Guía de Trabajo Cosmovisión Fantástica

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Materia: Lengua y Literatura Curso: 5to. Prof.

Verónica Vera

Actividades de la cosmovisión fantástica

Objetivos:
Leer cuentos fantásticos y textos de estudio.
Seleccionar y resumir información sobre el género fantástico.
Conocer las características del fantástico.
Reconocer en las obras literarias leídas los aspectos del fantástico.

COSMOVISIÓN FANTÁSTICA

➔ Actividades para "Continuidad de los parques", de Julio Cortázar.

1. Investigá sobre el autor y escribí una biografía de no más de 5 renglones.


2. Leer el cuento de Cortázar y responder:
a. ¿Qué tipo de narrador tiene esta historia?
b. Explicá qué significado tienen los fragmentos en negrita ¿Qué nos da a entender el narrador
con dichas expresiones?
c. ¿Qué le pasa al personaje de esta historia?
d. Puede decirse que en este cuento se entrelazan dos historias produciendo una historia circular.
¿Cuáles son esas dos historias y cómo se entrelazan?l

3. Ver el cortometraje "La continuidad de los parques":


https://www.youtube.com/watch?v=0zL9tb0y16gç

a. ¿Te parece que refleja fielmente el relato de Cortázar? ¿Qué cosas sí y cuáles no?
b. ¿Por qué te parece que el cuento de Cortázar puede considerarse fantástico?
c. ¿Con cuál de las teorías mencionadas en el texto sobre el género relacionás este cuento?

4. Investigá sobre el autor y escribí una biografía de no más de 5 renglones.

Continuidad de los parques


Julio Cortázar
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla
cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los
personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una
cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los
robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una
irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde
y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los
protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse
desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente
en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los
ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida
disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color
y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte . Primero entraba la mujer,
recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente
restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las
ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se
entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas
como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias
que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban
abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado:
coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente
atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla.
Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña.
Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla
correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la
bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron.
El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la
sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul,
después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera
habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de
los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el
sillón leyendo una novela. FIN

4. Escuchá este fragmento de una entrevista realizada a Julio Cortázar y comentá qué concepción
tiene el escritor argentino sobre lo fantástico. https://www.youtube.com/watch?v=tJifc-A_Pj4
Cuento de H.P. Lovecraft: «Los gatos de Ulthar»

Se dice que en Ulthar, villa emplazada más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a
los gatos; cosa que creo firmemente cuando observo al que ahora mismo está
ronroneando frente al fuego. Pues el gato es enigmático y se halla cerca de extrañas
cosas que el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto y portador de las
leyendas de las ciudades olvidadas de Meroé y Ofir. Es el descendiente de los señores de
la selva, y heredero de los misterios de la vetusta y siniestra África. La esfinge es su
prima, y habla la misma lengua, pero él es aún más antiguo y recuerda todo lo que ella ha
olvidado.

En Ulthar, antes de que sus mandatarios prohibieran las matanzas de gatos, vivían un
viejo campesino y su esposa que se divertían poniendo trampas a los gatos de sus
vecinos para luego matarlos. Ignoro sus motivos, aunque hay muchos que aborrecen los
maullidos del gato durante las noches, y les enferma que anden furtivamente por patios y
jardines al atardecer. Fuera cual fuera la razón, el caso es que este anciano y su mujer
disfrutaban cazando y matando todo gato que rondara su mísero tugurio, y por los sonidos
que se oían durante la noche, muchos convecinos sospechaban que la manera de
eliminarlos debía de ser de lo más peculiar. Pero los habitantes del lugar no hablaban de
ello con el anciano y su mujer, debido a la expresión que siempre mostraban sus rostros
marchitos, y a que su choza era muy pequeña y resultaba sombría bajo la fronda de unos
olmos corpulentos que crecían en la parte trasera de un descuidado patio. En realidad,
aunque los dueños de los gatos odiaban a estos personajes repulsivos, los temían aún
más; y en lugar de acusarles de brutales asesinos, se limitaban a evitar que sus queridos
animalitos pudieran acercarse a la apartada casucha oculta bajo los sombríos árboles.
Cuando desaparecía algún gato tras un descuido inevitable, y se escuchaban sus
maullidos en la noche, el dueño suspiraba impotente, o daba gracias al cielo porque no
había sido uno de sus hijos. Pues los habitantes de Ulthar eran gentes sencillas, y no
sabían de dónde habían venido los gatos en el principio.

Un día llegó a las empedradas y estrechas callejas de Ulthar una caravana de extraños
vagabundos que venían del sur. Eran personas errantes y bronceadas, muy diferentes de
otros nómadas que arribaban a la villa dos veces al año. Decían la buenaventura a cambio
de plata en la plaza del mercado, y compraban vistosos abalorios a los mercaderes. Nadie
sabía su lugar de procedencia, pero observaron que solían rezar extrañas plegarias y que
en los costados de sus carromatos había dibujadas unas figuras insólitas con cuerpos
humanos y cabezas de gatos, halcones, carneros o leones. Y el cabecilla de la caravana
vestía un tocado con dos cuernos y un curioso disco en el medio.

En esta singular caravana había un niño, huérfano de padre y madre, cuyo único
compañero era un pequeño gatito negro al que cuidaba. La peste no había sido amable
con él, pero le dejó este ser diminuto y peludo que aplacaba su pena; y, cuando se es muy
joven, siempre se encuentra gran alivio en las pícaras travesuras de un gatito negro. Así,
el pequeño, al que las bronceadas gentes llamaban Menes, sonreía con mayor frecuencia
y lloraba cada vez menos mientras se sentaba a jugar con su travieso gatito en los
peldaños de un carromato lleno de extrañas pinturas.

En la mañana del tercer día desde que los vagabundos llegaron a Ulthar, Menes no pudo
encontrar a su gatito, y cuando las gentes del lugar le vieron sollozando en la plaza del
mercado le hablaron del anciano y su esposa, y de los maullidos que se oían por la noche.
Y cuando el niño escuchó todo esto sus llantos dieron paso a la reflexión, y luego a las
plegarias. Extendió los brazos hacia el sol y oró en una lengua que ningún aldeano pudo
entender; aunque, en realidad, tampoco hicieron muchos esfuerzos por entenderla, ya que
toda su atención había sido acaparada por el cielo y las formas curiosas que iban
adoptando las nubes. Resultaba muy extraño, pero en cuanto el niño terminó sus
plegarias, parecieron perfilarse en lo alto las figuras nebulosas y sombrías de unos seres
exóticos, híbridas criaturas coronadas con los cuernos y el disco intermedio. La
Naturaleza está llena de semejantes ilusiones que fascinan a los que son imaginativos.

Aquella noche los trotamundos abandonaron Ulthar, y jamás se les volvió a ver. Y los
habitantes se sintieron consternados al descubrir que no quedaba un solo gato en toda la
villa. De todos los hogares había desaparecido el gato familiar; gatos grandes y pequeños,
negros, grises, rayados, amarillos o blancos. El viejo Kranon, que era el burgomaestre,
juró que los bronceados vagabundos se habían llevado a todos los animales en venganza
por la muerte del gatito de Menes, y maldijeron a la caravana y al pequeño. Pero Nith, el
magro notario, declaró que el anciano campesino y su esposa eran los verdaderos
sospechosos, pues su odio a los gatos era bien conocido por todos y cada vez iba a más.
Y sin embargo, nadie se atrevió a acusar a la siniestra pareja, a pesar de que el pequeño
Atal, el hijo del posadero, aseguraba haber visto a todos los gatos de Ulthar en aquel patio
maldito bajo los árboles, marchando lenta y ceremoniosamente en círculos, en fila de a
dos, alrededor del chamizo, como si llevaran a cabo algún extraño ritual gatuno. Los
lugareños no sabían si creer a un niño tan pequeño, y aunque temían que la siniestra
pareja hubiera hechizado a los gatos para provocar su muerte, prefirieron no enfrentarse
con el viejo campesino hasta que éste saliera de su sombrío y repulsivo chamizo.

Así que el pueblo de Ulthar se durmió embargado por una rabia impotente; mas cuando
las gentes se levantaron al alba, ¡he aquí que cada gato había regresado a su respectiva
morada! Los grandes y los pequeños, los negros y grises, los rayados, amarillos y
blancos; no faltaba ninguno. Todos se hallaban lustrosos y rollizos, y ronroneaban llenos
de satisfacción. Los aldeanos hablaron entre ellos, y su asombro no era poco. El viejo
Kranon insistió de nuevo en que los bronceados vagabundos se los habían llevado, ya
que los gatos jamás habrían regresado vivos de la choza del viejo matrimonio. Pero todos
coincidieron en un extremo: que la negativa de sus mascotas a comer sus respectivas
raciones o a beber su plato de leche resultaba extraordinariamente singular. Y durante dos
días enteros, los rollizos y perezosos gatos de Ulthar no probaron alimento alguno, y se
conformaban con dormitar junto al fuego o bajo el sol.

Transcurrió una semana hasta que los aldeanos se dieron cuenta de que ninguna luz se
encendía al anochecer en las ventanas del chamizo oculto entre los árboles. Luego, el
enjuto Nith comentó que nadie había visto a la marchita pareja desde la noche en la que
desaparecieron todos los gatos. A la semana siguiente, el burgomaestre decidió vencer
sus miedos y visitar, como era su deber, la choza extrañamente silenciosa, aunque tuvo la
prudencia de llevarse de testigos a Shang, el herrero, y a Thul, el picapedrero. Y cuando
derribaron la frágil puerta no encontraron más que dos esqueletos humanos, mondos y
lirondos, recostados en el suelo de tierra, y un montón de cucarachas que correteaban por
los rincones oscuros.

Mucho se habló después entre los habitantes de Ulthar. Zath, el corregidor, discutió
largamente con Nith, el enjuto notario. Incluso el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue
interrogado en profundidad, y luego se le regaló un dulce como recompensa. Hablaron del
viejo campesino y de su esposa, de la caravana de bronceados vagabundos, del pequeño
Menes y de su gatito negro, de las plegarias de Menes y del aspecto del cielo mientras las
recitaba, de las actividades de los gatos la noche de la partida de los carromatos, y de lo
que más tarde hallaron en la choza bajo los árboles sombríos del repulsivo patio.

Y al final, los mandatarios aprobaron esa famosa ley de la que tanto hablan los
mercaderes de Hatheg y discuten los peregrinos en Nit; a saber: que en Ulthar ningún
hombre puede matar un solo gato.

Investigá sobre el autor y escribí una biografía de no más de 5 renglones.

Comnprensión lectora

1. ¿Cómo es la pareja de ancianos? ¿Por qué el narrador no informa la razón por la cual
los ancianos matan a los gatos? ¿Qué efecto causa?

2. ¿Cuál es la actitud de los pobladores ante la matanza de los gatos? ¿Por qué la gente
le tenía miedo al viejo y su esposa?

3. Mencionar algunas características de los extraños peregrinos que llegaran a Ulthar.

a ¿Qué importancia tenían los gatos en el antiguo Egipto? Buscar en el cuento referencias
a esta civilización.

b) ¿Cómo es el atuendo del jefe de los viajeros? ¿Por qué será sí?

c) ¿Por qué se llama Menes el niño? Busca información sobre este personaje en Internet
d) ¿Por qué Menes dirige su plegaria al sol?

e) ¿Por qué los pobladores prestan tanta atención a las nubes? ¿Qué formas tenían?
¿Por qué?

f) ¿Qué relación tiene la muerte del labrador y su esposa con el mundo egipcio?

5. Luego de la desaparición de los gatos, ¿qué explicaciones imaginan el notario y el


burgomaestre?

6. ¿Los habitantes del pueblo le creen al niño? ¿Por qué?

7. ¿Qué descubren luego de un tiempo?

8. ¿Qué ley existe en Ulthar? ¿Por qué?

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