En La Sangre
En La Sangre
En La Sangre
II
Así nació, llamáronle Genaro y haraposo y raquítico, con la marca de la anemia en el semblante, con esa palidez
amarillenta de las criaturas mal comidas, creció hasta cumplir cinco años.
De par en par abriole el padre las puertas un buen día. Había llegado el momento de serle cobrada con réditos su
crianza, el pecho escrofuloso de su madre, su ración en el bodrio cotidiano.
Y empezó entonces para Genaro la vida andariega del pilluelo, la existencia errante, sin freno ni control, del muchacho
callejero, avezado, hecho desde chico a toda la perversión baja y brutal del medio en que se educa.
IX
Cinco años se sucedieron, cinco años perdidos por Genaro en las aulas de estudios preparatorios. El desarrollo gradual
de la razón, la marcha de la inteligencia, el vuelo del pensamiento, todo ese sordo trabajo de la naturaleza, la germinación
latente del hombre contrariada, sofocada en el adolescente bajo la apática indolencia de un estado de niñez que el cariño
ciego de la madre inconscientemente fomentaba.
¡De loco, de zonzo iba a ponerse a estudiar él, a romperse la cabeza!... Nunca le decía nada la vieja; la engañaba, la
embaucaba, le hacía creer, lo que se le antojaba hacía con ella...
Y en compañía de otros como él, a la hora de clase, día a día tenían lugar las escapadas, los partidos de billar y
dominó en los fondines mugrientos del mercado, discutiendo en alta voz, «alegando», empeñando hasta los libros a fin de
saldar el «gasto», si era que no se hacían humo en un descuido cuando andaban en la «mala», muy «cortados». Las rabonas
en pandilla a pescar mojarras y «dientudos» en el bajo de la Recoleta o en la Boca, a las quintas de Flores y Barracas,
saltando zanjas, trepando cercos, robando fruta, matando el hambre, después de una mañana entera de correrías, con un
riñón o un «chinchulín», en el fogón de alguna negra vieja achuradora de los corrales. (…)
Pero, aun en medio de los placeres de esa vida libre y holgazana, no dejaba de tener Genaro horas de amargo
sufrimiento. Una herida a su amor propio, honda, cruel, fue a despertar el primer dolor en el fondo de su alma. (…)
A un gallego recién desembarcado acababan de «ponerle los puntos», de «acomodarle» un zoquete de carnaza. Con la
cristiana intención de refregárselas en la nariz a alguna vieja, frente a los puestos de pescado, embadurnábanse las manos
en la aguaza que goteaba de una sarta de sábalos colgados. Por desgracia para Genaro, el pescador en ese instante, una
antigua relación de su familia, atinó a reconocerlo:
-Che, tachero ¿cómo estás, cómo te va? ¡Pucha que has pelechau, hombre, que andás paquete!
Y como afectando hacerse el desentendido, tratara Genaro de alejarse, fingiendo no comprender que era dirigido a él
el saludo. (…)
Y le llamaron tachero, al separarse, gritando, haciendo farsa de él sus compañeros, y tachero le pusieron desde
entonces, el tachero le quedó de sobrenombre.
X
Y víctima de las sugestiones imperiosas de la sangre, de la irresistible influencia hereditaria, del patrimonio de la raza
que fatalmente con la vida, al ver la luz, le fuera transmitido, las malas, las bajas pasiones de la humanidad hicieron de
pronto explosión en su alma.
¿Por qué el desdén al nombre de su padre recaía sobre él, por qué había sido arrojado al mundo marcado de antemano
por el dedo de la fatalidad, condenado a ser menos que los demás, nacido de un ente despreciable, de un napolitano
degradado y ruin? (…)
La negra perspectiva del porvenir que se forjaba, la idea de que no llegaría jamás a cambiar su situación, de que sería
eterna su vergüenza, la humillación que día a día le hacían sufrir sus condiscípulos, de que siempre, a todas partes llevaría,
como una nota de infamia, estampada en la frente el sello de su origen, llenaban su alma de despecho, su corazón de
amargura. (…)
Él los había de poner a raya, los había de obligar a que se dejaran de tenerlo para la risa... les había de enseñar a que
lo trataran como a gente... ¡Y ya que sólo en el azar del nacimiento, en la condición de sus familias, en el rango de su cuna,
hacían estribar su vanidad y su soberbia, les había de probar él que, hijo de gringo y todo, valía diez veces más que ellos!...
XI
Dábase todo entero él al lleno de sus tareas, se mataba, se devanaba los sesos estudiando, pasaba entre sus libros la
mitad de su existencia y ¿qué premio, qué recompensa, entretanto, conseguía?, ¿qué ganaba, qué valía, él quién era?...
¡Apenas un espíritu vulgar, un estudiante ramplón y adocenado, de ésos que, bajo la capa artificiosa del estudio,
disimulan su indigencia intelectual; plantas que se arrastran por el suelo sin lograr clavar sus raíces, vegetan y se secan sin
dar fruto, parásitos de la ciencia, pobres diablos condenados a vivir recorriendo, ellos también, su dolorosa vía crucis en las
bancas de derecho o en las salas de hospital, para llegar en suma a merecer que les arrojen de lástima la deprimente limosna
de un título usurpado de suficiencia!
XII
Pero... ¿y si, abandonado a los recursos de su solo alcance intelectual, hubiérase mostrado tal cual era, fuerza para él
hubiese sido dejarse arrancar la máscara, librar a los otros su secreto? pensaba luego con la azorada angustia de quien se ve
rodar al fondo de un abismo.
Le parecía ya estar oyéndolos a sus espaldas, antes de separarse y emprender cada cual por su camino, alegres y
juguetones al pedirse el fuego:
¿Habían visto, se habían fijado cómo había estado de bien el tacherito?... para la edad que tenía el nene... ¡Dios lo
perdonara! iba mostrando cada vez más la hilacha el mozo, era decididamente un poco bastante bruto... ¡para qué estudiaría
ese pobre! le estaban robando la plata los maestros, fuera mejor para él que se largase a sembrar papas...
¡Y cuánta y cuánta razón tenían!
¡Bruto sí, mil veces bruto; más que bruto, insensato, loco, de ir a estrellarse estérilmente contra la insalvable valla de
lo imposible!...
¡Ganas le daba de pronto de echar a rodar con todo, de salir de una vez de aquel infierno, de tirar los libros, agarrar el
campo por suyo y meterse a cuidar ovejas!...
¿No era lo más sensato y lo más cuerdo, si no servía para otra cosa?
Pero, ¿y sus planes heroicos, sus proyectos, sus propósitos, la promesa solemne que se había hecho?
¿No importaba, acaso, para ante los demás, para ante él mismo, el mayor de los vejámenes, la más grande de las
vergüenzas, declararse vencido de antemano?
Actividades:
1. En los fragmentos leídos, es posible observar que el padre y la madre de Genaro muestran sentimientos muy diferentes
respecto de su hijo. En relación con ello, resuelvan:
a. Indiquen dos situaciones- una vinculada a la madre y otra con el padre- en el que se observe esa diferencia.
b. Ninguna de las dos actitudes (la materna ni la paterna) tienen efectos benéficos sobre Genaro, ¿Por qué?
2. Indiquen si estas afirmaciones son verdaderas o falsas y, en cualquiera de los dos casos, justifique por qué:
a. Genaro acepta con resignación la fatalidad de ser un hijo de inmigrantes. ____
b. Una de las características de la personalidad de Genaro es la simulación. _____
3. Extrae del texto tres breves fragmentos en los que se observe:
a. El ambiente “moldea” a las personas;
b. El comportamiento de las personas está determinado por la herencia de sangre;
c. Existe cierta correspondencia entre la personalidad y los rasgos físicos de una persona.