Duermete Nino Eduard Estivill
Duermete Nino Eduard Estivill
Duermete Nino Eduard Estivill
Duérmete, niño
ePub r1.3
Titivillus 10.01.2022
Título original: Duérmete, niño. Cómo solucionar el problema del insomnio
infantil
PREGUNTA : ¿Por qué hemos de creer que este libro nos va a arreglar la
vida si hasta la fecha todos los consejos que nos han dado para que nuestro
hijo durmiera no han servido de nada?
RESPUESTA : Porque todos los padres sueñan con tener un bebé que
duerma de un tirón y no dé problemas y, si le enseñáis desde un principio, lo
tendréis.
I
Pero cuando se trata de recién nacidos, esas «cositas» tan frágiles y que tanto
respeto nos suelen merecer, otro gallo nos canta: ni manual de instrucciones
ni historias, ¡y eso que existen mucho antes que los exprimidores de naranjas!
La cruda realidad es que cuando abandonamos la clínica con nuestro pequeño
de días en brazos, nos vamos a casa sin más recurso que nuestras buenas
intenciones de hacerlo lo mejor posible. Y, no pocas veces, eso es menos que
suficiente, sobre todo en lo que se refiere al sueño infantil. Veamos si no…
Los primeros días, todo suele ir manga por hombro, con ambos cónyuges
agotados de no pegar ojo y de tanto bailar al ritmo que marca el recién
llegado. Aun así, nadie se queja. Todos aceptamos con mayor o menor agrado,
que uno de los cánones que se ha de pagar por la feliz llegada de un hijo es el
de dormir poco… al menos durante unas semanas. «No pasa nada», nos
decimos sacando ánimo de donde haga falta. «Dentro de un soplo, asunto
arreglado. Al fin y al cabo, los Pérez dicen que al tercer mes sus hijos ya
dormían de un tirón y esos sí que saben», sentenciamos, aferrados a la idea
de que sus siete vástagos son la prueba irrefutable de que todo se andará.
El caso es que, en cuanto la oyen gimotear, mamá y papá, juntos o por turnos,
se levantan y, arrastrando sus pies, como almas en pena, acuden a la cuna de
la pequeña para confortarla. La acarician, le dan agua, pecho o biberón, la
toman en sus brazos, le hablan, le cantan, la mecen… y, al cabo de unos
minutos, Martita vuelve a sucumbir al sueño. Pero el suspiro de alivio dura
poco: pasa una hora, una hora y media, tal vez dos, y la escena vuelve a
repetirse.
«¿Qué está pasando?», se preguntan desesperados los padres. «¿Qué hemos
hecho mal?». «¿Estará enferma?». «¿La mimamos demasiado?». «¿No se
siente querida?». «¿Será la angustia de la separación (de madre e hijo, se
entiende)?». Esto último suele decirlo mamá —papá se limita a escucharla
alucinado—, que a estas alturas ya habrá leído unos seis o siete libros del tipo
Cómo criar a un hijo perfecto en un mundo imperfecto, Triunfa como madre
en treinta y siete lecciones y Tendencias suicidas en padres de bebés llorones
.
Pero sigamos, porque aquí no acaba la cosa. De pobre Martita, nada; si acaso,
pobres padres ¡Serán ingenuos! Lo normal es que se acabe la excusa de los
cólicos y les vengan con el cuento de que a la nena le están saliendo los
dientes: «¿Cómo pretendéis que duerma si deben dolerle muchísimo?», lo
que, por otra parte, aún está por demostrarse. A esa excusa le seguirá otra de
las «números uno» de la lista de grandes éxitos: «Cuando empiece a andar,
solucionado el problema. Ya verás, estará tan cansada de trotar todo el día
que caerá redonda». Pero no, ni por ésas; la nena se hará sus vete-a-saber-
cuántos kilómetros diarios, si hace falta un maratón (nosotros detrás y
agotados, claro), y a la hora de meterse en la cama, el drama de siempre: ella
como nueva, sin ganas de irse a dormir, y nosotros… ¿para qué contar?
Les dicen
Les sermonean
: «Lo que debéis hacer es dejarla llorar hasta que se duerma» y ellos, ¡ea!, a
quedarse sordos, para acabar cediendo después de dos horas de histeria y
una denuncia del vecino.
Les aconsejan
Les animan
Esto, que contado así puede resultarnos hasta gracioso, no lo es: el mal
dormir tiene consecuencias muy negativas tanto para Martita como para sus
padres… ¡Y suerte que no hay más pequeños en la casa!
Llanto fácil
Falta de atención
Inseguridad
Timidez
Mal carácter
En los padres
Inseguridad
Sentimientos de culpa
Cansancio
Sólo hace falta fijarse en cómo evoluciona un ser humano en sus primeros
años de vida para darse cuenta de los enormes cambios que realiza en tan
poco tiempo: un recién nacido tiene poco que ver con un bebé de 4 meses;
éste tampoco se parece a un niño de 2 años, ni éste, a su vez, a uno de 4 o 5…
Y si estos cambios son obvios desde el punto de vista físico, no lo son menos
desde el punto de vista emocional e intelectual. En definitiva, de ser seres
totalmente dependientes pasan a ser personas con una vida propia y es
evidente que para que todo esto sea posible, y lo sea en las mejores
condiciones, necesitarán invertir un montón de energía; energía que
recuperarán gracias a una buena alimentación y a un mejor descanso.
Pero ¿qué ocurre si un crío no duerme bien? Donde más se dejan sentir las
secuelas es en su actitud vital. Despertarse tantas veces por la noche impide
que Martita descanse todo lo que necesita. Esto provoca que esté más
inquieta porque, a diferencia de los mayores, el cansancio en lugar de
aplacarla, la excita. Es fácil entender que en estas condiciones llore con
frecuencia y sin motivo, se ponga de mal humor con suma facilidad, peque de
falta de atención y, por culpa de todo ello, dependa excesivamente de las
personas que la tienen a su cuidado (mamá apenas puede respirar). A medio y
largo plazo, esto puede convertirla en una niña tímida e insegura, con
dificultades para relacionarse con los demás e, incluso, provocar el tan temido
fracaso escolar.
Y, ¿qué pasa con los padres de Martita? Como: podréis imaginar, los padres
de la criatura, o lo que queda de ellos, viven bajo una tensión insoportable.
No han dormido ni una sola noche de un tirón en dos años (hay quien menos,
pero hay quien más). ¡Se dice rápido! ¡Dos años! ¡104 semanas! ¡730 días! Y
alguien pretende que tengan paciencia… ¿se puede saber qué es eso? Hay
momentos en que se culpan el uno al otro «Esto pasa porque la malcrías»,
otros en que odian a la pequeña «¡Si llego a saberlo no tengo hijos! ¡No la
aguanto más!», para automáticamente sentirse culpables: «¿Cómo puedo ser
capaz de pensar eso, si la desgraciada lo debe estar pasando tan mal como
nosotros?». Un verdadero infierno. En palabras de los afectados: «Hay que
vivirlo para saberlo[1] ».
«Es un drama, ¡qué digo! Un dramón», asegura Ana, que tiene un bebé de 9
meses que nunca ha dormido más de 2 horas seguidas. «Somos como zombis,
no rendimos ni como padres, ni como pareja, ni profesionalmente. Vivimos a
un tercio de nuestro potencial, porque nuestro agotamiento nos deja
inservibles para casi cualquier cosa. Para colmo, estamos tan irritables que
nuestra relación de pareja va de mal en peor y, desde luego, no tratas igual a
una hija cuando te sientes relajada y contenta, que cuando estás hecha polvo
y con la moral por los suelos.».
Por suerte, no todas las parejas tienen que pasar por este trance, pero, desde
luego, el de Martita no es un caso singular. Ni mucho menos. Se calcula que
el 35 por ciento de los niños menores de 5 años sufren problemas de
insomnio, es decir, tienen problemas a la hora de acostarse, momento que
suele convertirse en un drama, y/o se despiertan tres, cuatro, cinco y muchas
veces más en una misma noche.
Los últimos estudios sobre el tema indican que esta cifra podría quedarse
corta, porque los padres tienen la tendencia a considerar que es normal que
un niño de más de 6 meses se despierte varias veces por la noche requiriendo
su presencia en su habitación (llanto, «Tengo sed», «¡Mamááá!», etc). Pues
bien, no lo es. Cumplido el primer medio año de vida, a lo sumo 7 meses, un
pequeño ha de ser capaz de dormirse solo, en su propio cuarto y a oscuras, y
hacerlo de un tirón (unas 11 o 12 horas seguidas).
Si vuestro hijo no lo hace os preguntaréis por qué. ¿Qué es lo que ha
ocurrido? ¿Qué le pasa? ¿En qué nos hemos equivocado? Olvidaos de lo que
hayáis leído u oído hasta ahora. La causa no hay que buscarla ni en los
cólicos, ni en el hambre, ni en la sed, ni en el exceso de energía, ni en la
adaptación a la guardería, ni… ¡Los tiros no van por ahí!
En primer lugar, será suficiente con que hagáis borrón y cuenta nueva y que
tengáis bien claro desde un principio que vuestro pequeño:
«Tenemos cuatro hijos. Los tres primeros nunca han tenido problemas de
insomnio, pero este último nos ha pasado factura por todos los anteriores. A
Pablo jamás le ha gustado irse a dormir. Desde que nació meterlo en la cuna
ha sido un calvario. Nada más “olerla” se le dispara la alarma y berrea como
si estuviera en un matadero. Una noche, en que llevábamos horas sin pegar
ojo, se nos ocurrió darle un paseo y funcionó. Desde entonces, cada día,
después del Telediario, mi marido y yo cogemos al niño, lo sentamos en su
cochecito y bajamos a la calle. Bastan dos vueltas a la manzana para que se
quede dormido. Entonces, volvemos a casa y, con todo el cuidado del mundo
para que no se entere, lo metemos en su cuna. Después cenamos y hacemos
tiempo a la espera de que Pablo vuelva a espabilarse. Alrededor de la
medianoche, empieza a llorar y, con la mayor rapidez posible para que no
desvele a los demás críos, lo cogemos, lo volvemos a meter en su cochecito y
otra vez a la calle. Una vez dormido, lo ponemos en su cuna y nos metemos en
cama. A eso de las tres de la madrugada se vuelve a despertar y mi marido lo
baja solo. Me gustaría turnarme con él, pero a esas horas me da miedo.
Alrededor de las seis, Pablo llora de nuevo. Entonces, me toca a mí… Estamos
agotados».
«Mi hija duerme muy bien, pero ahora mi mujer y yo queremos irnos solos de
vacaciones unos días y tenemos un problema logístico. Verá, apenas tenía
unos meses cuando nos dimos cuenta de que, para quedarse dormida, Ana
tenía que ver la televisión. La colocábamos en el sofá del salón y ella se
quedaba “roque”. Cuando la llevábamos a su cama, se despertaba enseguida,
por lo que decidimos ponerle una tele en su cuarto y ¡de maravilla! La niña
dormía sin problemas hasta eso de las dos o tres de la madrugada en que
empezaba a llorar. ¡Natural! A esa hora acaba la programación y el zumbido
de la tele la despertaba. Se nos ocurrió otra idea: comprarle un vídeo de ocho
horas. ¿Buena, eh? Antes de irnos a dormir, se lo conectamos y arreglado el
problema: ¡La cría no da la lata hasta el día siguiente! Como verá duerme de
maravilla, pero, como le dije, ahora tenemos un problema: mi suegra acepta
cuidar de la niña mientras estemos fuera, pero se niega a utilizar el televisor y
el vídeo. ¿Qué hacemos[2] ?».
Todos sabemos que no es lo mismo comer que comer bien. También estamos
de acuerdo en que comer bien es un hábito que se aprende. Pues lo mismo es
válido para el sueño: evidentemente, todos los bebés duermen, pero no todos
saben hacerlo bien. Hay pequeños que lo hacen de un tirón a partir del tercer
o cuarto mes, mientras que para otros la hora de acostarse se convierte en
una tragedia y/o son incapaces de mantener el sueño durante toda la noche,
despertándose tres, cinco y muchas veces más para desespero de sus papás.
¿Qué causa la diferencia entre unos y otros? Lo que han aprendido. Aunque os
pueda parecer sorprendente, no nacemos sabiendo dormir bien, sino que
aprendemos a hacerlo. Lo que sucede es que este aprendizaje suele
producirse de una forma natural, sin que padres e hijos se den cuenta de ello
De ahí que, salvo que nos topemos con un problema como el de Pablo o Ana y
nos lo explique un especialista, no nos enteremos de que existe algo
denominado insomnio infantil y que, en el 98 por ciento de los casos, tiene su
origen en un hábito mal adquirido (el 2 por ciento restante es por causas
psicológicas).
Teniendo en cuenta, pues, que dormir bien es algo que se aprende y que los
niños aprenden de sus padres o de las personas que les cuidan, está en
vuestra mano lograr que vuestro hijo adquiera un buen hábito de sueño. La
siguiente pregunta es obvia: ¿Cómo? Enseñándole a conciliar el sueño solo.
Es decir, por sus propios medios, sin vuestra ayuda ni la de nadie.
Luz-oscuridad
Ruido-silencio
Horario de comidas
Pero con esto no es suficiente. Para que el reloj funcione correctamente aún
falta algo, algo sin lo cual ni ninguno de los restantes estímulos sería
suficiente para lograr que un bebé se adapte al ciclo de 24 horas: el hábito del
sueño, es decir, que el pequeño aprenda a conciliar el sueño por sí solo, sin la
ayuda de nadie.
Está claro que al cabo de unos días de tantos cambios, el pobre Juanito nos
mirará con cara de espanto y pensará algo así como: «A ver qué se les ocurre
hoy a los locos de mis papás». Normal. Si cada vez que le damos de comer, le
cambiamos los elementos que van unidos al acto, provocaremos que se sienta
inseguro: ¡no sabe a qué atenerse! Y no sólo porque se producen tantos
cambios, sino porque, como nosotros dudamos, le transmitimos nuestra
inseguridad. No olvidéis que ellos captan lo que los adultos les transmiten y a
esta edad, además de amor, lo que más necesitan es seguridad.
Unas líneas atrás, nos pareció ridículo imaginarnos a Juanito comiendo un día
en una sillita, otro en un orinal, al siguiente en la bañera y por último
haciéndolo de una olla a presión y bebiendo de un florero. Sin embargo, eso
que nos pareció tan absurdo es exactamente lo que hacen muchos padres
cuando han de inculcarle el hábito del sueño a sus hijos y no lo logran a la
primera.
Veamos un ejemplo.
Ya sabemos que, en general, los padres tienen muy claro cómo enseñarle a
comer a su hijo y, desde el primer día, le enseñan el hábito siempre de la
misma manera. Sin embargo, no pasa lo mismo cuando se trata del hábito del
sueño. Cuando un niño duerme bien desde un principio, todo es miel sobre
hojuelas, pero cuando no es así, lo habitual es que sus papás no tengan la
menor idea de cómo comportarse, de qué hacer, y en busca de algo que
funcione: si esto no sale bien, intentan aquello, si también falla, prueban lo de
más allá… A la par que le van «experimentando» su inseguridad va en
aumento poco y dejándose notar. Acaban desquiciados: se sienten culpables,
fracasados como padres, frustrados, enfadados…
Y, ¿qué pasa con Alberto? Pues muy sencillo, que se siente tan inseguro o más
que ellos: sus papás le cambian los «elementos externos» cada dos por tres y,
para colmo, les nota nerviosos, si no histéricos, tremendamente inseguros,
puede que hasta malhumorados… Alberto, que todavía no domina el lenguaje
y que por tanto, no entiende eso de «Cariño, haz el favor de dormirte, que es
muy tarde», advierte, sin embargo, porque es un radar sumamente sensible,
que sus padres están como están.
Elementos externos
Igual que hicimos con el acto de comer, hemos de asociar el acto de dormir
con una serie de elementos externos que no podremos cambiar ni retirar en
tanto el pequeño esté aprendiendo el hábito. Imaginemos, por ejemplo, que
dormimos a Juanito meciéndolo en brazos ¿Qué elemento externo asociará a
su sueno? Ese vaivén, elemento que en el momento en que dejemos de
mecerlo habremos «retirado». ¿Qué ocurrirá cuando se despierte en medio de
la noche? Reclamará aquello que asocia con su sueño para poder volver a
dormirse, es decir, necesitará que lo acunen para conciliar el sueño… y eso
requiere un papá o una mamá dispuesto a hacerlo.
Antes de seguir, es importante que tengáis en cuenta que cada noche todos
experimentamos una serie de pequeños despertares nocturnos que
interrumpen el sueño. Tanto en los niños como en los adultos no superan los
30 segundos de duración (en los ancianos pueden llegar a los 3 o 4 minutos).
Durante este tiempo es cuando reconocemos si la situación ambiental es la
misma, nos tapamos si hace falta y, normalmente, cambiamos de posición.
Estos despertares no son recordados al día siguiente a no ser que se hayan
prolongado por algún motivo.
Si aplicamos esto al sueño infantil, nos encontramos con que, en una sola
noche, un lactante (o un niño pequeño) puede despertarse entre 5 y 8 veces
(si padece insomnio infantil, se despertará aún más). Cuando lo hace, espera
que la situación siga siendo la misma en que se hallaba cuando se quedó
dormido, la misma en que se sentía seguro. Es decir, si asoció dormir con ir
de paseo en cochecito, espera seguir estándolo; si se durmió mamando,
buscará el pecho; si se quedó roque cogido de la mano de papá, la echará de
menos… y como lo normal es que no os paséis la noche paseándole, dándole
de mamar o sujetando su manita, cuando se despierte, ¿qué esperáis que le
ocurra? ¡Se llevará un gran susto! Y lo que es peor, no sabrá conciliar el
sueño si no «recupera» aquella situación, es decir, los «elementos externos»
que asocia al sueño.
Cantarle
Mecerlo en la cuna
Mecerlo en brazos
Darle la mano
Pasearlo en cochecito
Darle una vuelta en coche
Darle agua
RECIÉN NACIDO
Lo primero que hay que aprender sobre el sueño de un recién nacido es que
duerme la cantidad que necesita, ni más ni menos, y que lo hace «a su
manera», es decir, que no distingue entre el día y la noche y «cae» donde sea,
cuando sea e independientemente de las circunstancias que le rodean. En
realidad su estado natural es el del sueño: en promedio, un recién nacido
duerme unas 16 horas diarias, aunque algunos puedan llegar a las 20 y otros
no superar las 14[6] .
En esta fase, sueño y comida van estrechamente ligados, por lo que los bebés
suelen despertarse por hambre. Sin embargo, es indispensable que no demos
por válida la creencia generalizada de que los recién nacidos sólo lloran
porque tienen ganas de pecho o biberón. No necesariamente ha de ser así, y
lo acostumbraríamos mal si cada vez que llorara lo «cebáramos». En sólo una
semana, acabaría asociando llanto y comida y no callaría hasta que le
diéramos su «dosis», tuviera o no tuviera hambre.
Luz diurna frente a oscuridad nocturna. Cuando duerma de día, no bajéis del
todo las persianas de su dormitorio y, si disponéis de un cuco, no lo dejéis en
su cuarto; llevároslo al salón o dondequiera que estéis en ese momento para
que vaya captando que a su alrededor ocurren cosas. No os preocupéis, no
necesita estar a oscuras para descansar, ya sabéis que por ahora «cae» donde
sea y en las circunstancias que sean. De noche, por el contrario, dejadle a
oscuras. Ni siquiera utilicéis esos pequeños enchufes de luz que gozan de
tanta fama entre algunos padres primerizos. Vuestro hijo ha de aprender a
dormir en la oscuridad desde un principio pues, de lo contrario, luego
tendréis dificultades para hacer que se sienta cómodo y seguro sin luz.
Estableced la hora del baño por la noche, es decir, del que a la larga será su
sueño nocturno. Aunque es muy pequeñito, cuanto antes se establezca una
rutina, mejor.
Cuidad que de noche esté especialmente cómodo. Dadle tiempo para que
eructe, cambiadle el pañal, aseguraos de que su camita no esté fría cuando le
acostéis y que la habitación permanezca a una temperatura adecuada (entre
20 y 23.º C). Si durante el día se despierta por cualquiera de estos motivos, no
tiene mayor importancia; de noche, en cambio, iría en contra de nuestras
pretensiones de establecer unas pautas adecuadas de sueño.
En vuestra cama.
Las primeras semanas suelen ser agotadoras, por lo que muchas madres
acaban metiendo el bebé en su propia cama para facilitar las tomas nocturnas
y atenderlo con rapidez. No es la mejor elección, aunque los padres que opten
por ella no deben sentirse culpables. Tener al bebé junto a vosotros puede
estar bien mientras sea un recién nacido, pero al cabo de unas pocas semanas
puede convertirse en una costumbre difícil de erradicar: se habrá convertido
en un elemento asociado al sueño.
En su propio dormitorio.
De la cuna a la cama.
Aunque algunos niños lo logran antes, lo normal es que sea a partir del
tercero o el cuarto mes cuando un bebé empiece a hacer el cambio del ritmo
biológico de 3 o 4 horas al de 24 horas y vaya alargando sus períodos de
sueño nocturno. Si hasta ahora podíais mostraros más laxos, desde este
momento deberéis tomaros más en serio la tarea de inculcarle un buen hábito
del sueño.
Que vuestra actitud denote seguridad. Vuestro pequeño siente lo que sentís
vosotros y, si percibe que estáis tranquilos, él lo estará y le costará menos
entender que el hecho de quedarse en la cunita solo y conciliar el sueño por sí
mismo es lo más natural del mundo.
Que propiciéis que vuestro hijo asocie la hora de dormir a una serie de
elementos externos que permanecerán con él durante toda la noche: cuna,
osito, chupete…
La mejor receta para superar esta prueba consiste en crear una rutina previa
al momento de acostarse por la noche, de forma que cada día suceda lo
mismo. No olvidéis que para un bebé repetición es igual a seguridad.
Lo primero que habréis de decidir es a qué hora queréis que se vaya a dormir
vuestro hijo y ceñiros al mismo horario cada noche. Lo recomendable sería
que lo hiciera entre las 20.00 y las 20.30 en invierno y entre las 20.30 y las
21.00 en verano, porque está demostrado que ésa es la hora en que el sueño
aparece con mayor facilidad. El retraso de media hora en verano se debe al
cambio horario.
A partir de ahí, elegid los pasos que habréis de seguir. Lo habitual es empezar
por el baño, algo que le divierte y lo relaja al mismo tiempo y sirve de línea
divisoria entre el día y la noche. Si no es muy amante del agua, no lo alarguéis
demasiado y, una vez acabado el baño, dedicar un tiempo a mostrarle algún
juguete, cantarle o hablarle dulcemente, por ejemplo, para que se calme. Lo
mismo vale si el chapoteo le ha excitado.
Si el bebé ha de ser alimentado, no es aconsejable hacerlo en su habitación:
debemos separar sus hábitos de comer y dormir, porque nuestro propósito es
que distinga claramente entre uno y otro, de forma que no haga asociaciones
erróneas. Salvo que exista alguna circunstancia que pueda excitarle, nada os
impide alimentarle en la cocina o en el comedor con el resto de la familia, si
os apetece.
Tras ese agradable rato juntos —bastarán entre cinco y diez minutos—, lo
metéis en su cunita, con su osito, su chupete y los elementos externos que no
se moverán de su lado en toda la noche, y os despedís de él hasta el día
siguiente. Acostumbraos a usar una serie de palabras que al pequeño le vayan
resultando familiares: «Buenas noches», «Dulces sueños», «A dormir», etc.
Hecho esto, salís de la habitación mientras vuestro pequeñito aún esté
despierto.
¿Está enfermo?
Tal vez la última toma no sea suficiente para saciar su hambre. En este caso
deberéis modificar las cantidades con ayuda del pediatra.
Un último consejo para esta etapa: aunque es cierto que en las primeras
semanas un bebé sólo llora cuando necesita algo y es lógico que acudáis
prestos a atenderlo, enseguida distinguiréis si es un llanto de protesta, de
esos que se acaban rápidamente, o hay algo más. Por ello, desde el tercer mes
no os levantéis a cogerlo ante el primer gemido. Dadle la oportunidad de que
se vuelva a dormir solito, ¡puede que os sorprenda!
La hora de la verdad
Debe acostarse sin llanto, contento y despedirse de los padres con alegría
Que todo vaya bien no significa que podáis bajar la guardia, ya que acechan
nuevos peligros capaces de acabar con el buen hábito de sueño de vuestro
pequeño. Entre el sexto y el noveno mes, a medida que madure, el bebé ya no
se dormirá sin poder evitarlo, sino que será capaz de mantenerse despierto,
sea por la excitación, las ganas de estar con sus papás, para no perderse lo
que acontece alrededor… De hecho, no será extraño que no pueda dormirse
de tan cansado que está y lo normal es que no quiera irse a la cama[9] .
Por eso debéis ser más firmes que nunca en lo que se refiere a la rutina
previa a la hora de dormir y a la norma de que vuestro hijo concilie el sueño
por sus propios medios.
Una advertencia con respecto a la rutina: mucho cuidado con ir alargando ese
ratito agradable que pasáis juntos justo antes de acostarlo. Es de esperar que
y vuestro hijo, que no tiene un pelo de tonto, haga lo posible por eternizarlo.
A medida que vaya creciendo y, sobre todo dominando el lenguaje, sus
habilidades para aplazar la despedida serán mayores: «Tengo sed», «Un
besito», «Te quiero mucho», «Otro libro, sólo uno más»… No es raro que los 5
minutos acaben convirtiéndose en media hora o incluso más. No sería la
primera vez que un padre se pasa 2 horas leyendo cuentos a su hijo. Un buen
truco para evitarlo es hacer algo poco excitante: si ese ratito es un momento
de lo más animado, jamás querrá que se acabe; si, por el contrario, es
agradable, pero sin permitir que el crío se exalte, será más fácil ponerle punto
final. Como comprenderéis, no le causará el mismo efecto que le contemos el
cuento Los tres cerditos cantando a voz en grito «¿quién teme al lobo feroz?»,
que se lo leamos tranquilamente.
Uno de los peligros de las siestas es que muchas veces se alargan demasiado,
lo que es contraproducente, porque rompen el ritmo del sueño del crío: por
más que nos apetezca, no podemos pretender que un niño que ha dormido
mucho durante el día, también lo haga por la noche. Por ello, en ocasiones no
tendremos más remedio que despertar a nuestro hijo. Tened en cuenta que
cada vez que un niño se despierta de una siesta, por mucho y bien que haya
descansado, le cuesta ponerse en marcha. Hay que tener paciencia y darle de
15 a 30 minutos de cariño y conversación suave para que recupere todas sus
facultades antes de volver a su actividad normal. Ni se os ocurra lavarle o
cambiarle antes, salvo que queráis arriesgaros a liar una buena. Moraleja: si
alguna vez tenéis que salir, calcular de antemano el tiempo que necesitaréis
para que recupere su buen humor.
SIESTA
No queremos poner fin a este capítulo sin pedir que hagáis una pequeña
reflexión. Muchas veces, los padres pecamos de tener expectativas poco
realistas con respecto al sueño de nuestros hijos. No es raro ver cómo parejas
que suelen acostar a su pequeño a las ocho de la tarde lo mantienen en pie
hasta las once en vísperas de un día festivo, esperando que así tarde más en
despertarse al día siguiente, lo que, por cierto, no suelen conseguir. Tampoco
es lógico que pretendamos que duerman larguísimas siestas, para que
nosotros podamos «descansar un rato», y luego se vayan a dormir «a su
hora». Tres cuartos de lo mismo para aquellos papás que esperan que sus
hijos se metan en cama a las ocho de la noche y no se levanten hasta la diez
de la mañana. ¡Se están pasando!
EL PIJAMA IDEAL
VOLVER A EMPEZAR
A partir de los 6-7 meses, todos los niños deberían ser capaces de:
[11]
Por problemas psicológicos (el 2 por ciento restante; nos ocuparemos de ello
al final de este capítulo).
[12]
Cuando esto sucede, los padres empiezan a utilizar las técnicas que les
parecen más lógicas para dormirlo como darle agua, mecerlo, cantarle,
cogerlo de la mano, mesarle el cabello, acariciarle la espalda… cualquier cosa
con tal de que el niño concilie el sueño (como hemos visto, no es raro que se
les acabe dejando dormir delante del televisor o que se le pasee en coche si
hace falta). Nada de esto suele bastar: aunque el niño caiga en brazos de
Morfeo, al cabo de poco tiempo se despierta otra vez —la paz dura como
mucho tres horas— y el drama vuelve a comenzar.
No vamos a insistir más sobre este punto, porque si habéis llegado hasta aquí
debe ser por algo. Desde este momento, lo que vamos a hacer es poner en
práctica todo lo que hemos aprendido hasta ahora. Sin embargo, antes de
empezar, debéis tener en cuenta que para que esta técnica dé resultado sólo
podéis hacer lo que os expliquemos, es decir, cuando os asalte una duda,
ceñíos a lo que hayáis leído, no hagáis nada que no se os haya explicado.
Ya sabéis que a dormir bien se aprende y que para adquirir un buen hábito
del sueño hace falta que se cumplan una serie de requisitos:
Dicho así parece fácil, pero seguramente vuestra seguridad esté bajo
mínimos, lo que no es de extrañar después de tantas recetas fallidas. No
importa. Desde este momento y durante todo el proceso de «reeducación»
habréis de actuar como si tuvierais las ideas muy claras, al menos en lo que
se refiere al sueño infantil (y no dudéis de que vuestro «corazoncito»
flaqueará cuando oigáis llorar a vuestro hijo). Recordad que lo importante no
es lo que le decís a vuestro pequeño, sino la actitud que le transmitís. Si lo
que percibe es vuestra seguridad, que estáis convencidos de que esto se hace
así y sólo así, vuestro hijo aprenderá con más facilidad[13] .
Ahora hemos de elegir los elementos externos que el bebé asociará con su
sueño, sin olvidar que han de permanecer a su lado durante toda la noche. De
entrada, necesitaremos algunos nuevos, porque el pequeño ya conoce todo lo
que hay en su habitación. Lo que haremos es crearlos. Para ello, mientras
Juanito esté cenando, papá le hará un dibujo, dejando que el crío participe de
la alegría del proceso creativo: «Mira lo que hago. Voy a usar el color naranja.
Vamos a pintarlo…». Como es natural, si el niño ya es capaz, puede participar
de una forma más activa. Bastará con un sencillo sol, aunque si el papá es un
buen dibujante puede complicarlo un poco más —un pajarito, un arbolito—,
pero siempre teniendo en cuenta a quién va dirigido.
Mamá, por su parte, puede construirle un móvil. Tampoco ha de ser algo del
otro mundo; bastará con un simple hilo del que cuelgue una bola de papel de
plata arrugada. Si no es tan bebé como para aceptar semejante ganga, ¿quién
no sabe dibujar y recortar un avión, un barco o una muñeca? No hace falta
que sea una obra de arte, lo importante es que el crío tenga algo nuevo en la
habitación, algo que no haya tenido nunca.
Para reeducar a vuestro hijo seguiremos los mismos pasos: primero un baño
relajante, después la cena, seguida de 5 a 10 minutos haciendo algo
agradable juntos (una nana, un juego relajado, un cuento) y, finalmente, darle
las buenas noches y salir de la habitación mientras el niño está aún despierto.
Si aún duerme con chupete deberéis comprarle varios, los que creáis
necesarios, y colocárselos donde se acueste. ¿Por qué? Pura lógica: cuando se
despierte en medio de la noche y busque su chupete debe encontrarlo porque,
si no, tendrá que llamaros para que se lo deis vosotros y no nos interesa que
eso ocurra.
Hecho esto, uno de los dos escoge un muñeco de los que ya tiene vuestro hijo
y le pone un nombre, digamos Pepito. Se lo presenta al crío y le comunica que
«a partir de hoy, tu amigo Pepito siempre dormirá contigo». Es importante
que el muñeco lo elijamos nosotros, es parte de nuestra estrategia para
demostrarle y demostrarnos nuestra seguridad: no podemos permitir que sea
el niño quien nos diga cómo se hacen las cosas, somos los papás quienes le
enseñamos el hábito de dormir. Si vuestro hijo es mayorcito, no caigáis en la
tentación de dejarle escoger a él. Tenga la edad que tenga, recordad que para
nosotros ha nacido hoy y vamos a tratarle como a un recién nacido incapaz de
valerse por sí mismo.
No es el niño el que le «dice» a sus padres cómo o qué necesita para dormir.
Son los padres los que enseñan el hábito de dormir a su hijo.
Como veréis, todos los elementos que hemos escogido no requieren un adulto.
Recordad que nuestro objetivo es que nunca más ni papá, ni mamá, ni el
biberón, ni nada que tengamos que quitarle sea un elemento que el pequeño
asocie a su sueño. Todo lo que hemos elegido (el dibujo, el móvil, el muñeco y
los chupetes) estará allí cuando se despierte. Puede que de entrada le haga
ascos al pobre Pepito, pero cuando se despierte a las tres de la madrugada, su
«fiel» amigo seguirá allí y, aunque no sea lo mismo que mamá o papá, que se
han ido, o el biberón, que ha desaparecido, estará a su lado y no lo
abandonará en ninguna circunstancia.
Ya podemos dar el siguiente paso. Son las 20.35 horas del «primer día de la
vida de vuestro hijo». El póster está colocado, el móvil y los chupetes
también, y Pepito y Juanito han sido formalmente presentados. Si no lo hemos
hecho aún, hemos de acostar al pequeño. Existen dos posibilidades, según el
lugar donde duerma:
Cuna
Cama
Entonces, uno de vosotros se dirige al pequeño y le dice algo así como: «Amor
mío, papá y mamá te van a enseñar a dormir solito. A partir de hoy dormirás
aquí, en tu cuna con el póster, el móvil, Pepito» y todo aquello que hayáis
escogido, es decir las cosas que están alrededor y que permanecerán junto a
él durante toda la noche. El «discurso» ha de durar unos 30 segundos, por lo
que es posible que debáis mencionarle hasta las cortinas y el corre pasillos
(su triciclo, si es mayorcito). No importa. Entienda o no lo que oye, lo
primordial es el tono… y eso es un decir, porque lo más probable es que en
ese momento esté llorando a moco tendido para lograr que las cosas vuelvan
a ser como hasta ahora (como ese pasado que para nosotros ya no existe). Ni
caso. Seguid hablando como si nada. Un truco para lograrlo consiste en estar
atentos a lo que decimos, es decir, concentrarnos en cada palabra que
pronunciamos mientras le explicamos cómo van a ser sus nuevas noches.
Cuando hayan pasado los 30 segundos, uno de los dos volverá a colocar a
Juanito en la cuna o en la cama, como crea que estará más cómodo, pero sólo
una vez. Le acercaréis los chupetes de forma que pueda alcanzarlos y le
diréis: «Buenas noches, amor mío, hasta mañana». Acto seguido, apagaréis la
luz y saldréis de la habitación, dejando la puerta cuatro dedos abierta. Si
estáis oyendo música o viendo la televisión, podéis bajar un poco el volumen,
pero sin convertir la casa en un cementerio, porque es Juanito quien se ha de
adaptar a vosotros y no vosotros a él.
Insistimos, da igual la edad que tenga vuestro hijo, para vosotros es un recién
nacido. La técnica para reeducarlo es exactamente la misma para niños de 6
meses a 5 años; lo único que cambia es que cuanto más mayor sea el crío,
más capacidad tendrá para utilizar dos «armas» muy peligrosas en vuestra
contra:
La palabra
La agilidad física
Después de todo lo dicho, no nos cabe la menor duda de que Juanito es un ser
inteligente, muy inteligente, y no va a doblegarse a nuestra voluntad a la
primera de cambio. Si el niño ve que lo dejan en su cuna/cama y no le dan el
tratamiento de siempre, ¿qué hará para recuperar sus privilegios? Ir
probando en busca de aquello que provoque la reacción que quiere de sus
padres.
¿Qué otros trucos utilizará? Aparte de pedir agua, decir pupa… trucos de los
que ya os hemos hablado, puede que vomite. No os asustéis, no le pasa nada:
los niños saben provocarse el vómito con suma facilidad. ¿Qué haréis?
Sulfuraos por dentro, pero manteneos impasibles por fuera; limpiad el
desaguisado, cambiadle las sábanas y su pijama. Si hace falta y continuar con
el «programa de actos» como si nada hubiera sucedido.
¿Qué más puede hacer Juanito? Llorar. Y no sólo llorará, sino que lo hará
mirándonos con la cara más penosa que pueda poner. Es su arma más
efectiva y lo sabe, al fin y al cabo, es el primer lenguaje mediante el cual se ha
hecho entender. Él sabe que cuando llora, uno de los dos (papá o mamá) le
suele responder primero y es a ése a quien dirigirá su mirada (su llanto), a la
espera de que pique. Está usando su lloriqueo como una forma de acción.
Pero los papás, a estas alturas, ya saben distinguir cuando llora por dolor o
para conseguir algo; por lo tanto, ya saben que Juanito no está «tan grave»,
por lo que deberán mostrarse tranquilos y seguir con su discurso. Una vez
acabado, aunque llore, y ellos lloren por dentro, se van.
No se crea esta situación para que el niño se duerma sino sólo para que la
asocie con un momento agradable antes de iniciar el sueño solo.
Si el niño llora, los padres deben entrar con pequeños intervalos de tiempo
para darle confianza, sin hacer nada para que se duerma o calle, hasta que el
niño concilie el sueño solo.
¿Cuánto? De entrada, sólo 1 minuto, pasado el cual, uno de los dos acudirá a
su llamada para que Juanito lo vea.
El caso es que Juanito se dormirá, pero como es un reloj que aún no ha sido
ajustado, al cabo de 1, 2 o 3 horas volverá a despertarse. ¿Y qué hará? Llorar
y/o gritar «sed», «hambre» o «miedo», por citar algunos ejemplos. ¿Y qué
haremos nosotros? Volveremos a enseñarle a dormir repitiendo todo el
proceso, respetando la tabla de tiempos. Como es el primer día, la primera
vez aguantaremos un minuto antes de entrar en su cuarto y echarle el
discursito: «Amor mío, mamá y papá entienden que estás muy enfadado,
porque te enseñamos a dormir, pero tú duermes aquí con tu amigo Pepito, el
póster… Buenas noches, hasta mañana». Y otra vez fuera. La segunda vez se
esperan 3 minutos antes de entrar y, a partir de la tercera, 5 minutos y así
hasta que vuelva a dormirse.
Hay que hacer esto independientemente de la hora que sea, porque el niño no
entiende de horarios. Pero mucho cuidado: cuando os despierte a las tres,
cuatro o cinco de la madrugada, lo más probable es que estéis agotados y, por
eso, será más fácil que caigáis en cualquiera de los trucos que utilice para
doblegaros. Bastará con que una sola vez hagáis lo que el niño os pida —agua,
una canción, darle la mano «un momento», brazos…— para que perdáis la
partida: todo lo que hayáis logrado se habrá esfumado, habréis perdido el
tiempo, porque se dará cuenta de que allí tiene una rendija por la cual
colarse, y será como volver a empezar. Si, por el contrario, seguís a rajatabla
esta técnica, os sorprenderán la rapidez y la efectividad de este método.
Las ojeras de Paula lo dicen todo. Hace poco que su hijo David empezó a
andar y, salvo las horas en que duerme, el pequeño se pasa todo el día de acá
para allá en busca de nuevos mundos. «Sólo de mirarle me canso», explica
resignada.
Aunque el sueño diurno ocupa gran parte de la vida de los recién nacidos, aún
no se puede hablar de la siesta propiamente dicha, porque ni siquiera
distinguen entre el día y la noche y, en estos momentos, su estado natural es
el de reposo, independientemente de la hora que sea.
Al principio tienen un ritmo biológico de unas 3-4 horas, período de tiempo en
el que son limpiados-alimentados-y-se-vuelven-a-dormir, y necesitarán de
unos meses para adaptarse al nuestro, de 24 horas[15] . Aunque no podéis
hacer mucho para acelerar este proceso, sí podéis ayudar a que se desarrolle
en las condiciones más adecuadas. Como ya hemos hablado de ello en el
capítulo III («Despacito y buena letra»), os invitamos a releerlo si lo creéis
necesario. Aquí sólo queremos insistir en aquellos puntos que consideramos
de mayor importancia y que provocan más dudas entre los papás:
8 mañana: desayuno
12 mediodía: comida
4 de la tarde: merienda
8 de la noche: cena
[16]
Aunque aún es muy chiquitín, hay que intentar que no se duerma durante la
toma. Si no, asociará sueño y comida y cada vez que deseéis que lo concilie
tendréis que alimentarle. Para mantenerlo despierto, habladle, acariciadle la
oreja o jugad con sus pies.
A partir de los cuatro meses es probable que vuestro bebé tienda a alargar la
última toma y que a menudo os veáis obligados a despertarle para alimentarle
a medianoche. Coincidiendo con esto, el pediatra os anunciará que a vuestro
hijo ya le basta con cinco ingestas diarias y os explicará qué tipo de comida
debéis darle y en qué cantidad. Cuando esto suceda, recomendamos que las
tomas se fijen a las ocho de la mañana, al mediodía, a las cuatro de la tarde, a
las ocho de la noche y a las dos de la madrugada.
8 mañana: desayuno
12 mediodía: comida
4 de la tarde: merienda
8 de la noche: cena
En cuanto a las siestas, aún seguirá durmiéndolas tras cada comida. Después
de la toma de las ocho de la mañana (su desayuno), es probable que descanse
entre las nueve y las once. Si duerme algo más o menos, no os preocupéis. De
hecho, a algunos bebés les basta con una hora. Cuando se despierte, si
queréis, podéis aprovechar para darle un paseo.
Después de la toma del mediodía (su comida), la siesta debe ser consistente,
es decir, durar entre dos y tres horas. Repetimos: algunos niños necesitarán
más tiempo, otros menos, por lo tanto, no alarmaros innecesariamente si
vuestro hijo no repite exactamente lo que decimos.
Tras la merienda, a las cuatro de la tarde, es posible que duerma algo menos.
Algunos bebés sólo descansan una hora, otros pueden llegar a tres. Cuando se
despierte, podéis darle otro paseo y, después, el baño y la cena (ocho de la
noche).
8 mañana: desayuno
12 mediodía: comida
4 de la tarde: merienda
8 de la noche: cena
Lo habitual es que a los 18 meses los pequeños sólo duerman una siesta al
día, la de después de comer (mediodía). Fácilmente, durará tres horas,
aunque si es más corta o más larga no temáis. De hecho, si el pequeño se
muestra vital y el pediatra le ve bien, ¿a qué viene preocuparse?
No importa si estamos lidiando con un bebé o con un niño más mayor, a estas
edades no dominan las cuestiones horarias y si lo hacen (hay muchos
sabelotodos de tres años) hemos de tener claro que quien sabe cómo se hacen
las cosas somos nosotros. ¡Y si aún dudáis, memorizar, el capítulo II!
Como veréis, el método es el mismo que utilizáis por la noche, sólo que con
dos variantes:
Los tiempos de espera. Para reeducar su hábito del sueño durante la siesta
esperaréis menos minutos antes de entrar en la habitación para consolarle si
está llorando (véase gráfico en página siguiente).
Cada niño es diferente. Mientras que algunos con sólo tres años apenas hacen
la siesta, otros necesitan dormir un mínimo de dos horas hasta cumplir los
cinco. En ambos casos, se trata de niños completamente normales.
VI
CUESTIONES HORARIAS
Al igual que sucede con los adultos, unos niños necesitan más horas de sueño
y otros menos. Dicho esto, sirvan las siguientes líneas a modo de orientación.
Los recién nacidos suelen dormir 16-17 horas diarias repartidas en períodos
que pueden variar de 2 a 6 horas. Lo habitual es que alrededor del tercer
mes, y con un poco de ayuda, empiecen a adoptar el ciclo día-noche, lo que
significa que durante el día duerman 3 o 4 siestas y su sueño nocturno
empiece a ser el más largo: entre 5 y 9 horas.
A los 6 meses duermen unas 14 horas diarias en total. Las siestas se han
reducido a dos y su sueño nocturno se prolonga entre 10 y 12 horas. A estas
alturas, si ha adquirido un buen hábito del sueño, será capaz de dormir toda
la noche de un tirón.
Entre los 12 y 24 meses su sueño nocturno disminuirá algo (13 horas) y poco
después del primer cumpleaños, la siesta se reducirá a una diaria,
generalmente después de comer. A partir de entonces, sus necesidades de
sueño irán en descenso.
3 meses: 15 horas
6 meses: 14 horas
2 años: 13 horas
3 años: 12 horas
5 años: 11 horas
Si, por el contrario, duerme más, comprobad que su crecimiento sea normal y
que cuando está despierto se muestre atento y activo. Si es así, no os
preocupéis; lo único que sucede es que os ha tocado en suerte un dormilón.
Puede que vuestro hijo haga el período de sueño más largo durante el día o
que se duerma muy temprano y se despierte de madrugada sin el menor
interés por volver a caer en brazos de Morfeo. No es el fin del mundo, podéis
reorganizar su sueño de una forma muy sencilla.
¿Hay algún truco para que nos deje dormir un poco más?
A menos que tenga hambre o alguna otra molestia, se quedará muy contento
en la cuna si tiene con qué entretenerse. Cuando son muy pequeñitos se
pueden distraer mirando su móvil o con cualquier otro juguete propio de su
edad. Además, tened en cuenta que si propiciáis que el bebé se sienta cómodo
—cambiándole el pañal o dándole el biberón—, es posible que ganéis una hora
de sueño.
¿Cómo vais a conseguir que aguante esas 2 horas —¡casi nada!— que median
entre las ocho y las diez? Preparando el escenario. La tarde anterior, cuando
salga del cole, los dos o al menos uno de vosotros, iréis con el pequeño a
comprar el desayuno de la mañana siguiente. Es importante que lo hagáis
juntos para que el niño sienta que participa. Elegís algo que le guste mucho:
un batido de chocolate en tetrabrik, un cruasán, magdalenas, lo que sea…
Una vez en casa, lo colocaremos en una mesita al lado de su cama, para que a
la mañana siguiente lo tenga todo a su alcance.
Otra buena idea es comprarle un juego «especial», uno que sólo se puede
sacar los sábados y domingos por la mañana. Es decir, le damos un elemento
nuevo que le ayude a pasar el rato y esperar todo ese tiempo.
OTROS PROBLEMAS
PARASOMNIAS
Sonambulismo (10-15%)
Pesadillas (45%)
SONAMBULISMO
¿Qué más hay que hacer? Salvo intentar reconducirlo a la cama, nada. No
debéis despertarlo. Aunque no es verdad que pueda morirse del susto, como
se cree erróneamente, le aturdiríais: él está durmiendo profundamente y no
entendería qué sucede. Lo mejor, pues, es hablarle muy despacio y utilizando
frases sencillas: «Vamos a la cama», «Ven conmigo…». No le hagáis
preguntas ni intentéis conversar con él. Una vez acostado, dejadlo tranquilo.
SONAMBULISMO
Ejemplo
Desde hace 5 meses, con una frecuencia aproximada de 3-4 veces al mes y
después de haber dormido 2-3 horas, sale de la cama, va hacia el lavabo y
orina en el suelo
PESADILLAS
Por regla general, los episodios duran unas semanas y están relacionados con
algún fenómeno externo que ha causado inquietud en el pequeño. Si el niño
está traumatizado por algo en concreto, se vuelven repetitivos. Por ejemplo, si
lo obligáis a comer y cada comida se convierte en un drama, si se siente
acosado de alguna manera… las pesadillas reflejan esa angustia. A medida
que disminuye la ansiedad diurna, los episodios también decrecen en
intensidad y frecuencia.
Si vuestro hijo tiene pesadillas, no hace falta que consultéis con un médico;
basta con que le ayudéis a tranquilizarse: dándole seguridad, vuestro hijo se
calmará y lo superará. Lo que no es aconsejable es que llevéis al niño a
vuestra cama, porque estropearíais el buen hábito del sueño.
PESADILLAS
Ejemplo
Paciente de 5 años
TERRORES NOCTURNOS
¿Qué hacer? Quedaos junto a él para vigilar que no se caiga si se mueve, pero
nada más. No tenéis más remedio que esperar a que se le pase intentando
mantener la calma. Al igual que las pesadillas, los terrores nocturnos suelen
aparecer alrededor de los 2-3 años y ceden espontáneamente al llegar a la
adolescencia.
TERROR NOCTURNO
Ejemplo
Los padres viven la situación con gran angustia, porque no consiguen calmar
a la niña. No les responde ni atiende a ningún estímulo que se le propone
BRUXISMO
SOMNILOQUIA
Puede que vuestro hijo grite, llore, ría o hable en sueños, preferentemente
durante la madrugada. Lo habitual es que diga palabras sueltas, inteligibles o
no, o frases muy cortas, que al día siguiente ni recordará. No hay que hacerle
caso porque está durmiendo. ¿Posibles problemas? Que si comparte
habitación con alguien, no lo deje dormir, o que si grita, se despierte a sí
mismo, aunque en este caso debería ser capaz de volver a conciliar el sueño
solo.
MOVIMIENTOS DE AUTOMECIMIENTO
RONQUIDOS
Aunque no se trata de una parasomnia, no queremos finalizar este capítulo
sin unas palabras sobre el ronquido, ya que del 7 al 10 por ciento de los niños
son roncadores habituales. Si es el caso de vuestro hijo, tened en cuenta que
es conveniente que consultéis con un especialista si lo hace de forma
persistente y, sobre todo, si notáis que durante el sueño respira con la boca
abierta y con cierta dificultad.
VIII
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
Es básico que escojáis una época que no coincida con traslados de domicilio
ni salidas de fin de semana, al menos durante 10 días, para no cambiar el
entorno del niño. También es importante que no haya influencias externas,
por lo que si tenéis a un familiar o amigo pasando unos días con vosotros,
posponed el tratamiento hasta que volváis a estar solos. No hay nada peor
que aguantar comentarios del tipo: «¿Estáis seguros de lo que vais a hacer?»,
o «¡Pobrecito niño!, en nuestra época aguantábamos y ya está. Hoy en día la
juventud no resiste nada».
Los abuelos están hechos para mimar a sus nietos; los papás para educar a
sus hijos. Esto significa que antes de pedirles que se queden con el niño una
noche deberán haber pasado al menos 10 días desde que se inició el
tratamiento y el niño ya debe estar durmiendo mejor, si es que no lo hace ya
sin problemas.
Bastará con que intentéis hacerles entender, superficialmente las normas más
básicas: horarios en que han de acostar al niño, que no han de hacer nada
para dormirlo, que no olviden su muñeco ni los chupetes si los usa… Ellos
harán lo que mejor les parezca, por lo que no os preocupéis ni os enfadéis.
Sin embargo, si los abuelitos cuidan al niño cada día deberán seguir
estrictamente las mismas instrucciones que vosotros, porque, ya lo sabéis, el
niño no puede recibir distintas consignas durante su aprendizaje. Todos los
que le enseñan a diario deben hacerlo de la misma forma (al igual que todos
las personas que le dan la papilla se la dan con cuchara).
Ya sabéis que cuando vomita (acción), vuestro hijo espera conseguir una
reacción: que lo cojáis en brazos, le deis un poquito de agua, lo acunéis y
estéis con él hasta que se duerma. Sin embargo, vosotros no podéis hacer
nada de lo que él espera: tenéis que cuidarlo (cambiarle la ropa), pero no
debéis modificar vuestra manera de enseñarle a dormir. Y, como es muy listo,
pronto aprenderá que su acción no sirve para nada y dejará de hacerla.
Podéis actuar de la misma forma si se hace caca o pipí. Si el niño se hace caca
como forma de llamar la atención, habéis de actuar igual que si fuera un
vómito. Si el niño os indica que se ha hecho pipí, no le hagáis caso
inmediatamente. De forma que él no se dé cuenta, averiguad si es cierto y
entonces, al cabo de unos minutos, le cambiáis los pañales, actuando igual
que si se tratara de un vómito. ¿Por qué hay que esperar un poquito? Si le
hacéis caso enseguida, encadenará un pipí tras otro, para teneros
constantemente a su vera. Si os lo tomáis con calma, percibirá que no puede
controlaros y acabará por desistir de usar su orina como forma de haceros
reaccionar.
Una vez hayáis hecho todo lo posible para mejorar el malestar que le provoca
la enfermedad, lo dejaréis con «Pepito, el póster, los chupetes y el móvil» y os
iréis. Esto no impide que, si el niño está muy excitado, paséis 1 o 2 minutos a
su lado hablándole suavemente. Eso sí, evitando que se quede dormido
mientras estáis dentro de su habitación.
Cuando vuelva a llorar no esperéis a que pasen los minutos que indica la tabla
de tiempos, simplemente acudid a su lado y repetid la operación: controlar la
fiebre, darle medicación si la precisa o paños húmedos para bajar la
calentura, es decir, hacer todo lo que podáis para aliviar su malestar; lo
dejaréis con «Pepito, el póster, los chupetes y el móvil» y os iréis.
Es habitual que los niños duerman bien en la guardería, porque allí llevan
unos horarios bien organizados —comen a las 12 del mediodía, meriendan a
las cuatro de la tarde— y les enseñan a hacer la siesta siempre a la misma
hora y con unas condiciones externas que siempre son iguales. Los
responsables de las guarderías no pueden tener una conducta distinta con
cada niño y en consecuencia suelen emplear unos hábitos correctos que el
niño aprende rápidamente.
¿Por qué unos niños padecen insomnio y otros no? ¿Hay causas hereditarias?
Ya sabemos que no es bueno darle bebidas con cafeína, pero ¿hay algún
alimento desaconsejable?
Todas las sustancias que sean de tipo estimulante pueden influir en el sueño.
La cafeína que se encuentra en el café y en los refrescos de cola puede
dificultar el inicio del sueño. También el cacao —lo encontramos en el
chocolate y las bebidas que lo contienen— puede entorpecer el sueño si se
toma de forma exagerada. Por ello, estos productos son desaconsejables
durante la cena o después de ésta.
El hábito higiénico, del cual el baño forma parte, se aprende como los demás
hábitos: relacionando objetos externos (agua, bañera, esponja, toalla…) con
una situación concreta (higiene). Da igual el momento del día en que se
realice el hábito, lo importante es hacerla siempre en el mismo orden, para
que el niño pueda relacionarlo con lo que vendrá después. El orden puede ser
baño, cena y sueño, o bien, si se realiza por la mañana, baño, desayuno,
paseo, etc. Lo primordial es procurar que siempre (o casi siempre) se realice
cada cosa a la misma hora y en las mismas condiciones.
El momento más aconsejable es entre las seis y las siete de la tarde, es decir,
antes de iniciar las rutinas de baño, cena y sueño. No es bueno que la mire
después de cenar y antes de acostarse, porque lo que vea puede excitarle y
porque, si le entra el sueño y se duerme delante del televisor ya lo estaremos
haciendo mal.
Por otra parte, una vez dado de alta, quedan las secuelas. En el hospital el
niño ha estado durmiendo en una habitación que no era la suya y, sobre todo,
ha tenido a mamá o papá constantemente a su lado. Él no comprende que sus
padres siempre estaban allí porque estaba enfermo y, por lo tanto, cree que
esta situación debe perdurar al regresar a casa.
Ante cualquier situación nueva es importante seguir con las mismas rutinas
de enseñanza, hablando con el niño de lo que está sucediendo —siempre
tranquilos, siempre seguros— para hacerle ver que el hermanito o la
guardería, por ejemplo, no son razones para cambiar sus hábitos de sueño.
Si el período de sueño más largo lo hace durante el día, indica que tiene un
ritmo de vigilia-sueño todavía desorganizado. Entonces, debemos actuar como
indicamos en el capítulo VI, en el que nos ocupamos de las cuestiones
horarias, para enseñarle a dormir correctamente.
Es muy frecuente que los niños se tomen un biberón o beban agua durante la
noche, pero esto no significa que realmente tengan hambre o sed. Siendo
lactantes, muchas criaturas aprenden que si lloran les «enchufan» un biberón
para que se duerman. La mayoría de las veces, lo que realmente piden es la
presencia de sus papás, porque necesitan su calor, pero como no saben
hablar para explicárselo, beben un poco —así los mantienen a su lado— y
después se duermen. Cuando se vuelven a despertar para reclamar compañía,
mamá o papá le vuelven a dar biberón y el niño bebe de nuevo, por lo que
interpretan que cada vez que llora es que tiene hambre o sed.
En cuanto han crecido un poco, estos niños, que, insistimos, no tienen un pelo
de tontos, se conocen el «truco» y lo utilizan para que sus padres sigan
acudiendo a su lado cada noche. Es decir, el agua/biberón ya se ha convertido
en una rutina asociada al sueño y emplean el llanto o la declaración de tener
sed o hambre como una acción para conseguir una reacción de sus padres. En
conclusión, que se tome el biberón no quiere decir que tenga hambre o sed.
A los niños se les debe dar agua durante el día, pero desde el momento en
que han terminado su cena, no debe ofrecérseles más. Un niño que bebe agua
abundante durante el día no tiene sed durante la noche. Si se despierta y pide
agua, en realidad está indicando que tiene un mal aprendizaje del hábito del
sueño y debemos proceder entonces como explicamos en el capítulo IV. Lo
mismo vale para el hambre: si come bien durante el día y su curva de peso es
la adecuada, a partir de los 6 o 7 meses no debería necesitar alimentarse en
medio de la noche.
Ya sabéis que el momento ideal para acostarlo es entre las 20 y las 21 horas,
porque el cerebro tiene más facilidad para «entrar» en sueño en ese
momento. No es verdad que si lo acostáis más tarde se dormirá antes (por el
contrario, se le habrá pasado la hora). Los papás que han intentado este
«truco» lo saben de sobra.
No debéis, pues, ser egoístas. Pensar que, sobre todo entre los 5 y los 7
meses, estáis ayudando a vuestro hijo a adquirir unos hábitos correctos de
sueño y que, de no ser así, repercutirá en su salud física y mental.
En primer lugar, debéis saber que los cólicos desaparecen entre el cuarto y el
quinto mes. Si es más pequeño, tened en cuenta que es muy difícil calmar a
un niño cuando llora por culpa de un cólico. Por lo tanto, si su llanto cede
rápidamente —entre 2 y 3 minutos— cuando lo atendéis, es que no existe tal
cólico. Se trata simplemente de una conducta aprendida para reclamar
nuestra atención.
CÓLICO
Llanto que no calma o tarda más de 15 minutos en hacerlo (Se produce tanto
de día como de noche)
Una pista más: los cólicos suelen empezar por la tarde o durante las primeras
horas del día y pueden durar varias horas. Los cólicos no se producen sólo por
la noche, no existe tal cosa.
Éste es uno de los argumentos más típicos para justificar el mal dormir de los
niños. La mayoría de nosotros cree que los dientes duelen cuando salen, pero
hasta la fecha nadie ha podido demostrarlo desde el punto de vista científico.
Por lo tanto, no podemos asegurar que el período de dentición produzca dolor
y que este «sufrimiento» altere el sueño del niño.
Si a vuestro hijo le están saliendo los dientes y se despierta por las noches
reclamando vuestra presencia, lo más probable es que también lo hiciera
antes de que empezara el período de dentición. Esto significa que no se está
despertando a causa del dolor, sino porque tiene unos malos hábitos del
sueño. Se impone reeducarlo.
¿Son aconsejables los medicamentos que se utilizan para «hacer dormir a los
niños»?
Los padres, a pesar de ser reacios a suministrar medicamentos a sus hijos, los
utilizan como último recurso ante la insostenible situación creada por las
dificultades de sus hijos para iniciar el sueño y, sobre todo, por sus frecuentes
despertares nocturnos. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que en
ningún caso los medicamentos inductores del sueño han solucionado el
problema.
En principio, no tiene por qué tener más o menos problemas que un niño que
haya nacido a término, porque los estímulos que ponen en hora su reloj
biológico son los mismos: luz-oscuridad, ruido-silencio, horarios de comidas y
hábitos del sueño.
Mi hijo de 2 años no quiere dormir la siesta. ¿Existe algún caso en el que sea
mejor evitar que la haga?
Desde que salió a la calle la primera edición de este libro, en marzo de 1996,
hemos recibo numerosas cartas de padres muy agradecidos por poder, ¡por
fin!, dormir «a pierna suelta», según expresión que utilizan muchos. Algunas
son de lo más simpáticas, como una en que tan sólo se lee «¡Gracias!», pero,
eso sí, tan grande que basta para llenar un folio ¡de tamaño Din A-3! Otras, la
mayoría, son enternecedoras, como la de una abuela que le regaló el libro a
su hijo «por temor a que mi nuera le abandonara. Ella estaba agotada porque
mi nieto de año y medio se despertaba cada noche un montón de veces. Un
día, tras ver al doctor en la tele, decidí comprarlo. Se lo di a Juan y le dije: “O
haces algo o tu mujer te planta”. Y no vean cómo se espabiló. Se lo aprendió
de memoria y se lo hizo leer a Alicia. A los pocos días el crío ya dormía, y ni
que decir tiene que están otra vez de buenas». En fin, hasta ahora Duérmete,
niño ha supuesto una riada de inmensa satisfacción para los autores, ¡para
qué negarlo!
Sin embargo, también hemos recibido algunas cartas —la verdad es que
pocas— de padres que nos han hablado de ciertas dificultades para conseguir
reeducar el hábito del sueño de su hijo. Por esta razón, a fin de profundizar en
los motivos que pueden dificultar el éxito del método, nos hemos puesto en
contacto con algunos de ellos y hemos revisado todos los historiales de los
pacientes infantiles tratados en nuestra consulta durante un período de siete
años; en total, 823 niños de edades comprendidas entre los seis meses y cinco
años.
Los problemas que hemos detectado son de dos tipos: reales y falsos. Los
analizamos a continuación.
PROBLEMAS REALES
Como es natural, hemos intentado escribir este libro de la forma más sencilla
y amena posible a fin de captar vuestra atención y lograr que entendieseis
perfectamente el método para solucionar los problemas de sueño de vuestro
hijo. Sin embargo, a veces no lo hemos logrado, porque algunos papás, con
demasiada prisa por resolver el problema, no se lo han leído de cabo a rabo,
sino «sólo lo que creíamos que era importante», y, ¡claro!, en el momento de
aplicar el método han flaqueado.
Es vital que los dos padres lean el libro por separado antes de empezar «el
tratamiento». No una vez, sino incluso dos si hace falta, al menos en lo que se
refiere a los capítulos 2 («No le durmáis vosotros, ha de lograrlo solo») y 4
(«Volver a empezar») cuando se trate de reeducar el hábito de sueño de su
hijo. Si no dominan el método, tarde o temprano su inseguridad aflojará y,
como el niño no tiene un pelo de tonto, logrará salirse con la suya.
Es posible, por ejemplo, que de lunes a viernes papá suela llegar tarde a casa
y nunca tenga ocasión de meter al niño en la cuna/cama. Sin embargo, ¿qué
ocurre los días festivos? Es probable que entonces sí desee o deba echar una
mano, pero si no domina el método puede echar por tierra los logros de
mamá. De ahí que sea básico que él también sepa con exactitud cómo ha de
actuar: no bastan las explicaciones de su mujer, debe leerse el libro para
entender la técnica también como ella.
Una tercera persona que vive en la casa interfiere en la aplicación del método
Por ejemplo, es bastante típico que la abuela, tras escuchar de boca de su hija
la técnica para reeducar el hábito del sueño infantil, suelte algo parecido a:
«¿Para eso has ido a ver al doctor/leído este libro? Eso no son más que
tonterías, lo que pasa es que ahora no tenéis paciencia, en mis tiempos sí que
sabíamos cuidar de los niños…».
Si los padres de la criatura, por los motivos que sea, tampoco están muy
seguros de cómo han de actuar, es posible que se dejen influenciar o acaben
cediendo ante los ruegos de la abuela: «Por una vez que le cojáis no pasará
nada». Gran error, una simple concesión y ¡adiós a los buenos resultados del
método! Si el pequeño se da cuenta de que gritando un poco más ella toma
cartas en el asunto y sale en su defensa, ¿qué hará?: berrear hasta dejarse los
pulmones. Y a la que la abuelita o vosotros le cojáis, ¡no habrá forma de
enseñarle!
Por lo tanto, es fundamental que cuando viva una tercera persona en casa —
incluidos los hermanos mayores y personal de servicio, si lo hay—, se les
explique que bajo ningún concepto deben interferir en la reeducación del
hábito de sueño del pequeño. Dicho de otro modo: la abuela podrá seguir
haciendo lo de siempre —sea bañar al niño, darle la cena, jugar…—, pero en
el momento de meterlo en cama y aplicar el método, tendrá que hacerse a un
lado y dejar que papá y mamá se encarguen del tema.
En caso de que no haya más remedio que dejar al niño a cargo de esta tercera
persona —intentad evitarlo a toda costa—, ésta deberá comprometerse a
respetar vuestros criterios. Tened en cuenta que si actúa como le venga en
gana, vuestros esfuerzos habrán caído en saco roto.
¿Qué hay que hacer en estos casos? Muy sencillo: volver a reiniciar la
enseñanza del hábito, haciendo caso omiso de todas las acciones que el niño
haga. Eso sí, es vital ayudarle a asumir la llegada del hermanito. Para ello,
durante el día hay que hacerle mucho caso y lograr que se sienta muy querido
e importante dentro de la unidad familiar. Sin embargo, en el momento de
acostarle hay que ser tajante en la aplicación del método y tratarlo,
independientemente de la edad que tenga, como si hubiera nacido ese mismo
día.
Ya hemos explicado que, como mínimo, durante los primeros diez días de
«tratamiento» no es aconsejable que el niño duerma en otro lugar que no sea
su propio dormitorio. Sin embargo, si no hay más remedio que trasladarlo, los
cambios deberán ser los menos posibles. Esto significa respetar estrictamente
sus horarios —no porque sea fin de semana permitiremos que se vaya a
dormir más tarde—, y llevarle el móvil, el póster, los chupetes y, sobre todo, a
Pepito . En definitiva, el lugar donde duerme el niño debe parecer lo más
posible a su dormitorio.
Los viajes largos pueden alterar al niño tanto como a los mayores a causa del
jet lag . En estos casos, es indispensable esperar un mínimo de diez días —
que, seamos sinceros, no resultarán fáciles— antes de intentar aplicar la
técnica, para que su reloj biológico se adapte al ritmo del lugar. Una vez
pasado este tiempo, nada os impide iniciar su reeducación.
FALSOS PROBLEMAS
Los «falsos problemas» son aquellas excusas bienintencionadas con que los
padres justifican no haber logrado reeducar el hábito de sueño de su hijo.
Básicamente son tres:
«Mi niño es muy nervioso»
Craso error . Es verdad que los niños muy inquietos suelen tener más
dificultades para aprender ciertos hábitos, pero también lo es que siempre
acaban aprendiéndolos. Además, a estas alturas ya deberíais saber que
cuando un pequeño no duerme bien, en vez de caer rendido, se excita. Por lo
tanto, es falso que no duerma porque sea muy inquieto; al contrario, está
nervioso porque no descansa bien. Esto significa dormir. Si descansa sus doce
horas seguidas y hace su siesta, y cuando se despierta se muestra hiperactivo,
entonces podréis afirmar que vuestro hijo es nervioso, pero si no las duerme
¡no! Dicho de otro modo, tanto si es tranquilo como si es nervioso, un niño
puede aprender a comer, lavarse los dientes, recoger sus cosas, dormir bien…
siempre y cuando sus padres le enseñen a hacerlo correctamente .
Cuando a los padres se les pregunta cómo saben que su hijo tiene hambre,
suelen contestar: «Porque llora y al darle el biberón se tranquiliza». Pues
bien, están muy equivocados . Los niños, como los adultos, pueden comer sin
hambre. Debéis de saber que, a partir de los seis meses, un bebé es capaz de
regular perfectamente su nivel de azúcar en sangre y si se le alimenta a las
ocho de la mañana, doce del mediodía, cuatro de la tarde y ocho de la noche
con las cantidades que el pediatra recomienda, no ha de tener sensación de
hambre durante la noche y, por tanto, ha de ser capaz de aguantar
perfectamente sin comer (nos referimos a ello en la página 30). Por lo tanto,
si se despierta llorando y le «enchufan» el pecho o el biberón y se calma, es
muy probable que no sea porque necesite alimentarse, sino porque ha logrado
lo que quería: que estuvieran con él.
Marzo de 1997
II
CARTAS
Ésa es, tal vez, la frase que más hemos pronunciado en casa desde el
20/11/97 hasta el 11/09/98.
El primer capítulo de su libro describe una por una las geniales ideas que
hemos tenido para intentar que los dos «pequeños monstruos» duerman,
excepto la de darles una vueltecita en el coche, que nos parecía demasiado…
al fin y al cabo, somos en cierto modo personas con preparación y ante todo
razonables.
No voy a entrar a describirle cómo han sido los casi diez primeros meses con
nuestras hijas en casa, aunque haré una lista:
ataques de nervios
buscar un piso más grande porque el nuestro sólo tiene dos habitaciones:
nosotros tenemos que dormir en algún sitio y yo ya estoy harto de dormir en
el salón con Laura mientras tú duermes en la que también era mi habitación
con Irene, ya que la otra no podemos usarla porque con lo que grita Laura
puede despertaros a Irene ya ti. Yo como tengo facilidad para dormir, da igual
si me despierto mil veces en una noche… aprovecho hasta cinco minutos de
sueño porque soy Supermán
Ahora se acuestan a las 20.30 o 21.00, duermen doce horas por la noche y
echan la siesta. No hay que dormirlas, se duermen.
Las niñas están de un humor estupendo, Laura está mucho menos nerviosa
que antes y no les molestan los dientes, el calor, los gases y sobre todo…
nosotros.
Enhorabuena por su libro y, sobre todo, gracias por escribirlo. ¿No tendrá
otro para solucionar los problemas del Atlético de Madrid?
¡QUE VOMITO!
OMS
ESPERANDO EL ALARIDO
Juan descansa en su cuna y a pesar de que llora una o dos veces durante la
noche, ni siquiera es necesario mirar el reloj porque se calla antes de que
pase un minuto. ¡Y qué descanso saber que no tienes que levantarte!
MJM
AL MONO, NI NOMBRARLO
Los tres primeros días se bajó de la cama y encendió la luz. Aunque nosotros
esperábamos a que se durmiera para apagarla, no queríamos que se
acostumbrara a dormir con ella, por lo que le explicamos que su mono nos
había contado que ella la encendía y que a él le molestaba. La niña nos
contestó que quitáramos al muñeco, ¡que no le gustaba! Como le replicamos
que por la ventana entraba suficiente luz para ver un poquito, no volvió a
encenderla, pero hasta la fecha no quiere saber nada del mono. Comenta que
está enfadada con él, pero no explica el porqué.
MGP
CUANTO MÁS LEJOS, MEJOR
Ese primer día, de haberle tenido a usted cerca, le habría dado en la cabeza
con algún trasto pesado. Mientras nuestra hija lloraba me acordaba de la
rotundidad de sus afirmaciones en el libro y me hubiera gustado verle sentado
junto a nosotros escuchándola. Sufrimos mucho ese primer día: dos horas de
llanto que partía el alma, pero, de pronto, silencio… Silvia se durmió
despertándose una sola vez en toda la noche. A la mañana siguiente, mi
marido y yo nos abrazamos y creo que le confesé que le besaría a usted para
agradecérselo.
SOMOS OTROS
Éste es un mensaje para decirles que, por fin, mis papás, después de casi un
año, pueden dormir. Fue comprar su libro, ¡bendito sea!, llevarlo a la práctica
y en tan sólo dos días, estaba durmiendo a pierna suelta. Lo más increíble es
que hasta este momento solía tomar biberones por las noches y despertarme
¡¡hasta diez veces!! Mis papis no se lo pueden creer y desde ese momento no
ha cambiado sólo mi carácter sino también el de ellos. Por todo esto le doy las
gracias en mi nombre y en el de mis papás.
EL MEJOR REGALO
Muchas gracias por este libro. Hoy es mi cumpleaños y que mi hijo duerma es
el mejor regalo.
GE
EDUARD ESTIVILL (Barcelona, España, 1948). El doctor Eduard Estivill es el
responsable de la Unidad de Alteraciones del Sueño del Instituto Dexeus de
Barcelona, España. En su consulta reciben tratamiento todas las alteraciones
del sueño, como el insomnio de niños y adultos, los ronquidos con o sin
apneas (paradas respiratorias durante el sueño), los sonambulismos, los
terrores nocturnos, el jet lag , la narcolepsia, etcétera. Es decir, se atiende a
personas que no duermen, que duermen demasiado, o bien que no dejan
dormir. En su Unidad de Alteraciones del Sueño, de prestigio mundial, viene
realizando un promedio de unas dos mil visitas al año, conjuntamente con sus
colaboradores, los doctores Barraquer, Cilveti y De la Fuente. Además, todos
ellos participaron activamente en programas de investigación y ensayos
clínicos de nuevos medicamentos, y ejercen una gran labor de difusión en los
medios de comunicación sobre la patología del sueño. Este libro es un
ejemplo de ello. Por último, cuentan con un servicio de información donde se
asesora sobre la necesidad o no de asistir a la consulta por una alteración
específica.
Notas
[1]Aunque pocos, se dan casos en que los padres acaban rechazando a sus
hijos, contra los que manifiestan actitudes agresivas: la mayoría de las veces
verbales, aunque también físicas. <<
[2]Estos casos son reales. Al igual que todos los que relatamos en estas
páginas, pertenecen al historial de algunos de nuestros pacientes, aunque por
razones obvias se han cambiado los nombres. <<
[5]Los bebes mayores de 6 meses que aún no han adquirido un buen hábito
del sueño suelen padecer insomnio. Si es el caso de vuestro hijo, no sufráis;
en el capítulo IV, «volver a empezar» os explicamos cómo enseñarle. <<
[6]
Para saber más sobre qué es normal y qué no, podéis leer el capítulo VI
«Cuestiones horarias». <<
[7]Normalmente, hará dos siestas: una tras el desayuno, de una o dos horas, y
otra después de la toma del mediodía, de dos o tres horas. <<
[8]
Para hacerlo aplicad la técnica que se explica en el capítulo IV. «Volver a
empezar». Si se despierta una o dos veces, no puede considerarse que
padezca un trastorno de sueño, pero también podéis reeducarlo. <<
[9]
«El truco» de cansarlo hasta que caiga rendido es contraproducente: el
paso previo a la aparición de la somnolencia es la relajación y, cuando lo
agotamos, lo sobreexcitamos. <<
[10]En el capítulo VII «Otros problemas» nos referiremos a las pesadillas, los
terrores nocturnos, el sonambulismo, etc. <<
[11]
Antes de poner el grito en el cielo porque vuestro hijo duerme menos,
sabed que puede que no necesite más. Leed el capítulo VI «Cuestiones
horarias». <<
[12]Si un niño sólo se despierta una o dos veces por noche, no podemos
hablar de insomnio infantil ni considerarlo alarmante, pero esto no significa
que no lo reeduquemos para que duerma de un tirón. Los padres también
tienen derecho a dormir sin interrupciones. <<
[14]
Si por razones de trabajo llegáis tarde a casa y es una canguro, quien lo
acuesta cada noche, será ella quien deba reeducar a Juanito. En definitiva, no
importa quién lo haga siempre que lo haga bien. <<
[15]En realidad, el ciclo dura casi 25 horas, pero cada día vamos
ajustándonos. <<
[17]Lo ideal es que se vaya a la cama entre las 20.00 y las 20.30 horas en
invierno y entre las 20.30 y las 21.00 en verano. <<
[18]
Dos horas de «regalo» deberían pareceros suficiente. Pedir que aguante
más es demasiado. <<
[20]Si el niño duerme desde las 20.00 horas hasta las 8.00 del día siguiente,
la primera mitad de la noche es la que se prolonga desde la hora de acostarse
hasta las dos de la madrugada, y la segunda mitad, el tiempo restante. <<