El Último Like Jessica Lozano
El Último Like Jessica Lozano
El Último Like Jessica Lozano
CAPÍTULO 1
Sophie observaba al hombre que estaba apoyado en la columna con los
brazos cruzados. Le había llamado la atención porque era el único que se
mantenía al margen de lo que sucedía en esos momentos en la alfombra
roja. Su expresión era seria, con la mirada fija en las personas que posaban
para la foto de rigor en el photocall, cuyo fondo era la imagen de la serie
que se estrenaría en unos días en Netflix. Parecía fuera de lugar, quería
pasar desapercibido y lo conseguía, excepto para Sophie, a quien le gustaba
analizar en silencio los movimientos de los demás. Le daba información de
las intenciones que tenía cada uno.
El hombre cambió de postura y metió las manos en los bolsillos del
pantalón del traje negro y ceñido, que le quedaba como un guante. Debía
tener su misma edad, unos veintiocho años. Su atractivo era innegable e iba
vestido en sintonía con el evento, aunque se percibía cierta incomodidad en
su actitud. Se aflojó el cuello de la camisa blanca y resopló mientras miraba
sin interés al resto de las personas, aburrido. Echó un vistazo a su reloj
como si quisiera irse de allí lo antes posible.
No lo había visto antes; si fuera así, lo sabría.
Sophie desvió la mirada hacia la izquierda, donde los periodistas y
fotógrafos estaban al acecho para conseguir la mejor imagen o entrevista.
La pareja protagonista de la serie acababa de entrar en la alfombra roja, y
los fans que estaban a varios metros de distancia detrás de la valla metálica
comenzaron a gritar entusiasmados.
Era el preestreno y, como solía suceder, tenía la invitación garantizada,
uno de los privilegios por ser una influencer con miles de seguidores.
Volvió a mirar en dirección al hombre que había captado su atención,
pero ya no se encontraba allí.
El resto del elenco de la serie posó en el photocall durante un rato más.
—¡Sophie! Prepárate, eres la siguiente para la foto —dijo una de las
encargadas de la organización del preestreno.
Le sujetó el bolso y la cazadora de cuero que llevaba, a conjunto con el
vestido rojo ajustado hasta la cintura y suelto hasta las rodillas. A Sophie
todavía le sorprendía que personas desconocidas se dirigieran a ella
llamándola por su nombre y con una cercanía que ni siquiera tenían. No
sabía por qué todavía le venían esos pensamientos, ya que desde muy
pequeña su vida había sido así.
—Ya puedes pasar —comentó la encargada, dándole un suave empujón
para que fuera a posar ante los fotógrafos y las cámaras.
—¡Sophie! ¡Mira aquí! ¡Aquí! ¡Sí!
Escuchaba las voces de los medios, que le iban diciendo dónde tenía que
mirar mientras posaba sonriendo. Se dio la vuelta y se apartó el pelo a un
lado para mostrar el escote, que dejaba ver su espalda desnuda. Colocó las
manos en la cintura y giró la cabeza por encima del hombro. Se le daba
bien; no sentía vergüenza ni nerviosismo, estaba acostumbrada a las luces
de los flashes.
La misma encargada le hizo un gesto con la mano para que avanzara y
pudiera continuar el siguiente. Le devolvió el bolso y la cazadora de cuero.
Todavía faltaba una hora para que comenzase la emisión del primer
episodio de la serie, y no conseguía disfrutarlo como otras veces. El motivo
era un mensaje privado que había recibido hacía unas horas en sus redes y
que la había dejado descolocada. Al ir distraída, se chocó con una de las
camareras; se disculpó y se dijo a sí misma que debía olvidarse de eso y
centrarse. Desde que lo leyó tuvo clara su decisión, no sabía por qué seguía
pensando en ello.
Se acercó a una modista que hacía tiempo que no veía y charlaron
durante un rato; después, fue saludando a los conocidos que se solía
encontrar en aquel tipo de eventos. Tampoco le costaba hablarles; lo hacían
de una forma superficial, por eso le resultaba tan fácil. Nadie quería
profundizar, solo saber qué pretendía hacer, cómo le iba con su canal, sus
proyectos, dónde se había comprado ese pintalabios, el vestido que llevaba
o a qué peluquería había ido. Y, por supuesto, cuál sería el siguiente crimen
o desaparición que narraría en sus redes.
Era una influencer un tanto atípica; su temática giraba en torno a
asesinatos, crímenes sin resolver y desapariciones. Gracias a su perfil, había
conseguido localizar a una docena de personas. Le gustaba la investigación,
pero siempre y cuando lo hiciera a través de las redes; nunca se implicaba
de manera presencial.
También hablaba sobre series y películas cuyo contenido tuviera
suspense e intriga. Directores y productores la invitaban a sus eventos, ya
que así obtenían publicidad a través de su cuenta y, de paso, conseguían
mucha más visibilidad.
Entró a la sala donde se iban a proyectar los dos primeros capítulos de la
serie y se sentó en el asiento que le indicaron. Nada más hacerlo, se
descalzó y sintió un alivio inmediato en los dedos de los pies. Las sandalias
negras de tacón eran cómodas, pero nada como unas Converse. Intentó
reprimir un bostezo. Esa noche, además de distraída, estaba algo cansada; le
hubiera apetecido quedarse en casa y continuar viendo la serie coreana a la
que se había enganchado solo con el primer episodio. Al menos, esta vez el
evento era en Madrid, su lugar de residencia, y no tendría que viajar y
dormir en un hotel.
El asiento se encontraba en el pasillo y lo agradeció, ya que no estaría
embutida entre dos personas. Aún no se había sentado nadie a su derecha.
Se apagaron las luces y vio una sombra por el rabillo del ojo; levantó la
mirada y ahí estaba él, el hombre que había visto antes apoyado en la
columna.
—Disculpa —dijo él en un susurro.
Ella se levantó al percatarse de que quería acceder a la fila de los
asientos. En lugar de hacerlo de espaldas, lo hizo de frente, por lo que sus
piernas se rozaron debido a la estrechez que había entre las butacas
mientras él la miraba brevemente en la oscuridad de la sala.
No distinguió el color de sus ojos, pero su mirada era directa e
interesante.
Se sentó a su lado, y su aroma fresco le llamó la atención. Intentó
centrarse en otra cosa que no fuera el brazo de ese hombre. La tela del traje
le acariciaba la piel. Se apartó de él y metió el móvil en el bolso justo antes
de mirar si tenía algún mensaje.
Después de varios anuncios, comenzó la serie y la gente aplaudió
emocionada. El inicio fue impactante: secuestraban a una chica cuando salía
de la discoteca e iba hacia el coche. El secuestrador la estaba esperando en
los asientos de atrás, y terminaban forcejeando hasta que él le clavaba una
jeringa en el cuello.
En la siguiente escena aparecía la protagonista en el metro, mirando a un
chico al que se encontraba todas las mañanas al ir hacia el trabajo. Él
también se había fijado en ella; tenían química, se notaba a través de la
pantalla, la misma que había sentido con el hombre que estaba sentado a su
derecha. Su suave aroma a ropa recién lavada le llegaba en forma de sutiles
ráfagas de aire y, de vez en cuando, notaba el roce de sus piernas. Estuvo
tentada de mirarlo, pero no lo hizo; no quería llamar su atención.
Cuando terminó el primer episodio, los asistentes aplaudieron
entusiasmados. No encendieron las luces; aún faltaba el segundo. Sophie
aprovechó para observarlo. Él volvió a comprobar la hora en su reloj, estaba
claro que se le estaba haciendo insoportable estar allí. Si lo habían invitado
como a ella a la cena que había después, no creía que se quedase, aunque
quizá no estaba entre la lista de la gente vip de esa noche.
El público aprovechó para mirar sus móviles antes de que comenzase el
nuevo episodio. No pudo evitar fijarse en que el hombre que estaba a su
lado era el único que no había sacado su teléfono. Si tan aburrido estaba,
podría haber sido una distracción. Ella tampoco había comprobado si tenía
algún mensaje, pero porque tenía un entretenimiento mucho mayor a su
lado.
Su perfil era muy atractivo; los labios algo carnosos destacaban en el
rostro y, bajo la luz tenue del cine, le pareció que sus rasgos lo hacían muy
interesante. Su mano se dirigió al cuello y se desabrochó varios botones de
la camisa. Tenía un cuello muy sugerente en el que se marcaba con
elegancia la nuez. De forma inesperada, él la miró y ella cogió el bolso para
disimular.
Sintió cómo el calor se le extendía por el rostro, menos mal que apenas
había luz en la sala. El segundo episodio comenzó. La serie prometía, le
estaba gustando, pero aún más al tener a su propio protagonista sentado al
lado. En la pantalla, el misterioso hombre del metro era bombero y, sin
saberlo, ellos se iban a encontrar en las clases de baile de salsa, ella para
aprender a bailar y él se vería obligado a investigar la desaparición de la
mujer que habían secuestrado al principio de la serie.
Los asistentes comenzaron a aplaudir al acabar el evento y el elenco al
completo se levantó. Se notaba que habían dejado un buen sabor de boca y
se los veía satisfechos.
Las luces se encendieron y el hombre a su derecha ya estaba de pie,
esperando que le permitiera salir. Le molestó que tuviera tanta prisa por
irse. De repente, se percató de que aún estaba descalza. En un intento por
recoger los zapatos y darle paso, se agachó apresuradamente, pero esta
acción la hizo perder el equilibrio. En medio de la confusión entre dirigirse
hacia los zapatos o permitirle el paso, su cuerpo se inclinó hacia la
izquierda y terminó cayendo al suelo.
Menos mal que se quedó con las piernas cerradas; al caer de lado,
mantuvo la poca dignidad que le quedaba. Se incorporó lo más rápido que
pudo mientras él no dejaba de mirarla con una ceja levantada. Podía al
menos haberse dignado a hacer el intento de ayudarla. Definitivamente, era
imbécil.
Sophie, aún descalza, se colocó a un lado para dejarlo pasar.
—¿Estás bien? —preguntó él.
«Vaya, no es tan sieso», pensó.
—Sí, gracias.
Él se detuvo mirándola más de la cuenta. Escaneó sus labios y Sophie
hizo lo mismo. Por un segundo, creyó ver que su boca se curvaba en una
pequeña sonrisa, pero se desvaneció tan rápido que no estaba segura de si se
lo había imaginado. Finalmente él se giró y se fue. Sophie resopló y volvió
a sentarse para ponerse las sandalias, cogió el bolso y prefirió no pensar
más en ese ser tan amargado, atractivo y extraño.
Salió al hall, donde todos hacían corrillos comentando qué les había
parecido la serie. Era el momento de sacar su móvil y subir una historia a
Instagram para dar su opinión, junto con varios selfies.
Cuando terminó, se dirigió hacia la sala donde iban a servir la cena. El
edificio era de dos plantas; en la primera se proyectaban las películas o
series y en la segunda había un gran salón en el que servirían un catering
para un grupo selecto de los invitados.
Al entrar saludó a varios influencers, también a actores y actrices con los
que había coincidido en más eventos, cenas y fiestas. No paraban de hablar
de las escenas que más les habían gustado. En general, todos se habían
quedado con la sensación de querer seguir viendo más, algo que a ella
también le sucedía.
Comprobó en la entrada del hall que había un camarero, se aproximó al
joven y este le indicó que su mesa era la número siete. Comenzó a andar y,
de pronto, vio que uno de los invitados tropezaba con una de las camareras,
tirándole la bandeja donde llevaba las bebidas. El culpable de lo que
acababa de suceder miró a la chica por encima del hombro y se fue sin
ayudarla ni pedirle perdón. A Sophie le hubiera gustado decirle varias
cosas, pero no era el momento ni el lugar para hacerlo, había demasiada
gente. Se agachó y comenzó a recoger los cristales para ponerlos en la
bandeja.
—¡Oh, no! No se preocupe, por favor, ya lo recojo yo —contestó la
camarera, apurada.
—Tranquila, no me cuesta nada.
Se acercaron varios camareros más y le impidieron continuar recogiendo.
La muchacha le dio las gracias, no solo con su voz, también con su mirada.
Fue hacia su sitio mientras observaba que solo había unas quince mesas
redondas para unas seis personas. Ya estaban todos sentados y el único
asiento vacío era el suyo. Reconoció a una de las parejas: eran Rodrigo y
Sasha. Él era un cantante latino con bastante éxito y su mujer siempre lo
acompañaba.
—¡Hola, Sophie! ¡Qué bien que volvemos a estar juntos en la mesa! —
exclamó Sasha, dedicándole una gran sonrisa.
—Sí, me encanta que coincidamos de nuevo —contestó Sophie a la vez
que la abrazaba, y después se sentó en el asiento vacío—. Creo que han
pasado seis meses desde la última vez que nos vimos.
—¡Medio año! Cómo pasa el tiempo.
—Me encanta tu vestido —afirmó otra de las chicas que estaban
sentadas.
Sophie no sabía quiénes eran esas dos muchachas que la miraban con
admiración, pero le resultaban familiares. Ellas debieron darse cuenta.
—Somos Lily y Lala, diseñadoras.
—¡Ah! ¡Sí! Disculpad, no os había reconocido —respondió Sophie,
llevándose la mano a la frente.
Eran hermanas y habían saltado a la fama por su originalidad y por la
comodidad de sus prendas. Eran aún más conocidas por ser muy jóvenes y
haber alcanzado esa gran visibilidad a una edad tan temprana.
—Tranquila, nos pasa a menudo. Es porque se fijan más en nuestros
diseños que en nosotras, y eso es bueno. Me encanta tu pelo, ¿quién es tu
peluquero?
Sophie llevaba el pelo rojo oscuro con unas mechas más claras en las
puntas que hacían destacar aún más su cabello.
—Me lo tiño yo misma.
—¿Y el peinado te lo has hecho tú?
—Sí, son solo dos trenzas en el flequillo y el resto suelto, no tiene mucho
misterio.
Sophie sonrió.
—Pues, chica, vas espectacular con ese vestido rojo y con la cazadora,
estás de infarto —contestó una de las chicas.
—Gracias.
Sophie sacó el móvil del bolso y lo dejó encima de la mesa, el resto
también lo tenían a su lado; todos, excepto la persona que estaba a su
derecha. Al mirarlo, se le quitó la sonrisa de los labios. Allí estaba de nuevo
el hombre amargado, incómodo y fuera de lugar. ¿Qué demonios hacía allí?
CAPÍTULO 2
Por las miradas de suspicacia que le lanzaban, tampoco parecían conocerlo.
Rodrigo se había cruzado de brazos y reclinado en la silla, mientras que las
dos chicas no se atrevían a fijar sus ojos en él. El hombre, al sentirse el foco
de atención de todos los presentes en la mesa, levantó la copa que sostenía
en la mano.
—Saúl, invitado de honor, pero no soy famoso en nada.
Bebió un sorbo y dejó de nuevo la copa, al mismo tiempo que se
escuchaban varias voces saludándolo.
Junto a cada plato reposaba una tarjeta sobre la mesa, en la que se podía
leer el nombre de cada comensal. Sophie no había escuchado hablar de él:
Saúl Garza, así se llamaba. Por lo general, a las personas a las que invitaban
a las cenas de los preestrenos eran famosos o habían participado en el
rodaje de la serie. Debía ser amigo de alguno de los productores o del
director.
Trajeron el primer plato: champiñones rellenos de jamón, y brócoli
salteado en aceite de semilla de hinojo. Todos, excepto él, hicieron una foto
de la comida para compartirla en redes sociales; Sophie también se hizo un
selfie con las dos diseñadoras y con el cantante y su mujer.
Charlaron animados mientras él permanecía en silencio, aunque estaba
atento a las conversaciones de los demás.
Sophie lo observaba de reojo; la curiosidad por saber quién era y por qué
estaba allí la consumía. Cogió el móvil y se inclinó ligeramente para
confirmar de nuevo el nombre de la tarjeta que estaba junto a su plato. Lo
introdujo en el buscador de Instagram, pero no aparecía nada.
—No estoy en las redes, no me encontrarás ahí.
Sophie dio un respingo al ver que él estaba a un palmo de distancia de su
hombro. La había pillado buscándolo. Joder. De nuevo, notó el calor
subiendo a su rostro.
—Perdona, tenía curiosidad. Es raro no tener redes sociales hoy en día —
contestó, avergonzada de verse descubierta.
Los demás seguían charlando sin prestar atención a ninguno de los dos.
—Si quieres saber algo de mí, puedes preguntarme. Lo que ves detrás de
esa pantalla no suele ser real, solo una vida de gente que finge ser quien no
es. Es puro teatro.
Sophie estrechó los ojos mientras él apoyaba el brazo en la mesa, pero su
cuerpo estaba totalmente girado en su dirección.
—Entonces, la mayoría de los que estamos en esta mesa, incluida yo,
¿somos solo buenos actores y actrices?
—Creo que lo que hacéis es aparentar y os mostráis ante los demás de
una manera que no es real, solo para agradarles y conseguir vuestros
objetivos.
Sophie se cruzó de brazos y notó cómo sus palabras abrían una grieta en
su pecho.
—Vaya, ¿tenemos a un troglodita que no soporta las nuevas tecnologías?
No me lo digas: vives en un lugar aislado de la civilización, meditas, haces
senderismo y tienes una vida de monje.
—Casi, excepto por un pequeño detalle. —Sophie levantó una ceja
esperando su respuesta—. No soy un monje.
La mirada directa y segura provocó que su cuerpo la traicionara al
acelerársele el pulso. No pudo evitar repasar de nuevo su rostro. Sería una
pena que ese hombre fuera un monje; aun así, por muy atractivo que fuera,
no mostraba ningún tipo de tacto. Con su comentario había tachado de
superficiales a todos los que estaban allí, incluso a ella. Escuchó una
vocecita dentro de su cabeza: ¿acaso no era cierto?
No. Era más complicado que eso.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —preguntó. No quería sonar molesta, pero
lo estaba.
—A veces, tienes que hacer sacrificios por lo que quieres.
Las otras dos parejas habían dejado de hablar y ahora estaban atentos a la
conversación entre ellos. Sentían tanta curiosidad por él como Sophie.
—Debe ser muy importante eso que quieres para que compartas la mesa
con personas que solo fingimos una vida detrás de la pantalla del móvil. Tú
también lo haces sin estar detrás de un dispositivo; pones buena cara
aunque no soportas estar aquí.
Por el rabillo del ojo, Sophie vio cómo Sasha abría la boca. Seguramente
no se esperaba esa reacción en ella, que siempre se había comportado de
manera complaciente y serena.
Saúl se cruzó de brazos, examinándola con atención. No sabía si lo que
le había dicho le había molestado, no podía leer lo que reflejaba su rostro.
—Me has observado durante toda la noche —dijo Saúl, curvando con
suavidad los labios—. Por lo que habrás visto que no he fingido nada en
ningún momento. Ni he sonreído ni he entablado ninguna conversación
vacía y fútil.
Sophie apretó los dientes. Se preguntó qué la incomodaba más, que los
llamara a todos falsos o que se hubiera dado cuenta de que no le había
quitado ojo en todo el evento.
—Entonces, ¿qué haces hablando conmigo?
Saúl colocó un antebrazo en la mesa y se inclinó hacia ella.
—Estoy tratando de averiguar por qué, de entre todas las personas que
están en este evento, te has fijado en el hombre más troglodita de la sala.
—Creo que deberíamos pedir más vino —agregó Sasha.
Sophie la escuchó, pero no apartó la vista de los ojos de ese hombre, y él
tampoco lo hizo. Si fuera una escena de dibujos animados, un rayo
aparecería entre ellos mientras se retaban para comprobar quién podía más.
—Porque no dejaba de preguntarme qué hacía aquí alguien que parecía
tan incómodo rodeado de gente tan… falsa —respondió Sophie, incidiendo
en esa palabra—, pero creo que ya he averiguado el motivo.
Él abrió los ojos y levantó las cejas, sorprendido, lo que le arrugó la
frente.
—Estaría encantado de saber a la conclusión que has llegado.
—¿De verdad? ¿Aunque sea de alguien tan frívola como yo?
—Con mayor motivo.
A Sophie le ardía la semilla de la rabia que crecía en su estómago, al
mismo tiempo que su corazón latía con rapidez por las palabras de Saúl. Sin
embargo, no iba a mostrar esa ira que amenazaba con hacerla gritar. No. Por
regla general, ella sabía controlarse; lo había hecho desde niña y no le
gustaba perder, ni siquiera en una conversación. Por eso, sabía que Rodrigo
y Sasha estaban sorprendidos por las respuestas que le estaba dando a ese
hombre.
Lo que más le afectaba no era tanto lo que él decía, sino su manera de
mirarla por encima del hombro, dejando claro que se sentía superior al
resto. Como resultado, lograba que no fuera capaz de controlarse; cualquier
pensamiento que cruzara su mente salía de su boca sin filtro.
—Si insistes —dijo Sophie, que se inclinó también sobre la mesa—.
Creo que eres la típica persona que se cree superior por no estar enganchado
a ningún dispositivo electrónico, que cree que todos los que están a su
alrededor son unos adictos inútiles que no se enteran de lo que es
importante y que tienen una vida insignificante comparada con la tuya.
—Vaya —contestó él, antes de beber un poco de vino y sonreír—. Creo
que esto se merece un brindis. Has hecho un pleno, no pensé que alguien
como tú pudiera leer tan bien a las personas.
«¿Alguien como yo?». Sophie se controló para no llamarle gilipollas
delante de todos. Si hubieran estado a solas, las cosas habrían cambiado,
pero con ellos allí no se podía permitir perder más los nervios.
—¿De verdad piensas que tener un móvil es tan malo? —preguntó
Rodrigo—. Gracias a él, estamos más conectados entre nosotros. Si tú no
tienes uno, será porque no tienes muchos amigos.
—Yo no he dicho que no tenga móvil. Y sí tengo amigos, pero son de los
de verdad.
—¿Los nuestros son de mentira? —preguntó Sophie, evitando resoplar.
—Si para ti tus seguidores son amigos, entonces sí.
—¿Acabas de conocerme y ya das por hecho que solo me rodeo de mis
seguidores y que apenas tengo amigos?
Volvieron a retarse con la mirada.
—Dime que me equivoco —insistió Saúl, que volvió a inclinar su cuerpo
hacia ella.
Quería decirle que sí, que la amistad rodeaba su vida y mantenía incluso
a personas de la infancia a su lado, pero no era cierto. Prefería no faltar a la
verdad porque podían investigarla en cualquier momento y desmentir lo que
decía.
—Te equivocas —respondió Rodrigo—. He conocido a gente a través de
las redes que ahora son grandes amigos.
—¿Y cómo llegasteis a ello? —preguntó Saúl—. Seguramente porque
cada día os veíais o coincidíais en algún concierto o evento y, después,
quedabais para tomar algo. Lo invitabas a tu casa o él a ti. Ibais
profundizando más la relación y te ibas mostrando como eras de verdad.
Creemos que estamos conectados por enviar un mensaje de voz a alguien o
un breve texto preguntando cómo estás, pero es un error. Se está perdiendo
la conexión real con los demás.
—Entonces, deberías darnos clases para recuperarla —dijo Sophie, que
se cruzó de brazos y apoyó la espalda en la silla.
—Cuando quieras, te invito a pasar un mes sin subir nada a las redes y
estar sin ningún dispositivo electrónico, pero creo que no serías capaz de
hacerlo.
Sophie mostró una falsa sonrisa.
En ese momento apareció Lorenzo, el productor de la serie y dueño de
Padpad, una de las mayores productoras de España. La tensión se diluyó en
el ambiente con su presencia. Sus ojos brillaron divertidos cuando sus
labios se curvaron debajo de su perilla canosa. Transmitía elegancia, a pesar
de su edad y de su baja estatura.
—¿Qué tal por aquí? Espero que os haya gustado la serie —preguntó,
frotándose las manos.
—Ha estado genial. Tengo ganas de saber cómo continúa —respondió
Sasha.
—Espero que haya más de una temporada —dijo Lily, cruzando los
dedos.
—Sí, creemos que al menos tendrá dos temporadas, pero no lo queremos
alargar mucho. Preferimos algo bueno, corto y de calidad, que alargarlo
innecesariamente. Y a ti, Sophie, ¿te ha gustado?
—Sí, estoy deseando saber quién es el secuestrador.
—Ya me dirás si lo aciertas, ya sabemos lo buena que eres descubriendo
pistas que los demás no han visto.
—Doy fe —contestó Saúl.
Los músculos de la mandíbula de Sophie se tensaron, pero disimuló.
—¿Qué estás investigando ahora? —continuó Lorenzo.
La atención de los presentes estaba sobre ella; no le importaba. Se
exponía en su cuenta a diario delante de miles de seguidores, pero, para su
sorpresa, sentir la mirada de Saúl la ponía nerviosa.
—Tengo varios frentes abiertos. En breve, subiré contenido nuevo.
—¿Alguno interesante? —preguntó Lorenzo.
—Todos lo son. Yo diría que, más que interesantes, son importantes; las
víctimas lo son. El encontrar al asesino para evitar que lo pueda volver a
hacer o localizar a esas personas desaparecidas para que sus familiares y
amigos puedan respirar tranquilos, también.
—Yo siempre sigo lo que publicas —dijo Rodrigo—. Me dejaste con la
boca abierta cuando diste información en el caso de los asesinatos de los
dedos cortados. ¿De verdad crees que no tiene nada que ver la persona de la
que sospecha la policía?
—¿Cuál es ese caso? —preguntó Lorenzo.
—Es el de la mujer que encontraron en el pantano y el hombre del
vertedero, ¿verdad? —dijo Lily—. Ella tenía cortado el dedo índice de la
mano derecha y él, el índice y el dedo corazón.
—Pero hay un sospechoso, ¿no? —contestó Sasha.
—Sí, el ex de ella —añadió Sophie—. Pero lo han exculpado por falta de
pruebas.
—La pareja siempre suele ser la culpable.
—A veces sí, Sasha, pero hay muchas cosas que no encajan con ese
hombre. Sigo pensando que la primera víctima conocía al asesino y tengo
más información y detalles que no puedo desvelar.
—Deberías dedicarte a otra cosa y dejar en manos de la policía esos
casos —dijo Lorenzo en tono paternal—. Es peligroso.
—Estoy de acuerdo. ¿No te da miedo involucrarte en estas cosas? —
preguntó Lala—. ¿Y si el verdadero psicópata sigue suelto y va a por ti?
—A veces me inquieta, no lo voy a negar, pero me puede más la
curiosidad, el que se haga justicia. Además, me gusta lo que hago; es
importante para mí.
—Y también subir seguidores en tus redes sociales —añadió Saúl.
Sophie se enfrentó a su mirada mientras tensaba las manos por debajo de
la mesa.
—¿Y quién eres tú para juzgar algo así?
De nuevo mostraba esa serenidad y seguridad en sí mismo, como si él
estuviera por encima del resto y supiera algo que los demás no. Todos lo
miraban sin saber qué decir, hasta que Lorenzo rompió el silencio.
—No le hagáis caso. A Saúl no le gustan las redes, y tiene un buen
motivo. Deberíamos fijarnos un poco más en lo que hace él, nos iría mejor.
—En ese momento vinieron los camareros con el segundo plato—. Bueno,
os dejo que sigáis disfrutando. Gracias a todos por venir, especialmente a ti,
Saúl, sé que no te gustan estos eventos, pero me hacía ilusión que estuvieras
aquí.
—Tranquilo, Lorenzo. La noche está siendo interesante y la verdad es
que la serie promete.
Lorenzo le dio unos golpecitos en el hombro y se fue.
Durante el resto de la cena el insoportable no pronunció una palabra más,
y tampoco volvieron a dirigirse a él. Cuando concluyó el evento, el primero
que se levantó fue Saúl, que se acercó a cada uno de ellos para estrecharles
la mano. Por último, se aproximó a Sophie y, en un evento, ella se quedó
mirándola por unos segundos. Sophie no quería tocarlo y mucho menos,
corresponder su gesto, pero todos permanecían atentos a lo que ella iba a
hacer. Finalmente accedió y agarró su mano. El roce de su piel la
impresionó; había sentido su calidez con demasiada intensidad.
Sin darle tiempo a recuperarse, él se aproximó a su oído.
—Si algún día quieres vivir una vida más real, búscame.
Se marchó sin decir una palabra más, dejándola con los vellos de punta
debido al impacto de lo que le había propuesto, así como por el cosquilleo
que había sentido en la nuca por su cercanía, sin mencionar su olor fresco y
varonil. El estómago se le encogió por la necesidad que le había provocado
su cálido aliento en la piel.
Lo observó mientras se alejaba y suspiró, agradecida al saber que no
tendría que volver a verlo nunca más.
CAPÍTULO 3
Unas horas después, Sophie ya estaba con el pijama puesto, se había lavado
la cara y limpiado el maquillaje. Se metió en la cama y apagó la luz, pero el
recuerdo del mensaje que había recibido unas horas antes volvió a su mente.
Pataleó el colchón y bufó cabreada mientras se incorporaba para coger el
móvil.
Hola, Sophie. Mi nombre es David Hurtado. No me
conoces, pero me gustaría pedirte un gran favor. Hay una
amiga que lleva desaparecida desde hace unos meses. Su
nombre es Camila, y acudió a un centro para
desintoxicarse de las redes y de las tecnologías. Allí
se aíslan durante un mes o más, dependiendo del
tratamiento, pero nunca regresó a casa. Cuando acudí a
ese lugar, no quisieron darme explicaciones; me dijeron
que los datos eran privados. Parece una secta. He
investigado y he descubierto que hay más personas que
han desaparecido una vez que han acudido al programa.
Eres muy buena en lo que haces y casi siempre das con
la tecla para encontrar a esas personas que son
difíciles de localizar.
Ya lo he intentado todo, pero, como saben quién soy,
no me permiten acceder allí. Te suplico que me ayudes a
encontrarla. Fuimos pareja hace tiempo y estoy
desesperado. Por favor, no tiene familia cercana y sus
primos dicen que suele desaparecer a menudo y que seguro
que está bien y de fiesta por ahí. La policía no parece
tomárselo en serio; he puesto la denuncia, pero no veo
que hagan nada. Hablaron con la familia y la creyeron.
Te lo ruego, ayúdame.
En el mensaje había un fichero adjunto, con una foto de ella, los datos de
donde había desaparecido y el link para ver la página web. Cuando leyó el
mensaje, pensó en responderle para disculparse y decirle que no lo haría.
Aún no había visto el lugar del que hablaba, pero en un sitio tan aislado
la única forma de averiguar algo sería acudir al centro y alojarse en él, y eso
nunca sucedería. No iba a investigar de forma presencial ningún caso o
desaparición.
Sin embargo, esta vez había un motivo por el que no conseguía dejar de
pensar en ello: la persona desaparecida era una compañera de la infancia.
Cuando vio su nombre, dudó, pero al abrir la foto lo confirmó.
No habían sido íntimas, pero sí que durante un tiempo fueron bastante
más cercanas junto con Mara, quien sí fue una amiga de verdad y también
desapareció, pero ella por voluntad propia.
Pinchó el link de la web por curiosidad, aunque seguía pensando que no
iba a ceder. Una cosa era seguir un caso desde la comodidad de su casa y
otra, movilizar su vida para ir a hablar con testigos, investigar y
relacionarse en persona. No le apetecía ni le agradaba esa opción.
Además, quizá ese tal David era un ex obsesionado y lo único que quería
era encontrarla, mientras que ella no deseaba que lo hiciera.
Cuando accedió a la página, lo primero que vio fue el nombre «Luz de
Luna» y una gran casa de madera rodeada de naturaleza. Deslizó el cursor
hacia abajo y soltó el ratón como si quemase. Allí, delante de ella, apareció
una imagen que la dejó noqueada. Sentado en una mesa de escritorio y con
una amplia sonrisa —que no había visto durante toda la noche—, estaba él,
Saúl Garza.
Saúl se frotó el pelo con fuerza y resopló en cuanto ella salió de la sala. Esa
mujer sacaba lo peor de él. ¿Por qué la había presionado? ¿Por qué narices
le había hablado así? Se le estaba yendo de las manos, pero, al escucharla
en la terapia, sus temores se habían confirmado al ver que ella no se lo iba a
poner fácil. En los momentos en que habían charlado en grupo o cuando
hablaban de alguna reflexión, Sophie siempre había hablado de manera
superficial, sin ahondar ni compartir nada de su interior con sus
compañeros. Al ver que ese día en terapia iba a seguir con la misma actitud,
pensó que, si no le daba un toque, no reaccionaría. Sin embargo, había sido
demasiado brusco.
No sabía si estaba más cabreado con ella o consigo mismo, ya que sentía
una contradicción constante cuando estaba a su lado; quería alejarse y, a la
vez, abalanzarse sobre su boca. No tenía pensado besarla, pero comprobar
que, en caso de haberlo hecho, ella se habría apartado, le despertó rabia y
frustración, y eso lo irritaba aún más.
Estaba obsesionado. Joder. Nunca le había ocurrido nada parecido, se
estaba asustando de él mismo y de cómo lo hacía sentir. ¿Cómo demonios
se había fijado en alguien como ella?
Tenía todo lo que odiaba en una mujer: solo quería protagonismo, amaba
las redes y, además, trabajaba en ese mundo desde que era niña.
Claramente, había aprendido a poner una sonrisa aunque no soportara
ciertas situaciones. Sabía qué decir para quedar bien en cada momento, sin
embargo, lo que más le intrigaba era que con él se comportaba de forma
distinta. En el fondo, aunque se quisiera engañar a sí mismo, le atraía y le
llamaba la atención esa parte de ella que no mostraba. Sabía que había una
mujer muy interesante que conocer. Por otro lado, se preguntaba de dónde
venía esa necesidad tan fuerte de ayudarla y de lograr que sacara a la luz
todo aquello que la estaba bloqueando.
A él hacía tiempo que le había dejado de importar lo que pensasen los
demás, no necesitaba quedar bien con nadie. Pero en Luz de Luna era
diferente. Aquí debía ser más profesional, no podía soltar lo primero que
pensara. Y, con ella, no lo lograba.
Tendría que contenerse, no solo en la forma en que le hablaba, sino
también en las malditas ganas que tenía de besarla.
Desde que Sophie le escribió para pedirle ir al centro, no pudo evitar
preguntarse cuál era el verdadero motivo para acudir allí. Estuvo tentado de
rechazarla diciendo que no había plazas, pero, por otro lado, una vocecita
en su interior le pedía a gritos que le respondiera que sí, y así lo hizo. Sin
embargo, esa desconfianza era la que estaba provocando que fuera más duro
con ella y no fuera capaz de controlarse como debiera. No iba a perderla de
vista porque intuía que ocultaba algo, y el hecho de que ella no se abriera
con el grupo confirmaba aún más sus sospechas. Esperaba no cometer
alguna estupidez o estaría perdido.
CAPÍTULO 13
Por la tarde, todos se juntaron en una de las salas de la casa principal. Había
varias mesas y sillas disponibles donde podían sentarse a charlar, leer, jugar
a las cartas o a juegos de mesa. Sophie no había vuelto a ver a Saúl y
agradecía que hubiera sido así. Después de la discusión que tuvieron,
necesitaba mantener cierta distancia.
—Sophie, ¿jugamos al parchís? —preguntó Lucía—. Siempre gano a mi
madre.
—Yo soy muy buena. ¿De verdad quieres jugar?
Lucía sonrió y se sentaron juntas mientras la niña colocaba el tablero y
las fichas.
—¿De qué os conocéis mi mamá y tú?
—¿No te lo ha dicho ella?
—Bueno, me ha contado que fuisteis amigas de pequeñas. Le pregunté
por qué os separasteis y me dijo que por la distancia.
Sophie pensó que en parte era cierto, pero, si para Mara ese fue el
motivo, sería porque no valoró lo suficiente la amistad que tenían.
La curiosidad la impulsaba a preguntarle a Lucía cómo Saúl había
llegado a convertirse en su tío, pero no quería meter la pata.
—¿Qué color quieres?
—Yo me pido las azules —contestó Lucía.
—Yo, las rojas. —Colocaron las fichas, y la niña tiró el dado y movió
una ficha—. ¿Dónde viven tus abuelos?
Lucía contestó sin dejar de mirar el tablero, como si no le hubiera
extrañado su pregunta.
—Solo tengo dos, Julio y Flora, que viven muy cerca de aquí. Te toca
tirar el dado.
Flora, así se llamaba la madre de Mara y, según parecía, se había casado
con ese tal Julio, quien muy probablemente sería el padre de Saúl.
—Eso es bueno, así puedes verlos a menudo.
—¡Qué suerte! Te ha salido un seis, vuelves a tirar. —Sophie lanzó de
nuevo el dado mientras Lucía seguía hablando—. Mi madre no se lleva muy
bien con mi abuela. Discuten mucho, pero a mí me gusta estar con ellos. Mi
tío siempre intenta que no se enfaden entre ellas, y casi siempre la defiende.
—¿A tu abuela?
—No, a mi madre. La verdad es que mi abuela a veces es un poco
mandona, pero conmigo no es así.
—¿Y tu abuelo? —Sophie le dio el dado después de avanzar dos casillas
con la ficha roja.
—Es muy bueno, siempre ha querido mucho a mi mami, aunque ¿sabes?
—habló un poco más bajo y la miró con atención—. No es su verdadero
padre, es su padrastro, pero ella siempre dice que lo quiere como si lo fuera.
Yo también espero tener algún día un papá. No conocí al mío, murió cuando
yo era un bebé.
Sophie se quedó helada. Con el shock de ver a Mara allí, ni siquiera se
había planteado quién podría ser su pareja. Comenzó a pensar que la vida
de Mara quizá no había sido tan fácil como ella se imaginaba, y una extraña
sensación de vacío creció en su pecho.
—Siento mucho lo de tu padre.
—Bueno, tengo a mi tío Saúl, que a veces es como si lo fuera. ¡Te como
la ficha y cuento veinte!
Lucía avanzó en el tablero y le devolvió el dado.
—¡Qué suerte tienes! Te faltan dos para entrar en la meta con una de las
azules. —Estuvieron en silencio durante un rato y le volvió a preguntar—:
Tu abuelo Julio es el padre de tu tío, ¿no?
—Sí, mi abueli se volvió a casar cuando mi madre tenía doce años
porque mi otro abuelo murió muy pronto.
—Vaya, lo lamento mucho…
—Yo también. Aunque, si no hubiera sido así, mi abuela no se habría
vuelto a casar y yo no tendría a Saúl como tío.
—Veo que lo quieres mucho.
—Sí, es muy bueno conmigo. Lo suele ser con todo el mundo, aunque a
veces es un poco mandón. Sobre todo cuando me pongo con el móvil o la
tele. Es por una de las pocas cosas que más se enfadan mi madre y él. Ella
dice que al menos lo tenga un rato, pero mi tío no quiere.
Sophie se centró en el juego, y un rato después ya casi habían terminado.
—He llegado a la meta con el rojo, me queda solo uno.
—Pero yo solo necesito un dos y te gano. —Lucía sonrió entusiasmada.
—Venga, veamos si tienes suerte.
Lucía lanzó el dado, que comenzó a girar despacio hasta que se detuvo.
—¡Un dos! ¡Te he ganado! —Se levantó y comenzó a dar saltos.
—¡Eres buena!
—Otro día, la revancha.
Mientras recogían, Sophie aprovechó para hacerle otra pregunta.
—¿Sueles hablar con todas las personas que pasan por aquí?
—Sí, en general, son gente muy guay. —Se encogió de hombros—. A
veces, cuentan unas historias increíbles. No se lo digas —murmuró,
acercándose a ella—, pero creo que mi tío tiene razón, y por una parte
entiendo que no quiera que vea tanto la televisión o el móvil. Es por eso que
muchos de vosotros acabáis aquí, y la mayoría están bastante tristes, pero
mi tío los ayuda a sentirse mejor y se van más contentos.
—Sí, en eso tienes razón. ¿Y a qué personas recuerdas?
—¿Que me hayan gustado? —Sophie asintió mientras Lucía miraba
hacia arriba pensativa—. Hace tiempo vino un cantante; siempre estaba
tarareando alguna canción, incluso creamos una juntos. También vino un
hombre que hacía muchas bromas; trabajaba de eso y era superdivertido.
Aunque también hay algunos que me han dado mucha pena. Una de ellas se
llamaba Camila; era supermaja, pero se la veía siempre muy cansada. Creo
que mi tío se quedó muy mal por no poder ayudarla.
A Sophie comenzó a latirle más rápido el corazón.
—¿Por qué no lo logró?
—Abandonó antes de que acabase el programa, y eso no lo había hecho
nadie. Recuerdo que se fue la noche del quince de agosto, porque era fiesta
e hicimos una actividad. Recogió sus cosas, el móvil y solo dejó una nota
diciendo que agradecía lo que habían hecho por ella, pero que prefería
alejarse y desaparecer.
—¿Has visto esa nota? ¿Qué más decía? —Lucía la miró extrañada y
Sophie se dio cuenta que había sido muy directa—. Ya sabes que me
encanta el suspense y esto que me cuentas es muy interesante.
—No, no leí la nota, pero sí vi a mi tío leerla, y cuando lo hizo, se sentó
en el sillón y no se levantó en varias horas. Se le veía mal. La verdad es que
a mí también me dio pena, no me lo esperaba.
—¿Por qué?
—Porque pensé que estaba mejor, que se estaba recuperando. Sonreía
más y había escuchado a mi tío decir que cada día lo hacía mejor.
Sophie pensó que eso no era una buena señal. Si a Camila le estaba
viniendo bien estar ahí, ¿por qué se había ido? ¿Dónde guardaría esa nota
Saúl? Sophie sabía cuál iba a ser su siguiente movimiento, aunque esa vez
sería muy arriesgado.
A la mañana siguiente hicieron una ruta preciosa. Las hojas de los árboles
comenzaban a cambiar, anunciando la inminente llegada del otoño. La zona
rebosaba de alcornoques, encinas y madroños que daban un colorido
especial al paisaje. Animada, reconoció que esas caminatas le daban energía
y mejoraban su estado de ánimo. Saúl propuso disfrutar comiendo allí y
después regresarían al centro. Se acomodaron en el suelo y sacaron los
bocadillos que habían preparado.
—Sé que muchas veces no os gusta lo que hablamos aquí —expresó Saúl
con sinceridad—. Y quizá en ocasiones os explote la cabeza con lo que os
comparto, pero es crucial que seáis conscientes de ello y toméis vuestras
propias decisiones sobre qué hacer al respecto.
—A mí me está ayudando mucho —dijo Adelaida.
Algunos asintieron, mientras que Sophie no quiso hacer ningún gesto.
No estaba dispuesta a admitir que, a veces, las palabras de Saúl resonaban
en ella.
—Esa bonita conexión que se establece al compartir experiencias y
sentirnos menos solos en las redes tiene un precio que la mayoría de la
gente no sabe —contestó Saúl, mientras ella se cruzaba de brazos esperando
su respuesta—. Todo lo que haces en las redes, cada acción, es vigilada y
rastreada. Saben cuándo miras una foto de tu ex, lo que haces por las
noches, qué imagen miras y durante cuánto tiempo. Si eres extrovertido o
introvertido, cómo es tu personalidad, y cada vez hacen más predicciones
sobre lo que haremos o quiénes somos. Es como si tuvieran un muñeco
vudú de nosotros.
—Eso acojona —dijo Javier, y dio un trago de agua a la botella.
Saúl asintió.
—Los datos de nuestra actividad en Internet no se evaporan —continuó
—. Nosotros ahora somos la mercancía. Todo lo que hacemos, mis
ubicaciones, mis «me gusta», mis temores, mis límites, todo se recopila y
los anunciantes aprovechan mi emoción para su beneficio.
—Si no pagas por el producto, tú eres el producto —añadió Javier.
—Pero ¿para qué? No entiendo qué necesidad tienen de hacer eso —dijo
Guille.
—Vaya chorradas —contestó Matías—. Alba, pásame la servilleta.
Lo ignoraron y Saúl siguió hablando.
—Ellos solo tienen tres objetivos: que sigas navegando más tiempo, el
crecimiento invitando a nuevos amigos y el de la publicidad.
—Pero soy yo la que decide mirar lo que quiero y me interesa, nadie me
está diciendo que lo haga —contestó Nora.
—Creemos que elegimos, pero en realidad ellos son los magos y tú
eliges la carta que te están diciendo que elijas, te ponen las noticias que
quieres ver y al final crees que mucha gente piensa como tú, incluso te
pueden convencer de que la tierra es plana.
—Escuché una vez —contestó Guille, que se disponía a dar un mordisco
a su bocadillo— que los bulos en Twitter se siguen seis veces más rápido
que la verdad.
—Vaya futuro les vamos a dejar a nuestros hijos —murmuró Adelaida
mientras miraba la comida como si hubiera perdido el apetito.
Saúl se frotó el pelo.
—Bueno, cuanto antes accede un niño al móvil, mayor es su frustración
y la sensación de vacío aumenta.
—¿Por qué? —preguntó Nora, que era la más joven del grupo.
—Porque todas las horas que pasan mirando una pantalla, no están
mirando a un adulto o a otro niño, no están imaginando. Dejan de imaginar
porque es más fácil verlo en la pantalla, no tienen que pensar.
Sophie creyó que por eso Saúl apenas le dejaba el móvil a Lucía y era tan
estricto con ella.
—Claro, ahora muchos adolescentes son menos empáticos, con poca
tolerancia a la frustración o al sufrimiento del otro e incluso ejercen
violencia sobre sí mismos —añadió Alba, que ya había terminado de comer.
Un denso silencio los envolvió a todos. Saúl los miraba de uno en uno,
dejándoles su tiempo para que asimilaran lo que habían hablado.
—¿Y qué se puede hacer? —preguntó Adelaida—. No vamos a
engañarnos. Cuando salgamos de aquí, volveremos a tener nuestros
móviles. Es difícil cambiar cuando el resto del mundo necesita la tecnología
a diario.
Saúl comenzó a meter los restos de la comida en una bolsa.
—Podemos mejorar para que no sea tan adictivo. Desactiva las
notificaciones, los avisos, desinstala aplicaciones que te quitan tiempo. No
elijas lo que las redes te recomiendan, elige tú. Antes de compartir una
noticia o un post, verifica que es cierto.
—¿Tú lo haces? —preguntó Sophie.
—No del todo —contestó Saúl—. Pero al menos soy más consciente.
Evito pinchar en algo que me recomiendan, y no solo leo las noticias de
personas que piensan como yo, sino que abro el foco.
—¿Y sigues a algún influencer, youtuber o personas así?
Palpó la tensión en Saúl al verlo apretar la mandíbula.
—No, no lo necesito. Apenas utilizo las redes.
—¿Por qué piensas que su trabajo no es necesario?
—No he dicho eso.
Sophie ya no pudo aguantarse más. Saúl no había parado de hablar mal
de las redes, de lo que significaba seguirlas. Estaba cansada de que las
demonizara de esa manera. Los demás apenas le decían nada, como si
pensasen que en el fondo tenía razón. ¿Acaso estaban de acuerdo?
—Siempre estás criticando nuestro trabajo o las tecnologías, pero eres un
cínico. Tú también las utilizas para que personas como nosotros lo vean y te
paguen por venir aquí.
—Como te dije una vez, a veces hay que hacer sacrificios para conseguir
lo que quieres, que en mi caso es ayudar a los demás a que abran los ojos.
¿Por qué lo haces tú?
—Ayudo a otros a encontrar a personas desaparecidas.
—Pero asistes a eventos, a viajes pagados y das publicidad a marcas
hablando también de tu vida. En mi caso, lo hago por mi negocio y no
pongo nada personal en él.
—¿Y cómo sabes que pongo cosas personales en mi perfil? ¿Acaso lo
has mirado?
Saúl estrechó los ojos y su boca se hizo una línea. Se levantó, mientras
que el resto se mantenían en silencio.
—Claro que he visto tu perfil, como el de todos.
—Por lo menos, lo reconoces.
—Sí. No es un secreto, en el cuestionario lo pedimos, y sí, lo miro para
ver qué clase de personas vienen aquí y qué problema pueden tener.
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¿Y qué problema crees que tengo yo?
Sophie aún recordaba lo que él había puesto en su expediente.
Saúl se quedó callado. Por primera vez, vio que dudaba de si contestarle
o no.
—¿De verdad estás preparada para oírlo?
Sophie se puso de pie.
—No creo que nada me asombre ya viniendo de ti.
Saúl se cruzó de brazos y la taladró con la mirada.
—Espero que no te arrepientas de lo que me estás pidiendo.
—No lo haré —contestó Sophie, cabreada.
—Está bien. —Suspiró—. Crees que, si no eres la mejor, no vales para
nada. Tienes miedo a abrirte a los demás y mucho más a mostrar lo que
sientes por alguien porque temes que te abandonen. Prefieres ser superficial
y no profundizar para así no sufrir. Da igual cuántas personas te sigan o
estén a tu alrededor porque te sientes sola rodeada de gente.
—¡Boom! —dijo Matías.
Sus palabras resonaron como un martillazo en su pecho. No sabía qué
responder. Ambos se miraban fijamente, pero Sophie no era capaz de
moverse. Solo sentía cómo le palpitaban las sienes, y un nudo en la
garganta amenazaba con provocar que sus ojos se llenaran de lágrimas. No
quería llorar delante de nadie y mucho menos, delante de él. Tenía que
desaparecer en ese mismo instante o Saúl descubriría el efecto que habían
tenido sus palabras en ella.
Se dio la vuelta y se adentró rápidamente en el espesor del bosque, sin
mirar atrás. Escuchó que Adelaida la llamaba, pero no quiso detenerse. Las
lágrimas nublaban su visión, haciéndola tropezar con las raíces que se
cruzaban en su camino.
No sabía cuánto tiempo había estado andando hasta que se dejó caer en
una roca junto a un sereno riachuelo. A pesar de la falta de viento y del
calor reinante, su piel se erizó con una oleada de frío repentino, como si un
viento gélido hubiera invadido el ambiente. Su estómago se revolvió en un
torbellino de emociones mientras una opresión se apoderaba de su pecho.
Cada palabra pronunciada por Saúl pesaba sobre sus hombros, como una
carga insoportable de dolor y decepción.
¿Por qué dolía tanto? No quería responder, pero sabía el motivo. Él había
abierto la caja de Pandora, por eso evitaba intimar y profundizar con los
demás. Removían emociones en su interior a las que no quería ni necesitaba
enfrentarse.
Eso explicaba por qué no había funcionado la relación con su
ex.
No quería seguir en el centro, quizá lo mejor sería regresar a casa.
CAPÍTULO 20
Saúl estaba preocupado por ella. No tenía que haber sido tan explícito
delante de los demás, pero ver su mirada desafiante y su actitud siempre a la
defensiva cuando estaban juntos lo había desesperado. ¿Por qué actuaba así
con él? A veces le gustaba provocarla, era divertido ver cómo intentaba
controlarse sin éxito. Sin embargo, esta vez fue diferente. Saúl no se dejó
llevar por un impulso; se lo pensó bien antes de responderle. Y, aunque no
le gustaba haberlo hecho así, necesitaba hacerla reaccionar.
Cuando ella desapareció en el bosque, Saúl creyó que sería mejor dejarla
desahogarse un rato. Pero, al ver que pasaban las horas sin que regresase, se
preocupó. Volvieron al centro y cogió una mochila con un saco y
provisiones para ir a buscarla. Estaba atardeciendo y la oscuridad pronto
cubriría el bosque. No era seguro permanecer allí de noche y mucho menos,
sin abrigarse de forma adecuada, ya que las temperaturas caían bruscamente
y le podían provocar una hipotermia. Además, existía el riesgo de que la
atacara un animal salvaje, lo cual podría ser incluso peor.
Saúl consideró la posibilidad de que ella intentara regresar sola al centro.
Sin linterna ni luz, podría caerse. Con lo cabezota que era, si se le metía en
la cabeza volver a Luz de Luna sola, lo haría, y no era lo más conveniente.
Siguió el camino que pensó que ella podría haber tomado. En algunos
momentos el sendero se bifurcaba en dos direcciones; siguió el de la
izquierda, que se veía más claro y despejado, y en el siguiente se fue por la
derecha por el mismo motivo. Esperaba estar en lo cierto, confiando en que
ella hubiera elegido esos caminos. A medida que avanzaba, gritaba su
nombre, pero no obtenía respuesta.
Cada vez hacía más frío y un mal presentimiento afloró en él. Podía
haberse caído, pisado alguna rama seca y torcido el tobillo.
Mierda. Debería haber salido antes a buscarla, rezó porque no fuera
demasiado tarde.
Al rato volvió a llamarla y escuchó el débil sonido de una voz. Se
detuvo.
—¡Sophie!
Permaneció en silencio, aguardando con la esperanza de obtener una
respuesta. Esta vez lo oyó más cerca y claro.
—Sigue hablando.
La voz era apenas un susurro. El corazón de Saúl comenzó a palpitar con
intensidad mientras se dirigía hacia el tenue sonido que cada vez resonaba
más cerca. De repente, divisó un bulto en el suelo. Se precipitó hacia él y
descubrió a Sophie, que estaba hecha un ovillo, temblando.
—¡Sophie! ¿Estás bien?
La agarró de los brazos. Estaba helada, con la mirada perdida. Cogió una
chaqueta de la mochila y, con cuidado, se la colocó. Luego, desplegó el
saco de dormir para cubrir el resto del cuerpo. Se colocó detrás de ella y la
abrazó para que entrara en calor.
—Déjame —murmuró con voz débil.
Sonrió. Al menos todavía tenía ganas de luchar contra él, eso era buena
señal.
—Ni lo sueñes. Estás helada y, si no quieres acabar con una hipotermia
severa, vas a tener que sentir mi calor, te guste o no.
Notó cómo cesaban los temblores y se relajaba en sus brazos. Tenerla tan
cerca no era bueno para su salud mental. A pesar del frío y de lo incómodo
de la situación, lo único que ocupaba sus pensamientos era el dulce y
atractivo aroma de su cabello, que impregnaba el aire. Agradeció que la
distancia entre ellos estuviera marcada por la ropa, de lo contrario,
mantener la cordura sería aún más desafiante.
No quería separarse de ella, pero ya llevaban un rato así. La zona donde
estaban parecía segura para encender una pequeña hoguera.
—¿Quieres agua? —preguntó él.
Ella asintió. Sacó una cantimplora y se la ofreció, y Sophie bebió con
ansiedad.
—Gracias.
Se la veía pálida y tenía los ojos enrojecidos; debía haber estado
llorando. Frenó la necesidad de apartar el pelo de su rostro, ya que ella no
se lo permitiría.
—Vamos a tener que pasar aquí la noche. Habrá que hacer una hoguera.
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¡No! No es necesario, vamos a volver.
—Es peligroso regresar ahora. Tenemos que quedarnos aquí. Está
demasiado oscuro y podemos caernos o ser atacados por algún animal.
—Quiero ir al centro. —Intentó levantarse, pero él la agarró del brazo—.
¡Suelta!
Ella se alejó para que no siguiera tocándola.
—Sé que estás cabreada, pero esto te lo has buscado tú solita. No haberte
ido.
Sophie lo taladró con la mirada. Se levantó más deprisa de lo que él
esperaba y se puso a andar. Esa mujer era como una china en el zapato. Lo
desesperaba su tozudez.
Fue tras ella y se colocó delante para cortarle el paso.
—¡No quiero pasar la noche contigo!
—Haberlo pensado antes de perderte por el bosque.
—Solo intentaba huir de ti.
Saúl se quedó a un palmo de su rostro.
—Pues te ha salido mal la jugada. Tendremos que dormir juntos. Te
guste o no.
Sophie colocó las manos en su cintura y miró al suelo. Saúl percibía la
lucha interna que estaba librando consigo misma, aunque sabía que en el
fondo él tenía razón y lo mejor era pasar allí la noche.
Con un suspiro resignado, Sophie lo apartó y se agachó para recoger
varias ramas.
—Vamos —dijo ella—. Tenemos que hacer una hoguera.
Saúl respiró aliviado al ver que había dado su brazo a torcer; no sabía
cómo habría manejado la situación si ella hubiera seguido insistiendo en
irse. Recogieron troncos y ramas secas mientras un silencio incómodo
flotaba entre ellos.
Cuando encendieron el fuego, ella optó por sentarse lo más alejada
posible de él.
—¿Tienes hambre? —Saúl sacó una lata de comida y se la ofreció.
Asintió y ambos comenzaron a comer sin mediar palabra. Pasada una
hora, las mejillas de Sophie ya estaban sonrosadas. Se la veía mucho mejor,
tanto que sus labios, ahora enrojecidos, parecían llamarlo para que volviera
a besarlos. El recuerdo de la suavidad de su piel provocó una incomodidad
en sus pantalones. Esa mujer lo sacaba de quicio, y al mismo tiempo quería
desnudarla y descubrir cómo sería hacerla temblar bajo su cuerpo.
—Será mejor que durmamos algo. En cuanto amanezca, podremos irnos
—dijo Saúl cuando terminaron de comer.
—¿Y el otro saco?
—Solo he traído uno, pero es grande, cabemos los dos.
—Ni lo sueñes —dijo ella a la vez que se levantaba, y se cruzó de
brazos.
Saúl resopló. Se incorporó y adoptó una postura desafiante con las
manos en los bolsillos.
—Sophie, solo hay dos opciones: duermes conmigo y sobrevives, o
pasas la noche a la intemperie, con el peligro de enfermar o algo peor.
—Prefiero…
—No es lo que prefieras —la interrumpió—, sino hacer lo que es más
lógico. ¿Cuál es el problema? ¿Te da miedo dormir conmigo?
Sophie estrechó los ojos mientras él se acercaba con lentitud. Se quedó
tan cerca que ella tuvo que levantar la cabeza para mirarlo.
—Ya te dije que no te tengo miedo.
Pero su voz no había sonado muy convincente.
—Entonces, por favor, métete en el saco —pidió con suavidad—. Te
aseguro que no haré nada que tú no quieras.
En cuanto las palabras escaparon de sus labios, Saúl apretó el puño con
fuerza. El seductor aroma de su piel lo envolvió, provocándole el deseo
irresistible de tomarla por la nuca y atraerla hacia su cuerpo para besarla.
Estaba jodido.
—¿Acaso quieres hacer algo? —preguntó ella, que lo retó con la mirada.
Levantó una ceja, extrañado por su pregunta.
—No me tientes, Sophie, porque entonces sí que podrías temerme.
Notó cómo a ella le temblaba el labio sin saber qué responder. Se giró, se
descalzó y se metió en el saco. Él la imitó y se tumbaron juntos.
Sophie le daba la espalda y Saúl cerró los ojos intentado controlar la
erección que comenzaba a crecer con fuerza. Sentir su culo contra él, el
calor que transmitía, su olor… Debería darse la vuelta; sin embargo, no lo
hizo. Conseguiría controlarse y pensar en otra cosa.
—Lo siento —murmuró él, y Sophie se tensó.
Se giró hacia él; ahora estaban frente a frente. Ella colocó la mano debajo
de su propia mejilla.
—¿Por qué?
—Por lo que te he dicho antes. No debería haberlo hecho.
—Pero es lo que piensas.
Saúl dudó antes de contestar.
—Creo que es cierta cada palabra, aunque no debería habértelo dicho
delante de todos.
Sophie se colocó de espaldas y miró hacia el cielo.
—No pensé que fueras de los que piden perdón.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí.
La tenue luz de la hoguera, que ya apenas ardía, se reflejaba en su rostro.
Era hermosa, muy hermosa, pero la impotencia crecía en él al reconocer la
improbable posibilidad de que pudieran estar juntos. Sus mundos eran
completamente opuestos, chocarían en todo momento. Sus valores, distintos
a los suyos, provocarían constantes peleas entre ellos. ¿Por qué, entre todas
las mujeres que había en el planeta, se había obsesionado con ella?
—Tú tampoco sabes nada sobre mí —respondió Sophie, que seguía sin
mirarlo.
—Y me gustaría ponerle remedio a eso.
—¿Qué quieres saber? ¿Por qué insistes tanto?
—Porque has venido para mejorar esa parte de ti y no lo vas a conseguir
si sigues haciendo lo mismo de siempre.
De pronto, el aullido de un lobo sonó muy cerca de ellos. Sophie,
asustada, se aferró a él mientras miraba hacia la oscuridad, de donde había
venido el sonido. Saúl era consciente de que todo su cuerpo estaba pegado
al suyo y percibía la presión de los pechos de ella sobre su torso. Y lo peor
era que Sophie, en pocos segundos, sería consciente de la erección que
había aumentado entre sus piernas por su proximidad.
Deseaba deslizar las manos, que reposaban en su cintura, a lo largo de
sus caderas y llegar hasta el trasero para atraerla con firmeza hacia él.
Anhelaba desabrochar el botón de sus pantalones, adentrar su mano hasta
alcanzar esa zona suave que ansiaba acariciar y que un orgasmo la
sumergiera en una explosión de placer.
Captó el momento exacto en el que ella fue consciente de la dureza que
ahora estaba entre ellos. Le sorprendió ver que no se apartaba; al contrario,
ella le miró los labios, separados solo por unos milímetros. Saúl la miró con
intensidad a los ojos antes de deslizar la mirada hacia su boca. Su
respiración se había vuelto más profunda y rápida. Se moría por besarla.
Ella cerró los ojos un instante y Saúl luchó contra sí mismo. No debía
hacerlo. Su voz racional le decía que complicaría la relación entre ellos;
además, no era ético besarla porque seguía siendo su terapeuta. No podía
olvidarlo. ¡Joder! Ese era el problema, que no lo olvidaba porque si no, ya
estaría encima de ella. Notó cómo Sophie comenzaba a temblar.
—¿Tienes frío? —murmuró él casi rozando sus labios.
Sophie negó con la cabeza despacio, pero Saúl notó la duda en sus ojos.
Se moría de ganas de besarlo, estaba seguro, pero el temor del «después»
los atemorizaba a ambos.
—¿Qué piensas? —preguntó Sophie.
—Es mejor que no lo sepas.
—Quizá, si te beso de nuevo, esta necesidad que estamos sintiendo se
evapore. ¿Deberíamos probar? —preguntó ella, que sentía el cálido aliento
de su boca.
—Joder, Sophie. No me digas esas cosas. No me ayudan a controlarme.
—¿Y por qué tienes que controlarte?
—Porque soy tu puto terapeuta.
—Dijimos que, cuando estuviéramos solos, seríamos Sophie y Saúl, sin
más.
—Lo sé. —Saúl rozó sus labios involuntariamente y un calambre de
necesidad creció en su interior hasta el punto de hacerlo contener un
gemido—. Pero no es lo correcto.
Saúl necesitaba morder sus labios con suavidad para después saborearlos
con la lengua. Rozó la punta de su nariz en la mejilla femenina y ella se
frotó contra su erección. No sabía si Sophie lo había hecho de manera
consciente, pero fue el momento en el que ya no pudo más y tomó sus
labios.
Un gemido escapó de la boca de ambos mientras profundizaba más en
ella. Sophie elevó una de sus piernas sobre su muslo y él la estrechó con
fuerza hacia su cuerpo mientras sus lenguas se buscaban. El corazón
comenzó a latirle cada vez más rápido al sentir cómo se entregaba a él. La
aprisionó contra su cuerpo, sin cesar de explorar su boca, mientras ella le
acariciaba la nuca y lo instaba a profundizar aún más.
Esa mujer le arrebataba el aliento y lo llevaba a la locura más absoluta.
Esto no era lo que tenía planeado. No quería dejar de besarla, pero se estaba
comportando de una forma irracional. Cuando se detuvo, a ambos les
costaba respirar.
Sophie tenía los ojos cargados de sensualidad. Dios. Quería desnudarla y
metérsela allí mismo contra el suelo.
—¿Ha desparecido ya tu necesidad? —preguntó ella sin alejarse de él.
—Creo que ha crecido aún más —respondió con la voz entrecortada—.
Y, si no paramos, querré explorar más partes de ti, no solo tu boca.
—¿A qué esperas?
Volvió a besarla con intensidad. En esta ocasión, ambos comenzaron a
tocarse. Saúl levantó su camiseta y llegó hasta uno de sus pechos, ocultos
por el sujetador. Lo acarició y un gemido escapó de la garganta de Sophie,
provocando que su erección fuera aún mayor e incluso dolorosa.
La mano de ella le acarició la espalda desnuda, se deslizó por su
estómago y comenzó a bajar a esa zona peligrosa; si ella lo tocaba ahí, no
sabría cómo detenerse. Tuvo un momento de cordura y Saúl pensó en las
consecuencias de todo aquello. No debía acostarse con ella, no era lo
correcto. Si de verdad quería ayudarla, esa no era la manera. ¿Qué cojones
estaba haciendo? Tenía que parar.
Despacio, y luchando con todas sus fuerzas contra su propio deseo,
comenzó a besarla lentamente. Mantuvo la mirada fija en los ojos de ella,
quien lo observó confundida al ver que se detenía. Él acarició su rostro con
suavidad, como si intentara transmitir con sus dedos las emociones que su
voz no podía expresar.
—Lo siento, me he dejado llevar. No deberíamos hacer esto, no nos
conviene ni a ti ni a mí si lo que quieres es salir de aquí mejor de lo que
entraste.
El dolor se reflejó en su rostro. Se quedó callada y se volvió de espaldas
a él. Saúl apoyó el antebrazo en su frente. Estaba jodido, con una erección
de pelotas y con el corazón a mil por su presencia. Lo peor era que esa
necesidad, lejos de disminuir, había aumentado como un huracán que
arrasaba todo a su paso. No sabía qué demonios iba a hacer para verla todos
los días sin ceder al impulso de abalanzarse sobre ella. Y ahora, con el
añadido de lo cabreada que iba a estar al sentirse rechazada. Iba a ser la
guerra.
CAPÍTULO 21
Sophie iba detrás de él siguiéndolo de camino al centro. Él había intentado
hablarle en varias ocasiones, pero ella solo le contestaba con monosílabos.
Por la noche, se había sentido ridícula al ver cómo Saúl se detenía cuando
ambos estaban con un subidón considerable. La había dejado con una
increíble sensación de abandono, para después alejarse.
Al volver a besar sus labios, reafirmó lo que ya sabía, que nunca antes
había sentido algo parecido. Fue una conexión arrolladora que le provocó
olvidarse de lo que había a su alrededor, solo quería aferrarse a su cuerpo y
acariciarlo.
Puso de maldita excusa que se había dejado llevar y que no les convenía
a ninguno de los dos. Entonces, ¿para qué demonios la había besado? Ese
hombre era el demonio. Había sido una estúpida, pero le sirvió para
recordar que no debía volver a enfrentarse a él, ya que hacía que se olvidara
de lo realmente importante: averiguar qué le había ocurrido a Camila.
Aunque ya había perdido la cuenta de las veces que se lo había repetido a sí
misma y volvía a caer.
Cuando llegaron a Luz de Luna, Sophie se sorprendió al ver quién estaba
esperando a Saúl: Lorenzo, el famoso productor que lo había invitado la
noche del preestreno de la serie donde se conocieron.
Por la cara que puso Saúl, él también estaba sorprendido de verlo allí.
—¡Vaya! ¡Qué coincidencia, Sophie! —dijo Lorenzo, que se acercó para
abrazarla—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Pues ya ves, necesitaba un descanso.
Lorenzo, sin dejar de sonreír, le dio la mano a Saúl.
—Te dije que no era necesario que vinieras.
—Lo sé, Saúl, aunque lo mejor será que hable con él. Después de lo que
me contaste ayer, creo que necesita mano dura. Y no te ofendas, pero creo
que eres demasiado bueno con Matías.
Saúl estaba rígido y, justo antes de meter la mano en el bolsillo de la
chaqueta, Sophie vio que apretaba el puño.
—Sabes que no está permitido que vengan familiares.
—Bueno —Lorenzo le dio una palmada en el hombro—, pero ya sabes
que conmigo se puede hacer una excepción. Te aseguro que mi hijo será
más fácil de llevar después de que hable con él. Además —el tono de su
voz cambió—, no olvides que no te vienen mal las aportaciones que hago a
Luz de Luna.
Se creó un incómodo silencio. Sophie pensó que por eso Saúl había
acudido aquel día al evento, porque en el fondo lo necesitaba.
—Encantada de volver a verte, Lorenzo. He de irme —dijo ella para
suavizar el ambiente.
—Lo mismo digo. Si quieres, después de que hable con mi hijo,
podemos vernos un rato.
—No. —La voz tajante de Saúl la sobresaltó—. No me parece bien que
vengas a ver a Matías, pero mucho menos que puedas comunicarte con el
resto del grupo. Habla con él y después, por favor, te agradecería que
regresaras a Madrid.
La sonrisa que tenía Lorenzo en el rostro desapareció.
—Está bien, como quieras. —Se acercó a Sophie y le dio dos besos—.
Espero que nos veamos pronto.
—Sí, estoy deseando ver la serie completa.
—Ya me contarás cuando la termines.
Sophie asintió y se fue a la cabaña. Lorenzo parecía un buen hombre, no
obstante, llevaba consigo la prepotencia que a veces acompañaba a la fama,
la de los que pensaban que por ser conocidos y tener dinero podían hacer y
deshacer a su antojo. A Saúl no le había gustado que estuviera allí, y con
razón.
Volvió a recordar la noche anterior y se fue derecha a la ducha con la
esperanza de que el agua caliente pudiera borrar las huellas de Saúl de su
cuerpo. Parecía que cada caricia permanecía en ella, sin querer evaporarse,
como si sus dedos se le hubieran impregnado en la piel para que no lo
olvidase.
Días después, Sophie lo evitaba todo lo que podía y él hacía lo mismo.
Tampoco había tenido la ocasión de hablar con Lucía a solas; quizá la niña
se hubiera olvidado de la locura de querer ayudarla, aunque le extrañaba. La
mañana transcurrió de forma tranquila. Estuvieron arreglando el huerto y
limpiando el gallinero. Hablaron en terapia, aunque ella volvió a decir lo
justo para aguantar ese día, mientras que los demás poco a poco se iban
abriendo.
Llevaba varias noches queriendo ir a ver si Hank había tenido más suerte
que ella averiguando algo del resto, pero le había sido imposible. Esperaba
poder hacerlo después del ejercicio de reflexión, en el cual, esta vez,
permanecían sentados alrededor de una hoguera. A veces lo realizaban al
finalizar la jornada, compartían sus experiencias, desafíos y aprendizajes
del día. Según Saúl, fomentaba la apertura emocional y la conexión, pero
Sophie sentía que esas cosas a ella no le funcionaban.
Incluso Nora había comenzado a hablar en las terapias. Su historia le
pareció muy dura y ahora entendía por qué fue a una de las pocas que no le
costó dejar el móvil el día que tuvieron que deshacerse de ellos. Había sido
víctima de sexting. Alguien accedió a su móvil y comenzó a acosarla
pidiéndole que le enviara fotos de ella desnuda. Quienquiera que fuera la
persona que le estaba haciendo aquello, había logrado obtener varias
imágenes de ella que envió a un ex suyo y ahora amenazaba con enviárselas
a todos sus conocidos.
Se sentía sucia, culpable por haber hecho lo que hizo y con una gran
incertidumbre por no saber quién la estaba chantajeando. Quiso alejarse de
esa situación y pensó que estar allí la ayudaría a sentirse mejor y a
recuperar la autoestima que había perdido. Necesitaba entender más el
mundo de la tecnología; sabía que no podía prescindir de ella, pero
necesitaba no sentirse tan expuesta.
—¿Y bien, Sophie? Te toca.
Ella entrelazó las manos y se encogió de hombros.
—He aprendido a plantar tomates, a limpiar un gallinero evitando que el
gallo te asesine —todos rieron— y lo valientes que sois muchos de los que
estáis aquí.
—¿Y tú no? —preguntó Saúl.
—Ya sabéis que a mí me cuesta más que al resto.
—Hay personas a las que les es más difícil hacerlo de forma verbal. Hoy
vamos a probar otro ejercicio. Plasmaremos lo que sentimos en un papel,
haremos un ejercicio de escritura. Quizá eso te venga bien.
—A mí se me da fatal escribir —protestó Guille.
—No importa —dijo Saúl—. Lo interesante de esto es que esos
pensamientos que tenéis y no lográis expresar los escribáis en una hoja. En
este caso, vais a escribir sobre vuestras metas y sueños si no hubiera redes
sociales o tecnología de por medio.
—¿Y si tus sueños tienen que ver con eso? ¿Por qué tengo que renunciar
a ello? —preguntó Sophie.
—No digo que no los tengas, pero también te habrás propuesto otras
metas que no tengan nada que ver con eso. Son las que quiero que escribáis
y compartáis con un compañero.
—¿Es obligatorio? —preguntó Sophie a la vez que se frotaba el cuello y
resoplaba, cabreada—. ¿Por qué tengo que contar algo que no quiero y con
lo que no me siento cómoda?
—Porque todos están aquí por lo mismo y si crees que a ellos les ha sido
fácil, te equivocas. Tú debes tener el mismo valor que han demostrado tus
compañeros y abrirte de una vez. Y si no, ¿para qué has venido aquí?
Notó cómo los hombros de él se tensaban. De pronto, el silencio se hizo
eco entre todos. Sophie estrechó los ojos, molesta por la forma en la que le
estaba hablando y por su insistencia. Se levantó cabreada y comenzó a
andar de un lado a otro. Estaba cansada de estar nerviosa cuando se reunían,
y se alegraba cada vez que lograba salir airosa de ese interrogatorio
absurdo.
Ahora Saúl se estaba cuestionando por qué había ido allí. Qué molesto
era ese hombre, qué ganas tenía de perderlo de vista. La rabia se abría paso
en su pecho con una gran necesidad de golpear algo.
Si no le decía lo que quería escuchar, iba a tener que irse de allí.
—¿Y bien? —insistió él de nuevo.
—¡Está bien! ¿Qué quieres que diga? ¿Que mi madre me utilizó y que
siempre ha sido así? ¿Qué para ella solo fui una mercancía para ganar
dinero? ¿Que a través de mí siguió con sus sueños frustrados? Sí, me he
sentido sola durante todos esos años. No necesito hablar con mi niña
interior porque nunca he sido una jodida niña. No tuve tiempo para ello,
solo iba de un lado a otro, a castings, a competir con los demás. No tuve la
valentía suficiente para decirle con más fuerza que no quería todo aquello.
—Pero ¿se lo dijiste?
—Sí, y no sirvió de nada, porque daba igual lo que dijese o lo que yo
sintiera. Solo mi padre me escuchaba, pero nunca estaba en casa porque no
paraba de viajar por su trabajo.
—Entonces, ¿te sentías sola?
Sophie colocó las manos en las caderas y resopló.
—Claro que sí, me sentía sola, abandonada, sin voz, sin amigos, sin
nadie a quien le importara realmente. ¡¿Contento?!
Saúl la miró con intensidad.
—¿Y cómo te sientes ahora?
—¿Ahora? —Sophie levantó una ceja—. Ahora ya me da igual porque
soy quien soy gracias a eso.
—¿Y quién eres?
—Una persona que no necesita a nadie para ser feliz.
—¿Estás segura? —preguntó mientras estrechaba los ojos.
—Bueno, tú eres el terapeuta, y ya me dejaste claro que lo único que
siento es soledad y que soy una conformista.
Él se tensó y la miró con suspicacia.
—Nunca te he dicho que fueras una conformista.
Mierda. Eso lo había leído en su expediente cuando se coló en el
despacho de Saúl a escondidas.
—Pero seguro que lo piensas —continuó para salir del paso.
Saúl clavó los ojos en ella. Estaba pensando en algo; quizá se había dado
cuenta de que fue a su despacho a hacer algo más que dejarle esa nota. ¿Por
qué no podía haberse callado? Con su insistencia y sus preguntas, la había
llevado a confesar lo que había sentido de niña. Vomitó todo sin dejar nada
y, ahora, todos la miraban con lástima. El corazón le palpitaba a toda
velocidad, casi podía sentirlo en las sienes.
—¿De verdad te gusta lo que haces en las redes?
Ese era un camino muy peligroso, pero Sophie ya había perdido los
papeles y la incapacidad de controlarse se había apoderado de ella por
completo.
—Estarías contento si te dijera que no, ¿verdad?
—Solo quiero que seas sincera y digas lo que piensas. Aquí no hay
cámaras, nadie dirá nada. Todos hemos firmado un contrato de
confidencialidad.
—Quieres que diga que mis seguidores son unos mierdas y que soy una
falsa solo para conseguir sus «me gusta». Que no los soporto y aborrezco
cuando se me acercan. —Suspiró—. Pues te equivocas, porque son los
únicos que me entienden, que me quieren por lo que hago, que me
transmiten sus miedos, sus inseguridades. Sus palabras son aire fresco para
mí, e incluso ahora los extraño. Echo de menos a una seguidora con la que
hablo casi todas las semanas. Ha estado ahí en cada paso que he dado,
incluso cuando murió mi abuelo fue un gran apoyo. Su perfil es
@alwayscairde, que significa siempre amigas, y eso es justamente lo que
ella me ha regalado, momentos compartidos en lo bueno y en lo malo, como
muchos otros. Gracias a ellos, puedo hacer cosas que me gustan y…
—¿Sentirte menos sola?
Un nudo en la garganta comenzaba a asfixiarla. Nadie se atrevía a hablar,
esas miradas de lástima provocaban en ella que quisiera salir corriendo y no
mirar atrás. No quería ni necesitaba enfrentarse más a él; quería huir y que
la dejasen sola para poder sosegarse del rato que acababa de vivir. ¿De
verdad las personas se sentían mejor al hacer esto?
Se dio media vuelta para desaparecer.
—Sophie, espera, no te vayas. —Ella se detuvo—. Yo también quiero
decir algo.
Se dio la vuelta y lo miró mientras él se levantaba. Él le hizo un gesto
para que se sentara, pero Sophie no lo hizo, solo se cruzó de brazos.
—Prefiero estar de pie.
Él volvió a sentarse.
—Todos os estáis abriendo al resto, y aunque penséis lo contrario, a mí
no me importa contar mi pasado. Quizá a algunos los ayude o los motive, o
para otros sea totalmente indiferente. —La miró—. Me escucháis decir que
la tecnología es como Satán, peligrosa y destructora, pero, cuando yo era
adolescente, era lo que mejor se me daba. Mi padre siempre había querido
que tirara por la rama de ingeniería informática. A mí me gustaba. Además,
veía su cara de orgullo cada vez que conseguía algún premio en el colegio o
en el instituto. Pero con el tiempo descubrí que no era lo que quería.
Sophie vio que Saúl clavaba la vista en el fuego de la hoguera y decidió
sentarse.
—No me puedo creer que antes fueras informático —dijo Guille.
—Así es, y muy bueno, pero pasó algo que me hizo cambiar. Fui
consciente de lo que había provocado con ello, de las consecuencias de mis
actos. —El fuego se reflejaba en su rostro, que ahora lucía cansado y triste
—. Y también supe que había postergado durante muchos años lo que de
verdad quería. No haberme escuchado provocó que perdiera demasiado
tiempo en mi vida. De pequeño disfrutaba haciendo senderismo, rodeado de
naturaleza, adoraba los deportes y me encantaba la psicología, pero seguí
los pasos que mi padre quiso para mí, sin plantearme ni siquiera que tenía
otras opciones.
—¿Y cuál fue el detonante para darte cuenta de que te sentías así? —
preguntó Adelaida.
Sophie agradeció que Adelaida le hiciera esa pregunta porque se moría
por saber qué le había pasado para que cambiara tanto.
—Eso os lo contaré otro día. Pero con esto quiero deciros que, aunque
penséis lo contrario, os entiendo. Yo también he estado ahí, he pensado que
teníamos que avanzar como especie y que la tecnología era otro avance
más, pero no todo vale. Se están perdiendo muchas cosas, y no somos
conscientes de ello. Eso me asusta.
—¿Nos contarás algún día qué te pasó? —preguntó Nora.
—Lo haré, pero solo si veo que todos y cada uno de los que estáis aquí
avanzáis y os abrís del mismo modo.
Saúl la miró. Esta vez no había orgullo ni suspicacia, solo comprensión
y, por primera vez, se sintió más cercana a él, logró entenderlo un poco más.
—Es tarde. Por favor, escribid lo que os salga de dentro y lo
compartiremos con un compañero que saldrá por sorteo. Mañana sabremos
a quién tendréis que entregar esa carta y recordad que pronto nos iremos de
acampada.
A la mayoría les cambió la cara, parecía que les gustaba la idea de
acampar fuera. A Sophie también, pero con mayor razón tendría que ir esa
noche a ponerse en contacto con Hank y Nozomi. Presentía que esta vez
descubriría noticias importantes.
CAPÍTULO 22
Esperó varias horas a que todos se quedaran dormidos. Si hubiera tenido el
móvil, el tiempo se le habría pasado como si fuera un segundo, absorta en la
pantalla, trasteando en las redes, pensando qué información subir. Debía
admitir que estaba más enganchada al móvil de lo que había pensado en un
principio; lo echaba de menos.
En muchas ocasiones, mientras estaba allí, se sorprendía a sí misma
tocándose el bolsillo, buscándolo. Solo por la necesidad de comprobar la
pantalla para ver si había recibido algún mensaje. Incluso durante las
terapias, mientras otros hablaban, ese maldito trasto le vino a la cabeza
varias veces.
Se sorprendía aburrida y sin saber qué hacer en los momentos libres. Lo
único que lograba atrapar su atención era tocar la guitarra. Tenía ganas de
componer y se le habían ocurrido varias melodías nuevas. En ese momento
tocaba con suavidad para no despertar al resto, aunque al rato comenzó a
dar cabezazos. Un sueño agotador la atormentaba, pero debía ir al bosque,
no podía retrasarlo más.
Esta vez se cercioró de que Lucía no iba tras ella. Todas las cabañas
estaban a oscuras y en silencio. Cogió un abrigo y se resguardó del aire
gélido que amenazaba con colarse entre sus huesos. Agarró la linterna y se
adentró en el bosque.
Cuando llegó, sacó el móvil y se sentó en el suelo.
—Mierda.
Se acababa de mojar el trasero por la humedad. Encendió el teléfono y
aparecieron varios mensajes de Hank:
Hola, sabionda. Espero que no lo estés
pasando muy mal por allí y no te hayan
descubierto. No hagas mucho caso a los
loqueros de ese centro, no vaya a ser que
te estén haciendo una lobotomía y no
vuelva a saber de ti.
Sophie sonrió.
He estado investigando los nombres que
me diste. Javier parece un buen tipo; está
cansado de su canal, se le ve hastiado,
pero excepto por algunos haters en las
redes, no veo que tenga un pasado turbio
ni nada que pueda ser de interés. De Nora,
Adelaida y Guille tampoco he encontrado
nada raro. Bueno, solo que a Adelaida le
va mucho Tinder, esa mujer no para. Y
Nora, por lo que he comprobado en su
móvil, tiene un acosador. Es un capullo.
Intentaré averiguar quién es el cabrón que
le está haciendo eso para darle una puta
lección. Te escribo otro día con el resto
y te cuento más. Espero tener pronto
noticias tuyas.
A Sophie aún le sorprendía la habilidad de Hank para acceder a tanta
información de las personas. Incluso le asustaba. Era bueno, muy bueno.
Ese mensaje era de hacía tres días y tenía otro más del día anterior.
¡Tenemos algo! He descubierto quién
puede estar detrás de la desaparición de
Camila. Ten cuidado porque está allí y es…
Sophie escuchó el crujir de las hojas justo a su lado. Levantó la vista y se
quedó blanca al verlo. Estaba ahí de pie, sin moverse. No lo había
escuchado acercarse al estar tan concentrada en lo que estaba leyendo y se
levantó con rapidez. El rostro de Saúl estaba serio y visiblemente cabreado;
su cuerpo tenso y la mirada dura de sus ojos la estremecieron. La había
descubierto.
—¡Eres increíble! —dijo él mientras apretaba los puños—. No quería
creerlo, algo me decía que no habías venido aquí para cambiar ni para
recuperarte de las putas redes. Soy gilipollas por pensar que en el fondo
querías cambiar porque necesitabas más, algo más que la mierda que te
rodeaba.
—Saúl, deja que me explique…
—¿Para qué? —la interrumpió—. ¿Para que me digas otra mentira?
Dime al menos que estás tan enganchada que necesitabas tener un móvil a
mano y lo escondiste. Dime que es por eso y no por algún caso de los tuyos.
—Yo…
Ella desvió la mirada, avergonzada, incapaz de enfrentarse a sus ojos. Un
sudor frío recorría su espalda y la vergüenza invadía cada rincón de su ser.
Verlo en ese estado la impactaba más de lo que había imaginado. Jamás
pensó que la opinión que él pudiera tener de ella la afectaría de manera tan
profunda.
Saúl dio un paso hacia Sophie.
—Dame el móvil.
Ella desvió la vista al teléfono que tenía en la mano.
—No puedo, tengo que leer lo que me han mandado.
Saúl dio otro paso más. De sus ojos parecía emanar fuego. La mandíbula
tensa, como si estuviera al límite de la resistencia, reflejaba la furia
contenida en su interior.
—Dame el puto móvil, Sophie.
La advertencia en el tono de voz le puso los pelos de punta y se lo
entregó.
—Necesito ver…
—No necesitas ver una mierda. Hemos firmado un contrato de
confidencialidad y espero no encontrar aquí que lo has roto, porque
entonces también te denunciaré. ¿Lo has entendido? —Ella asintió—.
Quiero que mañana mismo te largues de aquí. No quiero volver a verte en
mi puta vida.
Saúl se dio la vuelta y la dejó sola.
Sophie no supo cuánto tiempo se quedó allí de pie. ¿Por qué tenía las
mejillas mojadas? ¿Estaba llorando? No sabía qué era lo que más le
afectaba: si haberlo decepcionado, si tenerse que ir de allí o no haber
averiguado nada sobre el caso.
Anduvo como una autómata hasta la cabaña y se tiró en la cama sin ni
siquiera quitarse la ropa. Había fracasado, no había conseguido encontrar a
Camila, y además, permanecer allí había removido demasiadas cosas en su
interior. Los ojos se le fueron cerrando hasta que se quedó dormida.
Al día siguiente le dolía todo el cuerpo y la cabeza parecía que le iba a
explotar. Consiguió darse una ducha y, después, comenzó a hacer la maleta.
No dejaba de pensar en el mensaje de Hank, el que iba a leer cuando
justo la descubrió Saúl. ¿Qué quería decirle? Pronto lo sabría porque esa
misma tarde estaría de nuevo en su casa, con su vida de siempre, con sus
padres y haciendo lo que sabía hacer. Entonces, ¿por qué sentía una gran
losa sobre su espalda?
Eso era lo que había deseado desde un principio: regresar a casa lo antes
posible. Sin embargo, aunque no lo había querido admitir hasta ese
momento, le había cogido cariño a aquel lugar. Incluso después de liberar
todo lo que guardaba dentro, convencida de que estaba enfadada y de que la
habían obligado a hacerlo, sintió cómo la mochila que llevaba en la espalda
se volvía más ligera.
Solo de pensar en volver a su vida cotidiana, su cuerpo se quedaba
paralizado. La idea le resultaba asfixiante. ¿Qué narices iba a hacer? Estaba
más jodida aún que cuando acudió allí, porque había removido algo en su
interior que sabía que ya no encontraría reposo.
Alguien comenzó a golpear la puerta con insistencia y, al sobresaltarse,
se le cayó el jersey que tenía en la mano. ¿Sería él? Pero escuchó la voz de
Lucía, que la llamaba. La abrió y lo primero que le llamó la atención fue la
tristeza en el rostro de la niña.
—Me ha dicho mi tío que te vas.
—Sí, así es.
—No quiero que te vayas. Debes haber hecho algo muy malo porque no
quiere ni escuchar a mi madre, y él siempre la escucha.
Sophie se sorprendió al saber que Mara había intercedido por ella.
—No te preocupes. Él tiene razón, he de irme.
Lucía se lanzó a su cintura y la abrazó con fuerza. Ella le correspondió
con ternura. La iba a echar mucho de menos.
—He venido porque tienes una llamada. —Lucía se separó de ella—. Mi
tío dice que la tienes que coger allí, en el hall principal.
—¿Una llamada? ¿De quién?
—Es tu madre. Creo que le pasa algo.
Sophie tuvo un mal presentimiento. Su madre era muy pesada, pero no
creía que la hubiera llamado por una tontería. Esperaba que ambos
estuvieran bien, no quería ni pensar que les hubiera sucedido algo malo.
Agarró la chaqueta y la siguió a toda prisa.
Cuando entró, Saúl estaba esperando al lado del teléfono. Ni siquiera la
saludó.
—Voy a quedarme cerca. —Le ofreció el auricular y ella lo cogió—.
Espero que no digas nada que pueda afectar al centro ni al grupo.
Sophie no respondió. En ningún momento había pensado en contar lo
que habían hablado en terapia, eso era algo íntimo de cada uno. Solo
informó a Hank de las personas que estaban allí y la percepción que tenía
de cada uno de ellos, pero sin hablar de las terapias.
—Hola, mamá. ¿Estáis bien?
—Sí, los dos estamos bien, pero tú tienes que salir de allí ahora mismo.
Por el tono de su voz, se la notaba afectada.
—¿Cómo?
—No te imaginas la que se ha liado. ¿No decías que allí no se podían
tener aparatos electrónicos ni móviles? —Su madre hablaba muy deprisa—.
¡¿Cómo es posible que te hayan grabado diciendo esas barbaridades?!
—¿A qué te refieres? ¿Qué grabación?
Notó que Saúl se tensaba y Lucía miró a su tío con el ceño fruncido.
—¿Cómo se te ha ocurrido decir todo eso?
—No te entiendo, mamá. Por favor, habla más despa…
—Dile al encargado que está allí que voy a ir y le voy a demandar. Y dile
que te deje ahora mismo un móvil para que veas lo que están publicando de
ti.
Sophie se volvió hacia él. Saúl la miraba confundido, mientras que ella
se había quedado sin palabras. Solo escuchaba a su madre parlotear.
—Mamá, he de colgar. No te preocupes, luego te llamo.
Y colgó.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Saúl.
A Sophie comenzó a temblarle el cuerpo. No podía ser verdad. Si las
palabras que acababa de escuchar eran ciertas, significaría el fin de su
carrera y, posiblemente, el colapso de su vida tal como la conocía. No
podría volver a Madrid, no tendría las fuerzas necesarias para enfrentarse a
todo eso.
—Sophie, ¿estás bien? —Notó la manita de Lucía agarrándola—. Estás
muy blanca.
—Sí, tranquila —murmuró mientras volvía a mirar a Saúl—. Necesito un
móvil.
—Eso no es posible.
—Dame de una pu… —Se contuvo al darse cuenta de que Lucía estaba
ahí—. Saúl, necesito saber si lo que mi madre me ha dicho es cierto.
En los ojos de él vio el reflejo de la duda, parecía igual de confundido
que ella.
—¿Qué es lo que te ha dicho?
—Es mejor que lo veamos.
Finalmente, él se acercó al mostrador de la recepción y lo cogió.
—¿Qué es lo que quieres ver?
—Pon mi nombre en el buscador para ver qué sale.
Se acercó a él y en cuanto lo hizo comenzaron a salir las imágenes. Se
llevó la mano a la boca sin poder creérselo. Todo por lo que había luchado
durante esos años se había acabado en ese instante.
CAPÍTULO 23
En las imágenes se veía a sí misma en la sesión que habían tenido el día
anterior, en la que se abría al resto del grupo y contaba cómo se había
sentido desde niña. Pero lo peor no era eso; lo horrible era que habían
editado parte de sus palabras, dejando la grabación incompleta. En su lugar,
solo mostraron la parte en la que decía: «Mis seguidores son unos mierdas y
soy una falsa solo para conseguir sus “me gusta”. No los soporto y
aborrezco cuando se me acercan». A continuación, aparecían varios memes
en los que se veía el momento en el que le caía el excremento de un pájaro
en el pelo cuando estaba con Saúl. La imagen se repetía una y otra vez.
Sintió cómo se le revolvía el estómago y se le entumecían las manos y
los pies. Después, al leer los comentarios, las náuseas hicieron acto de
presencia.
«Es una desagradecida». «Ese pájaro nos ha hecho un favor a todos al
cagarle encima». «Habría que escupirle». «Que decepción». «Es una falsa».
«La va a seguir quien yo te diga». «Puta manipuladora».
Una opresión en el pecho empezó a dejarla sin respiración, las
palpitaciones de su corazón aumentaron a un ritmo frenético y comenzó a
temblar sin ser capaz de controlar su cuerpo. Apoyó las manos en el
mostrador intentando coger aire, pero no podía.
—Tranquila, Sophie —dijo Saúl, posando con delicadeza una mano en
su hombro.
—¡No me toques! —Respiraba muy rápido, pero no podía soportar
pensar que él tuviera algo que ver con eso—. Te has vengado, ¿verdad?
Descubriste que tenía un móvil y que había venido a investigar en vez de a
que pudieras «salvarme». —Hizo un gesto con los dedos—. Y no lo has
podido soportar.
—¿Crees que he tenido algo que ver?
—Y, si no lo has hecho, ¿quién me ha grabado diciendo todo eso? Me
escupiste a la cara que no se podía tener un móvil aquí, que había roto las
normas, y ahora me encuentro que alguien me ha grabado a mí y que,
además, lo ha subido a las redes para hacerme daño. ¡¿Quién, aparte de ti,
me odia tanto como para hacerme esto?! Y apenas solo unas horas después
de que me hayas descubierto.
—Te equivocas, no he tenido nada que ver. No soy tan infantil como para
hacer algo así.
—No es de ser infantil, es de ser mala persona.
Sophie se tambaleó y se agarró al mostrador. Saúl volvió a intentar
agarrarla, pero ella se lo impidió.
—Sea como sea, supongo que estarás contento. Has conseguido que mi
trabajo se vaya a la mierda. Ya no podré trabajar en esto. ¡Has destrozado
mi vida!
—¡Yo no he hecho nada! —gritó, cabreado.
—¡Pero has dejado que sucediera! Si no has sido tú, una persona del
grupo ha estado grabando nuestras conversaciones. Si estabas tan
preocupado con lo que yo podía haber hecho, habrás visto en el móvil que
no dije nada de nuestras terapias. Sin embargo, tienes a alguien que se ha
encargado de hacerlo. ¡Deberías hacer mejor tu trabajo! —Se acercó a él y
le dio un golpecito con el dedo índice en el pecho—. Ahora la que puede
denunciarte por esto soy yo.
El rostro de Saúl no decía nada, como si hubiera puesto un filtro y
Sophie no fuera capaz de leer lo que habían provocado esas últimas
palabras en él. La agarró de la mano y pensó que iba a apartarla de su
pecho, pero no lo hizo.
—Haz lo que tengas que hacer, que yo haré lo mismo.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Me estás amenazando?
—No…
—Vete a la mierda.
No lo dejó terminar y se fue de allí derecha a la cabaña. Necesitaba
largarse de ese lugar, alejarse de él, de su toxicidad. Desde que lo había
conocido, su mundo se había vuelto del revés, no quería volver a verlo ni
saber nada de él nunca más.
Cerró la puerta con fuerza e intentó tranquilizarse. Se dejó caer hasta
quedarse de rodillas en el suelo y comenzó a llorar. ¿Qué iba a hacer ahora?
Se tapó la cara con las manos, su cuerpo tembló mientras las lágrimas
brotaban sin control. Acababa de hacerse realidad uno de sus mayores
miedos; todo por lo que había luchado se había desmoronado en unos
minutos.
No quería moverse de ahí ni regresar a Madrid. En ese momento, lo
único que deseaba era desaparecer, estar en un lugar donde nadie la
conociera o meterse en la cama y no salir durante meses.
Alguien llamó a la puerta, pero ella ni se inmutó. Aferrada a sus rodillas,
con la mirada fija en el suelo, deseaba que la persona que estaba al otro lado
se marchase, porque lo último que quería era ver a alguien.
—Sophie, abre.
La voz de Saúl provocó que su corazón diera un brinco.
No le dejaría pasar.
No.
Mucho menos, a él.
—Vete —contestó ella al ver que seguía insistiendo.
—No me voy a ir de aquí. Tenemos que hablar. No seas cría, abre.
Sophie bufó. Ese hombre tenía la habilidad de cabrearla en tan solo un
segundo. Se levantó y abrió la puerta con fuerza.
—¡No quiero hablar con nadie! Y no te preocupes, en menos de una hora
esta cría se larga de aquí.
Fue a cerrar la puerta, pero él puso la palma de la mano, evitándolo. Ella
lo miró con rabia.
—Lo siento —murmuró Saúl, mirándola a los ojos—. Déjame pasar, por
favor.
Algo en su voz y en cómo la miraba provocó que el grado de su enfado
disminuyera. Parecía sincero, se le veía cansado, como si él tampoco
hubiera podido dormir mucho.
—Podemos hablar aquí.
—No. Lo que tengo que decirte no podemos hablarlo en la puerta.
Sophie accedió y se hizo a un lado para que pudiera entrar. Cuando lo
hizo, él echó un vistazo al dormitorio.
—Veo que has juntado las dos camas.
—Sí, no pensaba compartir la habitación con nadie más. Es otra de las
normas que me he saltado. ¿Qué querías decirme?
Sophie se cruzó de brazos y él se volvió hacia ella con las manos en los
bolsillos traseros de los pantalones.
—Quiero que sepas que voy a dar con la persona que ha hecho esto.
Ella levantó ambas cejas.
—¿Te preocupa que te vaya a denunciar? Tranquilo, no lo haré. No hace
falta que vengas con el rabo entre las piernas para evitar que lo haga.
Saúl dio dos pasos hacia ella.
—No te equivoques. No he venido a eso, aunque pedir perdón no es
rebajarse ante nadie. —En su voz se notaba que lo había cabreado—. No
tengo ningún miedo a que me denuncies, solo que me parece una mierda lo
que han hecho y, sobre todo, injusto. Pero eso no quita que tú también
trajiste un móvil aquí y que te metiste en mi despacho buscando
información para saber qué le había ocurrido a Camila. ¡Me mentiste!
—Era la única forma de averiguar algo sobre ella.
—No, no era la única forma. Podrías haberme preguntado.
—Ja —dijo mirando al techo—. ¿Y me habrías dado información?
—No lo sé, depende de cómo me hubieras planteado lo que querías hacer
y de qué manera.
Sophie se acercó a su rostro.
—Nunca me hubieras permitido venir aquí a investigar. Eso sería un
sacrilegio para ti, colaborar con alguien como yo, tan complaciente, falsa y
superficial y que te saca de quicio.
—En eso tienes razón, eres como un grano en el culo. ¡Terca! ¡Borde! ¡Y
orgullosa!
—¡Y tú eres un troglodita energúmeno al que no soporto!
Sus ojos lanzaban fuego. Sophie sintió cómo el calor se abría en su
estómago. Una necesidad intensa había crecido como un volcán, pero no era
rabia ni orgullo, sino una inmensas ganas de besarlo que no podía contener.
A pesar de su situación, a pesar de lo ocurrido, tenerlo tan cerca, inhalando
su aroma cada vez más familiar, hacía que su piel anhelara sentir el roce de
sus manos sobre su cuerpo. Sentía cómo le ardían los labios.
La mirada de Saúl se oscureció. Su mandíbula estaba tensa; los músculos
de su cuello y hombros, rígidos; mientras que sus ojos ardientes no se
apartaban de ella. En su rostro se podía ver la lucha interna: su mirada
cargada de deseo y los labios entreabiertos como si estuviera a punto de
pronunciar una súplica, pero sin decir una palabra. Su pecho se alzaba y
caía con respiraciones entrecortadas, y sus manos seguían apretadas en
puños, temblando ligeramente.
—No puedo más —confesó él, agarrándola de la cintura con una mano y
la nuca con la otra para acercarla a su cuerpo y devorar su boca. La besó.
Con desesperación. Con ansiedad. Como si ella fuera lo único que pudiera
apagar su sed. Gimió excitado y ella hizo lo mismo. Saúl bajó una mano
hacia sus nalgas y la apretó contra su erección. Se separó un poco de ella.
—Desnúdate —dijo Saúl sin dejar de mirarla.
Esa orden provocó en Sophie que se mojara aún más en su interior. Lo
hizo, se quitó la camiseta y luego despacio el sujetador mientras él
deslizaba los ojos por su cuerpo, deleitándose con lo que veía. Se deshizo
de los pantalones y se quedó solo con las braguitas negras. La tensión del
cuerpo de Saúl era visible. Su mandíbula estaba apretada y su respiración
profunda contenía el aliento, luchando por mantener el autocontrol. Dio un
paso hacia ella.
—Ahora tú —exigió Sophie.
Los ojos de él se entrecerraron ligeramente mientras sus labios se
curvaron en una sonrisa sugerente. Con una mano se deshizo de la camiseta
y, sin perder el contacto visual, se desabrochó los vaqueros, pero no se los
quitó. Sophie observó su pecho, y la mirada intensa y penetrante que le
regaló provocó que se le doblaran las puntas de los pies.
Se quedó sin respiración, pero no le dio tiempo a deleitarse porque, en
dos zancadas, Saúl llegó hasta ella para devorarla. La apresó contra la
pared, y ella sintió el cuerpo masculino y el calor que irradiaba. La besó en
el cuello y jadeó cuando una de sus manos se metió por sus braguitas y
acarició su humedad.
—Joder, Sophie —dijo con la voz entrecortada.
Despacio, introdujo uno de sus dedos y ella echó la cabeza hacia atrás,
excitada. Las piernas parecía que se le iban a doblar cuando la penetró con
un segundo dedo. Se le escapó un jadeo por la presión que ejercía su mano
contra su piel. Necesitaba sentirlo aún más. Él la besó ahogando sus
gemidos en la boca, bombeaba dentro y fuera al mismo tiempo que rozaba
su clítoris.
—Sophie… —murmuró.
Escuchar su nombre en los labios de Saúl provocó que el clímax
invadiera cada parte de su cuerpo. La intensidad la sorprendió y se contuvo
por no dejar escapar un grito. Él colocó la frente contra la de ella y esperó a
que se calmase. Sophie no quería detenerse, lo agarró del cuello y volvió a
besarlo mientras él acariciaba sus pechos y Sophie sentía su erección contra
ella.
—No te imaginas la de veces que me he imaginado este momento.
—Yo no… —murmuró ella con la voz entrecortada.
—Mientes. —La mano de Saúl se deslizó hacia su pezón y jugueteó con
él mientras le besaba el cuello—. Desde el día que te vi en la sala de cine, te
deseé. Por mucho que me jodiera, así fue.
Su voz entrecortada, dura y posesiva la excitó, y ese deseo aumentó
cuando la mano masculina cubrió su pecho. Ese gesto provocó que se
mojara aún más y un instinto primario hizo que se rozase contra su
erección. Le bajó un poco los pantalones y accedió a su pene.
—Mierda —murmuró él.
Ella lo agarró y comenzó a acariciarlo despacio, de arriba abajo, mientras
él torturaba su pezón. Saúl jadeaba con cada movimiento.
—Te daría la vuelta y te la metería aquí mismo.
Sophie, con solo imaginárselo, casi alcanzó el orgasmo de nuevo. Sus
cuerpos, excitados, se anclaban en las caricias que se regalaban entre sí. Se
separó un poco de ella para que no pudiera seguir tocándolo.
—Despacio, pelirroja, o terminaré antes de lo que quiero.
Pero no le hizo caso. Quería darle el mismo placer que le acababa de
proporcionar a ella. Siguió subiendo y bajando la mano por su erección,
intensificando el ritmo con cada movimiento.
—Para, Sophie, por favor.
Ella se lanzó a su cuello y lo besó. Sintió cómo las manos de él rodeaban
su cintura y la atraían hacia su cuerpo. La lengua de Saúl bailó dentro de su
boca, dominándola, poseyéndola, al mismo tiempo que los gemidos
resonaban en la habitación. Hasta que él llegó al orgasmo. Su aliento le
golpeaba el cuello y notaba los rápidos latidos del corazón de él a través de
su pecho, que bombeaba al mismo ritmo que el suyo.
Saúl la besó despacio en los labios. Sacó un paquete de clínex del
bolsillo y se limpió.
—Esto solo acaba de empezar.
Ella sonrió, pero de pronto alguien llamó a la puerta.
—¡Sophie! ¡Sophie! ¡Abre, por favor!
Era Mara.
Ambos se quedaron mirándose, desconcertados. Se vistieron con rapidez
y Sophie se arregló el pelo, aunque temía que cualquiera que entrara en esa
habitación sabría qué acababa de ocurrir.
Abrió la puerta y se asustó al verla pálida y con los ojos llorosos.
—¿Qué ocurre, Mara? ¿Estás bien?
—¿Está mi hermano aquí?
Sophie abrió un poco más la puerta y él apareció por detrás.
—¿Qué sucede? —preguntó Saúl, confundido.
—Es Lucía.
CAPÍTULO 24
—¿Qué ha pasado? —preguntó Sophie, llevándose la mano al pecho.
—Tiene fiebre muy alta y han empezado a darle convulsiones. Hay que
llevarla al hospital.
Saúl y Mara salieron corriendo hacia la cabaña principal. Sophie cogió
una chaqueta y fue tras ellos. Dudó por un instante si ir o no, pero le
importaba demasiado Lucía. Esperaba que Saúl le permitiera quedarse hasta
que supieran que la niña se encontraba mejor.
Cuando llegaron, Lucía estaba en la cama, acurrucada con Alba. Parecía
que habían parado los espasmos, pero no dejaba de tiritar.
—Voy a por el coche —dijo Saúl, y salió disparado.
Mara preparó un bolso con ropa, algo de comida y la tarjeta sanitaria.
Entre Alba y Sophie levantaron con cuidado a Lucía y consiguieron llevarla
hasta la puerta. La sentaron en una silla esperando la llegada de Saúl.
—Tranquila, Lucía, te pondrás bien —la animó Sophie, y esta le
respondió con una débil sonrisa—. Ya lo verás.
Observó a Mara y en su cara vio preocupación, pero también
determinación. Sophie no sabía lo que era ser madre, pero Mara, a pesar de
estar asustada, no se lo transmitía a su hija.
Saúl estacionó y salió del vehículo. Alzó a Lucía en sus brazos y la
depositó con suavidad en el asiento del coche.
—Por favor, informa al resto del grupo —indicó Saúl a Alba—. En
cuanto podamos, estaremos de vuelta. Toma el teléfono que está en el
mostrador; nuestros números están en el tablón. Llámame si hay algo
urgente.
Alba asintió.
Mara fue a meterse en el coche, pero, antes, Sophie le apretó el brazo con
suavidad. Aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez que se
habían visto y desde que habían perdido el contacto, en ese instante,
intercambiaron una mirada cargada de complicidad, sin necesidad de
palabras.
—Por favor, mantennos informados —respondió Sophie, preocupada.
Ella asintió y se metió en la parte trasera del coche junto a Lucía.
Saúl se aproximó a Sophie.
—No te vayas —la instó con suavidad—. Tenemos que hablar.
Sophie no sabía qué contestar a su petición, aunque la necesidad de
asegurarse de que Lucía se encontraba bien antes de irse de allí la llevó a
asentir. Saúl se adentró en el coche, mientras que ella se quedó de pie sin
ser capaz de moverse viendo cómo se alejaba el vehículo, con una gran
sensación de vacío en el estómago.
Unas horas más tarde, Nora, Adelaida y Sophie se encontraban reunidas
en la sala principal. Los demás, o permanecían en su cuarto, o habían ido a
dar un paseo. Acababan de terminar de jugar a las cartas, pero no eran
capaces de concentrarse. Sophie se alejó un poco de ellas y se tumbó en uno
de los sofás; con la cabeza en el respaldo, miró el techo.
En tan solo veinticuatro horas, su vida había cambiado de forma radical:
Saúl la había descubierto con el móvil, después se enteró de que
probablemente su carrera como influencer había acabado y más tarde tuvo
sexo con Saúl. Pero ahora su preocupación por Lucía eclipsaba todo lo
demás.
Lo único que quería era que se pusiera bien. Cuando ocurrían cosas así,
se daba cuenta de lo verdaderamente importante en la vida: la salud, la
amistad y la familia.
Por esa razón, le molestaba recordar la sensación que había tenido
cuando vio a Alba en la habitación de Lucía. No le gustó pensar que tenían
más confianza de lo que Sophie había imaginado. Reconoció que había
sentido una punzada en el estómago al ver que Saúl la dejaba al cargo del
centro, pero se recordó a sí misma que él no era nada suyo.
Cuando volvieran del hospital, ella tendría que regresar a Madrid. Solo
esperaba que lo de Lu no fuera grave. La angustia en su pecho creció aún
con más intensidad: llevaba todo el día con esa sensación de vacío y
opresión que le impedía encontrar la calma. Y no solo por lo de Lucía,
también se sumaba la incertidumbre de no saber qué se iba a encontrar
cuando regresara a su mundo.
En el centro, había sido como si hubiera hecho un paréntesis en su vida,
como si hubiera vivido en una burbuja.
En un principio pensó que acudir a Luz de Luna no le serviría de nada,
pero se había equivocado. Fue consciente de que tenía más problemas en su
interior de lo que pensaba. Que debía sanar muchas heridas antes de poder
seguir adelante con su vida de manera serena y en paz. Aunque nunca había
querido enfrentarse a ello, aquí no tuvo otra opción que hacerlo.
Lo que confesó el día anterior frente a sus compañeros la sorprendió,
incluso a sí misma. No eran pensamientos nuevos; se había sentido así
durante mucho tiempo, quizá demasiado. No fue fácil descubrir que todo
eso le había influido hasta el punto de haberse quedado paralizada en su
vida, incapaz de mostrar lo que sentía, ocultando ese dolor que parecía
desgarrarla cuando escuchó esas palabras salir de su boca.
Quizá Saúl tenía razón y abrirse de esa manera permitía que el alma se
liberara lo suficiente como para comenzar a sanar, ya que sintió como si le
hubieran quitado una de esas pesadas piedras que cargaba en su espalda,
dejándola más liviana.
Escuchó la puerta abrirse y vio entrar en la sala a Javier.
—¡Uf! ¡Hace un puto frío que flipas! —exclamó mientras se frotaba las
manos.
Se deshizo del abrigo y lo colgó en el perchero.
—¿Se sabe algo? —preguntó Nora.
—Acabo de ver a Alba. Me ha dicho que le siguen haciendo pruebas, que
no saben muy bien qué es.
—Seguro que no es nada —dijo Adelaida—. A mi sobrina le pasa lo
mismo; cogen de todo cuando son niños, después al día siguiente están
como nuevos.
—Eso espero.
—Vamos a por un café, ¿queréis algo? —preguntó Nora a Javier y a
Sophie.
Ambos declinaron la oferta, y Javi se sentó al lado de Sophie. Se
quedaron solos y ella pensó que era una buena oportunidad para conversar
con él. No creía que conociera a Camila, pero no perdía nada por intentarlo.
—¿Te está gustando estar aquí? —preguntó Sophie.
Él cruzó una pierna encima de la otra.
—La verdad es que sí, me está viniendo bien. Me hace ser más
consciente de que no soy el único al que le pasan todas estas jodidas
paranoias en la cabeza. ¿Y a ti?
—Me está costando un poco, no soy mucho de hablar delante de los
demás.
—¡Joder! ¡Pero si lo haces delante de miles de personas en Instagram!
—Lo sé, pero no es lo mismo que hablar de sentimientos y emociones.
—En eso tienes razón. Hasta ahora, yo tampoco había hablado delante de
nadie de la depresión que tenía, de las cosas que me venían a la cabeza
hasta el punto de no querer vivir más.
Javier miró al suelo, como si se avergonzara de lo que acababa de decir.
—A mí me pareces muy valiente, y aún más que estés aquí por tu propia
voluntad.
—Bueno, casi todos los estamos.
Sophie no iba a explicarle que ella solo lo hacía para averiguar qué le
había ocurrido a Camila.
—Sí, tienes razón. —A Sophie la recorrió un escalofrío y cogió la manta
que había encima del sillón—. ¿Echas de menos el trabajo de youtuber?
—Un poco sí, pero, por otro lado, hacía mucho tiempo que no sentía esta
paz sin tener la necesidad de grabar un vídeo, de pensar qué es lo próximo
que publicaré. Aquí observo con más atención lo que me rodea.
—A mí también me ha pasado. Por un lado, me he sentido aliviada de no
mirar constantemente el móvil. —Se acercó un poco más a él—. Y, ahora
que Saúl no nos escucha, creo que estoy más enganchada de lo que pensaba.
—¿De Saúl o del móvil? —Javier se echó a reír al ver la cara de sorpresa
de Sophie—. Perdona, es que a veces soy un poco directo y entre vosotros
hay una química que acojona.
Sophie puso los ojos en blanco.
—Sinceramente, la mayoría de las veces, me saca de quicio.
—Sí, eso parece.
—¿Cómo conociste este centro? ¿Te lo recomendaron? —preguntó
Sophie para cambiar de tema.
Javier se levantó y se dirigió hacia su abrigo.
—Sí, ya lo conocía, habían venido varios amigos y les fue muy bien. Por
eso me animé a probar. —Hurgó en el bolsillo de la chaqueta hasta que
cogió algo y volvió a sentarse junto a Sophie—. ¿Quieres?
Vio que era un chicle.
—No, gracias.
—¿No te da miedo hacer lo que haces? —preguntó él, y se la quedó
mirando fijamente—. Dices que soy valiente, pero tú eres mi heroína.
Guille me ha contado a qué te dedicas en las redes y debes tenerlos muy
bien puestos. Si persigues a criminales, algún día puedes tener un accidente.
Sophie no apartó la mirada.
—Me gusta ir detrás de esa persona que se cree más lista que nadie y que
piensa que puede quedar impune por lo que ha hecho.
Él asintió sin dejar de clavar sus ojos en ella.
—Pues la verdad que eres la polla. Espero que no lo dejes.
Ambos sonrieron y se quedaron en silencio.
Media hora más tarde, Saúl seguía pensando que Hank había perdido la
cabeza. No le gustaba lo que proponía, además de que implicaba romper la
promesa que se había hecho a sí mismo años atrás. Sin embargo, en el
fondo confiaba en ese joven, sobre todo porque Sophie lo hacía. Tenía que
arriesgarse o quizá no podrían salvarla.
Llamó a la puerta de la cabaña de Matías y escuchó una voz al otro lado.
—Quienquiera que seas, lárgate.
Saúl cerró los ojos y respiró hondo para tranquilizarse, pero no le sirvió
de nada.
—¿Abres o abro? —dijo Saúl.
Unos segundos después, Matías apareció delante de él.
—¿Qué quieres?
—¿Por qué estuviste grabando a Sophie? ¿Por qué querías perjudicarla?
Matías miró hacia el suelo y se acarició la nuca.
—No sé de qué estás hablando.
Saúl no aguantó más. Lo agarró de la camiseta y lo empujó contra la
pared.
—No tengo tiempo para estas gilipolleces. O me dices qué coño
tramabas, o te golpeo esa cara bonita hasta que no pueda reconocerte ni tu
padre.
Matías intentó zafarse de sus manos, pero no podía.
—¡Está bien! ¡Está bien! Suéltame.
En cuanto lo hizo, él se alisó la ropa y lo miró de reojo. Saúl tenía el
cuerpo tan tenso que en cualquier momento se lanzaría de nuevo sobre
Matías.
—David es amigo mío.
Se quedó en silencio y Saúl contó hasta diez.
—¿Y?
—Bueno… Sophie siempre está metiendo las narices donde no la llaman.
Va de lista y se cree que lo sabe todo. Juzga a los demás y piensa que el
resto somos inferiores.
—¿De dónde coño sacas esa sarta de gilipolleces?
—Quería darle una lección, por lo que la estuve grabando para ver si
metía la pata en algo y que así supiera lo que se siente cuando la cagas.
Saúl se alejó un poco y resopló.
—Y ese tal David que contactó con ella, ¿qué tiene que ver con todo
esto?
—Tenía que lograr que Sophie viniera a Luz de Luna, pero no quería que
sospecharan de mí. Le propuse a David que le hablara de Camila con la
esperanza de que la convenciera.
Saúl lo señaló con el dedo.
—¿Te das cuenta de lo mal que pinta esto para ti? Camila ha aparecido
muerta.
Por la cara que puso Matías, parecía que acababan de golpearle.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Esta mañana. No lo han confirmado aún, pero es ella.
—¿Cómo lo sabes?
Saúl estrechó los ojos.
—Parece que te sorprende que la hayan encontrado, aunque no que haya
aparecido muerta.
Matías comenzó a balbucear y su rostro se tiñó de rojo.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Si no me dices qué coño sabes, ni tu padre podrá salvarte de esto.
Se llevó las manos a la cara, ocultándose el rostro. Cuando las apartó, su
mirada había cambiado, comenzó a reírse y se encogió de hombros.
—Tienes razón, aunque esta vez mi padre tampoco podrá salvarse. —
Saúl lo miró confundido—. Fue él quien lo organizó todo, el que me pidió
que volviera y jodiera a Sophie.
—¿Y Camila?
—Él fue el último que la vio con vida.
CAPÍTULO 38
Abrió los ojos, pero la oscuridad seguía ahí. Dudó por un momento de si
realmente sus párpados permanecían cerrados. Aturdida y sin recordar qué
era lo que había ocurrido, intentó moverse, sin éxito. Sus manos estaban
atadas a su espalda, y fue en ese momento cuando le llegó la imagen clara y
nítida de estar corriendo a través del bosque.
Alguien la perseguía, la misma persona que había estado buscando
durante meses, la misma que había cometido varios asesinatos y de la que
ahora sabía su identidad. ¿Cómo había podido estar tan ciega? El corazón
comenzó a latirle tan rápido que pensó que moriría antes de que esa persona
pudiera acabar con su vida. Intentó estirar las piernas, pero se golpeó con
algo. Cuando quiso girarse para ponerse bocarriba, fue consciente de que
estaba atrapada en algún tipo de caja.
Respiraba con dificultad, tenía la boca completamente seca y su ropa
todavía estaba húmeda. Mierda. ¿La iba a dejar ahí para que muriera de esa
forma? ¿Estaba bajo tierra? El calor era insoportable y sintió un sudor frío
recorrer su cuerpo. Se revolvió todo lo que pudo intentando liberarse,
aunque sabía de antemano que no lo lograría. Quería gritar y, al mismo
tiempo, llorar de rabia, de frustración, por verse totalmente indefensa.
¿Así es como se sentían las víctimas desaparecidas o secuestradas? Una
lágrima resbaló por su mejilla. Era irónico que hubiera acabado en esta
situación, le parecía irreal. Quizá nunca encontrasen su cuerpo, nunca se
sabría qué le había sucedido. Fuera como fuese, el morbo estaba servido.
Tal vez se lo merecía.
Lo que más lamentaba era la última conversación que había tenido con
ella y pensar que ya no tendría oportunidad de aclarar las cosas, que ya no
iba a volver a verla. Cerró los ojos con fuerza y su miedo aumentó al
escuchar unos pasos que se aproximaban, hasta que el sonido de un candado
abriéndose provocó que su cuerpo se tensara aún más. La luz se abrió paso
y el aire refrescó su rostro.
Logró enfocar y ver a la persona que tenía delante. Si había tenido una
leve esperanza de que alguien la hubiese encontrado, se esfumó cuando vio
sus ojos, esos ojos que le decían que todo iba a llegar a su fin en ese mismo
instante.
Esta vez no la miraban con simpatía ni de manera familiar, sino con
dureza y superioridad. Se veía vencedor al saber que la tenía justo donde él
quería. Sonrió y sus labios se curvaron debajo de la perilla canosa. Sin
embargo, seguía sin entender por qué lo había hecho. Era un productor
famoso, con dinero y reconocimiento. ¿Qué había motivado a ese hombre a
matar si lo tenía todo?
Sophie observó a su alrededor. Estaban dentro de una gran furgoneta y
Lorenzo la había metido dentro de una caja.
—Me encanta ver tu cara de desconcierto. Comprobar que no eres tan
buena como dicen. —La ayudó a sentarse y él se colocó delante de ella—.
Nadie te salvará, ni siquiera tu amiguito el hacker.
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¿Qué es lo que sabes?
—Todo —sonrió—. En estos momentos ya habrán dado con su
localización. Lo bueno para ti es que no tendrás mucho tiempo para sentirte
culpable por él; en breve, tú también estarás muerta.
—¡Eres un hijo de puta! —gritó.
—Cuidado con lo que dices. Si me cabreas demasiado, morirás de
manera más lenta y dolorosa.
A Sophie le palpitaban las sienes y tenía un gran dolor de cabeza. No se
podía creer que todo aquello estuviera sucediendo. No solo ella estaba en
peligro, sino también Hank.
—No me esperaba que fueras un asesino.
—¿Acaso alguien lo parece? —Se frotó las manos y miró hacia el suelo
—. Si te soy sincero, yo tampoco pensé que lo fuera, pero todo ha ido
fluyendo sin apenas proponérmelo.
—¿A quién contrataste para matar a Gloria?
Lorenzo levantó una ceja.
—¿Quién te ha dicho que no lo hice yo?
—Tenías coartada.
—¿Así que ya me habías investigado? Eres buena, demasiado, por eso no
tenías que haberte metido en esto.
—Lo organizaste para que fuera a Luz de Luna. Porque todo ha sido idea
tuya, ¿verdad?
Lorenzo se cruzó de brazos y se apoyó en la pared de la furgoneta.
—¿Y cómo crees que lo hice?
A Sophie le faltaba el aire, estaba agotada, pero tenía que ganar tiempo
por si tenía la fortuna de que alguien la encontrara antes de que él la matase.
—Convenciste a Saúl para que fuera al preestreno de la serie y nos
sentaste juntos. —Mientras hablaba, intentaba aflojar la cuerda que le había
puesto en las muñecas—. Sabías que chocaríamos.
—Sois polos opuestos y tú eres demasiado orgullosa para no terminar un
trabajo. Te gustan los retos y necesitas sobresalir en lo que haces. Te tengo
calada, Sophie. —Él se encogió de hombros—. Te apasionan el éxito y el
dinero, al fin y al cabo, no eres tan diferente a mí. Sabía que Saúl no se
quedaría callado, por lo que llamaría tu atención.
—Por eso recibí el mensaje de David diciéndome que Camila había
desaparecido.
—Erais amigas de la infancia. En el fondo tienes tu corazoncito, pero, si
además veías que el lugar donde había desaparecido era el mismo en el que
trabajaba Saúl, sería un aliciente para ti.
—Si querías deshacerte de mí, ¿por qué tomarte tantas molestias?
Se aproximó a ella y se inclinó hasta casi tocarla.
—Qué mejor manera que aislarte en un sitio donde muchas personas
desaparecen porque no quieren seguir con las redes sociales. Además —sus
ojos eran fríos y su voz sonaba con una calma inquietante—, quería
hundirte, que tu mundo se viniera abajo. Si pensaban que estabas
destrozada, no pondrían en duda que habrías querido desaparecer para
siempre dejándolo todo.
—Mi familia no lo permitiría.
—¿Quién? ¿Tu madre, con la que discutiste en Luz de Luna y a la que no
soportas? ¿O tu padre, que siempre ha estado ausente?
Ese hombre sabía todo de ella, había hecho bien los deberes.
—Matías te ha ido poniendo al día de todo, ¿verdad?
—Así es. Mi hijo no hace más que meterse en problemas, pero a veces
puede ser útil.
Se quedaron en silencio, aunque no dejaban de mirarse el uno al otro.
—¿Por qué matar a esas personas? ¿A Camila?
—Gloria me amenazó con contar los trapos sucios que descubrió en la
productora y le ofrecí un papel más importante a cambio de otros favores.
Se negó y me dijo que me iba a denunciar. —Se puso de pie—. No iba a
permitir que una mocosa echara por tierra todo aquello por lo que he
trabajado.
Sophie seguía luchando por aflojar la cuerda que apretaba sus muñeca;
cada movimiento se convertía en una batalla contra el dolor creciente.
—No puedo creer que una «niñata», como tú dices, sea tan peligrosa
hasta el punto de matarla.
Su rostro se volvió siniestro y a Sophie le dio un escalofrío.
—Me señaló con el dedo. Esa puta me señaló con el dedo y me amenazó.
Abrió los ojos, sorprendida.
—¿Por eso lo tenía cortado?
—Le ordené al sicario que contraté que lo hiciera. Él no estaba de
acuerdo, pero el que pagaba era yo.
—¿Y Raúl, el pobre chico que apareció en el vertedero? ¿Por qué?
—Eso fue culpa de mi hijo. Era técnico de sonido y pilló a Matías
robando al director de la serie que estábamos grabando.
—Con todo el dinero que tienes, podías haberle comprado en lugar de
matarlo.
—Esa gente te chantajea el resto de su vida y siempre me pediría dinero.
Además, era gay. Cuanto menos haya de esos en el mundo, mejor.
A Sophie se le paralizó el corazón. Estaba acostumbrada a seguir casos, a
ver documentales sobre gente así, pero escucharlo hablar con esa frialdad,
sin corazón, sin empatía, le produjo escalofríos. Tenía delante a uno de
ellos, un completo psicópata y manipulador.
Ahora se había convertido en una víctima. Saldría en las noticias, la
prensa se apresuraría a desentrañar los detalles de su misteriosa muerte,
especulando sobre si el crimen estaba relacionado con alguno de los casos
que con tanta pasión había investigado: «Famosa influencer dedicada a
investigar desapariciones y asesinatos aparece muerta». Y eso, en el
supuesto caso de que dieran con su cuerpo, porque quizá nunca la
encontrarían.
Probablemente harían una película sobre ella, incluso un documental. En
las redes sociales, sus seguidores compartirían mensajes de condolencia,
creando una oleada de tristeza digital. La pantalla del teléfono se llenaría de
emojis de corazones rotos y comentarios recordando sus mejores
momentos.
Pensó en su familia y, sobre todo, en su madre. Sophie no tendría la
oportunidad de aclarar las últimas palabras duras y dolorosas que le había
dicho. Valeria se quedaría con esa conversación; sería el último recuerdo
que tendría de su hija.
El corazón le latía cada vez más rápido. Notó cómo las cuerdas de la
muñeca comenzaban a aflojarse.
—¿Lo mataste porque era gay?
—Entre otras cosas, sí. Y ordené su muerte.
—Así no te ensuciabas las manos…
Sophie lo miró con repulsión.
—Así es, pero con Camila fue distinto. —Sophie frunció el ceño—. Creo
que, ahora que sé lo que es, me he dado cuenta de que quiero más. Por eso,
voy a disfrutar matándote.
A Sophie se le hizo un nudo en el estómago y creyó que iba a vomitar.
—¿Qué le hiciste a Camila? —murmuró.
—Sabía demasiado. Además, estaba colaborando con la poli. Mi hijo se
enteró, y el muy idiota le dio una paliza y la amenazó. Luego, como
siempre, me llamó para arreglar sus cagadas. Fui hasta Luz de Luna sin que
nadie me viera. Camila estaba en la habitación de Matías, sangraba por la
boca, daba asco verla. —Lorenzo escupió en el suelo y continuó—: Ella
pensaba que la defendería, le hice creer que iríamos juntos a la policía. Por
supuesto, no lo hice, y se metió en mi coche sin saber lo que la esperaba.
Aunque, al ver que nos adentrábamos en el bosque, comenzó a sospechar;
ahí vinieron los lloros y los gimoteos de miedo.
Sophie tuvo ganas de abofetearlo. La rabia que sentía al escucharlo le
estaba dando fuerzas para intentar soltarse.
—Eres despreciable.
—Gracias. —Levantó las cejas, satisfecho—. La llevé hasta el lugar
donde planeaba matarla y lo hice. —Se miró las manos y sonrió—. Fue una
sensación de adrenalina brutal, hacía tiempo que no sentía algo así. Todo es
tan aburrido y protocolario…
—Eres un puto psicópata.
Lorenzo se encogió de hombros.
—Para mí no es un insulto. Tengo los cojones de hacer lo que me da la
gana sin pedir permiso a nadie.
Sophie respiró profundamente y cerró los ojos por un instante para
calmarse.
—Hay algo que no entiendo. ¿Por qué le diste un like a una publicación
del rapero Lautaro Dez desde el perfil de Camila?
Abrió la boca, sorprendido.
—¿Eso hizo? Esa puta… No fui yo. Seguro que, al descubrir lo que
pensaba hacer, intentó mandar un último mensaje, pero no le salió bien,
porque ni tú misma lo entendiste. Alba, la poli, quería saber quién era el
proveedor de Matías con las drogas. Ese fue su último like, en un burdo
intento de avisarla de quién era. Por eso mi hijo la golpeó, aunque él no
tenía los cojones para matarla ni lo veía necesario. Yo he descubierto que
disfruto haciéndolo. —Se acercó a ella y la agarró del cuello con una mano
—. Ahora eres la siguiente y quiero ver cómo tus ojos se apagan sabiendo
que nadie te encontrará, ni tus padres ni Saúl. Nadie. Que tus seguidores te
odian y que has fracasado.
Sophie sintió la implacable presión en el cuello, y cómo, con cada
segundo, el aire dejaba de entrar en sus pulmones. Sus manos,
desesperadas, intentaron llegar hacia las de él para apartarlo, pero aún las
tenía atadas. El pánico se apoderó de ella. Iba a morir y lo último que vería
serían esos ojos azules que la miraban con una frialdad inhumana. El
penetrante olor a rancio aftershave le provocó una arcada, y su visión
comenzó a nublarse. Una pregunta absurda llegó a su mente. ¿Cuál había
sido su último like? Un detalle tan trivial que le pareció absurdo.
Cada fibra de su ser gritaba por la libertad, por escapar de esa muerte
siniestra y palpable.
Agotada, y sin saber de dónde emergió su última reserva de fuerzas,
Sophie logró soltar la cuerda que aprisionaba sus muñecas. Impulsada por
la adrenalina de supervivencia, lo golpeó en la cara. Él se cayó hacia atrás,
sorprendido. Se incorporó e intentó ir hacia ella, pero Sophie se había
puesto de pie y le dio una patada antes de que pudiera agarrarla.
Vio la furia en el rostro de Lorenzo, que se abalanzó sobre ella. Sophie lo
esquivó y él se estrelló contra la pared con violencia. Ahora o nunca, debía
abrir esa puerta y escapar. Logró tirar de la manilla y, antes de salir, empujó
de la furgoneta a Lorenzo, que salió despedido hacia el suelo, lo que le
permitió ganar esos segundos que necesitaba para bajar e ir hacia la puerta
del conductor. Las llaves estaban puestas. Consiguió arrancar mientras veía
a Lorenzo levantarse por el retrovisor e ir hacia ella a toda velocidad. Cerró
los seguros justo cuando él golpeaba la ventanilla con rabia.
—¡Puta! No vas a poder escapar.
Sophie pisó el acelerador y giró el volante hacia un lado para golpearlo.
El cuerpo de Lorenzo chocó con violencia contra un árbol mientras ella
seguía avanzando. La furgoneta daba tumbos sobre el suelo irregular y su
cuerpo se movía de un lado a otro en el asiento.
Aunque estaba rodeada de árboles, al menos la luz de los faros de la
furgoneta le permitía tener cierta visibilidad. A lo lejos vio una carretera y
se dirigió hacia allí, sin embargo, al mirar por el retrovisor notó que otro
coche se acercaba. Cada vez estaba más cerca. La tensión se apoderó de
ella. Distinguió al conductor, que llevaba un chubasquero negro.
Seguramente era su cómplice, el responsable de los otros dos asesinatos, y a
su lado estaba Lorenzo.
Sophie rezó en silencio y pisó a fondo el acelerador; si la alcanzaban, ya
no tendría ninguna oportunidad de salir con vida.
CAPÍTULO 39
Mara miraba la pantalla del móvil sin pestañear mientras sus uñas eran
víctimas de la tensión que la embargaba. Aún no se podía creer lo que Saúl
estaba a punto de hacer. Nunca lo había visto de esa manera; sin dormir,
nervioso, deambulando como alma en pena desde que Sophie había
desaparecido, y seguían sin conocer su paradero.
No le gustaba la idea que se les había ocurrido a Saúl y a Hank para
encontrarla, aunque tampoco sabía qué más hacer, por lo que deberían
intentarlo. Esperaban que aquella idea funcionara, y si no lo conseguían, al
menos podrían arreglar el daño que le habían hecho en las redes.
Deseaba con todas sus fuerzas que aquello ayudara a encontrar a Sophie.
Observó que el círculo del directo de Sophie se activaba en su perfil de
Instagram y accedió. En la pantalla se veía a Saúl, que estaba sentado en su
despacho, mientras los seguidores se iban añadiendo al directo. La falta de
sueño se reflejaba en sus ojos cansados, pero la determinación de ayudar a
Sophie lo mantenía en movimiento.
Hank le había dado las claves de la cuenta de Sophie para poder acceder.
Mara comenzó a leer los comentarios de las personas que iban entrando al
directo: «¿Quién es este tío?», «¿Dónde está Sophie?», «Dios, ¿le ha pasado
algo?», «Que hable ya, cojones».
Mara miró a Alba, que acababa de entrar en el comedor y se sentó junto a
ella.
Saúl respiró profundamente y habló:
—Hola, soy Saúl Garza, y estoy aquí para pediros ayuda. El vídeo que
subieron de Sophie estaba manipulado. —Mara apreció cómo su hermano
entrelazaba los dedos y se le quedaban los nudillos blancos—. Desde que
llegó al centro, le costó mucho expresar todo lo que sentía. La presioné para
que lo hiciera, para que lograra abrirse y contara qué era lo que necesitaba
de verdad. En uno de esos momentos, se enfadó y liberó mucho de lo que
tenía dentro. He pedido permiso a su familia para enseñar este vídeo en las
redes. —Se frotó las manos, nervioso—. Lo que voy a enseñaros es algo
privado e íntimo de ella, pero alguien que estaba en el centro la grabó sin su
permiso y cortó las partes en las que hablaba de sus seguidores,
manipulando la conversación. Este es el vídeo real.
Saúl no puso el vídeo completo, solo la parte que habían falsificado.
Colocó el móvil delante de la cámara y se vio a una Sophie enfadada y, al
mismo tiempo, dolida:
«Quieres que diga que mis seguidores son unos mierdas y que soy una
falsa solo para conseguir sus me gusta. Que no los soporto y aborrezco
cuando se me acercan. —Suspiró—. Pues te equivocas, porque son los
únicos que me entienden, que me quieren por lo que hago, que me
transmiten sus miedos, sus inseguridades. Sus palabras son aire fresco para
mí, e incluso ahora los extraño. Echo de menos a una seguidora con la que
hablo casi todas las semanas. Ha estado ahí en cada paso que he dado,
incluso cuando murió mi abuelo fue un gran apoyo. Su perfil es
@alwayscairde, que significa siempre amigas, y eso es justamente lo que
ella me ha regalado, momentos compartidos en lo bueno y en lo malo, como
muchos otros. Gracias a ellos, puedo hacer cosas que me gustan».
A Mara se le escapó una lágrima. Sintió que no podía respirar y que el
pecho le dolía. Las palabras y el gesto de dolor de Sophie traspasaban la
pantalla. Ese día, Saúl logró que liberara esas emociones que siempre le
había costado mostrar. Desde que se habían reencontrado, Mara era aún más
consciente de lo mucho que le importaba, de los buenos y malos momentos
que habían vivido juntas y de lo que la necesitaba en su vida. Por eso estuvo
ahí sin revelarle quién era en realidad; al menos, así podía mantener algún
tipo de contacto con ella.
Los comentarios no se hicieron esperar: «Dios mío, ¿quién ha podido
cortar el vídeo y hacerle esto?», «Pobrecilla, se ve que lo está pasando
mal», «Qué injusticia lo que le han hecho», «Y yo pensando que era lo
peor».
Saúl volvió a hablar:
—Ahora sabemos quién está detrás de esto y lo denunciaremos a su
debido momento, pero necesitamos vuestra ayuda para encontrar a Sophie.
Ha desaparecido. Alguien se la ha llevado a la fuerza y lo más probable es
que esté en peligro. Creemos que la tienen retenida en una furgoneta como
esta. —Enseñó una imagen de un vehículo de color marrón y dijo la marca
y el modelo—. Si alguien la ve, por favor, que se ponga en contacto por
mensaje directo en la cuenta de Instagram de Sophie. Toda ayuda es poca
para intentar localizarla antes de que le ocurra algo.
—No lo hagas —susurró Mara a la pantalla como si la fuera a escuchar.
—Si veis a este hombre —enseñó otra imagen, esta vez de Lorenzo, el
productor, y Mara se llevó la mano al pecho—, informadnos también.
Creemos que tiene algo que ver con su desaparición.
—Se acaba de meter en un buen lío —dijo Alba, meneando la cabeza de
un lado a otro.
—Está loco. No tenía que haberlo acusado públicamente. Ese hombre
tiene mucho poder, va a arruinar su carrera y aún más si no tiene las pruebas
suficientes.
—Ha lanzado un órdago —confirmó Alba, que agarró el brazo de Mara
—. Espera.
Se quedaron calladas para seguir escuchándolo.
—Por favor, ahora más que nunca necesita vuestra ayuda. Esta vez es
ella la persona desaparecida y necesito encontrarla con vida. No la creía
cuando me decía que había creado una relación especial con sus seguidores,
que sentía que muchos de ellos eran como amigos, que le transmitíais
vuestro amor y ayuda. Por favor, necesito creerla y, sobre todo, que no la
decepcionéis. Gracias a todos y todas.
La comunicación se cortó mientras ellas seguían mirando la pantalla
como si Saúl siguiera ahí. Alba colocó una mano en el hombro de Mara.
—Ya está hecho. Esperemos que logren encontrarla. La policía también
está haciendo todo lo posible.
Mara asintió. Necesitaba con todas sus fuerzas que así fuera; ya había
perdido a su padre, no quería perderla también a ella. Y mucho se temía
que, si algo malo le ocurría a Sophie, también perdería a su hermano. Saúl
no podría con la culpa porque había sido él quien le había propuesto volver
a casa.
Dos horas más tarde, habían recibido cientos de mensajes. Se fueron
organizando entre Hank, Nozomi, Mara, Alba y Saúl para ir leyéndolos y
comprobar si había alguno que fuera relevante y diera con alguna pista de
dónde podría estar Sophie.
Saúl se sorprendió al ver cómo los seguidores de Sophie se habían
volcado tanto con ellos. Habían localizado el lugar donde se había visto a
Lorenzo por última vez subiendo a una furgoneta que coincidía con la
descripción que dio Saúl. Hank también había dado con el hombre que
Nozomi había descrito, basándose en las declaraciones de varios testigos
cuando Gloria desapareció: un hombre alto, con gabardina y que solía llevar
siempre la capucha puesta.
Lo había seguido hasta el lugar donde había alquilado la furgoneta y por
eso pudieron identificarla. Hank y Saúl decidieron arriesgarse con respecto
a Lorenzo. Estaban seguros de que tenía algo que ver con los asesinatos, y
ahora también sabían que estaba relacionado con la desaparición de Camila.
Se encontraban los tres en el despacho y, mientras seguían revisando los
mensajes, Alba recibió una llamada. Se alejó un poco de la mesa donde
estaban sentados y Mara posó la mano en la de Saúl.
—¿Estás bien? Deberías descansar un poco.
—No. Hasta que no la encontremos, no lo haré.
Mara apretó con suavidad su piel.
—Sophie ha conseguido llegarte al corazón. —Saúl la miró y sonrió con
tristeza.
—¿Quién lo iba a decir? Una mujer que está conectada todo el día a
Internet y que vive de ello. De las cosas que más odio y he caído rendidito
en sus redes.
—Nunca mejor dicho.
Ambos rieron.
—Tenemos algo —dijo Alba, que acababa de colgar la llamada—. Han
localizado una furgoneta cerca de la salida quince, junto a la gasolinera. Iba
haciendo eses y a bastante velocidad. La policía está yendo para allá.
—Es el mismo sitio donde la han visto varios seguidores. Acaban de
mandar una foto —dijo Mara.
Saúl se levantó con rapidez y la silla sonó al arrastrarse contra el suelo.
—Vamos para allá. No puedo seguir aquí sin hacer nada más.
—Me quedo con Lucía —dijo Mara mientras abrazaba a su hermano—.
Ten cuidado.
Él la besó en la frente y salieron a toda velocidad para allá.
A Saúl se le hizo eterno hasta que llegaron a la zona donde habían visto
la furgoneta por última vez. Según se acercaban, vieron que los coches iban
muy despacio. El corazón parecía que se le iba a salir del pecho cuando
observó que, a lo lejos, había varias ambulancias y un coche de la Guardia
Civil.
—¿Qué haces? —preguntó Alba al ver que Saúl se quitaba el cinturón.
—Tengo que ver qué ha ocurrido.
Saúl escuchó cómo ella le pedía que esperase, aunque él ya había salido
del coche y comenzó a correr hacia la zona del accidente. No paraba de
repetir en su mente, una y otra vez, que por favor Sophie se encontrara bien.
Cuando ya estaba a solo unos metros, se quedó helado y se detuvo al ver
que en el suelo había un cuerpo cubierto con el papel de aluminio que
solían utilizar las ambulancias.
—No… —murmuró—. No puede ser ella.
Se acercó despacio. No quería enfrentarse a lo que estaba a punto de
descubrir. El estómago se le revolvió y las piernas se le doblaron de la
impresión solo de pensar que fuera Sophie.
—No puede pasar —dijo uno de los guardia civiles que estaba allí.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó apenas sin voz.
—Por favor, señor, márchese.
Saúl sintió cómo la adrenalina aparecía mezclada con el pánico y le gritó:
—¡Déjeme pasar, joder!
En ese momento apareció Alba y enseñó su placa.
—Perdona, puede que sea un familiar. ¿Es una mujer la que está ahí?
—Sí. —Ambos se miraron y Saúl se llevó las manos a la cabeza—. Está
en la ambulancia, se la van a llevar ahora. Ha sufrido un fuerte golpe en la
cabeza y tiene hipotermia.
—¿Está viva? —preguntó Saúl.
El guardia civil miró el cadáver en el suelo.
—Joder, sí, perdona. El que está ahí es un hombre que presuntamente la
estaba siguiendo.
—Tengo que verla.
El hombre fue a agarrarlo, pero lo esquivó y escuchó cómo Alba hablaba
con él para que no lo detuviera. No lo siguió, por lo que pensó que había
conseguido convencerlo. Fue corriendo hacia la ambulancia y entonces la
vio; el rostro pálido de Sophie estaba marcado por la tensión y el cansancio.
Un vendaje cubría su brazo y el suero goteaba lentamente por la vía que
tenía puesta. No estaba seguro de si tenía algún otro daño porque el resto
del cuerpo permanecía tapado.
Subió al vehículo, se arrodilló a su lado y le cogió la mano. La fragilidad
de Sophie en ese momento era evidente, y Saúl deseó poder borrar todo el
dolor que había sufrido.
—Sophie.
Ella miró hacia él y abrió los ojos.
—Saúl…
—Tranquila, no hables. Ya estás a salvo.
—Tenemos que irnos —dijo uno de los enfermeros—. No puede estar
aquí.
—Es… Espere —Sophie intentó levantarse, pero Saúl se lo impidió.
—Seguiré a la ambulancia y nos vemos en el hospital.
—No.
Se quería incorporar, estaba inquieta y, por la mirada de preocupación
que reflejaban sus ojos, entendió que quería decirle algo. Se acercó más a
ella.
—¿Qué ocurre?
—Lorenzo… —Le costaba hablar—. Ha ido a por Mara y Lucía. —Saúl
abrió los ojos, sorprendido—. Tienes… que… volver. Rápido.
Sophie cerró los ojos y se desmayó.
—Señor, baje de la ambulancia.
No tenía tiempo que perder. Lorenzo debía haberse enterado de lo que
había dicho de él en el directo de Instagram y querría vengarse. Mierda.
Preguntó a qué hospital la llevaban y salió a toda velocidad hasta que se
encontró a Alba.
—Debemos irnos. Lorenzo va a por Mara y Lucía.
Rezó para que no fuera demasiado tarde.
CAPÍTULO 40
Saúl no recordaba haber conducido tan rápido en toda su vida. Se le habían
quedado los nudillos blancos de agarrar el volante con tanta fuerza. Durante
el camino, Alba le contó que el guardia civil la había informado sobre el
accidente. Al parecer, el coche perseguía a la furgoneta, la golpeó y salieron
despedidos fuera de la calzada. Según algunos testigos, uno salió corriendo
y el otro murió en el acto. Sophie se quedó inconsciente hasta que llegó la
ambulancia.
Por fin llegaron a Luz de Luna y divisaron un vehículo aparcado. Le
costaba creer que fuera el vehículo de Lorenzo; parecía viejo y destartalado,
lo habría robado cuando tuvieron el accidente.
Salieron del coche a toda velocidad y se apresuraron hacia la casa
principal. Al entrar, el silencio resultaba aterrador.
—¡Mara! ¡Lucía! —gritó Saúl.
No se escuchaba nada. Fue abriendo las puertas de las distintas
habitaciones, pero no estaban allí. De pronto, escuchó un grito en la parte
de arriba y, a continuación, un golpe fuerte que hizo que retumbaran las
ventanas.
Saúl subió las escaleras de dos en dos, entró en la habitación de Lucía y
lo que vio lo dejó sin respiración: Lorenzo agarraba a Lucía contra su
cuerpo y la amenazaba con un cuchillo en el cuello, mientras que Mara
estaba bocabajo tirada en el suelo.
—¡Tío! —gritó, angustiada.
—Tranquila, estoy aquí —Su voz no sonó tan tranquilizadora como
esperaba—. Lorenzo, suéltala o…
—¿O qué? —Apretó un poco más el cuchillo y Lucía protestó.
La cara de Lucía era de terror y las lágrimas no dejaban de resbalar por
sus mejillas. Saúl le mostraba las manos mientras se acercaba despacio.
—No le hagas daño.
—Quizá vaya a la cárcel, pero te voy a destrozar la vida, como has hecho
tú conmigo.
—Eso lo has hecho tú solito. Nadie te pidió que matases a esas personas.
—Lorenzo estrechó los ojos—. Ella no tiene nada que ver, suéltala, es a mí
a quien quieres.
—No. Es a ti a quien voy a joder para que seas tú el que tenga que ir a
terapia el resto de su vida.
Saúl volvió a mirar el cuerpo de su hermana. ¿Estaba muerta? No la veía
respirar. No sabía qué hacer. Si se acercaba, estaba seguro de que le
rebanaría el cuello a Lucía, pero lo peor era que, si no hacía algo, iba a
conseguir el mismo desenlace. Entonces escuchó la voz de Alba a su
espalda.
—Suéltala, hijo de puta. —Su voz sonó tranquila y segura.
Le apuntaba con un arma sin desviar los ojos de su objetivo.
—¡Vaya! La que faltaba. La puta policía que obligó a Camila a acercarse
a mi hijo. Parece que te salió mal la jugada. ¿No te sientes mal por su
muerte?
Escuchó cómo Alba quitaba el seguro de la pistola.
—No eres más que un cabrón que se ha creído siempre con poder, pero
ahora solo tienes dos opciones. O te pego un tiro en la cabeza antes de que
ni siquiera puedas rozar a Lucía, o irás derecho a la cárcel en cuanto llegue
la policía. Ambas opciones son de lo más atractivas, aunque, si te soy
sincera, prefiero que me des una excusa para dispararte.
En el rostro de Lorenzo vio la rabia contenida; apretó los labios y
estrechó los ojos mirándola con tanto odio que Saúl se estremeció. Las
pulsaciones le iban a mil por hora. Sus pies querían correr hacia Mara para
comprobar si respiraba, y al mismo tiempo, abalanzarse sobre Lorenzo para
liberar a Lucía y verla a salvo.
—Te equivocas, Alba —dijo Lorenzo—. Sí hay otra opción. Vais a
dejarme salir de la habitación y me iré con Lucía. Nos lo pasaremos bien
antes de que podáis localizarnos.
Lorenzo olió su pelo y ella cerró los ojos.
—Te voy a matar —dijo Saúl yendo hacia él.
—Ni se te ocurra. —Clavó el cuchillo con más intensidad en el cuello de
Lucía.
—¡Ay!
Vio cómo un hilo de sangre recorría la piel de su sobrina.
—¡Para! Está bien. Alba, déjalo salir.
Ella se apartó y Lorenzo rodeó la habitación sin dejar de mirarlos a la vez
que se protegía con el cuerpo de Lucía.
—Cierra la puerta —ordenó a la niña—. Ni se os ocurra abrirla hasta que
hayamos salido o me la cargo.
Saúl y Lucía se miraron. Él le transmitía que se tranquilizara intentando
darle seguridad y ella parecía despedirse, muerta de miedo.
En cuanto se cerró la puerta, Saúl fue hacia Mara y le tomó el pulso.
—Está viva.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Alba, a la vez que se apoyaba en las
rodillas.
—¿Qué cojones hacemos?
Entonces sonaron varios golpes. Saúl tuvo el impulso de salir corriendo,
pero Alba lo agarró del brazo. Se miraron confundidos. ¿Y si salían y le
hacía daño a su sobrina? Antes de que pudieran reaccionar y decidirse, la
puerta se abrió despacio.
Se quedaron paralizados y apenas sin respiración hasta que la vieron.
Era Lucía.
Corrió hacia Saúl y se abrazaron con fuerza.
—¡Dios mío! ¿Estás bien?
—Sí, lo he empujado por las escaleras en cuanto he notado que me
soltaba para bajar. —Se apartó de él y fue hacia su madre—. ¡Mamá!
Saúl salió disparado de la habitación y bajó las escaleras. Al llegar afuera
de la cabaña, se topó de bruces contra él. El tiempo pareció congelarse un
instante, pero, antes de que pudiera reaccionar, un dolor agudo y penetrante
le perforó el costado. Saúl bajó la mirada y vio el destello metálico del
cuchillo clavado en su cuerpo.
—No era lo que esperaba, pero al menos tendré el placer de verte morir.
Lorenzo se lo sacó para intentar volver a darle una estocada. Saúl notó
que perdía fuerza en las piernas, pero justo un segundo antes lo empujó para
apartarlo de él.
—Detente o disparo.
Alba apareció detrás de Saúl. Lorenzo aún tenía el cuchillo en la mano y
destilaba determinación en sus ojos; ese hombre prefería morir a acabar en
la cárcel. Fue de nuevo hacia Saúl, pero ella le disparó en la pierna y cayó
de rodillas.
Alba se acercó y, con el pie, alejó el cuchillo, que ahora estaba en el
suelo.
—No te voy a dar el placer de morir, hijo de puta. Te pudrirás en la
cárcel.
—¡Puta!
—Sí, pero esta puta te ha atrapado. —Le apretó en la herida y él gritó de
dolor, después lo esposó.
Alba se acercó a Saúl, que estaba sentado.
—Me encuentro mal…
—Lo sé, tranquilo. —Alba presionó la herida para detener la hemorragia
—. La policía y la ambulancia no deben tardar.
—¿Y Mara?
—Está bien, tranquilo. Tiene un golpe en la cabeza, ahora la mirarán los
médicos.
Justo en ese instante, escucharon las sirenas.
—¿Por qué siempre llegáis cuando el asesino está muerto o ya lo han
atrapado?
—Has visto muchas películas —dijo Alba sonriendo.
—Es justo lo que ha pasado ahora.
—Te equivocas, la policía ya estaba aquí. —Se señaló a sí misma.
Saúl sonrió y se mareó, todavía con la mano en el costado, mientras Alba
continuaba presionando la herida. Se tumbó en el suelo y miró hacia arriba.
El cielo estaba despejado y solo se veían algunas nubes. A lo lejos, escuchó
la voz de Lucía, pero sus ojos se cerraron poco a poco hasta que dejó de
percibir lo que ocurría a su alrededor y se sumió en la oscuridad.
FIN
NOTA DE LA AUTORA
Querida lectora, me gustaría proponerte algo. Al igual que Sophie, tengo
una cajita donde mi marido y yo hemos ido anotando nuestros objetivos,
metas y sueños. La primera vez que lo hicimos, cada uno metió un papelito
sin decirle al otro qué había puesto. Cerramos la caja y la abrimos tres años
después. Nos sorprendimos al ver que, de los diecisiete papeles que
habíamos añadido, quince se habían cumplido. Decidimos hacerlo de nuevo
y por ahora esos sueños están guardados en nuestra cajita, esperando a ser
abiertos. Esperaremos un poco más.
Si te animas a hacer lo mismo, me encantaría que lo compartieras
conmigo en las redes y que, dentro de dos años o el tiempo que consideres
oportuno, abras la caja y me cuentes cuántos de tus sueños se han hecho
realidad.
No todo lo que se hace en las redes es malo; al contrario. Hay muchas y
bonitas iniciativas y me gustaría formar parte de una de ellas y que tú
también seas partícipe.
Cuando investigué sobre las redes sociales, la tecnología y el impacto
que tienen en nosotros al estar tan enganchados al móvil, me sorprendí al
darme cuenta de cuánto nos controlan simplemente con dar un «me gusta»,
compartir o comentar publicaciones. Y lo peor es que pensamos que somos
nosotros quienes elegimos, pero nada más lejos de la realidad.
No digo que no seguiré utilizando las redes y el móvil, pero sí que es
cierto que ahora tengo más conciencia en ciertas cosas para evitar esa
manipulación. Es importante contrastar las noticias y no quedarse solo con
las opiniones más afines a uno mismo. Es mejor tener una mentalidad
abierta para ver qué es lo que dicen los demás. Ten cuidado con los enlaces
que pinchas, ya que podrían obtener una gran cantidad de datos sobre ti.
Apaga el móvil por la noche y observa lo que te rodea; a veces, parece que
lo único que vemos es lo que está dentro de la pantalla y nos olvidamos del
resto.
Y lo más importante: deja el móvil a un lado cuando estés con personas a
las que quieres. Ese tiempo no vuelve y las redes siempre estarán ahí.
Gracias por haberle dado una oportunidad a esta novela. Espero que te
haya gustado. Si es así, me ayudaría mucho que compartieras tu valoración
en Amazon. Mil gracias de nuevo ☺
Este código QR te lleva a la página de Amazon.
FUISTE TÚ
Sheila trabaja como agente del FBI. Después de varios años detrás de
una famosa banda criminal, se le presenta una buena oportunidad para
atraparles. Sin embargo, lo que no imagina es que, para lograrlo, acabará
infiltrada como funcionaria de prisiones en una cárcel de máxima
seguridad, rodeada de asesinos y violadores. Los fantasmas del pasado
regresarán para atacarla con fuerza y sus miedos, que creía tener bajo
control, se volverán más fuertes. Pero no solo tendrá que enfrentarse a sus
temores, sus propios valores se verán comprometidos por tener que
acercarse a una de las personas que más rechazo y curiosidad le provoca.
No obstante, hará lo que sea necesario para conseguir la confianza del
hombre que cumple condena por la muerte de la hija de una de sus mejores
amigas.