El Papel y La Tinta

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EL PAPEL Y LA TINTA

Estaba una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella,
cuando una pluma, bañada en negrísima tinta, la mancho llenándola de
palabras.
¿No podrias haberme ahorrado esta humillación? Dijo enojada la hoja de
papel a la tinta. Tu color negro me ha arruinado para siempre.

No te he ensuciado. Repuso la tinta. Te he vestido de palabras. Desde ahora


ya no eres una hoja de papel, sino un mensaje. Custodias el pensamiento del
hombre. Te has convertido en algo precioso.
En efecto, ordenando el despacho, alguien vio aquellas hojas esparcidas y
las junto para arrojarlas al fuego. Pero reparo en la hoja "sucia" de tinta y la
devolvio a su lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra.
Luego, arrojo las demas al fuego.
LA AVENTURA DEL AGUA

Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio


mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego:

-¿Podrías tú ayudarme a subir mas, alto?

El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire,


transformándola en sutil vapor.

El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más
ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las
partículas de vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse
apretadamente, volviéndose más pesados que el aire y ca-yendo en forma
de lluvia. Habían subido al cielo Invadidas de soberbia y fueron
inmediatamente puestas en fuga. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de
esta forma, el agua estuvo durante mucho tiempo prisionera del suelo y
purgó su pecado con una larga penitencia
CARRERA DE ZAPATILLAS

Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se
levantaron temprano porque ¡era el día de la gran carrera de
zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago.

También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era
tan presumida que no quería ser amiga de los demás animales.

La jirafa comenzó a burlarse de sus amigos:

- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.

- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.

- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.

Y entonces, llegó la hora de la largada.

El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra,


unas rosadas con moños muy grandes. El mono llevaba unas
zapatillas verdes con lunares anaranjados.

La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando


estaban a punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso
a llorar desesperada.

Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus
zapatillas!

- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.

Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a


hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto,
todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos
podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.

Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y


vinieron las hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas
para atarle los cordones.

Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus


marcas, preparados, listos, ¡YA!

Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado


una nueva amiga que además había aprendido lo que significaba
la amistad.

Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como


son.
LA RATITA BLANCA
El Hada soberana de las cumbres invito un día a
todas las hadas de las nieves a una fiesta en su
palacio. Todas acudieron envueltas en sus capas de
armiño y guiando sus carrozas de escarcha. Pero una
de ellas, Alba, al oír llorar a unos niños que vivían en
una solitaria cabaña, se detuvo en el camino.
El hada entró en la pobre casa y encendió la
chimenea. Los niños, calentándose junto a las
llamas, le contaron que sus padres habían ido a
trabajar a la ciudad y mientras tanto, se morían de
frío y miedo.
-Me quedaré con ustedes hasta el regreso de sus
padres -prometió ella.
Y así lo hizo; a la hora de marchar, nerviosa por el
castigo que podía imponerle su soberana por la
tardanza, olvidó la varita mágica en el interior de la
cabaña. El Hada de las cumbres contempló con enojo
a Alba.
¿Cómo? , No solo te presentas tarde, sino que
además lo haces sin tu varita? ¡Mereces un buen
castigo!
Las demás hadas defendían a su compañera en
desgracia.
-Ya sé que Alba tiene cierta disculpa. Ha faltado, sí,
pero por su buen corazón, el castigo no será eterno.
Solo durará cien años, durante los cuales vagará por
el mundo convertida en ratita blanca.
Amiguitos, si ven por casualidad a una ratita muy
linda y de blancura deslumbrante, sabrán que es
Alba, nuestra hadita, que todavía no ha cumplido su
castigo...
SECRETO A VOCES

Gretel, la hija del alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero no sabía
guardar un secreto.

-Qué hablabas con el Gobernador?

-le preguntó a su padre, después de observar una larga conversación entre


los dos hombres.

-Estábamos tratando del gran reloj que mañana, a las doce, vamos a colocar
en el Ayuntamiento. Pero es un secreto y no debes divulgarlo.

Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente estaba en la plaza
con todas sus compañeras de la escuela para ver colocar el reloj en el
ayuntamiento.

¡Ay!, el tal reloj no existía. El alcalde quiso dar una lección a su hija y en
verdad que fue dura, pues las niñas del pueblo estuvieron mofándose de ella
duran-te varios años. Eso sí, le sirvió para saber callar a tiempo.
DE SONRISA A SONRISA

Una mañana, Patricia se despertó asustada por un sueño que había


tenido. Soñó que a todas las personas que conocía se les había
borrado la sonrisa.

Estaba rodeada de gente muy triste, con caras alargadas, con el ceño
fruncido, con rostros llenos de amargura, cosa que no le agradó nada.

Hasta su mamá, que era muy alegre y siempre tenía un chiste para
compartir, solo gritaba y mostraba mal humor.

De igual manera su padre y hermano; por no hablar de la maestra,


que tenía un rostro de estatua, y sus compañeros de clase, quienes ni
con una broma reían.

Esto angustió mucho a Patricia, ya que siempre pensaba que la


sonrisa era la forma natural de comunicarse para entender al
amigo, al hermano y a los padres.
Esto lo pensaba debido a que sus mejores ratos los había vivido
cuando todos los miembros de la familia se reían, y sabía lo
importante que era ese pequeño gesto para mantenerse unidos y
comunicarse.

Patricia cada vez se sentía más sola e incomprendida, nadie sonreía a


su alrededor e incluso ella llegó a dejar de sonreír y comenzó a llorar,
temiendo que nunca volvería a ver feliz a nadie.

Pero llegó al punto de que el susto invadió todo su cuerpo y de


repente se despertó. Se dio cuenta de que estaba en su cama, a salvo,
y dijo:

- Bufff....Menos mal que solo fue un sueño.

En ese momento su mamá llegó a la cama con el desayuno y una


tremenda sonrisa, dándole un beso y diciéndole que el día hay que
empezarlo feliz.
LA LIEBRE Y LA TORTUGA
Había una vez una liebre muy vanidosa que se pasaba todo el día presumiendo de
lo rápido que podía correr.
Cansada de siempre escuchar sus alardes, la tortuga la retó a competir en una
carrera.
—Qué chistosa que eres tortuga, debes estar bromeando—dijo la liebre mientras
se reía a carcajadas.
—Ya veremos liebre, guarda tus palabras hasta después de la carrera— respondió
la tortuga.
Al día siguiente, los animales del bosque se reunieron para presenciar la carrera.
Todos querían ver si la tortuga en realidad podía vencer a la liebre.
El oso comenzó la carrera gritando:
—¡En sus marcas, listos, ya!
La liebre se adelantó inmediatamente, corrió y corrió más rápido que nunca.
Luego, miró hacia atrás y vio que la tortuga se encontraba a unos pocos pasos de
la línea de inicio.
—Tortuga lenta e ingenua—pensó la liebre—. ¿Por qué habrá querido competir, si
no tiene ninguna oportunidad de ganar?
Confiada en que iba a ganar la carrera, la liebre decidió parar en medio del camino
para descansar debajo de un árbol. La fresca y agradable sombra del árbol era
muy relajante, tanto así que la liebre se quedó dormida.
Mientras tanto, la tortuga siguió caminando lento, pero sin pausa. Estaba decidida
a no darse por vencida. Pronto, se encontró con la liebre durmiendo plácidamente.
¡La tortuga estaba ganando la carrera!
Cuando la tortuga se acercó a la meta, todos los animales del bosque comenzaron
a gritar de emoción. Los gritos despertaron a la liebre, que no podía dar crédito a
sus ojos: la tortuga estaba cruzando la meta y ella había perdido la carrera.

LA GRATITUD DE LA FIERA

Había una vez un esclavo al servicio de Roma, que escapó de su amo para
refugiarse en el bosque. Su nombre era Androcles, y una vez en las montañas,
decidió guarecerse de los guardias que le perseguían, y se ocultó en una
enorme cueva.

Aún en la tenebrosa oscuridad de la cueva, Androcles pudo notar la presencia


de imponente león. La fiera se encontraba tumbada en el suelo con una pata
herida, y ante la mirada del esclavo lanzó un rugido de dolor incontenible.

“No temas, amigo león. Te ayudaré para que te recuperes pronto” le dijo
Androcles conforme se iba acercando poco a poco al animal. En un comienzo,
el león mantuvo su fiereza, hasta que, poco a poco, Androcles logró ganarse su
confianza. El esclavo extrajo una flecha clavada en la pata del león, y curó su
herida con agua limpia.

Al cabo de un tiempo, Androcles y la fiera comenzaron a convivir con


tranquilidad escondidos en la cueva. Cierto día que el muchacho salió en
busca de alimentos, le capturaron los soldados del emperador, y le llevaron
consigo a la ciudad para que sirviera en el circo.
A los pocos días, Androcles fue arrojado a un foso pestilente. El lugar se
encontraba repleto de personas curiosas y desesperadas por ver la batalla.
Ante los ojos de aquel joven apareció un temible león, que venía acercándose
hacia él con grandes zancadas. En ese preciso instante, el león quedó parado
frente a Androcles y para sorpresa de todos, comenzó a rugir cariñosamente
acariciando su cabeza contra el cuerpo del esclavo.

“Emperador, perdone la vida de este esclavo, pues ha logrado someter al león”


– gritaban a coro los presentes, y el emperador así lo hizo. Androcles fue
puesto en libertad, y nunca se supo que aquel león, era en verdad aquel de la
cueva que tanta amistad había hecho con Androcles.
EL NIÑO Y LOS CLAVOS

Había un niño que tenía muy, pero que muy mal carácter. Un día, su
padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera
la calma, que él clavase un clavo en la cerca de detrás de la casa.

El primer día, el niño clavó 37 clavos en la cerca. Al día siguiente,


menos, y así con los días posteriores. Él niño se iba dando cuenta que
era más fácil controlar su genio y su mal carácter, que clavar los
clavos en la cerca.

Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni una sola


vez y se lo dijo a su padre que no tenía que clavar ni un clavo en la
cerca. Él había conseguido, por fin, controlar su mal temperamento.

Su padre, muy contento y satisfecho, sugirió entonces a su hijo que


por cada día que controlase su carácter, sacase un clavo de la cerca.

Los días se pasaron y el niño pudo finalmente decir a su padre que ya


había sacado todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó a su
hijo, de la mano, hasta la cerca de detrás de la casa y le dijo:
- Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta
cerca, pero fíjate en todos los agujeros que quedaron en la cerca.
¡Jamás será la misma!

Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal
genio, enfado y mal carácter, dejas una cicatriz, como estos
agujeros en la cerca. Ya no importa tanto que pidas perdón. La herida
estará siempre allí. Y una herida física es igual que una herida verbal.

Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas
joyas a quienes hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a
mejorar. Te escuchan, comparten una palabra de aliento y siempre
tienen su corazón abierto para recibirte.

Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los


clavos, hicieron que el niño reflexionase sobre las consecuencias
de su carácter. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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