Lo Prefiere Mi Corazón

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Lo prefiere mi corazón

Encrucijada

Marisa Citeroni
Argumento:

Bárbara era una mujer un tanto amargada que vivía únicamente para su
trabajo, de vez en cuando se tomaba algunas libertades y mantenía algunas cortas
aventuras. Pero ningún hombre le importaba lo suficiente como para que llegara a
más. No se llevaba bien con su familia y casi no tenía amigos. Nunca se debe dejar
por sentado nada, la vida te puede dar sorpresas de las que te gustan y de las que
no. La boda de su prima le cambió el genio y digamos que hasta su vida.

¿Para bien o para mal?


Para Bárbara Stoessel era una complicación que su prima decidiera casarse justo

el fin de semana siguiente. Viajar a York no estaba en sus planes, no cuando tenía

tanto trabajo por delante en Londres. No podía negarse, era una de las damas de

honor y todavía no se había probado el vestido que le enviaron a su modista.

Decididamente era la peor dama de honor de la historia, no era su culpa, el trabajo

la absorbía y no tenía tiempo para nada más.

Tras correr durante una semana y media, al fin tenía su vestido listo y su trabajo

adelantado para cubrir los días que estuviera ausente. No le apasionaba la idea de

ir a York y enfrentarse a la familia y menos en una boda. Siempre está el que no

puede evitar preguntar: ¿y vos para cuándo querida? O tener que escuchar que

dicen, debes apurarte o se te pasará el tren.

¿Pueden ser más desagradables? Claro que pueden serlo; estás destinada a ser

una solterona, vaticinó una de mis tías, a lo que todos los demás estuvieron de

acuerdo. Esa noche fue el ensayo de la boda y en cuanto a Bárbara uno de los más

largos que presenció jamás. Al menos eso le parecía, a lo mejor se debía porque

tenía que tratar con su familia, al resto del mundo simplemente lo ignoraba.

Eso fue lo que hizo, durante la cena se dedicó a beberse el vino tinto elegido

para tan importante ocasión y a comer, todas las exquisiteces que le ponían

delante. No miraba a nadie y no conversaba con nadie, casi al finalizar la noche

levantó la cabeza y un hombre desde la otra punta del salón compartió un

silencioso brindis con ella.

Bárbara agudizó su vista un tanto empañada por el alcohol para intentar saber

de quién se trataba. Estaba sentado en la mesa del novio, tenía que ser amigo o

pariente de él. Se giró y le preguntó a un primo que tenía sentado a su lado


—¡Claro que lo conoces! Es Sebas, Sebastián Cornejo, de chicos iban a todas

partes juntos, no es posible que no lo reconozcas.

Trató de mirarlo lo más disimulada posible, conversaba con el novio, estaba

concentrado en lo que hablaban por lo que aprovecho a observarlo con

detenimiento. Ahora que lo miraba bien, sí, era Sebastián, había cambiado

muchísimo, de ser un flacucho alto sin mucha gracia, se había convertido en todo

un espécimen digno de ser admirado.

—No te hagas ilusiones primita —interrumpió sus pensamientos el primo—

está comprometido, su casamiento será el próximo al que asistiremos.

—No lo veo acompañado.

—No, ha venido solo, su novia se encontraba en cama aquejada de una fuerte

gripe. Siendo Sebas el padrino, no podía faltar.

Bien al parecer no era todo malo en esta boda como ella creía, pensó Bárbara,

mientras ideaba un plan para acercarse y que no pareciera que quisiera hincarle el

diente en la yugular. Qué era precisamente eso lo que quería, podría pasársela en

grande un par de noches sin ningún compromiso. Aunque si continuaba tan

santurrón como cuando eran jóvenes dudaba que tuviera éxito. Nada perdía con

intentarlo, ya se sentía totalmente fuera de lugar en esa boda, tenía que cambiar un

poco su mal humor.

Cuando volvió a mirar en su dirección ella levantó su copa de vino y le sonrió

de lo más simpática, para demostrarle que lo había reconocido. Él le sonrió y se

quedó mirándola, como esperando algo más, Bárbara no volvió a mirar en su

dirección.
Cuando al fin terminó el suplicio del maldito ensayo, todos comenzaron a

levantarse de sus lugares y a despedirse hasta dentro de dos días que era la boda

real. Bárbara sin darle importancia a nadie de su familia, que lo único que hicieron

desde su llegada había sido humillarla públicamente, por el simple hecho de no

estar casada. Ni siquiera tener planes de estarlo en un futuro próximo, se dirigió

directamente al guarda ropa por su abrigo y salió al frío de la noche.

Mientras estaban en el ensayo afuera la nevada se había hecho más fuerte,

Bárbara se apretujó más dentro de su abrigo en busca de un poco de calor,

mientras esperaba que pasara un Taxi para volver a su cómodo y confortable hotel.

Sí, se hospedaba en un hotel, a pesar que toda su familia vivía en York, ella prefirió

la tranquilidad y soledad de su propio lugar. Sus padres se enojaron sus tíos

también, pero era su vida y hacía mucho tiempo que la vivía a su gusto sin

importar la opinión de los demás.

—¿Te acerco a la casa de tus padres? —preguntaron a su espalda.

Cuando se dio vuelta el guapo y alto, muy alto padrino de bodas, la miraba a la

espera de una respuesta, ella se había quedado mirándolo como una boba con la

boca abierta.

—No, gracias, no me quedo en casa de mis padres, estoy en un hotel —logró

decir después de recuperar la compostura.

Aunque Sebastián se sorprendió al escuchar eso, no dijo nada.

—Dime en que hotel estas y te llevo, te vas a congelar aquí parada esperando

taxi.
Aceptó, pero ya no le interesaba en lo más mínimo tener nada con él,

seguramente sería otro de los tantos que la juzgaba sin tener idea de su vida, se lo

veía en su cara de reproche al enterarse de dónde se hospedaba.

—¿No entiendo porque estás en este hotel? —preguntó al fin.

—Me gusta mi vida independiente y quedarme en casa de mis padres, sería

escuchar todo el tiempo las quejas acerca de porque no me caso y no formo una

familia.

—No creo que sea imprescindible que te cases —aseguró con una sonrisa.

—¿Lo dice quién está a un paso del altar?

—No estoy a un paso, no aun —la miró con el ceño fruncido fingiendo enojo.

—Pero estás comprometido.

—Sí, ella necesitaba hacerlo oficial.

A Bárbara no se le pasó desapercibido, el desinterés que Sebastián le ponía a sus

palabras. Habían llegado al hotel y no tenía tiempo para sonsacar más información,

que al fin y al cabo no le interesaba. Se había convertido en un semidiós con un

cuerpo espectacular y un rostro envidiable para la mayoría de los hombres, sin

perder su masculinidad, pero no dejaba de ser Sebastián su amigo de la infancia.

No entendía que se había apoderado de ella cuando pensó en tener algo rápido con

él. Mejor mantenerse alejada y evitarse los problemas, su antiguo amigo sería más

un inconveniente que un momento de diversión. En ese aspecto dudaba que

hubiera cambiado, siempre fue muy recto.

—Si necesitas hablar con alguien, ya sabes que estoy por aquí —dijo Sebastián

antes de despedirse.
—Estoy bien, te lo agradezco.

La proposición le pareció más para él que para ella, Bárbara tenía cierta

experiencia en la vida como para notar que era Sebastián quien necesitaba hablar

con alguien. Tenía una vida muy tranquila alrededor de su trabajo, no pensaba

alterar su rutina, no por el momento. Quitó de su cabeza la idea absurda de

enrollarse con Sebastián un par de días, mejor pasar los días que faltaban sin

sobresaltos y volver a su adorada vida sin complicaciones.

Se dio un largo y reparador baño se colocó su pijama y se fue a la cama con un

libro, la noche fue intensa y perdió el sueño entre una discusión y otra. No supo

cuando se durmió, pero sus sueños fueron agitados y se despertó muy temprano y

más cansada que antes de acostarse.

La gente de York se manejaba de la misma manera desde que ella era chica,

estaba segura que el famoso Bettys Café Tea Rooms ya estaba abierto imponente en

su esquina a la espera de los desvelados. Bárbara se vistió, se colocó su abrigo y

salió disparada a la calle por un café. Como era muy temprano casi no había nadie

en la calle. Como suponía el café estaba abierto y al entrar la recibió el calor del

lugar, afuera había dejado de nevar por el momento, pero el aspecto del clima

anunciaba continuación. Eligió una mesa cerca de uno de los amplios ventanales,

para observar el despertar de la ciudad, que ya comenzaba a despuntar las

primeras luces del día.

Comenzó a ojear el diario que estaba sobre la mesa, mientras esperaba su café,

en el lugar había dos madrugadores más, estaba muy tranquilo, solo se escuchaba

una suave y tranquilizadora música.

—Los hábitos en York, nunca cambian ¿verdad? —dijo Sebastián sentándose

frente a ella en su mesa.


—¿Me estás siguiendo? —preguntó enojada al verse privada de su silencio y su

paz.

—Por supuesto que no, ¿no recuerdas que siempre fuimos los primeros en

llegar al café? —Se defendió Sebastián— apenas desperté esta mañana, sentí la

necesidad de venir a tomar un café aquí como en los viejos tiempos.

—¿Nostalgia?

—El recuerdo de un hermoso hábito —respondió él mirándola con intensidad.

Intensidad que la puso nerviosa, era cierto que desde que comenzaron el

colegio secundario hasta que se recibieron de sus respectivas carreras, el encuentro

allí con Sebastián primero y el resto de sus amigos más tarde, era casi un ritual de

todas las mañanas. También se había llegado hasta el lugar por los recuerdos pero

no esperaba encontrarse con nadie y menos con él.

Cuando el mozo trajo el pedido, Sebastián aprovechó para pedir un café, esperó

a que se marchara, para continuar hablando.

—En realidad esperaba encontrarte aquí —confesó él.

—¿Y eso porque? —preguntó Bárbara con indiferencia.

—No es posible que te olvidaras nuestras largas conversaciones, tratando de

arreglar el mundo.

—Lo que no es posible, es lo que pretendes.

—¿Y que pretendo? Según tú.


—Que escuche lo arrepentido que estas por haberte comprometido y que te

ayude a buscar una salida, porque eres tan caballero y tan correcto que no te

atreves a retirar tu pedido.

Sebastián se quedó mirándola asombrado ante su análisis, jamás esperó

encontrarse con su amiga después de tanto tiempo y que se hubiera convertido en

una persona tan desagradable, aunque su voz destilaba amargura.

—Sólo quería conversar contigo sobre los viejos tiempos, pero por supuesto a ti

no te interesan, como no te interesa tú familia o amigos. Discúlpame no quise

arruinar tu feliz soledad —dijo tras levantarse, dar media vuelta y marcharse del

lugar.

Ese fue el momento exacto en que ella entendió, lo odiosa que se comportó,

parecía una adolescente celosa. Hacía apenas unas horas que había descartado

cualquier relación que no fuera de amistad con Sebastián y en la primera

oportunidad lo atacaba sin ninguna razón.

—¡Soy una completa imbécil! —se dijo Bárbara al verlo abandonar el lugar tan

enojado.

Seguramente en esos momentos estaría pensando que era una amargada

insoportable y tenía razón. Había actuado de muy mal modo con su amigo de toda

la vida y no sabía porque lo hacía. A lo mejor sí lo sabía, tenía celos, de su

desconocida novia, de su vida que parecía muy exitosa en lo personal y lo

profesional, de lo guapo que era y de que todos lo alabaran. Su familia lo trataba

mejor que a ella y ni hablar de los amigos. Sí, eran celos.

Salió del café y decidió caminar un poco antes de que volviera a nevar y tuviera

que encerrarse sola en su hotel. Recordaba esas calles, los lugares, la alegría.
¿En qué momento se había vuelto tan seria, tan amargada?

Siempre le gustó divertirse, pasarla bien, era la alegría de su casa y la de las

reuniones con amigos. Ahora todas las criticaban y se apartaban ¿o era ella quién

los apartaba? Daba lo mismo fuera cual fuera, la situación era la misma. Sin darse

cuenta sus pasos la llevaron hasta la entrada de la casa de sus padres, nada había

cambiado, se veía igual a cuando era una niña. En ese tiempo ella pensaba en su

hogar como en un paisaje de postal, hermosa por dentro y por fuera. Sus paredes

abrigadas con la enredadera que crecía a su alrededor, el techo pintado de rojos, el

camino de flores que conducía a la entrada, el porche con su sillón hamaca que

tanto le gustaba.

No pudo contenerse y caminó por el sendero hasta la hamaca y se sentó, inició

un suave movimiento que la tranquilizaba y la transportaba a su infancia. El ruido

de la mecedora alertó a quienes estaban dentro de la casa y enseguida salió su

madre a ver qué pasaba.

—Hija... —no se atrevió a decir nada más.

Bárbara la contempló desde donde se encontraba, se retorcía los dedos de las

manos, nerviosa ¿eso era lo que producía en su familia? ¿Nervios, miedo?

—Ven, siéntate a mi lado —pidió Bárbara.

Su madre fue junto a ella y se sentó mirando al frente, en silencio, se quedó

esperando como si temiera decir algo inadecuado y Bárbara se marchara enojada.

—¿Te molesta que haya venido? —preguntó a su madre.

—Por supuesto que no me molesta, me hace feliz que estés aquí, pero sé que te

irás de un momento a otro, no te gusta la casa ni la familia.


—¿Porque dices que no me gusta la casa, ni la familia?

—Te hospedaste en un hotel y hace años que no nos visitas, solo obtengo

algunos llamados al año para saber que estás bien.

Bárbara sabía que su madre tenía razón y le dolía en el alma que se mal

interpretaran sus sentimientos.

—No vengo o no llamo porque sé que los desilusioné, no soy la hija que

querían, una que se casara con un hombre bueno y tuviera hijos, no que se casara

con su trabajo —explicó con lágrimas en los ojos.

—¿Quién te ha dicho algo así? No es verdad, eres un orgullo para nosotros que

te hayas abierto camino sola y que todo lo que tienes es gracias a tu esfuerzo y

dedicación.

—Pero ustedes, mis tíos y primos siempre me atacan porque no pienso en

casarme en tener hijos o novio —se quejó Bárbara.

—No te atacamos, simplemente no nos gusta verte sola, y tampoco queremos

que te cases y tengas hijos, si a ti no te interesa tenerlos. Te amamos y queremos lo

mejor para ti, en lo personal yo me sentiría más tranquila si sé que tienes un

hombre a tu lado para apoyarte.

Su madre la abrazó contra ella para darle la contención que parecía estar

necesitando. El abrazo a Bárbara la tranquilizó y empezó a ver las cosas desde otra

perspectiva, los había juzgado mal y con dureza, tenía que cambiar su forma de ser

con ellos, se lo merecían y ella jamás se perdonaría ser tan desagradecida.

—¿Quieres entrar a ayudarnos a preparar el almuerzo? Muchos de los invitados

a la boda almorzarán aquí —dijo su madre.


—Por supuesto.

Ambas entraron a la casa, su madre cruzó con su padre una mirada y parecía

que con eso se habían dicho todo. Su papá se le acercó y le dio un tierno beso en la

frente.

—Bienvenida cariño.

En ese momento Bárbara entendió porque no había tenido nunca una relación

seria con los hombres. Ella quería tener lo que sus padres se profesaban el uno al

otro, entenderse con una mirada, con una caricia, con gesto, sin mediar palabra.

Miró a su alrededor en la sala estaban los hombres, sus tíos, primos, algunos

amigos y Sebastián, que no levantó la mirada al escuchar que los demás la

saludaban. Ese era otro error que debía enmendar, se había comportado con él

como una auténtica bruja, por el momento se fue a la cocina con las mujeres, más

tarde habría tiempo.

Luego de saludar a todas, se quitó el abrigo, se lo alcanzó a su primo para que

lo colgara y se arremangó para ayudar con la ardua tarea de pelar y picar verduras.

Hacía muchos años, que no estaba en su casa, con su gente, su familia y los

extrañaba mucho, solo que hasta ese momento no se había dado cuenta. En el

comedor las demás preparaban dos largas mesas y organizaban los asientos para

los comensales.

Cuando terminó de ayudar, sirvió dos copas de vino tinto y se dirigió a la sala

de estar, allí se encontró a Sebastián, conversando con un amigo. Se acercó hasta

quedar en su campo de visión, él la miró pero no dijo nada, no se la iba a poner

fácil.

—¿Una copa de disculpa? —dijo acercándose con una sonrisa.


—Si las disculpas son sinceras...

—Lo son —no lo dejó terminar la frase— estoy muy avergonzada por mi

comportamiento.

—Entonces acepto —le devolvió la sonrisa y tomó la copa y su mano a la vez

sin dejar de mirarla.

Luego hizo un gesto con su cabeza como de resignación y la soltó, Bárbara no

supo cómo interpretarlo, pero le parecía errante, estaba comprometido. Mejor

apartaría ciertos pensamientos de su mente y disfrutaría del día con su familia y

así lo hizo. Fue agradable y diferente, se rió mucho y se puso al día con todo lo

sucedido en los últimos años, al caer la tarde se despidió prometiendo a su madre

llamarla más seguido, visitarla y programarle una visita a ellos a su apartamento

en Londres.

Sebastián se ofreció a llevarla, pero ella se negó, prefería volver caminado como

había llegado, tenía mucho en que pensar. Las calles comenzaban a llenarse de

nieve nuevamente, el frío del clima no le molestaba tanto como el frío que se había

alojado en su corazón en los últimos años. Sabía muy dentro suyo que ese era el

momento para derretir el hielo, el acercamiento con su familia fue un inicio que no

tenía que permitir que quedara en el olvido. Con esa convicción llegó a su hotel se

tiró cansada sobre su cama y sin darse cuenta se quedó dormida.

Cuando despertó al otro día lo hizo porque celular comenzó a sonar, luego de

buscarlo por todas partes, lo encontró en el bolsillo de su abrigo, que estaba tirado

en el suelo.

—Te estamos esperando fuera del spa —dijo su prima al contestar el teléfono.

—Me quedé dormida, entren, voy en unos minutos —aseguró Bárbara.


Se dio una ducha rápida, se vistió y salió corriendo por suerte todo quedaba

cerca de su hotel, el spa, la peluquería para elegir peinados y la modista para

prueba final. Mañana sería el gran día y Bárbara se había propuesto firmemente

divertirse y ponerse al día con todo el mundo.

El día fue relajado, se divirtió mucho con sus primas y tías, por último su madre

la acercó al hotel y se despidieron hasta el día siguiente. Se sentía muy bien

empezar a cerrar esa brecha que ella misma había originado con su familia. Se

acomodó en un sillón frente al amplio ventanal para leer hasta la hora de la cena,

pediría algo ligero y se acostaría temprano. Dos horas después, alguien golpeaba a

su puerta.

—¡Sebas! ¿Qué hace aquí? —preguntó sorprendida.

—Vine a invitarte a cenar.

—Te agradezco, pero no tenía pensado salir esta noche —dijo sinceramente.

—Supuse que dirías eso, por lo que traje la comida conmigo —su rostro

mostraba una sonrisa inocente.

—Pasa.

Acomodaron la mesa de la sala cerca de los ventanales para ver caer la nieve

mientras comían y conversaban. Pronto los recuerdos se hicieron presente y las

risas imparables, era el mismo Sebastián que ella recordaba, pero a la vez diferente,

más centrado, más hombre, más apetecible. Expulsó los pensamientos de su cabeza

y se sirvió más vino en su copa.

—Mañana me echarás la culpa si tienes resaca —mencionó divertido mientras

volvía a servir su copa.


Pasada la media noche Bárbara empezó a mostrar cansancio, como todo

caballero, Sebastián recogió las sobras y se levantó para marcharse. Ella lo

acompañó hasta la puerta y se despidieron hasta el día siguiente. No supo cómo

reaccionar, de hecho no reaccionó para nada cuando Sebastián apoyó las manos en

su cintura, la atrajo hasta su cuerpo y le dio un beso en la comisura de los labios.

—Buenas noches, hermosa —se separó del cuerpo de Bárbara sintiendo el frío

de la pérdida.

Sabía que la había dejado confundida y excitada, él mismo me sentía así, pero

desde que sus ojos se posaron en ella la noche del ensayo, no volvió a ser el mismo.

La deseaba como nunca deseó a nadie, ni siquiera con su prometida se sintió así

jamás. No sabía que le estaba pasando pero tenía que resolverlo cuanto antes, no

quería hacer sufrir a nadie, ni tampoco sufrir él por una mala decisión.

El momento de la iglesia llegó y Sebastián se vio parado frente a una hermosa

mujer que evitaba mirarlo a los ojos, pero sabía muy bien que estaba tan

perturbada como él. Salieron del brazo detrás de los novios, apenas estuvieron

fuera, Bárbara se perdió y no volvió a verla hasta estar en el salón de fiesta. No

sabía qué hacer, tampoco que quería, pero definitivamente quería algo.

Bailaron y se divirtieron hasta bastante entrada la madrugada, Sebastián se

despidió de los que aún estaban en la fiesta y se fue a llevar a uno de sus amigos al

aeropuerto. Él viajaría como llegó por carretera en su auto, tomaría un café en el

aeropuerto y emprendería el viaje de regreso. Lo haría inquieto y de mal humor,

no pudo hablar con Bárbara en toda la noche y sabía que ahí había algo importante

por resolver.
Bárbara fue una de las últimas en abandonar la fiesta, volvió a casa de sus

padres en busca de su maleta que había dejado allí la tarde anterior. Se despidió y

abordó un Taxi hacia el aeropuerto, la nevada se había incrementado en las últimas

horas. A ella no le pareció importante, no hasta que se anunció por altoparlante el

cierre del aeropuerto por emergencia climática. No saldrían, ni entrarían aviones

hasta nuevo aviso.

Enojada fue en busca de una cafetería, con café por medio, decidiría que hacer,

no había tomado en cuenta el detalle del mal tiempo. Tenía que volver a su trabajo

si, o si el lunes o tendría grandes problemas con sus jefes. Entró al local y su enojo

se incrementó al no ver una mesa libre, al parecer todos en el aeropuerto tuvieron

la misma idea que ella. En ese momento se le acercó una de las meseras y le dijo

que la esperaban en la mesa del fondo. Desde allí no podía ver quién era, pero de

seguro alguien que también estuvo en el casamiento y quedó varado allí como ella.

No pudo disimular su sorpresa al ver a Sebastián allí parado esperando por

ella, corrió una de las sillas y la ayudó a sentarse luego colocó la maleta a un

costado.

—¿Qué haces aquí, creí que habías venido en auto?

—Vine a traer a un amigo que despegó en el último avión antes de que cerraran

el aeropuerto. Pensé en tomarme un café tranquilo antes de marcharme, el café lo

logré la tranquilidad no, esto se volvió un caos —explicó mientras pedía otro café

para ella, que sabía de sobra como lo tomaba.

—Esto es una locura, si el clima no cambia no llegaré a trabajar el lunes, tendré

muchos problemas.
—Puedo llevarte si quieres, vamos hacia el mismo lugar —para Sebastián que

aceptara sería la mejor manera de encontrar las respuestas que andaba buscando.

—No quiero ocasionarte molestias —Bárbara sabía que sería un tremendo error

estar más de cuatro horas a solas con él, aunque sea dentro de un auto.

—No es ninguna molestia, no se hable más, toma tu café, mientras haré unas

llamadas y en cuanto estés lista nos marchamos.

Poco más de media hora después iban en camino a Londres, por suerte hasta el

momento había sido una conversación intrascendental, recordando viejas

anécdotas y escuchando música. Llegados a Nottingham la nevada era copiosa y

estaban cerrando las rutas por prevención, Bárbara comenzó a ponerse nerviosa,

no podía quedarse allí, no a solas con él.

Sebastián se colocó su abrigo y bajó del auto para interiorizarse de lo que

sucedía. Cuando volvió no parecía preocupado por lo que Bárbara se tranquilizó,

aunque le duró muy poco.

—No se puede hacer nada, no podemos avanzar.

—¿Qué? ¿Cómo que no podemos avanzar?

—No, hay que esperar que pare de nevar y que procedan a correr la nieve, lo

que por cierto solo cuentan con un quitanieves.

—¿Se supones que nos quedaremos en el auto hasta entonces?

—Me dieron la dirección de un hospedaje, los hoteles están llenos, si nos

apuramos quizás a doña Mildred —dijo leyendo la tarjeta— todavía le quede

alguna cabaña para alquilarnos.


Bárbara no podía creer lo que estaba pasando, si no fuera porque hacía años

que no se veía con Sebastián diría que estaba todo preparado. El pensamiento era

una locura estaba comprometido, no tenía ninguna intención con ella, esas ideas

solo estaban en su cabeza. Cuando encontraron el lugar y efectivamente se llamaba

“Doña Mildred” ambos rezaban porque tuviera algo libre o se tendrían que quedar

dentro del auto.

Por suerte Sebastián volvió con una llave que le mostraba haciéndola bailar

entre sus dedos, ella se relajó al saber que habían encontrado donde quedarse.

¡Un momento! Traía una sola llave, eso no se veía bien, nada bien, al contrario

cada vez empeoraba más.

—¿Solo una llave? —preguntó Bárbara cuando su amigo subió al auto.

—Sí, por suerte, era la última cabaña disponible —respondió él como si nada.

—¿Cuántas habitaciones tiene?

—No lo sé, no le pregunté me pareció más importante el techo.

Llegaron al lugar en un incómodo silencio, Sebastián estacionó el auto delante

de la cabaña y fue a abrirle la puerta a Bárbara para que bajara. Fueron hasta la

puerta abrió y prendió las luces, mientras ella recorría la cabaña él fue por las

maletas al vehículo. Cundo volvió vio la cara de desconcierto de ella, ni siquiera

había una habitación, era un solo ambiente con todo muy bien distribuido y muy

lujoso. Él casi no podía ocultar su sonrisa.

—Doña Mildred dijo que estaba aprovisionado con lo necesario para unos días

¿Quieres un café?
—No puedo quedarme unos días, ni siquiera puedo quedarme hoy —se quejó

Bárbara.

—¿Es que acaso buscas un accidente? ¿No te has dado cuenta de la nevada

infernal que cae afuera?

—De lo que me doy cuenta es de que tú pareces muy conforme con toda esta

situación —lo acusó Bárbara.

—No estoy conforme, pero tampoco dispuesto a salir como un loco a matarme

allí afuera. Ahora dime ¿qué es lo que tanto te molesta? ¿Tienes miedo de quedarte

a solas aquí conmigo? —arremetió Sebastián.

—Por supuesto que no tengo miedo.

—No, claro que no, no es a mí a quién le tienes miedo, es a ti misma.

—¿De qué hablas?

—Tienes miedo de lo que puedas hacer, tienes miedo de lo que sientes cuando

estamos juntos.

—Estás diciendo tonterías.

—Perfecto, entonces ven siéntate junto a mí y tomemos café.

Bárbara sabía muy dentro suyo que Sebastián estaba en lo correcto, pero no

pensaba admitirlo en voz alta jamás. Se sentó junto a él en silencio y aceptó la taza

que le ofrecía, el café estaba riquísimo y la ayudó junto con el silencio a poner sus

ideas en claro, dentro de su cabeza. No supo cómo pasó, ni en qué momento, pero

cuando se dio cuenta estaban enredados en el sillón compartiendo un apasionado

beso.
Una cosa llevó a la otra y en pocos minutos se devoraban el uno al otro

desnudos en la cama. Sebastián recorría con sus manos la suave piel de su cuerpo,

sentirla, reconocerla, aprenderla era una prioridad, con su boca atrapaba el aroma

de su piel, tan suyo. Quería, necesitaba tenerla debajo de su piel, estar apretados

uno sobre el otro no era suficiente. Era la única oportunidad que tendría para

demostrarle que sus caminos estaban equivocados, ese era el correcto. El sendero

que debían transitar juntos y que los llevaría a la felicidad, cualquier otro era

incorrecto o eso pensaba en ese momento.

Tomó todo lo que ella le ofreció, con su lengua recorrió las profundidades de su

piel, con sus manos sintió el calor de sus venas, ardía en deseos y él los satisfacería

a todos. Con su boca torturó un pezón con su mano el otro, hasta que se rindieron

al placer, sus manos encontraron sus pliegues húmedos y ardientes. Introdujo un

dedo, luego dos, mientras se deleitaba con sus deliciosos ronroneos de placer, su

cuerpo se abría para recibirlo, también lo necesitaba.

Perdiendo totalmente la razón quitó sus dedos, acercó su erección sin dejar de

mirarla a los ojos, se introdujo dentro de ella y fue por todo, su necesidad, la de

ella. Los corazones se agitaron en una danza milenaria donde Sebastián acometía

una y otra vez hasta elevarlos a lo más alto del placer. Besos, caricias y necesidad

afloraron en ambos, nada parecía ser suficiente. Sebastián giró a ambos sobre la

cama y la dejó sobre él para que tomara el mando, podía mirarla y admirarla

mientras ella daba rienda suelta al placer. Era tan hermosa como la recordaba, tan

femenina como pocas y tan inalcanzable para él como siempre.

Tener su cabello regado sobre su cuerpo y los labios de ella quemando su piel,

lo volvía loco. La manera que su ajustada funda se cernía sobre él abrazándolo con

su calor amenazaba con hacerlo perder el control. No podía dejarse ir, no quería,
necesitaba disfrutarla al máximo antes de perderla, sabía que la perdería en la

primera oportunidad que ella tuviera. La atrajo a su boca y bebió de ella hasta

hartarse, aceleró su pasión y desató la más violenta de las tormentas, abrazados,

muy juntos se dejaron caer exhaustos y plenos.

—Creo que después de esto todo está muy claro —expresó Sebastián cuando

logró recuperar el aliento.

—¿Qué es lo que está tan claro?

—Lo que podemos llegar a ser juntos.

—Creo que tú ves colores en un cielo que yo veo gris.

—No te preocupes haré que lo veas como yo.

Bárbara sabía que no sería así, pero no dijo nada, ese momento era para ella y se

proponía disfrutarlo. Se abrazaron, se besaron y volvieron a hacer el amor durante

toda la noche. Ningún hombre la había hecho sentir tan mujer, tan plena como

Sebastián y ese sería su premio, un tesoro que guardaría para siempre en su

corazón. Aunque él sería de otra para el resto de su vida, nadie podría quitarle ese

pequeño recuerdo jamás.

El amanecer despertó a Sebastián sobresaltándolo con sus rayos de luz, hacía

mucho tiempo que no dormía tan profundo, tan en paz. Cuando sus ojos se

adaptaron y recordó donde estaba, giró su cabeza pero a su lado no había nadie.

Recorrió el lugar con la vista, se levantó se colocó un jeans y fue a mirar al baño,

estaba solo. Se dirigió a la cocina por un café, se sentó en la barra a beberlo

mientras leía sus mensajes.


—Lo siento Bárbara pero así lo prefiere mi corazón —dijo en voz alta.

Se despertó cuando todavía no había amanecido, al mirar a su lado Sebastián

dormía muy relajado, su rostro relajado era tan bello como despierto. Pero no era

suyo, no tenía derecho a esos amaneceres y así lo entendió, su momento había

pasado y lo había disfrutado. Le quedaba el hermoso recuerdo que atesoraría para

siempre en su mente. Se levantó sin hacer ruido recogió su ropa, se vistió en el

baño, tomó su abrigo y maleta y salió afuera a pedir un taxi, la tormenta había

pasado. Después de unos llamados, supo que el aeropuerto continuaba cerrado,

pero podía viajar en autobús, así lo hizo, se marchó sin volver la vista atrás. Quería

un recuerdo feliz, no uno doloroso.

Volvió a su casa, a su trabajo, a su rutina, pero nada era igual, nada tenía

sentido o ella no se lo encontraba. Pasaron los días, las semanas, lo meses todos

iguales para Bárbara, recibió a sus padres en su apartamento por primera vez. La

visita le dio alegría y no se sintió tan sola, ellos le contaron sobre la fecha exacta en

que contraería matrimonio Sebastián. No se esperó que le doliera tanto, a pesar de

saber que se casaría, que faltara tan poco lastimaba. Su mente se había hecho a la

idea, no así su corazón que sufría la pérdida.

La vida continuaba, para ella pasaba sin más, nada la atraía o entretenía, solo

existía y como su rutina estaba muy instalada, se manejaba como un robot. Esa

semana sería el gran día para Sebastián y el peor para ella, la invitación de sus

padres a su casa había llegado como una brisa fresca. Iría a pasar la semana con

ellos al menos estaría distraída entre sus parientes, mientras esperaba que el dolor

comenzara a remitir, si alguna vez lo hacía.

—Ven unos días —pidió su madre.


—Haremos el paseo a caballo que tanto te gusta —gritó de fondo su padre.

—Está bien, pediré unos días en el trabajo e iré a visitarlos —ellos no sabían lo

agradecida que estaba por sacarla de Londres, no quería estar en el mismo lugar, el

día de la boda.

Apenas regresó de su trabajo hizo una maleta pequeña con lo esencial y salió

para el aeropuerto, no podía quedarse un solo minuto más en la ciudad donde se

estaba casando. Él iniciaba una feliz vida y ella un camino largo de dolor por la

pérdida. Curaría sus heridas eso era seguro, pero le llevaría un tiempo, en el que

pasaría junto a su familia y luego trataría de continuar de la mejor manera posible.

Llegó a casa de sus padres, bastante entrada la noche, el taxi la dejó frente a la

puerta de entrada. A pesar de ser tan tarde se veían luces tenues encendidas, por

suerte la esperaban, ella temía despertarlos. Al entrar notó algo raro, música suave,

un tema que conocía muy bien de otras épocas más felices de su vida, las luces y

las sombras de las velas jugueteaban con su resplandor. Giró hacía el comedor al

final del pasillo, una mesa con mantel blanco, un candelabro con varias velas, rosas

rojas esparcidas por doquier. Un impresionante hombre vestido de traje negro la

esperaba con una hermosa sonrisa y una rosa en la mano.

—¿Qué haces aquí? —fue lo único que se le ocurrió a Bárbara preguntar.

—Esperándote.

—Pero..., ¿por qué?

—Porque te amo.

—Esto no puede ser... deberías, deberías... —Bárbara no logró hilar, ni terminar

una frase.
—¿Debería?

—Deberías estar casado para esta hora.

—Pues no lo estoy, pero podemos remediarlo en el momento que quieras.

—Todo esto es una locura ¿Dónde están mis padres?

—En eso tienes razón, estar enamorado es una locura, una maravillosa locura

que quiero que compartas conmigo ¿Tus padres? De vacaciones.

—Sebastián no estás pensando con claridad hasta hace unos días estabas a

punto de casarte y mis padres estaban en casa, ellos me llamaron.

—En realidad terminé mi compromiso el mismo día que volví a casa, luego de

nuestra apasionada noche. Les pedí a tus padres que te llamaran.

—¿Así nada más? ¿Así de fácil pasas de una novia a otra?

—No fue fácil y pasó un tiempo ya y no te estoy pidiendo matrimonio, sé lo que

piensas al respecto.

—¿Y qué es lo que me estás pidiendo?

—Una oportunidad para demostrarte que podemos amarnos y vivir este amor

de la manera que tú prefieras.

Se acercó a ella con la mayor delicadeza y la fue atrayendo de a poco a sus

brazos, quería que sintiera el calor de su cuerpo y recordara los momentos vividos.

Además habían pasado muchos meses y la necesitaba como un desesperado, tenía

que tenerla cerca, acariciar su piel, besar sus labios, amarla.

Bárbara aceptó el abrazo y el beso que necesitaba igual que él y se quedó allí

disfrutando del momento por miedo a estar soñando.


¿Se habría dormido en el avión y ese era un sueño?

Sus besos se sentían muy reales y sus manos recorriendo su cuerpo también, no

era un sueño o sí, era todo lo que soñaba y que pensaba que nunca tendría. Sí, era

un sueño y pensaba disfrutarlo el resto de su vida, ya no le temía a los

compromisos, no al lado de Sebastián.

—¿Qué dices cariño, lo intentamos?

—Claro que sí.

—Me sorprende lo rápido que te convencí ¿se puede saber por qué?

—Porque lo prefiere mi corazón.

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