Identidades Que Importan

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 23

Identidades que importan.

Trans e intersex, la ley argentina y la


irrupción de la ciencia

Identities that Matter. Trans and Intersex, the Argentinian Law, and the Irruption of Science

Mariana Córdoba1

1
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas Universidad de Buenos Aires
marianacordoba@conicet.gov.ar

Resumen

Como resultado de las luchas de las disidencias sexogenéricas se han aprobado leyes en
todo el mundo que garantizan el reconocimiento de las identidades generizadas. La Ley de
Identidad de Género argentina (2012) ofrece una definición de “identidad de género”
opuesta a los enfoques biológicos y a la patologización y que respeta la voluntad individual
y niega todo lugar a los refrendos de terceros “autorizados”. Esta ley regula el acceso a
prácticas médicas para intervenir libremente los cuerpos. Ahora bien, los principios
científicos del dimorfismo sexual sobre los cuales descansan esos procedimientos suelen
denunciarse por reprimir, normativizar y patologizar en especial los cuerpos intersex.
Analizaré la cuestión de las identidades de género a la luz de esta tensión; por último,
argumentaré que la identidad es transformativa, relacional y biotecnológicamente
producida.

Palabras clave: desbiologización; ley de identidad de género; identidad como


transformación; identidad relacional; identidad biotecnológicamente producida

Abstract

As a result of the struggles of sex and gender dissidents, laws that guarantee the
recognition of gender-identities have been passed all around the world. The Argentinian
Gender Identity Law (2012) offers a definition of “gender identity” as opposed to biological
anchorages and pathologization, respecting personal will and leaving no room for
endorsement by “authorised” third parties. This law regulates the access to medical
practices to freely intervene bodies. However, the theoretical scientific principles of sexual
dimorphism on which these procedures are based on are usually denounced for repressing,
normalizing and pathologizing especially intersex bodies. I will analyse the issue of gender
identities in the light of this tension and, finally, I will argue that identity is transformative,
relational and biotechnologically produced.

Ker words: de-biologization; gender identity law; identity as transformation; relational


identity; biotechnologically produced identity
Introducción

Tanto la cuestión de la identidad de las personas como la de la identidad de colectivos y


comunidades ha sido abordada desde muy diversas perspectivas teóricas y de
compromisos políticos también muy diversos. El problema de la identidad, que supo
fascinar a filósofos de diferentes corrientes del pensamiento en la historia de la filosofía,
devino cada vez menos un problema teórico y cada vez más una cuestión práctica, con lo
que dio lugar a debates intensos en torno a las políticas de la identidad (cfr. Heyes 2018). La
propia noción de identidad ha sido objeto de numerosas críticas que han llevado a
propugnar incluso su completo abandono.

Muchas inquietudes recorrieron ese debate: ¿debe basarse la identidad en un rasgo


esencial? Si no se la hace descansar en una esencia ¿tiene sentido la noción de
identidad? En la medida en que excluye a otr*s sujet*s, ¿cualquier categorización implica
necesariamente violencia? ¿Toda apelación a la identidad es conservadora y deudora de
una exaltación de la subjetividad, la individualidad y la autenticidad? ¿Por qué no dejamos
de hablar de identidad?

Desde esta perspectiva, en el presente trabajo me propongo analizar la cuestión de las


identidades de género y, en especial, la cuestión de las identidades trans,1 para recuperar
el problema filosófico de la identidad y algunas líneas fundamentales del debate sobre las
políticas de la identidad en ciertos enfoques feministas y de los estudios de género.

Para analizar la cuestión de las identidades de género e identidades trans, me centraré en


la Ley de Identidad de Género (Ley 26.743) promulgada en Argentina en el año 2012.
Consideraré el papel del conocimiento científico que está en la base de las prácticas
biomédicas a las que es posible acudir para modificar los cuerpos según la identidad de
género autopercibida -que es el mismo conocimiento en que se basan las intervenciones a
los cuerpos intersex- y cuyo acceso precisamente regula esa ley.

En primer término, este trabajo tiene un objetivo programático: busco proponer una tarea
para la filosofía de la ciencia. En segundo lugar, el objetivo fundamental es avanzar hacia
la configuración de una noción filosófica propia de identidad que atienda el punto de vista
de las comunidades trans y que contribuya a pensar políticas transformativas para la
ampliación de derechos y reconocimiento de todas las personas.

Bornstein 1994
Argumentaré, con base en las ideas de , que la identidad de género es
Heyes 2003
transformativa y, siguiendo a , que es relacional. Asimismo, propondré que la
identidad de género es biotecnológicamente producida, una idea que contempla el papel
productivo del conocimiento científico detrás de las prácticas biomédicas. Argumentaré que
la ciencia no sólo corrige, reprime y patologiza, sino que también gestiona y produce
identidad.

1. La ley de identidad de género en Argentina: un avance innegable


A lo largo de la historia, las personas y comunidades trans han sido depositarias de la fobia
y la discriminación sistemática dirigidas en buena parte de manera activa por el Estado (a
través de la represión policial y la criminalización de sus identidades por medio de los
edictos policiales) y también resultado de la ausencia del Estado al negar reconocimiento
legal a sus identidades (Mouratian 2012
). Las comunidades han sido -y aún son- objeto de
violencia, estigmatización y exclusión (cfr. Berkins y Fernández 2006, Berkins 2015). En el contexto de
la lucha de las propias comunidades contra la discriminación y violencia ejercida por el
Estado y por la sociedad argentina en general, en la década de los noventa el movimiento
trans logró colocar en la agenda pública la discusión sobre la legitimidad de los cuerpos en
las calles, lo que representó un primer paso en términos de visibilidad del movimiento
(Mouratian 2012). A lo largo de estos años, las “marchas del orgullo” también alcanzaron una
mayor visibilidad y el movimiento LGBTTIQ+ -con un mayor o menor nivel de organización
y repercusión según el periodo- ha ido conquistando espacios en una sociedad ciega a su
existencia, cuyas instituciones no producían ningún cambio real. Tuvo que llegar el año
2002 para que la lucha del movimiento produjera un cambio legal importante con la
aprobación en la ciudad de Buenos Aires de la Ley de Unión Civil para parejas “con
independencia de su sexo o su orientación sexual”. Ocho años más tarde se reformó el
Código Civil, lo que dio lugar a la Ley de Matrimonio Igualitario (Ley 26.618). Por último, en
agosto de 2011 inició la discusión de la Ley de Identidad de Género en el Congreso de la
Nación Argentina. Como antecedentes de la ley cabe destacar que, en 2008, la justicia
argentina por primera vez autorizó la modificación del documento de identidad de una
persona sin que ésta se hubiera realizado intervención médica alguna. Desde el año 2007
se presentaron en el país diversos proyectos de ley para garantizar los derechos humanos
de las personas trans -entre ellos, el derecho a la salud y el reconocimiento de las
identidades- y en el año 2006 se firmó la Carta Acuerdo entre el Hospital Durand, de la
Ciudad de Buenos Aires, y la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) para crear un
equipo interdisciplinario para la atención de la comunidad gay, lésbica, travesti, transexual
y bisexual. En noviembre de 2011, la Cámara de Diputados aprobó la Ley de Identidad de
Género y lo mismo hizo la Cámara de Senadores en mayo de 2012. El 24 de mayo de ese
año se promulgó y publicó en el Boletín Oficial a través del Decreto 773/12.2

En el artículo 1°, la ley establece el derecho a la identidad de género. Afirma que toda
persona tiene derecho “al reconocimiento de su identidad de género; al libre desarrollo de
su persona conforme a su identidad de género; a ser tratada de acuerdo con su identidad
de género y, en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que
acreditan su identidad respecto de el/los nombre/s de pila, imagen y sexo con los que allí
es registrada”. En el artículo 2°, la Ley ofrece una definición de “identidad de género”: “Se
entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada
persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del
nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”. Luego de la definición, en este
mismo artículo se establece la posibilidad, por la libre elección de cada persona, de
modificar el propio cuerpo de acuerdo con la identidad de género autopercibida. El texto
señala: “Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a
través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea
libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el
modo de hablar y los modales”. Y en su artículo 3° establece que “Toda persona podrá
solicitar la rectificación registral del sexo, y el cambio de nombre de pila e imagen, cuando
no coincidan con su identidad de género autopercibida”. En el artículo 11, “Derecho al libre
desarrollo personal”, se establece el derecho para toda persona mayor de edad de acceder
“a intervenciones quirúrgicas totales y parciales y/o tratamientos integrales hormonales
para adecuar su cuerpo, incluida su genitalidad, a su identidad de género autopercibida, sin
necesidad de requerir autorización judicial o administrativa”. Asimismo, se hace explícita la
independencia en el acceso, por un lado, a los tratamientos hormonales y, por otro, a los
procedimientos quirúrgicos: “Para el acceso a los tratamientos integrales hormonales, no
será necesario acreditar la voluntad en la intervención quirúrgica de reasignación genital
total o parcial. En ambos casos se requerirá, únicamente, el consentimiento informado de
la persona”.3 Por último, este artículo obliga a los prestadores de servicios médicos a
brindar los tratamientos y procedimientos quirúrgicos a los que se refiere la ley:

Los efectores del sistema público de salud, ya sean estatales, privados o del subsistema
de obras sociales, deberán garantizar en forma permanente los derechos que esta ley
reconoce. Todas las prestaciones de salud contempladas en el presente artículo quedan
incluidas en el Plan Médico Obligatorio, o el que lo reemplace, conforme lo reglamente la
autoridad de aplicación.

Por su parte, el artículo 12 establece el derecho al trato digno que debe recibir toda
persona:

Deberá respetarse la identidad de género adoptada por las personas, en especial por
niñas, niños y adolescentes, que utilicen un nombre de pila distinto al consignado en su
documento nacional de identidad. A su solo requerimiento, el nombre de pila adoptado
deberá ser utilizado para la citación, registro, legajo, llamado y cualquier otra gestión o
servicio, tanto en los ámbitos públicos como privados. […] En aquellas circunstancias en
que la persona deba ser nombrada en público deberá utilizarse únicamente el nombre de
pila de elección que respete la identidad de género adoptada.

Aún existen en el país numerosos límites para la aplicación de la Ley de Identidad de


Género porque, por ejemplo, muchos hospitales públicos no cuentan con los recursos ni
los profesionales con la capacitación necesaria para realizar los procedimientos requeridos.
Además, el hecho de que la ley obligue a reconocer la identidad de género de todas las
personas no es suficiente para erradicar la discriminación y la violencia de una sociedad
que no está todavía a la altura de la ley. A pesar de esto, como sostiene Diana Maffia, la
ley constituye un avance legal indiscutible, y es “la mejor del mundo que avanza sobre
derechos que se están procurando a nivel internacional” ( Maffia 2015). Sin duda, nuestro país
“está a la vanguardia en las leyes de igualdad de derechos a nivel mundial, es junto a
Dinamarca el único país que sólo exige la expresión de voluntad de la persona para lograr
el cambio de nombre [de acuerdo con] su identidad de género autopercibida” ( INADI 2016).

En efecto, la ley es revolucionaria por muchas razones y en múltiples aspectos de su texto.


En primer lugar, analicemos a quiénes se dirige y a qué obliga. La ley es fruto de la lucha
política de las comunidades trans, en cuyo seno fue promovida y discutida y cuyos
derechos reconoce, pero establece un derecho para todas las personas, no sólo para las
personas trans. Que las personas cisgénero puedan dar por sentado el derecho a sus
propias identidades de género es un hecho que justo la ley trae a la luz. Al reglamentar
para la Argentina un derecho universal que los Estados deben cumplir, la ley es también
ocasión para explicitar que ciertos derechos universales son, de hecho, diferenciales: para
ciertos grupos la vulneración sistemática de esos derechos es una marca esencial. De
acuerdo con los Principios de Yogyakarta,4 si bien los derechos humanos son universales y
se ha avanzado en el sentido de que toda persona, sea cual fuere su orientación sexual o
identidad de género, goce de la misma dignidad y respeto que cualquier otra, en el mundo
sobreabundan las violaciones a los derechos humanos sobre la base de la orientación
sexual e identidad de género. Así, las identidades cisgénero configuran un universo de
personas con derecho pleno al respeto y reconocimiento de sus identidades, las que son
respetadas sin más -así como es respetada sin más la orientación sexual de las personas
heterosexuales-.

Tanto las costumbres arraigadas en distintas sociedades como ciertas leyes (relativas, por
ejemplo, a los nombres y al sexo que debe consignarse en documentos de identidad)
dificultan el reconocimiento pleno de las identidades trans. Operan como vigilantes de las
disidencias, al señalarlas de manera permanente. Las prácticas violentas, como el
transodio y la transfobia -que suelen encarnarse en los más brutales asesinatos de
travestis- muestran hasta qué punto los derechos humanos de las personas trans son
permanentemente violados en distintas sociedades. En mayor o menor medida, estas
prácticas obstruyen el reconocimiento de las identidades trans, constituyen violaciones al
derecho al reconocimiento y a la vida digna. Los Principios de Yogyakarta también afirman
que la respuesta internacional que se ofrece a tales violaciones de los derechos humanos
no son consistentes ni están unificadas.

En Argentina es obligatorio registrar en los documentos de identificación personales


(Partida de Nacimiento y Documento Nacional de Identidad, DNI) un “sexo” de dos
posibles, masculino o femenino, de con la Ley del Nombre (Ley 18.248) (cfr. Cabral 2015). La
Ley de Identidad de Género tiene, pues, una importancia innegable para aquellas personas
cuya identidad de género no concuerda con la identidad asignada en su documentación al
momento de nacer. Pero la ley no obliga a nada a estas personas, sino que obliga al resto
de las personas al reconocimiento de la identidad de género y al trato digno.

En segundo lugar, cuando afirmo que la ley no obliga a nada a las personas cuya
autopercepción de género es distinta de la registral, me refiero al hecho de que, a
diferencia de lo que ocurre en la legislación de otros países, la ley no exige ninguna
condición para el reconocimiento de la identidad de género: no es forzoso modificar el DNI
ni intervenir médicamente los cuerpos de ninguna manera. El cambio de DNI y el acceso a
los tratamientos hormonales y procedimientos quirúrgicos son opcionales; es suficiente el
deseo propio, la propia voluntad basada en la vivencia personal para la determinación de la
identidad de género que se establece de manera exclusiva en primera persona. La
autopercepción que funda la identidad no debe ser demostrada ni refrendada por una
tercera persona, es decir, no hay lugar para saberes periciales ni voces de terceros
“autorizados”, sean profesionales de la salud o funcionarios del poder judicial. Por lo tanto,
para el acceso a las prácticas médicas basta el consentimiento informado.

En tercer lugar, la ley establece la independencia entre el cambio de DNI, la utilización de


tratamientos hormonales y los procedimientos quirúrgicos. Cualquier persona puede
someterse a todas estas modificaciones, o a cualquiera de las tres, sin necesidad de acudir
a otra/s.
Por último, la ley recoge uno de los signos destacados de la lucha política de las
comunidades trans por el reconocimiento: la desbiologización, que podría sintetizarse en el
lema “la biología no es destino”. En este sentido, en la ley no hay ninguna referencia a una
contraposición entre un supuesto sexo biológico -como una suerte de condición “natural”- y
un género que se caracterice como cultural, psicológico, autopercibido. El texto distingue
entre el “sexo asignado al momento del nacimiento” y “la identidad de género
autopercibida”. No hay referencias a la biología ni a entidades que usualmente se
consideran autoidentificantes, como “hombre” o “mujer”. Es decir, no se refiere a entidades
que subsisten como tales con independencia de un marco que otorga reconocimiento o
registro. No se contrapone el género autopercibido a una entidad fundamental y última que
pertenecería a una realidad independiente o autodeterminada, descubierta y nombrada por
la biología. En la propia formulación de la ley no hay lugar para determinantes biológicos ni
esencialismos científicos: no se menciona ninguna diferencia biológica ni se hace
referencia a ninguna relación consonante o disonante entre características biológicas y
sexo, o entre características biológicas y género. Estas ausencias son significativas y
responden a una indiscutible victoria de los colectivos militantes.

Al no hacer referencia a definiciones fundadas en la ciencia, podría pensarse que la ley ha


logrado delimitar la cuestión de la identidad de género dejando fuera a la ciencia; ésta no
parece cumplir ningún papel respecto de la identidad de género. Sin embargo, la ley
establece que toda persona tiene derecho a acceder a tratamientos médicos con el fin de
modificar el cuerpo, lo que da lugar a una tensión a la que dedicaré la sección siguiente.

2. ¿Sin lugar para la ciencia?

Entre las prácticas biomédicas a cuyo acceso regula la ley se hallan las intervenciones
quirúrgicas totales o parciales- y/o los tratamientos hormonales. No cabe duda de que,
para toda persona que quiera acceder a estas prácticas y que gracias a la ley puede
hacerlo de modo seguro y gratuito, dichas prácticas tienen una función emancipadora.

Como se ha señalado, la ley se muestra opuesta a reducir la vida humana a aquello que
supuestamente define la ciencia, sino que muestra un más sofisticado antirreduccionismo
intercientífico (o interbiológico), pues no sólo no es necesario intervenir los propios cuerpos
en modo alguno, sino que además es posible someterse a alguno de los tratamientos
disponibles y no a otros. Al determinar que el tratamiento hormonal no debe supeditarse a
la modificación genital, la ley expone un importantísimo antirreduccionismo: se niega que
ciertas características del cuerpo sean fundamentales para la determinación e
identificación de un género y, sobre esa base, que otras se reduzcan a ellas.

Hasta aquí no parece haber lugar para la ciencia o, mejor dicho, parece haber quedado
expresamente en su lugar: excluida de las determinaciones identitarias del género. Sin
embargo, las prácticas biomédicas que entran en escena, en la medida en que se
reglamenta y habilita su acceso, suponen, en sus aplicaciones o en la base de éstas,
ciertos principios teóricos, tanto biológicos como bioquímicos. Surge entonces una tensión
que la filosofía debe enfrentar. Las luchas por el reconocimiento de la identidad de género
sobre la base del deseo personal, así como otras reivindicaciones de los colectivos por las
disidencias sexogenéricas, han estado marcadas por la oposición radical a los
esencialismos naturalistas, a la supuesta determinación de la biología. Desde una
perspectiva aún más general, podría afirmarse, junto con Gabriel que politizar un fenómeno
es, ante todo, desnaturalizarlo y desbiologizarlo (Giorgi 2014). Y si bien en este caso la
reglamentación respecto de las prácticas médicas cumple una función emancipadora, esas
prácticas implican determinado conocimiento científico que depende de ciertos supuestos
teóricos que los propios activismos combaten.

En las discusiones teóricas acerca de la identidad de género hay muchas referencias a la


ciencia. Se suele discutir el papel de la ciencia -o si es que tiene alguno- respecto de la
identidad de género con un debate que continúa hasta nuestros días: la disputa entre el
médico John Money y el investigador Milton Diamond. De acuerdo con Money, la identidad
de género depende de la sociabilidad y la crianza y no de características biológicas, pero la
sociabilidad debe darse en armonía con la presencia de genitales estéticamente
“normales”: si una persona tiene un pene “de aspecto normal” y es “tratada como un niño”,
se identificará con la identidad de género masculina, y si es “tratada como una niña” y tiene
una vagina de “aspecto normal”, con la femenina. Money realizaba operaciones de
corrección genital a niñ*s que presentaban genitales de aspecto ambiguo. Este médico fue
mundialmente conocido por “el caso Joan-John”, el caso de David Reimer, un bebé -
designado como de sexo masculino sin ninguna dificultad- que a los ocho meses perdió su
pene en una operación por mala praxis. Ante el desamparo, los padres acudieron a Money,
quien recomendó practicar una operación en los genitales del bebé para constituir
quirúrgicamente una vagina, con el convencimiento de que, con genitales femeninos y
criado como una niña, se identificaría sin problemas con la identidad de género femenina
(cfr. Money y Green 1969). David fue operado en 1966; se le retiraron los testículos, se le creó
una vagina, se le indicó un tratamiento hormonal y sus padres lo llamaron Brenda. Sin
embargo, a pesar de que Money recurrió a este caso como evidencia probatoria de su
hipótesis respecto de la identidad de género, David jamás se identificó con el género
femenino (para conocer su historia, cfr. Butler 2006). Diamond examinó el caso de David
muchos años después y mostró que la reasignación de sexo había constituido un fracaso;
además, en contra de Money argumentó que la sexualidad tiene una “base hormonal” y la
identidad de género tiene una base biológica cromosómica: hay una suerte de núcleo duro,
de núcleo central o esencia del género que es biológica (cfr. Diamond y Sigmundsen 1997). De
acuerdo con Diamond, “la presencia del cromosoma Y es base suficiente para la
presunción de la masculinidad social” (Butler 2006, p. 97). Todo esto provocó la discusión de si
existe alguna relación entre la identidad de género y la biología, si el sexo es “natural” y el
género es cultural (cfr. Raymond 1979) o si, al igual que el género, el sexo biológico también se
instituye socialmente (Butler 1990). Si bien es posible afirmar que la mayoría de los activismos
combaten el determinismo biológico, esto no puede generalizarse sin más porque ciertas
Flores
posiciones exaltan una diferencia sobre la base de determinaciones biológicas (cfr.
Bedregal 2003
).

También han surgido múltiples discusiones sobre los tratamientos biomédicos para
modificar los cuerpos, denominados en muchos países tratamientos de “transición” o de
“reasignación de sexo”. Por ejemplo, Hausman 1995 ha argumentado en contra de todo tipo de
intervención y tratamiento porque considera que las prácticas biomédicas, lejos de
contribuir a la ampliación de los derechos y del reconocimiento para las personas trans,
convierten el propio fenómeno de la “transexualidad” en algo completamente dependiente
de la medicina y de la biotecnología y que justifica las intervenciones. Por otra parte, se
suelen denunciar los efectos nocivos de estos tratamientos y los riesgos para la salud que
suponen.5 También se suele criticar que la ciencia y la medicina adopten el binarismo
hombre/mujer sobre la base de las definiciones biológicas del sexo y el dimorfismo sexual
(por ejemplo, Fausto-Sterling 2006, Gaudilliére 2004).

Desde un punto de vista foucaultiano, se suele afirmar que las prácticas biomédicas que
tienden a la patologización de las personas trans tienen la función de corregir, disciplinar y
normalizar los cuerpos. Diana Maffia cuestiona que el poder médico siga siendo el que
define lo “normal” y lo “anormal” ( Maffia 2013). La medicina detenta el poder de clasificar los
cuerpos sobre la base de cualidades como sanos/enfermos, normales/anormales,
típicos/anómalos y, en consecuencia, interviene los cuerpos que considera patológicos, lo
cual resulta evidente en el tratamiento de la intersexualidad, como se verá más adelante.
Las prácticas biomédicas normativizan al “curar” y “corregir” violentamente los cuerpos
intersexuales6 que, considerados “indescifrables” por la ciencia, son desde muy temprana
edad intervenidos médicamente con el fin de volverlos descifrables. 7 Ahora bien, las
intervenciones del biopoder sobre la intersexualidad y los tratamientos quirúrgicos y
hormonales que la Ley de Identidad de Género reglamenta se fundan en el mismo
conocimiento científico que respalda el supuesto del dimorfismo sexual.

A pesar de todo esto, para el caso de la ley argentina el acceso opcional a las prácticas es
una posibilidad que debe acompañarse porque responde a una demanda histórica. Si
seguimos a Butler 2006, podemos aseverar que si los tratamientos permiten que las vidas de
muchas personas sean más vivibles, su posibilidad debe celebrarse más allá de toda duda.
Sin embargo, también debe atenderse el hecho de que las prácticas biomédicas se erigen
sobre la base de supuestos teóricos relativos a las definiciones científicas del sexo que
deben revisarse. En este sentido, se puede sostener que la ciencia, que parecía haber sido
por fin confinada fuera del ámbito del deseo y la autodeterminación de la identidad de
género, se inmiscuye en la propia ley. La paradoja que debemos abordar es la de
considerar regresiva la intromisión de la biología en estas cuestiones y, a la vez, acudir a
(reglamentar, ampliar el acceso a, e incluso celebrar) ciertas prácticas biomédicas que se
basan, en última instancia, en la biología y la bioquímica. Tales prácticas no son
independientes de las condiciones de producción del conocimiento teórico que implican ni
de los propios compromisos teóricos realistas, reduccionistas, binarios y esencialistas que
el conocimiento científico supone. En la mayoría de los debates, el papel de la ciencia se
discute desde un punto de vista externo a la ciencia misma -un punto de vista que la
filosofía de la ciencia suele considerar externalista-. Lo que ocupa el centro de los debates
es la función normalizadora de la medicina, los efectos nocivos, los daños sobre los
cuerpos y los efectos psicológicos de los tratamientos; desde otras perspectivas, se
analizan los efectos sociales y políticos de los tratamientos, haciendo énfasis en que
contribuyen a la extensión de los derechos y del reconocimiento. No obstante, también es
necesario criticar los supuestos teóricos en el conocimiento biológico y bioquímico sobre
los que se erigen tanto los procedimientos quirúrgicos como los tratamientos hormonales,
una tarea que la filosofía de la ciencia no puede desconocer.

3. La comprensión científica de la determinación sexual y sus anomalías

Como señalé, buena parte de los colectivos militantes cuestionan a la ciencia su derecho a
definirnos: lo que ella denomina “dimorfismo sexual” no es determinante de la identidad de
género. ¿En qué consiste el dimorfismo sexual científico? ¿Cómo caracteriza la biología
esa determinación binaria del sexo? La biomedicina distingue tres o cuatro niveles de
diferenciación sexual: 1) el nivel del sexo genético o cromosómico -cromosomas XX o XY-;
2) el nivel del sexo gonadal -ovarios o testículos- y 3) el nivel del sexo genital -vagina,
vulva, pene, próstata- determinados en el periodo fetal. Se suele añadir: 4) el nivel del sexo
psicosexual y el sexo social (que se determinaría en la pubertad), que incluye los
denominados “caracteres sexuales secundarios” (cfr. Maffia 2013).

Si bien la filosofía de la ciencia contemporánea puede considerar en varios sentidos


superado el reduccionismo científico, la situación de las ciencias efectivas es otra. En el
campo de las propias ciencias biológicas aún impera un reduccionismo que da por sentada
la preeminencia epistemológica de la genética y de la biología molecular sobre el resto de
las subdisciplinas biológicas (Rosenberg 1997, Rosenberg 2006). Este reduccionismo se erige sobre
la base del compromiso ontológico de que todos los aspectos del organismo biológico se
reducen al (y, por lo tanto, se explican a partir del) plano genético-molecular. En este
sentido, si bien la biología distingue entre los niveles mencionados, para los casos
“normales” de la diferenciación sexual considera que, en sentido estricto, hay un único
criterio determinante del sexo: el genético. La idea es que el nivel de la determinación
genética es el que prevalece, el que verdaderamente importa, porque produce la cadena
de causales normales que permite determinar los niveles subsidiarios, el gonadal y el
genital. Es decir, en última instancia, la determinación del sexo en human*s es
cromosómica, depende del denominado “sistema XX-XY”. De acuerdo con este nivel de
determinación, el sexo se fija en el momento de la fecundación por medio de la
composición cromosómica del individu*, lo que la ciencia explica del siguiente modo: las
células humanas se dividen en células somáticas, que son diploides, es decir, contienen
dos series (dos juegos) de cromosomas, y células reproductivas -óvulos y
espermatozoides-, que son haploides, esto es, contienen un solo juego de cada
cromosoma. Todas las células somáticas en hembras humanas contienen dos
cromosomas sexuales X (XX), pues las hembras sólo producen este tipo de cromosomas.
Los machos, en cambio, producen tanto cromosomas sexuales X como Y, y todas sus
células somáticas contienen un cromosoma X y un cromosoma Y (XY). Durante la
fertilización, dos células haploides se combinan y forman una célula diploide, con dos pares
de cromosomas. Según cuál sea el cromosoma en el gameto masculino, que es el único
caso en que puede variar, la célula fecundada tendrá el genotipo XX o el genotipo XY, lo
que determina el sexo del embrión (femenino y masculino, respectivamente). La
determinación del sexo en human*s se explica, entonces, simplemente en términos de la
presencia o ausencia del cromosoma Y. Se considera que la masculinidad en humanos se
determina por la presencia del gen SRY en el cromosoma Y, gen responsable de la
formación de testículos.

En sentido estricto, para la biología la determinación del sexo es cromosómica porque en


los casos considerados “normales” el sexo genético causa, determina, el sexo gonadal,
que a su vez causa el sexo genital/fenotípico. De acuerdo con la ciencia, en estos casos
los tres niveles que se distinguen coinciden (femenino es XX, con ovarios, vagina y vulva;
masculino es XY, con testículos, pene y próstata). Ahora bien, la distinción entre niveles
parece resultar de extrema utilidad para pensar los casos “raros”, los casos ilegibles o las
anomalías científicas. ¿Por qué? Los fenómenos que se conocen en la actualidad como
casos de intersexualidad ponen en cuestión la mencionada “armonía” entre los niveles, es
decir, el reduccionismo genético. Se suele distinguir entre diferentes tipos de
intersexualidad, lo que antes se denominaba “hermafroditismo” y hoy “trastornos del
desarrollo sexual” (“DSD” por la expresión en inglés, “Disorders of Sex Development”). Esta
última denominación se propuso en el ámbito de la pediatría para designar desarrollos
sexuales atípicos y pretende abarcar los distintos tipos de intersexualidad. Considerados
“trastornos”, estos casos se definen como “condiciones congénitas en las cuales el
desarrollo cromosómico, gonadal o del sexo anatómico es atípico” ( Hughes, Houk, Ahmed y Lee

2005, p. 554
; la traducción es mía).8 Así, se encuadran en esta denominación los casos de
personas que no presentan concordancia entre los tres niveles de la determinación sexual;
por ejemplo, personas que son XX, tienen ovarios y tienen genitales “de apariencia
masculina” y personas que son XY y tienen genitales “de apariencia femenina” o
“ambiguos”. Entre estas últimas se consideran más frecuentes las personas que presentan
distintos tipos de SIA (Síndrome de Insensibilidad a los Andrógenos). También hay
personas que presentan tanto tejido ovárico como testicular, y existe también la
intersexualidad cromosómica: personas que son X0 -que tienen sólo un cromosoma sexual
X, el único tipo de monosomía viable- o personas que presentan tres cromosomas
sexuales, XXY o XXX. En muchos de estos casos que se catalogan como “anormales” la
causa se considera conocida y, en otros, la causa es indeterminada.

Hay entonces casos en los que no se da de manera “normal” la “cadena causal” que va del
plano cromosómico al gonadal y al genital. Cuando esta cadena no tiene lugar, aunque la
ciencia lo considere fundamental, el sexo genético no es el aspecto que se privilegia al
intervenir a l*s niñ*s intersex. En general, ante los casos de infantes intersex, l*s médic*s,
en diálogo con (o a partir de la demanda de) madres y padres, con la intervención de los
comités de ética de los hospitales y de acuerdo con ciertos protocolos, deciden optar por
un sexo sobre la base de las características fenotípicas (del sexo genital) y dejan de lado el
sexo genético. Aquí estamos frente un problema, ante un fenómeno curioso -y sin duda
sugerente para la filosofía de la ciencia y el popular reduccionismo científico-: cuando hay
armonía entre los tres niveles, el criterio que cuenta es sólo uno, el genético; pero en los
casos en los que no hay armonía, la corrección se realiza sobre la base del sexo genital -
considerado, desde un punto de vista teórico, secundario, subsidiario del genético-. La
práctica biomédica parece realzar para ciertos casos un reduccionismo genital (reducir la
determinación sexual al plano fenotípico de los genitales), que entra en conflicto con el
reduccionismo genético imperante en biología. Y así como se suele cuestionar el
reduccionismo genital porque violenta las infancias intersex, del mismo modo la propia
existencia de la intersexualidad tiene que poner en entredicho el reduccionismo genético,
debe obligar a revisarlo.

Por otra parte, dado el reduccionismo genético que impera en conjunción con un realismo
científico ingenuo que sigue vigente entre científic*s y médic*s, se acepta que hay
disciplinas (o subdisciplinas) fundamentales que reflejan la realidad tal cual es, que ofrecen
una descripción objetiva de las entidades en sí mismas -de las entidades
autoidentificantes- y disciplinas (o subdisciplinas) que estudian realidades derivadas,
aparentes o secundarias, menos reales que las que estudian las ciencias fundamentales.
En este sentido, respecto de la diferenciación sexual resulta elocuente la referencia a un
cuarto nivel, el nivel psicosexual de la determinación del sexo. Se suele aceptar que hay
personas que no se identifican ni con el género masculino ni con el femenino, pero se
adjudica esta posibilidad de “ambigüedad” al nivel psicológico y social. La ciencia sostiene
que, por el contrario, en el nivel molecular las cosas son de un modo u otro, son así o no
son: XX o XY, con lo que se oculta la existencia de la intersexualidad en el nivel
cromosómico.

Muchos colectivos militantes piden a nuestra cultura el reconocimiento de la existencia de


la intersexualidad, y apelan a este fenómeno para exigir que la sociedad, que acostumbra
arraigar con ahínco en la ciencia occidental muchas de sus creencias morales, deje de
dividir el sexo y el género en dos polos antagónicos, masculino y femenino. Así, con
independencia de su frecuencia -se suele afirmar que no hay cifras oficiales ni precisas
porque, de la mano de la corrección quirúrgica, nuestra sociedad oculta la existencia de
personas intersexuales-9 el fenómeno de la intersexualidad pone en cuestión el binarismo
científico que excluye a muchísimas personas. Por otra parte, se cuestiona con fuerza que
las correcciones que se hacen a niñ*s intersex se realizan sobre la base del coito
heterosexual: se opera para que la persona pueda tener relaciones heterosexuales, sin
importar que pueda sentir placer (Maffia 2015, Maffia y Cabral 2003), con lo que se reproduce no
sólo el binarismo sexogenérico, sino también el dogma moral de que la sexualidad es
heterosexual. Por ello, la intersexualidad como anomalía, es decir, como contraevidencia
empírica, caso no esperado dada la “verdad” de las hipótesis científicas sobre el
dimorfismo sexual, debería al menos ser ocasión para revisar los principios teóricos
aceptados.10

La filosofía general de la ciencia y las filosofías de las ciencias especiales tienen aquí un
campo importante de análisis: deben discutir los fundamentos teóricos de las disciplinas,
de la biología (evaluar las relaciones entre los distintos niveles de la determinación sexual y
dejar un lugar a la intersexualidad) y de la bioquímica (evaluar los fundamentos teóricos en
la base de las clasificaciones que se realizan a partir de las características de las
hormonas).

La lucha contra la ciencia y sus determinaciones en el campo de las militancias puede


encontrar también argumentos en su favor en la filosofía de la ciencia. ¿De qué manera
puede esta disciplina contribuir al desmantelamiento de la supuesta determinación de lo
científicamente fundado en las vidas sexuales e identidades de género, como
históricamente demandan los activismos de las disidencias sexogenéricas? Al postular el
dimorfismo sexual, la ciencia legitima un ordenamiento normal/sano/típico. Si la filosofía de
la ciencia puede hacer efectiva su crítica a lo primero, queda al descubierto que la
normalización de ese ordenamiento pierde su supuesto sustento. Por otra parte, el enfoque
del reduccionismo interteórico constituye un tópico clásico de la filosofía de la ciencia del
siglo XX. Según sostuve, hay un reduccionismo genético en el nivel teórico que entra en
conflicto con el reduccionismo genital que parece guiar la práctica médica. Si atendemos
ambos reduccionismos, encontramos dos definiciones distintas de lo típicamente
masculino y lo típicamente femenino. La filosofía de la ciencia es la disciplina adecuada
para hacer patente esta tensión e intentar dar cuenta de ella. ¿Cómo podría hacerlo? En
primer lugar, las filosofías especiales de las ciencias deberían incorporar a las discusiones
sobre el reduccionismo interteórico el trabajo de explicitar los supuestos teóricos y
compromisos ontológicos sobre los que descansan ambos reduccionismos. En segundo
lugar, la filosofía de la ciencia debe discutir en relación con el dimorfismo sexual el papel
que cumplen los valores que por lo común se consideran extracientíficos, tanto en la
práctica de la ciencia y sus aplicaciones como en la misma elaboración de sus productos,
las teorías científicas.
Buena parte de estas tareas las han cumplido filósofas feministas de la ciencia que se han
dedicado a desenmascarar las justificaciones de las desigualdades sociales a partir de las
diferencias biológicas. También han denunciado que la visión científica del dimorfismo
sexual es, al menos, sesgada, y han puesto en cuestión la existencia misma de un método
científico, así como la propia noción de objetividad sobre la base de una crítica feminista
(cfr. Harding 1992, Harding 1995, Fox Keller y Longino 1996, Longino 1990, Maffia 2005). La filosofía hegemónica
de la ciencia tiene aún mucho camino que recorrer para asimilar esta crítica.

Por último, es necesario tener en cuenta, como sostienen las feministas, que el
conocimiento científico está lejos de describir el mundo tal cual es, de descubrir el “núcleo
natural” del sexo. El conocimiento científico se erige sobre compromisos y valores que son
extracientíficos. Debemos indagar hasta qué punto impera aún un realismo esencialista y
un reduccionismo científico que confluyen en la adopción de un binarismo de los sexos
(que se pretende que se traduzca en un binarismo de género) sobre la base de
compromisos ontológicos que no exigen necesariamente los “resultados científicos”.

Este binarismo ¿está en la base de los tratamientos a los que se someten las personas
trans cuando pretenden adecuar sus cuerpos a la “masculinidad” o a la “femineidad”? La
ciencia a la que acuden, ¿es la misma ciencia que l*s patologiza, que desconoce el cuarto
nivel del sexo (el psicosocial) o supone que depende y es efecto de los otros tres? La
ciencia a la que se acude para adecuar los cuerpos a la identidad de género, ¿es una
ciencia reduccionista que nunca reconocerá que una persona trans es masculina o
femenina porque así lo desea? ¿Continuará la ciencia arrogándose el derecho a definir los
sexos de acuerdo con los cromosomas, las gónadas y los genitales? ¿Es posible que la
ciencia reconozca que un hombre trans es simplemente un hombre y una mujer trans
simplemente una mujer? ¿Es posible pensar en términos filosóficos la identidad sin negar
las tensiones que surgen de considerar el papel de la ciencia detrás de las prácticas
reguladas por la ley sin dejar de reconocer en serio el deseo de las personas trans?

Si una persona trans decide someterse de manera libre a una operación quirúrgica, ¿se
somete necesariamente a adquirir las características típicas de un varón o de una mujer
porque los tratamientos médicos no ofrecen lugar a terrenos intermedios para habitar los
géneros? Si bien los tratamientos médicos tienden por lo general a una normalización, de
la mano de la ley argentina abren opciones nuevas, como argumentaré más adelante.

4. ¿Cómo puede ser la identidad de género?

Cuando se trata de sexo y de género, el lugar de la ciencia resulta cuestionable porque


ésta supuestamente porta una “verdad” que violenta, niega existencias, las excluye y las
silencia. Poner en cuestión los propios supuestos teóricos sobre los cuales el conocimiento
científico se erige es un modo importante de contribuir con una crítica genuina. Debemos
comprender que toda vez que las hipótesis científicas clasifican, definen, corrigen y
normalizan, lo hacen sobre la base de muchos compromisos que exceden por completo los
límites objetivos de sus casos confirmatorios.

Ahora bien, si tenemos en cuenta las posibilidades que la ley argentina habilita, ¿la ciencia
sólo reprime y patologiza la identidad de género? Propongo pensar la identidad de género
a partir de ciertas discusiones en el debate feminista y trans; en primer lugar, a partir de la
Bornstein 1994 Heyes
idea de identidad como transformación de ; en segundo lugar, siguiendo a
2003
, sugiero que la identidad de género es relacional; por último, y dado que la ciencia
ocupa sin duda un lugar en las transformaciones posibles y en el sistema relacional del
género en que estamos inmers*s, propongo pensar la identidad de género también como
biotecnológicamente producida, científicamente gestionada.

4.1 La identidad es transformativa

Las identidades trans, pensadas a la luz de los cambios -de DNI y de los cuerpos a través
de la medicina- que la ley argentina hace posible, pueden interpretarse como identidades
transformativas, como el deseo de convertirse en otro, en otra, en otre, de acuerdo con
Kate Bornstein.

Si se decide modificar el DNI, sólo cabe optar por ahora por “masculino” o “femenino”, con
lo que quedan fuera otras formas posibles de autopercibirse. Si bien esto puede
considerarse aún un pendiente de la ley, tampoco debe negarse que ella contribuye a que
sean más vivibles las vidas de muchas personas que, en conflicto con lo que señalan sus
documentos, se perciben a sí mismas como mujeres u hombres. Puede argumentarse,
junto con Butler 2006, que una vida vivible requiere varios grados de estabilidad, y que el
ajustarse a lo masculino o lo femenino puede ser en ocasiones una de las estabilidades
que hacen que nuestras vidas sean más tolerables.

Sin embargo, Butler 2006 también sostiene que, si las categorías en las que debemos
encasillarnos constituyen restricciones no llevaderas, no es vivible una existencia que debe
forzarse a ser encuadrada en ellas. Ahora bien, si afirmamos que la identidad es
transformativa, ello puede contribuir a la posibilidad de legislar para que se reconozcan
otras identidades, otras transformaciones posibles, no binarias. Las personas trans y sus
identidades no deben pensarse necesariamente en términos de la transición de femenino-
a-masculino o de masculino-a-femenino, pues justo la existencia de esas identidades
ponen en cuestión los géneros. En este sentido puede leerse la ley ya que, como señala
Blas Radi, “aunque la ley no tenía por objetivo desmontar el binario, de hecho sí lo hace y
enloquece sus categorías” (Radi 2018). De hecho, en noviembre de 2018, por primera vez en
Argentina y en América Latina, se permitió por medio de un fallo judicial la modificación de
una partida de nacimiento y el DNI para que no se consigne en ellos el sexo, ni masculino
ni femenino, si una persona no se identifica con ninguno de esos géneros (Radi 2018).

Según Bornstein, existen tantas experiencias verdaderas del género como personas que
creen que tienen género y más importante que el punto de vista de cada persona es el
hecho de que por fin los géneros comiencen a cuestionarse. El deseo transexual no debe
necesariamente comprenderse como adaptarse a ciertas categorías identitarias ya fijadas y
establecidas: “Para mí, el deseo es las ganas de experimentar alguien o algo que nunca he
experimentado, o que no estoy experimentando actualmente” (Bornstein 1994, p. 39; la
traducción es mía). La búsqueda de la identidad puede entenderse como un ejercicio de
transformación que interpreta el deseo mismo como una actividad transformadora.
Así, podemos comprender las identidades trans como transformativas, pero también
podemos pensar de este modo las identidades “ambiguas” y las “fluidas”:

Si la ambigüedad es una negativa a entrar en un código de género prescrito, la fluidez es la


negativa a permanecer en un género o en otro. La fluidez de género es la capacidad de
convertirse de manera libre y consciente en uno o varios géneros de un número ilimitado
de géneros, durante cualquier periodo de tiempo y a cualquier ritmo de cambio. La fluidez
de género no reconoce límites o reglas de género. Una identidad fluida es, por cierto, una
forma de resolver los problemas que implican los límites. Dado que la identidad de una
persona cambia, también lo hacen las fronteras y los límites individuales. ¡Es difícil cruzar
un límite que se mueve! (Bornstein 1994, pp. 51-52; la traducción es mía)

Si la identidad es transformativa, entonces es esencialmente mudable, lo que implica una


radical puesta en cuestión de los planteamientos filosóficos tradicionales, ya que carece de
sentido la postulación de -o la pretensión de hallar- un fundamento último que garantice
estabilidad. Por último, la idea de identidad como transformación podría postularse no sólo
para las identidades trans, fluidas o ambiguas, sino para todas las identidades
generizadas, incluso para las identidades cis, pues, ¿qué es ser un hombre? ¿Qué sienten
los hombres? ¿Qué es ser una mujer? ¿Cómo se siente una mujer?

4.2 La identidad es relacional

Tal como la define la ley argentina, ¿la identidad de género fundada en la autopercepción
implica necesariamente que es un producto individual? ¿Que se puede referir a una forma
de autenticidad, a un núcleo duro o fuero íntimo de l*s individu*s? Si aceptamos que la
identidad es transformativa, ¿las transformaciones son elegidas y llevadas a cabo por un*
sujet* aislad* y libre, cuya individualidad exalta esta idea?

Heyes critica la defensa ingenua de una suerte de libertad de expresión del género. De
hecho, cuestiona que Bornstein, a partir de su autobiografía, exalta el “voluntarismo” del
género y hace depender la identidad de género en forma exclusiva del deseo propio de l*s
individu*s, de su autopercepción. Pero el género, según Heyes, no puede pensarse como
la expresión de un sí mismo individual aislado; por el contrario, es relacional, está inserto
en sistemas de opresión: “no se comprende mejor el género simplemente como un atributo
de los individuos, sino como un conjunto de relaciones usualmente jerárquicas entre sujet*s
diferentemente generizad*s” (Heyes 2003, p. 1094).

A propósito de la ley argentina, podría cuestionarse que exalta -o supone de manera


ingenua- la autonomía y autodeterminación del género, y por lo tanto ensalza una idea
acrítica de libertad individual. Si bien la crítica es atendible, también puede matizarse. 11
Considero no sólo que la visión de Heyes puede compatibilizarse con la de Bornstein y con
la ley argentina, sino que es necesario poner en diálogo estas posiciones. Que las
identidades de género sean transformativas no implica que no sean relacionales, y la
inversa tampoco vale. Es en las relaciones de género -que, como afirma Segato 2003, son
relaciones jerárquicas y de poder- donde tiene lugar el deseo de transformación. No hay
posibilidad de autopercepción ni de reconocimiento sino dentro un sistema relacional.
Las identidades individuales no deben leerse como si se configuraran por fuera del sistema
opresivo que es el género, pues no hay tal cosa como habitar los géneros fuera de dicho
sistema. Si fuera posible habitar géneros fuera de los sistemas de opresión, no existiría la
violencia a la que las identidades trans son sometidas y no necesitaríamos leyes para
protegerlas. Es en el marco de las relaciones de género que las identidades se definen,
transforman y ponen en cuestión, y en ese contexto surgen tensiones irresolubles; por
ejemplo, ¿cuánto puede haber de deseo personal y cuánto de determinaciones ineludibles
en un sistema opresor? El papel de la ciencia da cuenta también de esta tensión:
transformarse para ser reconocid* en ocasiones implica dolorosamente ser violentamente
intervenid* por el sistema médico, pues las relaciones de opresión son relaciones
violentas.12 Los modos en que nos constituimos todas las personas como personas
generizadas no puede pensarse por fuera de la violencia biotecnológica.

Por último, si bien es cierto que, en general, cuando hablamos de binarismo nos referimos
al par de opuestos masculino/femenino -de acuerdo con el dimorfismo sexual científico y
con las “opciones” en el DNI-, las relaciones de género se comprenden mejor si tomamos
el binarismo sujeto universal (público)/sujetos minorizados, parciales (privado), tal como
sostiene Segato 2018a. De acuerdo con la autora:

[E]se binarismo determina la existencia de un universo cuyas verdades son dotadas de


valor universal e interés general y cuya enunciación es la figura masculina, y sus otros,
concebidos como dotados de importancia particular, marginal, minoritaria. El hiato
inconmensurable entre lo universalizado y central, por un lado, y lo residual minorizado, por
el otro, configura una estructura binaria opresiva y, por lo tanto, inherentemente violenta.
(Segato 2018a, p. 221; cursivas en el original)

Este binarismo da cuenta en particular de las relaciones de género y permite comprender


las identidades trans como identidades minorizadas en cuanto que están en desacato con
respecto al patriarcado, en la medida en que “desafía[n] el orden, la jerarquía patriarcal”
(Segato 2018b, p. 20). Esas identidades desacatadas, ¿logran un reconocimiento genuino o el
patriarcado simplemente “resuelve” incorporarlas -y replicarse a sí mismo- por medio de las
intervenciones médicas? ¿>Puede la ciencia ayudar a ampliar las libertades? O ¿sólo
somete más a las identidades trans? En el mismo sentido, ¿puede la ley contribuir a
ampliar las libertades? Más adelante argumentaré que, en lugar de volver a encasillar y de
reeducar los géneros, la ley argentina abre el espacio para un reconocimiento genuino.
¿Qué potencia tienen, entonces, la ley y la ciencia juntas?

4.3 La identidad es biotecnológicamente producida

Las prácticas biotecnológicas disciplinan y normalizan los cuerpos; por lo tanto, la gestión
biomédica de la identidad de género es violenta, como lo son las relaciones de género a
partir de las cuales se configuran todas las identidades. Sin embargo, la Ley de Identidad
de Género constituye una importante ampliación de los derechos.

Entonces, ¿qué lugar es justo reconocerles a las prácticas médicas y, en última instancia, a
los supuestos teóricos en los que se basan? Sin desatender las críticas, debe reconocerse
que las biotecnologías y el conocimiento científico que las fundamenta producen identidad,
la gestionan.13 Si la ciencia contribuye en la producción de la identidad de género por
medio de las biotecnologías, es necesario aceptar la tensión que estas técnicas expresan
en la medida en que ocupan un lugar productor y transformativo, a la vez que se basan
sobre hipótesis binarias. Estos supuestos teóricos no describen una realidad dada, pues no
le corresponde a la ciencia descubrir el núcleo natural del género, sino que produce
verdades en el nivel teórico que cimientan las prácticas biomédicas. Pero la ley permite
que, a su vez, las prácticas biomédicas contribuyan a producir identidades generizadas, no
necesariamente binarias, pues permite la constitución de identidades en total desajuste con
los supuestos teóricos que las componen. Si pensamos que las biotecnologías tienen este
papel, es posible potenciar el carácter transformativo y dar cuenta del carácter relacional
de las identidades.

Respecto del carácter transformativo de la identidad, no cabe duda de que los tratamientos
y procedimientos médicos pueden interpretarse como medios productores de identidad
porque el acceso a ellos habilita transformaciones en los cuerpos. En lo que se refiere a las
posibilidades que abre la ley, al no supeditar un tratamiento a otro ni obligar a ningún tipo
de tratamiento o procedimiento quirúrgico en particular, las transformaciones posibles se
multiplican: la ciencia contribuye de este modo a pensar cuerpos en desarmonía con la
“cadena causal normal” de fenómenos que van desde el nivel genético al gonadal y al
genital. Estos tres niveles pueden desacoplarse porque la ley establece una libertad total
respecto de la elección de tratamientos y procedimientos. Las transformaciones posibles
apelan, en su riqueza y diversidad, a la ciencia, y lo hacen con la posibilidad de
contradecir, de cuestionar, en cierta medida, el dimorfismo sexual binario, la cadena causal
de fenómenos “normales” que la ciencia postula y los reduccionismos (genético o genital).
Por otra parte, en tanto no se fuerzan esterilizaciones, se pueden producir otros tipos de
transformaciones como, por ejemplo, que una persona que no quiera ejercer el rol social de
“mujer-madre” pueda, sin embargo, gestar. Con esto, una de las consecuencias de la ley
es el cuestionamiento de importantes dogmas morales respecto de cómo deben ser las
familias y que pretenden fundamentarse en la “naturaleza” o la “biología”.

En cuanto al carácter relacional de la identidad, afirmé que ésta se configura a partir de


relaciones jerárquicas y violentas. En ese sistema de relaciones, el lugar de poder que
reviste la medicina en nuestra sociedad es innegable. Si aceptamos que el sistema médico
nos somete, oprime y normaliza, sería muy ingenuo afirmar que, una vez que se establece
la ley de identidad de género, la medicina, por fin, se pone sin titubeos “de nuestro lado”. Si
bien esto es así desde la perspectiva de la ley, las exigencias de las comunidades trans
ponen en cuestión, al menos en cierta medida, el saber-poder del sistema médico. Este
cuestionamiento -que se articula con la crítica de los géneros- se inscribe y se efectúa en
los cuerpos. Por otra parte, la ley obliga al sistema de salud: l*s médic*s deberán formarse
y los hospitales deberán equiparse para poder ofrecer los tratamientos y realizar los
procedimientos quirúrgicos que se soliciten. Por supuesto, no debe pensarse que la ley
“gana una batalla” contra el poder médico, pero éste debe reconocer, valorar y cuidar de
estas identidades desacatadas, porque la ley así lo exige. En última instancia, lo que
caracteriza el sistema jerárquico relacional del género, es tanto la violencia como el
desacato.

5. Conclusiones
Por medio de la ley argentina, que obliga al reconocimiento y al trato digno y posibilita el
cambio de DNI y el acceso a los tratamientos médicos, se está produciendo un hecho que
debe protegerse. No sólo se comienzan a reconocer identidades históricamente
violentadas, sino que se está gestionando una identidad de género que debe reconocerse
y, por lo tanto, debe protegerse, pues el reconocimiento acarrea un valor: exige protección,
ofrece un marco, otorga vivibilidad y habitabilidad en la propia vida y en el mundo. La ley
torna público lo que ciertos discursos contrarios a los derechos consideran privado (la
autopercepción): no sólo pone de manifiesto y desafía el binarismo masculino/femenino,
sino también el binarismo público/privado. Aquello que se produce por medio de la ley y por
medio de las transformaciones que ésta posibilita es la identidad de género, ya no como un
hecho íntimo, pero tampoco como un hecho “objetivo” a corroborarse o refrendarse, sino
como un hecho valuado: la identidad de género autopercibida debe respetarse,
reconocerse y protegerse.

Ahora bien, no sería justo enfatizar que las biotecnologías producen identidades de género
si esto soslaya el papel que desempeñan los distintos colectivos militantes respecto de la
constitución identitaria. En Argentina, los avances respecto del reconocimiento, así como
los cambios en los documentos de identidad que comienzan a consignar identidades no
binarias -ni varón ni mujer-, son el resultado de la lucha militante. En los últimos años, los
movimientos feministas y LGBTTIQ+ han logrado, entre otras cosas, incidir en la agenda
parlamentaria. Un ejemplo de esto es el debate por el aborto seguro, legal, gratuito y libre
en 2018. Asimismo, la creciente lucha de las comunidades trans introdujo en el debate
público la noción jurídica de “transfemicidio” o “travesticidio”. Por esa razón, debería
señalarse que la posibilidad de la constitución de identidades en desacato al patriarcado se
debe, de manera destacada, a estas luchas, de la mano de la ley y las biotecnologías.

La ley, en sí misma puede leerse como una superación de la discusión sobre la relación
entre el género y la biología, sobre si hay alguna base “natural” de los géneros. Es cierto
que la ley supera todo ese debate porque parece no dejar intersticios para que reingrese la
ciencia. Sin embargo, aquí he argumentado que, en las prácticas que la ley habilita, la
ciencia se inmiscuye y participa en la producción de ese hecho valuado que es la identidad.
La ciencia no sólo produce transformaciones “de hombre-a-mujer” o “de mujer-a-hombre”
(Bettcher 2007, Bettcher 2014) que permiten alcanzar grados de estabilidad importantes y
necesarios para muchas personas, sino que también invoca la multiplicidad de
transformaciones que podría producir y a las que la ley abre la puerta. Ya sea que se
busquen ciertas estabilizaciones, ya sea que se abra la posibilidad a nuevas
transformaciones, siempre que la ciencia interviene no es posible pensar que la vivibilidad
que implican unas u otras sea posible sin cierta violencia. Toda definición de l*s sujet*s
generizad*s, parciales, no universales, minorizad*s como mujer, como trans, como “otro del
hombre”, contiene la mediación de la violencia, y la violencia médica y científica es la
responsable de definirn*s y encasillarn*s. Si, como sostiene Butler, “la tecnología es un
locus de poder en el cual lo humano es producido y reproducido” ( Butler 2006, p. 27), entonces
¿pueden escapar a la violencia la constitución de la identidad de género y nuestras vidas,
en general, tan dependientes de las biotecnologías? Quizá en un futuro, si la ciencia nos
acompaña (o nos abandona), quizá en ese futuro (muy triste futuro para los negocios
médicos) ya no se sea necesario acudir a prácticas biotecnológicas para producir
identidades. Pero ese tiempo no ha llegado todavía.14
Referencias bibliográficas

Berkins, Lohana y Josefina Fernández, 2006, La gesta del nombre propio, Madres de Plaza
de Mayo, Buenos Aires. [ Links ]

Berkins, Lohana (comp.), 2015, Cumbia, copeteo y lágrimas. Informe nacional sobre la
situación de travestis, transexuales y transgéneros, 2a. ed., Madres de Plaza de Mayo,
Buenos Aires. [ Links ]

Bettcher, Talia Mae, 2007, “Evil Deceivers and Make-Believers: On Transphobic Violence
and the Politics of Illusion”, Hypatia, vol. 22, no. 3, pp. 43-65,
<https://doi.org/10.1111/j.1527-2001.2007.tb01090.x>. [ Links ]

Bettcher, Talia Mae, 2014, “Feminist Perspectives on Trans Issues”, en Edward N. Zalta
(comp.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy (edición primavera de 2014), disponible
en <), The Stanford Encyclopedia of Philosophy (edición primavera de 2014), disponible en
https://plato.stanford.edu/archives/spr2014/entries/feminism-trans/ >, consultado el
2/9/2018. [ Links ]

Bornstein, Kate, 1994, Gender Outlaw. On Men, Women and the Rest of Us, Routledge,
Nueva York, <https://doi.org/10.4324/9780203365991>. [ Links ]

Butler, Judith, 1990, Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, Routledge,
Nueva York, <https://doi.org/10.4324/9780203824979>. [ Links ]

Butler, Judith, 2006, Deshacer el género, trad. Patricia Soley-Beltrán, Paidós, Barcelona.
[ Links ]

Cabral, Mauro, 2015, “Post Scriptum”, en Berkins 2015, pp. 145-149. [ Links ]

Defreyne, Justine, Laurens D.L. van de Bruaene, Ernst Rietzschel, Judith van
Schuylenbergh y Guy G.R. T’Sjoen, 2019, “Effects of Gender-Affirming Hormones on Lipid,
Metabolic, and Cardiac Surrogate Blood Markers in Transgender Persons”, Clinical
Chemistry, vol. 65, no. 1, pp. 119-134, <https://doi.org/10.1373/clinchem.2018.288241>.
[ Links ]

Diamond, Milton y Keith Sigmundsen, 1997, “Sex Reassignment at Birth: A Long Term
Review and Clinical Implications”, Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine, no. 151,
pp. 298-304, <https://doi.org/10.1001/archpedi.1997.02170400084015>. [ Links ]

Fausto-Sterling, Anne, 2006, Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de


la sexualidad, trad. Ambrosio García Leal, Melusina, Barcelona. [ Links ]

Flores Bedregal, Teresa, 2003, “El género no debería ser una categoría dual”, Rebelión,
disponible en <Flores Bedregal, Teresa, 2003, “El género no debería ser una categoría
dual”, Rebelión, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=2876 >, consultado el
5/10/2018. [ Links ]

Fox Keller, Evelyn y Helen Longino, 1996, Feminism & Science, Oxford University Press,
Oxford. [ Links ]

Gaudillière, Jean-Paul, 2004, “Genesis and Development of a Biomedical Object: Styles of


Thought, Styles of Work and the History of the Sex Steroids”, Studies in History and
Philosophy of Biological and Medical Sciences, vol. 35, no. 3, pp. 525-543,
<https://doi.org/10.1016/j.shpsc.2004.06.003>. [ Links ]

Gilbert, Scott (comp.), 2006, Developmental Biology, 8a. ed., Sinauer, Sunderland, Mass.
[ Links ]

Giorgi, Gabriel, 2014, “Genética marcada”, en Informe Escaleno, disponible en


<http://www.informeescaleno.com.ar/index.php?s=articulos&id=269>. [ Links ]

Harding, Sandra, 1992, “After the Neutrality Ideal; Science, Politics and Strong Objectivity”,
Social Research, vol. 59, no. 3, pp. 567-587. [ Links ]

Harding, Sandra, 1995, “Strong Objectivity: A Response to the New Objectivity Question”,
Synthèse, vol. 104, no. 3, pp. 1-19, <https://doi.org/10.1007/BF01064504>. [ Links ]

Hausman, Berenice, 1995, Changing Sex: Transsexualism, Technology, and the Idea of
Gender, Duke University Press, Durham N.C., <https://doi.org/10.1215/9780822396277>.
[ Links ]

Heyes, Cressida, 2003, “Feminist Solidarity after Queer Theory: The Case of Transgender”,
Signs. Journal of Women in Culture and Society, vol. 28, no. 4, pp. 1093-1120,
<https://doi.org/10.1086/343132>. [ Links ]

Heyes, Cressida, 2018, “Identity Politics”, en Edward Zalta (comp.), The Stanford
Encyclopedia of Philosophy (edición otoño 2018), disponible en <), The Stanford
Encyclopedia of Philosophy (edición otoño 2018), disponible en
https://plato.stanford.edu/archives/fall2018/entries/identity-politics/ >, consultado el
05/11/2018. [ Links ]

Hughes, Ieuan A., Christopher Houk, Sied Faisal Ahmed y Peter Allen Lee, 2005,
“Consensus Statement on Management of Intersex Disorders”, Archives of Disease in
Childhood, vol. 91, no. 7, pp. 554-563, <https://doi.org/10.1136/adc.2006.098319>. [ Links ]

Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), 2016,


“Cuatro años de la ley de identidad de género”, disponible en <Instituto Nacional contra la
Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), 2016, “Cuatro años de la ley de
identidad de género”, disponible en http://www.inadi.gob.ar/2016/05/10/cuatro-anos-de-la-
ley-de-identidad-de-genero-en-argentina/ >, consultado el 20/10/2018. [ Links ]
Khan, Jenna, Robert L. Schmidt, Matthew J. Spittal, Zil Goldstein, Kristi J. Smock y Dina N.
Greene, 2019, “Venous Thrombotic Risk in Transgender Women Undergoing Estrogen
Therapy: A Systematic Review and Metaanalysis”, Clinical Chemistry, vol. 65, no. 1, pp. 57-
66 <https://doi.org/10.1373/clinchem.2018.288316>. [ Links ]

Longino, Helen, 1990, Science as Social Knowledge. Values and Objectivity in Scientific
Inquiry, Princeton University Press, Princeton. [ Links ]

Maffia, Diana, 2005, “Conocimiento y emoción”, Arbor, vol. 181, no. 716, pp. 516-521,
<https://doi.org/10.3989/arbor.2005.i716.408>. [ Links ]

Maffia, Diana, 2013, “Cuerpo para armar (y destrozar)”, Página/12, suplemento de Soy,
disponible en <Maffia, Diana, 2013, “Cuerpo para armar (y destrozar)”, Página/12,
suplemento de Soy, disponible en https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-
2959-2013-05-31.html >, consultado el 10/11/2018. [ Links ]

Maffia, Diana, 2015, “La Ley es un avance extraordinario”, en Río Negro, disponible en
<Maffia, Diana, 2015, “La Ley es un avance extraordinario”, en Río Negro, disponible en
https://www.rionegro.com.ar/region/diana-maffia-la-ley-es-un-avance-extraordinario-
DCRN_7983817 >, consultado el 10/11/2018. [ Links ]

Maffia, Diana y Mauro Cabral, 2003, “Los sexos ¿son o se hacen?”, en Diana Maffia
(comp.), Sexualidades migrantes. Género y transgénero, Feminaria, Buenos Aires, pp. 86-
96. [ Links ]

Money, John y Richard Green, 1969, Transsexualism and Sex Reassignment, Johns
Hopkins University Press, Baltimore. [ Links ]

Mouratian, Pedro, 2012, “Ciudadanía plena para todas y todos”, en Instituto Nacional
contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, Hacia una Ley de Identidad de
Género, disponible en <Mouratian, Pedro, 2012, “Ciudadanía plena para todas y todos”, en
Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, Hacia una Ley de
Identidad de Género, disponible en https://www.educ.ar/recursos/121188/hacia-una-ley-de-
identidad-de-genero >, consultado el 18/10/2018. [ Links ]

Radi, Blas, 2018, “Caro Gero y su nuevo DNI. Un mundo sin sexo legal”, Revista Anfibia,
disponible en < Un mundo sin sexo legal”, Revista Anfibia, disponible en
http://revistaanfibia.com/ensayo/mundo-sin-sexo-legal/ >, consultado el 20/11/2018.
[ Links ]

Raíces Montero, Jorge Horacio, 2010, “Epistemología de las intersexualidades”, en Jorge


Horacio Raíces Montero (comp.), Un cuerpo: mil sexos. Intersexualidades, Topia, Buenos
Aires, pp. 15-35. [ Links ]

Raymond, Janice G., 1979, The Transsexual Empire. The Making of the She-Male, Beacon
Press, Boston. [ Links ]
Rosenberg, Alex, 1997, “Reductionism Redux: Computing the Embryo”, Biology and
Philosophy, vol. 12, no. 4, pp. 445-470, <https://doi.org/10.1023/A:1006574719901>. [ Links
]

Rosenberg, Alex, 2006, Darwinian Reductionism. Or, How to Stop Worrying and Love
Molecular Biology, University of Chicago Press, Chicago. [ Links ]

Segato, Rita, 2003, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género
entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Universidad Nacional de
Quilmes, Buenos Aires. [ Links ]

Segato, Rita, 2018a, La guerra contra las mujeres, Prometeo, Buenos Aires. [ Links ]

Segato, Rita, 2018b, Contra-pedagogías de la crueldad, Prometeo, Buenos Aires. [ Links ]

Sengoopta, Chandak, 2006, The Most Secret Quintessence of Life. Glands, Sex, and
Bodies, 1850-1950, University of Chicago Press, Chicago. [ Links ]

1
Dado que me referiré a la Ley de Identidad de Género en Argentina, incluyo en la
categoría de “trans” a la comunidad travesti, transexual y transgénero argentina. Mi
inclusión de tales personas (de carne y hueso, o la inclusión posible de otras personas) en
una categoría específica se basa en particular en su forma de autodenominarse y
autoidentificarse como “trans”. Respecto del propio punto de vista de las comunidades,
véase el informe nacional sobre la comunidad argentina en Berkins 2015.

2
<http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/195000-199999/197860/norma.htm>,
consultado el 16/11/2018.

3
Para los menores de edad, el mismo artículo establece: “En el caso de las personas
menores de edad regirán los principios y requisitos establecidos en el artículo 5° para la
obtención del consentimiento informado. Sin perjuicio de ello, para el caso de la obtención
del mismo respecto de la intervención quirúrgica total o parcial se deberá contar, además,
con la conformidad de la autoridad judicial competente de cada jurisdicción, quien deberá
velar por los principios de capacidad progresiva e interés superior del niño o niña de
acuerdo con lo estipulado por la Convención sobre los Derechos del Niño y en la Ley
26.061 de protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes”. No me
detendré en la especificidad de la reglamentación para menores porque excede los
propósitos del trabajo.

4
Cfr. <http://yogyakartaprinciples.org/wp-content/uploads/2016/08/principles_sp.pdf>.
Consultado el 16/11/2018.

5
Aunque también se afirma en la bibliografía especializada que si los tratamientos se
realizan bajo un control médico estricto, no implican riesgos mayores. Esto es relevante
porque las personas trans en Argentina por lo común se someten a tratamientos poco
seguros, que no realizan médicos profesionales, situación que la Ley de Identidad de
Género busca también a revertir. Por otra parte, debe tenerse en cuenta la escasez de
estudios sobre la población trans y los efectos de las terapias hormonales. Sobre las
posiciones en conflicto respecto de los riesgos de la administración de estrógeno en
mujeres trans, véase Khan, Schmidt, Spittal, Goldstein, Smock y Greene 2019 . De hecho, allí se afirma no
sólo que escasean estudios sobre la población trans, sino también que los médicos clínicos
carecen de experiencia en el tratamiento de personas transgénero y que son reticentes a
recetar hormonas. La bibliografía actual sobre los riesgos de la administración de
testosterona a varones trans y de anti-andrógenos y estrógenos a mujeres trans, arroja
resultados si no contradictorios, al menos conflictivos, y la evidencia disponible es
insuficiente para afirmar el riesgo cardiovascular asociado a las terapias hormonales (cfr.
Defreyne, Van de Bruaene, Rietzschel, Van Schuylenbergh y T’Sjoen 2019
).

6
Por definición, son “intersexuales” los individuos que presentan caracteres sexuales
considerados masculinos y femeninos en grados variables. Según la Sociedad Intersex de
Norteamérica (Intersex Society of North America), “intersexual” designa una variedad de
condiciones en las cuales una persona nace con una anatomía sexual o reproductiva que
no se ajusta a las definiciones típicas de masculino o femenino.

7
L*s niñ*s intersex son por lo general intervenid*s en forma compulsiva cuando son muy
pequeñ*s para que sus cuerpos se ajusten a una apariencia masculina o femenina (cfr.
Raíces Montero 2010
). Por desgracia, sus derechos quedaron fuera de la ley de 2012 y
constituyen una deuda pendiente (Maffia 2013). En este trabajo, sólo me referiré a la
intersexualidad en la medida en que su existencia constituye, en los términos de la filosofía
de la ciencia, una “anomalía”, pero los procedimientos médicos a los que son sometid*s l*s
niñ*s intersex debe ser objeto de un análisis profundo al que no me dedicaré aquí.

8
Sobre la denominación DSD y las distintas clasificaciones y nomenclatura en pediatría,
véase Hughes, Houk, Ahmed y Lee 2005.

9
De acuerdo con la Sociedad Intersex de Norteamérica, una de cada cien personas no se
ajusta a los estándares de lo femenino o masculino, y una o dos de mil personas son
intervenidas quirúrgicamente para “normalizar” sus genitales.

10
También se ha desarrollado en la ciencia el denominado “paradigma hormonal” o la
“compresión bioquímica” de los sexos. Algunos autores cuestionan el hecho de que dicho
paradigma depende mucho de las exigencias de la industria y de los laboratorios ( Gaudillière
2004
). No me detendré en este debate, pues me alejaría de los propósitos de mi trabajo.
Sengoopta 2006
Para conocer la discusión, cfr. ; para un análisis detallado de los mecanismos
Gilbert 2006
hormonales, cfr. .

11
La militancia trans, de la que la ley es fruto, no se caracteriza en absoluto por la
apelación a la voluntad individual, ni deja jamás de pensar y denunciar las relaciones
sociales que oprimen las vidas de las personas trans. Estas personas tampoco dejan de
reconocer el papel constitutivo para sus identidades de las “familias” elegidas que permiten
sostener sus vidas cuando son expulsadas de sus hogares, de las instituciones educativas
y del mundo del trabajo (cfr. Berkins 2015). Por otra parte, tampoco parece razonable exigir
que una ley trastoque todas las costumbres y valores de la sociedad que pretende legislar:
el DNI es individual, y que no haya terceros que puedan intervenir en su cambio, además
de una excelente estrategia, es un modo de protección.

12
Véase el informe sobre la violencia a la que son sometidas las travestis, transgéneros y
transexuales en Argentina en Berkins 2015.

13
Las ideas de que las identidades son transformativas y que las producen las
biotecnologías, que el género no se ancla en características fijas, así como el
reconocimiento de la fluidez del género no deben interpretarse en modo alguno como
razones en favor del reconocimiento de un papel productor de identidad a las terapias
reparativas. Cabe señalar que, en Argentina, las terapias de reorientación de identidad u
orientación sexual están prohibidas por la Ley Nacional de Salud Mental (Ley 22.914) del
año 2010 —otro avance en materia de derechos que debe celebrarse—. En este sentido,
debe destacarse también que, en las Normas de Atención para la Salud de Personas Trans
y con Variabilidad de Género (WPATH), se señala en forma explícita que las personas
trans y con variabilidad de género no son personas enfermas. Véase la séptima versión, de
2012, disponible en <https://www.wpath.org/media/cms/Documents/SOC%20v7/SOC
%20V7_Spanish.pdf>, consultado el 25/07/2019.

14
Este trabajo se realizó gracias al apoyo del CONICET y la UBA. La autora agradece a los
revisores anónimos, cuyos comentarios y sugerencias enriquecieron el trabajo.

Recibido: 23 de Noviembre de 2018; Revisado: 27 de Julio de 2019; Aprobado: 22 de


Agosto de 2019

Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons

Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Coyoacán, Ciudad de México, Ciudad
de México, MX, 04510, (52-55) 5622-3437

dianoia@filosoficas.unam.mx

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy