PEIERCE
PEIERCE
PEIERCE
Un signo o representamen es algo que representa algo para alguien en algún aspecto o carácter.
Se dirige a alguien, es decir, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o, quizás aún,
más desarrollado. A este signo creado, yo lo llamo el Interpretante del primer signo. El signo está
en lugar de algo, su Objeto. Representa este Objeto no en todos sus aspectos, pero con referencia
a una idea que he llamado a veces el Fundamento del representamen.
1. Respecto de la concepción pragmática, Peirce considera signo como algo que puede servir a la
realización de una operación central de la inteligencia: la unión o síntesis de la experiencia. En
este sentido, cualquier cosa puede ejercer la función de signo. Algo funciona como signo
porque puede ocupar el lugar de aquello [el referente/objeto] de lo que está siendo signo,
para una mente capaz de admitir esa sustitución.
2. En cuanto a la concepción ampliación, para Peirce el signo no se restringe al fenómeno
contexto humano, de modo tal que las señales e indicadores del mundo natural (físico,
químico o biológico) pueden ejercer la función de signo para quien es capaz de reconocer en
tales elementos materiales un representante: por ejemplo, el gruñido de un animal, la
apertura de la mandíbula, y/o el lanzarse a correr en nuestra dirección, pueden ser tomados
(por separado o conjuntamente) como signo anticipatorio de un ataque por parte de un sujeto
humano, pero también por parte de seres vivientes no humanos. Incluso una señal físico-
química, como el humo, podrá ser un signo de “fuego” en tanto un intérprete pueda realizar
esa asociación.
Es decir, un signo es algo (cualquier cosa) que esté en lugar de, o sustituyendo a otro algo
(cualquier otra cosa), para alguien (un intérprete), que sabe interpretar, en base a ese aspecto
particular (fundamento del signo), el todo del objeto al que el signo reemplaza.
concibe al signo como un proceso. Esto quiere decir que llama signo a una operación de sentido, y
no sólo a la dimensión material que inicia el proceso.
Se afirma, por lo tanto, la no necesidad del carácter lingüístico del signo; más aún, el signo no
tiene ninguna naturaleza específica o carácter que lo determine más que su materia y forma
semiótica, porque lo único que define la existencia del signo es que alguien tome algo presente en
reemplazo de otra cosa ausente. Y, finalmente, la definición parece requerir como única garantía
para la semiosis, la existencia de un intérprete; el signo puede ser un fenómeno de la naturaleza,
así como un fenómeno humano inintencionado, a condición de que pueda ser tomado por alguien
como signo de algo. En otras palabras, porque el signo puede ser cualquier cosa, no necesita que
un ser humano lo produzca, y porque no requiere un productor humano como punto de partida, el
signo, entonces, no tiene porqué ser intencional.
Para el autor parece suficiente con que haya una mente capaz de unir el representamen con un
referente, el algo por otra cosa. Una cierta inteligencia capaz de tomar un estímulo significante
como representación de otra cosa, podría operar con signos.
“Defino a un Signo como cualquier cosa que está así determinada por otra cosa, llamada su
Objeto, y que determina un efecto sobre una persona, efecto que llamo su Interpretante, de modo
que éste es por tanto determinado de manera mediata por aquél.”
Peirce dice en esta segunda parte que el intérprete, enfrentado a un signo (por ejemplo la
palabra /mesa/), pone a funcionar un sistema de signos traductores o transformadores semióticos,
que tienen la función de representar al signo primero.
cuando en el ámbito jurídico se dice que un abogado me representa, o que los gobernantes de un
país son representantes del pueblo, se pretende significar que el sentido de los representados sólo
se hace real en el ámbito jurídico por medio de representantes. Estos últimos hablan por los
primeros.
el interpretante no es un signo, sino que un signo puede realizar la función del interpretante, en el
mismo sentido que la función presidencial no se confunde con la persona que realiza la función.
Cualquier tipo de signo puede ser un interpretante para otro signo.
en la propuesta de Peirce esta función supone varias acciones posibles: representar, explicar,
implicar, traducir, recordar, inferir, definir, describir, interpretar, aclarar, develar. Lo que todas
estas acepciones tienen en común es que ellas recrean el sentido latente de un signo, tienen la
capacidad de hablar en nombre de ese signo, que por sí solo no tiene voz.
Ejemplos de interpretantes:
Pero la traducción no sólo existe entre signos de diferente naturaleza material (una pintura
traducida por una oración) sino también puede haber traducción entre signos de igual naturaleza.
De hecho, cuando hablamos de traducir, generalmente asociamos esta actividad con el pasaje de
un texto en un idioma a otro distinto; si yo estuviera delante de un texto en inglés (Bloody
Sunday), y no tuviese competencia lingüística en ese idioma, la traducción que alguien puede
ofrecerme [Domingo sangriento] estaría oficiando de interpretante.
Al interior de un mismo sistema semiótico (signos de una misma naturaleza, como es el caso de
idioma), encontramos también “definiciones”, y “explicaciones” que alguien puede ofrecer/dar
respecto de una idea compleja, a la cual no se le puede dar un sentido sin la intervención de esos
operadores semióticos.
Una definición enciclopédica del vocablo Cuervo es un interpretante, como también lo sería una
definición popular, proveniente de la jerga futbolera. Incluso, esta misma explicación de la teoría
sobre el interpretante de Peirce, que yo ahora mismo estoy exponiendo mientras escribo,
pretende constituirse en un interpretante efectivo de esa misma teoría de referencia.
También la praxis vivida puede oficiar de interpretante para cierta experiencia. Por ejemplo:
Cuando mi hija tenía 6 ó 7 años, estaba haciendo una tarea para la escuela. En ese momento yo
pasaba por donde ella estaba sentada, y la noté ofuscada y de mal humor, entonces le pregunté
qué le pasaba, a lo cual me respondió: “no sé cómo hacer esta tarea”. Le pregunté en qué consistía
la tarea, y ella me dijo que tenía que encontrar en una portada del diario palabras que llevaran o
comenzaran con la letra “S”. “¿Y cuál es el problema?”, le pregunté, mientras advertía que en esa
portada había una palabra en letra catástrofe que llevaba la letra “S” delante de sus narices. “Que
no encuentro ninguna palabra con esta letra”, me respondió. Entonces le insistí, “dale, mirá de
nuevo”. “No, no hay ninguna. Insistía”. Finalmente, le pregunté si ella conocía la letra “S”, y me
respondió “Sí”. “¿la podés dibujar en una hoja?”, le volví a preguntar. “Sí”, me contestó, y, acto
seguido, la dibujó para mí. Le pregunté entonces: “y en esa portada, ¿no hay ninguna palabra que
tenga una letra como esa que vos dibujaste?”, e inmediatamente me respondió: “Ah, sí: ésta”,
señalando la palabra que ella no era capaz de percibir en el comienzo.
el interpretante puede presentarse como la recuperación de una historia olvidada. El relato del
primer ejemplo, muestra cómo el hacer deviene interpretante para un estado del ser en el mundo;
la niña percibe la letra que ella misma acaba de trazar sobre una hoja.
interpretante es todo aquello que puede ser usado para determinar un sentido latente, y por lo
tanto a los efectos de limitar la polisemia de un signo.
La semiosis infinita:
La tesis de que todo signo requiere de un signo equivalente para ser interpretado, esto es, de un
interpretante, llevó a Peirce a postular un sistema de remisiones que no parece clausurarse. A esto
se lo denomina semiosis interminable. Habitualmente, la relación entre el signo interpretado y el
signo interpretante nos lleva a creer que el signo interpretante nos pone en relación con la cosa
misma, es decir, que cuando empleamos interpretantes para explicar un signo, sustituimos el
signo por la cosa misma a la que el signo refiere. En efecto, cuando en nosotros se produce un
sentido, tenemos la vivencia de haber llegado a la forma más alta de comprensión: el contacto con
la realidad de la cosa mencionada por el signo. Por ejemplo, cuando en clase traté de explicarles la
noción del “interpretante”, he tenido que recurrir a diversos signos interpretantes para que en
Uds. haga sentido este término que propone Peirce; seguramente en el comienzo, y al finalizar la
primera definición, Uds. sintieron que no les alcanzaban mis palabras para comprender el sentido
de esa noción y yo me vi motivado a brindarles otros signos que les ayudaran a comprender aquel
signo primero. Sin embargo, en algún momento es probable (y deseable) que Uds. hayan tenido la
vivencia de que no necesitaban más signos mediadores, de que ese último interpretante les había
hecho comprender la noción en juego, de modo tal que tuvieron que sentir que si yo les daba más
ejemplos u otras definiciones ya no les agregaba ningún elemento a la comprensión que habían
alcanzado. Es decir, que Uds. tomaron un cierto interpretante y asumieron que él ya era la cosa
misma a la que el signo refería. El último interpretante parece que se transforma en la realidad
misma, que ya no necesita ser interpretada ni mediada por otra cosa, porque ella es en sí misma y
se entiende por sí misma. Ahora bien, Peirce dice que esta vivencia es un engaño, en verdad el
interpretante nunca se transforma finalmente en un referente, sino en otro signo, más complejo,
pero signo al fin de cuentas
“El signo y su explicación constituyen, en conjunto, otro signo, y como la explicación será un signo,
requerirá, probablemente, una explicación adicional, y juntos con el signo ya amplificado hará un
signo más ampliado aún, y procediendo en esta forma deberíamos finalmente llegar a un signo
que contiene su propia explicación y la de todas las partes significantes, y así cada una de estas
partes tendrá otra parte como su objeto”.
Jamás salimos de la relación entre signos, porque un signo remite a otro más complejo y éste a
otro, sin que jamás toquemos el objeto mismo. Esta cadena inagotable de mediaciones es la
semiosis infinita.
Esta propuesta de Peirce nos resulta muy extraña porque, en efecto, nosotros tenemos la tenaz
vivencia de que ante determinados interpretantes la cosa misma se nos aparece de manera
inmediata, sin necesidad de ser explicada si no por referencia a sí misma “es eso, está ahí”.
Solemos creer que el interpretante final de cualquier signo es la referencia a las cosas materiales y
físicas; así, la palabra /mesa/ puede derivar en muchos interpretantes posibles, pero en última
instancia, la significación y el sentido final se reducen a la señalización del objeto físico (signo
ostensivo) al que denominamos con ese nombre.
Nos sorprende profundamente que Peirce afirme que nunca accedemos a la cosa misma, sino que
nos movemos entre representaciones de las cosas.
Ahora bien, sabemos ya que Peirce ha propuesto que todo puede devenir en signo, y esto implica
que las cosas materiales, los objetos del mundo, también pueden ser signos; pero si los objetos del
mundo pueden llegar a ser signos, es sólo a condición de que ellos dejen de ser “objetos” y pasen
a existir como representación, es decir, como signo. ¿Qué quiere decir esto? Que los objetos
materiales son, a su turno, signos de mi concepto. Si digo “una /mesa/ es esto” y señalo un ente
físico que reconocemos convencionalmente como “mesa”, es claro que el objeto material opera
como interpretante último de la palabra en cuestión.
Ejemplo:
Supongamos que hemos escrito la palabra /mesa / y tenemos delante nuestro a un extraterrestre;
este ser no sólo no comparte mi cultura planetaria, sino que no comparte conmigo ningún
interpretante. Aun así, supongamos (como licencia poética) que pudiéramos entablar una
conversación. Veamos cómo se daría esta situación: imaginemos que el ser me pregunta ¿Qué
significa ese gráfico que he escrito? ¿qué cosa es? Entonces yo comienzo a explicarle apelando a
una serie interpretantes: puedo decirle “es la palabra que denota mueble de madera u otro
material alrededor del cual se reúnen diversas personas a comer, a conversar o a negociar”; pero
como ya hemos dicho que este sujeto no comparte estos interpretantes conmigo, me volverá a
preguntar “¿Qué quiere decir /mueble /? ¿Qué significa /reunirse alrededor /?”, etc. Yo podría
continuar utilizando términos sinónimos o ideas que evocaran todo aquello que se pone en juego
cuando hablamos del lexema mesa, pero este sujeto siempre me preguntaría por el significado de
esos otros términos asociados, con lo cual parece que no habría otro camino posible que señalar
una mesa y decirle “esto”. Y parece que allí se agota el proceso de la semiosis, en el señalamiento
ostensivo de la cosa. Pero hemos dicho que el sujeto no comparte conmigo ningún tipo de
interpretante, por lo tanto, me repreguntará “¿y qué es eso?”, ya que reconocer un objeto
material y darle un sentido, implica concebirlo como signo de su concepto, y si pone en lugar del
concepto, ya no es la cosa misma, sino signo. En ese momento, el ser extraterrestre me dirá “no
me dé más mediaciones, muéstreme Ud. la cosa misma que quiere significar con esa palabra”,
pero resulta que yo no puedo darle otra cosa que términos mediadores (signos) porque aún el
supuesto referente (lo que yo pensaba que era referente en sí) no es más que un mediador de un
referente que siempre se nos escapa.
Un modo de ser que consiste en cómo es un segundo objeto. Lo designo como Segundidad.
Este modo de ser que consiste en el hecho de que de que los hechos futuros de la Segundidad
asumirán un determinado carácter general, lo llamo una Terceridad.
Llama primeridad al objeto considerado en sí mismo, sin relación alguna con ninguna atribución
determinada. Es el sujeto puro, sin ninguna determinación actualizada todavía, o la predicación
potencial sin adjudicarla todavía a nadie: lo puramente posible.
Llama, en cambio, segundidad, a la forma más simple de relación entre al menos dos elementos.
Llama, finalmente, terceridad a la relación organizada por medio de una regla o ley que establece
una pauta o esquema que permite hacer de la experiencia un hecho de reproducción.
Ejemplo:
Supongamos que alguien me regala un objeto; supongamos, además, que ese objeto está envuelto
y yo aún desconozco de qué se trata el obsequio. Mientras me encuentre en ese estado de
ignorancia sobre el obsequio, mi relación con el objeto será del orden de las puras posibilidades.
Posibles son los usos que el objeto podrá actualizar, en función del programa con el que se lo ha
fabricado; y serán meros posibles mientras no haya un usuario que interactúe con esas
posibilidades en dirección a la actualización de al menos de algunas de ellas. Pero serán también
meras posibilidades las acciones que el usuario podría realizar con esa materialidad (por el tipo de
organismo que es para interactuar), en tanto se haya consubstanciado la interacción. Esta
modalidad donde todo es mera potencialidad es lo que Peirce denomina ser de primero.
Una vez que abro el regalo y descubro su interior empiezo a proyectar usos determinados, que en
principio siguen siendo meras posibilidades, pero ya más particularizadas por la propia
determinación que tengo del objeto en cuestión (mientras no sepa de qué se trata el producto,
poco será lo que pueda imaginar sobre los usos). Pero una vez que comienzo a interactuar con el
objeto se da inicio a una secuencia de reconocimiento. Esta etapa de prueba no es sólo de
manipulación de la cosa, sino que puede incluir pruebas de accesorios, ubicaciones en el espacio,
usos en el tiempo, etc. Toda esta etapa de tanteo, es lo que Peirce llama segundidad.
Hay un momento donde ese tanteo, esa exploración llega a una clausura, donde se ajusta nuestra
experiencia del objeto a un patrón más o menos regular, que no será necesariamente definitivo,
pero es poco probable que se modifique significativamente, excepto que deje de poder ejercer la
función original para la cual ha sido diseñado, y que yo he descubierto y confirmado. El usuario y el
artefacto ya no están cada uno en sí mismo (primeridades) sino que existen en la forma de
interactuantes; pero en tanto las interacciones ya no se dan de cualquier modo, ni de cualquier
manera, sino que se pauta una cierta legalidad de la experiencia, la experiencia contiene ahora 3
tipos de elementos: el mundo de los usuarios, el mundo de los artefactos, el mundo de las reglas
de interacción que definen cada experiencia particular. Esto es lo que Peirce llama terceridad.
Estas 3 categorías que Peirce propone para abordar la realidad semiótica. La categoría de
representación u operación semiótica postula, además, la idea de valor o de realidad imputada.
El primer enunciado hace referencia a una cualidad alojada en el semáforo mismo. Es inherente al
objeto. La afirmación de que su ser coloreado está rojo es una cualidad que llamaremos de
inherencia, porque el ser que se afirma de la sustancia (en algún aspecto) está sin referencia a
otro. Se asocia únicamente el semáforo con uno de sus estados posibles.
El segundo enunciado, por el contrario, supone una dependencia, pues la detención del auto es
consecuencia de la secuencia de situaciones que se suceden cuando yo aprieto el freno. Si bien la
detención es del auto, como cualidad de estar ahora detenido, la acción de detenerlo no es
inherente al vehículo, sino efecto de mi accionar el pedal. Es en la relación donde el vehículo se
detiene. El tipo de dependencia que tematiza este enunciado es de tipo causal. Hay una relación
mecánica por la cual la causa obliga a la existencia de los efectos.
Como esta relación no está obligada mecánicamente, sino imputada semióticamente, No-B
siempre es una posibilidad, aun en el caso de darse A. Por lo tanto, cuando suceda la transgresión,
deberá intervenir un castigo o sanción por parte de un funcionario.
La semiosis infinita puede entenderse de dos maneras: como un proceso interminable que no
puede nunca clausurar, donde se desagota el sentido en el vacío de las remisiones, o bien, que el
proceso semiótico es un proceso abierto con proyectos de clausura, tal como lo propusimos en
nuestra alegoría del laberinto.
Peirce denomina a los signos en relación con su objeto: Ícono, Índice, Símbolo. En cualquiera de las
tres categorías lo que hallamos es una relación entre 2 elementos por medio de un interpretante
que o bien es una cualidad, o bien es una causalidad, o bien es una imputación o ley.
Decimos que el signo es icónico cuando tiene una cualidad propia que lo hace semejante para
alguien respecto de otra cosa. Aquí la noción clave es la mímesis. Pero existen dos acepciones
diferentes sobre la mímesis que debemos diferenciar (aunque ambas estén asociadas a la
iconicidad); el parecerse de algo a otra cosa (como casualidad, por las propiedades del fenómeno),
por lo que algo es, o el imitar de una el ser de la otra; subsumirse a la autoridad de una otra cosa
con la cual aquella busca mimetizarse. En la imitación hay una voluntad de asemejarse, "hacerse
pasar por", mientras que en el parecerse hay sólo un reflejo casual.
Serán íconos todas aquellas configuraciones materiales que presentan una cualidad isomórfica a la
experiencia que puede sustituir, precisamente por su parecido (intencional o no). Por ejemplo,
cuando alguien le pregunta a un desconocido si es hermano/a de una persona que ya conoce de
antes, está identificando en esa persona una configuración física similar.
También son íconos los signos visuales que de modo expreso e intencional pretenden copiar la
organización de la percepción visual (imitar el modo en que vemos las cosas). El caso
paradigmático de este tipo de signos es la pintura naturalista.
Cuando Peirce hace referencia a la semejanza, tiene en cuenta 3 relaciones posibles: semejanza
entre los elementos sensibles de un fenómeno y otro; semejanza de las relaciones que organizan
los elementos de un fenómeno y otro; y semejanza de concepto entre dos fenómenos. A lo
primero le da el nombre de imagen, a lo segundo, diagrama, y al tercer tipo, metáfora.
Un diagrama que pretenda expresar las relaciones jerárquicas que establecen entre sí las ideas de
un texto, expresará visualmente una semejanza formal.
Peirce denomina signo indicial a todo aquello que nos pone en relación con alguna dimensión real
de la cosa significada, que nos permite entrar en contacto cuasi-material con lo significado. Puesto
que índice es todo lo que nos vincula con esa realidad de la experiencia significada, serán índices
las materialidades que presentan una continuidad física con esa experiencia (como la parte,
respecto del todo), pero también los signos o cadenas de signos que anticipan la realidad de la
experiencia significada.
Peirce ofrece varios tipos de signo indicial: las advertencias que anticipan una experiencia, tales
como los gritos de un transeúnte a otro “cuidado” para avisarle que un auto está por cruzar a
velocidad, pero también el ruido de la bocina para avisar a un peatón distraído, pueden
considerarse índice de que hay la presencia de un vehículo en la proximidad. El signo de
advertencia pone en contacto a ese sujeto con la realidad de la experiencia.
Es verdad, como dice Peirce, que los signos de advertencia, como los signos demostrativos en
general (éste, allá, etc.) nos ponen en relación con alguna dimensión de lo real, y en ese sentido
muy general Peirce tiene derecho a considerar a ambos índices. El autor incluso considera índices
a las instrucciones que permiten producir la cosa que la instrucción anticipa; en este sentido una
receta de cocina sería un índice, en relación con el plato de comida que puede cocinarse siguiendo
ese recorrido de la instrucción. Del mismo modo, seguir un mapa sería emplear un índice para
moverse en el territorio, etc.
Sin embargo, las definiciones canónicas del signo indicial han enfatizado únicamente la
continuidad física del signo con el referente, de allí que ejemplos clásicos de signo indicial sean el
humo respecto del fuego, la imagen fotográfica respecto del objeto fotografiado.
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sequence=1&isAllowed=y
SAUSSURE:
Umberto Eco define a la Semiótica como a la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para
mentir. Si vamos de lo general de la disciplina, a la unidad particular en la que se descompone,
podemos trasladar la definición hacia el signo, diciendo que signo es cualquier cosa que sirva para
mentir.
La "cosa": se refiere a la realidad o los hechos reales sobre los cuales se puede mentir. Es lo
que realmente sucedió o existe. Ejemplo:
- Tú comes una manzana en el almuerzo.
- Tienes una herida en el brazo.
- Tienes una tarea pendiente por hacer.
La "mentira": es lo que se manifiesta o se muestra a alguien sobre esa cosa. Puede ser un
discurso o una forma de expresión que distorsiona u oculta la verdad. Es la manera en que se
presenta la realidad de manera engañosa.
- Dices que en el almuerzo comiste una ensalada en lugar de la manzana.
- Ocultas la herida en tu brazo usando una manga larga.
- Le dices a tu profesor que ya has terminado la tarea cuando en realidad no lo has hecho.
Una mentira implica la existencia de una realidad objetiva (la cosa) y la representación o expresión
falsa de esa realidad (la mentira). Se enfatiza la diferencia entre lo que es realmente y lo que
parece ser, la esencia y la apariencia.
Aspecto de valor neutro; aspecto exterior de una realidad, lo que se muestra hacia afuera, lo
que existe (como salirse de sí hacia la mirada del otro, etc.). En esta primera acepción se
asume como la contrafigura de aquella realidad interior o estructura interna no visible y oculta
a la manifestación. Apariencia, pues, es el contorno o la figuración de la cosa, la forma que se
pone delante del contenido.
Apariencia es la forma externa o visible de algo, lo que se muestra hacia afuera y puede ser
percibido por los demás. Esta figura externa se contrasta con la realidad interna, que puede
estar oculta y no ser completamente evidente a simple vista.
Como cuando decimos frases tales como “no me juzgues por mi apariencia”, queriendo
expresar que eso que de mí se ve exteriormente, no me representa en mi definición de lo que
yo pienso que soy. En este segundo caso, advertimos la presencia evidente de un valor
negativo. Lo que se nos aparece oculta la verdad de lo que es; parece que es, pero no es. La
apariencia ahora ya no es el otro lado del Ser, sino algo que se le opone: es el No-Ser.
En esta segunda acepción, la "apariencia" se refiere a la forma en que alguien se muestra
externamente, pero puede ocultar la verdadera identidad o ser engañosa. Se enfatiza la idea
de que no se debe juzgar a alguien solo por su apariencia, ya que puede no reflejar quiénes
son en realidad.
Aquello que oficie de apariencia en relación a algo, debe guardar -para alguien- alguna semejanza
con la experiencia de la cosa, en algún aspecto posible (considerado significativo), para alguien.
Dicho de un modo más simple: sólo puedo asumir la apariencia como la verdad de un evento,
cuando la apariencia presenta –a mi interpretación- alguna semejanza con esa realidad. Y esa
relación de analogía debe funcionar para quien puede ser engañado. Quien se engaña o es
engañado/a es porque ha tomado unos rasgos que se parecen a lo que cree que es, pero no son lo
que piensa que es.
Es decir, la apariencia solo puede ser asumida como la verdad de un evento cuando hay similitudes
con la realidad y esa relación de semejanza funciona para la persona que puede ser engañada. Es
importante tener en cuenta que la apariencia puede ser engañosa si no refleja fielmente la
realidad.
Cuando algo se utiliza para mentir, es porque puede ser confundido con la verdad de lo que
realmente es. Esto ocurre porque la persona que interpreta la situación no ha sido capaz de
discernir con precisión entre la mentira y la realidad. Además, la estrategia mentirosa ha logrado
efectivamente representar o simular algo que se presenta como verdadero, pero en realidad no lo
es.
Para que exista una mentira, debe haber alguien que acepte la mentira en lugar de la realidad. Es
necesario que se lleve a cabo una simulación que se presente como si fuera la realidad, pero en
realidad no lo es. Sin embargo, es importante destacar que esta simulación solo puede existir si
hay una realidad previa sobre la cual se basa la mentira.
Umberto Eco plantea que la Semiótica puede ser entendida como una teoría de la mentira o de los
procesos de simulación. Esto significa que la Semiótica se ocupa del estudio de cómo los signos y
los sistemas de signos pueden ser utilizados para crear engaños o simular realidades.
Según Eco, si algo puede simular o mentir, implica dos aspectos importantes:
Las tecnologías modernas, como la fotografía, el cine, la televisión y la radio, han sido utilizadas
como medios para entrar en contacto con la realidad y transmitir información. Sin embargo, estas
tecnologías solo pueden reproducir una versión alterada o limitada de la realidad, ya que no
pueden capturar todos los aspectos sensoriales y dimensiones de un evento. Por ejemplo, una
fotografía no puede transmitir las texturas, los sonidos y los olores de una experiencia.
Finalmente, se plantea que la Semiótica no es un medio para acceder a la realidad tal como es,
sino que nuestra comprensión de la realidad se produce a través de la transformación de las cosas
en hechos de semiosis, es decir, en procesos de significación. No podemos experimentar
directamente la realidad de manera no-semiótica, y toda captura de lo real implica la construcción
artificial de una semi-realidad a partir de indicios. La selección y representación de signos puede
ser una estrategia de engaño cuando pretende sustituir o simular la realidad de manera aceptable.
En cuanto a la pregunta sobre si podemos entrar en contacto con una realidad no humanizada, el
texto plantea que nuestra existencia humana ha transformado y humanizado la realidad en
múltiples aspectos. La pregunta surge sobre si existe una realidad no-humana con la cual podemos
conectar y experimentar.
Una de las cualidades notables de todas las tecnologías que surgieron durante el siglo XIX es su
desplazamiento hacia el ámbito de lo ficcional. Dicho desplazamiento ya era posible por la propia
cualidad material (diríamos el propio límite ontológico) del objeto de registro; por otra parte,
resulta muy notable que estas tecnologías convivieron todo el tiempo con la simulación como
operación semiótica.
Hay dos casos muy interesantes al respecto: el primero es el que está asociado con el desarrollo
de la técnica del retoque de los negativos en la profesión fotográfica, y el segundo, es parte de la
historia de la cinematografía; del momento en que ésta pretende asumir de modo categórico el
paradigma narrativo-representativo, que implicará abandonar el registro documental para contar
historias de fantasía.
En el primer caso, Giselle Freund rescata una anécdota fechada en 1894 que describe cierto
folclore característico de la profesión del fotógrafo de retratos en Europa.
La Semiótica puede ser concebida como teoría de la mentira. Específicamente que todo signo,
como toda función semiótica en general, mantiene siempre una relación conflictiva con el mundo
de las COSAS. Pero, además, hemos querido resaltar que incluso aquellas experiencias
(técnicas/tecnológicas) aparentemente dirigidas a la revelación de la realidad sólo pudieron
legitimar sus operaciones en la misma medida en que se construía la conciencia simultánea de su
posible simulación.
Los signos no son expresiones de las cosas, son las cosas mismas en la forma en que podemos
hacer de ellas una experiencia posible
Es decir, los signos no son simples representaciones o expresiones de las cosas en el mundo
externo, sino que son la forma en que podemos experimentar y comprender esas cosas. Cuando
interactuamos con el mundo, no podemos experimentar directamente todas las cosas en su
totalidad y complejidad. En cambio, utilizamos signos para representar y comunicar aspectos
específicos de esas cosas. Por ejemplo, cuando vemos una imagen de un perro, el signo (la
imagen) nos permite tener una experiencia posible del perro sin tener al perro real presente.
Los signos no son simples sustitutos o copias de las cosas, sino que son las cosas mismas en la
medida en que nos permiten tener una experiencia posible de ellas. Son herramientas que
utilizamos para interactuar y comprender el mundo que nos rodea. A través de los signos,
podemos organizar y dar sentido a nuestra experiencia, comunicarnos con los demás y construir
conocimiento.
La lengua no debe concebirse como una mera lista de términos cuya función sería nombrar
realidades preexistentes, y no viene a nombrar cosas que preexisten a ella, sino a instaurar
sentidos inexistentes antes de ella; las categorías de la lengua vienen a establecer e inaugurar
diferencias para el sujeto donde tales diferencias –sin esas categorías- no serían siquiera
perceptibles.
Este cuestionamiento que hace Saussure sobre la concepción de la lengua es un principio clave de
la semiosis, y se expresa diciendo que nuestro acceso a la realidad sólo es posible para nosotros
por medio de representaciones. La representación será, por lo tanto, la materia elemental.
La representación:
Representación quiere decir algo que se presenta dos veces, algo que vuelve a ser, luego de que
ha sido presentado ya de modo precedente.
En la idea de representación debemos ubicar también una diferencia (si no sería una repetición de
lo sucedido anteriormente): en el darse nuevamente se ha producido una alteridad, se presenta
de otra manera, con otra configuración, con otro matiz, etc.
Pero usamos también la palabra representación cuando referimos a un suceso teatral, queriendo
decir que ese conjunto de realidades que tenemos delante pretende ser otra cosa distinta a la que
vemos: el decorado de una casa, pretende ser la casa; el actor que actúa el papel del rey, pretende
ser el rey de la historia; el beso de mentira que se dan los actores pretende ser un beso auténtico,
etc. Y nada allí es lo que es, todo quiere ser otra cosa. En este contexto, el doblez de la
representación no se da únicamente como un volver a darse el ser de algo, sino que al mismo
tiempo el algo es también otra cosa.
Como especie humana, hemos necesitado producir una especie de segunda naturaleza que se
sobrepone a la existencia física de las cosas. Pero esta segunda existencia no está meramente
conjuntada con la anterior, del modo en que coexisten un estante y los objetos que le coloco
encima; la segunda naturaleza resignifica a la primera, reconfigurando, recomponiendo y
reorganizando la existencia anterior.
El hecho de que necesitemos cocinar los alimentos, en lugar de consumirlos en su estado silvestre,
es un síntoma de que para nosotros la comida tiene que estar constituida de materia orgánica
pero organizada con la forma de lo cultural, pero no sólo para que el alimento sea un ser otro del
que ya era antes de ser cocinado, sino también –y fundamentalmente- para que el ser que se
alimenta también quede transformado en el proceso y en el consumo de esa experiencia.
¿Pero qué pretendemos afirmar cuando decimos que nuestra experiencia con el mundo viene
mediada por representaciones? Precisamente que no vemos lo que hay, ni nos relacionamos con
lo que está de un modo directo. Necesitamos cubrir al mundo de categorías, como si no
toleráramos la desnudez de lo real.
Ejemplo: Cuando nosotros nos formamos en la cultura, en nuestra familia, cuando aprendemos
una profesión, cuando estudiamos una carrera en la universidad, incorporamos
fundamentalmente modos de hacer, de sentir y de pensar que ya no son espontáneos, sino
sociales. Como si nuestras familias, nuestro ámbito profesional, nuestra formación teórico práctica
de la universidad se comportaran como chaperonas, evitando que tengamos un contacto espurio
con una realidad demasiado cruda y salvaje.
Cuando enfrentamos el mundo, no lo hacemos únicamente con los sentidos fisiológicos, sino
también con nuestras categorías mentales, con nuestras representaciones sobre lo que es eso que
tenemos delante. Veamos algunos ejemplos simples para entender el núcleo de lo que Saussure
pretende con su concepción sobre los signos.
Ejemplo: un grupo de actores realiza una representación frente a una sociedad aborigen y
elemental, que no ha entrado en contacto con el mundo civilizado. Estos actores representan un
un asesinato a traición. Estos podrían reaccionar indignadose y muy probablemente intentarían
linchar al sujeto que ha realizado el acto criminal, confundiendo la pretensión artística con la
realidad del suceso, o bien considerarían todo el evento un absurdo, no entendiendo, por ejemplo,
el motivo por el cual se arrojan al piso cuando otro sujeto los toca con un palo de madera.
En este caso el grupo en cuestión no tendrían incorporada la concepción de que el acto es en
verdad una simulación; y al no tener incorporada esa categoría (lo ficcional), no podría asimilar la
experiencia en tanto evento ficcional. Dicho de modo más simple: no sabe ver, no ve, lo ficcional
como elemento de la experiencia; si no tengo la representación de un ser ficcional, no puedo
percibir lo ficcional cuando lo tengo delante.
Supongamos la siguiente situación: en un espacio a cielo abierto hay una persona empujando un
carrito, en el carrito hay una criatura pequeña. La persona detiene el carrito, mira en el interior y
le sonríe a la criatura que está allí adentro. La persona toma a la criatura en brazos, se sienta,
descubre uno de sus pechos y coloca el pezón en la boca de la criatura. Si yo le pidiera a usted que
realizara una descripción de este evento, tal como se lo contaría a otro, por ejemplo, ¿qué haría
usted? Le pido que, antes de continuar con la lectura, se tome unos minutos, relea el párrafo e
intente responder aunque sea mentalmente, lo que para usted está sucediendo en esta escena.
Este segundo ejemplo muestra que cuando disponemos de categorías estamos imposibilitados de
no ponerlas en acto: nos apropiamos del mundo con los moldes categóricos que disponemos, aun
cuando no somos conscientes. Una vez que se incorpora una representación, el mundo entero
queda configurado con esa forma. La representación permite ver de un segundo modo
(semiótico), de manera tal que las categorías que no tenemos son los mundos que no podemos
experimentar, o –dicho en un giro más accesible- “dime qué categorías tienes, y te diré en qué
mundo vives”.
Saussure define significante como la imagen acústica de un significado. Por ejemplo, cuando yo
escucho la palabra `mesa´, no escucho sonidos aislados que se van acumulando como ladrillitos
sonoros, sino que percibo de modo sonoro un patrón, del mismo modo que ocurre con la
percepción en el campo visual. Al oírla, mi mente reconoce un sonido que yo tengo alojado en mi
banco de memoria (este sonido `mesa´ es del tipo del sonido `mesa´ que yo ya conozco y tengo
incorporado en mi código lingüístico), y a esa huella que la historia del sonido ha ido surcando en
mi mente, que se ha transformado de sonido físico a representación sonora de la materia física,
Saussure lo denomina imagen acústica.
Esto quiere decir que el significante no es ni una mera presencia física (no es algo que está en el
mundo), ni un mero estímulo sensorial (algo que me hace el mundo a mí), sino una percepción,
por lo tanto, un producto de la actividad intelectiva. El significante no se define sólo como la
materialidad misma del signo, sino también como aquella configuración material en la que el
significado se objetiva empíricamente para un intérprete que es competente para reconocerlo.
Los términos que Saussure asocia para hablar del “significado” son concepto, sentido [de la
palabra], e idea [de la parte sensorial].
Una primera aproximación sobre el “significado” sería decir que es aquello que interpreta alguien
a partir de un significante; el desbordamiento de la configuración material hacia un sentido que
unifica y confirma la configuración material y organiza la relación del intérprete con el significante
en cuestión. En otras palabras, si tomamos la palabra `mesa´ como significante, el significado sería
lo que el oyente se representa como contenido particular que le evoca esa materialidad
reconocida lingüísticamente. Pero es importante precisar a qué alude la palabra “contenido” en
este caso específico, pues contenido es todo lo que puede representarse de una forma presente,
mientras que Saussure parece restringir la plenitud del contenido únicamente a la dimensión
conceptual.
¿Pero qué es un concepto? Se denomina de esta manera aquello que expresa una universalidad
determinada. Cuando alguien escribe la palabra `mesa´, y yo leo esa grafía reconocible sobre
alguna superficie, evoco, en principio toda mi historia asociada con la mesa como mueble; desde
los rituales de mi infancia, donde nos sentábamos a comer con mi familia, a las sobremesas, etc.
Sin embargo, a diferencia de los nombres y apellidos propios, que refieren a una persona singular,
sin referirla a ninguna otra, el resto de los términos de una lengua no refieren a ninguna situación
singular, sino a una generalidad abstracta. De modo tal que, la palabra `perro´, si bien puede
evocar en mí todo ese cúmulo de vivencias personales (ausentes en quien ha producido el signo
que decodifico), sólo significa la generalidad del ser perro: la idea misma de lo que sea un perro,
sin ningún tipo de particularidad material o vivencial. Para decirlo de un modo simple: el
significado de `perro´ no es ningún perro en particular (ni aquella singularidad vivencial a la que
pretende referir el que escribe la palabra, ni la singularidad vivencial que yo mismo puedo evocar
cuando la interpreto), sino el concepto puro y general de perro, lo que hay de universal en todos
los perros en tanto perros, y por lo cual llamamos a todos con el mismo nombre.
Para Saussure el signo es una construcción de dos caras: un significante y un significado, ambos
unidos por un código o convención que abrocha el sentido. Esa unión por medio de un código
compartido es la significación. ¿Qué es un código? Un sistema que establece correspondencias
entre elementos. El código es la regla que establece las sustituciones: frente a un signficante (rojo
del semáforo), asocio un significado (detenerme/frenar el auto) porque existe un código que
establece ese tipo de correspondencias.
Estas correspondencias no son espontáneas para el individuo, ni surgen de la libre decisión: vienen
impuestas por el código que produce la cultura. Puedo tomar la configuración material afectante
por el concepto, y al concepto por la expresión material que permitirá encarnarlo, porque no
puedo concebir a uno sin el otro una vez que el signo existe en la cultura. El significado es como el
alma respecto del cuerpo: lo que anima y da sentido a lo animado; el significante es como el
cuerpo para el alma: sin la materialidad corpórea el alma no tiene dónde alojarse, ni puede
realizar acción ninguna sobre el mundo.
En síntesis, significante y significado son dos componentes del signo, la significación es la regla que
asocia significante determinado con significado determinado.
La significación es el código o la regla que une y articula un componente con otro de modo regular
y recurrente. El código es lo que Saussure denomina la convención social.
Convención es la palabra que Saussure emplea para referir a un sedimento social, un sedimiento
histórico, que se va desarrollando a pesar de las decisiones y gustos individuales, es la voluntad
social como Cultura.
La Semiología deberá abocarse a los signos que están organizados sobre el fundamento
convencional de la lengua, dejando de lado aquellos signos que no respondan a este criterio.
La afirmación de Saussure sobre la autonomía del signo se refiere a que los signos lingüísticos no
tienen una relación directa o derivada de las realidades empíricas a las que se refieren. Es decir, las
palabras en el lenguaje no se basan en la naturaleza de las cosas o en una similitud física con ellas.
Saussure argumenta que los signos son convenciones sociales, establecidas por acuerdo y
aceptación común dentro de una comunidad lingüística. La relación entre el signo lingüístico y su
significado no tiene una justificación natural, sino que es el resultado de un acuerdo convencional.
Por ejemplo, la palabra "automóvil" no se parece físicamente al objeto que representa, ni guarda
una relación directa con la experiencia de manejar un automóvil.
Sin embargo, se plantea la cuestión de las onomatopeyas, que son palabras que imitan o
representan sonidos naturales. Saussure argumenta que incluso las onomatopeyas no son una
excepción a la autonomía del signo. Aunque pueden parecer una derivación física directa de los
sonidos que producen los animales, Saussure señala que, en diferentes idiomas, los sonidos
imitados por las onomatopeyas pueden ser representados de manera diferente. Por ejemplo, el
ladrido de un perro se representa como "guau" en español y como "woof" en inglés.
En resumen, Saussure sostiene que los signos lingüísticos son convenciones sociales y que la
relación entre el signo y su significado no está determinada por la naturaleza de las cosas, sino por
un acuerdo convencional dentro de una comunidad lingüística.
El valor lingüístico:
Pero Saussure advierte que este nivel de relación no agota la operación semiótica, y que el signo
no es una entidad completamente cerrada, sino abierta a la relación con otros signos. Y del mismo
modo que los componentes internos del signo se relacionan recíprocamente para producir una
significación, un signo se relaciona con otros signos al interior de una segunda totalidad: el
Sistema. Este segundo nivel de relación es el que define el valor del signo.
Es decir, el primer nivel de relación se encuentra dentro del propio signo. Un signo lingüístico se
compone de dos elementos: el significante, que es la forma material o sonora del signo, y el
significado, que es la idea o concepto asociado a ese signo. La significación se produce a través de
la relación entre el significante y el significado. Sin embargo, el signo no es una entidad cerrada en
sí misma. Está abierto a la relación con otros signos en un segundo nivel de relación. Los signos se
relacionan entre sí dentro de un sistema lingüístico más amplio. Este sistema está compuesto por
una red interconectada de signos, donde cada signo adquiere su valor en relación con otros signos
dentro del sistema.
En otras palabras, el valor del signo no se encuentra solo en su relación interna entre significante y
significado, sino en su relación con otros signos dentro de un sistema. El significado de un signo se
define y adquiere sentido en relación con otros signos presentes en la misma lengua o sistema
lingüístico.
En primer lugar, la significación se produce en el nivel de los componentes del signo. Los
componentes del signo, el significante y el significado, se relacionan y se subordinan uno al otro
para formar una totalidad estructurada. Es decir, el sentido se establece mediante la conexión
entre el significante y el significado, donde ambos componentes trabajan juntos para construir el
significado global del signo. La significación se logra al unir y coordinar estos componentes en una
totalidad coherente.
En segundo lugar, el valor del signo se genera a través de la correlación entre diferentes signos en
el mismo nivel. Los signos se relacionan entre sí en un sistema lingüístico más amplio, y su valor se
establece mediante la interacción y coordinación entre ellos. El valor de un signo no se basa
únicamente en su relación con un significado específico, sino también en su relación y contraste
con otros signos en el sistema lingüístico. Es decir, el valor de un signo se determina por su
capacidad para interactuar y coordinarse con otros signos en el sistema.
Ambos implican relaciones al interior de un constructo que mantienen unidas las partes (el signo y
el sistema); pero los miembros de la significación son componentes del signo, y los del valor,
componentes del sistema. Son asociaciones a diferentes niveles lógicos. A esto se refiere Saussure
cuando afirma que “(…) El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de la
significación”. Como se trata de una diferencia de niveles, el mismo tipo de relación de un nivel,
reaparece proyectado en el nivel siguiente.
¿Pero qué expresa la idea de que un signo tiene valor? Cuando se afirma que algo es valioso no
sólo se dice que tiene mucho valor, se afirma, sobre todo, que tiene valor incorporado en alguna
medida, y que, en tanto cosa con valor, es idéntica a otra que tenga esa misma propiedad. Dos
cosas que tienen valor son intercambiables en alguna proporción. El hecho de que se puedan
intercambiar expresa que son idénticas en alguna medida, pero el hecho de que tengan una
mensurabilidad de esa sustancia común significa que ocupan posiciones diferenciales en el sistema
que define la forma del valor. Veamos un ejemplo muy simple: un estudiante obtiene un 10 en la
calificación de su examen. El número 10 es el significante de diez unidades de rendimiento, es
decir, de la cantidad de conocimiento que ha podido expresar sobre unos contenidos
determinados al interior de una escala numérica que es su parámetro. Obviamente el 10, que
siempre expresa 10 unidades, no vale lo mismo en una escala de 0-10, que en otra escala de 0-
100; en la primera escala, el 10 vale el 100 del valor, en la segunda, sólo un 10% del valor.
El valor de un signo puede definirse únicamente cuando se pone al signo en contexto: al signo en
relación con otros signos y al conjunto de los signos por referencia al sistema que los engloba, y
que define la posición del valor.
Saussure llama sintagmática a la relación que tienen los signos entre sí cuando se asocian unos con
otros en una continuidad, es decir, donde se articulan unos con otros, y se afectan unos a los
otros.
“El sintagma se compone siempre, pues, de dos o más unidades consecutivas (…) Colocado en un
sintagma, un término sólo adquiere su valor porque se opone al que le precede o al que le sigue o
a ambos”
El ejemplo más simple es la oración: cuando escribimos “La mesa está servida”, cada una de las
palabras están presentes en la unidad de la frase, pero cada una tiene una capacidad de afectar a
la otra, de modo tal que “servida” afecta a “mesa”, queriéndose decir que “está lista para
realizarse la experiencia del comer” invitándose a los comensales a sentarse. Por otra parte,
cuando comienzo el encadenamiento de palabras, y comienzo por el artículo “La”, quedo obligado
luego a actualizar un sustantivo femenino y singular, que puede ser “mesa” o cualquier otro que
cumple con ese doble requisito.
La oración misma opera como un contexto para los términos, de modo tal que si digo “Marta es
hermosa”, la expresión hermosa adquiere un valor determinado si se aplica a una persona
humana, mujer, etc. y otra diferente cuando la uso para decir que la “jugada de Messi fue
hermosa”. Pero la palabra hermosa puede ir asumiendo valores diferenciales en la misma oración
según los signos que van apareciendo en el enunciado, de modo tal que la aparición sucesiva de
nuevos términos podrían resignificar el sentido de la expresión. Por ej. Si digo “Juan es hermoso”,
pero luego agrego, “más hermoso que un chancho, pero menos que una vaca”, el sentido de esa
expresión va mutando en el desarrollo sintagmático.
Que la relación entre dos signos produce una tercera representación, que no está presente en los
términos por separado, fue el descubrimiento de los realizadores soviéticos en relación a la teoría
del montaje: el célebre efecto Kulechov. Si yo tengo, por ejemplo, la foto de una manzana verde, y
la junto con el dibujo de un rostro humano abriendo la boca y mostrando los dientes, se generará
en el intérprete un sentido, una imagen sugerida pero no presente en ninguna de las figuras por
separado. La asociación entre manzana y el dibujo del rostro con la boca abierta propende a leer
en esa articulación sintagmática el sentido de “comer/morder la manzana”.
Pero “morder” no está en la manzana, como en el abrir la boca del dibujo no hay morder ni
manzana. Como si la unión entre ambas anticipara una tercera imagen que aún no ha ocurrido,
pero está a punto de suceder.
Paradigma es, entonces, el conjunto de expresiones articuladas por un mismo eje semántico o de
sentido: por ejemplo, si digo la palabra “hermoso”, este término forma parte de un paradigma de
valoración estética, que podría reconocer al menos 3 grados posibles, tales como: “lindo”, “feo”,
“horrible”. Adviértase que puede haber otros más, o podemos excluir algunos y colocar otros en
su lugar, como sucedería si sustituyéramos la expresión “lindo” por “bonito”, “feo” por “fulero” o
“desagradable”, etc. Sin embargo, la ampliación, como el reemplazo de unas palabras por otras no
es indefinido, ni pueden responder a cualquier eje arbitrario. Podríamos discutir respecto de si la
palabra “bonito” es un buen reemplazo para “lindo”, o en cambio es un grado diferente de
relación con la belleza (para alguien, bonito podría ser menos que lindo, por ejemplo), pero en
cambio no podríamos querer incluir en la escala de valoración un término como “simpático”,
“buena gente”, etc.
Si en la oración afirmo que Juan es “hermoso”, estoy seleccionando del paradigma ese valor, y por
ende excluyendo los restantes. Esos valores restantes que quedan excluidos constituyen la forma
del valor del signo actualizado. ¿Qué significa esto? Que “hermoso” vale exactamente la cantidad
de grados que excluye; si sólo hubiera los dos extremos “hermoso y horrible”, “hermoso” no vale
tanto, como si reconozco los valores intermedios, ya que la persona hermosa no sólo no es
horrible, sino que no es fea, y no es sólo linda. He ahí el valor del signo.
La oposición semántica:
Una de las ideas más sugerentes de Saussure es la tesis de que toda operación semiótica está
constituida de diferencias, de ejes de oposición. Esto quiere decir que el sentido no proviene de
términos aislados sino de los ejes de oposición, las estructuras diferenciales, las relaciones.
Veamos un ejemplo muy simple: si quiero hacer sentido sobre el objeto “mesa” no puedo
decir/escribir sólo la palabra mesa, tengo que emplear otras palabras (sea que las diga, las escriba
o las evoque en mi representación) que deberán ser diferentes que mesa; utilizar un artículo,
como la para decir la mesa, o agregar un adjetivo al sustantivo, como mesa marrón, es usar una
palabra distinta a la otra. Si en cambio escribo, digo, pienso mesa mesa, no estoy
diciendo/pensando/escribiendo nada con sentido sobre ese objeto más que decir que es mesa. Si
quiero salir de esa indiferenciación, necesitaré oponer a mesa otro signo.
Y esto vale, no sólo para la relación sintagmática, sino también para los vínculos paradigmáticos.
Cuando alguien dice “rojo”, nuestro mecanismo interpretador puede adjudicarle un sentido sólo
en la medida en que lo contrapone a todos aquellos signos que no son “rojo” (por oposición) pero
también a todos aquellos por los que rojo podría sustituirse (por semejanza). Así, cuando decimos
rojo, por referencia al paradigma de la gama cromática, decimos no-naranja, no-amarillo, no-
marrón, y en general no-toda la gama cromática restante, pero también decimos =colorado, =color
sangre =red, =rouge, etc.
Que todo hecho semiótico instituye ejes de oposición de múltiples niveles lo podemos ver en un
sinfín de fenómenos y experiencias: en el sistema pictórico de la perspectiva visual, que establece
planos contrapuestos (arriba-abajo, lejos-cerca, nítido-difuso, centralidad-dislocación del centro,
etc.); en la estructura narrativa, donde un protagonista conforma, junto al oponente, un eje de
conflicto, de modo tal que alguien es el héroe porque no es el villano ni la víctima, alguien es
víctima, porque no es héroe ni victimario, alguien es victimario porque no es ni héroe ni víctima,
etc.
BENVENISTE:
SENTIDO FISICO – MECANICO: Encajamos algo pequeño en algo más grande. Ponemos una cosa
dentro de la otra.
No siempre lo que aloja (más grande) opera como contexto de lo alojado (lo más chico). Ejemplo:
poner las medias en un cajón no hace del cajón el contexto de las medias. El cajón solo las aloja
físicamente.
¿Pero que es un sistema? Es una estructura de relaciones abstractas que puede ser llenada con
elementos contenidos cualesquiera.
Modo de operación: sentido al cual se dirige ese sistema. A cuál de los sentidos: visual, táctil,
olfativo, gustativo, etc.
Dominio de validez: el contexto en que ese sistema vale como mensaje, como sentido en el
que se lo puede leer. Tiene un sentido para alguien, alguien va a reconocer eso como un tipo
de sistema semiótico.
Las competencias necesarias que tiene que tener un individuo para interpretar el cuadro
anterior. El dominio de validez del cuadro tiene que ver con el escenario, con la perspectiva,
quien está participando de esa lógica del mundo burgués.
Esta característica está vinculada con el medio en el que va a circular y donde se van a
reconocer estos objetos e interpelar.
Naturaleza y número de los signos: el tipo de signos que tiene (en el caso del cuadro, signos
visuales) y el número o cantidad que presenta. En caso del cuadro, depende de la cantidad de
personas, platos, colores, etc.
Tipo de funcionamiento: modo en que están trabados, relacionados, para generar el sentido
que quieren generar.
Ejemplo:
1 y 2 son condiciones externas o empíricas del sistema. 3 y 4 son condiciones internas o semióticas
del sistema. Sólo las externas pueden tener ciertas variaciones, las otras dos no Un signo puede
variar en su dominio de validez y en su modo de operar pero no en su naturaleza ni en su
funcionamiento