Sostenibilidad en La Escuela-D

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¿QUÉ SIGNIFICA SOSTENIBILIDAD PARA LA ESCUELA?

Joseba Martínez Huerta


Mayo 2010

Autor: Joseba Martínez Huerta

Profesor de Educación Secundaria y doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación.


Autor de numerosos artículos y publicaciones, colabora con la Cátedra UNESCO
sobre “Desarrollo Sostenible y Educación Ambiental” de la Universidad del País
Vasco y trabaja como asesor en Ingurugela (Centro de Educación e Investigación
Didáctico-Ambiental, dependiente del Gobierno Vasco) dinamizando proyectos de
educación para la sostenibilidad.

Queda autorizada la reproducción de este artículo, siempre que se cite la fuente, quedando
excluida la realización de obras derivadas de él y la explotación comercial de cualquier tipo.
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protegidos por la ley.

Sostenibilidad supone más que reciclar papel, separar los residuos o cerrar el
grifo mientras nos lavamos los dientes. Significa encontrar soluciones que
mejoren la calidad de vida de la gente sin degradar el medio ambiente,
acumular problemas para el futuro o transferirlos a otras partes del mundo. Es
una agenda de innovación que nos invita a repensar cómo organizamos
nuestras vidas y nuestro trabajo. El concepto de sostenibilidad ofrece un
paraguas bajo el cual los centros educativos pueden relacionar un gran abanico
de acciones y/o proyectos, dándoles un valor añadido y consiguiendo una mayor
eficiencia. Proponemos a continuación algunas de las claves que nos permiten
comprender el profundo significado del reto –a la vez que oportunidad- que
supone el aprendizaje para la sostenibilidad.
EMPRENDER UN VIAJE COLECTIVO

Integrar la educación para la sostenibilidad en la cultura y la vida de la escuela


no es un proyecto más. Es uno de los mayores retos que tenemos planteados
para participar, también desde la escuela, en la construcción de comunidades
sostenibles. Supone emprender un viaje colectivo (Martínez Huerta, 2010). Un
viaje, con incertidumbres, que se integra en una de las grandes aventuras de la
humanidad: la búsqueda de la sostenibilidad. Esta búsqueda no es una
iniciativa más, u otro requerimiento a añadir a la ya larga lista de tareas. Es un
nuevo modo de pensar, un enfoque compartido del desarrollo de la escuela y su
mejora.
El aprendizaje para la sostenibilidad no es un nuevo programa o línea
transversal; es el núcleo, la esencia ética de la actividad de la comunidad
escolar que ayuda a gente de todas las edades a comprender mejor el mundo.
Es una referencia a través de la cual la escuela puede valorar su contribución
al futuro de su alumnado.
En realidad, aprender para la sostenibilidad constituye una forma de viajar más
que un destino determinado al que llegar. Dicho de otra forma, este viaje de
aprendizaje tiene destino pero no final, siempre podemos seguir aprendiendo
para acercarnos más a la sostenibilidad de la escuela y la comunidad.
Cada centro educativo trabaja en un contexto definido por su trayectoria, sus
planes, su entorno y las expectativas de su comunidad educativa. Es por ello
por lo que cada escuela decidirá cuál es la mejor vía para satisfacer las
necesidades de su alumnado y su comunidad. No existe, por lo tanto, un
itinerario único, ni un guión estricto a seguir. Es posible avanzar hacia las
metas por caminos diferentes.
El viaje de la escuela hacia la sostenibilidad está guiado por el principio de
atención y cuidado. Éste incluye el cuidado de sí mismo/a, el cuidado para con
los demás –aunque algunas personas estén lejos en el tiempo y/o en el
espacio- y el cuidado del medio ambiente, tanto desde una perspectiva local
como global. Estas atenciones y cuidados se manifiestan a través de nuevas
vías y contextos, abriendo los ojos del alumnado a la posibilidad de una vida
sostenible. Esto, además, ayudará a crear un sentimiento de responsabilidad
compartida por mejorar la escuela y la comunidad.
Hemos de tener en cuenta que realizar este viaje exige cambios, y que cambiar
es difícil para las organizaciones estables –la educación formal está compuesta
por organizaciones estables-. Puede ser útil, al menos durante el periodo de
transición, crear sistemas y estructuras temporales. Esto puede significar
contar con la asesoría de personas expertas que nos ayuden a diseñar los
proyectos y a visualizar caminos alternativos. La sostenibilidad es un concepto
amplio que engloba múltiples cuestiones. La experiencia demuestra que es
mejor empezar poco a poco, pero con una perspectiva integradora y
participativa, aprovechando muchas de las cosas que ya se hacen y dotándoles
de un marco común y coherente.

CAPACITAR PARA EL FUTURO

La escuela tiene un importante papel que jugar en dos aspectos fundamentales:


aumentar la conciencia y el aprendizaje de niños, niñas y adolescentes sobre la
sostenibilidad -proporcionándoles las habilidades que necesitan para participar,
ahora y en el futuro, en los proyectos encaminados a conseguirla- y desarrollar
hábitos sostenibles.
Como lugar de aprendizaje, la escuela puede ayudar al alumnado a entender su
impacto sobre el planeta, a valorar las evidencias por sí mismos/as, y a darles
los conocimientos y las habilidades que necesitan para ser miembros activos
de la sociedad.
Como ámbito de acción, la escuela -desde la innovación y la mejora- puede
mostrar formas de vivir que sean modelos de buenas prácticas para el
alumnado y su comunidad, ofrecerles la oportunidad de concretar la idea de
desarrollo sostenible a través de las experiencias de aprendizaje diarias y
contribuir a una vida sostenible (Martínez Huerta, 2009).
Dar protagonismo al alumnado para hacerse responsables de su propio futuro
no sólo es deseable, es un rasgo característico de una escuela que avanza
hacia la sostenibilidad. Así lo hemos constatado en el proyecto de investigación
titulado “La participación de niños/as y adolescentes en el Desarrollo
Sostenible. Metodologías y herramientas” (Hornilla, et al., 2007)1.

En efecto, niños, niñas y adolescentes se juegan mucho en relación con el


futuro y los retos que les depara. No sabemos cómo será ese futuro, salvo que
entre los potenciales peligros también existen hermosas oportunidades. La
escuela es una de ellas.
Teniendo en cuenta que no conocemos las respuestas, debemos prepararles
para el tipo de retos que deberán afrontar. Como educadores y educadoras
tenemos la tarea de capacitarles - proporcionándoles las habilidades que
necesitan para participar, ahora y en el futuro en su comunidad- para una vida
sostenible; y la mejor manera de hacerlo es a través del modelo de las buenas
prácticas2.

Una escuela que avanza hacia la sostenibilidad es una comunidad de


aprendizaje que aborda su desarrollo y mejora desde un enfoque global e
integrado; se guía por principios acordes a esa sostenibilidad, es eficiente -
consume menos energía, agua y materiales, y produce menos residuos-,
participa en la mejora de la comunidad y el medio donde vive el alumnado, y le
ayuda a aprender -tanto en el aula como a través de experiencias directas de
cómo funciona su escuela y su entorno-.

APOSTAR POR UNA EDUCACIÓN TRANSFORMADORA


La escuela es un órgano reproductor de la cultura dominante, pero también
puede ser una institución capaz de crear nuevas estructuras, nuevas formas de
sentir, de pensar y de actuar. Una escuela que se plantea viajar hacia la
sostenibilidad ha de tener voluntad de ser transformadora, y se caracteriza por
promover un ambiente de aprendizaje (WWF-UK, 2006) que:
• Rompe las tradicionales barreras entre disciplinas.
• Se centra en quien aprende, promoviendo experiencias prácticas
de aprendizaje.
• Impulsa y modela un enfoque participativo y de trabajo en
equipo.
• Estimula el pensamiento crítico y la construcción de capacidades.
• Ayuda a establecer relaciones y conexiones.
• Desarrolla competencias para la acción, y proporciona oportunidades para
llevarla a cabo.
• Permite reflexionar sobre el propio aprendizaje y evaluarlo.
• Prepara para embarcarse en un aprendizaje a lo largo de la vida.
En definitiva, apostar por educar para la sostenibilidad significa definir un
proyecto educativo que determine un estilo –de aprendizaje, de
organización, de toma de decisiones y de relación entre las personas- y
una cultura escolar acordes con los valores afines a esa sostenibilidad.
Un proyecto educativo que, además, potencie una reflexión constante
acerca de lo que se enseña y del significado de la evaluación.
1
En este proyecto de investigación participaron cuatro centros educativos de la Comunidad
Autónoma del País Vasco, coordinados y asesorados por Ingurugela-CEIDA y por el
Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad del País Vasco. Contó,
asimismo, con el apoyo de la Cátedra UNESCO de Desarrollo Sostenible y Educación
Ambiental de la Universidad del País Vasco.

2
Un caso concreto lo podemos encontrar en la Agenda 21 Escolar del País Vasco (Benito, et
al., 2008). Se trata de un programa de educación para la sostenibilidad, dinamizado por
Ingurugela-CEIDA, que se basa en la participación de la comunidad educativa -con especial
protagonismo para el alumnado-, fomenta la gestión responsable y sostenible -tanto en el
centro escolar como en el municipio- e impulsa la innovación educativa. Por todo ello, en 2007,
UNESCO incluyó la Agenda 21 Escolar del País Vasco entre las iniciativas consideradas como
buenas prácticas de educación para la sostenibilidad, en el marco de la Década de Naciones
Unidas para la Sostenibilidad 2005-2014.

REVISAR LOS ESTILOS DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE

La comprensión de cómo aprendemos es esencial. A lo largo de los últimos


años, la investigación educativa -más concretamente la investigación sobre
aprendizaje significativo, estilos de aprendizaje o inteligencias múltiples- nos ha
ayudado a entender mejor los procesos de aprendizaje, y a identificar
diferentes formas de abordarlo. Para el profesorado es muy importante ser
consciente de su propio estilo de enseñanza – que puede ser una combinación
de estilos- porque refleja el propio estilo de aprendizaje, y con este
autoconocimiento es más fácil ayudar al alumnado a descubrir los suyos (WWF-
UK, 2006).
Para ello, podemos plantearnos cuestiones sobre nuestra práctica, como las
siguientes:
• ¿Presentamos la información a través de una combinación de diferentes
medios -visuales, auditivos, dinámicos, etc.-?
• ¿Proponemos actividades que requieran el uso de los sentidos y el
movimiento, utilizando múltiples cauces y recursos didácticos -experiencias
prácticas y directas, dramatizaciones, expresiones artísticas y plásticas,
etc.-?
• ¿Ayudamos al alumnado a conocer sus estilos de aprendizaje y a
potenciarlos, eligiendo las estrategias más eficaces?
• ¿Promovemos el desarrollo de los diferentes tipos de inteligencia?
(Gardner, 1995).
• ¿Ofertamos una variada y equilibrada gama de tareas y actividades para
ser conscientes del aprendizaje realizado, y valorarlo?
• ¿Desarrollamos estrategias para aprender a aprender?
Una forma de conocer diferentes estilos de enseñanza-aprendizaje, y de
enriquecer las situaciones de aprendizaje que proponemos, es trabajar en
equipo; lo que a su vez es un modelo para el alumnado. El “pensamiento
colectivo” es más rico que el “pensamiento individual”. Aquél, sin embargo,
no se produce de forma automática por el simple hecho de que varias personas
se reúnan. Incluso, a veces, se puede convertir en un problema –pérdida de
tiempo, motivaciones y concepciones diferentes, interferencias, etc.-. Sin
embargo, gestionado de forma apropiada, el pensamiento colectivo ofrece
posibilidades a las que no puede llegar el individual (Cembranos y Medina,
2006)3.

DESARROLLAR COMPETENCIAS PARA LA ACCIÓN

El deseo de actuar en un sentido determinado está relacionado con la


interacción social que se produce al compartir sentimientos y emociones.
Capacitar para la acción necesita la existencia de grupos sociales capaces de
desarrollar ambientes emocionalmente estimulantes, en los que los individuos
encuentren ventajas en actuar.

Adquirir la capacidad de actuar no es consecuencia de actividades puntuales.


Requiere una inmersión en ambientes que ponen en práctica lo que predican.
Es preciso que toda la comunidad educativa participe en esta labor identificando
problemas, generando propuestas, tomando decisiones y aplicándolas.

Algunos programas se plantean en torno a la creencia de que el conocimiento


conduce a la comprensión, la comprensión lleva al interés y éste motiva el
desarrollo de habilidades y la acción. Sin embargo, tenemos suficientes
evidencias, a través de la experiencia y la investigación, como para afirmar que
esta secuencia no se da, al menos automáticamente. La secuencia debería
empezar por las cuestiones y problemas que interesan a quienes aprenden,
ayudándoles a desarrollar las competencias para la acción a través del
aprendizaje basado en la comunidad. Las competencias para la acción implican
la capacidad de imaginar alternativas, clarificar los valores e intereses que
soportan las diferentes visiones y elegir entre diferentes soluciones. Esto incluye
desarrollar las habilidades que una ciudadanía informada y activa necesita para
evaluar, planificar y actuar. La capacidad de actuar lleva consigo el
conocimiento, no sólo del problema y sus síntomas, sino también de sus raíces
– cómo impacta en la vida de la gente, qué formas hay de enfocarlo y cómo
diferentes tipos de soluciones sirven a diferentes intereses (Fien, 2003).
La educación para la sostenibilidad promueve un proceso de aprendizaje activo,
que pretende ayudar a desarrollar competencias para la acción; esto es,
capacidades para imaginar, investigar, planificar y actuar (WWF-UK, 2006). Se
trata de un proceso en espiral, en el que avanzamos a través de sucesivos
ciclos. En cada uno de esos ciclos podemos señalar los siguientes pasos:
Motivación. Quienes aprenden tendrán una mejor disposición para buscar y
construir conocimiento si:
• Empezamos por lo que conocen sobre el tema.
• Les animamos a que imaginen alternativas.
• Preguntamos y hablamos sobre sus vidas, sus intereses y sus aficiones.
• Ofrecemos oportunidades para expresar emociones.
• Demostramos que valoramos su conocimiento, experiencia y trabajo.

• Facilitamos cauces para mostrar el trabajo en curso y/o realizado.


• Comunicamos expectativas positivas y planteamos retos atractivos.
• Proponemos tareas en las que puedan experimentar a diario sentimientos de
éxito y afirmación.

3
Estos autores nos ofrecen sugerencias y propuestas interesantes para ello.

Construcción de conocimiento. Tradicionalmente se ha visto a quien aprende


como receptor de ideas y conocimiento, como si se tratara de un recipiente
vacío que había que llenar. Sin embargo, el protagonismo es de quien aprende,
siendo responsable de su propio aprendizaje. Quien enseña debe facilitar la
asunción de esta responsabilidad, pasando a ser guía y facilitador/a. Así,
podemos:
• Hacer que las preguntas -y el preguntar- formen parte sustancial de la
cultura de la escuela.
• Aclarar desde el principio qué pretendemos conseguir.
• Animarles a que tengan sus propios objetivos.
• Consultarles sobre sus propias metas y aspiraciones.
• Estimular el uso de métodos y formas de estructurar el pensamiento y el
trabajo.
Establecimiento de conexiones. Hemos de promover un ambiente de
aprendizaje que anime a quien aprende a pensar y actuar de forma que tenga
sentido para su vida y su formación, más allá de superar un examen. Por lo
tanto, deberíamos ayudarles a:

● Conectar el nuevo aprendizaje con lo que ya saben,


entienden o pueden hacer.
● Transferir el conocimiento y las habilidades de unos
temas y contextos a otros.
● Formular sus propias preguntas.

● Visualizar y discutir la relevancia del aprendizaje para su vida.

Acción. Diversas investigaciones han mostrado que las habilidades para actuar
socialmente que se enseñan sin un conocimiento relacionado no conducen
necesariamente a comportamientos responsables. También hay evidencias que
sugieren que no hay una necesaria progresión desde conocer y entender a la
toma de conciencia, o que la toma de conciencia motive el desarrollo de
habilidades o la acción. Para promover la competencia de actuar en el
alumnado es conveniente:

● Alentar la adquisición y consulta de información a través


de diferentes fuentes.
● Darles la oportunidad de trabajar con temas reales, y
ejercer la competencia de actuar.
● Estimular su participación en el diseño, la realización y la
evaluación de planes de acción.
● Prepararles para aprender de posibles fracasos, y cómo
superarlos.
● Implicar en los proyectos a toda la comunidad escolar.

Reflexión. Ayudar al alumnado a revisar y reflexionar sobre su propio


aprendizaje es parte del proceso de evaluación global, y parte esencial del
proceso que estamos planteando. En consonancia deberíamos:
• Ayudarles a ser conscientes de su proceso de aprendizaje, para lo cual
deberemos reservar un tiempo determinado.

• Ofrecerles oportunidades para que evalúen lo que han aprendido,


reflexionando sobre cómo han realizado tareas, resuelto problemas y dado
sentido a lo que han aprendido, valorando lo que ha ido bien y lo que podía
haber ido mejor, etc.
• Animarles a incorporar elementos multisensoriales en sus valoraciones
comunicaciones.

• Estimularles para que generen sus propias preguntas y que expliquen


su pensamiento.

• Ayudarles a transferir el conocimiento a contextos no escolares.

ADOPTAR UN ENFOQUE GLOBAL E INTEGRADO

No podemos hablar de educación de calidad sin un aprendizaje para la


sostenibilidad, porque la escuela debe preparar a las nuevas generaciones
para desempeñar un papel activo en la búsqueda de soluciones a los temas
locales, que necesariamente tendrán conexiones con los globales, y para vivir
de forma más sostenible. De esta forma, el aprendizaje para la sostenibilidad
ha de inspirar la misión y el ethos de la escuela, obligándonos a adoptar un
enfoque integral, que implique a toda la comunidad, e incida en todos los
aspectos de la vida escolar. Nos brinda, de esta forma, la oportunidad de
integrar diferentes iniciativas y proyectos bajo una visión poderosa y coherente.
Esto se refleja en una serie de ámbitos que podemos agrupar en cuatro
dimensiones:
Currículo y procesos de enseñanza-aprendizaje. El currículo y los procesos
de enseñanza aprendizaje han de favorecer la comprensión de la idea de
sostenibilidad y cómo puede concretarse en la comunidad. Deben desarrollar,
asimismo, los valores y las habilidades que el alumnado necesita para hacer
contribuciones positivas en el lugar donde vive. Las prácticas de enseñanza-
aprendizaje han de responder a las necesidades e intereses del alumnado, y
ofrecer oportunidades para explorar temas de la vida real, en contextos locales
–relacionados con los globales-.
Organización y formas de trabajo. Como en todo sistema, en la escuela
debemos considerar las interacciones -que manifiestan el conjunto de
relaciones, acciones y reacciones que se producen en el sistema- y la
organización -que expresa el carácter constitutivo de esas interacciones y
vertebra la idea de sistema- (Morin, 1984). Las formas y modelos de relación,
de organización y de toma de decisiones reflejan los valores que dominan en la
comunidad, y modelan el contexto en el que se desarrolla la acción educativa.
Por ello, representan elementos significativos para avanzar en la línea que
queremos.
Comunidad. La escuela es una comunidad en la que podemos reconocer
diferentes colectivos que comparten un objetivo común: el Proyecto Educativo
de Centro. Entre esos sectores están, evidentemente, el alumnado y el
profesorado, pero también las familias y el personal de administración y de
servicios educativos y complementarios -que también trabaja para mejorar la
calidad educativa-. Esta comunidad escolar es parte de una comunidad más
amplia, con la que establece múltiples relaciones. Así, la escuela estará en
contacto con antiguos/as alumnos/as, representantes de la administración local
y educativa, empresas suministradoras, comerciantes locales, asociaciones
culturales y deportivas, organizaciones no gubernamentales, otros centros
educativos, etc. Asimismo, la escuela puede participar en foros o redes de
trabajo, algunos de carácter internacional, con lo que también estará abierta a
la comunidad global.
Gestión de espacios y recursos. La gestión que se hace en el centro debe ser
coherente con su filosofía, y reflejo de sus metas, permitiendo experimentar y
concretar la sostenibilidad en el día a día. Así pues, debemos valorar nuestras
actuaciones de cara a establecer políticas y prácticas de mejora en la gestión
sostenible de la escuela.

ACOMETER UN PROCESO DE MEJORA CONTINUA

Hace años que venimos ensayando y desarrollando procesos de innovación e


investigación educativa en torno a la educación para la sostenibilidad, y hemos
podido comprobar que ésta puede catalizar el aprendizaje y la renovación
pedagógica, así como que los procesos basados en la reflexión sobre la
práctica son una potente herramienta de cambio y mejora (Cantera, et al.,
2006; Hornilla, et al., 2007; Martínez Huerta 2006; 2010).
Si algo hemos aprendido en estos años es que cada comunidad educativa debe
hacer su viaje siguiendo su propio camino, asumiendo su realidad y sus
circunstancias, con sus dudas y sus certidumbres, con sus progresos y sus
momentos de estancamiento. Podemos y debemos buscar ayudas externas,
pero nuestro proyecto -en el que volcamos nuestras experiencias, ilusiones, y
también los desengaños
marcará la hoja de ruta de nuestro viaje.
En la medida que trabajamos en colaboración -para que la escuela sea una
organización que aprende y mejora la práctica- entramos en un proceso de
mejora continua: una espiral de planificación, acción, reflexión y aplicación del
aprendizaje realizado.
Planificación. Si planificamos con antelación -para identificar las barreras
potenciales, involucrar y lograr el compromiso de las y los posibles
participantes, ordenar los proyectos por prioridad, etc.- aumentamos las
posibilidades de éxito. Invertir en planificación nos permite reflexionar, mantener
una estrategia y no dejarnos llevar por las circunstancias de cada momento.
Sólo una vez que esté definida la estrategia, se podrá pensar en los elementos
operativos. Un error bastante frecuente es pensar “qué acciones hacer” sin
abordar suficientemente el “para qué las hacemos”. Por otra parte,
contrariamente a lo que a veces parece, los materiales no son un elemento
estratégico, sino elementos operativos, que dependerán en su concepción y
elaboración de lo definido en la estrategia.
Es en esta fase donde hemos de definir lo que queremos conseguir, qué
proceso vamos a llevar, quiénes van a participar, cómo sabremos si hemos
conseguido lo que nos proponemos –es decir, qué y cómo vamos a evaluar-,
etc.
Acción. Una vez que tenemos claro lo que queremos conseguir, será útil
establecer un plan de acción donde concretemos las acciones a realizar, quién
las realiza, cuándo y qué recursos son necesarios. A medida que vamos
aplicando el plan y desarrollando las acciones, deberemos ir haciendo un
seguimiento del proceso e ir recogiendo la información que nos permita evaluar
el mismo. Asimismo, iremos abordando los problemas que surjan y adaptando
la planificación realizada a la realidad de cada momento.
Reflexión. Un enfoque sistemático, participativo y formativo de la labor de
seguimiento y evaluación es fundamental para desarrollar una buena práctica
en una organización que aprende. La evaluación debe estar contemplada
desde la planificación y ayudarnos a saber qué ocurre durante el proceso, qué
hemos conseguido, qué ha ido bien y qué podía haber ido mejor. En definitiva,
nos sirve para reflexionar sobre la práctica, saber en qué medida estamos
consiguiendo los objetivos propuestos, y ser conscientes de lo que hemos
aprendido.
Aplicación. La reflexión sobre la práctica es una importante fuente de cambio y
aprendizaje. Éste, sin embargo, muchas veces se produce de forma
inconsciente e individual. Necesitamos hacerlo explícito, registrarlo, compartirlo
y utilizarlo para mejorar futuras actuaciones. En esta fase tomaremos en
consideración lo aprendido, para actuar en consecuencia e integrarlo en nuestra
organización y nuestra práctica.
Desarrollar la educación para la sostenibilidad no consiste en realizar la mayor
cantidad posible de acciones, sino en promover conciencia, aprendizaje y
compromiso mediante estas acciones.

BIBLIOGRAFÍA
BENITO, J., ET AL., (2008): Guía de la Agenda 21 Escolar. Educar para la
sostenibilidad. Gobierno Vasco, Vitoria-Gasteiz.

CANTERA, A., ET AL., (2006). Proyecto para una escuela de calidad ambiental.
Gobierno Vasco, Vitoria-Gasteiz.
<http://www.ingurumena.ejgv.euskadi.net/r49-6172/es/contenidos/libro/
escuela_calidad_ambiental/es_pub/indice.html>

CEMBRANOS, F. Y MEDINA J. A. (2006). Grupos inteligentes. Teoría y práctica del


trabajo en equipo. Popular, Madrid.

FIEN, J. (2003). “Education for a Sustainable Future: Achievements and Lessons from a
Decade of Innovation, from Rio to Johannesburg”, en International Review for Envirinmental
Strategies, Vol 4, nº 1, Institute for Global Environmental Strategies.

GARDNER, H. (1995): Inteligencias múltiples. La teoría de la práctica. Paidós Ibérica,


Barcelona.

HORNILLA J. M., ET AL., (2007). La participación de niños/as y adolescentes en el


Desarrollo Sostenible (Investigación apoyada por la Cátedra UNESCO sobre Desarrollo
Sostenible y Educación Ambiental de la UPV/EHU. Inédito).

MARTÍNEZ HUERTA, J. (2006). “El reto de educar para la sostenibilidad: una visión
desde Ingurugela-CEIDA”. En Congreso de Estudios Vascos (16º. 2005. Bilbao).
MARTÍNEZ HUERTA, J. (2009). “Educación para la sostenibilidad”, en Manual de
Educación para la sostenibilidad. Unesco Etxea, Bilbao.
< http://www.unescoeh.org/ext/manual_EDS/unesco.html >

MARTÍNEZ HUERTA, J. (2010). Viaje a la sostenibilidad. Una guía para la escuela. Los
Libros de la Catarata, Madrid.

MORIN, E. (1984). Ciencia con consciencia. Anthropos, Barcelona.

WWF-UK. (2006). Planning a Learning for Sustainability classroom topic. A guide to


quality teaching and learning. WWF-UK, Godalming.
<http://www.wwflearning.org.uk/data/files/planning-guide-generic-section1-final-426.pdf>
[Consulta 20/ 04/ 2009]

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