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Guía de lectura: La era de la revolución (1789-1848)


1_Tres principales olas revolucionarias hubo en el mundo occidental entre
1815 y 1848.
2_ La herencia más formidable de la Revolución francesa.
3_ Los métodos de lograr la revolución 1820 -1830.
4_ Las revoluciones de 1830 introdujeron dos modificaciones ulteriores en el ala
izquierda política. Separaron a los moderados de los radicales y crearon una nueva
situación internacional. Al hacerlo ayudaron a disgregar el movimiento no solo en
diferentes segmentos sociales, sino también en diferentes segmentos nacionales.
5_ Un movimiento proletario y socialista se advertía claramente en los países de la
doble revolución, Inglaterra y Francia.

1_Tres principales olas revolucionarias hubo en el mundo occidental entre 1815 y


1848.
1. La primera tuvo lugar en 1820-1824. En Europa se limitó principalmente al
Mediterráneo, con España (1820), Nápoles (1820) y Grecia (1821) como
epicentros. Excepto el griego, todos aquellos alzamientos fueron sofocados. La
revolución española reavivó el movimiento de liberación de sus provincias
sudamericanas, que había sido aplastado después de un esfuerzo inicial
(ocasionado por la conquista de la metrópoli por Napoleón en 1808) y
reducido a unos pocos refugiados y a algunas bandas sueltas.
2. La segunda ola revolucionaria se produjo en 1829-1834, y afectó a toda la
Europa al Oeste de Rusia y al continente norteamericano. Aunque la gran era
reformista del presidente Andrew Jackson (1829-1837) no estaba directamente
conectada con los trastornos europeos, debe contarse como parte de aquella
ola. En Europa, la caída de los Borbones en Francia estimuló diferentes
alzamientos. Bélgica (1830) se independizó de Holanda; Polonia (1830-1831)
fue reprimida solo después de considerables operaciones militares; varias
partes de Italia y Alemania sufrieron convulsiones; el liberalismo triunfó en
Suiza, en España y Portugal se abrió́ un periodo de guerras civiles entre
liberales y clericales. Incluso Inglaterra se vio afectada, en parte por culpa de
Irlanda, que consiguió́ la emancipación católica (1829) y la reaparición de la
agitación reformista. El Acta de Reforma de 1832 correspondió́ a la revolución
de julio de 1830 en Francia, y es casi seguro que recibiera un poderoso aliento
de las noticias de Paris. Este periodo es probablemente el único de la historia
moderna en el que los sucesos políticos de Inglaterra marchan paralelos a los
del continente, hasta el punto de que algo parecido a una situación
revolucionaria pudo ocurrir en 1831-1832
La era de la revolución (1789-1848) prudencia de los partidos “whig” y “tory”. Es el
único periodo del siglo XIX en el que el análisis de la política británica en tales
términos no es completamente artificial. La ola revolucionaria de 1830 fue mucho
más grave que la de 1820. En efecto, marcó la derrota definitiva del poder
aristocrático por el burgués en la Europa occidental. La clase dirigente de los
próximos cincuenta años iba a ser la “gran burguesía” de banqueros, industriales y
altos funcionarios civiles, aceptada por una aristocracia que se eliminaba a sí
misma o accedía a una política principalmente burguesa, no perturbada todavía
por el sufragio universal, aunque acosada desde fuera por las agitaciones de los
hombres de negocios modestos e insatisfechos, la pequeña burguesía y los
primeros movimientos laborales. Su sistema político, en Inglaterra, Francia y
Bélgica, era fundamentalmente el mismo. Sin embargo, en los Estados Unidos, la
democracia jacksoniana supuso un paso más allá́: la derrota de los ricos oligarcas
no demócratas, por la limitada democracia llegada al poder por los votos de los
colonizadores, los pequeños granjeros y los pobres de las ciudades. Fue una
innovación portentosa que los pensadores del liberalismo moderado, lo bastante
realistas para comprender las consecuencias que tarde o temprano tendría en
todas partes, estudiaron de cerca y con atención. Y, sobre todos, Alexis de
Tocqueville, cuyo libro La democracia en América (1835) sacaba lúgubres
consecuencias de ella. Pero, como veremos, 1830 significó una innovación más
radical aun en política: la aparición de la clase trabajadora como fuerza política
independiente en Inglaterra y Francia y la de los movimientos nacionalistas en
muchos países europeos.
3_ La tercera y mayor de las olas revolucionarias, la de 1848, fue el producto de
aquella crisis. Casi simultáneamente la revolución estalló y triunfó (de momento)
en Francia, en casi toda Italia, en los Estados alemanes, en gran parte del Imperio
de los Habsburgo y en Suiza (1847). En forma menos aguda, el desasosiego afectó
también a España, Dinamarca y Rumania y en forma esporádica a Irlanda, Grecia e
Inglaterra. Nunca se estuvo más cerca de la revolución mundial sonada por los
rebeldes de la época que con ocasión de aquella conflagración espontanea y
general, que puso fin a la época estudiada en este volumen. Lo que en 1789 fue el
alzamiento de una sola nación era ahora, al parecer, “la primavera de los pueblos”
de todo un continente.

2_
La herencia más formidable de la Revolución francesa Fue la creación de modelos y
patrones de levantamientos políticos, para uso general de los rebeldes de todas
partes. Esto no quiere decir que las revoluciones de 1815-1848 fuesen obra
exclusiva de unos cuantos agitadores desafectos. Se produjeron modelos políticos
creados por la revolución de 1789 sirvieron para dar un objetivo especifico al
descontento, para convertir el desasosiego en revolución, y, sobre todo, para unir
a toda Europa en un solo movimiento o quizá́ fuera mejor llamarlo corriente
subversivo.
Hubo varios modelos, aunque todos procedían de la experiencia francesa entre
1789 y 1797. Correspondían a las tres tendencias principales de la oposición pos-
1815:
• La moderada liberal o dicho en términos sociales, la de la aristocracia liberal y la
alta clase media. La inspiración de la primera fue la revolución de 1789-1791; su
ideal político, una suerte de monarquía constitucional cuasi-británica con un
sistema parlamentario oligárquico, basado en la capacidad económica de los
electores, como el creado por la Constitución de 1791 que, como hemos visto, fue
el modelo típico de las de Francia, Inglaterra y Bélgica después de 1830- 1832.
• Radical democrática o sea, la de la clase media baja, una parte de los nuevos
fabricantes, los intelectuales y los descontentos La inspiración de la segunda podía
decirse que fue la revolución de 1792-1793, y su ideal político, una Republica
democrática inclinada hacia un “estado de bienestar” y con cierta animosidad
contra los ricos como en la Constitución jacobina de 1793. Pero, por lo mismo que
los grupos sociales partidarios de la democracia radical eran una mezcolanza
confusa de ideologías y mentalidades, es difícil poner una etiqueta precisa a su
modelo revolucionario francés. Elementos de lo que en 1792-1793 se llamó́
girondismo, jacobinismo y hasta “sans-culottismo”, se entremezclaban, quizá́ con
predominio del jacobinismo de la Constitución de 1793.
• La socialista (es decir, la del “trabajador pobre” o nueva clase social de obreros
industriales. La inspiración de la tercera era la revolución del año II y los
alzamientos postermidorianos, sobre todo la “Conspiración de los Iguales” de
Babeuf, ese significativo alzamiento de los extremistas jacobinos y los primitivos
comunistas que marca el nacimiento de la tradición comunista moderna en
política. El comunismo fue el hijo del “sans- culottismo” y el ala izquierda del
robespierrismo y heredero del fuerte odio de sus mayores a las clases medias y a
los ricos. Políticamente el modelo revolucionario “babuvista” estaba en la línea de
Robespierre y Saint-Just. Etimológicamente, cada uno de esos tres vocablos refleja
el internacionalismo del periodo: “liberal” es de origen franco-español; “radical”,
ingles; “socialista”, anglofrancés. “Conservador” es también en parte de origen
francés (otra prueba de la estrecha correlación de las políticas británica y
continental en el periodo del Acta de Reforma. Desde el punto de vista de los
gobiernos absolutistas, todos estos movimientos eran igualmente subversivos de la
estabilidad y el buen orden, aunque algunos parecían más dedicados a la
propagación del caos que los demás, y más peligrosos por más capaces de inflamar
a las masas míseras e ignorantes (por eso la policía secreta de Metternich prestaba
en los años 1830 una atención que nos parece desproporcionada a la circulación de
las Palabras de un creyente de Lamennais, pues al hablar un lenguaje católico y
apolítico, podía atraer a gentes inafectadas por una propaganda francamente atea.
Sin embargo, de hecho, los movimientos de oposición estaban unidos por poco
más que su común aborrecimiento a los regímenes de 1815 y el tradicional frente
común de todos cuantos por cualquier razón se oponían a la monarquía absoluta,
a la Iglesia y a la aristocracia. La historia del periodo 1815-1848 es la de la
desintegración de aquel frente unido.

3_Los métodos de lograr la revolución 1820 -1830. Todos los revolucionarios se


consideraban, como pequeñas minorías selectas de la emancipación y el
progreso, trabajando en favor de una vasta e inerte masa de gentes ignorantes y
despistadas que sin duda recibirían bien la liberación cuando llegase, pero de las
que no podía esperarse que tomasen mucha parte en su preparación. Todos ellos
(al menos, los que se encontraban al Oeste de los Balcanes) se consideraban en
lucha contra un solo enemigo: la unión de los monarcas absolutos bajo la jefatura
del zar. Todos ellos, por tanto, concebían la revolución como algo único e
indivisible: como un fenómeno europeo singular, más bien que como un conjunto
de liberaciones locales.
Todos ellos tendían a adoptar el mismo tipo de organización revolucionaria o incluso la
misma organización: la hermandad insurreccional secreta. Tales hermandades, cada
una con su pintoresco ritual y su jerarquía, derivadas o copiadas de los modelos
masónicos, brotaron hacia finales del periodo napoleónico. La más conocida, por ser la
más internacional, era la de los “buenos primos” o carbonarios, que parecían
descender de logias masónicas del Este de Francia por la vida de los oficiales franceses
anti bonapartistas en Italia. Tomó forma en la Italia meridional después de 1806 y, con
otros grupos por el estilo, se extendió́ hacia el Norte y por el mundo mediterráneo
después de 1815. Los carbonarios y sus derivados o paralelos encontraron un terreno
propicio en Rusia (en donde tomaron cuerpo en los decembristas, que harían la
primera revolución de la Rusia moderna en 1825), y especialmente en Grecia. La época
carbonaria alcanzó su apogeo en 1820-1821, pero muchas de sus hermandades
fueron virtualmente destruidas en 1823. No obstante, el carbonarismo, persistió́ como
el tronco principal de la organización revolucionaria, quizá́ sostenido por la simpática
misión de ayudar a los griegos a recobrar su libertad (filo helenismo), y después del
fracaso de las revoluciones de 1830, los emigrados políticos de Polonia e Italia lo
difundieron todavía más. Los carbonarios eran grupos formados por gentes muy
distintas, unidas solo por su común aversión a la reacción. Por razones obvias los
radicales, entre ellos el ala izquierda jacobina y babuvista, al ser los revolucionarios
más decididos, influyeron cada vez más sobre las hermandades. El ejercito francés,
entonces y durante todo el siglo XIX, formaba parte del servicio civil, es decir, cumplía
las órdenes de cualquier gobierno legalmente instaurado. Si fracasaron en Francia, en
cambio, triunfaron, aunque de modo pasajero, en algunos Estados italianos y sobre
todo, en España, en donde la “pura” insurrección Los coroneles liberales organizados
en secretas hermandades descubrió́ su fórmula más efectiva: el pronunciamiento
militar. de oficiales, ordenaban a sus regimientos que les siguieran en la insurrección,
cosa que hacían sin vacilar.
Las hermandades de oficiales a menudo de tendencia liberal, pues los nuevos ejércitos
admitían a la carrera de las armas a jóvenes no aristócratas y el pronunciamiento
también serian rasgos característicos de la política de las Republicas
hispanoamericanas, y una de las más duraderas y dudosas adquisiciones del periodo
carbonario. Puede señalarse, de paso, que la sociedad secreta ritual izada y
jerarquizada, como la masonería, atraía fuertemente a los militares, por razones
comprensibles. El nuevo régimen liberal español fue derribado por una invasión
francesa apoyada por la reacción europea, en 1823. Las revoluciones de 1820-1822 se
mantuvo, gracias en parte a su éxito al desencadenar una genuina insurrección
popular, y en parte a una situación diplomática favorable: el alzamiento griego de
1821. Por ello, Grecia se convirtió́ en la inspiradora del liberalismo internacional, y el
filohelenismo, que incluyó una ayuda organizada a los griegos y el envío de numerosos
combatientes voluntarios, para unir a las izquierdas europeas en 1936-1939, la ayuda a
la Republica española. Las revoluciones de 1830 cambiaron la situación enteramente.
Como hemos visto, fueron los primeros productos de un periodo general de agudo y
extendido desasosiego económico y social y de rápidas y vivificadoras
transformaciones. De aquí́ se siguieron dos resultados principales. El primero fue que
la política y la revolución de masas sobre el modelo de 1789 se hicieron posibles otra
vez, haciendo menos necesaria la exclusiva actividad de las hermandades secretas. Los
Borbones fueron derribados en Paris por una característica combinación de crisis en la
que pasaba por ser la política de la Restauración y de inquietud popular producida por
la depresión económica. En esta ocasión, las masas no estuvieron inactivas. El Paris de
julio de 1830 se erizó de barricadas, en mayor número y en más sitios que nunca, antes
o después. En 1830 hizo de la barricada el símbolo de la insurrección popular. El
segundo resultado fue que, con el progreso del capitalismo, “el pueblo” y el
“trabajador pobre”. Es decir, los hombres que levantaban las barricadas.

4_ Las revoluciones de 1830 introdujeron dos modificaciones ulteriores en el ala


izquierda política. Separaron a los moderados de los radicales y crearon una nueva
situación internacional. Al hacerlo ayudaron a disgregar el movimiento no solo en
diferentes segmentos sociales, sino también en diferentes segmentos nacionales.
Internacionalmente, las revoluciones de 1830 dividieron a Europa en dos grandes
regiones. Al Oeste del Rhin rompieron la influencia de los poderes reaccionarios
unidos. El liberalismo moderado triunfó en Francia, Inglaterra y Bélgica. El liberalismo
(de un tipo más radical) no llegó a triunfar del todo en Suiza y en la Península Ibérica,
en donde se enfrentaron movimientos de base popular liberal y antiliberal católica,
pero ya la Santa Alianza no pudo intervenir en esas naciones como todavía lo haría en
la orilla oriental del Rin. En las guerras civiles española y portuguesa de los años 1830,
las potencias absolutistas y liberales moderadas prestaron apoyo a los respectivos
bandos contendientes. Pero la solución de los conflictos de ambos países iba a darla el
equilibrio de las fuerzas locales. Es decir, permanecería indecisa y fluctuante entre
periodos de victoria liberal (1833-1837, 1840-1843) y de predominio conservador. Al
Este del Rin la situación seguía siendo poco más o menos como antes de 1830, ya que
todas las revoluciones fueron reprimidas, los alzamientos alemanes e italianos por o
con la ayuda de los austriacos, los de Polonia ,mucho más serios, por los rusos. Por
otra parte, en esta región el problema nacional predominaba sobre todos los demás.
Todos los pueblos vivían bajo unos Estados demasiado pequeños o demasiado grandes
para un criterio nacional: como miembros de naciones desunidas, rotas en pequeños
principados (Alemania, Italia, Polonia), o como miembros de imperios multinacionales
(el de los Habsburgos, el ruso, el turco).
Las únicas excepciones eran las de los holandeses y los escandinavos que, aun
perteneciendo a la zona no absolutista, vivían una vida relativamente tranquila, al
margen de los dramáticos acontecimientos del resto de Europa. Los ingleses se habían
interesado por España gracias a los refugiados liberales españoles, con quienes
mantuvieron contacto desde los años 1820. También el anti catolicismo británico
influyó bastante en dar a la afición a las cosas de España , inmortalizada en La Biblia en
España, de George Borrow, y el famoso Handbook of Spain, de Murray, un carácter
anticarlista. En el Oeste, Inglaterra y Bélgica dejaron de seguir el ritmo revolucionario
general, mientras que Portugal, España y un poco menos Suiza, volvieron a verse
envueltas en sus endémicas luchas civiles, cuyas crisis no siempre coincidieron con las
de las demás partes, salvo por accidente (como en la guerra civil suiza de 1847). En el
resto de Europa había una gran diferencia entre las naciones “revolucionariamente”
activas y las pasivas o no entusiastas. Los servicios secretos de los Habsburgo se vean
constantemente alarmados por los problemas de los polacos, los italianos y los
alemanes no austriacos, tanto como por el de los siempre ruidosos húngaros, mientras
no señalaban peligro alguno en las tierras alpinas o .en las otras eslavas. A los rusos
solo les preocupaban los polacos, mientras los turcos podían confiar todavía en la
mayor parte de los eslavos balcánicos para seguir tranquilos. Esas diferencias
reflejaban las variaciones en el ritmo de la evolución y en las condiciones sociales en
los diferentes países, variaciones que se hicieron cada vez más evidentes entre 1830 y
1848, con gran importancia para la política. Así́, la avanzada industrialización de
Inglaterra cambió el ritmo de la política británica: mientras la mayor parte del
continente tuvo su más agudo periodo de crisis social en 1846-1848. En los años 1820
los grupos de jóvenes idealistas podían esperar con fundamento que un putsch militar
asegurara la victoria de la libertad tanto en Rusia como en España y Francia, después
de 1830 apenas podía pasarse por alto el hecho de que las condiciones sociales y
políticas en Rusia estaban mucho menos maduras para la revolución que en España.
Los problemas de la revolución eran comparables en el Este y en el Oeste, llevaban a
aumentar la tensión entre moderados y radicales. En el Oeste, los liberales moderados
habían pasado del frente común de oposición a la Restauración, al mundo del gobierno
actual o potencial. Además, habiendo ganado poder con los esfuerzos de los radicales,
los traicionaron inmediatamente. No debía haber trato con algo tan peligroso como la
democracia o la Republica. Después de un corto intervalo de tolerancia y celo, los
liberales tendieron a moderar sus entusiasmos por ulteriores reformas y a suprimir la
izquierda radical, y especialmente las clases trabajadoras revolucionarias. En
Inglaterra, la “Unión General” owenista de 1834-1835 y los cartistas afrontaron la
hostilidad tanto de los hombres que se opusieron al Acta de Reforma como de muchos
que la defendieron. El jefe de las fuerzas armadas desplegadas contra los cartistas en
1839 simpatizaba con muchas de sus peticiones como radical de clase media y, sin
embargo, los reprimió́. En Francia, la represión del alzamiento republicano de 1834
marcó el punto crítico; el mismo año, el castigo de seis honrados labradores
wesleyanos que intentaron formar una unión de trabajadores agrícolas los “mártires
de Tolpuddle”, señaló́ el comienzo de una ofensiva análoga contra el movimiento de la
clase trabajadora en Inglaterra. Por tanto, los movimientos radicales, republicanos y
los nuevos proletarios, dejaron de alinearse con los liberales; a los moderados que aún
seguían en la oposición les obsesionaba la idea de “la Republica social y democrática”,
que ahora era el grito de combate de las izquierdas. En el resto de Europa, ninguna
revolución había ganado. La ruptura entre moderados y radicales y la aparición de la
nueva tendencia social revolucionaria surgieron del examen de la derrota y del análisis
de las perspectivas de una victoria. Los moderados, terratenientes y clase media
acomodada, liberales todos, ponían sus esperanzas de reforma en unos gobiernos
suficientemente dúctiles y en el apoyo diplomático de los nuevos poderes liberales.
Pero esos gobiernos suficientemente dúctiles eran muy raros. Saboya en Italia seguía
simpatizando con el liberalismo y despertaba un creciente apoyo de los moderados
que buscaban en ella ayuda para el caso de una unificación del país. Un grupo de
católicos liberales, animado por el curioso y poco duradero fenómeno de “un papado
liberal” bajo el nuevo pontífice Pio IX (1846), sonaba, casi infructuosamente, con
movilizar la fuerza de la Iglesia para el mismo propósito. En Alemania ningún Estado de
importancia dejaba de sentir hostilidad hacia el liberalismo. Lo que no impedía que
algunos moderados , menos de lo que la propaganda histórica prusiana ha insinuado,
mirasen hacia Prusia, que por lo menos había creado una unión aduanera alemana
(1834), y sonaran más que en las barricadas, en los príncipes convertidos al
liberalismo. En Polonia, en donde la perspectiva de una reforma moderada con el
apoyo del zar ya no alentaba al grupo de magnates (los Czartoryski) que siempre
pusieron sus esperanzas en ella, los liberales confiaban en una intervención
diplomática de Occidente. Ninguna de estas perspectivas era realista, tal como estaban
las cosas entre 1830 y 1848. También los radicales estaban muy disgustados con el
fracaso de los franceses en representar el papel de liberadores internacionales que les
había atribuido la gran revolución y la teoría revolucionaria. Ese disgusto, unido al
creciente nacionalismo de aquellos años y a la aparición de diferencias en las
aspiraciones revolucionarias de cada país, destrozó el internacionalismo unificado al
que habían aspirado los revolucionarios durante la Restauración. Las perspectivas
estratégicas seguían siendo las mismas. Una Francia neo jacobina y quizá́ (como
pensaba Marx) una Inglaterra radicalmente intervencionista, seguían siendo casi
indispensables para la liberación europea, a falta de la improbable perspectiva de una
revolución. Sin embargo, una reacción nacionalista contra el internacionalismo
centrado en Francia, del periodo carbonario ganó terreno, una emoción muy adecuada
a la nueva moda del romanticismo que captó a gran parte de la izquierda después de
1830. un sentido, esta descentralización del movimiento revolucionario fue realista,
pues en 1848 las naciones se alzaron por separado, espontánea y simultáneamente.
5_ Un movimiento proletario y socialista se advertía claramente en los países de la
doble revolución, Inglaterra y Francia.
En Inglaterra surgió́ hacia 1830 y adquirió́ la madura forma de un movimiento de
masas de trabajadores pobres que consideraba a los liberales y los “whigs” como
probables traidores y a los capitalistas y los “tories” como seguros enemigos. El vasto
movimiento en favor de la “Carta del Pueblo”, que alcanzó su cima en 1839- 1842,
pero conservando gran influencia hasta después de 1848, fue su realización más
formidable. El socialismo británico o “cooperación” fue mucho más débil. Empezó́ de
manera impresionante en 1829-1834, reclutando una gran cantidad de trabajadores
como militantes de sus doctrinas, que habían sido propagadas principalmente entre
los artesanos y los mejores trabajadores desde unos años antes, e intentando
ambiciosamente establecer una “unión general” nacional de las clases trabajadoras
que, bajo la influencia owenista, incluso trató de establecer una economía cooperativa
general superando a la capitalista. La desilusión después del Acta de Reforma de 1832
hizo que el grueso del movimiento laborista considerase a los owenistas ,
cooperadores y primitivos revolucionarios sindicalistas, como sus dirigentes, pero su
fracaso en desarrollar una efectiva política estratégica y directiva, así́ como las
sistemáticas ofensivas de los patronos y el gobierno, destruyeron el movimiento en
1834-1836. Este fracaso redujo a los socialistas a grupos propagandísticos y
educativos un poco al margen de la principal corriente de agitación o a precursores de
una más modesta cooperación en forma de tiendas cooperativas, iniciada en Rochdale,
Lancashire, en 1844. De aquí́ la paradoja de que la cima del movimiento revolucionario
de las masas de trabajadores pobres británicos, el carlismo, fuera ideológicamente
algo menos avanzado, aunque políticamente más maduro que el movimiento de 1829-
1834. En Francia no existía un movimiento parecido de masas trabajadoras en la
industria: los militantes franceses del “movimiento de la clase trabajadora” en 1830-
1848 eran, en su mayor parte, anticuados artesanos y jornaleros urbanos, procedentes
de los centros de la tradicional industria doméstica, como las sederías de Lyon. (Los
archirrevolucionarios canuts de Lyon no eran siquiera jornaleros, sino una especie de
pequeños patronos.) Por otra parte, las diferentes ramas del nuevo socialismo
“utópico” los seguidores de Saint-Simon, Fourier, Cabet, etc. se desinteresaban de la
agitación política, aunque de hecho, sus pequeños conciliábulos y grupos, sobre todo
los furieristas, iban a actuar como núcleos dirigentes de las clases trabajadoras y
organizadoras de la acción de las masas al alborear la revolución de 1848. Por otra
parte, Francia poseía la poderosa tradición, políticamente muy desarrollada, del ala
izquierda jacobina y babuvista, una gran parte de la cual se hizo comunista después de
1830. Su caudillo más formidable fue Augusto Blanqui (1805-1881), discípulo de
Buonarroti. En términos de análisis y teoría social, el blanquismo tenía poco con qué
contribuir al socialismo, excepto con la afirmación de su necesidad y la decisiva
observación de que el proletariado de los explotados jornaleros seria su arquitecto y la
clase media (ya no la alta) su principal enemigo. En términos de estrategia política y
organización, adaptó a la causa de los trabajadores el órgano tradicional
revolucionario, la secreta hermandad conspiradora despojándola de mucho de su
ritualismo y sus disfraces de la época de la Restauración, y el tradicional método
revolucionario jacobino, insurrección y dictadura popular centralizada. De los
blanquistas (que a su vez derivaban de Saint-Just, Babeuf y Buonarroti), el moderno
movimiento socialista revolucionario adquirió́ el convencimiento de que su objetivo
debía ser apoderarse del poder e instaurar “la dictadura del proletariado” (esta
expresión es de cuño blanquista). La debilidad del blanquismo era en parte la debilidad
de la clase trabajadora francesa. A falta de un gran movimiento de masas conservaba,
como sus predecesores los carbonarios, una “elite” que planeaba sus insurrecciones un
poco en el vacío, por lo que solían fracasar como en el frustrado levantamiento de
1839. Por otra parte, la población rural no estaba en condiciones de estimular a los
revolucionarios o asustar a los gobernantes. En Inglaterra, el gobierno sintió́ cierto
pánico pasajero cuando una ola de tumultos y destrucciones de máquinas se propagó
entre los hambrientos labriegos del Sur y el Este de la nación a finales de 1830. En las
demás zonas avanzadas económicamente, excepto en algunas de la Alemania
occidental, no se esperaban serios movimientos revolucionarios agrarios y el aspecto
exclusivamente urbano de la mayor parte de los revolucionarios carecía de aliciente
para los campesinos. En toda la Europa occidental (dejando aparte la Península Ibérica)
solo Irlanda padecía un largo y endémico movimiento de revolución agraria,
organizado en secreto y disperso en sociedades terroristas como los Ribbonmen y los
Whiteboys. Pero social y políticamente Irlanda pertenecía a un mundo diferente del de
sus vecinos. El principio de la revolución social dividió́ a los radicales de la clase media,
es decir, a los grupos de descontentos hombres de negocios, intelectuales, etc., que se
oponían a los moderados gobiernos liberales de 1830. En Inglaterra, se dividieron en
los que estaban dispuestos a sostener el cartismo o hacer causa común con el (como
en Birmingham o en la Complete Suffrage Union del cuáquero Joseph Sturge) y los que
insistían (como los miembros de la Liga Anti-Corn Law) en combatir a la aristocracia y
al cartismo. En Francia, la debilidad de la oposición oficial a Luis Felipe y la iniciativa de
las masas revolucionarias de París hicieron girar la decisión en otro sentido. “Nos
hemos convertido otra vez en republicanos” –escribía el poeta radical Béranger
después de la revolución de febrero de 1848–. “Quizá fue demasiado prematura y
demasiado rápida... Yo hubiera preferido un procedimiento más cauteloso, pero ni
escogimos la hora, ni adiestrarnos a las fuerzas, ni señalamos el camino a seguir.” La
ruptura de los radicales de la clase media con la extrema izquierda solo se produciría
después de la revolución. Para la descontenta pequeña burguesía de artesanos
independientes, tenderos, granjeros y demás que (unidos a la masa de obreros
especializados) formaban probablemente el principal núcleo de radicalismo en Europa
occidental, el problema era menos abrumador. Por su origen modesto simpatizaban
con el pobre contra el rico; como hombres de pequeño caudal simpatizaban con el rico
contra el pobre. Pero la división de sus simpatías los llenaba de dudas y vacilaciones
acerca de la conveniencia de un gran cambio político. Llegado el momento se
mostrarían, aunque débilmente, jacobinos, republicanos y demócratas.

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