura de Annelise, acercándola más a su
cuerpo, disfrutando de sus labios, de sus caricias,
recordando todo lo que significó estar con ella, cuanto la
quería, las muchas veces en las que se metieron en
problemas por esa pasión abrumadora que solía dejarlos sin
conciencia y cometiendo tonterías.
Esa mujer era un torbellino de emociones, toda su
persona era electrizante y los sentidos de Jason la
reconocían, sabía quién era y lo mucho que disfrutaba estar
con ella. Pero al mismo tiempo, una incertidumbre lo
invadía, los ojos color océano se mezclaban con los de la
mujer que besaba en ese momento. Daira se metía en su
mente y mostraba una faz herida, una nariz alzada y una
retirada totalmente digna de una reina, digna de ella.
Se separó de un impulso, manteniendo las manos en los
hombros de Annelise para que esta no pudiera volverse a
acercar.
—Pero si te has quedado sin palabras.
—Tengo muchas, pero no las diré porque soy un caballero
—la soltó, yendo hacia la ventana para buscar controlarse—.
¿Qué demonios quieres? Daira me dijo que te habías
portado bien con ella, parecías no tener interés en nosotros.
—Las cosas cambian, me di cuenta de lo que vale la
pena.
—Y te digo nuevamente que es una tontería, ambos
rehicimos nuestra vida, déjalo estar.
—Si tan sólo pudiera creerte, te dejaría de molestar Jason,
pero incluso te es trabajoso hablar ¿Cómo podrías haberme
olvidado?
—No te he olvidado Annelise, pero lo correcto es que
ambos nos enfoquemos en las decisiones que tomamos.
—Me enteré que tú no tomaste la decisión de casarte, al
menos, no del todo —se sentó sobre el escritorio—. Ella te
obligó de alguna forma y tú, siendo tan loable, lo aceptaste
por Jack. Si por ti fuera, seguirías soltero, entre prostitutas,
quizá, pero sin ataduras.
—No es de tu incumbencia.
—Pero lo es —se puso en pie y fue a su lado—. No debes
quedarte en un lugar únicamente porque es lo que se
espera de ti.
Ella se elevó y pasó su mano por entre los cabellos suaves
y rubios del hombre que no pudo más que contener un
sonido de goce ante la acción que le resultaba conocida.
—Basta. —le tomó la mano.
—Te conozco mejor que nadie —susurró seductora,
acercándose a él hasta que sus labios rozaron suavemente
el cuello que reaccionó enseguida ante la ligera caricia—, sé
lo que te gusta, lo que te disgusta y lo que te vuelve loco.
No podrás negarme por siempre.
Jason apartó su cuerpo con esfuerzo, ella sabía
perfectamente cómo moverse, por segundos la razón se iba
de su cabeza y sentía como si hubieran vuelto en el tiempo
y fuera correcto que Annelise tratara de seducirlo como en
esos momentos.
—Annelise —dijo en un suspiro—, para ya.
—¿Qué te preocupa? Esa mujer ni siquiera está aquí —
sonrió confiada—. Y tú has venido por respuestas, creo que
ahora las conoces de sobra, sabes que no puedes resistirte
a mí.
—Sólo me hace falta pensar en ella para resistirme a ti.
La mujer se alejó con manos levantadas, a juzgar por su
gesto pareciese que hubiese tocado algo repugnante.
—Qué bruto te has vuelto —dijo indignada.
—Lo mismo digo.
—Vale, comprendo que quieras jugar a los esposos, pero
no te va a funcionar, sigues reaccionando a mí y lo harás
siempre Jason, que no se te olvide nunca. A ella le
entregarás las sobras, siempre migajas.
Caminó en dirección a la puerta moviendo
exageradamente sus caderas, encontrándose en el pasillo
con su cuñada y hermano con los brazos cruzados,
esperando a que salieran.
—Buenas noches —sonrió la joven Ainsworth, subiendo
por las escaleras para dirigirse a su habitación.
Sophia entró al salón como una tormenta: amenazadora y
sin piedad alguna. Lo miraba con decepción, quizá un poco
de asco, tal parecía que se había escuchado hasta el pasillo
lo que sucedió ahí dentro. No era para menos, ellos nunca
habían sido especialmente silenciosos y aquel beso fue lo
suficientemente apasionado como para que ambos dejaran
escapar sus emociones a modo de suspiros.
—Será mejor que lleves a Jackson a su casa. —La voz de
su prima era dura y atemorizante—. Extrañará a su madre.
Jason cerró los ojos, comprendiendo la indirecta.
—Iré por él.
—¡Qué va! No te vayas a desviar —la mujer dio media
vuelta y subió por el niño con paso que enfatizaban su
molestia.
John se quedó en la habitación junto con Jason, ambos en
silencio, sin mirarse, manteniendo una postura orgullosa
pese a la situación deshonrosa en la que ambos estaban
involucrados.
—No sé qué desastre estén haciendo ustedes dos —dijo
de pronto el duque—. Pero no me parece justo que jueguen
de esta forma.
—Esto no estaba en mis planes.
—Pero sucedió —lo miró enervado—. No sólo no acepto lo
que mi hermana propuso, sino que respeto lo suficiente a tu
esposa como para no consentir esto, en caso de que estés
pensando hacerlo, no dudes que seré yo quien se lo diga a
tu mujer.
—John, no pienso traicionar a Daira, la quiero.
—¿Esto que acaba de pasar no se clasifica como traición
para ti?
—Sí —lo enfrentó pesaroso—. No volverá a pasar.
—Al igual que mi hermana —dijo el duque—. No lo veo
posible.
—Será mejor que me vaya.
—Lo creo también.
En ese momento, Sophia entraba con el pequeño en
brazos, completamente dormido y en medio de un montón
de cobijas que lo cubrirían del frío. Seguramente tendrían
que dormir en la casa de Adrien, esperaba que por una vez
su primo no estuviera en compañía de mujerzuelas o que su
casa se encontrara en tal desastre que fuese imposible
pasar más allá del pórtico.
Era una lástima que mucho antes de llegar a la casa, la
música y los gritos dieran el preámbulo de lo que se
esperaba en el interior. Estaba claro que la suplica de Jason
no llegó a ser escuchada y Adrien estuviera de fiesta, como
era usual. El niño en los brazos de su padre saltó cuando de
pronto algo atravesó una ventana, rompiéndola con un
sonido seco que fue seguido por otros muchos cuando el
vidrio cayó al piso acompañado de risotadas que venían del
interior.
—Demonios Adrien —chistó Jason, subiendo las escaleras
con cuidado y con un niño al borde de las lágrimas—. Ya, ya
Jackson, vuelve a dormir, vamos, recuéstate.
Medio adormilado, el niño fue recostando su cabeza en el
hombro seguro de su padre, cayendo dormido después de
unos momentos. Abrió la puerta de la entrada, sabía que no
habría mozo que lo atendiera, así que subió las escaleras,
encontró una habitación vacía y recostó a su hijo ahí,
esperando que nadie más entrara y lo despertara. Tendría
que bajar de nuevo para intentar buscar a su esposa,
aunque cabía la posibilidad de que estuviera dormida.
Nada más lejos de la realidad.
Pridwen y Daira eran el centro de atención, ambas
bailaban y cantaban al son del piano que era interpretado
por uno de los conocidos libertinos que fueran amigos de
Adrien.
—¡Va de nuevo! —dijo Lance, retomando la tonada, pero
al no recibir canto o risas, frunció el ceño y se giró en el
banquillo en el que estaba sentado—. Ah, Jason, pensamos
que no vendrías.
—¿Cómo podría faltar si mi esposa está dando tal
interpretación? —dijo con seriedad, mirando a Daira, que
estaba lejos de estar en sus cinco sentidos—. ¿Cuánto has
bebido?
—Lo suficiente para que no me importe que estés aquí —
contestó, soltándose del agarre de Pridwen, quien por poco
cae.
—Ups, chiquilla, creo que tú también te sobrepasaste —
dijo Adrien con una sonrisa, atrapándola antes de que
tropezara de nuevo.
—No puedo creer que seas tan irresponsable como para
dejarlas que se pusieran de esta manera —recriminó Jason.
—Oye, oye —Adrien levantó las manos cuando pudo
estabilizar a Pridwen—. Nosotros ni estábamos aquí, cuando
llegamos ellas ya estaban hechas ron, nosotros sólo les
seguimos la corriente.
—¡Así es! —acusó Pridwen—. ¡Usted es un mal hombre!
¡Lo odiamos! ¿Cierto, Daira?
—Sí, lo detesto —asintió la mujer con una pesada
seriedad.
—Tomaré una habitación prestada —informó Jason a su
primo. Adrien asintió mientras palmeaba el aire, quitándole
importancia a sus palabras—. Vamos Daira, tienes que
recostarte.
—Creo que la damita no quería verte —recordó Declan—.
Nos pidió que la ayudáramos a escapar mañana temprano.
—Y nosotros aceptamos —asintió Nil—, por lo que dijo
Pridwen, este condesito berrinchudo no la merece.
—Basta ustedes tres —se adelantó North con una voz
firme e intimidante—. No se metan en los asuntos de otros.
Los amigos se inclinaron de hombros y volvieron a lo que
hacían antes de ser interrumpidos. La música del piano
volvió y los demás retomaron sus bebidas y cigarros,
charlando tranquilos pese a que antes había un descontrol.
Jason sabía que ninguno estaba especialmente tomado,
incluso si lo estuvieran, los amigos de Adrien eran
racionales e inteligentes, no se meterían en donde no les
llamaban pese a que Pridwen y Daira se los pidieran con
antelación.
Quizá la única forma en la que alguno intervendría sería si
las escucharan gritar o llorar, entonces reaccionarían sin
piedad. Pero no era el caso y conocían a Jason, no lastimaría
a una mujer, mucho menos a una totalmente perdida en
alcohol.
La pareja salió del salón donde los amigos se quedaron
disfrutando de la noche. La joven se sentía un poco mejor,
más enfocada y preparada para la discusión que vendría.
Debía admitir que estaba fingiendo un poco su estado, era
mucho más fácil ser intransigente cuando se estaba en los
mares del alcohol. También era más fácil que se le
perdonaran las impertinencias a un borracho y ella pensaba
decir y hacer muchas cosas que necesitaba que Jason
perdonara después, o al menos, ella podría fingir demencia.
—Vamos Daira. —Trató de ayudarla, pero ella dio un
brinco lejos de sus manos—. Estás tomada, no podrás
caminar.
—Prefiero romperme los dientes a permitir que me toques.
—De acuerdo —levantó las manos—. Camina, iré detrás
de ti.
—Lo que quiero es que se vaya, ¿no se da cuenta que
estaba justo en donde debería? —Jason la miró sin
comprender—. En medio de hombres que disfrutaban
oyéndome cantar, entreteniéndolos, coqueteándoles. Sé
que todos son ricos y tienen dinero, según lo que se dice de
mí, soy buena manipulándolos o más bien cazándolos.
—Daira —suspiró, entendiendo que la discusión había
iniciado— jamás dije que fueras una meretriz ni tampoco
una interesada.
—Lo insinuaste, durante toda esa conversación lo hiciste.
—Por Dios, Daira, eso no es verdad, jamás he pensado eso
de ti.
—¡Me lo dijiste! Dijiste que coqueteaba con los hombres,
mencionaste los nombres de personas a las que odio, que
me han lastimado y lo peor es que yo fui la que te lo contó,
pensando que podía confiar en ti —unas lágrimas
silenciosas salieron de sus ojos— ¡Pero que tonta fui en
hacerlo!
—Estuve mal, lo admito, estaba alterado por lo que
sucedió y mis celos no ayudaron en ese momento, sé que
no eres tú, pero me carcome por dentro cada vez que veo
que alguien te voltea a ver.
—¿Es mi culpa? —le dijo con odio—. No sé en cuantas
ocasiones te dije que me odiaba a mí misma por esa razón,
¿no lo recuerdas? ¿Era tu interés fingido para poder
acostarte conmigo?
—¡No! —Jason se impresionó por esas palabras—. Pero
¿qué dices? Me interesas, eres importante para mí Daira, en
serio.
—No lo parece.
Jason dio unos pasos hacia ella, intentando tocarla,
acercarla un poco a él, porque necesitaba sentirla,
recordarse lo qué era estar con ella, la paz que lo inundaba
cuando estaba en sus brazos o la alegría que era incapaz de
controlar cuando la veía. Sin embargo, en esa ocasión,
cuando se acercó hasta lograr tocarla y ella lo miró, sus ojos
no mostraron felicidad, sino una profunda tristeza y dolor.
—¿Qué pasa?
—Dios mío —Daira se cubrió el rostro—. Hueles a ella.
—¿De qué hablas? —Jason se alejó en seguida.
La furia de su esposa era apenas perceptible, sus
delicadas facciones apenas se movían de su lugar original,
pero su recuperada postura de brazos cruzados y mirada fija
en un punto de la estancia eran las referencias necesarias
para demostrar que estaba a punto de la histeria, una
acción que normalmente le parecería deliciosa a Jason
debido a lo inusitado que resultaba, mas no en ese
momento.
—Recogiste a Jack, lo que quiere decir que la viste —
escudriñó sus ojos con detenimiento—. La besaste, ¿no es
cierto?
Un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo entero al recordar
la intensa mirada azul grisácea que caracterizaba a los
Ainsworth, los hermosos risos que caían como cascadas y,
aunque ahora su tez estuviera tostada, seguía siendo tersa
y luminosa. Cerró los ojos con fuerza. No debía pensar en
ella de forma idealizada, no se podía permitir caer en sus
redes nuevamente, Annelise no era lo que necesitaba, no
era una madre, no era una esposa, ella únicamente se
proponía como una amante que lo querría bajo sus propias
condiciones. Lo peor era que ella sabía que logró tentarlo.
—Daira, estás en mal estado, permite que…
—¡Mi señor! —una doncella llegó a su encuentro de forma
presurosa y nerviosa—. El niño Jack se ha despertado y no
deja de llorar, no sabemos qué paso, pero…
Ninguno de los padres esperó más explicación, ambos
subieron corriendo las escaleras, tal parecía que, gracias al
susto, Daira bajó de golpe los grados de alcohol que llevaba
en la sangre y logró enfocarse enteramente en Jack. Fue ella
quien subió las escaleras primero, tomó al niño en brazos y
lo llevó a recostar mientras tarareaba y mecía su cuerpo
acorde de la tonada.
Jason terminó de recorrer el camino hacia la habitación
donde había recostado a su hijo, siendo capaz entonces de
escuchar la voz sublime de su esposa, aquella que sólo era
capaz de escuchar cuando le cantaba a Jack para que se
pudiera dormir. En una que otra ocasión la atrapó en medio
de tonadas mientras cortaba flores o se bañaba, pero Daira
jamás se percataba de aquello. Para él era un deleite
escucharla, aunque fuera a escondidas.
Abrió con cuidado la puerta de la habitación de su hijo, el
cual dormía con la mano de su madre cogida con
posesividad mientras ella cantaba dulcemente,
acariciándole la nariz para relajarlo. No pudo evitar
quedarse ahí, la canción de cuna era lenta, la voz angelical
erizaba la piel y el tranquilo compás adormecía el alma.
Una paz inmensa le invadió el cuerpo entero,
comprendiendo entonces que Daira le brindaba el sosiego
que persiguió durante tanto tiempo. Su esposa, con su
ternura, firmeza y buen corazón, llenó por completo el vacío
que sintió durante tantos años. La paciencia con la que se
manejaba, su templanza y el amor que irradiaba para todas
las personas que la conocían era estremecedor, en
ocasiones algo apabullante e incluso irreal.
Ella era lo que necesitaba.
—Daira —susurró para llamar su atención.
—¡Chst! —chistó sin volverse—. Está casi dormido.
—Vamos, preciosa, vayamos a dormir.
La mujer tomó aire y se puso en pie con lentitud, besando
la mejilla de su hijo y caminando altiva hacia su marido, al
cual pasó de largo, caminando segura hacia donde fuera
que sus pies la llevaran, puesto que no recordaba la
dirección de la recámara que se había auto asignado junto
con Pridwen.
—A menos que quieras ir a las habitaciones de mi primo,
el camino es para acá. —Con toda la dignidad que pudo
recaudar, Daira dio media vuelta y volvió a pasar de largo la
presencia de su marido. Jason dejó salir una suave risilla y
caminó detrás de ella—. Entiendo que estés enojada.
—No estoy enojada.
—Bien. —Elevó las manos, conociendo las formas
femeninas de deformar las palabras para que pareciesen
otra tan solo con poner un tono diferente en ellas—. Pero
déjame explicarte lo que pasó.
—¿Debería hacerlo? A mí me parece más que obvio lo que
pasó —dijo tranquila—, seguramente recordaron su pasado
con alegría.
—Por Dios —esbozó una sonrisa y la alcanzó,
acorralándola contra la pared más cercana, admirando su
belleza enfurruñada—. ¿Sabes lo encantadora que eres
estando enojada?
—Dije que no estoy enojada.
Era creíble, si se tomaba en cuenta el rostro calmo de
Daira, cualquiera podría tragarse esa mentira. Pero él la
conocía, ese tono extremadamente lento y digno era una
advertencia.
—Por favor, cariño, déjame explicarte…
—No. Y no me llames de esa forma —bajó la mirada—, por
favor.
—¿Cómo quieres que te llame? —bufó divertido,
sintiéndose feliz de que le permitiera estar cerca—. Es lo
que me sale cuando te veo.
—¿Tratas de humillarme?
—¿En qué forma lo estoy haciendo?
Ella dejó salir el aire que retuvo durante todo ese tiempo.
De pronto Jason la sintió tan débil, tan derrotada, que por
poco la abraza, lo hubiera hecho, pero seguro Daira lo
patearía por el intento.
—Sé que soy inocente, pero no soy tonta —lo miró a los
ojos—. Veo la forma en la que se carcome tu alma cada vez
que alguien la menciona o la ves por casualidad.
—Eso no es verdad.
—Aprecio que intentes negarlo, pero es una realidad. —
Parecía tan triste que el corazón de Jason se estremecía de
dolor—, sientes algo por ella y de ser así, no quiero estar
enterada del resto.
—¿Qué es ese resto del que hablas? —la detuvo cuando
ella intentó escapar—. ¿Crees que me acostaría con ella?
—Yo no sé de qué seas capaz, pero sé que la amas.
—Daira…
—De ser así, tengo miedo —admitió—. Amo a Jack y en
definitiva yo no sé luchar por un hombre, no lo haré, pero
me aterra lo que me depare el futuro. No quisiera perder a
Jack, ni tampoco quiero ser la burla de todos mientras me
engañas con ella.
—Daira —Jason acarició con sus dedos la barbilla de su
esposa, elevándola con suavidad—. Annelise no busca a
Jack.
—Me contaste la historia, pero eso significa que te quiere
a ti.
—No regresó por mí, me lo dijo. —Jason resintió cuando
ella se apartó de su toque nuevamente—. Tal parece que
sus planes iniciales se vieron truncados y quiere tenerme
como premio de consolación.
—No hace malas elecciones a mi parecer, aunque me dijo
que yo era su villana —Daira frunció el ceño—. ¿A quién
puede querer ella que esté enamorado de mí?
—La mitad de Londres está enamorado de ti Daira —le
recordó su marido—. Sea lo que sea que Annelise quiere, no
tiene nada que ver conmigo, estoy seguro que toda esta
locura es por despecho.
—No es de mi interés —dijo orgullosa—. No más.
—¿Debo entender que no te preocupa?
—Si me preocupa o no es irrelevante, si quieres
engañarme, entonces lo harás, aunque me entere o no lo
haga —dijo en aparente desinterés que, en el idioma de
Daira, era una muestra de disgusto.
—No pretendo engañarte.
—Y yo confiaré en ti hasta que haya alguna prueba
fehaciente que me dicte que haga lo contrario.
—Pero qué diplomática, eso me deja en claro que estás
enojada.
—En verdad que no —lo miró con certeza—. Como te dije,
no me meteré en una guerra por ti —la determinación en
sus palabras heló la sangre de Jason—. Quizá estés un poco
obnubilado por los recientes acontecimientos, pero yo soy
una mujer muy hermosa y deseada, Annelise ha puesto sus
ojos en ti nuevamente, eso está claro, pero hay muchos
hombres que los tienen puestos en mí.
—Diantre de mujer —dejó salir una risa—, claro que me
doy cuenta, veo como el mundo entero se derrite ante ti,
creía que mi ataque de celos lo dejó claro.
Los ojos tristes de Daira lo enfocaron. Su rostro se
dulcificó, su cuerpo dejó la tensión y casi en un suspiro
derrotado reveló:
—Y yo, tontamente, sólo puedo verte a ti.
Ante tal confesión hecha sin una pizca de vergüenza o
titubeo, Jason no pudo más que elevar ambas cejas en
sorpresa, quedándose momentáneamente sin palabras. Era
claro que admitir su sentir no era un problema para Daira,
no la atribulaba o la hacía sentir débil, sino todo lo
contrario, el que lo dijera con tal naturalidad la hacía ver
mucho más segura que si lo negara.
—Daira, quiero estar contigo y me detesto cada vez que
te lastimo, simplemente… —negó—. Te quiero, en serio lo
hago.
—No lo parece.
—Seguiré intentando demostrártelo, no hagas caso a mis
palabras estúpidas en momentos de tensión, mírame ahora,
suplicándote —le tomó las manos y se las llevó a los labios
—. Me arrodillaré si es lo que quieres y necesitas para que
obtenga tu perdón, haré lo que sea.
—No estaría nada mal que te arrodillaras —sonrió
divertida.
Jason sabía que no estaba perdonado, pudiera parecer
que las cosas estaban bien, pero había una barrera que no
lo dejaba pasar.
Capítulo 32

Era común que la alta aristocracia de Londres se


entretuviera con los rumores que nacían de los oscuros
secretos que los nobles luchaban por proteger, aunque
normalmente siendo esto un esfuerzo sin recompensa, ya
que eventualmente, gracias a un empleado o a alguien de la
familia, todo Londres se enteraba y se encargaba de
pelotear con las habladurías y las teorías que intentaban
llegar a la verdad, aunque esta sonara descabellada y en
muchas ocasiones, terminaban por dejarse llevar por la
opción más entretenida.
Con lo anterior establecido, se podía decir que uno de los
temas de conversación más controversiales de la
temporada seguía siendo el de la familia Seymour. Tal
parecía que desde que el heredero decidió casarse con esa
mujer de baja cuna, no podían deshacerse de las miradas y
las bocas juzgadoras, empeorando sólo un poco cuando
Annelise Ainsworth, anterior mujer de James Seymour,
regresó con todo su esplendor, llena de aventuras y hasta
un nuevo tono de piel que fuera poco aceptado entre las
pálidas mujeres de la corte.
Sin embargo, seguía siendo hermana de un duque, uno
muy importante que, pese a todo, la aceptaba nuevamente
a su lado, brindándole toda la categoría y soporte que había
perdido al momento de abandonar por años a su marido, la
sociedad e incluso Inglaterra. El que fuera aceptada por su
hermano provocaba que todos los demás nobles la
aceptaran con la misma buena cara, aunque en el fondo se
escondiera el rechazo, nadie se pondría en contra de John
Ainsworth, les parecía mejor idea ir contra la mujer del
actual heredero al marquesado de Kent.
En ese momento, las familias de la alta sociedad se
reunían para ver el torneo de polo en el cual el equipo de
Jason Seymour se enfrentaría al de Adrien Collingwood. Para
ese momento ya había favoritismo hacia los imbatibles
Leones de Adrien, claro que estos partidos no eran oficiales
ni de carácter profesional, pero bien podrían serlo si esos
chicos quisieran.
—¿Papá ganará? —preguntó Jackson a su madre, quien
estaba sentada en una mesa de largos manteles y bajo un
toldo blanco que cubría a la sociedad del sol.
—Puede ser —Daira apretó el cuerpo del niño, haciéndole
cosquillas para no dar malas noticias antes de tiempo.
—Está claro que perderá, no lo engañes —la codeó
Pridwen—. Es imposible que gane al equipo de Adrien, sobre
todo si esos cuatro lo están acompañando.
—Es su papá, ¿recuerdas? —Daira miró divertida a su
amiga, apuntando con la mirada hacia la cara decepcionada
del niño.
—Quiero decir… claro que tu papá ganará, será difícil,
pero lo hará —corrigió nerviosa. Los ojos de ese niño podían
endurecerse tal y como lo hacían los de su padre.
—Sino gana, el tío ganará ¿verdad?
—Bueno, cariño —una mano afectuosa se pasó entre los
cabellos rubios del niño—. Así es, te cae bien tu tío, ¿no es
verdad?
—Sí, el tío es divertido —asintió, volviendo la vista hacia el
partido—. ¡Vamos tío!
Aquel día era lo suficientemente cálido como para que las
mujeres se despojaran al fin de los vestidos invernales, en
cambio, tenían elegantes confecciones de mangas cortas y
sombreros adornados sobre las cabelleras peinadas y
relucientes. Pridwen y Daira tenían puesto algo parecido,
ambas eran mujeres hermosas, elegantes y llamativas,
aunque muchos dirían que Daira era aún más deslumbrante
que aquella bonita rubia. Había algo en la mujer del
heredero de Kent que provocaba el suspiro de cuanto la
conocía.
—Me agrada estar contigo —dijo Pridwen, escondiendo su
sonrisa detrás de un abanico—. Los hombres hacen lo que
les pides.
—No digas tonterías —los ojos de Daira seguían el
trascurso del partido con atención, disimulando la
conversación entre las amigas.
—Es la verdad y lo sabes, no sé por qué no te aprovechas
más de tus habilidades. —La rubia codeó ligeramente a su
amiga para que le pusiera atención—. Deberías tener a tu
esposo a tus pies.
—Pero no es así —dijo tranquilamente, volviendo la
cabeza hacia la mesa donde se encontraba Annelise
Ainsworth, contenta y rodeada por la más fina estirpe de
mujeres—. Ella lo tiene a sus pies.
—Sabes que no es verdad, Jason está tu lado siempre,
nadie podría quejarse de su comportamiento.
—Sin embargo, sé que se besaron.
—¿Te lo ha dicho? —los ojos verdes de su amiga se
volvieron con impresión y duda—. No me digas que te lo ha
dicho ella y lo creíste.
—No. No me lo dijo ninguno de los dos, pero lo sé —su voz
dolorida se ocultaba perfectamente por su calmoso
proceder.
—Pienso que no deberías dar por sentado cosas —Pridwen
acarició el cabello del niño—. Sobre todo, las que te hacen
tanto daño.
—No me importa lo que pase entre ellos —negó la joven
—. Sigo aquí por una razón y no tiene nada que ver con el
amor.
—Daira… —La joven rubia mordió sus labios—. Sé que
duele y es más fácil cerrarte a esos sentimientos, pero creo
que sería mucho mejor para tu matrimonio si fueras
honesta, al menos contigo misma, ¿no piensas que el señor
Seymour puede dudar de tu cariño?
—No veo por qué he de tratar tan arduamente de que
sepa que lo quiero cuando él no hace lo mismo.
—A mí me parece que él se esfuerza por demostrarte que
le importas —Las manos sudorosas de Pridwen se
detuvieron sobre su vestido, limpiándose sobre la tela para
poder continuar con esa conversación—. Creo que eres tú la
que se porta fría y dura.
—¿Te parece? —Daira sonrió con amargura—. Dime
Pridwen, ¿qué sentirías tú si la persona que amas quiere
desesperadamente a alguien más? —La miró—. ¿Podrías
mantenerte amorosa y fingir felicidad todo el tiempo?
Pridwen agachó la mirada y negó.
—Supongo que no.
—Así es, la respuesta es no.
—Aun así, no deberías darte por vencida Daira, puedes
tener a Jason en la palma de tu mano.
—No es lo que quiero —bajó la cabeza—. Definitivamente
no quiero luchar por un hombre, ya te lo he dicho.
—Más bien —sonrió malévola, sus ojos bailando en la
diversión—, creo que sería defender tu posición y tus cosas.
—Eres perversa —Daira la empujó ligeramente.
—Vaya, vaya, era de esperarse que la señora Seymour y
la amante de Wellington estuvieran en primera fila para
verlos jugar.
—¡Yo no soy la amante de nadie! —Pridwen se puso en pie
observando como la mujer del conde Melbrook tomaba
asiento en su misma mesa—. ¿Qué hace aquí?
—Vengo a ver —apuntó al campo—, como todos los
demás.
—Me sorprende que le guste el deporte lady Melbrook —
dijo Daira con su voz calmada y la mirada en el partido.
—Me gusta ver el sudor en los hombres. —Las dos
mujeres junto a ella la miraron con aversión—. ¿Qué? ¿Es
que no se les hace atractivo? Además, he visto el sudor de
Jason lejos de los campos, dentro de una cama, sabes lo que
es ¿cierto Daira? Es una visión que compartimos al final de
cuentas.
—Nosotras no compartimos nada en lo absoluto —apretó
la mandíbula—. Y harías bien en marcharte.
—No lo creo, mi esposo dijo que les hiciera compañía, él
vendrá en un momento —sonrió—, quiere ver a su querida
hermana.
—Entonces es momento de que nos marchemos —dijo
Pridwen—, no estamos acostumbradas a tener tan mala
compañía.
—Siéntese, lady Pridwen, si no quiere que cuente su
secreto a todos sus amiguitos y se le acabe el teatro en
cuestión de segundos —dijo el conde con una sonrisa, pero
con ojos duros y amenazantes.
Con la impresión en su mirada, la joven volvió a tomar
asiento, sintiéndose atrapada en aquella silla que hace unos
momentos era una comodidad para observar un
entretenimiento. Los ojos verdes de la joven volaron hasta
su amiga, quien permanecía tranquila con el niño en su
regazo, tratando de ignorar al recién llegado que se apuró a
sentarse junto a ella y se acercó de forma inquietante.
—Hola hermanita ¿cómo te ha ido en tu nuevo hogar?
—Bien, gracias.
—Veo que el condesito tiene más de un interés amoroso,
le va bien tener más de una mujer —los ojos perversos de
ese hombre recorrieron el rostro de Daira. Alargó la mano
para tomar un mechón de cabello oscuro y lo pasó por
detrás de la oreja de la joven, sonriendo al ver que ella se
estremecía ante su toque—. Aunque no puedo comprender
cómo es que puede pensar en otra cuando te tiene a ti a su
lado, en su cama y a su disposición.
—Yo no estoy a su disposición, mi lord, soy una mujer no
su esclava —lo miró con hostilidad—. Debería aprender la
diferencia.
—Tranquila mi pequeña fierecilla —la tomó con fuerza del
hombro, obligándola a que se sentara—. Estamos
platicando.
—¿Qué quieres Mark? —apretó la quijada para no rechinar
los dientes al tener su mano sobre ella—. ¿Es que acaso te
has rendido ante tus sucios deseos?
—Lucho con ello todos los días, normalmente funciona,
pero eres tan malditamente impertinente que me gustaría
hacerte callar —sonrió de lado, apartando la mano del
respaldo de la silla y colocándola en su muslo, el cual apretó
con fuerza, sacando un grito dolorido de su parte—. Deja de
provocarme hermana, podrías sufrir mucho si llego a perder
la paciencia.
—¿Qué quieres de mí? —lo miró con ira contenida—. Estoy
casada, me encargo de darles una cantidad de dinero cada
mes, ¿Por qué no sólo se alejan de mí y sigue con su vida?
—No puedo hacerlo, debo protegerte.
—Te habrás dado cuenta que ahora hay alguien que en
verdad me protege —lo recorrió con una mirada llena de
odio—. Uno que no debe dudar de sí mismo al hacerlo.
—Eres una maldita bruja ¿lo sabías? —susurró cerca de
ella, tomando un mechón de cabello, enrollándolo
continuamente alrededor de su índice, para después jalarlo
con fuerza—. Incluso cuando estás insultándome me es
placentero, es una tortura con la que lucho día y noche,
todo el tiempo, sobre todo cuando te tengo cerca, oliéndote,
tocándote o simplemente viéndote.
—Suéltame —pidió con determinación.
—Bien —levantó las manos, divertido—. ¿Cómo va el
partido?
Nadie en esa mesa se sentía a gusto, el nerviosismo era
casi palpable y las ganas de irse eran evidentes para todas
las mujeres sentadas ahí, incluso Lina Melbrook sentía que
algo estaba mal con su esposo en ese día en específico.
Algo en él parecía diferente, sus palabras rozaban con la
brutalidad, de su cuerpo emanaba un salvajismo que era
apenas contenido por la elegancia de su traje y su hidalga
postura siempre entretenida en el campo de juego.
Entre ellas se lanzaban miradas nerviosas, pidiendo ayuda
silenciosa las unas a las otras, rezando por que el partido
acabara y pudieran ponerse en pie con esa excusa, puesto
que el conde no se los permitía de otra forma, ni siquiera
cuando Lina argumentó que debía ir al tocador o Pridwen
fingió un desmayo por el sol.
—¿Qué es lo que quieres, Mark? —susurró Daira—. ¿Por
qué pareces amenazar con cada poro de tu cuerpo?
—No te alteres, hermana, no es contra ti —la miró cual
cachorro desvalido—, jamás ha sido contra ti.
—¿Entonces?
—Resulta claro que hay alguien acechándote y es mi
trabajo no permitirle que se acerque más.
—¿De quién hablas?
—El vizconde Valcop.
—P-Pero qué hace ese hombre aquí —el nerviosismo subió
por el cuerpo de Daira hasta que invadió todo pensamiento
y musculo—. ¿Qué quiere hacer? ¿Qué te dijo que me haría?
—Está claro que quiere llevarte, pero tú estás casada y
estás casada bien, nos conviene que te quedes donde estás
—la miró con un tanto de lástima—. Aunque es
desafortunado que no tengas hijos además del de otra
mujer, quien también es tu rival.
—Por favor Mark —tapó los oídos de Jackson—, es un niño
y le quiero, así que deja de decir tonterías.
—Tu posición corre peligro y lo sabes, ¿al menos tienen
sexo?
—No seas vulgar —dijo con odio, alejándose de él—. Y no
te contaría, aunque mi vida dependiera de ello.
—Me doy cuenta —sonrió—. De todas formas, Valcop es
peligroso, él no se limitaría como lo hago yo, ha venido a
tomarte y seguramente no piensa irse hasta lograrlo.
—No lo permitiré.
—Si sabes que no eres rival para él ¿verdad?
—Antes de permitir que alguien me toque Mark, prefiero
aventarme por la ventana y morir —elevó una ceja a modo
de advertencia—. ¿Entendiste? Haría cualquier cosa con tal
de que no tuvieran esa satisfacción.
—Te creo, en más de una ocasión me lo demostraste.
—Me obligabas a ello.
En ese momento, el canto de victoria vino de los labios de
los Leones del Collingwood, los amigos del heredero lo
levantaron en brazos, lanzándolo ante la alegría
incontenible de todo un equipo. Jason no parecía
entristecido, sonreía al igual que los demás y daba la mano
a los hombres contra los que perdió. Salió del campo,
agradeciendo a sus propios camaradas y buscando la
presencia de su mujer e hijo, encontrándose antes con
Annelise, quien corrió hasta él para plantarle un beso que
dejó anonadados a todos los del lugar.
Pridwen y Lina jalaron aire al mismo tiempo, volviendo
una mirada hacia Daira; preocupada la de Pridwen, divertida
la de Lina. Por su parte, la esposa de aquel hombre no logró
hacer nada durante un largo momento en el que fue capaz
de ver como Jason fruncía el ceño y la apartaba con
tosquedad, buscando entonces la mirada de su esposa, una
que se había puesto en pie con todo y su hijo y parecía
querer marcharse antes de que las lenguas
momentáneamente paralizadas por la impresión,
comenzaran a hablar sobre lo sucedido.
El conde Melbrook, por su parte, no pudo más que elevar
una ceja con impresión y sonreír ante la mujer que parecía
más que contenta de alzar esa clase de revuelo, estaba
claro que le gustaba ser el centro de atención, fuera de la
forma que fuera. Los ojos del conde volaron hasta los de su
media hermana, sonriendo cuando la vio partir presurosa,
orgullosa y herida, convirtiéndola en una amenaza.
—¡Daira! —gritó Jason, dejando atrás a la sonriente mujer
que era Annelise—. ¡Daira, por favor, detente!
—¡No! —se volvía hacia él con una mano levantada para
que dejara de perseguirla y de hablar—. ¿En qué estás
pensando Jason? ¿Me invitaste aquí solo para que
contemplara ese beso?
—Por Dios Daira, claro que no —tomó al niño de los bazos
de su esposa al verla tan inestable—. Jamás pensé que haría
algo así.
—¡Por favor! —ella hiperventilaba—. No quieras verme la
cara de tonta, está claro que lo disfrutaste.
—Daira, la aparté, ¿es que no lo viste? —apuntó hacia
atrás—. Estaba tan impresionado como tú.
—Eres un… eres… —ella respiró con dificultad, sentía
ganas de vomitar y su cabeza daba vueltas, en sus ojos
comenzaban a verse manchas blancas y negras que la
hacían frunciera el ceño con extrañeza—. ¿Qué…? Jason…
M-Me… me siento mal.
Jason dejó al niño sobre sus pies, ordenándole que se
quedara cerca, cuando de pronto su esposa simplemente
cayó desmayada sobre el césped. Su pálido rostro contra el
verdoso pasto y su melena castaña esparcida a su alrededor
sin ningún orden.
—¡Mami!
—Tranquilo Jackson, tranquilo —Jason tomó a su mujer en
brazos, acomodando su cabeza para que estuviera
recostada sobre él—. Bien, cariño, ¿Qué sucede? Despierta.
—¿Qué demonios, Seymour? —llegó el conde Melbrook
con la voz impregnada en preocupación.
—¡Un médico! —ordenó Jason, mirando a nadie en
particular.
—¡Daira! —se acercó Pridwen—. Pero qué le ha hecho.
—Pridwen —Adrien la tomó de los hombros y la alejó
suavemente—. Debemos permitir que le dé el aire.
Los curiosos se acercaron hasta rodear a la familia que
tenía un niño que no podía hablar, una mujer desmayada y
un hombre que acababa de ser besado por otra. Sin dudas
les gustaba llamar la atención de la forma en la que les
fuera posible.
Capítulo 33

Si había algo que Daira detestaba, era desmayarse.


Conocía la sensación, le pasaba mucho cuando era joven y
comenzaba a desarrollarse, los doctores decían que se
debía a que no comía bien, estaba baja en peso y nunca
tenía apetito. Eso tenía una razón de ser, para ese
entonces, Daira ansiaba la muerte y la forma en la que
pensó que la encontraría era dejando de comer. No funcionó
tampoco.
Intentó abrir los ojos, sintiendo una pesadez en todo su
cuerpo, dolor en su cabeza y unas nauseas que la obligaron
a sentarse de golpe y correr al cuarto de baño a media
consciencia, puesto que no estaba completamente enfocada
del lugar en dónde había despertado, pero de alguna forma,
sus sentidos de orientación hicieron su trabajo y la llevaron
a un palanganero de porcelana donde expulsó todo lo que
su estómago almacenó por lo que parecían ser tres días.
—Eh, eh —la sostuvieron por detrás, ayudándola a
mantenerse erguida mientras le tomaban el pelo para que
no se manchara—. Está bien, tranquila, trata de respirar,
estoy aquí.
Tenía frío, su cuerpo no paraba de tener ligeras
convulsiones que le erizaban la piel, el sudor le recorría la
frente y la espalda, haciéndola sentir aún más enferma.
Cerró los ojos cuando sintió que al fin paraban las náuseas,
dejándose caer sobre el cuerpo que la sostenía, perdiendo
todas las fuerzas para hacerlo por sí misma.
—¿Jason?
—Hola —susurró despacio, apartando los cabellos que se
pegaban al sudor de su rostro—. ¿Te sientes mejor ahora?
—No, siento como si una docena de caballos hubieran
pasado por encima de mí —admitió y buscó su mirada—.
¿Qué pasó?
—Ven, te llevaré a la cama, necesitas descansar.
Daira no puso replica cuando pasó sus brazos por debajo
de su cuerpo, levantándola con facilidad.
—¿Dónde estamos?
—En casa —La recostó con cuidado sobre la cama—.
¿Cómo te sientes? ¿Quieres un poco de agua?
—Sí —aceptó al notar la resequedad en su garganta—.
¿Qué pasó? No recuerdo nada, me duele la cabeza.
—Bueno —sonrió Jason—. Te desmayaste después del
juego de Polo. Perdí, por cierto, no sé si lo recuerdas.
—Lo recuerdo —se tocó la cabeza con una mano y lo miró
con resentimiento—. También recuerdo el beso.
—Trataba de explicarte eso justo cuando te desmayaste.
—Entiendo, ¿qué dicen los doctores?
—Dicen… —Jason mordió sus labios, negó ligeramente y
fue por el vaso de agua para su esposa—. Que te pondrás
mejor, no debes preocuparte por nada, ¿quieres comer
algo?
—Pero no entiendo, ¿Qué provocó el desmayo?
—Deshidratación, muchas horas bajo el sol, estabas
irritada y no habías comido nada, parece que fue una
combinación de todo.
—Entiendo, ¿tengo que tomar algún medicamento?
—No. Parece ser que debes descansar un tiempo, beber
agua, comer bien y listo, te sentirás como nueva.
—Lo dudo —tocó su abdomen—, siento mareos de nuevo.
—Bueno, esperemos que el agua y la comida hagan un
favor a tu estómago desmejorado —le acarició la mejilla con
cariño—. Pediré algo para ti en la cocina, ¿se te antoja algo?
—No quiero nada de ti.
La sonrisa de Jason se quitó de inmediato, algo en él
parecía perturbado cuando se puso en pie del lugar que
ocupaba sobre la cama y comenzó a dar vueltas en la
habitación.
—¿Estás enojada conmigo?
—¿Qué esperabas? —lo miró con una cara desfigurada en
el fastidio—. Te besó frente a todas las personas que nos
conocen, seré el hazmerreír nuevamente.
—No —Jason se acercó, tomándole el rostro antes de
presionar rápidos y suaves besos sobre sus labios—. No,
jamás lo permitiré, haré todo lo que pueda para que estés
tranquila y feliz.
Daira de por sí se sentía extraña y un poco desorientada,
pero la actitud de Jason la ponía aún más nerviosa, incluso
desconcertada, él parecía a punto de derrumbarse al tiempo
que intentaba mantenerse imperturbable y fuerte en su
presencia.
—¿Qué te pasa?
—Nada —se alejó de nuevo—. Me asustaste con ese
desmayo.
—No es para tanto, ya lo oíste del doctor, se pasará
pronto.
—Claro —cerró los ojos—. Iré yo mismo a traerte algo.
—Jason —lo detuvo en su claro escape—. Necesitamos
hablar.
El rubio volvió sobre sus pasos, miró a la mujer indefensa
que se mantenía sobre la cama. Parecía cansada, estaba
pálida, aun así, se veía completamente hermosa; el brillo
del sol que entraba por la ventana la hacía resplandecer
como el mármol de las esculturas del jardín de la casa de
sus padres; sus ojos peligrosos como el mismo océano
estaban cansados, hinchados, pero determinados; sus
perfectos labios seguían entreabiertos, como si tratara de
hablar, pero su garganta le impidiese decir cualquier cosa.
—Está bien. —Regresó sobre sus pasos, tomando asiento
en una silla que él mismo había acercado a la cama para
cuidar de ella—. Trata de no alterarte, es mi única condición.
—No puedes pedirme algo así —elevó una ceja—. Ese
beso es muestra de la confianza que se tienen, sabía que se
habían vuelto a ver, pero quiero saber, ustedes… —apretó
los labios y cerró los ojos, temblando ligeramente de las
manos— ¿se acostaron?
—¡Por supuesto que no! —aquella negación casi pareció
un grito de indignación—. Jamás haría algo como eso Daira,
lo juro.
—Jason —detuvo sus palabras con un gesto de la mano—.
No vale la pena mentirnos.
—Daira —se puso en pie y se acuclilló frente a ella,
tomando su mano con cariño y llevándosela a los labios—.
No te engañaría, no lo haré nunca, te respeto, eres
importante para mí.
—¿La besaste antes?
Los ojos grises fueron cubiertos lentamente por sus
párpados.
—Sí, me besó antes y yo… no tuve la fuerza en ese
momento para apartarla, me conmocioné —el dolor
atravesó la mirada de Daira como un relámpago que le
rompía el corazón—. Pero entonces, antes de ir más lejos o
simplemente continuar, te vi a ti, tu recuerdo vino a mi
cabeza y no pude… no soy capaz de hacerte algo así.
—Oh, por Dios —se cubrió los labios—. Creo que vomitaré.
—Respira profundo Daira —le acarició la espalda de arriba
hacia abajo, tratando de consolarla—. Trata de no hacerlo.
—No me toques… —ella movió un brazo, alejándose del
roce constante de su marido—. ¿Por qué me lo dijiste?
—Dije que no te engañaría y me lo preguntaste
directamente, así que te respondí con la verdad, siempre lo
haré.
—¿Aún la amas? —ella clavó su mirada azulada en él,
aquel furioso océano apenas contenido por la determinación
de Daira.
Jason debió prever que una pregunta así podría salir a la
luz, al decir que siempre le decía la verdad, era obvio que
ella aprovecharía para quitar esa tensión de sus hombros.
Podría mentir y decirle que no, que ya no sentía nada por
Annelise, pero seguramente ella alcanzaría a notar que
mentía.
—No lo sé —aceptó—. No sé qué siento por ella. Ni
siquiera sé discernir si es positivo o negativo.
—Gracias —apretó los labios para no hacer un puchero
que venía acompañado con el llanto que salía del interior
del alma. Jason la miró con impresión y una pregunta escrita
en el semblante—. Por decir la verdad —esclareció,
sonriendo melancólica—. Para ser honesta, pensé que me
mentirías.
—Daira —se sentó a su lado, tomando las manos de su
esposa, obligándola a mirarlo, incluso aunque se tuviera que
agachar para entrar a su campo de visión—. Pregunta sobre
ti, por favor, pregunta.
La mujer levantó la cabeza, encajando su mirada en la de
él, sabía la pregunta que quería que le hiciera y de alguna
forma, conocía la respuesta que le daría, pero no sabía si
eso sería suficiente para ella, no creía que fuera capaz de
compensar o siquiera igualar lo que sentía por Annelise,
quien con un tronar de dedos lo hacía flanquear a su favor y
posiblemente así sería siempre.
—¿Me amas a mí?
—Daira —se acomodó sobre la cama, acarició la mejilla
ruborizada y se acercó hasta que sus labios estuvieran
pegados al delicado oído—, eres lo mejor que pudo haberme
pasado. Con toda certeza puedo decirte que a ti te amo.
Ella presionó sus párpados con fuerza, la oscuridad
profunda del interior se mostraba tranquilizadora y, al
mismo tiempo, era un abismo al cual caía sin salida o fin.
—Se puede amar a dos personas Jason —ella recostó su
mejilla en la de él—. No estoy segura de poder aceptarlo.
—Escúchame bien —la tomó del rostro con ambas manos
—. No tienes qué aceptar nada en lo absoluto, no hay
decisión qué tomar, ¿entendido? Eres mi esposa y así será
siempre.
—Existen las amantes.
—Aquí no. —En los ojos grises había una absoluta certeza.
—Lo siento —bajó la cabeza—, no puedo creerte.
—Haré que me creas entonces, te lo demostraré.
Ella asintió un par de veces, forzando una sonrisa cuando
él le regaló la más deslumbrante de su arsenal. Estaba
definitivamente cambiado, Daira incluso sintió algo de
miedo, ¿estaría muriendo? ¿El médico le habría dicho que
tenía un tiempo limitado de vida?
No podía decir que Jason fuera malo, grosero o
indiferente; todo lo contrario, siempre fue amable, paciente
y atento; sin embargo, jamás demostró un cariño que se
asemejara el amor, quizá se sentía mal por haber besado a
Annelise, podía tener miedo a que ella decidiera marcharse,
dejando a Jackson solo una vez más. Porque eso estaba
claro, Annelise no pensaba regresar para ser la madre de
Jack.
—Jason —él la miró con intensidad, apretando sus manos
—. ¿Podrías salir un momento? Necesito estar sola.
—Daira, lo digo en serio, esto que ocurrió no tiene
importancia alguna, lo único que me interesa es nuestra
familia —le besó las manos—. Te lo juro.
—Está bien —con un movimiento lento, apartó las manos
de las de él—. Aun así, quiero estar sola.
—Como lo desees —se puso en pie—. Mandaré a alguien
para que te traiga comida y quizá un té. Dejaré pasar a
Jackson, está asustado porque no despertabas.
—Sí, déjalo pasar —asintió alegre.
En cuanto Jason abrió la puerta para salir, el niño pasó a
la habitación hecho una centella, brincando a la silla y
después a la cama para abrazar a la mujer que se reía
impresionada por la habilidad del infante de parecer un
grillo en el jardín. Una sonrisa inconsciente se dibujó en el
semblante del conde al ver a su hijo y esposa conviviendo e
intercambiando muestras de cariño. Meneó la cabeza
ligeramente, reprochándose sus acciones. No podía arruinar
eso para Jackson, no podía ser tan egoísta como para
sumirlo en la soledad y la tristeza. Y tampoco podía odiarse
tanto como para provocarse sufrimiento. Había hecho su
elección, sabía a quién amaba y necesitaba.
—Jason —Pridwen se acercó corriendo, alterada y con una
mirada preocupada—. ¿Despertó? ¿Cómo está ella?
—Bien, pediré algo a la cocina —informó—. ¿Puedes ir con
ella cerciorarte de que se lo coma todo?
—Claro, le meteré la cuchara en la boca de ser necesario.
—Lo dejo en tus manos —sonrió, tocando ligeramente el
hombro de la amiga de su mujer en un acto totalmente
inocente.
—Señor Seymour —Jason se paró en seco—. Usted… no la
lastimará más ¿verdad? —la duda en su voz quemó
internamente al conde—. Ella ha sufrido toda su vida y me
dolería saber que seguirá siendo así lo que le queda de ella.
—Jamás he querido lastimarla Pridwen.
—¿Entonces por qué lo hace tan seguido? —ladeó la
cabeza.
—Es complicado —Jason se volvió hacia ella—. Pero
lucharé para no hacerlo más, te lo prometo.
—Lo que yo le prometo es que, si ella vuelve a llegar a mí
en estado de desolación, la desapareceré para siempre,
ambas lo haremos —advirtió—. Dios sabe que sabemos
desvanecernos.
—De ser el caso, señorita, jamás dejaría de buscarlas.
Pridwen negó con la cabeza repetidas veces, oscilando
entre el fastidio y la diversión. Se cruzó de brazos y lo miró
con lástima.
—No hay peor visión que ver a un hombre que no sabe lo
que quiere en la vida —suspiró—. Es triste, porque sé que
usted es de los que vale la pena y ella es una mujer
excepcional.
La joven indiscreta no se quedó a decir más, tampoco
permitió que Jason se justificara o siquiera se defendiera. La
admiró en ese momento, por la claridad de sus
pensamientos y la forma en la que los exponía distaba
completamente de su normal actitud aniñada,
repentinamente le pareció que ella era alguien mucho más
grande, sabia e inteligente de lo que aparentaba.
—¿Cómo está tu mujer?
—Embarazada —cerró los ojos al contestar a la conocida
voz de Lucca, su primo, pero también su mejor amigo.
—¿Lo dices en serio?
—Sí.
—¡Pero qué buena noticia!
Jason podía escuchar la sonrisa en los labios de su primo,
era una lástima que él no pudiera sentir lo mismo. En
cuanto el médico le informó sobre el estado de su mujer, un
sinfín de recuerdos poco placenteros lo invadió: todas
aquellas peleas, amargura, agonía, alejamiento y el dolor de
ambos. No quería arruinar a Daira, no quería que sufriera lo
mismo, que se odiara y también repudiara al producto de su
unión. Estaba aterrado y horrorizado por lo que vendría.
—Jason. —Las manos de Lucca lo enfocaron cuando se
posaron enérgicamente en sus hombros—. Es diferente.
—¿Qué tal si todo se repite de nuevo?
—¿Cómo reaccionó ante la noticia? Ese es el primer
indicio.
—Incluso aunque reaccionara bien, Annelise lo hizo al
principio y mira cómo acabó, incluso llegó a la
desesperación de abortar —le recordó—. La felicidad inicial
no significa nada.
—Qué dijo ella cuando lo supo.
—No se lo dije.
—Eh… hermano, creo que no es algo que le puedas
esconder, eventualmente lo va a notar —dijo sarcástico y un
tanto burlesco.
—Se lo tengo que decir, lo sé, pero debo hacerla sentir
cómoda, feliz —se dijo más a si mismo que a Lucca—,
quitarle todas las dudas que tiene en la cabeza, que se sepa
amada y puesta en primer lugar.
—¿No tiene todo eso? —Por un momento Lucca no
entendió la letanía de su primo. Pero cuando la comprensión
llegó a su cabeza, suspiró y rodó los ojos—. No lo puedo
creer, ¿Es por Annelise?
—No sé qué me pasa —Jason pasó sus manos por su
dorada cabellera y fue a sentarse—. Es una traición de mis
instintos contra mi cabeza, no lo puedo controlar.
—Espero que hagas algo para resolverlo, porque estás
perdiendo a una buena mujer por tu indecisión.
—¿Crees que no lo sé? —levantó la mirada—. No quiero
perderla, ella lo es todo y no sólo para mí, sino para Jackson
también.
—¿Qué te hace falta entonces? —Lucca fue a sentarse
junto a él.
—Nada —admitió—. Es sólo que… cuando veo a Annelise,
algo dentro de mí cambia, es como si los recuerdos llegaran
y se aferraran a los buenos momentos que pasamos juntos.
—Eres un idiota Jason —sonrió Lucca, tomando con cariño
el hombro de su primo—. Resuélvelo pronto, sea cual sea la
decisión que tomes, yo estaré ahí para apoyarte.
—Lo sé. Aunque sé cuál es el resultado que tú esperas.
—Y el resto de la familia también —asintió—, pero no es
nuestra vida, sino la tuya, busca tu felicidad.
—Amo a Daira, en serio lo hago —cerró los ojos—.
Annelise es sólo un recuerdo de algo que no pude controlar,
me arrepiento de no haberla hecho feliz, de no estar para
ella como lo necesitaba.
—Hiciste lo que pudiste. Ahora hay otra persona que
necesitará de ti —elevó una ceja—, y no hablo sólo de Jack.
Jason dejó salir el aire de sus pulmones con un abrupto
sonido, se puso en pie y palmeó el hombro de su primo
antes de bajar las escaleras en dirección a la cocina para
pedir comida para su mujer. Lucca no pudo evitar sonreír,
Jason terminaría haciendo no sólo lo correcto, sino lo que lo
haría verdaderamente feliz. Aunque esperaba que no
tardara tanto tiempo en elegir su camino, de ser así, podría
perder algo de lo que se arrepentiría toda su vida.
Capítulo 34

Era una tortura que cuando las cosas no estaban bien en


casa, tuviera que salir de la ciudad gracias a un llamado de
emergencia. Daira no estaba bien con él, pese a que no
hiciera escándalos o se mostrara especialmente fría, no
tenían amores, no le permitía siquiera besarla, era como si
hubieran regresado en el tiempo a cuando eran una pareja
que aparentaba ante los demás y en soledad apenas y se
hablaban, eran desconocidos nuevamente.
Para ese momento, Jason estaba desesperado, si por él
fuera, jamás hubiese salido de su casa, dejar a su mujer
embarazada y a su pequeño hijo no era algo que le
alegrara, de hecho, el verse privado de su presencia era
razón suficiente para su constante mal humor. No
encontraba satisfactorio ni siquiera el hotel que fuera
clasificado como uno de los mejores del lugar, preferiría mil
veces estar en su casa, compartiendo cama con su muy
enojada mujer. Suspiró. Pero no era así y tenía obligaciones
que cumplir. Como el futuro marqués que algún día sería,
era su responsabilidad solucionar los problemas de las
tierras a su cuidado.
Con ese pensamiento entró de nuevo a la antigua
mansión remodelada que solía recibir a personalidades de la
alta alcurnia de todo el mundo, por lo que era de esperarse
que Jason se topara con más de un amigo de copas o alguna
dama a la que hubiese visto de la forma más indecente. En
ambos casos, eran personas que Jason deseaba evitar y
solía escabullirse de las zonas comunes: como el comedor,
el área de juegos, jardín o salón.
—Buenas noches, lord Seymour, ¿gusta que lleve su cena
a su habitación como de costumbre? —ofreció un elegante
mozo.
—Gracias Ulises —asintió el caballero y subió las escaleras
sin prestar mayor atención a las risas y el olor a tabaco que
venían escandalosos desde uno de los salones.
No tenía ganas de charlar con nadie, sentía un hambre
desafortunada para el sueño que tenía y estaba impaciente
por volver a su esposa, anhelaba besarla y hacerle el amor.
Hacía bastante tiempo que no deseaba a la misma mujer
noche tras noche, como si se tratase de un vicio por el cual
se caía sin darse cuenta, del que no se enfadaba y se
esperaba impaciente. Por mucho tiempo, Jason pensó que
había perdido esa capacidad, sin embargo, Daira marcó una
diferencia y ninguna otra pudo metérsele por los ojos
aunque estas se esforzaran con la desesperación de la paga
o el deseo puro.
Abrió la puerta de la recámara, encendiendo la luz para
recorrer con tranquilidad el camino hacia el baño de la
habitación. Esperaba que, para cuando saliera, su cena
estuviera esperándole en la mesa del balcón, como cada
noche. Incluso el servicio había aprendido que el conde
gustaba que le dejasen también un vaso con un buen coñac
y un cigarrillo, el cual disfrutaba bajo el cielo estrellado y la
musica amortiguada que llegaba desde el salón de baile.
Y así fue, después de tomar su cena, su mal humor logró
disiparse un poco, logrando relajarlo lo suficiente como para
poder escribir a su esposa una carta que sería enviada al
día siguiente, para después ir a dormir. Anteriormente
dormir en soledad no hubiera sido un problema, pero
sucedía que se acostumbró al cuerpo de Daira a su lado,
incluso al del pequeño Jack entre ellos.
Se durmió pensando en ellos e incluso soñó que se
encontraba a su lado, acariciando la piel suave de su
esposa, cálida y reconfortante. De hecho, la sensación
comenzaba a ser demasiado palpable, incluso en medio de
su estupor, aquello le pareció irreal; en primer lugar, porque
Daira no solía ser muy atrevida en la cama, ella era dulce y
cariñosa, jamás se arriesgaría a incomodarlo mientras
dormía, no, aquello no era una actitud carácteristica de su
esposa, mucho menos el comenzar a desnudarlo.
Abrió los ojos sintiéndose en primera instancia irritado,
pero al reconocer el cuerpo que se le insinuaba, aquello se
tornó a algo distinto, muy poco racional y primitivo, se
fundió en sus instintos más bajos al abrazar el cuerpo de
Annelise y besarla desesperado. Ella estaba encima de él,
desabrochando su camisa de dormir mientras se movía
sugestiva sobre su cuerpo.
¿Era acaso que su cuerpo recordaba las noches a su lado?
Annelise era una mujer pasional, llena de chispa, de vigor y
buena disposición que la hacían irresistible. Jason adoraba
cuando, de la nada, actuaba tan impulsiva, tan llena de
deseo, importándole poco despertarlo para hacerlo cumplir
su voluntad, estaba acostumbrado a ello, de hecho, por un
momento le pareció de lo más normal el que ella lo
desnudara, besara y hacer lo mismo con ella.
—Jason… —gimió cerca de su oído. La piel de Jason
reaccionó en seguida y un revolcón conocido azotó su
estómago. Volteó la situación, colocándose sobre ella,
mirando los ojos azul grisáceo que compartía junto con los
del duque, con la diferencia que los de Annelise eran
traviesos, brillantes y vivaces—. Jason, por favor…
Su cuerpo anhelaba cumplir con la petición, pero en su
cabeza se mezclaba la imagen de la actual mujer que se le
ofrecía y la que lo esperaba en casa. Tan diferentes entre
ellas que parecía irreal que pudiese sentir tanto por ambas.
«Daira…» Se repitió en la cabeza. «Mi mujer
embarazada».
Aquello fue suficiente para hacerlo salir de la cama,
alejándose de la tentación que era el cuerpo de su exmujer.
Jason caminaba de un lado a otro, mirando a Annelise, quien
se quitó el camisón sin importarle el predicamento de Jason,
quedando desnuda en la cama, esperando porque
sucumbiera ante la pasión que se reflejaba en sus ojos
grisáceos. El hombre pasó una mano por su rostro,
estirando un prolongádo momento la piel de sus labios,
desesperado al comprender lo débil que era. Estuvo a punto
de cometer la estupidez más grande de su vida.
—Eres cruel —mencionó, aun dando vueltas por la
habitación.
—Tú también lo eres al dejarme de esta manera.
—¿Cómo entraste aquí?
—Me conocen por ser tu esposa.
—No es verdad, la gente sabe que me he vuelto a casar.
—La cara de Jason se deformó al recordar aquello—. Por
Dios, mi esposa está esperando un hijo mío y yo estuve a
punto de traicionarla.
—Eso deja en claro que no la amas.
Jason levantó la mirada con resentimiento.
—No, significa que abusas de nuestra relación pasada —la
apuntó con desdén—. De lo que pude sentir por ti.
—Sientes —corrigió.
—¿Qué quieres Annelise? —exhaló frustrado—. ¿Qué te
diga que sigues siendo una tentación para mí? ¿Qué te veo
y me es imposible no recordar los momentos felices que
compartimos?
—Sí.
—Bien, lo eres y lo recuerdo, pero eso no cambia nada.
—Jason… —ella salió desnuda de la cama y se presionó
contra él—. Lo significa todo ¿no lo ves?
—No. No lo veo —bajó la mirada hacia el cuerpo desnudo
que le traía a la cabeza cientos de recuerdos—. Deberías
irte.
—¿Seguro? Tus labios pueden decir una cosa, pero tus
ojos dicen otra totalmente diferente.
—Concéntrate en lo que digo, vete de aquí, no te
acerques a mi esposa, mi familia, ni a mí tampoco.
—Si es lo que quieres —se inclinó de hombros, claramente
sentía que había ganado aquella batalla—, me iré, pero mi
habitación es la treinta y cinco, por si cambias de opinión.
Jason observó a la dama salir de su habitación y en
seguida gritó desesperado, pateando una silla y aventando
la mesa donde tantas veces tomó sus desayunos,
destruyendo vasos y platos limpios que los sirvientes
dejaban para el día siguiente.
Se sentía un imbécil ¿Cómo se podía ser tan idiota? ¿Por
qué seguía cayendo ante Annelise una y otra vez como un
estúpido? Pareciese que decidió olvidar que lo dejó atrás
junto a su hijo, que no le importó desaparecer e incluso
darse por muerta con tal de alejarse de ellos y buscar su
libertad. ¿Por qué su cuerpo reaccionaba de esa forma? ¿Por
qué le era tan difícil pensar?
Cerró los ojos y apretó fuertemente sus puños, tenía que
irse cuanto antes. Salía esa misma noche de ser necesario,
no podía quedarse estando Annelise tan cerca, era tiempo
de volver con su familia, de hecho, necesitaba ayuda de su
padre, quizá incluso de su madre, lo cual sería un dolor de
cabeza, pero era un mal necesario.
Tomó el primer caballo que estuvo disponible y salió a
toda velocidad lejos de aquel hotel.

Se removía en la cama de forma descontrolada,
incómoda, presa entre las pesadillas que no la dejaban
tranquila desde hacía unas horas. Sufría, todos cuanto
debían amarla la dejaban atrás, la traicionaban o la
utilizaban, no contaba con nadie, las personas la veían y
simplemente se alejaban, dejándola sola, en medio de un
lugar oscuro, a nadie le importaba, incluso veía a Jason con
Annelise quien llevaba de la mano a Jack, no la reconocían y
pasaban de largo.
Ella lloraba desesperada, gritaba por cada uno de ellos,
incluso por su madre a quien perdió de niña y su padre que
permitió a su hermano hacer lo que quisiera con ella
mientras estuvo con vida. No quería estar sola, temía a ello,
deseaba ser aceptada, querida. ¿Por qué era tan difícil para
ella recibir algo tan básico como un amor sincero?
—¿Daira…? ¡Daira! ¡Cariño, despierta!
Ella soltó un grito contenido y se sentó en la cama de
golpe, sintiendo el sudor acumulado en su pecho y su
camisón ligeramente mojado de su espalda. Odiaba esos
sueños, eran tan reales que incluso despertaba pensando
que todo era verdad. No entendía por qué regresaban en
ese momento, hacía mucho que no soñaba tan mal,
prácticamente desde que se escapó de su casa;
ocasionalmente le pasaba, pero no con esa intensidad,
incluso volvió a marearse y tuvo la necesidad de aferrarse
del hombre que la detenía por los hombros.
—Jason —susurró—, has vuelto antes…
—¿Qué sucede? ¿Qué soñabas?
—Fue tan horrible —lloró, pero tuvo que levantarse e ir
corriendo al baño, vomitando la cena que forzosamente
ingirió hace unas horas—. ¡Por Dios! ¿Por qué sigo tan
enferma?
—¿Te has sentido mal?
—Sí, tu madre está realmente preocupada, quiere venir
mañana a pesar de que le aseguré que estaría bien. —Daira
se dejó caer sobre el suelo, escondiendo su cabeza entre
sus rodillas. Temblorosa, asqueada y con arcadas—. Pensé
que no volverías… que me dejarías para huir con Annelise.
El hombre se tensó, aquella revelación fue un golpe duro
para el corazón arrepentido de Jason, quién se agachó, la
abrazó con fuerza y enterró su rostro en el hombro de su
mujer.
—Eso jamás va a pasar, no debes pensarlo.
—No sé por qué me siento tan extraña últimamente —dijo
pálida y convulsa—. Algo está mal Jason, esto no es normal,
¿acaso estaré a punto de morir? ¿Es que no quieres
decírmelo?
Jason dejó salir una profunda carcajada y negó.
—Tranquila, no estás muriendo, de hecho, estás creando
—la miró con orgullo y una profunda devoción. La mujer en
sus brazos no comprendió sus palabras, por lo cual
cuestionó con la expresión de su rostro—. Daira, no tuve la
fuerza para decírtelo antes, pero la razón de que te
encuentres tan enferma por las mañanas es porque…
Daira buscó la mirada de su marido debido a que este la
desvió en varias ocasiones. Tal parecía que no quería hablar
con ella, estaba nervioso a juzgar por el movimiento en sus
manos y las muchas veces que tuvo que despeinar su
cabello.
—¿Qué sucede Jason? —lo incitó a hablar—. Me asustas.
—Estás embarazada Daira —apretó su quijada—. Lo
siento.
—Que yo… ¿Qué? —la mujer configuró una expresión de
profunda confusión y deliciosa alegría—. ¿Cómo es que…?
Pero tú…
—Estaba asustado por tu reacción, no quería que… —se
frotó los ojos con el dedo indicé y pulgar—. Me vinieron
recuerdos.
—¿Creíste que no lo querría?
—Para ser honesto, lo seguiré dudando, aunque me digas
que en serio lo quieres —la miró seriamente—. Ya en el
pasado lo creí y me equivoqué. La destruí debido a ello.
—Jason —Daira negó con una sonrisa bobalicona—. Estoy
feliz, demasiado feliz por la noticia, ¿es que no me ves?
Para no conflictuar a su esposa, el conde transformó su
rostro y esbozó una sonrisa a juego con la de ella.
—¿Estás molesta porque no te lo dije de inmediato?
—Debí suponerlo, esto de los mareos matutinos es común
en el embarazo ¿verdad? —dejó salir una agradable risita—.
Oh, Jason, no lo puedo creer, pensé que no tendríamos uno
de estos.
—¿Niños? —negó divertido—, ¿Cómo pudiste creer eso?
—Hace tiempo que nos casamos y no había indicios de
que estuviera embarazada… —Daira se acomodó en la
cama y jugueteó con sus manos, nerviosa de repente—.
¿Cómo te sientes con esto?
—Estaba consciente de que era algo que podía pasar —
suspiró y se sentó junto a ella—. Pero debo aceptar que me
cayó de sorpresa.
—Es… ¿una buena sorpresa?
—Daira —la mano fuerte y larga de Jason se acercó hasta
su mejilla, donde permaneció dando leves caricias—. No soy
importante en todo esto, eres tú en la que nos tenemos que
concentrar ahora, pero si necesitas saberlo, me hizo feliz
saber que me darás un hijo.
La recompensa a sus palabras fue una cálida mirada, el
rostro de Daira se coloreó de un rojizo suave que la hacían
ver más tierna al estar en un estado descuidado: sus
cabellos estaban claramente enredados, su camisón se
subió hasta descubrir sus muslos, tenía ojeras y se
marcaban pequeñas arrugas a los lados de sus ojos al
momento de sonreír. Nuevamente se dio cuenta que era
imprescindible encontrar error en tan bella creación,
buscaba aquello que la hiciera más real, que le permitiera
ser el dueño de sus afectos.
—Entonces, Annelise…
—Cariño, sientes toda esta angustia por el bebé.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿Me crees una tonta? —el orgullo volvió a su voz
modulada, su mirada intensa era escalofriante—. Sé
perfectamente que ella no se ha dado por vencida,
seguramente en más de una ocasión estuvo por
convencerte de que me dejaras.
—Daira, eso no va a pasar.
—¿Me dirás que nunca se te insinuó?
—Daira —le tomó los hombros—, por favor, no pienses
más en eso, quiero que lleves un embarazo tranquilo, no
invadas tu cabeza con cosas sin sentido y que nunca lo
tendrán.
Ella suspiró, sabía que no eran cosas sin sentido, pero le
gustaría pensar que lo eran, que sus dudas eran
injustificadas en todos los sentidos, que su marido la quería
y jamás le pasaría por su cabeza el dejarla, mucho menos
con un niño en camino.
—Jason —lo abrazó—. ¿En verdad estás contento por el
bebé?
—Por supuesto, es una de las mejores noticias que he
recibido.
—Me alegra oírlo —siguió abrazada a él—. ¿Podemos ir a
dormir ahora? Quiero que me abraces.
—Regresé antes por esa razón, mi cielo, quería estar
contigo.
Se separaron lentamente, Daira para volver a la cama y
Jason llenando la tina para tomar un baño rápido. Quería
quitarse de encima cualquier residuo que quedara del
cuerpo de Annelise, fue lo suficientemente listo como para
quitarse la ropa donde la esencia de aquella mujer se
impregnó sin solución alguna, pero aún la sentía sobre la
piel y eso le daba una sensación nauseabunda.
Se metió a una tina con agua fría y raspó su piel, tratando
que todo recuerdo se esfumara también. Le era imposible
sentirse mejor, debía hacer algo para remediar lo que hizo,
tenía que seguir poniendo distancias con Annelise,
encontraría la forma de hacer sentir segura a su esposa,
aunque estuviera cerca de ellos.
—Jason te arrancarás la piel si sigues así —observó la
joven, tomando la esponja con la que él se frotaba—. ¡Y el
agua está helada!
—Pensé que estarías dormida —se levantó de la bañera,
aceptando la toalla que ella le tendía.
—Te estaba esperando, quería contarte sobre la actitud de
Jack, me parece mal que él…
—Daira —la interrumpió—, necesitas dormir, podías
esperar hasta mañana para contarme sobre Jackson.
—Claro, pero aun así quería esperarte.
Jason se volvió hacia su mujer, elevando una ceja
socarrona y una mirada llena de picardía al comprender lo
que Daira no dijo, pero quedó más que claro, al menos para
él.
—Así que… en serio me extrañaste.
—Y-Yo… no es normal en mí, pero…
—¿Es que deseas algo? ¿Tienes hambre? Puedo ir a la
cocina…
—¡Jason!
El hombre dejó salir una risotada y la abrazó. La toalla que
cubría la parte inferior de su cuerpo se encontraba
humedecida debido a las gotas que resbalaban por la
espalda y torso varonil hasta encontrarse con la tela. Todo
en él era atractivo y hechizante, Daira incluso lo veía aún
más tentador gracias a su embarazo.
—Y bien, dudo que en tu estado sea lo mejor hacerlo en el
suelo del baño, como en tantas otras ocasiones nos pasó.
—Preferiría ser capaz de llegar a la cama.
—Concuerdo —Jason se agachó y pasó un brazo por
debajo de las rodillas de su esposa, alzándola al vilo y
llevándola de esa forma hasta la habitación que compartían
—. Ahí está señora, su lecho.
Ella soltó una risilla.
—Creo que sabe cómo proceder, mi lord, no le hace falta
que yo le siga dando indicaciones.
—Aunque creo que me encantaría que me las dieras.
Daira esbozó una sonrisa desconcertada, pero asintió
conforme, si él quería seguir órdenes, ella sin problemas
podía dárselas. De hecho, aquel juego fascinó en más de un
sentido a su marido, quien, además de ser sumamente
complaciente, estaba sorprendido por las peticiones que ella
era capaz de hacerle. En ocasiones pensaba que no era
totalmente consciente de lo que pedía, seguro que le debía
mucho a Pridwen y a su incansable curiosidad que seguro
metió la duda en su esposa quien decidió experimentarlo
por sí misma.
Pasar la noche con su mujer fue sin dudas la mejor
decisión que pudo haber tomado, de esa forma se confirmó
que deseaba estar con ella, que la adoraba y la amaba más
de lo que nunca pensó. Pese a que Annelise fuera una
tentación, Daira no necesitaba serlo, puesto que podían
complacerse el uno al otro sin ningún peligro o limitación, se
pertenecían y eso era aún más querido y placentero.
—Jason… —escuchó su voz adormilada amortiguada
contra su cuello—, prométeme que me mantendrás
informada de todo.
—¿De qué hablas?
—Si cambias de opinión en algo o si piensas en dejarme…
—No digas tonterías Daira —la abrazó más contra su
cuerpo—, estoy contigo, soy feliz a tu lado y te amo.
Ella abrió los ojos y se levantó ligeramente, acariciando el
pecho de su marido con el ceño fruncido, sin atreverse a
hablar.
—Me parece extraño ese amor llegado de la nada.
—Así son las cosas mi vida, nada se puede hacer para
anticipar lo que el corazón va a decidir —le acarició la
mejilla—, tranquila, te prometo que no volverás a sufrir a mi
lado, sé que han existido dificultades, pero te protegeré de
todos, incluso de mí mismo.
Ella asintió levemente, continuó inmersa en sus
pensamientos mientras seguía acariciando el pecho de su
marido.
—Jason, el día que me desmayé… —apretó los labios,
dudando si decirle—. Mark me habló del vizconde Valcop.
Los ojos grises la enfocaron con tranquilidad.
—¿Qué te dijo?
—M-Me dijo que e-está aquí y que… —cerró los ojos con
miedo—. Que quiere acercarse a mí.
Jason suspiró y reacomodó su posición, haciendo que su
mujer enredara más sus extremidades a las de él.
—Ya sabía de su regreso —aceptó—. Estoy seguro que fue
él quien mandó a disparar a mis hermanos y a mí.
—¿Por qué no me lo dijiste? —reclamó con la mirada.
—Quería hacerlo, pero no encontraba el momento y al
final llegó la noticia del bebé —le acarició el rostro—. Lo
último que quería era que estuvieras asustada y nerviosa,
te hace mal.
—Tengo miedo —bajó la cabeza.
—Lo sé, pero no permitiré que te pase nada, te lo
prometo.
Un ligero temblor recorrió el cuerpo expuesto de Daira y
en busca de calor, se recostó nuevamente sobre su marido
ocasionando que él la abrazara y se estirara un poco para
alcanzar las sábanas hasta cubrirla por completo. Depositó
un beso suave en su frente y la obligó a permanecer sobre
él pese a que no pudiera dormir.
—Jason, si dijera que te amo… —Daira se removió sobre el
cuerpo de su marido—. ¿Cuidarías bien de mi corazón?
—Tan bien como tú cuidarás el mío.
—No Jason —dijo molesta—, hablo en serio, no quiero que
me endulces el oído, quiero que me digas la verdad.
—Mi amor, cuidaría cada parte de ti incluso si no me
amaras —levantó su barbilla pese a que ella estaba
recostada en su hombro—, porque si no te cuidara y te
perdiera, entonces sería mi corazón el que correría
verdadero peligro y no lo permitiré.
—Jason… —bajó la mirada—. Te amo.
—Ahora me gustaría que me lo dijeras a la cara —el
hombre colocó una mano sobre la mejilla mojada de su
mujer y la levantó dulcemente, limpiando sus lágrimas—.
No dudes de mí, Daira. Te amo a ti, no importa nadie más,
te escogeré siempre, en la situación que sea y hagas lo que
hagas, no podría dejarte ir, me has hechizado y ahora me es
imposible vivir si tú no estás conmigo.
—Entonces no dejes de demostrármelo Jason, no permitas
que dude más de ti, te lo pido como un favor, porque no
dudaré en irme.
Capítulo 35

La temporada de ópera dio inicio en Londres,


acontecimiento que Daira no deseaba perderse y en lo cual
Jason decidió complacerla. Era de esperarse que la joven
amara todo lo relacionado con la música, puesto que su voz
era una de las mejores que muchos hubiesen oído, algunos
decían que estaba hecha para ser atendida por un público
que le aplaudiera, pero Daira limitaba su voz a su familia
cercana.
Y aunque en gran parte la intensión de la joven fuera
escuchar a los grandes artistas cantar, otra realidad
irrefutable eran las ganas que tenía de mostrarse con su
marido en todas las ocasiones que le fueran posibles,
buscando callar las habladurías en su contra y alejarlo de la
mujer que seguía siendo su perdición, aunque él lo negara.
Jason ignoraba la razón por la que su mujer se
comportaba de forma posesiva, pero quería complacerla en
todo lo que le fuera posible, no podía creer que ni siquiera
en su embarazo su esposa hiciera peticiones especiales, no
se portaba caprichosa, quejumbrosa o lo odiaba por que
estuviera en cinta por su culpa, por el contrario, parecía feliz
a cada momento, aun cuando no se sentía del todo bien.
Ese día, los ojos que mantenían encadenado al océano en
su interior se abrieron después de toda una semana de
estar en cama, para ese momento, se sentía mucho mejor,
no sabía por qué razón la enfermedad le había durado tanto
tiempo, pero debía admitir que la diligente presencia y
cuidados de su esposo fueron un reconfortante
entretenimiento que ella permitió. Le parecía divertido ver a
Jason alterado, yendo de un lado a otro sin saber qué hacer
cuando ella se ponía enferma por las mañanas. Era tierno
cómo intentaba cumplir todos sus caprichos, por muy tontos
que estos fueran, en una ocasión, y queriendo abusar y
probar su bondad, Daira pedía una que otra extravagancia
gustativa, debía admitir que ni siquiera le gustaban la
mayoría de las veces, pero siempre se sorprendía cuando él
las conseguía, incluso cuando eran platillos originarios de
Dinamarca.
La joven se removió en la cama que descansaba,
sintiéndose feliz de no tener mareos tan sólo despertar,
siendo capaz de contemplar el sol naciente que desfilaba
por el ventanal de puertas abiertas y cortinas ondeantes por
el viento fresco del amanecer. Suspiró contenta, colocó
ambas manos bajo la mejilla recostada contra la almohada y
contempló el lento progreso del sol y el suave cantar de las
aves, sintiendo el agradable peso del brazo de su esposo
sobre su vientre abultado y su acompasada respiración en
su cuello.
Daira giró su rostro para mirarlo dormir, era guapo y
cuando dormía no se podía notar su constante preocupación
reflejada en sus ojos y arrugas desde aquel día en el que se
desmayó. Ese hombre se había encargado de ella día y
noche, aunque en realidad no tuviera dificultades más que
en las mañanas, Jason se quedaba con ella todo lo que le
fuera posible, incluso saltándose obligaciones.
Estaba en uno de sus mejores momentos contemplativos,
cuando de pronto su estómago se revolvió de forma brusca
y exasperante que la hizo apartar el brazo que la retenía
sobre la cama para alcanzar el baño antes de que hiciera un
desastre de camino al mismo.
Cuando Jason abrió los ojos y no se encontró con su
esposa recostada a su lado, la preocupación invadió su
cuerpo, parecía ser que llevaba un buen tiempo levantada,
a juzgar por el sonido que venía del baño, despertó
sintiéndose mal, como en tantas otras ocasiones. Daira era
mucho más sensible del estómago de lo que recordaba con
el embarazo de Annelise, de hecho, su esposa podía vomitar
varias veces durante el día, si no estaba volviendo el
estómago, estaba mareada, debilitada, tenía dolores de
cabeza y en alguna ocasión llegó a los desmayos.
Aquello preocupó a todos en la casa, ocasionando que
Gwyneth y Publio cayeran en la histeria al explicar una y
otra vez que, aunque no era de lo más normal y se debía
tener cuidado con la deshidratación y con la pérdida de
peso de la madre, conocían personas que tuvieron los
mismos síntomas y las cosas salieron bien, solían calmarse
y Daira no vomitaba tantas veces como para que fuera un
caso de gravedad como para mantenerla en cama.
Jason suspiró, apartó las sábanas de su cuerpo y entró al
cuarto del baño. Su esposa estaba derrotada sobre el suelo,
con el palanganero a su lado, la piel pálida y temblando
ligeramente.
—Daira, por Dios, ¿Por qué no me despertaste?
—Jason… me siento pésima.
—Ven aquí —la tomó en brazos con movimientos lentos
para no marearla nuevamente—. Te llevaré de regreso a la
cama.
—Pero hoy tenemos la ópera, quiero ir.
—Bien cariño, esperemos que estés mejor para entonces,
pero por ahora tienes que descansar un poco más.
—Trae el palanganero —se recostó en el hombro de su
esposo, respirando con dificultad—, que lo pongan junto a la
cama.
—De acuerdo, tranquila mi amor, trata de respirar
profundo.
—Es lo que hago, pero nada funciona.
Jason la recostó en la cama y tiró del cordón para llamar a
la servidumbre de la casa. Habían decidido no regresar a la
mansión de los Seymour y se quedaron en la casa del
centro de Jason, la cual estaba bien ubicada y cerca de la de
Micaela y los Hamilton, tanto de Publio como de Terry,
siendo el primero el más conveniente en la situación en la
que estaba su esposa.
—¿Qué sucede? ¿De nuevo? —entró corriendo Pridwen,
quien se asentó en la casa de los Seymour desde hacía un
tiempo.
—Sí, necesita un palanganero y algo de comer.
—Yo lo haré —la rubia incluso dejó la puerta abierta para
correr a cumplir la petición.
Jason sonrió.
—En la vida pensé verla tan solicita, resulta ser que podría
ser una madre dedicada. —Sherlyn logró componer una
sonrisa, pero rápidamente tuvo que concentrarse en
respirar para no vomitar sobre las mantas—. Por Dios,
debería poder hacer algo para mejorar tu estado, me
imagino que no tienes ganas de comer.
—Tengo que hacerlo, este bebé necesita nutrientes.
—Te pediré algo —Jason le acomodó un mechón de cabello
detrás de la oreja y sonrió—. ¿Qué se te antoja?
—Quizá algo de fruta por el momento.
—Bien, espero que te caiga bien —se acercó y le besó la
mejilla antes de ponerse en pie e ir a la salida.
—Jason. —Él se volvió—. ¿Podrías hacer que Jack
desayune bien el día de hoy? Se ha puesto muy
quisquilloso.
—No te preocupes por eso.
—¡Espera! ¿Has hablado con Archivald? ¿Me ha echado en
falta?
—Está informado de la situación —asintió—. Seguro que le
has hecho falta, así que si deseas ir con él, puedo llevarte.
—¿No estás ocupado?
—Un poco, pero puedo llevar a mi mujer embarazada a su
lugar de trabajo —elevó una ceja—. Pero entes tienes que
desayunar bien.
—Jason —su marido se detuvo nuevamente—. ¿Podrías
regresar y quedarte conmigo un rato más?
—Traeré tu fruta y podemos volver a recostarnos.
La joven sonrió mientras metía pedazos de fruta en su
boca. Se encontraba sentada en la cama, entre las piernas
de su esposo mientras él se entretenía en leer un libro, con
su espalda recostada en la cabecera y una mano sobre el
vientre prominente de su mujer. Cuando ella se recostó
sobre su pecho y se acomodó para tomar una siesta, Jason
no pudo más que besarle la frente y seguir con la misma
posición, en la cual ella ya se encontraba a gusto.
Unas horas más tarde y después de una buena siesta,
Daira logró ponerse en pie sintiéndose mucho mejor,
aunque las náuseas seguían rondándola, tenía hambre y eso
la motivaba a cambiarse para bajar a desayunar. Fue Jason
quien la ayudó a terminar de abrochar los botones de su
vestido o apretar el corsé, aunque en esto último Jason
insistió en que no lo hicieran como de costumbre, puesto
que, con la presencia del bebé, no era bueno usarlo tan
ajustado.
Durante el desayuno, Jackson se mostró entusiasmado por
la reaparición de su madre y después, tanto padre como hijo
dejaron a Daira junto a Archivald, quien estaba sumido en
su trabajo mientras ella seguía acomodando y haciendo
pedidos para su próxima inauguración. Jason se había
tomado la molestia de llevarse consigo al pequeño Jack con
tal de dejar a su esposa trabajar y ella lo agradecía. Pese a
que Jack no le significaba un estorbo, sin la preocupación de
tenerlo cerca era mucho más fácil avanzar.
—Iré al estudio Daira, si necesitas algo me hablas —dijo
Archivald, enfocado en una rosa que parecía decaída.
—Estaré bien, no te preocupes.
El hombre no hizo mucho caso a las últimas palabras de
su prima política, incluso trastabilló en la escalera, más
concentrado en la revisión de la planta que en sus pasos.
Daira sonrió y se volvió hacia la puerta cuando escuchó el
característico sonar de la campana.
—No cabe duda que estás llena de sorpresas Daira —
sonrió Annelise, pasando sus ojos por el verdoso lugar—. No
me hagas esa cara, vengo a hacerte un encargo.
—Por supuesto lady Ainsworth —tomó una libreta y la miró
con la sonrisa pertinente para una intendenta—. ¿Qué le
encargo?
Annelise apretó una sonrisa, por alguna razón el que la
llamara con su nombre de soltera la enfurecía, pese a que
fuera correcto que lo hiciera. Estaba resultando divertido,
esa mujer daba la apariencia de no ser capaz de contestar
ante una ofensa, pero resultaba ser que tenía más carácter
del que imaginó.
—Necesito arreglos —dijo la mujer, vagando por el lugar
con una mirada despectiva—. Quiero que sean
espectaculares, no repararé en gastos, así que puede usar
las flores de su preferencia.
—Por supuesto, ¿para qué fecha la necesitaba?
—Naturalmente, para el día de mi aniversario.
—¿Cumple años lady Ainsworth? —dijo desinteresada,
buscando su agenda y algo para apuntar, haciendo una
conversación forzada debido a que era una clienta.
—De casada.
Daira levantó la cabeza y sonrió.
—¿Casada con quién, mi lady?
—Es obvio lo que estoy diciendo, está claro que no puedo
celebrarlo abiertamente, pero bien puedo hacer una fiesta
en honor a lo que tuvimos, Jason ha demostrado que no ha
olvidado ni un día a mi lado —sonrió abiertamente—. ¿No lo
cree usted?
—Me parece inadecuado.
—Estará invitada, por supuesto.
—Dudo asistir a una velada de esa índole, pero agradezco
la cortesía —se inclinó ligeramente y retomó su postura
profesional—. ¿Cuál sería la cantidad de arreglos?
¿Dispondrá floreros o desea que nosotros los llevemos?
Tengo un muestrario aquí, si gusta verlos.
—¿Por qué finges orgullo cuando está claro que estás
herida?
—¿Por qué se empeña en hacerlo? —frunció el ceño hacia
ella, dejando sobre la mesa el catálogo y su libreta—.
Cuando llegó dijo que yo no estaba interesada en Jason, que
yo era su villana porque el hombre que usted quería no
sentía lo mismo por usted, sino por mí.
Annelise apretó las manos y los labios con igual fuerza,
volviéndose rápidamente hacia otro lugar, fijando la vista en
las macetas que colgaban del techo y dejaban caer su
frondosidad hacia el suelo en una cascada verde.
—Eres odiosa. —La voz de la mujer estaba cargada de
resentimiento—. No te soporto.
Daira entendió la desesperación que Annelise sentía,
incluso creía comprender la razón por la cual estaba
tomando acciones en su contra, era una venganza por no
obtener lo que quería.
—En realidad no deseas a Jason de regreso, ¿o sí?
—Lo quiero.
—No es la forma de obtener lo que deseas, te lo aseguro.
—¡Maldición! No intentes mostrarte comprensiva conmigo
—la apuntó aún más molesta—. No soy Jackson,
¿Comprendes?
—Trato de ayudarte porque es una forma en la que yo
también me quitaría un problema de encima —Daira rodeó
el escritorio en el que estaba refugiada y enfrentó a la mujer
—. Annelise, sé perfectamente que puedes hacerme la vida
imposible, entiendo que lo quieras hacer porque me odias,
pero no soy la culpable de lo que sientes.
—No me importa quién sea el culpable.
—Sea lo que sea Annelise, el único que resultará herido
será Jason, porque en todo caso de que lo consigas, lo harás
infeliz —la miró con tristeza—, pensé que lo querías lo
suficiente como para no volverle a hacer algo así. Además…
estamos esperando.
Los ojos sorpresivos de Annelise bajaron hasta posarse en
el abdomen de la mujer frente a ella, a quien todavía no se
le notaba el estado en el que estaba, lo cual la hizo dudar si
le estaría mintiendo.
—Tú… —ella comenzó a negar con la cabeza con molestia
—. ¡No! No puede salirte todo bien, simplemente no es
justo.
—¿De qué hablas?
—¡Ahora le darás un hijo! —elevó las manos con fastidio,
caminando de un lado a otro, parecía una fiera encerrada—.
¿No podías simplemente ser infértil o algo por el estilo?
—¿Qué es lo que sucede contigo? —Se alejó de ella.
—No puedes tenerlo todo, tu vida no puede ser tan
perfecta.
—Annelise, mi vida jamás ha sido perfecta, ni una sola vez
hasta que llegó Jason a ella y justo cuando creía que podía
ser feliz, llegaste tú, la única persona que tiene todo en su
poder para alejarlo de mí. —Había dejado salir todo aquello
como un torrente desde lo más profundo de su corazón.
—Yo… —ella agachó la cabeza—. Lo siento, no quise…
—Sé que no. —Y Daira en realidad lo creía, sabía que
Annelise no llegó a Londres con las intenciones de arruinar
su vida o la de Jason, algo debió pasar para que llegara a
esa resolución—. ¿Qué sucedió? ¿Quién es ese hombre del
que estás enamorada?
En ese momento, la campanilla hizo el tintineo para
alertar a los dueños del lugar. Ambas mujeres volvieron la
mirada hacia la pareja que hacía entrada, experimentando
diferentes niveles de fastidio, aunque ambas dirigidas hacia
las mismas personas.
—Ah, lady Annelise, qué gusto me da verla por aquí —
saludó Lina Melbrook, tomada del brazo de su marido.
—Igualmente.
—Venimos de visita, hermana, espero que no te moleste.
—Si digo que sí ¿se irían?
—Siempre tan bromista —sonrió el conde Melbrook para
después posar la mirada sobre la joven que lanzaba cálidas
miradas hacia él—. Lady Annelise, se ve tan hermosa como
siempre.
—Gracias mi lord, es usted muy amable.
Los colores subieron por las mejillas de la joven Ainsworth,
mostrándose torpe y embelesada. Y ante la reacción, Daira
llegó a la comprensión. Ahora todo tenía sentido, el hombre
del que Annelise estaba enamorada era del conde Melbrook,
el hombre asqueroso que tenía una obsesión por su media
hermana desde que eran niños.
Daira no comprendía cómo era posible que alguien se
enamorara de un hombre así, pero bien se decía que en el
corazón no se mandaba. Mark Melbrook era apuesto, claro,
pero con esa personalidad y extraños gustos, era imposible
que resultara un buen partido.
—Y bien querida cuñada, quisiera encargar algunas flores
para la casa, quiero que tome vida, quizá una que otra
planta —sonrió—. ¿Está Archivald por aquí?
—Está trabajando en el estudio, puedo hablarle si gustas.
—Lo haré yo misma, con eso de tu embarazo, es mejor
que te lleves las cosas con calma —se ofreció gustosa,
ansiosa por ver al impenetrable hombre que era Archivald
Pemberton—. Es subiendo las escaleras ¿verdad?
—Sí, lo verás en seguida, está en la oficina de cristales.
Lina subió presurosa, con una sonrisa traviesa y coqueta.
Daira lamentaba haber jugado en contra de su socio, pero
necesitaba esclarecer sus ideas y sólo podría hacerlo si
observaba atentamente a su medio hermano y la exesposa
de su marido.
—¿Ustedes ya se conocían? —indagó distraídamente.
—Sí —Mark Melbrook apartó la mirada de la figura
estilizada de Annelise—. Coincidimos en varias veladas
antes de Londres.
—Ya veo —asintió Daira, tomando algunas flores para
quitarle las espinas con un chichillo—. Me parece que lady
Annelise mencionó algo de un baile, supongo que estarás
invitado.
—No había recibido el honor —el conde miró hacia la
avergonzada chica, quien se había inventado esa excusa
para molestar a la mujer que le arruinaba la vida.
—Todavía no he mandado las invitaciones —se justificó—,
pero sabe que siempre será bienvenido en mi casa.
—Gracias, mi lady —sonrió cariñosamente—. Aunque sé
que es mejor mantener distancias, sobre todo por los celos
de su hermano.
—John no hará nada, de hecho, usted le es agradable.
—Lo dudo, mi lady, pero lo agradezco.
Daira sonrió, no lo podía creer, el cerdo de su hermano
tenía una inclinación amorosa por Annelise, lo notaba en sus
ojos. Gracias a Dios era diferente a la que en algún
momento mandó hacia su persona, con lady Ainsworth su
voz, su mirada e incluso sus ademanes parecían cálidos,
dulcificados y todos dirigidos hacia ella, ni una sola vez vio a
Daira pese a que estaba ahí, lista para ser admirada por sus
ojos llenos de lascivia y contención que siempre le era
necesaria para no llegar a atacarla.
Sería una solución perfecta y dulce el que ellos resultaran
enamorados. Annelise dejaría en paz a su marido y su
medio hermano dejaría de atormentarla por siempre.
Parecía un sueño.
—¡Daira! —Ella ya se esperaba el grito exasperado de
Archie, aunque aguantó menos de lo previsto. El hombre se
asomó desde el segundo piso, mostrándose enojado y
posiblemente traicionado por ella—. La señora necesita
hacer un pedido, la dirigiré contigo.
—Por supuesto —sonrió inocentemente.
Los ojos azules de Archivald lanzaron una advertencia casi
dolorosa para la joven, quien atinó a sonreír para aligerar el
ambiente que repentinamente se había tensado.
—¡Pero cuánta gente hay aquí el día de hoy! —sonrió el
señor Eldegard—. ¿Es que todos se han enterado de tu buen
gusto, chiquilla? Era de esperarse, sin duda alguna.
—¿Usted qué hace aquí? —frunció el ceño Annelise.
—Vengo a hacer un pedido, ¿Qué más?
—No lo veo creíble —se cruzó de brazos la hija de duques.
—Tranquila lady Ainsworth, no tengo nada en contra de
usted —la miró pesadamente, con dureza y una extraña
hostilidad.
—Por favor, tengamos un momento agradable —intervino
Daira, pensando que quizá esos dos tendrían un pasado
turbio del cual no podía inquirir demasiado al no ser
suficientemente cercana a ninguno de ellos—. Haré los
pedidos, pero por turnos, como es de esperarse.
—Daira —la exmujer de su esposo le tomó una mano y la
apretó con fuerza—. Tengo que hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—Si lady Ainsworth, ¿sobre qué? —elevó una ceja el señor
Eldegard—. Porque todos tenemos mucho que decir
¿verdad?
—No trate de intimidarme.
—Tan sólo digo que no se meta en los asuntos de los
demás.
—Daira, aléjate de este hombre —dijo determinada la
muchacha volviéndose hacia ella—, no es agradable ni
tampoco de confianza.
—¡Annelise! —el conde Melbrook se adelantó hacia la
muchacha y la miró con extrañeza—. Detente, no digas
tonterías.
—Lo digo en serio —remarcó su advertencia, mirando
fijamente a Daira—. No lo hagas.
—¿De qué hablas?
—Vamos —Mark Melbrook la tomó de los hombros y la
sacó arrastras de la tienda—. ¡Lina, nos vamos!
Daira Seymour se mostró asustada por las reacciones
tanto de su medio hermano, como de su esposa y la
exesposa de su marido. La última mostrando una sincera
preocupación. Lentamente apartó la vista de ellos,
encontrándose con el perfil desdeñoso del hombre que
siempre se mostró amable con ella. Sus ojos oscuros,
normalmente repletos de un brillo cariñoso, se
transformaron en cuencas vacías, duras como un peñón y
afilados como una cuchilla peligrosa.
—Daira —la voz de Archie se mostró inclemente al verla
sola con aquel caballero—. Necesito tu ayuda, sube por
favor.
—Por supuesto —dejó salir en un suspiro aliviado.
El señor Eldegard esbozó una sonrisa sarcástica,
dirigiendo su burla lentamente hacia el hombre que se
aferraba al barandal del piso superior, viéndolo con una
clara amenaza en la profundidad de sus ojos índigos, serios
y mortalmente severos.
—Lord Pemberton, ¿hay algo en lo que pueda ayudarle?
—Nada. Lo agradezco.
—He de marcharme entonces —se inclinó ligeramente,
pero antes de salir, se volvió suavemente y levantó la
mirada hacia Archie, quien no apartó sus ojos de la figura
del hombre—. ¿Cómo se encuentra su esposa? Ya sabe, por
su deficiencia.
—No es de su interés, señor, y no suelo hablar de mi
vida privada con personas que conozco poco.
—Muy bien, lord Pemberton, procuraré no molestarle.
—Haría bien en hacerlo.
El caballero mantuvo curveados los labios, con las cejas
levantadas y una suave vibración en su pecho, dejando salir
una risa que poco se asemejaba a la felicidad. Archie no
soportaba a ese hombre, pero no era nadie para cuestionar
a la mujer de su primo y mucho menos la selección de sus
amistades; pero en su presencia no le permitiría estar junto
a un hombre tan peligroso.
Tendría que hablar directamente con Jason sobre ello, era
inquietante, incluso Annelise buscó advertirla, tal parecía
que Daira no tenía idea de quién era ese depravado, Archie
sabía que era un buen actor, lograba camuflarse
efectivamente, escondiendo sus prácticas y deseos tras una
máscara de amabilidad.
Capítulo 36

Jason se tomó la terea de recoger a su esposa junto con


su hijo. Desde hacía buen rato que el niño se mostraba
desesperado por la presencia de su madre, e iba alegre por
la calle con su fiel acompañante Bond, el cachorro que Daira
le regaló y que se convirtió en un enorme peludo que seguía
durmiendo junto a su hijo, abarcando gran parte de su
cama.
—Compórtate Jack, no te metas en los charcos.
—¡Papá! ¿Podemos llevar algo a mamá?
—¿Algo como qué?
—Hmm… no sé, le gustan mucho los dulces últimamente.
—Ya veo, ¿Qué clase de dulces le quieres llevar?
—Chocolates, le gustan mucho, pero los que tienen
cereza, esos le gustan más —aseguró el pequeño, siendo en
realidad que esos eran los preferidos de él.
—Así que esos son los favoritos de mamá —lo miró con
incredulidad—. ¿Estás seguro que no son para ti?
—No, no. A mamá le gustan, en serio.
Al estar de buenas, Jason quiso complacer a su hijo
comprándole los chocolates que naturalmente fue
comiéndose en el camino hacia su madre. Era verdad que a
Daira le gustaban los chocolates, pero no los soportaba
desde su embarazo, le provocaban náuseas.
—No Jackson, Bond no puede comer chocolate, le hará
daño.
—¡Oh, pobre Bond! —abrazó al perro con cariño—. ¡Lo
siento!
—¿Le has dado ya?
—Poquito, pero muy poquito.
—Está bien, no le des más —le tomó la mano, acelerando
el paso por la calle—. Ven hijo recojamos a tu madre.
Al entrar al local que compartían su mujer y su primo, se
topó de llano con la naturaleza: plantas verdosas, grandes y
sanas, colocadas en macetas que estaban colgadas y
dejaban caer sus ramas hacia los que pasaban por los
pasillos; era como entrar a un bosque tropical. Al fondo
estaba su mujer, sola, poniendo todo su empeño y
meticulosidad en los arreglos florales que trataba de
terminar.
—¡Mami!
—Oh, Jack —sonrió la mujer, colocando una mano sobre
su abdomen ligeramente acrecentado sin siquiera darse
cuenta de ello, como lo hacían las mujeres embarazadas—.
¿Te gustan?
—¡Sí! ¡Son bonitas!
—¿Lo crees? —La mujer sonrió alegremente y clavó la
mirada en su marido—. Hola Jason.
—¿Cómo te has sentido? —se acercó el caballero,
colocando una mano en la espalda baja de su esposa,
acercándola para presionar un beso suave en sus labios—.
¿Has tenido molestias? ¿Náuseas?
—He tenido que correr un par de veces—apuntó hacia la
puerta que conducía a una letrina—. Pero estoy bien, casi lo
domino.
—Recuerda tomártelo con calma.
—Jason, puedo con un ligero malestar, este bebé no va a
vencer a su madre siendo tan joven —se tocó con cariño el
abdomen.
—¿Archivald no está?
—Tuvo que salir, me dijo que volvería pronto.
—Si te quedas sola, me gustaría que cerraras la puerta.
—Está bien, comprendo la preocupación —aceptó
tranquila.
—Lo comprendes, pero dudo que lo cumplas —la miró con
advertencia—. En serio, quiero una promesa por aquí.
—Sí, sí —le quitó importancia con una palmada al aire—.
Lo prometo, no te preocupes tanto por mí. —Ella sonrió y se
acercó lentamente a él—. Jason, sé lo que ocasiona en ti el
hecho de que esté embarazada, pero nada sucederá.
—Has estado enferma hasta ahora —cerró los ojos con
pesadez, presionando su frente a la de ella y rozando su
nariz con ligereza—. Apenas puedes comer o estar de pie
sin devolver el estómago.
—Ey —la palma de Daira rozó con una dulzura extrema la
mejilla rasposa de su esposo—. Esto no es nada para mí,
soy una mujer fuerte, por lo que veo, más de lo que
imaginas.
—Si no es eso.
—Sé lo que es —sonrió con indulgencia—, pero deja de
preocuparte y disfruta un poco del momento —lo tomó por
los hombros y lo agitó ligeramente—. Vas a ser padre Jason,
¿no te es emocionante? Sé que sí, porque eres
extraordinario en ello.
Tal y como si le hubieran quitado un enorme peso, el
cuerpo de Jason se relajó al punto de perder unos
centímetros de altura, mirando a su mujer con fascinación.
Acarició el vientre de su esposa por primera vez sin una
preocupación en sus facciones y sonrió con franqueza al
darse cuenta que al fin comenzaba a crecer.
—Gracias Daira —los ojos grises de Jason brillaban como
la misma luna—. Por todo lo que haces.
—Si no hago nada —dejó salir una risilla divertida y
apenada.
—Haces absolutamente toda la diferencia —la besó
entonces—. Me has traído de regreso a la vida, incluso traes
vida contigo.
—Siempre has sido bueno con las palabras Jason Seymour.
—Ella subió sus manos hasta pasarlas por el cabello de su
esposo, acercándose, pero sin besarlo—. ¿Es que intentas
enredarme para cumplir tus cometidos? ¿Para dominarme?
—Creo que aún me queda mucho por conquistar, ¿no es
cierto? —Jason pasó sus brazos por la cintura de su esposa y
la besó.
Aquella caricia duró más de lo planeado y sólo se rompió
gracias a que el pequeño Jack llevó abajo una maceta, la
cual se hizo añicos en el suelo, asustando a ambos padres.
—¡Jackson, no te muevas! —pidió Jason, soltando a su
esposa para levantar a su hijo—. ¿Te cortaste?
—No, no —dijo asustado, mirando de un lado a otro.
—Oh, bebé, no debes asustarte, no ha pasado nada —
concilió Daira, agachándose para recoger las partes rotas.
—Daira, no debes hacer eso —Jason se inclinó con todo y
niño, tomando el brazo de su esposa para levantarla—. Por
Dios, estás embarazada mujer, ten cuidado.
—Pero si sólo intentaba…
—Ey, ¡Daira, tengo noticias de…! —Pridwen sonrió al ver
el pequeño desastre que había en el lugar—. ¿Necesitan
ayuda?
—No —sonrió Daira, tocando ligeramente a su esposo
para que la soltara y poderse acercar a su amiga—. ¿Qué
ocurre?
—Es Archivald —Pridwen tendió una nota—. Dice que
tendrá que salir del país, recomienda que no abras la tienda
tú sola.
Daira se adelantó y tomó la carta dirigida hacia ella para
leerla.
—¿Por qué recomienda eso? —se acercó Jason,
manteniendo al revoltoso niño en brazos pese a que este se
quisiera bajar.
—No lo sé —frunció el ceño la rubia—. Quizá porque el
conde de Melbrook estuvo aquí, así como lady Annelise.
—¿Annelise estuvo aquí?
Daira lanzó una mirada indescifrable a su marido, para
después enfocarse nuevamente en la carta de Archivald.
Algo dentro de ella comenzó a hervir al punto de casi
ponerse colorada, no sabía qué era, pero le molestaba tanto
como las náuseas por el bebé.
—Sí, estuvo aquí —dijo con un tono cortante, hosco y casi
agresivo—. De hecho, creo que algo ocurre entre ella y el
señor Eldegard, parecían discutir por algo, incluso me dijo
que me alejara de él. —La mujer pensó por un momento—.
Ahora que lo pienso, el conde Melbrook parecía preocupado
porque ella se le enfrentara, creo que esos dos se gustan, se
lanzaban unas miradas...
—¿En serio te dio esa impresión? —se sorprendió Jason.
—Sí, lo hizo. —Daira lo miró—. ¿Te es imposible de creer?
Pridwen elevó ambas cejas y dejó salir una ligera
carcajada que fue estratégicamente cubierta por una mano
sobre sus labios. Jason miró sin comprender a su esposa,
quién ya estaba ocupada limpiando los trozos de la maceta
que Jack tiró.
—Te dejo con esto, galán. —Pridwen le palmeó el hombro
y se marchó en medio de una carcajada que fue recriminada
por una enfurecida Daira.
—Mi amor, por favor —se acercó Jason—. ¿Me explicas?
—¿Explicar qué cosa?
—Pues… —El hombre buscó la mirada de su esposa,
cuando de pronto algo más llamó su atención—. ¡Ey,
Jackson! No arranques las hojas de las plantas, les dolerá.
—¡¿Les duele?! —se impactó el chiquillo, alejando la mano
y también a Bond, quién mascaba otra.
—Sí, no tocar. —Dicho esto, el hombre regresó la mirada a
su enervada esposa—. Así que… ¿El conde y Annelise?
La desconfianza seguía invadiendo la mirada de la joven
mujer, quien se alejó varios pasos con las manos colocadas
en su vientre de forma protectora, lanzando una mirada
extraña hacia su esposo, quien elevaba una ceja en total
desconcierto.
—Si tienes tanto interés, puedes ir a preguntárselo tú
mismo, pero creo que están enamorados. —Ella se alejó de
su toque cuando Jason intentó tomarla en brazos.
El comportamiento evasivo de Daira era anormal, Jason
parecía confundido no sólo por su esposa, sino porque no
podía creer que alguien fuera capaz de enamorarse de un
hombre como el conde de Melbrook, sin mencionar el poco
sentido que tenía, puesto que no hacía mucho que Annelise
trató de recuperar su relación con él, acaso… ¿Trataba de
darle celos al hombre que en realidad quería? Era una
opción factible, con la añadidura de que, al mismo tiempo,
le hacía daño a Daira, su rival para el cariño del conde.
—Vaya, supongo que tu cuñada lo llevará mal —divagó
Jason, acariciando una hoja verde de un helecho—. Pobre
Lina.
—Sí, pobre. —Daira tensionó la mandíbula—. Aunque
tampoco sufre mucho ¿cierto? Tú puedes dar crédito de ello.
Jason levantó la mirada, enfocando a su enojada esposa.
—Daira, ¿qué he dicho?
—Pareces demasiado interesado en ellas —se volvió hacia
otra planta, comenzando a limpiarla—. Si tan preocupado
estás, deberías ir a consolarlas ¿no? Eres bueno en ello.
—Muy bien señora —sonrió, acercándose para capturarla
entre sus brazos—. ¿Qué ocurre contigo?
—Suéltame Jason —trató de apartar sus apretados brazos.
—Por favor cariño, trataba de hacer conversación. Ellas no
me importan, estoy plenamente enfocado en ti.
—No te creo, aún sientes algo por Annelise.
—Daira, sé que gracias al bebé tus emociones están a flor
de piel, pero quiero que te quede claro que sólo estoy
enamorado y al pendiente de ti —le acarició la mejilla—.
¿De acuerdo?
Ella giró los ojos, asintiendo sin ganas y con la única
intención de que la soltara. Jason comprendió su molestia y
sabía que no debía forzarla más o en serio habría una pelea
entre ellos.
Además, sus dudas eran justificadas, él mismo titubeó en
más de una ocasión al estar frente a Annelise, pero no más,
quería estar junto a su esposa y cuidar a su hijo. Sin
embargo, no podía dejar de preocuparse por la mujer que
en algún momento fue su pareja, no le guardaba rencor, por
el contrario, gracias a ella comprendió en gran medida el
dolor que puede tener una mujer durante el embarazo,
sobre todo cuando descubrían que en realidad no ansiaban
ser madres. Todo aquello dio pie a un comportamiento
diferente para con su esposa actual, quien a pesar de que
quería al niño en su vientre, podía pasarlo bastante mal
durante su estado de gestación.
—¿Jason?
—¿Eh? ¿Sí? —enfocó sus sentidos en su descompuesta
esposa.
—Quiero comer algo —pidió—. ¿Podemos ir a Le Rouse?
—Sí, claro —aceptó sin más—. Ve por tus cosas, trataré de
hacer que Jackson acepte que Bond se vaya con Carlo de
regreso a casa.
—Buena suerte con eso —sonrió la joven, pero antes de
moverse, se volvió a su esposo—. Jason, ¿has sabido algo
del vizconde Valcop?
—No. Pero no te preocupes por eso, no permitiré que te
pase nada —sonrió Jason, acercándose a ella—. Ahora ve
por tus cosas.
—Ahora que no estará Archivald, preferiría no abrir el
local, me siento un tanto insegura de estar sola.
—Me parece bien —Jason permitió que su mirada se
clavara en un sitio lejano mientras su cabeza divagaba con
el tema—. En definitiva, estarías demasiado expuesta, no
quiero que te lo topes en soledad jamás, ni tampoco al
conde Melbrook ni a Annelise.
—¡Papá! Hora de ir a comer.
Jason se volvió hacia su hijo.
—Sin Bond, ¿verdad Jackson?
—¡Con Bond! —chistó el niño, colgándose del cuello del
perro.
—Cariño, será mejor que dejemos a Bond en casa, sabes
lo mucho que le gusta correr y en el restaurante lo
regañarán todo el tiempo, se sentirá triste, ¿no lo crees? —
intentó su madre.
—Bueno… a mí no me gusta que me regañen.
—Exacto, a Bond tampoco.
—Está bien, pero sólo por un ratito pequeño.
—Trato hecho.
La familia salió tranquilamente del lugar de trabajo de la
mujer, sonriendo y charlando amenamente entre ellos. Para
ese momento, la gran mayoría de la sociedad sabía del
embarazo de la nueva esposa del señor Seymour, lo cual les
parecía un tanto inesperado debido a que la gran mayoría
pensaba que Jason terminaría cediendo ante el cariño que
sentía por su primera esposa.

Era la tercera vez que ese hombre llegaba a acosarla, su
mirada afilada la buscaba como un cazador a su presa. Para
ese momento, había puesto sobre aviso a las personas que
se encontraban a su alrededor, pero tal y como si ese
hombre saliera de las sombras, lograba encontrarla en los
momentos de mayor vulnerabilidad, provocándole náuseas
al punto de casi hacerla vomitar.
—¡Déjeme tranquila!
—Mira princesa, normalmente no me importarían tus
comentarios, pero te atreviste a hacerlos frente a ella —dijo
el vizconde Valcop— ¿Por qué te metiste? Es beneficioso
para ti que ella desaparezca.
—Me equivoqué con ella —negó pesarosa—. Es mejor de
lo que pensé —lo miró con furia—. ¡Y no merece ser
amenazada por ti!
—Vamos, vamos Annelise, cuando mis ojos estuvieron
posados en ti estabas más que halagada.
—Y después descubrí quién eras. —El rostro de la mujer
demostraba el desagrado que sentía por el sonriente
vizconde.
—¿Quién se supone que soy, princesa?
—Un cerdo, eso es lo que eres.
—Esa mujer me correspondía —tomó su cuello y la pegó a
una pared, no la ahorcaba, pero sí la amenazaba—. Su
hermano ya había cerrado el trato, deberíamos estar
casados desde hace mucho.
La mujer pateó la espinilla del vizconde, alejándose
rápidamente. No parecía nerviosa, ni atemorizada, por el
contrario, esa mujer había experimentado ese tipo de
acosos, sabía cómo lidiar con los hombres del estilo, pero
estaba segura que éste en particular era mucho más
peligroso que los demás.
—Está casada con otro y espera un hijo de él, ¿Qué te
propones?
El hombre dejó salir una carcajada, tomando las palabras
de esa mujer como divertidas. Francamente no podía creer
que estuviera preocupada por alguien que no fuese ella
misma, el vizconde conocía a Annelise, era una mujer
decidida y obstinada, normalmente egocéntrica, pero
parecía ser que algo estaba cambiando.
—No lo sé, los niños son fáciles de perder.
Annelise se volvió con rapidez, furia iluminando su mirada
de forma peligrosa y amenazante.
—Eres asqueroso, ella quiere a su hijo y Jason también.
—¿Quién dijo que no tenías corazón? —explotó en una
risotada burlesca—. Ahora resulta que te interesa mantener
la relación de tu exmarido, ¡no me hagas reír!
—Son buenas personas, ya en una ocasión arruiné la vida
de Jason, no pienso volverlo a hacer.
—Ah, ya entiendo —dijo con gracia—. Así que el conde al
fin te ha hecho caso y eres feliz.
—El conde Melbrook no tiene nada que ver —su voz sonó
apesadumbrada—. Me doy cuenta que tampoco tengo
oportunidad ahí y no es culpa de Daira.
—Pero cuanto has madurado en cuestión de días.
—Ya lo venía pensando —se justificó—, pero hablar con
ella en persona… enfrentarla, no sé, algo me hizo cambiar.
—Por favor Annelise, eres una cínica, hasta hace unos días
te veía coqueteando con Jason Seymour y él te
correspondía. Podrías volver a recuperarlo todo, incluso tú
fuiste quien me lo propuso ¿recuerdas? Eras parte del plan
cuando el odio entró en ti.
—No. No se lo merecen, Jason es bueno y Jack necesita
una madre, y definitivamente yo no lo soy.
—Bien, debido a que ya cambiaste toda tu mentalidad, te
pido que mantengas tu nariz fuera del asunto ¿entendido?
Aunque según tú te hayas reformado, yo aún tengo planes.
—No te conviene meterte con Jason, Valcop, lo digo en
serio, sobre todo si está esperando un hijo con esa mujer.
—Poco me importa, ella confía en mí hasta ahora —la miró
con advertencia—, espero no tener otra intervención de tu
parte o haré que te arrepientas de seguir con vida.
—Me iré en unos días —levantó las manos—. No es
necesario que vengas a mi casa a amenazarme.
—Bien. Entonces, princesa, te dejo.
Annelise hizo una mueca parecida a una sonrisa,
resultando una total muestra de desagrado. Era verdad lo
que había dicho, planeaba irse, pero no lo haría sin antes
advertirle a Jason y a la misma Daira sobre el peligro que
corrían al estar cerca de Valcop.
Tenía la mala suerte de conocer bien a ese hombre,
demasiado bien, estuvieron juntos en muchas desventuras y
sabía de lo que era capaz. No le importaba del todo la
seguridad de Daira, quien seguía siendo la causa de su
corazón roto, pero definitivamente no quería arruinar la vida
de un hombre como Jason y la de su hijo a quien nunca
pudo querer como debía hacerlo, pero al menos le
proporcionaría una madre que estuviera a la altura de sus
expectativas.
—¿Annelise? ¿Por qué recibiste a ese hombre? —
amonestó Sophia—. La pobre Jossie está aterrada por
tenerle que abrir.
—No aceptaría un no por respuesta —dijo la joven con
desinterés.
—¿A qué te refieres? —frunció el ceño la duquesa—. ¿Por
qué te conoce? ¿Te ha hecho daño?
—No, pero enfurecerá dentro de poco, necesito de tu
ayuda.
—Algo me dice que no me agradará tu petición.
—Es por su bien, lo aseguro.
—No lo citaré para que se vea contigo Annelise, aprecio a
Daira y ella está en cinta, Jason debe estar al pendiente de
ella.
—Lo sé, eso es lo que me tiene tan preocupada, de no
decirlo yo, ella correrá un grave peligro, te lo aseguro.
Sophia parecía dudar de su proceder, mordía sus labios y
se removía incómoda en su lugar.
—No querrá venir con lo ocurrido en la última ocasión.
—Dile que me he ido, inventa algo Sophia, pero debo
verlo.
—Oh, Dios santo, algo me dice que me meterás en
problemas.
—Eso significa que lo harás, ¿No es verdad?
—Sí, lo haré —llevó una mano a su frente en muestra de
su desconcierto—. Espero que cumplas y no sea una
mentira.
—Lo juro por mi vida, Sophia —levantó una mano,
enseñando la palma a su cuñada—. Lo hago por Jason y mi
hijo.
—Espero que lo digas en serio —la miró en advertencia,
negando un poco con la cabeza al recordar otras ocasiones
en las que confió en esa mujer—. ¡Izel! Necesitamos papel y
bolígrafo.
La doncella corrió a traer los instrumentos para su señora
y esperó pacientemente mientras la duquesa escribía con
elegante caligrafía, se notaba que fue escrita con presura,
pero se conservaba legible.
—¿A dónde he de llevarla, mi señora?
Sophia cerró los ojos por unos segundos, para después
cuestionar a su cuñada con la mirada. Annelise asintió un
par de veces, mirando hacia la carta con cierta ansiedad.
—A casa de James Seymour, Izel, dile que es de suma
urgencia.
—Sí, mi señora.
La muchacha salió corriendo como si su vida dependiera
de ello. Sophia por su parte, esperaba no haberse
equivocado en ayudar a su cuñada. Annelise se veía tan
ansiosa y preocupada, que lo mínimo que podía hacer por
ella era tratar de ayudarla, esperando que también
estuviera haciéndole un favor a su primo.
Mientras las mujeres esperaban la respuesta, el
nerviosismo incrementó al punto del desquicio. Sophia en
más de una ocasión trató de hacer que su cuñada se
sentara o por lo menos que bebiera un té para que se
relajara, pero todo fue en vano.
—Al menos podrías decirme qué es lo que te tiene en este
estado de ansiedad, Annelise, te aseguro que me estás
poniendo igual.
—Es importante, lo es, en serio —siguió moviéndose de un
lado a otro—. Es por el bien de ellos, juro que no haré nada
en contra…
Dos toques a la puerta interrumpieron la conversación,
dando entrada a la joven doncella con una clara disculpa
marcada en su semblante al traer malas noticias a sus
señoras.
—¿Ha dicho que no quería venir?
—Mi señora, fue lady Daira quien recibió la nota —apretó
los labios—. Ella estaba tan…
—¡Furiosa! Eso es lo que estaba —Sophia se puso en pie y
caminó de un lado a otro—. ¡Sabía que era una mala idea!
Dios mío.
—¿Leyó la carta? ¿Se la entregó a su marido?
—Sí, mi señora, se molestó y se llevó la carta con ella,
escuché que discutían antes de que me echaran de ahí.
—¡Dios santo! ¿En qué estaba pensando al aceptar
mandar la nota? —negó Sophia—. Ahora pensará que yo
estoy de celestina entre ustedes, ¡Dios mío! Estará tan
furiosa, ¡Y con razones!
—Iré a arreglar las cosas —aseguró Annelise.
—No —Sophia posó una firme mano sobre el brazo de su
cuñada—. Eres la persona menos indicada.
—Pero es mi culpa.
—Es mía, yo fui la que escribió la carta.
—Se está mal interpretando, no quiero separarlos.
—Eso no importa, ahora habrá que pensar en cómo
solucionarlo.
—Jason no me querrá ver ni en pintura. —Annelise apretó
los ojos—. Es importante que lo vea.
—Justo ahora, no querrá vernos a ninguna de las dos.
—Quizá si John…
—No —la cortó—. No le diremos tal cosa, se molestará y
te aseguro que no intervendrá a nuestro favor.
—¡Dios! —Annelise se sentó en una silla con desgana y
meditó en su hacer—. Es imperativo que hable con ellos.
Capítulo 37

Había olvidado lo que era llorar durante tanto tiempo. Era


usual en ella el comportarse recatada, contenida, perfecta.
Pero en esos momentos le era imposible, simplemente
sentía ganas de pelear, de gritar y de derramar su
sufrimiento en lágrimas que lavaran la sensación de tristeza
de su interior.
—Mi amor, por favor —Jason seguía ahí, presenciando la
escena desde que esta comenzó—. Te lo aseguro, jamás…
—No me mientas —susurró y derramó más lágrimas—. Por
favor Jason, no me mientas más.
—Daira. —Tomó asiento junto a ella en la cama, tratando
de tocarla, pero alejándose un poco al verla tensionarse—.
¿Cómo quieres que te explique que no me veo con ella?
—¡La besaste! —recriminó en un llanto lleno de amargura
—. ¿Quién puede decirme que nada más pasó?
Jason recordó aquella noche en el hotel, cuando tuvo que
salir corriendo para no incumplir sus votos matrimoniales,
para no traicionar a la mujer que tenía recostada en la cama
y llena de dolor.
—Mi amor ¿puedes al menos mirarme?
—No —apretó su rostro contra la almohada—. No quiero y
no puedo hacerlo, no puedo dejar de llorar.
—Ven —la tomó de los brazos con cariño—. Le hará mal al
bebé y a ti también, te estás haciendo daño por nada, te lo
aseguro.
Con ayuda de él, Daira logró sentarse sobre la cama,
tomándose el vientre como precaución, tratando de no
incomodar demasiado al bebé en su interior. Jason la acercó
hasta que quedó sentada sobre su regazo, le besó las
mejillas por donde seguían resbalando lágrimas, besó su
nariz, sus párpados y labios con sutileza, pidiendo permiso
en cada toque, esperando no ser rechazado.
—Jason yo… —la voz de Daira volvió a quebrarse,
viéndose en la necesidad de esconder su rostro en el
hombro de su esposo.
—Ya mi amor, ya —acarició su cabello y espalda—. No sé
por qué se atrevieron a mandarme tal carta, pero no tengo
nada que ver con ella, ni siquiera sé por qué Sophia accedió
a intervenir.
—Quiere que vuelvas con ella. —Los labios de Daira
estaban pegados al cuello de su esposo, por lo cual él pudo
sentir cada movimiento mientras hablaba—. ¿Por qué otra
razón lo haría?
—Dudo que sea cierta esa suposición.
Los brazos de Daira se apretaron con más fuerza
alrededor del cuello de su marido, faltando poco para
asfixiarlo.
—Si no la hubiese interceptado yo, ¿habrías acudido?
Jason suspiró.
—Te lo habría consultado —la apretó contra sí cuando la
sintió removerse—. Eh, eh. Me preocupa lo que dice, hablo
en serio, dice que estás en peligro.
—Es una forma muy baja para poder verte, seguro no es
nada.
—Muy bien, mi amor —la recostó sobre la cama, tomando
prisioneras ambas manos—. Ya que no estás
escuchándome, tendré que demostrártelo cuantas veces
sean necesarias.
Ella lo miró con el ceño profundamente fruncido.
—¿Qué hay del bebé?
—¿Qué con ello?
—Bueno… ¿no lo lastimará?
—No, no lo hará.
Daira ladeó la cabeza.
—No quiero.
—Daira, no podemos seguir discutiendo por algo que no
pasó, ni pasará nunca, tan sólo quiero estar contigo —le
besó el cuello, los hombros y el inicio de sus pechos—.
¿Puedes creerme? Te amo.
—Jason… —ella apretó los labios y se removió incómoda
en su lugar—. ¿Crees que podamos… sólo dormir?
—¿Permitirás que te abrace mientras dormimos?
Daira lo pensó por varios minutos, pero al final, estaba
cansada y no quería dormir sola, porque ya se sentía sola.
—Sí, puedes hacerlo.
—Entonces vayamos a dormir.
Jason se puso en pie para apagar las luces, observando
los movimientos de su esposa, quien se metía a la cama sin
dirigirle ni una mirada. Su rostro pálido reflejaba tristeza y
cansancio, tal parecía que su alma hubiese abandonado su
cuerpo. Era justo lo que Jason había deseado evitar, era
esencial que su embarazo fuese tranquilo, no deseaba
revivir el pasado.
—Daira, creí que dijiste que podía abrazarte.
—Lo sé, pero… —mordió sus labios—. Me siento
incómoda.
El hombre dejó salir un suspiro, acercándose a la espalda
de su esposa, deslizando lánguidamente su mano sobre las
curvas del cuerpo de su mujer, escuchándola suspirar,
sintiendo cómo su piel reaccionaba bajo su toque. Pero era
testaruda y no se movía, era una fortuna que al menos no
se alejara.
—Mi preciosa esposa —se agachó hasta besar el hombro
fresco que se exponía desnudo ante la noche—. ¿Qué puedo
hacer para que el enojo deje tu cuerpo de una vez?
—No tengo respuesta para ello.
—Daira —le acarició el vientre con cariño—. Ustedes son
lo más importante para mí: Jackson, el bebé y tú, son todo
lo que tengo.
—Será mejor callar e ir a dormir —aconsejó para no seguir
peleando por lo mismo—. Estoy cansada, demasiado.
—¿Tienes dolores? ¿Algún calambre?
—Me duelen un poco las piernas y los brazos —se
removió, buscando aliviar la incomodidad de la que hablaba.
—Bien —se sentó en la cama y tomó una de las piernas de
Daira, sacándole un gritito—. Aliviaré tu dolor.
—Pero ¿qué haces Jason?
Daira se recostó boca arriba, soltando un suspiro cuando
las manos de su esposo comenzaban a dar apretones a lo
largo de sus piernas, los pies y después los brazos, dando
un agradable masaje que la relajó hasta quedar
completamente dormida.
Jason siguió con su trabajo por un buen rato hasta que
consideró que el dolor debía haber desaparecido o al menos
aminorado. La acomodó y arropó, acercándose a ella hasta
quedar pegado a su espalda, con un brazo bajo su cabeza y
otro alrededor de su cintura, acariciando el vientre en
crecimiento.
Le gustaría poder decir algo para que las inseguridades de
su esposa se esfumaran para siempre, pero era imposible,
Daira se mostraba dudosa con todo lo relacionado con
Annelise, era una incertidumbre que desafortunadamente
siempre cargaba, importando poco que le dijera lo contrario
o que se lo demostrara todos los días.
El pensar en ello lo llevó nuevamente a Annelise y la nota
que le mandó. Lo ponía nervioso, no por nada Sophia aceptó
interceder por ella, dudaba que estuviera pensando en
volver a emparejarlos, debía haber alguna razón por la cual
era tan apremiante esa nota.
El conde soltó un pronunciado suspiro, provocando que
Daira se removiera hasta volverse a él, abrazándolo con
fuerza, enterrando el rostro en su pecho, aferrándose con
tal ímpetu a su camisa de dormir, que incluso pareciese que
estaba despierta. Jason acarició el cabello de su esposa
hasta que volvió a quedarse inmóvil y siguió durmiendo.
No sabía cómo lo haría, pero debía hablar con Sophia o,
en dado caso, con Annelise.
Se quedó dormido después de unos momentos de
acariciar y recordarse lo importante que era la persona que
dormía entre sus brazos. No la perdería, no haría nada para
que ella tomara la decisión de dejarlo, porque la creía capaz
de ello, Daira no era una mujer que se dejara avasallar y no
quería jugar con las probabilidades.
Al día siguiente, Jason despertó cuando la sintió
abandonar la cama en medio de un gemido pesaroso y una
corrida al baño. Le pareció extraño que estuviese
experimentando náuseas cuando desde hacía unos meses
que el síntoma había desaparecido. Siguió sus pasos y la
abrazó por la espalda, siendo el soporte que ella necesitaba
para mantenerse inclinada sobre el retrete.
—¿Qué ocurre? —le besó la cabeza con preocupación—.
Pensé que ya estabas mejor con este síntoma.
—No sé qué pasa —los escalofríos recorrían su cuerpo.
—Tranquila, intenta respirar, no te asustes.
—Estoy bien, no pasa nada —se limpió los labios con el
dorso de la mano—. Iremos a casa de Adrien esta tarde
¿verdad?
—Dependerá de cómo te encuentres, ¿de acuerdo?
—Quiero ir Jason, sabes que las náuseas se pasan
conforme avanza el día —dijo la joven, aceptando que su
esposo la levantara y la llevara de regreso a la cama.
—Bien, ya lo veremos. De todas formas, acepté la
invitación, pero en caso de que te sientas mal, te aseguro
que Pridwen lo dejará todo con tal de venir a hacerte
compañía.
—Pero también quiero ver a North, Nil, Declan y Lance.
—¿Por qué los quieres ver a ellos?
—Son divertidos, me agradan y siempre tienen historias
interesantes qué contar, ¿no te parece?
—Sí, son agradables.
Jason aprontó la quijada, a veces detestaba que su mujer
fuera tan hermosa, Daira era el deseo escondido de todo
caballero, lo sabía perfectamente, en más de una ocasión,
los celos lo invadieron sin sentido alguno. Su mujer nunca
daba pie a que le faltaran el respeto, pero aun así peleaban
a causa de ellos. Confiaba en los amigos de su primo,
incluso los consideraba buenas personas, pero seguían
siendo hombres, con deseos e intenciones ocultas.
—¿Dónde estará Jack? Se me hace raro que no esté aquí,
ya debe estar despierto, ¿Puedes ir a buscarlo?
—Iré a buscarlo, pero quiero que intentes estar tranquila.
El conde bajó las escaleras a sabiendas que a Jackson le
gustaba salir al jardín junto con su fiel perro Bond. Solían
correr y juguetear por varias horas antes del desayuno,
cortando flores que estarían destinadas a las manos de su
madre, quien las agradecería como si le estuvieran dando
lingotes de oro.
Salió de la casa, topándose con la imagen de su hijo con
su perro, pero en compañía de una mujer que él reconocería
a kilómetros de distancia: el cabello rubio, la piel tostada y
los ojos de su antigua esposa eran inconfundibles. No lo
dudó y caminó con fastidio hacia ella, quien se estremeció
al escuchar el primer grito de advertencia para el niño que
de inmediato obedeció y corrió hacia su padre para ser
tomado en brazos.
—Jason… necesito hablar contigo.
—Has ocasionado suficientes problemas con esa nota, no
quiero que Daira te vea aquí, ¿entendido?
—Sé que ella pudo mal interpretar mis intensiones, pero
hablo en serio cuando te digo que ese hombre no es alguien
en quien deba confiar, es malvado y…
—¿De quién hablas? ¿Del conde Melbrook? —elevó una
ceja—. A lo que dijo Daira, parece que hay una atracción
entre ustedes.
—¡¿Qué?! —Annelise se sonrojó notoriamente.
—Veo que es verdad —la recorrió con la mirada—. ¿Me
estabas utilizando para darle celos a un hombre casado? —
negó—. Eso es caer demasiado bajo Annelise.
—Yo… lo sé —cerró los ojos—, no quise lastimarte.
—No me lastimaste, pero a Daira sí —apuntó hacia la casa
—. No quiero verte aquí, por favor vete.
—Al menos escúchame.
—Aquí no —aceptó, lanzando una mirada hacia la ventana
de la habitación de su mujer—. Quiero hablar contigo sobre
ello, ¿irás a la fiesta de Adrien?
—Sí.
—En ese caso te veré ahí, yo te buscaré ¿de acuerdo?
—Sí.
—Ahora vete.
La mujer se inclinó ligeramente, con la alegría marcada en
su semblante. Se acercó un poco al niño que se mantenía
distraído con una mariposa que volaba a sus alrededores.
Quiso tocar su mejilla, pero el padre del mismo lo alejó a
tiempo para que no lo hiciera.
—Jason, no quiero hacerle daño.
—Eso lo sé, pero no debe permitir que alguien a quien no
conoce se le acerque con tales libertades.
—Papá, quiero ir con mami —susurró el pequeño.
—Sí hijo, ahora te llevo —aceptó el hombre, colocando al
niño en el suelo y dándole la mano—. Nos veremos luego.
—Gracias por escucharme Jason, te aseguro que quiero lo
mejor para ustedes, para toda tu familia.
—Claro… —Jason no podía más que dudarlo—. Vete ahora.
La mujer tomó camino a la salida con una sonrisa resuelta
que hacía dudar aún más al hombre que había acordado
una cita con ella.
—Papá, ¿quién es ella?
—Nadie, no debes acercarte jamás a ella, ¿qué era lo que
te estaba diciendo Jackson? Pensé que tu madre ya te había
advertido de no hablar con desconocidos, mucho menos si
estás solo.
—Bond estaba conmigo.
—Lo sé, pero no eran mamá o papá.
—¿Qué hay de Maribell y Soland?
—Me refiero a alguien con quien nosotros no te
encarguemos.
—Ah, bueno, ella decía que estaba guapo y que le
gustaba mucho mi Bond, ¿A quién no le gustaría Bond? —
abrazó al animal de pelaje blanco—. ¡Bond es el mejor!
—No quiero que lo vuelvas a hacer, ¿entendido?
—¿Qué hago entonces?
—Corres a la casa, o llamas a alguien.
—Bien, corro o grito.
—Ve con mamá —pidió el hombre—. Necesita muchos
abrazos de tu parte esta mañana.
—¿Está enferma?
—Un poco.
—¡Yo salvaré a mami! —gritó el pequeño, hablando a su
perro antes de correr al interior de la casa.
—No es una buena idea —se escuchó una voz a sus
espaldas.
—Sé que no es lo mejor, pero algo en ella me pareció
sincero.
—Creo que tus sentidos están nublados, como siempre
cuando estás con ella —dijo Lucca, posándose junto a Jason.
—No estoy interesado en ella, sino en mi esposa.
—Y ella lo sabe, ¿Qué no ves que quiere destruir tu
felicidad?
—Sé que no piensas lo mejor de ella…
—Jason, ¡Por favor! —se exasperó Lucca—. Tú mismo
acabas de decir que te utilizó para darle celos al conde y
con el mismo golpe atormentó a Daira, llevándola al punto
en que no puede confiar en ti ni en el cariño que sé que le
profesas ahora.
—Lo sé, no ha actuado bien, pero siento que es sincera
ahora.
—Eres un iluso, arruinarás tu matrimonio, porque me
imagino que no le dirás a tu esposa de este encuentro que
has planeado.
—¿Dónde demonios estabas escondido que escuchaste
todo?
—Soy habilidoso —se cruzó de brazos.
—Tendrás que ayudarme con esto —pidió—. Ella estará
entretenida con los amigos de Adrien, pero tú tienes que
cuidar que no le pase nada mientras no estoy.
—Sí, sí. Aunque no mentiré si me lo pregunta.
—No le digas nada y listo.
—Daira me cae bien.
—¡Lo sé! Pero no es el punto aquí, la amo y quiero
protegerla. Algo me hace pensar que estoy dejando pasar
algo importante.
—Sería mejor que le dijeras a tu mujer.
—No me lo permitirá, está segura que entre Annelise y yo
hay algo, siente demasiada inseguridad con respecto a eso.
—Ah claro, seguro ella se imagina cosas, no debe temer
que su esposo planeé verse con ella a escondidas. —Lucca
negó—. No sé hermano, mejor sé claro y dile la verdad.
Jason razonó por unos momentos, asintiendo levemente.
—Sí, quizá deba hacerlo.
—¡Jason!
—Hablando de ello —sonrió Lucca, volviéndose hacia la
hermosa mujer embarazada que caminaba hacia ellos.
—Hola Lucca —sonrió la joven de forma despampanante
—. ¿Se quedará a desayunar?
—A eso he venido primita —le besó la mejilla a modo de
saludo y se marchó en seguida, a sabiendas de la
conversación que tendría lugar entre la pareja.
—Fue una huida rápida —apuntó Daira con un dedo
acusador.
—Digamos que es supervivencia —Jason estiró una mano
para que ella la tomara—. Ven, vamos a dar un paseo.
—Me estás asustando —aceptó caminar junto a él—. ¿Qué
pasa?
—¿Te sientes mejor?
—He pedido algo especial para desayunar —asintió
alegre, sintiéndose ligeramente mimada por todos en la
casa.
—¿Qué has pedido?
—Bueno algo salado, algo dulce y algo ácido —se inclinó
de hombros—. De todo un poco, tengo gustos raros
últimamente.
—Me he dado cuenta.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan serio?
—Tengo que hablar contigo sobre algo. —La sonrisa de
Daira se difuminó en cuestión de segundos—. Trata de
escuchar.
—Es sobre la carta —entendió la joven—. Quieres ver a
Annelise.
—Sí —la tomó de los hombros para que no pudiera
alejarse de él—. Por favor, quise decírtelo para que
comprendas la índole del encuentro y no dudes de mí.
—Eso quiere decir que ya has decidido.
—Annelise estaba aquí con Jack cuando salí a recogerlo.
—¡Ella piensa que esta sigue siendo su casa!
—No. Más bien, la veo preocupada —se acercó un poco
más—. Por favor Daira, vayamos juntos.
—No, yo no voy, no quiero volver a presenciar un beso
entre ustedes, en el pasado me desconcertó, pero ahora —
ella tocó su vientre inconscientemente—. Ahora me podría
afectar en verdad.
—Daira no será un encuentro de amor, pero si no quieres
venir, lo comprendo, aun así, tengo que hablar con ella
sobre la nota.
—¡Agh! —Daira caminó de un lado a otro, después se
detuvo, miró hacia un árbol a la distancia y suspiró—. Que
Lucca vaya contigo, de otra forma no lo aceptaré.
—Él va a cuidar de ti.
—No. Lucca me dirá la verdad, aunque me duela —lo miró
—. Me aprecia lo suficiente, por eso quiero que vaya
contigo.
—No hay necesidad de un chaperón porque no pienso
hacer nada malo. Pero si eso te dará tranquilidad, perfecto,
que venga conmigo.
—Bien.
—Pero tú te quedarás junto a Adrien y a Pridwen
¿entendido?
Ella se cruzó de brazos.
—Bien.
—Por favor, Daira —le acarició los brazos—, no te
molestes.
—Estoy furiosa —no negó su sentir—. Pero si estás tan
seguro que ella quiere hacer algo bueno por nosotros, le
daré la oportunidad.
—Cuando llegó dijiste que no pensabas que quería
meterse entre nosotros, incluso mencionaste que no era
mala.
—Eso fue antes de que te besara y se te insinuara en no
sé cuántas ocasiones —dijo enojada—, las que presencié y
las que seguramente me estás escondiendo.
—Cariño…
—No quiero hablar más del asunto —lo interrumpió—.
Nada hará que esté más contenta, así que no lo intentes
siquiera.
—Lo último que quiero es que vivas en la incertidumbre.
—Es algo que no podemos evitar de momento.
—Daira, te amo, en serio lo hago.
—Ese amor llegó junto con el bebé, antes de ello…
—Ya lo sentía y lo sabes.
—No Jason, quizá te sentó bien el hecho de que nuestra
relación creciera al punto de la intimidad, pero ¿confianza?
¿Anhelo? ¿Cariño? Eso llegó mucho después, más bien, llegó
debido a tu miedo de que padezca lo mismo que Annelise —
suspiró cansada—. Pero no soy ella y no sé si te agrade del
todo que no lo sea.
—Daira…
La melena castaña de la joven voló cuando dio media
vuelta, incluso golpeando la cara de su marido debido al
impulso que puso en aquel movimiento. Se alejó en
dirección a la casa, sin dignarse a dirigir otra mirada a su
marido. Jason suspiró, al menos ella estaba informada y no
actuó a sus espaldas, de alguna forma tener su aceptación
lo hizo sentir más seguro de su actuar.
Era una lástima que ella no comprendiera que la amaba,
odiaba que pensara que todo nació gracias a que se
embarazó, eso distaba de la verdad, pero para esos
momentos, no sabía qué más hacer para que Daira
entendiera que no necesitaba que fuera Annelise, eran
personas diferentes, amores distintos e importantes en su
tiempo.
Pero era a Daira a quien elegía para el resto de su vida, no
haría nada para defraudarla o hacerla dudar, la amaba y no
podía siquiera medir el alcance de ese cariño, tan sólo sabía
que daría todo por ella.
Capítulo 38

Las fiestas de Adrien Collingwood eran famosas al ser


centro de desastres y buenas familias. Más de un
compromiso se concertó en alguna de aquellas veladas, por
lo cual era imperativo para muchas jovencitas y caballeros
de buena cuna ser invitados; debido a ello, el joven
Collingwood era siempre asediado, no había persona que no
buscara congraciarse con él y, si les era posible, ganar su
amistad.
—Adrien, tu casa está a reventar como siempre —sonrió
Jason, abrazando a su primo con afecto.
—Lo sé, creo que a algunos ni los invité yo, pero para
estos momentos, ya no puedo recordarlo. —Adrien bajó su
mirada hasta toparse con el pequeño Jack—. Hola campeón
¿y tu perro?
El niño se cruzó de brazos y miró a su padre con molestia.
—No saques el tema a la luz —Jason pasó sus ojos por la
fiesta y sonrió—. Creo que ya sabemos a quién culpar sobre
los invitados que no conoces, mira lo felices que están Nil y
Lance.
—Sí, ya lo había pensado. —Los ojos verdes del futuro
duque se volcaron entonces hacia la presencia hermosa y
ensimismada que era la mujer de su primo—. Hola Daira,
supongo por tu semblante que este tonto te habrá hecho
enojar.
—Hola Adrien —habló con una voz baja pero muy clara,
era más que obvio que estaba disgustada con Jason.
—Si te da problemas —le pasó un brazo por los hombros—
dímelo a mí, yo sigo siendo su primo mayor.
—Cállate Adrien, pareces el menor de todos nosotros.
—¡Daira! —Pridwen corrió hacia ella y la fundió en un
abrazo que por poco las manda al suelo—. ¡Oh, lo siento!
¿Estás bien?
Jason había tomado la precaución de ponerse detrás de
Daira para que no cayera, pero aun así tuvo que sostenerla
por los brazos y la inspeccionaba de arriba hacia abajo,
preocupado por su estado.
—Sí, todo bien —Daira tocó su vientre, aún con el susto
impreso en sus facciones y sonrió—. No puedes lanzarte a
mí de esa forma Prid, ya no tengo el equilibrio que tenía
antes.
—¡Lo siento, lo siento! —la abrazó con moderación—. Lo
siento.
—Tranquila, nada ha pasado.
—Pero podría, por favor Pridwen, con cuidado —pidió
Jason.
—Bueno, tú puedes ir a hacer tus cosas —dijo Daira,
tomando la mano de su amiga y comenzando a caminar.
Jason cerró los ojos los segundos necesarios para que su
mujer desapareciera por el jardín junto con el pequeño
Jackson, quien fuera tomado de su mano, dando brinquitos
alegres al saber que vería a las gemelas Ainsworth por
algún lugar en la fiesta.
—Me parece extraño que invitaras a los niños.
—Irán a dormir después de las ocho —sonrió Adrien—.
Pero era necesario extender la invitación, ¿no sabías que
Marlene tiene un hijo ahora? Sería maleducado que solo ella
tuviera que traer a su niño.
—¿Te acuestas con ella todavía?
—No, no. Quiero volver a ella.
—Ese niño podría ser tuyo.
—Claro que no, es de su esposo, como es debido, de
ninguna manera podría haberle heredado los ojos cafés, son
los de su marido.
—Eso te gusta pensar.
—Y es lo que debemos pensar.
—Descarado.
—Bueno, ¿Qué quieres que haga?
—Buscarte a una mujer soltera y de tu agrado —Jason
sonrió, soslayando la mirada—. Como Pridwen, por ejemplo.
—Ella me cae bien, es una buena amiga y compañera de
desventuras, pero está enamorada de otro.
—Pensé que podías conquistar hasta a las cabras.
—No quiero luchar por un cariño que en realidad no
anhelo —se inclinó de hombros—. Soy incapaz de darle la
seguridad que busca.
—En algún momento te tendrás que casar.
—Planeo hacerlo de viejo, cuando sea necesario un
heredero, pero antes no, quiero ser libre.
—Es un buen plan —sonrió Jason—, las mujeres son
complejas.
—Se ve molesta.
—Tiene razón de estarlo —aceptó el conde—. Es verdad,
las mujeres son complicadas, extrañas y pueden volvernos
locos, pero, a mi parecer, no hay nada peor que no tener a
una de ellas a tu lado.
—Vaya, vaya —Adrien golpeó su hombro—. Y yo que
pensaba que no te iba a volver a ver enamorado.
—No quería, debo admitirlo —Jason apuntó con la cabeza
hacia su esposa—. Pero ella lo logró sin poner mucho
esfuerzo.
—¿Qué hay de Annelise?
—La aprecio, sigo teniendo un gran cariño por ella.
—Seguro que tu esposa se desquicia por ello.
—Annelise no se ha portado de la mejor manera y debo
admitir que yo tampoco —se mostró afligido—. Daira duda
constantemente de mí, no importa qué tanto le demuestre
que la amo, le es imposible creerme —suspiró—. Justo ahora
está molesta porque tendré que reunirme con Annelise en
un rato.
—¿Debido a qué? —se sorprendió Adrien.
—Mandó una misiva urgente, alegando querer proteger a
Daira.
—No me parece creíble, puede ser una trampa.
—Quizá, pero quiero creerle, algo en su mirar me dijo que
estaba siendo sincera con su preocupación.
—Al menos tu mujer está informada.
—Gracias a Lucca, debo admitir —Jason miró de un lado a
otro, escudriñando el lugar—. Por cierto, ¿dónde está?
—Perdido por ahí, ¿por qué?
—Daira aceptó que viera a Annelise si él estaba presente,
tal parece que le tiene más confianza a él que a mí.
—¿Te molesta?
—Claro que lo hace, pero la entiendo y Lucca vendrá bien.
—Eso quiere decir que la traicionaste en una situación
similar.
—Casi… —cerró los ojos con culpabilidad—, casi lo hice.
—Idiota —se burló Adrien con una peligrosa sonrisa—.
Vale, buena suerte con ello.
—Ey, Adrien —lo detuvo en su caminar—. Cuida de ella,
no quiero que se altere por esta situación.
—No te preocupes, yo cuidaré bien de la panzona —le
guiñó un ojo y siguió con su camino.
La fiesta prosiguió con escandalosa normalidad, tal
parecía que no había nada extraño, al menos nada además
del hecho de que estaban las dos mujeres de Jason Seymour
reunidas en la misma festividad, lo cual levantaba
habladurías pese a que no mostraban hostilidad entre ellas,
ni tampoco parecía complicar la existencia del caballero en
cuestión.
El hombre se la pasaba junto a su esposa y no se detenía
en complacerla en todos los posibles caprichos que se le
pudieran ocurrir, aunque la mujer no los dijera en voz alta,
el conde parecía leer sus pensamientos y ella simplemente
sonreía en aceptación. Eran cariñosos, cordiales y atentos
entre ellos, compartían con gracia su tiempo y atención al
pequeño que, para esos momentos, parecía más hijo
engendrado por ellos, que por la otra mujer en la fiesta.
Sin embargo, era notorio que lady Annelise lanzaba
miradas furtivas e inquisitivas en dirección a su antiguo
marido, quien lograba evitarlas o simplemente las ignoraba
lo mejor que podía, tratando de infundir tranquilidad a la
mujer que estaba embarazada de su hijo.
—Daira —Jason susurró al oído de su esposa—. Mi amor,
ven conmigo un momento.
—Bien.
Esa había sido su palabra favorita desde que dio su
aceptación para que Jason se viera con Annelise. Era
consciente de lo mucho que fastidiaba a su marido con ello,
pero él jamás se quejó, así que ella continuó mostrándose
indiferente y cortante. Le permitió llevarla hasta un salón
solitario dentro de la casa y esperó a que él hablara.
—Iré con ella ahora.
—Bien.
—Daira —se acercó a ella, pasando sus manos
suavemente por la zona donde alguna vez fue su cintura—.
Mi amor, quiero que lo entiendas, hago esto por ti, para
cuidarte.
La joven apretó los labios.
—Jason, lamento si soy malvada con esto, desde el
embarazo…
—No —le tomó ambas manos, besándoselas con cariño—.
No digas nada, sólo entiende que eres todo para mí, eres el
amor que necesitaba y que anhelaba, me has conquistado
en cuerpo y alma.
—Jason… —estiró una mano y acarició su mejilla—, confío
en ti, es sólo que… estoy algo celosa.
—No hay razón de ello. —El conde se agachó y presionó
sus labios suavemente contra los de su esposa—. Te quiero,
eres mi razón de respirar, por primera vez me doy cuenta
que no es necesario que me quiten el aire, es mucho más
placentero cuando te lo dan.
—Eres bueno con las palabras, Jason Seymour —sonrió la
joven.
Jason dejó escapar una profunda risa antes de inclinarse y
besar a su esposa con intensidad, sintiendo su cariño en
cada toque sobre el pecho del cual se sostenía de forma
dubitativa, alejándose lo suficiente como para que él no la
volviera a besar.
—Creo que sería mejor acabar con esta incertidumbre —
pidió.
—Te amo Daira.
Ella trató de simular una sonrisa que no llegaba a reflejar
sus verdaderos sentimientos, que fueran más bien
pesarosos.
—Ve.
—No me crees ¿verdad?
—Por favor Jason, ve.
El hombre, en medio de un sinfín de sentimientos, se
acercó a ella, pegando sus frentes para calmar sus
turbulentos pensamientos. Daira era capaz de brindarle paz
con un simple toque, aun estando enojada.
—Te amo —Jason besó la frente donde se había recostado
—. En serio te amo con todo mi ser.
—Bien —le palmeó el pecho con cariño—. Ve.
Jason suspiró ya sin opciones, comenzaba a odiar esa
bendita palabra que ella usaba cuando estaba molesta.
Antes de marcharse, acarició el vientre de su esposa, el cual
apenas era notorio con todas esas telas y el corsé especial
para el embarazo, uno que ella no usaba con normalidad,
pero en festividades lo hacía para no levantar más críticas
en su contra.
Con una sonrisa fingida dio su aceptación para que se
adelantara hacia la salida, los ojos que encerraban el
océano siguieron la presencia fuerte y varonil de su marido,
fijándose en sus cabellos rubios, siempre lisos y bien
peinados; y esa sonrisa encantadora que en esos momentos
iba dirigida hacia la mujer que lo esperaba con la espalda
apoyada en una pared de la casa junto a Lucca.
Los puños de Daira se volvieron blancos y sus uñas se
enterraron en las palmas de sus manos para no gritar que
había cambiado de opinión y traer a Jason de regreso a su
lado. Dejó salir un suspiro un tanto melancólico y fue en
busca de su hijo, quién casualmente estaba con un amigo
que hacía tiempo no veía.
—¡Oh, señor Eldegard! —sonrió la joven, elevando una
mano a modo de saludo para el hombre.

Caminaron en silencio por un largo momento, ninguno se
atrevía a hablar o siquiera mirarse a los ojos, al menos en el
caso de la antigua pareja de esposos. Estaban
avergonzados por su anterior comportamiento: Annelise por
provocarlo y Jason por consentirlo. Era aún peor ahora que
el conde sabía que ella fingió todo por despecho, en
realidad no sintió la misma atracción que él, jugó con sus
sentimientos como lo hizo en el pasado.
Lucca, quien servía como chaperón y espía para Daira,
estaba aburriéndose de la situación, miraba los árboles, le
tiraba rocas a Jason, ponía el pie a Annelise, todo con tal de
que hablaran o al menos se quejaran. Pero la antigua pareja
estaba en un momento de incomodidad que ninguno quería
romper, ni siquiera para amonestar al enfadoso hombre que
había sido añadidura de último momento.
—¿Es que no piensan hablar? —se quejó Lucca—. Esto de
por sí es incómodo y aburridísimo, quisiera que acabara
pronto.
—Jason… lo siento tanto.
—No hablemos de eso.
—Sé que estás herido, te sentirás utilizado.
—No es nada nuevo, siempre me hiciste sentir así —se
volvió hacia ella—. Siempre fui tu forma de escapar, un
escalón para encontrar tu libertad o tus deseos. Lo que en
realidad lamento es que casi pierdo a la mujer que amo por
mero deseo.
—No Jason, no fue así, me enamoré de ti en verdad.
—Si me lo preguntan a mí… —interrumpió Lucca,
recibiendo la mirada amenazadora de su primo—. Vale, me
mantengo callado.
—En serio Annelise, no quiero hablar del tema.
La mujer mordió sus labios y asintió lentamente.
—Es necesario que sepas que te quiero, únicamente por ti
arriesgaría mi vida al decirte esto.
—¿Arriesgando tu vida? —el conde frunció el ceño.
—¿Es que no te es estresante saber que tu esposa se
habla con tanta familiaridad con ese hombre terrible?
—¿De quién hablas? —la recorrió con una mirada
extrañada—. Si Daira no está conmigo y Jackson, está
rodeada por mi familia.
—No, ese hombre la visita, se les ha visto charlando en
más de una ocasión —acusó—. Es peligroso, el vizconde
Valcop no es un juego, se toma en serio todos sus deseos y
te aseguro que los cumple.
—¿El vizconde sigue aquí? —Jason se extrañó—. Dudo que
Daira acepte estar con él, la razón por la cual huyó de casa
fue para no casarse con Valcop, si acaso lo viera, me lo
diría.
—Entonces no entiendo nada —Annelise parecía
confundida.
—A no ser que todo esto es una trampa, princesa —dijo
Lucca.
—¡Ninguna trampa! —se exaltó la mujer—. Yo los vi, ella
parecía familiarizada con él cuando me los encontré en su
tienda.
—No tiene sentido.
—Jason, tienes que creer en mí, incluso le dije que no
debía confiar en él, que se alejara —se adelantó hacia él con
frustración iluminando su mirada—. Se lo advertí a ella y
ahora te lo digo a ti.
—Recuerdo que ella me dijo algo así —Jason pasó una
mano por su barbilla, pensativo, sus ojos vagando en el
pasado—, pero no con referencia a Valcop, sino al señor
Eldegard.
—No conozco a ningún Eldegard —negó Annelise.
—Aquí hay gato encerrado —finalizó Lucca, meditando las
palabras por unos momentos—. ¿Qué tal si fueran la misma
persona?
—No tiene sentido, es de suponer que Daira conozca al
vizconde.
—Quizá no —dijo Lucca—, su reputación lo precede, tal
vez fue suficiente escuchar su nombre para que tu mujer
quisiera huir.
—Por Dios… —Jason dirigió la mirada hacia Annelise—. ¿El
vizconde estaba en esta fiesta?
—No lo creo, Adrien lo detesta.
—Dudo que eso sea un impedimento para alguien como
él.
Los tres se miraron por un largo minuto para después salir
corriendo de regreso al jardín de la casa, en busca de Daira
y el pequeño Jack, seguramente estarían juntos, de ser así,
ambos estaban en peligro. Ninguno deseaba pensar en lo
que el vizconde Valcop sería capaz de hacerle al pobre niño
con tal de hacerse con su madre.
Jason sentía la desesperación recorriendo su cuerpo,
rebuscaba a su mujer entre las personas que disfrutaban de
la fiesta, muchos indiscretos osaron en detenerlo para
charlar pese a que era notorio su estado alterado. Querían
saber lo ocurrido de primera mano, pero el conde los
ignoraba y seguía con su camino.
—¡Jason! —gritó Annelise—. ¡Está con Lucca! ¡Están bien!
Ante esas palabras, un gran suspiro de alivio salió de los
pulmones del conde y le faltó poco para caer de rodillas. Se
encaminó despacio hacia la que fue su esposa en algún
tiempo y siguió la dirección de su dedo, encontrándose con
el ceño fruncido de la mujer que amaba.
—¿Se puede saber qué es lo que sucede? —dijo
indignada, con Jackson en brazos—. Han alterado a todos
ahí dentro.
Jason terminó de acercarse a su mujer y la abrazó con
fuerza, besándola enfrente de sus primos y toda persona
que estuviera pasando por ahí en esos momentos. Daira se
alejó de él apenada y miró de un lado a otro, entendiendo
poco la reacción de su marido.
—¡Iugh! ¡Mamá y papá se besaron! —sacó la lengua el
niño.
—Gracias a Dios están bien —los ojos grises recorrían el
rostro hermoso de su esposa—. ¿Dónde estabas?
—Adentro de la casa, jugando con los niños —Daira miró
al resto de personas congregadas a su alrededor. Parecían
tan alterados como Jason—. ¿Qué pasa? ¿Por qué todos me
miran de esa manera?
—¿Se puede saber a qué viene tanto escándalo? —se
quejó el conde de Melbrook, por un momento fijando su
mirada en Annelise—. Es más que evidente que algo pasa.
—Nada que le importe conde —dijo Annelise con un tono
que intentaba ser serio, pero que estaba lleno de molestia.
Jason se sorprendió al tenerle que dar la razón a su mujer:
Annelise sentía algo por el conde Melbrook y parecía que
era reciproco. Era sorpresivo y extraño, pero si la hacía feliz,
Jason no podía más que desearle buena suerte, porque él lo
era junto a Daira, aunque en esos momentos estuviese
molesta y llena de celos.
—Si tiene que ver con Daira, es de mi interés —dijo Mark.
—Ya me imagino que sí —se cruzó de brazos Annelise—.
Pero está su marido para velar por su seguridad.
—No he dicho lo contrario, pero si mi hermana…
—Me resulta irritante que se hable de mí estando yo
presente —dijo Daira, mirando de uno a otro—. ¿Qué está
pasando?
—Pareciera que te tienen lástima o algo así —interrumpió
la voz placentera de Lina, quien fue rápidamente
amonestada por su marido.
Daira regresó una mirada llena de fastidio hacia su
esposo. Jason no pudo evitar sonreír antes de negar con la
cabeza y abrazarla de nuevo, importándole poco que
estuviese molesta con él.
—Tenemos que hablar.
—Bien.
El hombre dejó salir un profundo suspiro al escuchar esa
dichosa palabra y miró a sus primos, pidiendo en medio del
silencio que cuidaran a su hijo. Lucca se adelantó y tomó la
mano de Jack, llevándoselo con él pese a que era más que
obvio que el niño quería regresar a los brazos de alguno de
sus padres.
El conde Melbrook, por su parte, tomó el brazo de
Annelise y se la llevó lejos de la fiesta, claramente iba a
acontecer una pelea entre ellos y a Lina no podía importarle
menos, puesto que se marchó en dirección contraria,
seguramente en busca de un amante.
Jason rodeó a su mujer y la guío al interior.
—Vamos amor, tengo que decirte algo.
—¿Qué fue lo que ocurrió? —lo siguió—. ¿Qué te dijo
Annelise?
—Bueno… —Jason cerró la puerta tras entrar a una
habitación vacía—. Mi amor, ¿conoces de vista al vizconde
Valcop?
—No —frunció el ceño—, no me hacía falta ver su rostro
para saber que quería huir de él. Me marché antes de que
nos presentaran.
—Todo tiene mucho más sentido ahora —suspiró Jason,
acariciando los brazos de su mujer—. Ven, tomemos asiento.
—Me estás asustando —ella tomó su vientre como
precaución antes de sentarse—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué
sacas al vizconde ahora?
—Annelise vino a advertirnos que te encuentras en
peligro, el vizconde está rondándote y no piensa darse por
vencido hasta lograr su cometido —le tomó la mano—.
Desde hace tiempo que está siguiendo tus pasos Daira, más
de cerca de lo que creía.
—No entiendo, jamás he recibido una amenaza y siempre
estoy contigo, Pridwen o alguien de tu familia.
—Hay alguien a quien normalmente ves en soledad Daira
—elevó ambas cejas, tratando de que entendiera las
indirectas que trataban de endulzar la noticia—, alguien que
daba la casualidad que se tenía que ir o desaparecía cuando
alguno de nosotros se acercaba.
La iluminación llegó a los ojos de la mujer, abriéndolos en
gran medida debido a la impresión. Pasó de una sorpresa a
la negación, no paraba de menear la cabeza de lado a lado,
deseando que no fuera posible, porque de ser así, estuvo en
peligro en más de una ocasión, poniendo incluso a Jackson
en la misma situación.
—No, no puede ser él.
—No te alteres Daira, está claro que colocó una imagen de
la cual no pudieras sospechar —la obligó a quedarse
sentada—. Pero el señor Eldegard no existe y esa es la
razón por la cual Annelise te advirtió en aquel momento
sobre él, porque ella lo conoce.
—El vizconde Valcop es el señor Eldegard —comprendió
con horror—. Dios mío, me siento mareada.
—Tranquilízate —Jason se acercó un poco más a ella—.
Ahora que lo sabemos, estaremos atentos, nada te ocurrirá.
—Pero si lo acabo de ver —dijo asustada—, estuve con él.
—Maldito bastardo —el conde apretó los puños—.
Tenemos que advertir a Adrien y a los demás, ese maldito
desgraciado ya disparó en una ocasión a mis hermanos, no
sabemos de lo que es capaz.
—¡Oh, Jason! —se abrazó a él—. No puedo creer que
trajera esta desgracia a tu familia, soy una pesadilla.
—Ey —la separó de si y sonrió tranquilizador—. No es tu
culpa ser encantadora mi amor. Déjalo todo en mis manos,
tú sólo debes preocuparte de cuidar de ti y de nuestros hijos
—le tocó el vientre con cariño—. ¿Lo prometes?
—Sí —colocó una mano sobre la de él—. Lo prometo.
—Bien, creo que Adrien puede dar por terminada la
velada, tengo que hablar con él y los demás. Lo más seguro
es que nos quedemos aquí esta noche, así que harías bien
en tomar una habitación y quedarte con Pridwen hasta que
vayamos por ustedes.
—¿No será más peligroso para tus primos?
—Dudo que me dejen otra salida, en todo caso de irnos a
nuestra casa, ellos irán con nosotros —tranquilizó—, te
darás cuenta que somos una familia muy unida.
—Sí y no lo entiendo —aceptó—, pero me agrada.
—Vamos, encontremos a Prid.
—Espera Jason —Daira tomó su mano con determinación
—. ¿Qué pasará con Annelise? ¿No se ha puesto en peligro
por avisarte?
—Seguro que sí, pero John estará al pendiente de ella —
tranquilizó—. Por el momento debemos seguir con los
planes para que estén seguras con la amenaza de su
presencia.
—Quiero hablar con Annelise.
—No creo que sea lo mejor —su esposo rechazó la idea de
inmediato—. Quizá luego Daira, justo ahora no es el
momento, te alterarías y es lo último que quiero.
—Soy perfectamente capaz de controlar mis emociones.
—Quizá antes del embarazo lo eras cariño, pero justo
ahora no.
—¿Estás insinuando que…?
—¡Jason! —Lucca entró a la habitación en un estado
alterado que puso en la misma condición a los esposos en el
interior.
—¿Qué pasa, Lucca? ¡Qué manera de entrar!
—Encontramos a Pridwen… dice haber sido agredida por
ese bastardo —informó de prisa—. Adrien está furioso y
quiere ir tras Valcop justo ahora, nunca lo había visto así.
—¡Maldición! Tratará de matarlo, de eso no hay duda —
dijo alterado—. Vamos por él antes de que haga una
estupidez.
—¿Dónde está Pridwen? —inquirió una Daira al borde del
desquicio—. ¿En qué habitación?
Sin esperar contestación, la joven salió del salón en el que
se había encerrado junto a su marido. Debió notar que no
estaba, siempre estaban juntas, ¿por qué pasó por alto su
ausencia? Era verdad que a Pridwen le gustaba vagar en
soledad para hacer desastres, pero jamás desaparecía por
tanto tiempo, debió prever que algo andaba mal, si algo
irreparable le ocurrió no podría perdonárselo.
—¡Adrien! —se acercó Daira en medio de una corrida y se
aferró a su camisa—. ¿Dónde está Pridwen? ¿Qué le pasó?
—Ese maldito —Adrien apartó las manos de la mujer de su
primo con delicadeza—. Lo encontraré y lo mataré yo
mismo.
—¡No Adrien! —se adelantó Jason, colocando una mano
firme sobre su pecho para detenerlo—. No lo resolverás de
esa manera.
—¡¿Esperas que acepte que agreda a alguien en mi propia
casa?! —dijo histérico—. ¡A Pridwen! ¡Es Pridwen, por el
amor de Dios!
—Lo buscaremos, pero no será para matarlo Adrien,
¿entendido? —aceptó Lucca—. También me agrada Pridwen,
pero no servirá de nada que termines en prisión por
asesinato.
—Concuerdo —se adelantó North—. Fue por una razón
que decidiera atacar a Pridwen, estará asegurado de alguna
manera.
—Eso pienso también —asintió Declan—. Por mucho que
nos moleste, tenemos que ir con cuidado con ese bastardo.
—¡No lo podemos dejar así! —se exaltó Lance—. ¡Es
nuestra Pridwen! No es cualquier persona, es Pridwen.
—Lo sabemos Nil —frenó Lucca—. Créeme que Adrien es
el que más entiende la situación.
—Adrien, ¿en dónde se encuentra ella? —suplicó Daira al
notar que se estaba haciendo una conversación de hombres
y lo único que ella ansiaba era ver a su amiga.
—En mi habitación —dijo un enervado Adrien—. ¡Bien! No
haré nada hasta que lleguemos a un acuerdo todos, pero les
prohíbo salir a ti y a Pridwen, ¿entendiste Daira?
Los ojos del heredero de los Wellington estaban cargados
en ira, en desesperación y amenaza. Daira jamás lo había
visto así, era obvio que Pridwen no era cualquier persona
para ese hombre, era una fibra sensible, quizá ni siquiera él
supiera cuán sensible, ni en qué índole.
—Entiendo… —aceptó en un susurro.
Aun así, Daira buscó corroborar con su marido el
mandato.
—Sí, estoy de acuerdo con él —aceptó Jason.
—En ese caso, iré con Pridwen.
Adrien asintió con la cabeza y se giró a sus primos y
amigos reunidos a sus alrededores.
—Esto no se quedará así. —La firme amenaza erizó la piel
de los caballeros que conocían de sobra el temperamento
de Adrien cuando este se salía de control—. Vamos.
Daira subió las escaleras de dos en dos, no había olvidado
la última vez que se quedó en esa casa, cuando su amiga la
introdujo a escondidas y ambas se emborracharon hasta
que Jason llegó por ella. Recordaba los pasillos y los cuadros
que indicaban que se estaba acercando a la habitación del
dueño de la casa, porque Pridwen se lo había indicado en el
pasado, haciendo énfasis en el pésimo gusto del futuro
duque para elegir arte.
Mucho antes de tocar la puerta, Daira escuchó una réplica
desde el interior, eran gritos de furia, golpes secos contra la
madera o vidrios rompiéndose contra el suelo. Temió porque
Pridwen estuviera siendo atacada nuevamente, así que se
adelantó y trató de abrir la puerta con desesperación,
gritando el nombre de su amiga.
—¿Daira? —se escuchó desde el otro lado—. ¿Eres tú?
—Sí, soy yo —contestó pegada a la puerta—. ¿Qué ocurre?
¿Estás bien ahí dentro?
—¡Claro que no! ¡Sácame de aquí ahora mismo!
Daira frunció el ceño, ella no parecía asustada o llorosa,
por el contrario, estaba alterada y furiosa.
—¿Cómo se supone que voy a sacarte? —Daira miró de un
lado a otro, un tanto extrañada—. ¿Te encerró lord
Wellington?
—¡Claro que lo hizo! —gritó desesperada, dando una
patada a la puerta en la que Daira tenía puesto el oído.
—¡Ey, Pridwen, no golpees!
—¡Busca al señor Pelmont, dile que te dé la llave!
—¿De la habitación de lord Wellington?
—No, ¿Cómo crees? La del baño —dijo enojada y
sarcástica—. ¡Claro que la del tonto de Adrien! ¡Corre!
Daira se vio en la necesidad de gritar por todo el lugar el
nombre que Pridwen le dio, tratando de evitar el salón
donde los hombres de la casa se reunían para tratar de
buscar una solución a sus problemas. El pobre hombre se
mostró conflictuado con la petición, pero al ir a la habitación
y notar que en realidad había una dama encerrada en el
lugar, el elegante hombre decidió ceder y abrió la puerta.
Las amigas se encontraron con efusividad, abrazándose
por unos momentos. Fue Pridwen quien se separó,
mostrando una mirada determinada que no concordaba con
su estado magullado.
—¿¡Qué fue lo que te hizo!? —El cuello de la rubia tenía
claros moretones, muestra de un decidido intento de
matarla.
—Estoy bien, no es para tanto —le quitó importancia—.
¿Dónde está Adrien? No me digan que dejaron que se fuera.
—No. Está abajo junto con Lucca, Jason y los demás
amigos.
—Maldición, eso sólo lo empeora —chasqueó la lengua—.
¿Annelise? ¿Viste a Annelise?
—La vi cuando regresaron de hablar ella y Jason, ¿Por
qué?
—¡Vamos! —la tomó de la mano y obligó a que bajara las
escaleras de forma demasiado despreocupada para el
estado de gestación en el que estaba—. Tenemos que pasar
información a esos brutos que se creen superiores por tener
más músculos.
—¡Pridwen, me harás caer!
—Será mejor que te equilibres bien panzona, porque
ahora necesitamos tus piernas, debes estar al pendiente de
todo.
—¿Me puedes decir lo que está pasando?
—No pienso repetir —frunció la nariz y abrió las puertas
donde se escondían los importantes caballeros—. Hola a
todos, soy yo de nuevo. Quita esa cara Adrien, tengo cosas
de qué hablar.
—¿Quién demonios te dejó salir?
—¿Qué era lo que esperaba que hiciera cuando me dijo en
donde se encontraba? —inquirió la esposa de Jason.
—Si la dejé ahí fue por una razón.
—Pensé que estaba destrozada, quizá llorando —se
excusó Daira.
—Ojalá fuera esa clase de persona —Adrien miró con
fastidio a su amiga—. ¿Qué no te es suficiente con un
intento de asesinato?
—No. —La mujer se adelantó con determinación—. Matará
a Annelise, me lo dijo, la matará porque sabe que informó a
lord Seymour de la situación. Está furioso porque Daira lo
descubrirá.
—¿Cómo supo eso? —se adelantó Lance.
—Bueno, él me estaba matando, si quería información no
iba a negársela —la voz de Pridwen estaba rasposa,
claramente seguía adolorida y le costaba hablar, pero se
esforzó por ello—. Se lo conté, lo lamento, así que tienen
que ir a salvarla.
Para ese momento, Jason se había puesto en pie y miraba
sumamente preocupado hacia sus primos, pidiendo
respaldo para salvar la vida de la que alguna vez fue su
mujer.
—Tenemos que ir por ella ahora mismo —dijo Declan.
—No creo que John la deje desprotegida —tranquilizó
Lucca.
—El duque está en Eaton Hall, no aquí —informó Nil.
—Ese es el problema —Pridwen volvió a adelantarse—. El
vizconde me dijo que sabía dónde encontrarla, porque era
de su conocimiento que Annelise pensaba irse hoy mismo
de Inglaterra.
—¡Maldición! —Jason miró a su primo—. Adrien, si llega a
alcanzarla, no dudará en matarla.
—Lo sé Jason —trató de calmarlo—, saldremos en su
busca de inmediato, tiene que estar en la estación de tren o
tomando sus cosas en casa de su hermano.
—Si desea irse de Inglaterra, entonces debe de ir en un
tren que la lleve a puertos —expuso Lance—. El último sale
a las once, faltan unas horas, así que podremos
alcanzarlos.
—Bien, ¿Qué hacemos si lo encontramos? —cuestionó
Declan.
—Vivo, tiene que estar vivo —dijo North, quien siempre
mostró un verdadero talento para actuar bajo presión.
—De acuerdo.
Los amigos de Adrien se pusieron en pie, acercándose a
Pridwen antes de marcharse para cerciorarse de su estado
físico. La chica sonreía y le quitaba importancia al asunto
con una sonrisa, pero estaba claro que después de haber
dado el mensaje, sus fuerzas estaban menguando,
aceptando hasta entonces la ayuda de Adrien, quién la
tomó en brazos y la llevó de regreso a una habitación.
El futuro marqués de Kent estaba enfrascado en una
conversación con el resto de los amigos de su primo,
formando una coordinación para asegurarse que estuvieran
en el momento adecuado si es que deseaban encontrarse
con ese malnacido.
—Jason. —Lucca le tomó el hombro con fuerza—. Quizá
deberías dirigirle unas palabras a tu esposa, seguro estará
alterada por la situación y bueno, ella está embarazada.
—Lo sé —cerró los ojos lentamente, volviéndose hacia su
esposa, quién mantenía a Jackson en brazos y hablaba con
la doncella que seguro se lo había llevado—. Gracias, iré con
ella.
Lucca asintió y tomó el lugar de Jason en la conversación
con el resto de los caballeros que se estaban ofreciendo a
ayudar.
—Daira —la tocó suavemente para llamar su atención.
—Dios mío, esto es terrible, ¿Qué es lo que se hará?
—¿No estás enojada?
—¿Enojada? —negó terminantemente—. ¿Por qué razón?
—Bueno… —se rascó la nuca.
—Jason —ella alargó su brazo y tocó la mejilla de su
esposo—. Annelise arriesgó la vida para salvar la mía, no
puedo hacer nada por ella porque estoy embarazada, pero
jamás impediría que tú hicieras algo para ayudarla si es lo
que quieres hacer.
—Daira, es verdad que espero que esté bien, pero…
—De todas formas, querrías hacerlo Jason —sonrió de
lado, mostrándose comprensiva—. No podrías evitarlo, sé
que te importa.
—No quiero que muera, es verdad, pero me quedaré
contigo.
—Haz lo que creas pertinente para que tu consciencia y tu
corazón estén tranquilos, si es ir con ellos, entonces hazlo.
Ella sonreía y le daba aliento, pero algo le decía a Jason
que lo que hiciera esa noche, significaría el crecimiento o el
derrumbe de su relación con Daira y no estaba dispuesto a
perderla por nada. Lo único que podía esperar para Annelise
era su salvación, irían personas en las que confiaba
plenamente para rescatarla, pero, en definitiva, él debía
quedarse junto a su esposa embarazada y su hijo.
—Me quedaré contigo.
—No lo hagas —Daira se mostró enfadada—, no trataba
de chantajearte, es más, no quiero que te quedes.
—Daira, eres mi esposa, me quedaré aquí.
—Tu primer movimiento fue para ir, entonces ve, yo
estaré bien aquí, Pridwen estará conmigo y…
—Y yo también —aseguró—. Quiero que Annelise esté a
salvo, pero en definitiva eres lo más importante para mí
Daira y no me moveré de tu lado en estas circunstancias, ni
en ninguna otra.
Ella no parecía conforme con ello.
—No hagas cosas que no quieres.
—Daira, no hay otra opción, me quedaré aquí contigo.
—¡Vámonos! —gritó Adrien—. Encontremos a ese
malnacido.
—Buena suerte —asintió Jason, abrazando a su esposa
para acentuar el hecho de que se quedaría en la casa.
Adrien asintió sin poner réplicas a la decisión de su primo,
al final, era lo que se esperaba que hiciese.
—Cuida a la loca de Pridwen —pidió—. No dejes que haga
algo estúpido, porque esos son sus movimientos normales.
—Estará en buenas manos —asintió Jason.
Los caballeros restantes salieron del hogar con el espíritu
renovado. Bien se sabía que los hombres gustaban de la
actividad y una persecución nunca le caía mal a ninguno de
ellos, sobre todo cuando había una justificación para
hacerlo. Jason se acercó a la ventana cuando su esposa lo
hizo, abrazándola por la espalda y sosteniendo el vientre en
constante crecimiento, queriendo quitar el peso del cuerpo
de su pequeña mujer.
—Jason… —volvió el rostro—. ¿Crees que ella estará bien?
El conde suspiró y miró al frente, dejando salir un
profundo suspiro desesperanzador a oídos de su esposa.
Capítulo 39

Annelise empacaba sus cosas con molestia, se había


marchado de casa de Adrien Collingwood en cuanto supo
que Daria y su hijo estaban a salvo, no tenía razón de
esperar, de hecho, entre más rápido se marchara de ahí,
sería mejor para todos, incluida ella. No sabía de lo que era
capaz Valcop, pero en cuanto se enterara de que por su
culpa estaba al descubierto, iría por ella.
—¿Qué se supone que haces Annelise? —Sophia entró a la
desordenada recámara—. ¿Te marchas a casa con John?
—Me voy de Inglaterra —informó.
—¿Qué? —la mujer dio un salto en su lugar—. Estás loca,
John me matará si te permito irte de nuevo.
—Sophia. —La menor tomó los brazos de su cuñada—. Es
imperativo que salga de aquí cuanto antes, si el vizconde
viene a buscarme, entonces tu y las niñas estarán en
problemas ¿entiendes?
—Si ese es el caso, partamos juntas hacia Eaton Hall.
—No. Tengo que irme, ya compré mi boleto y el barco
hacia España sale en dos días, entre más lejos esté de
Londres, mejor.
—¿Qué pasa si te encuentra antes?
—Son lugares lo suficientemente grandes como para
esconderme.
—No me agrada esto Annelise.
—Lo sé, pero debes recordar que sé lo que hago.
—Dudo que lo sepas —la voz varonil a sus espaldas les
sacó un grito profundo y un brinco que las hizo volverse.
—¿Qué hace usted aquí? —frunció el ceño la duquesa.
—Vengo a detener esta locura —el conde Melbrook miraba
a la hermosa mujer que guardaba sus cosas con presura.
—No pienso quedarme, mi lord, se lo dije antes.
—Lo sé, no pienso detenerla, quiero acompañarla.
—¿Disculpe? —Sophia se adelantó dos pasos—. Annelise,
¿Estás loca? Es un hombre casado.
—Eso lo sé —Annelise fijó la vista en el conde—. Está loco,
será mejor que se vaya de aquí.
—No me iré, quiero hablar contigo.
—Creí decirle en casa de lord Collingwood que no tengo
nada de qué hablar con usted. —La mirada de Annelise era
de hielo—. Ahora, váyanse de aquí, tú también Sophia,
harías bien en irte a Eaton Hall con mi hermano, avisa lo
que está pasando.
—No haré tal cosa.
—Señora. —El conde de Melbrook miró a la duquesa con
determinación—. Haga caso a su cuñada en esta única
ocasión.
—Pero ¿quién se cree usted que…?
—Sophia, por favor. —Annelise reiteró su súplica—. No me
perdonaría si algo les pasara a las niñas o a ti, no podría
volver a ver a John a la cara y no quiero eso.
Viéndose acorralada, Sophia tomó sus faldas y salió de
ahí, más que nada por sus hijas, a las que no pondría en
peligro por nada del mundo. De no estar ellas ahí, nadie
podría moverla de ese lugar.
—Annelise, no permitiré que te vayas, es peligroso.
—En más peligro está Daira —lo miró de reojo—. ¿Qué
haces aquí? Deberías estar velando por su seguridad.
—Temo por ti, fuiste imprudente, Valcop te lo advirtió
desde antes —la tomó por los brazos para detener sus
movimientos—. ¿En qué demonios estabas pensando al
decirles?
Los ojos que la clasificaban como una Ainsworth se fijaron
en el rostro apuesto del hombre que desde hacía mucho
tiempo robó su corazón. Parecía sinceramente preocupado
por ella, lo cual era extraño, puesto que su hermana estaba
en una situación mucho más peligrosa que la suya y, por lo
que sabía, ese hombre había entregado su corazón a Daira
desde hacía mucho, siendo esto un sentimiento que
buscaba reprimir, pero era obvio su cariño y preocupación.
—Estaba pensando en protegerla —se inclinó de hombros
—, aunque más que a ella como persona, quería proteger la
felicidad de mi hijo y la de Jason. La aman y no podía
hacerlos sufrir de nuevo.
—Es asqueroso lo que se puede llegar a hacer por mero
deseo.
La joven volvió la vista al hombre que hacía una
referencia de repulsión a un acto que él mismo deseó por
mucho tiempo.
—Creía que tú también estabas enamorado de ella.
—Yo… —se avergonzó—. Debo admitir que no tuve la
relación más sana con ella. La vi hacerse mujer y para mí no
éramos hermanos, jamás nos hicieron tratarnos como tal —
cerró los ojos—. No es justificación, le fastidié la vida desde
que era una niña, pero… muy en el fondo sabía que estaba
mal, jamás la toqué, lo juro. Tan sólo fue una obsesión, una
tontería de un muchacho acostumbrado a tenerlo todo en la
vida.
—Eso lo sé, aunque no deja de ser horrible.
—Y, aun así, tú me quieres.
—Piensas demasiado bien de ti mismo Mark, de eso no
cabe duda.
—Sé que es así —la enfrentó—. ¿Por qué querrías a un
hombre que en algún momento tuvo sentimientos hacia su
propia hermana?
—Como has dicho, ustedes no crecieron juntos, no los
hicieron verse como hermanos, cuando la volviste a ver, fue
regresando del internado… hasta cierto punto entiendo el
flechazo —ella bajó la cabeza y sonrió de lado—. Por un
tiempo creí estar enamorada de John, aunque comprendí
rápido que era admiración y un profundo cariño al ser el
único que se interesaba por mí, que me quería.
—Debí entender eso yo también.
—A lo que sé, la veías únicamente cuando ibas de
vacaciones y, tras la muerte de tu padre, duraron sólo dos
años conviviendo en la misma casa por primera vez. Es
entendible tu confusión.
—Sí, con eso fue suficiente para hacer que ella me
detestara.
—Deberías irte y dejarla en paz —aconsejó, volviendo a
empacar—. Seguro que eso lo agradece más que mil
disculpas.
—Quizá. —El conde la miró suplicante—. ¿Tú a donde irás?
—No lo sé, vagar por el mundo nuevamente, supongo.
—¿Necesitas compañía?
Una sonrisa burlesca se dibujó en los labios de la joven.
—¿Hablas en serio? ¿Qué hay de tu esposa?
—Lina es feliz aquí, con amantes, con lujos y veladas —
dijo el conde—. Debo admitir que nunca pude quererla,
aunque sé que ella sintió algo por mí en algún tiempo.
—Supongo que ya no más.
—Creo que será feliz cuando me vaya.
—Entonces eres bienvenido a embarcar conmigo en dos
días—invitó—. Claro que con la situación de Daira…
—Como has dicho, lo mejor que puedo hacer por ella, es
alejarme.
Annelise sonrió despampanante, parecía ser que algo en
el conde había cambiado drásticamente y no era de un
momento a otro, desde hacía tiempo que lo notaba alejado
de Daira, no intentaba incomodarla o siquiera encontrarse
con ella, ¿sería posible?
En ese momento, un estruendo llegó del recibidor,
ocasionando que las dos personas en la habitación salieran
corriendo, esperando que no fuera Valcop quien hubiese ido
en contra de Sophia y sus hijas.
—¿Qué están haciendo aquí? —inquirió Annelise.
—Te buscábamos princesa, ahora vamos, tenemos que
ponerte en un lugar seguro —dijo Lance.
—¿A mí? —ella negó—. Pienso irme en unos momentos.
—No, te quedas —dijo Adrien—. Sophia irá con nosotros
también, es riesgoso que estén solas cuando ese demente…
—¿Es que hizo algo? —Annelise bajó dos escalones.
—Casi mata a Pridwen —informó Declan—. Ya sabe que le
dijiste a Jason sobre él, te estará buscando para matarte.
—O pensará que es su última oportunidad para atacar a
Daira y lastimar a Jason —dijo Annelise con histeria—.
¿Dónde están ellos?
—Se quedaron en casa de Adrien —dijo Lucca—. ¿En serio
crees que él preferiría esperar a atacar de nuevo?
—No. —Annelise mostraba un total terror—. Jamás se fue
de ahí, pensó que Jason vendría detrás de mí al creerme en
peligro, ahora es un obstáculo para llegar a Daira, ¡Por Dios!
¡Vámonos!
—Ey —el conde Melbrook la tomó del brazo—. Estás loca,
te quedarás aquí con tu cuñada, mejor aún, vayan a Eaton
Hall ahora que sabemos que estará en la casa Collingwood.
—El niño está ahí Mark —apartó el brazo—, Jason y Daira
también lo están, no me iré hasta saber que todos están
bien.
—Entonces vámonos —apuró Adrien—. ¿Estás segura de
lo que dices? ¿Crees que sería tan idiota para quedarse?
—Lo conozco bien, se los aseguro, él sigue en la casa.
—¡Maldición! —masculló Adrien—. Muy bien, Lucca,
tendrás que irte con Sophia y las niñas, llévalas a Eaton
Hall.
—Vale, me aseguraré de ello.
—Declan y Lance, necesitamos oficiales, que vengan
rápido.
Todos acataron las ordenes de Adrien como si fueran la
ley, saliendo de ahí en lo que parecía una redada. El conde
Melbrook no podía estar de acuerdo con la presencia de
Annelise, pero entendía la preocupación que sentía por el
niño que fuese de ella.
—Te quedarás cerca de mí Annelise —pidió el conde.
Ella lo miró con el ceño fruncido y negó.
—¿Por qué haría tal cosa?
—Pienso protegerte.
—Basta de chachara —pidió Adrien—, suban a un caballo
de una buena vez, ¿Vendrás con nosotros Annelise?
—Sí.
—Bien, vámonos.

Estaban especialmente impacientes por obtener noticias,
sobre todo si estas decían que el vizconde Valcop había sido
capturado. Sería una tontería de su parte atacar cuando
todos ya estaban esperando por él, incluso Pridwen se
encontraba en espera con un arma en mano como
venganza por su casi asesinato. Por alguna razón, Jason no
creía al vizconde capaz de ir esa misma noche, estaría en
una desventaja que lo dejaría a merced de alguno de ellos,
si lograba herir a alguien más esa noche, sería mera
casualidad y posiblemente terminaría en una fatalidad para
él.
—¿Qué crees que pasa Jason?
La dama de mármol estaba sentada a su lado, bebiendo
chocolate caliente con su pequeño hijo recostado sobre sus
piernas. Se veía preocupada pese a que intentara que sus
facciones permanecieran impenetrables, como si con su
fingida calma pudiera solucionar la terrible angustia que se
elevaba entre el silencio del salón.
—Si no atacó a Annelise, dudo que lo haga con alguien
más.
—¿Crees? —lo miró esperanzada.
—Sería estúpido de su parte —asintió, atrayéndola para
que se recostara en su hombro—. Esperemos que lo
capturaran.
—Yo espero poderle dar un tiro —dijo Pridwen en medio de
su molestia y con una voz rasposa.
—Prid, tú ni siquiera sabes utilizar un arma.
—¿En serio? —Jason miró a su mujer con impresión y
alargó la mano hacia Pridwen—. Entrégala ahora mismo, es
peligroso que la tengas de no saber utilizarla.
—Agh —tendió el arma al esposo de su amiga—. Los
hombres son todos unos bebés, no saben de lo que una
mujer es capaz.
—Se sorprendería, señorita, la mayoría de mis primas
sabe utilizar un arma, pero de no saberlo, era peligroso que
la tuviera.
—¿Las Bermont saben disparar? —sonrió cual caricatura
de periódico—. Agh, ¿Por qué no nací siendo una de
ustedes?
—De ser así, no podría casarse con Adrien, señorita —
sonrió Jason, recibiendo el codazo de su esposa con una
sonrisa.
—¿Yo…? —su cara se coloreó de un fuerte rojo—. ¡A mí no
me gusta ese duquecito tonto!
—Como digas —Jason le quitó importancia y volvió la vista
hacia la ventana, esperando escuchar el relinchar de los
caballos—. Están tardando más de lo esperado.
—Quizá debería llevar a Jackson a descansar —sugirió
Daira—, está incómodo aquí, necesita dormir bien.
—No creo que sea buena idea que…
La puerta de la entrada se abrió de pronto, dando paso
oficiales y nobles por igual, todos dando órdenes y
moviéndose por el lugar, provocando un estado de alerta en
las personas que tuvieron que quedarse atrás en la
búsqueda.
—Adrien… ¿Qué está pasando? —Pridwen se acercó al
heredero del ducado con una cara de extrañeza—. ¿Lo
encontraron?
—No —contestó con voz contenida—. Annelise sugirió que
lo buscáramos aquí, dice que es posible que no se fuera.
—Carece de sentido —Jason cargó a su hijo y se acercó.
—En realidad no. —La misma Annelise dio un paso al
frente—. Me da gusto verlos a todos bien.
—¿Por qué dice eso, lady Annelise? —inquirió Daira.
—Bueno, seguro que, al ser descubierto, querría matarme
y eso fue lo que te dijo Pridwen, pero sería una trampa para
hacer que todos los hombres salieran de la casa, dejando
sola a su verdadera presa —los ojos entre azul y gris se
posaron en Daira—. Creyó que Jason iría tras de mí también,
claramente sus cálculos fallaron.
—¿Piensas que sigue aquí? —Pridwen recorrió sus
alrededores con una mirada vengativa.
—Ni siquiera lo pienses —dijo Adrien, tomando los
hombros de la rubia para que no se moviera de lugar.
—Pero ¿Qué? —ella trató de deshacerse de sus manos,
pero se vio petrificada cuando las miradas de los amigos de
Adrien también se posaron sobre ella de forma intimidante
—. Vale, no haré nada.
—Esperemos a que los oficiales den el visto bueno —dijo
North—. Entonces todos podremos ir a dormir.
—¡Ah! Con el sueño que tengo —bostezó Lance—, y ni
siquiera hubo nada de acción, es una lástima, maldición.
—Por cierto, ¿Usted qué hace aquí conde Melbrook? —
inquirió Nil—. ¿En qué momento apareció en todo esto?
—Daira sigue siendo mi hermana.
—Yo no soy nada de usted —la mujer se cruzó de brazos y
se acercó a su marido quien la recibió gustoso.
—Mi señor. —Un oficial trajo consigo a un par de
muchachos, un hombre y una mujer a medio vestir—.
¿Alguno de estos son los intrusos de los que hablaba?
El heredero de Wellington suspiró, llevándose dos dedos a
sus ojos para masajearlos hasta terminar posados en el
puente de su nariz.
—No lo son —se adelantó Declan—. Aunque claramente
merecen un día en la cárcel por ser tan descarados.
—Déjenlos ir —pidió Adrien—. ¿No hay nadie más?
—No, mi señor —dijo el oficial—, revisamos hasta los
cuartos de la servidumbre y no vimos a nadie.
—Bien, era de esperarse —palmeó el aire y se acercó a
ellos con la mano extendida—. Gracias de todas formas.
—A sus servicios, su señoría. —Se inclinó ligeramente—.
Si lo desea, algunos oficiales harán guardia a las afueras.
—No será…
—Se lo agradeceríamos —se adelantó Pridwen.
Los oficiales salieron de la casa en medio de una marcha
que no era necesaria, pero al estar frente a un hombre con
la categoría de un duque, deseaban mostrar sus respetos.
—No era necesario —Adrien miró a su amiga.
—Yo casi muero —le recordó, apuntando su cuello—. Si a
ese idiota se le ocurre volver, sabrá que estaremos
preparados para él.
—Es una tontería Pridwen.
—De hecho, no me parece mal —Annelise se inclinó de
hombros—. Hasta los reyes necesitan protección Adrien.
—No soy un rey y en todo caso tengo a North —apuntó a
su amigo—, él equivale a diez hombres.
—Es una lástima que no trabajo para ti —respondió el
hombre.
Ante la contestación seria, segura y llena de petulancia
que claramente era intensional, los presentes soltaron una
carcajada que aligeró el ambiente tenso. Conocían a North
lo suficiente como para saber que la modestia era parte de
su personalidad; la serenidad y la confianza era otra de las
cosas que lo caracterizaban, pero en ese momento se
permitió ser quién rompiera el hechizo de terror en la
familia, mostrando nuevamente su increíble capacidad de
dominarse.
—Creo que será mejor que descansemos —dijo Nil ahora
más relajado, como solía serlo siempre—. ¡Pido la habitación
grande!
—¿Qué? —Lance saltó de inmediato—. Ni loco, yo duermo
ahí.
—No, la aparté, ahora es mía.
Ambos hombres salieron corriendo, trastabillando por las
escaleras, siendo seguidos por la imponente figura de
North, quién pensaba poner fin a la discusión. Declan rodó
los ojos y siguió al resto de sus amigos, dejando a las
parejas en aquel salón lleno de tensión.
—Entonces… —Adrien miró a su primo y después al conde
—. Pueden arreglárselas solos, las habitaciones sobran y si
gustan quedarse, están invitados a hacerlo, yo me retiro,
vámonos Pridwen.
—¡Ey! —la chica trató de liberar su muñeca— ¡Si lo dices
de esa manera parecerá que dormimos en la misma cama,
gran tonto!
—Sí, sí. Como digas.
—Vale, vamos —Pridwen se adelantó a Jason y quitó al
niño de los brazos de su padre—. Este bebé necesita
descansar como es debido, ¿Le molesta que me lo lleve lord
Seymour?
—Dudo que quiera dormir con usted, lady Pridwen —dijo
Jason.
—Lo llevaré conmigo —aseguró Adrien—. Daira necesita
descansar como es debido, cuidaré de él.
—Gracias —sonrió la aludida—. Gracias lord Collingwood.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza y salió de la
habitación. Daira hubiera querido seguirlos e ir a descansar
junto con su amiga en la seguridad de una habitación en
lugar de enfrentar la extraña situación en la que se
encontraba en ese momento. Sabía que debía estar
agradecida con Annelise por intentar salvar su vida, pero no
podía dejar de sentir apatía hacia su persona debido a su
relación pasada con su marido y su comportamiento de
querer recuperarlo, aunque estaba claro que no era por
amor, sino por celos.
—Bueno, esto no es incómodo ni nada —sonrió Annelise.
—Supongo que no hay mucho más que decir —Jason miró
a su esposa y la abrazó—. Espero que tengan una buena
vida, de preferencia que sea lo más alejado de nosotros.
Las sonrisas aparecieron dubitativas ante el último
comentario dicho en un tono de broma. Daira volvería a
recordar lo bueno que era Jason al momento de hablar,
tenía un don con ello, incluso fue capaz de aligerar un
ambiente como aquel.
—Será mejor que me vaya —sugirió el conde.
—Iré con usted.
—No creo que sea pertinente, lady Annelise —se adelantó
Daira—. Sigue siendo peligroso, lord Valcop no ha sido
encontrado.
—Estoy por irme, no hay mucho más que pueda hacer, a
menos que quiera matarme en el tren.
—No lo dudaría —dijo el conde—, sería mejor esperar
unos días.
—Me marcharé como lo tengo planeado, no me atacará en
un tren, es estúpido pensarlo. —Annelise caminó segura
hacia la salida—. Ahora, si me disculpan, pienso dejarlos a
todos en paz —sonrió y miró a Mark Melbrook—. A todos
ustedes.
—Por favor —Annelise sintió la mano cálida del conde de
Melbrook deslizándose sobre la suya—. Esta noche, sólo
quiero paz por esta noche. No importa si tengo que
comprarle el boleto, permita que todos quedemos tranquilos
al saberla a salvo.
Annelise mordió sus labios, seguía mirando la atadura en
la que Mark Melbrook la tenía, debilitando su razón,
consiguiendo una aceptación de su parte para quedarse por
esa noche.
—Bien, pero usted me comprará el boleto, ¿me escuchó?
—Tenemos mucho de qué hablar —aseguró el conde.
—Bien, con eso dicho, nosotros nos retiramos —anunció
Jason, abrazando a su esposa—. Como ha dicho mi primo,
las habitaciones están disponibles, Annelise conoce la casa,
espero que puedas dirigir al conde si es que desea quedarse
a dormir.
Jason elevó ambas cejas en una clara burla hacia su
exmujer. La pobre Annelise ardía en vergüenza y no pudo
evitar empujar ligeramente al hombre que hacía tales
insinuaciones.
—Buenas noches a ambos —el tono de la joven Ainsworth
era molesto cuando miraba a Jason. Pero en cuanto veía a
Daira, la mujer sonreía—. Espero que puedas descansar.
—Gracias lady Annelise.
Daira entrelazó su mano con la de su marido, saliendo del
salón de esa forma, dejando a los enamorados en medio de
sus conversaciones que seguro dictaminarían el futuro de su
relación. Tanto Jason como Daira ardían en curiosidad con la
resolución que dieran, puesto que sería beneficioso
deshacerse de ambos. Sin embargo, tendrían que esperar
hasta el día siguiente para saberlo.
—¿Qué crees que pase? —inquirió Daira con nerviosismo.
—Seguro que se ponen de acuerdo y ambos se marchan
—la miró de soslayo—. ¿Te gustaría eso?
—Me fascinaría que Mark no me rondara más, y… —Daira
se mordió los labios— a Annelise la prefiero lejos de ti, así
que espero que pueda ser muy feliz con el conde de
Melbrook.
Jason dejó salir una nueva carcajada antes de tomarla en
brazos, arrinconándola contra una pared para poder besarla
con todo el cariño que sentía por ella. Las manos fuertes del
caballero se deslizaban desde las mejillas suaves de su
mujer, hasta el vientre abultado que resguardaba el milagro
ocurrido gracias a su unión.
—¿Cómo te sientes después de todo este ajetreo? —besó
su frente y se recostó sobre su hombro—. ¿Tienes algún
dolor?
—Bueno, el bebé sigue creciendo y eso provoca que me
duela la espalda —sinceró—, pero no es nada nuevo, ni
ocasionado por los eventos acontecidos el día de hoy.
—¿Quieres que te masajeé?
—Oh, ¿sabes qué sería maravilloso? —Jason elevó una
ceja—. Qué sostuvieras por un momento a tu hijo.
—Me encantaría, mi amor, pero sigue dentro de ti.
—Lo sé, pero hace rato cuando sostuviste mi vientre, sentí
que me quitabas el peso del cielo de la espalda.
—A ver —la volvió para que quedara de espaldas contra
él, pasó sus manos por debajo del vientre abultado y lo
levantó un poco, escuchándola gemir placenteramente—.
¿Mejor?
—Dios… sí —se recostó contra él—, ojalá pudieras hacerlo
todo el tiempo, no me di cuenta de lo pesado que era el
bebé hasta que hiciste esto hace un rato.
—Necesitas descansar, vamos a la habitación.
—¿Estás seguro de que Jack estará bien?
—Quiere a Adrien y si tiene problemas, estamos a unas
habitaciones de distancia. Tienes que descansar en lo que
te sea posible Daira, ¿entendido?
—Sí —sonrió apenada—, creo que me consienten
demasiado.
—Como debe ser.
Jason besó la mejilla de su mujer y la guío hasta su
habitación. Daira se quedó casi inmediatamente dormida,
era de esperarse después de un día como el que tuvieron.
Pero él, por su parte, pretendía hacer guardia en todo lo que
le fuera posible, Valcop era un hombre persistente y, al
estar todas sus presas en la misma casa, el único lugar al
que podía acudir como venganza sería ahí.
Claro que se consideraría un movimiento desesperado,
quizá hasta tonto, estando ahí tantos caballeros dispuestos
a defender a las damas en cuestión, sólo un loco o un
desesperado se atrevería a enfrentarlos, sobre todo
actuando solo. Es verdad que Valcop tenía influencias, pero
no amistades como para arriesgarse por una locura como
una revancha por el supuesto robo de la que fuese su
prometida. No. En definitiva, estaba en una total
desventaja.
Suspiró pesadamente y se reacomodó junto a su mujer,
acariciando el vientre prominente, sonriendo ante los
quejidos molestos entre los sueños de Daira.
—Vamos bebé, deja dormir a tu madre —sonrió Jason—.
No seas tan inquieto, la dejarás exhausta.
Tal y como si lo hubiese escuchado, su mujer suspiró
aliviada y sus facciones mostraron tranquilidad al fin,
respirando apaciblemente después de acercarse un poco
más a Jason. El hombre la besó en diferentes partes de su
cuerpo expuesto y lentamente y sin darse cuenta, se quedó
dormido junto a ella.
Capítulo 40

La calma de la madrugada ayudó a todo hombre con


insomnio a encontrar la paz necesaria como para caer en
los brazos de los sueños. El paso de las horas hizo evidente
que el vizconde Valcop no haría movimientos esa noche, por
lo cual todos podían descansar en lo que les fuera posible.
No era sólo Jason el que se despertaba de cuando en
cuando, preso de un sentimiento de asecho que venía de
todos los rincones de la habitación.
Solía calmarse al ver a su esposa dormida a su lado con
una tranquilidad envidiable. Era extraño que no se hubiese
despertado en alguna ocasión, pero Jason lo agradecía y
trataba de incordiarla lo menos posible cuando miraba de
un lado a otro en la habitación, cerciorándose de que todo
estuviera en orden.
—¿Jason?
—Lo siento amor, vuelve a dormir.
—¿Ocurre algo? —inquirió con una voz cargada de
cansancio, seguramente seguía con los ojos cerrados.
—No, todo está bien, vuelve a dormir.
Ella no lo cuestionó, es más, ni siquiera contestó. Jason
sonrió y buscó liberarse de su firme agarre para lograr
ponerse en pie. Estaba nervioso y quería revisar la
habitación por sí mismo, aunque ya lo hubiesen hecho los
oficiales hacía unas horas.
Revisó el baño de la habitación, los armarios y cada
cortina. Incluso se fijó debajo de la cama como si se tratara
de un niño de cinco años que tenía miedo a la oscuridad. En
definitiva, ahí no había nadie y no era posible que el
vizconde se metiera en una gaveta, aunque para esos
momentos Jason lo dudaba.
—Jason, ¿puedes venir a la cama? —pidió Daira con un
tono de voz completamente despejado del sueño.
—¿Desde hace cuánto estás despierta?
—¿Con tanto movimiento? —sonrió divertida y encendió la
luz de la lámpara en la mesa de noche y se sentó con la
espalda recostada en la cabecera—. Prácticamente desde
que te levantaste de la cama.
—Lo siento mi amor —se acercó a ella y la besó—. No sé
por qué tengo una mala sensación, me encuentro un tanto
alterado.
—Comprendo —Daira dejó su mano sobre la mejilla de su
marido, dándole ligeras caricias con su pulgar—, pero han
revisado la casa y dijeron que ese hombre no estaba.
—Lo sé, pero…
—¡Daira!
El grito lleno de terror les erizó los vellos del cuerpo,
poniéndolos en alerta inmediata y en posterior histeria al
escuchar el sonido de armas siendo disparadas en
reiteradas ocasiones.
—Esa ha sido Pridwen —identificó Daira para después
ponerse en pie al recordar algo importante—. ¡Por Dios,
Jackson!
—¡Daira! —gritó Jason, corriendo detrás de ella—. ¡No
salgas!
Era demasiado tarde, su esposa llegó a la puerta en
medio de su angustia por su hijo y al momento de abrirla,
un nuevo disparo la estremeció y provocó un grito aterrado.
Por fortuna, los brazos de Jason llegaron a tiempo para
apartarla del camino de la bala, cubriéndola con su cuerpo.
—¡Jason! —Daira temblaba y su voz se quebraba sin
remedio alguno, intentando sin éxito darse la vuelta para
ver a su marido a la cara—. Jason, por favor…
—Daira, escucha —susurró cerca de su oído, sin moverse
y aparentando estar desfallecido sobre el cuerpo de su
esposa.
—Vaya, vaya —la voz de Valcop sonó a las espaldas—,
parece que el hombrecito tiene valor, aunque no fue lo más
inteligente que haya hecho, ahora has quedado a mi
merced Daira.
—¡Aléjese de mí! —gritó desesperada, arrastrándose fuera
del cuerpo de su marido, dejándolo boca abajo.
—Te ves preciosa embarazada Daira, ¿te lo había dicho?
—¿Qué ha hecho con Pridwen?
—Todos están ocupados con cosas más importantes que
venir a salvarte, muchacha, eso te lo aseguro.
—¿Cómo es posible? —ella se arrastraba por el piso, en
camisón y en dirección a la cama, sintiéndose acorralada.
—Los oficiales que trajeron —dejó salir una carcajada
burlesca— son buenos para recibir dinero, los conozco
desde hace tiempo.
El vizconde pasó junto al cuerpo de Jason, a quién dio una
patada certera sobre su abdomen, esperando recibir
contestación si es que seguía consciente, pero el conde se
quedó en su posición, sin apenas inmutarse y sangrando de
alguna parte. No entraba en los planes del vizconde el
asesinarlo, deseaba que sufriera la pérdida de su esposa y
posiblemente del hijo que ella llevaba consigo. Ese hombre
merecía sentir la misma humillación que él sintió cuando se
enteró que se casaron, cuando todos en su país sabían que
esa mujer le pertenecía a él por acuerdo con su hermano.
Daira se estremeció y derramó nuevas lágrimas
silenciosas, se puso en pie y protegía su vientre con sus
manos, esperando que fuera suficiente para que el vizconde
no arremetiera contra su hijo.
Nadie la iría a ayudar, a las afueras de la habitación se
escuchaba el desastre que esos oficiales estaban
propiciando como distracción para el resto de los caballeros
en el lugar. Esperaba que Pridwen estuviera bien, pero lo
dudaba, si el vizconde estaba ahí, es porque ya se había
vengado de las personas que le impidieron cumplir sus
malévolos planes.
—¿Qué ha hecho con Pridwen y Annelise?
El vizconde sonrió.
—Lo que se merecían, esas malditas no hicieron más que
meterse conmigo, impidieron que nosotros fuéramos felices.
—Jamás habría sido feliz con usted.
—¿Eso crees? —ladeó la cabeza—. Querida, por favor, no
eres más que la segunda opción del conde, siempre querrá
a su antigua mujer, apenas la vio y casi le hace el amor
frente a ti.
—Eso… no es cierto —negó con dolor.
—Annelise me lo contó, poco les faltó para intimar y si ella
lo hubiera vuelto a intentar…
—No me diga más —suplicó—, por favor, no me diga más.
—Escaparían juntos, te dejarían al cuidado del niño que
tanto quieres y se irían a vivir su cariño por el mundo.
—No es verdad… —se cubrió los oídos—. No es cierto.
—Creo que incluso pensaban irse esta misma noche, quizá
a la mañana siguiente, por eso Annelise está aquí también.
—¡Mientes!
—¿Y por qué lo dudas? —elevó una ceja—. Vámonos, yo
también te puedo dar una vida llena de lujos, pero
amándote como te mereces.
—¡No iré con usted!
—Será a la buena o a la mala, muchacha, a menos que
quieras que el mocoso hijo del conde se muera también.
—¿También? —Daira frunció el ceño—. ¿A quién…?
—¿Quieres una lista?
Daira negó con rotundidad.
—No tenía que ir contra esta gente, a la que quiere es a
mí.
—Y ellos me lo impiden.
—Iré con usted —aseveró—, pero déjelos en paz.
—De acuerdo, es a ti a quien quiero —sonrió—, aunque
falta cumplir con la última condición.
—¿Qué quiere?
—Yo nunca aceptaría a un bastardo.
El hombre elevó el arma, apuntando el vientre de Daira.
—Si me dispara, moriré también, corro el riesgo de morir
—dijo con tranquilidad, sin expresión en su rostro y sin
moverse.
—¿Estás diciendo que cumplirás?
—Sí.
—Entonces —sonrió—, es hora de irnos.
—¿Por qué arriesgarlo todo por esto? —inquirió la joven—.
No tiene ningún sentido.
—Puedo hacerlo, no veo por qué limitarme.
—¿Por un deseo carnal? ¿En verdad arriesga su vida,
negocios y posición sólo para cumplir una fantasía conmigo?
—Simplemente es lo que me corresponde, tú eras mía,
juraron entregarte a mí, pagué por ti —elevó una ceja—, ¿no
lo sabías? Tu hermano cobró una buena cantidad al
entregarte y después no cumplió, ¿Qué querías que hiciera?
—Qué la tomaras contra él, no contra mí.
—Lo hice, te aseguro que saber que estaré tan cerca de ti,
tomándote las veces que quiera y de las formas que quiera
lo hará sufrir por el resto de su vida, porque es lo que él
imaginaba para sí.
—Son repugnantes.
—Tendrás que acostumbrarte, porque tu vida a mi lado
será así.
—Así que eso es todo, ¿una revancha?
—¿Para qué más sirven las mujeres si no es para parir, dar
placer y sacar de quicio a otros hombres? —sonrió de lado
—. Incluso creo encontrar la forma de que me devuelvas el
dinero que tu hermano despilfarró tan sólo dárselo.
—¿Yo por qué pagaría algo que ni siquiera tocaron mis
manos?
—Bueno, seguro que es lo justo, tu hermano no puede
cumplir con la deuda, pero tú sí, seguro que los hombres
harán fila con tal de tenerte en sus brazos por unos
segundos.
—¿Por qué es contra mí?
—Porque te atreviste a huir, te casaste con otro, te
entregaste a otro cuando me pertenecías, incluso estás
esperando un hijo de él. Ninguna mujer puede jugar
conmigo, mucho menos pasar de mí, ¿cómo se te ocurrió
siquiera?
—¿Cómo quería que aceptara? Es un hombre terrible.
—No sabes cuánto princesa, estarás por descubrirlo.
El vizconde se acercó con determinación a la mujer que
dio pasos defensivos hacia atrás, corriendo hasta la pared
más lejana y cerró los ojos, esperando a que todo terminara
de una vez por todas.
—Abre los ojos princesa, será tu primera vez que veas a
un hombre de verdad encima de ti.
—Por favor… —lloró Daira.
—Oh, mi preciosa muchacha, tan inocente y pura.
—Jason… —tembló la joven—. Por favor, basta.
—Pobre chiquilla, él no puede protegerte ahora.
—Se equivoca —dijo la voz del conde con una
determinación que heló la sangre del vizconde Valcop—,
jamás estuvo desprotegida.
Aquella sonrisa retorcida y cruel quedó grabada en el
rostro de aquel horrible hombre para la eternidad, puesto
que no sería capaz de cambiar su expresión después de la
muerte. Jason le había indicado a base de susurros el plan
para que él se hiciera con su arma; ambos sabían lo que
debían de hacer, pero escuchar al vizconde decir tantas
barbaridades drenó todas sus energías. Ella cayó de rodillas
y sostuvo su cuerpo desfallecido con las manos, quedando
elevada gracias a sus cuatro extremidades, mareada y
confusa.
—¡Daira!
—Jackson… —susurró cuando lo tuvo cerca—. Ve por él.
—Pero…
—¡Qué vayas por él! —ordenó, deseando alejarlo de ella.
Jason dudó en su hacer, era obvio que su mujer se
encontraba mal, pero su hijo estaba afuera, quizá asustado
o desprotegido, Daira tenía razón, tenía que ir por él. El
conde meneó la cabeza, se acercó a ella, la levantó del
suelo y la colocó sobre la cama, queriéndola alejar en lo
posible del cuerpo tendido en el suelo.
—No quiero dejarte aquí, estás alterada. Entiende que te
amo Daira, a ti y a nadie más que a ti. Lo que ese hombre
dijo es mentira.
—Estoy bien, por favor, ve por Jack.
En ese momento Pridwen entraba a la habitación con
Jackson en brazos y una rozadura de bala en su mejilla que
no paraba de sangrar.
—¡Pridwen! ¡Oh, por Dios, Jack!
Daira se puso en pie y estiró los brazos hacia ella y el niño
que la acompañaba. Se abrazaron y el pequeño pasó
inmediatamente a los brazos de su madre, donde sollozó
asustado, acogido por Daira y por Jason que los envolvía y
los besaba desesperado.
—¿Qué ha pasado Pridwen? —pidió Jason, aún con su
familia entre sus brazos, negándose a soltarlos.
—Esos hombres nos atacaron mientras dormíamos —dijo
Pridwen atropelladamente—. Yo… bueno, estaba dormida
con Adrien y Jack cuando me dispararon, afortunadamente
sólo fue esto —se tocó la cara— y Adrien reaccionó
rápidamente e hirió al idiota, ¿Saben que son los oficiales?
Mira que la corrupción en…
—Pridwen —interrumpió Jason—. ¿Alguien más está
herido?
—Nil y Lance —asintió—, pero están bien dentro de lo que
cabe, North y Declan los están ayudando. Adrien está…
bueno él…
—¿Qué ocurre? —presionó Daira—. ¿Es que algo pasó?
—En realidad, algo terrible pasó.
Un desgarrador lamento fue lo que prosiguió, dando
crédito a las palabras de Pridwen. Ese sonido sólo podía ser
el preludio de un dolor inimaginable para quién no lo
hubiese sentido en carne propia.
Capítulo 41

A veces parecía que los cielos se hicieran uno con los


corazones pesarosos que se encogían y gemían en medio
del silencio riguroso en aquel camposanto casi desolado. La
tierra recién removida y la lápida con el nombre del difunto
serían el único recordatorio tangible de que existió en ese
mundo. Siempre era deprimente ver pasar a las personas
vestidas de negro, entrando o saliendo del lugar de los
muertos con caras largas y lágrimas derramándose en
silencio, pero era aún peor cuando no se veía nada de
aquello.
Daira se acercó lentamente hasta la lápida y colocó un
arreglo floral en uno de los jarrones tallados en piedra. Dio
dos pasos hacia atrás y colocó las manos sobre los hombros
de la única persona que parecía llorar desde lo profundo de
su corazón.
Con la cabeza agachada y el cuerpo temblando sin
control, Annelise derramaba lágrimas que desde hacía rato
no tenían sonido. La lluvia caía sobre su paraguas del
mismo color oscuro que su vestido, amortiguando los
sonidos que su nariz hacía al momento de sorber su propia
tristeza. Para ese momento, los únicos que la acompañaban
en su desolación eran Jason y Daira.
—Annelise, es momento de irnos —se acercó Jason con
tiento.
—No me iré.
No fue grosera ni tampoco gritó. Más bien fue una petición
que salió más firme de lo que se esperaba. Fue Daira quien
comprendió el dolor que sentía y miró a su marido, pidiendo
que la dejara a solas con ella, al menos que se alejara lo
suficiente como para que así se sintiera. Jason aceptó a
regañadientes, tomó su brazo herido como precaución y se
alejó hasta la reja que daba por terminado la zona donde
descansaban los seres amados de las personas de Londres.
—Nos estaremos aquí el tiempo que necesites Annelise.
—Fue un tonto —dejó salir en medio de las lágrimas—.
¿Por qué lo hizo Daira? ¿Por qué se interpuso?
—Creo que en ese momento se dejó en claro a quién le
pertenecía su corazón —Daira limpió con un pañuelo la
lágrima que salió disparada de los ojos de la joven—. No fue
tras de mí Annelise, se puso delante de ti, te protegió de
ese hombre.
Los labios de la joven Ainsworth temblaron y se vio en la
necesidad de cubrir su rostro con ambas manos.
—Lo rechacé, cuando ofreció que nos fuéramos, le dije
que no —ella negó aún con su rostro atrapado en sus
palmas—. No le creía, pensé que no era más que otra de sus
conquistas.
—Quizá ni él mismo lo sabía hasta que se interpuso entre
esa bala —Daira apartó el cabello que se estaba pegando a
las lágrimas de las mejillas de Annelise—. Creo que fue feliz
de poder salvarte la vida, lo único que te queda por hacer,
es vivirla al máximo.
—Sí —lloró un poco más—. Supongo que sí.
Se quedaron en silencio mientras Annelise lentamente
recuperaba la compostura, sus lágrimas dejaron de salir
después de un tiempo y poco a poco su nariz volvió a recibir
aire con normalidad. Era una mujer elegante y hermosa, su
sombrero con malla hacía el trabajo de cubrir su semblante
desmejorado por el dolor, su postura seguía siendo regia,
como la de cualquier dama de alcurnia.
—Daira, ¿Sería mucho pedir que le trajeras flores cada
semana? —dijo de pronto la mujer, con una voz suave y
sosegada—. Diré a mi hermano que mande un cheque, por
supuesto.
Daira negó repetidas veces con la cabeza y le tomó una
mano enguantada en satín negro.
—No será necesario, salvaste mi vida y la de mi familia —
Daira miró hacia la tumba de su medio hermano—. Lo
menos que puedo hacer es complacerte en esto.
Annelise de pronto dejó salir una risa triste.
—Seguro será el más feliz al saber que recibirá algo tan
hermoso de tu parte —sus ojos se volcaron sobre ella—,
siempre le gustaron tus flores Daira, hablaba todo el tiempo
sobre tu grandiosa habilidad.
—Creo que será mucho más feliz de saber que le tendrás
esa atención —se acercó a ella y le dio un abrazo—. Se feliz
Annelise, tú también te mereces encontrar a alguien que te
ame con toda el alma.
—Soy tan patética —sonrió entristecida—. Le lloro como si
le perteneciera, pero en realidad jamás fui suya ni el mío.
Dios mío, ahora entiendo lo que dicen de los hijos, son un
recuerdo de sus padres y aunque no quiero tenerlos, algo en
mi… no sé, me gustaría al menos tener ese recuerdo, algo
de él.
—Tienes tus recuerdos, nunca se irán.
Annelise se volvió lentamente hacia la persona que
buscaba reconfortarla por todos los medios.
—Eres mejor de lo que jamás pensé —dijo con un fingido
fastidio—. Debo admitir que me resultas un tanto irritante.
—Lamento eso.
Ambas mujeres dejaron salir una pequeña risilla. Annelise
entonces limpió las lágrimas de su rostro con determinación
y sonrió después de dejar salir un suspiro renovado.
—Bien, basta de esto —se dijo—. Debo continuar con mi
vida, como has dicho. Claro que lloraré otro poco, como
debe ser al perder un amor, pero lo superaré
eventualmente. —Ella parecía hablarse más a sí misma,
pero de pronto se volvió hacia Daira—. Creo que, a partir de
ahora, dejaremos de ser la villana de la otra.
—Creo que nunca lo fuimos Annelise.
—Puede ser —elevó una ceja y estiró una mano—.
¿Tregua?
—Sí —sonrió Daira, aceptando el apretón—. Tregua.
—Por cierto, pienso mandarle a Jackson cosas del lugar en
donde me encuentre, no es necesario que le digas que
vienen de parte mía, pero me gustaría que las tuviera, ¿te
molesta?
—Le diré que son de parte de su madre.
—No —sonrió Annelise—, no quiero que tenga ese dolor,
no quiero que sepa que no pude quedarme a su lado. Dile
que es de parte de una tía que lo adora con el alma ¿de
acuerdo?
—Está bien.
—Gracias —Annelise le tomó las manos y sonrió—. Espero
que tengas una vida alucinante… y también espero que
tengas una niña —dijo divertida—. Quiero ver a Jason
sufriendo porque los hombres se le acerquen a su pequeña.
—Oh, eres malévola —dijo divertida.
—Un poco —guiñó un ojo y suspiró con cariño—. Por
cierto, quiero decirte otra cosa.
—¿Qué cosa?
—Jason pudo haberse confundido con mi llegada —
comenzó y aquello provocó un malestar en Daira—. Pero
desde mucho antes ya te había elegido a ti, en serio te ama
y no porque no pueda tenerme sino porque eres a la que
necesita para vivir tranquilo.
—Gracias Annelise —apretó sus manos—, ya no sé si eres
mi villana o una buena amiga, deberías decidir si eres
buena o mala.
—¿Por qué no ambas? —sonrió angelical y caminó sin el
paraguas para que Daira no se mojara.
La joven se giró para observar el caminar de la mujer que
fue todo un acontecimiento en su vida. La vio detenerse
frente a su marido y darle un afectuoso abrazo como
despedida para lo que quizá sería su último encuentro.
Daira sonrió y se dio cuenta de lo necesaria que había sido
su intervención, de esa forma Jason se obligó a superarla y
a darse cuenta que lo que en realidad quería era a su nueva
familia, la que estaba formando con ella.
Aquel día en el que el conde Melbrook murió por recibir el
disparo que iba dirigido hacia la persona que amaba, Jason
había hecho la misma elección, salvaguardando lo que su
corazón más anhelaba proteger, resultando herido, pero
nunca se le había visto tan feliz como cuando se dio cuenta
que Daira estaba intacta.
—¡Daira! —gritó el hombre tras el furor de la lluvia—.
Amor, vámonos, te hará daño.
Dando una última mirada a la tumba del conde Melbrook,
Daira comenzó el descenso de esa colina, tomando su
vientre prominente en el cual resguardaba recelosamente
una vida, llegó hasta los brazos de su marido y se abrazó a
él.
—¿Qué estabas pensando al bajar de esa forma la colina?
¿Qué no ves que por allá hay escaleras? —la regañó tan sólo
alcanzarla.
—Oh, por favor, no pasó nada.
—No seas tan descuidada.
—Sí, sí. ¿Dónde está Jack?
—Adrien y Pridwen se lo llevaron a casa con Bond.
—Será mejor volver.
Al momento de abrir la puerta de su casa fueron recibidos
por el abrazo acogedor de un pequeño rubio que les sonreía
esplendoroso, detrás de él venían su siempre fiel Bond y sus
dos extraños tíos: Adrien y Pridwen, a quienes no sabían si
emparejar o separar.
—¿Cómo ha ido la cosa? —se adelantó Adrien.
—Triste, con lágrimas, un poco solitario —aceptó Jason.
—¿Y lady Annelise? —inquirió Pridwen.
—Se irá en un rato, ha ido por sus maletas a casa de su
hermano. Posiblemente no la volveremos a ver —dijo Daira
con una tristeza que no pensó sentir.
—Es triste que se vaya sola.
—No irá sola —tranquilizó Jason—. Me dijo que va con el
barón Santor, al cual asegura odiar, pero del cual no se
pudo deshacer.
—Bueno, al menos va con alguien —se alegró Pridwen.
—Esperemos que esté bien —dijo Adrien—. Y que se
quede lejos porque en realidad fue una pesadilla que
volviera.
Dejaron salir una risa que pronto se convirtió en una
carcajada que estaba sirviendo para dejar ir la tensión que
se almacenó en sus corazones durante demasiado tiempo.
Comieron juntos, se rieron, charlaron por horas e incluso
salieron a jugar con el pequeño Jack en el jardín. Era una
alegría escuchar a ese niño hablar con mayor confianza y,
conforme pasaba el tiempo, lo hacía delante de más
personas. Resultaba extraño sentir tanta paz, Daira incluso
se creía en medio de un sueño del cual despertaría para
darse cuenta que seguía en una prisión allá en Dinamarca,
lejos de su marido, lejos de su hijo, de Pridwen y de todo lo
que amaba y le era fundamental para vivir.
—¿En qué piensas mi amor? —se acercó Jason,
presionando un beso en su mejilla.
—Pienso… en lo mucho que me gusta Londres —dijo
divertida, lanzando una mirada hacia su esposo—. Pienso en
lo feliz que soy al ver a Jackson reír. Pienso en lo deliciosa
que será la cena, en lo tranquila que me siento justo ahora,
en los nombres para el bebé y también pienso en lo mucho
que te amo.
Una sonrisa iluminó el rostro de su marido, quién se
inclinó y la besó con lentitud, tomándose el tiempo para
saborearla y acercarla suavemente a él, porque era con lo
que más contaban: con tiempo.
—Jason… —ella se separó—. ¿Podrías decir que me amas?
—Daira —suspiró y sonrió—. Mi amor, no necesitas pedirlo
de esa manera, te adoro con el alma y eres el amor que
anhelaba.
—¿Lo dices en serio? —lo miró divertida.
—Sí, lo digo muy en serio —se inclinó y la besó de nuevo
con extrema ternura—. Eres todo lo que necesito para ser
feliz en esta vida, contigo a mi lado, no necesito nada más.
—Además de Jackson.
—Y los posibles hijos que engendremos.
Ella bajó la mirada y acarició la mano que él tenía en su
vientre.
—¡Ey! ¡Ey! —gritó Pridwen cubriendo los ojos del pequeño
Jack para que no viera la escena—. ¡Hay niños pequeños
presentes!
—Iniciando por ti preciosa —sonrió Adrien, recibiendo
gustoso la patada que ella le asestó.
Jason y Daira se alejaron, poniéndose de pie para ayudar
a Adrien a no ser masacrado por la rubia y alejando al niño
que ya se montaba sobre su tío para ayudar a Pridwen a
derribarlo.
Y comenzaron a llegar muchas más personas, como
Lucca, los hermanos de Jason, algunos de sus primos y
amigos, todos respetando a Daira y haciéndola sentir parte
de la familia.
Por fin se dio cuenta que formaba parte de algo, que no
tendría que luchar más por su cuenta, que no estaba sola,
incluso había alguien dispuesto a ponerse frente a ella para
recibir una bala. Jason había dicho la verdad cuando le
propuso matrimonio, a partir de que se casó con él, no tuvo
que luchar más por su cuenta, Daira sabía perfectamente
que Jason siempre estaría para ella, para protegerla, para
cuidarla y lo más importante de todo, para amarla y
proporcionarle la familia que tanto esperó.
Estaba claro que el inicio de su relación no fue el más
armonioso, la etapa de adecuación fue dura y dolorosa, no
eran los más listos para demostrar su cariño o comprender
sus propios sentimientos y definitivamente se habían
confundido en el proceso más veces de las que podrían
llegar a contar. Pero quizá de eso se trataba la vida, de
encontrar los obstáculos que eventualmente se toparían,
aprender de ellos, tomarlos y simplemente pasarlos.
Al final de cuentas, para ellos encontrar las
imperfecciones en lo perfecto ya era parte de su rutina,
porque de alguna forma, hacía de la experiencia algo mucho
más verdadero y alejado de cualquier utopía que se pudiera
crear, les gustaba tener los pies en la tierra y no soñar lo
que debía de ser el amor, sino formar el amor que se
deseaba tener.

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