Las Bodas Quimicas de Cristian Rosacruz
Las Bodas Quimicas de Cristian Rosacruz
Las Bodas Quimicas de Cristian Rosacruz
LAS
BODAS QUÍMICAS
DE
CRISTIAN ROSACRUZ
Valentín Andreae
Colección Esotérica.
Las bodas químicas de Cristián Rosacruz
ISBN: 84-95311-55-0
Depósito Legal: M-12.643-2001
Hecho en España
INTRODUCCIÓN
El Trigonum Igneum de la Fraternidad
de la Rosacruz............................................. 7
Johann Valentín Andreae, Fénix del
Renacimiento............................................... 11
Errores in patria........................................... 22
Cristián Rosacruz y su significado para
nuestra época............................................... 41
Estudiante de teología
El prometedor estudiante se prepara para la tarea pastoral,
como su padre y su abuelo Jakob, consignatario de la «Formulae
Concordiae» (1580), acuerdo que propugnaba la unión de la
iglesia luterana. En Ttibingen, sus estudios de teología se presentan
bajo los mejores auspicios. Disfruta de la ayuda de los dignatarios
de la Academia, bastión de la ortodoxia luterana, como, por otra
parte, todo el ducado de Württemberg.
Toda la universidad de Tübingen respira el espíritu del
Renacimiento. Animados por el duque Federico de Württemberg,
se reunen allí sabios de todas las disciplinas: alquimistas, terapeu
tas, astrólogos, y otros. Entre toda esta muchedumbre, se encuen
tran muchos rebeldes espirituales, lo que desagrada al Príncipe,
por lo que nombra como consejero privado al muy influyente y
autoritario Matth&us Enzlin, jurista competen-te y profesor de
derecho romano en la universidad.
En 1607, dos años después de haber obtenido su «diploma
académico», Valentín ve su futuro oscurecido por una «negra
tempestad». En su Vita ab ipso conscripta, su propia autobiogra
fía, relata en vivas imágenes cómo, en forma de pesadilla, una
nube negra desciende sobre la ciudad y llega a contaminarle por
la ventana abierta. Esta nube se descarga en forma de panfleto
satírico. Matthüus Enzlin, que representa la autoridad local, se
siente particularmente atacado. Presenta una queja contra el
«abominable panfleto», distribuido por algunos estudiantes. Este
suceso va a tener consecuencias funestas para el porvenir del
joven teólogo, comprometido por el escándalo. Siguiendo el
consejo de sus protectores, se va de viaje para apartar la atención
de su persona.
Viajes
Johann Valentín hace muchos viajes, que él califica de
«académicos», en el transcurso de los cuales adquiere muchos
conocimientos y hace numerosos amigos. Del lado calvinista, le
impresiona particularmente la organización de las comunidades
evangélicas. Durante un viaje que le conduce por Francia, Suiza
e Italia, comprueba con sus propios ojos, en Roma, cuán decaden
te y corrupta es la iglesia católica. Pasando por importantes
ciudades de Alemania tiene acceso a la venerable biblioteca
palatina. En Baviera es testigo de serios enfrentamientos entre
católicos y protestantes.
En 1610, termina sus estudios con su tesis doctoral. No
obstante, su candidatura para ejercer funciones eclesiásticas es
rechazada por una prohibición proveniente del entorno del Prín
cipe, cuyos poderes en materia de elección de ministros de culto
son, efectivamente, muy extensos. A pesar de la ayuda y la estima
que goza en la Academia, el brillante descendiente de la familia
Andreae se desanima. «Comencé a apartarme, poco a poco, de la
teología y a entrever un cambio de existencia», escribe en su
autobiografía. Para asegurar su subsistencia, se convierte en
preceptor de dos jóvenes nobles. Redacta asimismo un volumen
sobre la educación, Theodosius, qile nunca fue publicado. Mos
trando interés por todo, busca contactos con relojeros, orfebres y
carpinteros. Siente gran curiosidad por las nuevas técnicas y las
últimas invenciones: las fuentes, las minas, los mecanismos
ingeniosos, los mapamundi. Las Bodas Alquímicas de Cristián
Rosacruz mencionan un buen número de ellas. En el transcurso de
otros viajes descubre, por ejemplo, sobre un mapa de Gérard
Mercator, la villa de Damcar, en la «Arabia feliz», citada en La
Llamada de la Fraternidad de la Rosacruz. Regresa a Francia e
Italia, atravesando también Austria. Mientras planea hacer un
viaje a Holanda, en 1614, es nombrado diácono en Vaihingen. A
partir de entonces ya no abandonará Alemania.
Los pensadores con los cuales Andreae mantiene lazos de
amistad, se ocupan de las «ciencias elevadas» de su época.
Eruditos y políglotas dan a sus discursos un carácter universalista.
No se interesan solamente por las tierras del «Nuevo Mundo»,
sino que también se dedican al estudio del «Libro de la Naturale
za» y de «la mitad desconocida del mundo». Muchos textos
griegos y latinos son estudiados en círculos privados. No es
extraño ver enseñar en las universidades como la de Tübingen, el
hebreo, el caldeo, el sirio. Porfirio, Averroes, Al Ghazáli, Geber
(Djabir Ibn Hayyán), Maimónides son nombres que ningún bus
cador ignora.
El ave fénix está asociado a la «Gran Obra» alquímica,
aunque se supone que este pájaro habita en la «Arabia feliz».
Pansofía, cábala, nanometría, profecías, hermetismo, astrología,
matemáticas..., todo está allí para crear obras herméticas, tablas
simbólicas, relatos esotéricos y jeroglíficos. El lenguaje de la
época y la forma de argumentar corresponden completamente a
las imperiosas necesidades de reforma social y a los fervientes
deseos interiores de renacimiento espiritual. Reina un profundo
interés por los tesoros espirituales de la antigüedad. En el plano
conceptual, se rechazan los factores esclerosantes, se protesta. El
hombre se afirma cada vez más en tanto que individuo cara a las
instituciones.
Johann Valentín Andreaé tiene un extenso conocimiento del
espíritu de su siglo. Da cursos de ciencia con la ayuda de tablas
concebidas por él. Desarrolla sus conocimientos y sus talentos
como escritor; con la ayuda de algunos amigos íntimos, toman
forma definitiva los tres célebres textos de la Fraternidad de la
Rosacruz. La aparición de estos tres manifiestos no parece haber
sido realizada con su conformidad.
Obligado a conservar su posición clerical, se defiende cuan
do se le acusa. Para protegerse contra cualquier sospecha, declara
«haberse burlado siempre de la fábula de los Rosacruces». En su
obra Mythologia Christiana que aparece en 1619, cuatro años
después de la aparición anónima del Testimonio de la Fraternidad
y de La Llamada de la Fraternidad, declara esto: «De hecho me
peguntaba con sorpresa cómo una divagación tan enorme y
absurda como ésta podía levantar tras sí tales luchas en todos los
campos.»
Reforma y Renacimiento *
Ante la angustia, el hambre y la muerte, los mortales se
aferran a las esperanzas ilusorias, a lo milagroso y a las prediccio
nes. Todo esto representa para ellos como una luz en la noche. Esto
explica que las discusiones, en la época del teólogo suabo, estén
veladas de oscuridad e impregnadas de misticismo. Abundan las
ideas utópicas, los oráculos sibilinos, las profecías que dan a los
hechos un valor simbólico. En medio de todo esto, los tres
Manifiestos de la Rosacruz conocen un enorme éxito. No obstan
te, sólo son tres libros entre la profusión de obras y manuscritos
que retienen la atención de muchos intelectuales nutridos por el
clima del Renacimiento.
El conjunto de la obra conocida de Andreae da forma a una
vasta mitología cristiana en el espíritu de la época. Todo esto, en
primer lugar, con el deseo de ver que el mundo corrompido sea
transformado completamente; seguidamente con la idea de que
las ciencias y el conocimiento puedan desempeñar un papel en
este mismo concepto; y, finalmente, para cumplir la gran profecía
según la cual todo debe llegar por «decreto divino». Pero lo que
permanece fundamental en su obra, es el hecho de que utiliza
todos estos medios para exhortar a sus contemporáneos a conver
tirse a una práctica de vida realmente cristiana, a una reforma
interior. La escolástica, los charlatanes, las universidades, el
negocio, la justicia, la astrología, la política..., nada ni nadie es
respetado por su pluma de genio. Puesto que de una manera
general no teme provocar el escándalo, denunciando las injusti
cias y los abusos, desencadena fuertes reacciones contra él,
principalmente por parte de los partidarios del cesaropapismo y,
en gran medida, a consecuencia de la famosa historia del panfleto
satírico de 1607 y de-los rumores centrados sobre su persona
después de la aparición de los manifiestos de la Rosacruz.
El escritor
Su viva inteligencia y su amplia cultura se hallan al servicio
de su misión: despertar la conciencia de los hombres, resucitar la
verdad y reorganizar la sociedad según las normas verdaderamente
cristianas. Con este fin utiliza la escritura cifrada, la paradoja, los
enigmas, la emblemática, la alegoría, la apología la comedia la
numerología, etc. A veces usa el lenguaje de las «ciencias elevadas»
y de los intelectuales, otras veces, las imágenes y las alegorías, con
el fin de suscitar en sus lectores una aspiración más pura hacia los
valores auténticos. Maestro en el arte de desenmascarar el engaño
y la ilusión, comprueba el mal causado por las pseudo-ciencias y
también por las ciencias exactas cuando son utilizadas para falsos
fines.
Su talento de escritor merece quizás mayor atención cuando
le sirve para transmitir la esencia del cristianismo. Así, en buen
número de obras traduce las verdades cristianas y el misterio
crístico de la resurrección a través de imágenes, recursos literarios
y filosóficos tomados de los mitos, la cúbala, la alquimia y
diversas «ciencias elevadas». De esta forma, todos los símbolos y
enigmas que atraen a los curiosos y a los buscadores sinceros,
ávidos ambos de hermetismo, pierden su significado propio para
ser sólo una forma expresiva al servicio de una causa superior. En
este sentido, Las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz es una
obra hermética que se transforma en una fuente de espiritualidad
cristiana para todo buscador sincero, deseoso y capaz de saciar su
sed y purificarse en la inviolable fuerza del Espíritu.
Por otra parte, este Hércules de la defensa del verdadero
cristianismo, se dirige, con mucha inspiración y psicología, contra
los irresolutos, los crédulos, los supersticiosos y los calculadores,
que proyectan sobre la Rosacruz su propio sueño de perfección y
esperan de la Fraternidad que sus recetas milagrosas compensen
sus deficiencias. En su obra Institutio mágica pro curiosas, hace
pronunciar a Christianus una diatriba a propósito de la Fraternidad
de la Rosacruz. En ella una persona ficticia intercambia corres
pondencia con la Fraternidad, mientras otra es acogida en uno de
los palacios de la Fraternidad: «Este asunto sólo engendra pura
fanfarronería... Todos los que, sean quienes sean, tienen sueños de
éxtasis, de disidencia, de visiones, que provocan la confusión en
los artículos de fe con bellas e impresionantes frases, que, sin
ningún testimonio de Dios, imponen severas creencias, que se
envanecen de abandonar el centro para ir hacia otras ciencias, que
hablan mal de los hombres buenos y fieles a Dios, todos estos
deberían considerar bien la manera en que deben satisfacer
primero su conciencia y seguidamente el juicio de Dios.»
En Vaihingen, su tarea de pastor suplente le deja mucho
tiempo libre. Frecuenta una asamblea de intelectuales cristianos.
Allí es donde nace quizás la idea de la Christianae Societas Imago,
obra similar a la Rei Publicae Christianopolitanae Descriptio. Al
comienzo, estas concepciones de la sociedad ideal sólo se dirigen
a los mejores de sus «amigos secretos». Estos íntimos amigos
están versados en alquimia, pansofía, cábala, numerologia, profe
cías, etc. Los textos de Hermes, Platón, Porfirio, Paracelso,
Boehme... están en su posesión. Profundizan en el contenido de La
Ciudad del Sol de Campanella, los Theoremas de John Dee y El
Anfiteatro de la Eterna Sabiduría de Khumrath. Se puede suponer
que todo esto fue asimilado y traducido de nuevo en los tres
famosos textos considerados como los Manifiestos de la Fraterni
dad de la Rosacruz. Los lazos de parentesco espiritual son, en todo
caso, evidentes.
Este parentesco es puesto en evidencia también por la apari
ción, casi en la misma época que La Llamada de la Fraternidad,
de los ochocientos setentay cuatro Axiomas deFilosofia Teológica,
dedicados a Andreae por uno de sus mejores amigos, Christoph
Besold.
Desde hace algunos años, este jurista contribuye a la forma
ción espiritual de Johann Valentín. Impregnado de mística y
versado en la Gnosis, da al joven teólogo un calor que no se
encuentra en la ortodoxia luterana. Tienen en común una repug
nancia por el cesaropapismo que existe en los paises de religión
luterana, donde todo lo que se refiere a la religión debe ser
regulado según las funciones del Estado.
Los axiomas de Besold, de Andreae y de otros íntimos
amigos están impregnados por el ideal de una comunidad verda
deramente cristiana, la cual implica que, para realizar en la vida
cotidiana la verdadera imitación de Cristo, es preciso «estar en el
mundo pero no ser de este mundo», y que el mejor medio para
alcanzar esto es considerar que nosotros sólo somos los intendentes
de los bienes que nos son confiados. Y que debemos usarlos para
ir en ayuda del prójimo. Una aplicación concreta de esta idea es la
creación, en el año 1621, en Calw, de la Fundación de los
Tintoreros. Los estatutos de esta sociedad de beneficencia subra
yan la orientación: el cuidado de las almas, las doctrinas de Lutero,
la otorgación regular de los sacramentos, una conducta conforme
a la exigencia cristiana, y el paso de una religión practicada en
palabras a una religión vivida en actos. Este ejemplo práctico de
aplicación del amor cristiano al prójimo tendrá larga vida, ¡ ya que
ésta Fundación ha existido hasta 1963!
Devastaciones
En los primeros decenios del siglo XVII, la peste hizo
estragos en diversos estados de Alemania, entre ellos Württemberg.
Algunas localidades son totalmente diezmadas. Además de es
pantosas tormentas y de cosechas destruidas, una terrible inunda
ción invade, entre otras, a Tübingen. Las facultades de teología
son obligadas a trasladarse a Calw hasta 1611. Por todas partes hay
escasez y alza de precios. Es también la época de las persecuciones
de heréticos y brujas, y no únicamente son motivadas por parte de
los católicos. Bajo Calvino, Miguel Servet ha sido quemado vivo
con una «suave» hoguera, hace sólo medio siglo. También en
Vaihingen, donde J.V. Andreae es pastor, mujeres inocentes
sufren torturas y son conducidas a las hogueras.
La Crónica de las brujas de 1616, da testimonio de una
hecatombe que tuvo lugar en Tübingen. J.V. Andreae denuncia
con indignación estas prácticas inhumanas y anticristianas. Por
otra parte, tiene una admiración muy particular por el gran teólogo
y humanista español Juan Luis Vives, que ha publicado una
implacable crítica contra los procesos de brujería. Erasmo, otro
humanista que no oculta sus opiniones, es también uno de los
autores preferidos por Johann Valentín.
El colmo de la desgracia se cierne sobre el ducado de
Württemberg con la terrible Guerra de los Treinta Años. Calw es
prácticamente devastada por el despliegue de las tropas bávaras,
suecas y croatas en 1634. El pastor Andreae, que se siente
particularmente respetado a causa de su renombre en tanto que
cabeza de la comunidad luterana, ve, al igual que la mayor parte
de los habitantes, que su casa es completamente destruida por el
fuego. Su inestimable biblioteca es reducida a cenizas, al igual que
numerosos manuscritos de gran valor, obras que todavía no había
editado, sus instrumentos de música, sus instrumentos para inves
tigaciones científicas, y algunas pinturas originales de Durero,
Cranach y Holbein. En su conjunto, la población de Württemberg
es reducida de 400.000 a 60.000 almas.
Inspector eclesiástico
Poco después de este trágico episodio, el duque Eberhaid
intenta reconstruir la situación en su ducado. Nombra viceregente
suyo a un hombre fuerte: Ferdinand Geitzkofler. Este recibe toda
la autoridad no sólo en materia civil, sino igualmente en materia
de asuntos religiosos. Andreae, por su parte, recibe la tarea de
reorganizar la iglesia luterana en este ducado. Escandalizado por
las heridas que la verdad debe soportar una vez más, entra en serio
conflicto con este representante del poder.
Andreae pasa de pastor eclesiástico al grado de inspector y se
traslada a Stuttgart. Sus informes denuncian, sin indulgencia y con
una vehemente indignación, la decadencia de la iglesia, su indife
rencia y su ignorancia.
En este periodo, Andreae ejerce de predicador en la corte de
Stuttgart. Desde 1639 hasta 1650 pronuncia más de un millar de
sermones. Disfruta de la protección délos duques deBraunschweig,
ello en parte gracias a la gran amistad que mantiene desde 1613
con el aristócrata Wilhelm von Wense. Los dos amigos comparten
los mismos pensamientos, concepciones cristianas e ideales. Se
les encuentra de nuevoen \a.Societas Christíana con muchos otros
amigos de J. Valentín que se alimentan del ideal de que antes de
alcanzar una reforma de la sociedad, debe tener lugar una reforma
interior de los cristianos. Al igual que en el seno de la Fundación
de Tintoreros, se trata de aliar la idealidad con lo concreto en una
práctica de vida cristiana. La continua preocupación de J.V.
Andreae es la de cómo poder unir la tierra con el cielo.
Todo esto no impide al autor de Christianapolis caracterizar
su existencia, en su autobiografía, como una sucesión de extra
víos, de cambios, de tempestades, de obstáculos innumerables, de
injusticias, de calumnias y de persecuciones acompañadas de
luchas, enfermedades, opresiones y desdichados azares.
Johann Valentín Andreae contrae matrimonio el mismo año
en que comienza su carrera eclesiástica, en 1614. AgnésElisabeth
Grúninger, procedente de una familia igualmente célebre por sus
dignatarios luteranos, le dará nueve hijos. Algunos mueren muy
jóvenes. Un hijo epiléptico de diez años perece durante el saqueo
de Calw. Gottlieb, el más joven de los tres hijos, prosigue la línea
de los teólogos de la familia Andreae y se distingue por su obra
poética cristiana.
Durante la Guerra de los Treinta Años, el pastor de Calw da
muestras de un gran valor. Su amor por los hombres le hace
desplegar un celo heroico en su devoción por las desgraciadas
víctimas de las calamidades de la guerra.
Cuando abandona Calw para establecerse en Stuttgart, tiene
la impresión de abandonar el arca que le había sido confiada. No
obstante, no deja de aceptar su destino y su infortunio de otra
forma que como un don de la gracia de Dios. Esto parece haberle
vuelto aún más activo. Los estragos de la guerra dejan el ducado
en un estado catastrófico. Afortunadamente, es sostenido con
generosidad por el duque Augusto de Braunschweig, cuando trata
de levantar de sus ruinas no sólo la iglesia, sino también las
condiciones morales de los supervivientes de Württemberg.
En tanto que consejero del consistorio de Stuttgart, procura
evangelizar y elevar moralmente a la población desalentada.
Igualmente lucha contra la disipación de las costumbres morales.
Abre de nuevo la universidad de Tübingen, crea escuelas, restaura
la disciplina eclesiástica. Al mismo tiempo intenta impedir la
manumisión del poder civil sobre el gobierno de la iglesia.
Theophilus, su última obra, aparece en 1649. Al igual que en
su Christianopolis, afirma allí también que lo principal para la
salud del Estado es la calidad del sistema educativo y la instruc
ción religiosa y moral. Finalmente, el gran prelado de Stuttgart
llega a acrecentar la influencia religiosa en la ciudad. Sólo queda
que cada cristiano auténtico porte en sí mismo su propia
Christianopolis, la Morada de Cristo. El ministerio eclesiástico de
Stuttgart tiene toda la razón al calificar al infatigable pastor de
Suabia como el «Fénix de los teólogos».
Incluso convertido en superintendente general y dignatario
de la iglesia luterana, Johann Valentín Andreae no podía pronun
ciarse de otro modo respecto a su vida que lo que había escrito en
su autobiografía:
«Mi vida no ha conocido un curso regular, sino que ha
pasado por numerosos rodeos.»
Llega el momento en que su salud declina seriamente. Se
debilita progresivamente, sufre, pierde en parte el oído y la vista.
Su última carta se dirige al «muy afectísimo y estimado» duque
Augusto de Braunschweig. Después, el Hércules cristiano, el
fénix de los teólogos, el timonel del renacimiento del auténtico
cristianismo, abandona este mundo, precediendo al arca que le
había sido confiada.
ERRORES IN PATRIA
El vagar errante en la Patria o la ambivalencia de la creación en
tiempo de Johann Valentín Andreae.
Resumen
Creo haber precisado, en lo que precede, que las obras de
Andreae demuestran la ambivalencia de la creación y que el
cambio espiritual del cristiano no actúa sólo sobre su alma, sino
que restablece la verdadera Patria, la cual espera a sus redentores.
Esta interpretación tiene su origen en la tradición paulina. El
apóstol Pablo lo demuestra en un pasaje de la Epístola a los
Romanos: «También la creación espera con ardiente deseo la
revelación de los Hijos de Dios. Pues la creación ha sido sometida
a la vanidad no voluntariamente, sino por obra de quien la ha
sometido con la esperanza de que ella también será liberada de la
servidumbre de la corrupción, para participar en la libertad de la
gloria de los Hijos de Dios. Pues nosotros sabemos que, hasta ese
día, toda la creación suspira y sufre los dolores del parto» (33).
La palabra «creación» concierne aquí al principio de la
naturaleza. En el texto griego, Pablo utiliza la palabra Ktisis que
quiere decir «la creación», «el universo». Los textos griegos y
latinos del versículo 22, utilizan la metáfora de partus (parto), de
la liberación de la naturaleza, lo que reúne las interpretaciones que
ya se han dado, al principio, de la palabra natura. «La libertad de
la gloria de los Hijos de Dios», deseada por el apóstol Pablo para
toda la creación, se refiere a la tradición apocalíptica del «Nuevo
Cielo» y de la «Nueva Tierra», de los que el profeta Isaías (34), el
apóstol Pedro (35) y el Apocalipsis de Juan (36) testimonian, y de
los que ha hablado Jan van Rijckenborgh en su análisis esotérico
de Las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz (37). Se trata nada
menos que de la «espiritualización» de la materia (381 por el
hombre que, al igual que Cosmoxenus, Peregrinus y Cristián
Rosacruz, se vuelve un ciudadano cristiano.
En Poimandres Kermes se da cuenta de que el mundo es
«malo en su totalidad» (39) y de que la materia no es más que
«masa informe» (40) en tanto no sea liberada por los que han
bebido en la «fuente original» y han obtenido el Pru>uma (el
aliento, el Espíritu) La fuente de Kermes fluye siempre para quien
quiere vivir en el espacio-tiempo redentor.
De la tradición del antiguo Egipto del Dios Thot, llamado
Kermes Trismegisto por los griegos, de la tradición de los cristia
nos y de los cátaros, a través de la misteriosa manifestación de
Cristián Rosacruz hasta los iluminados de nuestra época, se ha
formado, pues, la invisible aura catena (cadena de oro) de todos
los que fueron aptos, por el Mysterium Regenerationis (Misterio
del Renacimiento), para descubrir la Patria verdadera.
R. Edighoffer.
18 de noviembre de 1987.
NOTAS
(1) Autobiografía (traducida por D.C. Seybold) Winterthur 1799, p.
17.
(2) Kirchenordnung und Kirchenzucht in Württemberg, siglos XVI
al XVin, Sttutgart 1967, p. 62.
(3) Mythologia Christiana V, p. 7 y VI, p. 2.
(4) Turbo, IV, p. 3.
(4a) La Quimera, en la mitología griega era un monstruo con cabeza^
de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente, símbolo de la
ilusión, del espejismo.
(5) Turbo, IV, p. 3.
(6) Mythologia Christiana, III, II.
(6a) Disciplinas de Aristóteles.
(7) Peregrini in Patria Errores, cap. 27,28,29,33,34 y 47.
(8) Turbo, V, 3.
(9) Peregrini in Patria Errores, cap. 52.
(10) Civis Christianus, cap. 4.
(11) Civis Christianus, cap. 13.
(12) Christianopolis, cap. 3.
(13) Christianopolis, cap. 36.
(14) Cosmoxenus, cap. 8.
(15) Cosmoxenus, cap. 13,16,18.
(16) Ezequiel, 37,4-5; 36, 29-35.
(17) J. van Rijckenborgh, Las Bodas Alquímicas, 1, p. 39.
(18) J. van Rijckenborgh, Las Bodas Alquímicas, 1, p. 32.
(19) I. van Rijckenborgh, Las Bodas Alquímicas, II, quinto día.
(20) Cf. M.M. Davy, «El hombre del octavo día», en: Trabajos de la
Logia Nacional de investigación Villard de Honnecourt, Neuilly
5. teme 1980,1, p. 30-39.
(21) Las Bodas Alquímicas, II, sexto día.
(22) Las Bodas Alquímicas, II, sexto día.
(23) Mythologia Christiana, 1, p. 2.
(24) C.G. Jung.
(25) Las Bodas Alquímicas, 1, p. 13.
(26) Las Bodas Alquímicas, 1, p. 14 y 31.
(27) Las Bodas Alquímicas, II, sexto día.
(28) J. van Rijckenborgh, La Llamada de la Fraternidad de la Rosacruz,
cap. XXIX.
(29) Actas de los Apóstoles, 2,17.
(30) Epístola a los Gálatas, 1,4.
(31) Epístola a los Hebreos, 6,5.
(32) Cosmoxenus, último capítulo.
(33) Epístola a los Romanos, 8,19-22.
(34) Isaías, 65,17; 66,22.
(35) II Epístola Pedro, 3,13.
(36) Apocalipsis, 21,1.
(37) Las Bodas Alquímicas, II, epílogo, el séptimo día.
(38) Las Bodas Alquímicas, II, epílogo, el séptimo día.
(39) Corpus Hermeticum, sexto libro.
(40) Corpus Hermeticum, duodécimo libro.
Cristián Rosacruz y su significado para nuestra época
Valentín Andreae
DÍA UNO
ób
Esta inscripción era fácil de leer y de comprender;
la habían colocado aquí porque era más cómoda de
descifrar que cualquier otra.
Tras habernos lavado primero en esta fuente, bebi
mos en una copa de oro Después volvimos con la
virgen a la sala para vestimos con nuevas vestiduras.
Dichas vestiduras tenían adornos dorados y bordados
de flores; además cada uno recibió un segundo
Velloncino guarnecido con brillantes, de todos estos
Velloncinos difundían influencias según su poder ope
rativo particular. Habían fijado en ellos una pesada
medalla de oro. En la cara de esta medalla se veían el
sol y la luna frente a frente. El reverso llevaba estas
palabras: el resplandor de la luna igualará al resplandor
del sol; y el resplandor del Sol se hará siete veces más
brillante. Nuestros adornos anteriores fueron deposita
dos en cajas y confiados a la custodia de uno de los
servidores. Después nuestra virgen nos hizo salir en
orden.
Ante la puerta nos esperaban ya los músicos ves
tidos con terciopelo rojo bordeado de blanco. Entonces
se abrió otra puerta, que antes siempre había visto
cerrada, que daba a la escalera del Rey.
La virgen nos hizo entrar con los músicos y nos
hizo subir trescientos sesenta y cinco escalones. En
~esta escalera se encontraban reunidos preciosos traba
jos artísticos y cuanto más subíamos más admirables
.eran; finalmente llegamos a una sala abovedada repleta
"de frescos.
Allí nos esperaban las sesenta vírgenes,, todas
opulentamente vestidas: se inclinaron cuando nos acer
camos y les devolvimos el saludo lo mejor que pudi
mos; después fueron despedidos los músicos que tu
vieron que volver a bajar la escalera.
Al tintineo de una campanilla apareció una hermo
sa virgen que dio a cada uno una corona de laurel; a
nuestra virgen le dio una rama. Después se levantó un
telón y vi al Rey y a la Reina.
¡Qué esplendor y qué majestad!
Si no me hubiera acordado de los sabios consejos
de la reina de ayer, habría comparado, desbordante de
entusiasmo, esta gloria indecible al cielo. Verdad es
que la sala resplandecía de oro y pedrerías, pero el Rey
y la Reina eran de tal manera que mis ojos no podían
soportar su brillo. Hasta este día había contemplado
muchas cosas admirables, pero aquí las maravillas se
sobrepasaban unas a otras como unas a otras se sobre
pasan las estrellas del cielo.
Habiéndose aproximado la virgen, cada una de sus
compañeras tomó a uno de nosotros por la mano y nos
presentó al Rey con una profunda reverencia; después
la virgen habló como sigue:
«En honor de Vuestras Majestades Reales,
Graciosísimos Rey y Reina, los señores aquí presentes
han afrontado la muertepara llegar hasta Vos. Vuestras
Majestades se alegrarán de ello con razón, pues la
mayor parte están cualificados para engrandecer el
reino y los dominios de Vuestras Majestades, de lo que
Ellas podrán cerciorarse poniéndolos a prueba uno por
uno. Desearía por lo tanto poder presentarlos muy
respetuosamente a Vuestras Majestades, con el humil
de ruego de que mi misión se considere terminada y de
que se tenga conocimiento de cómo la he cumplido
interrogando a cada cual.» Después, depositó su rama
de laurel.
En aquel momento hubiera sido conveniente que
alguno de entre nosotros dijera algunas palabras. Pero
como estábamos demasiado emocionados para hablar,
fue el viejo Atlas quien se adelantó v dito en nombre del
Rey:
«Su Majestad Real se alegra de vuestra llegada y os
otorga su gracia real a todos juntos así como a cada uno
en particular. Igualmente está muv satisfecha del cum
plimiento de tu misión, querida virgen, y te será reser
vado un don del Rey. Su Majestad piensa sin embargo
que aún deberías guiarlos hoy, pues no pueden sino
tener una gran confianza en ti».
La virgen recogió humildemente su rama de laurel
y nosotros nos retiramos por primera vez acompañados
de nuestras vírgenes.
La sala era rectangular por delante, cinco veces
más ancha que larga, pero, en el otro extremo, tomaba
la forma de un hemiciclo completando así la imagen de
un porche; en el hemiciclo y siguiendo la circunferen
cia del circulo habían puesto tres hermosos tronos; el
del medio era un poco más alto.
El primer trono estaba ocupado por un viejo rey de
barba gris, cuya esposa era por el contrario muy joven
^ admirablemente hermosa. Un rey negro en plena
madurez estaba sentado en el tercer trono, a su lado se
veía una vieja madre sin corona y velada.
El trono del medio estaba ocupado por dos adoles
centes; estaban coronados de laureles y encima de
ambos se encontraba suspendida una enorme v preciq-
sa diadema. En este momento no eran tan bellos como
yo los imaginaba, pero no sin razón.
Varios hombres, la mayor parte viejos, se hablan
colocado tras ellos en un banco circular. Cosa sorpren
dente, nadie llevaba espada ni arma alguna. Además
tampoco vi ninguna guardia sino tan sólo a determina
das vírgenes de las que nos acompañaron ayer que se
habían puesto a lo largo de los dos bascotés que
conducían al hemiciclo.
No puedo omitir esto: el pequeño Cupido revolo
teaba por allí. La gran corona ejercía sobre él una
atracción particular y se le veía remolinear y dar
vueltas preferentemente alrededor de ella. A veces se
instalaba entre los dos amantes enseñándoles su arco y
sonriendo; alguna vez incluso hacia el gestó de apun
tamos con su arco; en fin, era tan malicioso este
pequeño dios que no dejaba en paz ni a los pájaros que,
numerosos, volaban por la sala. Era la alegría y la
distracción de las vírgenes; cuando lo podían coger no
escapaba sin trabajo. Así todo el regocijo y todo el
deleite venían de este niño.
Delante de la Reina Se encontraba un altar de
pequeñas dimensiones pero de una belleza incompara
ble; sobre este altar había un libro cubierto con tercio-
pelo negro1 tan sólo realzado con algunos adornos muy
simples de oro; a su lado una lucecita en un canuelero
3e marfil. Aunque pequeña, esta luz ardía sin apagarse
jamás con una llama tan inmóvil que no la hubiéramos
reconocido como un fuego a no ser porque el travieso
Cupido soplaba encima de tanto en tanto. Junto al
candelera había una esfera celeste que giraba alrededor
de su eje, después un reloj pequeño de música junto a
una minúscula fuente de cristal de la que manaba un
chorro continuo de agua límpida, color rajo sangre. Al
lado, una cabeza de muerto refugio de una serpiente
blanca tan larga que, pese a que rodeaba otros objetos,
tenía la cabeza en un ojo y la cola en el otra. Así que
nunca salía enteramente de la cabeza de muerto; pera
cuando a Cupido se le antojaba pellizcaría, entraba en
ella con una velocidad asombrosa.
Además de este altarcillo se observaban aquí y allá
en la sala imágenes maravillosas que se movían como
si estuviesen vivas, con una fantasía tan sorprendente
que me es imposible describirlas aquí. Cuando salía
mos, se elevó en la sala un canto de tal suavidad que no
sabría decir si procedía del corazón de las vírgenes que
allí estaban, o de las mismas imágenes.
Abandonamos la sala con nuestras vírgenes, satis
fechos y dichosos por este recibimiento. Nuestros
músicos nos esperaban en el descansillo y bajamos en
su compañía; tras nosotros cerraron la puerta cuidado
samente y le pusieron los cerrojos.
Cuando estuvimos de vuelta en la sala, una de las
vírgenes exclamó:
«Hermana mía, estoy sorprendida de que te hayas
atrevido a mezclarte con tanta gente».
«Querida hermana -respondió nuestra presidente-
éste me da más miedo que ningún otro».
Y me señaló mientras lo decía. Estas palabras me
causaron pena pues comprendí que se burlaba de mi
edad, en efecto era yo el más anciano. Pero no tardó en
consolarme con la promesa de desembarazarme de esta
enfermedad a condición de seguir gozando de su favor.
La comida fue servida y cada uno tomó asiento al
lado de una de las vírgenes cuya instructiva conversa
ción absorbió toda nuestra atención. Pero no puedo
revelar los temas de sus charlas ni de sus recreos. Las
preguntas de la mayor parte de mis compañeros con
cernían a las artes, concluí pues que la preocupación
favorita de todos, tanto viejos como jóvenes, era el arte.
Pero yo estaba obsesionado por el pensamiento de
volver a ser joven y un poco triste a causa de ello. La
virgen se dio cuenta claramente y dijo:
«Sé muy bien lo que le falta a este iovencito. / Qué
apostáis que estará más contento mañana, si me acues
to con él esta noche?»
Estas palabras les hicieron reírse a carcajadas y
aunque el rubor me subió a la cara, tuve que reírme yo
mismo de mi infortunio. Pero uno de mis compañeros
se encargó de vengar esta ofensa y dijo:
«Espero que no sólo los invitados, sino también las
vírgenes aquí presentes, no se nieguen a testimoniar en
favor de nuestro hermano y certifiquen que nuestra
presidente le ha prometido formalmente compartir su
lecho esta noche».
Esta respuesta me llenó de gusto; la virgen replicó:
«Sí, pero también están mis hermanas; nunca me
permitirían guardar el más hermoso sin su consenti
miento».
«Querida hermana -exclamó una de ellas- estamos
satisfechísimas al constatar que tus altas funciones no
te han vuelto altanera. Con tu permiso desearíamos
echar a suerte a los señores que hay aquí para repartir
los entre nosotras como compañeros de lecho; pero
tendrán, con nuestro consentimiento la prerrogativa de
guardar el tuyo».
Seguimos nuestra conversación dejando de bro
mear sobre el tema.
Pero nuestra virgen no pudo dejarnos tranquilos y
comenzó de nuevo:
«Señores míos ¿y si dejamos a la fortuna el cuida
do de elegir a los que dormirán juntos hoy?»
«Bien -dije- si no hay otro remedio, no podemos
rehusar esta oferta».
Convinimos en hacer la experiencia inmediata
mente después de la comida; no queriendo nadie retra
sarse durante más tiempo, nos levantamos de la mesa;
igualmente nuestras vírgenes. Pero nuestra presidenta
nos dijo:
«No, aún no ha llegado el momento. Veamos sin
embargo cómo nos unirá la fortuna».
Abandonamos a nuestras compañeras para discu
tir sobre la manera de realizar dicho proyecto pero era
inútil pues las vírgenes nos habían separado de ellas
intencionadamente. En efecto, enseguida la presidente
nos propuso colocamos en círculo, en un orden cual
quiera; nos contarla, empezando por ella misma, y el
séptimo debería juntarse con el séptimo siguiente,
fuese quien fuese. No sospechamos ninguna trampa,
pero las vírgenes eran tan listas que ocuparon sitios
determinados mientras que nosotros pensábamos que
estábamos mezclados al azar. La virgen comenzó a
contar, tras ella, la séptima persona fue una virgen, en
tercer lugar, otra virgen y así continuó la cosa hasta
que, con gran admiración nuestra, salieron todas las
yírgenes sin que ninguno de nosotros hubiera abando
nado el circulo. Nos quedamos pues solos, expuestos a
las risas de las vírgenes y tuvimos que admitir que
hablamos sido engañados muy hábilmente. Pues es
seguro que quienquiera que nos hubiese visto en el
orden en el que estábamos, antes hubiera supuesto que
el cielo se desplomaría que no que todos seríamos
eliminados. Así se terminó el juego y hubo que dejar
que las vírgenes se rieran a costa nuestra. Sin embargo
el pequeño Cupido vino a unirse a nosotros de parte de
Su Majestad Real bajo cuya orden circuló entre noso
tros una copa; pidió a nuestra virgen que se presentara
ante el Rey y nos dijo que no podía quedarse por más
tiempo entre nosotros para distraemos. Como la ale
gría es comunicativa, mis compañeros organizaron
rápidamente un baile, con el consentimiento de las
vírgenes. Preferí quedarme aparte y tuve grandísimo
placer en mirarlos, pues viendo a mis mercurialistas
LAS BODAS QUÍMICAS DE CRISTIAN ROSACRUZ
Síp 'Kjíócí
Reproduzco la inscripción tal y como la copié en
mi tablita.
El paje abrió esta puerta v me guió a un corredor
completamente oscuro llevándome de la mano. Llega
mos a una puerta pequeña que estaba entreabierta,
según mi paje porque había sido abierta la víspera para*
sacar los ataúdes y aún no la habían cerrado.
Entramos: ante mis ojos maravillados apareció la
cosa más preciosa que jamás haya realizado la natura^
leza. La sala abovedada no recibía otra luz sino el
resplandor radiante de algunos carbunclos enormes;
me dijeron que era el tesoro del Rey. Pero en el CentgT
Tue donde vi la maravilla más admirable: consistía ery
un precioso sepulcro. No pude reprimir mi sorpresa al
verlo tan descuidado. El paje me respondió que debía
dar gracias a mi planeta- cuya influencia me permitía
contemplar algunas cosas que ningún ojo humanq
habla visto hasta entonces, salvo el séquito del Rey.
El sepulcro era triangular y sostenía en su centro uq
vaso de cobre pulido: el resto era de oro y piedras
preciosas. Un ángel, de pie en el vaso, tenía en sus
brazos un~árbol desconocido que dejaba caer gotas,
incesantemente en el recipiente; a veces se desgajaba
de eí un fruto que se hacía agua en cuanto tocaba el vaso^
y se derramaba en tres pequeñas vasijas de oro. Tres,,
animales, sobre una peana preciosa, un águila, un buey
y un león, servían de soporte a este pequeño altar..
Pregunté el significado de todo ello a mi paje.
«Aquí yace -dijo- Venus, la hermosa que ha hecho
perder felicidad, salud y fortuna, a tantos grandes».
Después señaló una trampilla de cobre que había en el
suelo. «Si ese es vuestro deseo, dijo, podemos conti
nuar bajando por aquí.»
«Os sigo» respondí; y bajé por la escalera en la que
la oscuridad era completa. El paje abrió con presteza
una cajita conteniendo una luz eterna con la que pren
dió una de las numerosas teas colocadas en este sitio?
Lleno de aprehensión le pregunté si le estaba permitido
hacerlo. Me respondió:
«Como ahora las personas reales reposan, no tengo
nada que temer.»
Descubrí entonces un lecho de riqueza inimagina-^
ble y de admirables colores. El paje lo entreabrió y vi
acostada en él a Venus completamente desnuda -el paje
había levantado la manta-, con tanta gracia y belleza
que me quedé inmóvil de tanta admiración y todavía
ignoro si contemplé una estatua o una muerta pues se
hallaba completamente quieta y me estaba prohibido
tocarla.
Después el paje la cubrió de nuevo y cerró la^
cortina; pero su imagen me ha quedado como grabada
en los oios. _
Tras el lecho divisé un tablero con la siguiente
inscripción:
Wxo £/p
xújuraco 90^ ¿5
ítagys <$p¿,¿¡ j>y6p<
lÁóó'^gCE-
e||
gil
Habiendo navegado en esta formación más allá del
lago, atravesamos un estrecho y salimos a la verdadera
mar. Állí nos esperaban Sirenas. Ninfas v Diosas
marítimas; fuimos abordados por una joven ninfa en-
cargada de traemos su regalo de bodas así como de
dejamos un recuerdo. Este consistía en una preciosa
perla engastada como no habíamos visto nunca ni en.
nuestro mundo ni en éste, era redonda y brillante.
Cuando la virgen la aceptó amistosamente, la ninfa
preguntó si queríamos detenemos un instante y conce
der audiencia a sus compañeras. La virgen consintió en
ello. Ordenó que los dos grandes barcos maniobraran
hacia el centro y que junto con los otros, formaran un
pentágono:
C
II II
g a
A continuación las ninfas se colocaron alrededor
formando un circulo y cantaron con voz dulce:
I
Nada hay mejor en la tierra
que el noble y hermoso amor;
por él igualamos a Dios,
por él nadie aflige a otro.
Dejadnos pues cantar al Rey
y que resuene toda la mar,
nosotras preguntamos, dadnos respuesta.
n
¿Quién nos ha transmitido la vida?
El amor
¿Quién nos devolvió la gracia?
El amor
¿Por quién hemos nacido?
Por el amor
¿Sin qué estamos perdidos?
Sin el amor.
III
¿Quién nos ha engendrado?
El amor
¿Por qué nos han alimentado?
Por amor
¿Qué debemos a los padres?
El amor
¿Por qué son tan pacientes?
Por amor
IV
¿Quién es el vencedor?
El amor
¿ Se puede encontrar el amor?
Por el amor
¿Quién puede unir a los dos?
El amor
V
Cantad pues todos
y haced que resuene el canto
que glorifique el amor.
Que se digne crecer
en nuestros Señores, el Rey y la Reina;
Sus cuerpos están aquí, el alma está allá.^
VI
Si aún vivimos,
Dios hará,
que al igual que el amor y la gran gracia.
los han separado con fuerte potencia;
igualmente la llama del amor
los reunirá de nuevo con felicidad.
VII
Esta pena,
En gran alegría,
será transmutada por siempre,
Aunque hubiera aún sufrimientos sin cuento.
0 o
ooaoooo.od
La virgen se colocó en A; sus servidoras, con las
lámparas y las ramas, estaban dispuestas en círculo en
c; nosotros estábamos con nuestras teas en h; y los
músicos, en línea recta, en a; finalmente, también en
línea recta, las vírgenes estaban en d. Ignoro de dónde
venían las vírgenes: ¿habitaban la torre o habían sido
conducidas a ella durante la noche? Sus rostros estaban
cubiertos con velos blancos v finos de manera que no
reconocía a ninguna.
La virgen abrió el cofrecillo que contenía unacosa
esférica envuelta en un doble forro da tafetán v^rd^la
sacó y, aproximándose a la fuente, la colocó en la
pequeña caldera superior que cubrió a continuación
con una tapadera perforada por aguieritos v provista de
un reborde. Después vertió en ella algunas de las aguas,
que habíamos preparado la víspera con lo que la fuente
empezó a correr. Estas aguas volvían a entrar sin
interrupción en la caldera a través de cuatro tubitos.
Bajo la caldera inferior habían dispuesto un gran
número de clavos en los que las vírgenes colgaron sus
lámparas, con cuyo calor el agua no tardó en empezar
a hervir. El agua hirviente caía sobre los cadáveres por
una gran cantidad de agujeritos perforados en a; estaba
tan caliente que los disolvió haciendo con ellos un
Jicor.
Mis compañeros ignoraban aún en qué consistía la
bola forrada; pero yo comprendí que se trataba de la
cabeza del negro v que era ella la que comunicaba a las
aguas la intensidad de su calor.
En b, alrededor de la caldera grande, había también
una buena cantidad de agujeros en los que las vírgenes
pusieron sus ramas. No sé si es que ello era necesario
para la operación o sólamente exigido por el ceremo
nial; el asunto es que las ramas se encontraban conti
nuamente regadas por la fuente, y el agua que fluía de
ella para volver a la caldera era un poco más amarillen-
“tíL
Esta operación duró casi dos horas; la fuente fluía
constantemente de sí misma, aunque el chorro iba
menguando poco a poco..
Entretanto, los músicos salieron y nosotros nos
paseamos por la sala. Sus adornos bastaban para dis
traemos cumplidamente pues en cuestión de imágenes,
cuadros, relojes, órganos, fuentes y cosas parecidas, no
habían olvidado nada.
Por fin terminó la operación y la fuente cesó de
fluir. Entonces la virgen hizo que trajeran una esfera
hueca de oro. En la base de la fuente había un grifo; lo
abrió e hizo correr las materias disueltas por el calor de
las gotas recogiendo varias medidas de una materia de
un rojo intenso. Vaciaron el agua que quedaba en la
caldera superior y tras ello, la fuente, bastante aligera^
da, fue sacada fuera No puedo decir si la abrieron a
continuación y si todavía contenía algún residuo útil
procedente de los cadáveres, lo que si sé es que el agu^
recogida en la esfera era muy pesada hasta el punto que
no pudimos transportarla siendo seis, cuando a juzgar
por su volumen un sólo hombre debería haber podido
cargarla.
Con muchas dificultades transportamos afuera esta
esfera y nos dejaron solos otra vez.
Como escuché que caminaban encima de nosotros,
busqué mi escalera con los ojos. En estos momentos se
podían escuchar las opiniones singulares que sobre la
fuente expresaban mis compañeros; persuadidos que
los cuerpos reposaban en el jardín del castillo no sabían
como interpretar estas operaciones. Yo di gracias a
Dios por haber velado en tiempo oportuno y por haber
visto acontecimientos que me ayudaban a comprender
.mejor todas las acciones de la virgen^
Pasó un cuarto de hora; después se abrió el centro
de la bóveda y nos pidieron que subiésemos. Se hizo
como antes, con ayuda de las cuerdas, las escaleras y
las alas; me sentía un poco vejado viendo que las
vírgenes subían por un camino fácil mientras que
nosotros teníamos que hacer tantos esfuerzos. Sin
embargo entendía que si se hacia así era con alguna
finalidad determinada. Fuera lo que fuese estábamos
muy contentos con las previsoras atenciones del ancia
no pues los objetos que nos había dado, por ejemplolas
alas, servían únicamente para alcanzar la abertura.
Cuando logramos pasar al piso superior el agujero
se volvió a cerrar; entonces vi que la esfera estaba
colgada en medio de la sala con una fuerte cadena.
Había ventanas en todo el contorno de la sala y otras
tantas puertas alternaban con las ventanas. Cada puerta
tapaba un enorme espejo pulido. La disposición óptica
de espejos y puertas era tal que, en cuanto se abrían las
ventanas del lado del sol y se destapaban los espejos
tirando de las puertas, brillaban soles en toda la circun
ferencia de la sala, y ello pese a que este astro, que
ahora resplandecía por encima de toda medida, no
diera sino en una puerta. Todos estos soles esplendorosos
flechaban sus rayos, por medio de reflexiones artificia
les, sobre la esfera suspendida en el centro, v como
además la esfera estaba pulida, despedía un centelleo
tan intenso que ninguno de nosotros pudo abrir los
ojos. Miramos por las ventanas hasta que la esfera tuvo
el calor justo y se obtuvo el efecto deseado. Así vi la
mayor maravilla que jamás ha producido la naturaleza:
los espejos reflejaban soles por todos sitios, pero la
esfera del centro brillaba aún con muchas más fuerza
de manera que nuestra mirada no pudo sostener ni
LAS BODAS QUÍMICAS DE CRISTIAN ROSACRUZ
y en el reverso:
TEM.NA.F.
Nos exhortó a que nunca actuáramos ni más allá ni
en contra de las normas de esta medalla conmemorati
va.
Nos hicimos a la mar. Nuestros barcos estaban
admirablemente preparadosJSe diría al verlos que las
cosas maravillosas que contemplábamos en ellos ha
bían sido puestas allí expresamente para nosotros.
Los barcos eran doce, seis de los nuestros y otros
seis pertenecientes al anciano. Este ocupó los suyos
con gallardísimos soldados y vino a aquél de los
nuestros en el que estábamos todos reunidos. Los
músicos, de los que el anciano disponía en gran núme
ro, se pusieron a la cabeza de la flotilla para distraemos.
En los pabellones ondeaban los doce signos celestes; el
nuestro llevaba el signo de la Libra. Entre otras mara~
villas que había en el barco teníamos un reloj que
marcaba cada minuto.
Las embarcaciones viajaban con una rapidez sor
prendente; apenas habíamos navegado durante dos
horas cuando el capitán nos advirtió que divisaba tan
gran número de navios que casi cubrían el lago. Llega
mos a la conclusión de que salían a recibimos y así era
efectivamente; cuando entramos en el lago por el canal
que ya mencioné, contamos alrededor de quinientos.
Uno de ellos chispeaba de oro v pedrerías: llevaba al
Rey y a la Reina así como a otros señores, damas y
doncellas de egregia cuna.
Ambas partes dispararon salvas cuando nos aproxi
mamos; el sonido de las trompetas y de los tambores
fue tan estruendoso que los navios temblaban. Cuando
finalmente nos juntamos con ellos, rodearon nuestros
barcos y se pararon.
El viejo Atlas se presentó inmediatamente en nom
bre del Rey y nos habló con brevedad pero con elegan
cia; nos dio la bienvenida y preguntó si estaba prepara
do el regalo real.
Algunos de mis compañeros se llevaron una gran
sorpresa al saber que el Rey había resucitado pues
estaban persuadidos que eran ellos quienes tenían que
despertarlo. Los dejamos con su sorpresa y fingimos
encontrar también el hecho muy extraño.
Después de Atlas fue nuestro anciano quien habló
respondiendo un poco más extensamente: deseó dicha
y prosperidad al Rey y a la Reina y entregó a continua
ción un precioso cofrecito. Ignoro lo que contenía pero
vi que confiaron su custodia a Cupido que jugueteaba
entre ambos.
Tras estos saludos dispararon una nueva salva y
continuamos navegando aún bastante tiempo hasta que
por fin llegamos a la orilla. Estábamos junto al primer
pórtico por el que entré al principio de todo. Nos
esperaban en él una gran cantidad de sirvientes del Rey
con algunos centenares de caballos.
Cuando desembarcamos, el Rev v la Reina nos
estrecharon la mano muy amistosamente y tuvimos
Todos que montar en los caballos.
Querría pedir al lector ahora que no atribuya lo que
sigue a mi orgullo ni al deseo de vanagloriarme; si no
fuera indispensable relatarlo puede estar seguro que
silenciaría con gusto los honores de los que fui objeto.
Nos distribuyeron a todos, por tumos, entre los
diversos señores. Pero nuestro anciano y yo, indigno de
mí, tuvimos que cabalgar al lado del Rey llevando una
bandera blanca como la nieve con una cruz roja. Me
habían colocado en este lugar a causa de mi avanzada
edad; y ambos teníamos los cabellos grises v largas
barbas blancas. Como había atado mis insignias alre
dedor del sombrero, el joven Rey las vio enseguida y
me preguntó si fui yo quien había logrado descifrar los
signos grabados en el pórtico. Respondí afirmativa
mente, manifestando un profundo respeto. Se rió de mí
y me dijo que en adelante no había necesidad de
ceremonia alguna: que yo era su padre. A continuación
me preguntó como había logrado desempolvarlos a lo
que respondí: «Con agua y con sal». Entonces se
sorprendió por mi sutileza. Entusiasmado le conté mi
aventura con el pan, lapaloma y el cuervo, me escuchó
benévolamente y me aseguró que ésta era la prueba de
que Dios me había destinado para una felicidad singu
lar.
Así, caminando, llegamos al primer pórtico v se
presentó el guardián vestido de azul. Cnandn me vio
junto al Rey, me tendió una petición pidiéndome respe
tuosamente que me acordara ahora de la amistad que
me había testimoniado. Pregunté al Rey sobre este
guardián y me respondió amistosamente que era un
célebre y eminente astrólogo que siempre había goza
do de una alta consideración junto al Señor, su padre.
Pero sucedió que el guardián había afrentado a Venus
sorprendiéndola v contemplándola mientras descansa
ba en su lecho, y lo habían castigado haciéndolo
guardián de la primera puerta hasta que alguien lo
liberara, Pregunté si ello era posible y el Rey respon
dió:
«Sí; si descubrimos a alguien que ha cometido un
pecado tan enorme como el suyo lo pondremos de
guardián en la puerta y el otro será libre».
Dichas palabras me turbaron profundamente pues
bien me decía mi conciencia que yo mismo era este
malhechor. Sin embargo me callé y transmití la peti
ción. Cuando el Rey tomó conocimiento de ella tuvo un
sobresalto tan violento que la Reina, que cabalgaba
detrás nuestro acompañada por sus vírgenes y por la
otra reina -la que habíamos visto cuando la suspensión
de los pesos-, se dio cuenta y le preguntó sobre la carta.
No quiso responder nada y, estrechando la carta contra
él, habló de otra cosa hasta que llegamos al patio del
Castillo a las tres. Allí bajamos de los caballos y
acompañamos al Rey a la sala de la que ya hablé.
El Rey se retiró inmediatamente con Atlas a un
apartamento y le hizo leer la petición. Atlas se apresuró
a subir al caballo para pedir al guardián que completara
sus informaciones. Después el Rey se sentó en el trono
imitándole los demás señores, damas y doncellas.
Nuestra virgen elogió entonces la aplicación que ha
bíamos mostrado, nuestros esfuerzos y nuestras obras
y pidió al Rey y a la Reina que nos compensaran
realmente y que la dejaran disfrutar en el porvenir de
los frutos de su misión. El anciano se levantó a su vez
y aseguró que lo que había dicho la virgen era exacto
agregando que seria justo satisfacer las dos demandas.
Debimos retiramos un instante y nos concedieron a
cada uno el derecho de formular un deseo que sería
escuchado si era realizable, ya que se preveía con
certidumbre que el más sabio formularía el deseo que
más le conviniera; nos invitaron a que meditáramos
sobre este tema hasta después de la comida.
Para distraerse, el Rey y la Reina decidieron jugar.
El juego se parecía al ajedrez aunque tenía otras reglas.
Tas virtudes estaban en un lado y los vicios en el otro;
los movimientos enseñaban la manera como los vicios
tienden trampas a las virtudes y como hay que librarse
de ellas. Sería de desear que nosotros dispusiéramos de
un juego parecido.
En esto llegó Atlas que dio cuenta de su misión en
voz baja. Los colores me subieron a la cara pues mi
conciencia no me dejaba tranquilo. El Rey me tendió la
petición y me la hizo leer; más o menos decía lo que
sigue:
En primer lugar el guardián manifestaba al Rey sus
votos de dicha y prosperidad con la esperanza de que
tuviera una descendencia numerosa. Después afirmaba
que había llegado el día en que, conforme a la promesa
real, debía ser liberado. Pues, según observaciones
suyas que no podían engañarlo, Venus había sido
descubierta y contemplada por uno de sus huéspedes.
Suplicaba a Su Majestad Real que tuviera a bien hacer
una encuesta minuciosa; así confirmaría que era cierto
su descubrimiento, y si no, se comprometía a permane
cer definitivamente en la puerta durante toda su vida.
Pedía pues muy respetuosamente a Su Majestad que le
permitiese asistir al banquete con riesgo de su vida,
pues esperaba descubrir así al malhechor y alcanzar la
liberación tan deseada.
Todo ello estaba expuesto por extenso y con un
arte perfecto. Verdaderamente yo estaba en una situa
ción privilegiada para apreciar la perspicacia del guar
dián aunque para mí era penosa y hubiera preferido
ignorarla siempre; sin embargo me consolé pensando
que quizás pudiera ayudarle.
Pregunté al Rey si no había otro camino para su
liberación. «No, respondió el Rey, pues estas cosas son
de una gravedad especial, pero por esta noche podemos
acceder a sus deseos».
Así que le hizo llamar. Entretanto habían servido
las mesas en una sala en la que nunca habíamos estado;
se llamaba el Completo. Estaba preparada de una
manera tan maravillosa que me es imposible ni siquiera
empezar su descripción. Nos condujeron a ella con
gran pompa y ceremonias particulares.
Esta vez Cupido estaba ausente pues, según me
dijeron, la afrenta hecha a su madre lo había indispues
to fuertemente; así mi fechoría, origen de la súplica, fue
causa de una gran tristeza. Repugnaba al Rey realizar
una encuesta entre sus invitados pues habría revelado
los hechos a quienes aún los ignoraban. Así que hacien
do todo lo que pudo por parecer alegre, permitió al
guardián -que ya había llegado- que ejerciera una
vigilancia estrecha.
Acabamos por animamos y nos entretuvimos con
toda clase de temas agradables y útiles.
Me abstengo de recordar el menú y las ceremonias
pues el lector no tiene necesidad de ello y tampoco es
útil a nuestro fin. Todo era excelente, más allá de toda
mesura, por encima de cualquier arte o habilidad hu
mana; y no es en las bebidas en lo que pienso al escribir
esto. Esta comida fue la última y la más admirable de
todas en las que he participado.
Tras el banquete quitaron rápidamente las mesas y
dispusieron en círculo unos hermosos asientos. Al
igual que el Rey y la Reina nos sentamos en ellos junto
al viejo, las damas y las vírgenes. Después un hermoso
paje abrió el libro admirable del que ya he hablado.
Atlas se colocó en el centro de nuestro círculo y nos
habló como sigue;
Su Majestad Real no había olvidado en absoluto ni
nuestros méritos ni la aplicación con la que habíamos
desempeñado nuestras funciones; para recompensar
nos nos había hecho a todos, sin excepción, Caballeros
de la Piedra de Oro. Sería pues indispensable, no
sólamente que prestáramos juramento una vez más a
Su Majestad Real, sino que también nos comprometié
ramos a observar los puntos siguientes:
Así, Su Majestad Real podría decidir de nuevo
como deberá comportarse respecto a sus aliados.
Después Atlas hizo que el paje leyera los puntos
que son los siguientes:
I
Señores Caballeros, debéis jurar no someter vuestra
Orden a ningún demonio o espíritu, sino colocarla constante
mente bajo la única custodia de Dios, vuestro creador, y de su
servidora la Naturaleza.
n
Repudiaréis cualquier prostitución, vicio e impureza y
— con esta podredumbre. -
nunca ensuciaréis vuestra orden
FIN
CLÁSICOS
ESOTÉRICOS
Al comienzo del siglo XVII hubo una fuerza estelar que se desplegaba en
el signo del Serpentario y del Cisne, como el triángulo de los misterios de
Urano, Neptuno y Plutón, y esta fuerza estelar pudo vertirse en los primeros
hermanos de la Rosacruz. Esta fuerza lo determina todo y. en el presente,
cuatrocientos años más tarde, se puede comprobar que dicha efusión de
fuerza espiritual se manifiesta universalmente y está visiblemente activa en
el mundo.
Mestas
ediciones