Una Aproximación A La Cultura de Paz en La Escuela

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“El presente artículo analiza la función social de la escuela y los efectos que la
experiencia escolar tiene en la vida de los sujetos implicados en ella. Pretende
fundamentar la posibilidad de incorporar la Educación para la paz dentro de la
dinámica del sistema educativo como una opción que intenta definir su tarea
socializadora en respuesta a los problemas que plantea actualmente la sociedad.
Se presentan propuestas para convertir los centros de educación inicial en
espacios de paz, partiendo de los principios planteados en el Manifiesto 2000 de la
UNESCO por una cultura de paz”.

Escrito por: Osmaira Fernández. Licenciada en Educación y en Educación Especial. La


Universidad del Zulia. Magister en Orientación, en el área de Educación. Profesora
Asociada del Departamento de Educación y Jefe del Departamento de Educación
Preescolar, La Universidad del Zulia.

El Sistema Educativo es una institución social que surge históricamente para


cumplir una serie de funciones entre las que destaca la tarea de socializar a los
individuos, es decir, formar a los hombres y mujeres que las sociedades
necesitan para funcionar, desarrollando los rasgos de personalidad, valores,
actitudes y comportamientos básicos requeridos para la interacción social. En
la actualidad se ha enfatizado la importancia de la institución escolar como
agente de socialización al favorecer la reproducción de los valores y actitudes
dominantes de las sociedades.

Sin embargo, el Sistema Educativo es una realidad compleja por encontrarse


inmerso dentro de la sociedad, por ello, está estrechamente vinculado a los
ámbitos político y económico, entre otros. De allí, que para comprender la
naturaleza de la experiencia escolar y poder gestionarla eficientemente es
indispensable partir de un análisis complejo de la estructura social y de los
intereses y conflictos que la constituyen. Además, históricamente, la escuela ha
sido lugar de conflicto, de búsqueda y construcción de alternativas. Por ello, la
educación debe ser analizada desde una perspectiva diferente, asumiendo que
ésta puede contribuir con la formación de ciudadanos capaces de modificar las
relaciones sociales existentes, es decir, es posible plantearse una opción de
cambio en la escuela. Desde esta mirada, la paz debe considerarse como una
opción alcanzable dentro de la escuela.

Para Fernández (1997) es necesario promover experiencias que hagan crecer


en los sujetos, y así en la sociedad, el campo de los derechos de la persona.
Ello implica un currículo radical y una confianza incondicional en las personas.
Este es uno de los objetivos de la Educación para la Paz.

La cultura escolar es el ámbito donde se puede viabilizar una cultura de paz a


través del tipo de relaciones interpersonales que se establecen entre docente –
alumno, entre los niños y sus compañeros, entre las relaciones jerárquicas del
personal de la institución, y por supuesto, en la relación que la institución
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establece con los padres de familia. De esta forma, la cultura escolar es


concebida como una red compleja de interacciones donde se puede estar
construyendo o no una cultura de paz.

Fernández (1997) define la cultura escolar como

“el conjunto de valores morales, conocimientos, hábitos, actitudes,


comportamientos personales, relaciones sociales, etc., que son
específicos suyos y como la naturaleza propia de la institución” (p. 34).

Si se concibe la función de la escuela como meramente reproductora, esta


cultura escolar es incuestionable por responder a los ideales de la sociedad.
Representa la cultura social legítima. Por el contrario, si se concibe a la escuela
como promotora de cambios sociales, es a través de ella que se hace posible
la promoción de una nueva cultura… la cultura de paz.

Una cultura escolar promotora de paz desarrolla una actitud de respeto mutuo,
en la igualdad valórica de las personas, en la tolerancia y el amor mutuo,
determinantes en la resolución pacífica de conflictos, así como en la promoción
y desarrollo de un pensamiento autónomo.

Desde esta concepción, la cultura de paz aparece como una opción interesante
al intentar describir, a partir de los elementos propios de la cultura escolar, la
forma como la educación pudiera estar contribuyendo o no a la conformación
de alumnos críticos, autónomos y solidarios, capaces de superar el vacío moral
dominante, y que valoren su compromiso para la construcción de sociedades
mas justas y más humanas.

Además, por ser el currículo el medio a través del cual se concreta la


escolarización, es importante estudiar cómo la violencia estructural está
inmersa o no dentro de éste.

No obstante, la construcción de una cultura de la paz es un proceso lento y


complejo. En este sentido, la educación juega un papel fundamental al
contribuir en la formación de valores de los futuros ciudadanos, sin embargo,
esto no es suficiente; es indispensable que la sociedad, desde los diferentes
ámbitos implicados apoye proyectos y programas dirigidos al fomento de la
paz, generando, de esta forma, un proceso de reflexión sobre cómo se puede
incidir en la construcción de la cultura de la paz, desde la política, los medios
de comunicación, desde la familia, las empresas, desde las organizaciones no
gubernamentales, desde la economía, etc. Se trata de integrar una conciencia
colectiva sobre la necesidad de una cultura de la paz. Además, sería adecuado
conocer en qué dirección se debe cambiar, qué modelos de hombres se deben
construir para acercarse a una cultura de paz.

En síntesis, la educación para la paz exige la comprensión de la complejidad.


Al mismo tiempo, las actitudes que la promueven (respeto, diálogo, tolerancia)
son las que permiten una acción profunda de la complejidad a partir de la cual
pueden generarse actitudes en pro de la humanidad.
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Desde la década de los treinta María Montessori manifestó una preocupación


en torno a los problemas relacionados con la paz. Partiendo de profundas
convicciones en torno a las potencialidades de los niños, estableció que el
logro de una paz duradera es obra de la educación: ”la educación es la mejor
arma para la paz” (1998, p. 55)

En el año 1997 la Asamblea General de la Organización de las Naciones


Unidas proclamó el Año 2000 como el Año de la Cultura de paz. Para celebrar
tan importante ocasión un grupo de Premios Nobel redactó el manifiesto que
contiene una serie de principios claves con los cuales es necesario que todo
ciudadano se comprometa en la vida cotidiana, en la familia, en el trabajo, la
comunidad, el país y la región para lograr la cultura de paz.

Estos son:

Respetar la vida y la dignidad de cada persona, sin discriminación ni


perjuicios;
Practicar la no violencia activa, rechazando la violencia en todas sus
formas: física, sexual, sicológica, económica y social, en particular hacia
los más débiles y vulnerables, como los niños y los adolescentes;
Compartir el tiempo y los recursos materiales, cultivando la
generosidad a fin de terminar con la exclusión, la injusticia y la opresión
política y económica;
Defender la libertad de expresión y la diversidad
cultural, privilegiando siempre la escucha y el diálogo, sin ceder al
fanatismo, la maledicencia y el rechazo del prójimo;
Conservar el planeta, promoviendo un consumo responsable y un
modo de desarrollo que tenga en cuenta la importancia de todas las
formas de vida y el equilibrio de los recursos naturales;
Redescubrir la solidaridad, contribuyendo al desarrollo de la
comunidad, propiciando la plena participación de las mujeres y el
respeto de los principios democráticos, con el fin de crear juntos nuevas
formas de solidaridad.

Algunas investigaciones realizadas por Díaz-Aguado (1992) sobre cómo


favorecer la tolerancia y prevenir la violencia en el aula, proponen cuatro
procedimientos que pueden contribuir a dichos objetivos: la discusión entre
compañeros, el aprendizaje cooperativo, enseñar a resolver conflictos
sociales y la democracia participativa.

Entre estos procedimientos destaca el aprendizaje cooperativo en equipos


heterogéneos, como el de aplicación más generalizada para educar en valores
como la cooperación, la igualdad, la solidaridad, la responsabilidad o la
tolerancia.

Además, fomentar el trabajo cooperativo supone abrir espacios de diálogo y


posibilitar la creación de un pensamiento de equipo. La paz no implica
solamente la ausencia de conflictos sino la capacidad de manejar dichos
conflictos y superarlos a través del diálogo, la cooperación o cualquier otro
método no violento.
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El docente debe decidir cómo actuar ante los conflictos para preservar los
derechos de todos y cómo favorecer la construcción de normas. En cada caso,
puede encontrar un abordaje educativo al conflicto, y no siempre es sencillo.
Aparecen dificultades si hay valores en juego o si el educador debe revisar sus
propias actitudes. La resolución de conflictos es tan educativa como el
desarrollo de temas curriculares.

El maestro debe intervenir en los conflictos para evitar que estos no se


profundicen, evitar que se pase de la agresión verbal a la violencia física y
analizar la causa del conflicto desde una perspectiva amplia, es decir abarcar
todos los contextos y las personas que pudieran influir en el mismo. La actitud
de un docente ante la resolución de un conflicto debe tomar en cuenta también
la evolución moral de los niños. Sancionar o coaccionar a un niño no es la vía
para resolver los conflictos en el aula.

La sanción permite el cumplimiento de la norma pero con base en la autoridad


externa. Poner al niño en evidencia, no sólo no es constructivo, sino que es
contraproducente, puesto que podría dañar su autoestima.

Para decidir cómo actuar el educador tomará el hecho en su contexto, lo que


significa considerar la edad del niño, su personalidad, su historia personal y
grupal, su situación actual y las normas sociales del entorno. Las sanciones
tienen escasa o nula eficacia para la modificación de las conductas
desajustadas y suelen terminar con la exclusión del grupo de los niños que
presentan dificultades. Lo más acertado es una actitud de apoyo efectivo, sin
dejar de lado la necesidad de imponer normas.

Por otra parte, ignorar los conflictos o minimizarlos puede ser riesgoso. En
algunos casos puede funcionar, pero en otros, el conflicto no resuelto se
convierte en un obstáculo.

Uno de los principios necesarios para fomentar una cultura de paz en la


escuela es la creación colectiva de acuerdos de convivencia. Para ello es
importante que los educandos puedan establecer sus propias normas para
facilitar un clima de convivencia, y en esa construcción colectiva, surjan nuevos
“significantes”.

Entre las principales actividades que se deben fomentar para lograr un clima de
armonía dentro y fuera del aula se encuentra el desarrollo de la capacidad de
escucha, esto debido a que el diálogo es el fundamento de las relaciones
interpersonales. Por ello, saber escuchar al otro se convierte en piedra angular
en la educación para la paz.

La paz se concibe en la actualidad como una realidad posible y positiva,


como una conciencia social y una forma de vida caracterizada por el
rechazo a la violencia como forma de resolver los conflictos, el diálogo,
la cooperación, el respeto a uno mismo y a los demás, la adhesión a los
derechos humanos, etc.
La construcción de una cultura de paz requiere principalmente de un
compromiso de toda la humanidad. El mundo actual está urgido de una
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conciencia colectiva al servicio de la dignidad humana. En este sentido,


la responsabilidad del Sistema Educativo debe estar dirigida a la
promoción de conciencia colectiva que incorpore los valores, las
actitudes y los comportamientos que fomentan la cultura de paz.
Es indispensable que exista una interacción entre la cultura de la paz y
la educación ya que ésta última posibilita la construcción de modelos y
significados culturales nuevos.

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