Rosario Santa Monica
Rosario Santa Monica
Rosario Santa Monica
San Agustín tuvo en su madre Santa Mónica, un modelo y ejemplo de esposa, madre y
viuda, ya que Dios había infundido en ella el Espíritu de oración tan fuerte que logró
apartarlo de todos los enemigos del Espíritu como son: ambición, soberbia, placeres, etc.,
llevándolo a una conversión plena que lo convirtió en Apóstol y Testigo fiel de la Iglesia.
Así, pues, educada púdica y sobriamente, y sujeta más por ti a sus padres que por sus
padres a ti, luego que llegó plenamente a la edad núbil fue dada [en matrimonio] a un varón,
a quien sirvió como a señor y se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus
costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus
ojos. De tal modo toleró las afrentas conyugales, que jamás tuvo con él sobre este punto la
menor riña, pues esperaba que tu misericordia vendría sobre él y, creyendo en ti, se haría
casto.
Santa Mónica ora y llora por su hijo ausente, postrado por el azote de una enfermedad
corporal. Y tú Señor que estabas continuamente presente donde ella estaba, la oías a ella.
Y donde estaba yo, tenías piedad de mí para que recobrase mi salud corporal,
manteniéndose todavía la enfermedad de mi corazón. Pero tú no consentiste que muriera
en tal estado, puesto que esto sería morir dos veces. ¿Ibas a despreciar tú las lágrimas con
que ella te pedía no oro ni plata, ni bienes mudables o volubles, sino la salvación del alma
de su hijo?
“Dios escucha largamente a quien vive bien. Oremos, pues, no para que nos dé riquezas,
honores o bienes semejantes caducos e inciertos, a pesar de cualquier esfuerzo, sino
aquellos bienes que nos hacen buenos y felices. A ti, sobre todo, madre mía, confiamos el
cometido de que nuestros deseos se cumplan en la fe. Yo creo sin duda ninguna y afirmo
que por tus oraciones Dios me ha concedido la intención de no proponer, no querer, no
pensar, no amar otra cosa, que el conseguimiento de la verdad. Y continúo creyendo que
por tus peticiones conseguiremos un bien tan grande, al que hemos aspirado por tus
méritos”
Era en las cercanías de Ostia Tiberina. Allí apartados de la gente, tras las fatigas de un
viaje pesado, reponíamos fuerzas para la navegación. Conversábamos, solo los dos, con
gran dulzura. Olvidándonos de lo pasado y proyectándonos hacia las realidades que
teníamos delante, buscábamos juntos, en presencia de la verdad que eres tú, cuál sería la
vida eterna de los santos. Abríamos con avidez la boca del corazón al elevado chorro de tu
fuente, de la fuente de la vida que hay en ti, para que rociados por ella según nuestra
capacidad, pudiéramos en cierto modo imaginarnos una realidad tan maravillosa. Y cuando
nuestra reflexión llegó a la conclusión de que, frente al gozo de aquella vida el placer de los
sentidos carnales no tiene punto de comparación, tras elevarnos con afecto amoroso, más
ardiente hacia él mismo, recorrimos gradualmente todas las realidades corporales,
incluyendo el cielo desde donde el sol, la luna y las estrellas mandan sus destellos sobre la
tierra. Ella añadió: Hijo, por lo que a mí respecta, nada en esta vida tiene ya atractivo para
mí. Dios me ha dado con creces, puesto que tras decir adiós a la felicidad terrena, te veo
siervo suyo. ¿Qué hago aquí?
La perseverancia en la oración y las lágrimas de Santa Mónica, dice San Agustín en una
de sus confesiones, fue lo que hizo que la misericordia de Dios, descendiese sobre él
dándole a la vez la fe y la fidelidad.