Filidoro Norma
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EL OTRO
Norma Filidoro15
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Para desanudar esta idea les voy a contar de Ariel, de 4 años, con
una discapacidad certificada (CUD) como TGD (Trastorno Generaliza-
do del Desarrollo), un niño con PPI (Proyecto Pedagógico ¿Individual?,
¿Inclusivo?). Su maestra está describiendo, en un informe escrito, su
modalidad de ser y estar en la escuela. Allí, entre otras cosas dice: En
paralelo a esto, comienza a interrumpir las rondas de saludo. Se lo
observa entrando y saliendo. Se para en el medio, mira y se va.
Podría cambiar la Sala de cuatro por 2.do o 5.to grado y en lugar de
la ronda de saludo, podríamos hablar de copiar del pizarrón, resolver
un problema o identificar los verbos de un texto. La sala de cuatro
tanto como la ronda de saludo son solo excusas para abrir preguntas
y destotalizar miradas. Son excusas para no repetir gozosamente esas
frases que bajo la forma de la descripción, prescriben.
¿Qué es lo que la maestra de Ariel, sola, no podría? Ensayemos
respuestas posibles:
• Hacer que Ariel no interrumpa la ronda de saludo.
• Hacer que Ariel participe de la ronda de saludo como lo hacen
todos los nenes de la Sala de 4.
• Hacer que Ariel participe de la ronda de saludo como se espera
que lo haga.
Con sus diferencias, todas estas posibles respuestas participan del
denominador común de omitir la posibilidad de que entrar y salir, pa-
rarse en el medio y mirar sea la forma que Ariel tiene de participar en
la ronda de saludo. Todas ellas dan por hecho que:
a) Existe algo así como una manera de participar de la ronda de
saludo que compartimos de manera implícita. Algo así como “todos sa-
bemos de qué se trata participar en la ronda de saludo”: niños y niñas
sentados en el piso, con las piernas cruzadas, más o menos atentos,
quienes, a su turno, hablan sobre el tema importante propuesto para
ese día por la seño o por alguien del grupo.
b) Hay niños que no pueden, por las razones que fuera, participar 85
de ese espacio y eso los torna disruptivos: interrumpen la dinámica
grupal a la vez que no aprenden, ¿no se educan?
c) Esos son los niños y niñas que necesitan una persona que los
acompañe, niños y niñas que si no tienen alguien con ellos, interrum-
pen y no trabajan.
Buscar que Ariel no interrumpa la ronda de saludo es poner el eje
en la ronda y no en el sujeto. El objetivo de que Ariel se acomode a
la ronda elimina la pregunta por el sujeto, por su lugar. ¿Dónde está y
por qué? ¿Qué función cumple en su desarrollo y en su aprendizaje ese
modo de ser y estar? ¿Será que puede suprimirse así, sin consecuencias
para el sujeto?
Buscar que Ariel participe pone el eje en Ariel, pero si hay un único
modo de participar, la intervención se corre hacia el lado de que haga
lo que se espera y, esa intervención suponemos, es cosa de expertos
que saben “cómo trabajar con estos chicos”. En todos los casos se omi-
te la posibilidad de hacer que la ronda se acomode, se diversifique de
manera de incluir a Ariel. Y no hay resolución que pueda determinar
que las rondas deben tener bordes flexibles. Y no hay técnica que nos
explique cómo hacer una ronda cuadrada. Eso lo saben las maestras y
maestros, porque lo cierto es que la ronda no es tan redonda: no hay
23 niños de 4 años, sentados durante 15 minutos, con las piernas cru-
zadas, compartiendo una conversación. Uno se acuesta, otro se para,
alguno dice que está aburrido, otro que tiene sueño. Uno se apoya so-
bre el compañero que se enoja, otro le quiere contar al de al lado que
trajo caramelos. Algunos escuchan y otros, no. Algunos miran a la seño
o al que habla y otros miran… digamos la puerta, la ventana, la coci-
nita, el cajón de los bloques. Algunos pelean. Otros permanecen todo
el tiempo en silencio. Puede que alguno no haya escuchado nada.
Puede que otro no haya entendido lo que la seño decía sobre una seño
suplente que vendrá mañana y se quedará por un tiempo hasta que
ella vuelva. Algunos tendrán intervenciones pertinentes y otros saldrán
con algo que “nada que ver”. Sin embargo, el que interrumpe es Ariel.
¿Qué interrumpe? Una ronda que no existe pero que con su modo de
ser y estar nos ayuda a sostener como posible. Ariel, como diferencia
86 radical, hace del resto un común homogéneo. Ariel, con su diferencia,
sostiene la ilusión de lo común como sustancia eterna y permanente.
Esto nos deja una “moraleja”: es la mirada del docente, su lectura,
la que ubica a Ariel interrumpiendo o participando. Es su mirada la
que le da el lugar en la ronda o lo expulsa, lo incluye o lo excluye. En
lugar de decir que “Ariel interrumpe”, la maestra podría haber dicho:
“En paralelo a esto, comienza a participar de las rondas de saludo. Se
lo observa entrando y saliendo. Se para en el medio, mira y se va”.
El lugar de alumno/a (en este caso, el modo de participar de la
ronda) puede ser muy estrecho y de bordes rígidos, puede ser estre-
cho, pero de bordes flexibles, amplio y de bordes rígidos y amplio con
bordes flexibles. Cuánto más amplio el espacio y más flexibles sus bor-
des, más inclusivo. Cambiar los bordes de las rondas requiere, a veces,
que la maestra no esté sola. Dejar la ronda redonda y acompañar al
docente en la posibilidad de cambiar su mirada de manera que insti-
tuya a Ariel en el lugar de un niño que participa entrando y saliendo,
parándose en el medio y mirando, efectivamente, es una operación
que requiere que la maestra no esté sola. Se trata, en ambos casos, de
introducir allí un tercer término que le permita leer/interpretar la esce-
na desde otro sistema de relaciones, desde otra lógica. Se trata de que
haya otro con quién compartir saberes, preguntas y experiencias para
modificar propuestas no desde un “probar” desesperado sino a partir
de una lectura compartida.
Pero no solo lecturas, también necesitamos propuestas
Como cambiar la mirada de los docentes no parece ser la pregunta
correcta. La pregunta podría ser: ¿qué condiciones necesitan las maes-
tras de los tantos Ariel que habitan las aulas para cambiar su mirada
acerca de ellos? O, ¿qué condiciones necesitan los docentes para in-
tentar armar rondas de diversas formas y colores? Creo que de esto se
trata: la inclusión escolar de sujetos en situación de discapacidad re-
quiere de la creación de condiciones que permitan a las maestras
y maestros modificar tanto sus miradas como, consecuentemen-
te, sus propuestas educativas.
Que alguien acompañe a Ariel de manera permanente no parece
ser una propuesta que vaya en este sentido. Eso no cambiamos ni la
lectura de la maestra ni la ronda. Más bien parece asegurar que nada
cambie. 87
La maestra sola no puede, es verdad:
• Necesita un equipo escolar interdisciplinario disponible para
compartir sus preguntas. Un equipo disponible para acercarle lec-
turas sobre sus intervenciones y también para construir propuestas
desde la inmanencia de las prácticas. Propuestas que le permitan
hacer rondas no redondas, de distintos colores y diversos tamaños.
• Necesita tiempo con otros para reflexionar, para registrar y es-
cribir, para preguntar, dialogar, pensar y crear.
• Necesita una pareja pedagógica.
• Necesita espacios para compartir experiencias con sus pa-
res y para transmitir sus experiencias y su saber acerca del grupo y
de cada niño y cada niña.
• Necesita espacios de formación en servicio.
¿Y las APND (Acompañante Privado/Personal No Docente)? No, no
es ésta la pregunta correcta. Porque no se trata de las personas (las
APND), ni siquiera de los Equipos de Integración, privados y externos
al Sistema Educativo, se trata de discursos y prácticas, se trata de dis-
positivos y, como afirma el equipo de la UEICEE, de la posibilidad o
no de reconfigurarse atendiendo a los principios de la inclusión plena
en la diferencia (no en la igualación). Se trata de singulares en una
escuela plural.