Las Marcas de La Infancia
Las Marcas de La Infancia
Las Marcas de La Infancia
Desde Imago Agenda me solicitan un escrito acerca del tema “Las marcas de la
infancia”; apenas me encuentro con esta propuesta, me surge una palabra… ¡Bazooka!
La marca Bazooka. La marca del chicle Bazooka, ese que todavía se puede comprar en
los kioscos.
En mis primeros años de niña el único chicle que existía era el Adams. Esos pequeños
cuadraditos mordibles, con gusto a menta, que venían en una cajita amarilla (igual que
ahora). No existían los chicles-globo. Recuerdo todavía, a mis 7 u 8 años, la primera vez
que me puse uno en la boca: ¡el tamaño era inmenso!, ¡llenaba la boca de una manera
desconocida! Hinqué los dientes: ¡el gusto se expandió como una granada de sabor
delicioso adentro de mi boca! No deja de impactarme hasta qué punto puedo revivir esa
sensación ahora, en este tiempo presente en el que tantas veces me es difícil recordar
incluso cuál fue el menú de la cena que con tanto cuidado elegí para mis invitados la
semana anterior.
Las marcas de la infancia, las que quedaron, marcadas en su momento con el fuego del
placer o con el del displacer, son prácticamente indelebles.
Tal como lo hace Lacan, aquí llamo “marca” a lo que Freud llamó “huella mnémica”;
también siguiendo a Lacan a veces me viene bien llamar “letra” a esas marcas. Tanto la
marca/huella mnémica como la letra, cada una, participa en su existencia de lo simbólico
y de lo real. Cada vez que digo o que escribo “marca” tengo presente la extensión que se
le asigna cuando se la denomina “huella anémica”, o la que se le asigna cuando se la
denomina “letra”.
La marca es siempre un efecto del significante y sólo es posible leerla desde el
significante, pero ella, en sí misma, no es un significante. La marca está suelta, no hace
red. No hace red ni siquiera con sus congéneres. Puede llegar a hacer enjambre, pero un
enjambre no es una red. El significante, por su definición misma, está siempre en red,
asociado con otros, metonímicamente intercambiable, metafóricamente creador.
Ya desde la “Carta 52” sabemos que los distintos tiempos de la vida van inscribiendo
distintos conjuntos de marcas entre percepción y conciencia, que Freud denomina
sistema de signos de percepción, inconsciente, preconciente. Su distinta cualidad es
retomada por Lacan, como mínimo, al hablar de las diferencias entre el S1 en tanto
rasgo unario (a mi entender equivalente a la marca establecida en el primer sistema de
signos) y el S2 (siempre significante).
Elijo basarme en estas definiciones para poder hablar más libremente en lo que sigue.
Partiendo de ahí planteo que lo real de la letra tiene una materialidad diferente en su
existencia para cada uno de los tiempos de escritura.
Hace ya tiempo propuse una metáfora: “El Otro escribe sobre el cuerpo del infans”. El
Otro escribe desde los actos cotidianos de quien ejerce función materna, actos que van
sembrando huellas mnémicas, delimitando las zonas pulsionales, comenzando a tallar las
diferentes especies del a (el cual, al igual que el $, todavía no ha terminado de
constituirse: eso lleva tiempo). El Otro escribe sobre el papel del sistema nervioso
central.
“Las primeras letras de esa escritura, las primeras marcas, podríamos decir que son lo
que Freud, en alemán, llamaba Bahnungen, es decir, facilitación (de los caminos
neuronales), o sea, de conjunto, el trazado mismo de la red neuronal. (…) con la idea del
establecimiento de las Bahnungen en función de las experiencias vividas
epigenéticamente, Freud se adelantó casi un siglo. (…) Hoy, el engrosamiento de la vía
en función de la repetición de su uso puede observarse al microscopio. Ya no es tan
sencillo decir que se trata de una metáfora”.1
Ese sustrato vivo, ese real que en la infancia es modelado casi mágicamente por el
significante, tiene también sus propias leyes que le ponen límites y condiciones a la
instalación y la operación de lo simbólico.
Una de estas leyes es la del paso del tiempo, ese mismo tiempo, real y unidireccional
que, más tarde o más temprano, nos lleva inevitablemente a la muerte. Y el sustrato
vivo no se comporta de la misma manera en los primeros meses de la vida que algunos
años después.
Para referirme a la maleabilidad de ese primer tiempo, la metáfora de la escritura sobre
papel se me hace pobre. Pensemos más bien que el Otro escribe sobre arcilla. Cuando la
arcilla es fresca tanto se puede modelar a gusto del artista como dejar grabadas las
marcas o las letras que se quiera. Una vez que pasa el tiempo, ya no es modificable, a lo
sumo se la puede pintar o dibujar letras sobre su superficie.
Por eso, mientras que los síntomas neuróticos son tratables a cualquier edad, con la
única condición de que haya palabra (ya sea para decirla, ya sea para jugarla), no pasa
lo mismo con la instalación de la estructura.
Que la estructura resulte neurótica, perversa, psicótica o autista depende del orden (o
del desorden) en que se inscriban las primeras letras, las primeras marcas, los primeros
S1. Un tratamiento a cargo de un psicoanalista le puede permitir a quien padezca una
estructura psicótica una circulación social más fluida y/o la efectiva realización de sus
posibilidades creativas (por ejemplo) pero difícilmente modifique su estructura.
Las marcas que les indican a los bebés y a los niños pequeños cuales son, tanto los
límites de su cuerpo como los de sus posibles acciones, las marcas que les indican cuales
son los objetos deseables para ellos y cuales no, las marcas que les permiten
introducirse en los vaivenes del fort-da, están encontrando problemas en su instalación.
En la misma época en que ha quedado demostrado que personas con problemas
genéticos tan importantes como el Síndrome de Down pueden acceder a un desarrollo y
a una vida prácticamente normal en lo cotidiano con la única condición (casi) de que se
les otorgue un lugar de supuesto sujeto desde el principio, en la misma época en que
esto acontece, ocurre también la inversa: chiquitos que han nacido con una biología
ubicada dentro de parámetros normales no reciben las marcas que les hubieran
permitido convertirse en sujetos deseantes.
Si todo niño depende de quienes lo alojan como padres, todo padre se sostiene y aloja
en el Otro social, en la comunidad, en la cultura, en las relaciones de producción. Algo
está fallando a lo grande en el sistema de transmisión de marcas que posibilita a nuestra
especie como humana.
Esperamos, suponemos, que se trata de un tiempo de transición y que algunas ideas
saludables que aporta el psicoanálisis para la crianza de los niños volverán a reubicar su
lugar en nuestra cultura.
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1. CORIAT, Elsa, El psicoanálisis en la clínica de bebés y niños pequeños, Cap. XVIII:
Proyecto de neurología para psicoanalistas, Buenos Aires, La Campana, 1996, página
222.
2. CORIAT, Elsa, Tiempos difíciles para los niños pequeños, inédito, escrito presentado
en la Reunión Lacanoamericana de Buenos Aires, octubre/noviembre de 2013.