El documento discute el lugar de la literatura en la escuela y presenta diferentes perspectivas sobre cómo y por qué enseñar literatura. También describe algunas experiencias exitosas en escuelas argentinas que promovieron una relación más autónoma de la literatura a través de la participación de estudiantes y maestros.
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El documento discute el lugar de la literatura en la escuela y presenta diferentes perspectivas sobre cómo y por qué enseñar literatura. También describe algunas experiencias exitosas en escuelas argentinas que promovieron una relación más autónoma de la literatura a través de la participación de estudiantes y maestros.
El documento discute el lugar de la literatura en la escuela y presenta diferentes perspectivas sobre cómo y por qué enseñar literatura. También describe algunas experiencias exitosas en escuelas argentinas que promovieron una relación más autónoma de la literatura a través de la participación de estudiantes y maestros.
El documento discute el lugar de la literatura en la escuela y presenta diferentes perspectivas sobre cómo y por qué enseñar literatura. También describe algunas experiencias exitosas en escuelas argentinas que promovieron una relación más autónoma de la literatura a través de la participación de estudiantes y maestros.
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Alvarado, Maite (coord.) Entre líneas.
Teorías y enfoques en la enseñanza de la
escritura, la gramática y la literatura. Bs. As. Flacso/Manantial, 2001. LA L1TERATURA EN LA ESCUELA, Gustavo Bombini.
El lugar de la literatura en el curriculum escolar se presenta como una cuestión
siempre controvertida. ¿Qué clase de conocimiento es el conocimiento literario? ¿Qué tipo de experiencia promueve en los alumnos? ¿Cuál es el sentido de enseñar literatura en la escuela? ¿Cuáles son los modos más apropiados de enseñarla y aprenderla? Son preguntas que continúan siendo hoy preocupaciones acuciantes de maestros, profesores, pedagogos, investigadores y funcionarios educativos. Estas preocupaciones no son producto de crisis recientes sino que a lo largo de toda la historia de la educación y, más específicamente, de la historia de las prácticas de enseñanza de la lengua y la literatura, es posible observar la presencia de interesantes polémicas en las que se reconocen posiciones diferenciadas respecto a cuáles son los diversos marcos te6ricos lingüístico-literarios que sustentan la enseñanza, cuáles son los conocimientos que, desde los programas, los libros de texto, la formación docente, etcétera, se proponen como los contenidos que debe conocer el alumno, cuáles son las relaciones posibles entre teorías y prácticas que se plantean, entre otras problemas. En una conferencia sobre el tema de la lectura en la escuela que el prestigioso crítico literario y profesor de secundaria, Pedro Henríquez Ureña, dictó a maestros en el año 1930 en la Universidad Nacional de La Plata, se refirió específicamente a la formación de lectores en la escuela y al lugar de la literatura en esta experiencia de formación. Decía Henríquez Ureña: “el hábito y el amor por la lectura literaria forman la mejor llave que podemos entregar al niño para abrirle el mundo de la cultura universal. No es que la cultura haya de ser principalmente literaria; lejos de eso [...]. Pero el hábito de leer difícilmente se adquiere en libros que no sean de literatura”. Es posible que la contundencia de esta afirmación nos parezca hoy ingenua, acaso un poco terminante y, en última instancia, carente de fundamentación. Sin embargo, interesa partir de esta convicción de Henríquez Ureña para volver a preguntarnos sobre el interés de la enseñanza literaria en la educación básica y en la educación de los adolescentes. Existen en la actualidad diferentes diagnósticos, más intuitivos que científicos, que imponen cierto malestar en la práctica cotidiana de maestros y profesores en relación con la pérdida de hábitos de lectura por parte de niños y jóvenes, con la atracción que ejercen otros objetos culturales del campo de la video cultura, la música, la informática, entre otros; o, con la urgencia de enseñar aquellas habilidades en la cultura escrita que facilitarán la vida del futuro ciudadano. En cualquier caso, la literatura sería considerada una práctica estética elitista, un tipo de discurso suntuario cuya enseñanza no estaría incluida entre las urgencias de las prácticas docentes. Es uno de los objetivos de este trabajo reflexionar acerca del sentido posible de ensenar literatura en la escuela de hoy. La pregunta por el lugar de la literatura en la escuela podría postularse hoy a partir de dos dimensiones o líneas de indagación: la primera, referida a qué se entiende por literatura en el ámbito de la escuela y, la segunda, relacionada con los modos específicos de su enseñanza y aprendizaje. Nos referiremos, en el primer caso, a la cuestión de la autonomía del objeto literatura en el ámbito escolar y, en el segundo, a los problemas específicos que plantea una didáctica de la literatura. La pregunta por la autonomía de la literatura se presenta como un interrogante central a la hora de pensar en la relación entre escuela y literatura. La literatura -una práctica cultural autónoma- ocupa un lugar tradicionalmente relevante en el curriculum escolar y esta recolocación supone diversas maneras de introducirse la literatura en la escuela, variados saberes propuestos como conocimientos escolares sobre la literatura y distintos modos de ser leída. Por una parte, la literatura puede aparecer sometida a distintos mandatos moralizantes, psicológicos o pedagógicos, que encuentran en la escuela un medio eficaz para su transmisión. Al respecto, María Adelia Díaz Rönner ha señalado la existencia de lo que denomina "intrusiones" de la psicología y la psicología evolutiva, de la pedagogía y de la ética, a la vez que reclama la autonomización de la práctica literaria frente a estas imposiciones de la cultura escolar que acabarían por desdibujar el objeto en cuestión. En la escuela secundaria, estos componentes psicológicos y moralizantes tienen una presencia menor. Más bien, la enseñanza de la literatura siempre ha estado ligada a la necesidad de transmitir contenidos relacionados con la nacionalidad y valores ligados a la formación del buen ciudadano. No es que la escuela primaria, en sus orígenes, no haya cumplido también con su tarea nacionalizadora, pero en la secundaria esta función aparece más nítidamente marcada a partir del establecimiento de un canon de textos que se leen obligatoriamente y que constituyen el canon insustituible de la historia de la literatura nacional que conocerán las sucesivas generaciones. De esta manera, el Martín Fierro de José Hernández o Recuerdos de Provincia o el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, son textos que por su sola mención vienen a promover los valores de lo nacional a través de la literatura. Sin embargo, y a favor de una relación de mayor autonomía de la literatura en la escuela, se registran tanto en el nivel primario como en el secundario algunas experiencias y propuestas en las que la literatura se presenta como una práctica de lectura que, antes de ser convertida en un conocimiento a enseñar moralizante o de carácter histórico, impacta en niños y jóvenes como destinatarios de una experiencia estético-cultural. De esta forma, y en el marco de experiencias que jerarquizan la disposición creadora del niño, es posible recordar, por ejemplo, las visitas que realizaban numerosos escritores y artistas a la Escuela Serena que, en las cercanías de Rosario, dirigía la maestra Olga Cossettini. Juan Ramón Jiménez (quien asistió a una puesta de títeres realizada por niños sobre Platero y yo), Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Nicolás Guillén, Rafael Alberti, Horacio Butler, Jorge Romero Brest, Javier Villafañe, fueron algunos de los visitantes ilustres que establecieron diversos tipos de intercambios con los alumnos. La experiencia de la Escuela Serena pone el acento en la literatura como un bien estético-cultural autónomo, al que se accede de una manera directa, natural; la escuela no necesita recurrir a mediaciones adaptativas sino que es solo escenario para la puesta en contacto con la cultura a partir del encuentro entre los propios sujetos, creadores y contempladores. Por su parte, el maestro Luis Iglesias, quien lleva adelante experiencias en el ámbito de la escuela rural, dedica un espacio significativo a la literatura en la formación de lectores. En el capítulo VII, "Lectura y literatura", de su libro La escuela rural unitaria, sostiene la importancia de la existencia de una “biblioteca mayor", en la que habrá libros de texto, manuales, enciclopedias y también "volúmenes y colecciones de cuentos, novelas, poesías y narraciones, generalmente reducidas o adaptadas de la poesía universal. Los libros cumplirán los requisitos de estar bien impresos, de tener abundantes ilustraciones y ser elegidos "entre los que realmente puedan interesar a niños de edad escolar". Otra de las condiciones fundamentales postuladas por Iglesias es "la presencia de un maestro lector, conocedor de la literatura infantil, y mucho mejor aún, de toda la literatura". Asimismo, Iglesias propone la designación de alumnos bibliotecarios, que serán "capaces de saber encender el entusiasmo por los libros en los más pequeños". EI maestro lector como mediador importante que "no debe perder jerarquía cultural" ante el alumno, los alumnos como agentes intermedios que aconsejan y entusiasman y el requisito de una biblioteca bien dotada, están sugiriendo un tipo de relación con el mundo del libro y la lectura que no se limita a una acotada reproducción de algunas lecturas mínimas incluidas, por ejemplo, en un libro de texto; sino que se percibe la escuela como un escenario propicio para un prolífico intercambio de lecturas. De esta actitud interesada por otorgarle un lugar relevante a la lectura de literatura en la enseñanza y considerada como una práctica cultural activa, da cuenta también una experiencia desarrollada en el ámbito de la escuela media, en la Escuela Normal Superior de Córdoba, entre 1942 y 1947. Luz Vieira Méndez y Antonio Sobral fueron los pedagogos que condujeron la experiencia y las profesoras Delia Travadelo y María Luisa Cresta de Leguizamón se destacaron en el área de lengua y literatura. La propuesta partió de una contundente crítica al enciclopedismo y buscó alternativas de lectura de textos literarios en los que los alumnos tuvieran un protagonismo activo. Un ejemplo interesante consistió en "la preparación de una pequeña antología poética" a cargo de los alumnos, quienes se convierten en productores de selecciones para la lectura. Interesa citar la consigna completa y cómo fue recibida por los alumnos: [...] la preparación de una pequeña antología poética, propuesta de dos maneras: la primera, con la distribución de autores, por lo general modernos y contemporáneos, entre los alumnos del curso, para que cada uno recopilara de ellos las poesías que mejor comprendiera y gustara; la segunda, consistió en establecer temas de abundante motivación poética: la tarde, la infancia, la lluvia, la luna, etcétera, para que se recogieran poesías de diversos autores sobre cada uno de ellos. Estos trabajos, realizados con entusiasmo y cariño -es la palabra-, fueron entregados finamente ilustrados con grabados y acuarelas y completados con prosificaciones o comentarios de los poemas. Los alumnos, puestos en situación de llevar adelante una producción de tipo editorial, se presentan como otro ejemplo interesante de la relativa autonomía de la literatura en el aula escolar. Manipulan textos, toman decisiones acerca de su selección y del interés de su lectura y, en este sentido, desarrollan actividades propias de lectores autónomos; están produciendo una antología, pero esta tarea no se subordina a un conocimiento escolar preestablecido sino que su lógica de producción se parece a la que desarrolla un lector profesional. Enrolados en el espiritualismo estetizante, estos educadores confiaron en la creatividad, en la imaginación del adolescente y en formarlo libremente. La lucha era, a su vez, contra el enciclopedismo, contra el historicismo y contra el memorismo. En la década de 1960 se registran críticas hacia el modelo de la historiografía literaria, que se reiteran a través de diferentes intervenciones, y ya desde esta época se producen interesantes procesos de ampliación de canon de lecturas de la escuela media marcadamente influidos, por un lado, por la lectura en la Universidad de autores como Jorge Luis Borges o Julio Cortázar y, por el otro, por el fenómeno editorial del boom latinoamericano, un fenómeno de lectura extraescolar que va a influir directamente en las prácticas de lectura escolar. Sin necesidad de que se produzca una sanción oficial, de que los nombres de los autores aparezcan en alguna nómina de autores autorizados o recomendados o en algún documento curricular, los libros de texto actualizan sus propuestas de lectura incluyendo capítulos referidos a autores y textos del boom, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Ernesto Sábato, entre otros. También poetas de la vanguardia de los sesenta, como Nicanor Parra y Ernesto Cardenal, pasan a formar parte de la nómina de autores de manuales y antologías para la escuela media. Pasado este momento interesante, las condiciones político-culturales de las dictaduras de los años setenta y ochenta son propicias para la reconsolidación del modelo historiográfico, enraizado en la tradición nacionalista, de donde se desaloja -a través de circulares de prohibición explícita- a aquellos autores incorporados en la década anterior.
Autonomización y ampliación del canon a partir de los ochenta.
Podríamos postular que es en los años ochenta cuando se registra el gran proceso de autonomización de la literatura en la escuela primaria. A partir del surgimiento de una literatura infantil o literatura para niños, parece definirse nítidamente un campo artístico específico en el que se consolidan las distintas instituciones del campo literario: editoriales dedicadas a este tipo de producción, editores profesionales, un grupo más o menos estable de escritores e ilustradores, una incipiente producción crítica, más una asociación que reúne a todos los profesionales del campo. Se podría hipotetizar acerca del impacto pedagógico de la formación de este campo profesional: la visita de escritores a las escuelas, las ferias del libro que organizan las propias editoriales o promotores de libros, los cursos y talleres a cargo de capacitadores docentes y expertos en literatura infantil, proponen una nueva relación entre la literatura y la escuela que incide directamente en la experiencia de la lectura. No solo se trata de que el surgimiento de esta literatura marca una ruptura con la literatura retorizante de intención didáctica y plena factura escolar, sino que se propone un conocimiento articulado sobre la lectura directa de los textos, a la vez que reconstruye las condiciones de circulación y consumo de este objeto específico: bibliotecarios, maestros, padres y niños pueden seleccionar lecturas a partir del conocimiento de autores, ilustradores e incluso editoriales, colecciones, series y también librerías y libreros especializados, y acaso a partir de la lectura de reseñas y recomendaciones en suplementos literarios y revistas especializadas. Libros como el ya citado Cara y cruz de la literatura infantil de María Adelia Díaz Rönner o El corral de la infancia de Graciela Montes (o el artículo "El tesoro de la juventud" de Maite Alvarado y Elena Massat) son trabajos paradigmáticos en cuanto a la consideración de la literatura como un objeto diferenciado, en la necesidad de proclamar su autonomía en relación con otros textos leídos en el ámbito de la escuela y en la posibilidad de explicitar y analizar críticamente las complejas relaciones entre literatura e institución escolar. En síntesis, podríamos decir que la inclusión de la literatura infantil en la escuela supone una modificación en las prácticas de lectura en tanto lo leído es un texto identificable, citable, con autor reconocible y que funciona a partir de una propuesta estética determinada; se podría hablar, en este sentido, del pasaje de una literatura ad hoc, generada específicamente para la escuela e incluida en manuales, libros de lectura o antologías de uso escolar, a una literatura de autor, en principio extraescolar, que lucha -no sin contradicciones- por preservar su carácter autónomo. En el ámbito de la escuela media, el año 1984 marca un quiebre significativo con respecto al modelo de la historia literaria, que venía siendo cuestionado desde el comienzo de su consolidación. Surgen en esta época varias publicaciones que, de manera más o menos convincente, polemizan y, en cierto sentido, impugnan la historia literaria como conocimiento escolar dominante, a la vez que proponen alternativas de trabajo. En simultaneidad con el surgimiento de esa literatura infantil que atraviesa las paredes de la escuela primaria, se registra en el ámbito de la escuela media un fenómeno de apertura a la lectura de nuevos textos, respaldado en alguna medida por el mercado editorial. Frente a la crisis del modelo historiográfico que debía ajustarse a un listado estricto de textos para ser leídos, se promueve en la década de 1980 la apertura del canon escolar a nuevos textos, entre los que se contarán autores contemporáneos, textos de la llamada "literatura juvenil" y objetos culturales que, si bien habían sido ya considerados en la escuela.