Las Bodas Quimicas de Cristian Rosacruz

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 194

LA BODAS QUÍMICAS DE CRISTIÁN ROSACRUZ

LAS
BODAS QUÍMICAS
DE
CRISTIAN ROSACRUZ

Valentín Andreae
Colección Esotérica.
Las bodas químicas de Cristián Rosacruz

Jorge A. Mestas Ediciones.


Avda. de Guadalix, 103.
28120 ALGETE (Madrid).
España.
tfno: (34)91622 12 94
fax: (34)91 885 75 11
email: jamestas@arrakis.es

© Miguel Angel Muñoz Moya


© de la presente edición: Jorge A. Mestas Ediciones

ISBN: 84-95311-55-0
Depósito Legal: M-12.643-2001

Hecho en España

No está permitida la eproducción total o parcial del contenido de


esta obra, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de
ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecá­
nico, por fotocopia, por registro u otros medios existentes o que
pudieran inventarse, sin el permiso previo y por escrito del titular
del copy right. © Mayo 2001.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN
El Trigonum Igneum de la Fraternidad
de la Rosacruz............................................. 7
Johann Valentín Andreae, Fénix del
Renacimiento............................................... 11
Errores in patria........................................... 22
Cristián Rosacruz y su significado para
nuestra época............................................... 41

LAS BODAS QUÍMICAS DE


CRISTIÁN ROSACRUZ
DÍA I....................................... 53
DÍA II..................................................... 64
DÍA III..................................................... 84
DÍA IV.................................................... 121
DÍA V.................................................... 144
DÍA VI..................................................... 158
DÍA VII.................................................... 180
Con motivo del cuatrocientos aniversario del naci­
miento de Valentín Andreae, se celebró en noviembre
de 1986, en Amsterdam y bajo los auspicios de la
Biblioteca Filosófica Hermética (Sr. J.R. Ritman), un
simposium internacional sobre los manifiestos de la
Fraternidad de la Rosa Cruz.
Reproducimos a continuación algunos de los tra­
bajos de dicho simposium que sirven como introduc­
ción histórica y teórica al pensamiento rosacruz, su
significado y su vigencia en el mundo actual.
Dichos trabajos fueron publicados en la revista
«La Rosacruz de Oro», editada por la organización
rosacruz Lectorium Rosicrucianum, Madrid, 1988.
EL TRIGONUMIGNEUM
DE LA FRATERNIDAD DE LA ROSACRUZ

Existe una fuerza espiritual radiante y luminosa, que se


puede definir como un fuego espiritual; un fuego espiritual que es_
posible representar, simbólicamente por un triángulo de fuego.
habíamos del triángulo de fuego de la Trinidad Divina: el
espíritu, el alma y la personalidad. Hablamos también del triángu­
lo de fuego de los Planetas de los Misterios, Urano, Neptuno y
Plutón. Hablamos del Trigonum Igneum, del triángulo de fiiego
de los Rosacruces, fenómeno físicamente demostrable, que apa­
reció en las constelaciones del Serpentario y del Cisne en el año
1604.
En relación con este triángulo de fuego, quisiéramos hablar­
les de tres personajes: Tobias Hess, Christophe Besold y Johann
Valentín Andreae. Estos tres hermanos del comienzo del siglo
XVII -y muy particularmente Tobias Hess, del cual se poseen las
pruebas históricas más antiguas (1601)- fueron el origen de un
impulso inconcebiblemente importante, y que fue determinante
hasta nuestros días para el desarrollo espiritual de Europa, por la
fuerza y la inspiración del Padre y Hermano Cristián Rosacruz.
El Padre y Hermano Cristián Rosacruz es el misterioso
fundador de la Fraternidad de la Rosacruz y, como tal, la figura
central de los Manifiestos de la Fraternidad de la Rosacruz, los
cuales vieron la luz en los primeros años del siglo XVII, y fueron
impresos por primera vez en 1614,1615 y 1616. Se ha discutido
y especulado mucho sobre la forma de estos escritos, pero hasta
ahorajamás se estableció con precisión quiénes fueron sus autores
y quiénes eran responsables de su elaboración y su redacción. No
obstante, una investigación histórica, cuya primera fase terminó
por el momento en 1986, ha mostrado claramente que fueron tres
los hermanos responsables de este trabaj o: Tobías Hess, Christophe
Besold y Johann Valentín Andreae. Nunca se insistirá lo suficien­
te en la importancia de esta investigación, que muestra claramente
que la fuente de inspiración, y por ello la poderosa fuerza que se
hace oír en los Manifiestos, es el resultado de una tradición, de un
'desarrollo susceptible de ser definido como una fuerza de mani­
festación espiritual, unida ininterrumpidamente a la humanidad,
y que opera periódicamente de manera muy particular.
Fue Tobías Hess quien, por primera vez, describió dicha
constelación de fuerza espiritual, notas que se hallaron en la
biblioteca de Christophe Besold, y que se conservan en la Biblio­
teca de Salzburgo.
Estas notas muestran claramente qué fuerza propulsora y qué
inspiración se hallaban detrás de la elaboración de los Manifies­
tos. Aparece de manera evidente que los Hermanos de la Rosacruz
compusieron estos Manifiestos, sostenidos por una certeza y una
realidad interiores claramente perceptibles para ellos. Sabían que
estos escritos serían de una grandiosa significación para aquéllos
que pudieran comprender su contenido.
. El período que se extiende de 1600 a 1616, y que precede a
la aparición de los Manifiestos, no ha recibido hasta hace poco
toda la atención que se merece. Con motivo del cuarto centenario
del nacimiento de Johann Valentín Andreae volvemos a asir,
cuatrocientos años más tarde, el hilo de este desarrollo que se
remonta a los comienzos del siglo XVII, y aparece claramente que
el nacimiento de esta gran personalidad espiritual, al igual que el
de sus hermanos Tobías Hess y Christophe Besold, ha sido de una
importancia capital para el desarrollo espiritual del mundo occi­
dental.
Después del estudio de los documentos redactados por sus
manos y de las fuentes puestas a nuestra disposición bajo la forma
de libros, manuscritos y otras obras, se muestra claramente que los
tres autores mas antiguos de los Manifiestos de la Fraternidad de
la Rosacruz -Tobias Hess, Christophe Besold y Johann Valentín
Andreae- han elaborado y redactado un plan espiritual universal.
Esto se manifiesta de manera especial con el símbolo que resalta
poderosamente en los Manifiestos: el Trigonum Igneum, el Trián­
gulo de Fuego de la regeneración según el espíritu, el alma y la
personalidad; el triángulo que, en tanto que fórmula básica/
constituye el fundamento del renacimiento de todo ser humano*
En efecto, si al comienzo del siglo XVII se pudo hablar de
una fuerza estelar que se desplegaba en el signo del Serpentario y
del Cisne, como el triángulo de los misterios de Urano, Neptuno
y Plutón, y si esta fuerza estelar pudo vertirse en los primeros
hermanos de la Rosacruz, en la actualidad, cuatrocientos años más
tarde, se puede comprobar que esta efusión de fuerza espiritual se
manifiesta universalmente. Por esta razón, el hecho de que haya
caído el velo que recubría el origen de los Manifiestos, es de una
gran importancia para el mundo, ya que a partir de este momento
se descubre que el impulso espiritual, que traduce sin descanso la
obra de la Cadena de la Fraternidad Universal, tiene más que
nunca un significado actual para nuestro tiempo, y por ello el
trabajo de la Escuela Espiritual de nuestro tiempo, el Lectorium
Rosicrucianum, guiado por Jan van Rijckenborgh y Catharose de
Petri, se asienta en un fundamento totalmente clásico, pues su obra
enlaza directamente con la actividad y, sobre todo, con la fuerza
espiritual que operan desde esa época.
Esta fuerza lo determina todo y, en el presente, está visible­
mente activa en el mundo en tanto que Joven Fraternidad Gnóstica
de la Rosa-Cruz de Oro. Todos aquéllos que descubren esta
indiscutible verdad y la gran fuerza espiritual que emana de los
Manifiestos, son llamados a unirse a las filas de los hermanos y
hermanas que han recorrido el camino a imitación del Cristo
viviente.
Por este motivo, este número dedicado a Johann Valentín
Andreae desea mostrar que la obra de la Escuela Espiritual de la
Rosacruz de Oro tiene sus raíces en una tradición espiritual, cuya
base incontestable es la piedra angular única, Jesucristo. Es la
Escuela de los Misterios séptuplemente manifestada de Occiden­
te, la Joven Fraternidad Gnóstica, en la cual la obra de Cristo y de
su Jerarquía constituye su comienzo, su progresión y su objetivo
final.
Una gran luz se ha encendido en las tinieblas de nuestro
tiempo, aportando al mundo y a la humanidad la certeza de que la
fuerza del Trigonum Igneum, la fuerza del Padre y Hermano
Cristián Rosacruz y de los suyos, es puesta a disposición del
mundo y de la humanidad, en tanto que fuerza de regeneración, en
el axioma y por el axioma de la Fraternidad de la Rosacruz:
«Nacido de Dios, perecido en Jesús, renacido por el Espíritu
Santo.»
JOHANN VALENTIN ANDREAE, FÉNIX DEL RENACI­
MIENTO

En el año 1601 Johann Valentín Andreae tiene 15 años. Su


padre Johann, pastor protestante de Kónigsbronn, acaba de morir.
Su madre, María Moser, se encuentra sola con seis hijos a su
cargo. Su marido, que vivía caritativa y evangélicamente al día,
deja a la viuda sin recursos. La familia se traslada a Tübingen
donde viven algunos buenos amigos. Durante el viaje, el joven
Valentín, por torpeza, es víctima de un accidente a consecuencia
del cual cojeará durante el resto de su vida. Pero esto no le impide
obtener con éxito su bachillerato dos años más tarde. Se vuelca al
estudio de la literatura de su época, a la que consagra buena parte
de sus noches. En un primer tiempo es la historia, la filosofía y la
filología lo que le interesa. Como sueña con hacer grandes viajes,
se aplica en el estudio de las lenguas Más tarde es cautivado por
las ciencias, particularmente por las matemáticas, la óptica y la
astronomía. Recuerda que su padre poseía, en su casa pastoral, un
laboratorio de alquimia.

Estudiante de teología
El prometedor estudiante se prepara para la tarea pastoral,
como su padre y su abuelo Jakob, consignatario de la «Formulae
Concordiae» (1580), acuerdo que propugnaba la unión de la
iglesia luterana. En Ttibingen, sus estudios de teología se presentan
bajo los mejores auspicios. Disfruta de la ayuda de los dignatarios
de la Academia, bastión de la ortodoxia luterana, como, por otra
parte, todo el ducado de Württemberg.
Toda la universidad de Tübingen respira el espíritu del
Renacimiento. Animados por el duque Federico de Württemberg,
se reunen allí sabios de todas las disciplinas: alquimistas, terapeu­
tas, astrólogos, y otros. Entre toda esta muchedumbre, se encuen­
tran muchos rebeldes espirituales, lo que desagrada al Príncipe,
por lo que nombra como consejero privado al muy influyente y
autoritario Matth&us Enzlin, jurista competen-te y profesor de
derecho romano en la universidad.
En 1607, dos años después de haber obtenido su «diploma
académico», Valentín ve su futuro oscurecido por una «negra
tempestad». En su Vita ab ipso conscripta, su propia autobiogra­
fía, relata en vivas imágenes cómo, en forma de pesadilla, una
nube negra desciende sobre la ciudad y llega a contaminarle por
la ventana abierta. Esta nube se descarga en forma de panfleto
satírico. Matthüus Enzlin, que representa la autoridad local, se
siente particularmente atacado. Presenta una queja contra el
«abominable panfleto», distribuido por algunos estudiantes. Este
suceso va a tener consecuencias funestas para el porvenir del
joven teólogo, comprometido por el escándalo. Siguiendo el
consejo de sus protectores, se va de viaje para apartar la atención
de su persona.

Viajes
Johann Valentín hace muchos viajes, que él califica de
«académicos», en el transcurso de los cuales adquiere muchos
conocimientos y hace numerosos amigos. Del lado calvinista, le
impresiona particularmente la organización de las comunidades
evangélicas. Durante un viaje que le conduce por Francia, Suiza
e Italia, comprueba con sus propios ojos, en Roma, cuán decaden­
te y corrupta es la iglesia católica. Pasando por importantes
ciudades de Alemania tiene acceso a la venerable biblioteca
palatina. En Baviera es testigo de serios enfrentamientos entre
católicos y protestantes.
En 1610, termina sus estudios con su tesis doctoral. No
obstante, su candidatura para ejercer funciones eclesiásticas es
rechazada por una prohibición proveniente del entorno del Prín­
cipe, cuyos poderes en materia de elección de ministros de culto
son, efectivamente, muy extensos. A pesar de la ayuda y la estima
que goza en la Academia, el brillante descendiente de la familia
Andreae se desanima. «Comencé a apartarme, poco a poco, de la
teología y a entrever un cambio de existencia», escribe en su
autobiografía. Para asegurar su subsistencia, se convierte en
preceptor de dos jóvenes nobles. Redacta asimismo un volumen
sobre la educación, Theodosius, qile nunca fue publicado. Mos­
trando interés por todo, busca contactos con relojeros, orfebres y
carpinteros. Siente gran curiosidad por las nuevas técnicas y las
últimas invenciones: las fuentes, las minas, los mecanismos
ingeniosos, los mapamundi. Las Bodas Alquímicas de Cristián
Rosacruz mencionan un buen número de ellas. En el transcurso de
otros viajes descubre, por ejemplo, sobre un mapa de Gérard
Mercator, la villa de Damcar, en la «Arabia feliz», citada en La
Llamada de la Fraternidad de la Rosacruz. Regresa a Francia e
Italia, atravesando también Austria. Mientras planea hacer un
viaje a Holanda, en 1614, es nombrado diácono en Vaihingen. A
partir de entonces ya no abandonará Alemania.
Los pensadores con los cuales Andreae mantiene lazos de
amistad, se ocupan de las «ciencias elevadas» de su época.
Eruditos y políglotas dan a sus discursos un carácter universalista.
No se interesan solamente por las tierras del «Nuevo Mundo»,
sino que también se dedican al estudio del «Libro de la Naturale­
za» y de «la mitad desconocida del mundo». Muchos textos
griegos y latinos son estudiados en círculos privados. No es
extraño ver enseñar en las universidades como la de Tübingen, el
hebreo, el caldeo, el sirio. Porfirio, Averroes, Al Ghazáli, Geber
(Djabir Ibn Hayyán), Maimónides son nombres que ningún bus­
cador ignora.
El ave fénix está asociado a la «Gran Obra» alquímica,
aunque se supone que este pájaro habita en la «Arabia feliz».
Pansofía, cábala, nanometría, profecías, hermetismo, astrología,
matemáticas..., todo está allí para crear obras herméticas, tablas
simbólicas, relatos esotéricos y jeroglíficos. El lenguaje de la
época y la forma de argumentar corresponden completamente a
las imperiosas necesidades de reforma social y a los fervientes
deseos interiores de renacimiento espiritual. Reina un profundo
interés por los tesoros espirituales de la antigüedad. En el plano
conceptual, se rechazan los factores esclerosantes, se protesta. El
hombre se afirma cada vez más en tanto que individuo cara a las
instituciones.
Johann Valentín Andreaé tiene un extenso conocimiento del
espíritu de su siglo. Da cursos de ciencia con la ayuda de tablas
concebidas por él. Desarrolla sus conocimientos y sus talentos
como escritor; con la ayuda de algunos amigos íntimos, toman
forma definitiva los tres célebres textos de la Fraternidad de la
Rosacruz. La aparición de estos tres manifiestos no parece haber
sido realizada con su conformidad.
Obligado a conservar su posición clerical, se defiende cuan­
do se le acusa. Para protegerse contra cualquier sospecha, declara
«haberse burlado siempre de la fábula de los Rosacruces». En su
obra Mythologia Christiana que aparece en 1619, cuatro años
después de la aparición anónima del Testimonio de la Fraternidad
y de La Llamada de la Fraternidad, declara esto: «De hecho me
peguntaba con sorpresa cómo una divagación tan enorme y
absurda como ésta podía levantar tras sí tales luchas en todos los
campos.»

Reforma y Renacimiento *
Ante la angustia, el hambre y la muerte, los mortales se
aferran a las esperanzas ilusorias, a lo milagroso y a las prediccio­
nes. Todo esto representa para ellos como una luz en la noche. Esto
explica que las discusiones, en la época del teólogo suabo, estén
veladas de oscuridad e impregnadas de misticismo. Abundan las
ideas utópicas, los oráculos sibilinos, las profecías que dan a los
hechos un valor simbólico. En medio de todo esto, los tres
Manifiestos de la Rosacruz conocen un enorme éxito. No obstan­
te, sólo son tres libros entre la profusión de obras y manuscritos
que retienen la atención de muchos intelectuales nutridos por el
clima del Renacimiento.
El conjunto de la obra conocida de Andreae da forma a una
vasta mitología cristiana en el espíritu de la época. Todo esto, en
primer lugar, con el deseo de ver que el mundo corrompido sea
transformado completamente; seguidamente con la idea de que
las ciencias y el conocimiento puedan desempeñar un papel en
este mismo concepto; y, finalmente, para cumplir la gran profecía
según la cual todo debe llegar por «decreto divino». Pero lo que
permanece fundamental en su obra, es el hecho de que utiliza
todos estos medios para exhortar a sus contemporáneos a conver­
tirse a una práctica de vida realmente cristiana, a una reforma
interior. La escolástica, los charlatanes, las universidades, el
negocio, la justicia, la astrología, la política..., nada ni nadie es
respetado por su pluma de genio. Puesto que de una manera
general no teme provocar el escándalo, denunciando las injusti­
cias y los abusos, desencadena fuertes reacciones contra él,
principalmente por parte de los partidarios del cesaropapismo y,
en gran medida, a consecuencia de la famosa historia del panfleto
satírico de 1607 y de-los rumores centrados sobre su persona
después de la aparición de los manifiestos de la Rosacruz.

El escritor
Su viva inteligencia y su amplia cultura se hallan al servicio
de su misión: despertar la conciencia de los hombres, resucitar la
verdad y reorganizar la sociedad según las normas verdaderamente
cristianas. Con este fin utiliza la escritura cifrada, la paradoja, los
enigmas, la emblemática, la alegoría, la apología la comedia la
numerología, etc. A veces usa el lenguaje de las «ciencias elevadas»
y de los intelectuales, otras veces, las imágenes y las alegorías, con
el fin de suscitar en sus lectores una aspiración más pura hacia los
valores auténticos. Maestro en el arte de desenmascarar el engaño
y la ilusión, comprueba el mal causado por las pseudo-ciencias y
también por las ciencias exactas cuando son utilizadas para falsos
fines.
Su talento de escritor merece quizás mayor atención cuando
le sirve para transmitir la esencia del cristianismo. Así, en buen
número de obras traduce las verdades cristianas y el misterio
crístico de la resurrección a través de imágenes, recursos literarios
y filosóficos tomados de los mitos, la cúbala, la alquimia y
diversas «ciencias elevadas». De esta forma, todos los símbolos y
enigmas que atraen a los curiosos y a los buscadores sinceros,
ávidos ambos de hermetismo, pierden su significado propio para
ser sólo una forma expresiva al servicio de una causa superior. En
este sentido, Las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz es una
obra hermética que se transforma en una fuente de espiritualidad
cristiana para todo buscador sincero, deseoso y capaz de saciar su
sed y purificarse en la inviolable fuerza del Espíritu.
Por otra parte, este Hércules de la defensa del verdadero
cristianismo, se dirige, con mucha inspiración y psicología, contra
los irresolutos, los crédulos, los supersticiosos y los calculadores,
que proyectan sobre la Rosacruz su propio sueño de perfección y
esperan de la Fraternidad que sus recetas milagrosas compensen
sus deficiencias. En su obra Institutio mágica pro curiosas, hace
pronunciar a Christianus una diatriba a propósito de la Fraternidad
de la Rosacruz. En ella una persona ficticia intercambia corres­
pondencia con la Fraternidad, mientras otra es acogida en uno de
los palacios de la Fraternidad: «Este asunto sólo engendra pura
fanfarronería... Todos los que, sean quienes sean, tienen sueños de
éxtasis, de disidencia, de visiones, que provocan la confusión en
los artículos de fe con bellas e impresionantes frases, que, sin
ningún testimonio de Dios, imponen severas creencias, que se
envanecen de abandonar el centro para ir hacia otras ciencias, que
hablan mal de los hombres buenos y fieles a Dios, todos estos
deberían considerar bien la manera en que deben satisfacer
primero su conciencia y seguidamente el juicio de Dios.»
En Vaihingen, su tarea de pastor suplente le deja mucho
tiempo libre. Frecuenta una asamblea de intelectuales cristianos.
Allí es donde nace quizás la idea de la Christianae Societas Imago,
obra similar a la Rei Publicae Christianopolitanae Descriptio. Al
comienzo, estas concepciones de la sociedad ideal sólo se dirigen
a los mejores de sus «amigos secretos». Estos íntimos amigos
están versados en alquimia, pansofía, cábala, numerologia, profe­
cías, etc. Los textos de Hermes, Platón, Porfirio, Paracelso,
Boehme... están en su posesión. Profundizan en el contenido de La
Ciudad del Sol de Campanella, los Theoremas de John Dee y El
Anfiteatro de la Eterna Sabiduría de Khumrath. Se puede suponer
que todo esto fue asimilado y traducido de nuevo en los tres
famosos textos considerados como los Manifiestos de la Fraterni­
dad de la Rosacruz. Los lazos de parentesco espiritual son, en todo
caso, evidentes.
Este parentesco es puesto en evidencia también por la apari­
ción, casi en la misma época que La Llamada de la Fraternidad,
de los ochocientos setentay cuatro Axiomas deFilosofia Teológica,
dedicados a Andreae por uno de sus mejores amigos, Christoph
Besold.
Desde hace algunos años, este jurista contribuye a la forma­
ción espiritual de Johann Valentín. Impregnado de mística y
versado en la Gnosis, da al joven teólogo un calor que no se
encuentra en la ortodoxia luterana. Tienen en común una repug­
nancia por el cesaropapismo que existe en los paises de religión
luterana, donde todo lo que se refiere a la religión debe ser
regulado según las funciones del Estado.
Los axiomas de Besold, de Andreae y de otros íntimos
amigos están impregnados por el ideal de una comunidad verda­
deramente cristiana, la cual implica que, para realizar en la vida
cotidiana la verdadera imitación de Cristo, es preciso «estar en el
mundo pero no ser de este mundo», y que el mejor medio para
alcanzar esto es considerar que nosotros sólo somos los intendentes
de los bienes que nos son confiados. Y que debemos usarlos para
ir en ayuda del prójimo. Una aplicación concreta de esta idea es la
creación, en el año 1621, en Calw, de la Fundación de los
Tintoreros. Los estatutos de esta sociedad de beneficencia subra­
yan la orientación: el cuidado de las almas, las doctrinas de Lutero,
la otorgación regular de los sacramentos, una conducta conforme
a la exigencia cristiana, y el paso de una religión practicada en
palabras a una religión vivida en actos. Este ejemplo práctico de
aplicación del amor cristiano al prójimo tendrá larga vida, ¡ ya que
ésta Fundación ha existido hasta 1963!

Devastaciones
En los primeros decenios del siglo XVII, la peste hizo
estragos en diversos estados de Alemania, entre ellos Württemberg.
Algunas localidades son totalmente diezmadas. Además de es­
pantosas tormentas y de cosechas destruidas, una terrible inunda­
ción invade, entre otras, a Tübingen. Las facultades de teología
son obligadas a trasladarse a Calw hasta 1611. Por todas partes hay
escasez y alza de precios. Es también la época de las persecuciones
de heréticos y brujas, y no únicamente son motivadas por parte de
los católicos. Bajo Calvino, Miguel Servet ha sido quemado vivo
con una «suave» hoguera, hace sólo medio siglo. También en
Vaihingen, donde J.V. Andreae es pastor, mujeres inocentes
sufren torturas y son conducidas a las hogueras.
La Crónica de las brujas de 1616, da testimonio de una
hecatombe que tuvo lugar en Tübingen. J.V. Andreae denuncia
con indignación estas prácticas inhumanas y anticristianas. Por
otra parte, tiene una admiración muy particular por el gran teólogo
y humanista español Juan Luis Vives, que ha publicado una
implacable crítica contra los procesos de brujería. Erasmo, otro
humanista que no oculta sus opiniones, es también uno de los
autores preferidos por Johann Valentín.
El colmo de la desgracia se cierne sobre el ducado de
Württemberg con la terrible Guerra de los Treinta Años. Calw es
prácticamente devastada por el despliegue de las tropas bávaras,
suecas y croatas en 1634. El pastor Andreae, que se siente
particularmente respetado a causa de su renombre en tanto que
cabeza de la comunidad luterana, ve, al igual que la mayor parte
de los habitantes, que su casa es completamente destruida por el
fuego. Su inestimable biblioteca es reducida a cenizas, al igual que
numerosos manuscritos de gran valor, obras que todavía no había
editado, sus instrumentos de música, sus instrumentos para inves­
tigaciones científicas, y algunas pinturas originales de Durero,
Cranach y Holbein. En su conjunto, la población de Württemberg
es reducida de 400.000 a 60.000 almas.

Inspector eclesiástico
Poco después de este trágico episodio, el duque Eberhaid
intenta reconstruir la situación en su ducado. Nombra viceregente
suyo a un hombre fuerte: Ferdinand Geitzkofler. Este recibe toda
la autoridad no sólo en materia civil, sino igualmente en materia
de asuntos religiosos. Andreae, por su parte, recibe la tarea de
reorganizar la iglesia luterana en este ducado. Escandalizado por
las heridas que la verdad debe soportar una vez más, entra en serio
conflicto con este representante del poder.
Andreae pasa de pastor eclesiástico al grado de inspector y se
traslada a Stuttgart. Sus informes denuncian, sin indulgencia y con
una vehemente indignación, la decadencia de la iglesia, su indife­
rencia y su ignorancia.
En este periodo, Andreae ejerce de predicador en la corte de
Stuttgart. Desde 1639 hasta 1650 pronuncia más de un millar de
sermones. Disfruta de la protección délos duques deBraunschweig,
ello en parte gracias a la gran amistad que mantiene desde 1613
con el aristócrata Wilhelm von Wense. Los dos amigos comparten
los mismos pensamientos, concepciones cristianas e ideales. Se
les encuentra de nuevoen \a.Societas Christíana con muchos otros
amigos de J. Valentín que se alimentan del ideal de que antes de
alcanzar una reforma de la sociedad, debe tener lugar una reforma
interior de los cristianos. Al igual que en el seno de la Fundación
de Tintoreros, se trata de aliar la idealidad con lo concreto en una
práctica de vida cristiana. La continua preocupación de J.V.
Andreae es la de cómo poder unir la tierra con el cielo.
Todo esto no impide al autor de Christianapolis caracterizar
su existencia, en su autobiografía, como una sucesión de extra­
víos, de cambios, de tempestades, de obstáculos innumerables, de
injusticias, de calumnias y de persecuciones acompañadas de
luchas, enfermedades, opresiones y desdichados azares.
Johann Valentín Andreae contrae matrimonio el mismo año
en que comienza su carrera eclesiástica, en 1614. AgnésElisabeth
Grúninger, procedente de una familia igualmente célebre por sus
dignatarios luteranos, le dará nueve hijos. Algunos mueren muy
jóvenes. Un hijo epiléptico de diez años perece durante el saqueo
de Calw. Gottlieb, el más joven de los tres hijos, prosigue la línea
de los teólogos de la familia Andreae y se distingue por su obra
poética cristiana.
Durante la Guerra de los Treinta Años, el pastor de Calw da
muestras de un gran valor. Su amor por los hombres le hace
desplegar un celo heroico en su devoción por las desgraciadas
víctimas de las calamidades de la guerra.
Cuando abandona Calw para establecerse en Stuttgart, tiene
la impresión de abandonar el arca que le había sido confiada. No
obstante, no deja de aceptar su destino y su infortunio de otra
forma que como un don de la gracia de Dios. Esto parece haberle
vuelto aún más activo. Los estragos de la guerra dejan el ducado
en un estado catastrófico. Afortunadamente, es sostenido con
generosidad por el duque Augusto de Braunschweig, cuando trata
de levantar de sus ruinas no sólo la iglesia, sino también las
condiciones morales de los supervivientes de Württemberg.
En tanto que consejero del consistorio de Stuttgart, procura
evangelizar y elevar moralmente a la población desalentada.
Igualmente lucha contra la disipación de las costumbres morales.
Abre de nuevo la universidad de Tübingen, crea escuelas, restaura
la disciplina eclesiástica. Al mismo tiempo intenta impedir la
manumisión del poder civil sobre el gobierno de la iglesia.
Theophilus, su última obra, aparece en 1649. Al igual que en
su Christianopolis, afirma allí también que lo principal para la
salud del Estado es la calidad del sistema educativo y la instruc­
ción religiosa y moral. Finalmente, el gran prelado de Stuttgart
llega a acrecentar la influencia religiosa en la ciudad. Sólo queda
que cada cristiano auténtico porte en sí mismo su propia
Christianopolis, la Morada de Cristo. El ministerio eclesiástico de
Stuttgart tiene toda la razón al calificar al infatigable pastor de
Suabia como el «Fénix de los teólogos».
Incluso convertido en superintendente general y dignatario
de la iglesia luterana, Johann Valentín Andreae no podía pronun­
ciarse de otro modo respecto a su vida que lo que había escrito en
su autobiografía:
«Mi vida no ha conocido un curso regular, sino que ha
pasado por numerosos rodeos.»
Llega el momento en que su salud declina seriamente. Se
debilita progresivamente, sufre, pierde en parte el oído y la vista.
Su última carta se dirige al «muy afectísimo y estimado» duque
Augusto de Braunschweig. Después, el Hércules cristiano, el
fénix de los teólogos, el timonel del renacimiento del auténtico
cristianismo, abandona este mundo, precediendo al arca que le
había sido confiada.
ERRORES IN PATRIA
El vagar errante en la Patria o la ambivalencia de la creación en
tiempo de Johann Valentín Andreae.

Conferencia dada en Amsterdam, con ocasión del


simposio sobre Johann Valentín Andreae, el 18 de
noviembre de 1986, por R. Edighoffer.

Quien haya analizado la vida y la obra de Andreae no puede


subestimar la importancia que han tenido los Países Bajos en el
desarrollo espiritual del teólogo y escritor de Württemberg. En su
obra Viaab ibso conscripta (su autobiografía), él narracómo, siendo
estudiante, devoraba las obras de un autor contemporáneo, Lipsius.
«Me beneficié al llevarme a conocer la antigüedad y la filosofía
(estoica)...» (1). En 1605, traducía al alemán la Admiranda de
Lipsiusyquince años más tarde su traducción aparecióen Estrasburgo
con el título de Adminanda o historias prodigiosas del esplendor y
la gloria del indescriptible poder de la ciudad de Roma.
En esta época, encontró un mentor en la persona del holandés
Johann van der Linde, quien había tenido que abandonar su patria,
a causa de las persecuciones religiosas desencadenadas por el
Duque de Alba, y se había instalado en Tübingen. Este buen sabio,
viajero infatigable, que dominaba cinco lenguas, puso a disposi­
ción de Andreae grandes obras, de las que muchas fueron muy
valiosas, que difícilmente hubiera podido obtener en otra parte. En
particular leyó con entusiasmo los poemas latinos del joven
humanista Daniel Heinsius, que trabajaba en aquél entonces en la
universidad de Leyden.
Después de la aparición del famoso Atra Tempestas (Los
tiempos tormentosos), es decir, después del sombrío escándalo de
1607 en el que Andreae fue implicado, le era difícil proseguir
directamente sus estudios en TUbingen y creyó durante mucho
tiempo tener que renunciar a su deseo de llegar a ser un día pastor
en Württemberg. Por ello decidió ir a los Países Bajos, a casa del
príncipe Mauricio de Orange, recomendado por el margrave de
Anspach. Su admiración por el rigor de las costumbres morales
calvinistas debía facilitar la realización de sus proyectos, pero esta
decisión impulsó al consistorio a confiarle finalmente un diaconado
en Vaihingen.
Mucho más tarde, durante la guerra de los Treinta Años,
mientras Andreae trataba de reunir en su Societas Christiana
hombres de buena voluntad de varios países europeos, reclutó
como miembro al diplomático holandés Joachim van Wicquefort.
En la misma época, publicó en una obra de compilación Rei
Christianae et literariae subsidia (Bienes cristianos y literarios),
un resumen de la apología de la fe cristiana que Hugo Grotius
había publicado, en 1622, con el título de De Veritatis religionis
christianae (De la verdad de la fe cristiana) y daba a esta obra el
bello título de Sol Vertías (El Sol de la verdad). En una carta al
Duque Augusto de Braunschweig-Wolfenbüttel del 6 de noviem­
bre de 1650, contaba a Hugo Grotius entre los hombres célebres
que, como Melanchthon, Erasmo o Bucer, se habían comprome­
tido en la llamada «Unión».
Martín Brecht mostró la relación que existe entre la Frotemitas
(fraternidad) y la Sodalitas (comunidad) de Erasmo (2). Sea como
fuere, la influencia del célebre humanista de Rotterdam sobre
Andreae fue grande, y su nombre se encuentra en varias obras del
pastor de Suabia. En la Mythologia christiana (Mitología cristia­
na), le elogia varias veces y le describe, al igual que a Lutero,
Arminius y keuchlin, como un «atleta del cristianismo» (3).
Las relaciones de Andreae con los Países Bajos explican el
interés que este país tuvo muy pronto hacia sus obras. Al lado de
las obras rosicrucianas, cuyas traducciones en holandés estaban
ya disponibles en 1615 y 1616, apareció en Amsterdam, en 1660,
un libro titulado Civis christianus siveperegrine quondam errantis
restutiones (El ciudadano cristiano o el restablecimiento del
peregrino antaño errante). En 1618 y 1619, Andreae publicó los
dos libros que él consideraba como un todo, a saber, Peregrini in
Patria errores (El vagar errante del peregrino en la Patria) y Civis
Christianus (El ciudadano cristiano). Este segundo libro fue
impreso más tarde y apareció separadamente, probablemente por
el hecho de que la gran riqueza de imágenes del primero lo hacía
difícil de comprender, mientras que el segundo era más bien del
tipo de obra edificante. Y no obstante es «el ciudadano cristiano»
quien, bajo el nombre de «peregrinus» (peregrino), erraba antaño
como un extranjero en su patria antes de su regreso. Pero no nos
limitemos a esta bella obra, Peregrini in Patria errores, penetre­
mos más bien en lo más profundo de la concepción del mundo de
Andreae, con la ayuda de varios ejemplos tomados de entre
algunas de sus obras.
Sin embargo, tal análisis sólo será posible cuando nos hayamos
puesto de acuerdo en algunos aspectos semánticos. Sabemos que la
palabra latina error tiene dos significados que dependen el uno del
otro. Puede significar el andar errante, pero también el error, la falsa
interpretación, la ilusión y, por consiguiente, conducir hasta el error
mentís, la locura. En sus obras, Andreae juega inteligentemente con
estos diferentes significados y deja a veces a sus lectores la elección
entre las posibles interpretaciones.
En Civis Christianus se descubre el verdadero sentido de la
segunda palabra, patria. Patria, la patria, ha sido confundida por
peregrinus con Mundus, el mundo, mientras que es en realidad la
Civitas Dei (la ciudad de Dios) sobre la Tierra, la ecclesia
militans, la iglesia militante, en el sentido que le da Agustín, uno
de los padres de la iglesia católica, y en su sentido más amplio de
creaturaepatris (criaturas del Padre), en su estado puro y original.
Así la creación es ambivalente: por una parte. Satán ha mezclado
por doquier su influencia corruptora y ha hecho del mundo un
espejo deformador; por otra parte, existe la posibilidad de una
regeneración de la naturaleza, la cual puede volverse entonces la
verdadera Patria de los cristianos.
A continuación trataremos de mostrar, primeramente, el
lugar que ocupa el término errores en varias de las obras de
Andreae. En efecto, su señoría «El Mundo» despliega todos sus
encantos para seducir a los humanos y hacerles caer en sus redes.
En la segunda parte de nuestra exposición abordaremos el proceso
del regreso y del restablecimiento de la verdadera Patria; y en la
tercera nos consagraremos al problema fundamental de Las Bodas
Alquímicas.

1. Su señoría «El Mundo».


En algunos de sus escritos, Andreae describe el apego del
hombre a este mundo. Turbo, el héroe de la famosa comedia ya
concebida en 1611, no en balde lleva un nombre que significa en
alemán «trompo, peonza»; en efecto, remolinea verdaderamente
por el mundo y experimenta con todo lo posible. Se consagra
ardientemente al estudio de todas las ciencias de la época, pero
después de muchos esfuerzos superfluos, sigue siendo tan sabio
como antes. A continuación, experimenta la vida en Francia,
donde aprende las costumbres de la sociedad y espera llegar a ser
cortesano y caballero. Pero una historia de amor con una joven
francesa le arrastra a intrigas que le valen todavía más decepcio­
nes. Por último, pone todas sus esperanzas en la alquimia: «Hago
oro. Tanto como quiero (...) Curo todas las enfermedades y gozo
de buena salud (...) Puedo ver hasta el corazón de la naturaleza,
¡ tengo las llaves de todos los secretos!» (4).
Pero el alquimista que debía iniciarle en el Gran Arte, Ars
Magna, sólo es un embaucador con el nombre, tan significativo,
de Chimeron (quimera) (4a), quien, curiosamente, ha construido
su cabaña en un bosque llamado «Desarbolado». Turbo compren­
de rápidamente que su dicha se ha esfumado, que «las tinturas, las
artimañas, las esperanzas, proyectos y alegrías se han esfumado».
Arlequín, el servidor de Turbo exclama: «¡Ay de la Patria:
Maldición al lugar de mis penas!» Y Turbo grita a su vez: «¡qué
desdichado soy!», lamento que se sucede a menudo en el transcur­
so del drama (5).
En el cuarto acto aparece cierto «peregrinus», que viene de
los Campos Elíseos y narra de manera satírica, al igual que
Aristófanes, Lucio y Rabelais, lo que pasa en el infierno. Otro
«peregrinus» es, como se ha dicho, el héroe de Peregrini in Patria
errores. Cincuenta y dos capítulos describen su odisea en el
laberinto del mundo. Cada suceso le causa nuevas decepciones,
pues se deja guiar por sus impulsos y por Caro, personificación de
la carne, y se parece al sabio de la Mythologia christiana, al cual
un oculista, Dioptra, le prescribe lentes llevan el nombre de
Dialéctica y Retórica, de forma que ve todavía menos que antes
(6).
En el mundo, «peregrinus» no encuentra más que mentiras,
egoísmo, maldad, vanidad, ilusión y falsa erudición. La filosofía
es una vieja dama que habita en una gruta enmohecida y crepus­
cular, y sólo sabe mostrar fantasmas; los escolásticos lo repiten
todo como periquitos, los peripatéticos (6a) moran en una sala
oscura, en la que los alumnos deben beber un filtro que engaña sus
sentidos. Los alquimistas son prestidigitadores que hacen que en
los ojos de sus víctimas se reflejen tesoros ilusorios. «Peregrinus»
llega a un país habitado únicamente por tuertos cuyos cuerpos
están cubiertos por toda clase de ojos de vidrio. Esos hombres
creen en la posibilidad de volar por los aires y de alcanzar la Luna
y el Sol. En este extraño país, se ve un libro que contiene la crónica
de todos los pueblos, una esfera que reproduce todos los movi­
mientos de todos los mundos, el remedio universal, un método
para prolongar la vida y un Corpus doctrinae (cuerpo de doctrina)
válido para todas la religiones (7).
En esta enumeración se reconocen algunas maravillas de las
que hace mención la Fama Fratemitatis. El capítulo de Peregrinus
donde son presentadas estas maravillas se titula Opinio y, en la
personificación sistemática que constituye la estructura de
Peregrinas y del Civis Christianus, el negativo Opinio del prime­
ro, corresponde a la positiva Sapienta (sabiduría) del segundo.
Este contraste muestra la severidad de la critica que Andreae
profiere contra las quimeras que su señoría el Mundo hace reflejar
en los ojos de los suyos.
Pues él es el cónyuge de Satán e intenta todo para seducir a
peregrinus, llamando a su razón, a su sed de conocimiento, a sus
dones espirituales, y prometiéndole omnisciencia y omnipotencia
si acepta beber el filtro del diablo. Pero peregrinus ha permaneci­
do bastante lúcido, en el curso de sus peregrinaciones, para resistir
esta última tentación, porque sabe que la imagen del mundo que
se le ha dado no era más que una Fata Morgana que no correspon­
de a su verdadera Patria. En este mundo no era más que un
extranjero.
En Invitationis ad Fratemitatem Christi pars altera (Invita­
ción a la Fraternidad de Cristo), que aparece también en 1618,
Andreae describe el peligroso itinerario de los cristianos, con sus
numerosos obstáculos. Deben luchar contra la obstinación y la
resistencia que opone la fuerza de las costumbres y de las ideas
dominantes, y contra la impaciencia de la carne: del mismo modo
peregrinus debe luchar contra Impetus (Impulso); e igualmente
los hebreos fueron expulsados antaño al desierto y sometidos a
muchos tormentos y pruebas, después debieron errar durante
mucho tiempo como ciegos en un mundo hostil y engañoso, hasta
el día en que sus ojos se abrieron y el deseo de la Tierra Prometida
se despertó en ellos. Entonces comprendieron que habían buscado
en vano en el mundo lo que estaba escondido en el interior de ellos
mismos y que el amor de Dios era inconmensurable: que era como
una madre «veluti in útero suo foetum, ad novae lucís et oatriae
yerae ingressum progenerat»(aüe llevaba el fruto de su seno a la
nueva luz y le ofrecía entrar en su verdadera patria). Refiriéndose
a Isaías 46, versículo 3-4, Philipp Nicolaí, en 1599, utiliza el
símbolo del seno divino de la madre en «Frenden-Spiegel des
ewigen Lebens» (El alegre espejo de la vida eterna), obra que
Andreae había traducido al latín.. Este último inserta allí el tema
de la entrada en «la verdadera Patria».

2. Vera Patria (la verdadera Patria)


El símbolo del seno de la madre divina muestra que la
verdadera patria es solamente accesible por el renacimiento. En
sus obras, Andreae vuelve siempre sobre este Mysterium
regenerationis (Misterio de la Regeneración). Las peregrinacio­
nes de Turbo a través del mundo le dan la convicción de que, hasta
ahora, sólo podía reconocer la sabiduría terrestre. Acaba por
comprender que el verdadero conocimiento encuentra su realiza­
ción solamente en el silencio del alma confiada a Dios y en la
escuela de la cruz. Este descubrimiento, que no se produce hasta
el quinto acto, una vez llegado al Elíseo, provoca en él un cambio
total, simbolizado por el hecho de que recibe un nuevo nombre,
como en un bautismo. El antiguo Turbo se llama ahora «Serenus»
(Sereno) y sus palabras dan testimonio de su renacimiento (8).
Peregrinus, después de tantos errores, no cayó en la trampa
que su señoría el Mundo le tendía. Se arrodilla y reza a Dios que
oye su oración: «Jehová no ha despreciado mis humildes oracio­
nes; cuando estaba cerca de la muerte, sí, ya muerto, El me ha
conducido a la vida» (9). Como peregrinus ha sabido resistir a
todas las tentaciones del mundo, el milagro del renacimiento ha
tenido lugar en él. Y el Civis Christianus describe con diversas
metáforas el secreto de la regeneración. Dios es el médico
supremo, que da al pecador arrepentido una pócima curativa que
provoca un restablecimiento sorprendente de todas la fuerzas. El
corazón de piedra es reemplazado por un corazón viviente, de
carne y sangre.
Los peregrinos que se encaminan hacia la Ciudad de Dios son
sometidos a un tratamiento radical. Los intestinos, la cabeza y el
corazón son vaciados; la piel de Adán, imagen del hombre
terrestre, es quitada; la lepra, símbolo de los deseos camales,
desaparece, y surge un hombre nuevo que ha recobrado la santi­
dad, o mejor dicho, el propio Cristo, que comienza a vivir y a
crecer. Andreae dice de este tratamiento: «Hominem in alium
imitaban» (que transmuta el hombre en otro) (10).
Tal cambio recuerda la Obraalauímica «la gran obra) y,
según Andreae, prueba que existe una forma positiva de alquimia.
Sólo después de la Regeneraría se opera la Divina inhabitatio
(Estancia divina), título del capítulo correspondiente en la Civis
Chrisríanus. En el decimotercer capítulo, titulado Beatitudo,
Andreae utiliza la palabra cohabitaría: «La estancia de Dios en
nuestro corazón, he ahí, en verdad, la piedra de los sabios (piedra
filosofal) maravillosa y magnífica» (11). Peregrinus experimenta
esta estancia divina en él, lo que le transforma en un ciudadano
cristiano, un cristiano restablecido en su patria y en sus antiguos
derechos. Descubre que sus errores, su vagar errante, habían
tenido lugar verdaderamente en la Patria, pero en una Patria
completamente desnaturalizada. El microcosmos y el macrocos­
mos están tan íntimamente unidos, que la transformación, que
hemos llamado alquímica, del antiguo peregrinus, repercute sobre
toda la creación. Él ciudadano cristiano está dotado de un espíritu
de observación divino y tiene la llave de David, de manera que
puede advertir las maravillas de Dios en la creación y, por el
estudio de las matemáticas y de la física, es capaz de descubrir las
armonías divinas del mundo.
La exploración de la naturaleza le muestra que todos los seres
y todas las cosas son las letras del Libro de Dios, y que la
aplicación científica de las fuerzas ocultas en el hombre debe
servir al hombre, con el consentimiento de Dios y en cooperación
con El.
El héroe de Christianopolis es igualmente un peregrinus, un
peregrino errante, un nómada vagabundo, que pasa por todas las
ilusiones que acompañan el vagar errante. El se arriesga a bordo
del navio «Fantasía» a navegar en el Mare Académicas (el mar
académico), pero una terrible tempestad destruye la embarcación
y naufraga, solo, en una costa. «El ardor de su corazón, como
lavado por las olas del propio mar», le hace digno de ser aceptado
en Cristianopolis. Pero el candidato, sin embargo, debe ser
purificado por la más corrosiva de las lejías. Debe estar purgatus
(12). La Purgatio (purificación) es una etapa bien conocida del
proceso alquímico, que se encuentra aquí en segundo lugar,
aunque esta referencia no esté claramente definida. Sólo los
habitantes de la isla, es decir, aquéllos que viven en la verdadera
Patria, tienen acceso a esta ciencia sagrada, pues «sólo los
verdaderos cristianos son sabios, pero en Dios; todo lo demás no
son más que cosas licenciosas, dado que provienen de nosotros
mismos» (13). De los 100 capítulos de Christianopolis, 37 están
dedicados a la educación, a la ciencia y a las artes: e incluso en el
programa de la enseñanza figuran materias que sólo Dios puede
enseñar, tal como la teosofía. Esta cifra de 37 es quizás una alusión
velada a las 37 causas de las que se hablan en la Fama Fratemitatis.
Ya en Veri christianismi solidae que Philosophiae Libertas,
de 1613, (El verdadero cristianismo y la libertad de la verdadera
filosofía), Andreae había enumerado 37 razones por las que debía
despreciarse al mundo. Tal concordancia, en un escritor cuyo
método es tan sutil y crítico, no puede deberse al azar.
Con esta perspectiva, una parte considerable de los escritos
de Andreae en relación con la problemática de la Rosacruz puede
ser calificada de muy instructiva. Se trata, en particular, de una
obra que corresponde cronológicamente con la aparición de las
Bodas Alquímicas, a saber, De Christiani Cosmoxení genitura,
Judicium (Juicio sobre nacimiento de Christián Cosmoxenus;
smoxenus quiere decir literalmente «extranjero en el mundo»).
Christián Cosmoxenus es un ciudadano cristiano. Ya no es
huésped del mundo, puesto que ha muerto para el mundo y ha
experimentado un nuevo nacimiento. Es, por consiguiente, un
renatus, un hombre renacido, que ha depositado al viejo Adán y
se ha revestido de Cristo. En la descendencia de Jacob a la que
pertenece, sólo reinan la armonía y el amor al prójimo; todos
forman una verdadera «Fratemitas quam Jesús primus et supremus
frater instituit» (Una Fraternidad que instituyó Jesús, primer y
supremo hermano) (14). La palabra Fratemitas, en el octavo
capítulo, no está impresa en cursiva sin motivo, así como las
palabras unum, concors et corpus, pues, en la Fraternidad de los
renacidos, Christián forma con los demás miembros un Cuerpo
Divino único en plena concordancia. La alusión a la Fama
Fratemitatis es inequívoca.
Christián Cosmoxenus celebra una triple boda: la del alma
con el cuerpo, la de la fe sana con la santidad de la vida y la no
menos importante, la de la «animas sponsae» con el «sponso
Cristo». Y no sólo vive el estado del matrimonio, sino que festeja
las nupcias perpetuas. El aspecto místico es aquí evidente. Dado
que los beneficios de estas bodas repercuten sobre toda la crea­
ción, se las puede calificar al mismo tiempo de Bodas Alquímicas,
pues conciernen igualmente a todo el mundo de la materia.
A partir de entonces toda la creación está al servicio de
Christián Cosmoxenus. Los ángeles le protegen, la naturaleza se
somete a su voluntad, él es maestro en filosofía y en todas las
ciencias, y sus Hermanos le ayudan en la organización de una
sociedad pacífica, de la que es a la vez el rey, el juez y el sacerdote.
Su biblioteca contiene el Líber Scripturae, el Líber vitae el Líber
conscientiae y el Líber natura (El Libro de las escrituras, el Libro
de la Vida, el Libro de la conciencia y el Libro de la naturaleza).
¿Para qué le sirven los libros escritos por los hombres y en los que
la letra mata? Puesto que la Tierra tiene tales libros como predi­
lectos, ella forma un ossarium gigante, un osario, donde vivimos
entre los muertos que somos nosotros mismos (15). Pero el profeta
Ezequiel, en su célebre visión de la resurrección de Israel, expresa
así la promesa de Dios:
«Y El me dijo: Profetiza sobre estos huesos, y diles:
¡Osamentas desecadas, escuchad la palabra del Eterno! He aquí,
voy a hacer entrar en vosotros un espíritu y reviviréis (...) Yo os
libraré de todas vuestras manchas. Llamaré al trigo y lo multipli­
caré (?)La tierra devastada será cultivada, en lo que antes era
un desierto a los ojos de los caminantes; y se dirá: Esta tierra
devastada se ha convertido en un Jardín del Edén» (16). Así el
restablecimiento evocado en la Biblia no concierne únicamente al
pueblo de Dios, sino a toda la creación dependiente de él, que
también es llamada a servir a la casa de Israel. Bajo esta luz, la
noción de Redintegratio (Reintegración), de restablecimiento
general, de Andreae no es sorprendente y el Libro de la Naturaleza
concuerda con las Sagradas Escrituras. Además la etimología de
la palabra natura confirma tal interpretación, A este respecto
quisiera recordar que la palabra natura se deriva del verbo
deponente nasco (nacer). Natura esse (ser de la naturaleza)
concierne, por consiguiente, al estado de lo que debe nacer. Por
tanto, la naturaleza no es dato fijado de una vez por todas, sino una
entidad que espera impaciente la liberación para llegar a la
existencia. Esta concepción, ya presente en Aristóteles, está en la
liase de las Bodas Alquímicas.

3. Civita Dd Aurea (La ciudad de oro de Dios)


Debemos subrayar que la divergencia entre el mundo y la
Patria está igualmente presente en las Bodas Alquímicas. En el
transcurso del Segundo Día, el hermano elegido Cristián de la
Rosacruz roja llega a una gran sala donde se han reunido nume­
rosos invitados: emperadores, reyes, príncipes y señores, nobles
y burgueses, ricos y pobres, y toda clase de «picaros». Cristián no
puede esconder su enojo: «qué tonto has sido por haberte hecho la
vida tan amarga y agria en este viaje. Estas gentes, tú las conoces
bien y jamás las has estimado» (17).
En efecto, esta masa abigarrada parece rendir homenaje a su
señoría el Mundo. Algunos oradores utilizan todo tipo de argu­
cias, los invitados se jactan de actos sobrenaturales e imposibles,
lo que resulta de lo más petulante. Uno afirma contemplar las
Ideas de Platón, otro pretende ser capaz de enumerar los átomos
de Demócrito. No pocos se engríen de haber encontrado el
perpetuum mobile (movimiento perpetuo). Y el prudente vecino
de Cristián, con el que conversa, reconoce que «el mundo prefiere
ante todo ser engañado» (18).
La prueba de lo que el autor califica como «balanza de los
artistas» desenmascarará a los tunos y truhanes; los «hacedores de
falsas piedras de sabios», que tienen la pretensión de fabricar «la
piedra» como remedio universal, allí hacen especialmente un mal
papel. Incluso los compañeros del narrador, que han sido escogi­
dos para participar en el proceso de las Bodas Alquímicas, sólo
tienen papeles secundarios. Está escrito en el texto que «fueron
engañados» durante el enterramiento de sarcófagos vacíos y sólo
Cristián entrevió la superchería (19).
De la misma manera, en la sexta sala de la Torre del Olimpo,
todos son embaucados por la Virgen Alquimia, salvo Cristián y
tres de sus compañeros. En el séptimo piso, deben colocarse
alrededor de un homo y mantener el fuego soplando para ello en
tubos, mientras que Cristián en la octava planta, que simboliza la
ogdoas (la octava esfera de Corpus Hermeticum), participa en el
nacimiento del «hombre del octavo día» (20), el hijo de la Aurora
y de la Luz. E incluso durante esta última fase de la Gran Obra,
Cristián, en tanto que elegido, es el único que ve la animación de
los Homunculi (hijos de los hombres despertados alquímicamente
a la vida) en las radiaciones del fuego. Los otros tres han sido
inducidos al error por un juego de manos (21). Los restantes
alquimistas, que habían permanecido en el piso inferior, conti­
núan soplando y se ven obligados a «trabajar en el oro». El autor
remarca, por otro lado, que «esto forma parte de este arte, pero no
es ni lo más importante, ni lo más necesario, ni lo mejor» (22).
De esta forma Andreae atrae la atención sobre la ambivalencia
de la alquimia. Esta ambivalencia es puntualizada en alguna de sus
obras y severamente criticada; pero aparte de la vanidosa e
indigna fabricación del oro, considera a la alquimia, en Mythologia
Christiana, como discípula de la divinidad: «Ars illa divinitatis
aemula, quae tarda naturae incrementacorrigens, (...) Mercurios,
metallorum omnium embryonem (...) ad sublime auri fastigium
agit» (Este arte es rival del arte divino que, restableciendo
gradualmente el núcleo de la naturaleza, conduce el mercurio, el
embrión de todos los metales, hasta la sublime altura del oro (23).
Con esta declaración, Andreae se alinea junto a la tradición
de los antiguos «filósofos», para los que el oro era sinónimo de
restituto in integrum (restablecimiento en su integridad). No se
trata solamente, para estos últimos, de transformar químicamente
la materia imperfecta en oro, sino también de ilustrar simbólica­
mente el segundo nacimiento infinito del hombre y el restableci­
miento de la armonía paradisíaca en toda la creación. En Aurora
consurgens, maravilloso libro del siglo XIII, el alquimista Sénior
dice: «Existe una cosa que no morirá jamás porque ella perseve­
rará en un crecimiento constante, cuando el cuerpo sea transfigu­
rado en la última resurrección de los muertos (...) Y el segundo
Adán se dirigirá al primero y a sus hijos con estas palabras:
¡Venid, vosotros que estáis bendecidos por mi Padre!» (24).
Entonces toda la Tierra florecerá de nuevo en su estado
original, y el pueblo renacido alcanzará la Tierra Prometida.
donde manan leche y miel y donde la propia tierra es oro. De
manera semejante, Andreae en su Civis Christianus hace alcanzar
a los peregrinos la Ciudad de Oro de Dios, donde pueden, como
Bienaventurados, gozar de la Piedra, es decir de la Divina habitatio
(de la presencia de Dios en ellos). Cristián Rosacruz vive un
peregrinaje idéntico. El es muy anciano y ha consagrado, como
ermitaño, largos años al ascetismo y a la meditación. Las
mortificaciones y los ejercicios de expiación en la soledad le han
enseñado la humildad. Reconoce, al comienzo de la narración, su
debilidad y su incapacidad:
«Yo descubría también, cuanto más me examinaba, que en
mi cabeza sólo había incomprensión y ceguera con relación a las
cosas ocultas» (25).
El tema de la ceguera espiritual está ilustrado en la novela por
el sueño de la Turris caecitatis, la Torre de la ceguera, cuya fuente
es indicada por una anotación en el margen del autor. En el sermón
Defragmentaos septem misericordiarum, Bernardo de Clairvaux
habla de la triple cuerda arrojada, desde nuestra Patria, en nuestra
prisión, y anhela que este símbolo de la trinidad nos libere y nos
conduzca hasta la contemplación de la magnificencia de Dios.
Cristián Rosacruz comparte esta ceguera humana, pero, por la
gracia de Dios, es transformado en hombre que ve. Por ello se le
entrega una monedad&oro.CQnla efigie del Sol, donde está escrito
< «Deus Lux Solis4(Dios es la Luz del Sol)?
Él Sol simboliza la iluminación divina. Es, igualmente, un
elemento de la Monas hieroglyphica (La Mónada jeroglífica)
impresa sobre la carta de invitación. La Mónada, en tanto que
símbolo, representa cuatro aspectos:
1. El proceso alquímico de la unión del Sol y la Luna.
2. La redención de la que los hombres participan gracias al
sacrificio de Cristo.
3. El renacimiento del cristiano.
4. La redención de la Naturaleza
La cruz de la Mónada jeroglífica simboliza a la vez la muerte,
la vida y la victoria, así como el cuarto elemento, añadido en la
Edad Media a la Trinidad cristiana: la Theotokos, la generadora
divina, que introduce así la Naturaleza y la Materia en el campo
metafísico. Por ello, Cristián Rosacruz se plantea, desde el co­
mienzo, cuestiones sobre el conocimiento de los «misterios de la
naturaleza» (26), y prende cuatro rosas a su sombrero; rosas que
él no ofrece por azar a la Virgen Alquimia, siendo como es la rosa
un atributo de la Mater Dei (Madre Divina) y de la Tierra
espiritualizada.
Igualmente interesantes son las numerosas referencias sim­
bólicas a la plata viva (mercurio), al «Espíritu de Mercurio», que
reviste toda clase de formas y que es representada alternativamen­
te por el agua y el fuego, el león, la serpiente, la paloma, etc. La
inscripción en la placa de la fuente, la «Fuente Original», en la que
Cristián y sus compañeros se lavan es, bajo este aspecto, particu­
larmente instructiva. Allí aprendemos que «Hermes princeps»,
Kermes, el primero, el príncipe, se ha vuelto un remedio saluda­
ble, «después de tantos daños causados al género humano», y esto
(justamente eg.el año 1378, ano en que Cristián Rosacruz nació.
Hermes, el Mercurio, que fue considerado por losálquimis-
tas como Filius Macrocosmis (El Hijo del Macrocosmos) con
relación al Cristo, Filius Microcosmi (El Hijo del Microcosmos),
renuncia a su mitad sombría y luciferina a partir del momento en
que el león anuncia la abolición de las fuerzas opuestas y el
restablecimiento de la armonía en el mundo y que, en un gesto
simbólico, parte en dos la espada de la cólera, en Las Bodas
Alquímicas. Fons mercurialis (la fuente mercurial) se ha vuelto
Fons salutis (la fuente de la salud). «Por decreto divino y con
ayuda de la Naturaleza», como señala la placa de la fuente evocada
'anteriormente, la Naturaleza celebra su renacimiento. Como en
Cosmoxenus, el Libro de la Naturaleza tiene desde ese momento
un valor tan grande como el Libro de las Escrituras.
Por ello, Cristian Rosacruz es nombrado «Eques aurei
lapites», Caballero de la Piedra de Oro, y esta nominación está
llena de significado y cargada de consecuencias. Pues la tendencia
del cristianismo tradicional a la mística entraña un claro rechazo
de lo corporal y lo sensual. La separación que se hizo entre
naturaleza y espíritu condujo al hombre a pensar fuera de la
Naturaleza, incluso contra la Naturaleza. En oposición a esto, el
primer mandamiento de la Orden de la Piedra de Oro decreta que
los caballeros deben su Orden, por un lado, a Dios y, por otro, a
su servidora, la Naturaleza. Como en Cosmoxenus, ésta desvela
ahora a los hombres todos sus tesoros. Se encuentran en el castillo
minas, algunos talleres de arte y un planetario. El viejo sabio que
juega el papel de Psychopompos (conductor de almas) conduce a
Cristián a la cámara de los tesoros, donde se pueden ver maravi­
llosas creaciones de la naturaleza.
Al ser la creación «natura» y, por consiguiente, estar cons­
tantemente arrastrada en el nacimiento y crecimiento de la vida,
ella está igualmente sometida al tiempo. Por ello, se puede leer
sobre una de las caras de la medalla de oro que es ofrecida al
Caballero: Temporis naturafilia (la naturaleza es hija del tiempo).
Sobre la embarcación que le trae de regreso, hay «un maravilloso
reloj que indica todos los minutos» (27). Si se recuerda que según
los autores de la Fama Fratemitatis, el reloj de los Rosacruces da
apenas las horas, mientras que el reloj de Dios anuncia todos los
minutos (28), esta diferencia señala con ello la doble temporalidad
en la que viven los verdaderos cristianos. El tiempo histórico
depende del mundo, mientras que el tiempo redentor sólo está
reservado a los cristianos. Para ellos ya han comenzado «los
últimos días» (29). Cristo les ha salvado de «este mundo actual y
malvado» (30), de manera que ya sienten «las fuerzas del mundo
por venir» (31).
La creación es ambivalente, tanto desde el punto de vista del
espacio como del tiempo. La representación mítica de las Bodas
Alquímicas nos hace visibles realidades que sólo se podrían captar
intuitivamente. De la misma manera, Andreae señala que el.
símbolo de Christián Cosmoxenus, es decir, del hombre que es
verdaderamente el huésped temporal de esta Tierra y avanza sobre
el camino del cielo, sólo es una imagen teosófica (32). El cristiano
perfecto sólo existe sobre el papel, pero él existe ya en la historia
de la liberación de la temporalidad. Y C.R.C. que, al final debe
trabajar como guardián del portal del castillo, ha entrado en
realidad en su patria.

Resumen
Creo haber precisado, en lo que precede, que las obras de
Andreae demuestran la ambivalencia de la creación y que el
cambio espiritual del cristiano no actúa sólo sobre su alma, sino
que restablece la verdadera Patria, la cual espera a sus redentores.
Esta interpretación tiene su origen en la tradición paulina. El
apóstol Pablo lo demuestra en un pasaje de la Epístola a los
Romanos: «También la creación espera con ardiente deseo la
revelación de los Hijos de Dios. Pues la creación ha sido sometida
a la vanidad no voluntariamente, sino por obra de quien la ha
sometido con la esperanza de que ella también será liberada de la
servidumbre de la corrupción, para participar en la libertad de la
gloria de los Hijos de Dios. Pues nosotros sabemos que, hasta ese
día, toda la creación suspira y sufre los dolores del parto» (33).
La palabra «creación» concierne aquí al principio de la
naturaleza. En el texto griego, Pablo utiliza la palabra Ktisis que
quiere decir «la creación», «el universo». Los textos griegos y
latinos del versículo 22, utilizan la metáfora de partus (parto), de
la liberación de la naturaleza, lo que reúne las interpretaciones que
ya se han dado, al principio, de la palabra natura. «La libertad de
la gloria de los Hijos de Dios», deseada por el apóstol Pablo para
toda la creación, se refiere a la tradición apocalíptica del «Nuevo
Cielo» y de la «Nueva Tierra», de los que el profeta Isaías (34), el
apóstol Pedro (35) y el Apocalipsis de Juan (36) testimonian, y de
los que ha hablado Jan van Rijckenborgh en su análisis esotérico
de Las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz (37). Se trata nada
menos que de la «espiritualización» de la materia (381 por el
hombre que, al igual que Cosmoxenus, Peregrinus y Cristián
Rosacruz, se vuelve un ciudadano cristiano.
En Poimandres Kermes se da cuenta de que el mundo es
«malo en su totalidad» (39) y de que la materia no es más que
«masa informe» (40) en tanto no sea liberada por los que han
bebido en la «fuente original» y han obtenido el Pru>uma (el
aliento, el Espíritu) La fuente de Kermes fluye siempre para quien
quiere vivir en el espacio-tiempo redentor.
De la tradición del antiguo Egipto del Dios Thot, llamado
Kermes Trismegisto por los griegos, de la tradición de los cristia­
nos y de los cátaros, a través de la misteriosa manifestación de
Cristián Rosacruz hasta los iluminados de nuestra época, se ha
formado, pues, la invisible aura catena (cadena de oro) de todos
los que fueron aptos, por el Mysterium Regenerationis (Misterio
del Renacimiento), para descubrir la Patria verdadera.

R. Edighoffer.
18 de noviembre de 1987.
NOTAS
(1) Autobiografía (traducida por D.C. Seybold) Winterthur 1799, p.
17.
(2) Kirchenordnung und Kirchenzucht in Württemberg, siglos XVI
al XVin, Sttutgart 1967, p. 62.
(3) Mythologia Christiana V, p. 7 y VI, p. 2.
(4) Turbo, IV, p. 3.
(4a) La Quimera, en la mitología griega era un monstruo con cabeza^
de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente, símbolo de la
ilusión, del espejismo.
(5) Turbo, IV, p. 3.
(6) Mythologia Christiana, III, II.
(6a) Disciplinas de Aristóteles.
(7) Peregrini in Patria Errores, cap. 27,28,29,33,34 y 47.
(8) Turbo, V, 3.
(9) Peregrini in Patria Errores, cap. 52.
(10) Civis Christianus, cap. 4.
(11) Civis Christianus, cap. 13.
(12) Christianopolis, cap. 3.
(13) Christianopolis, cap. 36.
(14) Cosmoxenus, cap. 8.
(15) Cosmoxenus, cap. 13,16,18.
(16) Ezequiel, 37,4-5; 36, 29-35.
(17) J. van Rijckenborgh, Las Bodas Alquímicas, 1, p. 39.
(18) J. van Rijckenborgh, Las Bodas Alquímicas, 1, p. 32.
(19) I. van Rijckenborgh, Las Bodas Alquímicas, II, quinto día.
(20) Cf. M.M. Davy, «El hombre del octavo día», en: Trabajos de la
Logia Nacional de investigación Villard de Honnecourt, Neuilly
5. teme 1980,1, p. 30-39.
(21) Las Bodas Alquímicas, II, sexto día.
(22) Las Bodas Alquímicas, II, sexto día.
(23) Mythologia Christiana, 1, p. 2.
(24) C.G. Jung.
(25) Las Bodas Alquímicas, 1, p. 13.
(26) Las Bodas Alquímicas, 1, p. 14 y 31.
(27) Las Bodas Alquímicas, II, sexto día.
(28) J. van Rijckenborgh, La Llamada de la Fraternidad de la Rosacruz,
cap. XXIX.
(29) Actas de los Apóstoles, 2,17.
(30) Epístola a los Gálatas, 1,4.
(31) Epístola a los Hebreos, 6,5.
(32) Cosmoxenus, último capítulo.
(33) Epístola a los Romanos, 8,19-22.
(34) Isaías, 65,17; 66,22.
(35) II Epístola Pedro, 3,13.
(36) Apocalipsis, 21,1.
(37) Las Bodas Alquímicas, II, epílogo, el séptimo día.
(38) Las Bodas Alquímicas, II, epílogo, el séptimo día.
(39) Corpus Hermeticum, sexto libro.
(40) Corpus Hermeticum, duodécimo libro.
Cristián Rosacruz y su significado para nuestra época

Alocución pronunciada durante el simposio cele­


brado en Amsterdam sobre Johann Valentín
Andreae, en noviembre de 1986.

Lleno de desesperación me he preguntado: ¿qué más podría


decir todavía en la clausura de este simposio? Entre todos estos
especialistas me siento como un niño. ¿Pero qué tenemos nosotros
en común? Podríamos decir quizás: tenemos en común la búsque­
da de la verdad. La verdad ha explotado en nuestro mundo como
una bomba atómica, y lo que vemos es una humareda, una gran
humareda. Yo soy un creyente, un creyente que, sin embargo, no
cree en todo lo que prueban los especialistas. Pues, ¿no es verdad
que la ciencia, a menudo, ha acabado por rechazar lo que sabia­
mente había demostrado? Una «prueba», por consiguiente, puede
ser también una gran ilusión. Por ello, debemos encontrar la
verdad por nosotros mismos, en nosotros mismos, y para ello
disponemos de dos grandes poderes, nuestro corazón y nuestra
razón. Es preciso buscar, encontrar, obtener el amor, así como la
razón, que es el espíritu.
Después de todas las conferencias interesantes e instructivas
que hemos escuchado en el transcurso de estas jomadas, en la tan
particular casa de Comenius, la misteriosa figura de Cristián
Rosacruz se impone a nosotros más que nunca. ¿Acaso es una
creación de Johann Valentín Andreae? ¿Es un mito, una fantasía,
un símbolo? Desde hace cuatro siglos ha sido el tema de escritos,
luchas y discusiones. Desde hace cuatro siglos es el origen de las
corrientes rosicrucianas, lo que no quiere decir que la Rosacruz no
existiese antes de este período. La conferencia de la señora Helena
de Jong nos ha introducido en la larga tradición de la sabiduría
antigua.
En todas las publicaciones de estos últimos decenios y hoy en
día, en el curso de este simposio, el posible creador de la figura de
Cristián Rosacruz, Johann Valentín Andreae, aparece sin ninguna
duda como un hombre respetable, concienzudo y también como
un genio. Era un hombre que podía hacerlo todo y que poseía un
gran amor por la humanidad y por la vida. En el transcurso de su
vida, que duró 68 años, escribió y publicó gran número de obras.
Sus numerosas biografías y los comentarios de sus obras presen­
tan la imagen de un hombre íntegro, profundamente creyente,
gran amigo de la sabiduría, muy intensamente comprometido en
la vida, un hombre conmovido en lo más profundo de si mismo por
la existencia y el sufrimiento de los hombres. En resumen, una
figura que caracteriza a su época, cuyo ejemplo radiante nos toca
todavía hoy más allá de los siglos.
Sus escritos sobre Cristián Rosacruz son los que más le han
dado a conocer. Nosotros nos interesamos precisamente por este
hijo espiritual nacido de su pluma, ya que es la imagen de un ideal.
En efecto, el personaje de Cristián Rosacruz aspira en estos
escritos a un objetivo espiritual muy elevado. El da ejemplo y
llama a la imitación. Su ideal se enraíza en el ardiente deseo de
Valentín Andreae de una verdadera Fraternidad cristiana, que
estaría al servicio del mundo y de la humanidad y podría, por ello
mismo, transformarlos; ideal que tiene por origen y por razón la
crisis espiritual y material de la época, mientras que, bajo muchos
aspectos, nuevos desarrollos estaban a punto de manifestarse.
Es sintomático que sea precisamente en ese momento cuan­
do resuena la voz de la Rosacruz. La Fama Fratemitatis es, pues,
una llamada, una incitación, una reacción a un impulso espiritual.
Es un sonido puesto en resonancia y gracias al cual numerosas
armónicas van a vibrar concertadamente hasta nuestros días y
hasta los días de este simposio. Esta llamada ha atravesado los
siglos, pues es transmitida como una antorcha a todos aquéllos y
por todos aquéllos que comprenden algo de ella. Es como un canto
que continúa resonando a través del arte, la ciencia y la religión,
débilmente la mayor parte del tiempo, a veces como una repeti­
ción, después de nuevo como una revelación resplandeciente.
Muy a menudo también, apenas es audible detrás de la cacofonía
de instrumentos desafinados o como un cántico cantado en falso.
Detrás de Cristián Rosacruz es preciso buscar el cristianismo
universal, en otros términos, el trasfondo de los misterios cristia­
nos. ¿Existen ellos verdaderamente? Los Rosacruces clásicos
utilizaban ya la siguiente fórmula: «Bendito es aquél que posee la
Biblia; más todavía quien la lee, y mucho más quien aprende a
conocerla en profundidad; pero aquél que la comprende y la
obedece es el más semejante a Dios».
Pero, ¿qué hay detrás de un nombre? ¿Qué es más importan­
te, el canto o el cantante? Cuando el cantante entona su canto con
pureza, las palabras son comprensibles e interpreta bien el men­
saje, es armonioso. Se puede decir, pues, que Cristián Rosacruz es
un prototipo, un ejemplo. Es un cristiano que, en su camino, lleva
en su equipaje la sabiduría universal. Es un ejemplo, al igual que
Jesucristo es un ejemplo, e incita a su imitación.
¿Un ideal? Un ideal no es más que un deseo incumplido si no
puede ser realizado. Permanece como un sueño que regresará un
día como una pesadilla. Pero Cristián Rosacruz es un modelo en
el que se unen un eran número de aspectos. Es un cristiano, pero
el prototipo de un cristiano libre de la letra, libre de los dogmas
estrechos, conocedor de la Gnosis, iniciado en Ella; lo que quiere
decir que él vive de un saber interior, de una manifestación
interior, que sigue su voz interior y lo que le habla en su corazón.
Por ello, no debemos asombramos si encontramos inscrito en el
Testamento Espiritual de Cristián Rosacruz, grabado en su templo
funerario, sobre una placa de bronce: «Jesús mihi omnia», Jesús
es todo para mí. Este compendio está seguido de una cuádruple
fórmula:
Nequáquam Vacuum - No hay espacio vacío.
Legis Jugum - El yugo de la ley.
Libertas Evangeli - La libertad del Evangelio.
Dei Gloria Intacta - La gloria de Dios es intangible.
¿Acaso no son estos cuatro axiomas de la mayor actualidad?
No hay espacio vacío Sabemos actualmente que el espacio está
lleno de millones, de millares de cuerpos celestes, sin hablar de los
átomos y de todo lo que se relaciona con ellos, radiaciones y
campos de radiación, campos electromagnéticos y poderosos
focos de radiación que están sometidos a trayectorias y revolucio­
nes cíclicas que obedecen a leyes, por consiguiente, sometidos al
yugo de la ley
En la base de todo esto hay un plan, un orden, una ley
espiritual. El testamento espiritual exige que el hombre compren­
da este plan y que se libere para poder estar a su servicio y
cumplirlo. La libre voluntad para realizar el plan, que está oculto
en el Evangelio, en los misterios cristianos, la obtienen quienes
poseen la llave y saben utilizarla. Y se trata de la comprensión de
la penetración en el Plan de Dios, por encima del cual se eleva la
gloria de Dios, que es intangible. Con esta última proposición, el
círculo se cierra perfectamente sobre el compendio; el círculo
hermético, el ouroboros de los Gnósticos. Sea como fuere: Dei
Gloria Intacta.
Este compendio, como ya hemos dicho más arriba, resume el
objetivo, el ideal de Cristián Rosacruz, o bien el objetivo, el ideal
de Andreae, ideal representado por Cristián Rosacruz. Si partimos
de la idea de que Andreae ha escrito, o reescrito, Las Bodas
Alquímicas así como La Llamada de la Fraternidad no podemos
dudar que un hombre tan creyente e integro como él, un cristiano
pura sangre, de tan profundas y espirituales palabras, como las
grabadas sobre la placa de bronce de la tumba de Cristián Rosacruz,
nunca se habría permitido jugar con esto.
Se dice que él redactó Las Bodas Alquímicas hacia sus veinte
años e hizo imprimir la obra cuando contaba treinta años, mientras
que puso por escrito La llamada cuando tenía alrededor de
veinticuatro años y la hizo imprimir a los veintiocho años.
En aquella época, un hombre de veintiocho años estaba
pletórico de fuerza y era plenamente responsable de sus actos.
Cristián Rosacruz no es un personaje de cuento de hadas o de una
bufonada. Es el prototipo del hombre nuevo de unanueva era,
Empleamos «nuevo» en el sentido de: liberador de lo que es
antiguo, de lo que está condenado a morir. La nueva era es la de
la penetración en las alturas espirituales del ser del cristiano
universal, por ello mismo es la era del renacimiento. Hacemos
hincapié en la palabra «universal», pues la sabiduría universal está
presente en el ser del verdadero cristiano.
Cristián Rosacruz precede aquí a todos los que buscan en esta
dirección y se sienten llamados a ello. Es el imitador de Cristo en
el camino de la redención fuera del pozo de la perdición, fuera del
pozo del hundimiento en la materia, fuera de la prisión del mundo
dialéctico del perecimiento, el mundo de los opuestos, la rueda de
la vida y de la muerte. Cristián Rosa-Cruz es un modelo para todo
hombre que busca el objetivo superior de su vida y de su destino.
Por ello, tiembla la tarde antes de Pascua, y no sabe qué va a
ocurrir; se espanta de la tempestad que viene sobre él, la tempestad
del espíritu que le llama a escalar la montaña sobre la que se erigen
tres templos, los tres templos del espíritu, del alma y del cuerpo
nuevo.
¿Qué significa Cristián Rosacruz para nuestra época? Siem­
pre lo mismo, ni más ni menos que hace cuatrocientos años, pues
Cristián Rosacruz está igualmente hoy de plena actualidad.
¿No nos encontramos actualmente, de nuevo, en una gran
crisis? ¿La iglesia no trata convulsivamente de oponerse al desa­
rrollo de una ciencia que hace grandes progresos? ¿No lucha de
nuevo con los «Galileo», los «Kepler», los «Giordano Bruno» de
nuestraépoca? ¿Y a través de ellos con los Rosacruces? La imagen
clásica del mundo, ¿no es destruida de nuevo, por ejemplo, por los
viajes espaciales, la astronomía y las muy recientes teorías sobre
el nacimiento del universo? La génesis de la humanidad, ¿no es de
nuevo objeto de debates? El creador del universo, ¿no aparece en
un contexto totalmente diferente a través de estos millones de
sistemas de vías lácteas? Y al lado de todo esto, ¡la crisis mundial
en la que nos encontramos es increíblemente compleja y está
minando los fundamentos mismos de nuestra existencia!
Ahora bien, después de cuatrocientos años de búsquedas
laboriosas, jamás ha sido comprobado aún que la Fraternidad de
la Rosacruz, de la que Cristián Rosacruz es el fundador y el
prototipo original, no haya existido nunca. El conferenciante no
tiene la pretensión de suministrar nuevas pruebas, dado que no es
un especialista en ello. Pero que la Fraternidad de la Rosacruz
haya existido y exista todavía en nuestros días, es para él un hecho
adquirido, no teniendo felizmente ya ninguna necesidad de ser
guardado en secreto. Es verdad que esta Fraternidad posee una
morada, la Morada Sancti Spiritus. Ésta, aunque escondida al ojo
profano, es claramente visible y puede ser descubierta. Ella
aparece periódicamente en el transcurso de los tiempos, en ciertos
momentos cruciales como hace cuatrocientos años y como hoy en
día. Quien estudie lo que sigue a la época de Andreae constatará
la existencia de un poderoso impulso espiritual que provocó
reacciones en diferentes lugares y en muchos hombres.
¡La gran idea, el gran ideal, la llamada de la Fraternidad no
se fija alrededor del año 1600! La Fraternidad siempre se ha
manifestado cuando un nuevo impulso espiritual era enviado a la
humanidad y, llegado ese momento, Ella ha colaborado siempre.
¿Quizás encuentren esta idea especulativa? Tal vez sea así.
Nosotros somos tolerantes al respecto, ¿no es cierto? ¡Debemos
serlo si hablamos de «Fraternidad»! Pero una vez más, ¿qué
contiene un nombre?
Cristián Rosacruz no está unido a la pluma de un hombre,
sino que es una realidad y lo ha sido siempre. Estamos convenci­
dos de que la sabiduría y las enseñanzas unidas a su nombre son
mucho más antiguas que el año 1600. La Morada Sancti Spiritus
es una morada espiritual; en términos modernos, un campo de
radiación electromagnético, que influye e inspira a todos los que
son llamados, se abren a dicho campo y se hacen dignos de él.
¿Quiénes son estos hombres? Son aquéllos cuyo comportamiento
y madurez espirituales han vuelto receptiva el alma. No queremos,
en este simposio, dejar de mencionar la nueva Fama emitida por
la séptuple Fraternidad mundial de la Rosacruz de Oro en el mes
de septiembre de 1952, en Wiesbaden. Quizás haya ocurrido que
este texto, como el de Johann Valentín Andreae, y haya pasado
inadvertido.
EstaNueva Llamada de la Fraternidad que emana del campo
de radiación magnético de la actual Morada Sancti Spiritus de
Cristián Rosacruz, denuncia el cambio crucial del siglo XX. El
hecho de que este período crítico sea obra de poderosos influjos
de radiaciones espirituales que provienen del cosmos y del macro­
cosmos, es la razón por la que la Fraternidad de la Rosacruz de
Oro, siguiendo las huellas de los Rosacruces clásicos de hace 400
años, les imiten. La crisis denunciada en La Nueva Llamada es
válida para toda la humanidad. Esta no es la obra de algunos
grupos sectarios sino que marca un cambio irrevocable en el curso
del mundo entero, en el que todo hijo del hombre, todo pueblo,
toda raza participará de forma científico natural. Citemos algunos
extractos de esta Nueva Llamada del año 1952, tal como fue
transmitida por Jan van Rijckenborgh:
«Los Rosacruces de Oro de la Fraternidad Universal aman
profundamente a toda la humanidad. La Fraternidad quiere
servir entera y perfectamente a todos los que lo desean sin
ninguna excepción. Ella no distribuye iniciaciones ni concede
privilegios especiales a elegidos. Ella es para todos y se mantiene
en la objetividad más completa, sin distinción de razas y pueblos,
Ubre de opiniones y de inquietudes políticas, sociales y económi­
cas, porque la Fraternidad, en su servicio a la humanidad, no
tiene ningún interés en este orden del mundo dialéctico ordinario.
La Fraternidad se consagra a la Patria Original del género
humano, al Reino Inmutable, al Reino que no es de este mundo. La
Fraternidad se consagra, y lo decimos adrede y con insistencia,
al Reino de Cristo.
El Reino de Cristo, al que se consagra la Fraternidad de la
Rosacruz de Oro, es una realidad viva y actual, un orden mundial
que no se encuentra ni en la esfera material, ni en la región del
otro lado del velo de la muerte. Es un orden que no se da a conocer
al mundo ni por hombres, nipor una autoridad humana, sino ante
todo y en primer lugar porfuerzas. Estasfuerzas son designadas
con numerosos nombres, y nosotros deseamosfamiliarizarles con
uno de ellos. Para designar estasfuerzas del campo de radiación
de la Fraternidad, hablamos frecuentemente de radiaciones
electromagnéticas. Sobre estas radiaciones electromagnéticas
quisiéramos atraer especialmente su atención. Quisiéramos que
ustedes prestasen una atención absoluta y comprensiva, pues son
estas radiaciones electromagnéticas las que van a sostener y
confirmar la moderna Fama Fratemitatis.
Existe un campo de radiación electromagnético que mantie­
ne la vida y el rumbo del mundo, y existe otro que proviene de un
universo diferente del que conocemos. Precisamente en esto está
basada nuestra Fama Fratemitatis moderna. Por consiguiente,
no les aportamos una idea nueva, una nueva especulación; sino
el anuncio de una nueva marcha de la humanidad, el anuncio de
un nuevo desarrollo mundial y humano, sobre el que cada uno de
nosotros debe concentrar todas sus reflexiones. No se trata de un
desarrollo que se manifestarádentro de 10 o 20 años, de talforma
que ustedes lleguen a colocar esta Fama Fratemitatis entre la
larga serie de predicciones de todo tipo que ya existen. No, se
trata de un desarrollo ya en curso, en el que todos nosotros
estamos completamente comprometidos.
Nuestra Fama Fratemitatis aparece en el momento preciso,
en el momento en que se puede decir: «Vengan y vean». ¿ Qué es
la Fraternidad? Ella es diferente de lo que posiblemente ustedes
se figuran o de lo que quizás les han dicho. La Fraternidad es la
unión de los bienintencionados, la comunidad de los Hijos de
Dios. Todos los que, con la Rosa del corazón abierta, participan
del nuevo campo de radiación manifestado, son acogidos en la
cadena de la Fraternidad. La intensidad de esta unión es deter­
minada por nosotros mismos, por nuestro propio estado de ser, y
no hay nadie que pueda impedirles entrar en la Fraternidad.»
Actualmente, treinta y cuatro años más tarde, los fenómenos
de esta revolución se agravan y van a la par con una crisis mundial
evidente. ¿Quién puede negar que nosotros nos encontremos en
medio? El interesado serio podrá descubrir numerosas pruebas de
ello. Piensen, por ejemplo, en los fenómenos que MarilynFerguson
ha intentado reunir en su libro De Aquarius Samenzwering, de
forma más o menos objetiva. Pero, en nuestros días, hay muchos
que comienzan a reaccionar a este impulso espiritual y el resultado
se deja sentir. Lo que quizás explica este simposio. El impulso
espiritual que, en el presente, se dirige a la humanidad, no está
sometido a fronteras, raza o pueblo, grupo o iglesia, sino que se
apodera de toda vida sobre la Tierra, de toda disposición, de toda
ley y, de esta forma, del propio hombre. Todos los detalles
materiales de la crisis son, de hecho, epifenómenos. Una nueva
fuerza ha aparecido en la atmósfera, una fuerza que llama a todos
los que poseen en ellos algunas bases para conocer una renovación
espiritual, obtener la liberación y alcanzar el verdadero objetivo
de la vida: la adquisición del verdadero estado de ser humano.
El itinerario de Cristián Rosacruz, descrito en el «misterio»
de Las Bodas Alquímicas, es una vía, un proceso vital que debe
cumplirse en el mismo hombre, de la transmutación alquímica
hasta la transfiguración. La lección de Cristián Rosacruz para
nuestro tiempo es ésta: es preciso recorrer por sí mismo ese
camino, trepar uno misn^gs giete etapas hacia los tres templos
que se erigen en la montaña, el espíritu, el alma y el nuevo cuerpo;
vivir los siete días de la creación, en nosotros mismos, del hombre
nuevo. Cristián Rosacruz está oculto en cada uno de nosotros. Su
tiimba está horadada en nuestro microcosmos. Y de está tumba
debe resucitar. Por ello Theophile Schweighard dijo: «Gehe in dich
selbst» (camina hacia ti mismo), pues es ahí donde la alquimia
transfigurfstica de Cristián Rosacruz debe efectuarse. Así Pablo
afirmó, como ya se ha dicho durante los días de este simposio:
«Toda la creación espera la manifestación, la resurrección de los
Hijos de Dios». ¿Dónde está el Hijo de Dios? El Hijo de Dios está
en el corazón, es la perla, la rosa, la semilla de Jesús. Lo que
explica la frase:
«Jesús mihi omnia» (Jesús es todo para mí). Por esta razón
la Fraternidad de la Rosacruz de Oro coloca a Cristián Rosacruz
en el centro de la actualidad y esto significa que hoy, de nuevo,
tenemos que seguir su ejemplo.

A.H. van den Brul.


20 de noviembre de 1986.
LAS
BODAS QUÍMICAS
DE
CRISTIAN ROSACRUZ

Valentín Andreae
DÍA UNO

Una noche, algo antes de Pascuas, estaba sentado


delante de la mesa como tenía por costumbre, conver­
saba con mi Creador en una humilde oración. Henchi­
do por el deseo de preparar en mi corazón un pan ácimo
inmaculado con la ayuda del cordero Pascual
bienamado, meditaba profundamente sobre los enor­
mes secretos que, en su majestad, el Padre de la Luz me
ha permitido contemplar en tan gran número. De re­
pente, el viento se puso a soplar con una violencia tal
que pareció que la montaña en la que había excavado
mi morada se hundiría bajo sus ráfagas.
Sin embargo como esta tentativa del diablo, que
frecuentemente me ha abrumado con muchas penas, no
tuvo éxito, recuperé bríos y proseguí mi meditación.
De repente sentí que me tocaban en la espalda: me
asusté tanto que, aunque al mismo tiempo sintiera un
gozo como no puede conocer la flaqueza humana sino
en parecidas circunstancias, no me atreví a volverme.
Terminé sin embargo volviéndome, pues continuaban
tirando de mis ropas reiteradamente; vi una mujer de
extraordinaria hermosura cubierta con un vestido azul
delicadamente tachonado de estrellas de oro, comoel
'cíelo. Én su mano derecha llevaba una trompeta de oro
en la que leí fácilmente un nombre que después me
prohibieron revelar; en su mano izquierda apretaba un
voluminoso paquete de cartas, escritas en todas las
lenguas, que, como supe más tarde, debía distribuir en
todos los países. Tenía unas alas grandes y hermosas
cubiertas de ojos en toda su extensión; con ellas se
lanzaba y volaba más rápido que el águila.
Quizás hubiera podido ver más cosas pero como no
se quedó junto a mí sino muy poco tiempo y como yo
estaba aún aterrorizado y maravillado, no me fijé en
más. Cuando me volví, buscó en su paquete de cartas
y depositó una sobre mi mesa con una profunda reve­
rencia; después me abandonó sin haber dicho una sola
palabra. Al alzar el vuelo tocó su trompeta con una
fuerza tan grande que resonó por toda la montaña y yo
mismo no pude escuchar mi propia voz durante casi un
cuarto de hora.
No sabiendo que partido tomar ante esta aventura
extraordinaria, caí de rodillas y pedí a mi Creador que
me salvaguardara de todo lo que pudiera ser contrario
a mi salud eterna. Temblando de miedo cogí entonces
la carta a la que encontré tan pesada como si toda ella
fuera de oro macizo. Examinándola con cuidado des­
cubrí el sello minúsculo que la cerraba y que contenía
una cruz delicada con la inscripción: In hoc signo
vinces.
Cuando vi el signo volví a tomar confianza pues
este sello no habría agradado al diablo que, ciertamen­
te, no lo usaba. Abrí pues la carta con presteza y leí los
versos siguientes escritos en letras de oro sobre campo
azul:
Hoy, Hoy, Hoy, son las bodas del rey;
si has nacido para tomar parte en ellas
elegido por Dios para la alegría,
ve hacia la montaña
que tiene tres templos
a ver los acontecimientos.
Ten cuidado contigo,
examínate a ti mismo.
Si no te has purificado con constancia
las bodas te harán daSóT
Infortunio para quien se retrasa allí abajo.
Que se abstenga quien sea demasiado ligero.
Al pie y como firma: Sponsus y Sponsa

Leyendo esta carta estuve a punto de desvanecer­


me; se me erizaron los cabellos y un sudor frío bañó mi
cuerpo. Comprendía que se trataba de las bodas que me
habían sido anunciadas siete años antes en una visión
"formal; las había esperado y deseado ardientemente y
había calculado su fecha estudiando cuidadosamente
los aspectos de mis planetas; pero nunca sospeché que
se celebrarían en condiciones tan graves y peligrosas.
En efecto, me había imaginado que no tendría sino
presentarme a las bodas para ser acogido como hués­
ped bienvenido y hete aquí que todo dependía de la
elección divina. No estaba nada seguro de encontrarme
entre los elegidos; más aún, cuando me examinaba no
encontraba en mí sino ininteligencia e ignorancia de
los misterios, una ignorancia tal que no era capaz de
entender ni el suelo que pisaban mis pies, ni los objetos
de mis ocupaciones diarias; con mayor razón aún no
debía estar destinado a profundizar y conocer los
secretos de la naturaleza. A mi parecer la naturaleza
podría encontrar en cualquier lado un discípulo más
meritorio a quien confiar sus tesoros preciosos, aunque
temporales y perecederos. Igualmente caí en la cuenta
que mi cuerpo, mis costumbres externas y el amor
fraterno por mi prójimo, no eran de una pureza deslum­
brante; así, el orgullo de la carne aún se manifestaba
por su tendencia a la consideración y a la pompa
mundanas y la falta de atención hacia mi prójimo.
Estaba todavía constantemente atormentado por el
pensamiento de actuar en provecho propio, por cons­
truirme palacios, por hacerme un nombre inmortal en
el mundo y por otras cosas parecidas.
Pero fueron sobre todo las palabras oscuras con­
cernientes a los tres templos las que me sumieron en
una gran inquietud; mis reflexiones no llegaron a
esclarecerlas y quizás no las hubiera comprendido
nunca si no me hubiera sido dada la clave de una
fórmula maravillosa. Dudando entre el temor y la
esperanza, pesaba los pros y los contras sin llegar a
constatar cosa otra alguna que mi impotencia y mi
flaqueza. Sintiéndome incapaz de tomar una decisión
cualquiera, temeroso ante esta invitación, traté de
encontrar una solución por mi camino habitual, el más
seguro: me abandoné al sueño tras una oración severa
y ardiente, en la esperanza de que mi ángel quisiera
aparecérseme, con el permiso divino, para poner fin a
mis dudas como ya me había sido otorgado anterior­
mente algunas veces. Y una vez más así fue, alabado
sea Dios; para mi bien y para ejemplo y enmienda de mi
prójimo.
Apenas me había dormido cuando me pareció estar
acostado en una torre sombría junto con una multitud
de otros hombres; en ella, atados a pesadas cadenas,
bullíamos como abejas sin luz, incluso sin el menor
resplandor, lo que agravaba más nuestra aflicción.
Ninguno de nosotros podía ver nada y, sin embargo, oía
a mis compañeros que se querellaban continuamente
los unos con los otros porque la cadena de uno era un
tanto así más ligera que la de otro, sin considerar que no
había razón para despreciarse pues todos no éramos
sino pobres idiotas.
Tras padecer este dolor durante mucho tiempo,
tratándonos recíprocamente de ciegos y de prisioneros,
finalmente oímos el sonar de numerosas trompetas y el
redoble del tambor, ejecutados con una maestría tal que
nos sirvió de regocijo y apaciguamiento en nuestra
cruz. Mientras que escuchábamos se levantó el techo
de la torre y un poco de luz llegó hasta nosotros.
Entonces se nos pudo ver cayendo los unos sobre los
otros pues todo el mundo se agitaba en desorden de
manera que el que antes estaba arriba, ahora se encon­
traba abajo. En cuanto a mí, tampoco permanecí inac­
tivo, sino que me deslicé entre mis compañeros y, pese
a mis fatigantes ataduras, trepé a una piedra de la que
había logrado apoderarme, aunque también allí fui
atacado por los otros a los que respondí defendiéndome
como mejor sabía, con mis pies y con mis manos.
Estábamos persuadidos de que nos liberarían a todos,
aunque ocurrió de otra manera.
Cuando los señores que nos miraban desde arriba
por el agujero de la torre se hubieron divertido un poco
con la agitación y los gemidos, un viejo completamente
cano nos ordenó que nos callásemos y cuando se hizo
silencio habló en los siguientes términos si la memoria
no me es infiel:
Si el pobre género humano
quisiera deiar de rebelarse.
recibiría bienes innumerables
de una verdadera madre,
pero como rehúsa obedecer,
permanece con sus inquietudes
y queda prisionero.
Pese a todo, mi querida madre no desea
guardarle rencor por su desobediencia;
y permite que sus bienes preciosos
salgan a la luz con bastante frecuencia:
aunque los alcancen muy raramente
para que se les aprecie,
pues si no serían tomados como fábulas.
Por ello es por lo que, en honor de la ñesta
que celebramos hoy,
para que se le den gracias más frecuentemente,
quiere hacer una buena obra.
Se bajará la cuerda;
quien se cuelgue de ella
será libre.

Apenas terminó este discurso cuando la viejadama


ordenó a sus servidores que lanzaran siete veces la
cuerda en la torre y que la subieran con los que hubieran
podido cogerla.
¡Dios mío! Lástima que no pueda describir con
mayor fuerza la angustia que se apoderó de nosotros
entonces, ya que todos tratábamos de apoderamos de
ella obstaculizándonos mutuamente por esa misma
razón. Pasaron siete minutos, después sonó una campa­
nilla, a dicha señal los servidores subieron la cuerda
con cuatro de nosotros. En estos momentos yo estaba
bien lejos de poder alcanzarla pues, para mi desgracia,
y como ya he dicho, me hallaba subido en una piedra
adosada al muro de la torre desde donde no se podía
coger la cuerda que bajaba por el centro.
La cuerda fue tendida una segunda vez: pero
muchos teníamos cadenas demasiado pesadas y manos
muy delicadas para sujetarnos a ella y, al caer,
arrastrábamos a otros que quizás se hubieran manteni­
do. Y éramos tan envidiosos en nuestra miseria que
hubo quien, no pudiendo cogerla, arrancaba de ella a
los demás. Compadecí sobre todo a quienes eran tan
pesados que se le arrancaban las manos del cuerpo sin
que lograran subir.
En cinco idas y venidas muy pocos se liberaron
pues ocurría que cuando sonaba la señal, los servidores
se llevaban la cuerda con tal rapidez que la mayoría de
los que la habían cogido caían unos sobre otros. La
quinta vez subió vacía, así que muchos de nosotros,
entre ellos yo, perdíamos las esperanzas de vemos
libres: imploramos pues a Dios para que tuviera piedad
de nosotros y nos sacara de estas tinieblas ya que las
circunstancias eran propicias; algunos fueron escucha­
dos.
Como la cuerda se balanceaba cuando la retiraban,
pasó delante de mi, quizás por la voluntad divina; la
cogí al vuelo agarrándome a ella por encima de todos
los demás; y así fue como, contra toda esperanza, salí
de allí. Fue tan grande mi alegría que ni sentí las heridas
que una piedra aguda me hizo en la cabeza mientras
'subía; solo me di cuenta cuando a mi vez, tuve que
ayudar a los otros liberados a retirar la cuerda por
séptima y última vez. Entonces y debido al esfuerzo
que hice, la sangre se esparció por todas mis vestiduras
sm que, en mi alegría, ni me diera cuenta.
Tras la última saca, que traía un mayor número de
prisioneros, la dama encargó a su viejísimo hijo (cuya
edad me sorprendía enormemente) que exhortara al
resto de los prisioneros que aún quedaban en la torre.
Tras una corta reflexión, éste tomó la palabra de la
siguiente manera:
Queridos hijos
que estáis ahí abajo,
se ha terminado
lo que estaba previsto hace largo tiempo.
Lo que la gracia de mi madre
ha concedido a vuestros hermanos,
no se lo envidiéis.
Bien pronto vendrán tiempos felices
en los que todos serán iguales;
no habrá más pobres ni ricos.
Aquél a quien se ha pedido mucho
deberá dar mucho.
Aquél a quien se ha confiado mucho
deberá rendir cuentas estrictas.
Que cesen vuestras amargas quejas
¿qué son estos pocos días?

Cuando acabó, el techo fue colocado otra vez sobre


la torre. Resonaron de nuevo trompetas y tambores
aunque el esplendor de su sonido no lograba silenciar
los gemidos de los prisioneros que se dirigían a todos
los que estaban fuera, lo que me hizo llorar.
La vieja dama se sentó junto a su hijo en el sitio
dispuesto para ella e hizo contar a los que habían sido
liberados. Cuando supo su número y lo inscribió en una
tablilla de oro, preguntó el nombre de cada cual que fue
anotado por un paje. A continuación nos miró, suspiró
y dijo a su hijo (yo lo oí muy bien): «¡Ay!, cómo
compadezco a los pobres hombres de la torre; ojalá que
Dios me permita liberarlos a todos». El hijo respondió:
«Madre, Dios lo ha ordenado así y no debemos desobe­
decerle. Si todos fuéramos señores y poseyéramos los
bienes de la tierra, ¿quién nos serviría cuando estuvié­
ramos en la mesa?». Su madre no respondió nada.
Un momento después, dijo: «Liberad a estos de sus
cadenas». Lo hicieron rápidamente y a mí me tocó de
los últimos. Habiéndome fijado primero como se com­
portaban mis compañeros, no pude resistir el inclinar­
me ante la vieja dama y dar gracias a Dios quien, a
través de ella, había tenido a bien en su gracia paternal,
sacarme de las tinieblas a la luz. Los demás siguieron
mi ejemplo y la dama se inclinó.
Cada cual recibió como viático una medalla con­
memorativa de oro; había en el anverso una efigie del
sol naciente y en el reverso, si la memoria no me es
infiel, las tres letras D.L.S.
Después nos despidieron exhortándonos a que
sirviéramos al prójimo para gloria de Dios y a que
mantuviéramos en secreto lo que nos había sido confia­
do; lo prometimos y nos separamos.
Yo no podía andar bien a causa de las heridas que
me habían hecho las argollas que aprisionaron mis pies
y cojeaba de las dos piernas. La vieja dama se dio
cuenta, se rió de ello, me llamó y me dijo: «Hijo mío,
no te entristezcas por esta enfermedad, acuérdate por el
contrario de tus flaquezas y da gracias a Dios que te ha
permitido pese a tu imperfección llegar a esta luz
elevada mientras que aún vives en este mundo: sopór­
talas en memoria mía.»
En este momento las trompetas sonaron
inopinadamente; me sobresalté tanto que me desperté.
Sólo entonces caí en la cuenta de que había soñado. Sin
embargo este sueño me impresionó tanto que aún hoy
me inquieta y todavía me parece sentir las llagas de mis
pies.
Fuera lo que fuese, comprendí que Dios me permi­
tía asistir a unas bodas ocultas; le di gracias por ello, en
su majestad divina, en mi piedad filial, y le pedí que me
hiciera conservar siempre su temor, que llenara cada
día mi corazón de sabiduría y de inteligencia y que,
pese a mis pocos méritos, me condujera con su gracia
al fin deseado.
Después me preparé para el viaje; vestí mi ropa de
lino blanco y me ceñí una cinta color rojo sangre
dispuesta en cruz que pasaba por mis hombros. Até
cuatro rosas rojas en mi sombrero, esperando que todas
estas señales servirían para que se me distinguiera
rápidamente entre la muchedumbre. Como alimento
tomé pan, sal y agua; con posterioridad, siguiendo los
consejos de un sabio, me serví útilmente de ellos en
diversas ocasiones.
Pero antes de abandonar mi caverna, dispuesto
para la marcha y vestido con mi ropa nupcial, me
prosterné de rodillas y pedí a Dios que permitiera que
todo lo que iba a suceder ocurriera para mi bien; a
continuación Le prometí servirme de las revelaciones
que pudieran serme hechas para extender Su nombre y
para el bien de mi prójimo y no para alcanzar honores
y consideración mundana. Habiendo formulado este
voto, salí de mi celda lleno de esperanza y alegría.
DÍA DOS

Acababa de entrar en el bosque y me pareció que el


cielo entero y todos los elementos ya se hablan engala­
nado para las bodas; los pájaros cantaban más agrada­
blemente y vi a los cervatillos saltar con tanta gracia
que alegraron mi corazón y lo incitaron a cantar. Así
que canté en voz alta:
Sé feliz, amado pajarillo
que tu canto claro y fino
alabe a tu creador;
Poderoso es tu Dios,
te prepara el alimento
y te lo da justo cuando hace falta,
estáte así satisfecho.
¿Por qué estarías triste,
por qué te irritarías contra Dios
porque te hizo pajarillo?
¿por qué razonar en tu menguada cabeza
a causa de que no te hizo hombre?
Oh, cállate; él lo ha meditado profundamente.
Estate así satisfecho.
¿Qué haré yo, pobre lombriz__
si quisiera discutir con Dios?
¿Trataría de forzar la entrada del cielo
para arrebatar el gran arte con violencia?
Dios no se deja atosigar.
Que el Indigno se abstenga.
Hombre, estáte satisfecho.
No te ofendas
si no te ha hecho emperador;
quizás hubieras olvidado su nombre
y solamente eso es lo que le preocupa.
Los ojos de Dios son clarividentes.
Ve en el fondo de tu corazón
Así que no le engañarás.
Y mi canto, surgiendo del fondo de mi corazón, se
derramó a través del bosque resonando en todas partes.
Las montañas me repitieron las últimas palabras cuan­
do al salir de él entraba en un hermoso prado. Allí se
entrelazaban tres bellísimos cedros cuyas largas ramas
daban una sombra soberbia. A pesar de que no había
andado mucho, quise disfrutar de ella enseguida pues
me encontraba agotado por el ardor de mi deseo: así
que corrí a los árboles para reposarme un poco.
Pero al acercarme más vi un cartel fijado en uno de
ellos en el que, con líneas elegantes, leí el siguiente
escrito:
Salud extranjero: Quizás has oído hablar de las
Bodas del Rey; si así es, sopesa exactamente estas
palabras. A través nuestro la Novia te ofrece cuatro
caminos para elegir por todos los cuales podrás llegar
al Palacio del Rey a condición de que no te apartes de
su vía. El primero es corto pero peligroso, atraviesa
diversos obstáculos que no podrás evitar sino con
grandísimo trabajo; el otro, más largo, los bordea, es
llano yfácil si con la ayuda del imán no te dejas desviar
ni a la izquierda ni a la derecha. El tercero es verda­
deramente la vía real: diversos placeres v espectácu­
los de nuestro Rey te hacen este camino agradable.
Pero apenas uno entre mil llegan por él al objetivo. Por
el cuarto ningún hombre puede alcanzar el Palacio del
Rey pues es impracticable ya que consume, y no
conviene sino a los cuerpos incorruptibles. Escoge
pues de estos tres el que quieras y síguelo con constan­
cia. También debes saber que sea cual fuere el que
escojas, en virtud de un destino inmutable no podrás
abandonar tu decisión y volverte atrás sin que tu vida
peligre grandemente.
Esto es lo que hemos querido que sepas. Pero no
ignores tampoco que deplorarás haber hecho esta
elección llena de peligros. En efecto, si has de ser
culpable del más mínimo delito contra las leyes de
nuestro Rey, te pido mientras que aún es tiempo, que te
vuelvas a tu casa con la mayor rapidez por el mismo
camino que seguiste para venir.
Mi alegría se desvaneció una vez leída la inscrip­
ción; y después de haber cantado tan alegremente, me
puse a llorar con amargura pues bien veía los tres
caminos ante mí. Sabía que me estaba permitido elegir
uno, pero si escogía el de piedras y rocas me exponía a
matarme miserablemente de una caída; si escogía el
LAS BODAS QUÍMICAS DE CRISTIAN ROSACRUZ

largo podía perderme por las travesías o quedarme en


él por cualquiera otra razón siendo el viaie tan dilatado.
Tampoco osaba esperar que, entre mil, fuera precisa­
mente yo el que pudiera escoger la vía real. Delante de
_mí también se abría el cuarto camino pero estaba tan
lleno de fuego y de vapor que no podía aproximarme a_
él ni siquiera de lejos.
En esta incertidumbre reflexionaba si no valdría
más renunciar a mi viaje. Por una parte consideraba mi
indignidad, pero por la otra la esperanza me consolaba
con el recuerdo de la liberación de la torre, sin que sin
embargo pudiera fiarme de ella de una manera absolu­
ta. Dudaba aún sobre que resolución tomar cuando mi
cuerpo, agotado por la fatiga, reclamó su alimento..
Cogí pues el pan y lo corté. Entonces una paloma,
blanca como la nieve, subida a un árbol y cuya presen­
cia me había pasado inadvertida hasta ese momento,
me vio y bajó: quizás estaba habituada Se aproximó
dulcemente a mí y le ofrecí compartir mi comida: ella
aceptó y eso permitió admirar a gusto su belleza.
Pero nos vio un cuervo negro, enemigo suyo, que
se abalanzó sobre la paloma para apoderarse de su parte
de comida sin prestar la menor atención a mi presencia.
La paloma no tuvo otro recurso sino el de huir y ambos
volaron hacia el sur. Me irrité y disgusté tanto que
perseguí de manera atolondrada al cuervo insolente v
anduve así, sin darme cuenta, un buen trecho en esta
dirección; espanté al cuervo y libré a la paloma.
Solamente en este momento me di cuenta de que
había actuado sin reflexionar: había entrado en un
camino del que de ahora en adelante me estaba prohi­
bido salir bajo amenaza de un castigo severo^ Me
habría consolado de ello sino hubiera lamentado viva­
mente haber olvidado mi zurrón y mi pan bajo el árbol
sin que pudiera volver a recogerlos: cada vez que
quería volverme el viento me azotaba con tal fuerza
que me tiraba al suelo; si seguía mi camino no sentía la
tormenta. Entonces comprendí que oponerme al viento
significaba perder la vida.
Me puse pues en camino llevando mi cruz con
paciencia y, como la suerte estaba echada, decidí hacer
todo lo posible para llegar al fin antes de que se hiciera
de noche. Me encontré muchos falsos caminos pero los
evité gracias a mi brújula no queriendo abandonar el
meridiano ni un paso, pese a que el camino era a
menudo tan rudo y tan poco practicable que creía
haberme perdido. Mientras andaba pensaba sin cesar
en la paloma y en el cuervo sin llegar a comprender su
significado.
Al fin divisé a lo lejos, en la cima de una gran
montaña, un pórtico espléndido; a pesar de que estaba
muy, pero que muy, alejado de mi camino, me apresuré
hacia él porque el sol acababa de ocultarse tras los
montes sin que, aún de lejos, yo hubiera visto ciudad
alguna. Atribuyo este descubrimiento únicamente a
Dios que bien hubiera podido dejarme continuar mi
camino sin abrirme los ojos, porque hubiera podido
fácilmente pasar de largo sin verlo.
Digo que me aproximé a él con el mayor apresura­
miento y cuando llegué, las últimas luces del crepúscu­
lo aún me permitieron distinguir el conjunto.
Era un Pórtico Real admirable, cuajado de escultu­
ras que representaban espejismos y objetos maravillo­
sos de los que varios tenían una significación particular
como supe más tarde. En lo más alto, el frontón tenía
estas palabras:
LEJOS DE AQUÍ, ALEJAOS PROFANOS
con otras inscripciones de las que se me ha prohibido
severamente hablar.
Cuando llegaba al pórtico, salió a mi encuentro un_
desconocido vestido con una ropa azul cielo. Lo saludé
amistosamente y me respondió de la misma manera
pidiéndome enseguida mi invitación. ¡Oh! qué alegría
me dio haberla traído pues la habría podido olvidar
fácilmente cosa que, según él, le había sucedido a otros.
Se la enseñé enseguida y no sólo se mostró satisfe­
cho sino que, con gran sorpresa mía, se inclinó ante mi
y me dijo: «Venga, hermano querido, eres mi huésped
bienvenido». Me pidió a continuación que le dijese mi
nombre y le respondí que era el hermano de la Rosa-
Cruz Roja por lo que manifestó una agradable sorpresa.
Después me preguntó: «¿Hermano, no has traído con
qué comprar una insignia?». Le repliqué que mi fortu­
na era modesta, pero que le ofrecía con gusto lo que
pudiera agradarle entre los objetos que poseía. A peti­
ción suya le regalé mi cantimplora de agua, y me dio a
cambio una insignia de oro que no llevaba sino estas
dos letras: S.C. Me exhortó a acordarme de él en el caso
en que pudiera serme útil. A petición mía me indicó el
número de invitados que habían entrado antes que yo;
en fin, por amistad me dio una carta sellada para el
guardián siguiente.
Mientras me entretenía hablando con él vino la
noche; en la puerta encendieron un gran farol para que
pudieran orientarse los que aún estaban en camino. El
camino que conducía al castillo iba entre dos muros, y
estaba bordeado por hermosos árboles con frutos.
Habían colgado un farol en uno de cada tres árboles a
ambos lados y una hermosa virgen vestida con un
vestido azul venia a encender todas estas luces con una
antorcha maravillosa; me entretuve más de lo prudente
en admirar este espectáculo de una belleza perfecta.
Finalmente, la charla terminó y tras haber recibido
las instrucciones pertinentes me despedí del primer
guardián. Mientras caminaba me asaltó el deseo vehe­
mente de saber lo que contenía la carta, pero como no
podía sospechar ninguna mala intención del guardián,
resistí a la tentación.
Así llegué a la segunda puerta que era casi idéntica
a la primera; no difería de ella sino por las esculturas y
los símbolos secretos. Sobre el frontón se leía:
DAD Y SE OS DARÁ
Un león feroz encadenado bajo esta puerta se
irguió nada más verme y trató de saltar sobre mí
rugiendo, así despertó al segundo guardián que estaba
acostado sobre una losa de mármol. Expulsó al león,
cogió la carta que le tendí temblando y me dijo mientras
se inclinaba profundamente:
«Bienvenido en Dios sea el hombre al que deseaba
ver desde hace tanto tiempo». A continuación me
presentó una insignia y me preguntó si podía cambiar­
la. Como ya no me quedaba sino la sal se la ofrecí yJa
aceptó dándome las gracias. Esta insignia también
tenía solamente dos letras: S. M.
Cuando me disponía a conversar igualmente con él
tocaron en el castillo, entonces el guardián me exhortó
a correr con toda la fuerza de mis piernas si no mi
trabajo y mis esfuerzos serían vanos pues comenzaban
ya a apagar todas las luces arriba. Me puse a correr
inmediatamente sin saludar al guardián pues temía, no
sin razón, llegar demasiado tarde.
En efecto, fuera todo lo rápida que fuese mi carre­
ra, ya me alcanzaba la virgen y tras ella apagaban todas
las luces. No hubiera podido seguir en el buen camino
si no hubiera hecho llegar hasta mi un resplandor de su
antorcha. En fin, empujado por la angustia, conseguí
entrar justo detrás de ella; en ese mismo instante se
cerraron las puertas tan bruscamente que quedó cogido
en ellas el borde de mi vestido y allí tuve que dejarlo
porque ni yo ni los que llamaban desde fuera pudimos
lograr que el guardián de la puerta abriera de nuevo:
pretendía haber entregado las llaves a la virgen quien,
según él, se las había llevado al patio.
Me volví para examinar la puerta: era una obra
maestra admirable y el mundo entero no poseía una que
la igualase. Al lado de la puerta se levantaban dos
columnas; una de ellas llevaba una estatua sonriente
con la inscripción:
CONGRATULO

En la otra, la estatua ocultaba su cara con tristeza


y por debajo se leía:
CONDOLEO

En pocas palabras: se veían imágenes y sentencias,


tan oscuras y misteriosas que los más sabios de la tierra
no hubiesen podido explicarlas, Pero, si Dios lo permi­
te, en breve las describiré y las explicaré.
Al atravesar la puerta me fue preciso decir mi
nombre que inscribieron el último en el pergamino
destinado al futuro esposo. Solamente entonces me fue
entregada la verdadera insignia de invitado: era un
poco más pequeña que las otras, pero mucho más
pesada. En ella estaban grabadas las tres letras siguien­
tes: S.P.N. A continuación me calzaron un par de
zapatos nuevos pues todo el suelo del castillo estaba
enlosado de mármol claro. Como me resultaba agrada-
ble dar mis viejos zapatos a uno de los pobres que, con
compostura, se sentaban frecuentemente bajo la puer­
ta, los regalé a un viejo.
Pocos instantes después dos pajes que llevaban
antorchas me condujeron a una cámara rogándome que
descansara en un banco, lo que hice mientras ellos
colocaban las antorchas en dos agujeros perforados en
el suelo. Eiespués se fueron dejándome solo.
De repente escuché en tomo mío un ruido sin causa
aparente y hete aquí que me cogieron varios hombres
a la vez; como no los veía, me vi obligado a dejarlos
hacer a su guisa. No tardé en darme cuenta de que eran
peluqueros; les pedí que no me zarandearan así y
declaré que me prestaría a todo lo que quisieran. Me
devolvieron la libertad de movimientos y uno de ellos,
que seguía siendo invisible, me cortó diestramente los
cabellos de la parte alta de la cabeza, respetando sin
embargo las largas mechas, encanecidas por la edad, de
la frente y de las sienes.
Confieso que, al principio, estuve a punto de
desvanecerme pues cuando me sentí zarandeado tan
irresistiblemente creí que Dios me había abandonado a
causa de mi temeridad.
Finalmente, los peluqueros invisibles recogieron
cuidadosamente los cabellos cortados y se los llevaron;
entonces volvieron los dos pajes que se pusieron a
reírse de mi terror. Pero apenas habían abierto la boca
cuando tintineó una campanilla para reunir la asamblea
según se me dijo.
A través de una infinidad de pasillos, de puertas y
de escaleras, los pajes me precedieron con sus antor­
chas conduciéndome a la gran sala. Una multitud de
invitados se apretujaba en esta sala: se veían en ella
emperadores, reyes, príncipes y señores, nobles y ple­
beyos, ricos y pobres y gente de todas clases, Pensando
en mi mismo, me quedé sorprendido, ¡Ah! ¡Bien loco
estoy! ¡Por qué me habré atormentado tanto con este
viaje! ¡ He aquí compañeros que conozco bien y que no
he apreciado nunca; aquí están todos y yo, con todas
mis súplicas y plegarias, he llegado el último y aún a
duras penas!»
Sin duda fue el diablo quien me inspiró estos
pensamientos y muchos más aún, pese a todos mis
esfuerzos por rechazarlos.
Los que me conocían me llamaban de uno y otro
lado:
«Hermano Rosacruz, ¿así que tú también has lle­
gado?», «Sí hermanos» respondí, «la gracia de Dios
me ha hecho entrar igualmente». Se rieron de mi
respuesta y encontraron ridículo que invocara a Dios
por una cosa tan simple. Cuando preguntaba a todos
por el camino que habían seguido -varios habían tenido
que bajar por las rocas-, unas trompetas invisibles
tocaron la hora de la comida. Cada cual se colocó según
el rango al que le parecía tener derecho y tan bien lo
hicieron que yo y otros pobres como yo apenas si
encontramos un hueco en la última mesa.
Entonces entraron los dos pajes, uno de ellos recitó
oraciones tan admirables que con ellas se me alegró el
corazón. Sin embargo, algunos de los grandes señores
no sólo no les prestaban la menor atención sino que se
reían entre ellos, se hacían señales, mordisqueaban sus
sombreros y se divertían con otras bromas parecidas.
Después sirvieron. Aunque no pudimos ver a na­
die, los platos estaban tan bien servidos que me pareció
que cada invitado tenía su criado.
Cuando toda esta gente estuvo harta y el vino hizo
desaparecer la vergüenza de su corazón, cada cual se
vanagloriaba presumiendo de su poder. El uno hablaba
de ensayar esto, el otro aquello, los más tontos eran los
que gritaban más fuerte. Todavía hoy no puedo impedir
la irritación cuando recuerdo los actos sobrenaturales
e imposibles de los que oí hablar. Para acabar, cambia­
ron los sitios. Aquí y allá un cortesano se deslizaba
entre dos señores y entonces estos ideaban acciones de
una tal envergadura que no hubiera bastado la fuerza de
Sansón o de Hércules para realizarlas; uno quería librar
a Atlas de su peso, otro hablaba de sacar de los Infiernos
al Cerbero tricéfalo; en resumen, cada cual divagaba a
su manera. La locura de los grandes señores era tal que
acababan creyendo sus propias mentiras, la audacia de
los malvados no conoció límites; así que no prestaron
atención alguna a los golpes que como advertencia
recibieron en los dedos, Cuando uno presumió de
haberse apoderado de una cadena de oro, los demás
siguieron por el mismo camino, Vi a uno que pretendía
oír zumbar los cielos, otro podía ver las Ideas Platónicas',
un tercero quería contar los Átomos de Demócrito y no
pocos conocían el movimiento perpetuo.
A mi parecer varios poseían una inteligencia des­
pierta pero, para desgracia suya, tenían una opinión
demasiado buena de sí mismos. Para acabar había uno
que intentaba pura y simplemente convencemos de que
veía a los criados que nos servían. Y habría discutido
largo tiempo todavía a no ser porque uno de estos
servidores invisibles le dio un bofetón en su boca
mentirosa, de manera que, no sólo él, sino también
bastantes de sus vecinos, quedaron mudos como rato­
nes.
Para gran satisfacción mía, todos aquellos a quien
estimaba guardaban silencio en medio de este bullicio;
se guardaban bien de elevar la voz pues se considera­
ban torpes, incapaces de penetrar los secretos de la
naturaleza de lo que, por añadidura, se creían comple­
tamente indignos. A causa del tumulto, casi habría
maldecido el día que llegué a tal sitio pues veía que los
malvados y los ligeros eran colmados de honores
mientras que yo ni siquiera podía estar tranquilo en mi
humilde sitio: en efecto, uno de estos canallas se
burlaba de mi tratándome de loco completo.
Como aún ignoraba que hubiese una puerta por la
que teníamos que pasar me imaginé que permanecería
así, víctima de las burlas y del desprecio, todo el tiempo
que durasen las bodas; sin embargo no pensaba valer
tan poco ante los ojos del novio y de la novia y estimaba
qiíe podrían haber encontrado a otro para hacer de
bufón en sus bodas. ¡Ay! Esta falta de resignación a la
que las desigualdades del mundo empujan a los cora­
zones simples, y precisamente esta impaciencia fue la
que mi sueño me había mostrado bajo el símbolo de la
cojera.
El vocerío aumentaba cada vez más. Algunos ya
querían damos por ciertas visiones completamente
inventadas y vivencias de una falsedad evidente.
Mi vecino era al contrario un hombre calmado y de
buenas maneras; después de charlar de cosas sensatas,
acabó por decirme: «Mira, hermano, si ahora algún
recién llegado quisiera hacer entrar en razón a todos
estos endurecidos, ¿le escucharían? «Ciertamente no»,
respondí. «Así es -dijo- como el mundo quiere ser
engañado a toda costa y cierra su oídos a quienes no
buscan sino su bien. Fíjate bien en ese adulador y
observa con qué comparaciones ridiculas y con qué
deducciones insensatas capta la atención de los que le
rodean. Mira allí como otro se burla de la gente con
palabras misteriosas e inauditas. Pero créeme que
llegará un tiempo en que se les quitarán las máscaras y
disfraces para que todos vean los bribones que oculta­
ban; quizás entonces se vuelva a quienes habían sido
despreciados».
El tumulto se hacia cada vez más violento. De
repente se elevó en la sala una música deliciosa, admi­
rable, como no la había oído nunca en la vida; toda la
sala, presintiendo acontecimientos inesperados, se ca­
lló. La melodía surgía de un conjunto de instrumentos
de cuerda, con una armonía tan perfecta que me quedé
como de piedra, completamente ensimismado, para
gran sorpresa de mi vecino. Nos tuvo maravillados casi
una media hora durante la cual guardamos silencio,
además, algunos que quisieron hablar fueron rápida­
mente corregidos por una mano invisible. Por lo que
me concernía, renunciando a ver los músicos, trataba
de ver sus instrumentos.
Habría pasado una media hora cuando la música
cesó de repente sin que pudiésemos ver de donde salía.
Una fanfarria de trompetas y un redoble de tambo­
res estallaron a la entrada de la sala y resonaron con una
tal maestría que esperábamos ver entrar al emperador
romano en persona. Vimos que la puerta se abría sola
y entonces la magnificencia de las trompetas se hizo tal
que apenas podíamos soportarla. La sala se vio inunda.-
da de luces, me parece que por millares; se movían
solas según su rango, lo que nos dejó espantados.
Después vinieron los dos pajes llevando las antorchas,
precedían a una virgen de admirable belleza que se
acercaba transportada en un hermoso palanquín de oro.
Me pareció reconocer en ella a la que precedentemente
había primero encendido y luego apagado las luces.
"Asimismo creí reconocer entre sus servidores a los que
estaban de guardia bajo los árboles que bordeaban el
camino. Ya no llevaba el vestido azul sino que su túnica
era centelleante, blanca como la nieve, chorreando oro
y de un brillo tal que no podíamos mirarla largo rato,
Tos vestidos de los dos pajes eran iguales, sin embargo
su brillo era menor.
Cuando la virgen llegó al medio de la sala descen­
dió de su trono y todas las luces bajaron su intensidad
como para saludarla. Todos nos levantamos enseguida
sin abandonar nuestro sitio.
Después se inclinó ante nosotros y tras haber
recibido nuestro homenaje, comenzó el discurso si­
guiente con voz admirable:
El rey, mi gracioso señor,
que ahora no está muy lejos,
así como su muy querida prometida
confiada a su honor,
han visto con gran alegría vuestra reciente llegada.
A cada uno de vosotros os honran
con su favor, en todo instante,
y desean desde el fondo de su corazón
que siempre os logréis
para que la alegría de sus bodas
no se mezcle con la aflicción de nadie.

Después se inclinó de nuevo con cortesía, sus luces


la imitaron, y continuó como sigue:
Por la invitación sabéis
que no ha sido llamado aquí hombre alguno
que no haya recibido todos los dones preciosos
de Dios, desde hace mucho,
y que no estuviese preparado suficientemente.
Como conviene en esta circunstancia
mis dueños no quieren creer
que nadie pueda ser bastante audaz
habida cuenta de las condiciones severas,
para presentarse, a menos
de estar preparado para sus bodas.
Después de largos años
conservan la esperanza
y os destinan todos los bienes, a todos;
se alegran de que en estos tiempos difíciles
encuentren aquí reunidas tantas personas.
Sin embargo los hombres son tan audaces
que su grosería no los retiene.
Se introducen en lugares
a los que no han sido llamados.
Para que los bribones no puedan engañar.
para que ningún impostor se deslice entre los otros,
y para que puedan celebrar pronto, sin cambiar nada
de las puras bodas,
será instalada mañana
la balanza de los Artistas:
entonces cada uno se dará cuenta fácilmente
de lo que ha descuidado adquirir en él.
Si ahora, alguno en esta muchedumbre
no está enteramente seguro de sí,
que se vaya presto;
pues si se queda,
toda gracia le será negada
y mañana será castigado.
En cuanto a los que quieran sondear su conciencia
se quedarán hoy en esta sala,
serán libres hasta mañana,
pero que no vuelvan aquí nunca.
El que esté seguro de su pasado
que siga a su servicio
quien le mostrará su apartamento.
Que repose hoy
en espera de la balanza y de la gloria.
A los otros el sueño traería ahora gran dolor,
que se contente pues con quedarse aquí
pues más valdría huir
que emprender lo que supera las fuerzas.
Se espera que cada cual actúe de la manera mejor.

Cuando terminó este discurso se inclinó otra vez y


ganó alegremente su asiento; las trompetas sonaron de
nuevo aunque no pudieron ahogar los suspiros ansio­
sos de muchos. Después, los invisibles la condujeron
otra vez; sin embargo, aquí y allí, algunas lucecitas se
quedaron en la sala, incluso una vino a colocarse tras
uno de nosotros.
No es fácil describir nuestros pensamientos y
gestos, expresión de tantos sentimientos contradicto­
rios. Sin embargo, la mayor parte de los invitados se
decidió por fin a intentar la prueba de la balanza para
después, en caso de fracaso, irse de allí en paz (lo que
creían posible).
Bien pronto tomé mi decisión; como mi conciencia
me demostraba mi ininteligencia y mi indignidad re­
solví quedarme en la sala con los otros y contentarme
con el banquete al que había asistido antes que prose­
guir y exponerme a los tormentos y peligros venideros.
Después de que algunos fueron conducidos por sus
luces a sus apartamentos (cada uno al suyo como supe
más tarde), quedamos nueve, entre ellos mi vecino de
mesa, el que me habla dirigido la palabra.
Pasó una hora sin que nos abandonase nuestra luz;
llegó uno de los pajes de los que ya he hablado cargado
con un paquete de cuerdas y nos preguntó de entrada si
estábamos decididos a permanecer allí. Como afirma­
tivamente respondimos suspirando, nos condujo a cada
uno a un lugar fijado, nos ató y después se retiró con
nuestra lucecita dejándonos en la noche profunda po-
bres y abandonados. Fue sobretodo entonces cuando
varios de nosotros sentimos la opresión de la angustia,
yo mismo no pude impedir que mis lágrimas corrieran.
Guardamos un profundo silencio abrumados por el
dolor y la aflicción aunque nadie nos había prohibido
que habláramos. Ademást las cuerdas estaban anuda­
das con un arte tal que nadie pudo cortarlas y menos aún
desatarías y quitárselas de los pies. Sin embargo yo me
consolé pensando que, mientras que a nosotros nos
estaba permitido expiar nuestra temeridad en una sola
noche, muchos de quienes saboreaban el reposo espe­
raban una retribución justa y una gran vergüenza.
Pese a mis tormentos, me dormí, roto de fatiga: sin
embargo la mayor parte de mis compañeros no pudo
descansar. Tuve un sueño y, aunque su significación no
sea de gran importancia, pienso que no es inútil contar­
lo.
Me pareció estar sobre una montaña v que un
amplio valle se extendía ante mí. En este valle se había
reunido una multitud innumerable y cada individuo
estaba suspendido por un hilo atado a su cabeza; los
hilos venían del cielo, Ahora bien: unos estaban colga­
dos muy alto, otros muy bajos y varios se encontraban
en la misma tierra. Por los aires volaba un hombre con
unas tijeras en la mano que cortaba los hilos aquí y allá.
Los que estaban cerca del suelo caían sin ruido, pero la
caída de los más altos hizo temblar la tierra. Algunos
tuvieron la buena suerte de ver como el hilo bajaba de
manera que tocaron el suelo antes de que fuera cortado;.
Las caídas me pusieron de buen humor. Cuando vi
que algunos presuntuosos, llenos de ardor por asistir a
las bodas, se arrojaban a los aires y planeaban en ellos
un momento, para caer vergonzosamente, arrastrando
al mismo tiempo a algunos vecinos, me alegré de todo
corazón. También me alegré cuando alguno de los
modestos que se había contentado con la tierra fue
desatado sin ruido, de manera que sus vecinos ni se
dieron cuenta. Saboreaba este espectáculo con la ma­
yor dicha, cuando uno de mis compañeros me empujó
con tan mala fortuna que me desperté sobresaltado y
muy descontento. Sin embargo, reflexioné sobre mi
sueño y lo conté a mi hermano que, al igual que yo,
estaba acostado a mi lado. Me escuchó con satisfacción
y deseó que fuera el presagio afortunado de alguna
ayuda. Pasamos el resto de la noche conversando sobre
esta esperanza y deseando con todas nuestras fuerzas
que llegara el día.
DÍA TRES

Se levantó el día, y en cuanto apareció el sol tras las


montañas para cumplir su trabajo en la altura de los
cielos, nuestros valerosos combatientes empezaron a
salir de sus lechos y a prepararse poco a poco para la
prueba. Uno tras otro llegaron a la sala, se desearon
buenos días mutuamente, se apresuraron a preguntar­
nos si habíamos dormido bien y, viéndonos atados, no
pocos se burlaron de nosotros: les parecía risible que en
vez de haberlo intentado como ellos a ver que es lo que
pasaba, nos hubiéramos sometido por miedo. No obs­
tante, algunos cuyo corazón no había cesado de palpi­
tar fuertemente, se guardaron de aprobarlos. Nosotros
nos disculpamos por nuestra ininteligencia, manifes­
tando la esperanza de que bien pronto nos dejarían
irnos en libertad y que la burla nos serviría de lección
en el futuro, después les hicimos notar que por el
contrario no era seguro que ellos estuvieran libres y que
podría suceder que les amenazasen grandes peligros.
Finalmente cuando todos estuvieron reunidos, oí­
mos como la víspera, la llamada de las trompetas y los
tambores. Esperamos ver al novio, pero la verdad es
que muchos no lo han visto ni entonces ni nunca.
Era la virgen de ayer totalmente vestida de tercio­
pelo rojo con un cinturón blanco y cuya frente estaba
admirablemente adornada con una corona verde de
laurel. Ahora su cortejo estaba compuesto no de luces,
sino de alrededor de 200 hombres armados, completa­
mente vestidos de rojo y blanco al igual que ella.
Levantándose con gracia, avanzó hacia los prisioneros
y, tras saludamos, dijo brevemente: «Mi severo dueño
está satisfecho de constatar que algunos entre vosotros
se han dado cuenta de su miseria, así que seréis recom­
pensados por ello». Y cuando me reconoció por mi
vestido, se rió y me dijo: «¿También te has sometido tú
al yugo? ¡Y yo que creía que estabas tan bien prepara­
do!». Con sus palabras me hizo llorar.
Dicho lo cual, hizo que desataran nuestras cuerdas
y, a continuación, ordenó que nos ataran de dos en dos
para conducimos al sitio que nos habla sido reservado
y desde el que podríamos ver fácilmente la balanza.
Después agregó:
«Podría ocurrir que la suerte de estos fuera prefe­
rible a la de tantos audaces que están aún libres».
La balanza, enteramente de oro, fue colgada en el
centro de la sala; a su lado dispusieron una mesa con
siete pesas. La primera era bastante gruesa, sobre ella
había colocadas cuatro más pequeñas y, aparte, se
encontraban otras dos pesas gruesas. Eran todas tan
pesadas en relación a su volumen que ningún espíritu
humano podría creerlo ni comprenderlo. La virgen se
volvió hacia los hombres armados, que llevaba cada
uno una cuerda al lado de su espada, y los dividió en
siete secciones, tantas como pesas. Escogió a un hom­
bre de cada sección para poner cada una de las pesas en
la balanza y después volvió a su elevado trono.
A continuación, inclinándose, pronunció las pala­
bras siguientes:
Si alguno entra en el taller de un pintor
y sin comprender nada de pintura
pretende discurrir sobre ella con énfasis,
será el hazmerreír de todos.
Quien penetra en la Orden de los Artistas
y, sin haber sido elegido,
se vanagloria de sus obras,
es el hazmerreír de todos.
Así pues quienes suban a la balanza
sin pesar lo que la pesa
que, por ello, les levantará con estrépito,
serán el hazmerreír de todos.
Cuando la virgen acabó, uno de los pajes invitó a
quienes habían de intentar la prueba a que se colocaran
según su rango y a que subieran uno tras otro al platillo
de la balanza. En seguida se decidió uno de los empe­
radores lujosamente vestido: primero se inclinó delan­
te de la virgen y después subió. Entonces, cada encar­
gado colocó su pesa en el otro platillo y, ante la sorpresa
de todos, resistió. Sin embargo la última pesa fue
demasiado para él y lo levantó, lo que le afligió tanto
que la misma virgen pareció compadecerlo, así que
hizo un gesto a los suyos para que se callaran. Después
el buen emperador fue atado y entregado a la sexta
sección.
Tras él vino otro emperador que se plantó fiera­
mente sobre la balanza. Como escondía un libro enor­
me bajo sus vestidos, estaba seguro de alcanzar el peso
requerido. Pero apenas compensó la tercera pesa y la
cuarta lo levantó sin misericordia. Aterrorizado, se le
escapó el libro y todos los soldados se pusieron a reír.
Lo ataron y fue confiado a la tercera sección. Varios
emperadores le siguieron con la misma suerte. Su
fracaso provocó carcajadas y fueron atados.
A continuación avanzó un emperador de pequeña
estatura con una perilla morena y crespa. Tras la
reverencia de rigor subió también y daba el peso tan
cumplidamente que sin duda no hubieran podido alzar­
lo ni con más pesas todavía.
La virgen se levantó con viveza, se inclinó ante él,
e hizo que le pusieran un vestido de terciopelo rojo,
además le dio una rama de laurel de las que tenía una
provisión al lado y le rogó que se sentase en los
peldaños de su trono.
Sería muy largo de contar como se comportaron
los demás emperadores, reyes y señores, pero no puedo
dejar de decir que muy pocos salieron airosos de la
prueba. Sin embargo, contra lo que yo esperaba, se
pusieron de manifiesto muchas virtudes: unos resistie­
ron a tal o cual peso, otros a dos y otros a tres, a cuatro
y a cinco. Pero muy pocos tenían la verdadera perfec­
ción y todos los que fracasaron fueron el hazmerreír de
los soldados rojos.
Cuando los nobles, los sabios y otros hubieron
pasado también la prueba y en cada estado se encontró
bien un justo, bien dos, frecuentemente ninguno, le
tocó el tumo a los señores bribones y aduladores,
hacedores de Lapis Spitalauficus. Se les colocó en la
balanza con tales burlas que, pese a mi tristeza, estuve
a punto de reventar de risa e incluso los prisioneros no
pudieron dejar de reírse. A la mayor parte de ellos ni
siquiera se les otorgó un juicio severo: fueron expulsa­
dos de la balanza a latigazos y conducidos a sus
secciones con los otros prisioneros.
De tan gran multitud quedaron tan pocos que me
sonrojaría decirlo. Entre los elegidos también había
altos personajes pero todos fueron honrados con un
vestido de terciopelo y una rama de laurel.
Cuando todos pasaron la prueba menos nosotros,
pobres perros encadenados dos a dos, avanzó un capi­
tán y dijo:
«Señora, si pluguiese a vuestro Honor, podríamos
pesar a esta pobre gente que confiesa su ineptitud, sin
riesgo para ellos, sólo para nuestro recreo; quizás que
encontremos algún justo».
Esta proposición no dejó de afligirme pues, en mi
pena, al menos había tenido el consuelo de no haber
sido expuesto a la vergüenza ni echado a latigazos de
la balanza. Estaba convencido de que muchos de los
que ahora eran prisioneros, hubiesen preferido pasar
diez noches en la sala en la que habíamos dormido
nosotros a sufrir un fracaso tan lamentable. Pero como
la virgen dio su aprobación, hubo que someterse. Así
que fuimos desatados y colocados juntos. Aunque lo
más frecuente fue que mis compañeros fracasaran, se
les ahorraron los sarcasmos y los latigazos, y fueron
apartados en paz.
Mi compañero pasó el quinto. Dió el peso admira­
blemente para satisfacción de muchos de entre noso­
tros y para gran alegría del capitán que había propuesto
la prueba; la virgen le honró según la costumbre.
Los dos siguientes fueron demasiado ligeros.
Yo era el octavo. Cuando me coloqué en la balanza
temblando, mi compañero, ya vestido de terciopelo,
me dirigió una mirada afectuosa e incluso la virgen se
sonrió ligeramente. Resistí todos los pesos. La virgen
ordenó entonces que emplearan la fuerza para levantar­
me y tres hombres se pusieron en el otro platillo: fue en
vano.
Entonces uno de los pajes se levantó y clamó con
voz poderosa:
«Es él»
El otro paje respondió: «Que goce pues de su
libertad».
La virgen asintió y no sólo fui recibido con las
ceremonias habituales, sino que me autorizaron a libe­
rar a uno de los prisioneros de mi elección. Sin sumer­
girme en largas reflexiones, escogí al primero de los
emperadores cuyo fracaso me apenaba desde el princi­
pio. Le desataron también y le concedieron todos los
honores colocándolo entre nosotros.
Cuando el último se colocaba en la balanza-cuyas
pesas fueron demasiado pesadas para él- la virgen vio
las rosas que yo había cogido de mi sombrero y que
tenía en la mano; me hizo el honor de pedírmelas por~
medio de su paje y se las di con alegría.
Así fue como, a las doce de la mañana, se terminó
el primer acto siendo marcado su fin por un toque de
trompetas invisibles para nosotros en ese momento.
Las secciones se llevaron a sus prisioneros en
espera del juicio. Componían el Consejo cinco encar­
gados y nosotros mismos; la virgen, haciendo de pre­
sidente, expuso el asunto. A continuación se pidió a
cada cual su parecer sobre el castigo que había que
infligir a los prisioneros.
La primera opinión emitida fue la de castigarlos a
todos con la muerte, a unos más duramente que a otros,
visto que habían tenido la audacia de presentarse pese
a que conocían las condiciones requeridas, claramente
enunciadas.
Otros propusieron retenerlos prisioneros. Pero es­
tas proposiciones no fueron aprobadas ni por la presi­
dente ni por mí. Finalmente se tomó una decisión
acorde con el parecer del emperador al que yo había
liberado, con el de un príncipe y con el mío: los
primeros, señores de rango elevado, serían conducidos
discretamente fuera del castillo; los segundos serían
despedidos con mayor desprecio; los siguientes serían
desnudados y expulsados fuera de esta manera; los
cuartos serían azotados o echados por los perros. Pero
los que habían reconocido su indignidad y renunciado
a la prueba ayer tarde, podrían volver sin castigo.
Finalmente, los atrevidos que tan vergonzosamente se
habían conducido en el banquete de ayer, serían casti­
gados con prisión o muerte, según la gravedad de sus
fechorías.
La virgen aprobó este veredicto que fue aceptado
definitivamente. Además se concedió una comida a los
prisioneros. Se les comunicó este favor y el juicio
quedó fijado para las doce del mediodía. La asamblea
se disolvió una vez tomada la decisión.
La virgen se retiró con los suyos a su morada
habitual. Nos sirvieron un refrigerio en la primera mesa
de la sala rogándonos que nos contentásemos con ello
hasta que el asunto estuviera completamente zanjado;
después nos conducirían ante los santos novios, cosa
que nos alegró saber.
Trajeron los prisioneros a la sala y los colocaron
según su importancia con la recomendación de que se
comportaran con mayor cordura que anteriormente,
exhortación superfina pues habían perdido su arrogan­
cia. Y puedo decir, no por adular sino por amor a la
verdad que, en general, las personas de rango elevado
se resignaban mejor a este fracaso inesperado pues el
castigo, aunque duro, era justo. Los servidores seguían
siendo invisibles para ellos aunque se habían vuelto
visibles para nosotros, cosa que constatamos con una
gran alegría.
Aunque la suerte nos había favorecido, no nos
considerábamos superiores a los otros y los animába­
mos diciéndoles que no los tratarían con excesiva
dureza. Querían conocer la sentencia pero como está­
bamos obligados a guardar secreto, nadie pudo decirles
nada. Sin embargo los consolábamos lo mejor que
podíamos y les invitábamos a beber con la esperanza de
que el vino los alegraría.
Nuestra mesa estaba cubierta dejerciopelo rojo y
las copas eran de oro y plata lo que no dejaba de
sorprender y humillar a los otros. Antes de que nos
hubiésemos sentado, los dos pajes nos presentaron a
cada uno, de parte del novio, un Vellocino de oro con
la figura de un León volador rogándonos que nos
vistiéramos con él para la comida. Nos exhortaron a
mantener cumplidamente la reputación y la gloria de la
Orden -pues S.M. nos la confería en este mismo instan­
te y pronto nos confirmaría tal honor con la solemnidad
debida-. Recibimos el Vellocino con el mayor respeto
y nos comprometimos a ejecutar fielmente lo que Su
^Majestad gustara ordenamos?
Además el paje tenía la lista de nuestras casas; no
traté de ocultar la mía ante el temor de que se me
acusara de orgullo, pecado que no puede pasar la
prueba del cuarto peso.
Como éramos tratados de maravilla, preguntamos
a uno de los pajes si nos estaba permitido hacer llegar
alimentos a nuestros amigos prisioneros y, puesto que
no había impedimento alguno, se los hicimos llegar
abundantemente por medio de los servidores que con­
tinuaban siendo invisibles para ellos. Por tal razón
ignoraban de donde le venían los alimentos, así que
quise llevarlos yo mismo a uno aunque en seguida me
disuadió amistosamente el servidor que se encontraba
detrás de mí. Me aseguró que si algunos de los pajes se
hubiera dado cuenta de mis intenciones, el rey ha sido
informado y, ciertamente, me hubiera castigado. Como
nadie se había dado cuenta excepto él, no diría nada.
Sin embargo me exhortó a en adelante guardar mejor el
secreto de la Orden. Y, mientras me hablaba de esta
manera, me empujó tan violentamente contra mi asien­
to, que quedé en él como paralizado durante largo
tiempo. Sin embargo, en la medida en que el miedo y
la turbación me lo permitieron, le agradecí su benévola
advertencia.
En seguida sonaron las trompetas; como teníamos
visto que dichos toques anunciaban a la virgen, nos
dispusimos a recibirla. Apareció sobre su trono con el
ceremonial acostumbrado precedida por dos pajes que
llevaban, el primero una copa de oro, el otro un perga­
mino. Se levantó con gracia, tomó la copa de manos del
paje y nos la entregó por orden del Rey, para que la
hiciéramos circular en su honor. La tapa de esta copa
representaba una Fortuna labrada con un arte perfecto;
tenía en su mano un banderín rojo desplegado. Bebí,
pero la visión de esta imagen me llenó de tristeza pues
ya había sufrido la perfidia de la fortuna.
, La Virgen estaba vestida, como nosotros, con el
VelloBcino de oro y el León, por lo que presumí que
debía ser la presidente de la Orden. Cuando le pregun­
tamos el nombre de esta Orden nos respondió que no lo
revelaría smo tras el juicio de los prisioneros y la
ejecución de la sentencia, pues los ojos de estos estaban
aún cerrados y los felices acontecimientos que nos
ocurrían, aunque no fuesen nada en comparación con
los que nos aguardaban, no serían para ellos sino
obstáculos y motivo de escándalo.
Después cogió el pergamino de las manos del
segundo paje: estaba dividido en dos partes. Dirigién­
dose al primer grupo de prisioneros, leyó poco mas o
menos lo que sigue: los prisioneros debían confesar
que habían creído demasiado fácilmente las engañosas
enseñanzas de falsos libros; que se hablan considerado
con tan excesivos méritos, que osaron presentarse en
éste palacio al que no habían sido invitados nunca; que,
quizás, la mayor parte de ellos contaba encontrar allí
como vivir seguidamente cón mayor pompa y ostenta­
ción; además se habían incitado mutuamente a hundir­
se en esta vergüenza y que, por todo ello, merecían un
severo castigo. '
Lo confesaron con humildad y sumisión.
A continuación el discurso se dirigió con mayor
dureza a los prisioneros de la segunda categoría. Esta­
ban convictos en su interior de haber compuesto falsos
libros y engañado a su prójimo, rebajando así el honor
real a los ojos del mundo. No ignoraban de qué figuras
falaces e impías se habían servido. Ni siquiera habían
respetado la Trinidad Divina sino que, por el contrario,
habían tratado de servirse de ella para engañar a todo el
mundo. Pero ahora habían sido descubiertos los mane­
jos que empleaban para tender asechanzas a los verda­
deros invitados y poner en su lugar a insensatos.
Además, nadie ignoraba que se complacían en la pros­
titución, el adulteno, la embriaguez y otros vicios,
todos contranos al orden público de este reino..En
suma, sabían que habían envilecido ante los humildes
a la misma Majestad Real. Debían confesar que eran
bribones, mentirosos y canallas notorios y que mere--
cían ser separados de la gente honrada y castigados'
severamente.
Nuestros bravos no asintieron fácilmente a todo
ello, pero como la virgen los amenazaba con la muerte
y el primer grupo los acusaba con vehemencia y se
quejaba al unísono de haber sido engañado por ellos,
acabaron confesando para escapar a males mayores.
Sin embargo pretendían que no se les debía tratar
con rigor excesivo pues los grandes señores, deseosos
de entrar en el castillo, los hablan seducido con hermo­
sas promesas para obtener su ayuda; eso los condujo a
valerse de mil artimañas para hacer más apetitoso el
cebo y, de mal en peor, habían llegado a donde hablan
llegado. Así pues, a su parecer, no habían desmerecido
más que los señores si no habían triunfado. También
los señores debían comprender que, si hubieran podido
entrar con seguridad, no se habrían expuesto al peligro
de escalar los muros con ellos por una débil remunera­
ción. Por otro lado determinados libros se habían
editado tan fructuosamente que, quienes se encontra­
ban en la necesidad, se creyeron autorizados a explotar
esta fuente de beneficios. Esperaban por lo tanto que se
examinara su caso con atención si el juicio habla de ser
equitativo y a petición insistente suya; en vano se
buscaría una acción condenable que imputarles, pues
hablan actuado como servidores de los señores. Con
tales argumentos trataban de excusarse.
Pero se les respondió que Su Majestad Real estaba
decidida a castigarles a todos, aunque con mayor o
menor severidad; que, en efecto, las razones que adu­
cían eran verídicas en parte, por lo que de ninguna
manera los señores escaparían sin castigo. Pero quie­
nes hablan ofrecido sus servicios por propia iniciativa
y quienes habían enredado y arrastrado a ignorantes en
contra de su voluntad, deberían prepararse para morir.
Idéntica suerte estaba reservada a los que hablan me­
noscabado a Su Majestad Real con sus mentiras, de lo
que ellos mismos podían convencerse por sus escritos
y sus libros.
Entonces vinieron quejas lamentables, lloros, sú­
plicas, ruegos y humillaciones que, sin embargo, que­
daron sin efecto. Me sorprendió ver que la virgen los
soportó valientemente, mientras que nosotros, llenos
de conmiseración, no pudimos retener nuestras lágri­
mas aunque muchos nos habían causado penas y sufri­
mientos sin cuento. Lejos de enternecerse dijo a su paje
que buscara a los caballeros que estaban junto a la
balanza. Se les ordenó apoderarse de sus prisioneros y
conducirlos en fila al jardín, cada soldado al lado de su
prisionero. Observé, no sin sorpresa, con que facilidad
cada cual reconoció al suyo. A continuación, mis
compañeros de la noche precedente fueron autorizados
a salir libremente al jardín para asistir a la ejecución de
la sentencia.
Cuando hubieron salido, la virgen bajó de su trono
y nos invitó a sentamos en los peldaños para compare­
cer al juicio. Obedecimos con presteza abandonándolo^
todo sobre la mesa, salvo la copa que la virgen confiá
a un paje. Entonces el trono se elevó enteramente-^
avanzó con tal suavidad que nos pareció planear en los
aires, así llegamos al jardín y allí nos levantamos.
El jardín no presentaba particularidad alguna; sin
embargo los árboles estaban distribuidos con arte y un
delicioso manantial brotaba de una fuente decorada
con imágenes maravillosas y con inscripciones y sig­
nos extraños; si Dios lo permite hablaré ampliamente
de ella en el próximo libro.
Había sido construido en el jardín un anfiteatro de
madera adornado con decorados admirables. Tenía
cuatro gradas superpuestas. La primera, de un lujo
resplandeciente, se encontraba cubierta con una corti­
na de tafetán blanco; ignorábamos si en aquel momen­
to había allí alguien. La segunda estaba vacía y a
descubierto; las dos últimas también se encontraban
ocultas a nuestras miradas por cortinas de tafetán rojo
y azul.
Cuando estuvimos junto a este edificio, la virgen
se inclinó profundamente; quedamos impresionados
pues ello significaba claramente que el Rey y la Reina
no estaban lejos y saludamos igualmente. Después la
virgen nos condujo por las escaleras a la segunda grada
ocupando ella el primer sitio mientras que los demás
conservábamos nuestro orden.
A causa de la maledicencia no puedo contar como
se comportaba conmigo tanto en este lugar como
anteriormente en la mesa el emperador al que libere,
que bien se daba cuenta con qué tormentos y angustias
habría esperado la hora del juicio mientras que ahora,
gracias a mí, se veía en tales dignidades.
En esto, la virgen que al principio me trajo la
invitación y a la que no había vuelto a ver desde
entonces se aproximó a nosotros; tocó la trompeta y
con una voz vigorosa abrió la sesión con el discurso
siguiente:
«Su Majestad Real, Mi Señor, hubiera deseado de
todo corazón que los aquí presentes, por el sólo hecho
de haber sido invitados, hubieran venido con cualida­
des suficientes para asistir en gran número a la fiesta
nupcial dada en Su honor. Pero como Dios todopode­
roso lo ha dispuesto de otra manera, Su Majestad no
debía murmurar, sino continuar conformándose a las
costumbres antiguas y encomiadles de este reino, fueren
cuales fueran los deseos de Su Majestad. Para que Su
clemencia natural sea celebrada en el mundo entero,
Ha llegado, con ayuda de Sus consejeros y de los
representantes del reino, a mitigar sensiblemente la
sentencia habitual. Así, deseaba en primer lugar que
los señores y los gobernantes no sólo salvaran la vida,
sino que incluso se les devolviera la libertad. Su Majes­
tad les transmitía el ruego amistoso de que se resignasen
sin cólera alguna a no poder asistir a la fiesta en Su
honor; que reflexionasen sobre el hecho de que, sin eso,
Dios todopoderoso les había ya confiado una carga que
eran incapaces de llevar con calma y sumisión y que,
además, el Todopoderoso repartía sus beneficios se­
gún una ley incomprensible. Tampoco su reputación se _
vería pejudicada por el hecho de haber sido excluidos
de nuestra Orden ya que no es otorgado a todos el poder
realizar todas las cosas. Además, los cortesanos per­
versos que les habían engañado, no quedarían impu­
nes. Por otra parte Su Majestad deseaba comunicarles
en breve un Catálogo de Herejes y un Index
Expurgatiorum para que en adelante pudiesen discer­
nir más fácilmente el bien del mal. Además, como Su
Majestad tenía la intención de clasificar su biblioteca
sacrificando los escritos falaces a Vulcano, les pedía su
amistosa ayuda a estos efectos. Su Majestad les reco­
mendaba igualmente que gobernaran a sus súbditos de
manera que reprimieran el mal y la impureza. Igual­
mente les exhortaba a resistir los deseos de volver
inconsideradamente para que no fuera falsa la excusa
de haber sido engañados y para que ellos mismos no
fueran objeto de las burlas y el desprecio de todos.
Finalmente si los soldados les pedían un rescate, Su
Majestad esperaba que nadie pensaría en quejarse por
ello ni se negaría a redimirse bien con un colgante, bien
con cualquier otra cosa que tuvieran a mano. Después
sería deseable que se despidieran amistosamente de
nosotros y que, acompañados por nuestros mejores
deseos, volvieran con los suyos?" ’
Los segundos, que no habían podido resistir a las
pesas una, tres y cuatro, no tendrían tan fáciles las
cuentas. Pero para que se beneficiaran también de la
clemencia de Su Majestad su castigo consistiría en ser
desnudados por completo y despedidos a continua­
ción. ‘
Aquellos que habían sido más leves que las pesas
dos y cinco serían desnudados y marcados, con uno,
con dos o más estigmas según que hubieran sido más
pesados o más ligeros.
Los que habían sido levantados por las pesas dos y
siete, pero no por las otras, serían tratados con menos
rigor.
Y así sucesivamente; para cada una de las combi­
naciones se dictaba una pena específica. Sería dema­
siado largo enumerarlas todas.
Los humildes, que por su propia voluntad habían
renunciado ayer a pasar la prueba, quedarían libres sin
castigo alguno.
Para terminar, los canallas que no habían podido
levantar ni un sólo peso, serían castigados con la
muerte -por la espada, el agua, la cuerda o los vergajos-
según sus crímenes. Y la ejecución de esta sentencia se
cumpliría inexorablemente para escarmiento de los
otros.»
Entonces nuestra virgen rompió el bastón. Des­
pués la segunda, la que había leído la sentencia, tocó su
trompeta y aproximándose a la cortina blanca hizo una
profunda reverencia.
No puedo omitir aquí revelar al lector una particu­
laridad relativa al número de prisioneros. Los que
pesaban un ceso eran siete: los que pesaban dos,
veintiuno; para tres pesos había treinta y cinco: para
cuatro, treinta v cinco: para cinco, veintiuno; y para
seis, siete. Pero para la pesa siete, no habla sino uno
solo que había sido levantado y con trabajo: era el que
yo había liberado; los que habían sido levantados
fácilmente se contaban en gran número. Aquellos que,
habían dejado bajar todas las pesas eran menos nume­
rosos.
Fue así como yo los conté y anoté en mis tablillas
mientras que se presentaban uno por uno. Ahora bien,
cosa curiosa, todos los que habían dado algún peso se
encontraban en condiciones diferentes. Los que pesa­
ban tres pesos eran efectivamente treinta y cinco, pero
uno había pesado 1/2,3, otro 3,4,5, el tercero 5,6,7?
y así sucesivamente. De manera que, milagrosamente,
no había dos parecidos entre los ciento veintiséis que
hablan dado algún pesQ. Y con gusto los nombraría a
todos, cada uno con su peso, si no me estuviera prohi­
bido por el momento. Aunque espero que este secreto,
junto con su interpretación, será revelado bien pronto.
' Tras la lectura de esta sentencia, los señores de la
primera categoría experimentaron una gran satisfac­
ción pues, después de una prueba tan rigurosa, no se
atrevían a esperar castigo tan ligero. Dieron más de lo
que se les pedía y se redimieron con colgantes, joyas,
oro, plata, en ñn, con todo lo que tenían encima.
Aunque los servidores reales tenían prohibido
mofarse de ellos mientras marchaban, algunos burlo­
nes no pudieron reprimir la risa. Y, verdaderamente fue
muy divertido mirar con que prisas se iban. Algunos sin
embargo pidieron que se les diera el catálogo prometi­
do para poder clasificar los libros según el deseo de Su
Majestad Real, promesa que se les había hecho de
nuevo. En la puerta se dió a cada cual una copa llena del
licor del olvido para que el recuerdo de estos incidentes
no atormentara a nadie.
Después siguieron los que se habían retractado
antes de la prueba: se les dejó pasar sin ningún impe­
dimento a causa de su franqueza y honestidad. Pero se
les ordenó que no volvieran nunca en tan deplorables
condiciones. Sin embargo, si una revelación más pro­
funda los invitaba a ello serían, al igual que los demás,
-bienvenidos como huéspedes?"
Entretanto, fueron desnudados los prisioneros de
las categorías siguientes; incluso aquí se hicieron dis­
tinciones según los crímenes de cada cual. A unos los
despidieron completamente desnudos sin más castigo;
a otros les ataron campanillas y cascabeles; algunos
incluso fueron expulsados a latigazos. En resumen sus
castigos fueron demasiado variados para que pueda
contarlos todos.
Al fin llegó el tumo de los últimos. Su condena
exigió más tiempo pues, según los casos, fueron o
ahorcados, o decapitados, o ahogados, o ejecutados de
otras maneras. Durante las ejecuciones no pude conte*
ner las lágrimas, no tanto por compasión hacia ellos -
en justicia merecían el castigo por sus crímenes- sino
que estaba conmovido por la ceguera humana que nos
lleva a preocupamos ante todo por aquello en lo qug
hemos sido sellados tras la primera caída.
Así fue como se vació el jardín que rebosaba de
gente un momento antes, hasta el punto que no queda-
ron más que los soldados.
Tras estos acontecimientos se hizo un silencio que
duró cinco minutos. Entonces un bello unicornio, blan­
co como la nieve y llevando un collar de oro firmado
con algunos caracteres, se aproximó a la fuente donde,
doblando sus patas delanteras, se arrodilló como si
quisiese honrar al león que estaba de pie sobre ella. Este
león, que a causa de su inmovilidad complétame había
parecido de piedra o de acero, cogió inmediatamente
una espada desnuda que tenía en sus garras y la partió
por el medio; me parece que los dos fragmentos caye­
ron en la fuente. Después no cesó de rugir hasta que una
paloma blanca que tenía una rama de olivo en su pico
se acercó a él de un vuelo. La paloma dio la rama al león
que la tragó, lo que le devolvió de nuevo la calma.
Entonces el unicornio volvió a su lugar con unos
cuantos saltos alegres
Un momento después nuestra virgen nos hizo
descender de la grada por una escalera de caracol y nos
inclinamos una vez más ante los cortinajes. Después
nos ordenó que nos vertiéramos agua de la fuente en las
manos y sobre la cabeza, y que volviésemos a nuestras
filas tras esta ablución hasta que el Rey se retirara a sus
apartamentos por un corredor secreto. Se nos condujo
entonces desde el jardín a nuestras habitaciones, con
gran pompa y al son de los instrumentos, mientras
charlábamos entre nosotros amistosamente. Y eso pasó
hacia las cuatro de la tarde.
Para ayudamos a pasar el tiempo agradablemente,
la virgen ordenó que cada uno de nosotros estuviese
acompañado por un paje. Dichos pajes, ricamente
vestidos, eran extremadamente instruidos y discurrían
sobre cualquier cosa con tanto arte que teníamos ver­
güenza de nosotros mismos. Se les había ordenado que
nos hicieran visitar el castillo -sólo algunas partes- y
que nos distrajeran teniendo en cuenta nuestros deseos
en la medida de lo posible.
Después la virgen se despidió de nosotros prome­
tiéndonos asistir a la cena. A continuación se celebra­
rían las ceremonias de la Suspensión de los pesos y
después tendríamos que tener paciencia hasta el día
LAS BODAS QUÍMICAS DE CRISTIAN ROSACRUZ

siguiente pues sólo mañana seríamos presentados al


Rey.
Cuando nos abandonó, cada uno trató de ocuparse
según sus preferencias. Unos contemplaban las hermo­
sas inscripciones, las copiaban y reflexionaban sobre el
significado de los extraños caracteres; otros se recon­
fortaban comiendo y bebiendo. En cuanto a mí, me hics
conducir por mi paje a diversos sitios del castillo y me,
alegraré toda mi vida de haber dado este paseo. Pues se
me enseñó, sin hablar de numerosas antigüedades
admirables, los panteones de los reyes, en las que'
aprendí más que lo que enseñan todos los libros. En
ellas se encuentra el maravilloso fénix, sobre el cual
publiqué un pequeño tratado hace dos años. Tengo la
intención de publicar tratados especiales concebidos
con el mismo plan y con un desarrollo parecido sobre
el león, el águila, el grifo, el halcón y otros ternas^
* Aún compadezco a mis compañeros por haber
-desdeñado un tesoro tan precioso; sin embargo todo me
inclina a creer que tal ha sido la voluntad de Dios. Me
beneficié más que ellos de la compañía de mi paje, pues
los pajes conducían a cada uno siguiendo sus tenden­
cias intelectuales, a los lugares y por las vías que le
convenían. Ahora bien, era a mi paje a quien habían
confiado las llaves y fue por esta razón por la que,
saboreé esta felicidad antes que los otros. Y ahora,
aunque los llamase, se figuraban que estas tumbas no
podían encontrarse sino en los cementerios y allí siem­
pre tendrían tiempo de verlas si es que valía la pena. Sin
embargo estos monumentos, de los que ambos saca­
mos una copia exacta, no serán un secreto para nuestros
discípulos aventajados.
A continuación los dos visitamos la admirable
biblioteca; se encontraba tal y como era antes de la
Reforma. Aunque mi corazón se alegre cada vez que
pienso en ella no la describiré sin embargo; además el
catálogo aparecerá dentro de poco. Junto a la entrada de
esta sala se encuentra un libro enorme como no había
visto nunca que contiene la reproducción de todas las
figuras, salas y puertas así como los enigmas e inscrip­
ciones existentes en todo el castillo. Pero aunque haya
comenzado a divulgar estos secretos, me detengo aquí
pues no debo decir más mientras que el mundo no sea
mejor de lo que es.
Junto a cada libro vi el retrato de su autor; creí
comprender que muchos de estos libros serán quema­
dos para que desaparezca entre los hombres de bien
incluso su recuerdo.
Al terminar esta visita, en el umbral mismo de la
puerta, se nos acercó corriendo otro paje que dijo
algunas palabras en voz baja al oído del mío, cogió las
llaves que éste le tendía y desapareció por la escalera.
Viendo que el paje que me acompañaba palidecía
horriblemente le interrogué y, como insistí, me infor­
mó que Su Majestad prohibía que nadie visitase m la
biblioteca ni el panteón y me rogó que mantuviese esta"
visita en el más riguroso secreto para salvarle la vida
puesto que ya habla negado nuestro paso por dichos
parajes. Estas palabras me estremecieron de miedo
pero también de alegría. El secreto fue guardado celo­
samente y, además, aunque habíamos pasado más de
tres horas en las dos salas, nadie se preocupó de ello.,
Acababan de sonar las siete; sin embargo no se nos
llamó a la mesa. Las distracciones renovadas sin cesar
nos hacían olvidar el hambre y con un régimen así
ayunaría con mucho gusto durante toda la vida. Espe­
rando la cena nos enseñaron las fuentes, las minas y
diversos talleres cuyo equivalente no podríamos fabril,
car ni con todos nuestros conocimientos reunidos. Las
salas estaban dispuestas en semicírculos en todos los
lugares de manera tal que se podía ver fácilmente el
Reloj precioso establecido en el centro sobre una torre
elevada; dicho reloj se acomodaba a la posición de los
planetas que se reproducían en él con una precisión
admirable. Ello nos mostró saciadamente en qué pecan
nuestros artistas; pero no es de mi incumbencia el
instruirlos.
Finalmente llegué a una sala espaciosa que había
sido ya visitada por los otros; contenía un Globo
terrestre cuyo diámetro medía treinta pies. Casi la
mitad de esta esfera estaba bajo el suelo a excepción de
una barandilla rodeada de escaleras. El Globo era
móvil y dos hombres lo hacían girar cómodamente de
manera que nunca se podía ver lo que estaba bajo el
Horizonte. Aunque supuse que debía servir para algún
uso determinado, no alcanzaba a comprender el signi­
ficado de unos anillitos de oro que estaban fijos aquí y
allá sobre su superficie. Mi paje se sonrió y me invitó
a mirarlos más detenidamente. Por fin descubrí que mi
patria estaba marcada con un anillo de oro; entonces
mi compañero buscó la suya y encontró una señal
similar y, como esta constatación se verificó también
con otros que habían pasado la prueba, el paje nos dió
la siguiente explicación cuya veracidad nos aseguró.
Ayer, el viejo Atlas -este es el nombre del Astróno­
mo- había anunciado a Su Majestad que todos los
puntos de oro correspondían con entera exactitud a los
países que algunos de los invitados habían declarado
ser los suyos. Había visto que yo no osaba intentar la
prueba, aunque mi patria estaba marcada con un
punto; entonces encargó a uno de los capitanes que
pidiera que nos pesaran por lo que pudiera suceder sin
riesgo para nosotros, y ello porqueja patria de uno de
entre nosotros se distinguía por un signo bien notable.
El paje agregó que era el que disponía de más poder
entre los otros pajes y que no había sido puesto a mi
disposición sin razón alguna. Le expresé mi gratitud y
después examiné mi patria con más atención aún
constatando que al lado del anillo había también
hermosos centelleos. No es ni por vanagloriarse ni por
presunción por lo que relato estos hechos.
Este globo me enseñó bastantes cosas más que sin
embargo no publico.
Que el lector trate no obstante de averiguar por qué
razón no todas las ciudades poseen un Filósofo.
A continuación nos hicieron visitar el interior del
Globo. Entramos de la manera siguiente: en el espacio
que representaba el mar, que naturalmente ocupaba
una gran parte, se encontraba una placa con tres dedi­
catorias y el nombre del autor. Esta placa se levantaba
fácilmente y abría la entrada por la que podíamos
penetrar hasta su centro bajando una plancha móvil,
"había sitio para cuatro personas. En el centro no había
sino una plancha redonda, pero cuando se llegaba a ella
podíamos contemplar las estrellas en pleno día aunque
a esta hora ya estaba oscuro. Me pareció que eran puro¥
carbunclos que realizaban en orden su curso natural y
dichas estrellas resplandecían con una belleza tal que
no podía alejarme de este espectáculo. Más tarde el
paje lo contó a la virgen que se rió de mí por ello no
pocas veces.
Había llegado la hora de la cena y me había
entretenido tanto en el globo que iba a llegar a la mesa
el último. Me apresuré pues a volverme a poner mis
vestiduras -antes me las había quitado- y me encaminé
hacia ella. Los servidores me acogieron con tantas
reverencias y signos de respeto que, completamente
confuso, no me atrevía a levantar los ojos. Sin darme
cuenta pasé así al lado de la virgen que me esperaba;
enseguida se dio cuenta de mi turbación, me tomó por
el vestido y de esta manera me condujo a la mesa?
Me disculpo por no hablar ahora de la música y de
otras maravillas pero, no sólo me faltan las palabras
para describirlas como convendría sino que no sabría
agregar nada a las alabanzas que de ellas hice antes: en
resumen, no había allí sino el producto del más sublime
arte.
Durante la cena contamos nuestras ocupaciones de
la tarde sin embargo callé nuestra visita a la biblioteca
y a los monumentos. Cuando el vino nos tomó
comunicativos, la virgen tomó la palabra de la manera
siguiente:
«Queridos señores: en estos momentos estoy en
desacuerdo con mi hermana. Tenemos un águila en
nuestros apartamentos y cada una de las dos querría ser
su preferida; hemos tenido frecuentes discusiones al
respecto. Para zanjar el asunto decidimos últimamente
mostramos ante ella las dos juntas y convinimos que
pertenecería a aquella a quien testimoniara mayor
amabilidad. Cuando realizamos el proyecto llevaba,
según mi costumbre, un ramo de laurel en las manos
mientras que mi hermana no llevaba ninguno.JJnavez
que el águila nos vio tendió a mi hermana el ramo que
tenía en el pico y, a cambio, me pidió el mío que le di..
Las dos dedujimos que cada cual érala preferida. ¿Qué
es lo que hay que pensar de esto?»
La pregunta que, por modestia, nos hizo la virgen
picó nuestra curiosidad y todos hubiéramos deseado
encontrar la respuesta. Pero las miradas se dirigieron
hacia mí y se me pidió que fuera el primero en manifes­
tar mi parecer. Me turbé de tal manera que no pude
responder sino planteando el mismo problema de una
manera diferente y dije:
«Señora: sólo una dificultad se opone a la solución
de la pregunta que, sin ella, tendría fácil respuesta. Yo
tenía dos compañeros profundamente apegados a mí,
pero como ignoraban a cual de ambos otorgaba mi
preferencia decidieron acercárseme corriendo con la
convicción de que aquel a quien yo acogiese el prime­
ro, tendría mi predilección. Sin embargo, como uno no
podía seguir al otro, se quedó atrás y lloró; al que llegó
primero lo recibí con sorpresa. Cuando me explicaron
la finalidad de su carrera no pude decidirme a dar una
solución a su problema y debí postergar mi decisión
hasta que yo mismo tuviera claros mis propios senti­
mientos.»
La virgen se sorprendió con mi respuesta. Com­
prendió harto bien lo que quería decirle y respondió:
«¡Vaya!, estamos en paz.»
Después pidió el parecer de los otros. Mi historia
les había instruido y el que me sucedió habló así:
«Recientemente fue condenada a muerte en mi
ciudad una virgen; pero como su juez tuvo piedad de
ella proclamó que quien quisiera entrar en liza por
defenderla probando su inocencia mediante un comba­
te, sería admitido a esta prueba. La virgen tenía dos
pretendientes de los cuales uno se armó inmediatamen­
te y se presentó en el palenque en espera de un adver­
sario. Un poco después entró el otro, pero como había
llegado demasiado tarde tomó el partido de combatir y
dejarse vencer para que la virgen salvara la vida.
Cuando terminó el combate, ambos reclamaron la
virgen. Y decidme, señores, ¿a quién la dais?»
La virgen no pudo evitar decir: «Creía que os
enseñaba y heme aquí cogida en mi propia trampa; sin
embargo desearía saber si otros tomarán aún la pala­
bra.»
«Ciertamente -respondió un tercero-. Nunca me
contaron aventura más sorprendente que la que me
ocurrió a mí mismo. Amaba en mi juventud a una joven
honrada y, para que mi amor pudiera lograr su fin, tuve
que servirme de la ayuda de una vieja gracias a la que
finalmente alcancé mi objetivo. Pero resultó que los
hermanos de la joven nos sorprendieron cuando está­
bamos los tres reunidos. Fueron presos de una cólera
tan violenta que quisieron matarme.
Finalmente, a fuerza de súplicas, me hicieron jurar
que las tomara a las dos alternativamente como muje­
res legítimas, cada una un año. Y decidme, señores,
¿por cuál debo comenzar, por la joven o por la vieja?»
Este enigma nos hizo reír largo rato y, aunque se
oían cuchicheos, nadie quiso pronunciarse.
A continuación, el cuarto comenzó como sigue:
«En una ciudad vivía una honesta dama de la
nobleza que era querida por todos y especialmente por
un joven gentilhombre. Como el gentilhombre se hacía
demasiado insistente, creyó desembarazarse de él pro­
metiéndole acceder a sus deseos si podía llevarla en
pleno invierno a un jardín exuberante de verdor y lleno
de rosas floridas, ordenándole que no apareciese más
ante ella hasta ese día. El gentilhombre recorrió el
mundo en busca de un hombre capaz de realizar un
milagro semejante: finalmente encontró a un viejo que
prometió hacerlo a cambio de la mitad de sus bienes.
Habiéndose puesto de acuerdo en dicho punto, el viejo
cumplió lo prometido y el galán invitó ala dama a venir
a su jardín. En contra de sus deseos la dama lo halló
todo lleno de verdor, ameno, de temperatura agradable
y se acordó de su promesa. No expresó más que un
deseo: que se le permitiera volver una sola vez junto a
su esposo. Cuando se reunió con él, le confió su pena
llorando y suspirando. El señor, completamente tran­
quilizado sobre la fidelidad de sentimientos de su
esposa, la envió a su amante estimando que, a un precio
semejante, la había ganado. El gentilhombre, conmo­
vido ante tal rectitud y temiendo pecar si tomaba una
esposa tan honrada, la devolvió con todos los honores
a su señor. Pero cuando el viejo conoció la probidad de
ambos, decidió aún siendo pobre como era, devolver
todos los bienes al gentilhombre. Queridos señores, yo
ignoro cual es la más honesta de estas personas.»
Nos callamos y la virgen, sin responder nada, pidió
que algún otro continuara.
El quinto continuó así:
«Queridos señores: no haré grandes discursos.
¿Quién es más dichoso, el que contempla el objeto que
ama o el que no deja de pensar en él?»
«El que lo contempla», dijo la Virgen.
«No» repliqué. E iba a abrirse la discusión cuando
un sexto tomó la palabra:
«Queridos señores, tengo que contraer un enlace.
Puedo elegir entre una joven, una casada y una viuda,
ayudadme a salir de apuros Y yo os ayudaré a resolver
la cuestión precedente»
El séptimo respondió:
«Cuando se puede elegir la cosa es aún aceptable,
pero en mi caso pasó distintamente. Durante mi juven­
tud amaba a una hermosa y honrada joven con todo mi
corazón v ella me correspondía, sin embargo no podía­
mos unimos a causa de los obstáculos suscitados por
sus amigos. Fue dada en matrimonio a otro hombre que
era igualmente recto y honesto. La rodeó de cariño
hasta que el día del parto ella cayó en un desvaneci­
miento tan profundo que todo el mundo la creyó muerta
y la enterraron en medio de la aflicción general. Pensé
que tras su muerte podría abrazar a esta mujer que no
había podido ser mía en vida. Con la ayuda de mi
servidor la desenterré a la caída de la noche. Cuando
abrí el ataúd y la estreché en mis brazos, me di cuenta
que su corazón todavía palpitaba, primero débilmente,
pero cada vez con más fuerza a medida que yo la
calentaba. Cuando tuve la certeza de que todavía vivía
la llevé subrepticiamente a mi casa; reanimé su cuerpo
con un precioso baño de hierbas y la confié a los
cuidados de mi madre. Dioaluz un hermoso niño... que
cuidé con tanta diligencia como una madre.
Dos días después le conté para su gran sorpresa lo
que había pasado pidiéndole que en adelante se queda­
ra en mi casa como si fuera mi esposa.
Dijo con gran pena que su esposo siempre la había
amado fielmente, tendría una gran pesadumbre, pero
que por lo ocurrido, el amor la entregaba tanto a uno
como a otro. Volviendo de un viaje de dos días invité
a su esposo y le pregunté si acogería bien a su mujer
difunta si ella apareciera. Cuando me respondió afir­
mativamente llorando con amargura, le traje esposa e
hijo, le conté todo lo que había pasado y le pedí que
ratificara con su consentimiento mi unión con ella.
Después de una larga disputa tuvo que renunciar a
discutir mis derechos sobre la mujer, a continuación
nos querellamos por el niño».
Aquí intervino la virgen con las siguientes pala­
bras:
«Me sorprende saber que hayáis podido doblar el
dolor de este hombre».
«¿Cómo?» -respondió- ¿no estaba en mi dere­
cho?».
Se organizó una discusión entre nosotros; la mayor
parte era del parecer que había hecho bien.
«No, -dijo- le devolví los dos, tanto su mujer como
su hijo. Decidme ahora, queridos señores, ¿fue mayor
la rectitud de mi acción o la alegría del esposo?»
Estas palabras agradaron tanto alavirgenaue hizo
circular la copa en honor de ambos.
Los otros enigmas propuestos a continuación fue­
ron tan embrollados que no pude retenerlos todos, sin
embargo aún me acuerdo de la siguiente historia con­
tada por uno de mis compañeros. Algunos años antes
un médico le había comprado madera con la que se
calentó durante todo el invierno, pero cuando llegó la
primavera le revendió esta misma madera con lo que
resultaba que la había usado sin hacer el menor consu-
jnodeella.
«¡Sin duda eso se hace por arte!» dijo la virgen,
«pero el tiempo pasa y hemos llegado al fin de la
cena!».
«En efecto -respondió mi compañero- Que el que
no encuentre la solución a estos enigmas la pregunte a
cada cual; no pienso que se la rehúsen».
Se recitó la acción de gracias y todos nos levanta­
mos de la mesa más bien alegres y satisfechos que
cebados de alimentos. Y deseamos vehementemente
que todos los banquetes y festines terminasen de esta
manera.
Cuando nos hubimos paseado un poco por la sala,
la virgen nos preguntó si deseábamos asistir al inicio de
las bodas. Uno de nosotros respondió: «Oh, sí, virgen
noble y virtuosa».
Entonces, mientras conversaba con otros, despa­
chó a un paje en secreto. Se habla vuelto tan afable con
nosotros que me atreví a preguntarle su nombre. La
virgen no se molestó en absoluto con mi audacia y
respondió sonriendo:
«Mi nombre contiene cincuenta y cinco y sin
embargo no tiene sino ocho letras; la tercera es el tercio
de la quinta; si la agregamos a la sexta, forma un
número cuya raíz excede a la primera letra en una
cantidad mayor que la letra tercera, y que es la mitad de
la cuarta. La quinta y la séptima son iguales. La última
también es igual a la primera y ambas, junto con la
segunda, suman tanto como la sexta que, a su vez, no
tiene sino cuatro más de lo que tiene la tercera tres
veces. Y ahora, señores, ¿cuál es mi nombre?»
El problema me pareció bastante difícil de resol­
ver; sin embargo no me amilané y pregunté:
«Virgen noble y virtuosa, ¿no podría conocer sólo
una de las letras?
«Por supuesto, dijo, ello es posible.»
«¿Cuánto tiene la séptima?, pregunté.»
«Tanto como señores hay aquí», respondió. La
respuesta me bastó y encontré fácilmente su nombre.
La virgen se mostró muy satisfecha por ello y nos
anunció que nos serían reveladas muchas cosas más.
Pero he aquí que vimos aparecer varias vírgenes
magníficamente vestidas, iban precedidas por dos pa­
jes que iluminaban su camino. El primero de dichos
pajes tenía una cara alegre, ojos claros y formas armo­
niosas; el segundo tenía un aspecto irritado; y, como
luego me di cuenta, todos sus deseos tenían que cum­
plirse. En primer lugar los seguían cuatro vírgenes. La
primera bajaba castamente los ojos y sus gestos reve­
laban una profunda humildad. La segunda era igual­
mente una virgen casta y púdica. La tercera se sobresal­
tó al entrar en la sala; más tarde supe que no podía
permanecer donde hay demasiada alegría. La cuarta
nos trajo algunas flores, símbolos de sus sentimientos
de amor y de abandono.
A continuación vimos a otras dos vírgenes engala-
nadas con una mayor riqueza, que nos saludaron. La
primera vestía un traje azul tachonado de estrellas de
oro; la segunda llevaba un vestido verde conrayas rojas
y blancas; ambas traían en sus cabellos cintas flotantes
que les sentaban admirablemente.
La séptima virgen iba sola. Tenía una corona
pequeña y sus miradas se dirigían con más frecuencia
ál cielo que a la tierra. Creimos que era la novia, en lo
que nos equivocábamos con mucho, aunque su nobleza
era mayor tanto por la reputación como por la riqueza
y por la sangre. Ella fue quien en multitud de ocasiones
ordenó el desarrollo de las bodas. Imitamos a nuestra
virgen y nos prosternamos al pie de esta reina pese a
que se mostraba piadosa y humilde. Nos tendió la mano
a todos y cada uno al tiempo que nos decía que no nos
sorpendiéramos demasiado por este favor que no era
sino el menor de sus dones. Nos exhortó a elevar
nuestros ojos al Creador, a reconocer su omnipotencia
en todo lo que estaba sucediendo, a perseverar en el
camino que habíamos emprendido y a emplear estos
dones para gloria de Dios y bien de los hombres. Estas
palabras tan diferentes de las de nuestra virgen, un poco
más mundana, me llegaron derechas al corazón. Des­
pués se dirigió a mí y dijo: «Tú has recibido más que los
otros, intenta pues dar también más».
Quedamos un poco sorprendido al escucharle pues
cuando habíamos visto a las vírgenes y a los músicos
creimos que íbamos a bailar.
Las pesas de las que hemos hablado antes estaban
aún en su sitio. La reina -ignoro quien era- invitó a cada
una de las vírgenes a que tomara una de ellas y después
dio la suya, la última y la más pesada, a nuestra virgen,
indicándonos que nos colocáramos detrás. Así fue
como nuestra majestuosa gloria se encontró un poco
rebajada; fácilmente me di cuenta de que nuestra
virgen no era sino demasiado buena con nosotros y que
en absoluto inspirábamos tan alta estima como casi
empezábamos a creer.
Así que la seguimos en fila y fuimos conducidos a
una primera sala. En ella nuestra virgen colgó primero
el peso de la reina, mientras cantaban un hermoso
canto. No había allí nada especial, salvo algunos her­
mosos libros de oraciones fuera de nuestro alcance. En
medio, un reclinatorio en el que la virgen se arrodilló
y nosotros nos prosternamos alrededor suyo al tiempo
que repetíamos la oración que leía en uno de los libros.
Pedíamos con fervor que estas bodas se realizasen para
gloria de Dios y para bien nuestro.
A continuación llegamos a la segunda sala donde
la primera virgen colgó a su vez el peso que llevaba y
así continuamos hasta que se cumplieron todas las
ceremonias. Entonces la reina tendió de nuevo la mano
a cada cual y se retiró acompañada por sus vírgenes.
Nuestra presidente aún permaneció un instante
entre nosotros; pero como eran casi las dos de la noche
no quiso retenemos más tiempo (me pareció observar
en este momento que se complacía con nuestra compa­
ñía). Nos deseó buenas noches, nos dijo que durmiéra­
mos tranquilos y así se separó de nosotros, amistosa­
mente, casi de mala gana.
Nuestros pajes habían recibido instrucciones y nos
condujeron a nuestras habitaciones respectivas; acos­
tándose en un segundo lecho instalado en la misma
habitación por si necesitábamos que nos sirvieron.
Ignoro como estaban dispuestas las de mis compañeros
pero mi habitación se encontraba toda guarnecida con
tapicería y cuadros maravillosos y amueblada real­
mente. Aunque a todo ello preferí la compañía de mi
paje, tan elocuente y tan versado en las artes que le
escuché con gusto aún durante casi una hora, de manera
que no me dormí sino hasta las tres y media.
Fue mi primera noche tranquila pese a que un
sueño importuno me impidió disfrutar del reposo ente­
ramente a rtü gusto, pues toda la noche soñé que me
obstinaba en abrir una puerta que no cedía; finalmente
logré abrirla. Estas fantasías turbaron mi descanso
hasta que por fin el día me despertó.
DÍA CUATRO

Aún descansaba en mi cama mirando tranquila­


mente los cuadros y las estatuas admirables cuando, de
repente, oí los acordes de la música y el sonido del
triángulo; habríase dicho que la procesión estaba ya en
marcha. Mi paje saltó de su lecho como un loco y tenía
el rostro tan alterado que más parecía muerto que vivo.
Imagínense mi angustia cuando me dijo que justo en
ese momento mis compañeros estaban siendo presen­
tados al Rey. Mientras me vestía a toda prisa no pude
sino maldecir mi pereza y llorar a lágrima viva. Mi paje
estuvo listo bastante antes que yo y salió corriendo del
apartamento para ver en donde estaba la cosa. Volvió
enseguida con la feliz noticia de que nada estaba
perdido, que sólo había faltado al desayuno pues no
habían querido despertarme debido a mi edad avanza­
da, pero que ya era hora de que lo siguiera a la fuente
en la que estaban reunidos la mayor parte de mis
compañeros. Esta noticia me calmó, acabé de vestirme
rápidamente y seguí a mi paje hasta la fuente.
Tras los saludos de costumbre la virgen se burló de
mi pereza y me condujo a la fuente de la mano.
“Constaté que el león tenía una gran losa grabada en vez
de tener su espada. La examiné con atención y descubrí
que Había sido tomada de entre los monumentos anti­
guos y colocada aquí expresamente para esta circuns­
tancia. El grabado estaba un poco borroso a causa de su
antigüedad. Lo reproduzco a continuación con exacti­
tud para que cada cual pueda reflexionar sobre él.
HERMES PRINCEPS,
POSTTOTILLATA
GENERI HUMANO DAMNA,
DEICONSILIO:
ARTISTIQUE ADMINICULO,
MEDECINA SALUBRIS FACTOS;
HEIC FLUO.
BIBAT EX ME QUIPOTEST;
LAVET QUI VULT;
BIBITE FRATRES,
ET VIVETE.

ób
Esta inscripción era fácil de leer y de comprender;
la habían colocado aquí porque era más cómoda de
descifrar que cualquier otra.
Tras habernos lavado primero en esta fuente, bebi­
mos en una copa de oro Después volvimos con la
virgen a la sala para vestimos con nuevas vestiduras.
Dichas vestiduras tenían adornos dorados y bordados
de flores; además cada uno recibió un segundo
Velloncino guarnecido con brillantes, de todos estos
Velloncinos difundían influencias según su poder ope­
rativo particular. Habían fijado en ellos una pesada
medalla de oro. En la cara de esta medalla se veían el
sol y la luna frente a frente. El reverso llevaba estas
palabras: el resplandor de la luna igualará al resplandor
del sol; y el resplandor del Sol se hará siete veces más
brillante. Nuestros adornos anteriores fueron deposita­
dos en cajas y confiados a la custodia de uno de los
servidores. Después nuestra virgen nos hizo salir en
orden.
Ante la puerta nos esperaban ya los músicos ves­
tidos con terciopelo rojo bordeado de blanco. Entonces
se abrió otra puerta, que antes siempre había visto
cerrada, que daba a la escalera del Rey.
La virgen nos hizo entrar con los músicos y nos
hizo subir trescientos sesenta y cinco escalones. En
~esta escalera se encontraban reunidos preciosos traba­
jos artísticos y cuanto más subíamos más admirables
.eran; finalmente llegamos a una sala abovedada repleta
"de frescos.
Allí nos esperaban las sesenta vírgenes,, todas
opulentamente vestidas: se inclinaron cuando nos acer­
camos y les devolvimos el saludo lo mejor que pudi­
mos; después fueron despedidos los músicos que tu­
vieron que volver a bajar la escalera.
Al tintineo de una campanilla apareció una hermo­
sa virgen que dio a cada uno una corona de laurel; a
nuestra virgen le dio una rama. Después se levantó un
telón y vi al Rey y a la Reina.
¡Qué esplendor y qué majestad!
Si no me hubiera acordado de los sabios consejos
de la reina de ayer, habría comparado, desbordante de
entusiasmo, esta gloria indecible al cielo. Verdad es
que la sala resplandecía de oro y pedrerías, pero el Rey
y la Reina eran de tal manera que mis ojos no podían
soportar su brillo. Hasta este día había contemplado
muchas cosas admirables, pero aquí las maravillas se
sobrepasaban unas a otras como unas a otras se sobre­
pasan las estrellas del cielo.
Habiéndose aproximado la virgen, cada una de sus
compañeras tomó a uno de nosotros por la mano y nos
presentó al Rey con una profunda reverencia; después
la virgen habló como sigue:
«En honor de Vuestras Majestades Reales,
Graciosísimos Rey y Reina, los señores aquí presentes
han afrontado la muertepara llegar hasta Vos. Vuestras
Majestades se alegrarán de ello con razón, pues la
mayor parte están cualificados para engrandecer el
reino y los dominios de Vuestras Majestades, de lo que
Ellas podrán cerciorarse poniéndolos a prueba uno por
uno. Desearía por lo tanto poder presentarlos muy
respetuosamente a Vuestras Majestades, con el humil­
de ruego de que mi misión se considere terminada y de
que se tenga conocimiento de cómo la he cumplido
interrogando a cada cual.» Después, depositó su rama
de laurel.
En aquel momento hubiera sido conveniente que
alguno de entre nosotros dijera algunas palabras. Pero
como estábamos demasiado emocionados para hablar,
fue el viejo Atlas quien se adelantó v dito en nombre del
Rey:
«Su Majestad Real se alegra de vuestra llegada y os
otorga su gracia real a todos juntos así como a cada uno
en particular. Igualmente está muv satisfecha del cum­
plimiento de tu misión, querida virgen, y te será reser­
vado un don del Rey. Su Majestad piensa sin embargo
que aún deberías guiarlos hoy, pues no pueden sino
tener una gran confianza en ti».
La virgen recogió humildemente su rama de laurel
y nosotros nos retiramos por primera vez acompañados
de nuestras vírgenes.
La sala era rectangular por delante, cinco veces
más ancha que larga, pero, en el otro extremo, tomaba
la forma de un hemiciclo completando así la imagen de
un porche; en el hemiciclo y siguiendo la circunferen­
cia del circulo habían puesto tres hermosos tronos; el
del medio era un poco más alto.
El primer trono estaba ocupado por un viejo rey de
barba gris, cuya esposa era por el contrario muy joven
^ admirablemente hermosa. Un rey negro en plena
madurez estaba sentado en el tercer trono, a su lado se
veía una vieja madre sin corona y velada.
El trono del medio estaba ocupado por dos adoles­
centes; estaban coronados de laureles y encima de
ambos se encontraba suspendida una enorme v preciq-
sa diadema. En este momento no eran tan bellos como
yo los imaginaba, pero no sin razón.
Varios hombres, la mayor parte viejos, se hablan
colocado tras ellos en un banco circular. Cosa sorpren­
dente, nadie llevaba espada ni arma alguna. Además
tampoco vi ninguna guardia sino tan sólo a determina­
das vírgenes de las que nos acompañaron ayer que se
habían puesto a lo largo de los dos bascotés que
conducían al hemiciclo.
No puedo omitir esto: el pequeño Cupido revolo­
teaba por allí. La gran corona ejercía sobre él una
atracción particular y se le veía remolinear y dar
vueltas preferentemente alrededor de ella. A veces se
instalaba entre los dos amantes enseñándoles su arco y
sonriendo; alguna vez incluso hacia el gestó de apun­
tamos con su arco; en fin, era tan malicioso este
pequeño dios que no dejaba en paz ni a los pájaros que,
numerosos, volaban por la sala. Era la alegría y la
distracción de las vírgenes; cuando lo podían coger no
escapaba sin trabajo. Así todo el regocijo y todo el
deleite venían de este niño.
Delante de la Reina Se encontraba un altar de
pequeñas dimensiones pero de una belleza incompara­
ble; sobre este altar había un libro cubierto con tercio-
pelo negro1 tan sólo realzado con algunos adornos muy
simples de oro; a su lado una lucecita en un canuelero
3e marfil. Aunque pequeña, esta luz ardía sin apagarse
jamás con una llama tan inmóvil que no la hubiéramos
reconocido como un fuego a no ser porque el travieso
Cupido soplaba encima de tanto en tanto. Junto al
candelera había una esfera celeste que giraba alrededor
de su eje, después un reloj pequeño de música junto a
una minúscula fuente de cristal de la que manaba un
chorro continuo de agua límpida, color rajo sangre. Al
lado, una cabeza de muerto refugio de una serpiente
blanca tan larga que, pese a que rodeaba otros objetos,
tenía la cabeza en un ojo y la cola en el otra. Así que
nunca salía enteramente de la cabeza de muerto; pera
cuando a Cupido se le antojaba pellizcaría, entraba en
ella con una velocidad asombrosa.
Además de este altarcillo se observaban aquí y allá
en la sala imágenes maravillosas que se movían como
si estuviesen vivas, con una fantasía tan sorprendente
que me es imposible describirlas aquí. Cuando salía­
mos, se elevó en la sala un canto de tal suavidad que no
sabría decir si procedía del corazón de las vírgenes que
allí estaban, o de las mismas imágenes.
Abandonamos la sala con nuestras vírgenes, satis­
fechos y dichosos por este recibimiento. Nuestros
músicos nos esperaban en el descansillo y bajamos en
su compañía; tras nosotros cerraron la puerta cuidado­
samente y le pusieron los cerrojos.
Cuando estuvimos de vuelta en la sala, una de las
vírgenes exclamó:
«Hermana mía, estoy sorprendida de que te hayas
atrevido a mezclarte con tanta gente».
«Querida hermana -respondió nuestra presidente-
éste me da más miedo que ningún otro».
Y me señaló mientras lo decía. Estas palabras me
causaron pena pues comprendí que se burlaba de mi
edad, en efecto era yo el más anciano. Pero no tardó en
consolarme con la promesa de desembarazarme de esta
enfermedad a condición de seguir gozando de su favor.
La comida fue servida y cada uno tomó asiento al
lado de una de las vírgenes cuya instructiva conversa­
ción absorbió toda nuestra atención. Pero no puedo
revelar los temas de sus charlas ni de sus recreos. Las
preguntas de la mayor parte de mis compañeros con­
cernían a las artes, concluí pues que la preocupación
favorita de todos, tanto viejos como jóvenes, era el arte.
Pero yo estaba obsesionado por el pensamiento de
volver a ser joven y un poco triste a causa de ello. La
virgen se dio cuenta claramente y dijo:
«Sé muy bien lo que le falta a este iovencito. / Qué
apostáis que estará más contento mañana, si me acues­
to con él esta noche?»
Estas palabras les hicieron reírse a carcajadas y
aunque el rubor me subió a la cara, tuve que reírme yo
mismo de mi infortunio. Pero uno de mis compañeros
se encargó de vengar esta ofensa y dijo:
«Espero que no sólo los invitados, sino también las
vírgenes aquí presentes, no se nieguen a testimoniar en
favor de nuestro hermano y certifiquen que nuestra
presidente le ha prometido formalmente compartir su
lecho esta noche».
Esta respuesta me llenó de gusto; la virgen replicó:
«Sí, pero también están mis hermanas; nunca me
permitirían guardar el más hermoso sin su consenti­
miento».
«Querida hermana -exclamó una de ellas- estamos
satisfechísimas al constatar que tus altas funciones no
te han vuelto altanera. Con tu permiso desearíamos
echar a suerte a los señores que hay aquí para repartir­
los entre nosotras como compañeros de lecho; pero
tendrán, con nuestro consentimiento la prerrogativa de
guardar el tuyo».
Seguimos nuestra conversación dejando de bro­
mear sobre el tema.
Pero nuestra virgen no pudo dejarnos tranquilos y
comenzó de nuevo:
«Señores míos ¿y si dejamos a la fortuna el cuida­
do de elegir a los que dormirán juntos hoy?»
«Bien -dije- si no hay otro remedio, no podemos
rehusar esta oferta».
Convinimos en hacer la experiencia inmediata­
mente después de la comida; no queriendo nadie retra­
sarse durante más tiempo, nos levantamos de la mesa;
igualmente nuestras vírgenes. Pero nuestra presidenta
nos dijo:
«No, aún no ha llegado el momento. Veamos sin
embargo cómo nos unirá la fortuna».
Abandonamos a nuestras compañeras para discu­
tir sobre la manera de realizar dicho proyecto pero era
inútil pues las vírgenes nos habían separado de ellas
intencionadamente. En efecto, enseguida la presidente
nos propuso colocamos en círculo, en un orden cual­
quiera; nos contarla, empezando por ella misma, y el
séptimo debería juntarse con el séptimo siguiente,
fuese quien fuese. No sospechamos ninguna trampa,
pero las vírgenes eran tan listas que ocuparon sitios
determinados mientras que nosotros pensábamos que
estábamos mezclados al azar. La virgen comenzó a
contar, tras ella, la séptima persona fue una virgen, en
tercer lugar, otra virgen y así continuó la cosa hasta
que, con gran admiración nuestra, salieron todas las
yírgenes sin que ninguno de nosotros hubiera abando­
nado el circulo. Nos quedamos pues solos, expuestos a
las risas de las vírgenes y tuvimos que admitir que
hablamos sido engañados muy hábilmente. Pues es
seguro que quienquiera que nos hubiese visto en el
orden en el que estábamos, antes hubiera supuesto que
el cielo se desplomaría que no que todos seríamos
eliminados. Así se terminó el juego y hubo que dejar
que las vírgenes se rieran a costa nuestra. Sin embargo
el pequeño Cupido vino a unirse a nosotros de parte de
Su Majestad Real bajo cuya orden circuló entre noso­
tros una copa; pidió a nuestra virgen que se presentara
ante el Rey y nos dijo que no podía quedarse por más
tiempo entre nosotros para distraemos. Como la ale­
gría es comunicativa, mis compañeros organizaron
rápidamente un baile, con el consentimiento de las
vírgenes. Preferí quedarme aparte y tuve grandísimo
placer en mirarlos, pues viendo a mis mercurialistas
LAS BODAS QUÍMICAS DE CRISTIAN ROSACRUZ

moverse tan cadenciosamente, se les habría tomado


por maestros consumados en este arte ‘
En seguida volvió nuestra presidente y nos anun­
ció que los artistas y los estudiantes se hablan puesto a
disposición de Su Majestad Real para representar,
antes de Su marcha, una alegre comedia en Su honor y
para Su recreo; sería del agrado de Su Majestad Real y
nos estaría graciosamente reconocida si queríamos
asistir a la representación y acompañar a Su Majestad
a la Casa Solar. Agradeciendo muy respetuosamente el
honor que se nos hacía, ofrecimos humildemente nues­
tros modestos servicios, no sólo en el caso presente
sino en cualquier circunstancia. La virgen transmitió
esta respuesta y vino con la orden de que nos colocára­
mos en el camino de Su Majestad Real. Nos condujeron
y no tuvimos que esperar a la procesión real pues ya se
encontraba allí; los músicos no la acompañaban.
A la cabeza del cortejo avanzaba la reina descono­
cida que estuvo ayer entre nosotros, llevando una
pequeña corona preciosa y forrada de raso blanco, que,
no tenía sino una cruz minúscula hecha con una peque­
ña perla colocada hoy mismo entre el joven Rev v su.,
prometida. Seguían a esta reina las seis vírgenes nom­
bradas antes que marchaban en dos filas llevando las
joyas del Rey que habíamos visto expuestas sobre el
altarcillo. Después venían los tres reyes, estando ek
novio en medio. Iba mal vestido, de raso negro a la
moda italiana, cubierto con un sombrero pequeño.
redondo y negro adornado con una pluma negra yv
puntiaguda. Para mostramos su condescendencia se
"descubrió amicalmente ante nosotros que nos inclina­
mos como antes. Los tres reyes iban seguidos por tres
reinas de las que dos estaban ricamente vestidas i por el
contrario la tercera que avanzaba en medio de las otras,
iba toda de negro y Cupido le llevaba la cola del
vestido. Nos dijeron que siguiésemos nosotros. Detrás
venían las vírgenes y, finalmente, el viejo Atlas cerraba
la procesión. Así fue como nos condujeron, a través de
muchos sitios admirables, a la Casa del Sol donde
tomamos asiento para asistir a la comedia en un estrado
maravilloso no lejos del Rey y de la Reina. Estábamos
á la derecha de los Reyes -aunque separados de ellos-
y las vírgenes a nuestra derecha, salvo aquellas a
quienes la reina había dado insignias. Estas últimas
tenían plazas reservadas arriba, mientras que los demás
servidores tuvieron que contentarse con sitios entre las
columnas, abajo del todo.
La comedia sugiere muchas reflexiones particula­
res, así que no puedo omitir el recordar aquí el argu­
mento aunque sea brevemente.
PRIMER ACTO
Aparece un viejo rey rodeado de sus servidores y
le traen un cofrecito que dicen haber encontrado sobre
las aguas. Al abrirlo descubren a una preciosa niña, a su
lado algunas joyas y una carta en pergamino dirigida al
rey. El rey rompe el sello y una vez que ha leído la carta
se pone a llorar. Después dice a sus cortesanos que el
rey de los negros ha invadido y devastado el reino de su
prima y que ha exterminado a toda la descendencia real
salvo a esta niña.
El rey tenía el proyecto de unir su hijo a la hija de
su prima; jura pues odio eterno al negro y a sus
cómplices y decide vengarse. A continuación ordena
que se eduque la niña con esmero y que se hagan
preparativos guerreros contra el negro.
Dichos preparativos, así como la educación de la
niña -una vez que hubo crecido un poco se confió su
educación a un preceptor- llenan el primer acto con un
desarrollo muy agradable y de gran finura.
ENTREACTO
Combate de un león y un grifo; vimos perfecta-
mente cómo resultó vencedor el león,
SEGUNDO ACTO
En casa del rey negro. Este pérfido acaba de saber
con rabia que el asesinato no ha quedado en secreto y
que además, con astucias, se le ha escapado una niña.
Reflexiona sobre las artimañas que podría emplear
contra su poderoso enemigo, escucha a sus consejeros,
gente acosada por el hambre que se han refugiado junto
a él. Inesperadamente, la niña cae de nuevo en sus^
manos y la hubiera matado inmediatamente de no
haber sido engañado de manera singular por sus pro­
pios cortesanos.
Este acto se termina pues con el triunfo del negro.
TERCER ACTO
El rey reúne un gran ejército y lo pone bajo las -
órdenes de un viejo y valeroso caballero. Este irrumpe
en el reino del negro, libera a la joven de su prisión y la
viste ricamente. Inmediatamente se construye con ra­
pidez un estrado admirable donde suben a la virgen.
Llegan doce enviados del rey. Entonces el viejo caba­
llero toma la palabra y le dice a la virgen que su muy
gracioso Señor, el Rey, no sólo la había librado una
segunda vez de la muerte tras haberle dado una educa­
ción regia -y eso pese a que ella no se había comportado
siempre como debiera- sino que Su Majestad Real la
había escogido como esposa para su joven señor e hijo,
y que había dado órdenes para preparar las bodas.
Después, da lectura a unas condiciones, merecedoras
de ser contadas aquí si ello no nos llevase demasiado
lejos.
La virgen jura observarlas fielmente y manifiesta
con gracia su reconocimiento por la ayuda y los favores
que le han sido otorgados.
Este acto se termina con cantos del Rey y de la,
virgen, alabando a Dios.
ENTREACTO
Se nos muestran los cuatro animales de Daniel tal
y como se le aparecieron en su visión y tal como los
describe minuciosamente. Todo ello tiene un significa-
do bien preciso.
CUARTO ACTO
La virgen ha recuperado su reino perdidosa coro­
nan y aparece en la plaza en toda su magnificencia, en
medio de gritos de alegría. A continuación entran
numerosos embajadores para transmitirle sus felicita­
ciones y para admirar su excelsitud. Pero ella no
persevera mucho tiempo en la piedad y ya comienza de
nuevo a dirigir miradas desvergonzadas a su alrededor,
a hacer gestos a los embajadores y a los señores y,
verdaderamente, no manifiesta discreción alguna.
El negro, enterado de las costumbres de la prince­
sa, saca hábilmente partido de ellas. La princesa, bur­
lando la vigilancia de sus consejeros, se deja cegar
fácilmente por una promesa falaz y, desconfiando de su
Rey, se entrega poco a poco y en secreto al negro. Este
acude y, cuando ella ha consentido en reconocer su
dominio, subyuga a todo el reino por medio de la
princesa. En la tercera escena de este acto el negro se
la lleva, la desnuda completamente, la ata en la picota^
de un grosero patíbulo y la azota. Finalmente la conde^/
na a muerte, .
Era tan penoso ver semejantes cosas que las lágri­
mas acudieron a los ojos de muchos de entre nosotros.
A continuación la virgen es arrojada completa­
mente desnuda a un calabozo en espera de que la maten
envenenándola. Pero el veneno no la mata sino que le ,
produce la lepra
En este acto se desarrollan sucesos lamentables.
ENTREACTO
Se expuso un cuadro que representaba a
Nabucodonosor llevando emblemas de todas clases, en
'la cabeza, en el pecho, en el vientre, en las piernas, eq
los pies, etc. Volveremos a hablar de él más adelante. ,
QUINTO ACTO
Le explican al joven rey lo que ha ocurrido entre su
futura esposa y el negro. Se dirige a su padre con el
ruego de que no le deje en esta aflicción. Habiendo
accedido el padre a su deseo, se envían embajadores
para consolar a la enferma en su prisión y para repren­
derla por su ligereza. Pero ella no quiere recibirlos y
consiente en transformarse en la concubina del negro.
Todo ello es transmitido ál rey¿
Aparece ahora un coro de locos, todos provistos de
bastones. Con ellos construyeron una gran esfera te­
rrestre y la demolen a continuación.. Fue una fantasía
fina y divertida.
SEXTO ACTO
El joven rey reta al negro en combate. El negro
muere, pero el joven rev es igualmente dado por
muerto. Sin embargo recobra sus sentidos, libra a su
prometida y se vuelve para preparar las bodas; entre-
tanto la confía a su intendente y a su capellán.
Primero el intendente la atormenta horriblemente,
después le toca el tumo al monje que se vuelve tan
arrogante que pretende dominar el mundo entero. x
Cuando el joven rey lo sabe manda con toda
rapidez a un enviado que quiebra el poder del preste y
comienza a preparar a la novia para las bodas.
ENTREACTO
Se nos presentó un enorme elefante artificial que,
transporta una eran torre llena de músicos; nosotros la
miramos con gusto.
SÉPTIMO Y ÚLTIMO ACTO
El novio aparece con una magnificencia inimagi­
nable -me pregunto cómo han podido realizarlo-. A su
encuentro acude la novia con la misma solemnidad.
Alrededor de ellos el pueblo grita: VivatSponsus, Vivat
Sponsa.
Y así es como, con esta comedia, los artistas
festejaban soberbiamente al Rey y a la Reina que -me
di cuenta fácilmente- fueron muy sensibles a ella.
Finalmente los artistas dieron varias veces la vuel­
ta a la escena en esta apoteosis y, por último, cantaron
en coro.
I
Este día nos trae una alegría muy grande con las
bodas del Rey: cantad todos pues para que resuene:
Felicidad a quien nos la da.
II
La hermosa novia que hemos esperado tanto tiem­
po esta unida con él ahora. Hemos luchado pero llega­
mos al fin. Dichoso el que mira hacia adelante. '
III
Y ahora, que reciban nuestros parabienes. Que
vuestra unión sea próspera; largo tiempo estuvo en
tutela. Multiplicaros en esta unión leal para que miles,
de vástagos nazcan de vuestra sangre.
Y la comedia finalizó en medio de las aclamacio­
nes y de la alegría general así como de la satisfacción
particular de las personas reales.
Se acababa el día cuando nos retiramos en el
mismo orden en el que llegamos, pero, lejos de aban­
donar el cortejo, tuvimos que seguir por la escalera a las
personas reales hasta la sala en la que habíamos sido
presentados. Las mesas estaban ya servidas con arte y,
por primera vez, fuimos invitados a la mesa real. En
medio de la sala se encontraba el altarcillo con las seis
insignias reales que ya habíamos visto.
El joven rey se mostró constantemente muy afable
con nosotros. Sin embargo no estaba alegre en absoluto
pues, aún hablándonos de cuando en cuando, no podía
retener los suspiros, por lo cual el pequeño Cupido se
burlaba de él. Los viejos reyes y las viejas reinas se
mostraban muy graves; únicamente la esposa de uño de
ellos era bastante viva, comportamiento del que yo
ignoraba la razón.
Las personas reales se sentaron en la primera mesa,
nosotros en la segunda; en la tercera vimos a algunas
damas de la nobleza. Todos los demás, hombres y
doncellas aseguraban el servicio. Y todo discurrió con
una corrección tal y de una manera tan calmada y grave
que dudaba en hablar por temor de decir demasiado.
Sin embargo debo contar que las personas reales se
habían puesto vestidos de un blanco deslumbrante
como la nieve y que se habían sentado en la mesa as(
vestidas. La gran corona de oro estaba colgada encima,
de la mesa y el brillo de las pedrerías que la adornaban
habría bastado para iluminan la sala sin necesidad de
otra luz.
Todas las luces se encendieron en la llamita colo-
cada sobre el altar sin que yo sepa la razón. Además me~
fijé muy bien en que el joven rey se cuidó de que varias
veces llevaran alimentos a la serpiente blanca que allí
había, y eso me hizo reflexionar mucho. Casi todo el,
gasto de conversación en este banquete lo hizo el
pequeño Cupido; no dejó a nadie tranquilo^ especial­
mente a mí. A cada instante nos sorprendía con algún
nuevo hallazgo.
Pero todo ocurría en la mayor calma y no había^
ninguna alegría aparente. Presentí un gran peligro y la
ausencia de música acrecentaba mi aprensión, que
aumentó todavía más cuando nos dieron la orden de
responder breve y claramente si se nos preguntaba
algo. En resumen, todo tomaba un aire tan extraño que
el sudor perló mi cuerpo y creo que hasta al hombre más
audaz le habría faltado el valor.
Ya se acababa la comida cuando el joven rey
ordeñó que le trajeran el libro colocado sobre el altary
lo abrió. Después nos preguntó aún una vez más, por,
medio de un viejo, si verdaderamente teníamos la firme
determinación de acompañarle pasara lo que pasara. Y
cuando, trémulos, respondimos afirmativamente, nos
volvió a preguntar con tristeza si estábamos dispuestos
a comprometemos con nuestra firma. Negarse era
imposible; además, tenía que ser así. Entonces nos
levantamos por tumo y cada cual estampó su firma en
el libro.
Cuando firmó el último trajeron una fuente y un
cubilete, ambos de cristal. Todas las personas reales
bebieron en él, cada una según su rango; después nos
lo presentaron a nosotros y, finalmente, al resto de los
presentes, y eso fue haustus silentii.
Entonces todas las personas reales nos tendieron la
mano diciéndonos que puesto que en adelante no
dependeríamos más de ellas, no las veríamos nunca
más; estas palabras nos llenaron de lágrimas los ojos.
Pero nuestra presidente protestó firmemente en nues­
tro nombre, y las personas reales quedaron satisfechas
de ello.
De repente tintineó una campanilla: nuestros hués­
pedes reales palidecieron tan horriblemente que por
poco nos desvanecemos de miedo. Cambiaron sus
vestidos blancos por jopas completamente negras;
después la sala entera y el suelo fueron cubiertos con
terciopelo negro e igualmente la tribuna^ Todo ello
estaba preparado de antemano.
Se llevaron las mesas y los presentes tomaron
asiento en el banco. Nosotros nos vestimos con ropas
negras. Nuestra presidente, que acababa de salir, vol­
vió con seis cintas de tafetán negro y vendó los ojos de<
las seis personas reales. ,
Una vez que éstas estuvieron privadas de su vista,
los servidores trajeron rápidamente seis ataúdes cu­
biertos y los pusieron en la sala. En medio dispusieron
un tronco negro y bajo.
Finalmente entró en la sala un gigante negro como
el carbón que llevaba en sus manos un hacha afilada. El
viejo rey fue el primero de los conducidos al tajo:
súbitamente le cortaron la cabeza y la envolvieron eq
uña sábana negra. Su sangre fue recogida en un gran
tarro de oro que depositaron en el ataúd junto a él.
Cerraron el ataúd y lo pusieron aparte.
Los demás sufrieron la misma suerte y me estreme­
cí pensando que igualmente llegaría mi tumo. Pero no
fue así pues el hombre negro se retiró una vez decapi­
tadas las seis personas. Alguien lo siguió para decapi­
tarlo a su vez justamente delante de la puerta, y volvió
con su cabeza y el hacha que fueron depositadas ambas,
en una caja.
En verdad fueron bodas sangrientas. Pero, igno-
rando lo que habría de ocurrir aún, dominé mis impre­
siones y reservé mi juicio. Además, nuestra virgen,
viendo que algunos de nosotros perdían la fe y lloraban,
nos invitó a la calma. Agregó:
«La vida de estos está ahora en vuestras manosK
creedme y obedecedme; así su muerte dará vida a x
muchos.»
Después nos pidió que reposáramos desenten­
diéndonos de cualquier preocupación, pues lo que
habla ocurrido era por su bien. Nos deseó una buena
noche y nos anunció que ella velaría los muertos^
Conformándonos a sus deseos, seguimos a nuestros
pajes a nuestros aposentos respectivos.
Mi paje me habló abundantemente de numerosos
asuntos de los que me acuerdo muy bien. Su inteligen­
cia me sorprendió mucho, pero acabé dándome cuenta
de que trataba de que me entrara sueño. Fingí dormir
profundamente pero estaba despierto pues no podía
olvidar a los decapitados..
La habitación daba al lago de manera que desde mi
lecho, colocado junto a la ventana, podía recorrer-
fácilmente toda su extensión con la vista. A mediano­
che, justo cuando sonaron las doce campanadas, vi de
repente unj*ran fuego en el lago: muerto de miedo abrí
rápidamentelavehtana. Vi a lo lejos siete navios llenos,
de luz que se acercaban. Por encima de cada uno de
ellos brillaba una llama que revoloteaba aquí y allá
descendiendo incluso de vez en cuando: comprendí
con facilidad que eran los espíritus de los decapitados?
Los barcos se aproximaron suavemente a la orilla
con su único piloto. Cuando abordaron vi que nuestra
virgen se acercó a ellos con una antorcha, detrás de ella
traían los siete ataúdes cerrados y la caja que fueron
depositados en los siete barcos.
Desperté al paje que me dio vivamente las gracias
por ello; había caminado mucho durante el día, incluso
estando prevenido, podría haberse quedado dormido
mientras se desarrollaban estos acontecimientos.
Una vez que los ataúdes fueron depositados en los
barcos, se apagaron todas las luces. Las seis llaman
navegaron más allá del lago y en cada barco no se veía
sino una lucecita que hacía de vigía. Entonces se.
instalaron junto al lago sobre unos cien guardianes que
enviaron a la virgen al castillo. Esta puso todos los
cerrojos con mucho cuidado de lo que deduje que no
habría más acontecimientos antes del día. Así pues
tratamos de descansar.
De todos mis compañeros ninguno salvo yo tenía
el aposento sobre el lago y yo era el único que había
presenciado esta escena. Pero estaba tan fatigado que
me dormí pese a mis múltiples preocupaciones.
DÍA CINCO

Aguijoneado por el deseo de saber cómo continua­


ban los hechos, me levanté al despuntar el día sin haber
disfrutado de un reposo suficiente. Una vez vestido
-bajé a la Sala aunque no encontré a nadie en ella a esta
hora matutina. Así pues rogué a mi paje que me
acompañase otra vez al castillo y que me enseñara los
parajes más interesantes; como siempre se prestó con
gusto a mis deseos.
Bajando algunos peldaños subterráneos, topamos
con una gran puerta de hierro sobre la que se destacaba
la inscripción siguiente en grandes letras de cobre:

Síp 'Kjíócí
Reproduzco la inscripción tal y como la copié en
mi tablita.
El paje abrió esta puerta v me guió a un corredor
completamente oscuro llevándome de la mano. Llega­
mos a una puerta pequeña que estaba entreabierta,
según mi paje porque había sido abierta la víspera para*
sacar los ataúdes y aún no la habían cerrado.
Entramos: ante mis ojos maravillados apareció la
cosa más preciosa que jamás haya realizado la natura^
leza. La sala abovedada no recibía otra luz sino el
resplandor radiante de algunos carbunclos enormes;
me dijeron que era el tesoro del Rey. Pero en el CentgT
Tue donde vi la maravilla más admirable: consistía ery
un precioso sepulcro. No pude reprimir mi sorpresa al
verlo tan descuidado. El paje me respondió que debía
dar gracias a mi planeta- cuya influencia me permitía
contemplar algunas cosas que ningún ojo humanq
habla visto hasta entonces, salvo el séquito del Rey.
El sepulcro era triangular y sostenía en su centro uq
vaso de cobre pulido: el resto era de oro y piedras
preciosas. Un ángel, de pie en el vaso, tenía en sus
brazos un~árbol desconocido que dejaba caer gotas,
incesantemente en el recipiente; a veces se desgajaba
de eí un fruto que se hacía agua en cuanto tocaba el vaso^
y se derramaba en tres pequeñas vasijas de oro. Tres,,
animales, sobre una peana preciosa, un águila, un buey
y un león, servían de soporte a este pequeño altar..
Pregunté el significado de todo ello a mi paje.
«Aquí yace -dijo- Venus, la hermosa que ha hecho
perder felicidad, salud y fortuna, a tantos grandes».
Después señaló una trampilla de cobre que había en el
suelo. «Si ese es vuestro deseo, dijo, podemos conti­
nuar bajando por aquí.»
«Os sigo» respondí; y bajé por la escalera en la que
la oscuridad era completa. El paje abrió con presteza
una cajita conteniendo una luz eterna con la que pren­
dió una de las numerosas teas colocadas en este sitio?
Lleno de aprehensión le pregunté si le estaba permitido
hacerlo. Me respondió:
«Como ahora las personas reales reposan, no tengo
nada que temer.»
Descubrí entonces un lecho de riqueza inimagina-^
ble y de admirables colores. El paje lo entreabrió y vi
acostada en él a Venus completamente desnuda -el paje
había levantado la manta-, con tanta gracia y belleza
que me quedé inmóvil de tanta admiración y todavía
ignoro si contemplé una estatua o una muerta pues se
hallaba completamente quieta y me estaba prohibido
tocarla.
Después el paje la cubrió de nuevo y cerró la^
cortina; pero su imagen me ha quedado como grabada
en los oios. _
Tras el lecho divisé un tablero con la siguiente
inscripción:
Wxo £/p

xújuraco 90^ ¿5
ítagys <$p¿,¿¡ j>y6p<
lÁóó'^gCE-

Pregunté a mi paje el significado de estos caracte­


res y, riéndose, me prometió que lo sabría. Después
apagó la llama y subimos. Cuando miré a los animales
con más detención me di cuenta que en cada niícón
ardía una antorcha resinosa. No había vistojnfes estas
Tuces pues su fuego era tanclarp oue más bien parecía
el brillo de una piedra y no una llama. El árbol,
expuesto a este calor, no cesaba de fundirse mientras
que continuaba produciendo nuevos frutos. v
«Escuchad -dijo el paje- lo que he oído decir a
Atlas hablando con el Rey. Afirmaba que cuando el
árbol se funda por completo, Venus despertará y será.
madre de un rey.»
Aún hablaba y quizás me hubiera dicho más cosas
cuando Cupido entró en la sala. A primera vista pareció
aterrado al descvubrir nuestra presencia en ella; pero
cuando se dio cuenta de que ambos estábamos más
muertos que vivos, acabó por reírse y me preguntó qué
espíritu me había empujado allí. Temblando le respon­
dí que me había perdido en el castillo, que la casualidad
me había conducido a esta sala y que mi paje, habién­
dome buscado por todos sitios, acabó por encontrarme
en ella; en fin, que esperaba que no tomara la cosa a
mal.
«Así aún tiene un pase, abuelo temerario -me dijo-
Pero me habría ultrajado groseramente si hubieses
visto esta puerta. Va siendo hora de que tome precau­
ciones.»
Diciendo esto cerró sólidamente con un candado la
trampilla de cobre por la que habíamos descendido. Di
gracias a Dios por no haber sido sorprendido antes y mi
paje me quedó agradecido por haberlo ayudado a salir
de este mal paso.
«Sin embargo -continuó Cupido- no puedo dejaros
sin castigo por haber casi sorprendido a mi madre». Y
calentando la punta de una de sus Hechas en una de las
lucecitas, me pinchó en la mano. Apenas si me di
cuenta del pinchazo en ese momento pues estaba
contentísimo por haber resuelto tan fácilmente la situa­
ción y haber salido tan bien librado.
Mientras tanto mis compañeros se habían levanta­
do y se habían reunido en la sala; me reuní con ellos
fingiendo que me acababa de levantar hacia un mo­
mento. Cupido, que había cerrado cuidadosamente las
puertas detrás de él, me pidió que le enseñase la mano.
Una gota de sangre perlaba aún; Cupido se rió de ello
y previno a los demás para que désconfiaran de mí pues
cambiaría en breve. Estábamos estupefactos de consta­
tar la alegría de tupido; ni parecía que los tristes
sucesos de ayer le traían completamente sin cuidado y
no manifestaba signo alguno de dolor.
Nuestra presidente se había preparado para salir*
estaba vestida de negro por completo y tenía su rama de
laurel en la mano; todas sus compañeras llevaban
igualmente su rama de laurel. Cuando se hubieron
terminado los preparativos lavirgen nos dijo que no§
refrescáramos y que nos preparásemos a continuación
para la procesión. Lo que hicimos sin perder un instante
siguiéndola enseguida al patio.
En el patio estaban colocados seis ataúdes. Mis
compañeros estaban convencidos que en ellos se en­
contraban los cuerpos de las seis personas reales, pero
yo sabía a qué atenerme; sin embargo ignoraba qué iba
a pasar con los otros ataúdes.
Al lado de cada uno de los ataúdes había ocho
enmascarados. Cuando se puso a tocar la música -con
un son tan triste y grave que hizo que me estremeciese-
cargaron los ataúdes y seguimos hasta el jardín en el
orden que se nos indicó. En medio del jardín habían
levantado un mausoleo de madera cuyo contorno esta­
ba guarnecido por completo con coronas admirables;
siete columnas soportaban su cúpula. Habían cavado
seis tumbas y junto a cada una de ellas había una piedra;
el centro se hallaba ocupado por otra piedra redonda,
hueca y más alta. Los ataúdes fueron depositados en
estas tumbas con gran ceremonia y en medio del mayor
silencio, a continuación pusieron encima las piedras y
las sellaron sólidamente.
La caj a pequeña fue colocada en medio. Así fueron
engañados mis compañeros que estaban persuadidos
de que allí reposaban los cuerpo. En lo alto flotaba un
gran estandarte decorado con la imagen del fénix; sin
duda para desorientamos más completamente. En este
momento di gracias a Dios por haberme permitido ver
más que a los otros.
Habiendo terminado los funerales, la virgen subió
a la piedra central y nos dirigió un breve discurso. Nos
exhortó a mantener nuestra promesa, a no escatimar
esfuerzos y a ayudar a las personas reales enterradas
allí para que pudieran volver a encontrar la vida. A tal
fin debíamos ponemos en camino sin tardanza y nave;
gar con ella hacia la torre del Olimpo para buscar en
este lugar el remedio apropiado e indispensable. v
Asentimos a su discurso, así que la seguimos por
otra puerta pequeña hasta la orilla en la que vimos a los
siete barcos, de los que ya he hablado antes, todos
vacíos. Las vírgenes ataron a ellos sus ramas de laurel
y, tras habernos embarcado, nos dejaron partir a la
gracia de Dios. Nos acompañaron con sus miradas
mientras estuvimos visibles, después entraron en el
castillo acompañadas por todos los guardianes.
Cada uno de nuestros navios arbolaba una enorme
bandera y un blasón distintivo. En cinco barcos se
veían los cinco Corpora Regalía; además todos, y
.particularmente el mío en el que se había embarcado la.
Virgen, llevaban un globo.
Así navegamos en un orden determinado no lle­
vando cada barco sino dos pilotos..
A la cabeza marchaba el pequeño barco a en el que
me parecía que iba el negro; transportaba doce músi­
cos, su insignia representaba una gran pirámide. Lo,
seguían los tres barcos b-c-d en los que estábamos
distribuidos; yo iba en el c. En tercera línea bogaban
barcos e yf, los mayores y más hermosos, adomados.
con gran cantidad de ramas de laurel, no trasportaban^
a nadie y enarbolaban el pabellón de la Luna y el Solí
El barco g cerraba la última línea v transportaba cual
renta vírgenes.
a

b|| c|| d||

e||

gil
Habiendo navegado en esta formación más allá del
lago, atravesamos un estrecho y salimos a la verdadera
mar. Állí nos esperaban Sirenas. Ninfas v Diosas
marítimas; fuimos abordados por una joven ninfa en-
cargada de traemos su regalo de bodas así como de
dejamos un recuerdo. Este consistía en una preciosa
perla engastada como no habíamos visto nunca ni en.
nuestro mundo ni en éste, era redonda y brillante.
Cuando la virgen la aceptó amistosamente, la ninfa
preguntó si queríamos detenemos un instante y conce­
der audiencia a sus compañeras. La virgen consintió en
ello. Ordenó que los dos grandes barcos maniobraran
hacia el centro y que junto con los otros, formaran un
pentágono:
C

be|| c|| df||

II II
g a
A continuación las ninfas se colocaron alrededor
formando un circulo y cantaron con voz dulce:
I
Nada hay mejor en la tierra
que el noble y hermoso amor;
por él igualamos a Dios,
por él nadie aflige a otro.
Dejadnos pues cantar al Rey
y que resuene toda la mar,
nosotras preguntamos, dadnos respuesta.
n
¿Quién nos ha transmitido la vida?
El amor
¿Quién nos devolvió la gracia?
El amor
¿Por quién hemos nacido?
Por el amor
¿Sin qué estamos perdidos?
Sin el amor.
III
¿Quién nos ha engendrado?
El amor
¿Por qué nos han alimentado?
Por amor
¿Qué debemos a los padres?
El amor
¿Por qué son tan pacientes?
Por amor
IV
¿Quién es el vencedor?
El amor
¿ Se puede encontrar el amor?
Por el amor
¿Quién puede unir a los dos?
El amor
V
Cantad pues todos
y haced que resuene el canto
que glorifique el amor.
Que se digne crecer
en nuestros Señores, el Rey y la Reina;
Sus cuerpos están aquí, el alma está allá.^
VI
Si aún vivimos,
Dios hará,
que al igual que el amor y la gran gracia.
los han separado con fuerte potencia;
igualmente la llama del amor
los reunirá de nuevo con felicidad.
VII
Esta pena,
En gran alegría,
será transmutada por siempre,
Aunque hubiera aún sufrimientos sin cuento.

Escuchando este canto melodioso comprendí per­


fectamente que Ulises tapara las orejas de sus compa­
ñeros pues tuve la impresión de ser el más miserable de
los hombres en comparación con estas criaturas adora­
bles.
La virgen se despidió en seguida y dio la orden de
que continuásemos el camino. Así que las ninfas rom­
pieron el círculo y se desparramaron por la mar, ha­
biendo recibido como recompensa una larga cinta rojal
En este momento sentí que Cupido comenzaba a
operar también en mijo que dice poco en mi honor; de
todas formas como mi embeleso no puede servir al
lector para nada, me contento con dejar de paso cons­
tancia de él. Respondía precisamente a la herida que,
soñando, recibí en la cabeza, tal como dije en el primer
libro; y si alguno quiere un buen consejo, que se
abstenga de ir a contemplar a Venus en el lecho, pues
Cupido no lo tolera.
Algunas horas más tarde, tras haber recorrido un
largo camino conversando amistosamente, divisamos
la torre del Olimpo, La virgen ordenó que se hicieran
diversas señales para anunciar nuestra llegada, lo que
fue cumplido. En seguida vimos desplegarse una gran
bandera blanca y un barco dorado salió a nuestro
encuentro. Cuando se nos aproximó distinguimos en él
a un anciano rodeado de algunos satélites vestidos de
blanco; nos acogió amicalmente y nos condujo a la
torre. ¡
La torre estaba edificada sobre una isla exactamen­
te cuadrada y rodeada de una muralla tan sólida v ancha
que conté doscientos sesenta pasos atravesándola. Tras
el recinto se extendía una hermosa pradera engalanada
con algunos jardines en los que fructificaban plantas
singulares y desconocidas por mí; la pradera se acaban
ba en el muro que protegía la torre. Esta última, en sí
misma, parecía formada por la yuxtaposición de siete
torres redondas, siendo la del centro un poco más alta,
Interiormente se penetraban mutuamente v había siete
pisos superpuestos.
Cuando alcanzamos la puerta nos colocaron a lo
largo del muro que contorneaba la torre con la finali­
dad, como comprendí fácilmente aunque mis compa­
ñeros lo ignoraban, de transportar los ataúdes a la torre
sin que lo supiéramos.
Inmediatamente después nos condujeron a la sala
interior de la torre que estaba decorada con arte; pocas
distracciones encontramos en ella pues no contenía
sino un laboratorio. Allí tuvimos que triturar y lavar,
hierbas, piedras preciosas y materias diversas, extraer^
les la esencia y la savia y llenar con ellas frascos dex
cristal que ordenaron cuidadosamente^ Nuestra ágil y
activa virgen no nos dejó ni un momento desocupados^
tuvimos que trabajar perseverantemente y sin reposo
en esta isla hasta que terminamos los preparativos,
necesarios para la resurrección de los decapitados.
Como supe posteriormente, durante todo este tiem­
po, las vírgenes lavaban cuidadosamente los cuerpos
en la primera sala.
Por fin, cuando nuestros trabajos estuvieron casi
terminados, nos trajeron por todo alimento una sopa y
un poco de vino, lo que significaba claramente que no
estábamos aquí para nuestro recreo. Y cuando acaba­
mos nuestra tarea tuvimos que contentamos con dor­
mir en una estera que pusieron en el suelo para cada uno
de nosotros.
A mí no me agobiaba en absoluto el sueño, así que
me paseé por el jardín acercándome hasta el recinto.
Como la noche era clara, llené el tiempo mirando las
estrellas. Por casualidad descubrí que unas grandes,
escaleras de mármol llevaban a lo alto de la muralla y,
como la luna derramaba una claridad tan grande, subí
osadamente. Contemplé la mar que estaba en calma
absoluta y, aprovechando tan excelente ocasión para
meditar sobre la astronomía, descubrí que esta noche,
incluso los planetas se presentaban bajo un aspecto
particular que no se repetiría antes de largo tiempo.
Miraba intensamente al cielo que estaba encima
del mar cuando, a medianoche, sonadas las doce, vi que
las siete llamas, recorrían la mar y se posaban alto en el
cielo, justo encima de la punta de la torre. El miedo me
sobrecogió pues en cuanto las llamas se detuvieron, los
vientos sacudieron furiosamente a la mar. Después la
Luna se cubrió de nubes de manera que mi alegría
acabó en un tal terror que apenas pude descubrir la
escalera de piedra y volver a entrar en la torre. No
puedo decir si las llamas siguieron mucho tiempo sobre
la torre o si se fueron, pues con esa oscuridad me era
imposible arriesgarme fuera.
Me acosté encima de mi manta y me dormí
sosegadamente bajo el murmullo sereno y agradable de
la fuente de nuestro laboratorio.
Así, también el quinto día se acabó con un milagro..
DÍA SEIS

A la mañana siguiente, el primero que se despertó


sacó a los otros del sueño e inmediatamente nos pusi­
mos a discurrir sobre el desarrollo probable de los
acontecimientos. Unos sostenían que los decapitados
revivirían todos juntos, otros los contradecían afirman­
do que la desaparición de los viejos debería dar a los
jóvenes no sólo la vida, sino también la facultad de
reproducirse. Algunos pensaban que no podían haber
matado a las personas reales sino que eran otros los que
hablan sido decapitados en vez de ellos.
Tras hablar así durante algún tiempo, entró el
anciano, nos saludó y examinó si nuestros trabajos
estaban acabados y si su ejecución había sido correcta;
pero habíamos puesto tanto celo y cuidado en elloque
tuvo que mostrarse satisfecho. Recogió los frascos y
los colocó en un joyero.
A continuación vimos entrar a algunos pajes que
traían escaleras, cuerdas y grandes alas; las deposita­
ron ante nosotros y se fueron. Entonces, el anciano
dijo:
«Queridos hijos, cada uno de vosotros tiene que
encargarse de una de estas cosas durante todo el día,
podréis escogerlas o echarlas a suerte.»
Respondimos que preferíamos escoger.
«No, dijo el anciano, las echaremos a suerte»
Después hizo tres fichas; en la primera puso esca­
lera; en la segunda, cuerda, y en la tercera, alas. Las
mezcló en un sombrero, cada cual sacó una ficha y tuvo
que encargarse del objeto designado. A quienes les
tocaron las cuerdas se creyeron favorecidos por la
suerte; en cuanto a mí, me tocó una escalera lo que me
fastidió soberanamente pues tenía doce pies de largo y
era bastante pesada. Tuve que llevarla mientras que los
otros podían enrollar fácilmente las cuerdas alrededor
suyo. Después el anciano ató las alas a los últimos con,
tanta destreza que parecía que les acababan de crecer,
naturalmente. Finalmente cerró un grifo y la fuente
dejó de correr; tuvimos que quitarla del centro de la
sala. Cuando todo estuvo en orden, cogió el joyero con
los frascos, nos saludó y cerró cuidadosamente la
puerta tras ele él, tan bien, que nos creimos prisioneros
en esta torre.
Pero no había pasado ni un cuarto de hora cuando
se abrió en la bóveda un agujero redondo: por él vimos
a nuestra virgen que se dirigió a nosotros para deseamos
un buen día y nos rogó que subiésemos. Los que tenían
alas volaron fácilmente por el agujero; los que llevába­
mos escaleras comprendimos inmediatamente su utilk
zación. Pero los que tenían cuerdas estaban en la
confusión pues cuando subió uno de nosotros, le dije­
ron que retirara la escalera. Finalmente cada una de las
cuerdas fue atada a un gancho de hierro y dijeron a los
que las llevaban que subieran como mejor pudieran lo
que, en verdad, no sucedió sin algunas ampollas. Cuan­
do todos estuvimos arriba, cerraron el agujero y la
virgen nos acogió amistosamente.
Este piso de la torre estaba ocupado por una sala
única, flanqueada por siete hermosas capillas un poco
más altas que la sala. Se entraba en ellas por tres
peldaños. Nos distribuyeron en las capillas y se nos
invitó a rezar por la vida de los reyes y de las reinas.
Mientras tanto, la virgen entraba y salía altemativa-
mente por la puerta pequeña a y así continuó hasta que
terminamos.
Cuando acabamos nuestra oración, doce personas
-los que antes habían hecho de músicos- depositaron en
el centro de la sala, trayéndolo precisamente por esta
puerta, un curioso objeto alargado que a mis compañe­
ros les pareció que no podía ser nada más que una
fuente. Pero comprendí inmediatamente que allí esta­
ban los cuerpos, pues la caja inferior era cuadrada y de
dimensiones suficientes para contener con facilidada
seis personas. Los doce desaparecieron para volver
enseguida con sus instrumentos y acompañar a nuestra
virgen y a sus servidoras con una armonía deliciosa.
Nuestra virgen tenía un cofrecito; todas las otras
llevaban ramas y lámparas y, algunas, teas encendidas.
Nos pusieron las antorchas en las manos y tuvimos que
colocamos alrededor de la fuente en el orden siguiente:
oocao
00 *0-
0 0
OC90OSOff-
B <3 O O
a O

0 o

ooaoooo.od
La virgen se colocó en A; sus servidoras, con las
lámparas y las ramas, estaban dispuestas en círculo en
c; nosotros estábamos con nuestras teas en h; y los
músicos, en línea recta, en a; finalmente, también en
línea recta, las vírgenes estaban en d. Ignoro de dónde
venían las vírgenes: ¿habitaban la torre o habían sido
conducidas a ella durante la noche? Sus rostros estaban
cubiertos con velos blancos v finos de manera que no
reconocía a ninguna.
La virgen abrió el cofrecillo que contenía unacosa
esférica envuelta en un doble forro da tafetán v^rd^la
sacó y, aproximándose a la fuente, la colocó en la
pequeña caldera superior que cubrió a continuación
con una tapadera perforada por aguieritos v provista de
un reborde. Después vertió en ella algunas de las aguas,
que habíamos preparado la víspera con lo que la fuente
empezó a correr. Estas aguas volvían a entrar sin
interrupción en la caldera a través de cuatro tubitos.
Bajo la caldera inferior habían dispuesto un gran
número de clavos en los que las vírgenes colgaron sus
lámparas, con cuyo calor el agua no tardó en empezar
a hervir. El agua hirviente caía sobre los cadáveres por
una gran cantidad de agujeritos perforados en a; estaba
tan caliente que los disolvió haciendo con ellos un
Jicor.
Mis compañeros ignoraban aún en qué consistía la
bola forrada; pero yo comprendí que se trataba de la
cabeza del negro v que era ella la que comunicaba a las
aguas la intensidad de su calor.
En b, alrededor de la caldera grande, había también
una buena cantidad de agujeros en los que las vírgenes
pusieron sus ramas. No sé si es que ello era necesario
para la operación o sólamente exigido por el ceremo­
nial; el asunto es que las ramas se encontraban conti­
nuamente regadas por la fuente, y el agua que fluía de
ella para volver a la caldera era un poco más amarillen-
“tíL
Esta operación duró casi dos horas; la fuente fluía
constantemente de sí misma, aunque el chorro iba
menguando poco a poco..
Entretanto, los músicos salieron y nosotros nos
paseamos por la sala. Sus adornos bastaban para dis­
traemos cumplidamente pues en cuestión de imágenes,
cuadros, relojes, órganos, fuentes y cosas parecidas, no
habían olvidado nada.
Por fin terminó la operación y la fuente cesó de
fluir. Entonces la virgen hizo que trajeran una esfera
hueca de oro. En la base de la fuente había un grifo; lo
abrió e hizo correr las materias disueltas por el calor de
las gotas recogiendo varias medidas de una materia de
un rojo intenso. Vaciaron el agua que quedaba en la
caldera superior y tras ello, la fuente, bastante aligera^
da, fue sacada fuera No puedo decir si la abrieron a
continuación y si todavía contenía algún residuo útil
procedente de los cadáveres, lo que si sé es que el agu^
recogida en la esfera era muy pesada hasta el punto que
no pudimos transportarla siendo seis, cuando a juzgar
por su volumen un sólo hombre debería haber podido
cargarla.
Con muchas dificultades transportamos afuera esta
esfera y nos dejaron solos otra vez.
Como escuché que caminaban encima de nosotros,
busqué mi escalera con los ojos. En estos momentos se
podían escuchar las opiniones singulares que sobre la
fuente expresaban mis compañeros; persuadidos que
los cuerpos reposaban en el jardín del castillo no sabían
como interpretar estas operaciones. Yo di gracias a
Dios por haber velado en tiempo oportuno y por haber
visto acontecimientos que me ayudaban a comprender
.mejor todas las acciones de la virgen^
Pasó un cuarto de hora; después se abrió el centro
de la bóveda y nos pidieron que subiésemos. Se hizo
como antes, con ayuda de las cuerdas, las escaleras y
las alas; me sentía un poco vejado viendo que las
vírgenes subían por un camino fácil mientras que
nosotros teníamos que hacer tantos esfuerzos. Sin
embargo entendía que si se hacia así era con alguna
finalidad determinada. Fuera lo que fuese estábamos
muy contentos con las previsoras atenciones del ancia­
no pues los objetos que nos había dado, por ejemplolas
alas, servían únicamente para alcanzar la abertura.
Cuando logramos pasar al piso superior el agujero
se volvió a cerrar; entonces vi que la esfera estaba
colgada en medio de la sala con una fuerte cadena.
Había ventanas en todo el contorno de la sala y otras
tantas puertas alternaban con las ventanas. Cada puerta
tapaba un enorme espejo pulido. La disposición óptica
de espejos y puertas era tal que, en cuanto se abrían las
ventanas del lado del sol y se destapaban los espejos
tirando de las puertas, brillaban soles en toda la circun­
ferencia de la sala, y ello pese a que este astro, que
ahora resplandecía por encima de toda medida, no
diera sino en una puerta. Todos estos soles esplendorosos
flechaban sus rayos, por medio de reflexiones artificia­
les, sobre la esfera suspendida en el centro, v como
además la esfera estaba pulida, despedía un centelleo
tan intenso que ninguno de nosotros pudo abrir los
ojos. Miramos por las ventanas hasta que la esfera tuvo
el calor justo y se obtuvo el efecto deseado. Así vi la
mayor maravilla que jamás ha producido la naturaleza:
los espejos reflejaban soles por todos sitios, pero la
esfera del centro brillaba aún con muchas más fuerza
de manera que nuestra mirada no pudo sostener ni
LAS BODAS QUÍMICAS DE CRISTIAN ROSACRUZ

siquiera un instante su resplandor, igual al del mismo


sol.
Finalmente la virgen hizo oue cubrieran los espe­
jos y que cerraran las ventanas para dejar que la esfera
se enfriase un poco; eso pasó a las siete.
Nos alegramos al constatar que la operación, llega­
da a este punto, nos dejaba libertad suficiente para
reconfortamos con un desayuno. Pero, una vez más, el
menú era verdaderamente filosófico y, aunque no nos
faltó lo necesario, no había peligro de que nos insistie­
ran para incitamos a cometer excesos. Además, la
promesa de la dicha futura -con la que la virgen
reanimaba sin cesar nuestro celo- nos ponía tan alegres
que ni trabajo ni incomodidad alguna nos parecían mal.
También certifico que en ningún momento mis ilustres
compañeros pensaron en su cocina o en su mesa, al
contrario eran felices por poder asistir a una física tan
extraordinaria y meditar así sobre la sabiduría y omni-
potencia del Creador.
Tras el esfuerzo nos preparamos de nuevo para el
trabajo pues la esfera se había enfriado suficientemen­
te. Tuvimos que desatarla de su cadena, lo que nos
costó no pocos esfuerzos y trabajo, y la pusimos en el
suelo.
A continuación, discutimos como la partiríamos
pues se nos había ordenado que la cortáramos en dos
por el medio; finalmente hicimos lo más grueso del
trabajo con un diamante puntiagudo.
Cuando abrimos la esfera vimos que va no conte­
nía nada rojo sino únicamente un enorme y hernioso
huevo, blanco como la nieve. Nuestra alegría llegó al
colmo cuando constatamos que había salido bien a
conciencia pues la virgen temía que la cáscara estuvie­
ra aún un poco blanda. Estábamos alrededor del huevo
tan contentos como si lo hubiésemos puesto nosotros
mismos. Pero en seguida la virgen hizo que se lo
llevaran; después nos abandonó también y, como de
costumbre, cerró la puerta. Ignoro lo que ha hecho con
el huevo tras su marcha, no sé si lo ha sometido a una
operación secreta, aunque no lo creo.
Tuvimos que descansar de nuevo durante un cuar­
to de hora hasta que un nuevo agujero nos abrió paso al
cuarto piso al que llegamos con la ayuda de nuestros
instrumentos.
En esta sala vimos una enorme caldera de cobre
llena de arena amarilla a la que calentaba un fuego
despreciable. El huevo fue enterrado en ella para que
acabara de madurar. La caldera era cuadrada, en una de
sus paredes estaban grabados con grandes letras los
siguientes versos:
O. BLI. TO. BIT. MI. LI
KANT.I.VOLT.BIT.TO.GOLT.

En la segunda se leían estas palabras:


SANITAS, NIX. HASTA.

La tercera llevaba sólo la palabra:


F.LA.T.
Pero en la cara posterior había toda la inscripción
siguiente:
QUOD:
Ignis, Aer, Aqua, Terra:
SANCTIS REGUM ET REGINARUM
NOSTRUM CINERIBUS,
Enipere non potuerunt.
FIDELIS CHYMICORUM TURBA
INHANCURNAM
CONTULIT

A los sabios dejo el cuidado de averiguar si la,


inscripción se refería a la arena o al huevona mí me
basta cumplir mi tarea no omitiendo nada.
La incubación se terminó y el huevo fue desente­
rrado. No fue necesario romper la cáscara pues el
pájaro se libró en seguida por sí mismo y empezó
retozar, aunque era disforme y estaba ensangrentado^
Primero lo pusimos sobre la arena caliente, después la
virgen nos dijo que lo atásemos antes de darle alimen-
tos si no queríamos tener innumerables complicacio­
nes. Así lo hicimos.JBl pájaro creció tan rápidamente
ante nuestros propios ojos que comprendimos muy
bien por qué la virgen nos había advertido^. Mordía y
arañaba rabiosamente alrededor suyo y si se hubiera
apoderado de uno de nosotros hubiera dado rápida­
mente buena cuenta de él. Puesto que el pájaro -negrc^
como las tinieblas.- estaba completamente furioso le
trajeron un alimento distinto, quizás la sangre de otra
persona real. Entonces le cayeron las plumas negras y,
en su lugar, le crecieron otras blancas como la nieve. Al
mismo tiempo el pájaro sé amansó un poco y dejó que
nos acercáramos con más facilidad; sin embargo, lo
mirábamos aún con desconfianza. Con el tercer ali­
mento sus plumas se cubrieron de colores tan brillantes
como no he visto en toda mi vida, y se mostró tan dulce
y se familiarizó de tal manera con nosotros que, con el
consentimiento de la virgen, lo libramos de sus atadu­
ras.
«Ahora, dijo la virgen, como gracias a vuestra
aplicación la vida y una perfección sin igual han sido
dadas a este pájaro, conviene que, con la aprobación de
nuestro viejo, festejemos alegremente este aconteci­
miento.»
Después ordenó que sirvieran la comida y nos
invitó a reconfortamos ya que la parte más difícil y
delicada de la obra se había acabado v que, con todo
derecho, podíamos empezar a saborear el goce del
trabajo cumplido.
Aún llevábamos nuestros vestidos de luto lo que,
con tal regocijo, parecía ridículo; los unos nos reíamos
de los otros.
Sin embargo la virgen no cesó de interrogamos,
quizás para descubrir a aquellos que le serían útiles en
sus proyectos. La fusión era la operación que más la
atormentaba y se sintió bien tranquila cuando descu­
brió que uno de nosotros había adquirido la habilidad
manual que poseen los artistas.
La comida no duró más de tres cuartos de hora y la
mayor parte de ella la pasamos con nuestro pájaro al
que era preciso alimentar sin descanso. Aunque ahora
ya alcanzaba su desarrollo completo.
Tras la comida no se nos permitió una siesta larga;
la virgen salió con el pájaro y nos abrieron la quinta sala
a la que subimos como anteriormente, preparándonos
enseguida para el trabajo.
En esta sala habían dispuesto un baño para nuestro
pájaro; lo tifieron con un polvo blanco y tomó el
aspecto de la leche. A principio estaba frío y el pájaro
que metimos en él se encontraba a su gusto y empezó
a retozar. Pero cuando el calor de las lámparas comen­
zó a entibiar el agua tuvimos muchísimo trabajo para
mantenerlo en el baño. Así que pusimos una tapadera
en la caldera dejándole que sacara la cabeza ñor un
agujero. El pájaro perdió todas sus plumas en el baño
_y se le quedó la piel tan lisa como la de un hombre
aunque el calor no le causó ningún otro daño.
Sorprendentemente las plumas se disolvieron por com­
pleto en el baño al oue tiñeron de azul, Finalmente
dejamos que el pájaro escapara de la caldera; estaba tan
liso y tan brillante que daba gusto verlq; como era un
poco arisco tuvimos que ponerle alrededor del cuello,
un collar con su cadena; después lo paseamos un poca
jx>r la sal^Mientras tanto encendieron un fuego enor-
me bajo la caldera y evaporaron el baño hasta que se
secó. Quedó una materia azulada; la despegamos de la
caldera, la trituramos, la pulverizamos y la preparamos
sobre una piedra; con ella pintamos toda la piel del
pájaro.
. Entonces éste tomó un aspecto aún más curioso
pues, aparte de la cabeza^gue permaneció blanca, era
enteramente azul.
Así se acabó nuestro trabajo en está habitación y,
cuando la virgen nos abandonó con su pájaro azul, nos
llamaron al sexto piso, al que subimos, por una abertura
de la bóveda.
Allí asistimos a un espectáculo entristecedor. En el
centro de la sala colocaron un pequeño altar similar en
todo al que habíamos visto en la sala del Rey; los seis
objetos ya descritos se encontraban sobre él y el propio
pájaro era el séptimo. En primer lugar presentaron la
fuentecita al pájaro que sació su sed en ella: después el
pájaro vio la serpiente y la picó hasta hacerla sangrar.
Tuvimos que recoger esta sangre en una copa de orojy
verterla en la garganta del pájaro que se ¿ebatía fuerte­
mente; después introdujimos la cabeza de la serpiente
en la fuente, lo que le devolvió la vida, trepó enseguida
a la cabeza de muerto en la que entró y no la volví a ver
durante mucho tiempo. Mientras ocurría todo esto,Ja
esfera continuaba efectuando sus revoluciones hasta
que tuvo lugar la conjunción deseada, momento en que
el reloj dio una campanada; cuando poco después se
realizó la segunda conjunción, la campana sonó dos
veces. Finalmente, cuando nosotros vimos la tercera
conjunción y la campana la señaló, el pájaro puso él
mismo su cuello sobre el libro y se dejó decapitar
liumildemente, sin resistencia, por aquél de nosotros al
que la suerte había designado para ello. Sin embargo no
brotó de él una sola gota de sangre hasta que no sele
hubo abierto el pecho; entonces corrió fresca y clara
como una fuente de rubíes.
' Su muerte nos entristeció, sin embargo, como
pensábamos que el pájaro por si sólo no servía para
gran cosa, nos resignamos rápidamente.
A continuación,desocupamos el altar y ayudamos
a la virgen a quemar sobre él, con fuego cogido de la
lucecita, el cuerpo así como la tablilla que llevaba
colgada. Las cenizas fueron purificadas varias veces v
guardadas en una cajita de madera de ciprés.
' Pero ahora tengo que contar el incidente que nos
ocurrió a mí y a tres de mis compañeros. Cuando
habíamos recogido la ceniza con mucho cuidado, la
virgen habló en los siguientes términos:
«Queridos señores: estamos en la sexta sala y por
encima nuestro no tenemos más que otra.. En ella
llegaremos al fin de nuestros trabajos y podremos
pensar en vuestra vuelta al castillo para resucitar a
nuestros muy graciosos Señores y Damas. Habría
deseado que todos los aquí presentes se hubieran
comportado de manera que pudiese proclamar sus
méritos y obtener para ellos de nuestros Muy Altos Rey
y Reina una recompensa digna. Pero como mal de mi
grado, he descubierto que entre vosotros estos cuatro -
y me designó junto con otros tres más- son operadores
perezosos, aunque mi amor por todos me impide seña­
larlos para un castigo bien merecido, querría sin em­
bargo, para que no quede impune una pereza semejan­
te, ordenar lo que sigue: serán excluidos de la séptima _
operación, la más admirable de todas aunque, más
tarde, cuando estemos en presencia de Su Majestad
Real, no sufrirán ninguna otra corrección.»
¡Puede imaginarse en que estado de ánimo me
puso este discurso! La virgen habló con una gravedad
tal que las lágrimas nos corrían por la cara y nos
considerábamos como los más infortunados de los
hombres. Después la virgen hizo llamar a los músicos
por uno de los numerosos sirvientes que siempre la
acompañaban y, con música, nos pusieron en la puerta,
acompañados de tales carcaj adas que hasta los músicos
tenían dificultades para soplar en sus instrumentos de
la risa que les daba. Y lo que nos afligió especialmente
fue ver que la virgen se burlaba de nuestros lloros, de
nuestra cólera y de nuestra indignación; además, algu­
nos de nuestros compañeros ciertamente se alegraban
de nuestra desgracia.
La continuación fue inesperada. Apenas hubimos
franqueado la puerta cuando los músicos nos invitaron
a cesar en nuestras lágrimas y a seguirlos alegremente
por las escaleras y, el colmo, nos condujeron al tejado,
por encima del séptimo piso.
Allí volvimos a encontrar al anciano, a quien no
habíamos visto desde la mañana, que estaba de pie ante
una pequeña buhardilla redonda. Nos acogió amistosa­
mente y nos felicitó de todo corazón por haber sido
elegidos por la virgen; por poco se muere de risa
cuando se enteró de nuestra aflicción precisamente en
el momento en que alcanzábamos una felicidad seme­
jante.
«Que nos sirva para aprender, queridos hijos míos
-dijo-, que el hombre no conoce nunca los bienes que
Dios le otorga.»
Estábamos charlando cuando la virgen llegó co­
rriendo con el cofrecito, después de burlarse de noso­
tros, vació sus cenizas en otro cofre v llenó el suyo con
una materia diferente diciendo que ahora estaba obli­
gada a engañar a nuestros compañeros, Nos exhortó a
obedecer al anciano en todo lo que nos mandara y a no
menguar nuestra diligencia. Después, volvió a la sép­
tima sala donde llamó a nuestros compañeros. Ignoro
el principio de la operación que inició con ellos pues le
habían prohibido de manera absoluta hablar de ella y
nosotros no podíamos observarlos desde el tejado a
causa de nuestras ocupaciones.
Nuestro trabajo era el siguiente: primero tuvimos
que humidificar las cenizas con el agua que habíamos
preparado anteriormente, para obtener una pasta clara;
a continuación colocamos esta materia sobre el fuego
hasta que estuvo muy caliente. Estando aún más calien­
te la vaciamos en dos matrices que inmediatamente
dejamos enfriar un poco.
Nos solazamos un momento mirando a nuestros
compañeros a través de algunas hendiduras practica­
das con este fin. Estaban muy atareados alrededor de un
homo y todos soplaban en el fuego cada cual con un
tubo. Helos, pues, reunidos alrededor del brasero,
soplando hasta perder el aliento, convencidos de que
les había tocado mejor parte que a nosotros; todavía
soplaban cuando nuestro anciano nos llamó de nuevo
al trabajo, así que no puedo decir lo que hicieron luego..
Abrimos los moldes y vimos dentro dos hermosas
figurillas casi transparentes como nunca han visto ojos
humanos. Eran un niño y una niña. Cada uno no tenía más
que cuatro pulgadas de largo y lo que me sorprendió
sobremanera es que no eran duras, sino de carne blanda
como las personas. Sin embargo no tenían vida; en este
momento pensé que Venus había sido hecha también así.
Acomodamos estos adorables niños en dos cojines de
raso y, prendidos en la contemplación de este gracioso
espectáculo, no parábamos de mirarlos, pero el anciano
nos hizo volver a la realidad; nos dio la sangre del pájaro
que había sido recogida en la copa de oro y nos ordenó que
la vertiésemos gota a gota y sin interrupción en la boca de
las figurillas. En cuanto se la dimos, crecieron a ojos vistas
y, a medida que crecían, se hacían aún más hermosas.
Hubiera deseado que estuvieran allí todos los pintores
para que delante de esta creación de la naturaleza, se
ruborizaran de sus obras.
Crecieron de tal manera que fue necesario sacarlas
de los cojines y acostarías en una larga mesa guameci-
LAS BODAS QUÍMICAS DE CRISTIAN ROSACRUZ

da de terciopelo blanco; después el anciano nos ordenó


que las cubriésemos hasta por encima del pecho con un
tafetán doble y blanco, muy suave, cosa que hicimos
con desgana a causa de su indecible belleza.
En fin, abreviemos; antes que les hubiéramos dada
toda la sangre, alcanzaron el tamaño de adultos. Tenían
los cabellos rizados,rubios comoel oro y, comparado
con ellos, la imagen de Venus que había visto antes,
valía bien poco. _
Sin embargo, no se notaba aún ni calor natural ni
sensibilidad; eran estatuas inertes con el tinte de los
vivos. El anciano, temiendo que crecieran demasiado,
suspendió su alimentación, después les cubrió el rostro
con la sábana y colocó antorchas alrededor de la mesa.
Aquí debo prevenir al lector para que en absoluto
considere estas luces como indispensables, pues la
intención del anciano era la de atraer hacia ellas nuestra
atención para que no nos diéramos cuenta del descenso
de las almas. De hecho, ninguno de nosotros lo habría
notado si yo no hubiera visto antes las llamas dos veces;
sin embargo no saqué a mis compañeros de su error y
dejé al anciano en la ignorancia de lo que sabía.
El anciano hizo que tomáramos asiento en un
banco delante de la mesa y poco después llegó la virgen
con sus músicos. Trajo dos preciosos vestidos blancos
como hasta entonces no había visto en el castillo y que,
desafían cualquier descripción; en efecto, parecían que
estaban hechos de cristal puro y, sin embargo, eran
flexibles y opacos; es imposible describirlos de otra
manera. Puso los vestidos sobre una mesa y, tras haber
colocado a las vírgenes alrededor del banco, comenzó
la ceremonia asistida por el anciano, todo lo cual no
estaba destinado sino a confundimos.
El techo bajo el que ocurrían todos estos aconteci­
mientos tenía una forma verdaderamente singular. En el
interior estaba formado por siete grandes semiesferas
abovedadas estando la mayor, la del centro, agujereada en
su parte superior por una pequeña aberturaredondaque en
estos momentos se encontraba cerrada y que mis compa-
ñeros no vieron. Tras largas ceremonias, entraron seis
vírgenes que llevaban cada una una gran trompeta, en­
vuelta por una sustancia verde fluorescente como si fuera
una corona. El anciano cogió una trompeta, retiró algunas
luces de un extremo de la mesa y descubrió los rostros. A
continuación colocó la trompeta sobre la boca de uno de
los cuerpos de manera que la parte ancha, vuelta hacia
arriba, cayó justo enfrente de la abertura del techo de la
que acabo de hablar.
Todos mis compañeros miraban los cuerpos en este
momento, pero mis sospechas dirigían mi mirada hacia
otro sitio completamente distinto. Así, cuando encendie­
ron las hoj as de la corona que rodeaba a la trompeta, vi que
se abría el orificio del tedio para dejar paso a un rayo de
fuego que se precipitó en la habitación y penetró en los
cuerpos; la abertura se cerró inmediatamente y se llevaron
la trompeta.
El escenario engañó a mis compañeros que creye­
ron que la vida había sido comunicada a los cuerpos por
el fuego de las coronas y de las hojas.
Una vez que el alma penetró en el cuerpo, éste abrió
y cerró los ojos sin que hiciese ningún otro movimiento.
A continuación aplicaron una segunda trompeta
sobre su boca; encendieron la corona y otra alma
descendió por el mismo procedimiento: la operación se
repitió tresveces para cada uno de los cuerpos.
Apagaron las luces y se las llevaron, el terciopelo que
cubría la mesa fue replegado sobre los cuerpos y, a continua­
ción,trajeronyprepararon un lecho de viajeTusiCTonenéllOT
cuerpos completamente envueltos, después los sacaron de las
telasylosacostaronunojuntoalotro.Conlascortinasbaiadas,
durmieron bastante tiempo.
Verdaderamente era hora de que la virgen se ocu­
para de los otros artistas: como me dijo más tarde,
estaban muy contentos pues habían fabricado oro. Eso
también es una parte del arte, pero no la más noble, ni
la más necesaria, ni la mejor. También ellos tenían un
poco de cenizas, de manera que creyeron que el pájaro
servía sólo para producir oro y que sería de esa manera
como se devolvería la vida a los decapitados.
En cuanto a nosotros permanecimos en silencio
esperando el momento en que los esposos se despertaran;
en esta espera pasamos casi media hora. Entonces apare­
ció el malicioso Cupido y, tras saludamos, voló hacia
ellos. Y los molestó bajo las cortinas hasta que se desper-
taron. Al despertar, su sorpresa fue enorme pues pensaban
que habían dormido desde que los decapitaron. Cupido
hizo que se conocieran mutuamente v después se retiró un_
instante para que pudieran reponerse. Mientras esperaban
vino ajugar con nosotros y, finalmente, hubo que buscarle
la música y dejar que la alegría se manifestara.
La virgen vino también, saludó respetuosamente al
joven Reyy ala Reina-a los que encontró un poco débiles-
, les besó la mano y les dio los dos hermosos vestidos:
ambos se cubrieron con ellos y avanzaron. Dos asientos
maravillosos estaban prestos para recibirlos; se sentaron
en ellos y recibieron nuestro respetuoso homenaje por el
cual el propio Rey nos dio las gracias; después se dignó
otorgamos de nuevo su merced.
Como eran casi las cinco, las personas reales no
podían retrasarse más; así que reunimos apresuradamente
los objetos más preciosos y tuvimos que conducir a las
personas reales hasta el barco, a través de las escaleras y
de todos los pasadizos y cuerpos de guardia. Se instalaron"
en él en compañía de algunas vírgenes y de Cupido, y se
alejaron tan aprisa que los perdimos de vista enseguida;
según lo que me han contado, vinieron a buscarlos con
varios barcos de modo que atravesaron una gran distancia
de mar en cuatro horas.
Sonaban las cinco cuando ordenaron a los músicos
que cargaran los barcos y que se prepararan para partir.
Como eran un poco lentos, el anciano hizo salir una parte
de los soldados que no habíamos visto hasta entonces
puesto que se hallaban ocultos en el recinto. Así fue como
supimos que la torre estaba siempre lista para resistir a los
ataques. Estos soldados acabaron de embarcar nuestros
bagajes con rapidez y ya no nos quedó sino pensar en la
cena.
Cuando se sirvieron las mesas, la virgen nos reunió
en presencia de nuestros compañeros; tuvimos que
adoptar un aire compungido, conteniendo la risa que
nos ahogaba. Cuchicheaban entre sí, aunque había
algunos que nos compadecían. El anciano asistió a esta
comida. Era un maestro severo; no hubo razonamiento,
~ por inteligente que fuese, que no supiera refutar, com-
pletar o desarrollar, con el fin de instruimos. Junto a él
he aprendido gran cantidad de cosas y sería excelente
que cada cual se le acercara para instruirse; bastantes
obtendrían ventaja con ello.
Acabada la comida, el anciano nos condujo en primer
lugar a museos, que estaban edificados circularmente
sobre los bastiones; en ellos vimos creaciones naturales
muy singulares, así como imitaciones de la naturaleza
realizadas por la inteligencia humana; para verlo todo
habría sido necesario pasar en ellos un año entero.
Prolongamos esta visita diurna hasta bien entrada la
noche. Finalmente el sueño venció a la curiosidad y nos
condujeron a nuestras habitaciones, elegantísimas en
contraste con lo poco con que nos habíamos tenido que
contentar la víspera. Me dispuse a saborear un buen
reposo y como no estaba nada inquieto y sí fatigado por un
trabajo ininterrumpido, el murmullo suave del mar me
hizo dormir profunda y dulcemente, sin soñar, desde las
once hasta las ocho de la mañana.
DÍA SIETE

Habían pasado las ocho cuando desperté. Me vestí


rápidamente para volver a entrar en la torre pero eran
tan numerosos los caminos que se entrecruzaban en la
muralla que anduve perdido bastante tiempo antes de
poder encontrar una salida. Los demás tuvieron el
mismo problema, pero al fin acabamos reuniéndonos
en la sala inferior. Recibimos nuestros Vellocinos de
Oro y nos vistieron enteramente con ropas amarillas.
La virgen nos comunicó que éramos caballeros de la
Piedra de Oro, extremo que ignorábamos hasta enton-
ces.
Desayunamos engalanados de este modo; después
el anciano entregó a cada uno una medalla de oro. En
el anverso se veían estas palabras:
AR. NAT. MI.

y en el reverso:
TEM.NA.F.
Nos exhortó a que nunca actuáramos ni más allá ni
en contra de las normas de esta medalla conmemorati­
va.
Nos hicimos a la mar. Nuestros barcos estaban
admirablemente preparadosJSe diría al verlos que las
cosas maravillosas que contemplábamos en ellos ha­
bían sido puestas allí expresamente para nosotros.
Los barcos eran doce, seis de los nuestros y otros
seis pertenecientes al anciano. Este ocupó los suyos
con gallardísimos soldados y vino a aquél de los
nuestros en el que estábamos todos reunidos. Los
músicos, de los que el anciano disponía en gran núme­
ro, se pusieron a la cabeza de la flotilla para distraemos.
En los pabellones ondeaban los doce signos celestes; el
nuestro llevaba el signo de la Libra. Entre otras mara~
villas que había en el barco teníamos un reloj que
marcaba cada minuto.
Las embarcaciones viajaban con una rapidez sor­
prendente; apenas habíamos navegado durante dos
horas cuando el capitán nos advirtió que divisaba tan
gran número de navios que casi cubrían el lago. Llega­
mos a la conclusión de que salían a recibimos y así era
efectivamente; cuando entramos en el lago por el canal
que ya mencioné, contamos alrededor de quinientos.
Uno de ellos chispeaba de oro v pedrerías: llevaba al
Rey y a la Reina así como a otros señores, damas y
doncellas de egregia cuna.
Ambas partes dispararon salvas cuando nos aproxi­
mamos; el sonido de las trompetas y de los tambores
fue tan estruendoso que los navios temblaban. Cuando
finalmente nos juntamos con ellos, rodearon nuestros
barcos y se pararon.
El viejo Atlas se presentó inmediatamente en nom­
bre del Rey y nos habló con brevedad pero con elegan­
cia; nos dio la bienvenida y preguntó si estaba prepara­
do el regalo real.
Algunos de mis compañeros se llevaron una gran
sorpresa al saber que el Rey había resucitado pues
estaban persuadidos que eran ellos quienes tenían que
despertarlo. Los dejamos con su sorpresa y fingimos
encontrar también el hecho muy extraño.
Después de Atlas fue nuestro anciano quien habló
respondiendo un poco más extensamente: deseó dicha
y prosperidad al Rey y a la Reina y entregó a continua­
ción un precioso cofrecito. Ignoro lo que contenía pero
vi que confiaron su custodia a Cupido que jugueteaba
entre ambos.
Tras estos saludos dispararon una nueva salva y
continuamos navegando aún bastante tiempo hasta que
por fin llegamos a la orilla. Estábamos junto al primer
pórtico por el que entré al principio de todo. Nos
esperaban en él una gran cantidad de sirvientes del Rey
con algunos centenares de caballos.
Cuando desembarcamos, el Rev v la Reina nos
estrecharon la mano muy amistosamente y tuvimos
Todos que montar en los caballos.
Querría pedir al lector ahora que no atribuya lo que
sigue a mi orgullo ni al deseo de vanagloriarme; si no
fuera indispensable relatarlo puede estar seguro que
silenciaría con gusto los honores de los que fui objeto.
Nos distribuyeron a todos, por tumos, entre los
diversos señores. Pero nuestro anciano y yo, indigno de
mí, tuvimos que cabalgar al lado del Rey llevando una
bandera blanca como la nieve con una cruz roja. Me
habían colocado en este lugar a causa de mi avanzada
edad; y ambos teníamos los cabellos grises v largas
barbas blancas. Como había atado mis insignias alre­
dedor del sombrero, el joven Rey las vio enseguida y
me preguntó si fui yo quien había logrado descifrar los
signos grabados en el pórtico. Respondí afirmativa­
mente, manifestando un profundo respeto. Se rió de mí
y me dijo que en adelante no había necesidad de
ceremonia alguna: que yo era su padre. A continuación
me preguntó como había logrado desempolvarlos a lo
que respondí: «Con agua y con sal». Entonces se
sorprendió por mi sutileza. Entusiasmado le conté mi
aventura con el pan, lapaloma y el cuervo, me escuchó
benévolamente y me aseguró que ésta era la prueba de
que Dios me había destinado para una felicidad singu­
lar.
Así, caminando, llegamos al primer pórtico v se
presentó el guardián vestido de azul. Cnandn me vio
junto al Rey, me tendió una petición pidiéndome respe­
tuosamente que me acordara ahora de la amistad que
me había testimoniado. Pregunté al Rey sobre este
guardián y me respondió amistosamente que era un
célebre y eminente astrólogo que siempre había goza­
do de una alta consideración junto al Señor, su padre.
Pero sucedió que el guardián había afrentado a Venus
sorprendiéndola v contemplándola mientras descansa­
ba en su lecho, y lo habían castigado haciéndolo
guardián de la primera puerta hasta que alguien lo
liberara, Pregunté si ello era posible y el Rey respon­
dió:
«Sí; si descubrimos a alguien que ha cometido un
pecado tan enorme como el suyo lo pondremos de
guardián en la puerta y el otro será libre».
Dichas palabras me turbaron profundamente pues
bien me decía mi conciencia que yo mismo era este
malhechor. Sin embargo me callé y transmití la peti­
ción. Cuando el Rey tomó conocimiento de ella tuvo un
sobresalto tan violento que la Reina, que cabalgaba
detrás nuestro acompañada por sus vírgenes y por la
otra reina -la que habíamos visto cuando la suspensión
de los pesos-, se dio cuenta y le preguntó sobre la carta.
No quiso responder nada y, estrechando la carta contra
él, habló de otra cosa hasta que llegamos al patio del
Castillo a las tres. Allí bajamos de los caballos y
acompañamos al Rey a la sala de la que ya hablé.
El Rey se retiró inmediatamente con Atlas a un
apartamento y le hizo leer la petición. Atlas se apresuró
a subir al caballo para pedir al guardián que completara
sus informaciones. Después el Rey se sentó en el trono
imitándole los demás señores, damas y doncellas.
Nuestra virgen elogió entonces la aplicación que ha­
bíamos mostrado, nuestros esfuerzos y nuestras obras
y pidió al Rey y a la Reina que nos compensaran
realmente y que la dejaran disfrutar en el porvenir de
los frutos de su misión. El anciano se levantó a su vez
y aseguró que lo que había dicho la virgen era exacto
agregando que seria justo satisfacer las dos demandas.
Debimos retiramos un instante y nos concedieron a
cada uno el derecho de formular un deseo que sería
escuchado si era realizable, ya que se preveía con
certidumbre que el más sabio formularía el deseo que
más le conviniera; nos invitaron a que meditáramos
sobre este tema hasta después de la comida.
Para distraerse, el Rey y la Reina decidieron jugar.
El juego se parecía al ajedrez aunque tenía otras reglas.
Tas virtudes estaban en un lado y los vicios en el otro;
los movimientos enseñaban la manera como los vicios
tienden trampas a las virtudes y como hay que librarse
de ellas. Sería de desear que nosotros dispusiéramos de
un juego parecido.
En esto llegó Atlas que dio cuenta de su misión en
voz baja. Los colores me subieron a la cara pues mi
conciencia no me dejaba tranquilo. El Rey me tendió la
petición y me la hizo leer; más o menos decía lo que
sigue:
En primer lugar el guardián manifestaba al Rey sus
votos de dicha y prosperidad con la esperanza de que
tuviera una descendencia numerosa. Después afirmaba
que había llegado el día en que, conforme a la promesa
real, debía ser liberado. Pues, según observaciones
suyas que no podían engañarlo, Venus había sido
descubierta y contemplada por uno de sus huéspedes.
Suplicaba a Su Majestad Real que tuviera a bien hacer
una encuesta minuciosa; así confirmaría que era cierto
su descubrimiento, y si no, se comprometía a permane­
cer definitivamente en la puerta durante toda su vida.
Pedía pues muy respetuosamente a Su Majestad que le
permitiese asistir al banquete con riesgo de su vida,
pues esperaba descubrir así al malhechor y alcanzar la
liberación tan deseada.
Todo ello estaba expuesto por extenso y con un
arte perfecto. Verdaderamente yo estaba en una situa­
ción privilegiada para apreciar la perspicacia del guar­
dián aunque para mí era penosa y hubiera preferido
ignorarla siempre; sin embargo me consolé pensando
que quizás pudiera ayudarle.
Pregunté al Rey si no había otro camino para su
liberación. «No, respondió el Rey, pues estas cosas son
de una gravedad especial, pero por esta noche podemos
acceder a sus deseos».
Así que le hizo llamar. Entretanto habían servido
las mesas en una sala en la que nunca habíamos estado;
se llamaba el Completo. Estaba preparada de una
manera tan maravillosa que me es imposible ni siquiera
empezar su descripción. Nos condujeron a ella con
gran pompa y ceremonias particulares.
Esta vez Cupido estaba ausente pues, según me
dijeron, la afrenta hecha a su madre lo había indispues­
to fuertemente; así mi fechoría, origen de la súplica, fue
causa de una gran tristeza. Repugnaba al Rey realizar
una encuesta entre sus invitados pues habría revelado
los hechos a quienes aún los ignoraban. Así que hacien­
do todo lo que pudo por parecer alegre, permitió al
guardián -que ya había llegado- que ejerciera una
vigilancia estrecha.
Acabamos por animamos y nos entretuvimos con
toda clase de temas agradables y útiles.
Me abstengo de recordar el menú y las ceremonias
pues el lector no tiene necesidad de ello y tampoco es
útil a nuestro fin. Todo era excelente, más allá de toda
mesura, por encima de cualquier arte o habilidad hu­
mana; y no es en las bebidas en lo que pienso al escribir
esto. Esta comida fue la última y la más admirable de
todas en las que he participado.
Tras el banquete quitaron rápidamente las mesas y
dispusieron en círculo unos hermosos asientos. Al
igual que el Rey y la Reina nos sentamos en ellos junto
al viejo, las damas y las vírgenes. Después un hermoso
paje abrió el libro admirable del que ya he hablado.
Atlas se colocó en el centro de nuestro círculo y nos
habló como sigue;
Su Majestad Real no había olvidado en absoluto ni
nuestros méritos ni la aplicación con la que habíamos
desempeñado nuestras funciones; para recompensar­
nos nos había hecho a todos, sin excepción, Caballeros
de la Piedra de Oro. Sería pues indispensable, no
sólamente que prestáramos juramento una vez más a
Su Majestad Real, sino que también nos comprometié­
ramos a observar los puntos siguientes:
Así, Su Majestad Real podría decidir de nuevo
como deberá comportarse respecto a sus aliados.
Después Atlas hizo que el paje leyera los puntos
que son los siguientes:
I
Señores Caballeros, debéis jurar no someter vuestra
Orden a ningún demonio o espíritu, sino colocarla constante­
mente bajo la única custodia de Dios, vuestro creador, y de su
servidora la Naturaleza.
n
Repudiaréis cualquier prostitución, vicio e impureza y
— con esta podredumbre. -
nunca ensuciaréis vuestra orden

Ayudaréis con vuestros dones a todos los que los necesi­


ten y sean dignos de ellos.
_ • IV
Nunca desearéis serviros del honor de pertenecer a la__
Orden para conseguir la consideración mundana o el lujo.
V
No viviréis mayor tiempo que el que Dios desee.,

Este último articulo nos hizo reír largamente y sin


duda lo pusieron para eso. Fuera lo que fuese, tuvimos
que jurar sobre el cetro del Rey.
A continuación fuimos recibidos Caballeros con la
solemnidad de costumbre; junto con otros privilegia­
dos se nos concedió poder actuar contra la ignorancia,
la pobreza y la enfermedad, según nos pareciera.
Dichos privilegios nos fueron confirmados a continua­
ción en una pequeña capilla a la que nos condujeron en
procesión. Allí dimos gracias a Dios y yo colgué mi
Vellocino de Oro y mi sombrero para gloria del Señor;
los dejé allí en conmemoración eterna. Y como pidie­
ron la firma de cada uno, escribí:
Summa Scientia nihil scire
Fr. CHRIST1ANUS ROSENKREUTZ,
Eques aurei Lapidis
Anno 1459.

Mis compañeros escribieron otras cosas, cada cual


según su conveniencia.
A continuación nos condujeron de nuevo a la sala
y fuimos invitados a sentamos y a decidir vivamente
los deseos que querríamos formular. El Rey y los suyos
se habían retirado a la habitación; después cada cual
fue llamado a ella para decir allí su petición, así que
desconozco las de mis compañeros.
Por lo que me concierne, pensaba que lo más loable
seria honrar mi Orden dando prueba de una virtud, y me
pareció que ninguna fue nunca más gloriosa que la del
agradecimiento. Pese a que habría podido desear algo
más agradable, me dominé y resolví liberar a mi
bienhechor, el guardián, aunque fuese peligroso para
mí. Cuando entré me preguntaron primero si no había
reconocido o sospechado quien era el malhechor, ya
que había leído la súplica. Entonces, sin temor alguno,
relaté en detalle lo que había pasado y cómo había
pecado por ignorancia, declarándome dispuesto a su­
frir la pena que por ello había merecido.
El Rey y los otros señores se sorprendieron mucho
por esta confesión inesperada; me pidieron que me
retirara un instante. Cuando me llamaron de nuevo,
Atlas me informó que Su Majestad Real tenía mucha
pena por verme en este infortunio, a mí, a quien Ella
amaba más que a todos; pero que Le era imposible
quebrantar Su vieja costumbre y que por lo tanto no
veía otra solución sino liberar al guardián y transmitir­
me su carga, deseando al mismo tiempo que otro fuera
cogido para que yo pudiese volver a entrar. Sin embar­
go no se podía esperar liberación alguna antes de las
fiestas nupciales de su hijo por venir.
Abrumado con esta sentencia maldije a mi boca
charlatana por no haber podido callar dichos sucesos;
finalmente logré recobrar mi valor y, resignado a lo
inevitable, conté como este guardián me había dado
una insignia y me había recomendado el guardián
siguiente; que gracias a su ayuda fui sometido a la
prueba de la balanza y con ello pude participar en todos
los honores y en todas las alegrías; que por lo tanto era
justo mostrarme agradecido con mi bienhechor y que,
puesto que no podía ser diferente, le daba las gracias
por la sentencia. Además, haría con gusto una tarea
desagradable en señal de gratitud para quien me había
ayudado a alcanzar el resultado. Pero, como me queda­
ba un deseo que formular, quería volver a entrar, con lo
que liberaría al guardián y mi deseo, a su vez, me
liberaría a mí mismo.
Me respondieron que este deseo no era realizable,
de lo contrario me habría bastado con desear la libera­
ción del guardián. Sin embargo Su Majestad Real
estaba satisfecha al constatar con que destreza había
tratado el asunto: pero que Ella temía que ignorase aún
en que miserable condición me había colocado mi
audacia.
Entonces el buen hombre fue liberado y yo tuve
que retirarme tristemente.
A continuación fueron llamados mis compañeros
y todos volvieron llenos de alegría, lo que aún me
afligió más, pues estaba persuadido que terminaría mis
días bajo la puerta. Reflexioné también sobre las ocu­
paciones que me ayudarían a pasar el tiempo en ella;
por fin pensé que, habida cuenta de mi avanzada edad,
no me quedaban por vivir sino pocos años y que la pena
y la melancolía acabarían conmigo en breve plazo con
lo que mi guardia terminaría; pronto podría disfrutar de
un sueño benéfico en la tumba.
Muchos pensamientos parecidos me agitaban; tan
pronto me irritaba pensando en las cosas hermosas que
había visto y de las que seria privado, como me alegra­
ba haber podido participar, pese a todo, en tantas
alegrías antes de mi fin, así como de no haber sido
expulsado vergonzosamente.
Esta fue la última tribulación que me golpeó, la
más fuerte y la más dolorosa.
Mientras que yo estaba ensimismado en mis pre­
ocupaciones volvió de la habitación del Rey el último
de mis compañeros; desearon una buena noche al Rey
y a los señores y fueron conducidos a sus apartamentos.
Pero yo, mísero de mí, no tenía nadie que me
acompañara; incluso se mofaron de mí y, para que no
me quedara ninguna duda de que su función me había
sido asignada, me pusieron en el dedo el anillo que
antes llevaba el guardián.
Finalmente y puesto que no debía verlo más en su
forma actual, el Rey me exhortó a conformarme a mi
vocación y a no actuar contra mi Orden. Después me
abrazó y me besó con lo que creí comprender que debía
empezar la guardia desde el día siguiente.
Sin embargo, cuando todos me hubieron
dirigido algunas palabras amistosas y ten­
dido la mano, recomendándome a la
protección de Dios, fui conducido
por dos ancianos, el señor de la
torre y Atlas, a un alojamiento
maravilloso, allí, nos espe­
raban tres lechos y repo­
samos.
Pasamos aún casi dos...
Aquí faltan aproximadamente dos folios in 4o;

creyendo ser guardián en la puerta al día siguiente, él


(el Autor de esto) entró en su casa.

FIN
CLÁSICOS
ESOTÉRICOS

Al comienzo del siglo XVII hubo una fuerza estelar que se desplegaba en
el signo del Serpentario y del Cisne, como el triángulo de los misterios de
Urano, Neptuno y Plutón, y esta fuerza estelar pudo vertirse en los primeros
hermanos de la Rosacruz. Esta fuerza lo determina todo y. en el presente,
cuatrocientos años más tarde, se puede comprobar que dicha efusión de
fuerza espiritual se manifiesta universalmente y está visiblemente activa en
el mundo.

El itinerario de Cristián Rosacruz, descrito en el“misterio”de LAS BODAS


QUÍMICAS, es una vía, un proceso vital que debe cumplirse en el mismo
hombre, de la transmutación alquímica hasta la transfiguración. La lección
de Cristián Rosacruz para nuestro tiempo es ésta: es preciso recorrer por
sí mismo ese camino, trepar uno mismo las siete etapas hacia los tres templos
que se erigen en la montaña, el espíritu, el alma y el nuevo cuerpo; vivir en
nosotros mismos los siete días de la creación del hombre nuevo.

La presente edición incluye importantes trabajos sobre Cristián Rosacruz,


su obra y su significado, expuestos en el simposium internacional celebrado
con motivo del cuatrocientos aniversario de V Andreae.

Descubra una de las obras más relevantes de la literatura esotérica europea,


que aborda con gran belleza y precisión el proceso de la iniciación.

“Ante mis ojos maravillados


apareció la cosa más preciosa
(pie jamás haya realizado la naturaleza...
me dijeron que era el tesoro del Rey ”
(Día 5o)

Mestas
ediciones

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy