Duermete Nino Eduard Estivill

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El 35 por ciento de los niños menores de cinco años padecen insomnio, es

decir, se resisten a acostarse y se despiertan varias veces cada noche. Ello


puede tener graves consecuencias. Los niños se vuelven irritables e inseguros
y, a medio plazo, acaban teniendo problemas para relacionarse con los demás;
en los padres, el inevitable agotamiento puede perjudicar su vida conyugal.

Este libro, rigurosamente científico, no sólo explica cómo enseñarles a dormir


bien desde el principio, sino que revela cómo acabar definitivamente con el
problema del insomnio infantil mediante un sencillo método que ha
funcionado en el 96 por ciento de los casos en los que se ha aplicado.
Eduard Estivill & Sylvia de Béjar González

Duérmete, niño

Cómo solucionar el problema del insomnio infantil

ePub r1.3

Titivillus 10.01.2022
Título original: Duérmete, niño. Cómo solucionar el problema del insomnio
infantil

Eduard Estivill & Sylvia de Béjar González, 1995

Ilustraciones: Purificación Hernández

Diseño de cubierta: Lorman

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1


Prólogo

Para padres desesperados…

PREGUNTA : ¿Por qué hemos de creer que este libro nos va a arreglar la
vida si hasta la fecha todos los consejos que nos han dado para que nuestro
hijo durmiera no han servido de nada?

RESPUESTA : Porque este método ha funcionado en el 96% de los casos en


que se ha aplicado y, gracias a él, miles de pequeños ya duermen de un
tirón… y con ellos, sus padres.

… Y para padres de recién nacidos

PREGUNTA : ¿Por qué nos puede interesar este libro?

RESPUESTA : Porque todos los padres sueñan con tener un bebé que
duerma de un tirón y no dé problemas y, si le enseñáis desde un principio, lo
tendréis.
I

NUESTRO HIJO NO DUERME, NOSOTROS TAMPOCO

(sobre cómo nos afecta la falta de sueño)

Cuando compramos un electrodoméstico, pongamos por caso, un simple


exprimidor de naranjas, un amable dependiente nos explica cómo usarlo y,
por si no bastara, nos entrega un manual de instrucciones para solucionar
cualquier duda que se nos plantee. Aún hay más: eficiente como es, no se le
ocurre entregarnos uno de la marca Zumox, si lo que hemos comprado es uno
de la casa Exprimex y, desde luego, no nos da el que corresponde al modelo
1996, si lo que hemos adquirido es una «megamaravilla» de la generación
2010.

Pero cuando se trata de recién nacidos, esas «cositas» tan frágiles y que tanto
respeto nos suelen merecer, otro gallo nos canta: ni manual de instrucciones
ni historias, ¡y eso que existen mucho antes que los exprimidores de naranjas!
La cruda realidad es que cuando abandonamos la clínica con nuestro pequeño
de días en brazos, nos vamos a casa sin más recurso que nuestras buenas
intenciones de hacerlo lo mejor posible. Y, no pocas veces, eso es menos que
suficiente, sobre todo en lo que se refiere al sueño infantil. Veamos si no…

Los primeros días, todo suele ir manga por hombro, con ambos cónyuges
agotados de no pegar ojo y de tanto bailar al ritmo que marca el recién
llegado. Aun así, nadie se queja. Todos aceptamos con mayor o menor agrado,
que uno de los cánones que se ha de pagar por la feliz llegada de un hijo es el
de dormir poco… al menos durante unas semanas. «No pasa nada», nos
decimos sacando ánimo de donde haga falta. «Dentro de un soplo, asunto
arreglado. Al fin y al cabo, los Pérez dicen que al tercer mes sus hijos ya
dormían de un tirón y esos sí que saben», sentenciamos, aferrados a la idea
de que sus siete vástagos son la prueba irrefutable de que todo se andará.

Pero ¡horror! ¿Qué pasa si no es así? Qué ocurre si a nuestra «nenita» le da


por dejar mal a los Pérez y pasa el tiempo, llega el anhelado segundo
trimestre, y Martita sigue haciendo de las suyas: o sea, despertándose y
despertando a la familia, tres, cuatro, cinco y no se sabe cuántas veces más
noche tras noche.

El caso es que, en cuanto la oyen gimotear, mamá y papá, juntos o por turnos,
se levantan y, arrastrando sus pies, como almas en pena, acuden a la cuna de
la pequeña para confortarla. La acarician, le dan agua, pecho o biberón, la
toman en sus brazos, le hablan, le cantan, la mecen… y, al cabo de unos
minutos, Martita vuelve a sucumbir al sueño. Pero el suspiro de alivio dura
poco: pasa una hora, una hora y media, tal vez dos, y la escena vuelve a
repetirse.
«¿Qué está pasando?», se preguntan desesperados los padres. «¿Qué hemos
hecho mal?». «¿Estará enferma?». «¿La mimamos demasiado?». «¿No se
siente querida?». «¿Será la angustia de la separación (de madre e hijo, se
entiende)?». Esto último suele decirlo mamá —papá se limita a escucharla
alucinado—, que a estas alturas ya habrá leído unos seis o siete libros del tipo
Cómo criar a un hijo perfecto en un mundo imperfecto, Triunfa como madre
en treinta y siete lecciones y Tendencias suicidas en padres de bebés llorones
.

Pero, gracias al cielo, la siempre dispuesta-para-lo-que-haga-falta vecina del


4.º A vendrá en su ayuda: «A la del 2.º B le pasó lo mismo. No os preocupéis,
dentro de nada dormirá de un tirón, seguro que tiene cólicos o hambre o
cualquier cosa por el estilo». ¡Lo que ha dicho! Los papás, por fin, ven la luz.
¡Aleluya!, Ya tenemos justificación: «Es que la nena sufre de cólicos. Seguro
que, cuando se le pasen, dormirá como un lirón. Pobrecita mía, lo que estarás
sufriendo. ¡Ven a los brazos de mamá!», cuyas ojeras, por cierto, no se
arreglan ni con cuatro capas de corrector y maquillaje, las de papá tampoco,
pero es que a él le importa menos, o al menos, eso dice.

Pero sigamos, porque aquí no acaba la cosa. De pobre Martita, nada; si acaso,
pobres padres ¡Serán ingenuos! Lo normal es que se acabe la excusa de los
cólicos y les vengan con el cuento de que a la nena le están saliendo los
dientes: «¿Cómo pretendéis que duerma si deben dolerle muchísimo?», lo
que, por otra parte, aún está por demostrarse. A esa excusa le seguirá otra de
las «números uno» de la lista de grandes éxitos: «Cuando empiece a andar,
solucionado el problema. Ya verás, estará tan cansada de trotar todo el día
que caerá redonda». Pero no, ni por ésas; la nena se hará sus vete-a-saber-
cuántos kilómetros diarios, si hace falta un maratón (nosotros detrás y
agotados, claro), y a la hora de meterse en la cama, el drama de siempre: ella
como nueva, sin ganas de irse a dormir, y nosotros… ¿para qué contar?

Y podríamos seguir, «excusándola» eternamente: cuando se acostumbre a


dormir sin chupete, cuando aprenda a hacerla sin pañal, cuando vaya a la
guardería… y así «por los siglos de los siglos». Bueno, es un decir, porque «no
te preocupes cariño, el día que se case, dormiremos tranquilos». «Eso, eso,
¡que la aguante su marido!». Pobre Martita, apenas dos años y ya quieren
darle puerta.

Por si esta sucesión de «horrores» no bastara, suelen ir unidos a otros


factores no menos desestabilizadores: los consejos, críticas y comentarios
varios de abuelos, hermanos, amigos, vecinos… ¿Por qué será que todos se
creen con derecho a opinar mientras nos miran como si fuéramos unos
inútiles o, digámoslo claro de una vez, unos malos padres? Por ejemplo,
¿quién no ha oído aquello de «Los padres de hoy ya no educan como los de
antes y, claro, mira lo que pasa» y demás lindezas por el estilo? Y papá y
mamá a callar, no vaya a ser que la suegra —la vecina, la tendera, el taxista o
quien se tercie— se nos rebote y acabemos estrangulándole de puro ataque
de nervios. ¡Ojo!, abogados de prestigio nos han informado que de poco nos
valdría alegar enajenación mental transitoria, o sea que manos quietas. El
caso es que los pobres papás. —¿Por qué será que siempre creemos que
cualquiera sabe más que nosotros?— las aguantan de todos los colores
mientras prueban lo que sea en busca del tan esperado milagro.

Les dicen

: «Dadle hierbas» y ellos se vuelven expertos en infusiones, brebajes y


conjuros varios para gozo de la dueña de la herboristería y del sector
oscurantista de la familia.

Les sermonean

: «Lo que debéis hacer es dejarla llorar hasta que se duerma» y ellos, ¡ea!, a
quedarse sordos, para acabar cediendo después de dos horas de histeria y
una denuncia del vecino.

Les aconsejan

: «Ponedle música clásica» y, prestos, corren a comprarse la última versión de


Las cuatro estaciones de Vivaldi, cuando lo que les va es la salsa, la rumba y
el cha-cha-cha, faltaría más, «que uno es padre, pero sigue siendo joven» (ni
que tuviera que ver).

Les animan

: «Sacadla a pasear en coche» y, venga, a dar vueltas con el pijama puesto y


oyendo a los de al lado diciendo aquello de «¡Mira que salir con una criatura a
estas horas! Hay personas a las que se les debería prohibir tener hijos…».
Como para pasarle a Martita por la ventanilla: «Pues mire por donde, se la
regalamos.»

En conclusión, ¿resultados de tanto experimento? Ninguno, claro está. La


niña sigue sin dormir de un tirón. Sus papás tampoco.

Esto, que contado así puede resultarnos hasta gracioso, no lo es: el mal
dormir tiene consecuencias muy negativas tanto para Martita como para sus
padres… ¡Y suerte que no hay más pequeños en la casa!

CONSECUENCIAS DEL MAL SUEÑO DE LOS NIÑOS

En lactantes y niños pequeños

Llanto fácil

Irritabilidad, mal humor

Falta de atención

Dependencia de quien lo cuida

Posibles problemas de crecimiento

En niños en edad escolar


Fracaso escolar

Inseguridad

Timidez

Mal carácter

En los padres

Inseguridad

Sentimientos de culpa

Mutuas acusaciones de mimarlo

Frustración ante la situación

Sensación de impotencia y fracaso

Cansancio

Sólo hace falta fijarse en cómo evoluciona un ser humano en sus primeros
años de vida para darse cuenta de los enormes cambios que realiza en tan
poco tiempo: un recién nacido tiene poco que ver con un bebé de 4 meses;
éste tampoco se parece a un niño de 2 años, ni éste, a su vez, a uno de 4 o 5…
Y si estos cambios son obvios desde el punto de vista físico, no lo son menos
desde el punto de vista emocional e intelectual. En definitiva, de ser seres
totalmente dependientes pasan a ser personas con una vida propia y es
evidente que para que todo esto sea posible, y lo sea en las mejores
condiciones, necesitarán invertir un montón de energía; energía que
recuperarán gracias a una buena alimentación y a un mejor descanso.

Pero ¿qué ocurre si un crío no duerme bien? Donde más se dejan sentir las
secuelas es en su actitud vital. Despertarse tantas veces por la noche impide
que Martita descanse todo lo que necesita. Esto provoca que esté más
inquieta porque, a diferencia de los mayores, el cansancio en lugar de
aplacarla, la excita. Es fácil entender que en estas condiciones llore con
frecuencia y sin motivo, se ponga de mal humor con suma facilidad, peque de
falta de atención y, por culpa de todo ello, dependa excesivamente de las
personas que la tienen a su cuidado (mamá apenas puede respirar). A medio y
largo plazo, esto puede convertirla en una niña tímida e insegura, con
dificultades para relacionarse con los demás e, incluso, provocar el tan temido
fracaso escolar.

Aunque todavía no se sabe mucho sobre los efectos de la falta de sueño en la


salud infantil, es indudable que un niño «estresado» no tiene las mismas
defensas que otro que descansa bien, y una de las consecuencias que sí se
han podido comprobar es de las que hacen temblar a más de un padre: la
hormona del crecimiento (también denominada somatotropa o GH) se
segrega, sobre todo, durante las primeras horas después de iniciado el sueño.
¿Qué significa esto? Que como el sueño de Martita está distorsionado, la
secreción puede verse alterada y, en consecuencia, perjudicar su crecimiento.
Los niños que duermen mal suelen pagarlo en centímetros y kilogramos de
menos.

Y, ¿qué pasa con los padres de Martita? Como: podréis imaginar, los padres
de la criatura, o lo que queda de ellos, viven bajo una tensión insoportable.
No han dormido ni una sola noche de un tirón en dos años (hay quien menos,
pero hay quien más). ¡Se dice rápido! ¡Dos años! ¡104 semanas! ¡730 días! Y
alguien pretende que tengan paciencia… ¿se puede saber qué es eso? Hay
momentos en que se culpan el uno al otro «Esto pasa porque la malcrías»,
otros en que odian a la pequeña «¡Si llego a saberlo no tengo hijos! ¡No la
aguanto más!», para automáticamente sentirse culpables: «¿Cómo puedo ser
capaz de pensar eso, si la desgraciada lo debe estar pasando tan mal como
nosotros?». Un verdadero infierno. En palabras de los afectados: «Hay que
vivirlo para saberlo[1] ».

¿Alguien da más? Desgraciadamente sí. Basta con escuchar a algunos papás


para darse cuenta.

«Es un drama, ¡qué digo! Un dramón», asegura Ana, que tiene un bebé de 9
meses que nunca ha dormido más de 2 horas seguidas. «Somos como zombis,
no rendimos ni como padres, ni como pareja, ni profesionalmente. Vivimos a
un tercio de nuestro potencial, porque nuestro agotamiento nos deja
inservibles para casi cualquier cosa. Para colmo, estamos tan irritables que
nuestra relación de pareja va de mal en peor y, desde luego, no tratas igual a
una hija cuando te sientes relajada y contenta, que cuando estás hecha polvo
y con la moral por los suelos.».

Juan, su marido, se expresa en el mismo sentido: «Yo antes me reía cuando


alguien explicaba aquello de que hay parejas que se pelean por culpa del
tapón del tubo de pasta dentífrica. Ahora no me hace ni pizca de gracia; hasta
esa estupidez provocaría un enfrentamiento entre nosotros. Lo peor es que
vivo obsesionado. Por la mañana respiro aliviado, y es un decir, cuando pienso
que aún quedan muchas horas antes de que llegue el momento de meter a la
cría en la cama. A medida que transcurre el día y se va acercando la hora me
voy tensando. Es más, busco excusas para no tener que volver a casa…
Supongo que a mi mujer le pasa lo mismo. ¡Así no hay quien viva!».

Pepe, más optimista, porque su hijo de 18 meses no padece insomnio desde


hace uno, comenta: «Nosotros lo llevábamos bastante bien». «Nos
turnábamos y, como ambos tenemos mucha paciencia, evitábamos estallar por
cualquier cosa. Si he de ser sincero, para mí lo que peor fue renunciar a tener
una vida sexual normal. ¿Alguien se puede imaginar lo que es pasarse todo
este tiempo sin poder hacer el amor sin interrupciones? Diecisiete meses, casi
nada. Nunca pudimos hacerlo sin oír un llanto o una vocecilla llamando a
mamá. Teníamos que parar y, bueno, mi en mujer solía decirme: “No te
muevas, no hagas nada, mantente como estás, que ahora vuelvo”. Y, ¡hala!, a
esperar cinco minutos y a seguir, como si el “intermedio publicitario” fuera lo
más natural del mundo».
Rosa, cuya hija de 3 años acaba de «curarse», explica: «Es como si, durante
todo este tiempo, mi marido y yo hubiéramos puesto el botón de “pausa” a
nuestra relación. Si he de ser sincera, ni existía. Toda nuestra vida giraba en
torno a la niña y la poca energía que nos quedaba la utilizábamos para
afrontar nuestra vida cotidiana. Cuando algún familiar nos echaba una mano,
nos íbamos a un hotel, pero a dormir, porque, seamos sinceros, no nos
quedaban fueras para otra cosa. Con decir que me quedé dormida en un
examen de mi máster. ¡Menudo bochorno!».

El marido de Rosa confirma sus palabras: «Es cierto. Ha sido durísimo. Al


principio, aguantas como puedes, pero al cabo de poco tiempo, estás
exhausto. Para colmo, como vas probando todo lo que se te ocurre, te
aconsejan, lees, oyes, y la niña sigue sin dormir, te sientes inseguro,
impotente, culpable… ¡Y no te pierdas la cara con que te miran los que tienen
hijos que duermen! Te tratan como si estuvieras desvariando o fueras un
auténtico desastre. En mi caso, la palabra clave es fracasado: me sentía un
fracaso como padre, ¡con las ganas que tenía de tener familia numerosa! Rosa
y yo hablábamos de tener tres o cuatro críos, pero con este problemón se nos
fueron las ganas. Espero que ahora que ya lo hemos solucionado volvamos a
animarnos.»

EL LÍMITE DE LOS CINCO AÑOS

Un niño que a los 5 años no ha superado su problema de insomnio, tiene más


posibilidades de padecer trastornos de sueño el resto de su vida que otro que
(ya) duerma bien. La razón de que hablemos de los 5 años como una especie
de fecha límite es porque a esta edad un niño suele entender perfectamente
lo que le dicen sus padres, y si éstos le piden que no salga de su cuarto y que
no dé la lata —amenazas incluidas—, lo probable es que les obedezca, lo que
no significa que ya duerma de un tirón. Si ha padecido insomnio, lo seguirá
sufriendo, sólo que ahora pasará el mal trago solo. Lo normal es que entonces
aparezcan problemas de otro tipo: miedo a irse a la cama, pesadillas,
sonambulismo… y, a partir de la adolescencia, insomnio de por vida.

No hace falta seguir, ¿verdad?

Por suerte, no todas las parejas tienen que pasar por este trance, pero, desde
luego, el de Martita no es un caso singular. Ni mucho menos. Se calcula que
el 35 por ciento de los niños menores de 5 años sufren problemas de
insomnio, es decir, tienen problemas a la hora de acostarse, momento que
suele convertirse en un drama, y/o se despiertan tres, cuatro, cinco y muchas
veces más en una misma noche.

Los últimos estudios sobre el tema indican que esta cifra podría quedarse
corta, porque los padres tienen la tendencia a considerar que es normal que
un niño de más de 6 meses se despierte varias veces por la noche requiriendo
su presencia en su habitación (llanto, «Tengo sed», «¡Mamááá!», etc). Pues
bien, no lo es. Cumplido el primer medio año de vida, a lo sumo 7 meses, un
pequeño ha de ser capaz de dormirse solo, en su propio cuarto y a oscuras, y
hacerlo de un tirón (unas 11 o 12 horas seguidas).
Si vuestro hijo no lo hace os preguntaréis por qué. ¿Qué es lo que ha
ocurrido? ¿Qué le pasa? ¿En qué nos hemos equivocado? Olvidaos de lo que
hayáis leído u oído hasta ahora. La causa no hay que buscarla ni en los
cólicos, ni en el hambre, ni en la sed, ni en el exceso de energía, ni en la
adaptación a la guardería, ni… ¡Los tiros no van por ahí!

Lo que ocurre es mucho más simple: vuestro hijo aún no ha aprendido a


dormir. Suponemos que os estaréis preguntando: «Y eso, ¿qué quiere decir?».
Lo descubriréis en breve, en el próximo capítulo, y, si seguís al pie de la letra
las «instrucciones», en menos de una semana tendréis a un nuevo dormilón
en casa.

En primer lugar, será suficiente con que hagáis borrón y cuenta nueva y que
tengáis bien claro desde un principio que vuestro pequeño:

No padece una enfermedad.

No tiene un problema psicológico.

No es un mimado, aunque, a veces, os lo pretendan hacer creer.

Y, sobre todo, lo que sucede no es culpa vuestra.

Sencillamente, aún no ha aprendido el hábito de dormir.

Y esto es, precisamente, lo que pretendemos ayudaros a enseñarle en este


libro, que aspira a ser el manual de instrucciones relacionado con el sueño
infantil, que debieron daros al entregaros a vuestro pequeño. Nuestro
objetivo es que logréis lo que finalmente lograron los padres de Martita: que
la niña durmiera y, con ello, que todos pudieran dormir. ¡Y vivir!, en paz.
Como explican ellos mismos: «Después de estar dos años cayendo por un pozo
sin fondo, hemos recuperado la ilusión, la alegría, las ganas de hacer cosas…
¡Es como volver a nacer!».
II

NO LE DURMÁIS VOSOTROS, HA DE LOGRARLO SOLO

(sobre cómo crear el hábito del sueño)

Pablo, 9 meses y medio. Su madre explica:

«Tenemos cuatro hijos. Los tres primeros nunca han tenido problemas de
insomnio, pero este último nos ha pasado factura por todos los anteriores. A
Pablo jamás le ha gustado irse a dormir. Desde que nació meterlo en la cuna
ha sido un calvario. Nada más “olerla” se le dispara la alarma y berrea como
si estuviera en un matadero. Una noche, en que llevábamos horas sin pegar
ojo, se nos ocurrió darle un paseo y funcionó. Desde entonces, cada día,
después del Telediario, mi marido y yo cogemos al niño, lo sentamos en su
cochecito y bajamos a la calle. Bastan dos vueltas a la manzana para que se
quede dormido. Entonces, volvemos a casa y, con todo el cuidado del mundo
para que no se entere, lo metemos en su cuna. Después cenamos y hacemos
tiempo a la espera de que Pablo vuelva a espabilarse. Alrededor de la
medianoche, empieza a llorar y, con la mayor rapidez posible para que no
desvele a los demás críos, lo cogemos, lo volvemos a meter en su cochecito y
otra vez a la calle. Una vez dormido, lo ponemos en su cuna y nos metemos en
cama. A eso de las tres de la madrugada se vuelve a despertar y mi marido lo
baja solo. Me gustaría turnarme con él, pero a esas horas me da miedo.
Alrededor de las seis, Pablo llora de nuevo. Entonces, me toca a mí… Estamos
agotados».

Ana, dos años. Habla su padre:

«Mi hija duerme muy bien, pero ahora mi mujer y yo queremos irnos solos de
vacaciones unos días y tenemos un problema logístico. Verá, apenas tenía
unos meses cuando nos dimos cuenta de que, para quedarse dormida, Ana
tenía que ver la televisión. La colocábamos en el sofá del salón y ella se
quedaba “roque”. Cuando la llevábamos a su cama, se despertaba enseguida,
por lo que decidimos ponerle una tele en su cuarto y ¡de maravilla! La niña
dormía sin problemas hasta eso de las dos o tres de la madrugada en que
empezaba a llorar. ¡Natural! A esa hora acaba la programación y el zumbido
de la tele la despertaba. Se nos ocurrió otra idea: comprarle un vídeo de ocho
horas. ¿Buena, eh? Antes de irnos a dormir, se lo conectamos y arreglado el
problema: ¡La cría no da la lata hasta el día siguiente! Como verá duerme de
maravilla, pero, como le dije, ahora tenemos un problema: mi suegra acepta
cuidar de la niña mientras estemos fuera, pero se niega a utilizar el televisor y
el vídeo. ¿Qué hacemos[2] ?».

Todos sabemos que no es lo mismo comer que comer bien. También estamos
de acuerdo en que comer bien es un hábito que se aprende. Pues lo mismo es
válido para el sueño: evidentemente, todos los bebés duermen, pero no todos
saben hacerlo bien. Hay pequeños que lo hacen de un tirón a partir del tercer
o cuarto mes, mientras que para otros la hora de acostarse se convierte en
una tragedia y/o son incapaces de mantener el sueño durante toda la noche,
despertándose tres, cinco y muchas veces más para desespero de sus papás.

CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS DEL INSOMNIO INFANTIL

(Por hábitos incorrectos)

Dificultad para iniciar el sueño solos

Múltiples despertares nocturnos

Sueño superficial (cualquier ruido lo despierta)

Duermen menos horas de lo habitual para su edad

SON NIÑOS TOTALMENTE NORMALES DESDE EL PUNTO DE VISTA


PSÍQUICO Y FÍSICO

¿Qué causa la diferencia entre unos y otros? Lo que han aprendido. Aunque os
pueda parecer sorprendente, no nacemos sabiendo dormir bien, sino que
aprendemos a hacerlo. Lo que sucede es que este aprendizaje suele
producirse de una forma natural, sin que padres e hijos se den cuenta de ello
De ahí que, salvo que nos topemos con un problema como el de Pablo o Ana y
nos lo explique un especialista, no nos enteremos de que existe algo
denominado insomnio infantil y que, en el 98 por ciento de los casos, tiene su
origen en un hábito mal adquirido (el 2 por ciento restante es por causas
psicológicas).

Teniendo en cuenta, pues, que dormir bien es algo que se aprende y que los
niños aprenden de sus padres o de las personas que les cuidan, está en
vuestra mano lograr que vuestro hijo adquiera un buen hábito de sueño. La
siguiente pregunta es obvia: ¿Cómo? Enseñándole a conciliar el sueño solo.
Es decir, por sus propios medios, sin vuestra ayuda ni la de nadie.

Para entenderlo mejor, daremos un pequeño rodeo. ¡Los adultos tenemos un


ritmo biológico que se repite cada 24 horas aproximadamente! Y que regula
nuestro cuerpo, marcando nuestros patrones de vigilia-sueño, los momentos
en que tenemos hambre, la secreción de hormonas, nuestra temperatura
corporal, etc. Para que nos sintamos bien, es necesario que ese ciclo
circadiano «cerca de un día» funcione a la perfección. En el momento en que
nos acostamos tarde o nos saltamos una comida, por ejemplo, nuestro reloj se
desajusta y nuestro cuerpo y estado de animo se resienten.

En el caso de los recién nacidos estos ciclos se repiten cada 3 o 4 horas, es


decir, en ese período de tiempo el niño se-despierta-se-limpian-es-alimentado-
se-duerme y así una vez y otra (el orden puede variar, ya que hay padres que
prefieren cambiar al niño después de la comida). Esto sería lo normal; sin
embargo, hay que advertir que algunos recién nacidos son tan anárquicos
algo que ni siquiera cumplen este ritmo, sino que se despiertan y duermen
cuando quieren, sin seguir patrón alguno.

Hacia el tercero o el cuarto mes de vida, los pequeños suelen empezar a


cambiar su ritmo biológico. Es decir, progresivamente van abandonando su
ciclo de 3 o 4 horas de duración para adaptarse al de los adultos, o sea, al
ritmo biológico de 24 horas. Es decir, poco a poco, el lactante va presentando
períodos de sueño nocturno más largos. Si primero dormía 2 horas, con el
tiempo va aumentando la duración de su pausa nocturna a 3, 4, 6, 8, 10 y
hasta 12 horas seguidas. Atención, no hay reglas fijas, a unos les cuesta más
que a otros.

Este cambio no se produce porque sí, sino porque en el cerebro humano


existe un grupo de células (reciben el nombre de núcleo supraquiasmático del
hipotálamo) que funcionan como un reloj que ayuda a poner en hora las
distintas necesidades del niño (dormir, estar despierto, comer, etc.) de forma
que se adapten al ritmo biológico de 24 horas (ritmo solar).

Para que este reloj entre en funcionamiento y lo haga correctamente necesita


unos estímulos externos:

Luz-oscuridad
Ruido-silencio

Horario de comidas

Hábitos del sueño

Primero nos centraremos en aquellos cuya comprensión es más fácil: la


distinción entre luz-oscuridad y entre ruido-silencio. Cuando metemos a
nuestro pequeño en la cuna por la noche, lo lógico es que la habitación esté a
oscuras y no se oiga tanto ruido como de día. Por el contrario, lo normal es
que durante la jornada lo dejemos dormir con algo de luz (solar) y no
hagamos nada por evitar los ruidos que se generan en casa o provienen de la
calle. Todo ello le ayuda a reconocer las diferencias y distinguir, desde las
pocas semanas, entre vigilia y sueño, distinción que es fundamental para que
su reloj haga el cambio a un ritmo biológico de 24 horas con un período largo
de sueño nocturno.

¿Qué otros elementos externos podemos asociar al sueño nocturno además de


la oscuridad y el silencio? Los horarios de las comidas. Desde que nace, el
niño asocia comida y sueño: después de alimentarse toca dormir. A medida
que transcurren las semanas, pasa de alimentarse seis veces al día a hacerlo
cinco o cuatro veces (también disminuyen sus períodos de sueño diurno),
siendo la toma nocturna la de más peso para que pueda dormir más horas
seguidas.

Pero con esto no es suficiente. Para que el reloj funcione correctamente aún
falta algo, algo sin lo cual ni ninguno de los restantes estímulos sería
suficiente para lograr que un bebé se adapte al ciclo de 24 horas: el hábito del
sueño, es decir, que el pequeño aprenda a conciliar el sueño por sí solo, sin la
ayuda de nadie.

Retomemos el ejemplo de la comida. A una edad determinada, colocamos al


bebé en una sillita, le ponemos un babero, un bol con papilla y una cuchara.
Es decir, utilizamos una serie de elementos externos (sillita, mesa, babero,
bol, cuchara) que asociamos al acto de comer. Es más, desde ese momento
siempre lo hacemos igual, sea la hora de comer o la de cenar, sea alimentado
en casa o en la guardería, le dé la comida mamá, papá, la canguro o el abuelo.
Siempre lo hacemos igual, día tras día, semana tras semana, mes tras mes…

¿Y qué percibe nuestro hijo? ¿Qué sucede en su cerebro? Bien sencillo: Va


asociando una serie de elementos externos con un acto muy concreto: el de
comer. Por eso, al cabo de un tiempo de repetir cada día el mismo ritual,
notamos que cuando sentamos a nuestro pequeño en la sillita y le ponemos el
babero, ya empieza a moverse excitado a pesar de no ver la papilla: que
vamos a alimentarlo de un momento a otro, es decir, asociado esos elementos
externos (los «objetos») con la hora de comer. En definitiva, ha captado el
mensaje: «Cuando me ponen en la sillita, con el babero y la cuchara significa
que voy a comer».

Pero ahí no acaba el proceso. Cuando le enseñamos el hábito de comer, el


niño capta algo más, le transmitimos algo más: nuestra actitud.
Hay que tener en cuenta que en los primeros meses de vida, los seres
humanos somos totalmente instintivos y estamos íntimamente unidos a
nuestras madres (o cuidadores). Dependemos de ellas para sobrevivir, tanto
física como emocionalmente. Los terapeutas suelen decir que «Hemos sido
nosotros antes de ser yo», y una de las consecuencias de esta «simbiosis» es
que los bebés sienten lo que sienten sus madres (o cuidadores), es decir,
aprenden a sentir emociones a través de lo que les comunican los adultos: no
mediante las palabras, que ni siquiera entienden, sino a través de su actitud,
su cariño, sus cuidados…

Esto puede comprobarse fácilmente. Si cogemos a un bebé de seis meses, lo


sentamos en nuestro regazo y con toda la dulzura del mundo le decimos:
«Gordo, feúcho, no te quiero nada», lo más probable es que sonría encantado,
porque lo que le estamos transmitiendo es cariño. Él no comprende lo que
significan las palabras que ha escuchado, pero sí entiende lo que le
transmitimos a través del tono de nuestra voz. Si, por el contrario, cogemos a
nuestro pequeñín y le decimos con tono despectivo «Guapo, precioso, te
quiero mucho», lo lógico es que rompa a llorar, porque, en este caso, lo que
capta es nuestra agresividad.

¿Qué actitud transmitimos al niño cuando le enseñamos el acto de comer?


Papá y mamá están muy seguros de que lo están haciendo bien. Papá tiene
muy claro que la papilla se come con cuchara, y mamá que la leche se bebe
de un vaso o de un biberón. Ambos están convencidos de que las cosas se
hacen así y ni por un instante se les ocurre dudarlo. Pues bien, esa seguridad
que tienen es la que percibe su hijo y es la que hace que su pequeño también
se sienta seguro en su hábito de comer. Dicho de otro modo, como Juanito
nota que sus padres están seguros, él también se siente seguro y tanto
aprende con suma facilidad.

Imaginemos la situación contraria, ¿qué pasaría si dudáramos? Supongamos


que el primer día colocamos a Juanito en la sillita; el segundo, lo sentamos en
el orinal; el tercero, probamos la bañera, y el siguiente, en lugar de un bol, le
damos la comida en una olla a presión y en lugar de un vaso usamos un
florero… (Os parece ridículo, ¿no? Pues no olvidéis el ejemplo, porque en
breve veréis lo que sucede cuando hablamos de dormir).

Está claro que al cabo de unos días de tantos cambios, el pobre Juanito nos
mirará con cara de espanto y pensará algo así como: «A ver qué se les ocurre
hoy a los locos de mis papás». Normal. Si cada vez que le damos de comer, le
cambiamos los elementos que van unidos al acto, provocaremos que se sienta
inseguro: ¡no sabe a qué atenerse! Y no sólo porque se producen tantos
cambios, sino porque, como nosotros dudamos, le transmitimos nuestra
inseguridad. No olvidéis que ellos captan lo que los adultos les transmiten y a
esta edad, además de amor, lo que más necesitan es seguridad.

Un último detalle importantísimo que se ha de tener en cuenta antes de


aplicar toda esta explicación a la teoría del sueño: cuando escogemos
elementos externos para dárselos al niño con el objetivo de construir un
hábito, lo que no podemos hacer es retirárselos mientras esté aprendiéndolo.
Dicho de otro modo, si decidimos utilizar una cuchara para enseñarle a
comer, lo que no podemos permitir es que, en mitad de la comida, llegue papá
y diga «fuera la cuchara, dáselo con palillos porque el verano que viene nos
vamos a Japón». Bromas aparte, lo que ha de quedar claro es que no debemos
darle nada que luego hayamos de quitarle. Recordad, lo hemos de hacer
siempre igual.

Si estamos de acuerdo en que dormir bien, al igual que comer bien, es un


hábito que se adquiere. ¿Qué haremos para enseñárselo a nuestro hijo?
Apoyarnos, al igual que en la comida, en:

Una actitud adecuada (por parte de los padres o cuidadores).

Unos elementos externos.

Actitud de los padres

Unas líneas atrás, nos pareció ridículo imaginarnos a Juanito comiendo un día
en una sillita, otro en un orinal, al siguiente en la bañera y por último
haciéndolo de una olla a presión y bebiendo de un florero. Sin embargo, eso
que nos pareció tan absurdo es exactamente lo que hacen muchos padres
cuando han de inculcarle el hábito del sueño a sus hijos y no lo logran a la
primera.

Veamos un ejemplo.

El pequeño Alberto, de 10 meses, protesta a la que le acuestan. Lógicamente,


prefiere estar con sus papás a quedarse solo en su cuna. Mamá, cansada pero
muy comprensiva, lo mece pacientemente en sus brazos hasta que se duerme.
Cuando lo logra, lo deja en la cuna con el cuidado de quien maneja una
bomba de relojería. No sirve de nada. Nada más rozar las sábanas, el
granujilla empieza a gimotear. Mamá, algo inquieta y no menos molesta, lo
toma nuevamente en brazos hasta que vuelve a quedarse roque. Esta vez lo
acuesta sin problemas, «¡Por fin!», Y se va del cuarto dispuesta a sentarse un
ratito con su marido. No pasa una hora y Alberto está otra vez en danza.
Entonces, papá, harto de tantas noches en vela, prueba suerte con un
biberón. «¡A ver si te callas de una vez!», le espeta sin poder reprimirse.
Alberto chupetea un poco y cae en brazos de Morfeo. Pero aún es pronto para
cantar victoria, porque pasa otro ratito y vuelve a comenzar la bronca. «¿Y si
lo paseáramos en el cochecito por la casa?», se le ocurre a mamá. Coge al
niño, «Por favor, mi vida, que necesitamos descansar, y empieza a trazar
surcos en la moqueta. Otra vez cae rendido y otra vez a la cuna. Pasa otra
hora y Alberto vuelve a despertarse. “¡Aua!”, grita, y los padres interpretan
agua, que prestos se sirven a darle[3] . Pero el niño no se calma. A estas
alturas, papá y mamá están absolutamente agotados, desesperados, furiosos…
Total, que se lo llevan a su cama. Cuando se duerme, lo “facturan” a su cuna.
Al cabo de un rato. ¡¡¡BUAAAAÁ!!!».

Ya sabemos que, en general, los padres tienen muy claro cómo enseñarle a
comer a su hijo y, desde el primer día, le enseñan el hábito siempre de la
misma manera. Sin embargo, no pasa lo mismo cuando se trata del hábito del
sueño. Cuando un niño duerme bien desde un principio, todo es miel sobre
hojuelas, pero cuando no es así, lo habitual es que sus papás no tengan la
menor idea de cómo comportarse, de qué hacer, y en busca de algo que
funcione: si esto no sale bien, intentan aquello, si también falla, prueban lo de
más allá… A la par que le van «experimentando» su inseguridad va en
aumento poco y dejándose notar. Acaban desquiciados: se sienten culpables,
fracasados como padres, frustrados, enfadados…

Y, ¿qué pasa con Alberto? Pues muy sencillo, que se siente tan inseguro o más
que ellos: sus papás le cambian los «elementos externos» cada dos por tres y,
para colmo, les nota nerviosos, si no histéricos, tremendamente inseguros,
puede que hasta malhumorados… Alberto, que todavía no domina el lenguaje
y que por tanto, no entiende eso de «Cariño, haz el favor de dormirte, que es
muy tarde», advierte, sin embargo, porque es un radar sumamente sensible,
que sus padres están como están.

Y, como siente lo que sienten ellos, se siente sumamente inseguro, y no


podemos pretender que un niño aprenda el hábito del sueño si no somos
capaces de transmitirle la seguridad que necesita para entender que
quedarse en la cunita solo y conciliar el sueño por sí mismo es lo más natural
del mundo.

Elementos externos

Igual que hicimos con el acto de comer, hemos de asociar el acto de dormir
con una serie de elementos externos que no podremos cambiar ni retirar en
tanto el pequeño esté aprendiendo el hábito. Imaginemos, por ejemplo, que
dormimos a Juanito meciéndolo en brazos ¿Qué elemento externo asociará a
su sueno? Ese vaivén, elemento que en el momento en que dejemos de
mecerlo habremos «retirado». ¿Qué ocurrirá cuando se despierte en medio de
la noche? Reclamará aquello que asocia con su sueño para poder volver a
dormirse, es decir, necesitará que lo acunen para conciliar el sueño… y eso
requiere un papá o una mamá dispuesto a hacerlo.

Antes de seguir, es importante que tengáis en cuenta que cada noche todos
experimentamos una serie de pequeños despertares nocturnos que
interrumpen el sueño. Tanto en los niños como en los adultos no superan los
30 segundos de duración (en los ancianos pueden llegar a los 3 o 4 minutos).
Durante este tiempo es cuando reconocemos si la situación ambiental es la
misma, nos tapamos si hace falta y, normalmente, cambiamos de posición.
Estos despertares no son recordados al día siguiente a no ser que se hayan
prolongado por algún motivo.

Si aplicamos esto al sueño infantil, nos encontramos con que, en una sola
noche, un lactante (o un niño pequeño) puede despertarse entre 5 y 8 veces
(si padece insomnio infantil, se despertará aún más). Cuando lo hace, espera
que la situación siga siendo la misma en que se hallaba cuando se quedó
dormido, la misma en que se sentía seguro. Es decir, si asoció dormir con ir
de paseo en cochecito, espera seguir estándolo; si se durmió mamando,
buscará el pecho; si se quedó roque cogido de la mano de papá, la echará de
menos… y como lo normal es que no os paséis la noche paseándole, dándole
de mamar o sujetando su manita, cuando se despierte, ¿qué esperáis que le
ocurra? ¡Se llevará un gran susto! Y lo que es peor, no sabrá conciliar el
sueño si no «recupera» aquella situación, es decir, los «elementos externos»
que asocia al sueño.

Por si aún no lo veis claro, os proponemos un sencillo ejercicio de


imaginación: suponed que, como cada noche, os metéis en vuestra cama y os
quedáis dormidos. Al cabo de un tiempo al experimentar uno de los típicos
despertares nocturnos os dais cuenta de que estáis en el sofá del salón. ¿No
os asustaríais? ¿No os desvelaríais? ¿No os preguntaríais espantados qué ha
pasado? Pues lo mismo le sucede a vuestro hijo.

LO QUE NO DEBEMOS HACER PARA DORMIRLO

Cantarle

Mecerlo en la cuna

Mecerlo en brazos

Darle la mano

Pasearlo en cochecito
Darle una vuelta en coche

Tocarlo o dejar que nos toque el cabello

Darle palmaditas o acariciarlo

Darle un biberón o amamantarlo

Ponerlo en nuestra cama

Dejarle trotar hasta que caiga rendido

Darle agua

A estas alturas, ya os habréis dado cuenta de que todos los «elementos


externos» de los que hemos hablado hasta ahora tienen algo en común: para
que se den necesitan la ayuda de alguien, es decir, implican la intervención
de un adulto. Un niño no puede pasearse en cochecito solo, ni se levanta a
prepararse un biberón, ni se desdobla en dos para acariciarse la espalda, por
citar algunos ejemplos[4] .

Si el objetivo que perseguimos es que el niño duerma «de un tirón» y no nos


despierte, ¿cuáles son los elementos que deberíamos asociar a su sueño? Está
claro que ha de ser algo que no tengamos que quitarle (retirar). Por lo tanto,
algo que no necesite de un adulto. Recordemos que el niño llora porque la
situación con que se encuentra cuando se despierta en medio de la noche no
es la misma que existía cuando se durmió. Eso significa que hemos de
propiciar unas condiciones que puedan permanecer iguales durante toda la
noche.

De entrada, hay algo fundamental: su cuna. Nada de dormirlo en el sofá, en


vuestros brazos, en el cochecito, en vuestra cama, porque luego se los
tendréis que «arrebatar». ¿Qué más? Que cuando lo acostéis, no le deis algo
que requiera vuestra presencia ni os quedéis junto a él hasta que se duerma,
porque esperará veros allí cada vez que tenga un despertar nocturno.
Cumplidas estas dos condiciones, podéis darle cualquier cosa que queráis
siempre y cuando no se la vayáis a quitar: su chupete si es que lo usa, su osito
si es que lo tiene, su mantita… Es decir, elementos que, a diferencia de
mamá/papá, sí pueden seguir a su lado, permanecer junto a él, durante toda
la noche.

En definitiva, no debéis ayudar a vuestro hijo a dormirse, es decir, no debéis


tomar parte activa para lograr que concilie el sueño. Ha de aprender a
hacerlo solo, y cuando tiene menos de 6 meses[5] se le puede enseñar a
hacerlo de cualquier manera. Se conformará con que las cosas estén tal como
estaban cuando se durmió: su cuna, su mantita, su muñeco, su chupete…
Cuando se despierte, y ya sabéis que lo hará varias veces, notará que todo
está como siempre («mi osito está aquí, mi chupete también, todo sigue igual,
qué tranquilidad») y volverá a conciliar el sueño sin más problemas. Y
vosotros, por supuesto, a dormir tan ricamente.
III

DESPACITO Y BUENA LETRA

(cómo enseñarle a dormir bien desde el principio)

Un recién nacido no duerme igual que un pequeño de 4 meses u otro de un


año y medio. El sueño infantil evoluciona con el tiempo. En este capítulo os
explicamos cómo va cambiando y qué podéis esperar y hacer en cada
momento. Si os preocupáis de educarlo desde un principio, vuestro hijo
dormirá sin problemas.

RECIÉN NACIDO

Las primeras lecciones

Lo primero que hay que aprender sobre el sueño de un recién nacido es que
duerme la cantidad que necesita, ni más ni menos, y que lo hace «a su
manera», es decir, que no distingue entre el día y la noche y «cae» donde sea,
cuando sea e independientemente de las circunstancias que le rodean. En
realidad su estado natural es el del sueño: en promedio, un recién nacido
duerme unas 16 horas diarias, aunque algunos puedan llegar a las 20 y otros
no superar las 14[6] .

Ya sabemos que en estas primeras semanas, lo habitual es que su ritmo


biológico se repita cada 3 o 4 horas, período de tiempo en que el pequeño se
despierta es limpiado-alimentado y se vuelve a dormir. Sin embargo, no os
preocupéis si vuestro hijo no se rige por patrón alguno. El hecho de que el
sueño de un recién nacido sea totalmente anárquico no significa
necesariamente que vaya a padecer insomnio infantil, sobre todo teniendo en
cuenta que vais a educarlo en un buen hábito desde el principio.

En esta fase, sueño y comida van estrechamente ligados, por lo que los bebés
suelen despertarse por hambre. Sin embargo, es indispensable que no demos
por válida la creencia generalizada de que los recién nacidos sólo lloran
porque tienen ganas de pecho o biberón. No necesariamente ha de ser así, y
lo acostumbraríamos mal si cada vez que llorara lo «cebáramos». En sólo una
semana, acabaría asociando llanto y comida y no callaría hasta que le
diéramos su «dosis», tuviera o no tuviera hambre.

Por lo tanto, cuando vuestro hijo llore no corráis a alimentarlo. Descartar,


antes, otros posibles motivos: que tenga frío o calor, un pañal sucio, que
necesite contacto humano y mimos… Y si veis que se calma, no le deis de
comer. Para vuestra tranquilidad, sabed que está científicamente demostrado
que un bebé que ingiere la cantidad que le corresponde en cada toma puede
estar de dos horas y media a tres sin alimentarse. De hecho, existe un método
muy sencillo para comprobar que todo va bien: controlar su curva de peso. Si
aún no lo ha hecho, vuestro pediatra os explicará cómo.

Este punto es de suma importancia porque, como ya sabéis, el ritmo de las


comidas está muy ligado al ritmo del sueño. Ambos están controlados por el
mismo grupo de células cerebrales, el núcleo supraquiasmático del
hipotálamo, y si no ayudamos a este reloj a ponerse en hora, si ya empezamos
a marearlo, saldremos perdiendo.

Aunque todavía es demasiado pronto para imposiciones, es aconsejable que


desde un principio ayudéis a vuestro hijo a diferenciar entre el estado de
vigilia y el de sueño. Esto significa que los pocos momentos en que no esté
durmiendo no debéis dejarlo en la cuna, sino cogerlo y dedicarle vuestra
atención para que se despeje por completo. Hablarle, mimarlo, jugar con él…
así empezará a distinguir entre lo que es estar dormido y estar despierto, algo
que a vosotros os puede parecer totalmente obvio, pero que es nuevo para un
recién llegado al mundo. Y, por si esto no bastara, existe otra buena razón
para hacerlo: asociará que cuna es igual a hora de dormir, lo que beneficiará
que, a la corta, adopte un buen hábito de sueño.

Lo mismo vale para el día y la noche: es conveniente ayudarle a


diferenciarlos. Para ello existe una serie de trucos:

Luz diurna frente a oscuridad nocturna. Cuando duerma de día, no bajéis del
todo las persianas de su dormitorio y, si disponéis de un cuco, no lo dejéis en
su cuarto; llevároslo al salón o dondequiera que estéis en ese momento para
que vaya captando que a su alrededor ocurren cosas. No os preocupéis, no
necesita estar a oscuras para descansar, ya sabéis que por ahora «cae» donde
sea y en las circunstancias que sean. De noche, por el contrario, dejadle a
oscuras. Ni siquiera utilicéis esos pequeños enchufes de luz que gozan de
tanta fama entre algunos padres primerizos. Vuestro hijo ha de aprender a
dormir en la oscuridad desde un principio pues, de lo contrario, luego
tendréis dificultades para hacer que se sienta cómodo y seguro sin luz.

Ruido frente a silencio. No dejéis de pasar la aspiradora, mantener una


conversación animada o escuchar la radio porque el niño esté durmiendo si
son las once de la mañana. De noche, lo normal es que haya menos ruido,
pero tampoco os paséis. Por ejemplo, no renunciéis a ver la televisión, bastará
con que el volumen no esté muy alto. Si nuestro objetivo es ayudar a poner su
reloj en hora, ¿cómo lo vamos a lograr si de día reina un silencio sepulcral
más propio del ambiente nocturno? Acabará confundido y, en el peor de los
casos, sin poder dormir salvo en el más absoluto de los silencios.

Estableced la hora del baño por la noche, es decir, del que a la larga será su
sueño nocturno. Aunque es muy pequeñito, cuanto antes se establezca una
rutina, mejor.

Cuidad que de noche esté especialmente cómodo. Dadle tiempo para que
eructe, cambiadle el pañal, aseguraos de que su camita no esté fría cuando le
acostéis y que la habitación permanezca a una temperatura adecuada (entre
20 y 23.º C). Si durante el día se despierta por cualquiera de estos motivos, no
tiene mayor importancia; de noche, en cambio, iría en contra de nuestras
pretensiones de establecer unas pautas adecuadas de sueño.

Y llegamos así al quid de la cuestión: por pequeño que sea, es imprescindible


que vuestro hijo aprenda a dormir solo. ¿Qué significa esto en un recién
nacido? Que intentéis que concilie el sueño por sus propios medios, no en
vuestros brazos ni en vuestra compañía. Al principio, es bastante común que
se queden roques mientras están tomándose el biberón o mamando. En la
medida de lo posible, evitarlo. ¿Cómo? Haciendo ruido, soplándole o dándole
un toquecillo en la nariz, cosquilleando sus pies, cambiándole el pañal… Sin
embargo, si no lo lográis, por favor, no os angustiéis, porque aún es muy
pronto para preocuparse.

¿DÓNDE DEBE DORMIR?

La llegada de un recién nacido equivale a pocas horas de sueño y mucho


cansancio. Lo habitual es que acabemos haciendo cualquier cosa con tal de
que el pequeño duerma y nos deje descansar un poco. Sin embargo, una
decisión mal tomada puede provocar futuros problemas. Lo primero que hay
que plantearse, incluso antes del parto, es dónde va a dormir el pequeño.

En vuestra cama.

Las primeras semanas suelen ser agotadoras, por lo que muchas madres
acaban metiendo el bebé en su propia cama para facilitar las tomas nocturnas
y atenderlo con rapidez. No es la mejor elección, aunque los padres que opten
por ella no deben sentirse culpables. Tener al bebé junto a vosotros puede
estar bien mientras sea un recién nacido, pero al cabo de unas pocas semanas
puede convertirse en una costumbre difícil de erradicar: se habrá convertido
en un elemento asociado al sueño.

En vuestra habitación, pero en su cuco.

Mejor que la opción anterior, es instalar al bebé en la misma habitación de los


padres, aunque en su propio cuco. En éste, en razón de sus pequeñas
dimensiones, el niño se siente casi tan seguro como en el interior del claustro
materno y podremos atenderlo con la misma celeridad que si estuviera en
nuestra propia cama. Sin embargo, no es bueno que prolonguéis su estancia
en vuestra habitación. Como mucho, al tercer mes debería estar instalado en
su habitación.

En su propio dormitorio.

Si no queréis renunciar a vuestro espacio propio o cualquier ruidito que haga


(gorjeo, ronquido, etc.) os sobresalta impidiendo vuestro descanso, nada os
impide instalarlo en su propia habitación, siempre y cuando podáis oírlo.

De la cuna a la cama.

El momento en que se debe pasar al niño de la cuna a la cama suele indicarlo


el propio tamaño del niño: apenas cabe, se da golpes, siente frustración por
estar enrejado, trepa por encima de la barandilla con el consiguiente
peligro… El traslado se ha de hacer en una época en que el niño esté
tranquilo, es decir, no debe coincidir con el comienzo de la guardería, la
llegada de un hermanito, un cambio de domicilio, etc. Suele dar buenos
resultados convertir la «mudanza» en algo especial: un regalo, una fiesta con
sus muñecos, una felicitación o palabras de aliento del tipo «¡Ya eres
mayorcita!», o «¡qué suerte, qué cama más bonita tienes!». Y, sobre todo, es
fundamental que tenga el hábito de dormir bien aprendido y respetéis su
rutina habitual.

YA TIENE TRES MESES

Empieza la cuenta atrás

Aunque algunos niños lo logran antes, lo normal es que sea a partir del
tercero o el cuarto mes cuando un bebé empiece a hacer el cambio del ritmo
biológico de 3 o 4 horas al de 24 horas y vaya alargando sus períodos de
sueño nocturno. Si hasta ahora podíais mostraros más laxos, desde este
momento deberéis tomaros más en serio la tarea de inculcarle un buen hábito
del sueño.

Para lograrlo, recordad que son necesarios dos requisitos:

Que vuestra actitud denote seguridad. Vuestro pequeño siente lo que sentís
vosotros y, si percibe que estáis tranquilos, él lo estará y le costará menos
entender que el hecho de quedarse en la cunita solo y conciliar el sueño por sí
mismo es lo más natural del mundo.

Que propiciéis que vuestro hijo asocie la hora de dormir a una serie de
elementos externos que permanecerán con él durante toda la noche: cuna,
osito, chupete…

La mejor receta para superar esta prueba consiste en crear una rutina previa
al momento de acostarse por la noche, de forma que cada día suceda lo
mismo. No olvidéis que para un bebé repetición es igual a seguridad.

Lo primero que habréis de decidir es a qué hora queréis que se vaya a dormir
vuestro hijo y ceñiros al mismo horario cada noche. Lo recomendable sería
que lo hiciera entre las 20.00 y las 20.30 en invierno y entre las 20.30 y las
21.00 en verano, porque está demostrado que ésa es la hora en que el sueño
aparece con mayor facilidad. El retraso de media hora en verano se debe al
cambio horario.

A partir de ahí, elegid los pasos que habréis de seguir. Lo habitual es empezar
por el baño, algo que le divierte y lo relaja al mismo tiempo y sirve de línea
divisoria entre el día y la noche. Si no es muy amante del agua, no lo alarguéis
demasiado y, una vez acabado el baño, dedicar un tiempo a mostrarle algún
juguete, cantarle o hablarle dulcemente, por ejemplo, para que se calme. Lo
mismo vale si el chapoteo le ha excitado.
Si el bebé ha de ser alimentado, no es aconsejable hacerlo en su habitación:
debemos separar sus hábitos de comer y dormir, porque nuestro propósito es
que distinga claramente entre uno y otro, de forma que no haga asociaciones
erróneas. Salvo que exista alguna circunstancia que pueda excitarle, nada os
impide alimentarle en la cocina o en el comedor con el resto de la familia, si
os apetece.

Hecho esto, lo ideal es que paséis un rato agradable juntos fuera de la


habitación o, por lo menos, manteniendo al bebé fuera de la cuna. Esto
significa, por ejemplo, que lo mezáis mientras le habláis o cantáis, siempre
con el propósito de apaciguarlo. Este ratito puede hacerse más complejo a
medida que crezca, y lo que antes era una nana convertirse en la lectura de
un cuento, por ejemplo. El objetivo es que el niño se sienta querido, no
satisfecho y, sobre todo, que perciba —y, por lo tanto, sienta— la seguridad
que tanto necesita para relajarse y conciliar el sueño.

Tras ese agradable rato juntos —bastarán entre cinco y diez minutos—, lo
metéis en su cunita, con su osito, su chupete y los elementos externos que no
se moverán de su lado en toda la noche, y os despedís de él hasta el día
siguiente. Acostumbraos a usar una serie de palabras que al pequeño le vayan
resultando familiares: «Buenas noches», «Dulces sueños», «A dormir», etc.
Hecho esto, salís de la habitación mientras vuestro pequeñito aún esté
despierto.

Si la rutina es la correcta, el pequeño afrontará con alegría el momento de


irse a la cuna y encontrará fácil separarse de sus padres; lo más probable es
que sus patrones de sueño se vayan pareciendo cada vez más a los vuestros y
que en poco tiempo se haya ajustado al ciclo día-noche y duerma de un tirón.
Si no es así, no os pongáis nerviosos, todavía no puede decirse que padezca
un trastorno, no antes del sexto o séptimo mes. Simplemente, habréis de
seguir ayudándole. Comprobar si existe alguna causa que le impida conciliar
el sueño y/o lo despierte por las noches:

¿Está enfermo?

¿Siente calor o frío?

¿Está incómodo porque su pañal está sucio?

Tal vez la última toma no sea suficiente para saciar su hambre. En este caso
deberéis modificar las cantidades con ayuda del pediatra.

Si ha sufrido cólicos, aunque ahora no los tenga, es posible que no logre


dormirse por la falta de costumbre. Mecedlo en brazos un poco y volved a
acostarlo.

Un último consejo para esta etapa: aunque es cierto que en las primeras
semanas un bebé sólo llora cuando necesita algo y es lógico que acudáis
prestos a atenderlo, enseguida distinguiréis si es un llanto de protesta, de
esos que se acaban rápidamente, o hay algo más. Por ello, desde el tercer mes
no os levantéis a cogerlo ante el primer gemido. Dadle la oportunidad de que
se vuelva a dormir solito, ¡puede que os sorprenda!

DE SEIS MESES EN ADELANTE

La hora de la verdad

A partir de los 6 meses, un bebé ha de dormir menos horas durante el día[7] y


tener un período más o menos largo de sueño nocturno. De hecho, a los siete
meses, su ritmo de comida y de sueño ha de estar bien establecido, lo que
significa cuatro tomas al día y 11 o 12 horas de sueño nocturno sin
interrupciones.

Si estas condiciones no se cumplen en el caso de vuestro hijo, es decir, si


tiene dificultades para conciliar el sueño solo y se despierta más de dos veces
por la noche, deberéis reeducar su hábito del sueño[8] .

¿QUÉ ES LO NORMAL EN UN NIÑO A LOS 6-7 MESES?

Ritmo de comida y sueño bien establecido

4 comidas durante el día y 11-12 horas de sueño nocturno

Debe acostarse sin llanto, contento y despedirse de los padres con alegría

Que todo vaya bien no significa que podáis bajar la guardia, ya que acechan
nuevos peligros capaces de acabar con el buen hábito de sueño de vuestro
pequeño. Entre el sexto y el noveno mes, a medida que madure, el bebé ya no
se dormirá sin poder evitarlo, sino que será capaz de mantenerse despierto,
sea por la excitación, las ganas de estar con sus papás, para no perderse lo
que acontece alrededor… De hecho, no será extraño que no pueda dormirse
de tan cansado que está y lo normal es que no quiera irse a la cama[9] .

Por eso debéis ser más firmes que nunca en lo que se refiere a la rutina
previa a la hora de dormir y a la norma de que vuestro hijo concilie el sueño
por sus propios medios.

Una advertencia con respecto a la rutina: mucho cuidado con ir alargando ese
ratito agradable que pasáis juntos justo antes de acostarlo. Es de esperar que
y vuestro hijo, que no tiene un pelo de tonto, haga lo posible por eternizarlo.
A medida que vaya creciendo y, sobre todo dominando el lenguaje, sus
habilidades para aplazar la despedida serán mayores: «Tengo sed», «Un
besito», «Te quiero mucho», «Otro libro, sólo uno más»… No es raro que los 5
minutos acaben convirtiéndose en media hora o incluso más. No sería la
primera vez que un padre se pasa 2 horas leyendo cuentos a su hijo. Un buen
truco para evitarlo es hacer algo poco excitante: si ese ratito es un momento
de lo más animado, jamás querrá que se acabe; si, por el contrario, es
agradable, pero sin permitir que el crío se exalte, será más fácil ponerle punto
final. Como comprenderéis, no le causará el mismo efecto que le contemos el
cuento Los tres cerditos cantando a voz en grito «¿quién teme al lobo feroz?»,
que se lo leamos tranquilamente.

A partir del año todavía necesitará dormir bastante, pero lo hará


principalmente por la noche. Por regla general, el niño que haya sido muy
dormilón, lo seguirá siendo, y viceversa, o sea que no os hagáis ilusiones si no
lo ha sido hasta ahora. Al principio todavía necesitará dos siestas, una
matutina y otra por la tarde, pero hacia los 15 meses los críos suelen
atravesar un algo difícil, que no lo es menos para los papás. En este momento,
dos siestas pueden ser demasiadas, pero una es insuficiente. Esto se traduce
en que el pequeño no querrá irse a dormir por la mañana, pero, al no hacerlo,
caerá rendido justo antes de comer. Esto provocará que coma tarde, vuelva a
negarse a dormir la siesta y, por culpa del cansancio, se ponga caprichoso y
quejoso hasta la noche, cena problemática incluida. Esto suele resolverse de
forma espontánea en 1 o 2 meses: entonces, le bastará con una sola siesta
después de comer.

Uno de los peligros de las siestas es que muchas veces se alargan demasiado,
lo que es contraproducente, porque rompen el ritmo del sueño del crío: por
más que nos apetezca, no podemos pretender que un niño que ha dormido
mucho durante el día, también lo haga por la noche. Por ello, en ocasiones no
tendremos más remedio que despertar a nuestro hijo. Tened en cuenta que
cada vez que un niño se despierta de una siesta, por mucho y bien que haya
descansado, le cuesta ponerse en marcha. Hay que tener paciencia y darle de
15 a 30 minutos de cariño y conversación suave para que recupere todas sus
facultades antes de volver a su actividad normal. Ni se os ocurra lavarle o
cambiarle antes, salvo que queráis arriesgaros a liar una buena. Moraleja: si
alguna vez tenéis que salir, calcular de antemano el tiempo que necesitaréis
para que recupere su buen humor.

La siesta de después de comer suele suprimirse a los 3 años o 3 años y medio


sobre todo por necesidades escolares. Esto puede resultar perjudicial, ya que
cuando los críos «cogen la cama», lo hacen con tanto sueño que duermen
mucho más profundamente propiciando los episodios de sonambulismo y
terrores nocturnos[10] . Por ello, es recomendable que esta siesta se
mantenga por lo menos hasta los 4 años, y si es posible más.

SIESTA

ENTRE EL AÑO Y EL AÑO Y MEDIO

: Suprimen la siesta después del desayuno sobre todo si asisten a la guardería

ALREDEDOR DE LOS 3 AÑOS Y 3 1/2:

Suprimen la siesta del mediodía sobre todo por necesidades escolares

LO MÁS RECOMENDABLE ES NO SUPRIMIR LA SIESTA DESPUÉS DE


COMER HASTA LOS 4 AÑOS
¿Cuándo puede considerar que un niño ha adquirido un buen hábito de
sueño? Sintiéndolo mucho, no podemos hablar de fechas, porque por mucho
que un niño tenga un buen hábito de sueño, no debéis fiaros: es importante
que no dejéis de practicar el ritual previo a la hora de acostarse (¡tampoco es
pedir demasiado!), sobre todo si está teniendo problemas (pesadillas, miedos
propios de la edad) o en circunstancias especiales (cambio de domicilio,
llegada de un hermanito, etc).

No queremos poner fin a este capítulo sin pedir que hagáis una pequeña
reflexión. Muchas veces, los padres pecamos de tener expectativas poco
realistas con respecto al sueño de nuestros hijos. No es raro ver cómo parejas
que suelen acostar a su pequeño a las ocho de la tarde lo mantienen en pie
hasta las once en vísperas de un día festivo, esperando que así tarde más en
despertarse al día siguiente, lo que, por cierto, no suelen conseguir. Tampoco
es lógico que pretendamos que duerman larguísimas siestas, para que
nosotros podamos «descansar un rato», y luego se vayan a dormir «a su
hora». Tres cuartos de lo mismo para aquellos papás que esperan que sus
hijos se metan en cama a las ocho de la noche y no se levanten hasta la diez
de la mañana. ¡Se están pasando!

Aunque reconozcamos que no estaría mal que de vez en cuando pudiéramos


apretar el botón de «pausa» y el crío durmiera mucho, muchísimo, para poder
darnos un respiro, eso es pedir un imposible. Lo realista es aceptar que el
niño tiene unas horas y que le enseñemos a dormir con unas pautas que le
permitan adquirir un buen hábito del sueño. Es lo mejor que podemos hacer
por ellos. Ya sabéis que un niño que a los 5 años no ha establecido unas
buenas pautas de sueño, arrastrará el problema de por vida.

EL PIJAMA IDEAL

En invierno, le habremos de abrigar lo suficiente para que no tenga necesidad


de ser tapado con una manta. Cuando duermen, los pequeños dan vueltas
sobre sí mismos y les molesta sentirse atrapados. Además, si se destapan y no
están suficientemente abrigados, el frío puede despertarlos (y, desde luego,
perjudicar su salud). Para evitarlo la mejor solución consiste en controlar la
temperatura de la habitación y ponerle un pijama-manta: podrá moverse a sus
anchas y siempre estará abrigado. En verano, bastará con una camiseta y el
pañal, sin taparlo con la sábana.
IV

VOLVER A EMPEZAR

(sobre cómo reeducar el hábito del sueño)

¿Qué es normal y qué no?

¿Cuándo se ha de hablar de insomnio infantil?

Hay padres de criaturas de un año y medio que consideran normal levantarse


tres y cuatro veces por noche para acudir al cuarto de su hijo, que llora o
grita pidiendo agua o «bibe». No lo es; hace tiempo que debería dormir de un
tirón. Como tampoco es normal que un crío de 8 meses tenga la costumbre de
estar despierto hasta la medianoche y nunca parezca tener sueño o que otro
grite cuando, tras arroparlo y desearle las buenas noches, su madre sale de la
habitación.

A partir de los 6-7 meses, todos los niños deberían ser capaces de:

Acostarse sin llorar y con alegría.

Conciliar el sueño por sí mismos.

Dormir entre 11 y 12 horas de un tirón

[11]

Hacerlo en su cuna y sin luz.

Salvo que padezca algún trastorno orgánico capaz de distorsionar su sueño —


cólicos, reflujo, intolerancia a la leche, infecciones de las vías respiratorias
altas, etcétera—, si un bebé de 6 o 7 meses no cumple los cuatro requisitos
anteriores, puede padecer un problema de insomnio.

¿Las causas? Hay dos:

Por hábitos erróneos (el 98 por ciento de los casos).

Por problemas psicológicos (el 2 por ciento restante; nos ocuparemos de ello
al final de este capítulo).

El insomnio por hábitos incorrectos es, pues, el trastorno más frecuente y se


caracteriza por:
Dificultad para que el niño se duerma solo.

Frecuentes despertares nocturnos. Suelen hacerlo entre 3 a 15 veces y les es


imposible volver a conciliar el sueño de forma espontánea y sin ayuda

[12]

Sueño muy superficial. Al observarlos se tiene la sensación de que están


«vigilando» continuamente, cualquier pequeño ruido los despierta.

Menos horas de sueño de lo que es habitual a su edad.

Cuando esto sucede, los padres empiezan a utilizar las técnicas que les
parecen más lógicas para dormirlo como darle agua, mecerlo, cantarle,
cogerlo de la mano, mesarle el cabello, acariciarle la espalda… cualquier cosa
con tal de que el niño concilie el sueño (como hemos visto, no es raro que se
les acabe dejando dormir delante del televisor o que se le pasee en coche si
hace falta). Nada de esto suele bastar: aunque el niño caiga en brazos de
Morfeo, al cabo de poco tiempo se despierta otra vez —la paz dura como
mucho tres horas— y el drama vuelve a comenzar.

No vamos a insistir más sobre este punto, porque si habéis llegado hasta aquí
debe ser por algo. Desde este momento, lo que vamos a hacer es poner en
práctica todo lo que hemos aprendido hasta ahora. Sin embargo, antes de
empezar, debéis tener en cuenta que para que esta técnica dé resultado sólo
podéis hacer lo que os expliquemos, es decir, cuando os asalte una duda,
ceñíos a lo que hayáis leído, no hagáis nada que no se os haya explicado.

¿QUÉ CAUSA EL INSOMNIO INFANTIL?

DEFICIENTE ADQUISICIÓN DEL HÁBITO DEL SUEÑO

Ya sabéis que a dormir bien se aprende y que para adquirir un buen hábito
del sueño hace falta que se cumplan una serie de requisitos:

Los padres han de mostrarse tranquilos y seguros de lo que hacen y siempre


hacer lo mismo.

El niño ha de asociar el sueño con una serie de elementos externos que


permanezcan a su lado durante toda la noche: cuna, osito, etc.

Y como eso es exactamente lo que necesitamos para reeducar el hábito del


sueño de vuestro hijo, vamos a olvidarnos del pasado: imaginaremos que
vuestro pequeño ha nacido hoy y lo vamos a tratar como a un recién nacido,
independientemente de si tiene 6 meses, un año y medio o 5 años. En otras
palabras, volveremos a empezar… sólo que a partir de ahora, mamá y papá
nunca van a dudar de cómo dormir a Juanito. Aunque a veces hablemos de
chupetes y de situaciones propias de bebés, esta técnica vale para niños hasta
los 5 años, por lo que si es el caso de vuestro hijo, debéis aplicarla igual,
obviando los detalles propios de los más pequeñines.

Dicho así parece fácil, pero seguramente vuestra seguridad esté bajo
mínimos, lo que no es de extrañar después de tantas recetas fallidas. No
importa. Desde este momento y durante todo el proceso de «reeducación»
habréis de actuar como si tuvierais las ideas muy claras, al menos en lo que
se refiere al sueño infantil (y no dudéis de que vuestro «corazoncito»
flaqueará cuando oigáis llorar a vuestro hijo). Recordad que lo importante no
es lo que le decís a vuestro pequeño, sino la actitud que le transmitís. Si lo
que percibe es vuestra seguridad, que estáis convencidos de que esto se hace
así y sólo así, vuestro hijo aprenderá con más facilidad[13] .

Ahora hemos de elegir los elementos externos que el bebé asociará con su
sueño, sin olvidar que han de permanecer a su lado durante toda la noche. De
entrada, necesitaremos algunos nuevos, porque el pequeño ya conoce todo lo
que hay en su habitación. Lo que haremos es crearlos. Para ello, mientras
Juanito esté cenando, papá le hará un dibujo, dejando que el crío participe de
la alegría del proceso creativo: «Mira lo que hago. Voy a usar el color naranja.
Vamos a pintarlo…». Como es natural, si el niño ya es capaz, puede participar
de una forma más activa. Bastará con un sencillo sol, aunque si el papá es un
buen dibujante puede complicarlo un poco más —un pajarito, un arbolito—,
pero siempre teniendo en cuenta a quién va dirigido.

Mamá, por su parte, puede construirle un móvil. Tampoco ha de ser algo del
otro mundo; bastará con un simple hilo del que cuelgue una bola de papel de
plata arrugada. Si no es tan bebé como para aceptar semejante ganga, ¿quién
no sabe dibujar y recortar un avión, un barco o una muñeca? No hace falta
que sea una obra de arte, lo importante es que el crío tenga algo nuevo en la
habitación, algo que no haya tenido nunca.

En el capítulo anterior explicamos la importancia de crear un ritual alrededor


de la acción de acostarse.

Para reeducar a vuestro hijo seguiremos los mismos pasos: primero un baño
relajante, después la cena, seguida de 5 a 10 minutos haciendo algo
agradable juntos (una nana, un juego relajado, un cuento) y, finalmente, darle
las buenas noches y salir de la habitación mientras el niño está aún despierto.

Como creemos que la cuestión de la rutina ya ha quedado clara (páginas 56-


57), ahora sólo queremos haceros una advertencia sobre la hora de la cena:
para reajustar el reloj de vuestro hijo y, por tanto, reeducar su hábito del
sueño es importante fijar unos horarios de comida. Por ello, vuestro hijo
deberá tomar su desayuno a las ocho de la mañana, la comida a las doce del
mediodía, la merienda a las cuatro de la tarde y la cena a las ocho de la
noche. La elección de este horario, en el que hemos de ser bastante estrictos,
tiene que ver con que el cerebro de los niños está preparado para acostarse
entre las ocho y las ocho y media de la noche, ya que el sueño aparece con
mayor facilidad a esa hora. En verano, cuando se produce el cambio horario,
tendremos que acostarlo entre las ocho y media y las nueve de la noche.
Imaginemos, pues, que son las 20.30 horas y que Juanito, después del baño y
la cena, está listo para irse a dormir. Papá y mamá entran en la habitación
con el pequeño y comparten unos minutos con él (si es posible, hacerlo en el
salón u otro lugar que no sea su dormitorio). Tras este rato agradable,
cualquiera de ellos le explica a Juanito que el dibujo que han hecho durante la
cena es un póster y que lo van a colgar en la pared, al igual que el móvil. Es
imprescindible que el tono de vuestra voz denote tranquilidad. Si os mostráis
seguros, vuestro hijo, aunque tarde unos días, también acabará por sentirse
seguro[14] .

Si aún duerme con chupete deberéis comprarle varios, los que creáis
necesarios, y colocárselos donde se acueste. ¿Por qué? Pura lógica: cuando se
despierte en medio de la noche y busque su chupete debe encontrarlo porque,
si no, tendrá que llamaros para que se lo deis vosotros y no nos interesa que
eso ocurra.

Hecho esto, uno de los dos escoge un muñeco de los que ya tiene vuestro hijo
y le pone un nombre, digamos Pepito. Se lo presenta al crío y le comunica que
«a partir de hoy, tu amigo Pepito siempre dormirá contigo». Es importante
que el muñeco lo elijamos nosotros, es parte de nuestra estrategia para
demostrarle y demostrarnos nuestra seguridad: no podemos permitir que sea
el niño quien nos diga cómo se hacen las cosas, somos los papás quienes le
enseñamos el hábito de dormir. Si vuestro hijo es mayorcito, no caigáis en la
tentación de dejarle escoger a él. Tenga la edad que tenga, recordad que para
nosotros ha nacido hoy y vamos a tratarle como a un recién nacido incapaz de
valerse por sí mismo.

Las demandas que el niño hace en el momento de acostarse pueden originar


distorsiones en los hábitos del sueño.

No es el niño el que le «dice» a sus padres cómo o qué necesita para dormir.
Son los padres los que enseñan el hábito de dormir a su hijo.

Como veréis, todos los elementos que hemos escogido no requieren un adulto.
Recordad que nuestro objetivo es que nunca más ni papá, ni mamá, ni el
biberón, ni nada que tengamos que quitarle sea un elemento que el pequeño
asocie a su sueño. Todo lo que hemos elegido (el dibujo, el móvil, el muñeco y
los chupetes) estará allí cuando se despierte. Puede que de entrada le haga
ascos al pobre Pepito, pero cuando se despierte a las tres de la madrugada, su
«fiel» amigo seguirá allí y, aunque no sea lo mismo que mamá o papá, que se
han ido, o el biberón, que ha desaparecido, estará a su lado y no lo
abandonará en ninguna circunstancia.

Ya podemos dar el siguiente paso. Son las 20.35 horas del «primer día de la
vida de vuestro hijo». El póster está colocado, el móvil y los chupetes
también, y Pepito y Juanito han sido formalmente presentados. Si no lo hemos
hecho aún, hemos de acostar al pequeño. Existen dos posibilidades, según el
lugar donde duerma:

Cuna

: lo colocáis en ella y, si se resiste a tumbarse, basta con dejarlo sentado. Si se


levanta, no se lo impidáis. Tras dejarlo, separaos de la cuna a una distancia
que impida que el niño os pueda coger (sin exagerar, bastará con un metro
más o menos) y actuad como si no ocurriera nada fuera de lo habitual. Para él
lo será y mucho, por lo que no os extrañe que empiece a llorar. No olvidéis
que debéis mostraros muy convencidos de lo que hacéis.

Cama

: lo raro sería que se acostara como si no sucediera nada. Juanito no tiene un


pelo de tonto y sabe que le estáis dando gato por liebre. Lo normal será que al
intentar meterlo en su cama, se levante nervioso y enseguida empiece a
llorar. No intentéis acostarlo otra vez. Cogedle de la mano, sentadlo en
vuestro regazo si queréis y, sobre todo, mantened la calma.

Entonces, uno de vosotros se dirige al pequeño y le dice algo así como: «Amor
mío, papá y mamá te van a enseñar a dormir solito. A partir de hoy dormirás
aquí, en tu cuna con el póster, el móvil, Pepito» y todo aquello que hayáis
escogido, es decir las cosas que están alrededor y que permanecerán junto a
él durante toda la noche. El «discurso» ha de durar unos 30 segundos, por lo
que es posible que debáis mencionarle hasta las cortinas y el corre pasillos
(su triciclo, si es mayorcito). No importa. Entienda o no lo que oye, lo
primordial es el tono… y eso es un decir, porque lo más probable es que en
ese momento esté llorando a moco tendido para lograr que las cosas vuelvan
a ser como hasta ahora (como ese pasado que para nosotros ya no existe). Ni
caso. Seguid hablando como si nada. Un truco para lograrlo consiste en estar
atentos a lo que decimos, es decir, concentrarnos en cada palabra que
pronunciamos mientras le explicamos cómo van a ser sus nuevas noches.

Es ahora cuando papá y mamá han de mostrar su verdadera fortaleza. No


deberán pensar en Juanito, que alza sus bracitos con cara de morirse de pena
o, si es más mayor, grita desesperado porque quiere dormir en el sofá del
salón viendo la película de la noche. Está claro que el niño no renunciará
fácilmente a sus «privilegios». Lo lógico es que llore, grite, vomite, patalee,
diga «sed», «hambre», «pupa», «no te quiero»… lo que sea con tal de
conseguir que os dobleguéis, pero ni os inmutéis. Recordad: el niño no ha de
decirnos cómo se hacen las cosas, somos nosotros los que hemos de enseñarle
a él. Y si os cuesta mucho, pensad que lo estáis haciendo por su salud y la de
toda la familia y que, si seguís al pie de la letra las instrucciones, en siete
días, como mucho, estaréis durmiendo todos de un tirón.

Cuando hayan pasado los 30 segundos, uno de los dos volverá a colocar a
Juanito en la cuna o en la cama, como crea que estará más cómodo, pero sólo
una vez. Le acercaréis los chupetes de forma que pueda alcanzarlos y le
diréis: «Buenas noches, amor mío, hasta mañana». Acto seguido, apagaréis la
luz y saldréis de la habitación, dejando la puerta cuatro dedos abierta. Si
estáis oyendo música o viendo la televisión, podéis bajar un poco el volumen,
pero sin convertir la casa en un cementerio, porque es Juanito quien se ha de
adaptar a vosotros y no vosotros a él.

Insistimos, da igual la edad que tenga vuestro hijo, para vosotros es un recién
nacido. La técnica para reeducarlo es exactamente la misma para niños de 6
meses a 5 años; lo único que cambia es que cuanto más mayor sea el crío,
más capacidad tendrá para utilizar dos «armas» muy peligrosas en vuestra
contra:

La palabra

. A medida que el niño va creciendo y adquiriendo vocabulario, las cosas se


complican, ya que es capaz de manipular a sus padres mediante el lenguaje.
No es extraño que la mayoría de los niños insomnes hablen a edad temprana:
pocos papás se resisten a «socorrer» a un hijo que grita «sed», «pupa» o
«miedo», sin caer en la cuenta de que su pequeño es más listo que el hambre
y que se ha dado cuenta de que si dice eso logra que le hagan caso (es el
principio de acción-reacción del que hablaremos en breve). Si hiciera falta
aprendería a decir «Nabucodonosor». ¿Cómo combatir estos envites? Bien
fácil: haciendo caso omiso de ellos. Vuestro hijo es un recién nacido y para
vosotros no sabe hablar.

La agilidad física

. Le permitirá, por ejemplo, saltar de la cuna o de la cama y salir del


dormitorio en busca de papá y mamá. No podéis pasar la noche devolviéndolo
a su lecho. ¿Solución? Una valla colocada en la entrada de la habitación. Así
evitaréis tener que cerrar la puerta, lo que aterrorizaría al pequeño, pero
cumple la misma función, porque el niño no podrá salir de su cuarto. Da igual
si se levanta, como si se quiere quedar dormido en el suelo. Los niños no son
tontos y es raro que eso suceda, pero si ocurre bastará con que, una vez
dormido, lo metamos en su cama. Lo importante es que esté en su cuarto y
cuando concilie el sueño lo haga allí y por sí mismo.

Hasta aquí os hemos explicado la historia desde vuestro lado de la barrera.


Pero ¿qué pasa con Juanito?

Los niños se comunican con los adultos mediante el principio de acción-


reacción. El pequeño realiza una acción porque espera conseguir una
reacción por parte del adulto. Por ejemplo, si a un bebé de seis o siete meses
lo dejamos en la cuna, le decimos buenas noches y nos vamos, es posible que
le dé por dar palmaditas y cantar «a-a-a». ¿Qué reacción obtendrá como
respuesta a esa acción? No mucho. Lo probable es que sus papás comenten
entre ellos «Mira qué mono» y no hagan nada más. Pero ¿qué pasaría si
gritara de una forma espantosa? Correrían a su cuarto para atenderlo justo la
reacción que busca el bebé. ¿Qué acción hará la próxima vez que quiera
«hacer formar» a papá y mamá? Está claro que no cantará ni dará palmaditas,
preferirá el «heavy metal». Si un bebé de medio año es capaz de hacer esto,
que no será capaz de hacer al año o más, cuando además ya sepa hablar y
moverse con cierta o total soltura.

Después de todo lo dicho, no nos cabe la menor duda de que Juanito es un ser
inteligente, muy inteligente, y no va a doblegarse a nuestra voluntad a la
primera de cambio. Si el niño ve que lo dejan en su cuna/cama y no le dan el
tratamiento de siempre, ¿qué hará para recuperar sus privilegios? Ir
probando en busca de aquello que provoque la reacción que quiere de sus
padres.

Volvamos al momento en que papá o mamá le está soltando el discursito de


buenas noches. Es posible que, apenas empiece, Juanito coja a Pepito y lo
mande a freír espárragos y, acto seguido, la emprenda con los chupetes y
salgan todos volando por los aires. Si se los recogéis, él crío volverá a tirarlos,
y si los recogéis otra vez, acabarán nuevamente en el suelo. ¿Quién gana?
Está claro que Juanito, porque él ha realizado una acción y vosotros habéis
picado: ha logrado que reaccionarais, que es exactamente lo que buscaba.

¿Qué hay que hacer? Pongámonos en situación: uno de vosotros está


hablando con el niño y éste tira las cosas para captar vuestra atención
mientras llora amargamente. El «portavoz» sigue hablando como si no pasara
nada, y, una vez terminado el discurso, las recoge todas, se las coloca en la
cuna como el que no quiere la cosa, le da las buenas noches, se gira y se va (si
estáis los dos, os vais los dos). Lo más probable es que Juanito las vuelva a
tirar, pero vosotros ya estaréis saliendo de la habitación y no volveréis a
recogerlas. ¿Quién ha ganado?

Lo mismo vale si lo acostamos en la cama y él se levanta y volvemos a


acostarlo. ¿Qué hará? Volver a levantarse. No querréis estar así toda la
noche, ¿verdad? Juanito seguramente sí, porque eso significaría que estaríais
junto a él. Por lo tanto, para no dejaros vencer, debéis colocar a Juanito como
creáis mejor y, después, que haga lo que le venga en gana; nosotros, ni caso.

¿Qué otros trucos utilizará? Aparte de pedir agua, decir pupa… trucos de los
que ya os hemos hablado, puede que vomite. No os asustéis, no le pasa nada:
los niños saben provocarse el vómito con suma facilidad. ¿Qué haréis?
Sulfuraos por dentro, pero manteneos impasibles por fuera; limpiad el
desaguisado, cambiadle las sábanas y su pijama. Si hace falta y continuar con
el «programa de actos» como si nada hubiera sucedido.

¿Qué más puede hacer Juanito? Llorar. Y no sólo llorará, sino que lo hará
mirándonos con la cara más penosa que pueda poner. Es su arma más
efectiva y lo sabe, al fin y al cabo, es el primer lenguaje mediante el cual se ha
hecho entender. Él sabe que cuando llora, uno de los dos (papá o mamá) le
suele responder primero y es a ése a quien dirigirá su mirada (su llanto), a la
espera de que pique. Está usando su lloriqueo como una forma de acción.
Pero los papás, a estas alturas, ya saben distinguir cuando llora por dolor o
para conseguir algo; por lo tanto, ya saben que Juanito no está «tan grave»,
por lo que deberán mostrarse tranquilos y seguir con su discurso. Una vez
acabado, aunque llore, y ellos lloren por dentro, se van.

CÓMO REEDUCAR EL HÁBITO DEL SUEÑO

Crear un rito alrededor de la acción de acostarse (cantar una canción,


explicar un cuento).

No se crea esta situación para que el niño se duerma sino sólo para que la
asocie con un momento agradable antes de iniciar el sueño solo.

Los papás deben salir de la habitación antes de que el niño se duerma.

Si el niño llora, los padres deben entrar con pequeños intervalos de tiempo
para darle confianza, sin hacer nada para que se duerma o calle, hasta que el
niño concilie el sueño solo.

Evidentemente, la «gran batalla» no ha hecho sino comenzar. Lo lógico es que


en cuanto abandonéis el cuarto Juanito eleve el volumen de su serenata y sus
llantos se dejen oír claramente por toda la casa (puede que en el vecindario).
Lo que no podemos hacer es marcharnos y dejar a Juanito llorando hasta que
caiga de puro agotamiento (lo que, sin duda, os habrán recomendado
erróneamente alguna vez). ¿Por qué no? Porque estamos reeducándolo, no
castigándolo. Si nos vamos pensando «ya se cansará y caerá rendido», lo que
le transmitimos al niño es que está siendo castigado o abandonado. Sin
embargo, tampoco podemos entrar en su habitación a consolarle hasta que
haya transcurrido un tiempo prudencial.

¿Cuánto? De entrada, sólo 1 minuto, pasado el cual, uno de los dos acudirá a
su llamada para que Juanito lo vea.

Nuestro objetivo no es que se calle, ni que se calme, ni que se duerma: sólo lo


hacemos para que note, para que sepa que no lo hemos abandonado. Por lo
tanto, quien entre en su habitación se quedará a una distancia prudencial de
la cuna (para que no se le agarre) o lo volverá a meter en ella o en la cama, si
es que ha salido, y le hablará otra vez, durante unos 10 segundos, para
explicarle tranquilamente lo que ya se le dijo antes: «Amor mío, mamá y papá
te quieren mucho y te están enseñando a dormir. Tú duermes aquí con Pepito,
el póster, los chupetes… Así que hasta mañana». Tras estas palabras, si había
tirado las cosas, se las coloca nuevamente en su cuna o en su cama y se
vuelve a marchar. Da igual si Juanito está gritando, llorando o ha vuelto a
salir de la cama/cuna.
Y otra vez a aguantar… y a sufrir. Esta vez esperaremos 3 minutos. Si
transcurrido este tiempo Juanito sigue llorando, uno de los dos entrará
nuevamente en su dormitorio (podéis turnaros) y hará exactamente lo mismo
que hizo la vez anterior. El siguiente tiempo de espera es de 5 minutos, tras
los cuales, se repetirá la misma escena. A partir de este momento, se esperan
5 minutos entre visita y visita, aunque si vuestro sufrimiento impide esperar
«tanto» podéis hacerlo cada 3 minutos.

Es fundamental que vayáis entrando en la habitación del pequeño para que no


se sienta abandonado. Ni se os ocurra dejarlo esperar más de 5 minutos, que
es el tiempo máximo que puede estar solo durante el primer día de su
«reeducación». Hacerlo sería una crueldad: lo que más teme un pequeño es
que sus padres no lo quieran, lo abandonen y éste es el mensaje que captaría
si no cumplierais con vuestras visitas. Si, por el contrario, vais a verlo y le
habláis con cariño, sin gritar, ni enfadaros y mostrando una gran tranquilidad,
Juanito acabará entendiendo que papá y mamá no lo han dejado solo, que lo
quieren muchísimo, pero que por mucho que llore y monte una escena no van
a quedarse y que no pasa nada por estar solo a la hora de dormir. Todo ello lo
tranquilizará, le dará la seguridad que tanto necesita y, finalmente, logrará
conciliar el sueño. Nos parece oír vuestra pregunta: «¿Cuánto tardará en
dormirse?». A algunos niños les cuesta más que a otros captar el mensaje,
pero lo habitual es que como máximo tarden 2 horas.

El caso es que Juanito se dormirá, pero como es un reloj que aún no ha sido
ajustado, al cabo de 1, 2 o 3 horas volverá a despertarse. ¿Y qué hará? Llorar
y/o gritar «sed», «hambre» o «miedo», por citar algunos ejemplos. ¿Y qué
haremos nosotros? Volveremos a enseñarle a dormir repitiendo todo el
proceso, respetando la tabla de tiempos. Como es el primer día, la primera
vez aguantaremos un minuto antes de entrar en su cuarto y echarle el
discursito: «Amor mío, mamá y papá entienden que estás muy enfadado,
porque te enseñamos a dormir, pero tú duermes aquí con tu amigo Pepito, el
póster… Buenas noches, hasta mañana». Y otra vez fuera. La segunda vez se
esperan 3 minutos antes de entrar y, a partir de la tercera, 5 minutos y así
hasta que vuelva a dormirse.

Hay que hacer esto independientemente de la hora que sea, porque el niño no
entiende de horarios. Pero mucho cuidado: cuando os despierte a las tres,
cuatro o cinco de la madrugada, lo más probable es que estéis agotados y, por
eso, será más fácil que caigáis en cualquiera de los trucos que utilice para
doblegaros. Bastará con que una sola vez hagáis lo que el niño os pida —agua,
una canción, darle la mano «un momento», brazos…— para que perdáis la
partida: todo lo que hayáis logrado se habrá esfumado, habréis perdido el
tiempo, porque se dará cuenta de que allí tiene una rendija por la cual
colarse, y será como volver a empezar. Si, por el contrario, seguís a rajatabla
esta técnica, os sorprenderán la rapidez y la efectividad de este método.

Cuando el problema es psicológico

Al principio de este capítulo os dijimos que sólo el 2 por ciento de los


trastornos de insomnio tienen causas psicológicas. En estos casos, la técnica
descrita no necesariamente dará resultado ya que la causa no es un hábito
mal adquirido, sino algún problema de tipo emocional. En primer lugar,
debéis tener en cuenta que los acontecimientos que alteran a los padres
también afectan a los pequeños, porque si los padres están ansiosos, los niños
lo perciben y también lo están, con lo que sus mayores no pueden
transmitirles la suficiente confianza y tranquilidad de ánimo para que
concilien el sueño.

Por otra parte, el crecimiento en sí produce acontecimientos nuevos que


pueden afectar mucho al niño, esto se traducirá en una mayor ansiedad
durante la noche. Situaciones como el traslado de la habitación de los padres
a la propia, el nacimiento de un hermano, el inicio de la guardería, la visión
de escenas violentas por televisión… pueden angustiar a vuestro hijo y
repercutir sobre su sueño.

En estos casos, la solución pasa por averiguar la causa que provoca la


ansiedad y solventarla. A veces hará falta que el niño reciba tratamiento
psicológico y si es así, lo normal es que los padres también (separaciones,
malos tratos…).

Importante : En el capítulo VIII «Preguntas y respuestas» encontraréis


explicaciones a algunas de las cuestiones que probablemente os surgirán
sobre la aplicación de este método.
V

¿Y QUÉ PASA CON LA SIESTA?

(sobre cómo ha de ser su sueño diurno)

Las ojeras de Paula lo dicen todo. Hace poco que su hijo David empezó a
andar y, salvo las horas en que duerme, el pequeño se pasa todo el día de acá
para allá en busca de nuevos mundos. «Sólo de mirarle me canso», explica
resignada.

Probablemente, la mayoría de los padres con hijos de corta edad estarán de


acuerdo con ella. Y no les falta razón, porque los pequeños suelen desarrollar
una actividad frenética; a su escala, ¡pero frenética! Para ellos, el mundo es
un gran campo de juego, mejor aún, un inmenso laboratorio donde
experimentar. Todo les llama la atención y quieren estar en todo, tocarlo todo,
probarlo todo. Y, bromas aparte, hay que tomarse su ímpetu en serio, ya que
gracias a esa curiosidad y a ese no parar se desarrollan física, intelectual y
emocionalmente, ya un ritmo al que no lo volverán a hacer en la vida.

Para que esta evolución se realice en las mejores condiciones posibles


necesitan una gran cantidad de energía que básicamente obtienen mediante
una alimentación equilibrada y un buen descanso. De ahí la importancia de la
siesta. No basta con que duerman bien por la noche, también necesitan de un
alto en el camino durante el día para poder recargar pilas. Este tiempo de
descanso diurno varía con la edad: desde la interminable siesta que es la vida
del recién nacido a ese corto descanso que se hace en la mayoría de las
guarderías y que, por desgracia, acaba perdiéndose cuando los niños
empiezan a asistir a la escuela.

Dada su trascendencia, vamos a dedicar este capítulo a la siesta. Primero nos


ocuparemos de cómo ha de ser el sueño diurno de nuestros hijos en función
de su edad. Después, de lo que hay que hacer si tienen problemas para dormir
la siesta, ya que muchos padres que aseguran haber reeducado el sueño de
sus hijos por la noche se quejan de lo difícil que les resulta solucionar el
problema de día. Por algún motivo, estos papás caen en la trampa de hacer
distinciones entre el sueño nocturno y el diurno, cuando en realidad han de
afrontarse de la misma forma. Es indispensable que entendáis que: enseñar a
dormir debe hacerse igual tanto si es de día como si es de noche.

LOS TRES PRIMEROS MESES

Aunque el sueño diurno ocupa gran parte de la vida de los recién nacidos, aún
no se puede hablar de la siesta propiamente dicha, porque ni siquiera
distinguen entre el día y la noche y, en estos momentos, su estado natural es
el de reposo, independientemente de la hora que sea.
Al principio tienen un ritmo biológico de unas 3-4 horas, período de tiempo en
el que son limpiados-alimentados-y-se-vuelven-a-dormir, y necesitarán de
unos meses para adaptarse al nuestro, de 24 horas[15] . Aunque no podéis
hacer mucho para acelerar este proceso, sí podéis ayudar a que se desarrolle
en las condiciones más adecuadas. Como ya hemos hablado de ello en el
capítulo III («Despacito y buena letra»), os invitamos a releerlo si lo creéis
necesario. Aquí sólo queremos insistir en aquellos puntos que consideramos
de mayor importancia y que provocan más dudas entre los papás:

Hay que mantener un horario de comidas

Desde el nacimiento, las tomas han de seguir un horario lo más estable


posible. Para ello recomendamos que se fijen cada 3-4 horas, con una pauta
que, si vuestro pediatra está de acuerdo, podría ser la siguiente: ocho de la
mañana (8.00), mediodía (12.00), cuatro de la tarde (16.00), ocho de la noche
(20.00), medianoche (24.00) y cuatro de la madrugada (4.00). Creemos que es
importante mantener este ritmo, con un margen de desfase de quince
minutos, para conseguir que el reloj biológico del pequeño se vaya
organizando desde las primeras semanas. Esto implica que:

HORARIO RECOMENDADO DE TOMAS

(desde el nacimiento hasta los 3-4 meses)

8 mañana: desayuno

12 mediodía: comida

4 de la tarde: merienda

8 de la noche: cena

12 de la noche: primer complemento nocturno

4 de la madrugada: segundo complemento nocturno

Lo despertéis si a la hora de su toma está durmiendo. Si la retrasáis,


favoreceréis que la anarquía se apodere de su reloj interno.

Si vuestro pequeño se despierta antes de hora y empieza a llorar, no lo


alimentéis. ¡Ojo!, recordad que llanto no siempre equivale a hambre. A veces
se debe a su necesidad de compañía y cariño, entonces bastará con que le
acunéis o le cantéis un poco, por ejemplo. En otras ocasiones, las causas
serán menos emotivas, como que tenga frío o calor o haya manchado su pañal
y se sienta incómodo. Por lo tanto, si se despierta antes de la hora de su toma
y llora, no corráis a ofrecerle el pecho

[16]

o el biberón. Aprovechar para cambiarlo, mecerlo, hablar con él… Así, no se


sentirá abandonado, sino que le transmitiréis vuestro cariño, le daréis
seguridad, y, además, esperará sin quejas hasta su hora de comer.

Otra recomendación: las tomas de las ocho de la mañana, del mediodía y de


las cuatro de la tarde hacedlas con luz natural y ruido ambiental y, en cambio,
las nocturnas, en un entorno más relajado. Así empezará a distinguir entre el
día y la noche, lo que será fundamental para que se adapte a un ciclo de 24
horas.

Ha de conciliar el sueño solo

Aunque aún es muy chiquitín, hay que intentar que no se duerma durante la
toma. Si no, asociará sueño y comida y cada vez que deseéis que lo concilie
tendréis que alimentarle. Para mantenerlo despierto, habladle, acariciadle la
oreja o jugad con sus pies.

Si, por el contrario, después de haberse alimentado aún no tiene sueño,


dedicadle vuestra atención. Mantenerle un rato bien despejado le ayudará a
diferenciar el estado de vigilia y el de sueño, paso indispensable para
distinguir el día (estar despierto) de la noche (dormir).

Cuando le toque descansar, acostadle en su cuna y dejadle solo para que


concilie el sueño por sus propios medios. En ningún caso podéis convertiros
en algo que necesite para quedarse dormido. Si tenéis dudas sobre los
elementos externos que podéis asociar con su sueño, os recomendamos releer
las páginas 41 a 45.

DE LOS CUATRO A LOS SEIS MESES

A partir de los cuatro meses es probable que vuestro bebé tienda a alargar la
última toma y que a menudo os veáis obligados a despertarle para alimentarle
a medianoche. Coincidiendo con esto, el pediatra os anunciará que a vuestro
hijo ya le basta con cinco ingestas diarias y os explicará qué tipo de comida
debéis darle y en qué cantidad. Cuando esto suceda, recomendamos que las
tomas se fijen a las ocho de la mañana, al mediodía, a las cuatro de la tarde, a
las ocho de la noche y a las dos de la madrugada.

HORARIO RECOMENDADO DE TOMAS

(desde los 3-4 meses a los 6 meses)

8 mañana: desayuno

12 mediodía: comida

4 de la tarde: merienda

8 de la noche: cena

2 de la madrugada: complemento único nocturno


No olvidéis que durante el día hay que amamantarle o darle el biberón en un
lugar donde haya luz, preferiblemente con música o sonidos ambientales, y
que quien se encargue de hacerlo recuerde hablar con el pequeño o
estimularle de forma que permanezca despierto. Repetimos: es
imprescindible que el niño asocie la comida con estar despierto. Sin embargo,
cuando le alimentéis a las dos de la madrugada hacedlo con poca luz y en
silencio, para no despejarlo mucho, porque esta toma se eliminará muy pronto
y no nos interesa que el niño se acostumbre a despertarse a estas horas. Si lo
alimentamos con biberón, no estaría de más dejarlo preparado, para que
baste con calentarlo, a fin de que papá o mamá también permanezcan el
menor tiempo posible despiertos.

En cuanto a las siestas, aún seguirá durmiéndolas tras cada comida. Después
de la toma de las ocho de la mañana (su desayuno), es probable que descanse
entre las nueve y las once. Si duerme algo más o menos, no os preocupéis. De
hecho, a algunos bebés les basta con una hora. Cuando se despierte, si
queréis, podéis aprovechar para darle un paseo.

Después de la toma del mediodía (su comida), la siesta debe ser consistente,
es decir, durar entre dos y tres horas. Repetimos: algunos niños necesitarán
más tiempo, otros menos, por lo tanto, no alarmaros innecesariamente si
vuestro hijo no repite exactamente lo que decimos.

Tras la merienda, a las cuatro de la tarde, es posible que duerma algo menos.
Algunos bebés sólo descansan una hora, otros pueden llegar a tres. Cuando se
despierte, podéis darle otro paseo y, después, el baño y la cena (ocho de la
noche).

La duración de las siestas se irá acortando poco a poco, pero es


imprescindible que mantengáis los horarios de las tomas, siempre con un
margen de flexibilidad de quince minutos.

Queremos detenernos un momento en la cuestión del paseo. Es un error


convertirlo en un método para dormir al pequeño. A los niños no se les ha de
sacar a pasear para que se queden roques, sino para que les dé el sol,
despertar sus sentidos y que vayan aprendiendo cosas. De nada sirve que el
paseo dure una hora, si vuestro bebé se pasa todo el rato durmiendo en el
cochecito. Para evitar que esto suceda es preferible que escojáis un parque
cercano, de forma que lleguéis enseguida, y una vez allí saquéis al bebé del
cochecito, bien tapado si hace frío, y le mantengáis despierto, habléis con él,
le hagáis mirar a su alrededor para que reciba el máximo de estímulos
ambientales (y, por supuesto, afectivos).

Indispensable: No olvidéis que para que aprenda un buen hábito de sueño,


debéis dejarle solo en su cuna para que concilie el sueño por sí mismo.

DE LOS 6 HASTA LOS 18 MESES

A partir de los 6 o los 7 meses, la mayoría de los bebés tienen un ritmo


biológico de vigilia-sueño bien estructurado y sus tomas se han reducido a
cuatro, que recomendamos se realicen a las ocho de la mañana (desayuno),
mediodía (comida), cuatro de la tarde (merienda) y ocho de la noche (cena).

HORARIO RECOMENDADO DE TOMAS

(a partir de los 6 meses)

8 mañana: desayuno

12 mediodía: comida

4 de la tarde: merienda

8 de la noche: cena

Después del desayuno, dormirá su primera siesta, cuya duración se irá


acortando hasta desaparecer definitivamente a partir de los 15 meses. La de
después de la comida seguirá siendo larga, hasta de tres horas. Insistimos:
algunos niños dormirán más, otros menos.

La siesta de después de la merienda (cuatro de la tarde) es la primera que se


pierde. Es posible que a partir de los 7-8 meses el niño ya no precise dormirla.
Entonces dispondréis de más tiempo para estar con él, jugar y enseñarle
cosas, y, sobre todo, comunicarle vuestro afecto.

DESDE EL AÑO Y MEDIO A LOS CINCO AÑOS

Lo habitual es que a los 18 meses los pequeños sólo duerman una siesta al
día, la de después de comer (mediodía). Fácilmente, durará tres horas,
aunque si es más corta o más larga no temáis. De hecho, si el pequeño se
muestra vital y el pediatra le ve bien, ¿a qué viene preocuparse?

Esta siesta debería considerarse «sagrada», pero, desgraciadamente, se suele


suprimir por necesidades escolares. Es un error y de los grandes, porque
numerosas investigaciones han demostrado que la necesidad de descansar,
entre la una y las cuatro de la tarde, persiste durante toda la vida.

A cualquier padre le resultará fácil comprobar que cuando se les suprime la


siesta, los niños llegan a casa agotados o se muestran muy irritables, otro
signo evidente de que están cansados. Asimismo, no es extraño que se
duerman antes de cenar e incluso algunos se nieguen a comer, lo que
evidentemente no beneficia su desarrollo.

Otro problema que se ha estudiado y comprobado es que a los niños que se


les suprime la siesta demasiado pronto tienen más probabilidades de sufrir
episodios de sonambulismo y/o terrores nocturnos, ya que al irse a dormir tan
cansados lo hacen más profundamente, lo que propicia su aparición (véase
capítulo VII, «Otros problemas»).

En definitiva, resulta paradójico que aplaudamos cuando los especialistas


recomiendan que, de poder, los adultos descansen de diez a veinte minutos
después de comer, y que no nos quejemos cuando los niños dejan de hacerlo
por estar en clase. Por ello, defendemos que, hasta por lo menos los cinco
años, se permita que los niños hagan una siesta, como mínimo, de una hora
después de comer, estén o no en el colegio.

CÓMO REEDUCAR EL HÁBITO DEL SUEÑO DURANTE LA SIESTA

No importa si estamos lidiando con un bebé o con un niño más mayor, a estas
edades no dominan las cuestiones horarias y si lo hacen (hay muchos
sabelotodos de tres años) hemos de tener claro que quien sabe cómo se hacen
las cosas somos nosotros. ¡Y si aún dudáis, memorizar, el capítulo II!

En realidad, la forma de enseñar a nuestros hijos a dormir es siempre la


misma, se trate de sueño diurno o nocturno. Como el ejemplo de la comida es
el más efectivo, vamos a retomarlo. A los niños, tengan la edad que tengan y
sea la hora que sea, les enseñamos a comer siempre de la misma manera. No
importa si se trata del desayuno, la comida, la merienda o la cena, cuando les
damos un yogur siempre utilizamos una cuchara y la misma técnica. Y
funciona, porque al cabo de poco tiempo saben cómo hacerlo por sí mismos.
Si esto resulta para la comida, otro tanto sucede con el sueño. A nuestros
hijos hemos de enseñarles a dormir de la misma forma, independientemente
del momento del día en que lo hagamos. Por lo tanto, la técnica para reeducar
su hábito de sueño diurno ha de ser la misma que usamos para reeducar su
hábito de sueño nocturno.

Así pues, cuando sea su hora de la siesta, llevaréis a vuestro pequeño a su


cuna o cama, donde le dejaréis estando despierto, con los elementos que le
podrán acompañar durante el sueño: su muñeco, los chupetes si los usa, el
póster y el móvil. Entonces, al igual que hacéis por la noche, os dirigiréis a él
con mucha dulzura para decirle algo así como: «Mamá y papá te quieren
mucho y te van a enseñar a dormir solito. A partir de hoy dormirás aquí, en tu
cuna (cama), con el póster, el móvil, Pepito (o el nombre que le hayamos
puesto al muñeco) …». Recordad: Sólo podéis estar unos segundos (treinta
como mucho) y después saldréis de la habitación para que el pequeño concilie
el sueño estando solo.

Como veréis, el método es el mismo que utilizáis por la noche, sólo que con
dos variantes:

Los tiempos de espera. Para reeducar su hábito del sueño durante la siesta
esperaréis menos minutos antes de entrar en la habitación para consolarle si
está llorando (véase gráfico en página siguiente).

El tiempo que vais a dedicar a enseñarle a dormir. Esto es de vital


importancia: Si pasadas dos horas el niño aún no se ha dormido, deberéis
sacarlo de la cuna y esperar hasta la próxima siesta. Cuidado, no dejéis que se
duerma después, cuando no le toca, porque esto modificaría sus horarios.
Como a partir de los 6 meses, las siestas de después del desayuno y de la
merienda suelen hacerse más cortas, sólo habréis de aplicar la tabla de
tiempos durante una hora. Si pasada esta hora no se ha dormido, ya sabéis,
levantadlo y esperad a la próxima siesta… ¡manteniéndolo despierto!

En cualquier caso, si el pequeño concilia el sueño y se despierta después de


unos treinta minutos o más debéis volverlo a intentar, pero como mucho
durante una hora. Ahora bien, si creéis que ha dormido lo suficiente, porque
lo veis contento y de buen humor, no hará falta que lo intentéis otra vez.

¿DÓNDE DEBE DORMIR LA SIESTA?

Mientras le estéis enseñando el hábito de dormir, acostadlo siempre en el


mismo sitio, mejor si es su cuna o su cama, y con los mismos elementos
(póster, móvil, muñeco, etc.). Como es de día, no hace falta que duerma en la
más absoluta oscuridad, salvo que prefiráis bajarle totalmente las persianas.
En cuanto al ruido ambiental, aplicad los mismos criterios que para el sueño
nocturno: no es necesario que convirtáis la casa en un cementerio.

Cuando ya duerma bien, seréis libres de cambiarle de lugar si es necesario;


por ejemplo, acostarle en su cuna portátil si se queda en casa de los abuelos
el fin de semana.

¿CÓMO SABEMOS SI HA DORMIDO BASTANTE SIESTA?

La única forma de averiguar si el niño ha dormido lo suficiente es observar


cómo se encuentra después de la siesta. Si no da signos de inquietud, está
contento, puede estar un ratito solo y es capaz de esperar hasta la siguiente
toma con ese buen estado de ánimo es que ha dormido bastante. Si, en
cambio, suele mostrarse inquieto, de mal humor, «tonto» y «quejica» es que
necesita más sueño.

Cada niño es diferente. Mientras que algunos con sólo tres años apenas hacen
la siesta, otros necesitan dormir un mínimo de dos horas hasta cumplir los
cinco. En ambos casos, se trata de niños completamente normales.
VI

CUESTIONES HORARIAS

(sobre cómo ganarle la batalla al reloj)

A estas alturas, si ya habéis puesto en práctica lo aprendido, vuestro hijo debe


ser un experto en sueño nocturno. Pero tal vez tengáis dudas sobre cuánto
tiempo ha de pasar durmiendo, queráis cambiar su hora de irse a la cama y/o
suspiréis porque os despierte un poco más tarde por las mañanas. Seguid
leyendo.

¿Cuántas horas debe dormir?

Al igual que sucede con los adultos, unos niños necesitan más horas de sueño
y otros menos. Dicho esto, sirvan las siguientes líneas a modo de orientación.

Los recién nacidos suelen dormir 16-17 horas diarias repartidas en períodos
que pueden variar de 2 a 6 horas. Lo habitual es que alrededor del tercer
mes, y con un poco de ayuda, empiecen a adoptar el ciclo día-noche, lo que
significa que durante el día duerman 3 o 4 siestas y su sueño nocturno
empiece a ser el más largo: entre 5 y 9 horas.

A los 6 meses duermen unas 14 horas diarias en total. Las siestas se han
reducido a dos y su sueño nocturno se prolonga entre 10 y 12 horas. A estas
alturas, si ha adquirido un buen hábito del sueño, será capaz de dormir toda
la noche de un tirón.

Entre los 12 y 24 meses su sueño nocturno disminuirá algo (13 horas) y poco
después del primer cumpleaños, la siesta se reducirá a una diaria,
generalmente después de comer. A partir de entonces, sus necesidades de
sueño irán en descenso.

Para comprobar si duerme lo suficiente podéis fijaros en el gráfico inferior,


pero ¡ojo!, tened en cuenta que estos valores son un promedio, es decir, si
vuestro hijo duerme entre 2 horas más y 2 horas menos de las que os
indicamos aquí no significa que tenga un problema.

EL DESCANSO DEL PEQUEÑO GUERRERO

1 semana: 16-17 horas

3 meses: 15 horas

6 meses: 14 horas

12 meses: 13 3/4 horas


18 meses: 13 1/2 horas

2 años: 13 horas

3 años: 12 horas

4 años: 11 1/2 horas

5 años: 11 horas

Sin embargo, si aún duerme menos, observad su conducta para comprobar si


presenta síntomas de falta de sueño: ¿está irritable?, ¿adormilado?, ¿absorto?,
¿es incapaz de mantener la atención? Entonces deberéis controlar sus
horarios y hábitos nocturnos para ver si podéis aumentar las horas que
duerme.

Si, por el contrario, duerme más, comprobad que su crecimiento sea normal y
que cuando está despierto se muestre atento y activo. Si es así, no os
preocupéis; lo único que sucede es que os ha tocado en suerte un dormilón.

¿Podemos lograr que se adapte a un nuevo horario?

Puede que vuestro hijo haga el período de sueño más largo durante el día o
que se duerma muy temprano y se despierte de madrugada sin el menor
interés por volver a caer en brazos de Morfeo. No es el fin del mundo, podéis
reorganizar su sueño de una forma muy sencilla.

Para cambiarle el horario[17] , podéis ir retrasando su hora de dormir a razón


de 30 minutos por semana, sin forzar al pequeño, de forma que se vaya
adaptando poco a poco. Dependiendo de la magnitud del cambio, tardará más
o menos tiempo en lograrlo, pero podéis acostumbrarlo a lo que creáis más
conveniente, siempre que utilicéis el sentido común y no forcéis a vuestro
hijo. Ante todo, no debéis quebrar su seguridad.

Una última advertencia al respecto: es posible que el pequeño duerma muy


poco durante la noche porque sus siestas sean muy largas. Para solucionarlo,
bastará con que limitéis sus horas de sueño diurno.

¿Hay algún truco para que nos deje dormir un poco más?

Un bebé no sabe qué hora es, ni le importa. Cuando se despierta por la


mañana es porque ya ha dormido lo suficiente, y lo más normal es que, para
nuestro desespero, lo haga muy temprano. Si os llama, grita o llora, de nada
sirve hacer ver que no os enteráis. En este caso, más vale acudir de
inmediato, aunque no por ello debáis sacarlo de su cuna. Si, por el contrario,
sólo gorjea y no protesta, no os mováis. Poco a poco, se acostumbrará a estar
un rato sin la compañía de un adulto.

A menos que tenga hambre o alguna otra molestia, se quedará muy contento
en la cuna si tiene con qué entretenerse. Cuando son muy pequeñitos se
pueden distraer mirando su móvil o con cualquier otro juguete propio de su
edad. Además, tened en cuenta que si propiciáis que el bebé se sienta cómodo
—cambiándole el pañal o dándole el biberón—, es posible que ganéis una hora
de sueño.

Cuando es algo mayor, y una vez descartados posibles causantes del


despertar —ruidos de tráfico, luz, frío o calor—, podéis probar a dejarle una
sorpresa al pie de la cuna: un día, unos libros; al siguiente, una caja de
colores con un cuadernillo; después, juguetes varios… También podéis poner
un biberón o vaso de agua y un trozo de pan o galletas al alcance de su mano.

A partir de los 3 años, cuando veáis que el niño ya es capaz de entenderos y


de colaborar con vosotros, podéis utilizar un «truco» para lograr que os deje
dormir un poco más. Imaginemos, por ejemplo, que vuestro hijo se despierta
normalmente a las ocho de la mañana y queréis que os deje dormir hasta las
diez[18] . ¿Qué haréis?

En primer lugar, deberéis comprar un reloj al que se le pueda quitar el cristal


y ponerle una pegatina donde marca las diez. Después, confeccionaréis un
calendario. Como el niño todavía no es suficientemente maduro para
distinguir qué día de la semana es, colocaréis una tira de papel en la pared en
la que previamente habréis dibujado siete cuadratines, uno por cada día de la
semana. Los correspondientes al sábado y al domingo serán de otro color
para que el niño pueda diferenciarlos. Cada noche, marcaréis con vuestro hijo
el día de la semana en que estáis: el lunes, el primer cuadratín; el martes, el
segundo, y así sucesivamente, indicándole «Hoy es lunes», «Hoy es martes»,
etc. El viernes por la tarde, cuando vuelva del colegio, le haréis saber que al
día siguiente será sábado y, por lo tanto, un día especial para él. ¿Por qué?
Porque será el encargado de despertar a los papás. ¡No hay nada más efectivo
que darle a un crío el papel protagonista!

¿Y cómo sabrá él cuando os ha de despertar? Para eso está el reloj: «Cuando


la aguja gorda señale (esconda, toque, pise, apunte, tape…) la pegatina,
vienes a despertarnos y nosotros te daremos una sorpresa (haremos una
fiesta, te daremos un regalo…)». ¿En qué consistirá? Pues en cualquier cosa
que se os ocurra. Podéis, por ejemplo, esconder globos debajo de la cama,
jugar a peleas, tirarle serpentinas, un pequeño regalito… No hace falta que
sea muy especial, bastará con que no se lo espere. Eso sí, lo que no podéis
hacer bajo ningún concepto es decirle algo así como «Espera un poco más,
ahora iremos» o «Acuéstate con nosotros un rato». Él ha cumplido su parte
del trato, vosotros debéis hacer lo mismo.

¿Cómo vais a conseguir que aguante esas 2 horas —¡casi nada!— que median
entre las ocho y las diez? Preparando el escenario. La tarde anterior, cuando
salga del cole, los dos o al menos uno de vosotros, iréis con el pequeño a
comprar el desayuno de la mañana siguiente. Es importante que lo hagáis
juntos para que el niño sienta que participa. Elegís algo que le guste mucho:
un batido de chocolate en tetrabrik, un cruasán, magdalenas, lo que sea…
Una vez en casa, lo colocaremos en una mesita al lado de su cama, para que a
la mañana siguiente lo tenga todo a su alcance.
Otra buena idea es comprarle un juego «especial», uno que sólo se puede
sacar los sábados y domingos por la mañana. Es decir, le damos un elemento
nuevo que le ayude a pasar el rato y esperar todo ese tiempo.

¿Qué ocurrirá? El primer día se levantará a las ocho, se tomará el desayuno y


a las ocho y cinco ya estará en vuestra habitación gritando: «¡Fiesta!». Es
lógico, porque aún no ha aprendido. ¿Qué haréis? Lo mismo que hacéis por la
noche, ir a su cuarto, enseñarle el reloj, explicarle que todavía no es la hora,
que no pasa nada y que «Tú te quedas aquí, jugando con tus juguetes y
cuando la aguja gorda señale la pegatina nos despiertas y te daremos una
sorpresa»… y empezáis otra vez con lo de la tabla de tiempos, sólo que esta
vez no lo haréis para que se duerma, sino para que juegue y aprenda a estar
solito un rato.

Como el reloj no lleva cristal, podéis trucarlo. Por ejemplo, si se despierta a


las ocho y queréis que os llame a las diez, adelantárselo una hora, de forma
que cuando se despierte marque las nueve y sólo haya de esperar sesenta
minutos para presentarse en vuestro cuarto. Él no entiende de horarios y sólo
se fijará en la pegatina y en la aguja gorda. Una vez logrado el objetivo,
podéis ir adaptando el reloj hasta que el niño sea capaz de esperar las dos
horas. ¡Buena suerte!
VII

OTROS PROBLEMAS

(sobre cómo afrontar las pesadillas y demás parasomnias)

Bajo el nombre de parasomnias se agrupan todos los fenómenos que se


producen durante el sueño, interrumpiéndolo o no, y que son una mezcolanza
de estados de sueño y vigilia parcial: sonambulismo, terrores nocturnos,
pesadillas, bruxismo, somniloquia y movimientos de automecimiento[19] . Por
regla general y durante la infancia, las parasomnias no son graves, aunque
hay que reconocer que pueden perturbar la vida familiar. La edad en la que
tienen mayor incidencia es entre los 3 y los 6 años.

PARASOMNIAS

ALTERACIONES DEL SUEÑO Y SU FRECUENCIA EN LOS NIÑOS

Sonambulismo (10-15%)

Terrores nocturnos (8-13%)

Pesadillas (45%)

Bruxismo (4%) (rechinar de dientes)

Somniloquia (21%) (hablar durmiendo)

Movimientos automáticos de mecimiento (3%)

SONAMBULISMO

Un caso típico sería el de un niño de 4 o 5 años, que se levanta de la cama,


enciende la luz y, andando torpemente y con los ojos abiertos, se dirige al
lavabo a hacer pipí, pero en lugar de hacerlo en la taza, lo hace en la bañera o
en un zapato (que no os sorprenda, ¡no sería la primera vez que ocurre!). Acto
seguido, vuelve a su cuarto, apaga la luz, se mete en cama y sigue durmiendo.
A la mañana siguiente no se acuerda de nada.

Este fenómeno suele producirse durante las 3 o 4 primeras horas de sueño y


se trata de la repetición automática de conductas aprendidas durante el día,
pero estando profundamente dormido, lo que explica que el sonámbulo actúe
de una forma torpe e incongruente. La causa de estos episodios se desconoce
y no existe un tratamiento para evitarlos. Suele ser más frecuente en las
familias con antecedentes de sonambulismo y normalmente desaparece
durante la adolescencia.
Dicho esto, es bueno que sepáis que se trata de una alteración benigna y,
sobre todo, que no es tan peligrosa como suele creerse. Un sonámbulo nunca
se tira por la ventana, en todo caso se confunde y sale por la ventana
creyendo que es una puerta. Por ello, si vuestro hijo lo es, deberéis adoptar
medidas de seguridad para evitar cualquier accidente fortuito.

¿Qué más hay que hacer? Salvo intentar reconducirlo a la cama, nada. No
debéis despertarlo. Aunque no es verdad que pueda morirse del susto, como
se cree erróneamente, le aturdiríais: él está durmiendo profundamente y no
entendería qué sucede. Lo mejor, pues, es hablarle muy despacio y utilizando
frases sencillas: «Vamos a la cama», «Ven conmigo…». No le hagáis
preguntas ni intentéis conversar con él. Una vez acostado, dejadlo tranquilo.

SONAMBULISMO

Ejemplo

Paciente de 4 años y 6 meses

Desde hace 5 meses, con una frecuencia aproximada de 3-4 veces al mes y
después de haber dormido 2-3 horas, sale de la cama, va hacia el lavabo y
orina en el suelo

Normalmente no habla ni grita, tampoco suele encender la luz y no recuerda


nada al día siguiente

Normalidad absoluta física y psíquica

Su papá solía hacer cosas parecidas

Los episodios desaparecieron progresivamente de forma espontánea

PESADILLAS

Siempre se producen en la segunda mitad de la noche[20] , normalmente al


amanecer, y son sueños que generan ansiedad en el niño, que por culpa de
ellos se despierta angustiado, gritando y asegurando tener miedo. La ventaja
de las pesadillas es que el niño es capaz de explicarlas: «Jorge me ha
pegado», «El perro me muerde», «El lobo me quiere comer». Esto permite
que sus padres puedan asegurarle, por ejemplo, que Jorge o el lobo no están y
que «éste es tu cuarto y duermes con Pepito y tus cosas, Papá y mamá están
cerca y no tienes por qué tener miedo», de forma que el niño se quede
tranquilo.

Por regla general, los episodios duran unas semanas y están relacionados con
algún fenómeno externo que ha causado inquietud en el pequeño. Si el niño
está traumatizado por algo en concreto, se vuelven repetitivos. Por ejemplo, si
lo obligáis a comer y cada comida se convierte en un drama, si se siente
acosado de alguna manera… las pesadillas reflejan esa angustia. A medida
que disminuye la ansiedad diurna, los episodios también decrecen en
intensidad y frecuencia.
Si vuestro hijo tiene pesadillas, no hace falta que consultéis con un médico;
basta con que le ayudéis a tranquilizarse: dándole seguridad, vuestro hijo se
calmará y lo superará. Lo que no es aconsejable es que llevéis al niño a
vuestra cama, porque estropearíais el buen hábito del sueño.

PESADILLAS

Ejemplo

Paciente de 5 años

Bruscamente se despierta gritando y llama a su madre. Le explica que la


habitación está llena de «bichos» y que se lo quieren comer. Se esconden
debajo la cama y tienen unos dientes muy largos

Ocurre normalmente en la madrugada con una frecuencia de 5-6 veces por


semana. Es más evidente en períodos coincidentes con el inicio de la escuela

TERRORES NOCTURNOS

Se producen en la primera mitad de la noche, es decir, asociados a un sueño


muy profundo, y se caracterizan porque el niño se despierta bruscamente y
empieza a gritar como si estuviera sufriendo de una forma sobrehumana.
Cuando los padres acuden en su ayuda, lo que ven es a un niño pálido, con
sudor frío, aterrorizado y que es incapaz de contactar con la realidad. Por
mucho que le digan, el niño no les reconoce y los padres, si no saben qué son
los terrores nocturnos, creen que poco menos se va a morir. Sin embargo, no
pasa nada: el niño no reacciona, no es consciente de lo que ocurre, porque
está profundamente dormido, y no hay más.

Este «horror» suele durar entre 2 y 10 minutos; si os ocurre, no intentéis


despertar a vuestro hijo, porque es prácticamente imposible que lo logréis —
está profundamente dormido— y, de conseguirlo, sólo empeoraríais las cosas.
Al día siguiente, a diferencia de las pesadillas, no se acordará de nada.

¿Qué hacer? Quedaos junto a él para vigilar que no se caiga si se mueve, pero
nada más. No tenéis más remedio que esperar a que se le pase intentando
mantener la calma. Al igual que las pesadillas, los terrores nocturnos suelen
aparecer alrededor de los 2-3 años y ceden espontáneamente al llegar a la
adolescencia.

Una advertencia: si acudís y deja de llorar, no se trata de un terror nocturno,


sino que está utilizando esa acción para lograr una reacción por vuestra
parte. Hay que reeducar su hábito del sueño.

TERROR NOCTURNO

Ejemplo

Paciente de 3 años y 2 meses


Bruscamente se despierta gritando muy asustada, con mirada de angustia,
sudoración fría, ligero temblor y llanto intenso

Los padres viven la situación con gran angustia, porque no consiguen calmar
a la niña. No les responde ni atiende a ningún estímulo que se le propone

No pueden contactar con ella ya que no contacta con ellos

Dura entre 2 y 10 minutos y al día siguiente no recuerda nada

BRUXISMO

El bruxismo, también conocido como rechinar de dientes se produce a causa


de la tensión acumulada en la zona de la mandíbula que, durante el sueño,
produce una descarga de ésta, provocando ese ruido que tanto preocupa a los
padres. Sólo habréis de actuar si la contractura es tan importante que
provoca daños en los dientes. Para evitarlo, debéis pedir a vuestro dentista
que le haga una prótesis dentaria y colocársela a vuestro hijo cada noche. Si
no es el caso, no hace falta que hagáis nada: a medida que crezca, el
bruxismo desaparecerá.

SOMNILOQUIA

Puede que vuestro hijo grite, llore, ría o hable en sueños, preferentemente
durante la madrugada. Lo habitual es que diga palabras sueltas, inteligibles o
no, o frases muy cortas, que al día siguiente ni recordará. No hay que hacerle
caso porque está durmiendo. ¿Posibles problemas? Que si comparte
habitación con alguien, no lo deje dormir, o que si grita, se despierte a sí
mismo, aunque en este caso debería ser capaz de volver a conciliar el sueño
solo.

MOVIMIENTOS DE AUTOMECIMIENTO

Los más frecuentes son los golpes de la cabeza sobre la almohada y el


balanceo de todo el cuerpo estando el pequeño boca abajo. Al parecer se trata
de una conducta aprendida para relajarse y conciliar el sueño. Este balanceo,
que puede acompañarse de sonidos guturales, suele iniciarse hacia los 9
meses y raramente se prolonga más allá de los 2 años.

Los padres suelen asustarse por la espectacularidad de estos movimientos,


que pueden provocar mucho ruido e incluso desplazar la cuna. Sin embargo,
no han de preocuparse, salvo que el niño se haga daño. Si se lastima, hay que
adoptar medidas para evitarlo. Por ejemplo, si golpea la cabecera de la cuna,
«acolchársela» con almohadones, de forma que al golpearse no se haga daño.
Si eso le basta, perfecto, pero si ya no logra tranquilizarse o decide darse en
los barrotes, consultad con un psicólogo para descartar una posible
psicopatología. Otra señal de alarma: que durante el día también se balancee
constantemente.

RONQUIDOS
Aunque no se trata de una parasomnia, no queremos finalizar este capítulo
sin unas palabras sobre el ronquido, ya que del 7 al 10 por ciento de los niños
son roncadores habituales. Si es el caso de vuestro hijo, tened en cuenta que
es conveniente que consultéis con un especialista si lo hace de forma
persistente y, sobre todo, si notáis que durante el sueño respira con la boca
abierta y con cierta dificultad.
VIII

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

(sobre cómo solventar las dudas más comunes)

¿Cuál es el momento ideal para reeducar su hábito del sueño?

¡Ya! Siempre y cuando ambos padres estéis de acuerdo en llevar a cabo el


tratamiento, entendáis muy bien por qué estáis haciendo «cada cosa» y
tengáis muy en claro cómo reaccionar en cada momento. Si alguno de los dos
no está totalmente convencido, es mejor no empezar, porque debéis estar
muy tranquilos y seguros para hacerlo bien. Recordad que el niño capta lo
que vosotros le transmitís y, si estáis nerviosos o ansiosos, eso es lo que
percibirá y no logrará la tranquilidad y seguridad que necesita para aprender.

Es básico que escojáis una época que no coincida con traslados de domicilio
ni salidas de fin de semana, al menos durante 10 días, para no cambiar el
entorno del niño. También es importante que no haya influencias externas,
por lo que si tenéis a un familiar o amigo pasando unos días con vosotros,
posponed el tratamiento hasta que volváis a estar solos. No hay nada peor
que aguantar comentarios del tipo: «¿Estáis seguros de lo que vais a hacer?»,
o «¡Pobrecito niño!, en nuestra época aguantábamos y ya está. Hoy en día la
juventud no resiste nada».

Un último consejo en relación con esos vecinos poco comprensivos que a la


que oyen llorar al niño golpean la pared, amenazan con avisar a la policía o
nos sueltan alguna que otra sandez: «Ya le oímos llorar, ya. ¿No lo estarán
maltratando, verdad?». Para mantenerlos a raya, nada mejor que lo que hizo
una mamá que se fue directamente a casa de la vecina más «pelma» y le dijo:
«Perdone que la moleste, pero el pediatra me ha dicho que mi hijo tiene otitis
y que el oído le duele mucho, por lo que quiero disculparme de antemano por
si lo oyen llorar. ¡Es terrible!, si no se soluciona en los próximos días tendrán
que operarle». La madre inició el tratamiento esa misma noche y, a la mañana
siguiente, se encontró a la vecina en el rellano: «Lo oímos llorar, pobrecillo,
¡cómo debe dolerle!». En menos de una semana, el niño ya dormía y a la
vecina se le comunicó que la otitis de Pedrito había desaparecido
milagrosamente.

¿Quién debe enseñarle: mamá, papá, la canguro…?

No importa, siempre y cuando haya leído las instrucciones y sepa cómo


hacerlo. En realidad, tanto mamá, como papá y la canguro deben saber cómo
actuar para que cualquiera de ellos pueda ocuparse de la reeducación de la
criatura. Dicho de otro modo, si la canguro es quien pone al niño a dormir la
siesta, es ella quien se encargará en ese momento de reeducarlo; si mamá es
la que lo acuesta por la noche, será ella la maestra, y si papá aprovecha los
fines de semana para estar más con el niño, entonces le tocará a él. En
definitiva, no importa quién lo haga, importa cómo se haga.

De todos modos, si es posible elegir, es preferible que inicien el tratamiento


los papás, sobre todo el más tranquilo de los dos. Ahora bien, como lo más
probable es que tengáis que entrar muchas veces en su dormitorio para
«enseñarle a dormir solo», os podéis turnar para que vea que ambos le
enseñáis de la misma manera. Recordad, no importa quién le dé la papilla, si
todos se la dais con cuchara o, lo que es lo mismo, no importa quién le enseñe
a dormir, si todos lo hacéis de la misma forma.

¿Puede dormir en casa de los abuelos?

Los abuelos están hechos para mimar a sus nietos; los papás para educar a
sus hijos. Esto significa que antes de pedirles que se queden con el niño una
noche deberán haber pasado al menos 10 días desde que se inició el
tratamiento y el niño ya debe estar durmiendo mejor, si es que no lo hace ya
sin problemas.

Una advertencia: no pretendáis explicarles lo que nosotros os hemos expuesto


aquí, ni intentéis que hagan lo mismo que hacéis vosotros en casa. De hecho,
lo normal es que los abuelos no hagan casi nada de lo que les propongáis. Es
lógico, ya sabéis: su papel es otro.

Bastará con que intentéis hacerles entender, superficialmente las normas más
básicas: horarios en que han de acostar al niño, que no han de hacer nada
para dormirlo, que no olviden su muñeco ni los chupetes si los usa… Ellos
harán lo que mejor les parezca, por lo que no os preocupéis ni os enfadéis.

El niño, como es un ser inteligente, se dará cuenta enseguida de que en casa


de los abuelitos rigen normas distintas a las que imperan en la suya. No
temáis, esto no tiene por qué hacer peligrar su reeducación, siempre y
cuando al regresar a vuestro hogar retornéis «la lección» donde la habíais
dejado y, con toda la tranquilidad del mundo, sigáis enseñándole tal y como
estabais haciendo.

Sin embargo, si los abuelitos cuidan al niño cada día deberán seguir
estrictamente las mismas instrucciones que vosotros, porque, ya lo sabéis, el
niño no puede recibir distintas consignas durante su aprendizaje. Todos los
que le enseñan a diario deben hacerlo de la misma forma (al igual que todos
las personas que le dan la papilla se la dan con cuchara).

¿Qué hacemos si queremos irnos de fin de semana?

No hace falta que alquiléis un camión para llevaros a Pepito, el móvil, el


póster, la cama, la cortina… Lo único verdaderamente importante es que no
olvidéis su muñeco (Pepito), ni los chupetes si los usa, y que le expliquéis que
dormirá en un sitio distinto.
Cuando lleguéis a vuestro destino, hablad con él, diciéndole siempre la
verdad. Explicadle que dormirá en un sitio diferente al habitual,
aprovechando los elementos externos que hay en la habitación: cama nueva,
cortina, cuadros en la pared, lámparas…

En definitiva, se trata de adaptar lo que solemos decirle en casa a la nueva


situación. Por ejemplo: «Éste es el sitio donde dormirás hoy, con Pepito, tus
chupetes (si los usa) y con todas las cosas que haya tu alrededor y que
dormirán contigo».

No intentéis mentirle o hacer ver que no pasa nada. Recordad, es un ser


inteligente y se sentirá más seguro si vosotros le comunicáis seguridad, lo que
sólo conseguiréis si le decís la verdad con toda la calma del mundo.

¿Qué hacemos si el niño vomita, hace pipí o caca cuando le estamos


enseñando a dormir?

Es frecuente que un niño, en medio de su llanto y a fin de lograr una


«reacción» de los adultos, vomite. Los niños saben (aprenden) a provocarse el
vómito y, aunque no lo haya hecho nunca, puede que lo haga cuando le estéis
enseñando a dormir. Por lo tanto, no os preocupéis.

Ya sabéis que estáis reeducando el hábito del sueño de vuestro hijo, no


castigándolo. Por lo tanto, cuando vomite, acudid a su habitación y, aunque él
grite desaforadamente, habladle con dulzura a fin de transmitirle
tranquilidad: «Ves, amor mío, como estás tan enfadado, porque te estamos
enseñando a dormir, ahora te has encontrado mal y has vomitado. Pero no
pasa nada, los papás te quieren mucho y te cambian el pijama y las sábanas, y
ahora que ya estás limpio tú duermes aquí con Pepito, el póster y el móvil».
Es decir, solucionamos la situación anómala —vómito—, pero no cambiamos la
forma de enseñarle a dormir.

Ya sabéis que cuando vomita (acción), vuestro hijo espera conseguir una
reacción: que lo cojáis en brazos, le deis un poquito de agua, lo acunéis y
estéis con él hasta que se duerma. Sin embargo, vosotros no podéis hacer
nada de lo que él espera: tenéis que cuidarlo (cambiarle la ropa), pero no
debéis modificar vuestra manera de enseñarle a dormir. Y, como es muy listo,
pronto aprenderá que su acción no sirve para nada y dejará de hacerla.

Podéis actuar de la misma forma si se hace caca o pipí. Si el niño se hace caca
como forma de llamar la atención, habéis de actuar igual que si fuera un
vómito. Si el niño os indica que se ha hecho pipí, no le hagáis caso
inmediatamente. De forma que él no se dé cuenta, averiguad si es cierto y
entonces, al cabo de unos minutos, le cambiáis los pañales, actuando igual
que si se tratara de un vómito. ¿Por qué hay que esperar un poquito? Si le
hacéis caso enseguida, encadenará un pipí tras otro, para teneros
constantemente a su vera. Si os lo tomáis con calma, percibirá que no puede
controlaros y acabará por desistir de usar su orina como forma de haceros
reaccionar.

Si está enfermo, ¿podemos empezar el tratamiento? ¿Qué ocurre si se pone


malo en pleno proceso de reeducación?

Es preferible que no iniciéis el tratamiento si está enfermo. En estos casos, es


mejor esperar a que esté recuperado y entonces iniciar el proceso de
reeducación de su sueño.

Si se pone enfermo durante el tratamiento, habréis de actuar de forma algo


distinta. Lo más probable es que tenga fiebre; entonces cada vez que llore
deberéis acudir a su lado, ponerle el termómetro y darle la medicación que le
corresponda. Si colocáis la punta de vuestro dedo en la boca del niño y os dais
cuenta de que está seca, dadle un poco de agua. Pero ¡ojo!, agua porque tiene
fiebre, no para que duerma.

Una vez hayáis hecho todo lo posible para mejorar el malestar que le provoca
la enfermedad, lo dejaréis con «Pepito, el póster, los chupetes y el móvil» y os
iréis. Esto no impide que, si el niño está muy excitado, paséis 1 o 2 minutos a
su lado hablándole suavemente. Eso sí, evitando que se quede dormido
mientras estáis dentro de su habitación.

Cuando vuelva a llorar no esperéis a que pasen los minutos que indica la tabla
de tiempos, simplemente acudid a su lado y repetid la operación: controlar la
fiebre, darle medicación si la precisa o paños húmedos para bajar la
calentura, es decir, hacer todo lo que podáis para aliviar su malestar; lo
dejaréis con «Pepito, el póster, los chupetes y el móvil» y os iréis.

Enseguida que se encuentre bien habréis de volver a la «enseñanza


tradicional». Este momento puede resultar peligroso si los padres habéis sido
muy condescendientes. Vuestro hijo no querrá perder las prerrogativas de las
que gozaba durante su enfermedad, por lo que probará todo tipo de artimañas
(realizará acciones) para conseguir recuperar el trato de favor que le
dispensabais. ¿Qué hacer? Bien sencillo: mostraos nuevamente estrictos,
suaves pero contundentes, y repetid las enseñanzas que os hemos explicado.

Mi hijo va a la guardería, ¿he de darles instrucciones especiales?

Es habitual que los niños duerman bien en la guardería, porque allí llevan
unos horarios bien organizados —comen a las 12 del mediodía, meriendan a
las cuatro de la tarde— y les enseñan a hacer la siesta siempre a la misma
hora y con unas condiciones externas que siempre son iguales. Los
responsables de las guarderías no pueden tener una conducta distinta con
cada niño y en consecuencia suelen emplear unos hábitos correctos que el
niño aprende rápidamente.

Lo interesante es que muchas mamás confiesan, con un agobiante


sentimiento de culpabilidad, que su hijo duerme fatal y se despierta cuatro o
cinco veces por noche y que, sin embargo, en la guardería no tiene
problemas. «Hablé con su señorita —explican—, esperando que me dijera que
la hora de la siesta era un drama y me contestó: “¡Qué va! Duerme tan bien
como los demás niños. Lo ponemos en una colchoneta y ni las toses ni los
ruidos de sus compañeros le impiden quedarse roque”. Y yo me pregunto: si
es así, ¿por qué en casa me monta esas juergas de aquí te espero?».
¿Conclusión? Olvidaos de la guardería, lo importante es que en casa hagáis
bien las cosas, es decir, enseñéis al niño a dormir correctamente. Dejar que
en su «cole» vuestro hijo haga lo que hacen los restantes niños sin interferir
en los hábitos que tengan allí.

¿Por qué unos niños padecen insomnio y otros no? ¿Hay causas hereditarias?

A partir de los primeros 2-3 meses de vida y gracias a un grupo de células


situadas en el cerebro, el lactante empieza a presentar períodos nocturnos de
sueño cada vez más largos. Lo que ocurre es que estas células actúan como si
fueran un «reloj» que va poniendo en hora las distintas necesidades del bebé
—dormir, estar despierto, comer…— hasta adaptarse a un ritmo biológico de
24 horas (véase capítulo II).

Hay niños cuyo «reloj» se pone en funcionamiento con suma rapidez. En


cambio, hay otros cuyo «reloj» es, digámoslo así, algo «gandul». Estos
pequeños necesitan que se les intensifiquen las enseñanzas (rutinas y hábitos
del sueño) para que el «reloj» empiece a funcionar e influya correctamente en
la organización del ritmo biológico de vigilia y sueño. Por esta razón, en una
misma familia puede haber niños que duermen sin problemas y otros que
padecen insomnio.

La razón por la cual algunos niños (aproximadamente el 35 por ciento de la


población) tienen un «reloj gandul» es desconocida. Se postula que pueda ser
una cuestión hereditaria, aunque no existen todavía estudios científicos que
corroboren esta hipótesis.

Ya sabemos que no es bueno darle bebidas con cafeína, pero ¿hay algún
alimento desaconsejable?

Todas las sustancias que sean de tipo estimulante pueden influir en el sueño.
La cafeína que se encuentra en el café y en los refrescos de cola puede
dificultar el inicio del sueño. También el cacao —lo encontramos en el
chocolate y las bebidas que lo contienen— puede entorpecer el sueño si se
toma de forma exagerada. Por ello, estos productos son desaconsejables
durante la cena o después de ésta.

Está comprobado que algunos alimentos tienen propiedades excitantes, y


otros, sedantes. Así, por ejemplo, las proteínas (carnes) son estimulantes, y
los hidratos de carbono (papillas, pasta) favorecen más el sueño. Por esto, los
niños suelen tomar las proteínas al mediodía y los hidratos de carbono por la
noche.

Se aconseja el baño antes de la cena, ¿qué ocurre si lo hago al revés o lo baño


por la mañana?

El hábito higiénico, del cual el baño forma parte, se aprende como los demás
hábitos: relacionando objetos externos (agua, bañera, esponja, toalla…) con
una situación concreta (higiene). Da igual el momento del día en que se
realice el hábito, lo importante es hacerla siempre en el mismo orden, para
que el niño pueda relacionarlo con lo que vendrá después. El orden puede ser
baño, cena y sueño, o bien, si se realiza por la mañana, baño, desayuno,
paseo, etc. Lo primordial es procurar que siempre (o casi siempre) se realice
cada cosa a la misma hora y en las mismas condiciones.

¿Es malo dejarles ver un poco de televisión antes de dormir?

Ver la televisión no es malo, al igual que no lo es oír la radio o escuchar


música. Lo malo es hacerlo de forma descontrolada y constante. El niño puede
ver la televisión durante un período de tiempo bien delimitado, por ejemplo
media hora y, si es posible, acompañado de un adulto que le explique —mejor
— lo que está viendo.

El momento más aconsejable es entre las seis y las siete de la tarde, es decir,
antes de iniciar las rutinas de baño, cena y sueño. No es bueno que la mire
después de cenar y antes de acostarse, porque lo que vea puede excitarle y
porque, si le entra el sueño y se duerme delante del televisor ya lo estaremos
haciendo mal.

Nuestro hijo asegura que si le apagamos la luz tiene miedo.

Esto implica que ya hace tiempo que estáis enseñándole incorrectamente el


hábito del sueño, porque significa que le habéis estado dejando la luz
encendida para que se durmiera. Es lógico, pues, que el niño asocie la luz a su
sueño y, si se despierta por la noche y está apagada, la encuentre a faltar y
llore hasta verla nuevamente encendida.

Para conseguir que no apaguen la luz, el niño que ya puede expresarse


justifica su necesidad de tenerla encendida diciendo que tiene miedo: sabe
que ésta es la palabra clave para conseguir que sus padres tengan una
«reacción» favorable a sus deseos.

La manera más eficaz de combatir esta situación consiste en:

A. Asegurarnos de que el niño no sufre un problema psicológico grave que le


produzca miedo. Esto es fácil de averiguar: el niño que padece un problema
de este tipo tiene miedo a cualquier hora del día y no sólo por la noche
cuando hay que irse a dormir. Esto significa que expresa ese temor en
muchas situaciones cotidianas: tiene miedo a ir solo al lavabo, a ver la
televisión sin alguien a su lado, a acompañar a mamá al súper, etcétera. Este
tipo de miedo patológico es muy raro y lo más probable es que el niño esté
manipulando la situación.

B. Una vez seguros de que no padece un problema psicológico, hemos de


proceder como explicamos en el capítulo IV, sobre cómo reeducar el hábito
del sueño.

Mi hijo empezó a dormir mal cuando le ingresamos en un hospital. Ya está en


casa, pero sigue padeciendo insomnio.

No es de extrañar. En el hospital sufrió un ambiente claramente hostil: lo


pinchaban, le ponían el termómetro, seguramente sentía dolor, le daban
medicinas… Es evidente que un niño no vive todo esto como algo que los
médicos y las enfermeras hacen por su bien, sino que lo percibe como una
actitud agresiva hacia él. Por lo tanto, es probable que un niño que está
ingresado empiece a dormir mal si dormía bien o que duerma peor si ya
dormía mal.

Por otra parte, una vez dado de alta, quedan las secuelas. En el hospital el
niño ha estado durmiendo en una habitación que no era la suya y, sobre todo,
ha tenido a mamá o papá constantemente a su lado. Él no comprende que sus
padres siempre estaban allí porque estaba enfermo y, por lo tanto, cree que
esta situación debe perdurar al regresar a casa.

¿Qué hacer? Lamentablemente, hay poco que hacer durante la estancia en el


hospital, sólo podemos pasarla lo mejor que podamos. Sin embargo, una vez
en casa, hay que volverle a enseñar a dormir, tal como explicamos en el
capítulo IV «Volver a empezar».

¿Qué factores pueden provocar insomnio?

Es posible que los cambios en las rutinas y hábitos produzcan retrocesos o


empeoramientos en el proceso de aprendizaje de dormir correctamente.

La llegada de un hermanito, por ejemplo, afecta radicalmente la vida de un


niño, que nota que ya no es el «rey de la casa». La asistencia por primera vez
a la guardería también trastoca su mundo, porque comprueba que allí hay
muchos otros críos y que ya no es el centro de atención. Todas estas
situaciones serán normales al cabo de pocos días —lo que tarde en asumirlas
— y no tienen por qué influir en su sueño, sobre todo si los padres no dejan
Que así sea.

¿Qué quiere decir esto? La llegada de un hermanito no implica que


enseñemos a nuestro hijo a dormir de forma diferente: no vamos a empezar a
dormir a su lado, acunarlo hasta que concilie el sueño o cualquiera de esas
cosas que sabemos erróneas. El nacimiento de un hermanito no implica que
enseñemos a nuestro hijo a comer de forma distinta: no se nos ocurre darle la
sopa con una cañita y hacerle beber la leche de un florero… pues, ya sabéis,
lo mismo vale para el sueño.

Ante cualquier situación nueva es importante seguir con las mismas rutinas
de enseñanza, hablando con el niño de lo que está sucediendo —siempre
tranquilos, siempre seguros— para hacerle ver que el hermanito o la
guardería, por ejemplo, no son razones para cambiar sus hábitos de sueño.

El cambio de domicilio tampoco ha de convertirse en un problema. Debemos


hablarle de lo que va a suceder y explicarle que tendrá una habitación nueva,
que procuraréis decorar juntos con pósters, dibujos, muñecos… Es decir, le
diremos la verdad y le haremos partícipe del cambio. El niño debe aceptar
con ilusión su nuevo hogar y vivirlo con la misma normalidad que lo hacen sus
padres.

De todos modos, si estas situaciones han ocasionado algún problema,


deberéis proceder a reeducar su hábito de sueño como explicamos en el
capítulo IV.
Mi hijo duerme el período más largo de sueño durante el día, ¿cómo podemos
cambiarlo?

Si el período de sueño más largo lo hace durante el día, indica que tiene un
ritmo de vigilia-sueño todavía desorganizado. Entonces, debemos actuar como
indicamos en el capítulo VI, en el que nos ocupamos de las cuestiones
horarias, para enseñarle a dormir correctamente.

Cada noche, a eso de las cuatro de la madrugada, mi hijo de 14 meses se


despierta y pide biberón o agua. En ocasiones no toma casi nada, en otras lo
apura y se vuelve a dormir, ¿esta conducta es normal?

Es muy frecuente que los niños se tomen un biberón o beban agua durante la
noche, pero esto no significa que realmente tengan hambre o sed. Siendo
lactantes, muchas criaturas aprenden que si lloran les «enchufan» un biberón
para que se duerman. La mayoría de las veces, lo que realmente piden es la
presencia de sus papás, porque necesitan su calor, pero como no saben
hablar para explicárselo, beben un poco —así los mantienen a su lado— y
después se duermen. Cuando se vuelven a despertar para reclamar compañía,
mamá o papá le vuelven a dar biberón y el niño bebe de nuevo, por lo que
interpretan que cada vez que llora es que tiene hambre o sed.

En cuanto han crecido un poco, estos niños, que, insistimos, no tienen un pelo
de tontos, se conocen el «truco» y lo utilizan para que sus padres sigan
acudiendo a su lado cada noche. Es decir, el agua/biberón ya se ha convertido
en una rutina asociada al sueño y emplean el llanto o la declaración de tener
sed o hambre como una acción para conseguir una reacción de sus padres. En
conclusión, que se tome el biberón no quiere decir que tenga hambre o sed.

A los niños se les debe dar agua durante el día, pero desde el momento en
que han terminado su cena, no debe ofrecérseles más. Un niño que bebe agua
abundante durante el día no tiene sed durante la noche. Si se despierta y pide
agua, en realidad está indicando que tiene un mal aprendizaje del hábito del
sueño y debemos proceder entonces como explicamos en el capítulo IV. Lo
mismo vale para el hambre: si come bien durante el día y su curva de peso es
la adecuada, a partir de los 6 o 7 meses no debería necesitar alimentarse en
medio de la noche.

Las únicas excepciones a esta regla derivan de situaciones especiales, por


ejemplo, cuando tiene fiebre. Entonces, le podremos dar unas cucharaditas o
sorbitos de agua «azucarada» (para combatir la posible «acetona»), igual que
le damos las gotas para la fiebre o el antibiótico para sus mocos. En
definitiva: agua como tratamiento de su enfermedad no agua para que se
duerma.

Mi hijo se va a dormir pasadas las once de la noche, porque mi marido suele


llegar a esa hora y quiere ver al pequeño. ¿Hacemos mal? Si lo mantenemos
despierto hasta tan tarde, ¿dormirá mejor?

Esta situación es bastante habitual y, hasta cierto punto comprensible, ya que


los padres desean ver a sus hijos. Sin embargo, si sois sinceros, reconoceréis
que disfrutar del niño sin tener en cuenta sus necesidades biológicas es una
actitud algo egoísta. Lo recomendable, pues, es que respetéis los horarios
propuestos (de 20.00 a 20.30 en invierno y de 20.30 a 21.00 en verano) en
aras de su educación y cuidado.

Por el mismo motivo, es desaconsejable alargar de forma exagerada la siesta


de después de comer u obligarle a hacerla a última hora de la tarde para
luego poder mantenerlo despierto más tiempo por la noche. Lo único que
conseguiremos es alterar todavía más sus hábitos y ritmos de sueño.

Ya sabéis que el momento ideal para acostarlo es entre las 20 y las 21 horas,
porque el cerebro tiene más facilidad para «entrar» en sueño en ese
momento. No es verdad que si lo acostáis más tarde se dormirá antes (por el
contrario, se le habrá pasado la hora). Los papás que han intentado este
«truco» lo saben de sobra.

No debéis, pues, ser egoístas. Pensar que, sobre todo entre los 5 y los 7
meses, estáis ayudando a vuestro hijo a adquirir unos hábitos correctos de
sueño y que, de no ser así, repercutirá en su salud física y mental.

¿Cómo sé que no llora a causa de un cólico?

En primer lugar, debéis saber que los cólicos desaparecen entre el cuarto y el
quinto mes. Si es más pequeño, tened en cuenta que es muy difícil calmar a
un niño cuando llora por culpa de un cólico. Por lo tanto, si su llanto cede
rápidamente —entre 2 y 3 minutos— cuando lo atendéis, es que no existe tal
cólico. Se trata simplemente de una conducta aprendida para reclamar
nuestra atención.

CÓLICO

Llanto que no calma o tarda más de 15 minutos en hacerlo (Se produce tanto
de día como de noche)

DESPERTAR NOCTURNO (SIN PATOLOGÍA)

El llanto calma cuando lo acarician, están con él o lo cogen en brazos (se da


sólo de noche)

Una pista más: los cólicos suelen empezar por la tarde o durante las primeras
horas del día y pueden durar varias horas. Los cólicos no se producen sólo por
la noche, no existe tal cosa.

Hemos de insistir en que no debéis caer en la tentación de «hacer algo»


siempre que el niño llore. Si caéis en esta trampa, el niño aprenderá que cada
vez que llora alguien va corriendo a atenderlo, lo que será nefasto para su
aprendizaje y puede perjudicar su sueño.
A mi hijo le están saliendo los dientes y duerme muy mal

Éste es uno de los argumentos más típicos para justificar el mal dormir de los
niños. La mayoría de nosotros cree que los dientes duelen cuando salen, pero
hasta la fecha nadie ha podido demostrarlo desde el punto de vista científico.
Por lo tanto, no podemos asegurar que el período de dentición produzca dolor
y que este «sufrimiento» altere el sueño del niño.

Si a vuestro hijo le están saliendo los dientes y se despierta por las noches
reclamando vuestra presencia, lo más probable es que también lo hiciera
antes de que empezara el período de dentición. Esto significa que no se está
despertando a causa del dolor, sino porque tiene unos malos hábitos del
sueño. Se impone reeducarlo.

¿Son aconsejables los medicamentos que se utilizan para «hacer dormir a los
niños»?

Los padres, a pesar de ser reacios a suministrar medicamentos a sus hijos, los
utilizan como último recurso ante la insostenible situación creada por las
dificultades de sus hijos para iniciar el sueño y, sobre todo, por sus frecuentes
despertares nocturnos. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que en
ningún caso los medicamentos inductores del sueño han solucionado el
problema.

No existen estudios sobre la posible toxicidad de los fármacos que se


administran a los niños, pero, considerando los grupos farmacológicos a los
que pertenecen, podemos pensar que no son precisamente inocuos. Como
llamada de atención baste decir que en algunos prospectos comerciales se
indica expresamente que en los niños debe utilizarse «con precauciones».

El insomnio infantil por hábitos incorrectos no es una enfermedad, por lo


tanto no es lógico tratarlo con medicamentos. Dicho de otro modo, como se
trata de un mal aprendizaje del hábito de dormir, lo lógico es reeducar las
rutinas y enseñar las normas correctas.

¿Un prematuro tendrá problemas de sueño?

En principio, no tiene por qué tener más o menos problemas que un niño que
haya nacido a término, porque los estímulos que ponen en hora su reloj
biológico son los mismos: luz-oscuridad, ruido-silencio, horarios de comidas y
hábitos del sueño.

Hemos tenido gemelos, ¿pueden dormir juntos?

No hay ningún inconveniente siempre y cuando empleéis las normas


adecuadas para enseñarles a dormir. Podéis enseñarles a los dos a la vez,
usando la misma técnica, siempre a partir de los 6 meses.

Si lo que tratáis es de corregir el mal hábito de unos niños que duermen


juntos, lo mejor es separarlos para enseñarles a cada uno por sí solo, ya que
su respuesta puede ser distinta. Una vez que duerman bien pueden volver a
dormir juntos.

Si no hay posibilidad de separarlos, como mal menor, intentaremos aplicar la


técnica a los dos a la vez.

Mi hijo de 2 años no quiere dormir la siesta. ¿Existe algún caso en el que sea
mejor evitar que la haga?

A la hora de la siesta se ha de aplicar la misma técnica que utilizamos para


reeducar el hábito del sueño. Ya sabemos que sea desayuno, comida o cena, la
papilla se da con cuchara. Lo mismo vale para el sueño: sea nocturno o el de
la siesta hay que enseñarle de la misma manera.

Alrededor de los 3 años, y en muchos casos forzados por sus obligaciones


escolares, los niños dejan de hacer la siesta después de comer. Esto puede
repercutir en su sueño nocturno, ya que los niños llegan con más sueño a casa
y cuando «cogen la cama» duermen mucho más profundamente —en fase de
sueño profundo— con lo que pueden aumentar los episodios de sonambulismo
y terrores nocturnos.

Es útil recomendar alargar el máximo de tiempo posible la siesta del


mediodía: hasta los 4 años, por lo menos.
APÉNDICES
I

CUANDO CUESTA UN POCO MÁS

(sobre cómo afrontar los casos más difíciles)

Desde que salió a la calle la primera edición de este libro, en marzo de 1996,
hemos recibo numerosas cartas de padres muy agradecidos por poder, ¡por
fin!, dormir «a pierna suelta», según expresión que utilizan muchos. Algunas
son de lo más simpáticas, como una en que tan sólo se lee «¡Gracias!», pero,
eso sí, tan grande que basta para llenar un folio ¡de tamaño Din A-3! Otras, la
mayoría, son enternecedoras, como la de una abuela que le regaló el libro a
su hijo «por temor a que mi nuera le abandonara. Ella estaba agotada porque
mi nieto de año y medio se despertaba cada noche un montón de veces. Un
día, tras ver al doctor en la tele, decidí comprarlo. Se lo di a Juan y le dije: “O
haces algo o tu mujer te planta”. Y no vean cómo se espabiló. Se lo aprendió
de memoria y se lo hizo leer a Alicia. A los pocos días el crío ya dormía, y ni
que decir tiene que están otra vez de buenas». En fin, hasta ahora Duérmete,
niño ha supuesto una riada de inmensa satisfacción para los autores, ¡para
qué negarlo!

Sin embargo, también hemos recibido algunas cartas —la verdad es que
pocas— de padres que nos han hablado de ciertas dificultades para conseguir
reeducar el hábito del sueño de su hijo. Por esta razón, a fin de profundizar en
los motivos que pueden dificultar el éxito del método, nos hemos puesto en
contacto con algunos de ellos y hemos revisado todos los historiales de los
pacientes infantiles tratados en nuestra consulta durante un período de siete
años; en total, 823 niños de edades comprendidas entre los seis meses y cinco
años.

Esto es lo que hemos averiguado:

—En el 96 por ciento de los casos los resultados fueron satisfactorios.

—En el 4 por ciento restante observamos ciertas dificultades para acabar de


solucionar el problema. En algunas ocasiones se trataba de niños que nunca
habían conseguido dormirse solos y, en otras, habían recaído tras lograrlo al
principio.

Los problemas que hemos detectado son de dos tipos: reales y falsos. Los
analizamos a continuación.

PROBLEMAS REALES

Son los siguientes:

Falta de comprensión del método.


Sólo uno de los padres ha leído el libro.

Distintas personas cuidan del niño.

Una tercera persona que vive en la casa interfiere en la aplicación del


método.

El pequeño enferma durante su aplicación.

Se produce un acontecimiento que trastoca la vida del niño: separación de los


padres, nacimiento de un hermanito, primer día de clase, mudanza…

Alguno de los padres sufre de ansiedad patológica.

La familia se desplaza a otro lugar los fines de semana.

Se produce un importante cambio de horarios a causa de un viaje.

Pasamos a explicar lo que hay que hacer en cada caso:

Falta de comprensión del método

Como es natural, hemos intentado escribir este libro de la forma más sencilla
y amena posible a fin de captar vuestra atención y lograr que entendieseis
perfectamente el método para solucionar los problemas de sueño de vuestro
hijo. Sin embargo, a veces no lo hemos logrado, porque algunos papás, con
demasiada prisa por resolver el problema, no se lo han leído de cabo a rabo,
sino «sólo lo que creíamos que era importante», y, ¡claro!, en el momento de
aplicar el método han flaqueado.

Es vital que los dos padres lean el libro por separado antes de empezar «el
tratamiento». No una vez, sino incluso dos si hace falta, al menos en lo que se
refiere a los capítulos 2 («No le durmáis vosotros, ha de lograrlo solo») y 4
(«Volver a empezar») cuando se trate de reeducar el hábito de sueño de su
hijo. Si no dominan el método, tarde o temprano su inseguridad aflojará y,
como el niño no tiene un pelo de tonto, logrará salirse con la suya.

¿Es mucho pedir que le dediquéis un par de horas a un libro que va a


solucionar una alteración tan seria como la que nos ocupa? Debéis saber que
antes de que Duérmete, niño fuera definitivamente a imprenta lo pusimos a
prueba: entregamos copias a varias parejas para comprobar que realmente
era fácil de comprender y, sobre todo, que se podía leer rápidamente (somos
conscientes de las ganas que tenéis de zanjar el problema). Dos horas fue lo
que por término medio tuvieron que dedicarle y todos lograron reeducar el
hábito del sueño de su hijo. ¿Por qué no lo vais a lograr vosotros? Un consejo,
pues: releer el libro, esta vez a conciencia, y volved a empezar.

Sólo uno de los padres ha leído el libro


En este caso, por los motivos que sea —normalmente alegan falta de tiempo
—, uno de los progenitores —habitualmente él— no lee el libro y se deja guiar
por lo que le explica su pareja. Se trata de un problema parecido al anterior,
pero, a nuestro modo de ver, más grave, porque implica que sólo uno cargue
con la responsabilidad de la educación del hijo.

Es posible, por ejemplo, que de lunes a viernes papá suela llegar tarde a casa
y nunca tenga ocasión de meter al niño en la cuna/cama. Sin embargo, ¿qué
ocurre los días festivos? Es probable que entonces sí desee o deba echar una
mano, pero si no domina el método puede echar por tierra los logros de
mamá. De ahí que sea básico que él también sepa con exactitud cómo ha de
actuar: no bastan las explicaciones de su mujer, debe leerse el libro para
entender la técnica también como ella.

Además, la complicidad es fundamental para afrontar esos momentos en que,


como acostumbra suceder, surjan las dudas o se flaquee. Ya sabéis que el
niño es muy listo y que puede inventárselas de mil colores para lograr que
cejéis en vuestro empeño de enseñarle a dormir solo. Ver llorar a un hijo
desconsoladamente es descorazonador, y es normal sentirse tentado a ceder.
Es entonces cuando más importa que ambos estéis convencidos de estar
haciendo lo correcto. Si sólo uno sabe cómo ha de actuar, cuando dude, ¿en
quién se apoyará?

En definitiva, es básico que ambos sepáis aplicar el método . Esto no quiere


decir que lo hagáis las mismas veces («un día tú, el siguiente yo») o que
debáis enseñárselo juntos, ni mucho menos. Simplemente, significa que lo
hagáis igual. ¿Acaso no sabéis darle de comer de la misma forma?

Distintas personas cuidan del niño

Cuando se trata de un bebé cuyos dos padres trabajan, lo habitual es que


quien lo cuide —sea la abuela, otro familiar o alguien contratado para realizar
esta labor— deba acostarlo por las noches o, por lo menos, a la hora de la
siesta. En cualquier caso han de actuar exactamente igual que lo harían los
papás, es decir, seguir la técnica al pie de la letra, porque cualquier variación
impediría su éxito.

Si cuando le alimentáis, todos hacéis lo mismo —sentarle en su silla, ponerle


el babero y darle la papilla con una cuchara—, es lógico que también sigáis
las mismas pautas a la hora de acostarle. En conclusión, no importa quién
enseñe al pequeño, lo importante es que todos lo hagáis de la misma forma .
Esto significa que todos leáis el libro o que, en su defecto, le expliquéis a
quien se encargue de acostarlo cómo ha de actuar.

Una tercera persona que vive en la casa interfiere en la aplicación del método

Cuando explicamos el método en consulta o cuando leen el libro, ambos


padres entienden perfectamente qué está pasando con su hijo y cuáles son las
normas que han de aplicar para que aprenda a dormir bien. Pero si en su casa
vive una tercera persona —normalmente una abuela o abuelo— y no hace lo
mismo, puede interferir en su aplicación, sea porque desconoce cómo
funciona, sea porque cuestione la validez de lo que se está aplicando.

Por ejemplo, es bastante típico que la abuela, tras escuchar de boca de su hija
la técnica para reeducar el hábito del sueño infantil, suelte algo parecido a:
«¿Para eso has ido a ver al doctor/leído este libro? Eso no son más que
tonterías, lo que pasa es que ahora no tenéis paciencia, en mis tiempos sí que
sabíamos cuidar de los niños…».

En vez de acabar discutiendo, hemos de intentar «ponernos en sus zapatos» y


entenderla, porque la mujer pertenece a una generación que no se
preocupaba tanto de las cuestiones de aprendizaje ni sabía de la existencia de
los ritmos biológicos. En fin, lo más probable es que desconozca todo lo
relacionado con el tema y no entienda el porqué de la rigidez de horarios, los
tiempos de espera antes de entrar en la habitación, etcétera. De ahí que
interfiera o, por lo menos, opine.

Si los padres de la criatura, por los motivos que sea, tampoco están muy
seguros de cómo han de actuar, es posible que se dejen influenciar o acaben
cediendo ante los ruegos de la abuela: «Por una vez que le cojáis no pasará
nada». Gran error, una simple concesión y ¡adiós a los buenos resultados del
método! Si el pequeño se da cuenta de que gritando un poco más ella toma
cartas en el asunto y sale en su defensa, ¿qué hará?: berrear hasta dejarse los
pulmones. Y a la que la abuelita o vosotros le cojáis, ¡no habrá forma de
enseñarle!

Por lo tanto, es fundamental que cuando viva una tercera persona en casa —
incluidos los hermanos mayores y personal de servicio, si lo hay—, se les
explique que bajo ningún concepto deben interferir en la reeducación del
hábito de sueño del pequeño. Dicho de otro modo: la abuela podrá seguir
haciendo lo de siempre —sea bañar al niño, darle la cena, jugar…—, pero en
el momento de meterlo en cama y aplicar el método, tendrá que hacerse a un
lado y dejar que papá y mamá se encarguen del tema.

En caso de que no haya más remedio que dejar al niño a cargo de esta tercera
persona —intentad evitarlo a toda costa—, ésta deberá comprometerse a
respetar vuestros criterios. Tened en cuenta que si actúa como le venga en
gana, vuestros esfuerzos habrán caído en saco roto.

En definitiva: no permitáis las interferencias de los demás por muy buenas


que sean sus intenciones.

El pequeño enferma durante su aplicación

A veces ha sucedido que a poco de iniciarse el tratamiento el niño se ha


puesto enfermo, incluso se han dado casos en los que ha sido necesaria la
hospitalización. ¡Evidentemente, por causas ajenas al método! Está claro que
la situación cambia sustancialmente (sobre todo si el niño ha tenido que ser
ingresado): es más importante curarle que enseñarle a dormir.

Es lógico que durante la enfermedad se interrumpa su reeducación, pero en


el momento en que el niño se encuentre bien y le dan el alta, habréis de
volver a aplicar el método desde el principio. ¿Por qué empezar de cero?
Porque aunque esté enfermo, sigue siendo muy inteligente —no nos
cansaremos de repetirlo— y se da cuenta de que las atenciones hacia él se
han redoblado. Lo que él no puede comprender es que lo miman más porque
está enfermo. A su modo de ver, sus padres (o cuidadores) actúan así en
respuesta a sus acciones (si queréis podéis releer, en la página 40, cómo
funciona el principio de acción-reacción). Es decir, no entiende que si su
mamá acude a atenderle cuando llora, no lo está haciendo en respuesta a su
llanto, sino porque sabe que el pequeño lo está pasando mal a causa de la
fiebre, la incomodidad o el dolor. Entonces, ¿qué hará el niño cuando sus
papás vuelvan a iniciar el proceso de reeducación? Llorar como un condenado
a la espera de que mamá, también ahora, vaya a confortarle. Sin embargo,
esta vez no irá .

Se produce un acontecimiento que trastoca más o menos la vida del niño

Ciertas situaciones pueden dificultar enormemente la aplicación del método.


Algunas son realmente graves, léase una separación; otras no tanto, como el
primer día de clase.

La ruptura de una relación es un hecho traumático, que no sólo afecta a la


pareja sino que repercute grandemente en los niños. Independientemente de
la edad que tengan, éstos se dan cuenta de todo lo que sucede alrededor.
Aunque en algún momento pueda parecernos que algo no les afecta o que no
se enteran, por desgracia, no suele ser así.

En estas circunstancias es muy difícil que el método dé resultado, pues el


pequeño aprovechará lo que está sucediendo para hacerlo fracasar. Por
ejemplo, teniendo en cuenta que los padres que se separan suelen sentirse
muy culpables por el daño que infligen a sus hijos, si éstos se ponen a llorar,
¿qué harán? Es probable que su sentimiento de culpa les impida aguantar los
tiempos de espera y, casi seguro, acabarán cediendo frente al pequeño.

El nacimiento de un hermanito también es un factor capaz de alterar el hábito


de sueño de un niño. No es raro que un pequeño que dormía bien o que ya
había sido reeducado en un buen hábito de sueño, deje de hacerlo al darse
cuenta de que ya no es el centro de atención de sus padres. Es de esperar que
el «príncipe destronado» se rebele y una de las formas más utilizadas consiste
en romper sus (buenos) hábitos —negándose a comer, haciéndose pipí
encima, convirtiendo la hora de dormir en un drama…—, porque, como no es
tonto, sabe que esto molestará profundamente a sus padres, lo que provocará
que le hagan más caso (aunque sea para reñirle).

¿Qué hay que hacer en estos casos? Muy sencillo: volver a reiniciar la
enseñanza del hábito, haciendo caso omiso de todas las acciones que el niño
haga. Eso sí, es vital ayudarle a asumir la llegada del hermanito. Para ello,
durante el día hay que hacerle mucho caso y lograr que se sienta muy querido
e importante dentro de la unidad familiar. Sin embargo, en el momento de
acostarle hay que ser tajante en la aplicación del método y tratarlo,
independientemente de la edad que tenga, como si hubiera nacido ese mismo
día.

Hay otros acontecimientos menos importantes que también pueden dificultar


el éxito de la técnica: el primer día de escuela, un cambio de casa, la visita de
un familiar … De hecho, el niño siempre utilizará cualquier situación
«extraña» para intentar truncar el proceso de reeducación de su hábito del
sueño. En estos casos, como siempre, habréis de manteneros firmes.
Tomemos como ejemplo su primer día de colegio. Además de haberle
preparado de antemano para afrontarlo, cuando llegue a casa es aconsejable
que le hagáis mucho caso, que juguéis con él, incluso podéis tener un
detallito… pero jamás variéis el ritual previo a la hora de dormir ni cedáis si
intenta sabotear vuestros intentos de reeducarle. ¿Se os ocurriría darle la
sopa con una pajita porque ha ido al cole por primera vez?

Alguno de los padres sufre de ansiedad patológica

Hemos podido comprobar que a veces la imposibilidad de aplicar esta técnica


no tenía que ver con el niño, sino que se debía a la ansiedad patológica de uno
o ambos padres. ¿Qué quiere decir esto? Las personas que padecen un
trastorno de ansiedad generalizada se caracterizan por ser muy inseguras y
vivir en un estado de constante angustia, lo que normalmente hace necesario
que se mediquen. Esto repercute en cualquier área de su vida, es decir, no
sólo afecta a la enseñanza del hábito de dormir de su hijo, sino que salpica
todo lo relacionado con él —comer, hábitos higiénicos, etcétera—, y, por
descontado, las relaciones de pareja. Ante este cuadro, es mejor no intentar
reeducar el hábito del sueño del pequeño, porque sin duda resultará un
fracaso. Es imposible que el método funcione si uno de los progenitores (o
ambos) se sienten constantemente angustiados e inseguros de poder
aplicarlo. En definitiva, el problema no es del niño, sino del padre que se ve
dominado por la ansiedad.

La familia se desplaza a otro lugar los fines de semana

Ya hemos explicado que, como mínimo, durante los primeros diez días de
«tratamiento» no es aconsejable que el niño duerma en otro lugar que no sea
su propio dormitorio. Sin embargo, si no hay más remedio que trasladarlo, los
cambios deberán ser los menos posibles. Esto significa respetar estrictamente
sus horarios —no porque sea fin de semana permitiremos que se vaya a
dormir más tarde—, y llevarle el móvil, el póster, los chupetes y, sobre todo, a
Pepito . En definitiva, el lugar donde duerme el niño debe parecer lo más
posible a su dormitorio.

Se produce un importante cambio de horarios a causa de un viaje

Los viajes largos pueden alterar al niño tanto como a los mayores a causa del
jet lag . En estos casos, es indispensable esperar un mínimo de diez días —
que, seamos sinceros, no resultarán fáciles— antes de intentar aplicar la
técnica, para que su reloj biológico se adapte al ritmo del lugar. Una vez
pasado este tiempo, nada os impide iniciar su reeducación.

FALSOS PROBLEMAS

Los «falsos problemas» son aquellas excusas bienintencionadas con que los
padres justifican no haber logrado reeducar el hábito de sueño de su hijo.
Básicamente son tres:
«Mi niño es muy nervioso»

Craso error . Es verdad que los niños muy inquietos suelen tener más
dificultades para aprender ciertos hábitos, pero también lo es que siempre
acaban aprendiéndolos. Además, a estas alturas ya deberíais saber que
cuando un pequeño no duerme bien, en vez de caer rendido, se excita. Por lo
tanto, es falso que no duerma porque sea muy inquieto; al contrario, está
nervioso porque no descansa bien. Esto significa dormir. Si descansa sus doce
horas seguidas y hace su siesta, y cuando se despierta se muestra hiperactivo,
entonces podréis afirmar que vuestro hijo es nervioso, pero si no las duerme
¡no! Dicho de otro modo, tanto si es tranquilo como si es nervioso, un niño
puede aprender a comer, lavarse los dientes, recoger sus cosas, dormir bien…
siempre y cuando sus padres le enseñen a hacerlo correctamente .

«No aguanta sin comer toda la noche»

Cuando a los padres se les pregunta cómo saben que su hijo tiene hambre,
suelen contestar: «Porque llora y al darle el biberón se tranquiliza». Pues
bien, están muy equivocados . Los niños, como los adultos, pueden comer sin
hambre. Debéis de saber que, a partir de los seis meses, un bebé es capaz de
regular perfectamente su nivel de azúcar en sangre y si se le alimenta a las
ocho de la mañana, doce del mediodía, cuatro de la tarde y ocho de la noche
con las cantidades que el pediatra recomienda, no ha de tener sensación de
hambre durante la noche y, por tanto, ha de ser capaz de aguantar
perfectamente sin comer (nos referimos a ello en la página 30). Por lo tanto,
si se despierta llorando y le «enchufan» el pecho o el biberón y se calma, es
muy probable que no sea porque necesite alimentarse, sino porque ha logrado
lo que quería: que estuvieran con él.

«Mi hijo se despierta porque le pasa algo»

Los padres siempre intentan encontrarle una explicación a los despertares de


su hijo: le duele la barriga, se encuentra mal, le están saliendo los dientes…
Sin embargo, que se despierte no implica necesariamente que le pase algo. Es
lógico que los padres quieran comprobar que su pequeño no tiene fiebre, ni
está sudando en exceso, ni se ha manchado el pañal… pero si no le pasa nada
y sólo se calma cuando los mayores lo cogen, estamos sin duda ante un caso
de insomnio infantil por hábitos incorrectos. Ya sabéis que todos los humanos
nos despertamos varias veces por la noche, pero que, salvo que notemos algo
raro, conciliamos el sueño rápidamente y al día siguiente ni nos acordamos de
ello. Cuando un niño no ha aprendido a dormir correctamente, cada vez que
tiene uno de estos despertares reclamará la presencia de sus cuidadores para
que le ayuden a conciliar el sueño. Si es el caso de vuestro hijo, os
recomendamos que volváis a leer el capítulo II, «No le durmáis vosotros, ha
de lograrlo solo», y luego repaséis la técnica para reeducar su hábito del
sueño en el capítulo IV, «Volver a empezar».

Marzo de 1997
II

CARTAS

(sobre cómo lo han vivido otros padres)

Hemos decidido transcribir algunos de los cientos de cartas y correos


electrónicos (¡y no es una exageración!), que nos han llegado, porque quién
mejor que los padres para explicar cómo se vive el problema del insomnio
infantil y lo feliz que se sienten cuando recuperan sus noches. Algunas las
publicamos enteras, de otras sólo hemos tomado fragmentos, pero todas nos
han encantado y, por supuesto, las agradecemos todas. Aquí las tenéis:

SIN PELOS EN LA LENGUA

«Que te duermas, ¡¡¡c…!!!».

Ésa es, tal vez, la frase que más hemos pronunciado en casa desde el
20/11/97 hasta el 11/09/98.

Esas dos fechas marcan dos sucesos clave en nuestras vidas:

20/11/97 - Nacimiento de Irene y Laura.

11/09/98 - Lectura de Duérmete, niño.

El primer capítulo de su libro describe una por una las geniales ideas que
hemos tenido para intentar que los dos «pequeños monstruos» duerman,
excepto la de darles una vueltecita en el coche, que nos parecía demasiado…
al fin y al cabo, somos en cierto modo personas con preparación y ante todo
razonables.

No voy a entrar a describirle cómo han sido los casi diez primeros meses con
nuestras hijas en casa, aunque haré una lista:

carreras por los pasillos a media noche o más

ataques de nervios

días de sueño en el trabajo

pérdida absoluta de las aficiones-tiempo libre

golpes frontales a las tres de la mañana contra ese puñetero armario


empotrado, que el maldito constructor tuvo la ocurrencia de poner justo
enfrente de la puerta de mi dormitorio, al lado del de las niñas… le voy a
denunciar
contracturas en los hombros, brazos y muñecas por las horas empleadas en
mecer a las niñas en las mágicas hamaquitas que nos recomendaron para
dormirlas cómodamente, ya que no se les debe dormir en brazos

¿sexo?, ¿qué es «exo»?

paseítos agradables a las doce de la noche, empujando el carrito por lugares


oscuros y silenciosos, pero no con ánimo lujurioso (¡ah!, qué tiempos
aquéllos), y menos mal que era verano. Vaya veranito hemos pasado, el calor
afectaba a las pobres niñas que no podían dormir y pasábamos las horas
maldiciendo a los niños que jugaban, a los coches que pasaban, a los perros
que ladraban, al viento que soplaba, al guarro que tiraba de la cadena
después de entrar en el baño (que se aguante, ¡¡¡hostias!!!), al autobús que
giraba en la esquina de mi casa (tenemos que mudarnos…), si hasta llamé a la
policía para denunciar a un vecino que tenía la tele demasiado alta

buscar un piso más grande porque el nuestro sólo tiene dos habitaciones:
nosotros tenemos que dormir en algún sitio y yo ya estoy harto de dormir en
el salón con Laura mientras tú duermes en la que también era mi habitación
con Irene, ya que la otra no podemos usarla porque con lo que grita Laura
puede despertaros a Irene ya ti. Yo como tengo facilidad para dormir, da igual
si me despierto mil veces en una noche… aprovecho hasta cinco minutos de
sueño porque soy Supermán

He dicho que no me iba a extender… ya es suficiente (pero hay más).

En fin, que al final y al borde de la desesperación me hablaron de su libro y lo


compré.

En una noche, tras hora y media de lloros… SE DURMIERON ELLAS SOLAS Y


ESTUVIERON DIEZ HORAS SIN DESPERTARSE y así día tras día hasta hoy,
que han pasado trece días y hemos dormido más que en los últimos diez
meses.

Ahora se acuestan a las 20.30 o 21.00, duermen doce horas por la noche y
echan la siesta. No hay que dormirlas, se duermen.

… Y nosotros hemos recuperado intimidad, tiempo libre y disfrutamos como


enanos de las niñas, si el otro día hasta vimos una película en el vídeo y el
partido del Madrid y el Barça que además empataron y como yo soy del
Atleti… qué pasada.

Ahora no digo: «Que te duermas, ¡¡¡c…!!!».

Ahora cantamos: «Vamos a la cama que hay que descansar…».

Las niñas están de un humor estupendo, Laura está mucho menos nerviosa
que antes y no les molestan los dientes, el calor, los gases y sobre todo…
nosotros.

Enhorabuena por su libro y, sobre todo, gracias por escribirlo. ¿No tendrá
otro para solucionar los problemas del Atlético de Madrid?

Una vez más GRACIAS. Saludos cordiales.

FERNANDO, MARGA, IRENE y LAURA

The sleeping family

¡QUE VOMITO!

… pusimos una valla en su puerta para que no pudiese salir de su habitación.


La primera noche vomitó. Nos llamaba, primero a uno, luego a otro, después a
los dos. Nos decía llorando: «¡Eh, que vomito!», y volvía a vomitar. Yo estaba
llorando por dentro, pero muy segura por fuera… No me extenderé
explicándole unas reacciones que YA conoce. La segunda noche, preparé el
cubo con la fregona antes de acostarla. Yo esperaba que fuese peor. Aún no
me lo puedo creer, la acosté y cuando salí de su habitación, esperé los tres
minutos y no lloró, no dijo nada, se durmió.

OMS

ESPERANDO EL ALARIDO

Cuando anoche dejamos a mi hijo Juan de 20 meses en la cuna y le dimos las


«buenas noches», ya en el séptimo día de la «terapia», mi marido y yo nos
quedamos mirándonos fijamente a los ojos en medio del salón, esperando el
alarido que nos hiciera mirar el reloj y esperar los trece minutos de rigor.
Hasta que, pasados unos cinco minutos intercambiamos frases como: «Esto
era impensable hace diez días» o «Nunca pensé que el niño pudiera quedarse
solo y conciliar el sueño por sí mismo», mientras nos sentábamos a cenar
tranquilamente.

Juan descansa en su cuna y a pesar de que llora una o dos veces durante la
noche, ni siquiera es necesario mirar el reloj porque se calla antes de que
pase un minuto. ¡Y qué descanso saber que no tienes que levantarte!

MJM

AL MONO, NI NOMBRARLO

Los tres primeros días se bajó de la cama y encendió la luz. Aunque nosotros
esperábamos a que se durmiera para apagarla, no queríamos que se
acostumbrara a dormir con ella, por lo que le explicamos que su mono nos
había contado que ella la encendía y que a él le molestaba. La niña nos
contestó que quitáramos al muñeco, ¡que no le gustaba! Como le replicamos
que por la ventana entraba suficiente luz para ver un poquito, no volvió a
encenderla, pero hasta la fecha no quiere saber nada del mono. Comenta que
está enfadada con él, pero no explica el porqué.

MGP
CUANTO MÁS LEJOS, MEJOR

Ese primer día, de haberle tenido a usted cerca, le habría dado en la cabeza
con algún trasto pesado. Mientras nuestra hija lloraba me acordaba de la
rotundidad de sus afirmaciones en el libro y me hubiera gustado verle sentado
junto a nosotros escuchándola. Sufrimos mucho ese primer día: dos horas de
llanto que partía el alma, pero, de pronto, silencio… Silvia se durmió
despertándose una sola vez en toda la noche. A la mañana siguiente, mi
marido y yo nos abrazamos y creo que le confesé que le besaría a usted para
agradecérselo.

SOMOS OTROS

Éste es un mensaje para decirles que, por fin, mis papás, después de casi un
año, pueden dormir. Fue comprar su libro, ¡bendito sea!, llevarlo a la práctica
y en tan sólo dos días, estaba durmiendo a pierna suelta. Lo más increíble es
que hasta este momento solía tomar biberones por las noches y despertarme
¡¡hasta diez veces!! Mis papis no se lo pueden creer y desde ese momento no
ha cambiado sólo mi carácter sino también el de ellos. Por todo esto le doy las
gracias en mi nombre y en el de mis papás.

EL MEJOR REGALO

Muchas gracias por este libro. Hoy es mi cumpleaños y que mi hijo duerma es
el mejor regalo.

GE
EDUARD ESTIVILL (Barcelona, España, 1948). El doctor Eduard Estivill es el
responsable de la Unidad de Alteraciones del Sueño del Instituto Dexeus de
Barcelona, España. En su consulta reciben tratamiento todas las alteraciones
del sueño, como el insomnio de niños y adultos, los ronquidos con o sin
apneas (paradas respiratorias durante el sueño), los sonambulismos, los
terrores nocturnos, el jet lag , la narcolepsia, etcétera. Es decir, se atiende a
personas que no duermen, que duermen demasiado, o bien que no dejan
dormir. En su Unidad de Alteraciones del Sueño, de prestigio mundial, viene
realizando un promedio de unas dos mil visitas al año, conjuntamente con sus
colaboradores, los doctores Barraquer, Cilveti y De la Fuente. Además, todos
ellos participaron activamente en programas de investigación y ensayos
clínicos de nuevos medicamentos, y ejercen una gran labor de difusión en los
medios de comunicación sobre la patología del sueño. Este libro es un
ejemplo de ello. Por último, cuentan con un servicio de información donde se
asesora sobre la necesidad o no de asistir a la consulta por una alteración
específica.
Notas

[1]Aunque pocos, se dan casos en que los padres acaban rechazando a sus
hijos, contra los que manifiestan actitudes agresivas: la mayoría de las veces
verbales, aunque también físicas. <<

[2]Estos casos son reales. Al igual que todos los que relatamos en estas
páginas, pertenecen al historial de algunos de nuestros pacientes, aunque por
razones obvias se han cambiado los nombres. <<

[3]Una advertencia: los niños con problemas de sueño suelen comenzar a


hablar temprano. Aprenden vocablos «clave» para lograr que sus padres les
hagan caso. ¿Quién le niega agua a un hijo sediento? Pues enteraos, lo más
probable es que no tenga sed. <<

[4]La «genial idea de los padres de Ana, quienes le compraron un televisor y


un vídeo a una niña de dos años para lograr que durmiera, merece mención
aparte: aunque “solucionándolo” como hicieron, aparentemente, se acabó el
problema, resulta obvio que es una idea nefasta». <<

[5]Los bebes mayores de 6 meses que aún no han adquirido un buen hábito
del sueño suelen padecer insomnio. Si es el caso de vuestro hijo, no sufráis;
en el capítulo IV, «volver a empezar» os explicamos cómo enseñarle. <<

[6]
Para saber más sobre qué es normal y qué no, podéis leer el capítulo VI
«Cuestiones horarias». <<

[7]Normalmente, hará dos siestas: una tras el desayuno, de una o dos horas, y
otra después de la toma del mediodía, de dos o tres horas. <<

[8]
Para hacerlo aplicad la técnica que se explica en el capítulo IV. «Volver a
empezar». Si se despierta una o dos veces, no puede considerarse que
padezca un trastorno de sueño, pero también podéis reeducarlo. <<

[9]
«El truco» de cansarlo hasta que caiga rendido es contraproducente: el
paso previo a la aparición de la somnolencia es la relajación y, cuando lo
agotamos, lo sobreexcitamos. <<

[10]En el capítulo VII «Otros problemas» nos referiremos a las pesadillas, los
terrores nocturnos, el sonambulismo, etc. <<

[11]
Antes de poner el grito en el cielo porque vuestro hijo duerme menos,
sabed que puede que no necesite más. Leed el capítulo VI «Cuestiones
horarias». <<
[12]Si un niño sólo se despierta una o dos veces por noche, no podemos
hablar de insomnio infantil ni considerarlo alarmante, pero esto no significa
que no lo reeduquemos para que duerma de un tirón. Los padres también
tienen derecho a dormir sin interrupciones. <<

[13]De hecho, deberíais estar convencidos de que lo que estáis haciendo es lo


correcto y de que va a funcionar, porque esta técnica ha dado resultado en el
96 por ciento de los casos en que se ha aplicado. Teniendo en cuenta que los
fracasos se han producido en hogares en que los padres no fueron capaces de
mantenerse firmes en su actitud, está claro que os saldrá más a cuenta
mostraros seguros y relajados y no dar vuestro brazo a torcer. <<

[14]
Si por razones de trabajo llegáis tarde a casa y es una canguro, quien lo
acuesta cada noche, será ella quien deba reeducar a Juanito. En definitiva, no
importa quién lo haga siempre que lo haga bien. <<

[15]En realidad, el ciclo dura casi 25 horas, pero cada día vamos
ajustándonos. <<

[16]Estamos totalmente a favor de la lactancia materna, pero no podemos


aprobar que el pecho se convierta en un chupete. Los órganos humanos han
de utilizarse para la función que les ha sido encomendada, en este caso, para
amamantar al niño cuando sí tiene hambre, no como forma de consuelo. <<

[17]Lo ideal es que se vaya a la cama entre las 20.00 y las 20.30 horas en
invierno y entre las 20.30 y las 21.00 en verano. <<

[18]
Dos horas de «regalo» deberían pareceros suficiente. Pedir que aguante
más es demasiado. <<

[19]Aunque la enuresis (hacerse pipí en la cama) se produce mientras el niño


está durmiendo, no es un trastorno relacionado con el sueño, por lo que no es
un problema que suelen tratar los especialistas en este campo, sino los
pediatras. <<

[20]Si el niño duerme desde las 20.00 horas hasta las 8.00 del día siguiente,
la primera mitad de la noche es la que se prolonga desde la hora de acostarse
hasta las dos de la madrugada, y la segunda mitad, el tiempo restante. <<

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