Areco y Dacunto - Conceptos de Salud y Enfermedad Mental
Areco y Dacunto - Conceptos de Salud y Enfermedad Mental
Areco y Dacunto - Conceptos de Salud y Enfermedad Mental
El binomio Salud Mental y Enfermedad Mental es una fórmula sencilla - y a menudo errada o simplista -
de categorizar una gran complejidad de variables que suceden de forma continua o esporádica en nuestra
experiencia interna subjetiva, y que cumple la función de ordenar y separar aquello que es “esperable”,
“deseable” o “conveniente” de aquello que supone una “afectación”, “alteración” o “dificultad” en el
funcionamiento psíquico típico de una persona dentro de un contexto determinado.
Sin embargo, estas definiciones son puestas entre comillas por un motivo evidente, ya que no existe un
consenso único y concreto de lo que es “deseable” o lo que es “indeseable” en lo que respecta a un desarrollo
psíquico “normal”, “típico” o “sugerible”, y esto se debe a varios motivos:
● Polisemia: Los conceptos de “Salud Mental” y “Enfermedad Mental” son conceptos polisémicos, es decir,
que no obedecen a un único significado universal y que pueden variar según el contexto, el observador
y el propio ser que experimenta e interpreta sus procesos internos y externos.
● Variedad de Disciplinas: Existe una multiplicidad de paradigmas, enfoques y subsecuentes teorías
psicológicas que definen, dentro de cada una de ellas, sus propios parámetros de lo que es
“esperable”, separándolo de lo que es una “alteración”. La mayoría de estas teorías psicológicas, de las
cuales solo se abordarán las más validadas o reconocidas, ofrecen su propia interpretación y abordaje
de los hechos o fenómenos psicológicos.
● Variedad de Intervenciones: En consecuencia con el punto anterior, cada teoría, al interpretar y
categorizar de forma propia a los fenómenos psicológicos como “saludables” o “enfermos”, de igual
manera, confecciona el espacio terapéutico y los métodos e intervenciones que llevan al sujeto
“enfermo” a “sanar” o “cambiar”. Cada teoría postula su propia serie de razones, leyes o argumentos
por las cuales un sujeto “enferma” y cómo este sujeto puede llegar a una supuesta “sanación”,
transformación o alivio sintomático, a través de técnicas o procedimientos específicos.
● Subjetividad: Además de la discrepancia de concepciones teóricas, cada individuo humano es portador
de una propia subjetividad, es decir, de una forma particular y única de experimentarse a sí mismo y al
mundo que lo rodea, por lo tanto, concebimos de manera distinta y autónoma lo que es y significa estar
saludable y estar enfermo.
● Interpretación de los Hechos: Del punto anterior se arriba también a la idea de que ante un mismo evento
o experiencia interna / externa, no todas las personas reaccionamos de la misma manera ni
“enfermamos” o generamos un síntoma de igual forma. Esto se debe a la discrepancia y diferencia que
puede haber entre el marco de referencia o la realidad psíquica interna de un individuo respecto de
otro, de un grupo a otro, o incluso de una cultura a otra, ya sea por la propia personalidad, por las
experiencias previas, por el entorno socioeconómico y político en el que se vive, o por los significados
con los que suele operar y negociar. Esto se evidencia, no solo por la multiplicidad de afecciones y
1
sintomatología que existen en la actualidad, sino por las diversas reacciones e interpretaciones que
distintas personas tienen frente a un mismo evento, situación o síntoma.
Por lo tanto, las concepciones que desarrollemos sobre lo que es la “Salud” y lo que es “Enfermedad”
siempre serán diversas e inespecíficas, y pueden variar según la persona, el contexto, la cultura o la sociedad
en la que estemos inmersos.
Es un hecho que la vida nos enfrenta cotidianamente a una serie de situaciones que ponen a prueba
nuestros recursos mentales, nuestra capacidad de asumir y/o enfrentar dichos desafíos. En todas las esferas
de la vida (Familiar, Social, Laboral, Académica, Vincular, Corporal) se nos presentan escenarios adversos y
problemas con los que debemos lidiar constantemente. Además, también, las adversidades surgen del propio
individuo y de sus dificultades, limitaciones o deseos. En esencia, toda sensación o estimulación interna o
externa puede provocar un desequilibrio en el organismo, que el sujeto debe poder resolver de una forma u
otra haciendo uso de su capacidad mental.
Es lícito pensar, entonces, que somos seres que estamos en constante búsqueda del equilibrio (y por
ende, en conflicto permanente), sin alcanzarlo nunca del todo, realmente. Hay casos particulares en que estos
estímulos nos generan algo más que un simple desequilibrio:
● Nos perturban de sobremanera o bien nuestra capacidad de enfrentarlos no alcanza o no es suficiente.
● Se instalan durante un tiempo considerablemente prolongado en nuestra vida. ● Sentimos que alteran
nuestra forma de vivir.
● Están acompañados de una sensación desagradable, intolerable o angustiante de forma recurrente o
repetitiva .
● Nos implican dificultad o incapacidad para disfrutar o realizar nuestras rutinas o actividades diarias.
● Dan origen a reacciones sintomáticas.
● Generan una dificultad de convivencia, vinculación, relacionamiento con los demás, o bien nos llevan a
tener pensamientos y conductas incoherentes, incomprensivas, dañinas, peligrosas o autolesivas.
En estos casos es cuando amerita hablar del origen y mantenimiento de un cuadro de malestar
profundo, trastorno mental o comúnmente llamado Enfermedad Mental.
En consecuencia podemos entender a la “Salud Mental”, de forma amplia, como la capacidad esencial
de enfrentar las adversidades de la cotidianeidad en pos de conservar la mayor autonomía y autosuficiencia
posible a la vez que el menor sufrimiento posible, y más específicamente, a la capacidad de sostener un cierto
nivel de adaptación en las distintas esferas de la vida de un sujeto, a su vez que manteniendo un equilibrio
interno entre distintos aspectos que se manifiestan en torno al psiquismo. Por supuesto, esta tarea es ardua y
nunca se completa ni se llega a tal equilibrio, por lo que la Salud Mental no es un “estado” sino una “aspiración
potencial” u “horizonte” al cual se puede apuntar constantemente.
2
intervenciones directas sobre la anatomia y fisiologia del individuo - operaciones, extracciones, modificaciones
- o indirectas, a través de componentes, químicos o drogas que alteran el funcionamiento físico-químico del
cuerpo en pos de una solución.
Naturalmente, estas opciones no son posibles en el dominio de lo mental, puesto que las
“enfermedades” que tratamos los psicólogos no obedecen enteramente a los mismos principios de causación
(origen) y tratamiento (cura).
Enfermedad ⇾ Cura ⇾
Salud
En términos causales, algunas afecciones psíquicas tienden a tener correlatos a nivel cerebral o
fisiológico, que se pueden interpretar como los factores que desencadenan y/o sostienen un cuadro
determinado. Un clásico ejemplo de esto es la Afasia, siendo esta una alteración en el habla o comprensión del
lenguaje, el cual es un proceso psíquico superior y vital. Se sabe a ciencia cierta que las Afasias son
producidas por alteraciones neurológicas en las áreas de Broca y Wernicke, dos áreas del cerebro que son la
base funcional necesaria para llevar a cabo este proceso complejo.
Sin embargo, hay otros cuadros que podemos definir como “afecciones” que no siempre tienen un
correlato claro o específico a nivel del funcionamiento biológico. Además, por la naturaleza de las
problemáticas que tratamos los psicólogos, es evidente que las cuestiones que llevan a enfermar a un sujeto y
a padecer por ejemplo; angustia, frustración, ansiedad, vergüenza, tristeza, celos o culpa, se ubican en un
orden distinto de fenómenos que solamente se entiende a través de los significados y las interpretaciones que
un sujeto hace de su experiencia vital y su conducta; es decir, no existe ni existirá nunca una “pastilla para la
culpa” o una “medicación contra los celos”, ya que estas son experiencias de otro orden o dimensión.
En términos de tratamiento, también encontramos diferencias. Para lograr alcanzar objetivos
terapéuticos, los psicólogos nos valemos de nuestras herramientas más importantes: nuestra escucha,
nuestras palabras y nuestra conducta. No intervenimos “sobre” o “dentro” del sujeto, sino que vemos al sujeto
como medio para su propia transformación a través de la reflexión y el intercambio simbólico. De esta forma se
resalta que las problemáticas que aborda un psicólogo siempre se relacionan con las experiencias y las
manifestaciones en forma de pensamientos, conductas o emociones de un sujeto, y que ese mismo campo
complejo llamado psiquismo es sobre el cual trabajamos y podemos intervenir.
Esto nos lleva a la conclusión de que los psicólogos no curan. Esta frase puede resultar desmotivante
o minimizante del rol del psicólogo, pero es esencial entender su significado; a diferencia de los médicos o los
especialistas de otros campos de la Salud, los psicólogos no operamos directamente sobre nuestros
consultantes, sino indirectamente.
Para esto también es necesario entender una diferencia fundamental en la concepción de lo que es un
“paciente” dentro de un contexto psicoterapéutico. El “paciente” del médico tiene en su definición la
connotación de “paciencia” y “pasividad”, es decir, es una persona que pone su cuerpo/afección a disposición
para que otra persona opere/trabaje directamente sobre ella y solucione su problema.
En cambio, como los psicólogos operamos indirectamente sobre la esfera de los procesos mentales y
no somos capaces de acceder directamente al padecimiento del otro, tenemos que trabajar en consonancia y
cooperación empática con el propio sujeto. El paciente psicoterapéutico se nos ofrece a sí mismo en su doble
vertiente como depositante de su afección y como herramienta de cambio. Esto quiere decir que el psicólogo
no cambia ni cura al paciente psicoterapéutico, sino que lo que hace es facilitar que el paciente se cure a sí
mismo.
Esta concepción ubica al paciente como el artífice último y responsable de su propio bienestar y
sostiene la capacidad de agencia - ser actor y responsable de mis propias acciones, las cuales en última
3
instancia son las que me ayudaran a cambiar -, y además desglosa la omnipotencia del psicoterapeuta que
cree que puede “curar” a todo quien se presente en su consultorio, con el poder de su intervención. Esto es
aún más claro cuando entendemos que los pacientes no cambian y no mejoran por arte de magia o
espontaneidad, y sobretodo, si no hay un deseo o motivación interna previa de cambio propia.
“No se puede cambiar al otro si ese otro no desea cambiarse a sí mismo antes.”
4
ubicando algunas alteraciones observables de las esferas elementales del psiquismo humano como la manía,
la melancolía y la demencia, y describiendo por primera vez los procesos de patogénesis u originarios de la
enfermedad mental.
Desde ese momento y hasta hoy, se ha instalado como la disciplina dominante dentro del campo de la
Salud Mental, con la minuiciosa misión de clasificar, analizar y describir cada tipo de trastorno mental existente,
los déficits que conllevan, sus particularidades sintomáticas y sus diversos tratamientos. Dentro de este campo,
el trastorno mental es estudiado como una entidad separada de su portador, con características inherentes y
criterios particulares, con sintomatología específica, signos e indicadores. Estos objetivos son los que
confeccionan el accionar del campo de la Psicopatología (Vallejo Ruiloba J., 2007)., en rigor, el estudio de las
enfermedades mentales.
La Psiquiatría, como toda disciplina médica occidental, adhiere mayormente a la explicación de
causación orgánica de las enfermedades, es decir, que concibe que toda alteración del funcionamiento mental
se debe siempre y en todo momento a una alteración en la estructura de los tejidos cerebrales (anatomía) y/o
en el funcionamiento físico-químico de los mismos (fisiología), dejando poco o nulo espacio a los factores
ambientales o contextuales. Ubica su foco casi exclusivamente en la presencia de la enfermedad y en su
tratamiento.
La Psiquiatría contemporánea ha ido evolucionando desde sus enfoques primitivos, integrando dentro
de sí, aportes de otras corrientes teóricas, así como técnicas y perspectivas que se alejan de una visión
estrictamente médica y tradicionalista. Sin embargo, la visión médica sigue dominando, especialmente en la
práctica, siendo el principal método de tratamiento la medicación psicofarmacológica y la internación o encierro
en casos de urgencia o peligrosidad.
Enfermedad: Para la Psiquiatría, la enfermedad mental corresponde a cualquier estado de alteración
mental o déficit en cualquiera de las esferas que componen la psiquis del individuo, es decir, alteraciones
intelectuales, del pensamiento y el razonamiento, alteraciones afectivas, alteraciones de la voluntad, en la
conducta, del habla, de la sexualidad, de la memoria, de la percepción, etc. La Psiquiatría clasifica estas
alteraciones dentro de categorías o cuadros que hoy son extensivamente usados en la jerga psicológica, cuya
expresión más reciente es el ampliamente utilizado Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades
Mentales (American Psychological Association; 2017):
● Trastornos del Desarrollo Neurológico (Ej.: Autismo)
● Trastornos del Espectro Psicotico (Ej.: Esquizofrenia)
● Trastornos Bipolares
● Trastornos Depresivos (Ej.: Episodio Depresivo Mayor)
● Trastornos de la Ansiedad (Ej.: Ataques de Pánico, Fobias)
● Trastornos Obsesivos-Compulsivos
● Trastornos Disociativos (Ej.. Amnesia Disociativa)
● Trastornos Alimentarios (Ej.: Anorexia)
● Trastornos del Sueño (Ej.: Insomnio)
● Trastornos Sexuales (Ej.: Vaginismo)
● Trastornos de la Memoria (Ej.: Amnesia)
● Trastornos Neurocognitivos (Ej.: Alzheimer)
● Trastornos de la Personalidad (Ej.: Border)
Salud: En rigor, la Salud en el campo de la psiquiatría es representada como la ausencia de
enfermedad o la no-existencia de una alteración. Este concepto es compartido en su mayoría por el campo de
la medicina que concibe que la salud es simplemente la ausencia de Enfermedad.
Tratamiento: La vía predilecta de tratamiento consiste de las acciones psicofarmacológicas de diversos
componentes químicos como los antipsicóticos o los antidepresivos, cuyos efectos repercuten directamente o
indirectamente en el sistema nervioso y que propician efectos sedantes, tranquilizadores, o permiten la
mitigación o control de los síntomas, contemplando que hay casos en que los cuadros son crónicos y por lo
tanto no tienen una curación definitiva, sino una regulación permanente. Otro tipo de abordaje consiste en las
prácticas de encierro o internación del enfermo mental, específicamente en casos donde este representa un
peligro o riesgo para sí o para terceros.
5
Enfoques más actuales de la psiquiatría han ido integrando técnicas y procedimientos terapéuticos
provenientes del campo de la psicología clínica, la psicoterapia y el psicoanálisis.
Salud y Enfermedad desde los Enfoques Psicoanalíticos
La teoría psicoanalítica surge a finales del siglo XIX de la mano de su creador, el neurólogo austríaco
Sigmund Freud. Desde sus inicios, esta teoría no buscó una base empírica sustentada en la experimentación
positivista tradicional de la época, sino por el contrario, se originó a partir de la observación clínica y el análisis
de casos, y a partir de allí se elaboraron sus postulados principales.
Históricamente, el psicoanálisis se representa como el origen de las corrientes psicodinámicas, un
concepto amplio que comprende todas las escuelas terapéuticas que basan sus postulados y sus principios en
el marco teórico desarrollado por Freud y sus continuadores.
El psicoanálisis ofrece una comprensión del sujeto innovadora y revolucionaria para la época, que se
puede reducir en tres grandes premisas:
1. El sujeto está regido mayoritariamente por procesos inconscientes, es decir, de los cuales no posee
registro o consciencia actual.
2. El sujeto está constantemente ‘habitado’ por fuerzas o motivaciones que se contraponen entre sí (por
ejemplo, entre el deseo y el deber; entre lo que se quiere y lo que se puede en realidad), lo que da a luz
a un conflicto psíquico permanente dentro del sujeto o entre el sujeto y la realidad.
3. El sujeto produce un síntoma como resultado de un conflicto psíquico (también llamado neurosis) no
resuelto, siendo que este conflicto guarda similitud con o es la repetición de un conflicto originado en la
infancia. Esto da cuenta del peso y la importancia que tienen las experiencias infantiles originarias en la
estructuración de la personalidad, procesos que son también inconscientes, y se hace hincapié
sobretodo en aquellas experiencias no resueltas o traumáticas.
El psicoanálisis contempla una aproximación conceptual diferente frente al síntoma respecto a la
mayoría de las ciencias de la Salud Mental. Mientras que muchas de estas comprenden al síntoma como algo
a erradicar o a tratar, el psicoanálisis ve al síntoma - sin dejar de ser algo patológico - como algo a explorar,
una “pista de algo más”, es decir, la puerta de entrada hacia el conflicto subyacente que oculta un sujeto. Por lo
tanto, el síntoma no es más que una formación de compromiso, una transacción, algo que está en lugar de otra
cosa. Es tarea del psicoanalista, en principio, develar el sentido o significado oculto de este síntoma, para
hacerlo consciente en el analizado (Mazzuca, 2013).
El psicoanálisis tampoco considera, en rigor, enfermedades concretas o estados de salud universales,
aunque ofrece una aproximación a lo que son diferentes estructuras subjetivas o de la personalidad de un
individuo que delimitan y determinan la conducta, el pensamiento, el posicionamiento y los mecanismos de
defensa del sujeto en cuestión, siendo ejemplo de ello las estructuras neurótica, psicótica, y perversa.
(Mazzuca, 2013.)
El psicoanálisis ofrece una clínica propia que define su sintomatología, es decir una conceptualización
del síntoma, no reparando tanto en el contenido del síntoma - puesto que este siempre se basa en el discurso
histórico o en las condiciones que ofrece el contexto - sino en la forma en que este se produce, lo cual estaría
relacionado con la estructura subjetiva y los mecanismos de defensa empleados inconscientemente por el
sujeto (Soler, 2004). Allí es donde el psicoanálisis propone rescatar la singularidad del sujeto y ubicarlo por
encima de todo lo demás, ya que a diferencia de la psiquiatría, el síntoma para el psicoanálisis adquiere valor
propio para el sujeto a modo de auto-diagnosticarse; el síntoma se refiere a lo que el sujeto considera y siente
subjetivamente como síntoma, y no a lo que dictamina un manual o un especialista (Soler, 2004).
Dicho esto, el objetivo principal del psicoanalista consiste en lograr la implicación subjetiva, es decir,
que el sujeto deje de experimentar su síntoma como “algo extraño” o un “cuerpo invasivo” que lo conflictúa, y
comprenda o tome registro de cual es la relacion que él o ella guardan con su síntoma, y la razón de ser del
mismo.
Si el sujeto reconoce su implicación o posicionamiento en relacion a su propio síntoma, puede adoptar
una nueva perspectiva sobre el mismo, lo que se denomina “rectificación subjetiva”; de esta forma,
encontrando alternativas propias para resolver su conflicto, ya sea transformando la realidad o
transformándose a sí mismo. En cambio, si el sujeto insiste en la negación o el desentendimiento frente a su
propio síntoma, se contempla la “resistencia” del síntoma, por cuanto perdura el enigma del mismo, sin que
6
haya posibilidad o deseo de entender el porqué de su existencia.
Volviendo a la temática principal del artículo, la noción de Salud Mental es mucho más reciente en la
línea histórica del saber occidental. Esta surge a mediados del siglo pasado, y desde entonces el término ha
ido teniendo una consideración que ha aumentado progresivamente con el correr de las décadas. En la
introducción, hemos definido este concepto como una una “aspiración potencial” u “horizonte” al cual se puede
apuntar de manera permanente, diferenciándolo así de la idea de que pueda ser un “estado” constante.
Por su parte, el psicoanalista Éric Laurent (2000) explica que la Salud Mental es “la paz social.”, lo que
implica que es “[...]un problema que se inscribe en las técnicas del orden público en general”. En consonancia
con esta línea de pensamiento, su colega Jacques-Alain Miller la define como “el orden público” y señala que
“[...] la pérdida de la salud mental pone de manifiesto una perturbación de ese orden”.
De este modo, la Salud Mental, a través de los trabajadores que la representan (psiquiatras,
psicólogos, entre otros) no tiene otro objetivo que “[...]reintegrar al individuo a la comunidad social.”, es decir,
reconducir al funcionamiento determinado por la comunidad ‘para todos’. Comprendemos entonces que si la
Salud Mental es del orden público, es entonces materia de Estado. Mientras que el psicoanálisis busca
rescatar la subjetividad y la posición irrepetible de ese individuo frente a su padecimiento, el estado, en
representación de lo público, busca erosionar las diferencias para homogeneizar un grado de salud común.
¿Puede la política estatal de un gobierno coincidir con la lógica del psicoanálisis?
Resulta complejo pensar puentes entre estos dos puertos. Miller se posiciona diciendo que “[...]el
psicoanalista como tal no es un trabajador de la salud mental”. Sin embargo, en nuestro país, el marco teórico
psicoanalítico tiene mucho peso entre los profesionales del campo de la Salud Mental. ¿Cómo podemos
articular lo recientemente citado con el hecho de que muchos servicios de salud mental de hospitales públicos
trabajen bajo una lógica psicoanalítica?
Para pensar esta articulación, tomaremos las palabras de Miller que aclara que “[...]los efectos
psicoanalíticos no dependen del encuadre sino del discurso, es decir de la instalación de coordenadas
simbólicas por parte de alguien que es analista.”. Entendemos así que lo que parecía imposible en un nivel
superestructural, se materializa en el día a día profesional. Acercar los discursos psicoanalíticos a los de la
Salud Mental no nos es enteramente posible desde lo teórico, por la contraposición de los mismos. Sin
embargo, en el campo práctico profesional, esta combinación ocurre de manera natural.
Es evidente que habrá tensiones entre ambos discursos en la cotidianeidad del profesional. Pero no es
tarea de los discursos psicoanalíticos ir en contra de la Salud Mental. La tarea del analista será, a través de las
técnicas propias del marco teórico - como la asociación libre - propiciar enunciados del sujeto que den cuenta
de la enunciación, de la posición singular del mismo.
Ésta será una diferencia fundamental con los lineamientos de la Salud Pública que apunta a un
bienestar general de la población. El analista buscará en el síntoma que aqueja al consultante la manera de
poder objetivar ese discurso para que pueda aparecer la dimensión singular del sujeto, mientras que los
representantes de la Salud Pública y Mental buscarán metodologías y estrategias comunes para diagnosticar,
clasificar y tratar una variedad de enfermedades y trastornos mentales definidos desde la colectividad y la
normativización.
Enfermedad: Si hablamos de ‘enfermar’ en términos psicoanalíticos, esta acepción no se corresponde
con lo postulado por la mayoría de los otros enfoques terapéuticos. Mientras que desde la psicología clínica
tradicional se ubica al síntoma como una manifestación mental producto de una alteración en el
funcionamiento del organismo al cual hay que tratar o erosionar, el síntoma, para el psicoanálisis, es una
formación de compromiso o transacción que está en lugar de otra cosa.
Es decir, que el conflicto originario a tratar es subyacente al síntoma manifiesto. Respecto a esto, es
únicamente el sujeto en su posicionamiento quien puede definir cuando un síntoma se vuelve problemático o
insidioso en su vida psíquica y por lo tanto, quien puede declararse padeciente o preso de su síntoma. El
psicoanálisis no repara sobre el síntoma en cuestión (por ejemplo: sentirse deprimido, tener un ataque de
pánico o padecer una fobia), sino en lo que esto significa para el sujeto. No hay un síntoma universal ni una
conducta desadaptada, si no un interrogante para con el sujeto.
Salud: Obedeciendo el postulado anterior, no podemos arribar a una definición única y universal de
“Salud Mental” desde el marco psicoanalítico. Sin embargo, la salud podrá ser definida en términos subjetivos
7
en la medida en que un individuo se implique subjetivamente en su propia experiencia psíquica y oficie de
buscador de su propia verdad.
Es decir, la “cura” psicoanalítica no se alcanza necesariamente cuando el síntoma remite o desaparece,
sino cuando el sujeto puede comprender el significado subyacente de su síntoma y rectificar su posición frente
a él y a sí mismo (Ceballos y Prospero, 2009). Esto demanda necesariamente un proceso de autoexploración y
de toma de conciencia de los propios saberes, que pueden definirse ampliamente como:
● La elaboración del sujeto en relacion a su deseo, su sufrimiento, su demanda, su necesidad y su saber.
● La implicación, registro y toma de consciencia del individuo frente a su propio padecimiento, y la
adopción de una actitud exploratoria del psiquismo. ● Hacer consciente el contenido inconsciente,
mediante la asociación de elementos y discursos, y la construcción conjunta de significados subyacentes a
las manifestaciones psíquicas.
● Ofrecer cuestionamientos y dudas donde el paciente encuentra certezas. Abrir el campo de la pregunta y
acompañar al consultante a repensar y cuestionar su propio saber, adoptando una posición crítica e
investigadora.
● Proveer interrogantes acerca de que el consultante obre según el propio deseo, en la medida que sea
posible, y transformar la realidad o a sí mismo/a para tal fin, o bien, asimilar las consecuencias que de
ello se desprende.
● Desarrollar la tolerancia a la frustración y a la ansiedad, y la aceptación no-neurótica de la realidad.
● Elaborar los procesos internos de cambio (crecimiento, duelos, pérdidas, etc.).
Tratamiento: El dispositivo de tratamiento estándar del psicoanálisis consiste de un encuadre
terapéutico y un espacio de consulta específico, diseñado con el fin de que el consultante pueda acudir a él, y
pueda expresar y manifestar sus contenidos más profundos e íntimos en un entorno de confianza y sin ser
juzgado. Precisamente, el psicoanalista procura actuar desde una posición de neutralidad, con el fin de
interferir lo menos posible en el discurso del paciente, para que este pueda explayar sus ocurrencias con el
menor grado de represión y adecuación posible.
En la medida en que el paciente establece una relacion afectiva y personal con su psicoanalista, éste
empieza a ser depositario de contenidos y afectos (emociones) que le son transferidos o replicados en él/ella,
por lo que se genera un vínculo transferencial entre paciente y psicoanalista.
Es en esta instancia y a través de este vínculo que el psicoanalista hace ejercicio de la escucha activa y
la atención flotante, con el objetivo de develar, señalar y reinterpretar los contenidos del discurso del paciente
para que, mediante la asociación libre, puede generar la súbita o progresiva toma de consciencia de aspectos
del discurso respecto de quien lo enuncia, aspectos que otrora parecían ocultos o velados.
Este procedimiento, en conjunto con otras técnicas de orden psicodinámico, son lo que conforma el
dispositivo de tratamiento tradicional del psicoanálisis que tiene, por objetivo último, la revelación de los
aspectos inconscientes del sujeto para su posterior rectificación o reorganización subjetiva
8
convertirse en patológicos o indeseables si los mismos conllevan consecuencias adversas para quienes las
llevan a cabo. Sin embargo, al ser respuestas aprendidas, pueden recorrer el mismo camino por el cual han
llegado, y se pueden desaprender para que otras conductas sean reaprendidas en su lugar, siendo esta la
base fundamental del cambio conductual.
Una serie de patrones conductuales arraigados en un individuo se conoce como un hábito , y
dependiendo de la naturaleza de estos patrones, podemos generar hábitos deseables, protectores y
preventivos, o por el contrario, hábitos indeseables o desadaptativos en función del entorno, que pueden llegar
al punto de lo patológico o incontrolable, como los vicios o las adicciones.
Enfermedad: Lo que se considera como “Enfermedad” desde un punto de vista conductista son todas
aquellas conductas y patrones conductuales que implican una desadaptación severa del individuo en relacion a
su medio y a sí mismo, y que las mismas suelen ser acompañadas de una sensación interna de frustración o
sufrimiento. Una conducta desadaptada o disfuncional es aquella que genera malestar, desequilibrio o
interrumpe el funcionamiento normal de un individuo, grupo o espacio común. Algunos ejemplos de estas
conductas pueden ser:
● Las conductas fóbicas o de evitación experiencial (Ej.: Evitar ir a la pileta por miedo al agua).
● Las conductas que refuerzan la ansiedad, también llamadas ansiógenas, o las que refuerzan estados
depresivos, también llamadas depresógenas. (Ej.: Consumir noticias de un determinado tipo de flagelo
social de forma permanente por estar alerta constantemente)
● Las conductas que aumentan nuestro riesgo de padecer una afección o una lesión, también llamadas
conductas de riesgo. (Ej.: Tabaquismo)
● Las conductas adictivas o incontrolables. (Ej.: Adicción a la pornografia)
● Las desregulaciones emocionales que dificultan la vinculación con los demás miembros. (Ej.: Dificultad
de control de la ira, cambios de humor repentinos)
● Las conductas desregulatorias del apetito (Ej.: Atracones de comida o Inducción del vómito)
● Las conductas antisociales (Ej.: Vandalismo, no respetar normas de convivencia).
● Las conductas autolesivas o autoliticas (Ej.: Tentativas de suicidio)
Salud: Si definimos “enfermedad” como una desadaptación de las conductas que ejecuta un individuo
en referencia a su entorno, podemos entender a la “Salud” en términos de adaptación funcional. Esto quiere
decir que el sujeto en cuestión produce o lleva a cabo conductas que se adaptan (son apropiadas o
pertinentes) a la situación o circunstancia actual, y además son funcionales, es decir, que son exitosas y le
permiten cumplir con el objetivo que se propone, o superar la dificultad que lo aqueja.
En rigor, la salud conductual comprende la extinción o reducción de las conductas patológicas o
desadaptadas, y además, la sustitución de dichas conductas
por otras más saludables o adaptativas. A estas conductas se las denomina conductas de salud o buenos
hábitos.
Por otra parte, es un hecho que en ciertos cuadros clínicos, severos o profundamente cristalizados,
como lo es la esquizofrenia o la bipolaridad, es imposible “extinguir” por completo las conductas disfuncionales
o desadaptadas. En estos casos, se aboga por construir conductas auxiliares, sustitutivas, alternativas o
modos de respuesta “más adaptativos” que aquellos con los cuales el individuo cuenta.
Tratamiento: El tratamiento conductual tiene como objetivo fundamental el cambio de conducta, y este
se puede lograr desde diversas aproximaciones. Las técnicas clásicas reparan sobre la producción o extinción
de conductas según el reforzamiento positivo o negativo, así como el castigo positivo o negativo de las
mismas, de esta forma, condicionando las respuestas e incentivando o desincentivando su manifestación.
Algunas técnicas contemporáneas se centran también sobre mitigar la evitación de la experiencia,
especialmente en conductas fóbicas o ansiógenas que refuerzan estas sensaciones, mientras que otras
consisten en ofrecer modelos de respuesta a través del aprendizaje y la imitación, o bien adquisición de
nuevas conductas (modelado), o el entrenamiento o en ciertas habilidades vitales o sociales.
Otro grupo de técnicas actuales reparan sobre la modificación ambiental y la ingeniería social, que
implica esencialmente un análisis del hábitat en el que se desenvuelve el individuo, y de detectar cuáles son
los estímulos presentes allí que desencadenan las respuestas indeseables en el mismo. Se busca transformar
los espacios o contextos en los que se mueve el individuo para que estos produzcan la menor cantidad de
9
estimulación no deseada posible (Ej.: No dejar cigarrillos al alcance de una persona con problemas de
consumo, o elevar considerablemente su precio para desincentivar su consumo).
La terapia cognitiva estándar sostiene que los procesos cognitivos, las creencias y las emociones
median o “filtran” en la formación y perpetuación de las patologías mentales, y plantea como fundamento que
el origen del malestar es un procesamiento cognitivo disfuncional (Beck y otros, 1983).
Estos “filtros” de los que hablamos son el resultado del accionar de nuestras creencias. Las creencias
son conjuntos de significados (cogniciones, ideas, preconceptos) que los seres humanos ‘albergamos’ dentro
de nuestra mente y que nos servimos de ellas para interpretar o dotar de sentido a la realidad y a nosotros
mismos. Son los “lentes” a través de los cuales vemos la realidad. Estas creencias se gestan desde muy corta
edad y a lo largo de la vida, y se configuran en forma de esquemas o patrones de pensamiento organizados,
es decir, formas de pensar que utilizamos repetidamente en diferentes espacios y momentos, con lo cual
marca una regularidad del pensamiento, una manera de pensar típica o idiosincrática que es parte de nuestra
personalidad.
Como las creencias son configuradas a través de experiencias subjetivas, ninguna creencia es igual a
otra, y por consecuencia, no todos percibimos lo mismo en una misma situación. De igual manera, nuestra
percepción no es una cualidad perfecta, si no por el contrario, muy influenciable, falible y corrompible por otros
estímulos. A menudo, nuestra percepción sufre errores o desaciertos, a los que típicamente llamamos sesgos
cognitivos. Los sesgos cognitivos son estas “alteraciones” naturales que sufrimos a la hora de interpretar y
codificar los estímulos del mundo. Cuando estos sesgos se vuelven recurrentes o colaboran con una patología
subyacente, se producen distorsiones cognitivas.
Un ejemplo claro de estas distorsiones las podemos observar en una persona que atraviesa un cuadro
depresivo. En estos casos, se desata una sensacion interna profunda y constante de angustia sostenida, que
perdura mas alla de lo habitual, y esta sensación tiende a teñir la percepcion del sujeto, de tal forma que se
percibe a si mismo de forma muy negativa o culpógena (“Soy incompetente”, “Soy inutil”, “No sirvo para nada”)
y al mundo de una forma muy desesperanzadora (“La vida no tiene sentido”, “No tengo escapatoria”, “Nadie
puede ayudarme”).
Estos sesgos en la interpretación no surgen únicamente frente a cuadros patológicos o alteraciones del
estado de ánimo. En realidad, forman parte de la regularidad de muchas de nuestras percepciones, ya que
parten de las propias creencias y de cómo estas están confeccionadas. Las creencias son en esencia
fracciones de la realidad dotadas de significado, por lo que es altamente probable que guarden dentro de ellas
ciertos “errores”. Una creencia muy popular es:
“Yo soy muy malo en lo académico porque a mi siempre me va mal en los exámenes.”
Cuando las creencias se vuelven muy rígidas, empieza a predominar el pensamiento único, totalizante
e incluso irracional dentro de nuestra mente. Categorizamos y evaluamos todo lo que ocurre en el mundo y en
nosotros mismos en términos absolutos y fatalistas, y no aceptamos otro tipo de pensamiento o interpretación
de los hechos. Esta rigidez de los esquemas se suele observar mediante las tipicas distorsiones cognitivas del
10
pensamiento maximizador o minimizador (Todo o Nada) o el pensamiento dicotomico (Blanco o Negro), asi
como otras distorsiones.
Por lo tanto, un signo de salud mental ampliamente acordado entre terapeutas cognitivos es la
posibilidad de flexibilizar o modificar las creencias y con ello las interpretaciones, para que así, logremos que
las evaluaciones que realizamos sobre el mundo no recaigan en estos extremos irracionales, y que nuestras
creencias, en cambio, puedan albergar distintos significados o aceptar distintas miradas o perspectivas que
nutran y reorganicen nuestra forma de pensar.
“Que te vaya mal en una prueba no quiere decir que siempre te vaya mal. Si fuera así, no serías un alumno
universitario, porque jamás hubieras terminado el colegio.”
El terapeuta cognitivo emplea técnicas cognitivas y buscará realizar diversos cuestionamientos a los
modos de funcionamiento de las creencias rígidas o irracionales que un sujeto alberga, para así, lograr la
producción de nuevos significados o la flexibilización / modificación de las creencias existentes, con el fin de
que el sujeto pueda producir nuevas interpretaciones de lo que le sucede, y con ello, generar un cambio de
perspectiva, de procesamiento, que en última instancia, logrará un cambio en la conducta y en las emociones.
Enfermedad: Desde la terapia cognitiva, todo cuadro psicopatológico conlleva consigo la alteración de
las formas de percibir e interpretar la realidad. Estas alteraciones se denominan distorsiones cognitivas e
influyen en una percepción errónea o desadaptada de la realidad. A su vez, las creencias que albergamos, en
forma de esquemas o patrones de pensamiento, también pueden volverse muy rígidas o disfuncionales, a raíz
de lo cual acotan o afectan nuestra forma de ver la realidad y nos encierran en una suerte de pensamiento
único que conlleva a la aparición de dificultades y síntomas.
Salud: La salud, en términos cognitivos, implica tanto el tratamiento de los sesgos y distorsiones
cognitivas, como la flexibilización de las creencias y esquemas, con el objetivo de lograr una modificación
cognitiva que repercuta en la conducta. Ambos escenarios tienen como objetivo ampliar la capacidad
interpretativa del sujeto, albergar significados diferentes, desarrollar su capacidad de aceptación y toma de
consciencia, y engrandecer su perspectiva, lo cual repercutirá en el plano conductual como un mayor nivel de
adaptación y afrontamiento de la realidad. Un individuo saludable es aquel que toma consciencia de sus
propios sesgos y creencias, evitando así caer en pensamientos y evaluaciones rígidas, totalizantes o
irracionales, y es capaz de ejercer flexibilidad cognitiva en su forma de pensar.
Tratamiento: Las técnicas cognitivas están fundamentalmente orientadas a poder cuestionar las
distorsiones del pensamiento y la irracionalidad de las creencias, para que el sujeto tome conciencia de las
mismas, y de esta forma, generar perturbaciones que le permitan el individuo reorganizar su forma de
pensamiento, modificando o al menos flexibilizando sus patrones cognitivos o esquemas. El terapeuta cognitivo
buscará suplantar las creencias disfuncionales o irracionales por otras más funcionales o adaptativas, y brindar
recursos o estrategias de afrontamiento al sujeto que le permitan interpretar y obrar de manera más saludable
frente a las exigencias del entorno y a sus propias dificultades. Esto se debe a la premisa de que un cambio
en los sistemas cognitivos y emocionales suscitan cambios en la conducta y en el cuerpo.
11
sus experiencias, ya que este sentido es lo que permite incorporar las cuestiones que de otro modo quedan
enajenadas de la propia comprensión.
En esta línea, el humanismo nos permite concebir que un sujeto es mucho más que solamente un
portador de su enfermedad. El sujeto no se define ni está delimitado por lo que padece, sino que aquello que
padece es apenas una fracción de su ser, que debe resolver a través de la construcción del sentido, para
comprender por qué le pasa lo que le pasa, y qué función cumple esta adversidad en su vida.
Siguiendo esta visión, el humanismo se desprende de las barreras limitadas del tratamiento para “curar
lo enfermo” y se posiciona así hacia una aventura de mayor envergadura que consiste en la exploración del
propio individuo, el autoconocimiento y el desarrollo personal. El síntoma en realidad es solo el signo de un
sufrimiento urgente, inmediato y superficial, que una vez resuelto, deja paso libre a un trabajo mucho más
delicado y profundo, que da lugar al cambio estructural, de desarrollo de la personalidad y de la satisfacción de
las necesidades auténticas del ser, como lo son crecer, proyectarse, realizarse y trascender.
En términos de enfermedad, las categorías que utiliza el humanismo no son equivalentes a las que se
vienen mencionando. Para empezar, desde estos enfoques el sufrimiento no es necesariamente visto como
“negativo”, sino que en realidad, es una cualidad de los procesos que todo humano indefectiblemente atraviesa
durante su crecimiento. Una vida sin sufrimiento no es una vida posible, aunque sí podemos trazar una línea
entre el sufrimiento necesario y el sufrimiento evitable.
“No se trata tanto de sí sufrir o no sufrir, si no, para que se sufre. Se puede sufrir por sufrir, o se puede sufrir
para cambiar. Todo cambio implica, en algún punto, sufrimiento y desequilibrio.”
Enfermedad: Dicho lo anterior, el padecimiento, desde una óptica humanista, refiere en general a los
siguientes estados de experiencia interna:
● Que la vida o las experiencias que percibimos (entre ellas, los síntomas) carezcan de sentido o nos
resulten incomprensibles al punto de la frustración. Ej.: “No entiendo porque me pasa esto a mi.”
● La desconexión con las propias emociones, la desatención hacia las propias necesidades y la alienación
de nuestro propio ser. Ej.: “Hace mucho que siento que quiero llorar y no me sale.”
● La postergación de los proyectos personales, la ausencia de la propia realización, la pérdida de
motivación en el estudio o el trabajo, la carencia de un sentido de trascendencia o proyección personal,
la ausencia de metas. Ej.: “No me encuentro en el estudio. Siento que esta carrera no es lo mio.”
● La sobreadaptación al medio, la generación de dependencia y búsqueda de aprobación externa, la
pérdida de autonomía y de capacidad de decisión, las actitudes de sometimiento. Ej.: “Hago todo para
que me quieran y no me sale.”
● La carencia de amor propio, las dificultades en la autoestima, la ausencia de valores, la dificultad en la
conformación de la identidad, y la complejidad inherente al proceso de autoconocerse y autoaceptarse.
Ej.: “Detesto bastante mi cuerpo.”
● El estancamiento y la resistencia frente a los cambios, la negación o represión de una determinada
realidad, la insistencia sobre lo patológico, la dificultad de aceptación, el cerrarse a la experiencia y el
rechazo al crecimiento. Ej.: “No estoy listo para pensar en mi jubilación”.
Salud: En términos de salud, se puede concebir que, desde el humanismo, un ser humano saludable
es aquel que aspira constantemente a su autorrealización, o a la actualización de sí mismo hacia su mejor
versión posible. Este ser humano está en constante evolución, persiguiendo cada vez mayores niveles de
independencia, autonomía, autoconocimiento, autoestima, bienestar y competencia, con proyectos y
metas claras que le otorgan sentido y dirección a su vida, desarrollando su capacidad empática tanto consigo
mismo y sus emociones, como con quienes lo rodean, y se posiciona frente a la vida desde una actitud de
auto-aceptación y compasión, y de apertura hacia las nuevas experiencias.
Tratamiento: Como tal, el marco humanista no comprende un conjunto unificado de técnicas y teorías,
sino más bien una serie de aportes variados que suele “complementarse” con otros marcos de funcionamiento
establecidos, como por ejemplo, el enfoque cognitivo-humanista o el psicoanálisis humanista. Lo que persigue
el humanismo es, precisamente, humanizar la práctica y la perspectiva del psicólogo, integrando dentro de
ella cuestiones vitales del crecimiento humano como las ya mencionadas, y propiciando intervenciones que
faciliten al individuo en el desarrollo de las mismas.
Las terapias humanistas reparan sistemática y enfáticamente sobre aspectos de la psicoterapia que
12
son fundamentales para lograr un buen proceso psicoterapéutico, como lo son la exploración de la empatía y la
conexión/expresión de las emociones auténticas, la alianza terapéutica y la sensación de confianza, la
exploración de los significados profundos sobre el sujeto, el análisis del diálogo interno, la construcción de
valores, la exploración de metas y objetivos, y el desarrollo de la capacidad resiliente o resiliencia.
13
potencian, promueven y motivan a los individuos dentro de un sistema, o velan por su seguridad,
independencia, necesidad y desarrollo. La salud se entiende en términos de intercambios justos, recíprocos y
enriquecedores, el desarrollo de la capacidad comunicativa, de la presencia de compromiso, respeto y escucha
entre los miembros, de definiciones claras y precisas en los roles, y de la validación de las emociones ajenas y
propias.
Tratamiento: El objetivo de todo tratamiento sistémico está dirigido a establecer los determinantes
interpersonales de la sintomatología del paciente identificado, para luego modificar los circuitos de interacción,
generando así un cambio profundo en el funcionamiento del sistema que “desactive” la conducta patológica o
el síntoma.
Para ello se realizan variados procedimientos que incluyen, inicialmente el análisis explicativo de cómo
está configurado, su estructura y funcionamiento, y el análisis detallado de los intercambios comunicativos y las
perturbaciones. Luego se procede a intervenir, “modificando” partes del sistema o la producción de sus
conductas, ya sea por intervenciones conductuales o simbólicas que propicien un funcionamiento distinto, lo
cual producirá, en consecuencia, resultados distintos.
Dicho esto, la terapia sistémica no implica necesariamente un dispositivo sistémico o de varios
integrantes. El enfoque sistémico es una perspectiva sobre el devenir de los procesos psicológicos, por lo que
se realizan terapias sistémicas con un solo paciente, conservando la mirada teórico-profesional. Lo que implica
la terapia
sistémica es la visión que se tiene sobre el paciente y sobre aquello que se quiere trabajar; sus circuitos de
conducta, de comunicación y de intercambio.
Conclusiones y Actualidad
El presente artículo reflexiona sobre la dificultad de demarcar el concepto de Salud y Enfermedad
desde la psicología, y ofrecemos una variedad de aproximaciones validadas que ponderan su perspectiva
sobre lo que para cada una de ellas significan estos términos. Podemos decir con certeza que en todas ellas
hay algo de razón y a la vez ninguna es suficiente para explicar en su totalidad el fenómeno de la salud y la
enfermedad mental.
No obstante, en los últimos años han surgido enfoques transdisciplinarios que asimilan conceptos y
aportes de varios marcos teóricos diversos, y que abogan por una mirada más amplia e integral del fenómeno
de la Salud, visto esencialmente como algo más que la ausencia de enfermedad o alteración de cualquier
índole, y fundada en la promoción de la salud y en el desarrollo de las capacidades y habilidades adaptativas y
vitales, por fuera de la esfera de la patología.
El movimiento de la Nueva Salud Mental (Asthon y Seymour, 1990) y la renovación de las prácticas de
atención primaria son ejemplos manifiestos de esta nueva corriente de pensamiento que no se centra
únicamente en la falta o el déficit sino en la posibilidad del mejoramiento del individuo y de la comunidad, y que
junto a ello propone sistemas y estrategias sociales e individuales que buscan redefinir la acción del
profesional de la Salud Mental.
“Sobre lo que no se puede, no se puede. Hay que construir sobre lo que sí se puede.”
Asimismo, la Psicología de la Salud, que se erige como una disciplina transteórica, propone una
definición de Salud que es con la cual nos identificamos mayormente los psicólogos contemporáneos,
entendiendo por salud al estado relativo de bienestar Bio-Psico-Social, es decir, que la salud no es un
fenómeno únicamente físico o mental, sino que incluye ambas esferas y también expande el concepto a otros
márgenes como lo son la integración social, la vida en comunidad, la estabilidad económica, la vivienda digna
y la salubridad, la pertenencia social y la erradicación de la marginalidad, la integración de los colectivos
sociales y la producción de derechos que consagran la garantía de las necesidades humanas y el respeto por
la dignidad humana. Todas estas son, también, condiciones que contribuyen a la salud y a la enfermedad.
14