El Último Like Jessica Lozano

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Copyright © 2024 Jessica Lozano
All rights reserved.
Título: El último like
Edición publicada en mayo de 2024
Página de la autora: https://jessica-lozano.com/
Instagram: @jessica._.lozano
Diseño de cubierta: Adela Aragón
Maquetación: ADYMA Design
Corrección: Carol RZ (Deletréame)
No envejeces cuando se arruga la piel,
sino cuando se arrugan los sueños y esperanzas.
ÍNDICE
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Epílogo
Nota de la autora
Agradecimientos
Otras novelas de Jessica Lozano
PRÓLOGO
Abrió los ojos, pero la oscuridad seguía ahí. Dudó por un momento de si
realmente sus párpados permanecían cerrados. Aturdida y sin recordar qué
era lo que había ocurrido, intentó moverse sin éxito. Sus manos estaban
atadas a su espalda, y fue en ese momento cuando le llegó la imagen clara y
nítida de estar corriendo a través del bosque.
Alguien la perseguía, la misma persona que había estado buscando
durante meses, la misma que había cometido varios asesinatos y de la que
ahora sabía su identidad. ¿Cómo había podido estar tan ciega? El corazón
comenzó a latirle tan rápido que pensó que moriría antes de que esa persona
pudiera acabar con su vida. Intentó estirar las piernas, pero se golpeó con
algo. Cuando quiso girarse para ponerse bocarriba, fue consciente de que
estaba atrapada en algún tipo de caja.
Respiraba con dificultad, tenía la boca completamente seca y su ropa
todavía estaba húmeda. Mierda. ¿La iba a dejar ahí para que muriera de esa
forma? ¿Estaba bajo tierra? El calor era insoportable y sintió un sudor frío
recorrer su cuerpo. Se revolvió todo lo que pudo intentando liberarse,
aunque sabía de antemano que no lo lograría. Quería gritar y, al mismo
tiempo, llorar de rabia, de frustración por verse totalmente indefensa.
¿Así era como se sentían las víctimas desaparecidas o secuestradas? Una
lágrima resbaló por su mejilla. Era irónico que hubiera acabado en esa
situación, le parecía irreal. Quizá nunca encontrasen su cuerpo ni se sabría
qué le había sucedido. Fuera como fuese, el morbo estaba servido. Tal vez
se lo merecía.
Lo que más lamentaba era la última conversación que había tenido con
ella y pensar que ya no tendría oportunidad de aclarar las cosas, que ya no
iba a volver a verla. Cerró los ojos con fuerza y su miedo aumentó al
escuchar unos pasos que se aproximaban, hasta que el sonido de un candado
abriéndose provocó que su cuerpo se tensara aún más. La luz se abrió paso
y el aire refrescó su rostro.
Logró enfocar y ver a la persona que tenía delante. Si había tenido una
leve esperanza de que alguien la hubiese encontrado, se esfumó cuando vio
sus ojos, esos ojos que le decían que todo iba a llegar a su fin en ese mismo
instante.
lectuepub2.com

CAPÍTULO 1
Sophie observaba al hombre que estaba apoyado en la columna con los
brazos cruzados. Le había llamado la atención porque era el único que se
mantenía al margen de lo que sucedía en esos momentos en la alfombra
roja. Su expresión era seria, con la mirada fija en las personas que posaban
para la foto de rigor en el photocall, cuyo fondo era la imagen de la serie
que se estrenaría en unos días en Netflix. Parecía fuera de lugar, quería
pasar desapercibido y lo conseguía, excepto para Sophie, a quien le gustaba
analizar en silencio los movimientos de los demás. Le daba información de
las intenciones que tenía cada uno.
El hombre cambió de postura y metió las manos en los bolsillos del
pantalón del traje negro y ceñido, que le quedaba como un guante. Debía
tener su misma edad, unos veintiocho años. Su atractivo era innegable e iba
vestido en sintonía con el evento, aunque se percibía cierta incomodidad en
su actitud. Se aflojó el cuello de la camisa blanca y resopló mientras miraba
sin interés al resto de las personas, aburrido. Echó un vistazo a su reloj
como si quisiera irse de allí lo antes posible.
No lo había visto antes; si fuera así, lo sabría.
Sophie desvió la mirada hacia la izquierda, donde los periodistas y
fotógrafos estaban al acecho para conseguir la mejor imagen o entrevista.
La pareja protagonista de la serie acababa de entrar en la alfombra roja, y
los fans que estaban a varios metros de distancia detrás de la valla metálica
comenzaron a gritar entusiasmados.
Era el preestreno y, como solía suceder, tenía la invitación garantizada,
uno de los privilegios por ser una influencer con miles de seguidores.
Volvió a mirar en dirección al hombre que había captado su atención,
pero ya no se encontraba allí.
El resto del elenco de la serie posó en el photocall durante un rato más.
—¡Sophie! Prepárate, eres la siguiente para la foto —dijo una de las
encargadas de la organización del preestreno.
Le sujetó el bolso y la cazadora de cuero que llevaba, a conjunto con el
vestido rojo ajustado hasta la cintura y suelto hasta las rodillas. A Sophie
todavía le sorprendía que personas desconocidas se dirigieran a ella
llamándola por su nombre y con una cercanía que ni siquiera tenían. No
sabía por qué todavía le venían esos pensamientos, ya que desde muy
pequeña su vida había sido así.
—Ya puedes pasar —comentó la encargada, dándole un suave empujón
para que fuera a posar ante los fotógrafos y las cámaras.
—¡Sophie! ¡Mira aquí! ¡Aquí! ¡Sí!
Escuchaba las voces de los medios, que le iban diciendo dónde tenía que
mirar mientras posaba sonriendo. Se dio la vuelta y se apartó el pelo a un
lado para mostrar el escote, que dejaba ver su espalda desnuda. Colocó las
manos en la cintura y giró la cabeza por encima del hombro. Se le daba
bien; no sentía vergüenza ni nerviosismo, estaba acostumbrada a las luces
de los flashes.
La misma encargada le hizo un gesto con la mano para que avanzara y
pudiera continuar el siguiente. Le devolvió el bolso y la cazadora de cuero.
Todavía faltaba una hora para que comenzase la emisión del primer
episodio de la serie, y no conseguía disfrutarlo como otras veces. El motivo
era un mensaje privado que había recibido hacía unas horas en sus redes y
que la había dejado descolocada. Al ir distraída, se chocó con una de las
camareras; se disculpó y se dijo a sí misma que debía olvidarse de eso y
centrarse. Desde que lo leyó tuvo clara su decisión, no sabía por qué seguía
pensando en ello.
Se acercó a una modista que hacía tiempo que no veía y charlaron
durante un rato; después, fue saludando a los conocidos que se solía
encontrar en aquel tipo de eventos. Tampoco le costaba hablarles; lo hacían
de una forma superficial, por eso le resultaba tan fácil. Nadie quería
profundizar, solo saber qué pretendía hacer, cómo le iba con su canal, sus
proyectos, dónde se había comprado ese pintalabios, el vestido que llevaba
o a qué peluquería había ido. Y, por supuesto, cuál sería el siguiente crimen
o desaparición que narraría en sus redes.
Era una influencer un tanto atípica; su temática giraba en torno a
asesinatos, crímenes sin resolver y desapariciones. Gracias a su perfil, había
conseguido localizar a una docena de personas. Le gustaba la investigación,
pero siempre y cuando lo hiciera a través de las redes; nunca se implicaba
de manera presencial.
También hablaba sobre series y películas cuyo contenido tuviera
suspense e intriga. Directores y productores la invitaban a sus eventos, ya
que así obtenían publicidad a través de su cuenta y, de paso, conseguían
mucha más visibilidad.
Entró a la sala donde se iban a proyectar los dos primeros capítulos de la
serie y se sentó en el asiento que le indicaron. Nada más hacerlo, se
descalzó y sintió un alivio inmediato en los dedos de los pies. Las sandalias
negras de tacón eran cómodas, pero nada como unas Converse. Intentó
reprimir un bostezo. Esa noche, además de distraída, estaba algo cansada; le
hubiera apetecido quedarse en casa y continuar viendo la serie coreana a la
que se había enganchado solo con el primer episodio. Al menos, esta vez el
evento era en Madrid, su lugar de residencia, y no tendría que viajar y
dormir en un hotel.
El asiento se encontraba en el pasillo y lo agradeció, ya que no estaría
embutida entre dos personas. Aún no se había sentado nadie a su derecha.
Se apagaron las luces y vio una sombra por el rabillo del ojo; levantó la
mirada y ahí estaba él, el hombre que había visto antes apoyado en la
columna.
—Disculpa —dijo él en un susurro.
Ella se levantó al percatarse de que quería acceder a la fila de los
asientos. En lugar de hacerlo de espaldas, lo hizo de frente, por lo que sus
piernas se rozaron debido a la estrechez que había entre las butacas
mientras él la miraba brevemente en la oscuridad de la sala.
No distinguió el color de sus ojos, pero su mirada era directa e
interesante.
Se sentó a su lado, y su aroma fresco le llamó la atención. Intentó
centrarse en otra cosa que no fuera el brazo de ese hombre. La tela del traje
le acariciaba la piel. Se apartó de él y metió el móvil en el bolso justo antes
de mirar si tenía algún mensaje.
Después de varios anuncios, comenzó la serie y la gente aplaudió
emocionada. El inicio fue impactante: secuestraban a una chica cuando salía
de la discoteca e iba hacia el coche. El secuestrador la estaba esperando en
los asientos de atrás, y terminaban forcejeando hasta que él le clavaba una
jeringa en el cuello.
En la siguiente escena aparecía la protagonista en el metro, mirando a un
chico al que se encontraba todas las mañanas al ir hacia el trabajo. Él
también se había fijado en ella; tenían química, se notaba a través de la
pantalla, la misma que había sentido con el hombre que estaba sentado a su
derecha. Su suave aroma a ropa recién lavada le llegaba en forma de sutiles
ráfagas de aire y, de vez en cuando, notaba el roce de sus piernas. Estuvo
tentada de mirarlo, pero no lo hizo; no quería llamar su atención.
Cuando terminó el primer episodio, los asistentes aplaudieron
entusiasmados. No encendieron las luces; aún faltaba el segundo. Sophie
aprovechó para observarlo. Él volvió a comprobar la hora en su reloj, estaba
claro que se le estaba haciendo insoportable estar allí. Si lo habían invitado
como a ella a la cena que había después, no creía que se quedase, aunque
quizá no estaba entre la lista de la gente vip de esa noche.
El público aprovechó para mirar sus móviles antes de que comenzase el
nuevo episodio. No pudo evitar fijarse en que el hombre que estaba a su
lado era el único que no había sacado su teléfono. Si tan aburrido estaba,
podría haber sido una distracción. Ella tampoco había comprobado si tenía
algún mensaje, pero porque tenía un entretenimiento mucho mayor a su
lado.
Su perfil era muy atractivo; los labios algo carnosos destacaban en el
rostro y, bajo la luz tenue del cine, le pareció que sus rasgos lo hacían muy
interesante. Su mano se dirigió al cuello y se desabrochó varios botones de
la camisa. Tenía un cuello muy sugerente en el que se marcaba con
elegancia la nuez. De forma inesperada, él la miró y ella cogió el bolso para
disimular.
Sintió cómo el calor se le extendía por el rostro, menos mal que apenas
había luz en la sala. El segundo episodio comenzó. La serie prometía, le
estaba gustando, pero aún más al tener a su propio protagonista sentado al
lado. En la pantalla, el misterioso hombre del metro era bombero y, sin
saberlo, ellos se iban a encontrar en las clases de baile de salsa, ella para
aprender a bailar y él se vería obligado a investigar la desaparición de la
mujer que habían secuestrado al principio de la serie.
Los asistentes comenzaron a aplaudir al acabar el evento y el elenco al
completo se levantó. Se notaba que habían dejado un buen sabor de boca y
se los veía satisfechos.
Las luces se encendieron y el hombre a su derecha ya estaba de pie,
esperando que le permitiera salir. Le molestó que tuviera tanta prisa por
irse. De repente, se percató de que aún estaba descalza. En un intento por
recoger los zapatos y darle paso, se agachó apresuradamente, pero esta
acción la hizo perder el equilibrio. En medio de la confusión entre dirigirse
hacia los zapatos o permitirle el paso, su cuerpo se inclinó hacia la
izquierda y terminó cayendo al suelo.
Menos mal que se quedó con las piernas cerradas; al caer de lado,
mantuvo la poca dignidad que le quedaba. Se incorporó lo más rápido que
pudo mientras él no dejaba de mirarla con una ceja levantada. Podía al
menos haberse dignado a hacer el intento de ayudarla. Definitivamente, era
imbécil.
Sophie, aún descalza, se colocó a un lado para dejarlo pasar.
—¿Estás bien? —preguntó él.
«Vaya, no es tan sieso», pensó.
—Sí, gracias.
Él se detuvo mirándola más de la cuenta. Escaneó sus labios y Sophie
hizo lo mismo. Por un segundo, creyó ver que su boca se curvaba en una
pequeña sonrisa, pero se desvaneció tan rápido que no estaba segura de si se
lo había imaginado. Finalmente él se giró y se fue. Sophie resopló y volvió
a sentarse para ponerse las sandalias, cogió el bolso y prefirió no pensar
más en ese ser tan amargado, atractivo y extraño.
Salió al hall, donde todos hacían corrillos comentando qué les había
parecido la serie. Era el momento de sacar su móvil y subir una historia a
Instagram para dar su opinión, junto con varios selfies.
Cuando terminó, se dirigió hacia la sala donde iban a servir la cena. El
edificio era de dos plantas; en la primera se proyectaban las películas o
series y en la segunda había un gran salón en el que servirían un catering
para un grupo selecto de los invitados.
Al entrar saludó a varios influencers, también a actores y actrices con los
que había coincidido en más eventos, cenas y fiestas. No paraban de hablar
de las escenas que más les habían gustado. En general, todos se habían
quedado con la sensación de querer seguir viendo más, algo que a ella
también le sucedía.
Comprobó en la entrada del hall que había un camarero, se aproximó al
joven y este le indicó que su mesa era la número siete. Comenzó a andar y,
de pronto, vio que uno de los invitados tropezaba con una de las camareras,
tirándole la bandeja donde llevaba las bebidas. El culpable de lo que
acababa de suceder miró a la chica por encima del hombro y se fue sin
ayudarla ni pedirle perdón. A Sophie le hubiera gustado decirle varias
cosas, pero no era el momento ni el lugar para hacerlo, había demasiada
gente. Se agachó y comenzó a recoger los cristales para ponerlos en la
bandeja.
—¡Oh, no! No se preocupe, por favor, ya lo recojo yo —contestó la
camarera, apurada.
—Tranquila, no me cuesta nada.
Se acercaron varios camareros más y le impidieron continuar recogiendo.
La muchacha le dio las gracias, no solo con su voz, también con su mirada.
Fue hacia su sitio mientras observaba que solo había unas quince mesas
redondas para unas seis personas. Ya estaban todos sentados y el único
asiento vacío era el suyo. Reconoció a una de las parejas: eran Rodrigo y
Sasha. Él era un cantante latino con bastante éxito y su mujer siempre lo
acompañaba.
—¡Hola, Sophie! ¡Qué bien que volvemos a estar juntos en la mesa! —
exclamó Sasha, dedicándole una gran sonrisa.
—Sí, me encanta que coincidamos de nuevo —contestó Sophie a la vez
que la abrazaba, y después se sentó en el asiento vacío—. Creo que han
pasado seis meses desde la última vez que nos vimos.
—¡Medio año! Cómo pasa el tiempo.
—Me encanta tu vestido —afirmó otra de las chicas que estaban
sentadas.
Sophie no sabía quiénes eran esas dos muchachas que la miraban con
admiración, pero le resultaban familiares. Ellas debieron darse cuenta.
—Somos Lily y Lala, diseñadoras.
—¡Ah! ¡Sí! Disculpad, no os había reconocido —respondió Sophie,
llevándose la mano a la frente.
Eran hermanas y habían saltado a la fama por su originalidad y por la
comodidad de sus prendas. Eran aún más conocidas por ser muy jóvenes y
haber alcanzado esa gran visibilidad a una edad tan temprana.
—Tranquila, nos pasa a menudo. Es porque se fijan más en nuestros
diseños que en nosotras, y eso es bueno. Me encanta tu pelo, ¿quién es tu
peluquero?
Sophie llevaba el pelo rojo oscuro con unas mechas más claras en las
puntas que hacían destacar aún más su cabello.
—Me lo tiño yo misma.
—¿Y el peinado te lo has hecho tú?
—Sí, son solo dos trenzas en el flequillo y el resto suelto, no tiene mucho
misterio.
Sophie sonrió.
—Pues, chica, vas espectacular con ese vestido rojo y con la cazadora,
estás de infarto —contestó una de las chicas.
—Gracias.
Sophie sacó el móvil del bolso y lo dejó encima de la mesa, el resto
también lo tenían a su lado; todos, excepto la persona que estaba a su
derecha. Al mirarlo, se le quitó la sonrisa de los labios. Allí estaba de nuevo
el hombre amargado, incómodo y fuera de lugar. ¿Qué demonios hacía allí?
CAPÍTULO 2
Por las miradas de suspicacia que le lanzaban, tampoco parecían conocerlo.
Rodrigo se había cruzado de brazos y reclinado en la silla, mientras que las
dos chicas no se atrevían a fijar sus ojos en él. El hombre, al sentirse el foco
de atención de todos los presentes en la mesa, levantó la copa que sostenía
en la mano.
—Saúl, invitado de honor, pero no soy famoso en nada.
Bebió un sorbo y dejó de nuevo la copa, al mismo tiempo que se
escuchaban varias voces saludándolo.
Junto a cada plato reposaba una tarjeta sobre la mesa, en la que se podía
leer el nombre de cada comensal. Sophie no había escuchado hablar de él:
Saúl Garza, así se llamaba. Por lo general, a las personas a las que invitaban
a las cenas de los preestrenos eran famosos o habían participado en el
rodaje de la serie. Debía ser amigo de alguno de los productores o del
director.
Trajeron el primer plato: champiñones rellenos de jamón, y brócoli
salteado en aceite de semilla de hinojo. Todos, excepto él, hicieron una foto
de la comida para compartirla en redes sociales; Sophie también se hizo un
selfie con las dos diseñadoras y con el cantante y su mujer.
Charlaron animados mientras él permanecía en silencio, aunque estaba
atento a las conversaciones de los demás.
Sophie lo observaba de reojo; la curiosidad por saber quién era y por qué
estaba allí la consumía. Cogió el móvil y se inclinó ligeramente para
confirmar de nuevo el nombre de la tarjeta que estaba junto a su plato. Lo
introdujo en el buscador de Instagram, pero no aparecía nada.
—No estoy en las redes, no me encontrarás ahí.
Sophie dio un respingo al ver que él estaba a un palmo de distancia de su
hombro. La había pillado buscándolo. Joder. De nuevo, notó el calor
subiendo a su rostro.
—Perdona, tenía curiosidad. Es raro no tener redes sociales hoy en día —
contestó, avergonzada de verse descubierta.
Los demás seguían charlando sin prestar atención a ninguno de los dos.
—Si quieres saber algo de mí, puedes preguntarme. Lo que ves detrás de
esa pantalla no suele ser real, solo una vida de gente que finge ser quien no
es. Es puro teatro.
Sophie estrechó los ojos mientras él apoyaba el brazo en la mesa, pero su
cuerpo estaba totalmente girado en su dirección.
—Entonces, la mayoría de los que estamos en esta mesa, incluida yo,
¿somos solo buenos actores y actrices?
—Creo que lo que hacéis es aparentar y os mostráis ante los demás de
una manera que no es real, solo para agradarles y conseguir vuestros
objetivos.
Sophie se cruzó de brazos y notó cómo sus palabras abrían una grieta en
su pecho.
—Vaya, ¿tenemos a un troglodita que no soporta las nuevas tecnologías?
No me lo digas: vives en un lugar aislado de la civilización, meditas, haces
senderismo y tienes una vida de monje.
—Casi, excepto por un pequeño detalle. —Sophie levantó una ceja
esperando su respuesta—. No soy un monje.
La mirada directa y segura provocó que su cuerpo la traicionara al
acelerársele el pulso. No pudo evitar repasar de nuevo su rostro. Sería una
pena que ese hombre fuera un monje; aun así, por muy atractivo que fuera,
no mostraba ningún tipo de tacto. Con su comentario había tachado de
superficiales a todos los que estaban allí, incluso a ella. Escuchó una
vocecita dentro de su cabeza: ¿acaso no era cierto?
No. Era más complicado que eso.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —preguntó. No quería sonar molesta, pero
lo estaba.
—A veces, tienes que hacer sacrificios por lo que quieres.
Las otras dos parejas habían dejado de hablar y ahora estaban atentos a la
conversación entre ellos. Sentían tanta curiosidad por él como Sophie.
—Debe ser muy importante eso que quieres para que compartas la mesa
con personas que solo fingimos una vida detrás de la pantalla del móvil. Tú
también lo haces sin estar detrás de un dispositivo; pones buena cara
aunque no soportas estar aquí.
Por el rabillo del ojo, Sophie vio cómo Sasha abría la boca. Seguramente
no se esperaba esa reacción en ella, que siempre se había comportado de
manera complaciente y serena.
Saúl se cruzó de brazos, examinándola con atención. No sabía si lo que
le había dicho le había molestado, no podía leer lo que reflejaba su rostro.
—Me has observado durante toda la noche —dijo Saúl, curvando con
suavidad los labios—. Por lo que habrás visto que no he fingido nada en
ningún momento. Ni he sonreído ni he entablado ninguna conversación
vacía y fútil.
Sophie apretó los dientes. Se preguntó qué la incomodaba más, que los
llamara a todos falsos o que se hubiera dado cuenta de que no le había
quitado ojo en todo el evento.
—Entonces, ¿qué haces hablando conmigo?
Saúl colocó un antebrazo en la mesa y se inclinó hacia ella.
—Estoy tratando de averiguar por qué, de entre todas las personas que
están en este evento, te has fijado en el hombre más troglodita de la sala.
—Creo que deberíamos pedir más vino —agregó Sasha.
Sophie la escuchó, pero no apartó la vista de los ojos de ese hombre, y él
tampoco lo hizo. Si fuera una escena de dibujos animados, un rayo
aparecería entre ellos mientras se retaban para comprobar quién podía más.
—Porque no dejaba de preguntarme qué hacía aquí alguien que parecía
tan incómodo rodeado de gente tan… falsa —respondió Sophie, incidiendo
en esa palabra—, pero creo que ya he averiguado el motivo.
Él abrió los ojos y levantó las cejas, sorprendido, lo que le arrugó la
frente.
—Estaría encantado de saber a la conclusión que has llegado.
—¿De verdad? ¿Aunque sea de alguien tan frívola como yo?
—Con mayor motivo.
A Sophie le ardía la semilla de la rabia que crecía en su estómago, al
mismo tiempo que su corazón latía con rapidez por las palabras de Saúl. Sin
embargo, no iba a mostrar esa ira que amenazaba con hacerla gritar. No. Por
regla general, ella sabía controlarse; lo había hecho desde niña y no le
gustaba perder, ni siquiera en una conversación. Por eso, sabía que Rodrigo
y Sasha estaban sorprendidos por las respuestas que le estaba dando a ese
hombre.
Lo que más le afectaba no era tanto lo que él decía, sino su manera de
mirarla por encima del hombro, dejando claro que se sentía superior al
resto. Como resultado, lograba que no fuera capaz de controlarse; cualquier
pensamiento que cruzara su mente salía de su boca sin filtro.
—Si insistes —dijo Sophie, que se inclinó también sobre la mesa—.
Creo que eres la típica persona que se cree superior por no estar enganchado
a ningún dispositivo electrónico, que cree que todos los que están a su
alrededor son unos adictos inútiles que no se enteran de lo que es
importante y que tienen una vida insignificante comparada con la tuya.
—Vaya —contestó él, antes de beber un poco de vino y sonreír—. Creo
que esto se merece un brindis. Has hecho un pleno, no pensé que alguien
como tú pudiera leer tan bien a las personas.
«¿Alguien como yo?». Sophie se controló para no llamarle gilipollas
delante de todos. Si hubieran estado a solas, las cosas habrían cambiado,
pero con ellos allí no se podía permitir perder más los nervios.
—¿De verdad piensas que tener un móvil es tan malo? —preguntó
Rodrigo—. Gracias a él, estamos más conectados entre nosotros. Si tú no
tienes uno, será porque no tienes muchos amigos.
—Yo no he dicho que no tenga móvil. Y sí tengo amigos, pero son de los
de verdad.
—¿Los nuestros son de mentira? —preguntó Sophie, evitando resoplar.
—Si para ti tus seguidores son amigos, entonces sí.
—¿Acabas de conocerme y ya das por hecho que solo me rodeo de mis
seguidores y que apenas tengo amigos?
Volvieron a retarse con la mirada.
—Dime que me equivoco —insistió Saúl, que volvió a inclinar su cuerpo
hacia ella.
Quería decirle que sí, que la amistad rodeaba su vida y mantenía incluso
a personas de la infancia a su lado, pero no era cierto. Prefería no faltar a la
verdad porque podían investigarla en cualquier momento y desmentir lo que
decía.
—Te equivocas —respondió Rodrigo—. He conocido a gente a través de
las redes que ahora son grandes amigos.
—¿Y cómo llegasteis a ello? —preguntó Saúl—. Seguramente porque
cada día os veíais o coincidíais en algún concierto o evento y, después,
quedabais para tomar algo. Lo invitabas a tu casa o él a ti. Ibais
profundizando más la relación y te ibas mostrando como eras de verdad.
Creemos que estamos conectados por enviar un mensaje de voz a alguien o
un breve texto preguntando cómo estás, pero es un error. Se está perdiendo
la conexión real con los demás.
—Entonces, deberías darnos clases para recuperarla —dijo Sophie, que
se cruzó de brazos y apoyó la espalda en la silla.
—Cuando quieras, te invito a pasar un mes sin subir nada a las redes y
estar sin ningún dispositivo electrónico, pero creo que no serías capaz de
hacerlo.
Sophie mostró una falsa sonrisa.
En ese momento apareció Lorenzo, el productor de la serie y dueño de
Padpad, una de las mayores productoras de España. La tensión se diluyó en
el ambiente con su presencia. Sus ojos brillaron divertidos cuando sus
labios se curvaron debajo de su perilla canosa. Transmitía elegancia, a pesar
de su edad y de su baja estatura.
—¿Qué tal por aquí? Espero que os haya gustado la serie —preguntó,
frotándose las manos.
—Ha estado genial. Tengo ganas de saber cómo continúa —respondió
Sasha.
—Espero que haya más de una temporada —dijo Lily, cruzando los
dedos.
—Sí, creemos que al menos tendrá dos temporadas, pero no lo queremos
alargar mucho. Preferimos algo bueno, corto y de calidad, que alargarlo
innecesariamente. Y a ti, Sophie, ¿te ha gustado?
—Sí, estoy deseando saber quién es el secuestrador.
—Ya me dirás si lo aciertas, ya sabemos lo buena que eres descubriendo
pistas que los demás no han visto.
—Doy fe —contestó Saúl.
Los músculos de la mandíbula de Sophie se tensaron, pero disimuló.
—¿Qué estás investigando ahora? —continuó Lorenzo.
La atención de los presentes estaba sobre ella; no le importaba. Se
exponía en su cuenta a diario delante de miles de seguidores, pero, para su
sorpresa, sentir la mirada de Saúl la ponía nerviosa.
—Tengo varios frentes abiertos. En breve, subiré contenido nuevo.
—¿Alguno interesante? —preguntó Lorenzo.
—Todos lo son. Yo diría que, más que interesantes, son importantes; las
víctimas lo son. El encontrar al asesino para evitar que lo pueda volver a
hacer o localizar a esas personas desaparecidas para que sus familiares y
amigos puedan respirar tranquilos, también.
—Yo siempre sigo lo que publicas —dijo Rodrigo—. Me dejaste con la
boca abierta cuando diste información en el caso de los asesinatos de los
dedos cortados. ¿De verdad crees que no tiene nada que ver la persona de la
que sospecha la policía?
—¿Cuál es ese caso? —preguntó Lorenzo.
—Es el de la mujer que encontraron en el pantano y el hombre del
vertedero, ¿verdad? —dijo Lily—. Ella tenía cortado el dedo índice de la
mano derecha y él, el índice y el dedo corazón.
—Pero hay un sospechoso, ¿no? —contestó Sasha.
—Sí, el ex de ella —añadió Sophie—. Pero lo han exculpado por falta de
pruebas.
—La pareja siempre suele ser la culpable.
—A veces sí, Sasha, pero hay muchas cosas que no encajan con ese
hombre. Sigo pensando que la primera víctima conocía al asesino y tengo
más información y detalles que no puedo desvelar.
—Deberías dedicarte a otra cosa y dejar en manos de la policía esos
casos —dijo Lorenzo en tono paternal—. Es peligroso.
—Estoy de acuerdo. ¿No te da miedo involucrarte en estas cosas? —
preguntó Lala—. ¿Y si el verdadero psicópata sigue suelto y va a por ti?
—A veces me inquieta, no lo voy a negar, pero me puede más la
curiosidad, el que se haga justicia. Además, me gusta lo que hago; es
importante para mí.
—Y también subir seguidores en tus redes sociales —añadió Saúl.
Sophie se enfrentó a su mirada mientras tensaba las manos por debajo de
la mesa.
—¿Y quién eres tú para juzgar algo así?
De nuevo mostraba esa serenidad y seguridad en sí mismo, como si él
estuviera por encima del resto y supiera algo que los demás no. Todos lo
miraban sin saber qué decir, hasta que Lorenzo rompió el silencio.
—No le hagáis caso. A Saúl no le gustan las redes, y tiene un buen
motivo. Deberíamos fijarnos un poco más en lo que hace él, nos iría mejor.
—En ese momento vinieron los camareros con el segundo plato—. Bueno,
os dejo que sigáis disfrutando. Gracias a todos por venir, especialmente a ti,
Saúl, sé que no te gustan estos eventos, pero me hacía ilusión que estuvieras
aquí.
—Tranquilo, Lorenzo. La noche está siendo interesante y la verdad es
que la serie promete.
Lorenzo le dio unos golpecitos en el hombro y se fue.
Durante el resto de la cena el insoportable no pronunció una palabra más,
y tampoco volvieron a dirigirse a él. Cuando concluyó el evento, el primero
que se levantó fue Saúl, que se acercó a cada uno de ellos para estrecharles
la mano. Por último, se aproximó a Sophie y, en un evento, ella se quedó
mirándola por unos segundos. Sophie no quería tocarlo y mucho menos,
corresponder su gesto, pero todos permanecían atentos a lo que ella iba a
hacer. Finalmente accedió y agarró su mano. El roce de su piel la
impresionó; había sentido su calidez con demasiada intensidad.
Sin darle tiempo a recuperarse, él se aproximó a su oído.
—Si algún día quieres vivir una vida más real, búscame.
Se marchó sin decir una palabra más, dejándola con los vellos de punta
debido al impacto de lo que le había propuesto, así como por el cosquilleo
que había sentido en la nuca por su cercanía, sin mencionar su olor fresco y
varonil. El estómago se le encogió por la necesidad que le había provocado
su cálido aliento en la piel.
Lo observó mientras se alejaba y suspiró, agradecida al saber que no
tendría que volver a verlo nunca más.
CAPÍTULO 3
Unas horas después, Sophie ya estaba con el pijama puesto, se había lavado
la cara y limpiado el maquillaje. Se metió en la cama y apagó la luz, pero el
recuerdo del mensaje que había recibido unas horas antes volvió a su mente.
Pataleó el colchón y bufó cabreada mientras se incorporaba para coger el
móvil.
Hola, Sophie. Mi nombre es David Hurtado. No me
conoces, pero me gustaría pedirte un gran favor. Hay una
amiga que lleva desaparecida desde hace unos meses. Su
nombre es Camila, y acudió a un centro para
desintoxicarse de las redes y de las tecnologías. Allí
se aíslan durante un mes o más, dependiendo del
tratamiento, pero nunca regresó a casa. Cuando acudí a
ese lugar, no quisieron darme explicaciones; me dijeron
que los datos eran privados. Parece una secta. He
investigado y he descubierto que hay más personas que
han desaparecido una vez que han acudido al programa.
Eres muy buena en lo que haces y casi siempre das con
la tecla para encontrar a esas personas que son
difíciles de localizar.
Ya lo he intentado todo, pero, como saben quién soy,
no me permiten acceder allí. Te suplico que me ayudes a
encontrarla. Fuimos pareja hace tiempo y estoy
desesperado. Por favor, no tiene familia cercana y sus
primos dicen que suele desaparecer a menudo y que seguro
que está bien y de fiesta por ahí. La policía no parece
tomárselo en serio; he puesto la denuncia, pero no veo
que hagan nada. Hablaron con la familia y la creyeron.
Te lo ruego, ayúdame.
En el mensaje había un fichero adjunto, con una foto de ella, los datos de
donde había desaparecido y el link para ver la página web. Cuando leyó el
mensaje, pensó en responderle para disculparse y decirle que no lo haría.
Aún no había visto el lugar del que hablaba, pero en un sitio tan aislado
la única forma de averiguar algo sería acudir al centro y alojarse en él, y eso
nunca sucedería. No iba a investigar de forma presencial ningún caso o
desaparición.
Sin embargo, esta vez había un motivo por el que no conseguía dejar de
pensar en ello: la persona desaparecida era una compañera de la infancia.
Cuando vio su nombre, dudó, pero al abrir la foto lo confirmó.
No habían sido íntimas, pero sí que durante un tiempo fueron bastante
más cercanas junto con Mara, quien sí fue una amiga de verdad y también
desapareció, pero ella por voluntad propia.
Pinchó el link de la web por curiosidad, aunque seguía pensando que no
iba a ceder. Una cosa era seguir un caso desde la comodidad de su casa y
otra, movilizar su vida para ir a hablar con testigos, investigar y
relacionarse en persona. No le apetecía ni le agradaba esa opción.
Además, quizá ese tal David era un ex obsesionado y lo único que quería
era encontrarla, mientras que ella no deseaba que lo hiciera.
Cuando accedió a la página, lo primero que vio fue el nombre «Luz de
Luna» y una gran casa de madera rodeada de naturaleza. Deslizó el cursor
hacia abajo y soltó el ratón como si quemase. Allí, delante de ella, apareció
una imagen que la dejó noqueada. Sentado en una mesa de escritorio y con
una amplia sonrisa —que no había visto durante toda la noche—, estaba él,
Saúl Garza.

A la mañana siguiente se desperezó en la cama y bostezó, cansada. No


había conseguido dormir dándole vueltas a qué decisión tomar. Sabía que
era una locura, ya que, si lo hacía, significaría perder seguidores porque
dejaría de estar tan activa en las redes. Aunque solo fuera uno o dos meses,
supondría menos visibilidad. Se arriesgaba a que después le costase retomar
de nuevo su actividad, y eso era algo que tampoco se podía permitir.
El algoritmo, el dar valor, el estar ahí, era necesario para seguir en los
puestos altos y que las agencias y las marcas quisieran contar con ella. Si
decidía ir, tendría que generar un interés importante para que estuvieran
deseando que volviese y, de alguna forma, la echasen de menos.
Con esos pensamientos en mente, recordó que había quedado con su
madre para desayunar en una cafetería donde ponían las mejores tostadas
integrales de aguacate con tomate. Tenían una relación de amor-odio, quizá
por todo lo que había vivido a su lado y la máxima perfección que imponía
a Sophie y que quería que transmitiera a los demás.
Se dio una ducha, se arregló y salió a la calle. Cuando llevaba un minuto
andando, se dio cuenta que no llevaba el móvil encima. Intentó no pensarlo,
pero las manos comenzaron a picarle. Tampoco era necesario que lo
cogiera, podía prescindir de él, había quedado con su madre y sabía el sitio,
pero su mente no dejaba de decirle que debía regresar a buscarlo. ¿Y si
recibía una llamada importante? ¿Y si ella tenía que llamar a alguien y no
sabía el número? A lo mejor no volvía a casa después de estar con su madre
y tendría que volver solo para recogerlo.
Por otro lado, ¿cómo iba a aguantar un mes en aquel sitio sin el móvil, si
no era capaz de estar sin él durante un rato por la mañana? No, lo dejaría en
casa.
Dos minutos más tarde, regresó a por el móvil y fue hacia la cafetería.
Su madre ya estaba sentada en una de las mesas de la terraza. Tenía un
pequeño espejo en la mano, en el que se miraba mientras se retocaba el
carmín de los labios. En cuanto la vio sonrió y la saludó con la mano.
—Hola, mamá. Has llegado pronto.
—O tú has llegado tarde.
Sophie miró el reloj.
—Son las once y veinte, y habíamos quedado a y media.
Su madre chascó la lengua.
—¿Ves como nunca me escuchas? Dijimos a y cuarto.
Sophie no quiso discutir. Seguro que en el WhatsApp ponía que habían
quedado a y media, pero, como siempre, su madre tenía que llevar la razón,
y pobre de ella si se le ocurría intentar que cambiase de opinión.
El camarero se acercó y Sophie le pidió una tostada con un zumo de
naranja.
—Hija, mejor un té. El zumo de naranja tiene mucho azúcar. Alberto —
se dirigió al camarero—. Por favor, mejor tráele un té de menta.
Alberto miró a Sophie. Llevaban varios años yendo a esa cafetería, por lo
que él sabía lo que vendría a continuación. Parecía mentira que su madre no
lo supiera.
—No, gracias, mamá. Voy a tomar lo que he dicho.
—Pero…
—Todavía no entiendo cómo sigues intentando organizar mi vida.
Su madre se llevó la mano al pecho y sonrió nerviosa mientras miraba al
camarero.
—Hija, no digas eso, ya sabes que lo hago porque sé lo que es mejor para
ti.
Precisamente era lo que le había dicho a lo largo de todos esos años y,
por eso, en cuanto tuvo la ocasión, Sophie se alejó de ese mundo que su
madre había creado para ella durante su infancia y parte de la adolescencia.
—¿Quiere otro café, Valeria? —preguntó Alberto.
—No, gracias. Solo un vaso de agua.
El camarero se fue y Sophie sintió la mirada de su madre escaneándola
de arriba abajo.
—Mmm… —Sophie sabía qué significaba eso y las palabras que
vendrían a continuación—. Cariño, te podías poner otra ropa que te
favorezca más. Esas mallas te marcan la tripa y ese color rosado de la
camiseta es muy choni.
—A mí me gusta, mamá, estoy cómoda. Además, ¿qué tiene de malo
parecer una choni?
—Uy, por Dios. —Mostró las palmas de las manos moviéndolas de un
lado a otro—. No digas eso, ¿cómo se te ocurre? En tu trabajo tienes que
mostrarte siempre elegante. No me canso de decírtelo: los demás te tratarán
bien o mal dependiendo de tu forma de comportarte, de la ropa que lleves,
del lenguaje que utilices.
—Estaría bien que algún día te cansases de decírmelo. Además, creo que
no me va tan mal con mis cuentas de Instagram y TikTok.
Su madre cruzó los brazos y levantó una ceja.
—Bueno, eso es lo que tú crees. Te siguen porque ya tenías un pasado. Si
hicieras lo que te digo, seguro que tendrías aún más seguidores.
Sophie desvió la mirada hacia la mesa que estaba al lado. Unas chicas
jóvenes no paraban de observarlas. A eso también estaba acostumbrada,
aunque esta vez no sabía si era porque estaban escuchando lo que decía su
madre o porque la habían reconocido. Pronto supo la respuesta, cuando vio
que una de ellas se levantaba y se acercaba a su mesa.
—¡Hola! Perdona, ¿eres Sophie? ¿SophieKnows en Instagram?
—Sí, así es. —Sonrió.
—¡¡Ayyyy, tía!! ¡Que sí que es! —dijo la muchacha mirando a su amiga,
que se levantó y se acercó también—. ¿Te importa si me hago una foto
contigo?
—Claro que no.
La muchacha cogió su móvil y las dos posaron para un selfie.
—¡Me alucina tu cuenta! Es supercool. Estoy deseando ver la serie de
The Hunter's Dance. ¡Qué suerte que ya hayas podido verla!
—Solo he visto dos episodios, pero estoy segura de que te va a encantar.
En unos días la estrenan.
Su amiga quiso hacerse otra foto. Por el rabillo del ojo, Sophie observó a
su madre, que miraba hacia otro lado mientras tamborileaba con los dedos
sobre la mesa.
—Muchas gracias, Sophie. —Comenzaron a alejarse para ir a su mesa
cuando una de ellas se giró—. Por cierto, me flipa tu camiseta.
La muchacha miró a Valeria y se dio la vuelta de nuevo. Sophie no pudo
evitar sonreír mientras miraba a su madre, quien parecía molesta por el
comentario.
El camarero trajo la tostada y el zumo junto con el vaso de agua para su
madre. Cuando se fue, comenzó con su otra costumbre: el interrogatorio.
—Bueno, ¿y cuál es tu siguiente caso? Espero que sea emocionante para
que puedas estar muy presente en las redes y aumentes esos pocos
seguidores que tienes.
—Quinientos mil seguidores no son muchos, no —contestó Sophie.
—Creo que te estás relajando y deberías estar más presente en tu cuenta.
¿Has pensado en ir el mes que viene al evento que te comenté? Ser la
madrina de esos modelos es una muy buena oportunidad.
Ahí estaba de nuevo. Su madre no se rendía, insistía siempre que podía
para que volviera a esa profesión en la que nunca fue feliz. Su mayor temor
era tener que regresar a aquella vida. Le faltaba el aire solo de pensar en esa
posibilidad.
—No, ya te dije que no quiero volver a ese mundo.
—Irías solo como madrina. Qué exagerada eres.
—Además, quizá no esté aquí en esas fechas.
Su madre, que iba a beber en ese momento, se detuvo.
—¿A qué te refieres?
Sophie suspiró antes de hablar.
—Estoy pensando en hacer un retiro durante un mes aproximadamente.
Tendría que estar desconectada de todo.
Valeria chocó el vaso del agua en la mesa, por lo que varias gotas
salpicaron sus manos.
—¿También de las redes?
—Así es.
—Pero ¿y qué pasa con la nominación a la mejor influencer del año de
los Premios InfluencerShine?
—No te preocupes, está todo controlado.
Los premios los darían unos días antes de acabar el programa, pero
Sophie pensó que, para esa fecha, ya habría regresado.
—¡No puedes hacer eso! —Valeria comenzó a sacar varias servilletas del
cajetín que estaba en la mesa—. ¡Estás loca! ¡Bajarás de puestos y dejarás
de ser visible!
Sophie, ignorándola, se metió un trozo de tostada en la boca y miró hacia
los lados. Por suerte, las chicas ya no estaban.
—Mamá, deberías tranquilizarte, eres tú la que siempre me dice que no
se pueden perder los papeles en público.
Valeria limpió el agua de la mesa y cogió la carta del menú sin dejar de
mirarla; después, se abanicó con fuerza mientras estrechaba los ojos.
—Lo has hecho a propósito, ¿verdad? —Sophie sonrió para sus adentros,
pero su rostro permaneció imperturbable—. Me lo has dicho aquí en vez de
en casa para que no pueda decirte nada.
—Si te soy sincera, no estaba segura de si ir o no. No lo había decidido
aún, pero, ahora que he empezado a hablar contigo, me he dado cuenta de
que es una buena opción.
—Ah, claro, lo haces para llevarme la contraria —susurró al ver que un
anciano que iba paseando con su perro estaba muy cerca de ellas. Cuando
se fue, prosiguió—: Eres una insensata, vas a destruir tu carrera por nada.
Sophie levantó ambas cejas a la vez.
—¿Por nada? Ni siquiera me has preguntado por qué quiero irme. Si me
encuentro bien, si lo hago por trabajo o porque necesito huir de aquí.
—Me preocupo por ti.
Sophie abrió el bolso y dejó un billete en la mesa.
—Lo dudo, mamá. De la única persona que te preocupas es de ti misma.
Ya hablaremos, tengo que irme.
Se levantó y le dio un beso rápido en la mejilla. Sin mirar atrás, comenzó
a alejarse.
—Deberías pensar bien las cosas. ¡Te vas a arrepentir!
Sophie la escuchó, pero no se dio la vuelta. No sabía por qué le
sorprendía que su madre reaccionara así. Quizá en el fondo tenía un poco de
esperanza de que la apoyara, pero era una ingenua por pensar de esa forma.
Ella siempre había hecho y deshecho sin importar cómo se sintiese cuando
era niña; tampoco lo iba a hacer ahora. En algo sí que la había ayudado su
madre con esa conversación: aceptaría ir a ese retiro.
Una extraña sensación recorrió su espalda; presentía que su vida estaba a
punto de cambiar para siempre.
CAPÍTULO 4
—¿Me abandonas? —dijo Hank, llevándose las manos a la cabeza, pero sin
dejar de sonreír—. Eres una manipuladora, me has utilizado y ahora me das
la patada.
Sophie puso los ojos en blanco a la vez que le mandaba un emoticono
haciéndole la peineta mientras sonreía.
Solían hacer videollamadas; era uno de los pocos con los que las hacía.
Por norma general, prefería escribir o mandar audios con cualquiera que
quisiera ponerse en contacto con ella. Las excepciones eran Hank y
Nozomi, sus dos personas de confianza y colaboradores. El primero,
@TheWisest, era un joven cerebrito y hacker que se aislaba de todos y
todo. La ayudaba con las investigaciones de los casos y era capaz de
encontrar una aguja en un pajar y acceder al ordenador de cualquier
empresa o persona relevante sin miedo a las consecuencias. No lo detenía
nada. Sin embargo, con Nozomi, @GossipCat, colaboraba de otra forma.
Varios años atrás, Sophie contactó con ella porque le habían hablado de lo
buena que era investigando, se arriesgaba para conseguir información que a
otros se les escapaba. De padre japonés y madre coreana, era fotógrafa y
llevaba mucho tiempo viviendo en España. Era algo misteriosa, no hablaba
mucho de su pasado y el instinto de Sophie le decía que huía de algo.
Como a Nozomi también le gustaba la investigación, Sophie confiaba en
ella para contarle los casos en los que trabajaba. Era muy analítica y
proporcionaba diferentes puntos de vista que resultaban de gran ayuda.
Formaban un gran equipo. La curiosidad de Nozomi era un punto a su
favor. En cambio, Hank lo hacía para joder a todas las personas que
pudiera; era un antisistema.
—Lo estabas deseando, no mientas —contestó Sophie—. Así no me
tendrás todos los días pegada a tu culo para que me des información de cada
persona que quiero encontrar.
—Ya estoy acostumbrado. Además, ya sabes que me gustan los retos, y
tú eres de las personas que más difícil me lo pone.
—No te preocupes, no te voy a dejar. Es solo que esta vez lo tendremos
que hacer de otra forma.
Hank acercó la silla al escritorio para aproximarse más a la pantalla del
ordenador.
—¿Qué quieres decir?
En ese momento vieron un mensaje de Nozomi en el que les indicaba
que se iba a conectar. Lo hacían así porque Hank apagaba la cámara en
cuanto ella entraba y se distorsionaba la voz. Solo permitía que lo viera
Sophie, era muy desconfiado. Quería permanecer en el más absoluto
anonimato, pero una de las condiciones que puso Sophie para que pudieran
trabajar juntos fue que quería verlo. Finalmente accedió, aunque solo lo
haría con ella, con nadie más. Nozomi apareció en la pantalla bostezando y
con su habitual pelo recogido en una coleta alta.
—¿Estabas sobando? —preguntó Hank.
—Es que me puse a leer y me dieron las tantas.
—Tú y los libros.
—Deberías probarlo de vez en cuando, Robocop. No me acostumbraré
nunca a esa voz. Bueno —añadió Nozomi, antes de dar un trago a su café
—. ¿Qué era eso tan importante que nos querías contar, Sophie?
—Hank, ¿recuerdas el perfil del chico que te pasé hace unos días?
—¿David Hurtado?
—Sí.
—Te dije que no vi nada raro. Se lo veía con muchas chicas, era fiestero
y aparecía en varias fotos con esa tal Camila.
—Eso era lo que necesitaba saber.
Sophie les contó sobre el mensaje que había recibido y también lo que
tenía pensado hacer.
Los años que llevaban trabajando juntos habían hecho que se llevaran
bien. Además, no hablaban de nada personal, iban al grano y a los tres les
fascinaba la investigación.
Hank era capaz de acceder a cámaras, vídeos, móviles, redes sociales y
obtener información relevante para sus casos. Sophie, antes de conocer a
Hank, no tenía mucha idea de la cantidad de datos que podía conseguir un
hacker y mucho menos, que había distintos tipos: éticos, no éticos,
sociales… Aunque él se consideraba un hacktivista, podía realizar
actividades tanto legítimas como ilegales, robaba datos y se metía en
sistemas, pero alegaba que lo hacía por una buena causa. Y así era, ya que
la ayudaba mucho a averiguar cualquier información relevante.
Fue el propio Hank el que contactó por primera vez con ella cuando
investigaba la desaparición de un hombre que había sido visto por última
vez echando gasolina. Le dijo que sabía dónde estaba y siguió su pista hasta
encontrarlo en un motel de carretera, casi muerto por una sobredosis.
Al principio, Sophie no quería meterse en líos y le dijo que no necesitaba
a nadie, pero Hank insistió durante meses, hasta que ella tuvo que rendirse a
lo evidente. Desde que lo conoció, la información que él le proporcionaba
le ahorraba mucho tiempo. Ambos salían beneficiados. Hank sabía que ella
ganaba bastante dinero como influencer; si eran socios, él también se
llevaría su parte y la satisfacción de seguir con sus actividades fuera de la
ley, que era algo que le encantaba. Para Sophie fue una forma de crecer en
su perfil, ya que cada vez localizaba más rápido a personas desaparecidas o
averiguaba quiénes podían ser o no sospechosos. Aunque eso no se debía
solo a Hank, sino también a ella, que siempre había sido buena en esos
pequeños detalles que a los demás se les escapaban. Por eso su nombre de
perfil era @SophieKnows.
Con su perspicacia y conocimiento había logrado ganarse la atención de
sus seguidores al resolver casos de desapariciones y asesinatos
complicados. Colaboraba con otros expertos en el campo, como forenses,
criminólogos, psicólogos y abogados, para organizar charlas en línea o
entrevistas sobre temas relacionados con la investigación criminal,
enriqueciendo así su contenido y dándole más legitimidad.
Para ella era importante evitar el sensacionalismo y se aseguraba de
respetar la privacidad y dignidad de las víctimas y sus familias.
Al citar información en sus publicaciones, utilizaba fuentes confiables y
verificables, y eso la ayudaba a construir su credibilidad. De esa forma
comenzó a colaborar con marcas, directores y productores para dar
publicidad en sus redes, y así empezó a ganar el dinero suficiente para vivir
de ello.
—¿Y cómo pretendes que estemos en contacto si allí no puedes tener
móvil? —preguntó Nozomi.
—He pensado dejar alguno escondido por los alrededores, así podremos
ponernos al día de vez en cuando. Tendrá que ser por mensajes escritos o de
voz, pero al menos podremos seguir investigando juntos.
—No me gusta que vayas sin que haya investigado el sitio a donde
quieres ir. —El tono de voz de Hank era serio—. Dices que han
desaparecido varias personas, quizá es mejor que esperes a que eche un
vistazo.
—Hank tiene razón. Debería ir yo, ya sabes que a mí no me importa,
pero no puedo dejar tanto tiempo mi trabajo como instructora.
—Lo sé, Nozomi, no te preocupes. Además, no hay tiempo —contestó
Sophie—. Justo ahora entra un grupo nuevo, y cuanto antes vaya, mejor.
Tengo que regresar lo antes posible porque estoy nominada a los Premios
InfluencerShine como mejor influencer de crimen, investigación y misterio.
—¡No me jodas! ¡Qué buena noticia! —exclamó Nozomi.
—Sí, estoy contenta, pero es difícil ganarlo.
—Joder, pero una nominación te va a dar más caché aún —contestó
Hank—. Está que te cagas. ¿Y dices que debes estar un mes en ese lugar?
Porque, si es así, un mes es demasiado tiempo sin subir nada en las redes, y
más para alguien que trabaja en ello.
Sophie se recogió el pelo por un momento y se lo volvió a soltar.
—Lo sé, lo he pensado y he decidido que intentaré averiguar algo rápido
y, en cuanto lo haga, me iré de allí. De todas formas, dejaré algún post
programado para no perder tanta visibilidad. Así que deberé darme prisa
para salir de ese lugar lo antes posible porque el evento es unos días antes
de que acabe el programa del centro. Quiero estar antes para prepararlo
todo.
—Chicos, me llaman y tengo que cogerlo —dijo Nozomi—. Sophie,
¿hablamos luego?
—Sí, tranquila.
—Bye!
En cuanto ella desapareció, Hank volvió a conectar la cámara.
—Estás muy loca, ¿lo sabías?
—Por eso te asociaste conmigo.
Hank sonrió.
—¿Y tú por qué lo hiciste? —preguntó él.
—Porque eres el mejor.
Hank tiró hacia la cámara una pequeña pelota antiestrés que tenía en la
mano, por lo que Sophie vio cómo rebotaba la imagen hasta que la volvió a
colocar.
—Eres una cabrona, pero muy sabia.
—No tanto como tú, @TheWisest, el más sabio.
—El mismo —contestó, haciendo una reverencia.
Hablaron de los pasos que darían con respecto a ese caso. Hank
investigaría más a Camila —relaciones de pareja, amistades, su pasado,
vida laboral— y piratearía sus perfiles de Instagram y Facebook para ver si
encontraba alguna pista que pudiera indicarles quién había desaparecido y
por qué.
Hank y Sophie sabían que jugaban con fuego, la forma en la que
investigaban no era legal. Cuando localizaban a alguien desaparecido o
daban detalles importantes en casos de homicidios o violencia, en más de
una ocasión la policía le había preguntado cómo había obtenido la
información. Sophie siempre decía que sus seguidores le proporcionaban
muchas pistas y Hank siempre permanecía en la sombra. Si se enteraban de
que hablaba con él, sería fácil que atasen cabos.
—¿Qué hacemos con el caso de los dedos cortados? —preguntó Hank.
—Por ahora, no podré ponerme mucho con ello. Le daré alguna vuelta.
Mientras tanto, si averiguas algo, cuando hablemos me vas contando.
Nozomi seguía pensando que el culpable era el ex, pero Hank y Sophie
no lo tenían tan claro. Hank había conseguido seguirlo a través de las
cámaras. Lo vieron esa noche en la discoteca de madrugada hasta que llegó
a su piso; no le habría dado tiempo a volver a coger el coche, irse y matarla,
para después llevarla al pantano.
—De acuerdo. Si hay alguna novedad, te lo diré.
A Sophie no le gustaba tener que dejarlo a medias. Quería averiguar si
había alguna conexión entre las víctimas, hacer una cronología desde que
habían aparecido el primer y el segundo cadáver, pero debería dejarlo para
cuando volviera. Se llevaría la información que tenía recopilada por si se le
ocurría algún dato importante.
—Sé bueno durante este tiempo y no te metas en líos —dijo ella.
—Ya estamos. No hagas que vuelva a tirar la pelota a la cámara.
—Hank, va en serio. A veces, te arriesgas demasiado. —Él puso los ojos
en blanco—. Ahora no voy a estar ahí para frenarte.
—Tranquila, haré como si te tuviera delante dándome la chapa para no
exponerme demasiado.
—Gracias. —Sophie le guiñó el ojo.
—Anda, sabionda, vamos a dejarlo, que me vas a hacer llorar.
—¿No me digas? Y yo creo que hasta te voy a echar de menos.
—No lo creas: será así seguro. —Hizo una pausa—. Sophie…
—¿Sí?
—Ten cuidado, ¿vale? Esta vez estás en primera línea. Si le ha sucedido
algo a tu amiga Camila, puedes estar en peligro. Sé lista. ¿OK?
—Tranquilo. Detrás de una pantalla, soy más atrevida. En persona, soy
una cagona.
—Déjame dudarlo.
Ambos sonrieron.
—Hablamos —respondió ella.
Hank le hizo un gesto con la mano y Sophie cortó la comunicación.
Iba a dar un salto al vacío y esperaba no arrepentirse de su decisión.
CAPÍTULO 5
Esa misma mañana había hecho una transmisión en directo explicando su
ausencia y mencionando que intentaría regresar lo antes posible. También
planeaba publicar algunos posts programados. Su tribu la apoyó y le
aseguraron que estarían ahí cuando volviera, deseándole suerte. Los iba a
echar de menos; su apoyo, su cercanía y las palabras que siempre tenían
para ella en las redes sociales la animaban, pero estaba segura de que podría
lidiar con ello. No explicó por qué iba a desaparecer, solo que cuando
regresase tendría noticias que les gustarían. No podía revelarle a nadie que
iba a investigar la desaparición de esa chica, ya que, si lo hacía, el centro lo
descubriría y no le permitirían quedarse.
Sus seguidores comenzaron a especular. Algunos creían que a lo mejor se
tenía que desintoxicar de algo, otros pensaban que necesitaba un descanso,
algunos asumían que estaba enferma y también había quienes especulaban
que se trataba de un nuevo caso, aunque ellos sabían que nunca investigaba
de forma presencial.
Habían pasado dos semanas desde que había leído el mensaje privado de
David. Dos semanas desde aquella cena donde conoció a ese hombre. Dos
semanas desde que había tomado una decisión que cambiaría su forma de
trabajar y también la manera de relacionarse con los demás.
Le gustaba ocultarse tras una pantalla o hablar frente a ella; se había
convertido en algo natural, se sentía menos expuesta. Lo raro para ella era
cuando tenía que estar rodeada de más personas durante mucho tiempo.
Y allí estaba, preparando el neceser de aseo para llevárselo al lugar
donde viviría durante ese tiempo. Cuando vio la imagen de Saúl en la web,
la competitividad que la caracterizaba creció con fuerza en su pecho y le dio
el impulso que necesitaba para atreverse a dar el paso. Recordó sus
palabras: «Cuando quieras, te invito a pasar un mes sin subir nada a las
redes y estar sin ningún dispositivo electrónico, pero creo que no serías
capaz de hacerlo».
El muy idiota pensaba que los demás no eran capaces de vivir en un
mundo sin tecnología. ¡Qué equivocado estaba! No la conocía en absoluto;
le iba a demostrar que las redes sociales no eran tan malas, que el que
estaba fuera de lugar era él por no adaptarse a ellas. La vida avanzaba y los
demás debían hacer lo mismo.
Estaba segura de que no sería tan difícil. Además, quería averiguar qué
era lo que le había ocurrido a Camila. Esperaba que no fuera nada malo. Si
conseguía encontrarla, podría compartirlo con sus seguidores; sería
impactante, y también le serviría para enriquecer su contenido, ya que había
ido en persona a investigar. Debía hacerlo en el menor tiempo posible para
regresar cuanto antes.
Volvió a escuchar esa maldita voz que solía aparecer a menudo en su
cabeza para decirle lo que no quería oír. Le susurraba que lo que de verdad
necesitaba era volver a verlo, que no había olvidado su propuesta.
—Oh, vamos, cállate —dijo en voz alta.
Se subió a un taburete para coger la maleta que estaba en la parte
superior del armario, la agarró del asa y la colocó en el suelo. Antes de
bajar, vio una pequeña cajita en forma de cofre que su abuelo le había
regalado cuando era niña. Fue el único abuelo cercano que tuvo, ya que su
madre no se hablaba con sus padres, se alejó de ellos muchos años atrás y
no volvieron a tener contacto.
Recordó cómo habían jugado juntos; ella tenía que meter papeles cada
vez que tuviera un sueño y también anotaría los propósitos que quería
alcanzar cuando fuera mayor. Él decía que, si los escribía y los guardaba,
lograría que se hicieran realidad, y cuando se sintiera perdida y triste,
podría volver a leerlos para recordarlos siempre. «Puedes conseguir todo lo
que te propongas, mi chiquitina. Nunca olvides tener sueños, es lo que hace
que la vida tenga sentido. Lucha por ellos».
Nunca volvió a abrir el cofre. Desde que él murió, no quiso enfrentarse a
ese recuerdo. Además, había olvidado lo que en su momento anotó en esos
papeles. Su vida no había transcurrido como ella imaginó. Aunque no tenía
motivos para quejarse, estaba segura de que los sueños que guardaba en ese
cofre no se habían cumplido como aquella niña deseó.
Colocó la maleta en la cama y, mientras metía la ropa, apareció su madre.
—No sabes lo que estás haciendo, Sophie. No lo has pensado bien,
insisto en que es una locura. No te puedes ir.
No paraba de andar de un lado a otro de la habitación.
—Ya lo he decidido, mamá. Voy a arriesgarme.
Su madre se acercó a ella y la agarró del brazo para que la mirase.
—¿Te das cuenta de que así vas a perder seguidores? Estar un mes fuera
puede hacer que tu trabajo se vaya al garete.
Sophie apartó con suavidad su mano y continuó doblando el jersey que
estaba en la cama.
—No pasa nada, ya he explicado mi ausencia. Cuando vuelva, querrán
saber mi experiencia y todo lo que he pasado.
—¿Vas a llevar ese jersey? El color crema no te favorece lo más mínimo,
te hace más blanca de lo que ya eres.
Sophie suspiró y lo metió en la maleta.
Estaba acostumbrada a su exceso de control y a que las cosas se hicieran
como ella quería, pues desde muy pequeña Sophie tuvo que seguir la vida
que su madre dejó atrás cuando nació ella. Valeria fue modelo durante unos
años, le daba mucha importancia a la belleza, al saber estar, a cómo
comportarse delante de los demás. Cuando Sophie solo tenía seis años,
comenzó a llevarla a castings para aparecer en anuncios; además, modelaba
para distintas marcas y participaba en concursos infantiles. Eso hizo que su
infancia fuera distinta a la de los demás niños.
—¿Ya tienes la maleta preparada? —preguntó su padre, que en ese
momento entró en la habitación y se acercó a ella para besarla mientras
acariciaba su hombro.
—Me queda poco.
—Te va a venir muy bien.
—Encima eso. Eloy, dile algo, no la animes —dijo la madre,
desesperada, al ver que no conseguía frenar a su hija.
Él puso los ojos en blanco y la ignoró.
—Te vamos a echar de menos.
—Y yo a vosotros.
Sophie dejó el jersey que tenía en la mano y abrazó con fuerza a su
padre, quien le dio un beso en la cabeza con ternura. Siempre se había
sentido segura entre sus brazos, aunque apenas había podido disfrutar de él,
ya que casi nunca estaba en casa. Al ser piloto de aviones, pasaba la mayor
parte del tiempo viajando. Se separó de él y le sonrió; después, los miró a
ambos. Eran como el agua y el aceite.
Hacía un tiempo que Sophie vivía sola en una casita al lado del terreno
donde vivían sus padres, por lo que estaban muy cerca. Intentaba ir a verlos
solo cuando estaba su padre, ya que a su madre la veía en exceso, pues
aparecía en su casa sin avisarla, y por más veces que le había dicho que no
lo hiciera, ella seguía ignorándola. No sentía que en realidad se hubiera
independizado, y aunque se lo podía permitir con lo que ganaba, había algo
en ella que no la dejaba alejarse de ellos. Sin embargo, al mismo tiempo,
necesitaba ser más libre.
—¿Nos vas a llamar cuando llegues? —preguntó su madre, que se sentó
en la cama, resignada.
—No lo sé, ya sabéis que allí no puedo tener móvil.
—¡¿No vamos a poder hablar contigo en un mes?! Pero ¿qué clase de
sitio es ese?
Se levantó y comenzó a andar de nuevo de un lado a otro.
—Mamá, ya te lo he explicado. No sé muy bien qué me voy a encontrar.
Creo que dejan hacer algunas llamadas, pero hazte a la idea de que durante
un mes apenas vas a saber de mí. Si hay algo urgente, os he anotado la
página web y todos los datos de donde estaré.
—No me puedo creer que vayas a dejar tu trabajo por esto.
Por supuesto que no iba a quedarse un mes en ese lugar, pero prefería no
compartir esa información con ella.
—Valeria, no la tortures más —contestó su padre, molesto—. Es una
experiencia nueva, no le va a venir mal alejarse un poco de aquí. Lleva
desde muy pequeña haciendo lo que has querido. Suelta el control y deja
que se vaya. Es solo un mes.
—Treinta días muy valiosos en los que dejarán de hablar de ella. En este
mundo tienes que estar siempre activo o dejan de verte y se olvidan de ti.
Sophie cogió un par de sudaderas y unas deportivas, hizo un repaso
mental de lo que había guardado, se sintió satisfecha y cerró la maleta.
Tenía todo lo que necesitaba.
—Creo que ya he terminado. —Se acercó a Valeria y la besó con rapidez
—. No te preocupes, mamá. Tendré cuidado, estaré bien. Si necesito algo,
os lo diré.
Sabía que lo que le acababa de decir le importaba bien poco a su madre,
lo que más le interesaba era que no perdiera su estatus social como
influencer.
Los abrazó a ambos y la acompañaron hasta el coche. Tenía por delante
unas tres horas y media de viaje. Después de recibir varias advertencias de
sus padres —como que tuviera cuidado, que no fuera deprisa, que los
avisara cuando llegara, que descansara a las dos horas y alguna instrucción
más—, finalmente, puso el coche en marcha.
Llevaba diez minutos de camino y esa vocecita de su mente hizo su
aparición para decirle que se iba a arrepentir de esto. No quería oírla.
Cuando tomaba una decisión, la seguía con todas las consecuencias, pero
era cierto que el miedo a perder seguidores, a que de alguna forma se
olvidasen de ella, la agobiaba.
Se detuvo en un semáforo y suspiró mientras apoyaba la cabeza en el
respaldo como si le pesara. No le iba a dar el gusto de darle la razón a Saúl,
ese hombre estirado y prepotente.
El coche de atrás le pitó. El semáforo se había puesto en verde y no se
había dado ni cuenta. Reanudó la marcha sin querer volver a pensar en él,
pero su mente no se lo permitía.
«Maldito hombre».
La imagen de Saúl susurrando cerca de su oído regresó a su cerebro con
fuerza e incluso le llegó su fresco olor, que ahora parecía haber invadido el
coche. Pero no solo eso. Las palabras que más la habían noqueado no
fueron las de su invitación, sino las de su proposición: «Si algún día quieres
vivir una vida más real, búscame».
Le había costado mucho escribir el e-mail y, cuando lo hizo, le
sorprendió lo que sucedería un rato después. Primero, tuvo que pensar en
darle una explicación creíble de por qué ahora estaba interesada en ir a su
centro. No podía inventarse que en realidad tenía una adicción a las redes,
ya que durante la cena se notó lo molesta que estaba por lo que él dijo.
Tampoco podía contarle que iba a investigarlos tanto a él como al entorno
que rodeaba el centro Luz de Luna.
No debía confiar en nadie. Si lo que le había ocurrido a Camila era algo
más allá de una desaparición voluntaria, cualquiera podría ser el culpable.
Resultaba difícil para ella aceptar que tanto la policía como la familia no
mostraran interés en tomar medidas, a pesar de que ya había presenciado en
otras ocasiones la pasividad de las autoridades. Durante una semana intentó
recabar información sobre Camila, pero a simple vista no había nada turbio
en su vida. También buscó información sobre el centro, y no es que hubiera
nada interesante; llevaba unos años abierto y las reseñas eran positivas. Los
comentarios de aquellos que habían estado allí, para tratar adicciones o
estrés y para descansar de la vorágine de la vida tan rápida y frenética,
afirmaban que encontraban paz y serenidad y regresaban renovados. Al
menos eso decían.
Sophie había conectado el bluetooth del móvil al coche y comenzó a
sonar How Do You Sleep?, de Orianthi. Era una cantante y guitarrista que
había inspirado a Sophie a tocar la guitarra, era lo único que le calmaba. No
tocaba delante de nadie, no después de lo que le sucedió en el pasado. Solo
lo hacía frente a su abuelo, y ahora él ya no estaba. Volvió su atención a la
carretera. Llevaba dos horas de camino; no estaba cansada, por lo que
decidió continuar un poco más. Después descansaría para tomar algo y
hacer unas paradas en varios sitios.
Todavía le costaba creer que Saúl no le hubiera puesto ninguna objeción
cuando le envió el correo electrónico. No había estado segura de si sería él
quien leería el cuestionario en el que tuvo que responder a varias preguntas,
como si tenía ansiedad, depresión, si se sentía desbordada y por qué. No es
que se sintiera especialmente de esa manera, pero tuvo que buscar una
excusa para poder acudir y que la aceptasen, así que exageró las respuestas.
Al terminar, había un espacio para añadir algún comentario. Después de
pensar mucho en qué escribir, envió el mensaje junto con el cuestionario:
Hola, mi nombre es Sophie Gaona y
estaría interesada en pasar un tiempo en
vuestras instalaciones. He visto que,
además de tratar adicciones, tenéis una
opción antiestrés para recuperar energía y
serenidad. Me gustaría contratarla, ya que
últimamente me siento bastante ansiosa.
A la pregunta de cómo os he conocido, ha
sido gracias al director Saúl Garza.
Coincidimos en un evento y me invitó a
probar su programa con la esperanza de
poder estar sin redes sociales y sin el
móvil durante ese periodo.
Gracias por su tiempo, espero noticias.
Un saludo.
Media hora después, la pantalla pareció brillar más cuando vio que había
recibido una repuesta en su bandeja de entrada:
Querida Sophie:
Acabo de leer tus respuestas al
cuestionario. Estaremos encantados de
tenerte por aquí. Espero que hayas leído
con detenimiento el programa. Ten en
cuenta que deberás compartir tus problemas
con más miembros del grupo que también
participan por distintas adicciones. Habrá
una terapia en la que cada uno deberá
abrirse y mostrar esos miedos profundos
que os están paralizando, no solo de forma
superficial. Se irán quitando capas hasta
acceder a eso que nos empeñamos muchas
veces en esconder para poder dejar de
engañarnos a nosotros mismos.
Creo firmemente que estarás dispuesta a
probar la terapia. Si eres consciente de
que no solo habrá momentos de relax,
entonces serás más que bienvenida.
Gracias por confiar en nuestro programa.
Saúl
En el momento en el que lo leyó, le dieron ganas de responderle y
mandarlo a la mierda. De manera sutil la había vuelto a llamar superficial,
por lo que estaba claro que despreciaba a la gente como ella que se
dedicaba a vivir de las redes. No entendía qué narices hacía ayudando a
personas adictas a la tecnología. Debía hacer un trabajo pésimo si juzgaba
así a los que acudían allí.
Por un momento, quiso contestarle que había cambiado de opinión.
Quizá podría obtener información sobre Camila de otra manera —había
resuelto casos de desapariciones de una forma más complicada en el pasado
— o bien podía acercarse a preguntar a las personas que vivían en la zona
sin tener que acudir al centro durante ese tiempo. Sin embargo, su
competitividad no le permitía ceder; eso significaría dejarlo ganar.
No. No lo permitiría, no dejaría que ese engreído sabelotodo se saliera
con la suya. Además, sería mucho más sencillo obtener pistas estando allí
alojada.
Finalmente, tecleó su respuesta eligiendo cada palabra con cuidado.
Había logrado encontrar un equilibrio entre su deseo de mostrar su
determinación y su intención de mantener cierta compostura. Sabía que no
podía revelar sus verdaderos motivos, pero eso no significaba que no
pudiera jugar un poco. Respiró hondo mientras abría y cerraba las manos
varias veces. Se recogió el pelo en una coleta, como si estuviera a punto de
realizar un ejercicio intenso en el gimnasio, y respondió:
Director Garza:
Estaré encantada de estar allí y
demostrarle que hay muchas capas en mi
interior por descubrir, y no solo un
recipiente vacío y superficial.
Gracias.
Sophie
Lo releyó y pensó que sería mejor no cabrearlo tanto antes de ir; ya lo
haría una vez que estuviera allí. Volvió a ver su rostro orgulloso y con ese
aire de superioridad cuando habló con ella en la mesa. No. No podía
evitarlo: el deseo de desenmascarar su arrogancia se había convertido en un
reto personal. No lo borraría. Y le dio a enviar.
Ella le demostraría quién tenía una vida vacía, llena de prejuicios y lo
mucho que se estaba perdiendo por el camino con su carácter egocéntrico y
prepotente.
Minutos después, recibió un nuevo mensaje:
Yo también estaré encantado de ir
descubriendo esas capas de las que hablas.
Espero que estés preparada. Será una
experiencia única, te lo garantizo.
Saúl
Por supuesto que estaba preparada. Las manos le picaron en el volante,
no veía el momento de llegar.
CAPÍTULO 6
—Bienvenida a Luz de Luna. Me llamo Lucía, pero puedes llamarme Lu.
Sophie se acababa de bajar del coche. Delante de ella había una niña que
la miraba con una sonrisa risueña. No debía tener más de ocho años y su
rostro le resultaba familiar, a pesar de que nunca antes la había visto. En su
mano derecha sostenía unas llaves con un llavero de madera; había algo
grabado en él, pero Sophie no lo distinguía con claridad.
—Hola, encantada, Lu, soy Sophie —dijo, a la vez que arrastraba la
maleta que un minuto antes había sacado del vehículo.
—Sí, lo sé. Mi tío me lo ha dicho.
—¿Y tu tío es…?
—Saúl.
—Ah, vale…
—Te llevaré a tu cabaña. —Le hizo un gesto con la mano para que la
siguiese—. Qué bien que hayas venido a Luz de Luna.
—¿No va a venir él?
La niña, que había comenzado a andar, se detuvo.
—No, quería venir yo para verte.
—¿Me conoces? —preguntó Sophie, asumiendo que era así.
—¡Oh! ¡No! Pero mi tío me ha dicho que eres famosa y que tienes
muchísimos seguidores, así que quería saber cómo eras.
Sophie alzó las cejas, sorprendida, primero por su sinceridad y segundo
porque no esperaba esa respuesta. Había sido una presuntuosa al suponer
que la conocía.
Se fijó en los alcornoques y las encinas que se alzaban a su alrededor.
Luz de Luna estaba situada en Cáceres, en una zona repleta de naturaleza.
Durante el trayecto había disfrutado viendo cómo cada rincón estaba
vestido de verde. El aroma a tierra fresca se mezclaba con la fragancia de
las flores silvestres.
Dentro del recinto se encontraba la cabaña principal, que era la más
grande, y de ella partían distintos caminos, que llevaban a cabañas de
madera más pequeñas. Tenía un encanto especial; habían elegido un lugar
precioso y único para tratar a personas que necesitaban desconectar y
sentirse mejor.
Lu caminaba delante de ella por uno de los senderos de madera rodeado
de árboles y plantas mientras le explicaba el horario del desayuno y las
actividades que se realizaban en el centro. Cuando la escuchó decir que
estaba todo en un pequeño folleto que tenían en la cabaña, se relajó y se
dejó llevar para disfrutar de ese bonito paisaje, que transmitía tanta paz.
Solo se escuchaba el canto de algún pájaro escondido entre las ramas. La
tranquilidad que se respiraba en aquel lugar era increíble. Sonrió al sentirse
transportada al pasado, a alguna de las contadas ocasiones en que sus padres
la llevaron de excursión.
En su pecho sintió el peso de la nostalgia, la libertad de esos días tan
breves en los que se sintió una niña. El resto del tiempo tuvo que ser
responsable y seguir los pasos que le habían indicado.
—¿Has traído algo para los mosquitos? —preguntó Lu, que se dio la
vuelta de forma brusca.
—Sí.
—Menos mal. No sabía si te lo habían dicho, pero es que aquí te
acribillan. Aunque lo bueno es que ya no hace tanto calor y nos dejan un
poco en paz. Por cierto, me encanta tu pelo con las puntas rojas. Es
alucinante.
—Muchas gracias.
—Ya casi hemos llegado. —Lu se detuvo—. ¿Sabes? También tenemos
un huerto. ¿Lo ves? Allí está. Y gallinas que nos dan muchos huevos
frescos. Me encantan los huevos fritos.
—Está genial, lo tenéis todo pensado.
De pronto, apareció un perro corriendo hacia ella, se detuvo y comenzó a
olerla mientras movía la cola. Sophie se agachó para acariciarlo; era un
hermoso golden retriever.
—¿Y tú quién eres, bonito?
—Es Duk. Es muy cariñoso, te va a seguir a todas partes.
—Me encanta —contestó Sophie con una sonrisa, sin dejar de tocarlo.
Se levantó y continuaron mientras Duk las seguía.
Llegaron a la cabaña, la que sería su casa durante su estancia allí. Lu
abrió con la llave y la invitó a entrar. Cuando Sophie cruzó el umbral, un
suave aroma a madera y a lavanda envolvió sus sentidos, llenando el
espacio de calidez. No era muy grande, pero tenía todo lo necesario para
vivir cómodamente. Le llamó la atención un sofá anaranjado que parecía
tan confortable que sintió el impulso de tumbarse en ese mismo instante.
Justo al lado había una mesa baja de roble y enfrente, varios adornos en el
mueble de la pared. El baño era muy bonito, con una pequeña ducha, el
lavabo adornado con una luna para sostener el cepillo de dientes y una
estrella para poner la pastilla de jabón.
—Este es el dormitorio. —Lu sonrió—. Esta cabaña me chifla. ¡Todo
está decorado de una forma muy cuqui!
—Es verdad, pero pensé que el dormitorio tendría una cama grande.
—Son camas individuales. Por ahora, estarás sola —contestó Lu, que se
apoyó en el quicio de la puerta—. A veces, se comparten las cabañas.
Sophie no quiso decirle nada a la niña, pero no estaba dispuesta a vivir
con alguien más. Tampoco se quedaría el tiempo suficiente para ello, y si
eso pasaba, ya hablaría con míster prepotente.
—¿Te gusta? —preguntó la niña con una amplia sonrisa.
—Sí, es preciosa. Gracias por traerme.
—No pasa nada, me gusta ayudar a mi tío.
Más bien, daba la impresión de que se aprovechaba de ella, pero no quiso
quitarle la ilusión. En los labios de la pequeña se dibujaba una sonrisa que
llegaba hasta sus ojos; caminaba dando pequeños saltitos y no parecía
tímida en absoluto, todo lo contrario. No dejaba de hablar y, por cómo se le
iluminaba el rostro cuando hablaba de su tío, lo admiraba. No entendía por
qué, pero así era.
—Bueno, me voy para que puedas descansar. Si necesitas algo, estoy en
la cabaña grande. Mi tío también está allí. Hay un pequeño teléfono en la
mesita por si necesitas llamarnos. Si quieres, algún día podemos dar una
vuelta y te enseño todo por aquí.
—Muchas gracias, Lu. Me encantaría.
—La cena es desde las ocho hasta las nueve y media.
—Qué pronto.
—Sí, es que así luego tenéis tiempo para hacer algo divertido todos
juntos.
Lu le entregó las llaves y Sophie vio que en el llavero había grabada una
media luna. La niña abrió la puerta y, cuando salió, la estaba esperando
Duk.
Sophie se quedó a solas. Se sentó en el sofá; la comodidad de este y
cómo se amoldaba a su cuerpo consiguieron que se relajara en él. Se quitó
los zapatos y se tumbó. Los músculos de su espalda comenzaron a
destensarse. Desde esa posición se veía la ventana, con unas pequeñas
cortinas blancas con ribetes anaranjados, el mismo color que bañaba la sala
gracias a los rayos de sol que atravesaban el cristal.
La calidez se extendía por su cuerpo, pero no se le iba la sensación de
que le quedaba algo pendiente por hacer, aunque esa misma sensación era
algo que solía tener habitualmente debido a su tendencia a descansar poco.
Su mente recordó su teléfono, pero ya había enviado un mensaje a sus
padres en cuanto aparcó el coche. Pensó que le quitarían el móvil nada más
llegar, sin embargo, Lu no se lo había pedido.
Allí tumbada recordó cómo, durante el viaje en coche, había
aprovechado para ir a zonas en las que se había producido algún crimen.
Comió en un restaurante en el que una banda había asesinado a una pareja
joven, antiguos miembros de la banda, que intentaba huir de ellos. También
se detuvo en la gasolinera donde un hombre había sido agredido por un
exmilitar retirado, obsesionado con los homosexuales, y lo terminó
apuñalando en el baño.
A Sophie le afectaban esos asesinatos, pensaba en la familia, amigos y,
sobre todo, en las víctimas, que, en muchas ocasiones, eran las grandes
olvidadas. No le importaba el motivo detrás de los crímenes, en la mayoría
de los casos eran personas narcisistas, sin empatía, que, o bien se habían
dejado llevar por algún impulso, o disfrutaban haciéndolo. En otras
ocasiones era por el dinero. La de casos que había visto de asesinatos de
cónyuges y otros familiares cercanos, y todo por el maldito dinero.
Ella no quería que la gente se olvidase de las víctimas. Lo que de verdad
le interesaba de esas historias era la forma en que averiguaban quién había
sido, las pistas que habían llevado a saber quién era el culpable. Si uno de
los asesinatos estaba sin resolver, se volvía loca para encontrar otras
opciones; no podía soportar que esas personas quedasen en el olvido. Quizá
eso se debía a lo que le había ocurrido en el pasado.
Los ojos se le fueron cerrando mientras escuchaba el canto de un pájaro a
lo lejos. Justo antes de quedarse dormida, pensó que había pasado mucho
tiempo desde la última vez que había sentido esa paz, aunque estaba segura
de que unas horas después desaparecería cuando volviera a verlo.

Un sonido extraño la despertó; un pitido que sonaba unos segundos y se


detenía. Aún aturdida, miró el reloj y vio que había dormido poco más de
una hora. El sonido seguía resonando hasta que comprendió lo que era: el
teléfono de la habitación. Se levantó y fue deprisa hacia él antes de que la
persona al otro lado colgara.
—¿Sí?
—Hola. —La voz de ese hombre era inconfundible. Si aún estaba medio
adormilada, escucharlo provocó que se le tensase la espalda. Abrió los ojos
como si su cuerpo supiera que debía permanecer alerta ante la persona que
estaba al otro lado del teléfono—. Quería comprobar que te habías instalado
sin problemas y saber si necesitabas algo.
Su tono al hablar era más cordial que el día que lo conoció, intentaba ser
amable con ella, quizá porque había pagado por estar allí y ahora era su
huésped.
—Todo bien, gracias. Tu sobrina me ha informado de lo más importante,
ha sido muy amable conmigo.
—Sí, le gusta recibir a los nuevos. Espero que estés cómoda y que
aproveches tu último día con el móvil, mañana tendremos que requisarlo
durante el próximo mes. ¿Estás preparada?
—Creo que para eso sí.
Al otro lado de la línea hubo un silencio, parecía que se moría de ganas
por preguntar si había algo para lo que no estaba preparada.
—Tranquila, me encargaré de que también lo estés para todo lo demás.
Ahora se había quedado ella con la curiosidad de saber a qué se refería.
Porque tenía claro que no aguantaría estar cerca de él y no decirle lo que
pensaba. Saúl era una de esas personas que sacaban lo peor de ella y le
resultaba imposible mantenerse en silencio. Por su profesión intentaba
contenerse en público, consciente de que cualquier cosa que dijera o hiciera
podía grabarse o utilizarse en su contra en las redes. Era lo malo de vivir de
ello: un momento malo, una situación embarazosa y significaría el fin de su
carrera. Un día estabas en la cima y un segundo después acababas en el
infierno, desterrada de todo y todos. Ese era uno de sus mayores miedos.
Allí era distinto, no habría redes de por medio ni grabaciones. Su instinto
le pedía a gritos que se dejara llevar y decirle lo que sentía en cada
momento, donde y cuando quisiera.
—¿Sigues ahí? —preguntó el.
—Sí, disculpa. Tu sobrina me ha dicho que se cena sobre las ocho.
—Así es.
—Gracias, allí estaré.
—Te espero.
¿Cómo que la esperaba? ¿Tendría que cenar con él?
—¿Ehhh?
—Me refiero a que todos cenamos juntos —añadió él—. Te veré en el
comedor.
—Oh, está bien. Nos vemos.
Colgó el teléfono y bufó al pensar que había quedado como una estúpida
sin saber qué decir cuando se había imaginado cenando a solas con él.
Esperaba que no se hubiera dado cuenta.
Meneó la cabeza y aprovechó para deshacer la maleta y darse una ducha
antes de ir a cenar. Había traído más ropa de la necesaria; sabía que tenían
servicio de lavandería, pero prefería estar bien preparada. Aunque estaba
acostumbrada a viajar, llevaba sin hacerlo mucho tiempo. Nunca había
estado un mes separada de sus padres y tampoco de las redes sociales;
aunque no serían tantos días, se aseguraría de que no fuera así. Eso sí que
era salir de su zona de confort, sobre todo por el hecho de estar con
desconocidos durante tanto tiempo.
Una cosa era pasar un fin de semana en un evento y otra muy distinta,
pasar tantas horas con personas con las que tendría que hablar de emociones
y pensamientos íntimos. En general, no le gustaba relacionarse demasiado
con los demás; por su experiencia, la mayoría de las veces, la gente hacía
preguntas personales por simple interés. Resultaba curioso que no le diera
miedo exponerse en las redes y, sin embargo, le costara abrirse en persona.
Se metió en la ducha y notó cómo el calor del agua alejaba esos
pensamientos, que se iban por el desagüe. Los músculos de su espalda se
expandieron con suavidad, destensando el agarrotamiento que sentía.
Minutos después, estaba más serena. Debería hacer estiramientos todos los
días. ¿Cómo se entretendría en un sitio como ese? Seguro que no sería tan
malo, no lo iba a llevar tan mal.
Salió de la ducha y limpió el vapor del espejo; este reflejaba su cuerpo
envuelto en una toalla por encima del pecho. Sus ojos azul oscuro y
rasgados, iguales a los de su padre, le devolvían una mirada cargada de
inquietud. Observó su piel, lisa y pálida, la que su madre siempre criticaba
diciendo que no se cuidaba lo suficiente y que pronto le saldrían arrugas.
Para Valeria, hasta sus labios eran defectuosos; debían ser más finos.
Incluso ahora, sus palabras hacían que creyese que su madre tenía razón,
que no era realmente bonita. Desde niña se sintió así hasta que llegó un
momento en que aceptó cómo era, y tampoco quería pensar demasiado en
ello.
Apoyó las manos en el lavabo mirando hacia abajo.
—Esto es pan comido —dijo en voz alta—. Vas a conseguir información
sobre Camila, aguantarás un tiempo aquí y volverás a tu vida tranquila y
feliz.
Volvió a mirarse en el espejo. Sus ojos seguían reflejando esa inquietud y
le decían que no se creía ni una palabra. Un escalofrío le recorrió la espalda.
No. No iba a ser tan fácil y lo sabía.
CAPÍTULO 7
Media hora después, se encontraba frente a la cabaña principal. Varias
macetas con plantas y flores rodeaban la entrada contrastando con la puerta,
que era blanca, al igual que las ventanas. Era hermosa. Desde fuera, daba un
aspecto campestre y acogedor; tenía ganas de ver su interior. Una vez
dentro, divisó a Lucía, quien llevaba varios platos en las manos.
—¡Hola, Sophie! Llegas a tiempo, estamos sirviendo la cena. Ven. —
Hizo un gesto con la cabeza—. Es por aquí.
Sophie la siguió por el pasillo hasta que entraron en una sala, donde
había tres mesas de madera alargadas y amplias con asientos para unas seis
personas, todas decoradas con pequeñas macetas de flores de distintos
colores. Dos grandes ventanales dejaban entrar los rayos del sol, que en ese
momento se estaba ocultando, dando paso al atardecer. La luz era cálida, ni
muy tenue ni tampoco muy fuerte, lo suficiente para ver mientras comías y
crear un ambiente muy agradable.
Los únicos ocupantes del comedor eran una mujer rubia y delgada y un
chico joven, que se sentaban juntos. La niña se acercó a la mesa y les dejó
los platos.
—Muchas gracias, Lucía. Tiene muy buena pinta —dijo la mujer.
—Sí, mi madre cocina muy bien. —Se giró para mirar a Sophie—.
Puedes sentarte aquí con ellos.
—No, tranquila, no quiero molestar.
—No molestas. Me llamo Guille —respondió el chico que estaba sentado
al lado de la mujer. La miró de arriba abajo, escaneándola.
No tendría más de diecinueve años; sus pecas, junto con el pelo rizado y
rebelde, le daban un aspecto travieso. Lo que menos deseaba Sophie era
compartir mesa con nadie. ¿Podría coger la comida y llevársela a su
habitación? Era lo que más le apetecía en ese momento, pero le daba la
impresión de que no estaba permitido hacerlo. La respuesta le llegó desde
su espalda.
—Estaréis juntos durante un tiempo. La mejor forma de conocerse es en
las zonas comunes, por eso evitamos que se pueda comer y cenar en las
cabañas.
Su cuerpo se tensó de nuevo como una vara al escucharlo, le molestaba
ponerse tan nerviosa solo por su voz. Se dio la vuelta y se enfrentó a su
mirada.
—Supongo que es otra de las normas de este lugar.
Él la estudió por un momento sin decir nada. La forma en la que la
miraba le aceleraba el pulso, solo con su presencia se ponía a la defensiva.
¿Tan mal le había caído en la cena del evento para que reaccionase así? ¿Y
por qué a su cuerpo le importaba un cuerno lo mal que le cayese? La
energía que emanaba de él provocaba en ella la necesidad de acercarse y
tocarlo.
—Supones bien, y por lo que veo no te has leído el folleto donde está
toda la información y las normas que tenemos en Luz de Luna. No te
preocupes, pronto te acostumbrarás a seguirlas.
La comisura de su boca se curvó a la vez que le hacía un gesto con la
mano para que ella se sentara. Lo hizo; prefería mantenerse tranquila y no
seguirle el juego. Además, odiaba darle la razón, pero con el cansancio y
los nervios del viaje se le había olvidado leer el maldito folleto. Le
molestaba su forma de hablarle, hasta el punto de no saber si podría seguir
sus reglas estando él de por medio, pues su rebeldía se solía encender al
verlo.
Sophie apenas habló durante la cena; la ayudó que Adelaida, la mujer
rubia, no dejase de hablar. Era adicta a Tinder y estaba allí para lograr
desintoxicarse de la adicción que le provocaba esa aplicación y la constante
necesidad de buscar nuevos hombres. Siempre necesitaba más. Luego, pasó
a hablar de lo perfecto que era ese lugar y de lo encantador que era Saúl.
Según ella, todo le parecía estupendo.
Guille no dejaba de observar a Sophie y admitió que estaba enganchado
a los videojuegos, aunque consideraba que estar allí era una pérdida de
tiempo, ya que no dejaría de jugar, pero sus padres lo habían obligado.
Pronto llegó la pregunta que estaba esperando.
—Y tú, ¿por qué estás aquí? —preguntó Guille, mientras Lu se sentaba
con ellos y los tres la miraban.
Saúl había vuelto a la cocina.
—Quiero pasar un tiempo sin móvil, sin redes sociales, descansar y
relajarme.
La bonita rubia la miró con suspicacia.
—Ah, ya veo, tú no tienes ningún problema que solucionar aquí. Es solo
para relajarte. Entonces, podías haber ido a uno de esos sitios en los que
puedes alojarte un fin de semana, lo que llaman el detox digital.
El joven se echó para atrás en la silla y se cruzó de brazos.
Habían terminado de cenar y lo que más deseaba era irse a su cuarto,
pero Sophie sabía que debía entrar de alguna forma en ese grupo. Si la
veían como alguien lejana y creían que se sentía superior a ellos, no se
abrirían a ella.
—No, no es solo para relajarme. Estoy saturada y apenas duermo.
Necesito saber si es por mi estilo de vida, mi profesión o es por otras cosas.
Creo que hay algo en mi interior que no está bien.
Ambos asintieron.
No es que hubiera mentido del todo, hacía tiempo que dormía mal y
estaba inquieta y, a decir verdad, no sabía muy bien el motivo, aunque
tampoco era importante para ella averiguarlo. Ya se le pasaría.
—Es una famosa influencer —dijo Lucía, que la miraba como si fuera
una estrella.
Guille estrechó los ojos.
—¡Coño! ¡Es verdad! No te había reconocido —contestó él—. Eres
SophieKnows, ¿verdad?
—Sí, así es.
—¿Veis? Es famosa.
—¿No habrás venido aquí a investigar un caso? ¡Sería la hostia!
—Y un motivo de expulsión del centro —añadió Saúl, que acababa de
entrar en el salón—. Aquí el trabajo se queda fuera. ¿Verdad?
Él la miró fijamente y Sophie tuvo que apartar la mirada.
—Por supuesto —contestó, esperando no ruborizarse—. Para eso
estamos aquí, para olvidarnos de la rutina y superar lo que nos está
dañando.
—No es para tanto —contestó Guille—. Jugar tampoco es tan malo.
Sophie se levantó sin mirar a Saúl.
—Creo que me voy ya, estoy un poco cansada del viaje. Buenas noches a
todos, encantada de conoceros.
Sonrió y se giró mientras sus ojos se encontraban con los de Saúl, pero
ella apartó la vista con rapidez.
Cuando salió, se apoyó en la puerta y miró el cielo. Al no haber apenas
contaminación lumínica, las estrellas e incluso la Vía Láctea se veían con
claridad. Hizo una respiración profunda y decidió recoger lo que había
dejado en el coche. Fue a la cabaña en busca de las llaves y se dirigió al
vehículo. Abrió la parte trasera y sacó una de las cosas que más amaba y
que seguramente la ayudaría a sobrellevar ese lugar: su guitarra, una PRS
Private Stock de Orianthi. Desde niña había admirado a esa cantante y
guitarrista hasta el punto de no solo aprender a tocar, sino también de tener
una de sus guitarras como una forma de seguir sus pasos.
Dado que no iba a poder tener el móvil, al menos podría tocar la guitarra,
que era su pasión. Cuando lo hacía, se olvidaba del mundo y de los
problemas; se sumergía en un modo de concentración que le daba serenidad
y se sentía más segura y confiada. Era su vía de escape y sabía que le
vendría bien tenerla allí.
Cerró la puerta del coche y se dirigió de vuelta a la cabaña. Se
escuchaban los grillos, y el ambiente era tranquilo y silencioso, lo que
contrastaba con Madrid, que era mucho más bullicioso.
—¿Es eléctrica?
—¡Joder! —exclamó Sophie, a quien del susto se le cayó la guitarra al
suelo.
—Deberías tener más cuidado —dijo Saúl, que se levantó de las
escaleras donde estaba sentado—. Menos mal que la llevas en la funda.
—Y tú no deberías aparecer así, como si fueras un fantasma.
—No es mi problema que no me hayas visto.
Se agachó para ayudarla.
—Yo puedo.
Saúl mostró las manos y se incorporó alejándose un poco de ella,
mientras que Sophie se cercioraba de que la guitarra estaba bien. Respiró
aliviada al ver que no había sufrido ningún daño.
Lo miró y no pudo evitar observar sus labios y la mandíbula marcada con
la barba de pocos días. Llevaba una camiseta de pico gris que resaltaba su
cuello. ¿Por qué tenía que ser tan atractivo? Saúl la miraba con curiosidad y
Sophie se dio cuenta de que había sido demasiado brusca. Debía controlarse
e intentar olvidar que él la consideraba alguien superficial y convenida que
tenía su cuenta solo por la fama. De verdad que intentaba no llevarse mal
con él, aunque solo fuera porque a ella eso la beneficiaba, pero si fingía
mucho le iba a salir una úlcera.
—Sí, es eléctrica. Pero tranquilo, he traído un ampli portátil de prácticas
y me pondré los cascos para no molestar al resto.
—Vaya sorpresa, no me esperaba que supieras tocar la guitarra. Pensé
que…
—Ten cuidado con lo que vas a decir —lo interrumpió ella—. Quiero
llevarme bien contigo, pero me lo pones muy difícil.
—¿Soy yo el que te lo pone difícil? —Él alzó una ceja—. Desde que nos
conocimos, no has dejado de atacarme.
—Quizá porque yo voy de frente, pero la forma en que tú dices las
cosas… Me llamas frívola y cuestionas mi trabajo con una sonrisa.
Saúl se quedó en silencio por un instante, uno que a Sophie se le hizo
eterno porque no sabía cuál iba a ser la reacción de él con lo que le acababa
de decir. ¿Por qué narices tenía que ser tan sincera? ¿No iba a intentar
controlarse? Siempre había sabido mantenerse al margen, sonreír y callarse
la mayoría de las cosas que pensaba. ¿Qué le estaba pasando?
—¿No crees que tu profesión sea superficial?
Sophie cerró los ojos y suspiró mientras se acercaba la funda de la
guitarra al pecho.
—¿Has visto algún directo mío? ¿Alguna entrevista de las que hago en
las redes para opinar así?
—Solo te pregunto si no crees que ser influencer es un poco frívolo.
—Habrá personas que lo sean, dependerá de cada uno, pero eso puede
ocurrir en cualquier trabajo. Además, ¿por qué tienes tanto odio por las
tecnologías?
Saúl se cruzó de brazos.
—Tengo mis motivos.
Sophie sabía que no le iba a decir nada más al respecto.
—Será mejor que me vaya.
Cogió el asa de la funda con la mano y se giró para irse, pero él la agarró
con suavidad del brazo.
—¿Por qué es tan complicado entablar una conversación contigo? —
murmuró.
El tacto de su mano le quemaba la piel y no ayudaba el hecho de que
ahora la mirase de una forma diferente, una que no sabía cómo interpretar,
pero que había provocado que sus pulsaciones se aceleraran. Debía soltarse
de su agarre o no podría pensar con claridad.
—Quizá porque siento que juzgas todo lo que hago. —Se liberó de la
mano de Saúl—. Aunque he de reconocer que, desde que te escribí y nos
hemos vuelto a ver, has sido muy comedido.
—¿Tú crees? No me había dado cuenta —contestó, al mismo tiempo que
metía las manos en los bolsillos—. Bueno, aquí tengo que ser profesional.
—Entonces, yo tenía razón.
Saúl chascó la lengua.
—Sorpréndeme, redoble de tambores… —Hizo un gesto con sus manos
para simular el sonido.
En ese momento Sophie decidió que ya había tenido suficiente de los
desplantes de Saúl.
—Me largo.
Él volvió a detenerla agarrándola de nuevo por el brazo, pero esta vez su
rostro estaba más cerca del de ella. Su proximidad la ponía en tensión y la
sensación de calor comenzó a crecer en su vientre.
—No pensé que fueras una cobarde —susurró.
Por un segundo, solo se escucharon los grillos que envolvían la noche.
Sophie se alteró al sentir su cálido aliento en la mejilla. Quizá él tenía
razón porque, si no fuera una cobarde y no pensara en las consecuencias, se
habría lanzado a sus labios. Ese hombre le provocaba sentimientos
encontrados, ya que la atraía y lo odiaba con la misma intensidad, y eso la
asustaba. Pero, por supuesto, nunca se lo diría.
—Solo me enfrento con personas con las que merezca la pena hacerlo. Y
tú eres alguien que critica a los demás porque crees que fingimos, sin
embargo, actúas de la misma forma. Solo porque ahora pago los servicios
del centro no me dices lo que piensas en realidad.
—Como te he dicho, a eso se le llama ser profesional. Además, no finjo,
solo me callo lo que pienso.
—Ya, cuando te conviene, lo llamas de una forma o de otra.
—¿Qué es lo que quieres, Sophie?
Él clavó los ojos en ella y endureció su expresión. Escuchar su nombre
pronunciado en esos labios le provocó que el corazón le latiera más deprisa.
Y lo peor era que, cuando él le había preguntado qué quería, su mente
traicionera la sorprendió con un «a ti» y con una imagen en la que él se
abalanzaba sobre ella, besándola. Movió la cabeza de un lado a otro para
sacarse esa visión lo más rápido posible de su cabeza.
—Quiero que conmigo no lo hagas, que no te contengas, que me digas lo
que piensas. Prefiero ver ese lado tuyo para que no me lleve a ninguna
confusión.
—Cuando me has interrumpido y te he dicho que me ha sorprendido que
tocases, iba a decir que te veía más como cantante —dijo él, señalando la
guitarra al mismo tiempo que parecía relajar la tensión de su cuerpo.
Sophie no supo qué contestar. ¿Acaso sabría lo que le sucedió en el
pasado? Era poco probable. Su respuesta junto con la cálida sensación de
sus dedos, que seguían sobre su piel, la desconcertaron aún más. ¿Le
parecía bonita su voz? Saúl desvió la mirada hacia su boca y un halo de
energía pareció rodearlos. Ella se alejó un poco mientras él la soltaba.
—No canto en público, pero lo hago cuando estoy sola. Aunque lo que
más me gusta es componer y tocar la guitarra. Me relaja en todos los
sentidos.
—Quizá sea lo mejor. Con tu voz, es muy probable que nos dieras las
noches en el centro. —Sophie frunció el ceño mientras él miraba hacia el
cielo—. Aunque, por otro lado, no nos vendría mal que lloviera.
Una sonrisa de medio lado nació en la boca masculina y Sophie
entrecerró los ojos.
—Si conocieras mi pasado, no dirías eso, a no ser que quisieras hacerme
daño.
Saúl abrió los ojos, sorprendido por su respuesta.
—No sé a qué te refieres.
—Mejor.
Él deslizó de nuevo los ojos hacia sus labios, y Sophie no supo si se
estaba imaginando cómo sería su voz o si quería hacer algo más con su
boca.
—Eres una caja de sorpresas, Sophie —murmuró. El ambiente se había
vuelto demasiado íntimo. Antes de que ella pudiera decir algo, él se
adelantó. Se acercó a su oído y Sophie sintió un escalofrío que bajó desde
su cuello hasta su mano, con la que casi podía rozarle—. Espero que
duermas bien.
Ella cerró los ojos un instante y su cuerpo vibró al notar su mejilla tan
cerca de la suya.
—Gracias —murmuró—. Igualmente.
Por fin, Saúl se separó y se dio la vuelta para irse.
—Recuerda que mañana hay que madrugar. A las ocho arriba.
Esa noche Sophie se dio cuenta de dos cosas. Una de ellas era que iba a
tener que aprender a recuperar el autocontrol que perdía a su lado, ya que él
sacaba lo peor de ella. No sabía si iba a aguantar todo ese tiempo sin
mandar a la mierda a ese hombre. Y la otra, que bajo ningún concepto podía
permitir que Saúl la tocase, porque no sabía si tendría la voluntad necesaria
para apartar las manos de su cuerpo.
CAPÍTULO 8
Sophie se colocó la almohada en la cabeza en cuanto escuchó un gallo
cacarear a pleno pulmón. Le dieron ganas de estrangularlo, ya que no había
dormido muy bien. Acababa de amanecer y su cuerpo no estaba relajado
como debería ocurrir nada más despertarse; todo lo contrario, tenía un nudo
en el estómago y el cuello tenso por no saber qué era lo que la esperaba en
aquel lugar. Además, había llegado el día en el que tendría que entregar el
móvil y comprobaría si era capaz de prescindir de él.
Aprovechó que no podía dormir y se levantó para ponerse unos vaqueros
y una sudadera roja y dirigirse hacia el bosque en busca de un lugar donde
esconder el segundo móvil que había traído, el cual usaría para comunicarse
con Hank y Nozomi. Lo envolvió en una bolsa acolchada y lo guardó en
una cajita, no sin antes apagarlo para que no se quedara sin batería, aunque
tenía una externa de repuesto. Después lo ocultó detrás de unos matorrales
al lado de un árbol. Se alejó un poco para comprobar si se veía, pero estaba
bien resguardado.
Hank le envió varios mensajes informándola de que estaba tratando de
seguir el rastro de la segunda víctima en el caso de los dedos cortados,
Raúl, un joven al que encontraron en un vertedero. La policía creía que su
asesinato tenía relación con el de Gloria, la primera víctima. Hank siguió
los últimos pasos del chico a través de las cámaras; vio que salía del trabajo
en moto de camino a su casa hasta que lo perdió de vista en uno de los
semáforos. Sophie sabía que, si había alguna cosa extraña, Hank la
descubriría. Igual que Nozomi, que iría de forma presencial a los lugares
donde habían estado las víctimas antes de desaparecer para intentar hablar
con algún testigo que hubiera estado allí esa noche. Le respondió para darle
las gracias y contarle que intentaría comunicarse con él en unos días e hizo
lo mismo con Nozomi.
Debía tener cuidado de que no la pillasen, por lo que solo cogería el
teléfono una o dos veces a la semana para comprobar si había noticias y
para informar a Hank de lo que fuera descubriendo en Luz de Luna.
Llegó cinco minutos antes de las ocho a la casa principal y la puerta ya
estaba abierta.
—¿Hola? —preguntó, pero no parecía haber nadie.
Al entrar, sonrió al percibir el aroma del café recién hecho y se le hizo la
boca agua cuando vio que en dos mesas alargadas había una gran variedad
de comida: fruta, cereales, avena, yogur, magdalenas caseras, huevos
revueltos, tomate triturado y tostadas.
La noche anterior apenas había comido debido a los nervios del
momento. Se sirvió unas tostadas con tomate y aceite, un café bien cargado
y huevos revueltos. Estuvo a punto de coger una magdalena, pero se detuvo
a tiempo; eso iría directo a sus caderas. Creyó escuchar la voz de su madre
diciéndole que debía tener cuidado con la comida, que ya no era una
jovencita para comer lo que le diera la gana.
Dejó la bandeja sobre una de las mesas y su mano traicionera se dirigió
al bolsillo trasero del pantalón en busca del móvil, sin embargo, recordó que
lo había dejado en la cabaña. Pensó que, si tenía que acostumbrarse a estar
sin él, mejor empezar cuanto antes; no obstante, fue consciente de que su
mente lo buscaba con gran impaciencia.
Intentó no pensar en el teléfono y, como todavía no había llegado nadie,
aprovechó que estaba sola y eligió un lugar junto a la ventana. La abrió
ligeramente, dejando una pequeña rendija para permitir que el aire fresco de
la mañana le acariciara las mejillas. Le dio un bocado a la tostada y el
crujido delicado del pan bajo sus dientes liberó un estallido de sabor en su
boca al mezclarse con el tomate y el aceite de oliva. Después, bebió un
primer sorbo del café, que acarició su paladar brindándole una sensación de
confort.
Recordó que pronto llegarían los demás y tuvo la tentación de comer más
rápido para marcharse cuanto antes, aunque sabía que eso no era lo más
inteligente. A pesar de que no le gustase permanecer junto al resto, tendría
que soportarlo y unirse a ellos. Después de todo, ¿no había ido allí para
averiguar qué era lo que le había sucedido a Camila? Si se aislaba, no
conseguiría nada. Además, cuanto antes lo lograra, antes se iría de ese
lugar.
En ese momento escuchó una voz inconfundible y su cuerpo se tensó,
provocando que se le formara un nudo en la garganta al tragar. Maldijo para
sus adentros; con el hambre que tenía y ese hombre volvía a incordiarla solo
con su presencia. Se giró y se encontró con su mirada.
—Parece que tienes hambre —dijo Saúl con una sonrisa—. Y veo que no
has traído el móvil. Eso está bien, seguro que has disfrutado aún más el
desayuno.
Sophie todavía tenía la boca llena y no podía contestar. Se tapó con la
mano para que no se le viera la comida e intentó beber agua para poder
hablar. En ese momento entró Lu.
—¡Hola, tío! ¡Ay! ¡Ya estás aquí, Sophie!
Se sentó corriendo a su lado.
—¿Tú también madrugas? —consiguió decir Sophie cuando logró tragar
la comida.
—Sí, tengo que ir al cole, está en el pueblo.
Sophie miró a Saúl, pero se había alejado y ahora estaba de espaldas a
ellas sirviéndose un café. Esos pantalones le marcaban un buen trasero, no
podía negarlo. En cuanto se giró, disimuló para que no la pillase
observándolo.
Guille y Adelaida entraron junto con otra mujer morena que no había
visto antes. Era bonita, con un cuerpo moldeado y fuerte. ¿Qué adicción
tendría? A Sophie no le pasó desapercibida la mirada cómplice que se
echaron Saúl y ella.
En ese momento otro hombre bostezando accedió a la sala. Sophie
entendía de marcas, y sus vaqueros cortos, la camiseta y las zapatillas de
deporte eran ropas de diseño y caras. Su rostro afeitado, el pelo oscuro y el
flequillo hacia un lado le daban un aspecto sofisticado. No tendría más de
treinta años. Se preguntó qué clase de personas solían ir al centro. ¿Serían
famosos? ¿Con o sin dinero?
—Ven —dijo Lu, tirándole de la mano—. Te voy a presentar al resto.
Algunos han llegado un día antes que tú y otros hoy.
Sophie casi se cayó por el ímpetu de la niña al agarrarla para que
conociera a los nuevos que habían entrado por la puerta.
—Mira, este es Matías.
Matías, el pijo con ropa de marca, le estrechó la mano y le dedicó una
mirada sugerente. A Sophie le desagradó al instante, pero forzó una sonrisa.
—Encantada. Soy Sophie.
—Es una famosa influencer —volvió a decir Lu.
—No hace falta que digas eso, Lu, no es cierto. Aquí soy una más y —
miró hacia Saúl—, como dijo tu tío, no importa la profesión de los que
estamos aquí.
—¿A qué te dedicas en las redes? —preguntó Matías.
—Hablo de crímenes, series y películas de suspense.
Prefirió no mencionar que también buscaba a personas desaparecidas; si
alguien en el grupo tenía algo que ver con ello, prefería no levantar
sospechas. Si no la conocían, mejor, así sería más fácil pasar desapercibida.
—Yo soy Alba.
La hermosa morena que había mirado a Saúl se acercó a ella y le dio dos
besos. Sophie le dedicó una breve sonrisa.
—Faltan dos personas más —dijo Saúl—. En cuanto terminéis de
desayunar y arreglaros, nos veremos a las nueve en la puerta principal.
Preparad una mochila con lo imprescindible, agua y algo para picar. Vamos
a hacer una pequeña ruta por los alrededores y volveremos para comer.
Los demás se sentaron a desayunar, mientras que Sophie fue hacia la
puerta para regresar a la cabaña y prepararlo todo.
—Espera. —La voz de Saúl volvió a resonar a su espalda y ella puso los
ojos en blanco, pero disimuló cuando se giró para mirarlo—. No te olvides
de traer el móvil, antes de irnos los recogeré.
—De acuerdo.
—¿Crees que podrás soportar vivir sin él? —La comisura de su boca se
curvó.
—Te aseguro que no estoy tan enganchada como crees.
—¿Estás segura? Entonces, ¿por qué estás aquí?
Esos ojos color miel se clavaron en ella como si pudieran entrar en su
mente y descubrir cada uno de los secretos que ocultaba.
—Ya te lo dije —respondió acariciándose la clavícula, algo que solía
hacer cuando estaba nerviosa—. He estado muy estresada y tengo
insomnio. Quiero averiguar si es fruto del cansancio o de mi trabajo.
Necesito saber si estoy bien en todos los sentidos.
Vio un breve brillo en su mirada; estaba segura de que, fuera lo que fuera
lo que iba a decir, se arrepintió y se lo guardó para él.
—Será mejor que prepares la mochila.
Sophie asintió. Salió de allí a toda prisa y al cerrar la puerta se chocó
contra un pecho duro y fuerte.
—¡Uy! ¡Perdona! —exclamó ella.
—¿Hay algún fuego?
Un hombre alto y de ojos oscuros la miraba con simpatía. En cambio, a
su lado había una chica joven, rubia y con generosas curvas que transmitía
todo lo contrario; se la veía triste y apagada.
—Soy Sophie.
—Yo soy Javier.
—Y yo, Nora.
—Encantada. Ya está el desayuno, a las nueve tenemos que salir a hacer
una ruta —informó Sophie.
—Estupendo. Entonces, luego nos vemos.
Se despidió y fue hacia la cabaña. Mientras preparaba todo lo necesario
para la excursión, pensó en Saúl y en lo mucho que la desconcertaba. A
veces parecía sincero y cercano con ella, para momentos después portarse
como un idiota. Esperaba no tener que pasar demasiado tiempo con él.
Echó un último vistazo por el cuarto para comprobar que no le faltaba
nada y se dirigió a la puerta principal, donde ya estaban todos listos.
Antes de salir se habían deshecho de sus móviles dejándolos en una
cajita que había traído Saúl. Cuando Sophie fue a ponerlo ahí, sintió que
una parte de ella se quedaba en ese cubículo y, por la cara de los miembros
del grupo, tampoco parecía que les estuviera resultando fácil. Javier se
limpió la mano en los pantalones antes de dejarlo, mientras que Matías
miraba con rencor a Saúl. La única que parecía sentir alivio por dejar el
móvil era la más jovencita, Nora.
Saúl, antes de comenzar la excursión, les enseñó el huerto y las gallinas,
y las zonas comunes. Después, bajo la sombra de imponentes árboles,
iniciaron su camino a través de un paisaje repleto de flores y vegetación. Se
respiraba aire puro y cada bocanada parecía ser un abrazo del propio
bosque. Mientras avanzaban por el sendero, el sol se colaba entre las hojas,
acariciando su rostro. A lo lejos, el susurro suave de un río se hacía cada
vez más evidente. Cuando finalmente llegaron a la orilla, el agua cristalina
reflejaba los destellos del sol.
Saúl les explicó que aquella zona era conocida por la presencia de aves
rapaces, y vieron varios buitres leonados y un águila imperial.
Después de varias horas descansaron, para, un rato más tarde, retomar la
marcha. Habló con casi todos los miembros del grupo, excepto con Saúl,
que se mantenía lo más alejado posible de ella. Se le veía tranquilo y en su
ambiente, nada que ver con el día del preestreno. Ahora la que no estaba a
gusto era ella, aunque el resto le agradaban.
Al ser un camino bastante plano, pudieron ir conversando sin agotarse.
Javier era uno de los más graciosos y no paraba de hacer bromas, sin
embargo, Matías se pasaba todo el tiempo refunfuñando. Alba y Nora eran
las más calladas y Adelaida y Guille parecían llevarse bien entre ellos.
Unas horas después, regresaron al centro. Estaban cansados, pero en los
rostros de la mayoría se reflejaba satisfacción. Bueno, en casi todos.
—Una pequeña caminata, los cojones —dijo Matías, que dejó la mochila
en el suelo—. Debería estar prohibido andar tanto.
—A mí me ha encantado el paisaje —contestó Adelaida.
—¡Ya está la comida! —Lucía salió gritando por la puerta, entusiasmada.
Fueron entrando mientras la niña iba entregando un vaso de agua fresca a
cada uno.
—Hija, por favor, lleva esto a la mesa.
—Sí, mamá.
Sophie se quedó paralizada de la impresión al ver a la mujer que tenía
delante. Sus manos se volvieron débiles y el vaso se le cayó al suelo,
haciéndose añicos, y formó un charco de agua a sus pies. La persona que
más había necesitado en su infancia, con la que más había compartido y que
desapareció sin volver a saber de ella, abandonándola como el resto, estaba
ahí, justo frente a ella.
CAPÍTULO 9
—Sophie… —murmuró.
—Hola, Mara.
Lucía miraba a una y a otra, sorprendida.
—¿Os conocéis?
Sophie asintió con la cabeza, que era lo único capaz de mover en ese
instante. Se había quedado paralizada al verla; no reaccionaba. Su corazón
latía con fuerza mientras los recuerdos agitaban su mente de tal forma que
temía que fuera a desplomarse.
—Cuánto tiempo —contestó Mara, que se agachó para recoger uno de
los cristales del vaso.
Sophie reaccionó y se inclinó para hacer lo mismo.
—Disculpa, se ha mojado todo.
—No te preocupes. Lucía, hija, trae la fregona y la escoba, por favor.
Ambas se incorporaron y se miraron incómodas sin saber si besarse,
abrazarse o darse la mano. Al final, no hicieron ninguna de las tres cosas.
—¿Qué tal estás? —preguntó Mara mientras se acariciaba el brazo con
una mano.
—Bien, todo bien. ¿Y tú?
—Muy bien.
Sophie comenzó a sentir frío en cada una de sus extremidades, lo único
que quería era abrazarse para aliviar esa sensación de vacío que le
provocaba tenerla delante.
—¿Trabajas aquí?
—Sí, hago las sesiones de mindfulness y yoga, y también cocino.
En ese momento apareció Lucía con la fregona y se la entregó a su
madre.
—Gracias, hija. Por favor, llévales las jarras de agua.
La niña se fue mirándolas de reojo.
—Se parece a ti —dijo Sophie.
Hasta ese momento, no se había percatado de ese detalle. Quizá por eso
le resultó familiar cuando la conoció al llegar al centro. Mara era solo unos
meses mayor que Sophie, por lo que había tenido a su hija muy joven,
cuando apenas tenía veinte años.
—Es una polvorilla y no deja de hablar.
—Hermanita, ¿cómo vamos con la comida? —preguntó Saúl, que se
acercó a ellas y agarró del hombro a Mara.
¿Hermanita? Sophie levantó las cejas, sorprendida. ¿Cómo era posible
que fueran hermanos? Debían tener más o menos la misma edad, y cuando
se fue del barrio, Mara era hija única.
—Es largo de explicar —dijo Mara, refiriéndose a cómo la había llamado
Saúl.
—¿Os conocéis? —preguntó Saúl.
—Sí, jugábamos juntas de niñas. Era una de mis mejores amigas.
A Sophie le dolió escuchar eso. Si era así, ¿por qué nunca la llamó? ¿Por
qué no intentó localizarla? No soportaba estar más allí, quería irse lo antes
posible para respirar sin que le faltase el aire.
—He de irme un momento, he olvidado algo en la cabaña. Encantada de
volver a verte —respondió Sophie, y salió a toda prisa.
El estómago le rugía como si lo que acabara de suceder no tuviera
importancia y reclamase su ración de alimento.
Necesitaba un momento a solas para recuperarse de la impresión. Había
vuelto a ver a la persona que fue su apoyo cuando era niña, su confidente.
Ella había sido como un soplo de aire fresco, la que la ayudó a mantenerse
centrada cuando estaba atrapada en el mundo en el que la había metido su
madre. Fue la única amiga real que tuvo, y la abandonó.
Al llegar a la cabaña, se quedó un rato tumbada en el sofá hasta que se
tranquilizó y luego regresó al comedor. No podía afectarle tanto verla, debía
espabilar y olvidarse de su pasado. Cuando llegó, Mara ya no estaba y solo
quedaban Javier y Adelaida en una de las mesas.
Terminó de comer y se fue sola a dar un paseo. No es que le apeteciera
andar —ya lo habían hecho bastante por la mañana—, pero prefería
mantenerse alejada del resto. Se dijo a sí misma que al día siguiente se
acercaría a ellos para averiguar quién era quién y qué hacían allí y así poder
enviarle información a Hank y Nozomi. Pero esa tarde necesitaba tiempo
para ella.
Después de ver a Mara, los recuerdos se habían avivado con fuerza en su
interior. El vacío que sintió de pequeña había vuelto a abrirse y esa herida
que creía tener cerrada en su pecho se había resquebrajado.
Se sentó apoyándose en un árbol y miró al cielo. Estaba nublado y el aire
con olor a resina de los pinos impregnaba todo a su alrededor. Realizó
varias respiraciones profundas y el nudo en su pecho empezó a deshacerse
levemente. Por instinto, metió la mano en el bolsillo, para darse cuenta de
nuevo de que no tenía el móvil y que tampoco lo tendría al día siguiente ni
al otro… Por un momento, consideró la idea de ir a buscar el que tenía
escondido y encenderlo.
Quería deshacerse de la sensación de angustia que se había instalado en
su estómago, pero no ayudaba que en aquel lugar no tuviera otra opción que
enfrentar cada problema que la carcomía por dentro. Eso, o tendría que
acercarse al resto del grupo para que el tiempo pasara más rápido y así no
recordar constantemente que estaban aislados de todo.
Mientras toqueteaba el suelo, pensó en cómo era posible que Saúl y Mara
fueran hermanos. La única opción era que su madre se hubiera vuelto a
casar y su nuevo marido tuviera un hijo. Le hubiera gustado hablar con ella,
preguntarle por su pasado, conocer qué había hecho durante el tiempo que
habían estado separadas, pero el rencor podía más y también la sensación de
no querer revivir cosas que pertenecían al pasado.
Suspiró, cansada. Debía regresar; se le había olvidado coger una
chaqueta y estaba atardeciendo, por lo que el aire era cada vez más frío. A
finales de septiembre, y rodeados de naturaleza, los días eran más frescos y
húmedos.
Miró a su alrededor y se abrazó a sí misma, inquieta. No sabía si era
porque había comenzado a oscurecer o por la soledad del bosque, pero
pensó en la desaparición de Camila. ¿Y si aparecía alguien allí y se la
llevaba? Nadie se daría cuenta y ni siquiera podría pedir ayuda. Recordó las
palabras de Hank al advertirle que tuviera cuidado.
Se levantó del suelo mientras se sacudía las manos para volver lo antes
posible.
—Estás aquí.
Sophie, creyendo que estaba sola, se sobresaltó al escuchar esa voz y su
cuerpo reaccionó por instinto con la genial idea de darse la vuelta en
dirección contraria, por lo que se chocó con el tronco del árbol que tenía
justo detrás.
—Auch.
—¡Joder! ¿Estás bien? —preguntó Saúl.
En ese momento apareció Duk, que le puso las dos patas en el estómago
intentando chuparla.
—¡Duk! ¡Déjala! ¡Baja!
Ella se giró y él le apartó el cabello rozando su frente. No era una caricia,
pero su piel lo sintió así. Incluso el golpe que se acababa de dar había
pasado a un segundo plano al tenerlo tan cerca, porque en lo único en lo que
podía pensar era en el calor que emanaba ese hombre y su adictivo olor.
—Sabía que te imponía, pero no hasta el punto de preferir que te
golpease un árbol.
Se quedaron en silencio mientras los ojos de Saúl no dejaban de mirarla.
Estaban tan cerca que casi podía sentir cómo el pecho de él rozaba el suyo
con cada respiración.
—Me has asustado —dijo, al mismo tiempo que tomaba un poco de
distancia—. Y no me impones, es solo que siempre apareces de la nada,
dándome un susto de muerte. Voy a tener que ponerte un cascabel.
—Entonces, se perdería la gracia.
—Yo no le veo ninguna.
—Porque no sabes disfrutar de los pequeños detalles —contestó él, que
se apoyó en el árbol.
—Claro, y aquí, sin redes y sin móvil, voy a aprender a hacerlo, ¿verdad?
Sabía que su tono había sonado irónico, pero estaba segura de que lo
único que iba a aprender con ese hombre era a darse golpes, increparlo y
querer salir corriendo de allí.
—Si tú quieres y descubres lo que necesitas de verdad sin engañarte a ti
misma, te aseguro que disfrutarás mucho de esto.
Sophie miró hacia un lado y se metió las manos en los bolsillos del
pantalón.
—¿No hay nadie que haya venido aquí y se haya ido infeliz?
—Sí, solo una persona y ha tenido que volver por segunda vez. El resto
de los que han pasado por el centro no vuelven.
—Quizá porque no quieren hacerlo.
—Te aseguro que no es el caso. Hacemos un seguimiento de todos los
que han acudido a Luz de Luna, y la mayoría han sabido rehacer su vida o
han adquirido nuevos hábitos que les permiten estar más satisfechos
consigo mismos. Si te dejas ayudar, tú también lo conseguirás.
Por primera vez, pensó en esa posibilidad. En sentirse plena, feliz,
haciendo todo lo que quisiera sin pensar en lo que opinasen los demás. Sin
callarse si algo le molestaba, disfrutando de ser ella misma sin estar
encorsetada, dejar de fingir en determinadas situaciones y no tener
obligaciones en su mente. Meneó la cabeza para deshacer todos esos
pensamientos que acababan de aparecer como un vendaval; ella no lo
necesitaba porque era feliz en su vida, no quería cambiar nada. No, no lo
necesitaba.
—Será mejor que volvamos al centro —dijo Sophie para cambiar de
tema.
Él extendió la mano para que avanzase y comenzaron a andar en silencio
con Duk.
—Jamás me habría imaginado que fueras la amiga que tuvo Mara en la
infancia.
Sophie lo miró de reojo.
—¿Te ha hablado alguna vez de mí?
—Sí, aunque no me dijo tu nombre. Me contó que nunca había tenido
una amiga como tú y que le gustaría que Lucía encontrase una amistad así.
A Sophie escuchar aquello la sorprendió y confundió aún más.
—Sinceramente, no lo entiendo —contestó—. Se fue del barrio y
estuvimos en contacto un tiempo, pero después no volví a saber de ella. La
busqué por las redes, sin éxito. Ahora sé el motivo. Si os habéis criado
juntos, seguro que opina lo mismo que tú.
—Te equivocas, somos muy distintos. Mara sí tiene un perfil en distintas
redes sociales. —Él la miró mientras seguían caminando—. De todas
formas, ahora que os habéis encontrado, tendréis mucho de lo que hablar.
—Es probable, aunque no voy a forzar ninguna conversación. Lo haré
solo si surge.
Sophie mantenía la vista al frente y se moría por preguntarle cómo
habían terminado siendo hermanos, pero no estaba segura de si sabía lo que
le había ocurrido al padre de Mara y no quería meter la pata. Quizá ya no
eran amigas, pero no sería ella quien desvelase su pasado.
—Noto un poco de resentimiento por tu parte, ¿o me equivoco?
—No lo sé. Es solo que, por ahora, no me encuentro preparada para tener
esa clase de conversación. Tu hermana decidió no seguir con nuestra
amistad, yo lo habría hecho a pesar de la distancia. Supongo que sus
razones tendría.
—Te aseguro que las tuvo, por eso creo que deberíais hablar.
Se miraron por un segundo, pero Sophie se quedó callada. No pensó que
le dolería tanto verla, feliz y con una hija. Mara nunca llegó a buscarla,
mientras que ella no pudo olvidarla hasta el punto de echarla de menos
durante todos esos años.
Unos minutos más tarde, llegaron a la zona donde se encontraba el resto.
La mayoría estaban sentados alrededor de las mesas y otros, en varios
troncos que utilizaban como sillas en el exterior de la cabaña. Matías no
dejaba de intentar hablar con Alba, que sonreía, pero al mismo tiempo
miraba distraída hacia otro lado, mientras que los demás jugaban a un juego
de mesa.
Respiró hondo y, cuando se disponía a ir hacia ellos, escuchó a Saúl.
—Sophie. —Ella se dio la vuelta y lo miró—. Intenta permanecer con el
grupo. Eres solitaria y quizá te sientas más a gusto así, pero te aseguro que
son personas muy interesantes. Te vendrá bien estar con ellos.
Lo que le vendría bien era irse a casa y volver a su zona de confort para
estar tranquila.
—Lo intentaré —respondió.
Él dio un paso hacia ella y, de nuevo, esa carga eléctrica que los envolvía
hizo acto de presencia. Las manos de Sophie anhelaban tocarlo, y la mirada
de él, ahora más serena y cargada de curiosidad, intensificaba la conexión
entre ambos.
—Espera —dijo Saúl, a la vez que levantaba una mano hacia su muñeca.
¿La iba a tocar?
El corazón comenzó a bombearle con fuerza a un ritmo descontrolado y
la dejó inmóvil, incapaz de retroceder.
—¿Qué haces? —murmuró ella sin dejar de mirarlo a los ojos, al mismo
tiempo que notaba su cálida mano rodeándole la muñeca.
—Se te ha desabrochado el reloj. Lo vas a perder.
¿Por qué la voz de Saúl había sonado más ronca? El calor se deslizó por
el cuello de Sophie mientras desviaba la mirada y apartaba la mano para
abrocharlo. Un simple «gracias» escapó de sus labios antes de separarse y
unirse al grupo.
Estaba entrando en un terreno peligroso con Saúl. Prefería que él
mostrara ese lado suyo indiferente e incluso de superioridad, porque si
volvía a mirarla de la forma en que lo había hecho, no sabía si podría
contenerse y, quizá, terminaría haciendo algo que complicase su estancia
allí.
CAPÍTULO 10
Habían pasado varios días desde que Sophie había llegado a Luz de Luna.
Se despertó con una sonrisa. Hacía mucho tiempo que no lograba dormir
bien, y esa noche había conseguido descansar mejor. Se estiró en la cama y
miró por la ventana mientras pensaba que cada día le costaba menos estar
sin móvil y poco a poco se iba integrando con sus compañeros. Al no
disponer del teléfono, tenían más temas de conversación e interactuaban
más entre ellos, incluso jugaban a las películas y a las cartas y quedaron en
que el próximo día contarían historias de miedo.
Lo que peor llevaba eran las sesiones de terapia. Cuando Saúl le pedía
que hablase, ella lo evitaba a toda costa, solo comentaba algún dato sobre la
ansiedad y el estrés que sentía. Él, al ver que ella no seguía hablando, daba
paso a otra persona. Estaba dándole tiempo, pero sabía que tarde o
temprano tendría que expresar sus emociones. Quizá para otras personas era
sencillo, pero no para Sophie. Incluso cuando se reunían para hacer juegos
o preguntas entre ellos, fuera de las sesiones, también evitaba dar cualquier
dato íntimo sobre ella. Esperaba encontrar pronto información sobre Camila
e irse de allí lo más rápido posible.
Aquel día tenían la mañana libre y pensó en vestirse y dar una vuelta por
los alrededores. Cuando iba hacia el baño para darse una ducha, sonó el
teléfono de la habitación.
—¿Sí? —respondió extrañada.
—Sophie, soy Lucía. ¿Te puedo pedir un favor?
—Dime.
—¿Sabes hacer rosquillas?
—Sí, se me dan muy bien. ¿Por qué?
Al otro lado de la línea se hizo el silencio.
—¡Bien! Es que quiero darle una sorpresa a mi madre porque
últimamente la noto un poco triste y hoy por la mañana no estará en casa
hasta después de comer. ¿Te importa si las hacemos juntas?
Lucía la tenía idealizada. En los pocos días que llevaba allí, siempre que
tenía ocasión la buscaba y, a decir verdad, a Sophie le gustaba su compañía.
—Pero quizá no es buena idea que vaya a vuestra casa sin permiso.
—No pasa nada, se lo he dicho a mi tío Saúl y me ha dicho que, si tú
quieres, puedes venir.
Le extrañó que a él no le importara. Dudó de si ir o no, pero ¿cómo iba a
negarle algo así? Además, Mara no estaría, por lo que tampoco la vería. De
lo que no estaba tan segura era de que no se encontrase con él.
—Está bien, pero ¿tienes todos los ingredientes?
—Sí, las he hecho más veces con mi madre, pero necesito ayuda.
—De acuerdo, me doy una ducha y voy para allá.
Un rato después, Sophie y Lucía estaban en la cocina de la cabaña
principal preparando las rosquillas. Se habían llenado las manos y la cara de
harina, y estaba todo tirado por el suelo.
—Cuando acabemos, hay que recoger bien. Mi madre siempre se entera
de todo lo que hago. Es bruja.
Sophie soltó una carcajada.
—No hay que ser muy bruja para ver qué es lo que hemos estado
haciendo aquí, pero tranquila, quedará perfecto.
—Eso espero —dijo Saúl, que en ese momento entró por la puerta y se
echó las manos a la cabeza.
—¡Tío! ¿Vas a querer?
—No sé si fiarme.
Saúl miró a Sophie con una sonrisa en el rostro.
—Creo que van a quedar genial, tío.
—No lo dudo. —Revolvió el pelo a Lucía—. Te llama por teléfono tu
amiga, Danae.
—¿En el de recepción?
—Sí.
Lucía miró a Sophie.
—¿No te importa? Es que tengo que explicarle una cosa de los deberes
de ayer.
—Tranquila, puedo seguir yo sola.
—¡Genial! No tardo. Tío, por favor, ayúdala.
La niña salió y se quedaron solos. Sophie desvió la mirada a la masa
mientras echaba un poco más de harina; prefería mantenerse entretenida e
ignorarlo. El pelo la estaba molestando y se lo intentó apartar con el
hombro, sin éxito.
—¿Te ayudo?
Se sobresaltó al ver que Saúl estaba justo a su lado.
—No, tranquilo, es que debería haberme hecho una coleta.
Saúl señaló la muñeca de Sophie, donde tenía una goma.
—¿Puedo? —Ella asintió sin saber muy bien qué pretendía. Él estiró un
poco la goma y se la sacó de la muñeca—. Voy a recogerte el pelo.
La electricidad entre ellos era palpable mientras se mantenían frente a
frente, separados solo por el reducido espacio entre sus cuerpos. Sophie se
quedó inmóvil cuando Saúl acercó las manos a su cuello y, despacio,
entrelazó los dedos entre su cabello, provocándole un estremecimiento. Con
manos diestras, comenzó a recoger su pelo mechón por mechón.
Cada roce de sus dedos era como una caricia y se sintió aún más
expuesta cuando percibió el aire frío en la nuca. Los ojos de Sophie se
encontraron con los suyos y, en ese instante, el tiempo pareció detenerse. El
silencio entre ellos hablaba de deseo y expectación. Saúl sostenía su mirada
hasta que sus ojos oscuros se deslizaron hacia sus labios, mientras su pecho
comenzaba a subir y bajar de forma más profunda.
Solo le estaba haciendo una coleta, pero le parecía la cosa más erótica
que le había ocurrido en su vida. El cabello amontonado entre las fuertes
manos de Saúl le transmitía la sensación de una caricia cada vez que
agarraba un mechón. El latido de su corazón iba demasiado rápido y notaba
la calidez de su cuerpo contra el de ella.
Al pasar la goma por el pelo, le dio un leve tirón para ajustarla, lo que
provocó que Sophie inclinara la cabeza hacia atrás, exponiendo sus labios
ante él. Notó cómo la mano masculina se aferraba a su nuca y sus labios
quedaron peligrosamente cerca, tanto que pensó que iba a besarla.
—Ya estoy aquí.
En cuanto entró Lucía, ambos se separaron con rapidez. Sophie no podía
tocarse la cara, pero, si lo hubiera hecho, habría descubierto que estaba tan
caliente como el resto de su cuerpo. Disimularon, aunque en el rostro de la
niña apareció una sonrisa.
—He de irme —carraspeó Saúl, que se frotó la nuca y miró hacia el
suelo—. Preparaos para más tarde, esta noche habrá una sorpresa.
—¡¿Para mí también?! —gritó Lucía.
—No, pequeñaja, esta vez no, es solo para el grupo.
—Jooo, no es justo.
Saúl le guiñó un ojo a su sobrina y se fue, mientras que Sophie y Lucía
se quedaron hasta que terminaron las rosquillas. Aunque Sophie apenas
pudo concentrarse después del momento tan íntimo que había vivido con él.
Después de comer, Saúl informó al resto del grupo de que a las nueve de
la noche tendrían que ir a la cabaña principal, pero no dijo qué era lo que
iban a hacer.
Cuando llegó la hora, estaban todos esperando en la puerta; nadie sabía
aún qué sorpresa les había preparado Saúl. En cuanto él llegó, los llevó a
otra sala al fondo del pasillo. Al entrar se quedaron con la boca abierta al
ver que había diez butacas bajitas.
—Esto solo lo hago con algunos grupos. El vuestro no tiene ningún
problema con las pantallas, y me parece que es una buena idea ver algo
juntos.
Sophie no se esperaba que pudieran tener allí un sitio habilitado para ver
películas y series. En las habitaciones no tenían televisores, así los
obligaban a andar, a leer, a escuchar música, y evitaban que se distrajeran
con otro tipo de tecnología.
Se escucharon aplausos, varios «guau» y en la mayoría de los rostros se
dibujó una sonrisa. Salir de esa rutina que tenían cada día, aunque fuera
solo por unos momentos, alegró a todos.
Lucía llegó con Mara y comenzaron a repartir cubos con palomitas y
dejaron bebidas en una mesa.
—A lo mejor la película es una mierda —dijo Matías, que se sentó al
lado de Alba—, pero al menos hacemos algo distinto.
—¿Qué vamos a ver? —dijo Adelaida, entusiasmada.
—Es una serie de intriga, The Hunter's Dance. Pude asistir al evento del
preestreno. —Saúl la miró—. Creo que os gustará.
Sophie se alegró al saber que vería esa serie. Se había quedado con ganas
de más.
—¿Ya ha salido la serie completa? —preguntó Nora.
—Sí, y está teniendo mucho éxito. —Saúl miró a Lucía—. Sobri, tienes
que irte porque esta serie no es apta para menores, y ya es tarde.
—Joeee, yo quiero quedarme. Me gustaría verla —protestó, mirando a su
madre.
—No, esta serie es de adultos y, además, mañana hay cole.
—Pero, mamá…
—Otro día ponemos algo que podamos ver juntos —contestó su tío.
Lucía se fue refunfuñando mientras los demás permanecían sentados
esperando a que comenzase la serie. Saúl se sentó al lado de Sophie, que
estaba en uno de los extremos de la sala. Ella lo miró, confusa. Había más
asientos, no entendía por qué se tenía que sentar tan cerca. Tampoco quería
montar un numerito ni levantarse para alejarse de él, pero así no iba a
disfrutar la serie. Iba a vivir la misma situación que el día del estreno
cuando se sentó junto a ella. Su cercanía la alteraba. Apenas se había
sentado a su lado, y con la ráfaga que le llegó de su aroma fresco y limpio,
sintió una opresión en el vientre.
Las imágenes comenzaron a aparecer en la pantalla y él se acercó para
susurrarle algo en el oído.
—Lo siento. Los dos primeros episodios ya los hemos visto, pero tendrás
que volver a verlos para que el resto se pongan al día.
Sophie se estremeció cuando sus labios le rozaron la piel. Al mirarlo, sus
ojos penetraron en ella, dejándola sin palabras. Experimentó una agradable
sensación de calor en su cuerpo que le pedía más. Él se echó hacia atrás,
aunque un instante antes juraría que había apretado la mandíbula como si se
estuviera conteniendo.
La tensión en el aire se podía palpar. Intentó concentrarse durante todo
ese tiempo en la pantalla en lugar de en el hombre que tenía a su lado. La
calidez que él desprendía desde el asiento parecía envolverla como si la
estuviera acariciando solo con su presencia. No ayudaba que la química
entre los personajes traspasara la pantalla. Se le hizo eterno volver a ver los
dos capítulos a su lado. Al terminar, Saúl se levantó, pero el eco de la
tensión compartida aún flotaba entre ellos.
—Bueno, otro día ponemos un episodio más.
Todos comenzaron a protestar, no querían irse a la cama ya.
—Oh, vamos, no seas aguafiestas —dijo Javi—. Todavía son las once,
podemos ver un episodio más, solo duran cuarenta y cinco minutos.
—Mañana tendremos que madrugar aunque hoy nos acostemos más
tarde —dijo Saúl.
—Claro, pero aún es pronto —contestó Guille.
—Está bien.
Se volvieron a sentar y él puso el siguiente. Sophie no lo había visto y se
moría de ganas; la serie reunía todo lo que le gustaba: suspense, un
misterioso asesinato, una pareja con mucha química y baile. La trama
llevaba un buen ritmo y deseaban saber qué era lo que iba a ocurrir a
continuación, por no hablar de las escenas subidas de tono en las que la
conexión entre ellos traspasaba la pantalla. Al tener que bailar juntos, la
sensualidad y el erotismo se desprendían en cada mirada, en cada caricia, y
él no dejaba de provocarla para que diera un paso más, aunque ella se
frenaba.
Sophie sentía que algo parecido le ocurría con ese hombre que estaba a
su lado, quien acababa de posar peligrosamente su mano cerca de la de ella.
Era evidente que a la protagonista le atraía su compañero de baile, y si era
sincera consigo misma, reconocía que experimentaba la misma atracción
por Saúl.
El roce se intensificó. ¿Lo estaba haciendo a propósito? Sophie no se
atrevía a mirarlo, pero percibió cómo él comenzaba a acariciar su mano.
Entonces, incapaz de resistirse, lo miró. A pesar de que él siguió mirando al
frente, como si nada sucediera entre ellos, no retiró la mano. Sophie
tampoco lo hizo; al contrario, volvió a centrar la atención en la pantalla y
respondió devolviéndole la caricia.
Comenzaron a entrelazar los dedos de una forma muy sutil al mismo
tiempo que volvían a separarse, lo que producía una excitante caricia que
hizo que su cuerpo se tensase de necesidad. Sophie, para mitigar la
creciente urgencia que bullía en su interior, se vio obligada a cruzar las
piernas. La excitante sensación que se desplegaba entre ellos era casi
abrumadora, cargada de anticipación.
Escuchó el cambio en la respiración de Saúl, que se hizo más profunda y,
al mismo tiempo, más rápida. Dios mío. Solo se estaban rozando con los
dedos, pero su corazón palpitaba descontrolado, como si estuviera al borde
de la explosión. Sophie, en busca de alguna distracción, observó a su
alrededor, pero todos estaban absorbidos por la serie, ajenos al torbellino de
sensaciones que bullía en ella.
El pecho de Sophie se elevaba con cada inhalación, intensificándose con
cada roce. Entonces sintió la mirada de él clavándose en ella. Sophie se
atrevió a corresponder su mirada, pero se arrepintió al encontrarse un rostro
masculino cargado de deseo y promesas. Los labios entreabiertos la
llamaban irresistiblemente, y sus ojos no pudieron evitar desviarse hacia
ellos.
En ese momento el episodio terminó y todos se empezaron a levantar,
menos ellos, que parecían haber entrado en trance, atrapados en la
electricidad que había surgido con tan solo el roce de sus dedos.
«Sophie, espabila», se dijo a sí misma.
Alejó la mano con determinación y se puso de pie. Observó cómo él
hacía lo mismo, ahuecándose los pantalones y se quedaba de espaldas al
resto del grupo. Una sonrisa fugaz iluminó su rostro al verlo así, para un
segundo después reprenderse por su propia reacción. Se recordó que debía
mantenerse alejada de él. Era una distracción y no había ido allí para eso.
Además, no podía olvidar que, por mucho deseo que pudiera albergar hacia
él, era un hombre que no le convenía. Eran como el fuego y el agua, nunca
podrían estar juntos. «¿Y para un polvo?», susurró su mente de nuevo. Ella
bufó. «Tampoco». Se recordó a sí misma la importancia de resistir la
tentación, aunque el desafío de lo prohibido titilaba en el aire entre ellos.
—¿Será posible? —dijo en voz alta.
—¿No te ha gustado? —preguntó Nora.
—Oh, sí, sí, mucho. Está genial.
—¿Quién crees que es el psicópata?
—Aún es pronto, pero, cuando intuya algo, te lo diré —contestó Sophie
con una sonrisa.
Cuando se dio la vuelta, vio que Saúl la estaba observando. Parecía
querer decirle algo.
—¿Mañana a la misma hora de siempre? —preguntó Alba, dándole una
palmada en el hombro a Saúl.
—Eh… Sí. Descansad esta noche, lo necesitaréis.
Alba se fue con Matías, que se había sentado junto a ella, y el resto los
siguieron.
Sophie pensó que no estaba muy segura de si podría dormir bien. Ese
hombre la descolocaba, no entendía por qué a veces se acercaba a ella
siendo amable e incluso descarado, y sin embargo otras parecía distante y
cabreado.
Saúl Garza era un enigma, y a ella le gustaban los misterios, pero sentía
que con él podría quemarse y caer en la trampa sin posibilidad de salir de
ahí.
CAPÍTULO 11
Al día siguiente, antes de salir de la cabaña, se dio una ducha y se puso unas
mallas grises y una sudadera. Era lo bueno de ese lugar, que podía vestirse
de manera informal sin la necesidad de arreglarse o de maquillarse tanto. Se
sentía cómoda y a gusto sin tener a alguien que le dijera cómo debía vestir o
lo mal que le quedaba la ropa que había elegido.
Salió al exterior y el aire la golpeó en la cara, por lo que se abrochó la
cremallera del abrigo y fue andando deprisa hacia la sala donde tendrían la
terapia matutina de grupo. Cada vez que iba notaba que su espalda se
tensaba como una vara. Otro día más en el que tendría que hablar de sí
misma; intentaría volver a explicar que estaba estresada y que, a veces, le
gustaría trabajar sin estar tan expuesta, que le apasionaba lo que hacía, solo
que el insomnio la había llevado hasta Luz de Luna. Fin. No necesitaba
explicar nada más sobre su vida.
Al entrar en la sala, Sophie agradeció el cálido abrazo que la estancia le
regaló en el rostro y las manos. Se quitó el abrigo y echó un vistazo a la
habitación. Le gustaba lo amplia y acogedora que era, decorada al estilo
japonés con el suelo de madera y varias lámparas de papel alargadas con
dibujos de flores de loto. Dos grandes ventanales dejaban entrar la luz
natural y, en el suelo, una alfombra de bambú añadía un toque especial. En
las esquinas, varias plantas daban un bonito colorido al resto de la
decoración.
Ya estaban preparados los pufs con forma de sillón a ras del suelo y en la
pequeña mesa del centro las velas estaban encendidas. El dulce perfume de
vainilla, lavanda y jazmín se mezclaba en el aire, creando una experiencia
sensorial encantadora.
Sophie y los demás se descalzaron y fueron ocupando sus asientos uno a
uno hasta que todos estuvieron sentados. Se los veía animados, excepto a
Matías, que solía mantener un gesto serio, y a Nora, que intentaba agradar y
sonreír, pero seguía desprendiendo ese halo de tristeza. Tenía curiosidad por
saber qué le había ocurrido y por qué estaba en ese lugar.
El último en entrar fue Saúl. Mientras se descalzaba, Sophie lo observó.
Vestía una camiseta gris oscuro de manga larga y unos pantalones
deportivos negros, sus brazos se marcaban a través de la tela y se
apreciaban los músculos bien definidos del pecho. Lo siguiente que hizo él
fue posar sus ojos en ella, y la intensidad de su mirada provocó que el
corazón le latiera cada vez más rápido. Sophie no quería ser la primera en
romper el contacto visual, sin embargo, tuvo que hacerlo porque Nora la
llamó en ese instante, algo que agradeció.
—¿Estás nerviosa? —preguntó la muchacha.
—Un poco, ¿y tú?
—Sí, estas sesiones me dan un poco de miedo.
Sophie entendía a la perfección la sensación que tenía. Era lo mismo que
le pasaba a ella, pero no sería tan valiente como Nora porque no se abriría
de esa forma. Y, aunque quisiera, tampoco sabría cómo hacerlo.
—No te preocupes, habla cuando creas que estás preparada —añadió
Sophie para calmarla.
Se quedaron en silencio hasta que Saúl lo rompió al mismo tiempo que
sacaba una libreta y un boli.
—Espero que hayáis pasado buena noche —dijo con una sonrisa—.
Bueno, la mayoría de los que estáis aquí es porque de alguna forma las
redes y la tecnología han logrado que perdáis el control de vuestra vida. —
A Sophie le hubiera gustado decirle que ella seguía teniendo el control,
pero, por supuesto, no iba a añadir nada—. Lo importante es que sepáis que
no es por vuestra culpa. Hoy quiero explicaros un poco cómo funciona todo
este sistema para que lo tengáis más claro.
—Son el demonio y nos dominan —dijo Guille, poniendo los ojos en
blanco.
Saúl lo miró.
—Es lo prohibido lo que nos atrae, se parecen más de lo que creemos, sí.
—Pues a mí me gusta pecar —admitió Guille.
Esta vez Saúl miró brevemente a Sophie, que sintió un escalofrío. Solo
sus ojos posándose en los de ella creaban una necesidad tan fuerte en su
cuerpo que la cabreaba. Él significaba lo prohibido y sería un error caer en
sus brazos porque la atraía, y al mismo tiempo no lo soportaba. Era como ir
en contra de sus valores.
—Toda esta red que nos envuelve está diseñada para que queráis tener el
móvil siempre en vuestras manos —continuó Saúl—. Es como una droga.
Incluso se libera una hormona en nuestro cerebro que regula el estado de
ánimo, la motivación y el placer. Buscamos la conexión con la gente y esto
lo potencia.
—Eso no es malo —dijo Matías.
—Te equivocas, nos hemos convertido en esclavos sin saberlo. La
necesidad de revisar constantemente las notificaciones en las redes sociales
se asemeja a una caza del tesoro interminable. Cada una es como un nuevo
premio que excita la mente, y puede volverse adictivo.
—No estoy de acuerdo —respondió Sophie, que no pudo evitar hablar—.
No todo es malo, también hay cosas buenas. Tenemos acceso a información
de lo que nos interesa, tutoriales y clases para aprender todo aquello que
nos guste, podemos trabajar desde casa e incluso pertenecer a una tribu o
ser nuestros propios jefes.
—¿De verdad crees que eres la jefa de tu negocio? —Saúl levantó una
ceja.
—Sí, soy yo la que decide cuándo, cómo y qué publicar.
—Pero tienes que estar pendiente de un algoritmo que toma decisiones
sobre qué contenido mostrar, cuánto tiempo se muestra y a quién se lo
muestra. Eres dependiente de esto y, al final, sientes que debes crear
contenido específico para atraer la atención del algoritmo y publicar
constantemente para tener visibilidad. —Saúl se inclinó un poco hacia
delante—. Necesitas los «me gusta», los comentarios de los seguidores, y si
no se cumplen las expectativas, te genera ansiedad y estrés. Entiendo que
este es uno de los motivos por los que estás aquí, ¿no es así?
Sophie se quedó sin aliento al ver cómo él entrecerraba los ojos. ¿Acaso
sospechaba que había ido allí por otro motivo? Y, si así fuera, ¿por qué la
habría dejado ir al centro?
Odiaba darle la razón, pero se recordó a sí misma que tenía que hacerles
creer a todos que estaba en Luz de Luna porque necesitaba ayuda.
—Es lo que quiero averiguar —respondió, frotándose las manos—. Si el
insomnio y el estrés son provocados por mi trabajo, aunque aún no estoy
segura.
—Bien, háblanos de por qué piensas que puede ser uno de los motivos
—dijo Saúl, que se cruzó de brazos—. Creo que ya es el momento de que te
abras a los demás.
Todos los ojos de los allí presentes se volvieron hacia ella, provocando
que la boca se le quedase seca al instante. Qué diferente era hablar en un
directo, que, incluso sabiendo que la estaban mirando miles de seguidores,
la asustaba menos que abrirse delante de esas personas. Aquello la ponía
nerviosa hasta el punto de sentir un sudor frío por la espalda.
—Bueno… —Carraspeó—. A veces, me gustaría estar menos expuesta
en las redes. Siento que debo estar presente todo el tiempo y me genera
mucho estrés el estar pensando qué contenido subir.
—¿Por qué comenzaste a dedicarte a esto? —preguntó Saúl, que
claramente quería sacar más de ella.
No iba a decir el motivo real, porque debería hablar de su madre, de
Mara y de lo que le pasó a su padre. No estaba preparada para compartir esa
información.
—Siempre me ha gustado investigar, desde niña he visto series y
películas sobre desapariciones y asesinatos. —Se restregó las manos contra
los muslos—. Me gustaba saber cómo atrapaban al culpable, por lo que
pensé que quería compartir con el mundo esta pasión y, al mismo tiempo,
ayudar a esas personas que tienen a algún conocido o familiar desaparecido.
Sophie comprobó si alguno de ellos reaccionaba a lo que acababa de
decir. Había desvelado que buscaba a desaparecidos; si alguien tenía algo
que ver con Camila, quizá podría ponerse alerta. Después miró a Saúl, no
debía olvidar que él también era sospechoso.
—¿Y cómo fue tu infancia?
Sophie arrugó la frente. ¿Por qué se centraba en ella? Estaba insistiendo
demasiado. No quería seguir hablando y ese hombre la desesperaba.
—Distinta a la del resto de los niños, pero eso prefiero compartirlo otro
día.
Miró a Saúl fijamente mientras que él hacía lo mismo. Por la expresión
de su rostro, no le había gustado que de nuevo hubiera vuelto a dar paso a
otros para evitar hablar. Se quedaron en silencio unos segundos, hasta que
Sophie pudo soltar el aire que había retenido en el pecho cuando Saúl
asintió. Después, lo vio escribir en la libreta y la dejó con la intriga de saber
qué era lo que había anotado, porque estaba casi segura de que era sobre
ella.
—¿Quién quiere hablar?
El silencio se adueñó de la estancia, siempre les costaba romper el hielo.
Unos miraban al suelo y otros, hacia un lado.
—No estamos aquí para juzgarnos, todos tenemos nuestros demonios y
nuestras adicciones. Que no os dé miedo enseñar esa parte de vosotros,
porque os aseguro que nos vamos a sentir más identificados entre nosotros
de lo que pensamos.
Seguían sin decir nada, hasta que Adelaida fue la valiente que se atrevió
a hablar.
—No estoy tan segura de que los demás entiendan lo que me pasa a mí
—respondió con el rostro sonrosado y mirándose las manos—. Me cuesta
mucho encontrar una pareja estable, pero hace poco me di cuenta de que el
problema no eran los chicos con los que salía, sino la adrenalina y el
enganche que sentía al utilizar Tinder para ligar. Cuando hay un match, me
hace sentir bien y noto un subidón similar al de un juego.
—¿Cuántos de aquí han utilizado alguna vez la aplicación Tinder? —
preguntó Saúl.
Todos levantaron la mano, excepto Nora y Sophie. Los ojos de Saúl se
posaron sobre ella más tiempo de lo normal, no sabía si era porque dudaba
de su respuesta o porque no se lo esperaba.
—Sí, sé que mucha gente lo utiliza, pero no tanto como lo hago yo —
contestó Adelaida, que seguía mirando al suelo apenas con un hilo de voz
—. A veces en la pantalla tenía diez conversaciones abiertas y, cuando
terminaba de hablar con ellos, me sentía sola.
—¿Y por qué crees que te ocurre eso? —volvió a preguntar Saúl.
Las mejillas de Adelaida se sonrojaron.
—Cuando encuentro un chico con el que encajo, con el que estoy a
gusto, hay una vocecita que me dice que puedo dar con alguien mejor, que
quizá me estoy perdiendo encontrar a la persona perfecta para mí. Por lo
que vuelvo a conectarme para encontrarlo.
—¿Te sientes bien quedando con todos esos chicos? —Ella negó con la
cabeza—. ¿Por qué?
—La mayoría de las veces que quedo con ellos es casi obligatorio tener
sexo. No me ha dado tiempo apenas a tener un poco de química ni un
tonteo. Vamos a lo que vamos. Eso me cansa, y al mismo tiempo siento que
estoy atrapada porque esto me lo estoy buscando yo solita.
Se llevó la mano al cuello. Estaba pasándolo realmente mal al abrirse así
delante de los que estaban allí. Sophie se preguntaba qué beneficio podría
obtener al mostrar esa vulnerabilidad ante todos. Se la veía avergonzada.
¿De verdad eso ayudaba para algo?
—No te sientas mal —dijo Saúl—. Lo creas o no, hay muchas personas
que están en tu misma situación y tú al menos estás intentando buscar una
solución.
—Gracias.
—Además, este es otro de los problemas de las redes sociales: pueden
crear una ilusión de conexión social. Es como hablar a través de un cristal
invisible, donde las interacciones no siempre son reales, pero esa sensación
de conexión también es adictiva.
—Pero no a todo el mundo le pasa lo mismo que a mí —contestó ella,
que, por primera vez, levantó la mirada del suelo.
—A cada uno le da por una cosa distinta —dijo Guille, que estaba
repanchingado en el puf—. No lo había visto así, pero yo siento lo mismo
por los videojuegos.
Adelaida asintió.
—En nuestra vida necesitamos sentir que pertenecemos a algo, el famoso
sentido de pertenencia —explicó Saúl—. Los teléfonos que habitualmente
tenemos en nuestros bolsillos nos ofrecen tener atención constante, el poder
pertenecer a un grupo y no estar solos. Sin embargo, todo eso no es real. Lo
que hacemos es evadir la frustración y no lidiar con problemas que de
verdad nos afectan y necesitan una solución.
—Es cierto —contestó Alba—. Reconozco que, cuando me encuentro
mal, incluso si tengo un problema, me pongo a mirar el móvil para no
pensar y no enfrentarme a lo que me preocupa.
Sophie pensó en lo que acababa de decir. ¿Ella también salía en las redes
porque en el fondo quería pertenecer a un grupo? ¿Quería que de alguna
manera la escuchasen? Nunca lo había visto así. «Evadir los problemas».
Esa frase resonó en su cabeza.
—Cada vez lo hacemos más, hasta el punto de dejar de hablar con
nosotros mismos —continuó Saúl, mientras toqueteaba el boli que tenía en
las manos—. El móvil tiene acceso a plataformas para compras online, a las
redes, a los juegos y a miles de cosas que hacen que dejemos de pensar en
lo verdaderamente importante. Nuestra atención la tienen los que manejan
todo esto. Imaginaos una mujer cuyo barco ha naufragado y está sola en una
isla desierta. Tiene que encontrar comida y un lugar donde refugiarse, pero
aparece un perro que no deja de perseguirla y tiene que correr para salvarse.
Su atención ha dejado de estar en sí misma porque ahora está ocupada en
evitar que la atrape ese animal. —Saúl miró hacia el suelo y suspiró—.
Cada vez que intentas centrarte en algo, tu cerebro está consumido por ese
teléfono; ya no puedes silenciarlo, porque piensas que ha podido pasar algo
y no te has enterado.
Hubo un silencio en la sala. Las palabras de Saúl estaban calando en
ellos, aunque en cada uno lo haría de una forma distinta.
—No todo lo que se consigue es adulación o conexión —respondió
Sophie rompiendo el silencio—. En las redes también hay haters, personas
que solo ponen comentarios hirientes y negativos.
Todos la miraron y alguno asintió.
—Así es, en mi canal de YouTube me sucede —dijo Javier, que de
pronto parecía agotado—. Intento no pensar en ellos. Al principio
contestaba, pero después comencé a ignorarlos. No merecían la pena. Sin
embargo, hace un tiempo que sufro depresión, recibo comentarios que dicen
que deberían suicidarme, que no tendría que estar aquí, y llegó un momento
en el que pensé que si tantas personas decían lo mismo era porque a lo
mejor tenían razón.
Sophie se sorprendió por las palabras de Javier. Había hablado en otras
sesiones, pero nunca había confesado aquello. No parecía en absoluto que
se pudiera sentir así, ya que siempre estaba haciendo bromas; en cambio,
por dentro parecía estar roto.
—Te entiendo —contestó Saúl—. Necesitamos la validación de los
demás y, si no la obtenemos, llegamos a cuestionarnos a nosotros mismos e
incluso nuestros valores. Y tú, Javier, te has sentido así y ya eres adulto.
Imagínate a un adolescente que todavía no tiene bien definida su
personalidad y cuyas emociones son un completo caos.
Hablaron durante un rato más hasta que terminó la sesión. A Sophie se le
había quedado una sensación extraña, como si las palabras que había
escuchado hubieran calado en una parte de su interior.
Tenía que reconocer que ahora miraba de otra forma a esas dos personas
que se habían atrevido a hablar de forma tan íntima, le parecían más
valientes y las envidiaba por haberlo hecho. Incluso el rostro de Adelaida
estaba más sereno, su cuerpo parecía haberse quitado un peso de encima.
Se levantó para irse, pero escuchó la voz de Saúl.
—Sophie, por favor, ¿puedes quedarte un momento?
Ella se quedó de pie sin saber qué decir. Lo único que quería era alejarse
de allí lo antes posible y lo que menos le apetecía era estar a solas con él.
¿Por qué demonios tenían que hablar a solas? Sintió un hormigueo en las
manos y hasta se le revolvió el estómago. ¿Y si se había dado cuenta de que
no estaba en Luz de Luna por la razón que había contado?
CAPÍTULO 12
Sophie observó el rostro masculino marcado por la luz tenue de la sala. Su
mandíbula tensa y la línea de su boca apretada revelaban que nada bueno
iba a salir de esa conversación. Saúl miró al suelo por un instante, hasta que
sus ojos profundos y penetrantes se posaron en ella como si quisieran
encontrar respuestas.
—Sé que te cuesta hablar y hoy no he querido insistir más —dijo Saúl—.
Solo espero que no seas de esas personas que dan pequeñas pinceladas sin
apenas profundizar, creyendo que con eso será suficiente. —Se acercó a ella
hasta quedarse a unos pasos de distancia—. No lo hagas.
Ahí estaba de nuevo esa manera de hablarle que a Sophie le encendía las
tripas, aunque no debía molestarla; era lo que ella le había pedido, que no se
contuviera y fuera sincero.
—¿Y por qué no se lo has dicho a los que ni siquiera han hablado?
—Porque sé que ellos tarde o temprano lo harán.
—¿Y yo no? —Sophie colocó las manos en su cintura, molesta.
—Eso es lo que creo.
No podía negar que era bueno en su trabajo. La había calado a la
perfección. Lo peor era que, durante la terapia, sus palabras le habían hecho
cuestionarse cosas que nunca había pensado.
Bufó para sus adentros. No. No tenía que dudar de sí misma, y eso era lo
que él estaba consiguiendo. No podía flaquear y dejarse arrastrar por ese
carisma que destilaba y por el magnetismo que irradiaban sus ojos.
—Te equivocas, hablaré cuando tenga que hacerlo. No me cuesta abrirme
a los demás.
Saúl se cruzó de brazos.
—Y, encima, mentirosa. Veo que no me equivocaba contigo.
Sophie entrecerró los ojos.
—No me conoces.
—Exacto, ese es el problema. —Se frotó el pelo con la mano, respirando
hondo para controlar su frustración—. Que has venido aquí a que te
conozcamos, a que te abras al resto como lo hacen ellos.
—¿Y crees que ayuda que me hables así? Lo único que consigues es que
me ponga a la defensiva.
Saúl colocó las manos en la cintura y miró hacia el suelo.
—Tienes razón. Será mejor que te vayas.
Al ver que ella no se movía, fue él quien dio el paso y avanzó pasando
por su lado sin ni siquiera mirarla, pero, antes de que se alejase, Sophie lo
agarró del brazo. Sus ojos se encontraron de nuevo. Se quedó en silencio;
estaba molesta, pero no quería que la conversación acabara de esa forma,
necesitaba una explicación.
—Sophie, será mejor que lo dejemos. Ya eres mayorcita para saber lo
que tienes que hacer y yo no puedo ni debo pedirte algo que no estás
dispuesta a dar. Lo que más me molesta es que dudo si… —Se quedó
callado hasta que negó con la cabeza—. Déjalo.
Ella le soltó el brazo.
—No. Dime lo que me tengas que decir, sé sincero.
—¡No puedo! Si lo hago, dejaré de ser profesional y no nos conviene a
ninguno de los dos.
—No pensé que fueras un cobarde —contestó Sophie, levantando una
ceja.
—No me provoques —murmuró con voz tensa y la mandíbula apretada.
El aire estaba cargado de electricidad y la tensión se palpaba en el
ambiente. La rigidez de los músculos del cuello de Saúl mostraban cuánto
luchaba por contenerse, mientras que los labios de Sophie temblaban
ligeramente, pero su mirada se mantenía desafiante.
—Entonces, dime lo que piensas —insistió ella.
Saúl acortó el espacio que los separaba y Sophie sintió la necesidad de
tocarlo, pero no lo hizo.
—¿De verdad es lo que quieres? —Ella asintió—. Si lo hago, no será
como terapeuta, sino como Saúl. Si tanto necesitas que te diga lo que
pienso, a partir de ahora, cuando estemos solos, seremos tú y yo, ni la
influencer ni el terapeuta. Sin mentiras.
Sophie sintió un escalofrío. No podía permitirse ser sincera con él.
Tampoco podía decirle que ahora mismo lo único que quería era besarlo y,
al mismo tiempo, mandarlo a la mierda.
—¿Qué es lo que te molesta tanto y no te has atrevido a decirme? —
preguntó ella para no responderle.
Él se inclinó hacia delante y sus labios rozaron el lóbulo de su oreja.
Sophie cerró los ojos al notar cómo un calambre de necesidad bajaba hasta
su estómago.
—Me cabrea pensar que no estés aquí para hablar de ti misma ni para
superar nada. Si has venido al centro por otro motivo y averiguo que estoy
en lo cierto, no querrás ver a ese Saúl.
El deseo dio paso a la inquietud por verse descubierta. Ella retrocedió
para dejar de respirar su atrayente aroma, que nublaba su capacidad de
pensar con claridad.
—¿No crees que tenga ningún problema? —preguntó Sophie.
—Claro que los tienes, aunque eres demasiado orgullosa para
reconocerlo. Pero ya te lo dije: si quieres permanecer en el centro, tendrás
que abrirte. Lo creas o no, puedo ayudarte. No es tan malo expresar lo que
sientes. —Por un momento, percibió un destello de necesidad en los ojos de
Saúl—. ¿Lo harás?
Quería gritarle que dejase de agobiarla. No había ido allí para eso. ¿Por
qué le asustaba tanto hacerlo? Debía calmarse y salir de esa habitación
antes de que terminara confesando todos sus secretos, ya que, por un
momento, comenzó a sentirse mal por ocultarle la verdad. ¡No le debía
nada! ¿Qué le estaba pasando?
—¿Algo más? —preguntó ella.
—No me has respondido aún.
A Sophie se le escapó un bufido.
—Sí, me abriré, pero cuando a mí me apetezca, no cuando tú lo digas.
El silencio cayó sobre ellos. Algo había cambiado en el rostro de Saúl y
su mirada ahora se posaba en sus labios. El deseo y la incertidumbre ardían
en el interior de Sophie mientras él se acercaba lentamente, reduciendo el
espacio entre ambos a nada. Su corazón palpitaba con fuerza y, justo cuando
él fue a hacer otro movimiento, ella inclinó la cabeza hacia atrás, asustada
por el volcán de emociones que estaba experimentando.
—¿Me acabas de hacer la cobra? —preguntó él.
—¿Estabas intentando besarme? —Saúl entrecerró los ojos—. Porque, si
fuera así, espero que no vuelvas a intentarlo de nuevo.
Él levantó una ceja.
—Vaya, tengo que añadir al expediente que además eres agresiva y
también paranoica. —Volvió a acercarse a su rostro, pero Sophie no se
apartó—. ¿Tanto te molestaría que lo hiciera?
«No».
—Eso no va a ocurrir.
—Claro. —Saúl levantó una ceja—. Necesitas tu móvil para poder hacer
un selfie y subirlo a las redes.
Abrió los ojos, sorprendida.
—Así es. Ya que tendría que hacer el sacrificio de besarte, al menos que
pueda subirlo a las redes. Hashtag: #besoauntiobueno. Hashtag:
#nolosoporto.
Él se cruzó de brazos y sonrió.
—¿Te parece que estoy bueno?
Sophie notó cómo se ruborizaba. ¿Lo había dicho en alto?
—¡Eres gilipollas!
Se dio la vuelta para irse, pero él la agarró del brazo y la acercó hacia su
cuerpo. Notaba la respiración alterada de Saúl en su rostro tan acelerada
como la suya.
—Me he aproximado a ti no para besarte, sino para decirte algo y que no
te quedase ninguna duda —murmuró—. Que las cosas no funcionan así.
—¿Y cómo funcionan? —Sophie tiró del brazo para que la soltase. Y lo
hizo, pero seguían muy cerca el uno del otro.
—Quiero que te quede algo muy claro. Aquí hay que seguir unas
normas, incluidas las de este gilipollas. ¿Lo has entendido?
Sophie levantó una ceja mientras él la retaba con la mirada.
—Veo que yo también tenía razón. Eres un puto troglodita.
Se dio la vuelta y se fue de allí.

Saúl se frotó el pelo con fuerza y resopló en cuanto ella salió de la sala. Esa
mujer sacaba lo peor de él. ¿Por qué la había presionado? ¿Por qué narices
le había hablado así? Se le estaba yendo de las manos, pero, al escucharla
en la terapia, sus temores se habían confirmado al ver que ella no se lo iba a
poner fácil. En los momentos en que habían charlado en grupo o cuando
hablaban de alguna reflexión, Sophie siempre había hablado de manera
superficial, sin ahondar ni compartir nada de su interior con sus
compañeros. Al ver que ese día en terapia iba a seguir con la misma actitud,
pensó que, si no le daba un toque, no reaccionaría. Sin embargo, había sido
demasiado brusco.
No sabía si estaba más cabreado con ella o consigo mismo, ya que sentía
una contradicción constante cuando estaba a su lado; quería alejarse y, a la
vez, abalanzarse sobre su boca. No tenía pensado besarla, pero comprobar
que, en caso de haberlo hecho, ella se habría apartado, le despertó rabia y
frustración, y eso lo irritaba aún más.
Estaba obsesionado. Joder. Nunca le había ocurrido nada parecido, se
estaba asustando de él mismo y de cómo lo hacía sentir. ¿Cómo demonios
se había fijado en alguien como ella?
Tenía todo lo que odiaba en una mujer: solo quería protagonismo, amaba
las redes y, además, trabajaba en ese mundo desde que era niña.
Claramente, había aprendido a poner una sonrisa aunque no soportara
ciertas situaciones. Sabía qué decir para quedar bien en cada momento, sin
embargo, lo que más le intrigaba era que con él se comportaba de forma
distinta. En el fondo, aunque se quisiera engañar a sí mismo, le atraía y le
llamaba la atención esa parte de ella que no mostraba. Sabía que había una
mujer muy interesante que conocer. Por otro lado, se preguntaba de dónde
venía esa necesidad tan fuerte de ayudarla y de lograr que sacara a la luz
todo aquello que la estaba bloqueando.
A él hacía tiempo que le había dejado de importar lo que pensasen los
demás, no necesitaba quedar bien con nadie. Pero en Luz de Luna era
diferente. Aquí debía ser más profesional, no podía soltar lo primero que
pensara. Y, con ella, no lo lograba.
Tendría que contenerse, no solo en la forma en que le hablaba, sino
también en las malditas ganas que tenía de besarla.
Desde que Sophie le escribió para pedirle ir al centro, no pudo evitar
preguntarse cuál era el verdadero motivo para acudir allí. Estuvo tentado de
rechazarla diciendo que no había plazas, pero, por otro lado, una vocecita
en su interior le pedía a gritos que le respondiera que sí, y así lo hizo. Sin
embargo, esa desconfianza era la que estaba provocando que fuera más duro
con ella y no fuera capaz de controlarse como debiera. No iba a perderla de
vista porque intuía que ocultaba algo, y el hecho de que ella no se abriera
con el grupo confirmaba aún más sus sospechas. Esperaba no cometer
alguna estupidez o estaría perdido.
CAPÍTULO 13
Por la tarde, todos se juntaron en una de las salas de la casa principal. Había
varias mesas y sillas disponibles donde podían sentarse a charlar, leer, jugar
a las cartas o a juegos de mesa. Sophie no había vuelto a ver a Saúl y
agradecía que hubiera sido así. Después de la discusión que tuvieron,
necesitaba mantener cierta distancia.
—Sophie, ¿jugamos al parchís? —preguntó Lucía—. Siempre gano a mi
madre.
—Yo soy muy buena. ¿De verdad quieres jugar?
Lucía sonrió y se sentaron juntas mientras la niña colocaba el tablero y
las fichas.
—¿De qué os conocéis mi mamá y tú?
—¿No te lo ha dicho ella?
—Bueno, me ha contado que fuisteis amigas de pequeñas. Le pregunté
por qué os separasteis y me dijo que por la distancia.
Sophie pensó que en parte era cierto, pero, si para Mara ese fue el
motivo, sería porque no valoró lo suficiente la amistad que tenían.
La curiosidad la impulsaba a preguntarle a Lucía cómo Saúl había
llegado a convertirse en su tío, pero no quería meter la pata.
—¿Qué color quieres?
—Yo me pido las azules —contestó Lucía.
—Yo, las rojas. —Colocaron las fichas, y la niña tiró el dado y movió
una ficha—. ¿Dónde viven tus abuelos?
Lucía contestó sin dejar de mirar el tablero, como si no le hubiera
extrañado su pregunta.
—Solo tengo dos, Julio y Flora, que viven muy cerca de aquí. Te toca
tirar el dado.
Flora, así se llamaba la madre de Mara y, según parecía, se había casado
con ese tal Julio, quien muy probablemente sería el padre de Saúl.
—Eso es bueno, así puedes verlos a menudo.
—¡Qué suerte! Te ha salido un seis, vuelves a tirar. —Sophie lanzó de
nuevo el dado mientras Lucía seguía hablando—. Mi madre no se lleva muy
bien con mi abuela. Discuten mucho, pero a mí me gusta estar con ellos. Mi
tío siempre intenta que no se enfaden entre ellas, y casi siempre la defiende.
—¿A tu abuela?
—No, a mi madre. La verdad es que mi abuela a veces es un poco
mandona, pero conmigo no es así.
—¿Y tu abuelo? —Sophie le dio el dado después de avanzar dos casillas
con la ficha roja.
—Es muy bueno, siempre ha querido mucho a mi mami, aunque ¿sabes?
—habló un poco más bajo y la miró con atención—. No es su verdadero
padre, es su padrastro, pero ella siempre dice que lo quiere como si lo fuera.
Yo también espero tener algún día un papá. No conocí al mío, murió cuando
yo era un bebé.
Sophie se quedó helada. Con el shock de ver a Mara allí, ni siquiera se
había planteado quién podría ser su pareja. Comenzó a pensar que la vida
de Mara quizá no había sido tan fácil como ella se imaginaba, y una extraña
sensación de vacío creció en su pecho.
—Siento mucho lo de tu padre.
—Bueno, tengo a mi tío Saúl, que a veces es como si lo fuera. ¡Te como
la ficha y cuento veinte!
Lucía avanzó en el tablero y le devolvió el dado.
—¡Qué suerte tienes! Te faltan dos para entrar en la meta con una de las
azules. —Estuvieron en silencio durante un rato y le volvió a preguntar—:
Tu abuelo Julio es el padre de tu tío, ¿no?
—Sí, mi abueli se volvió a casar cuando mi madre tenía doce años
porque mi otro abuelo murió muy pronto.
—Vaya, lo lamento mucho…
—Yo también. Aunque, si no hubiera sido así, mi abuela no se habría
vuelto a casar y yo no tendría a Saúl como tío.
—Veo que lo quieres mucho.
—Sí, es muy bueno conmigo. Lo suele ser con todo el mundo, aunque a
veces es un poco mandón. Sobre todo cuando me pongo con el móvil o la
tele. Es por una de las pocas cosas que más se enfadan mi madre y él. Ella
dice que al menos lo tenga un rato, pero mi tío no quiere.
Sophie se centró en el juego, y un rato después ya casi habían terminado.
—He llegado a la meta con el rojo, me queda solo uno.
—Pero yo solo necesito un dos y te gano. —Lucía sonrió entusiasmada.
—Venga, veamos si tienes suerte.
Lucía lanzó el dado, que comenzó a girar despacio hasta que se detuvo.
—¡Un dos! ¡Te he ganado! —Se levantó y comenzó a dar saltos.
—¡Eres buena!
—Otro día, la revancha.
Mientras recogían, Sophie aprovechó para hacerle otra pregunta.
—¿Sueles hablar con todas las personas que pasan por aquí?
—Sí, en general, son gente muy guay. —Se encogió de hombros—. A
veces, cuentan unas historias increíbles. No se lo digas —murmuró,
acercándose a ella—, pero creo que mi tío tiene razón, y por una parte
entiendo que no quiera que vea tanto la televisión o el móvil. Es por eso que
muchos de vosotros acabáis aquí, y la mayoría están bastante tristes, pero
mi tío los ayuda a sentirse mejor y se van más contentos.
—Sí, en eso tienes razón. ¿Y a qué personas recuerdas?
—¿Que me hayan gustado? —Sophie asintió mientras Lucía miraba
hacia arriba pensativa—. Hace tiempo vino un cantante; siempre estaba
tarareando alguna canción, incluso creamos una juntos. También vino un
hombre que hacía muchas bromas; trabajaba de eso y era superdivertido.
Aunque también hay algunos que me han dado mucha pena. Una de ellas se
llamaba Camila; era supermaja, pero se la veía siempre muy cansada. Creo
que mi tío se quedó muy mal por no poder ayudarla.
A Sophie comenzó a latirle más rápido el corazón.
—¿Por qué no lo logró?
—Abandonó antes de que acabase el programa, y eso no lo había hecho
nadie. Recuerdo que se fue la noche del quince de agosto, porque era fiesta
e hicimos una actividad. Recogió sus cosas, el móvil y solo dejó una nota
diciendo que agradecía lo que habían hecho por ella, pero que prefería
alejarse y desaparecer.
—¿Has visto esa nota? ¿Qué más decía? —Lucía la miró extrañada y
Sophie se dio cuenta que había sido muy directa—. Ya sabes que me
encanta el suspense y esto que me cuentas es muy interesante.
—No, no leí la nota, pero sí vi a mi tío leerla, y cuando lo hizo, se sentó
en el sillón y no se levantó en varias horas. Se le veía mal. La verdad es que
a mí también me dio pena, no me lo esperaba.
—¿Por qué?
—Porque pensé que estaba mejor, que se estaba recuperando. Sonreía
más y había escuchado a mi tío decir que cada día lo hacía mejor.
Sophie pensó que eso no era una buena señal. Si a Camila le estaba
viniendo bien estar ahí, ¿por qué se había ido? ¿Dónde guardaría esa nota
Saúl? Sophie sabía cuál iba a ser su siguiente movimiento, aunque esa vez
sería muy arriesgado.

Después de cenar, algunos se fueron a la cama y otros permanecieron un


rato en la sala.
Sophie pensó que era el momento adecuado para entrar en el despacho de
Saúl sin que nadie pudiera verla. Normalmente, solían quedarse un rato
juntos antes de irse a dormir. Cuando se aseguró de que nadie le prestaba
atención, se levantó y se dirigió hacia el despacho con la intención de
buscar información sobre Camila.
Estaba convencida de que Saúl llevaba un registro de las personas que
acudían al centro, además de las anotaciones que hacía en la libreta durante
las terapias. Con un poco de suerte, también encontraría la nota que ella le
había dejado. Y, si no fuera así, al menos lo habría intentado.
Se adentró en el pasillo a oscuras, echando un vistazo a la puerta donde
estaban sus compañeros para cerciorarse de que no la seguía nadie. Aún
podía echarse atrás; si alguien la veía, diría que estaba yendo al baño
situado justo a su izquierda. Inspiró hondo. Tenía que hacerlo, por eso había
ido a ese lugar y no era momento de arrepentirse.
Avanzó despacio, notando cómo el corazón le latía con fuerza en el
pecho con cada paso que daba. Volvió a mirar hacia atrás para asegurarse de
que seguía sola mientras se decía a sí misma que todo iba a salir bien.
Sus dedos temblaron al agarrar el pomo de la puerta y lo presionó hacia
abajo hasta que oyó un clic, que resonó como un disparo en la oscuridad
que la envolvía. Cerró los ojos y empujó la puerta, la cual emitió un leve
crujido. Se deslizó dentro con cautela y volvió a cerrarla. Respiró hondo en
un intento por calmarse; sabía que, si alguien la descubría allí, tendría que
dar muchas explicaciones, y aún más si ese alguien era Saúl.
Encendió una linterna pequeña que había cogido de su coche y echó un
vistazo a su alrededor. El olor a él impregnaba la habitación, tanto que, por
un momento, se asustó pensando que pudiera estar allí, aunque eso no era
posible. Al salir, había visto a Saúl hablando con Alba, quien le sonreía
mientras le tocaba el brazo. Estaba segura de que esa mujer sentía algo por
Saúl, aunque no debería importarle. A pesar de eso, algo en ella le
molestaba.
Dio un paso hacia delante y el suelo crujió bajo sus pies.
—Mierda —murmuró.
El sonido parecía que se amplificaba a medida que avanzaba, y apenas le
entraba oxígeno en los pulmones. Por fin, llegó a la mesa del escritorio, y el
aire que había estado reteniendo salió despacio por la boca. Vio el portátil;
lo abrió, pero estaba apagado. Tendría alguna contraseña, por lo que prefirió
dejarlo para otro día y rezó para encontrar lo que había ido a buscar.
Cerró los ojos un instante para calmarse y, cuando lo logró, comenzó a
abrir los cajones. En el primero solo encontró bolígrafos, alguna goma y un
quitagrapas. Miró en el cajón de abajo, que era más grande. ¡Bingo! Ahí
estaban los separadores. Cogió un expediente, en el que se encontraban los
datos y las fotos de las personas que habían acudido al centro. Lo tenía todo
muy bien ordenado, clasificado alfabéticamente. Buscó un papel y comenzó
a apuntar los nombres, apellidos y los números de teléfono de sus
compañeros. Toda esa información le sería útil a Hank. También tomó notas
de otras personas que habían acudido al centro con anterioridad para poder
investigarlos.
Sacó el informe de Camila. Saúl indicaba que era una muchacha que
había sufrido mucho a causa de sus adicciones; tomaba pastillas para dormir
y también ansiolíticos. Antes de ingresar en Luz de Luna, mezclaba ese
cóctel con alcohol. Estaba sola, ya que su familia apenas hablaba con ella y
se separó de ellos porque sufrió abusos en la infancia.
Cuando eran niñas, Sophie no se imaginó que Camila hubiera vivido de
una forma tan horrible hasta el punto de afectarla de esa manera. Por un
instante notó esa pesada carga que tuvo Camila en su infancia y sintió pena
por ella. Ya no había ningún dato más que pudiera servirle. Tampoco veía la
nota de la que le había hablado Lucía; quizá Saúl la había tirado.
Cuando iba a cerrar el cajón, vio su propio nombre; ahí estaba su ficha.
Una vocecita le susurraba que debía irse de allí lo antes posible, pero la
curiosidad era más fuerte. Sacó el informe y comenzó a leerlo:
Le cuesta abrirse y contar detalles de
su pasado. Intenta agradar a los demás,
aunque, por su mirada y sus expresiones,
muchas veces no está cómoda; sin embargo,
se lo calla y acepta la situación.
Es conformista. Necesita ayudar a los
demás para sentirse bien consigo misma. Le
cuesta mucho intimar con el resto.
Observadora, analiza todo y a todos. Por
algún motivo, conmigo es con el único que
muestra ese lado más visceral.
Creo que en el pasado no la trataron con
el cariño adecuado y puede que se sintiera
sola, lo que la hizo más independiente.
¿Posible abandono?
El tratamiento adecuado sería…
De pronto, escuchó un sonido que la hizo sobresaltarse. Sophie cerró el
informe rápidamente y lo volvió a guardar en el cajón. Miró a su alrededor;
no había ningún sitio donde pudiera esconderse. Si alguien entraba, estaba
jodida.
Se acercó a la puerta despacio y, de nuevo, el crujido de la madera sonó
bajo sus pies. Se mordió el labio y cerró los ojos con fuerza, notando que se
le tensaban el cuello y la espalda de los nervios. Apoyó la mejilla en la
puerta para comprobar si había alguien afuera y así poder irse. Oyó unos
pasos que se acercaban, retrocedió al mismo tiempo que un escalofrío
atravesaba su espalda. Y justo en ese momento alguien abrió la puerta.
—¡¿Qué coño haces aquí?!
CAPÍTULO 14
Sophie no lograba articular ni una sola palabra y sintió una oleada de terror
cuando sus miradas se cruzaron. La expresión de Saúl la asustó; la
mandíbula tensa y el ceño fruncido que reflejaba su rostro no auguraban
nada bueno. Él echó un vistazo alrededor para comprobar que no faltaba
nada.
—¿Qué tienes en la mano? —La voz de Saúl, llena de furia contenida,
rompió el silencio.
Sophie agarraba algo en el puño y lo ocultó detrás de su espalda. Saúl
estrechó los ojos mientras se acercaba y ella retrocedía.
—No es nada —murmuró.
—¿No es nada? ¿Estar aquí te parece que no es nada? —preguntó en un
tono que le heló la sangre.
Siguió avanzando hasta que ella se chocó contra la pared.
—Quería hablar contigo, pero estabas ocupado.
Saúl levantó una ceja.
—Estaba fuera con el resto.
—Con Alba.
Durante un breve momento, la sorpresa iluminó los ojos de Saúl al oír el
nombre de esa mujer.
—¿Y no podías esperar a que terminase de hablar con ella para decirme
lo que fuera que tenías que decir? ¿Lo mejor era venir a mi despacho a
oscuras? —Invadió su espacio mientras apoyaba un brazo en la pared, muy
cerca de su rostro—. ¿A qué estás jugando, Sophie?
—No es lo que crees.
—¿Y qué es lo que se supone que creo?
Ella miró al suelo, incapaz de sostenerle la mirada. Estaba a punto de
temblar, y el corazón parecía que se le saldría por la boca. No ayudaba que
él estuviera tan cerca, y que sus ojos se clavaran en ella con tanta
intensidad. Debería temerle, pero el miedo inicial estaba dando paso a otras
sensaciones más excitantes.
—Será mejor que me vaya —dijo ella.
—Ni lo sueñes —murmuró en su oído, a la vez que ponía el otro brazo
para no dejarla ir—. Antes vas a decirme qué coño hacías aquí y vas a
darme lo que tienes en la mano.
Sophie logró mirarlo a los ojos y lo que descubrió la sorprendió; estaba
enfadado, pero había algo más. La respiración de Saúl era profunda y
entrecortada, como si contuviera el aliento, luchando por mantener el
control. La tensión en su cuerpo era palpable. Con cada segundo que
pasaba, la necesidad de Sophie se volvía más intensa. ¿Por qué, en esa
situación tan peligrosa, lo único que deseaba era agarrarlo y besarlo con
fuerza? Estaba completamente loca.
Fue entonces cuando supo lo que tenía que hacer a continuación: levantó
la mano y, con dedos temblorosos, trazó la línea de su mandíbula. Él la miró
con sorpresa, pero no hizo ningún intento de apartarse. Deslizó la mano
hasta su nuca y Saúl cerró los ojos.
—Sophie… —murmuró.
No había vuelta atrás. Lo atrajo con determinación hacia sus labios y lo
besó.
Cuando sus bocas se unieron, él gimió y se quedó paralizado para, un
instante después, cogerla de la cintura y empotrarla contra la pared. Los
labios de Saúl respondieron con urgencia y ambos gimieron sin parar de
tocarse. La lengua de ese hombre era posesiva y provocadora. Las manos
masculinas se aventuraron por la curva de su cintura, explorando con
intensidad cada rincón de su anatomía, como si estuvieran descubriendo un
mapa secreto. Después, deslizó los dedos a lo largo de la espalda, dejando
un rastro de fuego a su paso, mientras ella, con manos decididas, se aferraba
a su cuello, como si fuera el único sostén que la mantenía a flote en ese mar
de sensaciones.
Impulsada por el deseo, acarició despacio el pecho de él, sintiendo el
ritmo rápido de su corazón. Lo único que deseaba era desnudarlo y sentir
cada parte de ese cuerpo duro y fuerte que se dejaba adivinar por encima de
la ropa.
De pronto, él se separó, dejándola aturdida por el beso.
—¿Qué estás haciendo, Sophie? —preguntó con la voz entrecortada—.
Si me has besado para que deje pasar esto, no lo haré.
El pelo de Saúl estaba revuelto. Admiraba el autocontrol que proyectaba;
había logrado detenerse, a pesar de que sus ojos oscuros reflejaban un
anhelo que no podía ocultar. Sus labios parecían más hambrientos que
nunca, y la mandíbula tensa revelaba la lucha interna entre la razón y la
pasión.
—Dime qué escondes en la mano.
Ella dudó hasta que, al final, abrió el puño en el que sostenía un papel
arrugado. Se lo entregó y él lo leyó:
Siento lo de esta mañana. Tenías razón:
a veces me cuesta abrirme, pero intentaré
hacerlo mejor a partir de ahora. Sophie.
—Quería dejarlo en tu despacho. No me apetecía hablar delante del resto
y apenas he encontrado un momento para estar a solas.
Saúl estrechó los ojos, mirándola con desconfianza sin saber si creerla o
no.
—¿Y por qué me has besado?
Sophie levantó las cejas.
—¿De verdad tengo que explicártelo?
Saúl se apartó de Sophie y se frotó el pelo, después, colocó las manos en
la cintura y miró al suelo. Estaba pensando qué hacer con ella, mientras que
Sophie ignoraba si los latidos de su corazón iban tan rápido por haberla
pillado o por el beso que le acababa de dar.
La miró con dureza y a ella le dieron ganas de retroceder, pero estaba
atrapada contra la pared. En su mirada había una determinación que la
intrigaba. La distancia que había entre ellos comenzó a acortarse cuando él
dio un paso hacia ella, después otro, pero Sophie no se movió. Mantenía los
hombros hacia atrás y la barbilla un poco levantada. No iba a sentir
vergüenza por lo que acababa de confesar, ni siquiera por haberse visto
descubierta. Si perdía la poca seguridad que le quedaba, estaba perdida.
De pronto, Saúl hizo algo que la dejó descolocada: se quitó la camiseta.
—¿Qué haces? —preguntó Sophie.
—¿De verdad tengo que explicártelo?
—Pero…
Saúl se quedó a menos de un palmo de su rostro. Su tórax era fuerte y
fibroso, y los músculos se marcaban en sus brazos.
—¿Es esto lo que querías?
La respiración de Sophie se entrecortó. No sabía qué contestar. Ahora
que él estaba tomando la iniciativa, la asustaba, y al mismo tiempo la atraía.
—Mejor me voy.
Por un momento pensó que él la iba a agarrar, pero la dejó pasar.
Despacio, dio unos pasos hacia la puerta. Por un lado, no quería salir de esa
habitación; por otro, tampoco quería quedarse.
—Ahora sabes lo que he sentido yo hace un momento, no soy un pelele
con el que puedas jugar. —Sophie se dio la vuelta y lo miró confundida—.
¿Me has besado porque querías hacerlo o porque querías salir airosa de esta
situación? Ahora tampoco sabrás si llevo tiempo con ganas de besarte o
simplemente estoy aprovechando lo que me estabas ofreciendo.
Ella estrechó los ojos.
—Que te quede algo claro —contestó Sophie, colocando las manos en la
cintura—. Nunca hago nada que no quiero.
Él se acercó despacio y Sophie no pudo evitar que sus ojos se deslizasen
por su pecho desnudo. Le sorprendía que, a pesar de estar cabreada, las
manos le picaran por las ganas de tocarlo.
—Eso no es cierto. Sonríes cuando muchas veces no tienes ganas, no
contestas lo que se te pasa por la cabeza cuando estás con alguien que te
incomoda. Y, por lo que has dicho, has seguido los pasos que te ha ido
diciendo tu madre casi toda tu vida. —Se detuvo frente a ella—. Pero en
algo te voy a dar la razón. Siento que conmigo no finges, excepto ahora.
¿Qué me ocultas?
Sophie desvió la mirada hacia un lado.
—Es complicado.
Saúl la agarró de la mandíbula con suavidad para que lo mirara.
—Puedes confiar en mí.
Sentir la calidez de su mano en el rostro la derritió por dentro. No sabía
si prefería que fuera irónico y engreído o que la tratara así, paciente y
amable. Provocaba que sus barreras cayeran en picado y quisiera contarle
por qué estaba en aquel lugar.
—Lo siento, pero aún no me siento segura de hacerlo —contestó ella,
apartando la mano despacio. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Justo antes de salir, le habló—: Y Saúl… Sí, quería besarte.
CAPÍTULO 15
A la mañana siguiente, Sophie agradeció no cruzarse con él. Cuando la pilló
en el despacho, temió que la hubiera descubierto y que la echase de Luz de
Luna. No estaba segura de si él la había creído al enseñarle la nota. Pero lo
que menos se podría haber imaginado era que acabarían besándose y ella,
confesándole que quería hacerlo. Durante la noche no pudo evitar
rememorar una y otra vez esos labios que habían despertado infinitas
sensaciones en su interior; sensaciones a las que no estaba acostumbrada,
como sentirse deseada y anhelar tanto a alguien de una forma tan irracional.
Le asustaba comenzar una relación. Las pocas parejas que había tenido
con anterioridad siempre terminaban de la misma forma. La presionaban
para que se abriera más, para que mostrara sus sentimientos, pero no se
daban cuenta de que no había nada en lo que profundizar. No los había
querido lo suficiente para tener que hablar sobre ello. Desde el principio, la
relación que compartían estaba destinada a caducar, porque en el fondo
tenía muy claro que terminaría sola. No necesitaba a nadie más en su vida.
Después de pasársele la sorpresa inicial por el beso y por verse
descubierta, recordó lo que Saúl había escrito en su informe, que era
conformista y que probablemente la habían abandonado. Resopló al
recordarlo, cabreada. ¿Acaso la conocía para decir toda esa clase de
sandeces?
Terminó de arreglarse y se dirigió donde Mara daría la clase de yoga. Al
no ser un día muy frío, iban a aprovechar para realizar la práctica al aire
libre. No le apetecía coincidir con ella, ya que cada encuentro avivaba los
recuerdos y una sensación de cercanía crecía en su interior, como un volcán
a punto de entrar en erupción.
Una vez que llegaron todos, comenzaron a calentar, para después ir
realizando las distintas posturas de yoga. Sophie observaba a Mara; se la
veía en forma y, sobre todo, feliz. No parecía que su vida hubiera sido fácil,
tampoco lo fue cuando murió su padre. En el fondo se alegraba por ella, sin
embargo, había una parte en su interior que quería gritarle y preguntarle por
qué no la había llamado. Aunque eso sería entrar en temas más profundos y
no estaba dispuesta a hacerlo; prefería dejar las cosas como estaban.
—Ahora, vamos a tumbarnos y empezamos los ejercicios de relajación
—dijo Mara, mientras el resto aprovechaban para beber agua y taparse con
una pequeña manta.
El lugar era increíble: se encontraban en un llano salpicado de flores
silvestres. Al ser temprano, Sophie agradecía los rayos del sol que la
calentaban, y la suave brisa hacía que fuera más consciente de la belleza del
entorno.
—Bien, respirad profundamente cinco veces y expulsadlo despacio por la
boca. Ahora haremos lo mismo, pero lo expulsaremos por la nariz.
Les dejó su tiempo mientras les sugería que sintieran cómo cada parte de
su cuerpo se relajaba, comenzando por los pies hasta llegar a la cabeza.
Después, los guio para que fueran conscientes de lo que los rodeaba y lo
sintieran con los ojos cerrados.
—Imaginaos un rayo de luz entrando por vuestra cabeza, iluminando
poco a poco el interior de vuestro cuerpo.
Sophie empezó a sentir los músculos relajados; notaba cómo la boca se
le humedecía al percibir que cada vez estaba más tranquila, y las manos le
hormigueaban. Fue entonces cuando escuchó a Javier, que estaba a su lado,
soltar un pequeño ronquido.
—Ahora, hablad a esa niña y ese niño que tenéis en vuestro interior.
Vedlo. Abrazadlo. Sentid cómo conectáis, decíos que no tenéis la culpa de
ese pasado o de las decisiones que habéis tomado. Que siempre os tendréis
a vosotros y vosotras mismas. Abrazad a esa personita que está dentro de
vosotros y sed compasivos con ella.
Sophie, al escuchar aquello, no pudo evitar abrir los ojos al mismo
tiempo que su cuerpo se tensaba como una vara, borrando de un plumazo la
tranquilidad que había sentido hacía unos instantes. Cerró un puño con
fuerza y se sentó.
Se cruzó con la mirada de Mara, que la observaba desde la distancia.
Sophie no podía ocultar su rabia y se sorprendió al sentir que una lágrima
caía por su rostro. Se la quitó con la mano y contempló el rastro de agua
salada que quedó en su piel.
Se levantó y se fue de allí a toda velocidad. No se molestó en coger la
colchoneta, solo quería alejarse lo más pronto posible de su lado. Sabía que
no era correcto irse así, debería haber aguantado hasta el final de la clase,
pero no pudo. Su cuerpo respondió sin darle opción. ¿Cómo demonios se
había puesto a llorar? Lo que más le molestaba era que esa lágrima no había
sido de rabia, sino de tristeza, una tristeza que la invadió por completo para
después dar paso a la ira. Fue entonces cuando la escuchó:
—¡Sophie, espera! ¡Sophie!
Mara la llamaba, pero bajo ningún concepto se iba a detener. No iba a
enfrentarse a ella. ¿Para qué? Pero su examiga no estaba dispuesta a dejarla
ir, por lo que siguió corriendo hasta que la alcanzó y se colocó frente a
Sophie, cortándole el paso.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—Sí, necesitaba irme, pero estoy bien.
Mara la miró, tratando de leer en su rostro. Sin embargo, a Sophie se le
daba bien disimular y mostrar una expresión de calma mientras, por dentro,
miles de espadas se preparaban en posición de ataque para defenderse de lo
que había en el exterior.
—¿No te ha gustado la sesión?
—Sí. —Sophie se cruzó de brazos—. Quizá es demasiado profundo para
mí, no estoy acostumbrada.
—Podemos ir poco a poco. Si no estás cómoda con el momento de la
relajación, puedes terminar la clase justo antes, hasta que te encuentres
preparada.
Sophie asintió. No le iba a decir que no estaría preparada ni ahora ni
después. ¿Para qué? ¿Para conectarse a esa niña interior?
—De acuerdo.
—Gracias por las rosquillas, Lucía me contó que las hiciste con ella.
—No fue nada. Es un placer estar con tu hija. —Mara asintió—. He de
irme, necesito una ducha.
Mara abrió la boca para decirle algo, pero se detuvo; quizá vio lo poco
receptiva que estaba y lo dejó pasar. Finalmente se despidió.
—Nos vemos luego, Sophie.
—OK.
Se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás, lo mismo que había hecho su
amiga de la infancia al escuchar esas palabras salir de su boca: «Hablad a
esa niña, decíos que no tenéis la culpa de ese pasado o de las decisiones que
habéis tomado. Sed compasivos con ella».
¿Eso era lo que se había dicho Mara durante ese tiempo para olvidarse de
ella? ¿Que no se sintiera mal por haberse alejado? ¿Por no volver a
llamarla?
Qué fáciles eran las cosas cuando uno se hablaba a sí mismo de esa
forma para no asumir la responsabilidad de sus actos.
Una vocecita le decía que en realidad no estaba cabreada con Mara, sino
que había sentido cómo se resquebrajaba al visualizar a esa niña interior.
Esa lágrima no había sido por su examiga; había sido porque, al intentar
verse, abrazarse y compadecerse de esa pequeña, no había logrado verla.
No estaba allí. Todo era oscuridad, un vacío que la asustó al comprobar que
había desaparecido.

Unos años atrás


Todas las miradas estaban puestas en ella. Tan solo tenía ocho años, y
Sophie no era capaz de hablar mientras cientos de ojos esperaban que
comenzara su actuación. Las luces cambiaron y la deslumbraron. Sintió la
tentación de llevarse las manos a la cara para evitar ese foco cegador, pero
se mantuvo recta, con las manos a los lados, tan tiesa que no podía doblar ni
un brazo.
La música llenaba el teatro, pero, en lugar de sumergirse en sus notas,
solo alcanzaba a percibir el susurro incesante de la audiencia. Entre los
murmullos, destacaba la voz inquieta de su madre entre bastidores. «Sophie,
¿qué haces? ¡Canta ya!».
El pitido en los oídos era ensordecedor; pensó que se iba a desmayar.
«Vamos, Sophie —se dijo a sí misma—. Es solo un momento. Sonríe como
siempre, pon buena cara para que nadie note el miedo que tienes dentro de
ti y luego podrás volver a casa».
Consiguió mover el brazo para agarrar el micrófono que tenía delante.
Cuando su voz logró emitir un sonido, se escuchó un fuerte ruido
distorsionado en el micro y volvió a quedarse paralizada.
Entonces empezaron a sonar los silbidos y abucheos del público, lo cual
desencadenó lo que más temía desde que su madre la había obligado a
participar en ese programa. Le había suplicado que no quería ir, que no se
sentía cómoda cantando en público, que no deseaba exponerse de esa
manera. Además, cuando se fallaba en ese concurso, el error se pagaba con
un tartazo en la cara. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Vio que le
lanzaban dos tartas: una le golpeó el cabello y la otra, en plena cara.
A continuación, lo que escuchó fueron las risas. Esas risas que la
minaron por dentro creando una sensación de vacío, de vergüenza y
humillación. Las risas, que aunque en ese momento no fuera consciente,
marcarían un antes y un después en su vida. Desarrollaría una coraza para
evitar volver a sufrir, como respuesta a la traición de su madre al no
escuchar sus temores, al no respetar su deseo de no participar.
Sin embargo, lo más duro llegaría después, cuando volvió al colegio y
sus compañeros ser burlaron de ella. El programa se emitió en directo y
todos pudieron ver la vulnerabilidad y el ridículo que había hecho.
No lloró delante de la cámara; tampoco podrían haberse dado cuenta
porque las lágrimas se ocultaban en la nata montada, como pudo comprobar
más tarde en el camerino. Mientras su madre le limpiaba la cara, escuchaba
sus preguntas distantes sobre lo que había sucedido, por qué había fallado y
cómo ya no tendrían una oportunidad semejante. Agradeció en silencio que
así fuera; al menos, no volvería a pasar por esa experiencia y sufrir de
nuevo esa humillación.
El acoso y los comentarios duraron meses en el colegio. Solo Mara
estuvo ahí, apoyándola y defendiéndola de cualquiera que se metiera con
ella. Daba gracias por tenerla; sin su amiga, se habría vuelto loca.
Su madre tampoco se lo perdonó; le reprochaba que hubiera perdido una
oportunidad de oro por su estúpida timidez. La acusaba de estar destinada a
convertirse en una modelo de segunda categoría y le advertía que, si seguía
así, no llegaría a nada en la vida.
Cuando Sophie se retiraba a su habitación para llorar, se tapaba la cara
con la almohada para sofocar los gritos que brotaban de su garganta. Los
gritos que deseaba lanzarle a su madre. La rabia que sentía hacia ella era
cada vez más intensa, más dolorosa.
Tumbada en la cama, abrazándose a sí misma, solo podía pensar en el día
en que pudiera alejarse de su madre y de todo lo que representaba ese
mundo tan competitivo y doloroso. La odiaba y la detestaba porque lo único
que anhelaba esa niña era recibir un abrazo de amor de su madre, escuchar
un «te quiero tal como eres» y un «todo está bien».
CAPÍTULO 16
Sophie llegó a la cabaña y se tiró en la cama. Colocó el antebrazo en su
frente y deseó con todas sus fuerzas alejarse de ese lugar lo antes posible.
No veía el momento de regresar a casa.
Un rato después, escuchó que alguien llamaba a la puerta. ¡No se lo
podía creer! ¿La habría seguido Mara hasta allí? No tenía ninguna intención
de hablar con ella. Se levantó cabreada, se dirigió a la puerta y la abrió con
fuerza. Se quedó helada al ver a Saúl apoyado con el brazo en el marco de
la puerta y más sexi que nunca.

Una hora antes


Saúl estaba preocupado por Sophie. Mara le había contado lo que había
ocurrido en la clase de yoga y que ella había huido cerrándose de nuevo sin
expresar lo que sentía. Esa mujer lo estaba desesperando, era un problema
tras otro. No había manera de acceder a ella. Estaba acostumbrado a
personas herméticas, pero Sophie se llevaba la palma. Ya no se le ocurría
nada para lograr ayudarla.
Cuando la tenía cerca, las discusiones parecían inevitables y una tensión
sexual palpable se acumulaba, lo que lo mantenía con una erección
constante. Recordó el momento en el que le recogió el pelo o cuando
entrelazó los dedos en sus manos mientras veían la serie. Solo él conocía la
batalla interna que enfrentaba para mantener el control cuando ella estaba
presente. En más de una ocasión, se tuvo que morder la lengua para no
decirle cuatro verdades. Pero había algo en ella que lo desconcertaba, y no
dejaba de preguntarse cuál era el verdadero motivo por el que estaba allí.
Después del encuentro en su despacho, sus sospechas aumentaron. Al
menos Sophie le había confesado algo íntimo, esta vez con sinceridad: su
deseo de besarlo. Era un gran paso, uno importante; mucho más en ella, que
se cerraba de esa forma. Por un lado, esa revelación lo asustaba, ya que no
hacía más que complicar su lucha interna por mantener el control en esa
creciente espiral de atracción.
Sin embargo, no se creía que la visita a su despacho tuviera como único
propósito entregarle aquel papel; ocultaba algo. Pensaba que era cierto que
el estrés la afectaba —posiblemente más de lo que ella misma reconocía—,
pero, al descubrir la conexión entre Mara y ella durante la infancia,
empezaron a enlazarse ideas en su mente. Aunque por la cara de sorpresa al
ver a su hermana, estaba seguro de que Sophie no sabía que estaba allí.
Saúl no descartaba que Sophie supiera lo de Camila antes de haber ido a
Luz de Luna. Si Mara y Camila habían sido amigas, casi con toda
probabilidad también lo fue de Sophie, o al menos la conocía.
Esperaba que esa teoría no fuera cierta, ya que implicaría expulsarla del
centro y, por mucho que le jodiera, no quería que ella se fuera. Mucho
menos, después del impacto de aquel beso que había removido todos los
sólidos cimientos que había construido a su alrededor para mantener
siempre una actitud profesional.
La idea de una relación seria nunca le había atraído y tampoco sentía su
falta, pero su mente jugaba con la posibilidad de que Sophie pudiera ser
algo más. No. Eso solo le llevaría a un problema tras otro. No quería a una
mujer así a su lado. Lo ideal hubiera sido que se dejasen llevar una noche
para quitarse esa necesidad que sentía estando con ella, pero no estaban en
el sitio adecuado para ello.
Debía centrarse en ayudarla, no perder el foco, pero para ello no le iba a
quedar más remedio que jugar sucio. No le gustaba esa opción, pero no le
había dejado otro remedio.

Sophie lo miró con incredulidad al verlo en la puerta.


—¿Puedo pasar? —preguntó él.
El corazón de ella comenzó a latir a toda velocidad al imaginarse a Saúl
en su cabaña, solos, completamente solos. No estaba segura de si podría
detenerse si él intentaba algo; cuanto más cerca estaba de él, más necesidad
tenía de agarrarlo del cuello y besarlo.
—Mejor nos sentamos en las escaleras del porche.
Un brillo apareció en los ojos masculinos.
—¿Te asusta quedarte conmigo a solas? —preguntó él mientras ambos se
sentaban.
—No seas ridículo. No me das ningún miedo.
—Lo sé.
Sus ojos se clavaron en ella y el rubor subió a sus mejillas. El muy
capullo parecía leerle los pensamientos.
—Quizá seas tú el que se asusta de mí —respondió ella picándolo.
—Más de lo que te imaginas. —Sophie frunció el ceño, confundida—.
Cuando estoy contigo, dejo de estar capacitado para trabajar como debería.
—Ya te dije que no tenías que contenerte conmigo.
Él aproximó su rostro un poco al de ella.
—Será mejor que no vuelvas a decirme eso. Ni tampoco lo que me
dijiste anoche.
Recordó que le había confesado que quería besarlo. Si ella se movía un
poco hacia delante, podría volver a besar su boca, la que estaba solo a unos
centímetros de distancia. El aroma fresco de él y su oscura mirada no la
estaban ayudando a que el calor que ahora sentía en su interior disminuyera.
—¿Para qué has venido? —preguntó Sophie, que apartó la mirada
intentando recomponerse.
—Mara me ha contado lo que ha ocurrido.
—Ya le he dicho que estoy bien.
—Huir de allí así no es precisamente estar bien. He pensado que quizá, si
dejas de verme como terapeuta, puedas abrirte a mí. Cuéntamelo, sin
presiones, solo como si estuvieras hablando con un amigo.
—¿Amigos tú y yo?
—Podemos intentarlo.
Sophie suspiró.
—Todos parecen tener problemas más serios que yo. He contado un poco
mi pasado, tampoco es que esté traumatizada, solo necesito despejarme un
poco y relajarme del mundo de las redes. No veo qué necesidad tengo de
obligarme a contar algo que no le veo ningún sentido para, según tú,
ayudarme con eso.
—¿Qué ocurrió con mi hermana?
—Pregúntale a ella.
—Ya lo hice y me contó su versión. Quiero saber la tuya.
Sophie se sorprendió al escuchar que habían hablado de ella. Se moría de
ganas por saber qué le habría contado Mara.
—Al menos, tú sabes por qué se alejó de mí.
—Sí, lo sé, y deberías hablarlo con ella.
—No hay nada de qué hablar, no es necesario, solo éramos unas
mocosas. No se suelen tener amigos de la infancia en la edad adulta.
—Yo los tengo.
Lo miró cabreada.
—Muy bien por ti.
—¿No te das cuenta de que no hay manera de acceder a lo que piensas?
—No estoy de acuerdo —contestó, cada vez más irritada—. En más de
una ocasión te he dicho lo que pienso de ti.
—Sí. —Saúl volvió a acercarse a ella y rozó su oído, provocándole un
escalofrío—. No sé si debería gustarme que yo sea el único al que le dices
todo lo que se te pasa por la cabeza.
—Considéralo un regalo, eres uno de los pocos con los que lo hago.
—Quizá sea porque siempre tienes algo malo que decir de mí.
—Lo mismo digo.
Saúl se frotó las manos y suspiró.
—Venga, Sophie, dime que te ocurrió con mi hermana.
Ella se quedó en silencio. No le apetecía revivir el pasado, aunque era lo
que estaba haciendo desde que había llegado a ese lugar. ¿Debería confiar
en él? ¿Abrirse para que supiera más cosas sobre su vida? ¿Y si él no sabía
lo que le había ocurrido al padre de Mara? Finalmente tomó una decisión.
—Mara era mi amiga, mi amiga de alma, mi confidente. La única con la
que podía ser yo misma y compartir cómo me sentía al llegar de un casting
con mi madre o de una competición. Odiaba ese mundo, y por más que se lo
decía a mi madre, ella insistía en que era lo mejor para mí. —Sophie se
acarició las piernas mientras mantenía la vista al frente para evitar mirarlo
—. Con Mara me convertía de nuevo en una niña, eran los únicos
momentos en los que podía ser espontánea, jugar, bailar. En el colegio
apenas tenía amigos, ya que a menudo no podía acudir, y los profesores se
lo permitían a mi madre, quien se encargaba de que estudiara y aprobara los
exámenes.
—Debió ser duro vivir así.
—Era muy exigente. —Se encogió de hombros—. Bueno, aún lo es. A
mi madre, todo lo que hago nunca le parece suficiente.
Sophie no sabía cómo seguir, lo que venía a continuación era más
complicado.
—No pares.
Sus miradas se encontraron durante un breve instante, y la forma en la
que él la observaba dejaba ver que la frase los había desconcertado a
ambos. No sabía qué se había imaginado él, pero a ella le llegó una imagen
nítida y salvaje de él besándola por cada parte de su cuerpo y, a
continuación, diciéndole que no se detuviera.
Sophie carraspeó y continuó.
—¿Sabes lo que le sucedió al padre de Mara?
—Sí, entre nosotros no hay secretos. Mi padre ya lo sabía cuando se casó
con su madre.
—Entonces, sabrás que desapareció un tiempo antes de que lo
encontrasen. —Él asintió—. Durante ese tiempo, Mara y yo estuvimos muy
unidas, pero nuestras madres empezaron a distanciarse entre ellas y eso hizo
que no pudiéramos vernos tanto.
—¿Por qué? ¿Qué pasó entre ellas?
—A veces, nuestros padres iban juntos al aeropuerto, ya que el padre de
Mara trabajaba como empleado en una de las compañías y el mío era piloto.
—¿Y pensaron que la desaparición había sido por tu padre?
—En el barrio se comenzó a insinuar, y nuestras madres, que siempre se
habían llevado bien, empezaron a distanciarse. Intentaban que no jugásemos
juntas, pero nosotras lo hacíamos a escondidas. Vi el sufrimiento de Mara al
no saber nada de él y también el de su madre. Me podía la impotencia por
no lograr ayudar a mi amiga. Ver las consecuencias que tiene que alguien
desaparezca y no sepas qué ha pasado con él, no saber si está vivo o muerto,
si estará bien, si alguna vez lo volverás a ver. Intentaba ayudar a Mara a que
estuviera entretenida, a animarla, hasta que un día…
—Apareció su cuerpo, ¿no?
Sophie asintió.
—Fue horrible, nunca había visto así a Mara. Descubrieron el coche en
un descampado y el cuerpo estaba dentro. Revisaron todas las pruebas y
descubrieron que había sido un drogadicto que lo había obligado a ir hasta
allí para robarle. Creen que se defendió y el hombre lo mató. Encontraron
huellas y pudieron detenerlo, por lo que también se supo que mi padre era
inocente.
—Entonces, ¿por qué os separasteis Mara y tú?
—Su madre quiso trasladarse de ciudad, vendió la casa y se fue de allí.
Nosotras quedamos en escribirnos, pero, poco a poco, ella dejó de hacerlo y
no volví a tener noticias suyas.
—Deberíais hablar.
Sophie lo miró.
—No es necesario.
—Hablar no es malo, Sophie. No sé por qué te cierras así o qué te asusta,
pero te aseguro que es como se crean lazos más fuertes.
Sophie sonrió de forma irónica.
—Eso díselo a tu hermana. Me abrí a ella, le supliqué que me dijera
dónde estaba para vernos, pero nunca me respondió. Creo que a veces no es
suficiente hablar.
Saúl se frotó el pelo sin saber qué decir.
—Debe haber algo más. —Sophie se encogió de hombros—. ¿Tiene algo
que ver lo que le ocurrió a mi hermana con su padre en tu decisión de
dedicarte a buscar a personas desaparecidas?
Sophie se levantó y se giró para mirarlo.
—Sí. Vi lo que se sufre, la desesperación que se siente, y siempre que
pueda ayudaré a que esas familias, amigos o parejas encuentren a esa
persona que quieren y buscan.
Saúl se levantó y se acercó a ella. Si levantaba la mano, podría tocar ese
pecho masculino que la atraía como si fuera un imán.
—No ha sido tan difícil, ¿no?
—¿A qué te refieres? —preguntó, confundida. No ayudaba que la
energía que él desprendía, junto con su intensa mirada, la estuviera
desconcentrando. ¿Había un destello de admiración en sus ojos?
—A abrirte. Deberías hacerlo también en el grupo.
—¿Y qué descubrirían?
—A alguien muy interesante de conocer.
Sophie vio por el rabillo del ojo que Saúl levantaba la mano. ¿La iba a
tocar? El corazón comenzó a latirle con rapidez, pero él se detuvo. No sabía
qué decir. El rostro de Saúl comenzó a acercase al suyo y Sophie tuvo la
tentación de cerrar los ojos.
—Creo que lo mejor será que me vaya ya —murmuró Saúl.
Durante unos segundos, él se quedó en silencio penetrándola con la
mirada hasta que, finalmente, dio un paso hacia atrás.
—Sí, será lo mejor.
Mientras él retrocedía sin dejar de mirarla, Sophie se fue a dar la vuelta
para entrar en la cabaña y, de pronto, sintió algo en la cabeza: un obsequio
de un pájaro había caído sobre su pelo.
—¡Mierda!
—Nunca mejor dicho —respondió él, que no podía parar de reírse.
—Muy gracioso. ¡Maldito pájaro!
—Prepárate para más tarde. Esta noche es el baile.
—¿Baile?
—Sí, lo mencioné cuando tuviste la genial idea de entrar en mi despacho,
por eso no te has enterado. —Sophie miró hacia el suelo, avergonzada—.
Pásate por la tarde, dejaremos todo preparado para la noche. Además, cada
uno podrá elegir las canciones que más le gusten para ir poniéndolas.
Sophie asintió y, cuando entró en la cabaña se fue derecha a la ducha,
mientras que en su mente escuchaba una y otra vez lo que le acababa de
decir Saúl: «Alguien muy interesante de conocer».
CAPÍTULO 17
Sophie fue una de las últimas en unirse. La decoración que habían
preparado unas horas antes, con la luz tenue de la sala, creaba la sensación
de que estaban inmersos en una auténtica fiesta. Globos y guirnaldas
colgaban con gracia en las paredes y la puerta. Las mesas alargadas lucían
dos manteles de un vibrante color granate, sobre los cuales estaban la
bebida y la comida: sándwiches, tortilla de patata, embutidos y algunos
bollos.
Cada cambio en las rutinas diarias se convertía en una razón para
celebrar, convirtiendo el evento en algo más que una simple reunión.
Mientras observaba a su alrededor, vio que algunos bailaban en la pista,
otros comían y dos de ellos, Saúl y Alba, se encontraban ligeramente
apartados del resto. Alba gesticulaba con las manos como si estuviera
molesta por algo. Él, con delicadeza, la agarró del brazo, y lo que sea que le
dijo pareció calmarla, ya que ella respondió con una sonrisa.
Alba la desconcertaba. Sophie tenía la intuición de que a aquella mujer le
gustaba Saúl, sin embargo, pasaba cada vez más tiempo con Matías. Se
aislaban y compartían momentos juntos. No acababa de entenderla.
Saúl desvió la mirada hacia donde estaba Sophie. Él realizó un escaneo
de su cuerpo, y ella sintió un escalofrío al ver cómo estrechaba los ojos.
Había dudado sobre qué ponerse hasta que optó por un vestido negro
ajustado que realzaba su pecho y cintura. Se había recogido el pelo hacia un
lado, dejando el cuello al descubierto y destacando el discreto escote en la
espalda.
Ahora fue ella quien lo miró de arriba abajo. Estaba impresionante;
llevaba una camisa negra con varios botones desabrochados que resaltaban
su cuello. Al tenerla remangada, se marcaban aún más los músculos de los
brazos. Completaba el conjunto con unos vaqueros y unas botas negras de
estilo militar. En la muñeca llevaba una pulsera ancha de cuero del mismo
color que la camisa.
Comenzó a caminar hacia ella y Sophie no sabía ni dónde colocar las
manos. No podía apartar la mirada de ese hombre que irradiaba fuerza y
seguridad por cada poro de su piel.
—Guauuuuu, Sophie —dijo Lucía, que apareció de la nada y la cogió del
brazo—. ¡Estás guapísima!
—Muchas gracias, tú también. Déjame ver. —Sophie hizo un gesto para
que diera una vuelta sobre sí misma—. Estás preciosa con ese vestido.
—Gracias —sonrió.
—¡Vamos a bailar!
Lucía tiró de su brazo y la condujo hacia la pista improvisada. En ese
instante sonaba I Hate Myself for Loving You, de Joan Jett & the
Blackhearts. Ambas empezaron a saltar, después se agarraron de las manos
y dieron varias vueltas. Reían y bailaban al ritmo de la música. Cuando se
unieron Adelaida y Guille, formaron un círculo y se agarraron por los
hombros. Después de varias canciones, Sophie estaba sedienta.
—Voy a beber algo —le dijo a Lucía, que asintió sin parar de bailar.
Se dirigió a la mesa donde estaban las bebidas. Había refrescos y
cervezas sin alcohol. Cogió un botellín, lo abrió y le dio un trago, que le
supo a gloria.
No lo pudo evitar, pero lo buscó de nuevo con la mirada, sin éxito.
—Ten cuidado con Lucía o no dejará que pares de bailar.
Su voz grave y masculina la tensó y al mismo tiempo avivó algo en su
interior.
Se giró para mirarlo.
—No pasa nada, me gusta bailar.
—Sí, y lo haces muy bien.
Sin apartar los ojos de ella, le dio un toque a su botellín con el suyo.
Sophie sonrió y, antes de que pudiera decir nada más, apareció Lucía con
Guille.
—Sophie, podías traer la guitarra y cantarnos algo.
Ella se tensó.
—Mejor otro día, pero solo tocaré la guitarra. No canto.
—¡Anda ya! No me lo creo.
—Déjala, Guille —lo interrumpió Mara, que miró a Sophie—. No le
gusta cantar en público, no insistas.
Sophie la miró agradecida. Al menos, su amiga de la infancia se
acordaba de aquello.
—Venid, vamos a bailar —dijo Lucía—. No os escaqueéis.
Cogió a Saúl y Sophie y los llevó a la pista. Sophie vio cómo Lucía
miraba a Mara y le hacía una señal mientras su madre ponía los ojos en
blanco.
Justo en ese instante comenzó a sonar una canción lenta. Una que a ella
le encantaba, Dear Daughter, de Halestorm.
—Podéis bailar vosotros —dijo Lucía, que le dio un pequeño empujón a
Saúl.
Sophie se mordió el labio sin saber qué hacer hasta que percibió que él la
tomaba con suavidad del brazo y alzaba las cejas pidiéndole permiso.
Ella le rodeó el cuello con ambas manos mientras Saúl la sujetaba por la
cintura.
—Estás tan lejos que pueden entrar dos personas entre nosotros —dijo él
con una sonrisa en el rostro—. ¿Te asusta acercarte más a mí?
«Por lo que pueda llegar a sentir, sí».
—¿Por qué iba a asustarme?
—No muerdo.
—Bueno, eso déjame dudarlo.
—Acércate más. —Sus ojos se clavaron en los suyos, retándola—. Te
demostraré que no pasará nada.
Qué equivocado estaba. Solo por sentir las manos en su cintura había
provocado que cada partícula de su cuerpo se disolviera. El calor creció
como un huracán, arrasando con todo a su paso, y solo había sido por el
roce de sus dedos en la cadera. Sin embargo, no quería que pensara que le
tenía miedo y, despacio, se acercó a él.
Dios mío. Había sido mala idea. Ahora que notaba su cálido cuerpo
contra el de ella, su adictivo aroma volvió a envolverla. Sophie cerró los
ojos sin que él pudiera verla y notó cómo él apretaba los dedos en su
cintura. La respiración de ambos se aceleró en sincronía.
—Esta canción la has elegido tú, ¿verdad? —susurró en su oído,
provocando que Sophie se estremeciera de placer.
—Sí… —logró responder—. Es Halestorm. ¿Cómo lo sabes?
—Empiezo a conocer tus gustos.
—Aquí no he dicho que me gustase este grupo, pero sí en mi perfil de
Instagram. ¿No lo habrás estado mirando? —Ella entrecerró los ojos y
sonrió. Le había pillado.
—Ya te dije que siempre echo un vistazo a las redes.
—Esto sería más que un simple vistazo. —Sophie inclinó la cabeza—.
Vaya, vaya, Saúl Garza espiándome a través de las redes. ¿Quién lo iba a
imaginar?
Sophie volvió a sonreír. Saúl la miraba con el rostro serio, el cuello tenso
y la respiración acelerada le delataba.
—Pillado. Eres un misterio para mí, y cuanto más me acerco, más me
quemo.
Sus ojos se deslizaron hacia los labios femeninos; sus rostros apenas
estaban separados por milímetros. Incluso ella tuvo la imperiosa necesidad
de dar el paso y besarlo; por un instante, se había olvidado de que todos
estaban allí. No lo haría y mucho menos, delante del grupo. Además, se
prometió a sí misma que después de lo que había ocurrido en el despacho,
no quería verse rechazada de nuevo.
—Deberías alejarte un poco —murmuró Sophie sin convicción.
—Sí, debería.
Pero no lo hizo. Percibió cómo los ojos de él se oscurecían y notó su
erección presionando contra su vientre, provocándole casi un gemido
involuntario. Ese hombre era puro fuego.
—Saúl…
Sophie cerró los ojos, incapaz de resistirse a la cálida sensación de tener
su pecho contra el suyo, mientras sus cuerpos se dejaban llevar por la
melodía en un lento vaivén.
—No te imaginas lo que me estoy controlando para no sacarte ahora
mismo de aquí y llevarte a mi habitación. —El sonido ronco de su voz
provocó que sus bragas se mojaran al instante—. Si esto sigue así, tendré
que dejar de ser tu terapeuta; no es ético.
—¿Es eso lo que te frena?
Saúl la miró fijamente a los ojos.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Sophie?
Se quedó sin palabras ante su pregunta. Deseaba su cuerpo, sus labios,
anhelaba que la tocase, que la entendiese, que la comprendiera sin juzgarla.
Y, al mismo tiempo, escapar de ese escrutinio, de eso que solo él parecía
capaz de extraer de su interior.
El sonido de unos cristales rotos contra el suelo interrumpió el baile. A la
izquierda, Matías yacía en el suelo, rodeado de cerveza. Javier intentó
ayudarlo a levantarse, pero recibió un manotazo. Con dificultad, Matías
consiguió ponerse de pie y observaron cómo se tambaleaba.
Saúl se acercó a él.
—¿Estás borracho?
—Solo un poquito —contestó Matías, dejando un pequeño espacio entre
el dedo índice y pulgar.
—Sabes que aquí está prohibido beber. ¿De dónde lo has sacado?
—Pff, claaarooo. Eg que aquí, está prohibido hacer muchas cosas. He
sido previsor, y… lo metí en la maaaaleta.
Pararon la música y vio cómo Mara se iba con Lucía, mientras que Saúl
le pedía ayuda a Javier con la mirada.
—Vamos a llevarlo a su habitación.
—No quiegooo ir.
—Matías, no me cabrees más. Vamos.
Javier y Saúl pasaron los brazos por debajo de los hombros de Matías y
se lo llevaron medio a rastras.
La fiesta continuó un rato más, pero ya no volvió a ver a Saúl. Cuando
terminaron, recogieron un poco y dejaron el resto para limpiarlo al día
siguiente.
Se despidieron y cada uno se fue a su cabaña, al igual que ella. Esa
noche, Matías había dado la nota, y debido a él, el momento tan íntimo que
había compartido con Saúl se había visto interrumpido. Aunque quizá
debería darle las gracias por su borrachera. Si no fuera por ese numerito,
quizá habría aceptado la oferta de Saúl y se habría ido con él a su
habitación. Se sentía como si hubiera perdido el control; si hubieran estado
solos, le habría tentado la idea de lanzarse sobre Saúl y entregarse como
una mariposa atrapada en la luz. ¡Qué peligroso era ese hombre!
¿Cómo demonios se estaba alejando tanto del objetivo que se había
propuesto al ir allí? Escuchó un ruido a sus espaldas y tuvo la sensación de
que alguien la seguía. Estaba demasiado oscuro y comenzó a tensarse,
apretó la mano en un puño y, finalmente, se dio la vuelta.
—¡Oh! ¡Eres tú! Ven aquí, Duk. Vaya susto me has dado.
Lo acarició y el perro se dejó mimar. La siguió hasta la puerta y ella le
dio las buenas noches mientras la cerraba. Se apoyó en ella y suspiró. De
pronto, sonaron golpes en la puerta.
—Abre, Sophie. Soy yo, Saúl.
CAPÍTULO 18
Sophie no quería abrir. En su interior, aún persistían la necesidad y el calor
que había experimentado durante ese breve instante en el que sus cuerpos
danzaron al unísono. ¿Acaso él no tenía pudor ni vergüenza? Pero tampoco
podría dejarlo ahí, quedaría como una estúpida cría. Cerró los ojos, hizo una
respiración profunda y abrió la puerta.
Él tenía en la mano su chaqueta.
—La has olvidado en una de las sillas.
—Oh, vaya, muchas gracias. Podía haberla cogido mañana.
No le extrañaba, no había notado ni el frío de la noche. Todavía seguía
ardiendo.
—Sí, veo que no la necesitas.
Sophie maldijo para sus adentros. ¿Tanto se le notaba? Se tocó la cara,
que en ese momento luciría un rubor increíble debido a lo que estaba
sintiendo y por lo que le acababa de decir.
«Cierra la puerta, cierra la puerta», se repetía a sí misma, pero no lograba
hacerlo. Se había quedado atrapada en sus ojos, que le expresaban sin
palabras lo que él deseaba hacer.
—Voy a ser bueno, Sophie. —Ella levantó una ceja, confundida—.
Agradece que esta noche tienes que descansar para la excursión que
haremos mañana, si no, creo que te haría caso y no me contendría.
Él le dio la chaqueta y, al cogerla, sus dedos se rozaron.
—Mierda, Sophie. Para —dijo mientras daba un paso hacia ella.
—No he hecho nada —murmuró.
—Ese es el problema, que no es necesario que hagas nada para que mi
cuerpo tiemble solo por tu roce.
Su boca estaba peligrosamente cerca de la suya. Si la besaba, estaba
segura de que no querría pararlo y acabarían en la cama.
—¡Buenas noches, chicos!
Ambos se apartaron y vieron que era Javi, que iba hacia su cabaña.
—Hasta mañana —contestó Sophie, mientras Saúl comenzaba a bajar las
escaleras del porche.
—Descansa, pelirroja. Mañana será un día duro.
Él le guiñó un ojo y ella agradeció que Javi hubiera aparecido; de lo
contrario, habría ocurrido lo que cada día le parecía más inevitable.
Se puso el pijama y se acostó en la cama, pero no lograba conciliar el
sueño y no dejaba de dar vueltas, inquieta. Decidió que lo mejor sería ir a
comprobar si Hank y Nozomi habían dejado información en el móvil.
Cogió la linterna y salió de la cabaña esperando recordar el camino; lo
había recorrido varias veces durante el día para evitar perderse en la
oscuridad. Debía hacerlo de esa manera o podrían descubrirla, lo que
significaría que se tendría que ir de allí.
Cerró la cremallera del abrigo con determinación y se ajustó la capucha;
la temperatura había descendido considerablemente. De vez en cuando se
detenía para asegurarse de que no la estuvieran siguiendo. Quizá era una
paranoica. ¿Quién iba a seguir a una loca como ella en medio de la noche?
La luna estaba casi llena, lo que proporcionaba algo más de luz al camino.
Escuchó un sonido en la penumbra y se detuvo asustada. Contuvo la
respiración y escudriñó a su alrededor, pero no vio nada. Solo esperaba que
no hubiera ningún animal salvaje acechando en las sombras; de lo contrario,
el grito que estaba a punto de soltar despertaría a medio bosque y a todos
los que ahora dormían en sus cabañas.
Decidió apresurarse. Cogería el móvil y enviaría un mensaje de voz a
Hank con todos los nombres de los que se alojaban en ese momento en el
centro, así como de aquellos con los que coincidió Camila cuando estuvo
allí. Esperaba que él le hubiera proporcionado más información sobre ella.
Reconoció de inmediato uno de los árboles del lugar donde estaba
escondido el móvil, justo debajo estaban los matorrales que había
amontonado cerca del tronco. Sin perder un instante, se aproximó corriendo
y se agachó iluminando con la linterna el hueco donde estaba el teléfono.
Con la mano palpó la bolsa y la cogió.
—Aquí estás… —dijo en voz alta.
Nerviosa, extrajo de la bolsa el móvil junto con la caja que lo
resguardaba. Al encenderlo la pantalla parpadeó durante unos segundos y se
iluminó en un destello. Introdujo el pin con rapidez y aguardó, sumida en
un tenso silencio.
El crujido de una rama muy cerca de ella provocó que se incorporara de
un salto y apuntó con la linterna hacia la dirección del sonido. Aunque no
distinguió nada en la oscuridad, la adrenalina fluía cada vez con más fuerza
por sus venas.
Se agachó de nuevo, doblando las rodillas con cuidado, hasta que notó
que el móvil vibraba por la entrada de varios mensajes de Hank:
Hola, sabelotodo. Espero que no esté
siendo muy dura la experiencia. Por aquí
se te echa de menos, y también tus
seguidores, que no dejan de preguntarse
dónde estás realmente. Siguen las teorías:
que lo vas a dejar todo, que tienes una
depresión increíble y que ya no quieres
continuar. Otros dicen que solo quieres
protagonismo y que hablen de ti. Y la que
más me gusta: que te has liado con un
asesino y estáis recorriendo el mundo
fugados de la justicia.
Bueno, a lo que vamos. Con respecto a
Saúl, he intentado averiguar más detalles,
pero es como si ese hombre no tuviera
pasado. No hay rastro de él en ninguna red
social, ni tampoco en el historial de
Internet. Tiene una hermanastra, y el
negocio del centro no le va mal. Con
respecto a Camila, he averiguado que tenía
una profunda depresión, que solo se
relacionaba con sus primos y, aunque
parecía que en su perfil todo era
diversión y fiestas, estaba perdida. Era
adicta a los ansiolíticos y estaba viendo
a un loquero, también había ido a varios
programas de desintoxicación. Creo que ir
a Luz de Luna fue como un último recurso
para superar la mierda que era su vida.
Dependía mucho de los demás, y se la veía
con un tío un día y al día siguiente con
otro.
Algo que me ha extrañado es que le dio
un like a una publicación de un rapero,
Lautaro Dez, justo cuando estaba aún en
Luz de Luna, el quince de agosto.
Por ahora, no hay más novedades. Espero
noticias tuyas, compañera. Y dime que todo
está bien por allí, no quiero perder lo
que gano contigo.
Sophie sonrió y una sensación de añoranza creció en su pecho. Quién iba
a decir que echaría de menos a ese caradura.
Leyó de nuevo el texto. Camila había utilizado su perfil antes de
desaparecer. Recordó que Lucía le había contado que desapareció la noche
del quince de agosto. ¿Por qué le daría me gusta al post de ese hombre? ¿Y
por qué ya no volvió a utilizar las redes? Tendría que averiguarlo.
Volvió a centrarse en el teléfono y leyó el mensaje de Nozomi:
Hola, guapísima. Espero que no te esté
yendo mal por allí. He visto a ese Saúl y
al menos tienes buenas vistas.
Con respecto al caso de los dedos
cortados, he averiguado que algunos
testigos vieron a un hombre que les
pareció extraño. Llevaba una gabardina con
capucha y era bastante alto. Se lo he
contado a Hank para ver si puede seguirlo
con las cámaras. Nos vamos poniendo al día
y compartiendo información. Aunque no lo
creas, nos estamos llevando bien, a pesar
de que él quiere seguir en el anonimato y
no me permite verlo. A veces, me gustaría
hacerlo para no tener idealizada esa voz
tan masculina que tiene.
No tengo más novedades. Te mando un
besote.
Sophie sonrió. Siempre había pensado que entre ambos había una
química extraña, aunque ninguno de los dos lo admitiría.
Dio las gracias a Nozomi y, acto seguido, comenzó a teclear un mensaje
a Hank, pero se detuvo; mejor le mandaría un audio, así tardaría menos. Le
reveló la identidad de todos los que estaban con ella en el centro. También
lo de la nota que había dejado Camila y sus sospechas de que no era bueno
que hubiera desaparecido sin decir nada a nadie, solo mediante un papel. Y,
por último, la fecha en la que se la vio por última vez.
Al terminar, tuvo la tentación de mirar su propio perfil, pero alguien
podría verla conectada y prefirió no hacerlo. Debía aguantar y, por muchas
ganas que tuviera de navegar, prefirió dejarlo y volver lo antes posible a la
cabaña.
Guardó el móvil con cuidado en la bolsa y, después, en la cajita, para
volver a dejarlo escondido. Cuando se giró para regresar, un grito escapó de
sus labios, y se sorprendió de no haber despertado a todo ser viviente en el
bosque. No se había preparado para encontrarse cara a cara con la persona
que tenía delante. ¿Cómo narices no se había dado cuenta de que la había
seguido?
CAPÍTULO 19
—Mierda, ¿qué haces aquí? —preguntó, enfadada al verse descubierta y al
darse cuenta de que Lucía también estaba en el bosque a esas horas—.
¿Estás loca? Es muy tarde.
—Estaba mirando por la ventana mientras escuchaba música y te he visto
salir. Además, eso debería preguntártelo yo a ti.
Lucía la miraba con los brazos cruzados y una ceja levantada.
—He salido a dar un paseo.
—No pensé que fueras una mentirosa, qué desilusión. Ahora entiendo
por qué mi madre ya no es tu amiga.
Sophie se quedó congelada al escucharla. Primero, impactada por lo que
acababa de revelar sobre Mara y, segundo, porque no quería que esa niña
pensara que le había mentido, a pesar de que eso era precisamente lo que
acababa de hacer. La sorprendió descubrir el cariño que había cogido a la
pequeña en tan poco tiempo.
—Verás… —Sophie suspiró y colocó las manos en la cintura mirando al
suelo. Era un error ocultárselo—. No he venido al centro porque esté
estresada… Bueno, sí, lo estoy, aunque en realidad ese no es el motivo.
—¿No me digas? —dijo Lucía, que daba golpecitos en el suelo con el pie
y seguía con los brazos cruzados.
—Estoy investigando un caso.
El rostro de Lucía cambió y sus ojos se abrieron.
—¡Lo sabía! ¿Qué es? ¡Cuéntamelo todo! —respondió mientras se
acercaba a ella y la cogía de la mano dando saltitos.
—Lucía, no debería. No quiero meterte en líos con tu madre y tu tío.
—No les voy a contar nada, pero me tienes que decir qué estás
investigando, a lo mejor hasta te puedo ayudar. Es por la desaparición de
Camila, ¿verdad?
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque no dejabas de hacerme preguntas. —Levantó las cejas—. No
soy tonta.
—Ya veo, ya.
—Venga, dime qué has descubierto.
Sophie se frotó la frente y miró hacia el cielo estrellado. No quería que
Lucía tuviera que ocultar nada a Mara por su culpa. Eso no entraba en sus
planes. Mierda.
—Es mejor que te mantengas al margen.
—He visto lo que tenías en la mano y que lo has escondido en los
matorrales. Era un móvil, ¿verdad?
«Maldita niña».
—Es por el caso, tengo que dar información a mis socios para que me
ayuden.
—Yo también puedo ayudarte. Vivo aquí y seguro que podemos
encontrar pistas juntas.
Su cara de emoción la desarmaba.
—No quiero que engañes a tu familia.
—Bueno, no les voy a engañar, solo estoy ocultando información: que
has venido aquí a investigar, que has seguido las reglas trayendo un móvil
al centro mientras estás en las terapias y que has mentido a mi tío. Eso no le
va a gustar nada; si se entera, seguro que te expulsa de inmediato.
—¿Me estás chantajeando?
—Es solo que no veo ningún peligro. Yo no digo nada y puedo ayudarte
en todo lo que necesites. No pasa nada.
Vio que a la niña le daba un escalofrío.
—Será mejor que nos vayamos, vas a resfriarte.
Sophie apretó el hombro de Lucía con firmeza, y juntas se encaminaron
hacia la cabaña. Lucía la sorprendía; a veces, aparentaba ser más madura de
lo que cabría esperar a su edad. Logró que fueran en silencio cuando le dijo
que tenía que estar callada para que la dejase pensar qué decisión tomar.
Lucía la miraba de reojo de vez en cuando, ansiosa por comprobar si ya
había tomado una decisión.
Por lo que conocía a Lucía, era una cabezota, entusiasta y aventurera; no
sería fácil convencerla de que se mantuviera al margen. Si le hacía alguna
pregunta inofensiva y parecía que estaba con ella en esto, se sentiría
satisfecha y Sophie podría seguir investigando sin ser descubierta.
Llegaron al claro donde se veían las cabañas. Se detuvo delante de la
niña.
—Está bien. Contaré contigo. Por ahora, solo tienes que vigilar al resto
del grupo y, si ves alguna cosa rara, me informarás. Ahora es tarde, debes ir
a la cama.
La pequeña comenzó a dar saltitos mientras se mordía el puño para evitar
gritar de alegría. Sophie la observó. Admiraba y envidiaba esa capacidad
que tenían los niños de vivir todo con tanta intensidad.
—No te vas a arrepentir. Mañana me cuentas todo con pelos y señales.
—Sophie asintió—. ¡Muchas gracias!
Lucía la abrazó con fuerza y ella respondió al abrazo mientras nacía una
sonrisa en su rostro. ¿Qué otra opción le quedaba?

A la mañana siguiente hicieron una ruta preciosa. Las hojas de los árboles
comenzaban a cambiar, anunciando la inminente llegada del otoño. La zona
rebosaba de alcornoques, encinas y madroños que daban un colorido
especial al paisaje. Animada, reconoció que esas caminatas le daban energía
y mejoraban su estado de ánimo. Saúl propuso disfrutar comiendo allí y
después regresarían al centro. Se acomodaron en el suelo y sacaron los
bocadillos que habían preparado.
—Sé que muchas veces no os gusta lo que hablamos aquí —expresó Saúl
con sinceridad—. Y quizá en ocasiones os explote la cabeza con lo que os
comparto, pero es crucial que seáis conscientes de ello y toméis vuestras
propias decisiones sobre qué hacer al respecto.
—A mí me está ayudando mucho —dijo Adelaida.
Algunos asintieron, mientras que Sophie no quiso hacer ningún gesto.
No estaba dispuesta a admitir que, a veces, las palabras de Saúl resonaban
en ella.
—Esa bonita conexión que se establece al compartir experiencias y
sentirnos menos solos en las redes tiene un precio que la mayoría de la
gente no sabe —contestó Saúl, mientras ella se cruzaba de brazos esperando
su respuesta—. Todo lo que haces en las redes, cada acción, es vigilada y
rastreada. Saben cuándo miras una foto de tu ex, lo que haces por las
noches, qué imagen miras y durante cuánto tiempo. Si eres extrovertido o
introvertido, cómo es tu personalidad, y cada vez hacen más predicciones
sobre lo que haremos o quiénes somos. Es como si tuvieran un muñeco
vudú de nosotros.
—Eso acojona —dijo Javier, y dio un trago de agua a la botella.
Saúl asintió.
—Los datos de nuestra actividad en Internet no se evaporan —continuó
—. Nosotros ahora somos la mercancía. Todo lo que hacemos, mis
ubicaciones, mis «me gusta», mis temores, mis límites, todo se recopila y
los anunciantes aprovechan mi emoción para su beneficio.
—Si no pagas por el producto, tú eres el producto —añadió Javier.
—Pero ¿para qué? No entiendo qué necesidad tienen de hacer eso —dijo
Guille.
—Vaya chorradas —contestó Matías—. Alba, pásame la servilleta.
Lo ignoraron y Saúl siguió hablando.
—Ellos solo tienen tres objetivos: que sigas navegando más tiempo, el
crecimiento invitando a nuevos amigos y el de la publicidad.
—Pero soy yo la que decide mirar lo que quiero y me interesa, nadie me
está diciendo que lo haga —contestó Nora.
—Creemos que elegimos, pero en realidad ellos son los magos y tú
eliges la carta que te están diciendo que elijas, te ponen las noticias que
quieres ver y al final crees que mucha gente piensa como tú, incluso te
pueden convencer de que la tierra es plana.
—Escuché una vez —contestó Guille, que se disponía a dar un mordisco
a su bocadillo— que los bulos en Twitter se siguen seis veces más rápido
que la verdad.
—Vaya futuro les vamos a dejar a nuestros hijos —murmuró Adelaida
mientras miraba la comida como si hubiera perdido el apetito.
Saúl se frotó el pelo.
—Bueno, cuanto antes accede un niño al móvil, mayor es su frustración
y la sensación de vacío aumenta.
—¿Por qué? —preguntó Nora, que era la más joven del grupo.
—Porque todas las horas que pasan mirando una pantalla, no están
mirando a un adulto o a otro niño, no están imaginando. Dejan de imaginar
porque es más fácil verlo en la pantalla, no tienen que pensar.
Sophie creyó que por eso Saúl apenas le dejaba el móvil a Lucía y era tan
estricto con ella.
—Claro, ahora muchos adolescentes son menos empáticos, con poca
tolerancia a la frustración o al sufrimiento del otro e incluso ejercen
violencia sobre sí mismos —añadió Alba, que ya había terminado de comer.
Un denso silencio los envolvió a todos. Saúl los miraba de uno en uno,
dejándoles su tiempo para que asimilaran lo que habían hablado.
—¿Y qué se puede hacer? —preguntó Adelaida—. No vamos a
engañarnos. Cuando salgamos de aquí, volveremos a tener nuestros
móviles. Es difícil cambiar cuando el resto del mundo necesita la tecnología
a diario.
Saúl comenzó a meter los restos de la comida en una bolsa.
—Podemos mejorar para que no sea tan adictivo. Desactiva las
notificaciones, los avisos, desinstala aplicaciones que te quitan tiempo. No
elijas lo que las redes te recomiendan, elige tú. Antes de compartir una
noticia o un post, verifica que es cierto.
—¿Tú lo haces? —preguntó Sophie.
—No del todo —contestó Saúl—. Pero al menos soy más consciente.
Evito pinchar en algo que me recomiendan, y no solo leo las noticias de
personas que piensan como yo, sino que abro el foco.
—¿Y sigues a algún influencer, youtuber o personas así?
Palpó la tensión en Saúl al verlo apretar la mandíbula.
—No, no lo necesito. Apenas utilizo las redes.
—¿Por qué piensas que su trabajo no es necesario?
—No he dicho eso.
Sophie ya no pudo aguantarse más. Saúl no había parado de hablar mal
de las redes, de lo que significaba seguirlas. Estaba cansada de que las
demonizara de esa manera. Los demás apenas le decían nada, como si
pensasen que en el fondo tenía razón. ¿Acaso estaban de acuerdo?
—Siempre estás criticando nuestro trabajo o las tecnologías, pero eres un
cínico. Tú también las utilizas para que personas como nosotros lo vean y te
paguen por venir aquí.
—Como te dije una vez, a veces hay que hacer sacrificios para conseguir
lo que quieres, que en mi caso es ayudar a los demás a que abran los ojos.
¿Por qué lo haces tú?
—Ayudo a otros a encontrar a personas desaparecidas.
—Pero asistes a eventos, a viajes pagados y das publicidad a marcas
hablando también de tu vida. En mi caso, lo hago por mi negocio y no
pongo nada personal en él.
—¿Y cómo sabes que pongo cosas personales en mi perfil? ¿Acaso lo
has mirado?
Saúl estrechó los ojos y su boca se hizo una línea. Se levantó, mientras
que el resto se mantenían en silencio.
—Claro que he visto tu perfil, como el de todos.
—Por lo menos, lo reconoces.
—Sí. No es un secreto, en el cuestionario lo pedimos, y sí, lo miro para
ver qué clase de personas vienen aquí y qué problema pueden tener.
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¿Y qué problema crees que tengo yo?
Sophie aún recordaba lo que él había puesto en su expediente.
Saúl se quedó callado. Por primera vez, vio que dudaba de si contestarle
o no.
—¿De verdad estás preparada para oírlo?
Sophie se puso de pie.
—No creo que nada me asombre ya viniendo de ti.
Saúl se cruzó de brazos y la taladró con la mirada.
—Espero que no te arrepientas de lo que me estás pidiendo.
—No lo haré —contestó Sophie, cabreada.
—Está bien. —Suspiró—. Crees que, si no eres la mejor, no vales para
nada. Tienes miedo a abrirte a los demás y mucho más a mostrar lo que
sientes por alguien porque temes que te abandonen. Prefieres ser superficial
y no profundizar para así no sufrir. Da igual cuántas personas te sigan o
estén a tu alrededor porque te sientes sola rodeada de gente.
—¡Boom! —dijo Matías.
Sus palabras resonaron como un martillazo en su pecho. No sabía qué
responder. Ambos se miraban fijamente, pero Sophie no era capaz de
moverse. Solo sentía cómo le palpitaban las sienes, y un nudo en la
garganta amenazaba con provocar que sus ojos se llenaran de lágrimas. No
quería llorar delante de nadie y mucho menos, delante de él. Tenía que
desaparecer en ese mismo instante o Saúl descubriría el efecto que habían
tenido sus palabras en ella.
Se dio la vuelta y se adentró rápidamente en el espesor del bosque, sin
mirar atrás. Escuchó que Adelaida la llamaba, pero no quiso detenerse. Las
lágrimas nublaban su visión, haciéndola tropezar con las raíces que se
cruzaban en su camino.
No sabía cuánto tiempo había estado andando hasta que se dejó caer en
una roca junto a un sereno riachuelo. A pesar de la falta de viento y del
calor reinante, su piel se erizó con una oleada de frío repentino, como si un
viento gélido hubiera invadido el ambiente. Su estómago se revolvió en un
torbellino de emociones mientras una opresión se apoderaba de su pecho.
Cada palabra pronunciada por Saúl pesaba sobre sus hombros, como una
carga insoportable de dolor y decepción.
¿Por qué dolía tanto? No quería responder, pero sabía el motivo. Él había
abierto la caja de Pandora, por eso evitaba intimar y profundizar con los
demás. Removían emociones en su interior a las que no quería ni necesitaba
enfrentarse.
Eso explicaba por qué no había funcionado la relación con su
ex.
No quería seguir en el centro, quizá lo mejor sería regresar a casa.
CAPÍTULO 20
Saúl estaba preocupado por ella. No tenía que haber sido tan explícito
delante de los demás, pero ver su mirada desafiante y su actitud siempre a la
defensiva cuando estaban juntos lo había desesperado. ¿Por qué actuaba así
con él? A veces le gustaba provocarla, era divertido ver cómo intentaba
controlarse sin éxito. Sin embargo, esta vez fue diferente. Saúl no se dejó
llevar por un impulso; se lo pensó bien antes de responderle. Y, aunque no
le gustaba haberlo hecho así, necesitaba hacerla reaccionar.
Cuando ella desapareció en el bosque, Saúl creyó que sería mejor dejarla
desahogarse un rato. Pero, al ver que pasaban las horas sin que regresase, se
preocupó. Volvieron al centro y cogió una mochila con un saco y
provisiones para ir a buscarla. Estaba atardeciendo y la oscuridad pronto
cubriría el bosque. No era seguro permanecer allí de noche y mucho menos,
sin abrigarse de forma adecuada, ya que las temperaturas caían bruscamente
y le podían provocar una hipotermia. Además, existía el riesgo de que la
atacara un animal salvaje, lo cual podría ser incluso peor.
Saúl consideró la posibilidad de que ella intentara regresar sola al centro.
Sin linterna ni luz, podría caerse. Con lo cabezota que era, si se le metía en
la cabeza volver a Luz de Luna sola, lo haría, y no era lo más conveniente.
Siguió el camino que pensó que ella podría haber tomado. En algunos
momentos el sendero se bifurcaba en dos direcciones; siguió el de la
izquierda, que se veía más claro y despejado, y en el siguiente se fue por la
derecha por el mismo motivo. Esperaba estar en lo cierto, confiando en que
ella hubiera elegido esos caminos. A medida que avanzaba, gritaba su
nombre, pero no obtenía respuesta.
Cada vez hacía más frío y un mal presentimiento afloró en él. Podía
haberse caído, pisado alguna rama seca y torcido el tobillo.
Mierda. Debería haber salido antes a buscarla, rezó porque no fuera
demasiado tarde.
Al rato volvió a llamarla y escuchó el débil sonido de una voz. Se
detuvo.
—¡Sophie!
Permaneció en silencio, aguardando con la esperanza de obtener una
respuesta. Esta vez lo oyó más cerca y claro.
—Sigue hablando.
La voz era apenas un susurro. El corazón de Saúl comenzó a palpitar con
intensidad mientras se dirigía hacia el tenue sonido que cada vez resonaba
más cerca. De repente, divisó un bulto en el suelo. Se precipitó hacia él y
descubrió a Sophie, que estaba hecha un ovillo, temblando.
—¡Sophie! ¿Estás bien?
La agarró de los brazos. Estaba helada, con la mirada perdida. Cogió una
chaqueta de la mochila y, con cuidado, se la colocó. Luego, desplegó el
saco de dormir para cubrir el resto del cuerpo. Se colocó detrás de ella y la
abrazó para que entrara en calor.
—Déjame —murmuró con voz débil.
Sonrió. Al menos todavía tenía ganas de luchar contra él, eso era buena
señal.
—Ni lo sueñes. Estás helada y, si no quieres acabar con una hipotermia
severa, vas a tener que sentir mi calor, te guste o no.
Notó cómo cesaban los temblores y se relajaba en sus brazos. Tenerla tan
cerca no era bueno para su salud mental. A pesar del frío y de lo incómodo
de la situación, lo único que ocupaba sus pensamientos era el dulce y
atractivo aroma de su cabello, que impregnaba el aire. Agradeció que la
distancia entre ellos estuviera marcada por la ropa, de lo contrario,
mantener la cordura sería aún más desafiante.
No quería separarse de ella, pero ya llevaban un rato así. La zona donde
estaban parecía segura para encender una pequeña hoguera.
—¿Quieres agua? —preguntó él.
Ella asintió. Sacó una cantimplora y se la ofreció, y Sophie bebió con
ansiedad.
—Gracias.
Se la veía pálida y tenía los ojos enrojecidos; debía haber estado
llorando. Frenó la necesidad de apartar el pelo de su rostro, ya que ella no
se lo permitiría.
—Vamos a tener que pasar aquí la noche. Habrá que hacer una hoguera.
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¡No! No es necesario, vamos a volver.
—Es peligroso regresar ahora. Tenemos que quedarnos aquí. Está
demasiado oscuro y podemos caernos o ser atacados por algún animal.
—Quiero ir al centro. —Intentó levantarse, pero él la agarró del brazo—.
¡Suelta!
Ella se alejó para que no siguiera tocándola.
—Sé que estás cabreada, pero esto te lo has buscado tú solita. No haberte
ido.
Sophie lo taladró con la mirada. Se levantó más deprisa de lo que él
esperaba y se puso a andar. Esa mujer era como una china en el zapato. Lo
desesperaba su tozudez.
Fue tras ella y se colocó delante para cortarle el paso.
—¡No quiero pasar la noche contigo!
—Haberlo pensado antes de perderte por el bosque.
—Solo intentaba huir de ti.
Saúl se quedó a un palmo de su rostro.
—Pues te ha salido mal la jugada. Tendremos que dormir juntos. Te
guste o no.
Sophie colocó las manos en su cintura y miró al suelo. Saúl percibía la
lucha interna que estaba librando consigo misma, aunque sabía que en el
fondo él tenía razón y lo mejor era pasar allí la noche.
Con un suspiro resignado, Sophie lo apartó y se agachó para recoger
varias ramas.
—Vamos —dijo ella—. Tenemos que hacer una hoguera.
Saúl respiró aliviado al ver que había dado su brazo a torcer; no sabía
cómo habría manejado la situación si ella hubiera seguido insistiendo en
irse. Recogieron troncos y ramas secas mientras un silencio incómodo
flotaba entre ellos.
Cuando encendieron el fuego, ella optó por sentarse lo más alejada
posible de él.
—¿Tienes hambre? —Saúl sacó una lata de comida y se la ofreció.
Asintió y ambos comenzaron a comer sin mediar palabra. Pasada una
hora, las mejillas de Sophie ya estaban sonrosadas. Se la veía mucho mejor,
tanto que sus labios, ahora enrojecidos, parecían llamarlo para que volviera
a besarlos. El recuerdo de la suavidad de su piel provocó una incomodidad
en sus pantalones. Esa mujer lo sacaba de quicio, y al mismo tiempo quería
desnudarla y descubrir cómo sería hacerla temblar bajo su cuerpo.
—Será mejor que durmamos algo. En cuanto amanezca, podremos irnos
—dijo Saúl cuando terminaron de comer.
—¿Y el otro saco?
—Solo he traído uno, pero es grande, cabemos los dos.
—Ni lo sueñes —dijo ella a la vez que se levantaba, y se cruzó de
brazos.
Saúl resopló. Se incorporó y adoptó una postura desafiante con las
manos en los bolsillos.
—Sophie, solo hay dos opciones: duermes conmigo y sobrevives, o
pasas la noche a la intemperie, con el peligro de enfermar o algo peor.
—Prefiero…
—No es lo que prefieras —la interrumpió—, sino hacer lo que es más
lógico. ¿Cuál es el problema? ¿Te da miedo dormir conmigo?
Sophie estrechó los ojos mientras él se acercaba con lentitud. Se quedó
tan cerca que ella tuvo que levantar la cabeza para mirarlo.
—Ya te dije que no te tengo miedo.
Pero su voz no había sonado muy convincente.
—Entonces, por favor, métete en el saco —pidió con suavidad—. Te
aseguro que no haré nada que tú no quieras.
En cuanto las palabras escaparon de sus labios, Saúl apretó el puño con
fuerza. El seductor aroma de su piel lo envolvió, provocándole el deseo
irresistible de tomarla por la nuca y atraerla hacia su cuerpo para besarla.
Estaba jodido.
—¿Acaso quieres hacer algo? —preguntó ella, que lo retó con la mirada.
Levantó una ceja, extrañado por su pregunta.
—No me tientes, Sophie, porque entonces sí que podrías temerme.
Notó cómo a ella le temblaba el labio sin saber qué responder. Se giró, se
descalzó y se metió en el saco. Él la imitó y se tumbaron juntos.
Sophie le daba la espalda y Saúl cerró los ojos intentado controlar la
erección que comenzaba a crecer con fuerza. Sentir su culo contra él, el
calor que transmitía, su olor… Debería darse la vuelta; sin embargo, no lo
hizo. Conseguiría controlarse y pensar en otra cosa.
—Lo siento —murmuró él, y Sophie se tensó.
Se giró hacia él; ahora estaban frente a frente. Ella colocó la mano debajo
de su propia mejilla.
—¿Por qué?
—Por lo que te he dicho antes. No debería haberlo hecho.
—Pero es lo que piensas.
Saúl dudó antes de contestar.
—Creo que es cierta cada palabra, aunque no debería habértelo dicho
delante de todos.
Sophie se colocó de espaldas y miró hacia el cielo.
—No pensé que fueras de los que piden perdón.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí.
La tenue luz de la hoguera, que ya apenas ardía, se reflejaba en su rostro.
Era hermosa, muy hermosa, pero la impotencia crecía en él al reconocer la
improbable posibilidad de que pudieran estar juntos. Sus mundos eran
completamente opuestos, chocarían en todo momento. Sus valores, distintos
a los suyos, provocarían constantes peleas entre ellos. ¿Por qué, entre todas
las mujeres que había en el planeta, se había obsesionado con ella?
—Tú tampoco sabes nada sobre mí —respondió Sophie, que seguía sin
mirarlo.
—Y me gustaría ponerle remedio a eso.
—¿Qué quieres saber? ¿Por qué insistes tanto?
—Porque has venido para mejorar esa parte de ti y no lo vas a conseguir
si sigues haciendo lo mismo de siempre.
De pronto, el aullido de un lobo sonó muy cerca de ellos. Sophie,
asustada, se aferró a él mientras miraba hacia la oscuridad, de donde había
venido el sonido. Saúl era consciente de que todo su cuerpo estaba pegado
al suyo y percibía la presión de los pechos de ella sobre su torso. Y lo peor
era que Sophie, en pocos segundos, sería consciente de la erección que
había aumentado entre sus piernas por su proximidad.
Deseaba deslizar las manos, que reposaban en su cintura, a lo largo de
sus caderas y llegar hasta el trasero para atraerla con firmeza hacia él.
Anhelaba desabrochar el botón de sus pantalones, adentrar su mano hasta
alcanzar esa zona suave que ansiaba acariciar y que un orgasmo la
sumergiera en una explosión de placer.
Captó el momento exacto en el que ella fue consciente de la dureza que
ahora estaba entre ellos. Le sorprendió ver que no se apartaba; al contrario,
ella le miró los labios, separados solo por unos milímetros. Saúl la miró con
intensidad a los ojos antes de deslizar la mirada hacia su boca. Su
respiración se había vuelto más profunda y rápida. Se moría por besarla.
Ella cerró los ojos un instante y Saúl luchó contra sí mismo. No debía
hacerlo. Su voz racional le decía que complicaría la relación entre ellos;
además, no era ético besarla porque seguía siendo su terapeuta. No podía
olvidarlo. ¡Joder! Ese era el problema, que no lo olvidaba porque si no, ya
estaría encima de ella. Notó cómo Sophie comenzaba a temblar.
—¿Tienes frío? —murmuró él casi rozando sus labios.
Sophie negó con la cabeza despacio, pero Saúl notó la duda en sus ojos.
Se moría de ganas de besarlo, estaba seguro, pero el temor del «después»
los atemorizaba a ambos.
—¿Qué piensas? —preguntó Sophie.
—Es mejor que no lo sepas.
—Quizá, si te beso de nuevo, esta necesidad que estamos sintiendo se
evapore. ¿Deberíamos probar? —preguntó ella, que sentía el cálido aliento
de su boca.
—Joder, Sophie. No me digas esas cosas. No me ayudan a controlarme.
—¿Y por qué tienes que controlarte?
—Porque soy tu puto terapeuta.
—Dijimos que, cuando estuviéramos solos, seríamos Sophie y Saúl, sin
más.
—Lo sé. —Saúl rozó sus labios involuntariamente y un calambre de
necesidad creció en su interior hasta el punto de hacerlo contener un
gemido—. Pero no es lo correcto.
Saúl necesitaba morder sus labios con suavidad para después saborearlos
con la lengua. Rozó la punta de su nariz en la mejilla femenina y ella se
frotó contra su erección. No sabía si Sophie lo había hecho de manera
consciente, pero fue el momento en el que ya no pudo más y tomó sus
labios.
Un gemido escapó de la boca de ambos mientras profundizaba más en
ella. Sophie elevó una de sus piernas sobre su muslo y él la estrechó con
fuerza hacia su cuerpo mientras sus lenguas se buscaban. El corazón
comenzó a latirle cada vez más rápido al sentir cómo se entregaba a él. La
aprisionó contra su cuerpo, sin cesar de explorar su boca, mientras ella le
acariciaba la nuca y lo instaba a profundizar aún más.
Esa mujer le arrebataba el aliento y lo llevaba a la locura más absoluta.
Esto no era lo que tenía planeado. No quería dejar de besarla, pero se estaba
comportando de una forma irracional. Cuando se detuvo, a ambos les
costaba respirar.
Sophie tenía los ojos cargados de sensualidad. Dios. Quería desnudarla y
metérsela allí mismo contra el suelo.
—¿Ha desparecido ya tu necesidad? —preguntó ella sin alejarse de él.
—Creo que ha crecido aún más —respondió con la voz entrecortada—.
Y, si no paramos, querré explorar más partes de ti, no solo tu boca.
—¿A qué esperas?
Volvió a besarla con intensidad. En esta ocasión, ambos comenzaron a
tocarse. Saúl levantó su camiseta y llegó hasta uno de sus pechos, ocultos
por el sujetador. Lo acarició y un gemido escapó de la garganta de Sophie,
provocando que su erección fuera aún mayor e incluso dolorosa.
La mano de ella le acarició la espalda desnuda, se deslizó por su
estómago y comenzó a bajar a esa zona peligrosa; si ella lo tocaba ahí, no
sabría cómo detenerse. Tuvo un momento de cordura y Saúl pensó en las
consecuencias de todo aquello. No debía acostarse con ella, no era lo
correcto. Si de verdad quería ayudarla, esa no era la manera. ¿Qué cojones
estaba haciendo? Tenía que parar.
Despacio, y luchando con todas sus fuerzas contra su propio deseo,
comenzó a besarla lentamente. Mantuvo la mirada fija en los ojos de ella,
quien lo observó confundida al ver que se detenía. Él acarició su rostro con
suavidad, como si intentara transmitir con sus dedos las emociones que su
voz no podía expresar.
—Lo siento, me he dejado llevar. No deberíamos hacer esto, no nos
conviene ni a ti ni a mí si lo que quieres es salir de aquí mejor de lo que
entraste.
El dolor se reflejó en su rostro. Se quedó callada y se volvió de espaldas
a él. Saúl apoyó el antebrazo en su frente. Estaba jodido, con una erección
de pelotas y con el corazón a mil por su presencia. Lo peor era que esa
necesidad, lejos de disminuir, había aumentado como un huracán que
arrasaba todo a su paso. No sabía qué demonios iba a hacer para verla todos
los días sin ceder al impulso de abalanzarse sobre ella. Y ahora, con el
añadido de lo cabreada que iba a estar al sentirse rechazada. Iba a ser la
guerra.
CAPÍTULO 21
Sophie iba detrás de él siguiéndolo de camino al centro. Él había intentado
hablarle en varias ocasiones, pero ella solo le contestaba con monosílabos.
Por la noche, se había sentido ridícula al ver cómo Saúl se detenía cuando
ambos estaban con un subidón considerable. La había dejado con una
increíble sensación de abandono, para después alejarse.
Al volver a besar sus labios, reafirmó lo que ya sabía, que nunca antes
había sentido algo parecido. Fue una conexión arrolladora que le provocó
olvidarse de lo que había a su alrededor, solo quería aferrarse a su cuerpo y
acariciarlo.
Puso de maldita excusa que se había dejado llevar y que no les convenía
a ninguno de los dos. Entonces, ¿para qué demonios la había besado? Ese
hombre era el demonio. Había sido una estúpida, pero le sirvió para
recordar que no debía volver a enfrentarse a él, ya que hacía que se olvidara
de lo realmente importante: averiguar qué le había ocurrido a Camila.
Aunque ya había perdido la cuenta de las veces que se lo había repetido a sí
misma y volvía a caer.
Cuando llegaron a Luz de Luna, Sophie se sorprendió al ver quién estaba
esperando a Saúl: Lorenzo, el famoso productor que lo había invitado la
noche del preestreno de la serie donde se conocieron.
Por la cara que puso Saúl, él también estaba sorprendido de verlo allí.
—¡Vaya! ¡Qué coincidencia, Sophie! —dijo Lorenzo, que se acercó para
abrazarla—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Pues ya ves, necesitaba un descanso.
Lorenzo, sin dejar de sonreír, le dio la mano a Saúl.
—Te dije que no era necesario que vinieras.
—Lo sé, Saúl, aunque lo mejor será que hable con él. Después de lo que
me contaste ayer, creo que necesita mano dura. Y no te ofendas, pero creo
que eres demasiado bueno con Matías.
Saúl estaba rígido y, justo antes de meter la mano en el bolsillo de la
chaqueta, Sophie vio que apretaba el puño.
—Sabes que no está permitido que vengan familiares.
—Bueno —Lorenzo le dio una palmada en el hombro—, pero ya sabes
que conmigo se puede hacer una excepción. Te aseguro que mi hijo será
más fácil de llevar después de que hable con él. Además —el tono de su
voz cambió—, no olvides que no te vienen mal las aportaciones que hago a
Luz de Luna.
Se creó un incómodo silencio. Sophie pensó que por eso Saúl había
acudido aquel día al evento, porque en el fondo lo necesitaba.
—Encantada de volver a verte, Lorenzo. He de irme —dijo ella para
suavizar el ambiente.
—Lo mismo digo. Si quieres, después de que hable con mi hijo,
podemos vernos un rato.
—No. —La voz tajante de Saúl la sobresaltó—. No me parece bien que
vengas a ver a Matías, pero mucho menos que puedas comunicarte con el
resto del grupo. Habla con él y después, por favor, te agradecería que
regresaras a Madrid.
La sonrisa que tenía Lorenzo en el rostro desapareció.
—Está bien, como quieras. —Se acercó a Sophie y le dio dos besos—.
Espero que nos veamos pronto.
—Sí, estoy deseando ver la serie completa.
—Ya me contarás cuando la termines.
Sophie asintió y se fue a la cabaña. Lorenzo parecía un buen hombre, no
obstante, llevaba consigo la prepotencia que a veces acompañaba a la fama,
la de los que pensaban que por ser conocidos y tener dinero podían hacer y
deshacer a su antojo. A Saúl no le había gustado que estuviera allí, y con
razón.
Volvió a recordar la noche anterior y se fue derecha a la ducha con la
esperanza de que el agua caliente pudiera borrar las huellas de Saúl de su
cuerpo. Parecía que cada caricia permanecía en ella, sin querer evaporarse,
como si sus dedos se le hubieran impregnado en la piel para que no lo
olvidase.
Días después, Sophie lo evitaba todo lo que podía y él hacía lo mismo.
Tampoco había tenido la ocasión de hablar con Lucía a solas; quizá la niña
se hubiera olvidado de la locura de querer ayudarla, aunque le extrañaba. La
mañana transcurrió de forma tranquila. Estuvieron arreglando el huerto y
limpiando el gallinero. Hablaron en terapia, aunque ella volvió a decir lo
justo para aguantar ese día, mientras que los demás poco a poco se iban
abriendo.
Llevaba varias noches queriendo ir a ver si Hank había tenido más suerte
que ella averiguando algo del resto, pero le había sido imposible. Esperaba
poder hacerlo después del ejercicio de reflexión, en el cual, esta vez,
permanecían sentados alrededor de una hoguera. A veces lo realizaban al
finalizar la jornada, compartían sus experiencias, desafíos y aprendizajes
del día. Según Saúl, fomentaba la apertura emocional y la conexión, pero
Sophie sentía que esas cosas a ella no le funcionaban.
Incluso Nora había comenzado a hablar en las terapias. Su historia le
pareció muy dura y ahora entendía por qué fue a una de las pocas que no le
costó dejar el móvil el día que tuvieron que deshacerse de ellos. Había sido
víctima de sexting. Alguien accedió a su móvil y comenzó a acosarla
pidiéndole que le enviara fotos de ella desnuda. Quienquiera que fuera la
persona que le estaba haciendo aquello, había logrado obtener varias
imágenes de ella que envió a un ex suyo y ahora amenazaba con enviárselas
a todos sus conocidos.
Se sentía sucia, culpable por haber hecho lo que hizo y con una gran
incertidumbre por no saber quién la estaba chantajeando. Quiso alejarse de
esa situación y pensó que estar allí la ayudaría a sentirse mejor y a
recuperar la autoestima que había perdido. Necesitaba entender más el
mundo de la tecnología; sabía que no podía prescindir de ella, pero
necesitaba no sentirse tan expuesta.
—¿Y bien, Sophie? Te toca.
Ella entrelazó las manos y se encogió de hombros.
—He aprendido a plantar tomates, a limpiar un gallinero evitando que el
gallo te asesine —todos rieron— y lo valientes que sois muchos de los que
estáis aquí.
—¿Y tú no? —preguntó Saúl.
—Ya sabéis que a mí me cuesta más que al resto.
—Hay personas a las que les es más difícil hacerlo de forma verbal. Hoy
vamos a probar otro ejercicio. Plasmaremos lo que sentimos en un papel,
haremos un ejercicio de escritura. Quizá eso te venga bien.
—A mí se me da fatal escribir —protestó Guille.
—No importa —dijo Saúl—. Lo interesante de esto es que esos
pensamientos que tenéis y no lográis expresar los escribáis en una hoja. En
este caso, vais a escribir sobre vuestras metas y sueños si no hubiera redes
sociales o tecnología de por medio.
—¿Y si tus sueños tienen que ver con eso? ¿Por qué tengo que renunciar
a ello? —preguntó Sophie.
—No digo que no los tengas, pero también te habrás propuesto otras
metas que no tengan nada que ver con eso. Son las que quiero que escribáis
y compartáis con un compañero.
—¿Es obligatorio? —preguntó Sophie a la vez que se frotaba el cuello y
resoplaba, cabreada—. ¿Por qué tengo que contar algo que no quiero y con
lo que no me siento cómoda?
—Porque todos están aquí por lo mismo y si crees que a ellos les ha sido
fácil, te equivocas. Tú debes tener el mismo valor que han demostrado tus
compañeros y abrirte de una vez. Y si no, ¿para qué has venido aquí?
Notó cómo los hombros de él se tensaban. De pronto, el silencio se hizo
eco entre todos. Sophie estrechó los ojos, molesta por la forma en la que le
estaba hablando y por su insistencia. Se levantó cabreada y comenzó a
andar de un lado a otro. Estaba cansada de estar nerviosa cuando se reunían,
y se alegraba cada vez que lograba salir airosa de ese interrogatorio
absurdo.
Ahora Saúl se estaba cuestionando por qué había ido allí. Qué molesto
era ese hombre, qué ganas tenía de perderlo de vista. La rabia se abría paso
en su pecho con una gran necesidad de golpear algo.
Si no le decía lo que quería escuchar, iba a tener que irse de allí.
—¿Y bien? —insistió él de nuevo.
—¡Está bien! ¿Qué quieres que diga? ¿Que mi madre me utilizó y que
siempre ha sido así? ¿Qué para ella solo fui una mercancía para ganar
dinero? ¿Que a través de mí siguió con sus sueños frustrados? Sí, me he
sentido sola durante todos esos años. No necesito hablar con mi niña
interior porque nunca he sido una jodida niña. No tuve tiempo para ello,
solo iba de un lado a otro, a castings, a competir con los demás. No tuve la
valentía suficiente para decirle con más fuerza que no quería todo aquello.
—Pero ¿se lo dijiste?
—Sí, y no sirvió de nada, porque daba igual lo que dijese o lo que yo
sintiera. Solo mi padre me escuchaba, pero nunca estaba en casa porque no
paraba de viajar por su trabajo.
—Entonces, ¿te sentías sola?
Sophie colocó las manos en las caderas y resopló.
—Claro que sí, me sentía sola, abandonada, sin voz, sin amigos, sin
nadie a quien le importara realmente. ¡¿Contento?!
Saúl la miró con intensidad.
—¿Y cómo te sientes ahora?
—¿Ahora? —Sophie levantó una ceja—. Ahora ya me da igual porque
soy quien soy gracias a eso.
—¿Y quién eres?
—Una persona que no necesita a nadie para ser feliz.
—¿Estás segura? —preguntó mientras estrechaba los ojos.
—Bueno, tú eres el terapeuta, y ya me dejaste claro que lo único que
siento es soledad y que soy una conformista.
Él se tensó y la miró con suspicacia.
—Nunca te he dicho que fueras una conformista.
Mierda. Eso lo había leído en su expediente cuando se coló en el
despacho de Saúl a escondidas.
—Pero seguro que lo piensas —continuó para salir del paso.
Saúl clavó los ojos en ella. Estaba pensando en algo; quizá se había dado
cuenta de que fue a su despacho a hacer algo más que dejarle esa nota. ¿Por
qué no podía haberse callado? Con su insistencia y sus preguntas, la había
llevado a confesar lo que había sentido de niña. Vomitó todo sin dejar nada
y, ahora, todos la miraban con lástima. El corazón le palpitaba a toda
velocidad, casi podía sentirlo en las sienes.
—¿De verdad te gusta lo que haces en las redes?
Ese era un camino muy peligroso, pero Sophie ya había perdido los
papeles y la incapacidad de controlarse se había apoderado de ella por
completo.
—Estarías contento si te dijera que no, ¿verdad?
—Solo quiero que seas sincera y digas lo que piensas. Aquí no hay
cámaras, nadie dirá nada. Todos hemos firmado un contrato de
confidencialidad.
—Quieres que diga que mis seguidores son unos mierdas y que soy una
falsa solo para conseguir sus «me gusta». Que no los soporto y aborrezco
cuando se me acercan. —Suspiró—. Pues te equivocas, porque son los
únicos que me entienden, que me quieren por lo que hago, que me
transmiten sus miedos, sus inseguridades. Sus palabras son aire fresco para
mí, e incluso ahora los extraño. Echo de menos a una seguidora con la que
hablo casi todas las semanas. Ha estado ahí en cada paso que he dado,
incluso cuando murió mi abuelo fue un gran apoyo. Su perfil es
@alwayscairde, que significa siempre amigas, y eso es justamente lo que
ella me ha regalado, momentos compartidos en lo bueno y en lo malo, como
muchos otros. Gracias a ellos, puedo hacer cosas que me gustan y…
—¿Sentirte menos sola?
Un nudo en la garganta comenzaba a asfixiarla. Nadie se atrevía a hablar,
esas miradas de lástima provocaban en ella que quisiera salir corriendo y no
mirar atrás. No quería ni necesitaba enfrentarse más a él; quería huir y que
la dejasen sola para poder sosegarse del rato que acababa de vivir. ¿De
verdad las personas se sentían mejor al hacer esto?
Se dio media vuelta para desaparecer.
—Sophie, espera, no te vayas. —Ella se detuvo—. Yo también quiero
decir algo.
Se dio la vuelta y lo miró mientras él se levantaba. Él le hizo un gesto
para que se sentara, pero Sophie no lo hizo, solo se cruzó de brazos.
—Prefiero estar de pie.
Él volvió a sentarse.
—Todos os estáis abriendo al resto, y aunque penséis lo contrario, a mí
no me importa contar mi pasado. Quizá a algunos los ayude o los motive, o
para otros sea totalmente indiferente. —La miró—. Me escucháis decir que
la tecnología es como Satán, peligrosa y destructora, pero, cuando yo era
adolescente, era lo que mejor se me daba. Mi padre siempre había querido
que tirara por la rama de ingeniería informática. A mí me gustaba. Además,
veía su cara de orgullo cada vez que conseguía algún premio en el colegio o
en el instituto. Pero con el tiempo descubrí que no era lo que quería.
Sophie vio que Saúl clavaba la vista en el fuego de la hoguera y decidió
sentarse.
—No me puedo creer que antes fueras informático —dijo Guille.
—Así es, y muy bueno, pero pasó algo que me hizo cambiar. Fui
consciente de lo que había provocado con ello, de las consecuencias de mis
actos. —El fuego se reflejaba en su rostro, que ahora lucía cansado y triste
—. Y también supe que había postergado durante muchos años lo que de
verdad quería. No haberme escuchado provocó que perdiera demasiado
tiempo en mi vida. De pequeño disfrutaba haciendo senderismo, rodeado de
naturaleza, adoraba los deportes y me encantaba la psicología, pero seguí
los pasos que mi padre quiso para mí, sin plantearme ni siquiera que tenía
otras opciones.
—¿Y cuál fue el detonante para darte cuenta de que te sentías así? —
preguntó Adelaida.
Sophie agradeció que Adelaida le hiciera esa pregunta porque se moría
por saber qué le había pasado para que cambiara tanto.
—Eso os lo contaré otro día. Pero con esto quiero deciros que, aunque
penséis lo contrario, os entiendo. Yo también he estado ahí, he pensado que
teníamos que avanzar como especie y que la tecnología era otro avance
más, pero no todo vale. Se están perdiendo muchas cosas, y no somos
conscientes de ello. Eso me asusta.
—¿Nos contarás algún día qué te pasó? —preguntó Nora.
—Lo haré, pero solo si veo que todos y cada uno de los que estáis aquí
avanzáis y os abrís del mismo modo.
Saúl la miró. Esta vez no había orgullo ni suspicacia, solo comprensión
y, por primera vez, se sintió más cercana a él, logró entenderlo un poco más.
—Es tarde. Por favor, escribid lo que os salga de dentro y lo
compartiremos con un compañero que saldrá por sorteo. Mañana sabremos
a quién tendréis que entregar esa carta y recordad que pronto nos iremos de
acampada.
A la mayoría les cambió la cara, parecía que les gustaba la idea de
acampar fuera. A Sophie también, pero con mayor razón tendría que ir esa
noche a ponerse en contacto con Hank y Nozomi. Presentía que esta vez
descubriría noticias importantes.
CAPÍTULO 22
Esperó varias horas a que todos se quedaran dormidos. Si hubiera tenido el
móvil, el tiempo se le habría pasado como si fuera un segundo, absorta en la
pantalla, trasteando en las redes, pensando qué información subir. Debía
admitir que estaba más enganchada al móvil de lo que había pensado en un
principio; lo echaba de menos.
En muchas ocasiones, mientras estaba allí, se sorprendía a sí misma
tocándose el bolsillo, buscándolo. Solo por la necesidad de comprobar la
pantalla para ver si había recibido algún mensaje. Incluso durante las
terapias, mientras otros hablaban, ese maldito trasto le vino a la cabeza
varias veces.
Se sorprendía aburrida y sin saber qué hacer en los momentos libres. Lo
único que lograba atrapar su atención era tocar la guitarra. Tenía ganas de
componer y se le habían ocurrido varias melodías nuevas. En ese momento
tocaba con suavidad para no despertar al resto, aunque al rato comenzó a
dar cabezazos. Un sueño agotador la atormentaba, pero debía ir al bosque,
no podía retrasarlo más.
Esta vez se cercioró de que Lucía no iba tras ella. Todas las cabañas
estaban a oscuras y en silencio. Cogió un abrigo y se resguardó del aire
gélido que amenazaba con colarse entre sus huesos. Agarró la linterna y se
adentró en el bosque.
Cuando llegó, sacó el móvil y se sentó en el suelo.
—Mierda.
Se acababa de mojar el trasero por la humedad. Encendió el teléfono y
aparecieron varios mensajes de Hank:
Hola, sabionda. Espero que no lo estés
pasando muy mal por allí y no te hayan
descubierto. No hagas mucho caso a los
loqueros de ese centro, no vaya a ser que
te estén haciendo una lobotomía y no
vuelva a saber de ti.
Sophie sonrió.
He estado investigando los nombres que
me diste. Javier parece un buen tipo; está
cansado de su canal, se le ve hastiado,
pero excepto por algunos haters en las
redes, no veo que tenga un pasado turbio
ni nada que pueda ser de interés. De Nora,
Adelaida y Guille tampoco he encontrado
nada raro. Bueno, solo que a Adelaida le
va mucho Tinder, esa mujer no para. Y
Nora, por lo que he comprobado en su
móvil, tiene un acosador. Es un capullo.
Intentaré averiguar quién es el cabrón que
le está haciendo eso para darle una puta
lección. Te escribo otro día con el resto
y te cuento más. Espero tener pronto
noticias tuyas.
A Sophie aún le sorprendía la habilidad de Hank para acceder a tanta
información de las personas. Incluso le asustaba. Era bueno, muy bueno.
Ese mensaje era de hacía tres días y tenía otro más del día anterior.
¡Tenemos algo! He descubierto quién
puede estar detrás de la desaparición de
Camila. Ten cuidado porque está allí y es…
Sophie escuchó el crujir de las hojas justo a su lado. Levantó la vista y se
quedó blanca al verlo. Estaba ahí de pie, sin moverse. No lo había
escuchado acercarse al estar tan concentrada en lo que estaba leyendo y se
levantó con rapidez. El rostro de Saúl estaba serio y visiblemente cabreado;
su cuerpo tenso y la mirada dura de sus ojos la estremecieron. La había
descubierto.
—¡Eres increíble! —dijo él mientras apretaba los puños—. No quería
creerlo, algo me decía que no habías venido aquí para cambiar ni para
recuperarte de las putas redes. Soy gilipollas por pensar que en el fondo
querías cambiar porque necesitabas más, algo más que la mierda que te
rodeaba.
—Saúl, deja que me explique…
—¿Para qué? —la interrumpió—. ¿Para que me digas otra mentira?
Dime al menos que estás tan enganchada que necesitabas tener un móvil a
mano y lo escondiste. Dime que es por eso y no por algún caso de los tuyos.
—Yo…
Ella desvió la mirada, avergonzada, incapaz de enfrentarse a sus ojos. Un
sudor frío recorría su espalda y la vergüenza invadía cada rincón de su ser.
Verlo en ese estado la impactaba más de lo que había imaginado. Jamás
pensó que la opinión que él pudiera tener de ella la afectaría de manera tan
profunda.
Saúl dio un paso hacia Sophie.
—Dame el móvil.
Ella desvió la vista al teléfono que tenía en la mano.
—No puedo, tengo que leer lo que me han mandado.
Saúl dio otro paso más. De sus ojos parecía emanar fuego. La mandíbula
tensa, como si estuviera al límite de la resistencia, reflejaba la furia
contenida en su interior.
—Dame el puto móvil, Sophie.
La advertencia en el tono de voz le puso los pelos de punta y se lo
entregó.
—Necesito ver…
—No necesitas ver una mierda. Hemos firmado un contrato de
confidencialidad y espero no encontrar aquí que lo has roto, porque
entonces también te denunciaré. ¿Lo has entendido? —Ella asintió—.
Quiero que mañana mismo te largues de aquí. No quiero volver a verte en
mi puta vida.
Saúl se dio la vuelta y la dejó sola.
Sophie no supo cuánto tiempo se quedó allí de pie. ¿Por qué tenía las
mejillas mojadas? ¿Estaba llorando? No sabía qué era lo que más le
afectaba: si haberlo decepcionado, si tenerse que ir de allí o no haber
averiguado nada sobre el caso.
Anduvo como una autómata hasta la cabaña y se tiró en la cama sin ni
siquiera quitarse la ropa. Había fracasado, no había conseguido encontrar a
Camila, y además, permanecer allí había removido demasiadas cosas en su
interior. Los ojos se le fueron cerrando hasta que se quedó dormida.
Al día siguiente le dolía todo el cuerpo y la cabeza parecía que le iba a
explotar. Consiguió darse una ducha y, después, comenzó a hacer la maleta.
No dejaba de pensar en el mensaje de Hank, el que iba a leer cuando
justo la descubrió Saúl. ¿Qué quería decirle? Pronto lo sabría porque esa
misma tarde estaría de nuevo en su casa, con su vida de siempre, con sus
padres y haciendo lo que sabía hacer. Entonces, ¿por qué sentía una gran
losa sobre su espalda?
Eso era lo que había deseado desde un principio: regresar a casa lo antes
posible. Sin embargo, aunque no lo había querido admitir hasta ese
momento, le había cogido cariño a aquel lugar. Incluso después de liberar
todo lo que guardaba dentro, convencida de que estaba enfadada y de que la
habían obligado a hacerlo, sintió cómo la mochila que llevaba en la espalda
se volvía más ligera.
Solo de pensar en volver a su vida cotidiana, su cuerpo se quedaba
paralizado. La idea le resultaba asfixiante. ¿Qué narices iba a hacer? Estaba
más jodida aún que cuando acudió allí, porque había removido algo en su
interior que sabía que ya no encontraría reposo.
Alguien comenzó a golpear la puerta con insistencia y, al sobresaltarse,
se le cayó el jersey que tenía en la mano. ¿Sería él? Pero escuchó la voz de
Lucía, que la llamaba. La abrió y lo primero que le llamó la atención fue la
tristeza en el rostro de la niña.
—Me ha dicho mi tío que te vas.
—Sí, así es.
—No quiero que te vayas. Debes haber hecho algo muy malo porque no
quiere ni escuchar a mi madre, y él siempre la escucha.
Sophie se sorprendió al saber que Mara había intercedido por ella.
—No te preocupes. Él tiene razón, he de irme.
Lucía se lanzó a su cintura y la abrazó con fuerza. Ella le correspondió
con ternura. La iba a echar mucho de menos.
—He venido porque tienes una llamada. —Lucía se separó de ella—. Mi
tío dice que la tienes que coger allí, en el hall principal.
—¿Una llamada? ¿De quién?
—Es tu madre. Creo que le pasa algo.
Sophie tuvo un mal presentimiento. Su madre era muy pesada, pero no
creía que la hubiera llamado por una tontería. Esperaba que ambos
estuvieran bien, no quería ni pensar que les hubiera sucedido algo malo.
Agarró la chaqueta y la siguió a toda prisa.
Cuando entró, Saúl estaba esperando al lado del teléfono. Ni siquiera la
saludó.
—Voy a quedarme cerca. —Le ofreció el auricular y ella lo cogió—.
Espero que no digas nada que pueda afectar al centro ni al grupo.
Sophie no respondió. En ningún momento había pensado en contar lo
que habían hablado en terapia, eso era algo íntimo de cada uno. Solo
informó a Hank de las personas que estaban allí y la percepción que tenía
de cada uno de ellos, pero sin hablar de las terapias.
—Hola, mamá. ¿Estáis bien?
—Sí, los dos estamos bien, pero tú tienes que salir de allí ahora mismo.
Por el tono de su voz, se la notaba afectada.
—¿Cómo?
—No te imaginas la que se ha liado. ¿No decías que allí no se podían
tener aparatos electrónicos ni móviles? —Su madre hablaba muy deprisa—.
¡¿Cómo es posible que te hayan grabado diciendo esas barbaridades?!
—¿A qué te refieres? ¿Qué grabación?
Notó que Saúl se tensaba y Lucía miró a su tío con el ceño fruncido.
—¿Cómo se te ha ocurrido decir todo eso?
—No te entiendo, mamá. Por favor, habla más despa…
—Dile al encargado que está allí que voy a ir y le voy a demandar. Y dile
que te deje ahora mismo un móvil para que veas lo que están publicando de
ti.
Sophie se volvió hacia él. Saúl la miraba confundido, mientras que ella
se había quedado sin palabras. Solo escuchaba a su madre parlotear.
—Mamá, he de colgar. No te preocupes, luego te llamo.
Y colgó.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Saúl.
A Sophie comenzó a temblarle el cuerpo. No podía ser verdad. Si las
palabras que acababa de escuchar eran ciertas, significaría el fin de su
carrera y, posiblemente, el colapso de su vida tal como la conocía. No
podría volver a Madrid, no tendría las fuerzas necesarias para enfrentarse a
todo eso.
—Sophie, ¿estás bien? —Notó la manita de Lucía agarrándola—. Estás
muy blanca.
—Sí, tranquila —murmuró mientras volvía a mirar a Saúl—. Necesito un
móvil.
—Eso no es posible.
—Dame de una pu… —Se contuvo al darse cuenta de que Lucía estaba
ahí—. Saúl, necesito saber si lo que mi madre me ha dicho es cierto.
En los ojos de él vio el reflejo de la duda, parecía igual de confundido
que ella.
—¿Qué es lo que te ha dicho?
—Es mejor que lo veamos.
Finalmente, él se acercó al mostrador de la recepción y lo cogió.
—¿Qué es lo que quieres ver?
—Pon mi nombre en el buscador para ver qué sale.
Se acercó a él y en cuanto lo hizo comenzaron a salir las imágenes. Se
llevó la mano a la boca sin poder creérselo. Todo por lo que había luchado
durante esos años se había acabado en ese instante.
CAPÍTULO 23
En las imágenes se veía a sí misma en la sesión que habían tenido el día
anterior, en la que se abría al resto del grupo y contaba cómo se había
sentido desde niña. Pero lo peor no era eso; lo horrible era que habían
editado parte de sus palabras, dejando la grabación incompleta. En su lugar,
solo mostraron la parte en la que decía: «Mis seguidores son unos mierdas y
soy una falsa solo para conseguir sus “me gusta”. No los soporto y
aborrezco cuando se me acercan». A continuación, aparecían varios memes
en los que se veía el momento en el que le caía el excremento de un pájaro
en el pelo cuando estaba con Saúl. La imagen se repetía una y otra vez.
Sintió cómo se le revolvía el estómago y se le entumecían las manos y
los pies. Después, al leer los comentarios, las náuseas hicieron acto de
presencia.
«Es una desagradecida». «Ese pájaro nos ha hecho un favor a todos al
cagarle encima». «Habría que escupirle». «Que decepción». «Es una falsa».
«La va a seguir quien yo te diga». «Puta manipuladora».
Una opresión en el pecho empezó a dejarla sin respiración, las
palpitaciones de su corazón aumentaron a un ritmo frenético y comenzó a
temblar sin ser capaz de controlar su cuerpo. Apoyó las manos en el
mostrador intentando coger aire, pero no podía.
—Tranquila, Sophie —dijo Saúl, posando con delicadeza una mano en
su hombro.
—¡No me toques! —Respiraba muy rápido, pero no podía soportar
pensar que él tuviera algo que ver con eso—. Te has vengado, ¿verdad?
Descubriste que tenía un móvil y que había venido a investigar en vez de a
que pudieras «salvarme». —Hizo un gesto con los dedos—. Y no lo has
podido soportar.
—¿Crees que he tenido algo que ver?
—Y, si no lo has hecho, ¿quién me ha grabado diciendo todo eso? Me
escupiste a la cara que no se podía tener un móvil aquí, que había roto las
normas, y ahora me encuentro que alguien me ha grabado a mí y que,
además, lo ha subido a las redes para hacerme daño. ¡¿Quién, aparte de ti,
me odia tanto como para hacerme esto?! Y apenas solo unas horas después
de que me hayas descubierto.
—Te equivocas, no he tenido nada que ver. No soy tan infantil como para
hacer algo así.
—No es de ser infantil, es de ser mala persona.
Sophie se tambaleó y se agarró al mostrador. Saúl volvió a intentar
agarrarla, pero ella se lo impidió.
—Sea como sea, supongo que estarás contento. Has conseguido que mi
trabajo se vaya a la mierda. Ya no podré trabajar en esto. ¡Has destrozado
mi vida!
—¡Yo no he hecho nada! —gritó, cabreado.
—¡Pero has dejado que sucediera! Si no has sido tú, una persona del
grupo ha estado grabando nuestras conversaciones. Si estabas tan
preocupado con lo que yo podía haber hecho, habrás visto en el móvil que
no dije nada de nuestras terapias. Sin embargo, tienes a alguien que se ha
encargado de hacerlo. ¡Deberías hacer mejor tu trabajo! —Se acercó a él y
le dio un golpecito con el dedo índice en el pecho—. Ahora la que puede
denunciarte por esto soy yo.
El rostro de Saúl no decía nada, como si hubiera puesto un filtro y
Sophie no fuera capaz de leer lo que habían provocado esas últimas
palabras en él. La agarró de la mano y pensó que iba a apartarla de su
pecho, pero no lo hizo.
—Haz lo que tengas que hacer, que yo haré lo mismo.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Me estás amenazando?
—No…
—Vete a la mierda.
No lo dejó terminar y se fue de allí derecha a la cabaña. Necesitaba
largarse de ese lugar, alejarse de él, de su toxicidad. Desde que lo había
conocido, su mundo se había vuelto del revés, no quería volver a verlo ni
saber nada de él nunca más.
Cerró la puerta con fuerza e intentó tranquilizarse. Se dejó caer hasta
quedarse de rodillas en el suelo y comenzó a llorar. ¿Qué iba a hacer ahora?
Se tapó la cara con las manos, su cuerpo tembló mientras las lágrimas
brotaban sin control. Acababa de hacerse realidad uno de sus mayores
miedos; todo por lo que había luchado se había desmoronado en unos
minutos.
No quería moverse de ahí ni regresar a Madrid. En ese momento, lo
único que deseaba era desaparecer, estar en un lugar donde nadie la
conociera o meterse en la cama y no salir durante meses.
Alguien llamó a la puerta, pero ella ni se inmutó. Aferrada a sus rodillas,
con la mirada fija en el suelo, deseaba que la persona que estaba al otro lado
se marchase, porque lo último que quería era ver a alguien.
—Sophie, abre.
La voz de Saúl provocó que su corazón diera un brinco.
No le dejaría pasar.
No.
Mucho menos, a él.
—Vete —contestó ella al ver que seguía insistiendo.
—No me voy a ir de aquí. Tenemos que hablar. No seas cría, abre.
Sophie bufó. Ese hombre tenía la habilidad de cabrearla en tan solo un
segundo. Se levantó y abrió la puerta con fuerza.
—¡No quiero hablar con nadie! Y no te preocupes, en menos de una hora
esta cría se larga de aquí.
Fue a cerrar la puerta, pero él puso la palma de la mano, evitándolo. Ella
lo miró con rabia.
—Lo siento —murmuró Saúl, mirándola a los ojos—. Déjame pasar, por
favor.
Algo en su voz y en cómo la miraba provocó que el grado de su enfado
disminuyera. Parecía sincero, se le veía cansado, como si él tampoco
hubiera podido dormir mucho.
—Podemos hablar aquí.
—No. Lo que tengo que decirte no podemos hablarlo en la puerta.
Sophie accedió y se hizo a un lado para que pudiera entrar. Cuando lo
hizo, él echó un vistazo al dormitorio.
—Veo que has juntado las dos camas.
—Sí, no pensaba compartir la habitación con nadie más. Es otra de las
normas que me he saltado. ¿Qué querías decirme?
Sophie se cruzó de brazos y él se volvió hacia ella con las manos en los
bolsillos traseros de los pantalones.
—Quiero que sepas que voy a dar con la persona que ha hecho esto.
Ella levantó ambas cejas.
—¿Te preocupa que te vaya a denunciar? Tranquilo, no lo haré. No hace
falta que vengas con el rabo entre las piernas para evitar que lo haga.
Saúl dio dos pasos hacia ella.
—No te equivoques. No he venido a eso, aunque pedir perdón no es
rebajarse ante nadie. —En su voz se notaba que lo había cabreado—. No
tengo ningún miedo a que me denuncies, solo que me parece una mierda lo
que han hecho y, sobre todo, injusto. Pero eso no quita que tú también
trajiste un móvil aquí y que te metiste en mi despacho buscando
información para saber qué le había ocurrido a Camila. ¡Me mentiste!
—Era la única forma de averiguar algo sobre ella.
—No, no era la única forma. Podrías haberme preguntado.
—Ja —dijo mirando al techo—. ¿Y me habrías dado información?
—No lo sé, depende de cómo me hubieras planteado lo que querías hacer
y de qué manera.
Sophie se acercó a su rostro.
—Nunca me hubieras permitido venir aquí a investigar. Eso sería un
sacrilegio para ti, colaborar con alguien como yo, tan complaciente, falsa y
superficial y que te saca de quicio.
—En eso tienes razón, eres como un grano en el culo. ¡Terca! ¡Borde! ¡Y
orgullosa!
—¡Y tú eres un troglodita energúmeno al que no soporto!
Sus ojos lanzaban fuego. Sophie sintió cómo el calor se abría en su
estómago. Una necesidad intensa había crecido como un volcán, pero no era
rabia ni orgullo, sino una inmensas ganas de besarlo que no podía contener.
A pesar de su situación, a pesar de lo ocurrido, tenerlo tan cerca, inhalando
su aroma cada vez más familiar, hacía que su piel anhelara sentir el roce de
sus manos sobre su cuerpo. Sentía cómo le ardían los labios.
La mirada de Saúl se oscureció. Su mandíbula estaba tensa; los músculos
de su cuello y hombros, rígidos; mientras que sus ojos ardientes no se
apartaban de ella. En su rostro se podía ver la lucha interna: su mirada
cargada de deseo y los labios entreabiertos como si estuviera a punto de
pronunciar una súplica, pero sin decir una palabra. Su pecho se alzaba y
caía con respiraciones entrecortadas, y sus manos seguían apretadas en
puños, temblando ligeramente.
—No puedo más —confesó él, agarrándola de la cintura con una mano y
la nuca con la otra para acercarla a su cuerpo y devorar su boca. La besó.
Con desesperación. Con ansiedad. Como si ella fuera lo único que pudiera
apagar su sed. Gimió excitado y ella hizo lo mismo. Saúl bajó una mano
hacia sus nalgas y la apretó contra su erección. Se separó un poco de ella.
—Desnúdate —dijo Saúl sin dejar de mirarla.
Esa orden provocó en Sophie que se mojara aún más en su interior. Lo
hizo, se quitó la camiseta y luego despacio el sujetador mientras él
deslizaba los ojos por su cuerpo, deleitándose con lo que veía. Se deshizo
de los pantalones y se quedó solo con las braguitas negras. La tensión del
cuerpo de Saúl era visible. Su mandíbula estaba apretada y su respiración
profunda contenía el aliento, luchando por mantener el autocontrol. Dio un
paso hacia ella.
—Ahora tú —exigió Sophie.
Los ojos de él se entrecerraron ligeramente mientras sus labios se
curvaron en una sonrisa sugerente. Con una mano se deshizo de la camiseta
y, sin perder el contacto visual, se desabrochó los vaqueros, pero no se los
quitó. Sophie observó su pecho, y la mirada intensa y penetrante que le
regaló provocó que se le doblaran las puntas de los pies.
Se quedó sin respiración, pero no le dio tiempo a deleitarse porque, en
dos zancadas, Saúl llegó hasta ella para devorarla. La apresó contra la
pared, y ella sintió el cuerpo masculino y el calor que irradiaba. La besó en
el cuello y jadeó cuando una de sus manos se metió por sus braguitas y
acarició su humedad.
—Joder, Sophie —dijo con la voz entrecortada.
Despacio, introdujo uno de sus dedos y ella echó la cabeza hacia atrás,
excitada. Las piernas parecía que se le iban a doblar cuando la penetró con
un segundo dedo. Se le escapó un jadeo por la presión que ejercía su mano
contra su piel. Necesitaba sentirlo aún más. Él la besó ahogando sus
gemidos en la boca, bombeaba dentro y fuera al mismo tiempo que rozaba
su clítoris.
—Sophie… —murmuró.
Escuchar su nombre en los labios de Saúl provocó que el clímax
invadiera cada parte de su cuerpo. La intensidad la sorprendió y se contuvo
por no dejar escapar un grito. Él colocó la frente contra la de ella y esperó a
que se calmase. Sophie no quería detenerse, lo agarró del cuello y volvió a
besarlo mientras él acariciaba sus pechos y Sophie sentía su erección contra
ella.
—No te imaginas la de veces que me he imaginado este momento.
—Yo no… —murmuró ella con la voz entrecortada.
—Mientes. —La mano de Saúl se deslizó hacia su pezón y jugueteó con
él mientras le besaba el cuello—. Desde el día que te vi en la sala de cine, te
deseé. Por mucho que me jodiera, así fue.
Su voz entrecortada, dura y posesiva la excitó, y ese deseo aumentó
cuando la mano masculina cubrió su pecho. Ese gesto provocó que se
mojara aún más y un instinto primario hizo que se rozase contra su
erección. Le bajó un poco los pantalones y accedió a su pene.
—Mierda —murmuró él.
Ella lo agarró y comenzó a acariciarlo despacio, de arriba abajo, mientras
él torturaba su pezón. Saúl jadeaba con cada movimiento.
—Te daría la vuelta y te la metería aquí mismo.
Sophie, con solo imaginárselo, casi alcanzó el orgasmo de nuevo. Sus
cuerpos, excitados, se anclaban en las caricias que se regalaban entre sí. Se
separó un poco de ella para que no pudiera seguir tocándolo.
—Despacio, pelirroja, o terminaré antes de lo que quiero.
Pero no le hizo caso. Quería darle el mismo placer que le acababa de
proporcionar a ella. Siguió subiendo y bajando la mano por su erección,
intensificando el ritmo con cada movimiento.
—Para, Sophie, por favor.
Ella se lanzó a su cuello y lo besó. Sintió cómo las manos de él rodeaban
su cintura y la atraían hacia su cuerpo. La lengua de Saúl bailó dentro de su
boca, dominándola, poseyéndola, al mismo tiempo que los gemidos
resonaban en la habitación. Hasta que él llegó al orgasmo. Su aliento le
golpeaba el cuello y notaba los rápidos latidos del corazón de él a través de
su pecho, que bombeaba al mismo ritmo que el suyo.
Saúl la besó despacio en los labios. Sacó un paquete de clínex del
bolsillo y se limpió.
—Esto solo acaba de empezar.
Ella sonrió, pero de pronto alguien llamó a la puerta.
—¡Sophie! ¡Sophie! ¡Abre, por favor!
Era Mara.
Ambos se quedaron mirándose, desconcertados. Se vistieron con rapidez
y Sophie se arregló el pelo, aunque temía que cualquiera que entrara en esa
habitación sabría qué acababa de ocurrir.
Abrió la puerta y se asustó al verla pálida y con los ojos llorosos.
—¿Qué ocurre, Mara? ¿Estás bien?
—¿Está mi hermano aquí?
Sophie abrió un poco más la puerta y él apareció por detrás.
—¿Qué sucede? —preguntó Saúl, confundido.
—Es Lucía.
CAPÍTULO 24
—¿Qué ha pasado? —preguntó Sophie, llevándose la mano al pecho.
—Tiene fiebre muy alta y han empezado a darle convulsiones. Hay que
llevarla al hospital.
Saúl y Mara salieron corriendo hacia la cabaña principal. Sophie cogió
una chaqueta y fue tras ellos. Dudó por un instante si ir o no, pero le
importaba demasiado Lucía. Esperaba que Saúl le permitiera quedarse hasta
que supieran que la niña se encontraba mejor.
Cuando llegaron, Lucía estaba en la cama, acurrucada con Alba. Parecía
que habían parado los espasmos, pero no dejaba de tiritar.
—Voy a por el coche —dijo Saúl, y salió disparado.
Mara preparó un bolso con ropa, algo de comida y la tarjeta sanitaria.
Entre Alba y Sophie levantaron con cuidado a Lucía y consiguieron llevarla
hasta la puerta. La sentaron en una silla esperando la llegada de Saúl.
—Tranquila, Lucía, te pondrás bien —la animó Sophie, y esta le
respondió con una débil sonrisa—. Ya lo verás.
Observó a Mara y en su cara vio preocupación, pero también
determinación. Sophie no sabía lo que era ser madre, pero Mara, a pesar de
estar asustada, no se lo transmitía a su hija.
Saúl estacionó y salió del vehículo. Alzó a Lucía en sus brazos y la
depositó con suavidad en el asiento del coche.
—Por favor, informa al resto del grupo —indicó Saúl a Alba—. En
cuanto podamos, estaremos de vuelta. Toma el teléfono que está en el
mostrador; nuestros números están en el tablón. Llámame si hay algo
urgente.
Alba asintió.
Mara fue a meterse en el coche, pero, antes, Sophie le apretó el brazo con
suavidad. Aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez que se
habían visto y desde que habían perdido el contacto, en ese instante,
intercambiaron una mirada cargada de complicidad, sin necesidad de
palabras.
—Por favor, mantennos informados —respondió Sophie, preocupada.
Ella asintió y se metió en la parte trasera del coche junto a Lucía.
Saúl se aproximó a Sophie.
—No te vayas —la instó con suavidad—. Tenemos que hablar.
Sophie no sabía qué contestar a su petición, aunque la necesidad de
asegurarse de que Lucía se encontraba bien antes de irse de allí la llevó a
asentir. Saúl se adentró en el coche, mientras que ella se quedó de pie sin
ser capaz de moverse viendo cómo se alejaba el vehículo, con una gran
sensación de vacío en el estómago.
Unas horas más tarde, Nora, Adelaida y Sophie se encontraban reunidas
en la sala principal. Los demás, o permanecían en su cuarto, o habían ido a
dar un paseo. Acababan de terminar de jugar a las cartas, pero no eran
capaces de concentrarse. Sophie se alejó un poco de ellas y se tumbó en uno
de los sofás; con la cabeza en el respaldo, miró el techo.
En tan solo veinticuatro horas, su vida había cambiado de forma radical:
Saúl la había descubierto con el móvil, después se enteró de que
probablemente su carrera como influencer había acabado y más tarde tuvo
sexo con Saúl. Pero ahora su preocupación por Lucía eclipsaba todo lo
demás.
Lo único que quería era que se pusiera bien. Cuando ocurrían cosas así,
se daba cuenta de lo verdaderamente importante en la vida: la salud, la
amistad y la familia.
Por esa razón, le molestaba recordar la sensación que había tenido
cuando vio a Alba en la habitación de Lucía. No le gustó pensar que tenían
más confianza de lo que Sophie había imaginado. Reconoció que había
sentido una punzada en el estómago al ver que Saúl la dejaba al cargo del
centro, pero se recordó a sí misma que él no era nada suyo.
Cuando volvieran del hospital, ella tendría que regresar a Madrid. Solo
esperaba que lo de Lu no fuera grave. La angustia en su pecho creció aún
con más intensidad: llevaba todo el día con esa sensación de vacío y
opresión que le impedía encontrar la calma. Y no solo por lo de Lucía,
también se sumaba la incertidumbre de no saber qué se iba a encontrar
cuando regresara a su mundo.
En el centro, había sido como si hubiera hecho un paréntesis en su vida,
como si hubiera vivido en una burbuja.
En un principio pensó que acudir a Luz de Luna no le serviría de nada,
pero se había equivocado. Fue consciente de que tenía más problemas en su
interior de lo que pensaba. Que debía sanar muchas heridas antes de poder
seguir adelante con su vida de manera serena y en paz. Aunque nunca había
querido enfrentarse a ello, aquí no tuvo otra opción que hacerlo.
Lo que confesó el día anterior frente a sus compañeros la sorprendió,
incluso a sí misma. No eran pensamientos nuevos; se había sentido así
durante mucho tiempo, quizá demasiado. No fue fácil descubrir que todo
eso le había influido hasta el punto de haberse quedado paralizada en su
vida, incapaz de mostrar lo que sentía, ocultando ese dolor que parecía
desgarrarla cuando escuchó esas palabras salir de su boca.
Quizá Saúl tenía razón y abrirse de esa manera permitía que el alma se
liberara lo suficiente como para comenzar a sanar, ya que sintió como si le
hubieran quitado una de esas pesadas piedras que cargaba en su espalda,
dejándola más liviana.
Escuchó la puerta abrirse y vio entrar en la sala a Javier.
—¡Uf! ¡Hace un puto frío que flipas! —exclamó mientras se frotaba las
manos.
Se deshizo del abrigo y lo colgó en el perchero.
—¿Se sabe algo? —preguntó Nora.
—Acabo de ver a Alba. Me ha dicho que le siguen haciendo pruebas, que
no saben muy bien qué es.
—Seguro que no es nada —dijo Adelaida—. A mi sobrina le pasa lo
mismo; cogen de todo cuando son niños, después al día siguiente están
como nuevos.
—Eso espero.
—Vamos a por un café, ¿queréis algo? —preguntó Nora a Javier y a
Sophie.
Ambos declinaron la oferta, y Javi se sentó al lado de Sophie. Se
quedaron solos y ella pensó que era una buena oportunidad para conversar
con él. No creía que conociera a Camila, pero no perdía nada por intentarlo.
—¿Te está gustando estar aquí? —preguntó Sophie.
Él cruzó una pierna encima de la otra.
—La verdad es que sí, me está viniendo bien. Me hace ser más
consciente de que no soy el único al que le pasan todas estas jodidas
paranoias en la cabeza. ¿Y a ti?
—Me está costando un poco, no soy mucho de hablar delante de los
demás.
—¡Joder! ¡Pero si lo haces delante de miles de personas en Instagram!
—Lo sé, pero no es lo mismo que hablar de sentimientos y emociones.
—En eso tienes razón. Hasta ahora, yo tampoco había hablado delante de
nadie de la depresión que tenía, de las cosas que me venían a la cabeza
hasta el punto de no querer vivir más.
Javier miró al suelo, como si se avergonzara de lo que acababa de decir.
—A mí me pareces muy valiente, y aún más que estés aquí por tu propia
voluntad.
—Bueno, casi todos los estamos.
Sophie no iba a explicarle que ella solo lo hacía para averiguar qué le
había ocurrido a Camila.
—Sí, tienes razón. —A Sophie la recorrió un escalofrío y cogió la manta
que había encima del sillón—. ¿Echas de menos el trabajo de youtuber?
—Un poco sí, pero, por otro lado, hacía mucho tiempo que no sentía esta
paz sin tener la necesidad de grabar un vídeo, de pensar qué es lo próximo
que publicaré. Aquí observo con más atención lo que me rodea.
—A mí también me ha pasado. Por un lado, me he sentido aliviada de no
mirar constantemente el móvil. —Se acercó un poco más a él—. Y, ahora
que Saúl no nos escucha, creo que estoy más enganchada de lo que pensaba.
—¿De Saúl o del móvil? —Javier se echó a reír al ver la cara de sorpresa
de Sophie—. Perdona, es que a veces soy un poco directo y entre vosotros
hay una química que acojona.
Sophie puso los ojos en blanco.
—Sinceramente, la mayoría de las veces, me saca de quicio.
—Sí, eso parece.
—¿Cómo conociste este centro? ¿Te lo recomendaron? —preguntó
Sophie para cambiar de tema.
Javier se levantó y se dirigió hacia su abrigo.
—Sí, ya lo conocía, habían venido varios amigos y les fue muy bien. Por
eso me animé a probar. —Hurgó en el bolsillo de la chaqueta hasta que
cogió algo y volvió a sentarse junto a Sophie—. ¿Quieres?
Vio que era un chicle.
—No, gracias.
—¿No te da miedo hacer lo que haces? —preguntó él, y se la quedó
mirando fijamente—. Dices que soy valiente, pero tú eres mi heroína.
Guille me ha contado a qué te dedicas en las redes y debes tenerlos muy
bien puestos. Si persigues a criminales, algún día puedes tener un accidente.
Sophie no apartó la mirada.
—Me gusta ir detrás de esa persona que se cree más lista que nadie y que
piensa que puede quedar impune por lo que ha hecho.
Él asintió sin dejar de clavar sus ojos en ella.
—Pues la verdad que eres la polla. Espero que no lo dejes.
Ambos sonrieron y se quedaron en silencio.

El día avanzó muy despacio. Después de la cena, quedaron en verse todos


en la sala y le pidieron que llevara la guitarra para escucharla tocar. Al
principio se resistió, pero, ante la insistencia del grupo, al final se animó. En
el fondo no le importó demasiado, ya que a ella también le vendría bien
estar distraída o se volvería loca. Nora demostró ser una muy buena
cantante, y durante un par de horas estuvieron entretenidos hasta que
escucharon abrirse la puerta principal.
Salieron todos a recibirlos. Lucía entró andando, una muy buena señal, y,
además, tenía mucho mejor cara.
—¿Qué os han dicho? —preguntó Alba.
—Un virus —contesto Mara.
—Joder, es lo que dicen siempre cuando no tienen ni puñetera idea —
dijo Javier.
Lucía miró a Sophie, quien se aproximó lentamente a la niña. Aunque se
conocían desde hacía poco tiempo, entre ellas había surgido una confianza y
una complicidad muy fuerte. Quería preguntarle si podía abrazarla, pero no
fue necesario porque la pequeña se lanzó a sus brazos.
—Menos mal que no te has ido —dijo Lucía.
—Claro que no, tenía que asegurarme de que estabas bien.
—¿Y te vas a ir? ¿Ya no te voy a volver a ver?
Sophie no pudo evitar mirar a Saúl, pero no pudo descifrar lo que
pensaba.
—Supongo que podré quedarme hasta mañana. Pero te prometo que
antes de irme nos veremos para despedirnos.
—No quiero que te vayas.
—Vamos, hija, tienes que descansar. Si quieres, Sophie puede
acompañarte a la cama.
—¡Sí! —respondió sin soltar la mano de Sophie, que tiró de ella para que
la siguiera.
Sonrió al ver que ya se encontraba mejor. Una parte de su angustia
comenzó a disiparse al comprobarlo.
Subieron las escaleras hasta llegar a la habitación de Lu. A excepción de
cuando fueron a buscar a la niña, no había estado en esa zona de la casa
donde Saúl, Mara y Lucía vivían juntos. Había varias habitaciones. A mano
derecha, vio una cama amplia con un edredón azul oscuro, seguramente la
habitación de Saúl. No tuvo tiempo de observar mucho más, ya que la
siguiente habitación era la de Lucía, decorada en tonos rosa.
Los tres entraron en el dormitorio. Lucía se sentó en la cama y dio una
palmada en el colchón para que se sentara a su lado.
—¿Qué tal te encuentras? —preguntó Sophie, sentándose junto a ella.
—Mejor. Mañana seguro que puedo volver a jugar con Duk.
—De eso nada, descansarás sin apenas salir de la cama.
—¡Mamá! ¡Que ya estoy bien!
Sophie miró a Mara.
—Tu madre tiene razón, tienes que descansar. Hay que prevenir para que
no recaigas.
Lucía se cruzó de brazos. Miró a una y a otra; parecía que quería decir
algo a Sophie, pero no se atrevía.
—Mamá, por favor, ¿te importa traerme un vaso de leche?
—De acuerdo, ponte el pijama y enseguida vuelvo.
Mara sonrió a Sophie y se fue.
—En cuanto vuelva tu madre, me voy.
—Vale, pero cuéntame qué ha pasado con mi tío. ¿Por qué tienes que
irte?
Sophie carraspeó y se miró las manos.
—Me ha pillado con el móvil.
—¡No! —contestó Lucía, llevándose las manos a la boca—. Entonces,
no hay nada que hacer.
Lucía se dejó caer en la cama.
—Lo sé, he incumplido las normas.
—¡Pero es injusto! —Se volvió a incorporar, indignada—. También lo ha
hecho alguien al subir todas esas mentiras sobre ti a las redes. ¿Quién ha
podido ser? ¿Tienes alguna pista?
Sophie suspiró.
—No, pero no te preocupes, estaremos en contacto.
—¿Vendrás algún día a verme?
—No sé si será buena idea, quizá a tu tío no le guste esa opción.
Sophie vio la tristeza en sus ojos y la agarró de la mano.
—Al menos, ¿has sabido algo nuevo sobre Camila?
—Creo que la persona que me ayuda ha descubierto algo, pero, justo
cuando iba a leerlo, apareció Saúl.
—Joder, qué rabia.
—Oye, esa boca.
—Perdón.
En ese momento entró Mara, y Sophie se levantó.
—Mañana vendré antes de irme, ¿OK?
Mara se quedó mirándola y se mantuvieron en silencio sin saber qué
decir. Se la veía cansada, y las ojeras ensombrecían su rostro.
—¿Te importa si hablamos un momento? —preguntó Mara.
Sophie asintió y le dio un beso a Lucía en la cabeza.
—Descansa.
Había llegado el momento de tener esa conversación incómoda, pero no
podía negarse. Sophie sabía que debía enfrentarse a lo que fuera que
estuviera por venir, no iba a postergarlo más.
CAPÍTULO 25
Entraron en un pequeño cuarto de estar, donde había un sillón y un
televisor, además de varios juguetes y libros de Lucía.
Sophie, nerviosa, pensó que, aunque no le resultaba agradable esa
situación, debían hacerlo para poder cerrar ese ciclo entre ellas. La nostalgia
la invadió por un instante al recordar cómo fue su antigua amistad y que
ahora solo eran unas completas desconocidas.
—¿Nos sentamos? —preguntó Mara.
—Claro.
Sophie no podía evitar sentirse incómoda al estar a solas con ella. La
tensión en la espalda de Sophie la delataba, pero no era capaz de relajarse.
Estaba segura de que le estaba transmitiendo su inquietud; sin embargo, no
podía fingir lo contrario. No sabía qué quería decirle, pero, fuera lo que
fuera, nada haría que las cosas volvieran a ser como antes. Se sentó
manteniendo la distancia con Mara, quien tenía el cuerpo orientado hacia
ella.
—Mi hermano me ha contado lo que pasó y por qué has venido aquí.
—Sí, lo sé. Me dijo que intercediste por mí. La verdad es que te lo
agradezco, aunque no sé muy bien por qué lo hiciste.
Mara miró al suelo y suspiró, como si lo que fuera a decir lo hubiera
guardado durante mucho tiempo.
—Para mí siempre has sido importante, Sophie.
Abrió los ojos por un instante, sorprendida al escuchar sus palabras.
—Supongo que te refieres a cuando éramos niñas.
—Incluso después.
Sophie cruzó los brazos y no apartó la mirada.
—Déjame dudarlo, pero, de todas formas, no tienes que darme ningún
tipo de explicación.
Necesitaba irse de allí, esa conversación no le iba a aportar nada y sentía
cómo esa grieta que creía haber cerrado se volvía a abrir en su pecho. No
quería sufrir, no necesitaba que Mara sintiera lástima por ella.
—Hoy es un poco tarde, pero otro día me gustaría contarte qué pasó
cuando nos fuimos de Madrid. Quizá así lo entiendas.
Vio cómo Mara movía la mano hacia la suya, pero se detuvo antes de
tocarla. Sus ojos reflejaban una tristeza que no había visto antes, justo
cuando comenzó a hablar sobre su amistad. ¿De verdad fue importante para
ella?
—No sé si tendremos tiempo, mañana me iré de aquí.
—¿No has hablado con Saúl?
—No mucho.
—Pero fue a tu cabaña para hablar contigo.
Sophie no pudo evitar sonrojarse, ya que lo que menos hicieron fue
conversar. Los labios de Mara se curvaron, pero, si se había dado cuenta de
lo que había pasado allí, no dijo nada.
—He de irme. —Se levantó para irse y Mara la detuvo.
—¿Estarás bien?
—Sí, tranquila. Intentaré arreglar las cosas cuando vuelva.
—No me refiero a eso. —Sophie frunció el ceño—. Mañana era el
cumpleaños de tu abuelo.
Sus palabras golpearon su pecho y volvió a sentarse. Nunca se imaginó
que Mara recordase a su abuelo y menos aún, que supiera cuándo era su
cumpleaños.
—¿Lo recuerdas? —susurró.
El impacto por descubrir que Mara recordaba ese detalle y comprobar
que en su mirada había verdadera preocupación por ella abrió
definitivamente la grieta que estaba intentando ocultar en su interior.
—Sí, siempre fue un buen hombre. Te quería mucho y nunca olvidaré la
de veces que fuimos a buscar setas juntos.
Sophie sintió la añoranza por esos momentos en los que Mara y su
abuelo fueron su salvavidas, cuando su madre solo la utilizaba como un
pequeño juguete con el que presumir delante de los demás.
—Lo echo mucho de menos.
—Te entiendo. En mi caso, no ha habido ni un solo día que no recuerde a
mi padre.
A Sophie le volvieron los recuerdos de cuando eran niñas y el padre de
Mara las llevaba al cine o iban a jugar al parque. Era un hombre muy
divertido. Sintió mucho lo que le ocurrió y aún más ver el gran sufrimiento
de su amiga al perder a su padre. Se mordió el labio sin saber qué
responder.
—Sé que no me crees, pero te he echado de menos, Sophie.
Su corazón comenzó a latir con fuerza. Tenía ganas de darle un abrazo,
pero ver cómo sus barreras estaban resquebrajándose la inquietó. No quería
sufrir de nuevo, no quería abrazarla y suplicarle que le explicase qué
ocurrió para que se separaran. No quería decirle que iba a olvidar el pasado
y que volvieran a ser amigas de nuevo.
Tenía que salir cuanto antes de esa habitación.
—Estás aquí.
La voz de Saúl las sacó a ambas del momento tan extraño que se había
creado entre ellas y se levantaron. Lo miró porque no estaba segura si la
estaba buscando a ella o a Mara. Cuando vio que se dirigía a ella, tampoco
supo qué decir. Le llegó la imagen de la cabaña, en la que habían tenido
más que palabras.
—Yo ya me voy a dormir —dijo Mara—. Gracias por pasarte, Sophie.
—Me alegro de que esté mejor.
Mara le regaló una breve sonrisa y salió de la habitación, dejándolos a
solas.
—¿Nos sentamos? —preguntó Saúl, señalando el sofá.
Se sentaron y Sophie se restregó los muslos con las manos, nerviosa.
—Después de todo lo que ha ocurrido, no he podido decirte por qué fui a
la cabaña a verte.
—Supongo que para decirme que me fuera cuanto antes de Luz de Luna.
Saúl se frotó la nuca y miró hacia el suelo.
—En un principio quería que te fueras, que salieras de aquí lo más pronto
posible, pero cuando vi lo que te habían hecho en las redes… Me cabreó
muchísimo que te hubieran grabado en la sesión en la que por fin te abriste
y que, además, lo utilizaran en tu contra. De alguna manera, me siento
responsable de lo ocurrido.
Saúl clavó los ojos en ella y la sinceridad se vislumbró en ellos.
—Bueno, yo tampoco he actuado según las normas del centro. Quizá me
lo merecía.
—Nadie se merece que le hagan algo así, y mucho menos, siendo
mentira. Han cortado las partes en las que dices lo importantes que son tus
seguidores para ti.
Sophie suspiró y se amasó el pelo.
—No te preocupes, intentaré volver a mi vida y solucionar todo esto.
Ella fue a levantarse, pero él la cogió de la mano.
—No quiero que te vayas.
Saúl la miró con esos ojos color miel, y Sophie sintió cómo su
respiración se detenía y sus pulsaciones aumentaban con rapidez. ¿De
verdad estaba pidiéndole que no se fuera? Eso no se lo esperaba.
—Pero… —Fue lo único que logró decir.
—Me gustaría ayudarte con tu investigación.
Sophie se quedó en silencio. Miles de pensamientos comenzaron a
cruzarse por su mente. ¿Y si él tenía algo que ver con la desaparición de
Camila y por eso quería tenerla cerca? Recordó que Hank lo había
investigado antes de ir y no vio nada extraño, solo que no había encontrada
nada de su pasado en las redes, algo que no era tan raro viendo la
animadversión que tenía hacia ellas. Además, por cómo le había hablado
Lucía de la reacción que tuvo él al enterarse de que Camila se había ido, no
parecía que fuera un asesino.
Si colaboraban, tendría que estar más tiempo con él, compartir momentos
juntos, y no sabía si podría controlar ese deseo tan extraño que sentía hacia
él. La idea la asustaba, mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—¿De verdad quieres ayudarme?
—Sí, pero para eso vas a tener que confiar en mí y decirme por qué
viniste aquí. Además, si te quedas, seguirás sin utilizar el móvil. Al menos,
para entrar en tus redes sociales.
—¡No puedo alejarme ahora con todo lo que ha ocurrido! —dijo a la vez
que se ponía de pie.
—Precisamente por eso es cuando más desconectada tienes que estar. No
quiero que veas lo que está ocurriendo ahí fuera. Lo creas o no, pienso que
puede ayudarte el estar aquí y alejarte del exterior, y ahora con mayor
razón, con todo este lío que se ha montado.
Sophie se frotó la cara con ambas manos. No sabía qué hacer.
—El estar desconectada no me ayudará, lo sabes.
Saúl se levantó y se colocó frente a ella. El recuerdo en su habitación,
besándola y tocándola, volvió a su mente.
—Tienes que confiar en mí, Sophie. Solo aceptaré que te quedes con esas
condiciones. No volverás de nuevo a tu vida, intentarás seguir con el
programa del centro, no tendrás el móvil y, cuando tu compañero te escriba,
lo miraremos juntos.
—¿Y yo qué gano con todo esto? Ni siquiera sé si tú estás implicado en
su desaparición.
Él acarició su rostro.
—Te demostraré que no es así. Compartiremos la información que
tenemos e intentaremos descubrir qué le ha pasado a Camila. Y te aseguro,
Sophie, que ganarás mucho si decides aceptar.
Ella suspiró.
—¿Crees que le ha ocurrido algo malo a Camila?
—Me temo que sí. —El rostro de Saúl se ensombreció un instante.
Deslizó la mano por su brazo y entrelazó los dedos con los suyos—. ¿Qué
dices entonces? ¿Aceptas?
CAPÍTULO 26
Sophie preparó la mochila con todo lo necesario para la excursión que iban
a hacer ese día. Por primera vez, el grupo pasaría la noche fuera. Aunque
por un lado le entusiasmaba la idea, por otro estaba inquieta. Desconocía si
había tomado la decisión correcta, pero ya estaba hecho. Había aceptado la
propuesta de Saúl, y a partir de ese momento, compartirían todo lo que
fueran descubriendo sobre Camila.
Decidieron hablar de ello cuando volvieran de la excursión; hasta
entonces, Saúl le pidió que disfrutara de esos momentos y que intentara
seguir con el programa en el centro. ¡Como si fuera tan fácil!
Su vida se estaba desmoronando, y él le pedía que no pensara en ello.
Una y otra vez, en su mente resurgían los mensajes de odio que había leído
cuando Saúl le prestó el móvil. No quería ni imaginarse cómo estaría su
madre. La sola idea de encontrarse allí con sus padres, en medio de todo lo
que estaba ocurriendo, la habría vuelto más loca que los propios mensajes
de los haters.
Echó un último vistazo a la cabaña para cerciorarse de que no se le
olvidaba nada. Al salir, un viento gélido acarició su rostro mientras se subía
la cremallera del abrigo, buscando refugio en las capas de tela que la
envolvían. Se colocó la capucha y se dirigió al punto de encuentro con el
resto del grupo. Cuando llegó, ya estaban todos allí, excepto Saúl, que
apareció un minuto después.
Mara la saludó con la mano. Un rato antes, Sophie había ido a ver a
Lucía, que ya se encontraba mucho mejor. La niña insistió en que quería ir
con ellos, pero su madre se lo prohibió, todavía no estaba recuperada. Si no
podía ir al colegio, tampoco haría senderismo. Sophie le prometió que, en
cuanto regresaran, iría a visitarla de nuevo.
La ruta que había elegido Saúl fue muy acertada; al no haber apenas
inclinación, ni pendientes, les permitía observar la belleza del paisaje. No
dejaba de sorprenderse por los árboles, que parecían abrazar el sendero con
sus ramas, como si los guiaran por el lugar correcto. La naturaleza que los
rodeaba parecía agradecerles que la acompañaran. Con cada paso que
daban, se llenaban de la frescura del aire puro que los envolvía.
El día transcurrió en un ambiente relajado y animado entre los miembros
del grupo, excepto para Saúl y Sophie, que no podían olvidar que alguien de
los que estaba allí había querido perjudicarla.
Matías, maestro en hacer bromas de mal gusto, seguía refunfuñando cada
vez que tenía la oportunidad, mientras que Saúl mantenía la serenidad en
todo momento. Guille, incansable en su intento por desmantelar las teorías
de Saúl sobre el uso adictivo de los videojuegos, nunca conseguía alterar a
Saúl, que se mantenía imperturbable con cada provocación que recibía.
Ella era la única con la que parecía perder los papeles, al igual que le
ocurría a Sophie con él. Desconocía si era porque eran muy distintos o por
la evidente tensión sexual que había entre ellos. Solo con los ojos de Saúl
posándose en su cuerpo, se derretía, y eso la molestaba, porque no lograba
tener el control necesario para alejarse.
Varias horas después, decidieron montar las tiendas en un llano en el que
estaba permitido acampar. Era uno de los pocos sitios donde podían hacerlo,
siempre y cuando solo fuera una noche. Cada uno dormiría en su tienda,
algo que Sophie agradeció. No le habría importado dormir con Adelaida o
Nora, pero habría sido muy incómodo hacerlo con Alba.
Encendieron una hoguera, cenaron y, después, Saúl sacó una bolsa de
nubes de azúcar de postre para que las calentasen en el fuego.
—¿Quién quiere contar historias de miedo? —preguntó Guille—. A mí
me flipan, aunque no suelen darme impresión.
—No me sé ninguna —contestó Adelaida mientras pinchaba la nube de
azúcar en uno de los palos que había traído Saúl.
—Os aseguro que a veces las mayores historias de miedo se dan en la
realidad más que en la ficción —afirmó Sophie.
Todos la miraron. Saúl estaba sentado justo frente a ella, con los labios
curvados en una sonrisa. El reflejo de las llamas en su rostro le daba un
aspecto aún más enigmático y sugerente de lo que ya era. Sophie no fue
capaz de mantener la mirada y la desvió hacia el fuego.
—¡Vamos, Sophie! ¡Cuéntanos algún caso que sea alucinante!
—No es que sea alucinante, pero me sorprendió que una influencer y una
youtuber se hicieron famosas aconsejando a los padres y madres sobre
cómo educar a los hijos. La influencer mostraba una vida idílica; tenía seis
hijos. Hasta que un día uno de ellos se escapó y fue a casa de uno de los
vecinos. El menor estaba demacrado y desnutrido, presentaba heridas
abiertas y en sus extremidades tenía unas cintas adhesivas: su madre lo
había maniatado. Cuando fueron a la casa, varios de los niños estaban en la
misma situación.
—A veces pensamos que esas personas tienen una vida perfecta, y nada
más lejos de la realidad —dijo Javier—. Matías, pásame la bolsa de patatas
fritas.
—Hace tiempo escuché una frase que se me quedó grabada —dijo Nora
—. Ojalá la gente fuera tan feliz como aparenta, estuviera tan enamorada
como lo publica y fuera tan sincera como lo expresa.
Se quedaron en silencio, cada uno meditando lo que acababan de hablar,
hasta que Saúl hizo una pregunta.
—¿Qué haríais si no tuvierais miedo?
—Puenting —dijo Adelaida.
—Yo, pirarme de casa —contestó Guille.
—Todavía eres joven —añadió Alba—. Disfruta un poco de tus padres.
—Son un coñazo.
—Quizá te lo parecen porque estás siempre encerrado en la habitación
jugando y no te relacionas con ellos.
—Ya sale de nuevo tu lado de terapeuta. ¿No te cansas nunca, Saúl? —
protestó Guille, que tiró una piedra a la oscuridad de la noche.
—Yo, si no tuviera miedo a las consecuencias, mandaría a la mierda a
mucha gente —dijo Javier sin levantar la vista de sus manos.
—Eso creo que lo haríamos todos —confirmó Alba—. ¿Y tú Saúl? ¿Qué
harías si no tuvieras miedo?
Se quedó callado y su mirada se cruzó con la de Sophie.
—Suelo enfrentarme a mis miedos. En el pasado me asustaba
decepcionar a mi padre, por eso seguí los pasos que me marcaba, porque
quería que me admirara por ello. Hasta que me di cuenta de que estaba
traicionándome a mí mismo. Me aterró más descubrir en lo que me estaba
convirtiendo que defraudarlo a él. —Se frotó las manos y volvió a mirar a
Sophie—. Ahora, intento enfrentarme a un nuevo miedo que ha surgido en
mi vida, que choca con todo lo que siempre he creído.
La intensidad de los ojos de Saúl al mirarla provocó en Sophie un
estremecimiento. Sentía que esas palabras se las estaba diciendo a ella, y si
era así, no se esperaba que él pudiera tener miedo a lo que fuera que
estuviera surgiendo entre ellos.
—Vivir con miedo es como vivir a medias —respondió Sophie sin dejar
de mirarlo.
—Eso es lo que dicen en la serie que estamos viendo —contestó Nora.
Sophie asintió.
—Por cierto, ¿cuándo vamos a ver otro capítulo? Me he quedado con la
intriga —preguntó Matías.
—Depende de si avanzamos en nuestras tareas. Todavía tenemos que leer
las cartas, y espero que ya las hayáis escrito.
—Joe, Saúl. Tú sí que sabes amargar la noche. Se me había olvidado la
jodida carta —contestó Javier.
—Os doy dos días más.
Un rato después, conversaron sobre los planes para la semana siguiente y
apagaron el fuego antes de retirarse cada uno a su respectiva tienda para
descansar. Sophie, antes de cerrar la puerta, vio a Saúl, que estaba sentado
quitándose las botas para poder entrar en la tienda. Sus miradas se
encontraron, y él le dedicó una sonrisa mientras hacía un gesto con la mano
para desearle las buenas noches. Ella le imitó y le devolvió el gesto.
Entró en la tienda y se envolvió en el saco de dormir, pero le resultaba
imposible conciliar el sueño. Después de dar vueltas durante una hora,
maldiciendo al insomnio, decidió abrir la puerta de nuevo y salir a coger
aire. Se puso las zapatillas de senderismo y cogió el abrigo. Le vendría bien
andar un poco. En el silencio de la noche, no se percibía ningún sonido.
Parecía que todos dormían, excepto Saúl, en cuya tienda se veía una tenue
luz a través de la tela. ¿Él también tenía insomnio?
Se acercó despacio, evitando hacer ruido, pero, al pisar una rama seca, el
crujido retumbó como si estuviera equipado con un altavoz.
«Mierda».
Se dio la vuelta para alejarse, sin embargo, no le dio tiempo a
desaparecer antes de que él saliera.
—¿Sophie? —Ella se giró y lo miró—. ¿Querías entrar?
En el rostro de Saúl apareció una mueca sugerente y divertida.
—No, no —dijo, moviendo las manos demasiado rápido—. Es solo que
no podía dormir.
—No te aconsejo andar por el bosque a estas horas. —Hizo un gesto con
la mano—. Ven, pasa si quieres. Estaba leyendo.
—No te preocupes, lo mejor es que intente dormir un poco.
Él se acercó a ella y, con suavidad, la cogió de la mano.
—Estoy seguro de que lo que menos te apetece ahora es volver a la
tienda. Si quieres pasar, podemos hablar de esa conversación pendiente.
Sophie dudó por un instante, una duda que desapareció en un segundo,
porque enseguida se rindió a él y lo siguió.
«¡Qué poca fuerza de voluntad tienes, Sophie!».
Se quitaron los zapatos y entraron en la tienda. Aunque era espaciosa, al
estar ambos adentro, tuvo la sensación de que era más pequeña; no
importaba dónde se colocara, que sus piernas o sus brazos se rozaban.
—Puedes quitarte el abrigo.
Mientras Sophie se lo quitaba, Saúl encendió una pequeña lámpara led en
forma de corazón.
—Me la regaló Lucía —explicó él tocándose la nuca. Sophie sonrió—.
Ponte cómoda.
Saúl se quitó el abrigo y la sudadera y se quedó en manga corta.
—Estoy bien, solo tengo un poco de frío.
Él estrechó los ojos.
—Ven, toma esto.
Cogió una manta y se acercó a ella para colocársela sobre la espalda.
Cada vez que se acortaba el espacio entre ellos, su corazón latía de forma
alocada. Observó su perfil, sus labios gruesos —que ya había probado—, y
tuvo la tentación de acariciarle la mejilla, pero se resistió. Antes de alejarse
de ella, él se detuvo y sus ojos se posaron en su boca. Sophie pensó que iba
a besarla, sin embargo se separó y se sentó frente a ella.
—Creo que ha llegado el momento de que me cuentes por qué viniste a
Luz de Luna y qué es lo que has averiguado.
CAPÍTULO 27
Saúl la observaba con atención mientras esperaba una respuesta. Estaba
medio tumbado, apoyando el antebrazo en el suelo.
—Bueno, como sabes, vine por Camila, por su desaparición —susurró,
para que nadie los escuchara.
—¿Y qué es lo que sabes?
Sophie se abrazó las rodillas.
—Recibí un mensaje de un chico llamado David Hurtado. Me explicaba
que estaba preocupado por ella.
—¿David?
—Sí. Según él, vino preguntando por ella y le dijisteis que no podíais
darle ningún tipo de información.
—No me suena de nada. Tendré que preguntar a Mara si fue con ella con
quien habló, pero me extraña que no me lo haya contado.
—Según él, no era la primera persona que desaparecía.
Saúl se incorporó y frunció el ceño.
—Eso no es cierto. Hay personas que, al pasar por aquí, han dejado las
redes y se han desconectado de todo, pero no se han esfumado como ha
ocurrido con Camila.
Sophie soltó un suspiro, como si llevara consigo un peso enorme.
—Me dijiste que pensabas que le había ocurrido algo. ¿Por qué?
Él se amasó el pelo y levantó los hombros.
—Nos dejó una nota explicando que se iba, pero sus palabras no me
encajaban. Había mejorado desde que había llegado aquí, pero, solo unos
días antes, comenzó a cambiar su actitud. La volví a ver más esquiva, triste.
No sabía qué le estaba ocurriendo, pero había cambiado.
—¿Puede que tuviera algún móvil por el que se comunicaba con el
exterior?
—No lo creo. Siempre hemos confiado en las personas que vienen aquí
voluntariamente. A los que llegan un poco más obligados, como es el caso
de Guille, los observamos más por si pudieran tener algún teléfono
escondido.
—¿Has comprobado la información del móvil que traje yo?
Saúl clavó los ojos en ella.
—Sí, tenía que saber qué datos habías facilitado a tus compañeros. Existe
algo que se llama protección de datos y te lo has pasado por el forro.
A Sophie comenzó a entrarle calor. No le gustaba que la hubiera
descubierto y, en el fondo, se sentía algo culpable.
—Lo sé. Lo siento.
—No lo sientes, estás acostumbrada a hacer esto.
Se quedaron en silencio unos segundos.
—Necesito que me devuelvas el móvil —dijo Sophie, y se mordió el
labio.
Él desvió la mirada a su boca.
—Cuando volvamos, lo veremos juntos.
—Pero necesito saber qué me quería decir Hank. Justo cuando me
sorprendiste, leí que tuviera cuidado porque había averiguado algo.
Saúl se cruzó de brazos y miró hacia el suelo.
—La información que da no es relevante.
—¿Lo has leído? —Ella posó la mano en su brazo, emocionada.
—Sí, pero no puede ser, tu amigo no es tan bueno.
—Dime qué ponía, por favor.
Saúl la observó y suspiró.
—Decía que Javier podía estar implicado, que había visto un vídeo en el
que salía con Camila, haciéndole una entrevista.
Sophie abrió la boca sin saber qué decir.
—¿Por qué crees que no es posible que haya sido él? —preguntó ella.
—Porque él no encaja en el perfil, ni siquiera coincidieron en terapia.
Que aparezcan en un vídeo juntos no quiere decir que tenga algo que ver.
—Nunca se puede descartar a nadie. Te aseguro que durante estos años
he visto cosas que me han sorprendido mucho.
—En eso tienes razón —dijo Saúl, preocupado—. No me esperaba que
alguien pudiera grabarte y hacer lo que hizo. Por el ángulo de la grabación,
alguien estaba escondido cuando ocurrió lo del pájaro. Y el día que te
abriste en el grupo, la dirección de la cámara venía de la zona donde
dejamos las mochilas. —Se frotó el rostro con ambas manos—. Creo que
no soy tan buen detective como tú, porque no tengo ni idea de quién ha
podido ser.
Ella lo miró con determinación.
—Estoy segura de que encontraremos al culpable. Mientras tanto… —
Sophie colocó las manos en posición de rezo—. ¿Me enseñarás el móvil
cuando regresemos?
Saúl asintió con una sonrisa y se acercó a ella. Al acortar el espacio, el
calor aumentó dentro de la tienda. De nuevo, su proximidad la quemaba.
—¿Qué es Hank para ti?
Sophie frunció el ceño, no se esperaba esa pregunta.
—Es solo un compañero de trabajo.
—Un compañero peligroso. Es un hacker, ¿verdad? —Ella miró hacia un
lado y no le contestó—. Está bien, entiendo que no quieras hablarme de él,
dejémoslo por el momento, pero deberías tener cuidado.
La agarró de la mano y Sophie notó una agradable calidez entre sus
dedos. Su intensa mirada despertaba en ella sensaciones que no quería
reconocer.
—¿Me has contado todo lo que sabes? —murmuró Sophie.
Saúl desvió la mirada hacia abajo y se rascó la nariz.
—Por ahora, sí.
Ella estrechó los ojos. Hubo algo en la manera de decírselo que la
desconcertó. Esperaba que no le estuviera ocultando nada importante.
—Después de todo lo que ha pasado entre nosotros, sabes que lo mejor
es que no sea tu terapeuta.
—La verdad es que lo prefiero —dijo mientras desviaba la mirada.
—¿Por qué?
Se tocó la clavícula, ya estaba nerviosa de nuevo.
—Prefiero acabar lo que vine a hacer aquí.
—¿Es solo por eso?
Volvió a clavar los ojos en ella, esos ojos que con solo una mirada
provocaban que temblara como una hoja. Saúl levantó la mano despacio y
le acarició la mejilla. El roce serpenteó por su rostro hasta acabar debajo de
sus piernas, donde sintió un latigazo de placer.
—Creo que es mejor que me vaya —murmuró Sophie.
—¿Es lo que quieres? ¿Irte?
No. No quería salir de allí. Necesitaba tocarlo.
—Deberíamos centrarnos solo en el caso.
—Quiero besarte, Sophie. —Sin apartar los ojos de ella, se aproximó a
su rostro—. Dime que tú también lo deseas.
El suave roce de la piel de los labios masculinos en su boca fue tan sutil
que no sabía si el deseo que había atravesado su cuerpo se debía a su
cercanía, a la tortura de rozarla sin apenas tocarla o a la anticipación de lo
que podía estar a punto de ocurrir.
—Dijiste que no era lo correcto —murmuró.
—Así es, pero no te imaginas lo que he luchado por controlarme, y ahora
no hay nada que me impida besarte, ni siquiera yo mismo. —El corazón de
Sophie latía tan rápido y fuerte en su pecho que pensó que Saúl se daría
cuenta. Cerró los ojos al volver a notar su cálido aliento contra su boca. La
mano masculina se deslizó por su nuca y Sophie pensó que iba a besarla,
pero solo la rozó—. ¿Me deseas?
Estaba jugando con ella, un juego adictivo y excitante. Dejarse llevar no
parecía la opción más sensata, pero su cuerpo tenía sus propios planes y lo
anhelaba de una manera que eclipsaba cualquier otra atracción pasada.
—Saúl…
—Sí, quiero escuchar mi nombre en tus labios, pero cuando te corras
bajo mi cuerpo.
La mirada oscura y el tono profundo y ronco de su voz provocaron que la
humedad en su cuerpo se avivara en tan solo un instante. Sophie no pudo
resistirse más. Se inclinó para besarlo, pero él se apartó ligeramente.
—Pídemelo —exigió él.
Creía que Saúl se precipitaría con intensidad hacia su boca, pero estaba
equivocada. En cambio, él deslizó la lengua por el labio inferior de Sophie,
y un gemido escapó de sus labios. A pesar de la respiración profunda y un
poco agitada que observaba en él, parecía mantener por completo el control
de la situación.
Sophie anhelaba tener la fortaleza necesaria para negarle lo que pedía,
pero se encontró impotente frente a la atracción arrolladora que emanaba de
Saúl.
—Bésame —suplicó ella.
Saúl casi no la dejó terminar. La agarró de la nuca y hundió la lengua en
su boca. El beso fue posesivo, urgente y con una necesidad tan acuciante
como la que crecía en su interior.
Gimió excitado. La tumbó mientras saqueaba su boca. Sophie sentía el
peso del cuerpo masculino sobre ella, y su erección rozó esa parte que
deseaba que fuera acariciada por sus dedos. El deseo de desnudarlo y
experimentar el calor de su piel contra la suya sin barreras era abrumador,
pero sus compañeros estaban ahí, a tan solo unos metros. Podrían
escucharlos.
—Espera —dijo Sophie con la voz entrecortada—. Alguien puede vernos
desde fuera.
—Apagaré la luz.
—No. —Ella acarició su rostro—. Si lo descubren, puedes meterte en
líos por mi culpa. Es mejor que nos lo tomemos con calma.
—No lo entiendes, Sophie. Contigo no puedo mantener la calma. Mis
manos quieren tocarte; mis labios, besar tu cuerpo y descubrir cada parte de
ti.
Él volvió a besarla y ella gimió dentro de su boca. Le ocurría lo mismo, y
si hacía esto, no tendría la capacidad de pararlo porque ella también lo
deseaba con todas sus fuerzas, las que ya no le quedaban para intentar
detenerlo.
Fue Saúl el que, despacio, comenzó a besarla con menos intensidad.
Parecía que él había sido capaz de entrar en razón. Apoyó la frente contra la
de Sophie mientras intentaban calmar sus respiraciones agitadas.
—Lo siento, tienes razón. No debería insistir.
—No es eso. —Ella le acarició el pelo—. Lo deseo tanto como tú, pero
aquí hay alguien que quiere hacerme daño y seguramente a ti también. Hay
que tener cuidado.
Saúl resopló.
—Cuando pille a ese cabrón, lo voy a destrozar.
—He de irme.
Saúl asintió y la abrazó como si no quisiera alejarse de ella. Unos
segundos después, se separó y la besó con suavidad. Sophie se puso el
abrigo y le sonrió mientras él la agarraba de la mano.
—Ten cuidado.
Volvió a darle un breve beso en los labios y la dejó marchar.
CAPÍTULO 28
Durante la vuelta, Sophie y Saúl se regalaban risas y miradas cómplices,
evidenciando la sólida conexión que se estaba forjando entre ellos. Él ya no
despertaba lo peor en ella; de hecho, estaba adentrándose en esas capas de
las que hablaron en el e-mail. La misma Sophie se sorprendía de lo que
estaba descubriendo de sí misma: alguien que no se callaba lo que pensaba,
que no fingía y disfrutaba pasar tiempo con los demás.
Su mentalidad había experimentado un cambio significativo; ahora se
abría a sensaciones y emociones nuevas. Incluso lo ocurrido con su trabajo
ya no le parecía tan relevante, ya que al estar allí lograba relativizar y
desconectar del exterior.
—A mí no te creas que me hace gracia dormir en el bosque —dijo Guille
cuando ya estaban llegando a Luz de Luna—. Hay demasiados animales
salvajes sueltos.
—Tú sí que eres un animal salvaje —contestó Adelaida, mientras le daba
una suave colleja.
—Capulla.
Él corrió hacia ella para intentar alcanzarla, pero Adelaida era más
rápida. El resto sonreían viendo la escena hasta que a Sophie se le heló la
sangre al ver el coche que se acercaba hacia ellos.
—¿Mamá? —murmuró sin poder creérselo.
—¿Es tu madre? —preguntó Nora, que estaba a su lado.
Observaron cómo el vehículo gris oscuro aparcaba de mala manera y de
él salía Valeria dando un fuerte portazo.
—¡Sophie!
Se abrazó a ella y Sophie no le devolvió el saludo, los brazos no la
obedecían. No esperaba verla allí.
—¿Qué haces aquí, mamá?
Observó el rostro de su madre; sus ojos estaban hinchados y rojos, como
si hubiera llorado durante días.
—Vengo a buscarte, por supuesto, ¿qué otra cosa si no? Tenemos que
arreglar lo que han hecho en este lugar de mala muerte.
—No se pueden recibir visitas —respondió Saúl, que se colocó al lado de
Sophie sin dejar de mirar a Valeria. Esta se remangó las mangas de la
chaqueta y se enfrentó a él.
—Supongo que tampoco se pueden tener móviles y, sin embargo, han
subido un vídeo de mi hija diciendo barbaridades. —Valeria lo señaló con el
dedo—. Esto no se va a quedar así. Vamos a denunciar al centro. ¡Faltaría
más!
—Mamá, para. —Pero su voz había sonado demasiado baja.
—Coge tus cosas, nos vamos hoy mismo de aquí. —La sujetó del brazo
y empezó a tirar de ella hacia el coche—. Tu padre te está esperando en
casa, lo solucionaremos y…
—¡No! —Se separó de Valeria mientras el resto observaban la escena—.
No me voy a ir de aquí.
—No sabes lo que dices. ¿Qué pasa con la nominación a los
InfluencerShine? Si no vuelves, no vas a poder solucionarlo. Siempre ha
sido lo más importante para ti. ¿Vas a dejarlo también?
—Vamos a hablar en otro sitio —dijo Sophie, y en esa ocasión fue ella
quien la agarró de la mano para llevarla a su cabaña.
Mientras avanzaban, Valeria no dejaba de hablar.
—Estás loca. No sabes la gravedad de la situación que ha provocado ese
vídeo. Te van a quitar incluso la nominación y vas a perder el premio.
Tienes que volver o tu carrera estará acabada.
Sophie no pudo más y, antes incluso de llegar, se dio la vuelta y se
enfrentó a ella.
—No, mamá, no voy a volver. Voy a terminar lo que he venido a hacer
aquí y entonces regresaré a Madrid.
Valeria resopló, cada vez más molesta.
—¡Pero será demasiado tarde!
—¿Tarde para qué, mamá? ¿Para vivir una vida en la que no consigo
conectar conmigo misma? ¿Para demostrarme que los demás deben
quererme por mis éxitos en vez de por quien soy?
Su madre se llevó la mano a la boca.
—Esto es peor de lo que pensaba. ¡Dios santo! ¡Este sitio es una secta!
—Miró hacia el cielo—. Por favor, no dejes que pierda a mi hija aquí.
Sophie puso los ojos en blanco.
—Mamá, no seas melodramática.
—Pero ¿tú te has oído? ¿Acaso quieres perder todo por lo que has
trabajado?
Sophie estrechó los ojos.
—Pero si tú siempre has odiado que fuera influencer. ¿A qué viene ese
cambio?
Su madre desvió la mirada hacia el suelo.
—Quizá ya no puedas volver a ese trabajo, pero todavía podrías tener la
opción de seguir como modelo. Esas puertas no están cerradas.
Sophie sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La sangre se volvió hielo
dentro de sus venas de solo pensar que su mayor temor se hiciera realidad.
Creyó que ese mismo frío había llegado a su corazón y lo acababa de
detener. Regresar a ese mundo del que había huido, el que odiaba y que
nunca la hizo feliz, el que provocó que su madre y ella se alejaran la una de
la otra… Ni hablar, no lo haría.
—Ya veo —contestó Sophie, mirándola fijamente—. Esta es la
oportunidad que estabas buscando, ¿verdad? Porque ese ha sido tu objetivo
todo este tiempo, por eso nunca dejas de insistir en que vaya a eventos o a
ceremonias.
—Ese mundo es el que te conviene.
Sophie sintió cómo la rabia comenzaba a nacer en su pecho y apretó los
puños con fuerza. Necesitaba gritar.
—¡No, mamá! ¡Eso es lo que te conviene a ti! ¡Lo que tú siempre has
soñado! Pero yo no soy tú, ni quiero serlo. Tus sueños no son los míos. ¿No
lo entiendes?
Su madre abrió la boca y se llevó la mano al pecho.
—¿De qué estás hablando? Siempre hemos estado juntas en esto. Lo
único que he hecho durante toda mi vida ha sido apoyarte y ayudarte con tu
carrera de modelo.
Sophie dejó que un suspiro se escapara de sus labios mientras meneaba
despacio la cabeza. Su madre verdaderamente pensaba que le había hecho
un favor desde que era una niña. Con gesto resignado, Sophie se dio la
vuelta y comenzó a andar.
—Hija, ¿a dónde vas?
—Vamos dentro, tenemos que hablar.
Su madre la siguió. Sus pasos resonaban en el silencio y la gran brecha
que había entre ellas parecía aún mayor con cada paso que daban. Al entrar,
Sophie invitó a su madre a sentarse con un gesto sutil de la mano. Valeria se
acomodó en el sofá, sin embargo, Sophie, inquieta, no dejaba de moverse de
un lado a otro de la habitación. Quería decirle tantas cosas que no sabía
cómo empezar.
El aire estaba cargado de una tensión apenas contenida. Con un suspiró
que resonó en la habitación, se sentó a su lado. Había llegado el momento
de enfrentarse a la verdad. Respiró hondo, reuniendo el coraje necesario, y
la miró.
—Mamá, no fui feliz de niña a tu lado. —Los ojos de Valeria se abrieron
por la impresión, pero no la interrumpió—. Siempre hice lo que me decías:
ponía buena cara, fingía una sonrisa, era amable aunque las demás niñas no
lo fueran conmigo. Sin embargo, lo único que quería era tener una vida
normal: ir al colegio, jugar con los amigos, disfrutar de una niñez que nunca
tuve. Y todo porque tú no lo lograste en el pasado y proyectaste tus sueños
en mí sin ni siquiera preguntarme qué quería yo.
—Pero estabas contenta…
Su madre se puso pálida por lo que le acababa de decir.
—No, no era así. Te lo dije varias veces. Estoy segura de que veías mi
cara triste, sin alegría, y que en más de una ocasión fuiste consciente de que
lloraba cuando me sacabas del colegio para ir a algún certamen.
—No sigas. Con lo que estás diciendo, me haces parecer una bruja.
Pero Sophie continuó. Ya no iba a detenerse.
—Yo solo deseaba tener una madre que me quisiera por cómo era, que
me escuchara, que jugase conmigo, que fuera cariñosa sin ser tan estricta.
Porque, a cada paso que daba, tú estabas ahí para recordarme lo poco
valiosa que era. Mi anhelo era sencillo: encontrar el amor y la aceptación en
tus ojos, pero, en cambio, me encontraba perdida en la búsqueda constante
de tu aprobación, una aprobación que siempre se escapaba entre mis dedos.
—¡No digas eso! —Valeria la agarró de las manos y se aproximó más a
ella—. Eres lo que más quiero en el mundo, por eso siempre he sido un
poco más exigente. Mis padres nunca me dieron una oportunidad,
ignoraban lo que de verdad amaba, no me escucharon ni lucharon por mis
sueños. Estaba sola y tuve que renunciar a todo.
—Pues sin querer provocaste el mismo efecto en mí, porque no tenía ni
voz ni voto, no contabas con mi opinión. Cuando estaba contigo, siempre
me sentía sola.
Valeria bajó la mirada hacia las manos de Sophie. Un inusual silencio se
había apoderado de ella. Ninguna de las dos hablaba, como si su madre
estuviera asumiendo todo lo que acababa de escuchar. Unos instantes
después, Valeria alzó la mirada y la sorprendió lo que vio en sus ojos: una
mirada de profunda tristeza.
—Lo siento mucho. Lo creas o no, siempre he querido lo mejor para ti.
No pensé que te había hecho tanto daño. —Su madre se levantó como si el
cuerpo le pesase una tonelada—. Mejor me voy ya.
Valeria fue hacia la puerta, resignada.
Sophie se sentía mal, no quería que se marchara de esa manera. ¿Había
sido demasiado dura con ella? Nunca antes le había hablado de esa forma,
pero una de las enseñanzas importantes que había aprendido en el centro era
que guardar las emociones, a la larga, solo generaba daño y sufrimiento.
Entonces, ¿por qué no se sentía mejor?
Se acercó a ella y, justo antes de que su madre abriera la puerta, la cogió
de la mano. Valeria se giró y la miró con lágrimas en los ojos. Sophie
limpió con su pulgar una lágrima que se deslizaba por la mejilla de su
madre.
—Mamá, no quiero que te vayas así.
Valeria acunó el rostro de Sophie.
—No te preocupes, hija, necesito pensar en todo esto que me has dicho.
Mientras tanto, si quieres quedarte, hazlo. Te informaré si se sabe algo de la
nominación.
Ella asintió. No le gustaba verla tan afligida, sin embargo, quizá era lo
mejor. Ahora sería Sophie quien tendría que darle el espacio que su madre
le estaba pidiendo.
CAPÍTULO 29
Sophie envolvió la taza de café entre sus manos, sintiendo cómo el calor
fluía entre sus dedos. Desde la conversación con su madre esa mañana, una
contradicción interna no la dejaba tranquila. Por un lado, experimentaba
una sensación de alivio, como si se hubiera despojado de un peso que la
oprimía, pero, por otro, el rostro dolorido de su madre continuaba grabado
en su mente. No le agradaba verla así, aunque albergaba la esperanza de que
haber sido sincera con ella pudiera ser el cimiento para mejorar su relación
madre-hija en el futuro.
Por primera vez, Sophie contempló la posibilidad de que su madre
estuviera dispuesta a que trabajaran juntas para entenderse mejor. En otro
momento habría luchado hasta el cansancio para que se fuera de Luz de
Luna, recurriendo incluso a palabras hirientes o que la llenaran de miedo
con tal de alcanzar su objetivo. No obstante, en esa ocasión, no fue así;
había respetado su decisión y lo más importante: la había escuchado.
Cuando acompañó a su madre al coche, Sophie sintió por primera vez en
mucho tiempo la necesidad de estar un rato más con ella, sin embargo,
debía dejarla ir.
Mientras miraba por la ventana del comedor de la casa principal, pensó
en la incertidumbre que la envolvía al no saber qué iba a ocurrir con su
vida. Su madre, la nominación, Camila, su trabajo, Saúl…
Escuchó voces fuera del cuarto y salió para ver qué ocurría.
—¡Es injusto, tío! Solo quiero ver unos vídeos más.
Lucía tenía un móvil en la mano y Saúl estaba con los brazos cruzados
mientras la miraba de forma autoritaria.
—Ya ha pasado el tiempo. Dámelo, por favor.
—Eres un exagerado. Solo miraba cómo jugaban unos niños.
Saúl resopló.
—¿En serio? En vez de estar jugando tú, te pones a ver cómo lo hacen
otros a través del móvil. ¿No te das cuenta de lo tonto que es eso?
—Tú sí que eres tonto.
—Lucía… —El tono de voz de Saúl sonó a advertencia.
En ese momento apareció Mara. Ninguno de los dos parecía haberse
dado cuenta de que Sophie estaba ahí.
—¿Qué está pasando? —dijo ella.
—Tu hija, que quiere seguir con el móvil.
—¿Ya estamos? Saúl, déjala, no pasa nada. La mayor parte del tiempo
está ayudando, juega o lee algún libro. No seas tan radical.
Saúl se pasó las manos por el pelo.
—Te vas a arrepentir, tú mejor que nadie deberías saberlo.
—Hay que buscar un equilibrio —contestó señalándolo con el dedo,
enfadada—. Al final, siempre discutís por lo mismo. De verdad, no lo
entiendo. Lucía, dale el móvil a tu tío y ve a hacer los deberes.
—¡Pero mamá!
—Ni mamá ni memé.
Lucía se lo devolvió de mala gana y corrió hacia su cuarto, llorando.
—Al final, de tanto prohibírselo —dijo Mara, que lo señaló con el dedo
—, lo único que vas a conseguir es que, cuando tenga dieciséis años, lo coja
con tantas ganas que no nos hará ni puñetero caso. ¿No es mejor educarla
ahora sin ser tan estricto?
—Aún es muy pequeña. Si por mí fuera, no se lo dejaría ni cinco
minutos, pero quedamos que podría tenerlo en ocasiones contadas y durante
un tiempo muy corto. Ya había pasado ese tiempo.
Mara respiró hondo.
—Saúl, estoy cansada, espero de verdad que no te estés equivocando con
esto porque…
Sophie se había movido para retirarse en silencio; no le parecía bien estar
escuchando la conversación. Sin embargo, en ese preciso instante, Mara
captó su presencia y Saúl se giró hasta que sus miradas se cruzaron.
—Perdón, estaba en el comedor y he escuchado voces. Ya me iba.
—No, tranquila, el que se va soy yo. —Miró a Mara y añadió con gesto
serio—: Espero que no te arrepientas de esto. Tú mejor que nadie sabe el
peligro que tiene esta mierda.
Antes de salir por la puerta, se detuvo y se dirigió a Sophie.
—¿Todo bien con tu madre? —Ella asintió—. Hablamos luego, ¿vale?
—De acuerdo.
Saúl le dedicó una suave sonrisa y salió por la puerta principal sin mirar
atrás. Mara y ella se quedaron a solas.
—Sabes que no soy muy fan de tu hermano, pero en esta ocasión estoy
de acuerdo con él. —Mara levantó las cejas, sorprendida. Incluso ella
misma lo estaba. Las palabras salieron de su boca sin pensarlo—. Lucía ha
dicho que estaba viendo vídeos de cómo jugaban otros niños y Saúl le ha
dicho que, para ver eso, mejor que jugase ella.
Mara se dejó caer en una silla que había al lado de la puerta.
—A veces es demasiado intenso y parece un niño. Es como si tuviera dos
hijos que no paran de pelearse, sobre todo con el tema de las pantallas.
—Bueno, al menos tiene a alguien que se preocupa por ella tanto como
tú. Eso es lo importante.
Mara asintió.
—¿Te importa acompañarme al comedor? Podemos tomar un café juntas
—sugirió Mara con un hilo de voz.
Se miraron por un instante; Mara, con miedo a que le dijera que no y
Sophie, sin querer negarle su compañía.
—Sí, vamos.
Entraron y Mara se sirvió un café. Sophie se acarició el brazo al sentir un
escalofrío. Aunque no hacía frío en la sala, de pronto parecía estar helada.
—¿Quieres uno?
—No, gracias, acabo de tomármelo.
Se acomodaron en una de las mesas junto a la ventana, donde sus rostros
se reflejaban debido a la oscuridad en el exterior.
—¿Qué tal con tu madre? —Mara carraspeó—. Espero que lo hayáis
podido solucionar.
Sophie cogió una servilleta y comenzó a juguetear con ella.
—Bueno, ya sabes cómo es mi madre, insistente y cabezota. Aunque esta
vez me ha sorprendido para bien.
—Me alegra que haya sido así. ¿Es por algo que le has dicho?
Sophie se sorprendió por su intuición.
—Sí. Las palabras han brotado de mi boca como flechas y no he podido
detenerme. Alguna vez le tiro indirectas, pero nunca había sido tan sincera
con ella como hoy.
—Se habrá quedado impactada, pero has hecho muy bien. Esas palabras
que a menudo no pronunciamos quedan atrapadas en el pecho y van
formando un nudo que se hace cada vez más grande hasta que nos ahoga.
Se quedaron en silencio durante un rato hasta que Mara lo rompió:
—Me gustaría explicarte unas cuantas cosas del pasado.
—¿Del pasado? —Sophie se cruzó de brazos y se inclinó hacia atrás en
la silla—. Creo que no es necesario, no tienes que darme ninguna
explicación.
—Necesito hacerlo para que ese nudo deje de ahogarme a mí.
Sophie se estaba poniendo a la defensiva por las palabras de Mara. A
pesar de no querer recriminarle nada, anhelaba liberarse de esa constante
sensación de reproche hacia ella.
—Reconozco que me sentí muy dolida por tu alejamiento, pero no soy
quién para juzgarte. Debo ser yo quien lidie conmigo misma y supere ese
dolor que me provocó nuestra separación. No me debes nada, Mara.
Su antigua amiga posó la mano en su brazo y Sophie la miró.
—No lo entiendes. Desde que nos separamos, nunca he dejado de pensar
en nuestra amistad. Para mí fue tan importante como para ti, pero hubo un
momento en que me perdí a mi misma y después no me sentí digna de
recuperar tu amistad.
Sophie alzó las cejas, sorprendida, y se apoyó en la mesa mientras Mara
miraba hacia otro lado.
Aunque le aterraba desenterrar el pasado, Sophie estaba dispuesta a
enfrentarse a él. Tenía que darle la oportunidad de explicarse.
—¿Qué te ocurrió?
—No pude superar la muerte de mi padre. —Mara se toqueteaba los
dedos, incapaz de mirarla—. Me sentí atrapada, y más cuando mi madre
quiso que nos mudásemos a otra ciudad. Fue muy duro, porque mi vida
cambió drásticamente. Ya no estaba en el mismo colegio ni en el mismo
barrio y tampoco te tenía a ti cerca. —Mara miró a Sophie y esta vio brillar
el dolor en sus ojos—. Pasó un tiempo y mi madre conoció a Julio, el padre
de Saúl. La veía feliz, pero yo era incapaz de seguir adelante. Me quedaba
días enteros en la cama, no quería ir al colegio, no hablaba. Mi madre,
preocupada y desesperada por no saber qué hacer, me ingresó en una clínica
para la depresión, ya que durante mucho tiempo no quise vivir.
—¿Estuviste ingresada? —murmuró Sophie.
—Sí, varias veces. Cuando salí la primera vez, me encerré en mi
habitación. Pasaba horas sin salir. Había hecho amigos virtuales y me sentía
bien, perdía la noción del tiempo sin la necesidad de tener amigos fuera.
Podía ser como quisiera, me entendían. Así evitaba enfrentarme a la
timidez, la hiperexigencia, los complejos y el miedo que sufrimos en la
adolescencia. Hasta que Saúl, con el que me llevaba muy bien, se dio
cuenta y me fue ayudando a salir de ahí.
Sophie pestañeó varias veces, procesando la información. No podía sino
imaginar lo difícil y frustrante que debió ser para él ver a Mara sumida en
esa angustia.
—Ahora entiendo muchas cosas —contestó—. Por eso tu hermano es tan
estricto con esto.
—Sí, pero también tiene otros motivos, aunque conmigo vivió de
primera mano lo que provoca ese aislamiento. Ingresé de nuevo en la
clínica y descubrí el mindfulness y el yoga. Fueron un gran salvavidas para
mí. Me ayudaban a controlar todos esos mensajes que mi mente no paraba
de darme una y otra vez, castigándome y juzgándome. Por fin tenía
esperanza e ilusión.
—Debió ser muy duro —dijo Sophie, dejando caer su mano con ternura
sobre el brazo de Mara.
—Lo fue, y también lo fue perderte a ti.
Los ojos de Mara estaban vidriosos cuando sus miradas se encontraron.
En ese instante, el corazón de Sophie dio un salto, sintiendo la pesadez del
pasado y la vulnerabilidad del presente.
—Nunca pensé que te sentirías así.
—No se lo deseo a nadie, pero también ha sido gracias a lo que me pasó
que me he convertido en la persona que soy ahora.
—¿Y Lucía?
—Sufría altibajos emocionales. Las pocas veces que salía, bebía y me
dejaba llevar, tanto que un día lo hice con un chico que me atraía desde
hacía tiempo. Era un chico problemático que jugueteaba con las drogas.
Nunca supo que estaba embarazada; poco después de enterarme, él murió
por una sobredosis.
»Mi madre y Julio me apoyaron, y también Saúl. Ese fue el punto de
inflexión. Durante el embarazo retomé el yoga, que me ayudaba a estar más
serena. Después llegó Lucía y, aunque era agotador, decidí que tenía que
salir adelante y luchar, no solo por mí, también por mi hija.
—Eres una mujer muy valiente, Mara.
—Igual que tú, Sophie. —Se agarraron de las manos.
—Perdóname —dijo Mara.
—No tengo nada que perdonarte.
—Sin que tú lo supieras, estuve ahí. —Sophie frunció el ceño—. Unos
años después, te busqué por las redes. Vi que eras influencer y que cada vez
tenías más seguidores, te seguía en silencio hasta que me atreví a hablarte.
Mi perfil es @alwayscairde.
Sophie se quedó helada. Esa seguidora que siempre la había apoyado, la
que había estado animándola cuando su abuelo murió, ¿era Mara?
CAPÍTULO 30
—¡¿@alwayscairde eres tú?! —Se llevó las manos a la cabeza—. ¡No me lo
puedo creer!
—Sí. Al menos de esa forma me sentía cerca de ti, pero no me atrevía a
decirte quién era en realidad. Cairde significa «amigas» en irlandés.
—Siempre amigas… —murmuró.
Sophie la observó todavía con la sorpresa en el cuerpo. Nunca, ni en sus
sueños más locos, se habría imaginado que esa persona con la que había
conectado a través de las redes fuera su amiga de la infancia. Sabía que
tenía una hija, que trabajaba ayudando a los demás y practicaba yoga. No se
le ocurrió ni por un momento que fuera ella.
Habían compartido risas, confidencias, y sintió constantemente su apoyo
a través de la pantalla. Durante su estancia en el centro, había echado de
menos sus conversaciones.
—Debiste contármelo —murmuró—. No te imaginas lo mucho que me
ayudaban tus mensajes. Cuando falleció mi abuelo, estuviste ahí,
apoyándome. Siempre pendiente de mí y te alegrabas de cada cosa que me
iba saliendo bien.
—Así es. Me alegraba ver cada triunfo que conseguías. En muchas
ocasiones tuve la tentación de decírtelo, pero me daba miedo que ya no
quisieras volver a hablarme, por lo que preferí tener una amistad a distancia
en lugar de perder todo contacto contigo.
Sophie pensó en esa opción. ¿Qué hubiera ocurrido si Mara le hubiera
confesado quién era? Casi con toda probabilidad, Sophie se hubiera cerrado
en banda, negándose a escuchar cualquier explicación.
Se llevó la mano a la nuca mientras dirigía la mirada al suelo. El orgullo,
la soledad y el vacío se podrían haber evitado si no se hubiera dejado llevar
por las sombras que su propia mente tejía a su alrededor, aquellas voces que
la susurraban que todos la abandonaban, que no era suficiente para los
demás.
Mara había deseado seguir siendo su amiga, a pesar de no poder contarle
quién era, solo para estar presente en su vida, y lo peor era que no se lo
había confesado por miedo a perderla.
—¿Qué piensas? —preguntó Mara.
Sophie mantenía la cabeza baja, incapaz de mirarla.
—Que ahora me siento como una estúpida. Saúl me dijo que tenía que
hablar contigo y me negaba. Siento mucho no haber estado a tu lado cuando
lo pasaste tan mal, quizá podría haberte ayudado.
—Sophie, mírame. —Ella lo hizo, aunque en sus ojos solo iba a
encontrar vergüenza y arrepentimiento—. En ese momento alejé de mi lado
a todo el mundo, no habrías podido ayudarme. Lo importante es el ahora y
que por fin el destino nos ha unido de nuevo. Me gustaría no volver a
perderte.
Ambas sonrieron y se levantaron para abrazarse con fuerza. La calidez de
ese abrazo la reconfortó tanto que sintió que otra capa de su interior se
desvanecía, dejando espacio para las emociones que habían definido su
amistad en el pasado. La confianza, el cariño y el apoyo, elementos que
siempre habían caracterizado su relación, resurgían como antiguos tesoros
enterrados.
—Yo tampoco quiero perderte.
Permanecieron así durante un rato, como si esa unión física estuviera
creando un vínculo en el que su amistad aumentaba a cada segundo que
permanecían ancladas una con la otra.
—Bueno. —Mara se frotó las manos—. ¿Qué te traes con mi hermano?
Sophie notó cómo le subía el calor en el rostro.
—Nada… Ya te ha contado por qué estoy aquí, ¿no? —Mara asintió—.
No he hecho las cosas bien, pero necesitaba venir a Luz de Luna para
encontrar a Camila.
—Desde el momento en el que te vi en el centro, supe que habías venido
por eso.
—¿De verdad? —preguntó con las cejas levantadas.
—Sí. Y más siendo Camila, pero nunca le conté nada a Saúl sobre mis
sospechas. De todas formas, él no es tonto y también sospechaba lo mismo.
No sé si es por eso que habéis chocado tanto desde que llegaste.
—Tú hermano es un poco intenso.
Mara se rio.
—Igual que tú. Sois tal para cual.
Sophie resopló.
—Me vas a comparar.
Ambas sonrieron.
—¿Has averiguado algo? —preguntó Mara.
Sophie le contó lo mismo que había hablado con Saúl.
—No conozco a ese tal David. ¿De verdad estuvo aquí?
A Sophie comenzó a extrañarle que ninguno de los dos hubiera hablado
con él. Tenía que contactar con Hank y averiguar qué estaba pasando.
—Eso dice él. ¿Y tú? ¿Tienes alguna sospecha?
—La única persona que coincidió con ella en terapia fue Matías, pero
apenas hablaban entre ellos.
—¿Matías estuvo aquí con ella?
—Sí, pero él no desapareció en ningún momento. Saúl y yo fuimos a
buscarla por el pueblo cuando leímos la carta, sin embargo, no la
encontramos.
—¿Qué decía en la nota?
—Que sentía no continuar en el retiro, pero que se había dado cuenta de
que Luz de Luna no era para ella y que nos agradecía mucho todo lo que
habíamos hecho.
—¿Crees que la escribió Camila?
—No lo sé. Lo que pensé fue que lo había escrito corriendo; apenas se
entendía la letra y lo que decía era muy impersonal.
De pronto, sonó el timbre de la entrada y ambas se sobresaltaron.
—Creo que es el cartero.
Sophie observó a Mara, cuyos labios se curvaron en una sonrisa radiante
al nombrarlo, y salió escopetada hacia la puerta. La siguió, intrigada. Al
abrir, entendió por qué se había puesto tan contenta al escuchar el timbre.
Frente a ellas había un hombre moreno y fuerte, con barba de tres días y
con unos intensos ojos oscuros que no dejaban de mirar a Mara.
—Hola, Fer.
—Hola, preciosa. Hoy vengo cargado.
Sacó varios sobres grandes junto con otros más pequeños y se los
entregó a su amiga. No le pasó desapercibido que él rozó sus dedos al
hacerlo.
—¿Mucho trabajo? —preguntó ella, que le daba conversación para que
no se fuera tan pronto.
—Sí, la verdad es que sí, pero no me quejo.
El hombre sonrió y se le formó un hoyuelo en la mejilla. Sophie
carraspeó.
—¡Oh! —exclamó Mara, que de pronto fue consciente de su presencia
—. Esta es Sophie, una amiga.
Mara y ella se miraron y Sophie sonrió.
—Encantada. Estarás cansado. ¿Por qué no entras a tomar un café? —
preguntó Sophie.
—Ehhh. —Él miró a Mara, esperando su aprobación.
—Sí, pasa.
—Bueno, he de irme —contestó Sophie mientras Mara estrechaba los
ojos, consciente de la jugada que acababa de hacer—. Un placer, Fer.
Salió por la puerta y los dejó solos. Estaba claro que se gustaban,
esperaba que alguno de los dos diera el siguiente paso. Deseaba que su
amiga fuera feliz. «Amiga». Esa palabra resonó en su mente. ¿Era pronto
para volver a llamarla así? La historia que había vivido Mara en el pasado,
junto con la confesión de que ella era esa persona con la que había hablado
a menudo a través de las redes, marcó un punto de inflexión. Le demostró
que, para Mara, sí había sido importante su amistad y, ahora que habían
vuelto a conectar, no pensaba renunciar a ella de nuevo.
De caminó hacia la cabaña, no pudo evitar pensar que el día había sido
muy intenso, primero con su madre y luego con Mara. En ese lugar no
dejaba de vivir emociones a cada instante.
Cuando llegó, se dejó caer en el sofá y se fijó en la mochila que estaba en
el suelo. Ahí estaba la carpeta donde había impreso todo lo relacionado con
el asesinato de los dedos cortados. Se levantó, la cogió y regresó al sofá,
donde se envolvió con una manta. Sacó los papeles que contenían las
autopsias de los dos cuerpos, las fotografías de las víctimas y el informe
policial, todo ello gracias a las manos de Hank.
Si la policía descubría que poseía toda esa información, estarían en
problemas, sin embargo, eso era algo que asumían como parte del trabajo
que realizaban.
Volvió a leer la autopsia por si se le había escapado algún detalle
importante. Un fuerte golpe en la cabeza fue la causa de la muerte de
Gloria. Tenía también un pinchazo en el hombro y, en la sangre analizada,
descubrieron que la habían drogado con una sustancia llamada Hipnodrix
para dejarla inconsciente. No había sido forzada sexualmente.
Observó la fotografía de Gloria. Era muy joven, delgada, con el pelo
corto y sonreía, ajena al destino que la esperaba. Llevaba unos pendientes
en forma de guitarra. ¿Dónde los había visto antes? No era la primera vez
que los veía, pero su mente se negaba a colaborar, incapaz de recordarlo.
Intentó concentrarse hasta que, unos minutos después, la imagen llegó a su
memoria, clara y nítida. ¡Bingo!
Recogió sus cosas con rapidez y se guardó la foto. Se apresuró hacia la
casa principal y abrió la puerta. No había nadie en el comedor, pero pronto
el grupo estaría allí. Se encaminó al despacho de Saúl. Llamó, pero no
obtuvo respuesta, por lo que abrió la puerta y decidió esperarlo dentro.
Pensó que no tardaría en volver.
El portátil estaba encendido. Se acomodó en la silla y abrió la plataforma
donde se emitía la serie que habían estado viendo. Introdujo su clave, ya
que tenía contratado el servicio. Accedió al capítulo que buscaba y le dio
hacia delante hasta que se detuvo en una imagen.
—Ahí estás —murmuró.
En el monitor se veía a los protagonistas congelados agarrándose
mientras bailaban juntos. Justo al lado, había otra pareja: la mujer sonreía al
hombre, que la agarraba de la cintura. Se acercó más a la pantalla. No había
duda, eran los mismos pendientes en forma de guitarra y los llevaba la
misma persona: Gloria.
CAPÍTULO 31
Sophie recordó que en las noticias habían mencionado que Gloria trabajaba
de maquilladora y estilista. Cuando Sophie, Hank y Nozomi lo investigaron,
descubrieron que solía trabajar para actores y actrices, a los que maquillaba.
No se imaginaron que ella misma hubiera salido en un papel secundario en
alguna película o serie.
Sophie comprobó la hora. ¿Dónde demonios estaría Saúl? Necesitaba
verlo y, además, debían hablar sobre Camila. No le gustaba admitirlo, pero
echaba de menos estar con él. Cada día se sentía más a gusto a su lado, y
cuanto más lo conocía, más la atraía.
El sonido de una vibración la sacó de sus pensamientos. Cerró la pantalla
del portátil y vio que su móvil estaba sobre la mesa, el mismo que había
estado utilizando para comunicarse con Hank y Nozomi. Saúl le había
pedido que verificaran siempre los mensajes cuando estuvieran juntos, para
no ocultarse nada el uno al otro. Entendía que desconfiara de ella; lo había
engañado desde que había entrado en Luz de Luna y quería demostrarle que
podían trabajar juntos.
El móvil volvió a vibrar, y la pantalla se iluminó con un mensaje. Echó
un vistazo a la puerta, pero Saúl seguía sin aparecer. Debía esperar a que
llegara, pero las manos se movieron hacia el teléfono como si no pudiera
controlarlas. No estaba haciendo nada malo; en cuanto Saúl estuviera allí, lo
verían juntos. ¿Qué más daba que lo viera ella un poco antes? Agarró el
móvil y se lo llevó al pecho, dudando si abrirlo o no. Se recostó hacia atrás
en la silla y finalmente decidió leer el mensaje de Hank.
Espero que estés bien. Haces bien en no
regresar durante un tiempo. Aquí todavía
están muy recientes los vídeos de mierda
que han subido sobre ti, pero daré con
quien los ha hecho y le pondré las cuentas
del banco a cero al muy gilipollas.
Me comentaste que, según el terapeuta
ese de pacotilla que tienes ahí, nadie
repetía la terapia ni había acudido de
nuevo a Luz de Luna, excepto una persona.
Creo que se refiere a Matías. Ese tío está
muy perdido en la vida, está como una
cabra. Estoy investigándolo; en cuanto
tenga más datos, te lo diré. Sin embargo,
hay una cosa que me extraña. El
troglodita, como tú lo llamas, afirma que
solo una persona ha regresado y ha
repetido la terapia. Está mintiendo: Alba
también está allí por segunda vez.
Habla con él y me cuentas. Espero
noticias tuyas. Sé buena.
Sophie apretó con fuerza el teléfono, sintiendo cómo las imágenes de
esas miradas cómplices con Alba y del día del baile en el que estaban
discutiendo se colaban en su mente. ¿Por qué él se lo había ocultado? Una
oleada de calor le subió por el cuello; ansiaba encontrarse con Saúl y
obtener una explicación convincente sobre por qué había mentido y
descubrir qué significaba Alba para él.
Salió al pasillo y escuchó voces en la sala donde solían hacer las terapias.
Se aproximó con cautela y reconoció la voz de Alba. El corazón latía
alocado en su pecho según avanzaba en esa dirección. Al llegar, la puerta se
encontraba entreabierta, lo que le permitió ver a Saúl, que estaba frente a
Alba, quien lo sujetaba del brazo.
—¿No te das cuenta de que podrías echar a perder tu profesión? Estás
siendo un insensato.
—Alba, ya lo hemos hablado.
—Lo sé, pero no lo entiendo. Te estás equivocando. Deberías ser
consciente de lo que de verdad te conviene…
Sophie observó cómo Alba lo agarraba de la nuca y se disponía a besarlo.
Saúl se alejó y le sujetó la mano, apartándosela. En ese instante, él desvió la
mirada hacia Sophie, que al verse descubierta se fue a toda prisa de allí.
—¡Sophie! ¡Espera!
Escuchó la voz de Saúl detrás de ella, pero lo único que deseaba era
abandonar la casa lo antes posible. Justo cuando iba a abrir la puerta
principal, él la agarró del brazo.
—¡Suéltame! —exclamó a la vez que lo miraba con rabia y rencor.
—Vamos a mi despacho.
—No. Me largo.
—Sophie, por favor, necesito hablar contigo.
Ella levantó una ceja.
—¿Para engañarme de nuevo?
—¿De qué coño estás hablando?
En ese momento apareció Alba.
—Será mejor que te vayas, por favor —dijo Saúl dirigiéndose a Alba—.
Luego hablamos.
—No, la que se va soy yo.
Sus ojos se posaron en ella de nuevo y frunció el ceño.
—Ni lo sueñes. ¿Prefieres que aclaremos todo aquí? En breve, vendrán
todos a comer. Solo hay dos opciones: o hablamos aquí, o vamos a mi
despacho. Tú eliges.
Cómo la exasperaba ese hombre. Era tan cabezota como ella, pero esa
vez cedería porque no quería dar un espectáculo delante de sus compañeros.
Sin dignarse a mirarlo, se dirigió hacia su despacho y él la siguió de cerca.
Escuchó cómo cerraba la puerta y se giró para enfrentarse a él.
—No es lo que piensas —dijo Saúl, ahora con una voz más calmada.
Intentó acercarse a ella, pero Sophie retrocedió.
—No tienes que darme explicaciones.
—Por el cabreo que tienes, me parece que sí.
—No es por eso. Estoy cabreada porque no me dijiste que Alba ya había
estado aquí antes. Me dijiste que solo había vuelto una persona, y ese es
Matías. ¿O me equivoco?
Saúl colocó las manos en su cintura y desvió la mirada hacia la mesa.
—¿Has cogido el móvil?
—Sí, te estaba esperando y, al ver que no venías, he leído un mensaje
que ha enviado Hank. —Sophie lo señaló con el dedo—. Y no te vayas a
poner a darme sermones, que tú eres el primero que me ha ocultado
información. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Ven, siéntate.
—No.
Él puso los ojos en blanco y se acercó un poco hacia ella.
—Quería hablar con Alba primero. Decirle que íbamos a investigar
juntos para luego poderte contártelo todo.
Las cejas de Sophie se elevaron en un arco perfecto, sus ojos se abrieron
más de lo habitual y sus labios se entreabrieron en una sutil muestra de
asombro e incredulidad.
—¿Tenías que pedirle permiso? ¿Estáis liados?
—La primera vez que vino aquí, la ayudé con su adicción a las compras
online. Te aseguro que siempre he sido profesional con ella.
—Como lo eres conmigo, ¿no?
Saúl acortó el espacio que los separaba y la agarró del brazo con
suavidad.
—Nunca, escúchame bien, nunca me he liado con una paciente.
—Excepto conmigo.
—Así es. Me he sentido mal, intenté evitarlo, me castigué por ello. No sé
qué me pasa contigo.
Acarició su mejilla, pero ella lo apartó.
—Si me has ocultado que ella también había estado aquí, es porque me
estás mintiendo por algo.
—Por eso tenía que hablar con ella.
—¿A eso le llamas hablar? Creo que quería meterte la lengua hasta la
garganta.
—¿Estás celosa? —Levantó una ceja y su boca se curvó.
Sophie bufó.
—Mejor me voy.
Él la agarró de la cintura para detenerla.
—Es poli. Alba es policía.
Lo miró desconcertada.
—¿Cómo?
—Es amiga de Mara desde hace tiempo. Vino aquí buscando ayuda para
superar su adicción a las compras online. Lo consiguió, dejó todo eso atrás
y siempre ha estado agradecida. Ahora, la policía y la propia Alba están
investigando a Matías.
—¿A Matías? ¿Por qué?
—Me gustaría que hablaras con ella y que te cuente exactamente el
motivo.
Sophie puso los ojos en blanco.
—¿Me vas a volver a dejar con la intriga? Con Mara me hiciste lo
mismo.
—Hay cosas que es mejor que lo cuente la persona perjudicada.
—¿Sospecha de Matías?
—Sí, pero no lo puede demostrar. Ha venido aquí para averiguar algo
más sobre la desaparición de Camila y también por Matías. Además, así nos
echaba una mano.
—Por lo que he visto, quiere algo más que echarte una mano.
Saúl la acercó a su cuerpo y, esta vez, ella se dejó.
—Alba está confundida. Aunque te aseguro que se lo he dejado claro
desde el principio.
—¿Y por qué discutíais?
—Porque le he dicho que iba a contártelo y piensa que estoy poniendo en
peligro mi carrera por ti.
Sophie lo miró a los ojos y tuvo la necesidad de acariciar su rostro, pero
no lo hizo.
—En eso tiene razón.
—Quizá, pero no puedo ni quiero mantenerme alejado de ti.
Sophie desvió la mirada hacia su pecho, sintiendo la firmeza de su agarre
en la cintura.
—Creo que te estás arriesgando demasiado —murmuró.
—Merece la pena, al menos eso espero.
Saúl le levantó la barbilla para que lo mirase.
—Me gustas, Sophie. Me gustas mucho.
La besó con suavidad y ella soltó un pequeño gemido al sentir su
contacto, lo que provocó que él la atrajera con firmeza, adentrándose más
en su boca. Deslizó la mano por su nuca y ella se puso de puntillas para
entregarse mejor a ese beso que la estaba enloqueciendo.
Saúl se detuvo y la giró hacia él. Sophie observó sus reflejos en el espejo
junto a la librería. A través del cristal vio cómo Saúl recorría su figura con
la mirada, un escrutinio que le erizó los pezones. Él le retiró el jersey y se
quedó con una camiseta de tirantes; no llevaba sujetador. Saúl besó su
cuello, bajando hacia su hombro, mientras ella entrecerraba los ojos,
excitada por las sensaciones y por lo que veía reflejado en el espejo.
Deslizó con cuidado el tirante hacia abajo y su pecho quedó expuesto
ante él. Un gemido escapó de sus labios cuando Saúl le apretó con suavidad
el pezón. Inclinó la cabeza hacia atrás, presa de un deseo tan intenso que
anhelaba más de él.
La mano de Saúl descendió por su estómago hasta llegar a sus
pantalones, que fue desabrochando despacio.
—Espera —dijo Sophie, y detuvo su mano—. Pronto estarán aquí los
demás. Si sigues tocándome así, nos van a oír.
—Tranquila, no lo harán.
Ella giró la cabeza y él rozó sus labios antes de besarla.
—Quiero ver lo húmeda que estás —susurró.
Los dedos de Saúl abrieron sus bragas y los metió dentro, lento, suave,
tanto que Sophie echó la cabeza hacia atrás pensando que solo por ese roce
tendría un orgasmo. Uno de sus hábiles dedos acarició su clítoris y ella
gimió.
Sophie volvió a mirar al espejo y la imagen de él tocándola, con los ojos
vidriosos y el antebrazo fuerte con su mano escondida entre sus piernas, la
hizo jadear de placer.
—Joder, estás más que lista para mí. No te imaginas lo mucho que me
excitas.
Su dedo profundizó en su abertura, penetrándola. Entraba y salía, hasta
que introdujo otro dedo más.
—Saúl… Yo…
En ese instante la besó y un gemido murió en su boca. Un
estremecimiento de placer comenzó a recorrer su cuerpo, tembló y alcanzó
el clímax, intenso y salvaje. Él acarició su hombro, mientras que ella
luchaba por recobrar la respiración. Cuando se recuperó, Sophie lo miró a
los ojos, oscurecidos por el deseo. Comenzó a desabrocharle los pantalones
y accedió a sus calzoncillos, y cuando acarició la suave piel de su miembro,
él ahogó un jadeo en su cuello.
Su mano subía y bajaba mientras observaba cómo su rostro se excitaba
cada vez más. El sonido de las voces del grupo llegó hasta ellos. Era la hora
de comer.
—Joder… —dijo él.
Sophie siguió masturbándole mientras él le acariciaba el pecho.
—No te imaginas lo que te haría en este momento.
—Espero que lo recuerdes y lo cumplas —susurró ella, sin dejar de
acariciarlo.
Sophie aumentó la velocidad y Saúl jadeó con más intensidad. Lo besó
para que ahora fuera él quien pudiera ahogar sus gemidos en la boca. Las
manos de Saúl agarraron con firmeza su cintura justo cuando el orgasmo lo
sorprendió.
Despacio, se miraron a los ojos y sonrieron al mismo tiempo. Saúl se
apartó de ella y cogió unos pañuelos que había en una pequeña mesita.
—Tenemos que irnos —dijo Sophie, que se estaba poniendo presentable
para poder reunirse con el resto de los compañeros.
Se dio la vuelta para irse, pero él agarró su mano. Se giró para mirarlo y
Saúl le acarició la mejilla.
—Eres increíble, Sophie.
La abrazó. Un abrazo dulce y cálido al que correspondió. Cerró los ojos
mientras respiraba el aroma familiar del cuerpo de Saúl.
—Tú tampoco estás mal.
—¿No estoy mal? —Se apartó un poco de ella y levantó una ceja—. Voy
a tener que demostrarte que soy un sobresaliente.
Sophie se rio e inmediatamente después se tapó la boca para no hacer
ruido.
—Vamos.
Él no le soltaba la mano.
—No, no podemos salir juntos —dijo ella, apartándose con rapidez—.
No te conviene.
Se quedó inmóvil por un momento, como si estuviera a punto de decir
que no le importaba, pero tenía claro que Sophie no iba a ceder, no
permitiría que los vieran.
—Sal tú primero —dijo él—. Saldré en un momento, cuando vea que no
hay nadie.
Sophie agarró el pomo de la puerta, sin embargo, antes de abrir se volvió
hacia él y le dio un pequeño beso en los labios que hizo que el rostro de
Saúl se iluminase.
Cuando Sophie salió, se preguntó qué demonios estaba haciendo. No
quería ilusionarse porque Saúl y ella vivían en mundos opuestos; él no
dejaría su trabajo ni ella el suyo. No eran compatibles. Necesitaba
recordarlo. Debería hacerlo o acabaría destrozada.
CAPÍTULO 32
A Sophie le tocaba limpiar el gallinero y rellenar los recipientes de agua y
comida. Lo hacía al mismo tiempo que luchaba con las plumas que volaban
hacia su cara mientras alguna gallina se cruzaba revoloteando a su
alrededor. Casi siempre se amontonaban en una esquina, pero una de ellas,
la más oscura, se enzarzaba con sus pantalones y tenía que ahuyentarla.
Cuando terminó, cerró la puerta y al girarse vio a Alba, con las manos en
los bolsillos del abrigo.
—¿Podemos hablar? —preguntó Alba.
Sophie no se lo esperaba. Desde que había llegado al centro, con la
persona que menos contacto había tenido era con ella. No congeniaban,
quizá porque ambas se habían fijado en Saúl o porque Sophie siempre había
percibido un cierto rechazo por su parte.
—Claro. ¿Damos un paseo o prefieres tomar algo?
—Mejor andamos.
Sophie se enfundó los guantes y se colocó el gorro de lana en la cabeza.
Caminaron en silencio bordeando Luz de Luna. Al ser un día soleado, era
agradable pasear por la zona. Sophie observó el paisaje, prefería esperar a
que Alba se decidiera a comenzar la conversación.
—Saúl me ha dicho que ya sabes que soy policía.
—Sí, pero no ha querido contarme exactamente por qué investigabas a
Matías.
Ambas mantenían la mirada al frente, como si la respuesta estuviera
grabada en el paisaje que se extendía ante ellas.
—Llevamos tiempo detrás de él. Creemos que es traficante de drogas y
también está acusado de abuso sexual de una joven, pero no se pudo
demostrar.
—La verdad es que no sé qué hace aquí. Está claro que no quiere y
tampoco intenta mejorar.
—Lo obliga su padre, Lorenzo —contestó Alba—. La primera vez que
estuvo aquí me lo comentó Mara, y pensé que teníamos una oportunidad
para acercarnos a él y conseguir información. Normalmente es muy
escurridizo, no deja que nadie se le acerque, excepto las mujeres.
Duk apareció por el camino y fue hacia ellas.
—¡Hola, bonito! —dijo Sophie cuando él le dio con la cabeza en la mano
para que lo acariciase—. ¿Te vienes a dar una vuelta con nosotras?
El perro saludó a Alba, luego cogió una rama con la boca y se la enseñó
a Sophie para que se la tirase, esta se la lanzó lejos y corrió tras ella.
—Conocía a Camila desde hacía un tiempo —continuó Alba—. Se había
metido en varios líos y estaba intentando salir de toda esa vida tan oscura
que llevaba. Le hablé de Saúl. Además, Camila conocía a Mara y le sugerí
que quizá podrían ayudarla. Pocos días después, me enteré de que Matías
también estaría allí. A mi mente, que nunca deja de tramar algo, se le
ocurrió lo que pensé que sería una gran idea.
—¿El qué?
Miró a Alba, a quien en ese momento Duk le ofrecía el palo para que se
lo tirase. Ella lo lanzó y continuó hablando.
—Le propuse a Camila que se acercara a Matías, que intentara obtener
información, que coqueteara con él, pero sin llegar a nada que ella no
deseara.
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¿Y lo hizo?
—Sí, por desgracia.
Se detuvo y ambas se miraron.
—¿Crees que la desaparición de Camila fue por culpa de Matías?
—Sin lugar a dudas. Pero el día que Camila desapareció Matías estaba
con el resto del grupo, por lo que no podemos probar que él le hiciera algo.
Sophie examinó su rostro. Era muy guapa, morena, alta y con unos ojos
negros grandes y llamativos. Por un breve instante, se comparó con ella y se
sintió diminuta a su lado. ¿Por qué Saúl se había fijado en ella en lugar de
en Alba? Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos y se concentró
otra vez en la situación.
—¿Tienes alguna teoría?
—Sinceramente, no.
—¿Estás aquí de nuevo para acercarte a Matías? ¿Por eso sueles hablarle
más que al resto?
Alba asintió.
—Sí. Lo he intentado, pero tengo que hacer un trabajo sobrehumano, no
lo soporto. Además, no suelta prenda. Ni de Camila ni del tema de las
drogas.
—Hombre, tonto no es.
—Bueno, un poco gilipollas sí que es —dijo Alba levantando una ceja, y
ambas se rieron—. Camila se estaba acercando a él y me informaba a través
de Saúl, que tenía conocimiento de todo. Me empecé a preocupar porque
Saúl me dijo que pasaban demasiado tiempo juntos, hasta llegué a pensar
que le gustaba. Creo que Matías mostró su mejor versión hasta que hizo
algo que fue el final de Camila. Me dio varios datos importantes; él solía
hablarle de hombres influyentes y a veces salía el tema de las drogas. —Se
quedó en silencio durante un breve instante—. ¿Y tú? Sé que también estás
aquí por ella. ¿Qué has averiguado?
Comenzaron a andar de nuevo. Ya habían bordeado la zona próxima al
centro y volvieron a realizar el mismo camino.
—Poca cosa. Javier hizo un directo con ella hace tiempo, pero no parece
que tenga relación. La verdad es que en este mundo de influencers,
youtubers y modelos nos conocemos entre todos. Sé que escribió una carta
antes de irse y mi teoría es que alguien la obligó a escribirla o la escribieron
por ella.
—Yo también lo creo.
—Sabemos que Camila estaba pasando por un momento duro, necesitaba
alejarse de todo. Seguramente estaba demasiado vulnerable para cualquier
cabrito que quisiera hacerle daño.
—Sí, y yo no lo supe ver. La llevé a la boca del lobo sin pensar que todo
podría acabar así. No creí que fuera un asesino.
Sophie se detuvo y le agarró el brazo a través del abrigo.
—No te sientas culpable. ¿Quién iba a pensar que podía pasarle algo
estando en un sitio como este?
Vio el dolor y la angustia en el rostro de Alba, que se sentía responsable
por su desaparición.
—Espero que sepas lo que estás haciendo y no tengas que arrepentirte de
hacer daño a otra persona —dijo Alba, que esta vez clavó los ojos en ella.
—¿Te refieres a Saúl?
—Sí. Si el resto descubren que tenéis una relación, puede perder su
trabajo.
—Ayer no pensabas igual cuando intentaste besarlo.
—Yo ya no soy su paciente.
—Yo tampoco.
Alba sonrió.
—Solo espero que no le hagas daño. No se lo merece.
—¡Hola, bombones! —Miraron en la dirección de donde llegaba el
sonido: era Guille—. ¿Qué hacéis aquí? Hace un frío del carajo. Vamos a
calentarnos juntos.
Sophie puso los ojos en blanco y Alba le dio una colleja.
—Vamos, niñato.
—Joder, ¿queréis dejar de darme collejas? Qué agresividad. Me refería a
tomarnos un café caliente, malpensadas —dijo Guille, tocándose la
coronilla—. Por cierto, ¿os habéis enterado?
—¿De qué? —preguntó Sophie.
—Matías ha dicho que se larga.
Las miradas de Alba y Sophie se cruzaron. No podían permitirse que él
se fuera. Si existía alguna conexión con la desaparición de Camila, debían
averiguarlo antes de que Matías se marchase. Ambas estaban dispuestas a
hacer lo que fuera necesario para descubrir la verdad. Había llegado el
momento de enfrentarse a ese hombre.
CAPÍTULO 33
Al llegar a la cabaña principal vieron a Matías, que salía dando un gran
portazo. Ni siquiera les dirigió la mirada; siguió su camino sin prestarles
atención. Detrás de él salieron Mara y Lucía.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Alba.
—Quiere volver a casa. Dice que es una estupidez estar aquí, pero acaba
de hablar con su padre por teléfono. Sea lo que sea lo que le haya dicho, no
le ha gustado. Creo que tendrá que quedarse hasta que acabe el programa.
—Quizá es mejor que se vaya —dijo Lucía, y todas la miraron.
—¿Por qué dices eso, hija?
—Bueno… He estado observando a todos los del grupo.
—¿Y por qué has hecho eso? —preguntó Mara.
Lucía miró a Sophie.
—Ya sabes lo curiosa que soy.
—No —contestó Sophie—. Yo se lo pedí. —Mara la miró extrañada—.
Me pilló con el móvil y me dijo que quería investigar. Me negué, pero tu
hija es muy persistente, por lo que le propuse que me ayudara, pero solo
vigilando al resto del grupo y con la condición de que me avisase si veía
alguna cosa extraña.
No sabía si Mara se iba a tomar muy bien lo que acababa de confesar,
pero asintió y se dirigió a Lucía.
—¿Qué ha ocurrido con Matías? —preguntó Mara.
—Lo he visto con un móvil.
Un pesado silencio descendió sobre ellas mientras intercambiaban
miradas con la certeza de que todas estaban pensando lo mismo: si él tenía
un móvil, podría haber sido quien grabara y compartiera el vídeo en las
redes. Sophie sintió una creciente ira bullendo su interior.
—Será capullo.
Mara la detuvo al ver que iba a ir detrás de él.
—Espera, es mejor que vayamos juntas.
—¿Y Saúl? —preguntó Alba.
—Ha salido.
Las cuatro se dirigieron hacia la cabaña de Matías. Según avanzaba, la
rabia de Sophie aumentaba, pero se dijo a sí misma que debía controlarse.
Al llegar, Mara llamó a la puerta y él la abrió con la cara enrojecida.
—¡Tengo que seguir aquí, pero no voy a hacer ninguna puta terapia más!
Me da igual lo que diga el cabrón de mi padre.
Sophie se cruzó de brazos.
—No hemos venido por eso —contestó Mara—. Sabemos que escondes
un móvil y hemos venido a que nos lo entregues.
En el rostro de Matías se reflejó la sorpresa.
—No sé de qué narices hablas, no tengo ningún puto móvil aquí.
Alba subió las escaleras y se colocó a su altura.
—Entonces, no te importará que entremos para echar un vistazo.
—Ni de coña vais a entrar.
Mara levantó una ceja.
—Soy la dueña de este sitio y lo pone claramente en el contrato: si
pensamos que es posible que se estén infringiendo las normas, podemos
entrar a hacer una inspección.
A Matías se le agrandaron los agujeros de la nariz y cerró los puños. Se
echó a un lado para que Mara pudiera pasar mientras las demás se quedaban
fuera.
Cinco minutos después, Mara salió con un móvil en la mano.
—No es mío —soltó Matías.
Sophie resopló.
—Y, encima, cobarde. Ten huevos y al menos admite que es tuyo.
—¡Y qué si lo es!
Sophie se aproximó a él. Su aroma le repugnaba, como todo en ese
hombre.
—¿Fuiste tú quien me grabó? —preguntó en voz baja, conteniéndose.
Un breve brillo en los ojos masculinos le dio la respuesta que buscaba.
—Estás loca.
—Y me imagino que tampoco tienes nada que ver con la desaparición de
Camila.
Matías retrocedió un paso, su rostro palideció mientras tensaba los
labios. Agachó la cabeza y se encogió de hombros.
—No sé de qué estás hablando —balbuceó.
Alba lo señaló con el dedo.
—Yo creo que sí. Teníais una relación.
Levantó las manos como si intentara protegerse.
—Sí, me la tiraba, pero nada más. Luego desapareció y ni siquiera se
despidió. Esa chica estaba un poco desequilibrada.
Alba cerró el puño y Sophie pensó que iba a golpearlo.
—¿Cuándo la viste por última vez? —preguntó Mara.
—Ese día cenamos todos juntos y no quiso venir a mi cabaña. Al día
siguiente me enteré de que había dejado una carta y se había largado.
—¿Discutisteis por algo?
—No, Mara, no discutimos por nada. Solo follábamos.
—Deja de decir palabrotas —dijo Sophie—. Hay una niña delante.
—Perdón.
Sophie lo miró con recelo. En cuanto habían nombrado a Camila, había
cambiado su lenguaje corporal, hasta el punto de mostrarse asustadizo.
¿Qué había ocurrido?
—Nos llevamos el móvil. Solo espero que no hayas sido tú quien ha
grabado a Sophie —advirtió Mara—. Hasta que sepamos algo, espero que
sigas haciendo las terapias y las actividades que propongamos.
Él asintió sin protestar y miró hacia el suelo.
Se alejaron de allí. Cuando llegaron al comedor, estuvieron revisando el
móvil. No había vídeos ni fotos, estaba todo limpio. Una hora después,
llegó Saúl y le contaron lo ocurrido. Sophie le propuso enviar a Hank el
teléfono; si había sido él, seguro que podría averiguar si el vídeo había
estado en el teléfono y si lo había compartido.
En menos de dos horas, Saúl lo envió por mensajería urgente a la
dirección de un apartado de correos que le había dado Sophie y escribió a
Hank para informarle de las novedades.
Cuando se quedaron a solas, Saúl acarició su mejilla y le preguntó,
preocupado:
—¿Estás bien?
—Sí, estoy un poco cansada de todo esto.
La miró con ternura y cogió su rostro con ambas manos.
—¿Te apetece que salgamos a cenar fuera? Solos tú y yo. No podemos
hacer otra cosa que esperar a que Hank nos diga algo.
Sophie no lo dudó. Le vendría bien salir de allí aunque solo fuera por
unas horas. Necesitaba distraerse y qué mejor que hacerlo en su compañía.
Aunque, en el fondo, eso también le generaba cierto temor. Pero no estaba
dispuesta a echarse atrás. Iban a tener una cita de verdad e intentaría dejarse
llevar.
CAPÍTULO 34
Sophie comprobó el reloj mientras deambulaba nerviosa de un lado a otro
en la habitación. Unas horas antes, le había parecido buena idea quedar a
solas con él, pero ya se estaba arrepintiendo. Una cosa era estar juntos en el
centro y otra muy distinta, salir a cenar a un sitio que no tenía nada que ver
con Luz de Luna. Le preocupaba que quedaran como si fuera una cita,
aunque al mismo tiempo le entusiasmaba la idea de estar con Saúl en un
ambiente diferente al del centro.
Dudaba sobre qué ropa ponerse. No quería vestirse demasiado llamativa,
pero, por otro lado, no deseaba ir demasiado informal. Al final, había
tomado la decisión acertada al llevar consigo esos dos vestidos;
inicialmente pensó que no los necesitaría, pero se había equivocado. La
noche del baile había optado por el vestido negro y ahora se decidió por un
vestido granate, que se le ajustaba al cuerpo y tenía un discreto escote en
pico.
Se había maquillado de forma sutil, aunque había destacado sus ojos con
un delicado ahumado negro. Tras verificar el resultado en el espejo y
sentirse satisfecha, se enfundó el abrigo y se dirigió a la zona del parking,
donde habían quedado. Al llegar, él ya estaba allí, apoyado en el coche, con
las manos en los bolsillos. Sophie lo escaneó de arriba abajo antes de que él
fuera consciente de su presencia. Se había puesto una camisa de color
granate y unos vaqueros negros; iban conjuntados con el mismo color. La
cazadora negra le daba un aire misterioso y aumentaba su atractivo.
—Hola —dijo Sophie, que percibió cómo los ojos de Saúl se posaban en
su cuerpo—. ¿Llevas mucho esperando?
—La verdad es que no, y aunque así fuera, ha merecido la pena.
Sophie sonrió. No sabía si darle un beso o qué demonios hacer, hasta que
Saúl le pidió que entrara y él se colocó en el asiento del conductor.
Antes de poner en marcha el motor, la observó con un brillo travieso en
los ojos. Se mantuvieron callados durante unos segundos, lo que provocó
que Sophie se pusiera aún más nerviosa.
—¿A dónde me llevas? —preguntó ella.
—A un restaurante típico de la zona. No es muy elegante, pero se come
muy bien.
—Eso es lo importante.
Saúl apartó un momento la mirada de la carretera y la dirigió hacia ella.
Sophie percibió en sus ojos un deseo tan ardiente como el que ella sentía
por él. El corazón le resonaba con fuerza en el pecho. Observó la mano
masculina que descansaba junto a la palanca de cambios, peligrosamente
cerca de su muslo. Si desviaba un poco la mano, podría tocarla, y suspiró
solo de pensarlo.
Sabía que debía apartar de su mente esos pensamientos antes de volverse
loca el resto de la noche. El restaurante estaba a solo diez minutos de
distancia y, al bajar del coche, Saúl tomó su mano con seguridad.
—Estás muy guapa —murmuró cerca de su oído.
A Sophie se le erizó la piel con su contacto y no supo qué decir.
Entraron en el comedor, donde un hombre alto y delgado se movía con
gracia de un lado a otro atendiendo a los clientes. Pasados unos instantes, se
detuvo frente a ellos y les dio las buenas noches.
—Teníamos reserva a nombre de Saúl Garza.
El camarero lo comprobó en el libro que estaba en el pequeño mostrador.
—Sí, pasad, por favor. ¡Alfredo! ¡Llévalos a la mesa siete!
Se acercó el otro camarero, un poco mayor que el anterior, y levantó las
cejas sorprendido al ver a Saúl.
—¡Saúl! ¡Dichosos los ojos! Hacía tiempo que no te pasabas por aquí.
—Hola, Jose. Sí, es que he estado muy liado.
—Bueno, bueno, y además acompañado, esto sí que es raro. Venid,
tenemos la mejor mesa para vosotros.
Sophie escudriñó el interior del restaurante con detenimiento. Las
paredes estaban adornadas con una multitud de marcos, que albergaban
fotografías de diversas personas. Cada instantánea, como una ventana al
pasado, llevaba impreso el año en que había sido capturada, añadiendo un
toque de nostalgia a la atmósfera del lugar. Resultaba fascinante contemplar
cómo aquel establecimiento había resistido el paso del tiempo, conservando
historias en sus paredes a lo largo de las décadas.
Las sillas, de madera verde y mimbre, proporcionaban un toque de
encanto nostálgico, perfectamente combinadas con las mesas del mismo
tono. Al sentarse, el camarero les entregó las cartas.
—Por si os interesa, la especialidad es el rabo de toro —sugirió el
hombre antes de anotarles las bebidas e irse.
—¡Qué bien huele! —exclamó Sophie.
—Pues ya verás, sabe aún mejor.
Se decantaron por sepia, bravas y huevos rotos. El camarero regresó con
dos botellines de cerveza. Sophie se quedó observando a las personas de las
otras mesas. Había cuatro chicos jóvenes, que ya habían acabado de comer,
y permanecían absortos en sus teléfonos móviles sin entablar una
conversación entre ellos. En la mesa de al lado, un niño pequeño que estaba
sentado en una trona lloriqueaba mientras la madre intentaba calmarlo y el
padre miraba el móvil.
—¿Lo echas de menos? —preguntó Saúl, haciéndola volver a la realidad.
—No lo sé —contestó Sophie, que sabía a lo que se refería—. A veces sí.
Sin embargo, ahora soy más consciente de lo que ocurre a mi alrededor. Me
da pena cómo esos chavales que están sentados juntos prefieren interactuar
con el teléfono en vez de aprovechar para hablar.
Saúl acarició su mano, que estaba apoyada en la mesa.
—Es muy bueno que seas consciente de eso. Si tú lo tuvieras aquí, quizá
también tendrías la necesidad de mirarlo, de saber si has recibido un
mensaje o una llamada.
Sophie se encogió de hombros.
—Sí, seguramente. Y tú ni siquiera lo echas de menos, te envidio.
Saúl levantó las cejas.
—Yo también he estado enganchado. Sé lo que es esa sensación, y fue
una de las razones por las que me alejé. —Saúl echó un vistazo al comedor
—. Si ves una foto de un cine o un avión en los años cuarenta, están
envueltos en humo; todos fumaban, y hasta verlo te escandaliza. Ahora, si
hicieras esa misma foto, verías a todo el mundo mirando el móvil. Es la
misma adicción, o peor; al menos con el cigarro te destrozas los pulmones,
pero sigues siendo tú. Nos hemos perdido, y lo odio.
Sophie acaricio los dedos de Saúl.
—¿Y cuáles fueron los otros motivos?
Él soltó su mano y se echó para atrás en la silla. La miró como si
estuviera pensándose muy bien si contárselo o no.
—Uno de ellos fue Mara. El otro fue algo que hice.
Sophie frunció el ceño.
—Alguna vez lo has insinuado, parece como si hubieras cometido un
asesinato.
Saúl toqueteó el tenedor, ahora evitaba mirarla.
—No, pero me he sentido mal por ello. —Suspiró—. Como os mencioné
en la hoguera el día de la excursión, no quería decepcionar a mi padre, así
que intenté seguir los pasos que él deseaba para mí. Anhelaba que fuera
informático; insistía en que podía convertirme en un gran desarrollador y
hacer grandes cosas. De pequeño, me enseñaba su trabajo y me fascinaba.
Se me daba bien y mi padre lo notó de inmediato.
El camarero llegó y les dejó los platos.
—¡Que aproveche, chicos!
—Gracias —respondió Sophie.
Saúl cortó varios trozos de sepia y primero se la sirvió en el plato a ella.
—Mi padre tenía razón, me fue muy bien. Lo hacía con naturalidad y
poco a poco fui destacando en ese mundo y llegué hasta Silicon Valley.
—¡Guau!
La expresión de Saúl cambió, como si una losa se hubiera puesto encima
de su espalda.
—Suena bien, sí. A mi padre le encantó la idea de que me fuera allí. Al
principio, disfruté mucho y aprendí cosas muy interesantes; después, llegó
mi turno y junto con otro equipo, logramos algo que fue el detonante de
querer irme de ese lugar. Creamos la función más adictiva para el móvil: el
scroll infinito.
—¿En serio? —Sophie abrió los ojos, sorprendida—. No me lo puedo
creer.
—Créetelo. Al estar metido en ese mundo, vi cómo las grandes
corporaciones utilizaban la tecnología para enriquecerse, para que
gastásemos más dinero, para radicalizar a los ciudadanos, incluso para votar
a personas como Donald Trump.
—No deberías sentirte tan culpable. Si no hubieras sido tú, lo habría
descubierto otro. Además, eso es solo una de las tantas cosas que se han
conseguido con la tecnología.
—Lo sé, pero el ver cómo esa misma tecnología puede utilizarse para el
bien y, sin embargo, no importan las consecuencias siempre y cuando haya
enriquecimiento para algunos… Al final, no compensa, porque aquellos que
controlan todo este mundo solo quieren que seamos borregos,
manipularnos, y lo que más rabia me da es que casi nadie se da cuenta de
todo esto. No podía seguir formando parte de eso.
Ahora fue Sophie quien cogió su mano.
—Gracias por contármelo. Ahora entiendo por qué no se sabe nada de ti
en las redes. Eres muy enigmático, Saúl Garza.
—¿Y eso es lo que te atrae de mí?
Sophie lo soltó.
—Sinceramente, no sé cómo me he podido fijar en un troglodita como
tú. —Sonrió y bebió sin dejar de mirarlo.
—Porque beso muy bien. —Sophie puso los ojos en blanco—. Creo que
en el fondo sabes que tengo razón en muchas cosas y te molesta que te lo
diga.
—Puede ser.
—Bueno. —Saúl dio un trago al botellín de cerveza—. Ahora que nos
estamos sincerando, me gustaría preguntarte algo.
—Pregunta.
—¿Es cierto que nunca has quedado con nadie a través de Tinder?
Sophie sonrió.
—¡Lo sabía! Te extrañó cuando no levanté la mano.
—Quizá es cierto que te he juzgado antes de conocerte. Pensé que eras la
típica mujer que utiliza las redes para todo. —Mojó un trozo de pan en la
yema de huevo—. Me sorprendió cuando vi que tocabas la guitarra. No
apareces con ella en tus redes.
Sophie levantó una ceja.
—Ahora que nos estamos sincerando, reconoce que miraste mi perfil no
solo como terapeuta.
Los labios de Saúl se curvaron y la miró fijamente.
—Solo te responderé si me contestas a lo de Tinder.
Sophie estrechó los ojos y tamborileó con los dedos sobre la mesa.
—No, nunca he quedado con nadie a través de esa aplicación.
—Sí, miré tu perfil más allá del modo profesional.
La mirada de Saúl se deslizó hacia sus labios. Sus ojos se tornaron más
oscuros y el deseo que reflejaban la envolvió como una caricia tangible. La
mano masculina buscó la suya y entrelazó los dedos con los de Sophie. El
suave contacto que sintió hizo que su piel se erizase.
—Me estorba la mesa y creo que necesito el postre —dijo Saúl en voz
baja—. Vamos a tu cabaña.
CAPÍTULO 35
A Sophie el viaje de regreso se le hizo interminable. Intentaron hablar de
otras cosas, pero, cuando se rozaban, su piel respondía con un
estremecimiento. Solo de pensar en tenerlo dentro de ella, se fundía como
lava. Cuando llegaron a la cabaña, la química y el deseo entre ellos era más
que evidente y estaban a punto de explotar.
Con gestos lentos se quitaron los abrigos y se descalzaron, mientras la
tensión y la anticipación flotaba en el ambiente.
—Te ofrecería algo de beber, pero las normas dicen que no debemos
beber alcohol.
—Las normas están para cumplirlas. —Saúl sonrió mientras se acercaba
a ella.
—Creo que ahora necesitaría una copa.
Él la agarró de la cintura y la acercó a su cuerpo.
—¿Estás nerviosa?
La habitación estaba impregnada de una tensión palpable. El eco del
suave susurro de la cremallera del vestido deslizándose provocó que a
Sophie se le acelerara el corazón. Él la miraba con determinación. Sabía lo
que quería de ella, y esta vez no iba a parar hasta obtenerlo. Sophie cerró
los ojos cuando su mano se coló debajo de la tela.
—Mierda… No llevas sujetador. ¿Quieres matarme?
—Yo también guardo sorpresas.
Su dedo pulgar le rozó el pezón y Sophie entreabrió los labios soltando
un gemido mientras su respiración se entrelazaba con la de Saúl, que la
agarró de la nuca con una mano y la besó. Fue un beso suave pero intenso.
Se tomaba su tiempo y Sophie pensó que podría desahogarse solo con esas
caricias. Pero ella también necesitaba tocarlo. Se apartó un poco de él y
desabrochó despacio los botones de la camisa masculina. La deslizó por los
hombros y la dejó caer al suelo, y lentamente acarició el cuello de Saúl con
los dedos, bajando por el pecho hasta llegar a su abdomen. Esta vez no
habría interrupciones.
—Me vuelves loco, Sophie.
Le desabrochó los pantalones y agarró su erección. Él gimió y cerró los
ojos mientras ella hacía un movimiento de arriba abajo, pero Saúl agarró su
mano y la detuvo.
—Espera… —susurró con la voz entrecortada.
Sin embargo, ella no le hizo caso y siguió torturándolo. Esta vez, él no se
lo permitió. Retiró sus manos y se las puso detrás, a la espalda, mientras
volvía a besarla.
—No me detengas.
—Quiero darte lo mejor de mí, y si sigues así, no podré. —La besó en el
cuello y dejó caer el vestido por sus hombros—. Quítatelo.
Ella se contoneó y se deshizo de él. Se quedó solo con las medias y el
tanga.
Saúl la observó con lujuria, apretó el puño y sus ojos se transformaron
por el intenso deseo.
—Quítate los pantalones —pidió ella.
Antes de quitárselos cogió un preservativo.
—Tomo la píldora y estoy sana.
—Yo también.
—Entonces, ven aquí.
La miró con más intensidad aún y después se quedó solo con el bóxer.
Observarlo así era un pecado para la vista.
La cogió en brazos, la llevó a la habitación y la tumbó en la cama.
—Por fin vas a ser mía, completamente mía, y quiero disfrutar de cada
rincón de tu piel, de cada curva, de tu olor.
Él le bajó el tanga y la dejó completamente desnuda.
—Saúl, por favor, te necesito.
Se inclinó hacia ella y volvió a besarla. Su mano accedió hasta su
humedad y la acarició.
—Dios… —dijo él.
—Por favor…
—¿Qué quieres? Dímelo.
—Quiero que estés dentro de mí. —Saúl introdujo un dedo en su vagina
y Sophie se mordió el labio—. Te quiero a ti, ya no puedo esperar más.
Se tumbó encima de ella y, sin desviar la mirada de sus ojos, fue
profundizando en su interior, despacio, demasiado lento. Sophie inclinó la
cabeza hacia atrás y arqueó la espalda al sentirse cada vez más llena
mientras los gemidos de Saúl resonaban en la habitación. Entró hasta el
fondo y la besó. Comenzó a salir y a entrar, y la deliberada lentitud de sus
embestidas se transformó en una tortura deliciosa para ambos. Notaba cómo
la llenaba, cómo con cada penetración parecía que fuera a llegar al clímax.
—Saúl…
—Sí, di mi nombre. Eres perfecta, Sophie. —Sentirlo en su interior era
increíble y gimió excitada—. Esta noche voy a darte tanto placer que
suplicarás que no me detenga.
El movimiento fue cada vez más rápido. Él jadeaba y ella lo agarró del
trasero para que profundizara más en su interior. No sabía cuánto tiempo
llevaban así, pero cada penetración era una deliciosa tortura. Acarició su
pecho y la besó hasta que no pudo más y el orgasmo la sorprendió, intenso
y salvaje. Gritó su nombre y él la siguió, desahogándose con fuerza.
Saúl se dejó caer a un lado y una sonrisa iluminó sus labios. Ambos
respiraban con dificultad y la satisfacción flotaba en el ambiente.
Él le acarició la mejilla mientras trazaba líneas delicadas a lo largo de su
piel. La miró a los ojos, y en ese instante, ella tembló al descubrir algo que
le causó emoción y temor.
Hacía tiempo que no experimentaba esa sensación, como si una
complicidad recién nacida se hubiera gestado entre ellos al cruzar la línea
del plano físico. Sus ojos la miraban de forma distinta, como si pudiera leer
cada uno de sus pensamientos. Sus caricias, sus besos la habían despojado
de capas y capas de inseguridad, y cada roce parecía construir un puente
invisible entre ellos, fortaleciendo la confianza entre ambos.
Incluso le asustaba ponerles nombre a todas esas sensaciones. Nunca
había experimentado algo similar con sus exparejas. Le daba vértigo y, al
mismo tiempo, la impulsaba a querer más. Sin embargo, en el fondo, un
miedo extraño se abría ante ella. La posibilidad de perder lo que estaba
construyendo le generaba un temor profundo, casi palpable. La sombra del
pasado y el miedo que sintió cuando era niña al ver que las personas que
permanecían a su lado terminaban desapareciendo, como Mara, como su
abuelo e incluso su madre, quien nunca había demostrado que la quisiera de
verdad.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Sí —respondió mientras acariciaba el pecho masculino—. Es solo que
desde que estoy aquí, en Luz de Luna, mi vida ha cambiado tanto y tan
deprisa que me tiene desconcertada.
Saúl acariciaba su brazo con el dorso de los dedos.
—Lo sé. Aquí el tiempo es distinto y lo único que puedes hacer es
pensar, conversar y no dejar de hacerte preguntas. Es totalmente para uno
mismo. Se vive todo con más intensidad. ¿Te arrepientes de haber venido?
—Hombre, si me lo preguntas justo en este momento, después de que he
tenido un orgasmo bestial…
Ambos comenzaron a reírse.
—No, en serio. Escuché a tu madre nombrar lo de la nominación de
InfluencerShine. ¿Es tan importante para ti conseguir ese premio?
Sophie apoyó la mandíbula en su mano, la cual descansaba sobre el
pecho de él, y lo miró.
—Pensaba que sí. Cuando me nominaron, sentí que el esfuerzo de todos
estos años había tenido su recompensa. Por fin, alguien valoraba mi trabajo,
no era invisible. Era vista ante los demás.
—Tu valor no se mide por lo que consigues, Sophie. —Acarició su
mejilla—. Tú, simplemente tal como eres, ya eres valiosa. Nunca lo olvides.
Sus palabras calaron hondo en ella, tanto que notó cómo el corazón daba
un pequeño brinco. Su mirada estaba cargada de ternura, lo que provocó
que la coraza que se había colocado con tanta fuerza perdiera intensidad.
—Sabes decir lo que necesito escuchar en cada momento, ¿eh? —Sonrió.
—Es solo la verdad. —Ella lo abrazó—. Sophie, si quieres ir al evento
de la nominación, ve.
Ella se sentó y se tapó con la sábana hasta el pecho.
—Saúl Garza, me estás asustando. ¿Vas a permitir que me vaya antes de
tiempo sin haber finalizado el retiro?
—Ambos sabemos que no viniste para eso. Quizá he querido retenerte
aquí para intentar ayudarte, pero hay cosas que son más importantes para ti
y no quiero que las abandones por esto.
Sophie suspiró.
—Da igual. Después de lo que ha pasado, estoy segura de que me han
retirado la nominación. Mi madre no me ha llamado, pero este mundo
funciona así.
Él colocó un brazo detrás de su cabeza y Sophie no pudo evitar observar
su cuerpo, desde el cuello pasando por su pecho hasta la sábana, que justo
le tapaba esa parte que hacía un momento había estado en su interior.
—No me mires así, a no ser que quieras que volvamos a jugar. —La
miró con picardía y ella puso los ojos en blanco—. Me aseguré de que no te
excluyeran del concurso.
—¿De qué estás hablando? —preguntó confusa.
—Cuando escuché a tu madre decirte aquello delante de todos,
investigué. Me puse en contacto con ellos y les conté por qué estabas aquí y
lo que de verdad había ocurrido con esos vídeos que se habían filtrado.
—¿Y te creyeron?
—Soy muy convincente cuando quiero. —Saúl sonrió mostrando sus
dientes blancos y perfectos—. Si aún quieres, puedes ir. Quizá sería un buen
momento para que dieses explicaciones de todo lo que ha ocurrido aquí.
Sophie se abalanzó sobre él y lo abrazó con fuerza.
—Gracias —murmuró en su cuello—. Sé lo que es esto para ti y, a pesar
de ello, has preferido que no renuncie a algo que era tan importante para mí.
—Bueno, esto no es gratis. —Deslizó la mano por su cintura—. Tendrás
que compensarme toda la noche y también cuando regreses. Porque
regresarás, ¿verdad?
Sophie lo miró fijamente a los ojos.
—Regresaré, Saúl, claro que regresaré.
CAPÍTULO 36
Chispeaba y ya había oscurecido cuando Sophie conducía rumbo a Madrid.
Ya había oscurecido y estaba chispeando. Activó los limpiaparabrisas y dejó
escapar un suspiró al recordar cómo se había despedido de Saúl: la agarró
de la nuca con suavidad y le dio un beso que todavía podía sentir en sus
labios. «Espero que quieras regresar a por más» fueron las palabras de Saúl
mientras sonreía. Sophie lo abrazó con fuerza antes de montarse en el
coche.
Solo estaría fuera dos días y, después, volvería a Luz de Luna. Desde que
había llegado al centro, su futuro se volvía cada vez más incierto. Avisó a su
madre sobre su viaje para asistir al evento de InfluencerShine y la explosión
de alegría al otro lado del teléfono casi la deja sorda.
Desvió la mirada hacia abajo. Ahí estaba su móvil, lo había recuperado y
aún no se había atrevido a revisarlo. Le asustaba lo que iba a encontrar en
él: demasiados haters, demasiadas palabras que la iban a herir. A pesar de
haber logrado cierta tranquilidad y serenidad en su vida, de haber
recuperado las noches de sueño apacible, se veía arrastrada de nuevo a ese
mundo del que ahora dudaba si quería seguir siendo parte. Y por eso tenía
que regresar. Necesitaba descubrir qué significaba para ella estar inmersa en
ese universo virtual, si el reconocimiento y la validación seguían siendo tan
importantes como antes.
Echaba de menos hablar con Hank y decidió llamarlo. Activó el manos
libres y, tres tonos después, él respondió.
—Sophie, ¿eres tú?
—La misma, pequeño sabio.
—¿Como que pequeño? Sí, definitivamente eres tú, lagarta. ¿Dónde
andas?
—Estoy volviendo a Madrid.
La lluvia arreciaba con más intensidad. Miró hacia el retrovisor y solo se
veía oscuridad, ningún coche iluminaba la negrura que se extendía detrás de
ella.
—¿De verdad? ¿Estás preparada?
—La verdad es que no, pero tengo que volver para la nominación y
aclarar todo, aunque estaré dos días y luego regresaré a Luz de Luna.
—¿Regresar? No me jodas que te han lavado el cerebro. Te creía más
lista.
—A lo mejor soy más tonta de lo que pensaba.
—Me estás acojonando. Eso o que el tal Saúl Garza te ha atrapado en sus
redes, y no precisamente tecnológicas. No te culpo, al tío se le ve que tiene
que tener éxito con las mujeres.
—La verdad es que es muy persistente. Es uno de los pocos en los que he
podido confiar, pero te he llamado para saber cómo estás y para hablar
sobre el caso.
—Definitivamente me acojonas, ¿tú, preguntándome cómo estoy?
Bueno, ya sabes, estoy buenísimo, pero es una pena que ninguna mujer lo
aprecie porque apenas salgo de casa…
—Hank… —lo interrumpió, poniendo los ojos en blanco—.
Demuéstrame lo sabio que eres y háblame de la investigación.
—¿No has escuchado mi último mensaje?
—No, ¿cuándo lo has mandado?
—Esta mañana. Te decía que ha aparecido un cuerpo cerca de donde
estás tú.
Sophie se quedó helada y agarró con más fuerza el volante.
—¿Es ella?
—He logrado entrar en el informe policial y todavía no lo han
confirmado, pero creen que es posible que sea Camila. Además, por la
descripción, parece lo más probable.
—Mierda…
Sophie tenía la esperanza de que quizá la encontraran con vida, pero en
el fondo presentía que algo malo le había ocurrido. Meneó la cabeza de un
lado a otro, no quería creerlo.
—Pero hay algo más, y eso sí que no me lo esperaba…
—Joder, no te hagas el interesante. ¡Suéltalo ya!
—Le han cortado tres dedos.
—¿Cómo?
Sophie tuvo la tentación de pisar el freno y echarse a un lado de la
carretera, pero no podía hacerlo; no había espacio suficiente para detener el
vehículo. Su cuerpo se había quedado frío a pesar de la calefacción y el
sonido de los limpiaparabrisas era lo único que era capaz de escuchar. La
voz de Hank sonaba lejana.
—¿Sophie? ¿Estás bien?
—Sí —murmuró—. Perdona, es que me he quedado en shock.
¿Cómo…? ¿Cómo es posible?
Por el espejo retrovisor vio los faros de un coche que se acercaban hacia
ella.
—Sophie, creo que tengo algo. La única persona que está en ese mundo
y que puede tener relación con unos y con otros es…
—Matías.
—Exacto.
El vehículo estaba demasiado cerca. ¿Por qué no la adelantaba? No venía
nadie en sentido contrario.
—Pero lo extraño —continuó Hank— es que tiene coartada en el caso de
Gloria, lo he comprobado, por lo que no es posible que lo hiciera él.
—Aquí también dijeron que, el día que desapareció Camila, él estaba con
el resto del grupo. ¿Y si mandó a alguien a que lo hiciera por él?
—Pero ¿quién? ¿Y por qué?
De pronto, sintió un golpe en la parte de atrás.
—¡Mierda!
—¿Qué ocurre? —preguntó Hank.
—¡Hay un coche que me está siguiendo! ¡Me acaba de golpear!
—¡Dios mío, Sophie! Dime tu ubicación.
—No lo sé, estoy a una media hora de Luz de Luna.
El vehículo volvió a golpearla, esa vez con más fuerza. Perdió el control
del volante y lo giró hacia el otro lado para no salirse de la calzada. El
corazón le iba a explotar, le empezaron a pitar los oídos y a lo lejos
escuchaba cómo Hank no dejaba de preguntarle si se encontraba bien. Las
luces de los faros la deslumbraban hasta que volvió a sentir otro impacto y,
esta vez, el coche se salió de la carretera.
El vehículo comenzó a descender rápidamente por una ladera mientras su
cuerpo se zarandeaba de un lado a otro golpeándose una y otra vez, al
mismo tiempo que intentaba frenar. De pronto, el vehículo se elevó del
suelo y, con un impacto brusco, se precipitó al agua.
Sintió cómo la cabeza chocaba contra la ventana. Se la tocó, dolorida, y
comprendió que, si perdía el conocimiento, sería el fin; no podría salir del
coche sumergido. Recordó a su madre y la última conversación que
tuvieron. No podía morir así, tenía que volver a verla. Entre la oscuridad y
la sensación opresiva del agua a su alrededor, luchó por mantener la
consciencia. Trató de encender la luz interior del coche, pero su mano se
movía con una lentitud exasperante. Tenía que pensar con rapidez o moriría
ahogada. Intentó liberarse del cinturón de seguridad, pero no lo lograba.
—¡Vamos! ¡Vamos!
La oscuridad se cerraba a su alrededor mientras el agua, que ascendía
implacable, ya le llegaba por la cintura. Solo escuchaba el sonido del
líquido que penetraba con rapidez dentro del vehículo. Por fin consiguió
desabrocharse el cinturón de seguridad. La ventana era su única vía de
escape antes de que la presión del agua hiciera imposible abrir la puerta.
Actuó con rapidez, sus dedos se movieron con destreza para bajar la
ventanilla, consciente del poco tiempo que le quedaba. Tres minutos era el
tiempo estimado para que el sistema eléctrico del coche dejara de
responder, menos de dos minutos antes de que la inundación fuera
inevitable.
De algo le iba a servir ver tantas series, películas y documentales sobre
crímenes e intriga.
Logró bajar la ventanilla y el coche comenzó a hundirse con más rapidez.
Tenía que salir de ahí. El pánico se apoderó de ella al considerar la
posibilidad de que la persona que la había sacado de la carretera estuviera
cerca. Se vio a sí misma ahogada en el fondo del río. Sacudió la cabeza para
deshacerse de esos pensamientos e intentó salir por la ventanilla. Sin
embargo, el agua se coló en sus pulmones y la tos la sacudió con fuerza. El
vehículo parecía arrastrarla hacia abajo hasta que por fin logró abandonar el
coche y comenzó a nadar.
No veía nada, no sabía dónde estaba, pero la orilla no podía estar muy
lejos. Había luna llena y eso la ayudó a orientarse. Pensó que se desmayaría
al sentir un dolor punzante en la cabeza.
Necesitaba sacar fuerzas de donde fuera o sería su final. Por fin notó que
hacía pie y comenzó a andar para salir fuera del agua. Una vez en la orilla,
se dejó caer de espaldas, enfrentando el cielo mientras respiraba con
dificultad y tosía con fuerza.
De repente, escuchó un sonido detrás de ella. Se incorporó despacio y,
con las pocas fuerzas que le quedaban, comenzó a correr. Se tambaleaba,
pero la adrenalina la ayudó para huir de una muerte segura, sin embargo, las
pisadas detrás de ella se escuchaban cada vez más cerca. Comenzó a toser
de nuevo y se apoyó en un árbol. No iba a lograrlo. Las palabras de Hank
resonaban en su mente, ahora sabía quién era el asesino y estaba justo
detrás de ella. Se fue a dar la vuelta, y un golpe brutal la alcanzó en la
cabeza, tumbándola en el suelo hasta que se desmayó.

Varias horas después


Saúl se dirigía hacia la cabaña principal. Desde el primer minuto en que se
había ido Sophie, ya la echaba de menos, incluso permaneció un rato donde
ella había estado alojada. Todo el sitio olía a su adictivo aroma, su esencia
estaba allí y deseaba que los dos días pasaran rápido y regresase junto a él.
Lo quisiera o no, ya había un hueco en su interior exclusivamente para
ella. Le gustaba su sonrisa, la perseverancia que veía en sus ojos. Cuando
estaba a su lado, deseaba tocarla y abrazarla. Le encantaba conversar con
ella, incluso cuando debatían y no estaban de acuerdo en algo, que solía
ocurrir a menudo.
Se frotó las manos para combatir el frío invernal y exhaló aire en ellas.
Quería comprobar el teléfono para ver si ya había llegado. Al abrir la
puerta, se encontró con la figura inquieta de Mara, que se abrazaba a sí
misma mientras iba de un lado a otro. Sus ojos se cruzaron y Saúl supo que
algo iba mal.
—¿Dónde estabas? Te he buscado por todas partes —dijo Mara con el
rostro descompuesto.
—Estaba en la cabaña de Sophie. ¿Qué ha ocurrido? ¿Lucía está bien?
Mara se aproximó a él y lo agarró de la camiseta.
—Sí. Es Sophie. He recibido la llamada de un tal Hank y dice que iba
hablando con ella cuando conducía de regreso a Madrid y que alguien la ha
echado de la carretera.
—¡¿Qué?! ¿Dónde está ahora? ¿Está bien?
Su corazón pasó a latir a mil por hora.
—No lo sé. He llamado a la policía y la están buscando, pero no
localizan el coche. Quería salir yo misma a por ella, pero necesitaba hablar
contigo primero.
—¿Te ha dejado un teléfono?
—¿Quién? —preguntó Mara sin entender.
—Hank.
—Sí, lo he dejado ahí. Me ha dicho que le llames en cuanto puedas.
Saúl agarró a Mara y le dio un beso en la frente.
—Voy a coger el coche e ir a buscarla. Quizá, si hago el mismo camino
que ella, consiga localizarla. Si tienes noticias de la policía, avísame.
En ese momento apareció Alba.
—¿Estás loco? —dijo ella—. He hablado con mis compañeros, ya están
varias patrullas por la zona. Es mejor que te quedes aquí, lo único que harás
allí será estorbar.
—Pero no puedo quedarme aquí sin hacer nada —protestó Saúl mientras
andaba de un lado a otro.
Un sonido sordo resonó en la habitación cuando Saúl, abrumado por la
incertidumbre, descargó su frustración con un golpe firme contra la pared.
Mara se acercó a él y colocó la mano en su hombro.
—¿Por qué no hablas con su amigo? Quizá pueda darte alguna pista que
nos ayude.
—Sí, tienes razón. Voy a llamarle desde el despacho.
Fue hacía allí, cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella, en un intento
desesperado por recobrar la calma. Recordó el día en que se besaron por
primera vez, justo ahí. La necesidad de no perderla se aferró a su corazón
como una garra implacable. La angustia y el terror se enredaban en su
pecho y no le dejaban respirar, pero debía mantener la lucidez. Así no iba a
ayudarla.
—Tengo que serenarme. Tranquilo.
Inspiró hondo y luchó contra las emociones que amenazaban con
abrumarlo. Sacó el móvil, marcó el teléfono y esperó.
CAPÍTULO 37
Saúl escuchó que alguien descolgaba el teléfono, pero no hablaban.
—¿Hola?
—¿Eres Saúl?
Una joven voz masculina rompió el silencio.
—Sí.
—Te he llamado porque Sophie me dijo que confiaba en ti, espero no
equivocarme.
—No lo harás. ¿Qué le ha ocurrido?
—Estábamos hablando por teléfono mientras ella conducía y, de pronto,
me dijo que un coche la seguía. Un momento después, comenzaron a darle
golpes por detrás y creo que la sacaron de la carretera.
—Joder…
Saúl apretó los puños con fuerza.
—¿Crees que es la misma persona implicada en la desaparición de
Camila?
—Peor. Creo que, además, tiene algo que ver con el asesinato de los
dedos cortados.
—¿De qué estás hablando?
—Tú tampoco sabes que había aparecido un cadáver cerca de la zona
donde estáis, ¿verdad?
—¿Un cadáver?
—Sí, creo que es Camila y le han cortado tres dedos.
—¿Cómo? ¡No puede ser! ¿Camila está muerta? ¿Cómo te has enterado?
—dijo Saúl, que paseaba de un lado a otro de la habitación.
—Tengo mis métodos.
—Es cierto, y algún día perjudicarán a Sophie. —Apretó la mandíbula.
—Ella sabe a lo que se arriesga, a veces es la única manera de averiguar
la verdad. Tiene los ovarios bien puestos, no como otros que solo quieren
fama, pero de manera fácil y sin pringarse.
En eso tenía razón. En cuanto la vio por primera vez, Saúl intuyó que
había algo diferente en ella. Su fachada no había podido engañar a su
instinto, que le decía que esa mujer era mucho más interesante de lo que
aparentaba. Y ahora, estaba en peligro; quizá nunca volvería a verla. Su
preocupación era aún mayor, no solo por estar en manos de alguien
desequilibrado, sino de un asesino en serie.
—¿Has podido localizar su teléfono?
—No, me aparece apagado. Cuando me llamó, me dijo que llevaba más o
menos una media hora de camino.
—No sé qué coño hacer —dijo Saúl, cada vez más desesperado.
En el otro lado de la línea hubo un largo silencio.
—Yo sí, aunque no sé si estarás dispuesto a hacerlo. Solo así quizá
podamos dar con ella. Mientras la policía hace su trabajo, nosotros haremos
el nuestro. ¿Estás dispuesto?
—Sí. Lo que sea.
—He revisado el móvil de Matías.
—¿Y?
—Fue él quien grabó el vídeo que le ha jodido el curro a Sophie. Hizo el
montaje de tal forma que la perjudicara. Lo que no entiendo aún es por qué
lo hizo.
—Será hijo de puta. —Saúl dio un golpe en la mesa.
—Además, tenía relación con David Hurtado, el que le envió el mensaje
a Sophie para que fuera a Luz de Luna.
—¿Cómo lo sabes? —Cerró los ojos y negó con la cabeza—. Qué
tontería de pregunta, eres capaz de averiguar lo que sea. —Saúl apretó el
teléfono con fuerza—. Debí imaginarlo. Voy a ir a hablar con él.
—Espera. Tienes que conseguir que hable. Sí, claramente está implicado
en todo esto, pero hay cosas que no encajan, y tiene coartada para los
asesinatos. ¿Sabes si tenía relación con Camila?
De pronto, escuchó una voz en el despacho.
—Tito…
—¡Joder! ¡Lucía, qué susto me has dado! ¿Qué haces aquí?
Lucía estaba de pie en la habitación y no la había visto entrar.
—¿Dónde está Sophie? Estaba escuchando la conversación desde fuera.
Yo también estoy preocupada por ella.
Saúl se acercó y la abrazó.
—No te preocupes, vamos a hacer todo lo posible por encontrarla.
—¿Y si aparece muerta como Camila?
Los ojos de Lucía se llenaron de lágrimas y Saúl pensó en lo rápido que
había crecido su sobrina y que apenas se había dado cuenta.
Volvió a abrazarla.
—Yo también estoy asustado, pero no descansaré hasta encontrarla. ¿Me
ayudarás?
Asintió rápidamente.
—¿Saúl? —preguntó Hank.
—Sí, perdona, era mi sobrina.
—Escúchame bien. Creo que ya sé quién está detrás de todo esto, pero
no tengo mucho tiempo. Alguien está intentando hackearme; quieren
encontrarme.
—¿Cómo?
—Solo pueden ser otros hackers, seguramente los ha contratado él. No
tengo mucho tiempo, pero, si quieres que encontremos a Sophie con vida,
tendrás que hacer lo que yo te diga. ¿Estás de acuerdo?

Media hora más tarde, Saúl seguía pensando que Hank había perdido la
cabeza. No le gustaba lo que proponía, además de que implicaba romper la
promesa que se había hecho a sí mismo años atrás. Sin embargo, en el
fondo confiaba en ese joven, sobre todo porque Sophie lo hacía. Tenía que
arriesgarse o quizá no podrían salvarla.
Llamó a la puerta de la cabaña de Matías y escuchó una voz al otro lado.
—Quienquiera que seas, lárgate.
Saúl cerró los ojos y respiró hondo para tranquilizarse, pero no le sirvió
de nada.
—¿Abres o abro? —dijo Saúl.
Unos segundos después, Matías apareció delante de él.
—¿Qué quieres?
—¿Por qué estuviste grabando a Sophie? ¿Por qué querías perjudicarla?
Matías miró hacia el suelo y se acarició la nuca.
—No sé de qué estás hablando.
Saúl no aguantó más. Lo agarró de la camiseta y lo empujó contra la
pared.
—No tengo tiempo para estas gilipolleces. O me dices qué coño
tramabas, o te golpeo esa cara bonita hasta que no pueda reconocerte ni tu
padre.
Matías intentó zafarse de sus manos, pero no podía.
—¡Está bien! ¡Está bien! Suéltame.
En cuanto lo hizo, él se alisó la ropa y lo miró de reojo. Saúl tenía el
cuerpo tan tenso que en cualquier momento se lanzaría de nuevo sobre
Matías.
—David es amigo mío.
Se quedó en silencio y Saúl contó hasta diez.
—¿Y?
—Bueno… Sophie siempre está metiendo las narices donde no la llaman.
Va de lista y se cree que lo sabe todo. Juzga a los demás y piensa que el
resto somos inferiores.
—¿De dónde coño sacas esa sarta de gilipolleces?
—Quería darle una lección, por lo que la estuve grabando para ver si
metía la pata en algo y que así supiera lo que se siente cuando la cagas.
Saúl se alejó un poco y resopló.
—Y ese tal David que contactó con ella, ¿qué tiene que ver con todo
esto?
—Tenía que lograr que Sophie viniera a Luz de Luna, pero no quería que
sospecharan de mí. Le propuse a David que le hablara de Camila con la
esperanza de que la convenciera.
Saúl lo señaló con el dedo.
—¿Te das cuenta de lo mal que pinta esto para ti? Camila ha aparecido
muerta.
Por la cara que puso Matías, parecía que acababan de golpearle.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Esta mañana. No lo han confirmado aún, pero es ella.
—¿Cómo lo sabes?
Saúl estrechó los ojos.
—Parece que te sorprende que la hayan encontrado, aunque no que haya
aparecido muerta.
Matías comenzó a balbucear y su rostro se tiñó de rojo.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Si no me dices qué coño sabes, ni tu padre podrá salvarte de esto.
Se llevó las manos a la cara, ocultándose el rostro. Cuando las apartó, su
mirada había cambiado, comenzó a reírse y se encogió de hombros.
—Tienes razón, aunque esta vez mi padre tampoco podrá salvarse. —
Saúl lo miró confundido—. Fue él quien lo organizó todo, el que me pidió
que volviera y jodiera a Sophie.
—¿Y Camila?
—Él fue el último que la vio con vida.
CAPÍTULO 38
Abrió los ojos, pero la oscuridad seguía ahí. Dudó por un momento de si
realmente sus párpados permanecían cerrados. Aturdida y sin recordar qué
era lo que había ocurrido, intentó moverse, sin éxito. Sus manos estaban
atadas a su espalda, y fue en ese momento cuando le llegó la imagen clara y
nítida de estar corriendo a través del bosque.
Alguien la perseguía, la misma persona que había estado buscando
durante meses, la misma que había cometido varios asesinatos y de la que
ahora sabía su identidad. ¿Cómo había podido estar tan ciega? El corazón
comenzó a latirle tan rápido que pensó que moriría antes de que esa persona
pudiera acabar con su vida. Intentó estirar las piernas, pero se golpeó con
algo. Cuando quiso girarse para ponerse bocarriba, fue consciente de que
estaba atrapada en algún tipo de caja.
Respiraba con dificultad, tenía la boca completamente seca y su ropa
todavía estaba húmeda. Mierda. ¿La iba a dejar ahí para que muriera de esa
forma? ¿Estaba bajo tierra? El calor era insoportable y sintió un sudor frío
recorrer su cuerpo. Se revolvió todo lo que pudo intentando liberarse,
aunque sabía de antemano que no lo lograría. Quería gritar y, al mismo
tiempo, llorar de rabia, de frustración, por verse totalmente indefensa.
¿Así es como se sentían las víctimas desaparecidas o secuestradas? Una
lágrima resbaló por su mejilla. Era irónico que hubiera acabado en esta
situación, le parecía irreal. Quizá nunca encontrasen su cuerpo, nunca se
sabría qué le había sucedido. Fuera como fuese, el morbo estaba servido.
Tal vez se lo merecía.
Lo que más lamentaba era la última conversación que había tenido con
ella y pensar que ya no tendría oportunidad de aclarar las cosas, que ya no
iba a volver a verla. Cerró los ojos con fuerza y su miedo aumentó al
escuchar unos pasos que se aproximaban, hasta que el sonido de un candado
abriéndose provocó que su cuerpo se tensara aún más. La luz se abrió paso
y el aire refrescó su rostro.
Logró enfocar y ver a la persona que tenía delante. Si había tenido una
leve esperanza de que alguien la hubiese encontrado, se esfumó cuando vio
sus ojos, esos ojos que le decían que todo iba a llegar a su fin en ese mismo
instante.
Esta vez no la miraban con simpatía ni de manera familiar, sino con
dureza y superioridad. Se veía vencedor al saber que la tenía justo donde él
quería. Sonrió y sus labios se curvaron debajo de la perilla canosa. Sin
embargo, seguía sin entender por qué lo había hecho. Era un productor
famoso, con dinero y reconocimiento. ¿Qué había motivado a ese hombre a
matar si lo tenía todo?
Sophie observó a su alrededor. Estaban dentro de una gran furgoneta y
Lorenzo la había metido dentro de una caja.
—Me encanta ver tu cara de desconcierto. Comprobar que no eres tan
buena como dicen. —La ayudó a sentarse y él se colocó delante de ella—.
Nadie te salvará, ni siquiera tu amiguito el hacker.
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¿Qué es lo que sabes?
—Todo —sonrió—. En estos momentos ya habrán dado con su
localización. Lo bueno para ti es que no tendrás mucho tiempo para sentirte
culpable por él; en breve, tú también estarás muerta.
—¡Eres un hijo de puta! —gritó.
—Cuidado con lo que dices. Si me cabreas demasiado, morirás de
manera más lenta y dolorosa.
A Sophie le palpitaban las sienes y tenía un gran dolor de cabeza. No se
podía creer que todo aquello estuviera sucediendo. No solo ella estaba en
peligro, sino también Hank.
—No me esperaba que fueras un asesino.
—¿Acaso alguien lo parece? —Se frotó las manos y miró hacia el suelo
—. Si te soy sincero, yo tampoco pensé que lo fuera, pero todo ha ido
fluyendo sin apenas proponérmelo.
—¿A quién contrataste para matar a Gloria?
Lorenzo levantó una ceja.
—¿Quién te ha dicho que no lo hice yo?
—Tenías coartada.
—¿Así que ya me habías investigado? Eres buena, demasiado, por eso no
tenías que haberte metido en esto.
—Lo organizaste para que fuera a Luz de Luna. Porque todo ha sido idea
tuya, ¿verdad?
Lorenzo se cruzó de brazos y se apoyó en la pared de la furgoneta.
—¿Y cómo crees que lo hice?
A Sophie le faltaba el aire, estaba agotada, pero tenía que ganar tiempo
por si tenía la fortuna de que alguien la encontrara antes de que él la matase.
—Convenciste a Saúl para que fuera al preestreno de la serie y nos
sentaste juntos. —Mientras hablaba, intentaba aflojar la cuerda que le había
puesto en las muñecas—. Sabías que chocaríamos.
—Sois polos opuestos y tú eres demasiado orgullosa para no terminar un
trabajo. Te gustan los retos y necesitas sobresalir en lo que haces. Te tengo
calada, Sophie. —Él se encogió de hombros—. Te apasionan el éxito y el
dinero, al fin y al cabo, no eres tan diferente a mí. Sabía que Saúl no se
quedaría callado, por lo que llamaría tu atención.
—Por eso recibí el mensaje de David diciéndome que Camila había
desaparecido.
—Erais amigas de la infancia. En el fondo tienes tu corazoncito, pero, si
además veías que el lugar donde había desaparecido era el mismo en el que
trabajaba Saúl, sería un aliciente para ti.
—Si querías deshacerte de mí, ¿por qué tomarte tantas molestias?
Se aproximó a ella y se inclinó hasta casi tocarla.
—Qué mejor manera que aislarte en un sitio donde muchas personas
desaparecen porque no quieren seguir con las redes sociales. Además —sus
ojos eran fríos y su voz sonaba con una calma inquietante—, quería
hundirte, que tu mundo se viniera abajo. Si pensaban que estabas
destrozada, no pondrían en duda que habrías querido desaparecer para
siempre dejándolo todo.
—Mi familia no lo permitiría.
—¿Quién? ¿Tu madre, con la que discutiste en Luz de Luna y a la que no
soportas? ¿O tu padre, que siempre ha estado ausente?
Ese hombre sabía todo de ella, había hecho bien los deberes.
—Matías te ha ido poniendo al día de todo, ¿verdad?
—Así es. Mi hijo no hace más que meterse en problemas, pero a veces
puede ser útil.
Se quedaron en silencio, aunque no dejaban de mirarse el uno al otro.
—¿Por qué matar a esas personas? ¿A Camila?
—Gloria me amenazó con contar los trapos sucios que descubrió en la
productora y le ofrecí un papel más importante a cambio de otros favores.
Se negó y me dijo que me iba a denunciar. —Se puso de pie—. No iba a
permitir que una mocosa echara por tierra todo aquello por lo que he
trabajado.
Sophie seguía luchando por aflojar la cuerda que apretaba sus muñeca;
cada movimiento se convertía en una batalla contra el dolor creciente.
—No puedo creer que una «niñata», como tú dices, sea tan peligrosa
hasta el punto de matarla.
Su rostro se volvió siniestro y a Sophie le dio un escalofrío.
—Me señaló con el dedo. Esa puta me señaló con el dedo y me amenazó.
Abrió los ojos, sorprendida.
—¿Por eso lo tenía cortado?
—Le ordené al sicario que contraté que lo hiciera. Él no estaba de
acuerdo, pero el que pagaba era yo.
—¿Y Raúl, el pobre chico que apareció en el vertedero? ¿Por qué?
—Eso fue culpa de mi hijo. Era técnico de sonido y pilló a Matías
robando al director de la serie que estábamos grabando.
—Con todo el dinero que tienes, podías haberle comprado en lugar de
matarlo.
—Esa gente te chantajea el resto de su vida y siempre me pediría dinero.
Además, era gay. Cuanto menos haya de esos en el mundo, mejor.
A Sophie se le paralizó el corazón. Estaba acostumbrada a seguir casos, a
ver documentales sobre gente así, pero escucharlo hablar con esa frialdad,
sin corazón, sin empatía, le produjo escalofríos. Tenía delante a uno de
ellos, un completo psicópata y manipulador.
Ahora se había convertido en una víctima. Saldría en las noticias, la
prensa se apresuraría a desentrañar los detalles de su misteriosa muerte,
especulando sobre si el crimen estaba relacionado con alguno de los casos
que con tanta pasión había investigado: «Famosa influencer dedicada a
investigar desapariciones y asesinatos aparece muerta». Y eso, en el
supuesto caso de que dieran con su cuerpo, porque quizá nunca la
encontrarían.
Probablemente harían una película sobre ella, incluso un documental. En
las redes sociales, sus seguidores compartirían mensajes de condolencia,
creando una oleada de tristeza digital. La pantalla del teléfono se llenaría de
emojis de corazones rotos y comentarios recordando sus mejores
momentos.
Pensó en su familia y, sobre todo, en su madre. Sophie no tendría la
oportunidad de aclarar las últimas palabras duras y dolorosas que le había
dicho. Valeria se quedaría con esa conversación; sería el último recuerdo
que tendría de su hija.
El corazón le latía cada vez más rápido. Notó cómo las cuerdas de la
muñeca comenzaban a aflojarse.
—¿Lo mataste porque era gay?
—Entre otras cosas, sí. Y ordené su muerte.
—Así no te ensuciabas las manos…
Sophie lo miró con repulsión.
—Así es, pero con Camila fue distinto. —Sophie frunció el ceño—. Creo
que, ahora que sé lo que es, me he dado cuenta de que quiero más. Por eso,
voy a disfrutar matándote.
A Sophie se le hizo un nudo en el estómago y creyó que iba a vomitar.
—¿Qué le hiciste a Camila? —murmuró.
—Sabía demasiado. Además, estaba colaborando con la poli. Mi hijo se
enteró, y el muy idiota le dio una paliza y la amenazó. Luego, como
siempre, me llamó para arreglar sus cagadas. Fui hasta Luz de Luna sin que
nadie me viera. Camila estaba en la habitación de Matías, sangraba por la
boca, daba asco verla. —Lorenzo escupió en el suelo y continuó—: Ella
pensaba que la defendería, le hice creer que iríamos juntos a la policía. Por
supuesto, no lo hice, y se metió en mi coche sin saber lo que la esperaba.
Aunque, al ver que nos adentrábamos en el bosque, comenzó a sospechar;
ahí vinieron los lloros y los gimoteos de miedo.
Sophie tuvo ganas de abofetearlo. La rabia que sentía al escucharlo le
estaba dando fuerzas para intentar soltarse.
—Eres despreciable.
—Gracias. —Levantó las cejas, satisfecho—. La llevé hasta el lugar
donde planeaba matarla y lo hice. —Se miró las manos y sonrió—. Fue una
sensación de adrenalina brutal, hacía tiempo que no sentía algo así. Todo es
tan aburrido y protocolario…
—Eres un puto psicópata.
Lorenzo se encogió de hombros.
—Para mí no es un insulto. Tengo los cojones de hacer lo que me da la
gana sin pedir permiso a nadie.
Sophie respiró profundamente y cerró los ojos por un instante para
calmarse.
—Hay algo que no entiendo. ¿Por qué le diste un like a una publicación
del rapero Lautaro Dez desde el perfil de Camila?
Abrió la boca, sorprendido.
—¿Eso hizo? Esa puta… No fui yo. Seguro que, al descubrir lo que
pensaba hacer, intentó mandar un último mensaje, pero no le salió bien,
porque ni tú misma lo entendiste. Alba, la poli, quería saber quién era el
proveedor de Matías con las drogas. Ese fue su último like, en un burdo
intento de avisarla de quién era. Por eso mi hijo la golpeó, aunque él no
tenía los cojones para matarla ni lo veía necesario. Yo he descubierto que
disfruto haciéndolo. —Se acercó a ella y la agarró del cuello con una mano
—. Ahora eres la siguiente y quiero ver cómo tus ojos se apagan sabiendo
que nadie te encontrará, ni tus padres ni Saúl. Nadie. Que tus seguidores te
odian y que has fracasado.
Sophie sintió la implacable presión en el cuello, y cómo, con cada
segundo, el aire dejaba de entrar en sus pulmones. Sus manos,
desesperadas, intentaron llegar hacia las de él para apartarlo, pero aún las
tenía atadas. El pánico se apoderó de ella. Iba a morir y lo último que vería
serían esos ojos azules que la miraban con una frialdad inhumana. El
penetrante olor a rancio aftershave le provocó una arcada, y su visión
comenzó a nublarse. Una pregunta absurda llegó a su mente. ¿Cuál había
sido su último like? Un detalle tan trivial que le pareció absurdo.
Cada fibra de su ser gritaba por la libertad, por escapar de esa muerte
siniestra y palpable.
Agotada, y sin saber de dónde emergió su última reserva de fuerzas,
Sophie logró soltar la cuerda que aprisionaba sus muñecas. Impulsada por
la adrenalina de supervivencia, lo golpeó en la cara. Él se cayó hacia atrás,
sorprendido. Se incorporó e intentó ir hacia ella, pero Sophie se había
puesto de pie y le dio una patada antes de que pudiera agarrarla.
Vio la furia en el rostro de Lorenzo, que se abalanzó sobre ella. Sophie lo
esquivó y él se estrelló contra la pared con violencia. Ahora o nunca, debía
abrir esa puerta y escapar. Logró tirar de la manilla y, antes de salir, empujó
de la furgoneta a Lorenzo, que salió despedido hacia el suelo, lo que le
permitió ganar esos segundos que necesitaba para bajar e ir hacia la puerta
del conductor. Las llaves estaban puestas. Consiguió arrancar mientras veía
a Lorenzo levantarse por el retrovisor e ir hacia ella a toda velocidad. Cerró
los seguros justo cuando él golpeaba la ventanilla con rabia.
—¡Puta! No vas a poder escapar.
Sophie pisó el acelerador y giró el volante hacia un lado para golpearlo.
El cuerpo de Lorenzo chocó con violencia contra un árbol mientras ella
seguía avanzando. La furgoneta daba tumbos sobre el suelo irregular y su
cuerpo se movía de un lado a otro en el asiento.
Aunque estaba rodeada de árboles, al menos la luz de los faros de la
furgoneta le permitía tener cierta visibilidad. A lo lejos vio una carretera y
se dirigió hacia allí, sin embargo, al mirar por el retrovisor notó que otro
coche se acercaba. Cada vez estaba más cerca. La tensión se apoderó de
ella. Distinguió al conductor, que llevaba un chubasquero negro.
Seguramente era su cómplice, el responsable de los otros dos asesinatos, y a
su lado estaba Lorenzo.
Sophie rezó en silencio y pisó a fondo el acelerador; si la alcanzaban, ya
no tendría ninguna oportunidad de salir con vida.
CAPÍTULO 39
Mara miraba la pantalla del móvil sin pestañear mientras sus uñas eran
víctimas de la tensión que la embargaba. Aún no se podía creer lo que Saúl
estaba a punto de hacer. Nunca lo había visto de esa manera; sin dormir,
nervioso, deambulando como alma en pena desde que Sophie había
desaparecido, y seguían sin conocer su paradero.
No le gustaba la idea que se les había ocurrido a Saúl y a Hank para
encontrarla, aunque tampoco sabía qué más hacer, por lo que deberían
intentarlo. Esperaban que aquella idea funcionara, y si no lo conseguían, al
menos podrían arreglar el daño que le habían hecho en las redes.
Deseaba con todas sus fuerzas que aquello ayudara a encontrar a Sophie.
Observó que el círculo del directo de Sophie se activaba en su perfil de
Instagram y accedió. En la pantalla se veía a Saúl, que estaba sentado en su
despacho, mientras los seguidores se iban añadiendo al directo. La falta de
sueño se reflejaba en sus ojos cansados, pero la determinación de ayudar a
Sophie lo mantenía en movimiento.
Hank le había dado las claves de la cuenta de Sophie para poder acceder.
Mara comenzó a leer los comentarios de las personas que iban entrando al
directo: «¿Quién es este tío?», «¿Dónde está Sophie?», «Dios, ¿le ha pasado
algo?», «Que hable ya, cojones».
Mara miró a Alba, que acababa de entrar en el comedor y se sentó junto a
ella.
Saúl respiró profundamente y habló:
—Hola, soy Saúl Garza, y estoy aquí para pediros ayuda. El vídeo que
subieron de Sophie estaba manipulado. —Mara apreció cómo su hermano
entrelazaba los dedos y se le quedaban los nudillos blancos—. Desde que
llegó al centro, le costó mucho expresar todo lo que sentía. La presioné para
que lo hiciera, para que lograra abrirse y contara qué era lo que necesitaba
de verdad. En uno de esos momentos, se enfadó y liberó mucho de lo que
tenía dentro. He pedido permiso a su familia para enseñar este vídeo en las
redes. —Se frotó las manos, nervioso—. Lo que voy a enseñaros es algo
privado e íntimo de ella, pero alguien que estaba en el centro la grabó sin su
permiso y cortó las partes en las que hablaba de sus seguidores,
manipulando la conversación. Este es el vídeo real.
Saúl no puso el vídeo completo, solo la parte que habían falsificado.
Colocó el móvil delante de la cámara y se vio a una Sophie enfadada y, al
mismo tiempo, dolida:
«Quieres que diga que mis seguidores son unos mierdas y que soy una
falsa solo para conseguir sus me gusta. Que no los soporto y aborrezco
cuando se me acercan. —Suspiró—. Pues te equivocas, porque son los
únicos que me entienden, que me quieren por lo que hago, que me
transmiten sus miedos, sus inseguridades. Sus palabras son aire fresco para
mí, e incluso ahora los extraño. Echo de menos a una seguidora con la que
hablo casi todas las semanas. Ha estado ahí en cada paso que he dado,
incluso cuando murió mi abuelo fue un gran apoyo. Su perfil es
@alwayscairde, que significa siempre amigas, y eso es justamente lo que
ella me ha regalado, momentos compartidos en lo bueno y en lo malo, como
muchos otros. Gracias a ellos, puedo hacer cosas que me gustan».
A Mara se le escapó una lágrima. Sintió que no podía respirar y que el
pecho le dolía. Las palabras y el gesto de dolor de Sophie traspasaban la
pantalla. Ese día, Saúl logró que liberara esas emociones que siempre le
había costado mostrar. Desde que se habían reencontrado, Mara era aún más
consciente de lo mucho que le importaba, de los buenos y malos momentos
que habían vivido juntas y de lo que la necesitaba en su vida. Por eso estuvo
ahí sin revelarle quién era en realidad; al menos, así podía mantener algún
tipo de contacto con ella.
Los comentarios no se hicieron esperar: «Dios mío, ¿quién ha podido
cortar el vídeo y hacerle esto?», «Pobrecilla, se ve que lo está pasando
mal», «Qué injusticia lo que le han hecho», «Y yo pensando que era lo
peor».
Saúl volvió a hablar:
—Ahora sabemos quién está detrás de esto y lo denunciaremos a su
debido momento, pero necesitamos vuestra ayuda para encontrar a Sophie.
Ha desaparecido. Alguien se la ha llevado a la fuerza y lo más probable es
que esté en peligro. Creemos que la tienen retenida en una furgoneta como
esta. —Enseñó una imagen de un vehículo de color marrón y dijo la marca
y el modelo—. Si alguien la ve, por favor, que se ponga en contacto por
mensaje directo en la cuenta de Instagram de Sophie. Toda ayuda es poca
para intentar localizarla antes de que le ocurra algo.
—No lo hagas —susurró Mara a la pantalla como si la fuera a escuchar.
—Si veis a este hombre —enseñó otra imagen, esta vez de Lorenzo, el
productor, y Mara se llevó la mano al pecho—, informadnos también.
Creemos que tiene algo que ver con su desaparición.
—Se acaba de meter en un buen lío —dijo Alba, meneando la cabeza de
un lado a otro.
—Está loco. No tenía que haberlo acusado públicamente. Ese hombre
tiene mucho poder, va a arruinar su carrera y aún más si no tiene las pruebas
suficientes.
—Ha lanzado un órdago —confirmó Alba, que agarró el brazo de Mara
—. Espera.
Se quedaron calladas para seguir escuchándolo.
—Por favor, ahora más que nunca necesita vuestra ayuda. Esta vez es
ella la persona desaparecida y necesito encontrarla con vida. No la creía
cuando me decía que había creado una relación especial con sus seguidores,
que sentía que muchos de ellos eran como amigos, que le transmitíais
vuestro amor y ayuda. Por favor, necesito creerla y, sobre todo, que no la
decepcionéis. Gracias a todos y todas.
La comunicación se cortó mientras ellas seguían mirando la pantalla
como si Saúl siguiera ahí. Alba colocó una mano en el hombro de Mara.
—Ya está hecho. Esperemos que logren encontrarla. La policía también
está haciendo todo lo posible.
Mara asintió. Necesitaba con todas sus fuerzas que así fuera; ya había
perdido a su padre, no quería perderla también a ella. Y mucho se temía
que, si algo malo le ocurría a Sophie, también perdería a su hermano. Saúl
no podría con la culpa porque había sido él quien le había propuesto volver
a casa.
Dos horas más tarde, habían recibido cientos de mensajes. Se fueron
organizando entre Hank, Nozomi, Mara, Alba y Saúl para ir leyéndolos y
comprobar si había alguno que fuera relevante y diera con alguna pista de
dónde podría estar Sophie.
Saúl se sorprendió al ver cómo los seguidores de Sophie se habían
volcado tanto con ellos. Habían localizado el lugar donde se había visto a
Lorenzo por última vez subiendo a una furgoneta que coincidía con la
descripción que dio Saúl. Hank también había dado con el hombre que
Nozomi había descrito, basándose en las declaraciones de varios testigos
cuando Gloria desapareció: un hombre alto, con gabardina y que solía llevar
siempre la capucha puesta.
Lo había seguido hasta el lugar donde había alquilado la furgoneta y por
eso pudieron identificarla. Hank y Saúl decidieron arriesgarse con respecto
a Lorenzo. Estaban seguros de que tenía algo que ver con los asesinatos, y
ahora también sabían que estaba relacionado con la desaparición de Camila.
Se encontraban los tres en el despacho y, mientras seguían revisando los
mensajes, Alba recibió una llamada. Se alejó un poco de la mesa donde
estaban sentados y Mara posó la mano en la de Saúl.
—¿Estás bien? Deberías descansar un poco.
—No. Hasta que no la encontremos, no lo haré.
Mara apretó con suavidad su piel.
—Sophie ha conseguido llegarte al corazón. —Saúl la miró y sonrió con
tristeza.
—¿Quién lo iba a decir? Una mujer que está conectada todo el día a
Internet y que vive de ello. De las cosas que más odio y he caído rendidito
en sus redes.
—Nunca mejor dicho.
Ambos rieron.
—Tenemos algo —dijo Alba, que acababa de colgar la llamada—. Han
localizado una furgoneta cerca de la salida quince, junto a la gasolinera. Iba
haciendo eses y a bastante velocidad. La policía está yendo para allá.
—Es el mismo sitio donde la han visto varios seguidores. Acaban de
mandar una foto —dijo Mara.
Saúl se levantó con rapidez y la silla sonó al arrastrarse contra el suelo.
—Vamos para allá. No puedo seguir aquí sin hacer nada más.
—Me quedo con Lucía —dijo Mara mientras abrazaba a su hermano—.
Ten cuidado.
Él la besó en la frente y salieron a toda velocidad para allá.
A Saúl se le hizo eterno hasta que llegaron a la zona donde habían visto
la furgoneta por última vez. Según se acercaban, vieron que los coches iban
muy despacio. El corazón parecía que se le iba a salir del pecho cuando
observó que, a lo lejos, había varias ambulancias y un coche de la Guardia
Civil.
—¿Qué haces? —preguntó Alba al ver que Saúl se quitaba el cinturón.
—Tengo que ver qué ha ocurrido.
Saúl escuchó cómo ella le pedía que esperase, aunque él ya había salido
del coche y comenzó a correr hacia la zona del accidente. No paraba de
repetir en su mente, una y otra vez, que por favor Sophie se encontrara bien.
Cuando ya estaba a solo unos metros, se quedó helado y se detuvo al ver
que en el suelo había un cuerpo cubierto con el papel de aluminio que
solían utilizar las ambulancias.
—No… —murmuró—. No puede ser ella.
Se acercó despacio. No quería enfrentarse a lo que estaba a punto de
descubrir. El estómago se le revolvió y las piernas se le doblaron de la
impresión solo de pensar que fuera Sophie.
—No puede pasar —dijo uno de los guardia civiles que estaba allí.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó apenas sin voz.
—Por favor, señor, márchese.
Saúl sintió cómo la adrenalina aparecía mezclada con el pánico y le gritó:
—¡Déjeme pasar, joder!
En ese momento apareció Alba y enseñó su placa.
—Perdona, puede que sea un familiar. ¿Es una mujer la que está ahí?
—Sí. —Ambos se miraron y Saúl se llevó las manos a la cabeza—. Está
en la ambulancia, se la van a llevar ahora. Ha sufrido un fuerte golpe en la
cabeza y tiene hipotermia.
—¿Está viva? —preguntó Saúl.
El guardia civil miró el cadáver en el suelo.
—Joder, sí, perdona. El que está ahí es un hombre que presuntamente la
estaba siguiendo.
—Tengo que verla.
El hombre fue a agarrarlo, pero lo esquivó y escuchó cómo Alba hablaba
con él para que no lo detuviera. No lo siguió, por lo que pensó que había
conseguido convencerlo. Fue corriendo hacia la ambulancia y entonces la
vio; el rostro pálido de Sophie estaba marcado por la tensión y el cansancio.
Un vendaje cubría su brazo y el suero goteaba lentamente por la vía que
tenía puesta. No estaba seguro de si tenía algún otro daño porque el resto
del cuerpo permanecía tapado.
Subió al vehículo, se arrodilló a su lado y le cogió la mano. La fragilidad
de Sophie en ese momento era evidente, y Saúl deseó poder borrar todo el
dolor que había sufrido.
—Sophie.
Ella miró hacia él y abrió los ojos.
—Saúl…
—Tranquila, no hables. Ya estás a salvo.
—Tenemos que irnos —dijo uno de los enfermeros—. No puede estar
aquí.
—Es… Espere —Sophie intentó levantarse, pero Saúl se lo impidió.
—Seguiré a la ambulancia y nos vemos en el hospital.
—No.
Se quería incorporar, estaba inquieta y, por la mirada de preocupación
que reflejaban sus ojos, entendió que quería decirle algo. Se acercó más a
ella.
—¿Qué ocurre?
—Lorenzo… —Le costaba hablar—. Ha ido a por Mara y Lucía. —Saúl
abrió los ojos, sorprendido—. Tienes… que… volver. Rápido.
Sophie cerró los ojos y se desmayó.
—Señor, baje de la ambulancia.
No tenía tiempo que perder. Lorenzo debía haberse enterado de lo que
había dicho de él en el directo de Instagram y querría vengarse. Mierda.
Preguntó a qué hospital la llevaban y salió a toda velocidad hasta que se
encontró a Alba.
—Debemos irnos. Lorenzo va a por Mara y Lucía.
Rezó para que no fuera demasiado tarde.
CAPÍTULO 40
Saúl no recordaba haber conducido tan rápido en toda su vida. Se le habían
quedado los nudillos blancos de agarrar el volante con tanta fuerza. Durante
el camino, Alba le contó que el guardia civil la había informado sobre el
accidente. Al parecer, el coche perseguía a la furgoneta, la golpeó y salieron
despedidos fuera de la calzada. Según algunos testigos, uno salió corriendo
y el otro murió en el acto. Sophie se quedó inconsciente hasta que llegó la
ambulancia.
Por fin llegaron a Luz de Luna y divisaron un vehículo aparcado. Le
costaba creer que fuera el vehículo de Lorenzo; parecía viejo y destartalado,
lo habría robado cuando tuvieron el accidente.
Salieron del coche a toda velocidad y se apresuraron hacia la casa
principal. Al entrar, el silencio resultaba aterrador.
—¡Mara! ¡Lucía! —gritó Saúl.
No se escuchaba nada. Fue abriendo las puertas de las distintas
habitaciones, pero no estaban allí. De pronto, escuchó un grito en la parte
de arriba y, a continuación, un golpe fuerte que hizo que retumbaran las
ventanas.
Saúl subió las escaleras de dos en dos, entró en la habitación de Lucía y
lo que vio lo dejó sin respiración: Lorenzo agarraba a Lucía contra su
cuerpo y la amenazaba con un cuchillo en el cuello, mientras que Mara
estaba bocabajo tirada en el suelo.
—¡Tío! —gritó, angustiada.
—Tranquila, estoy aquí —Su voz no sonó tan tranquilizadora como
esperaba—. Lorenzo, suéltala o…
—¿O qué? —Apretó un poco más el cuchillo y Lucía protestó.
La cara de Lucía era de terror y las lágrimas no dejaban de resbalar por
sus mejillas. Saúl le mostraba las manos mientras se acercaba despacio.
—No le hagas daño.
—Quizá vaya a la cárcel, pero te voy a destrozar la vida, como has hecho
tú conmigo.
—Eso lo has hecho tú solito. Nadie te pidió que matases a esas personas.
—Lorenzo estrechó los ojos—. Ella no tiene nada que ver, suéltala, es a mí
a quien quieres.
—No. Es a ti a quien voy a joder para que seas tú el que tenga que ir a
terapia el resto de su vida.
Saúl volvió a mirar el cuerpo de su hermana. ¿Estaba muerta? No la veía
respirar. No sabía qué hacer. Si se acercaba, estaba seguro de que le
rebanaría el cuello a Lucía, pero lo peor era que, si no hacía algo, iba a
conseguir el mismo desenlace. Entonces escuchó la voz de Alba a su
espalda.
—Suéltala, hijo de puta. —Su voz sonó tranquila y segura.
Le apuntaba con un arma sin desviar los ojos de su objetivo.
—¡Vaya! La que faltaba. La puta policía que obligó a Camila a acercarse
a mi hijo. Parece que te salió mal la jugada. ¿No te sientes mal por su
muerte?
Escuchó cómo Alba quitaba el seguro de la pistola.
—No eres más que un cabrón que se ha creído siempre con poder, pero
ahora solo tienes dos opciones. O te pego un tiro en la cabeza antes de que
ni siquiera puedas rozar a Lucía, o irás derecho a la cárcel en cuanto llegue
la policía. Ambas opciones son de lo más atractivas, aunque, si te soy
sincera, prefiero que me des una excusa para dispararte.
En el rostro de Lorenzo vio la rabia contenida; apretó los labios y
estrechó los ojos mirándola con tanto odio que Saúl se estremeció. Las
pulsaciones le iban a mil por hora. Sus pies querían correr hacia Mara para
comprobar si respiraba, y al mismo tiempo, abalanzarse sobre Lorenzo para
liberar a Lucía y verla a salvo.
—Te equivocas, Alba —dijo Lorenzo—. Sí hay otra opción. Vais a
dejarme salir de la habitación y me iré con Lucía. Nos lo pasaremos bien
antes de que podáis localizarnos.
Lorenzo olió su pelo y ella cerró los ojos.
—Te voy a matar —dijo Saúl yendo hacia él.
—Ni se te ocurra. —Clavó el cuchillo con más intensidad en el cuello de
Lucía.
—¡Ay!
Vio cómo un hilo de sangre recorría la piel de su sobrina.
—¡Para! Está bien. Alba, déjalo salir.
Ella se apartó y Lorenzo rodeó la habitación sin dejar de mirarlos a la vez
que se protegía con el cuerpo de Lucía.
—Cierra la puerta —ordenó a la niña—. Ni se os ocurra abrirla hasta que
hayamos salido o me la cargo.
Saúl y Lucía se miraron. Él le transmitía que se tranquilizara intentando
darle seguridad y ella parecía despedirse, muerta de miedo.
En cuanto se cerró la puerta, Saúl fue hacia Mara y le tomó el pulso.
—Está viva.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Alba, a la vez que se apoyaba en las
rodillas.
—¿Qué cojones hacemos?
Entonces sonaron varios golpes. Saúl tuvo el impulso de salir corriendo,
pero Alba lo agarró del brazo. Se miraron confundidos. ¿Y si salían y le
hacía daño a su sobrina? Antes de que pudieran reaccionar y decidirse, la
puerta se abrió despacio.
Se quedaron paralizados y apenas sin respiración hasta que la vieron.
Era Lucía.
Corrió hacia Saúl y se abrazaron con fuerza.
—¡Dios mío! ¿Estás bien?
—Sí, lo he empujado por las escaleras en cuanto he notado que me
soltaba para bajar. —Se apartó de él y fue hacia su madre—. ¡Mamá!
Saúl salió disparado de la habitación y bajó las escaleras. Al llegar afuera
de la cabaña, se topó de bruces contra él. El tiempo pareció congelarse un
instante, pero, antes de que pudiera reaccionar, un dolor agudo y penetrante
le perforó el costado. Saúl bajó la mirada y vio el destello metálico del
cuchillo clavado en su cuerpo.
—No era lo que esperaba, pero al menos tendré el placer de verte morir.
Lorenzo se lo sacó para intentar volver a darle una estocada. Saúl notó
que perdía fuerza en las piernas, pero justo un segundo antes lo empujó para
apartarlo de él.
—Detente o disparo.
Alba apareció detrás de Saúl. Lorenzo aún tenía el cuchillo en la mano y
destilaba determinación en sus ojos; ese hombre prefería morir a acabar en
la cárcel. Fue de nuevo hacia Saúl, pero ella le disparó en la pierna y cayó
de rodillas.
Alba se acercó y, con el pie, alejó el cuchillo, que ahora estaba en el
suelo.
—No te voy a dar el placer de morir, hijo de puta. Te pudrirás en la
cárcel.
—¡Puta!
—Sí, pero esta puta te ha atrapado. —Le apretó en la herida y él gritó de
dolor, después lo esposó.
Alba se acercó a Saúl, que estaba sentado.
—Me encuentro mal…
—Lo sé, tranquilo. —Alba presionó la herida para detener la hemorragia
—. La policía y la ambulancia no deben tardar.
—¿Y Mara?
—Está bien, tranquilo. Tiene un golpe en la cabeza, ahora la mirarán los
médicos.
Justo en ese instante, escucharon las sirenas.
—¿Por qué siempre llegáis cuando el asesino está muerto o ya lo han
atrapado?
—Has visto muchas películas —dijo Alba sonriendo.
—Es justo lo que ha pasado ahora.
—Te equivocas, la policía ya estaba aquí. —Se señaló a sí misma.
Saúl sonrió y se mareó, todavía con la mano en el costado, mientras Alba
continuaba presionando la herida. Se tumbó en el suelo y miró hacia arriba.
El cielo estaba despejado y solo se veían algunas nubes. A lo lejos, escuchó
la voz de Lucía, pero sus ojos se cerraron poco a poco hasta que dejó de
percibir lo que ocurría a su alrededor y se sumió en la oscuridad.

Sophie abrió los ojos, desorientada. Estaba en su habitación, pero no


lograba recordar cómo había llegado hasta allí. Intentó mover el cuerpo,
pero se tensó al sentir que le costaba levantar la mano, hasta que notó la
calidez de unos dedos en el brazo: era su madre.
—Tranquila, cariño. Todo está bien.
Las imágenes llegaron a su mente como si fueran balas de fuego que
rebotaban dentro de su cabeza: el cadáver de Camila, el accidente de coche,
Lorenzo, la huida con la furgoneta y Saúl…
—¿Saúl? ¿Mara y Lu…? —Apenas le salían las palabras.
—Shhh. Tienes que descansar.
Se intentó incorporar, pero su madre se lo impidió.
—Cariño, están bien. Aún estás débil. Sufriste hipotermia y un fuerte
golpe en la cabeza, aunque los médicos dicen que solo necesitas descansar
para reponerte. ¿No te acuerdas de que estuviste en el hospital? —Ella negó
con la cabeza—. Te hicieron varias pruebas y te dieron el alta hace un par
de días para que pudieras volver a casa.
A Sophie le llegaron varios flashes de su estancia en el hospital: mientras
le hacían un escáner, la preocupación de sus padres cuando estaban con ella
en la habitación, el médico explicándoles que no había ningún daño
evidente… Cuando le dieron el alta, fueron sus padres quienes la vistieron y
la metieron en el coche, ya que no se encontraba en condiciones de valerse
por sí misma.
—Toma, es la medicación. Bebe un poco de agua.
Obedeció y, al cabo de un minuto, notó que se empezaba a quedar
dormida. Luchó para evitarlo, necesitaba saber qué les había ocurrido a los
demás. Estaba preocupada, pero no tenía fuerzas para impedir lo que su
cuerpo le pedía a gritos. Cedió ante el cansancio, permitiendo que sus
párpados se cerraran con lentitud.
CAPÍTULO 41
Sophie, sentada en la cama, miró por la ventana cómo la lluvia golpeaba los
cristales. Se encontraba mejor, ya habían transcurrido varias semanas desde
que salió del hospital. En un directo en su perfil narró lo sucedido, aunque
los medios ya se habían encargado de difundir la historia y se especulaba
con la posibilidad de convertirla en película.
La reconfortó volver a sentir el apoyo de sus seguidores, los mensajes de
ánimo y los agradecimientos sinceros que recibió por parte de miles de
personas.
La policía le comunicó que tendría que testificar contra Lorenzo y contar
lo ocurrido. Estaban seguros de que le caería la pena máxima y, debido a su
avanzada edad, ya no saldría de la cárcel. Esa noticia supuso un alivio para
todos.
Sophie pensaba en Camila y en más de una ocasión había llorado por
ella. Aunque el contacto entre ambas se había desvanecido cuando eran
niñas, un nudo de impotencia se aferraba a su pecho por no haber logrado
ayudarla y por la vida tan dura que había tenido.
Habló con Nozomi y también con Hank, que, afortunadamente, se
encontraba a salvo después de que quisieran localizarlo. Era demasiado
bueno ocultándose, y ella debió imaginarse que no lo encontrarían. Hank le
explicó que convenció a Saúl para subir el directo a las redes y que Saúl lo
ayudó en todo lo que le propuso. Sophie había visto las imágenes una y otra
vez, sorprendida por la preocupación del rostro de Saúl y por la
desesperación que transmitía. Pensó que tuvo que costarle muchísimo
hacerlo.
Había hablado con Mara, y esta le explicó el miedo que pasó cuando
Lorenzo se presentó en el centro y cogió a Lucía. Por fortuna, todos estaban
a salvo, incluido Saúl. No había podido ir a verlo. Tanto Mara como su
madre le aconsejaron que debía seguir descansando, aunque ella se resistía,
con la firme intención de coger el coche y presentarse en Luz de Luna. Sin
embargo, Saúl se lo impidió, la llamó y con la voz débil le rogó que no lo
hiciera, que ambos necesitaban tiempo para recuperarse y prometió que
hablarían de nuevo tan pronto como fuera posible.
Se cuestionaba el motivo por el que él no la había vuelto a llamar. A
pesar de intercambiar mensajes con él, la preocupación la invadía al notarlo
tan distante. Pensó que quizá Saúl se había arrepentido de estar con ella o la
culpaba por lo sucedido con Lorenzo.
Aunque había intentado alejar esos pensamientos, resultaba difícil
deshacerse de ellos. Tampoco podía imaginar cómo sería su vida de ahora
en adelante. Sentía que algo en su interior había cambiado, que ya nada
sería igual.
Lo echaba mucho de menos y su ausencia le pesaba. No habían hablado
de su futuro, ni de si él aceptaría que ella siguiera conectada a las redes, con
todo lo que eso suponía para Saúl.
Sophie se sentía exhausta por la incertidumbre de no saber cuál era el
camino correcto. ¿Y si lo dejaba todo y se equivocaba? ¿De verdad quería
abandonar su trabajo? La posibilidad de que, al permanecer junto a Saúl,
ambos descubrieran que no estaban destinados a estar juntos la aterraba.
Solo de pensar en esa idea, se le detenía el corazón.
Estaba segura de que él la estaba evitando. Mara también le escribía y la
animaba, pero Sophie no quería explicarle sus temores porque quizá no
podría ser neutral; después de todo, eran hermanos.
Echaba de menos a su abuelo, siempre le daba sabios consejos cuando se
sentía perdida.
Se pasó las manos por el pelo y apoyó la mejilla en las rodillas,
abrazándose. Entonces escuchó que alguien llamaba a la puerta.
—¿Puedo pasar? —preguntó su madre.
—Sí, pasa.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor, pero estoy un poco cansada aún.
Valeria se sentó a su lado en la cama. Desde que la habían rescatado, su
madre la miraba de manera distinta, aunque, si lo pensaba bien, esa mirada
había cambiado el día que apareció en Luz de Luna y le expresó todo lo que
pensaba de ella. Desde entonces, apenas habían podido hablar y después
ocurrió el secuestro.
Su madre la agarró de la mano.
—Sophie, cariño. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Vas a volver allí?
—No lo sé, mamá. —Suspiró—. No sé qué voy a hacer con mi vida.
Puede que hasta te alegre saberlo.
—Te equivocas. —Se miraron a los ojos—. Desde que hablamos en Luz
de Luna, me he dado cuenta de muchas cosas.
—Quizá fui un poco dura. Cuando pensé que ese hombre me mataría,
pensé en ti y en que no quería que esa conversación hubiera sido la última
entre nosotras.
—No debes sentirte mal. Me hizo despertar y quitarme esa venda que me
cegaba.
—¿De verdad?
Valeria asintió.
—Mis padres nunca me mostraron afecto, eso hizo que yo tampoco
supiera cómo acercarme a ti. Me he dado cuenta del daño que te he hecho
queriendo que fueras algo que tú no deseabas para ti misma. De las veces
que no te he abrazado y me he contenido porque pensé que así te haría una
mujer fuerte y dura para esta vida tan complicada. —Valeria acarició su
mejilla—. La de veces que he querido acariciar tu pelo cuando veía que
llorabas porque te sentías mal… Creía que si lo hacía te haría débil y
tampoco sabía cómo acercarme a ti. Y lo único que he conseguido es una
hija que no quiere a su madre y que desea tenerla lo más lejos posible. No te
imaginas el dolor que siento por haberme equivocado tanto y por haberte
perdido.
Sophie se quedó congelada por sus palabras. Jamás pensó que su madre
se hubiera sentido así. La veía destrozada, con ojeras pronunciadas y como
si hubiera envejecido diez años.
Agarró con firmeza la mano de su madre.
—No me has perdido.
Y entonces Valeria se derrumbó y la abrazó con fuerza.
—Odiaba a mis padres por lo que me hicieron y yo te he hecho lo mismo
a ti. —Lloraba desconsoladamente y, al mismo tiempo, acariciaba el pelo de
Sophie.
Permanecieron en silencio un buen rato, abrazadas, sintiendo la calidez
de sus cuerpos. Permitieron que toda esa rabia y dolor se fuera mitigando y
acortase esa distancia que se había formado a lo largo de los años, un
puente que cada año se extendía más y más, hasta llegar al punto en que se
perdían la una de la otra.
—No quiero que nuestra relación sea como la que tienes con ellos.
Quiero seguir siendo tu hija, que hablemos, que nos veamos.
—¿De verdad?
—Sí, pero debes dejar de intentar controlar mi vida. Necesito a mi madre
y que me aceptes como soy.
—Ay, hija. No te puedes imaginar lo mucho que te quiero, eres lo más
valioso que tengo en la vida. Ni te imaginas el miedo que pasé cuando
desapareciste.
Se abrazaron de nuevo y esta vez fue a Sophie a la que se le escapó una
lágrima. Ahora sí, comenzó a sentirse mejor. Más liviana, más libre.
Su madre le secó el rostro con la mano.
—¿Sabes lo que creo? —dijo Valeria—. Que deberías hablar con tu
abuelo.
Sophie frunció el ceño, confusa.
Su madre se levantó y fue hacia el armario. Ambas vieron la pequeña
caja en forma de baúl que le había regalado su abuelo. La cogió y se la
entregó a Sophie.
—Siempre me pregunté qué pondría en esos papeles que hay dentro.
Nunca la abrí, pero sé que es probable que encuentres las respuestas que
necesitas. —Valeria sonrió con dulzura—. Son tus sueños los que están ahí
guardados, los sueños que una niña no pudo cumplir por tener una madre
demasiado intransigente. Lo siento mucho, de verdad. Solo espero que esta
vez me hagas caso y te atrevas a abrirla.
Valeria le dio un beso en la frente y salió de la habitación, dejándola sola.
Desde que era pequeña, no había vuelto a abrir esa caja. Con el tiempo,
había llegado a percibir los sueños como una invención para ilusionarse por
las cosas que nunca se materializaban, solo para sumergirse en la
frustración y la sensación de fracaso. Todo llevaba demasiado esfuerzo,
demasiados quebraderos de cabeza. Sin embargo, su estancia en Luz de
Luna le había abierto los ojos y la había hecho consciente de que ignorar lo
que estaba en su interior la había paralizado hasta llegar a perderse a sí
misma, mentirse y aceptar situaciones que no deseaba.
Remover el dolor resultaba duro, hasta el punto de no dejarla respirar, sin
saber a dónde dirigirse ni cómo hallar la salida. Aunque, poco a poco, ese
dolor se fue transformando en conocimiento, sabiduría y serenidad.
Por primera vez en años, sintió la necesidad de abrir esa caja, como sí, de
alguna manera, pudiera conectar con su abuelo. Sus dedos temblaron antes
de abrirla, incluso llegó a dudar y la volvió a cerrar.
—No, Sophie —murmuró—. Ya ha llegado el momento.
Había papeles doblados de varios colores: rosas, verdes, azules, y otros
con distintos estampados. Dejó el baúl a un lado de la cama y comenzó a
abrirlos.
«Voy a ser profesora como mi abuelo y ayudar a los demás».
«Mi sueño es ser guitarrista y tocar delante de muchas personas».
«Quiero que mi abuelo esté siempre conmigo».
«Me gustaría sentirme normal, no ser rara».
«Quiero que Mara y yo siempre seamos amigas».
«Quiero estar más tiempo con mis padres haciendo cosas juntos e irnos
de vacaciones».
«Me gustaría tener muchos amigos».
«Quiero ser libre».
«Me gustaría creer que todo esto es verdad y que los sueños se pueden
cumplir».
Sophie observó los papeles que estaban desperdigados por la cama. No
eran solo sus sueños: eran también sus miedos, esperanzas y anhelos. Cogió
el cofre y frunció el ceño, extrañada. Había un sobre en el fondo que ponía:
«Para Sophie, de tu abuelo». No recordaba cuándo lo había metido,
seguramente lo hizo sin que ella se diera cuenta. Lo abrió con cuidado,
dentro había una pequeña nota: «Lo único imposible es aquello que no
intentas. Te quiero, peque».
Sophie se llevó la nota al corazón, donde ahora mismo sentía un calor y
un amor inmensos. Era como si su abuelo le estuviera hablando y le diera
un mensaje, uno que necesitaba más que nunca.
—Gracias —murmuró.
CAPÍTULO 42
Acomodó el móvil en el trípode y se sentó en la silla. Respiró hondo y
observó la pantalla del teléfono. Veía su rostro maquillado de forma sutil, el
cabello recogido en una coleta y detrás, el fondo de su habitación. Había
llegado el momento de compartir con sus seguidores la decisión que había
tomado. Pulsó el botón para iniciar la transmisión del directo y fue
saludando a las personas que se unían. Unos minutos después, pensó que ya
había llegado el momento y comenzó a hablar.
—Hace unos días os adelanté que tenía que compartir varias decisiones
importantes con vosotros. —Sophie sonrió para sí misma al verse en la
pantalla, radiante y serena—. Muchos y muchas sabéis lo que significaba
mi abuelo para mí. Él siempre decía que debíamos perseguir nuestros
sueños, visualizarlos. Durante años, dejé de creerlo, pero ahora sé que tenía
razón. —Sus seguidores le enviaban amor y apoyo a través de cientos de
corazones mientras hablaba—. Voy a luchar por lo que quiero, y son varias
cosas. Seguiré ayudando a otras personas a encontrar a sus seres queridos
desaparecidos, pero no solo brindaré apoyo y publicidad para localizarlos:
también lo haré fuera de las redes. Me he asociado con varias
organizaciones para expandir esa ayuda. No obstante, he decidido que ya no
investigaré ningún caso por mi cuenta. —Se mordió el labio—. Esa etapa
ya ha pasado. Seguiré compartiendo mi pasión por series y películas y… —
le costaba decirlo— también comenzaré a componer mis propias canciones.
No estoy segura de si las compartiré en las redes; empezaré tocando en
pequeños pubs para adaptarme y, después, ya veremos.
Se sucedían los comentarios de asombro y de ánimos. Sonrió satisfecha.
—Y otra de las cosas que deseo hacer es decirle a alguien muy especial
lo mucho que me importa. Si me acepta, no estaré tan presente en las redes,
pero merecerá la pena porque necesito probar cosas nuevas y…
Desde la pantalla vio que alguien abría la puerta de su habitación, se giró
y se quedó sin respiración: Saúl.
Sophie no podía moverse mientras él se acercaba a ella sin dejar de
mirarla. Se puso en cuclillas a su lado.
—¿Cómo has entrado? —logró preguntar.
—Me ha abierto tu madre. —La agarró de las manos—. Espero que esa
persona especial que acabas de nombrar sea yo.
—Joder, el directo.
Con la sorpresa, no se había dado ni cuenta de que seguían ahí. Fue a
apagarlo, pero él no liberó sus manos.
—Quería aprovechar para daros las gracias —dijo Saúl a la cámara—.
Gracias por haberme ayudado a encontrarla. Sophie tenía razón. Aunque me
cueste admitirlo, hay muchas personas que merecen la pena y se pueden
encontrar a través de las redes. Pero ahora necesito estar a solas con ella. —
La miró fijamente y el corazón de Sophie se saltó un latido—. Espero que
lo entendáis. —Se acercó a la cámara y susurró—: Hay cosas que prefiero
mantener en la intimidad.
Guiñó un ojo y apagó el directo, después se volvió hacia ella y ambos se
incorporaron.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó en un susurro. Él asintió—. Podías
haberme dicho que ibas a venir, apenas respondías a mis mensajes y…
Saúl colocó un dedo en su boca para que dejase de hablar.
—Quería darte tiempo. Habían pasado muchas cosas, sabía por Mara que
estabas muy confusa.
—Pero no por ti.
—Lo sé, pero tu vida es muy distinta a la mía. No quería que hicieras
algo de lo que después te arrepintieras. Necesitabas pensar.
—¿Y cómo sabías lo que iba a decir en el directo?
—No lo sabía —contestó él, que la agarró de la cintura y la acercó hacia
su cuerpo—. Pero deseaba escuchar esas palabras, justo las que has
pronunciado. Cuando anunciaste que ibas a hacer un directo, conduje hasta
aquí con esa esperanza.
—¿Y si no hubiera sido así?
Le acarició la mejilla y después pasó un dedo por sus labios.
—Habría entrado a tu habitación y no habría cesado en mi empeño hasta
lograr que cambiaras de opinión, porque no puedo vivir sin ti, Sophie.
Ella bajó la mirada.
—No voy a dejar las redes.
—No te he pedido que lo hagas.
Se enfrentó a sus ojos.
—Pero es lo que te gustaría.
—No puedo negarlo, pero las redes no van a desaparecer. Hay que
asumir que la tecnología está aquí para quedarse, pero creo que tú ya te has
dado cuenta de que, en realidad, se puede utilizar de otra forma. Es
solamente ser conscientes de que nosotros la manejemos, no al revés.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó ella, que se recostó sobre su pecho.
—Lo iremos descubriendo poco a poco. Juntos.
—Estarías orgulloso de mí. —Sophie toqueteó el cuello de la camisa de
Saúl mientras hablaba—. He establecido una rutina de sueño para evitar
utilizar el móvil antes de ir a dormir, disfruto de ir a pasear con mi madre y
ninguna de las dos mira el teléfono cuando estamos juntas. A veces,
también se une mi padre. Y he desactivado las notificaciones.
—No me lo puedo creer. —Saúl levantó una ceja—. Pero te equivocas en
algo. —Sophie frunció el ceño mientras él la miraba con intensidad—. Ya
estaba orgulloso de ti…
Ella lo intentó apartar, pero él se lo impidió.
—Serás mentiroso… ¡Si me odiabas! —contestó, poniendo los ojos en
blanco.
—Odiar es una palabra muy fuerte, digamos que me sacabas de mis
casillas.
—Pues yo a veces quería matarte.
Los labios de Saúl se curvaron en una sonrisa.
—Ahora la que miente eres tú. —Se acercó a su boca—. Sabes tan bien
como yo que estabas loquita por mis huesos.
Él rozó su cuello con la nariz y Sophie se estremeció.
—Te he echado de menos.
—Y yo a ti, Sophie.
Saúl deslizó la mano por su nuca y apresó su boca. Ella cerró los ojos
entregándose al placer que le proporcionaba su contacto. Un suave gemido
escapó de su garganta mientras su cuerpo despertaba con intensidad al
sentir de nuevo su piel, su olor. Como si cada una de sus células saltasen de
alegría por ese reencuentro.
La sentó en la mesa y continuó besándola con desesperación. Las manos
de ambos vagaban por sus cuerpos para intentar saciarse el uno del otro. Le
acarició un pecho y ella jadeó, excitada.
—Joder, Sophie. Te necesito.
El sonido de varios golpes en la puerta hizo que se detuvieran.
—¿Sophie? ¿Tío? ¿Podemos entrar?
Escucharon la voz de Lucía.
—Mierda, se me había olvidado. —Saúl se frotó la nuca—. Con la
emoción del momento, he dejado a Mara y a Lucía fuera.
Sophie abrió los ojos, sorprendida.
—¿Han venido contigo?
Él asintió.
Lo apartó corriendo y fue hacia la puerta, que abrió con rapidez. Se
encontró con el rostro familiar de Mara y Lucía, quien se abalanzó sobre
Sophie. Ella hizo lo mismo y se fundieron en un fuerte abrazo.
—¡Qué ganas tenía de verte! —exclamó Sophie, emocionada.
—Y yo a ti.
Después de que ambas se quedaran satisfechas. Mara y Sophie también
se abrazaron, un abrazo lleno de cariño y confianza.
—¿Por qué tardabas tanto, tío?
Saúl se frotó el pelo.
—Bueno, es que yo también tenía muchas ganas de verla.
—Eres un acaparador.
—Anda, vamos, que Valeria me ha dicho que nos sentemos a comer. Nos
invita a lasaña —añadió Mara.
Fueron juntos al salón, Saúl la agarraba de una mano y Lucía, de la otra.
Al llegar al comedor, sus padres ya estaban allí. Se sentaron alrededor de la
mesa mientras Sophie los observaba, aún de pie.
Sonrió satisfecha al comprobar que empezaban a cumplirse sus sueños.
Saúl se acercó a ella.
—¿Estás bien? —preguntó él, abrazándola por la cintura.
—Sí. —Lo miró a los ojos y lo besó—. Es solo que me he dado cuenta
de que la mejor red social es una mesa rodeada de las personas que más
quieres.
EPÍLOGO
Sophie comenzó a dar pequeños saltos, movió la cabeza de un lado a otro y
realizó estiramientos en las manos y brazos. Parecía estar preparándose para
correr una maratón, pero nada que ver con la realidad: iba a cantar en
público. Por primera vez desde la traumática experiencia que marcó su
pasado, se había decidido a dar el paso. Estaba muy nerviosa y sentía
mariposas revolotear en su estómago, pero la emoción superaba cualquier
rastro de ansiedad.
En ese momento sonó su teléfono.
—Hola, valiente.
—¡Nozomi! —Sophie sonrió—. ¿Vas a venir?
—No, al final no puedo ir, pero te estaré animando desde la distancia. Lo
vas a hacer genial. ¿Estás nerviosa?
—Un poco. —Sophie se mantuvo en silencio unos segundos—. Nozomi,
¿estás bien? Hank y yo estamos preocupados por ti.
—¿Robocop, preocupado?
—Sí, lo está y yo también. Sabemos que nos ocultas algo.
—¡Qué tontería! —Bufó—. Ya hablaremos. Tú ahora céntrate en el
concierto. Mucha suerte, Sophie. Tengo que dejarte.
—Está bien. Un beso, te llamaré.
Colgaron y Sophie pensó que no descansaría hasta hablar con ella y que
confesase qué le ocurría.
Se asomó con timidez desde el escenario para inspeccionar el local sin
ser vista. El pub estaba lleno, y vio a lo lejos a sus padres, que sonreían
entusiasmados. La mayoría eran amigos y familiares, aunque también
distinguió a algunos seguidores. Intentó localizar a Hank entre la multitud,
sin éxito. La sorprendió cuando él dijo que iría a verla, pero intuía que su
visita no estaba motivada por ella, sino por Nora. Cada vez que tenía la
oportunidad le preguntaba por ella y, en más de una ocasión, le pidió a
Sophie que recordara a Nora que podía ayudarla con su acosador. Aunque,
por ahora, la tranquilidad había vuelto a la vida de la muchacha, ya que ese
hombre no había vuelto a aparecer.
Sophie seguía pensando que a su amigo hacker le gustaba Nozomi, pero,
al igual que su amiga, él nunca lo reconocería.
Lorenzo aún estaba a la espera de sentencia, consciente de que habían
encontrado pruebas suficientes para condenarlo con la pena máxima. Los
rumores hablaban de que él no lo estaba pasando muy bien en la cárcel, y
ella no podía evitar sentir una cierta satisfacción por ello. No lo perdonaba
y tampoco quería que viviera tranquilo; no se lo merecía.
Había pasado un año desde que Sophie tomó varias decisiones
importantes en su vida y no lamentaba ninguna de ellas. Se sentía plena
ayudando a distintas asociaciones dedicadas a la búsqueda de personas
desaparecidas. Además, ahora vivía en Luz de Luna, donde daba clases de
guitarra a aquellos que buscaban rehabilitarse de sus adicciones. También
daba clases online, en las que compartía su pasión y observaba con
satisfacción cómo muchas personas mejoraban con la guitarra gracias a sus
consejos y apoyo.
Sophie cerró los ojos para permitirse un momento de tranquilidad. Contó
hasta cinco con una inhalación profunda a través de la nariz y después
liberó el aire despacio. En ese instante, unos brazos cálidos envolvieron su
cintura y le proporcionaron un refugio que la reconfortaba. El aroma
adictivo y familiar de Saúl impregnó su ser.
—¿Estás preparada? —susurró él en su oído, provocándole un escalofrío.
—No.
Él se rio y Sophie se dio la vuelta para abrazarlo. La miró con esos ojos
intensos y especiales que la volvían loca.
—Lo vas a hacer genial, solo déjate llevar.
—Creo que necesito un beso de la suerte —dijo Sophie con una sonrisa
en los labios.
Él levantó una ceja.
—Eso tiene un precio. —Ella frunció el ceño—. Después deberás
compensarme, ya sabes que, si te beso, necesito volver a hacerlo una y otra
vez.
Sophie soltó una carcajada.
—Esta noche te compensaré, te lo prometo.
Él se acercó a sus labios y la besó despacio. En cuanto sus bocas se
unieron, la mecha del deseo se encendió con rapidez. Saúl la agarró de la
nuca y profundizó aún más mientras la atraía hacia su cuerpo.
Sophie, con un gran esfuerzo, se separó de él. Sus ojos oscuros le
prometían que después recibiría más.
—Tengo un problema —dijo él, mientras Sophie arrugaba el entrecejo—.
Soy terapeuta para ayudar a otros a superar adicciones, pero ¿quién va a
tratarme a mí?
—No te entiendo.
Él apoyó su frente contra la de ella.
—Eres mi adicción, Sophie.
Saúl acarició sus labios con el dedo pulgar y ella sintió que la necesidad
se hacía más fuerte.
—Agradécemelo, por eso no necesitas el móvil.
Saúl se echó a reír.
—Te quiero, pelirroja.
—Y yo a ti, troglodita.
Él le dio un breve beso en los labios.
—Ahora, sal ahí y demuestra lo que sabes hacer.
Sophie le guiñó el ojo. La música se había convertido en su vehículo
para ofrecer esperanza y transformación, lo mismo que sentía cuando
componía. Unos meses atrás, Saúl le había regalado un pequeño cofre como
el de su abuelo. Ambos escribieron sus metas y sueños y guardaron los
papeles en la cajita. En dos años volverían a abrirlos, aunque uno de ellos
estaba a punto de cumplirse.
Según avanzaba hacia el centro del escenario, Sophie pensó que quizá
estaba dando un paso directo hacia el fracaso, a salir ahí y que no le gustara
a nadie, a no ser suficiente ni válida, a que se rieran de ella. Agarró el
micrófono y se colocó la guitarra. Sí. Todos esos temores estaban ahí, pero,
a pesar de ello, había decidido hacerlo porque deseaba vivir persiguiendo
sus sueños, sus metas, a pesar de la incertidumbre, a pesar del miedo. En
ese instante, bajo el resplandor del foco, eligió la valentía sobre la
comodidad, la esperanza sobre la duda, y se preparó para convertirse en la
compositora de la letra de su vida.

FIN
NOTA DE LA AUTORA
Querida lectora, me gustaría proponerte algo. Al igual que Sophie, tengo
una cajita donde mi marido y yo hemos ido anotando nuestros objetivos,
metas y sueños. La primera vez que lo hicimos, cada uno metió un papelito
sin decirle al otro qué había puesto. Cerramos la caja y la abrimos tres años
después. Nos sorprendimos al ver que, de los diecisiete papeles que
habíamos añadido, quince se habían cumplido. Decidimos hacerlo de nuevo
y por ahora esos sueños están guardados en nuestra cajita, esperando a ser
abiertos. Esperaremos un poco más.
Si te animas a hacer lo mismo, me encantaría que lo compartieras
conmigo en las redes y que, dentro de dos años o el tiempo que consideres
oportuno, abras la caja y me cuentes cuántos de tus sueños se han hecho
realidad.
No todo lo que se hace en las redes es malo; al contrario. Hay muchas y
bonitas iniciativas y me gustaría formar parte de una de ellas y que tú
también seas partícipe.
Cuando investigué sobre las redes sociales, la tecnología y el impacto
que tienen en nosotros al estar tan enganchados al móvil, me sorprendí al
darme cuenta de cuánto nos controlan simplemente con dar un «me gusta»,
compartir o comentar publicaciones. Y lo peor es que pensamos que somos
nosotros quienes elegimos, pero nada más lejos de la realidad.
No digo que no seguiré utilizando las redes y el móvil, pero sí que es
cierto que ahora tengo más conciencia en ciertas cosas para evitar esa
manipulación. Es importante contrastar las noticias y no quedarse solo con
las opiniones más afines a uno mismo. Es mejor tener una mentalidad
abierta para ver qué es lo que dicen los demás. Ten cuidado con los enlaces
que pinchas, ya que podrían obtener una gran cantidad de datos sobre ti.
Apaga el móvil por la noche y observa lo que te rodea; a veces, parece que
lo único que vemos es lo que está dentro de la pantalla y nos olvidamos del
resto.
Y lo más importante: deja el móvil a un lado cuando estés con personas a
las que quieres. Ese tiempo no vuelve y las redes siempre estarán ahí.
Gracias por haberle dado una oportunidad a esta novela. Espero que te
haya gustado. Si es así, me ayudaría mucho que compartieras tu valoración
en Amazon. Mil gracias de nuevo ☺
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MIS REDES SOCIALES


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AGRADECIMIENTOS
Una novela más y, como siempre, siento esa emoción e inquietud a la vez.
Nunca se va esa sensación de saltar al vacío con cada nueva historia y la
necesidad de no decepcionar a mis lectoras. Espero que sigáis disfrutando
con cada novela que publico.
Parece que las escritoras siempre decimos lo mismo, que sin vosotras
esto no sería posible, pero es cierto. Si no estuvierais al otro lado, nada de
esto tendría sentido, porque no os imagináis lo que me llenan vuestros
comentarios, las reseñas, las palabras de ánimo, el saber que os ha
enganchado y no habéis podido parar de leer; que os habéis emocionado,
reído, llorado… Para mí, ese es el mayor logro como escritora. Gracias por
estar ahí.
Dicen que la vida del escritor es solitaria, pero tengo la suerte de estar
muy bien acompañada en este camino.
Gracias a mis chicas del grupo de Mastermind: Desi, Maca y Lucía.
Aprendo tanto con vosotras… Estoy segura de que mis novelas no serían
las mismas si no fuera por vuestros consejos y por vuestras revisiones. Me
siento muy afortunada por teneros ahí.
Gracias a Desi por todos tus consejos, por esos momentos que nos
dedicamos a diario contándonos, no solo cosas de escritura, sino también de
nuestros miedos, nuestras alegrías y frustraciones. Eres un ejemplo claro de
que la tecnología puede traerte amigos de verdad.
Gracias a todas mis amiguis, las que tengo desde hace muchos años
atrás, vosotras sabéis quienes sois. Gracias por animarme a seguir adelante.
Gracias a mi familia, que me apoya y confía en mí con la decisión que
tomé hace un par de años de dedicarme a la escritura. Es muy importante
vuestro apoyo.
Gracias a Kris L. Jordan por tus palabras de ánimo. Por estar juntas en
este camino y por ser mi fan número uno. Te quiero mucho, amigui.
A mis lectoras beta. Isa, tus consejos me han servido de gran ayuda,
incluso para la próxima historia que tengo en mente. A Ali, una mujer
extraordinaria que siempre está ahí cuando la necesitas; eres luz. También a
ti, Vane, siempre serás mi lectora beta y amiga.
A Carol, mi correctora y amiga. Gracias por todo, no podía dejar mi
novela en mejores manos.
A Moni, mi compi de eventos, lectora beta, amigui… Aunque a veces
nos divorciemos, sabes que no puedo vivir sin ti.
A Keka, por contar conmigo siempre, por tus enseñanzas y por tu
sinceridad.
A Sara, la que ve la magia de las estrellas. Gracias por tu apoyo y por
esos ánimos y serenidad que solo tú sabes transmitir.
A mi Mari, la que siempre está ahí de manera incondicional. Eres mi
alma gemela, mi sister y la persona más buena que he conocido. No me
cansaré de decirte lo afortunada que soy por tenerte.
A Adela, por la maravillosa portada que has hecho para esta novela y por
tu paciencia.
Gracias a Luis. Sin ti, todo esto no sería posible. Eres la persona que me
llena, me da el equilibrio que necesito cuando creo que me caigo. No te
imaginas lo mucho que te quiero. Nuestra peque, Brianna, no podría tener
un mejor papá.
Y a mi niña, Brianna. La que me apoya sin saberlo cuando le digo que
tengo que escribir y me da un besito mientras me voy a la habitación, la que
me llena de amor cada día con sus sonrisas y abrazos. Tus «te quiero» son
un impulso para seguir adelante. Eres lo más bonito que me ha pasado en la
vida.
OTRAS NOVELAS
DE JESSICA LOZANO

SOLO FUE TU VOZ


¿Podrías enamorarte de alguien sin verle, sin sentirle físicamente y en
unas circunstancias tan peligrosas que temes por tu vida?
Morgan Jones es una valiente reportera acostumbrada a enfrentar peligros
en zonas de conflicto. Pero cuando una terrible experiencia la deja
marcada, decide huir y refugiarse con su abuela en un tranquilo pueblo
rural.
Allí conocerá a Connor, el nuevo empleado de la tienda de su abuela, un
hombre enigmático que es el único capaz de lograr que la carga que ahora
la persigue desaparezca. Sin embargo, siente que oculta algo y que no es
quien dice ser.
Con su instinto periodístico en alerta, Morgan no parará hasta averiguar
qué es lo que esconde, mientras que él no se detendrá hasta alcanzar su
objetivo final.
LA GUERRERA DE NÁDÚR

¿Puede el amor viajar en el tiempo y curar un corazón roto?


Brianna se despierta desorientada en el suelo de su dormitorio, apenas
logra moverse. Mientras lo intenta, millones de imágenes en las que se ve a
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a lo desconocido la paraliza a la vez que una fuerza extraña la empuja a
averiguar qué es lo que le ha ocurrido. Los ojos negros de un hombre la
persiguen en esas visiones en las que se mezclan caricias, desconfianza,
besos y dudas… para dar paso a una imagen en la que él, en ese pasado,
acaba con su vida. Todo se complica cuando ese mismo hombre aparece en
el momento más inesperado en su vida actual. Aunque no parece
reconocerla, ella no se detendrá hasta descubrir la verdad.

FUISTE TÚ
Sheila trabaja como agente del FBI. Después de varios años detrás de
una famosa banda criminal, se le presenta una buena oportunidad para
atraparles. Sin embargo, lo que no imagina es que, para lograrlo, acabará
infiltrada como funcionaria de prisiones en una cárcel de máxima
seguridad, rodeada de asesinos y violadores. Los fantasmas del pasado
regresarán para atacarla con fuerza y sus miedos, que creía tener bajo
control, se volverán más fuertes. Pero no solo tendrá que enfrentarse a sus
temores, sus propios valores se verán comprometidos por tener que
acercarse a una de las personas que más rechazo y curiosidad le provoca.
No obstante, hará lo que sea necesario para conseguir la confianza del
hombre que cumple condena por la muerte de la hija de una de sus mejores
amigas.

EL BAILE DEL CAZADOR


«Cuando bailo contigo lo único que me importa es este momento, tu
cuerpo contra el mío, el calor de tu piel... Es el único instante en el que eres
realmente mía, en el que somos uno».
Una de las pasiones de Zoe es bailar, por lo que decide apuntarse a
clases de baile latino. No sospecha que su monótona vida dará un giro
inesperado de la mano de su pareja de baile, un hombre atractivo y seductor
que intentará hacerle descubrir un universo lleno de erotismo y sensualidad.
Mientras se preparan para participar en un concurso, vivirá un conflicto
interno entre sus inseguridades y el poderoso deseo que siente hacia él, sin
imaginar que su mundo se verá amenazado por el acecho del cazador, un
psicópata que secuestra y tortura a mujeres, manteniendo en jaque al
cuerpo de policía.
NO HE ACABADO CONTIGO
Tara no le conoce, no sabe su nombre y aun así se deja llevar por la
pasión en aquella sala de cine. Todo comienza como una erótica fantasía,
pero se transforma en algo obsesivo y en una descontrolada atracción. Él
la arrastra hasta el límite logrando que lo desee con solo mirarla. Intenta
alejarse, no puede permitirse tener una relación, pero Damyan es directo y
muy persuasivo, sabe que algo le oculta e intenta que confíe en él. Tara no
puede hacerlo y lo que pensó que sería un simple juego, se convertirá en
algo peligroso. Su oscuro pasado volverá para recordarle que esté donde
esté la encontrará y su vida dependerá de la decisión que tome.

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