Monografía. Asombro y Filosofía Prototipo
Monografía. Asombro y Filosofía Prototipo
Monografía. Asombro y Filosofía Prototipo
Departamento de Filosofía
Pedagogía en Filosofía
UN ACERCAMIENTO A LA FILOSOFÍA EN LA
INFANCIA POR MEDIO DEL ASOMBRO
Acercar la filosofía a la infancia no es una tarea fácil, máxime cuando esta última ha sido
caracterizada frecuentemente como una falta de, entre otros, los rudimentos necesarios para un
quehacer filosófico, el que muchas veces se presenta con tecnicismos y una oscuridad que hacen
casi imposible su acercamiento al común de los seres humanos. Por lo que enseñar la filosofía
que es desplegada en los grandes círculos académicos o la historia del desarrollo filosófico
poniendo el acento en los más ilustres filósofos que han pisado la tierra no parece lo más
adecuado para con los niños. Buscar estrategias, didácticas, acercarse al estudio de la infancia y
sus particularidades, buscar vínculos, tender puentes que permitan acercar la filosofía a la
infancia, ya que de esa manera estaremos acercando la filosofía a un sector de la sociedad, a una
etapa del desarrollo de los seres humanos que puede verse enriquecida grandemente con su
presencia. Por ello es por lo que en esta breve monografía nos detenemos en el estudio del
asombro, para por medio de este intentar acercar la filosofía a la infancia. Por ello es por lo que
nos abocamos a conocer el vínculo que se encuentra en referencia al asombro con la filosofía y la
infancia. También la relación entre el asombro y la filosofía. Finalmente, en la peculiaridad del
asombro infantil, intentamos comprender los componentes necesarios para que el asombro pueda
presentarse y orientarlo de manera filosófica.
El asombro ha sido expuesto como uno de los catalizadores del origen del quehacer filosófico
tanto por Platón1 como por Aristóteles2. Pero el asombro no es solo el inicio de la filosofía, sino
que es, fundamentalmente, el combustible que permite su constante ejercicio, su sistemático
desenvolvimiento (Guevara, 2017; Paiz, 2020): “El asombro no es simplemente el principio de la
filosofía en el sentido de initium, comienzo, primer estadio, primer escalón, sino en e1 de
principium, origen permanente, interiormente constante del filosofar” (Pieper, 1979, p. 133). Así
mismo alude al respecto Heidegger al mencionar que: “el asombro sostiene y domina por
completo la filosofía” (Heidegger, 1960, p. 51). De tal manera, el asombro se encuentra en cada
desenvolvimiento filosófico, en cada paso que la filosofía realiza (Guiu, 2000).
La peculiaridad del asombro filosófico es que éste no busca dar con respuestas próximas como lo
hacen las ciencias, sino que la filosofía apunta a dar con las respuestas últimas a las preguntas
que plantea, llegar a la raíz de las cosas. Preguntas que provienen de la conciencia del ser que
ignora, que sabe que desconoce y por eso se maravilla ante ello, un amor por la sabiduría (philo-
sophia), por el saber (Guiu, 2000). De tal manera, posterior al asombro lo que se presenta no es la
duda, sino que el misterio del ser. Misterio entendido no como oscuridad, sino que como luz
cegadora; que emana del ser. Porque si bien siempre es posible conocer un aspecto particular y
novedoso de una cosa, siempre la totalidad se nos escapa (Guevara, 2017).
Que la filosofía encuentre su origen y devenir en el asombro implica, según Aristóteles, que ella
es la única ciencia verdaderamente libre:
… si filosofaron por huir de la ignorancia, es obvio que perseguían el saber por afán de
conocimiento y no por utilidad alguna. Por otra parte, así lo atestigua el modo en que sucedió: y es
que un conocimiento tal comenzó a buscarse cuando ya existían todos los conocimientos
necesarios, y también los relativos al placer y al pasarlo bien. Es obvio, pues, que no la buscamos
por ninguna otra utilidad, sino que, al igual que un hombre libre es, decimos, aquel cuyo fin es él
1
“…experimentar eso que llamamos la admiración es muy característico del filósofo. Este y no otro, efectivamente,
es el origen de la filosofía” (Platón, Teeteto, p.202 /155d).
2
“los hombres —ahora y desde el principio— comenzaron a filosofar al quedarse maravillados ante algo,
maravillándose en un primer momento ante lo que comúnmente causa extrañeza y después, al progresar poco a poco,
sintiéndose perplejos también ante cosas de mayor importancia, por ejemplo, ante las peculiaridades de la luna, y las
del sol y los astros, y ante el origen del Todo” (Aristóteles, Metafísica, I, 2, 982 b11-21).
mismo y no otro, así también consideramos que ésta es la única ciencia libre: solamente ella es,
[en] efecto, su propio fin. (Aristóteles, Metafísica, I, 2, 982 b 20-28).
La filosofía no responde a nadie más que a sí misma, por ello es por lo que comúnmente se dice
que es inútil, ya que solo es provechosa para quien desarrolla la reflexión filosófica. Es libre,
además, pues la verdad es su pretensión y ésta no es esclava de poder alguno; la filosofía
pretende aclarar la realidad de las cosas, verlas tal cual son, ella se debe solo a sí misma, como el
ser humano libre (Guiu, 2000). Ya mencionaba Platón en el Teeteto:
Que los que han rodado desde jóvenes por tribunales y lugares semejantes parecen haber sido
educados como criados, si los comparas con hombres libres, educados en la filosofía y en esta
clase de ocupaciones. (…) La esclavitud que han sufrido desde jóvenes les ha arrebatado la
grandeza de alma, así como la honestidad y la libertad (Platón, Teeteto, 172c-173a).
Heidegger alude al respecto que en el asombro se produce en el filósofo un contenerse, un
hacerse hacia atrás:
En el asombro nos contenemos (…). En cierto modo retrocedemos ante el ente -ante eso de que es
y de que es así y no de otra manera. Tampoco se agota el asombro en este retroceder ante el ser
del ente, sino que, en tanto retroceder y detenerse, está al mismo tiempo arrastrado hacia aquello y
por así decir encadenado por aquello ante lo cual retrocede. De este modo, el asombro es la
disposición en la que y para la que se abre el ser del ente. El asombro es el temple de ánimo dentro
del cual se les concedió a los filósofos griegos el corresponder al ser del ente (Heidegger, 1960,
pp. 53-54).
Tal hacerse atrás no es otra cosa que la libertad manifestada en dejar ser al ente, en permitir que
este se nos muestre tal como es, lo que para Heidegger significa que lo propio de la verdad es la
libertad (Guiu, 2000). Ese retroceder no es una actitud pasiva sin importancia respecto al ente,
sino que es un entregarse a él. Se entrega al ente para lograr su des-ocultamiento, y de esa forma
conocerlo en su manifiesta y límpida presencia. En síntesis: “…solo quien vive en el asombro
pone en juego esa libertad fundamental que sostiene a la filosofía entendida ya en los albores
como el corresponder expresamente cumplido al ser del ente” (Guiu, 2000, p. 138).
Lo que de esta manera se muestra, y al propio tiempo se escapa, es el rasgo fundamental de lo que
llamamos el misterio. La Actitud en virtud de la cual nos mantenemos abiertos al sentido oculto
en el mundo técnico la nombro yo apertura al misterio (Heidegger, 1994, p. 27).
Esta distinción realizada por Heidegger de los tipos de pensar encuentra su sentido al diferenciar
lo que vendría a ser el asombro de la curiosidad. El asombro -como hemos visto- no es posible
conectarlo con la dimensión operativa del mundo moderno, en él toman parte la atención y el
cuidado; en contraste, la curiosidad está movida por un afán que podría denominarse
instrumental, por ello es por lo que ve al mundo como un producto a consumir que permite saciar
nuestra voracidad de conocimiento (Fuentes, 2020). Por lo mismo es que el asombro observa al
mundo sin premura, sin un objetivo establecido. Y es que a los filósofos (y poetas) las cosas se le
presentan conteniendo en sí mismas sentido, esto es, con valor en sí mismas, fines y no medios
(Guevara, 2017). Ello es lo que hace que los filósofos hayan formulado preguntas como: ¿por qué
hay algo y no más bien nada? (Paiz, 2020), etc. Es así como con tales preguntas la cotidianeidad
mercantil de las cosas se resquebraja.
…viene acompañado de una percepción de extrema grandeza de algo que sobrepasa la estructura
mental ordinaria de la persona, rompe sus esquemas previos ante un acontecimiento imprevisto,
inesperado, distinto a lo anterior, que no encaja en los moldes de lo ordinario que habitualmente
nos permite interpretar el mundo y que, por tanto, requiere de un ejercicio de acomodación
psicológica a lo observado. (Fuentes, 2021, p. 79).
Es así como el asombro nos saca de nosotros, sitúa nuestra atención en lo externo y nos hace
conscientes de que formamos parte de algo que nos trasciende, hace patente nuestras limitaciones
en lo relativo al conocimiento y a nuestra capacidad de actuación, pone en evidencia nuestro poco
poder de incidencia en la incognoscible trama de la realidad, independiente de nosotros y que se
nos presenta como misterio, inabarcable (Fuentes, 2021). El asombro permite extender nuestra
perspectiva de la realidad, así como nuestros esquemas mentales, por lo que gracias a él es
posible generar instancias latentes de transformación en el ser humano. En términos pedagógicos
el sentido ético de tales experiencias es que permite reducir el egocentrismo, tomar conciencia
que nuestra existencia se enmarca en una realidad compartida por diversidad de otros seres
(Fuentes, 2021).
Son 2 las condiciones necesarias para que el asombro puede presentarse: 1) la humildad y 2) la
gratitud (Fuentes, 2021). La primera puede remontarse a la conocida frase socrática: “solo sé que
nada sé”, lo que hace ostensible que desde los comienzos del desenvolvimiento de la filosofía
esta condición se encontraba presente, ella guarda relación con el reconocimiento de nuestras
limitaciones y debilidades. Y es que la humildad “…consiste [nada más y nada menos] en que el
hombre se tenga por lo que realmente es” (Pieper, 2017, p. 191). Además, atender con apertura a
los demás y a lo que pueden aportar sobre nuestra persona. La humildad es un comportamiento
interno antes que externo, implica un movimiento de la propia voluntad y libertad (Pieper, 2017).
Por su parte, la gratitud requiere, al igual que el asombro y la humildad, un posicionarse por fuera
de la centralidad del propio pensamiento, a valorar lo que no es él mismo ni le es rentable
(Fuentes, 2021). La profundidad de la gratitud se exhibe en su componente moral y en el afecto
que despliega. Puede entenderse a la gratitud, por lo tanto, como “…la disposición al
reconocimiento de un valor de un don recibido, que no requiere necesariamente una respuesta,
(…), un acto equivalente que lo compense, sino que simplemente ocurre y la respuesta del
receptor es el acto del agradecimiento” (Fuentes, 2021, p. 84). Se encuentra unida
inextricablemente a la humildad, pues gracias a ella es que puede el verdadero agradecimiento
hacerse presente, ya que para agradecer sinceramente es preciso no concebirlo como algo que se
merece, que es debido, lo que en justicia sería el dar a cada uno lo que corresponde; antes bien, es
inevitable que la humildad esté presente para reconocer que lo entregado está por sobre nuestros
méritos y capacidades (Fuentes, 2021).
El asombro es parte inherente del niño, él vive frente a la vastedad del universo, así como el
filósofo, vive en un constante asombro. El misterio le apasiona, le mueve, por ello es por lo que
abruma con preguntas a los mayores buscando el motivo de las cosas y los acontecimientos. El
mundo se le muestra en sus elementos más escondidos y fundamentales; las cosas toman un cariz
distinto al de la mayoría de las personas adultas que solo ven en ellas cosas sin importancia, en
cambio los niños las ven cargadas de sentido (Guevara, 2017).
Siguiendo a Moretti (2022), el asombro infantil tiene como propio -y diferenciándose del de los
adultos- la cercanía con las cosas del mundo; los infantes se mantienen impertérritos ante el
misterio que las cosas les generan, ello no se les presenta como un problema. De esta manera es
que las interrogantes de los infantes apuntan a: “…explicar un sentido (y una verdad) que se
oculta en el horizonte de todas sus experiencias. Un sentido que (…) es para los niños como el
corazón escondido de la realidad en la que desarrollan su existencia” (Moretti, 2022, p. 110). El
asombro infantil encuentra su base en la aserción de verse como parte de la misteriosa comunidad
del ser, por ello es por lo que las cosas del mundo le guardan cercanía y no percibe el mundo
como una guerra constante. Su curiosidad pareciese ilimitada, se encamina a lo ignoto. De ahí
que las experiencias filosóficas sustentadas en el pensamiento crítico no pareciesen ser
provechosas para acercar la filosofía a la infancia, ello porque de esa forma se les desplaza fuera
de la infancia al cultivar la desconfianza y el desencanto. Es así como una filosofía que pone su
acento en la cabal falta de sentido no es provechosa para desarrollar en los infantes, antes bien, es
preciso ir en busca de otro tipo de filosofías. Por ello es por lo que el “…pensamiento meditativo
muestra una afinidad evidente con el asombro infantil” (Moretti, 2022, p. 113). Ello porque el
niño vive inmerso en la expresión del ser, y al poner en práctica tal tipo de atención fortificará su
mirada y hondura de experiencia. Así se predispone a la atención del presente y entrega la
posibilidad de adentrarse a lo ignoto (Moretti, 2022).
Sobre el ritmo del niño, cabría agregar que el asombro no es posible en un educación rápida que
está bajo constante apremio. Respetar los tiempos es esencial. La lentitud ha sido asociada “…
como un tipo de virtud que requiere cuidado, deliberación y perspicacia, elementos propios de la
filosofía que resultan imprescindibles para el trabajo intelectual” (Fuentes, 2021, p. 90). Ello
porque la exploración detenida de las propias ideas posee un valor en sí, lo que es independiente
del volumen de contenidos a enseñar (Fuentes, 2021).
Otra estrategia que ha sido puesta a prueba en la infancia para movilizar al asombro es el
acercamiento a la naturaleza e, igualmente, la importancia del asombro para movilizar la
conciencia ecológica en los infantes (L'Ecuyer, 2014). Es necesario este contacto con la
naturaleza para mantener el misterio que representa el mundo, más allá del sentido instrumental o
pragmatismo de las cosas (Guevara, 2017). Hacer del asombro un aliciente para revelar el mundo
y admirar su belleza, donde el adulto es el actor fundamental en el proceso de acompañamiento
para que juntos, se sorprendan ante su misterio (Fuentes, 2021). Y dado que, la filosofía emergió
en el momento en que “…el hombre fue capaz de (…) indagar o preguntarse el porqué de lo que
acontecía a su alrededor” (Paiz, 2020, p. 169); este acercamiento a la naturaleza puede
convertirse en la llave que abra la puerta de la filosofía.
Por ello es por lo que un acercamiento introductorio hacia el campo filosófico de la metafísica
pareciese constituirse como la temática que más pertinencia encontraría con el asombro infantil.
Ello porque: “El comienzo (…) de todo conocimiento es la experiencia de lo que es” (Guiu,
2000, p. 145). Antes de saber qué algo es una u otra cosa, sabemos que “es”. Ya que posterior al
asombro se asome el ser. Y la filosofía es amar aquello que no se ha poseído, lo que es fuente de
un alegría que no perece y que emerge al percatarse que todo es más que lo que parece. Tal es el
estado del novel que se dispone hacia las cosas para con atención obtener algo de ellas. Es así
como el quehacer filosófico nos remueve y permite posicionarnos en la incertidumbre de lo
desconocido, confrontarnos con la vastedad del universo: “Es el éxtasis (…) frente al hecho de
que las cosas sean y existan” (Guevara, 2017, p. 4). Todo ello mediado, preferentemente, por el
contacto con la naturaleza guiada por el profesor, para avivar el misterio del ser en los infantes.
Conclusión
El asombro nos exterioriza y hace ver que formamos parte de una vastedad, también hace patente
nuestras limitaciones e insignificante poder sobre la realidad. Él aumenta nuestra perspectiva de
la realidad y nuestra mente; y tanto educativa como éticamente contribuye a reducir el
egocentrismo al vernos como una simple parte de una gran conjunto de seres. Para que el
asombro se presente es preciso que la humildad y gratitud se encuentren anteriormente, ya que
son sus condiciones necesarias: la humildad, presente en la filosofía desde Sócrates, hace que nos
percibamos sin prejuicios, como somos, con nuestras limitaciones, y permite una apertura a los
demás y a la validez de sus aportes; es ella una comportamiento interno, volitivo. Por su parte, la
gratitud, nos saca de nosotros mismo, de lo que nos es rentable, es reconocer un valor en un acto
que no precisa retribución y que, en consecuencia, genera una respuesta de agradecimiento.
Gratitud y humildad están irremediablemente juntas, gracias a la humildad es que podemos
reconocer lo que nos ha sido dado como algo que no merecemos, que no nos es debido, y por lo
tanto lo identificamos como tal.
El niño, como el filósofo, vive en un constante asombro, el misterio lo mueve a buscar el sentido
a las cosas y acontecimientos, ve el mundo con otros lentes, que lo cargan de sentido. Su asombro
tiene como peculiaridad su estrechez con las cosas del mundo, el misterio de las cosas no les es
problemático. El fin de sus interrogantes es visualizar el sentido detrás de su devenir, que se
mantiene oculto en la realidad en la que se desarrollan. Se sienten parte de la extraña comunidad
del ser, por ello es por lo que no ven el mundo como una guerra. Es por ello por lo que las
filosofías críticas no les son provechosas, ya que sus supuestos no son acordes con la infancia y
sus pretensiones. Hay que buscar otro tipo de filosofías. Se presenta, de esta forma, el
pensamiento meditativo afín al asombro infantil. Puesto que el niño vive sumergido en el
despliegue del ser, y al pensar meditativamente perfeccionará tal tipo de experiencias, para
empaparse de lo desconocido. Asombro y filosofía se acercan por medio de experiencias de
verdad, belleza y bondad. Belleza entendida como una propiedad del ser, y que permite exponer a
las demás, es su exhibición. Así, para el niño será bello lo acorde con lo que le es verdadero y
bondadoso. Belleza que precisa de una sensibilidad que sintonice con ella; y que otorga sentido a
la repetición. Claves para desarrollar el asombro son: un apego seguro, el profesor como
facilitador de lo bello y su paradigma antes que su método, además del silencio, misterio y
respeto la inocencia y el ritmo del niño. El ritmo del niño guarda relación directa con los
elementos propios de la filosofía, que entrega valor en sí a la exploración de las ideas, ello no es
posible en una educación acelerada.
El acercamiento a la naturaleza ha sido una estrategia para propiciar el asombro, y este, a su vez,
para producir una conciencia ecológica en los niños. El contacto con la naturaleza promueve la
permanencia del enigma de las cosas, antes que su sentido instrumental. En el que el adulto pueda
guiar el descubrimiento de la belleza del mundo, así como los primeros filósofos se preguntaron
por el motivo de cuanto acontecía ante ellos.
Referencias
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https://drive.google.com/file/d/0B8W1JfpAaqCCMkJHQzEtNzV6VDQ/view?
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