El Abismo
El Abismo
El Abismo
Nátnero 200
Angela Graupera
EL AB15H0
Revisado per la
previa censura
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Trini, la para
de A. Fernández Escobes
II
¡Ramón!—gritó su alegría.
—
amorosas, de idilios
y de excursiones, y lo descargó
con fuerza sobre las
espaldas de su mujer.
Un gemido, largo y débil como un suspiro,
escapó
de sus labios, y sin palabras, sin reproches, resignada
a destino, empezó a bailar sorbiendo sus lágrimas,
su
su
vergüenza, su dolor.
¿Cuánto duró el cruento suplicio, suspensa siempre
del castigo, siempre danzando, mientras el bruto es¬
grimía el palo lanzando su lúgubre canción?
Bailó y bailó hasta que el sueño,
benigno y re¬
dentor, hizo del ebrio
una masa informe y
mal oliente.
Inclinada sobre aquello que ni era hombre ni era
bestia, Leonor dió rienda suelta a su desesperado
llanto.
Llorando pasó la noche entera.
Llorando sobre ella misma, sobre su marido, sobre
las cenizas a que habían quedado reducidas sus más
doradas y bellas ilusiones.
til
IV
Y en
arranque generoso y sublime confesó las ba-
LA NOVELA IDEAL J7
«¡
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LA NOVELA IDEAL 21
—¿Qué te importa?
—Me importa y mucho, porque eres mi marido.
—Y me debes obediencia.
—No complicidad, y yo sería cómplice de tu envi¬
lecimiento si continuara tolerando tus excesos. Dis¬
puesta estoy...
—¿A qué cosas estás dispuesta, mi brava tigresa?
—alardeó irónico.
—A no dejarte salir de casa una vez caída la noche.
—La cosa es muy fácil de arreglar. Quería decírtelo.
Precisamente no puedo entregarte dinero esta semana.
Como tú ganas con la costura, no veo la necesidad.
—No esperes te mantenga para más beber—negó,
palideciendo y comprendiendo la perversa intención
de su marido.
—Ni yo lo toleraría. Tengo, a pesar de que digas
lo contrario, la dignidad de mi sexo. Comeré en la
taberna y solamente entraré para dormir en tus brazos.
Aterrada, escuchó Leonor la decisión de su hombre,
que se complacía en destruir todos los castillos levan¬
tados por su amorosa ilusión.
La envolvieron frías cenizas de desaliento y la fe
empezó a vacilar, falta del precioso combustible que
la había hasta entonces alimentado.
Ladesgracia se había convertido en su fatídica som¬
bra. ¿Dónde y en qué negras rocas irían a estrellarse?
La tragedia, a medida que se desarrollaba, subía en
intensidad y su presentido desenlace era tan espantoso
que no podía evocarle sin sentirse morir.
Esforzándose en demostrar una resignada tranquili¬
dad que estaba lejos de sentir, y comprendiendo eran
inútiles las súplicas tanto como los razonamientos,
aceptó:
—Como quieras. Precisamente tengo exceso de tra¬
bajo y las comidas me roban mucho tiempo.
24 LA NOVELA IDEAL
yi
—¿Tienes dinero?
—Tengo aún mis últimos salarios. Como tú atien¬
des a todos los gastos...
—Con placer, y a ser posible. ¿No hemos
más haría
de prestarnos mutua ayuda? Hoy eres tú; mañana
seré yo que deberé esperarlo todo de tu amante ge¬
nerosidad.
Los ojos de Ramón fulguraron rápida e intensa emo¬
ción, se posaron tiernos y humildes sobre el pálido
rostro, y las últimas frases de nobleza y de gratitud
28 LA NOVELA IDEAL
VII
muerta.
—A todo me conformo mientras me entregues la
llave y suenen en mis bolsillos unas monedas blancas
que gastar alegremente a la salud de las fáciles y
de las hermosas.
—Hoy te quedas con una hermosa: la tuya.
—Hoy salgo, y al momento. Dame la llave—insistió
amenazador.
—No—negó con firme suavidad.
—Estoy dispuesto a las violencias—vociferó.
—Y yo adesafiarlas. Quiero saber de cuánta maldad
eres
Escucha, Ramón... Perdona mis palabras.
capaz.
Somos jóvenes, nos hemos amado, hemos conocido días,
años de dicha sin nubes ni tempestades. El maldito
alcohol se interpuso en nuestro camino cuando más
LA NOVELA IDEAL
3o
su
mujer.
Esta levantóse rápida y resuelta, hermosa de ener¬
gía yle barrió la puerta.
Y empezó la espantosa y silenciosa batalla en la
cual debía sucumbir la que más noble razón llevaba,
ostentando como lema la debilidad de su sexo.
La mordió, la diabólico sa¬
golpeó; retorció con
dismo las delicadas muñecas entre sus crispados dedos,
y como no cedía, recurrió a cobarde procedimiento
bárbaro y seguro.
Se lanzó a la cocina. Tomó un manojo de cuerdas
y predecir la más
engañaron diciendo que era imposible sanar a quien
no quería curar.
Mientras, el joven obrero era una sombra, un fan-
tasma grotesco, lamentable y tembloroso.
pavoroso,
Nada subsistía de lo que fué un bello y arrogante
hombre. El veneno seguía realizando su obra destruc-
tora. Faltaba el desplome total
y absoluto, la caída
irremediable, la última y definitiva sacudida.
En aquellos días, Leonor decidióse a consultar otro
médico, recomendado también por su madre, y éste,
después de escuchar su doloroso relato, tuvo piedad
de aquella juventud sacrificada y no
quiso dejarle salir
sin consuelos dulces de esperanza.
La entregó un frasco, recomendando echara unas
cucharaditas todos los días en la botella del vino.
—Mi marido es muy receloso, y si observa que yo
no bebo del mismo vino rehusará
tomarlo—explicó
tímidamente, en miedo de ofender al bondadoso y
sensible doctor.
—Puede usted beberlo, pues que sus efectos son
inofensivos para los no alcohólicos.
Contenta, apretando contra su seno el producto
precioso, hizo cuanto el médico había encomendado.
Al tercero, Ramón rechazó el vaso con tanta vio¬
lencia, que su contenido desparramóse sobre el blanco
mantel, y arrojándose impetuosamente sobre ella, igual
a rabiosa fiera,
empezó a sacudirla rugiendo:
¡ Canalla! j Me estás envenenando! ¡ Su fuego
—