Sarlo, Beatriz - Decir y No Decir, Erotismo y Represión
Sarlo, Beatriz - Decir y No Decir, Erotismo y Represión
Sarlo, Beatriz - Decir y No Decir, Erotismo y Represión
José
Ortega y Gasset redactó el epílogo del primero de Victoria Ocampo, De Francesca a
Beatrice. Julián Lastra (un ya olvidado) firma el prólogo a la inquietud del rosal de
Alfonsina Storni en 1916. Las diferencias son muy obvias y conducen al origen social
directamente y a la futura colocación en el campo intelectual de estas tres mujeres. Aquí
se leerán las diferentes modalidades de construcción de un lugar para la voz femenina
en este período.
Norah Lange y Victoria Ocampo. Brandán Caraffa las comenta en Proa. Sitúa
a las dos mujeres en el lugar que les reconoce la cultura (Una azoradamente niña, y la
otra sabiamente femenina, marcan la hora más clara de su evolución espiritual).
Resumen imágenes clásicas y complementarias: mujer sabia y mujer niña, dos vestales
inconscientes: carentes de saber. Las coloca en el lugar de la “evolución” y no en el de
ruptura, y nuevas poéticas que representa Proa.
Las obras comentadas son “naturales”. En Norah Lange, la técnica es natural,
por lo que se olvida de ella. De Victoria Ocampo que nunca ha oficiado escuelas y que
es escritora por naturaleza, en un bello cofre de intimismo, matiz y amor. Brendán
Caraffa habla, con un sólido de ideología, el discurso de la sociedad sobre las mujeres:
aceptadas, comentadas, halagadas pero mantenidas en su lugar. Resalta la cualidad
natural que los une porque están unidos por el sexo de sus autoras. Ya es admisible que
las mujeres escriban, pero deben hacerlo como mujeres o poniendo de manifiesto que al
hacerlo no contradicen la cualidad básica de su sexo. El hombre es cultura, y la mujer
naturaleza. Las operaciones que el hombre realiza con la cultura (partir, enfrentar con
otros ismos y tendencias) la mujer las repara: ella no parte, sino que conserva.
Se mira el ingreso de Victoria Ocampo y Norah Lange en el campo
intelectual, aunque el lugar que se les ofrece esté próximo a las funciones femeninas
tradicionales. El lugar de poetisa de permite incluir a Norah Lange, porque es más que
una práctica literaria: define en cambio valores estéticos y sociológicos. Es el caso de
Alfonsina Storni. Borges describe a Norah casi desprovista de esa fiscalidad pesada y
retórica tardorromántica de Alfonsina. Norah es algo así como una prima, es la literatura
y el hogar, el happening martinfierrista y las estrictas normas morales que rigen en la
casa de la calle Tronador (pertenece a la vanguardia pero la resguarde de las hechiceras
bohemias, aún incómodas). Continuidad y novedad: evolución, como la define Brandán.
Libertad en el marco de restricciones, porque la familia Lange no permite que sus hijas
asistan a los banquetes nocturnos de los martinfierristas.
Desde la perspectiva de la vida de relación, el ingreso de Norah Lange al
campo cultural parece, casi, una prolongación del escenario armado en la casa paterna.
Escribe el amor de manera que puede ser reconocido por Borges como de naturaleza
común, a diferencia de Storni o Delmira Agustini, que exhiben la femineidad , la
sexualidad y la sensualidad de los afectos.
Alfonsina trabaja con la materia de su sexualidad, desde las poéticas del
tardorromanticismo cruzado con el modernismo. Una escritora sin gusto. Norah Lange,
en cambio, está en contacto con la vanguardia desde sus quince años, y su poesía
corresponde a una niña de familia que conoce los textos fundadores del ultraísmo
porteño. El contacto físico, las caricias o los besos están acompañados de un tropo que
los aleja del cuerpo, desmaterializa y purifica por el recurso a la niñez. Es cierto que
escribe favorecida por su relación personal y literaria con el grupo martinfierrista que se
reúne en su casa los fines de semana. Pero también padece las restricciones y límites de
una mujer cuyos poemas van a ser leídos por esos amigos de la familia y por la familia
misma. El simbolismo y el ultraísmo le permiten una primera máscara que alejan el
amor y lo deserotizan. La materia de estas imágenes funciona como segundo filtro:
niños, cruces, rosarios, estados de comunicación religiosa con el amante y con la
naturaleza. Para escribir sobre el amor, se tiene que despersonalizar y desmaterializarse,
porque la sociedad familiar en la que sigue inserta fija las condiciones y su moral pone
los límites dentro de los cuales es legítima y aceptable la expansión de los sentimientos.
Nota: Para Silvia Molloy, dos son las formas aceptables de un yo femenino
público hasta las primeras décadas del SXX: “el convencionalmente efusivo” de las
poetisas y el de las educadoras que transmiten convenciones éticas, no estéticas. Una
doble figuración social que permite ingresar, como obstáculos, en la esfera pública y
cultural a las mujeres.
Alfonsina: la poetisa