Identidades Que Importan
Identidades Que Importan
Identidades Que Importan
Identities that Matter. Trans and Intersex, the Argentinian Law, and the Irruption of Science
Mariana Córdoba1
1
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas Universidad de Buenos Aires
marianacordoba@conicet.gov.ar
Resumen
Como resultado de las luchas de las disidencias sexogenéricas se han aprobado leyes en
todo el mundo que garantizan el reconocimiento de las identidades generizadas. La Ley de
Identidad de Género argentina (2012) ofrece una definición de “identidad de género”
opuesta a los enfoques biológicos y a la patologización y que respeta la voluntad individual
y niega todo lugar a los refrendos de terceros “autorizados”. Esta ley regula el acceso a
prácticas médicas para intervenir libremente los cuerpos. Ahora bien, los principios
científicos del dimorfismo sexual sobre los cuales descansan esos procedimientos suelen
denunciarse por reprimir, normativizar y patologizar en especial los cuerpos intersex.
Analizaré la cuestión de las identidades de género a la luz de esta tensión; por último,
argumentaré que la identidad es transformativa, relacional y biotecnológicamente
producida.
Abstract
As a result of the struggles of sex and gender dissidents, laws that guarantee the
recognition of gender-identities have been passed all around the world. The Argentinian
Gender Identity Law (2012) offers a definition of “gender identity” as opposed to biological
anchorages and pathologization, respecting personal will and leaving no room for
endorsement by “authorised” third parties. This law regulates the access to medical
practices to freely intervene bodies. However, the theoretical scientific principles of sexual
dimorphism on which these procedures are based on are usually denounced for repressing,
normalizing and pathologizing especially intersex bodies. I will analyse the issue of gender
identities in the light of this tension and, finally, I will argue that identity is transformative,
relational and biotechnologically produced.
En primer término, este trabajo tiene un objetivo programático: busco proponer una tarea
para la filosofía de la ciencia. En segundo lugar, el objetivo fundamental es avanzar hacia
la configuración de una noción filosófica propia de identidad que atienda el punto de vista
de las comunidades trans y que contribuya a pensar políticas transformativas para la
ampliación de derechos y reconocimiento de todas las personas.
Bornstein 1994
Argumentaré, con base en las ideas de , que la identidad de género es
Heyes 2003
transformativa y, siguiendo a , que es relacional. Asimismo, propondré que la
identidad de género es biotecnológicamente producida, una idea que contempla el papel
productivo del conocimiento científico detrás de las prácticas biomédicas. Argumentaré que
la ciencia no sólo corrige, reprime y patologiza, sino que también gestiona y produce
identidad.
En el artículo 1°, la ley establece el derecho a la identidad de género. Afirma que toda
persona tiene derecho “al reconocimiento de su identidad de género; al libre desarrollo de
su persona conforme a su identidad de género; a ser tratada de acuerdo con su identidad
de género y, en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que
acreditan su identidad respecto de el/los nombre/s de pila, imagen y sexo con los que allí
es registrada”. En el artículo 2°, la Ley ofrece una definición de “identidad de género”: “Se
entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada
persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del
nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”. Luego de la definición, en este
mismo artículo se establece la posibilidad, por la libre elección de cada persona, de
modificar el propio cuerpo de acuerdo con la identidad de género autopercibida. El texto
señala: “Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a
través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea
libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el
modo de hablar y los modales”. Y en su artículo 3° establece que “Toda persona podrá
solicitar la rectificación registral del sexo, y el cambio de nombre de pila e imagen, cuando
no coincidan con su identidad de género autopercibida”. En el artículo 11, “Derecho al libre
desarrollo personal”, se establece el derecho para toda persona mayor de edad de acceder
“a intervenciones quirúrgicas totales y parciales y/o tratamientos integrales hormonales
para adecuar su cuerpo, incluida su genitalidad, a su identidad de género autopercibida, sin
necesidad de requerir autorización judicial o administrativa”. Asimismo, se hace explícita la
independencia en el acceso, por un lado, a los tratamientos hormonales y, por otro, a los
procedimientos quirúrgicos: “Para el acceso a los tratamientos integrales hormonales, no
será necesario acreditar la voluntad en la intervención quirúrgica de reasignación genital
total o parcial. En ambos casos se requerirá, únicamente, el consentimiento informado de
la persona”.3 Por último, este artículo obliga a los prestadores de servicios médicos a
brindar los tratamientos y procedimientos quirúrgicos a los que se refiere la ley:
Los efectores del sistema público de salud, ya sean estatales, privados o del subsistema
de obras sociales, deberán garantizar en forma permanente los derechos que esta ley
reconoce. Todas las prestaciones de salud contempladas en el presente artículo quedan
incluidas en el Plan Médico Obligatorio, o el que lo reemplace, conforme lo reglamente la
autoridad de aplicación.
Por su parte, el artículo 12 establece el derecho al trato digno que debe recibir toda
persona:
Deberá respetarse la identidad de género adoptada por las personas, en especial por
niñas, niños y adolescentes, que utilicen un nombre de pila distinto al consignado en su
documento nacional de identidad. A su solo requerimiento, el nombre de pila adoptado
deberá ser utilizado para la citación, registro, legajo, llamado y cualquier otra gestión o
servicio, tanto en los ámbitos públicos como privados. […] En aquellas circunstancias en
que la persona deba ser nombrada en público deberá utilizarse únicamente el nombre de
pila de elección que respete la identidad de género adoptada.
Tanto las costumbres arraigadas en distintas sociedades como ciertas leyes (relativas, por
ejemplo, a los nombres y al sexo que debe consignarse en documentos de identidad)
dificultan el reconocimiento pleno de las identidades trans. Operan como vigilantes de las
disidencias, al señalarlas de manera permanente. Las prácticas violentas, como el
transodio y la transfobia -que suelen encarnarse en los más brutales asesinatos de
travestis- muestran hasta qué punto los derechos humanos de las personas trans son
permanentemente violados en distintas sociedades. En mayor o menor medida, estas
prácticas obstruyen el reconocimiento de las identidades trans, constituyen violaciones al
derecho al reconocimiento y a la vida digna. Los Principios de Yogyakarta también afirman
que la respuesta internacional que se ofrece a tales violaciones de los derechos humanos
no son consistentes ni están unificadas.
En segundo lugar, cuando afirmo que la ley no obliga a nada a las personas cuya
autopercepción de género es distinta de la registral, me refiero al hecho de que, a
diferencia de lo que ocurre en la legislación de otros países, la ley no exige ninguna
condición para el reconocimiento de la identidad de género: no es forzoso modificar el DNI
ni intervenir médicamente los cuerpos de ninguna manera. El cambio de DNI y el acceso a
los tratamientos hormonales y procedimientos quirúrgicos son opcionales; es suficiente el
deseo propio, la propia voluntad basada en la vivencia personal para la determinación de la
identidad de género que se establece de manera exclusiva en primera persona. La
autopercepción que funda la identidad no debe ser demostrada ni refrendada por una
tercera persona, es decir, no hay lugar para saberes periciales ni voces de terceros
“autorizados”, sean profesionales de la salud o funcionarios del poder judicial. Por lo tanto,
para el acceso a las prácticas médicas basta el consentimiento informado.
Entre las prácticas biomédicas a cuyo acceso regula la ley se hallan las intervenciones
quirúrgicas totales o parciales- y/o los tratamientos hormonales. No cabe duda de que,
para toda persona que quiera acceder a estas prácticas y que gracias a la ley puede
hacerlo de modo seguro y gratuito, dichas prácticas tienen una función emancipadora.
Como se ha señalado, la ley se muestra opuesta a reducir la vida humana a aquello que
supuestamente define la ciencia, sino que muestra un más sofisticado antirreduccionismo
intercientífico (o interbiológico), pues no sólo no es necesario intervenir los propios cuerpos
en modo alguno, sino que además es posible someterse a alguno de los tratamientos
disponibles y no a otros. Al determinar que el tratamiento hormonal no debe supeditarse a
la modificación genital, la ley expone un importantísimo antirreduccionismo: se niega que
ciertas características del cuerpo sean fundamentales para la determinación e
identificación de un género y, sobre esa base, que otras se reduzcan a ellas.
Hasta aquí no parece haber lugar para la ciencia o, mejor dicho, parece haber quedado
expresamente en su lugar: excluida de las determinaciones identitarias del género. Sin
embargo, las prácticas biomédicas que entran en escena, en la medida en que se
reglamenta y habilita su acceso, suponen, en sus aplicaciones o en la base de éstas,
ciertos principios teóricos, tanto biológicos como bioquímicos. Surge entonces una tensión
que la filosofía debe enfrentar. Las luchas por el reconocimiento de la identidad de género
sobre la base del deseo personal, así como otras reivindicaciones de los colectivos por las
disidencias sexogenéricas, han estado marcadas por la oposición radical a los
esencialismos naturalistas, a la supuesta determinación de la biología. Desde una
perspectiva aún más general, podría afirmarse, junto con Gabriel que politizar un fenómeno
es, ante todo, desnaturalizarlo y desbiologizarlo (Giorgi 2014). Y si bien en este caso la
reglamentación respecto de las prácticas médicas cumple una función emancipadora, esas
prácticas implican determinado conocimiento científico que depende de ciertos supuestos
teóricos que los propios activismos combaten.
También han surgido múltiples discusiones sobre los tratamientos biomédicos para
modificar los cuerpos, denominados en muchos países tratamientos de “transición” o de
“reasignación de sexo”. Por ejemplo, Hausman 1995 ha argumentado en contra de todo tipo de
intervención y tratamiento porque considera que las prácticas biomédicas, lejos de
contribuir a la ampliación de los derechos y del reconocimiento para las personas trans,
convierten el propio fenómeno de la “transexualidad” en algo completamente dependiente
de la medicina y de la biotecnología y que justifica las intervenciones. Por otra parte, se
suelen denunciar los efectos nocivos de estos tratamientos y los riesgos para la salud que
suponen.5 También se suele criticar que la ciencia y la medicina adopten el binarismo
hombre/mujer sobre la base de las definiciones biológicas del sexo y el dimorfismo sexual
(por ejemplo, Fausto-Sterling 2006, Gaudilliére 2004).
Desde un punto de vista foucaultiano, se suele afirmar que las prácticas biomédicas que
tienden a la patologización de las personas trans tienen la función de corregir, disciplinar y
normalizar los cuerpos. Diana Maffia cuestiona que el poder médico siga siendo el que
define lo “normal” y lo “anormal” ( Maffia 2013). La medicina detenta el poder de clasificar los
cuerpos sobre la base de cualidades como sanos/enfermos, normales/anormales,
típicos/anómalos y, en consecuencia, interviene los cuerpos que considera patológicos, lo
cual resulta evidente en el tratamiento de la intersexualidad, como se verá más adelante.
Las prácticas biomédicas normativizan al “curar” y “corregir” violentamente los cuerpos
intersexuales6 que, considerados “indescifrables” por la ciencia, son desde muy temprana
edad intervenidos médicamente con el fin de volverlos descifrables. 7 Ahora bien, las
intervenciones del biopoder sobre la intersexualidad y los tratamientos quirúrgicos y
hormonales que la Ley de Identidad de Género reglamenta se fundan en el mismo
conocimiento científico que respalda el supuesto del dimorfismo sexual.
A pesar de todo esto, para el caso de la ley argentina el acceso opcional a las prácticas es
una posibilidad que debe acompañarse porque responde a una demanda histórica. Si
seguimos a Butler 2006, podemos aseverar que si los tratamientos permiten que las vidas de
muchas personas sean más vivibles, su posibilidad debe celebrarse más allá de toda duda.
Sin embargo, también debe atenderse el hecho de que las prácticas biomédicas se erigen
sobre la base de supuestos teóricos relativos a las definiciones científicas del sexo que
deben revisarse. En este sentido, se puede sostener que la ciencia, que parecía haber sido
por fin confinada fuera del ámbito del deseo y la autodeterminación de la identidad de
género, se inmiscuye en la propia ley. La paradoja que debemos abordar es la de
considerar regresiva la intromisión de la biología en estas cuestiones y, a la vez, acudir a
(reglamentar, ampliar el acceso a, e incluso celebrar) ciertas prácticas biomédicas que se
basan, en última instancia, en la biología y la bioquímica. Tales prácticas no son
independientes de las condiciones de producción del conocimiento teórico que implican ni
de los propios compromisos teóricos realistas, reduccionistas, binarios y esencialistas que
el conocimiento científico supone. En la mayoría de los debates, el papel de la ciencia se
discute desde un punto de vista externo a la ciencia misma -un punto de vista que la
filosofía de la ciencia suele considerar externalista-. Lo que ocupa el centro de los debates
es la función normalizadora de la medicina, los efectos nocivos, los daños sobre los
cuerpos y los efectos psicológicos de los tratamientos; desde otras perspectivas, se
analizan los efectos sociales y políticos de los tratamientos, haciendo énfasis en que
contribuyen a la extensión de los derechos y del reconocimiento. No obstante, también es
necesario criticar los supuestos teóricos en el conocimiento biológico y bioquímico sobre
los que se erigen tanto los procedimientos quirúrgicos como los tratamientos hormonales,
una tarea que la filosofía de la ciencia no puede desconocer.
Como señalé, buena parte de los colectivos militantes cuestionan a la ciencia su derecho a
definirnos: lo que ella denomina “dimorfismo sexual” no es determinante de la identidad de
género. ¿En qué consiste el dimorfismo sexual científico? ¿Cómo caracteriza la biología
esa determinación binaria del sexo? La biomedicina distingue tres o cuatro niveles de
diferenciación sexual: 1) el nivel del sexo genético o cromosómico -cromosomas XX o XY-;
2) el nivel del sexo gonadal -ovarios o testículos- y 3) el nivel del sexo genital -vagina,
vulva, pene, próstata- determinados en el periodo fetal. Se suele añadir: 4) el nivel del sexo
psicosexual y el sexo social (que se determinaría en la pubertad), que incluye los
denominados “caracteres sexuales secundarios” (cfr. Maffia 2013).
2005, p. 554
; la traducción es mía).8 Así, se encuadran en esta denominación los casos de
personas que no presentan concordancia entre los tres niveles de la determinación sexual;
por ejemplo, personas que son XX, tienen ovarios y tienen genitales “de apariencia
masculina” y personas que son XY y tienen genitales “de apariencia femenina” o
“ambiguos”. Entre estas últimas se consideran más frecuentes las personas que presentan
distintos tipos de SIA (Síndrome de Insensibilidad a los Andrógenos). También hay
personas que presentan tanto tejido ovárico como testicular, y existe también la
intersexualidad cromosómica: personas que son X0 -que tienen sólo un cromosoma sexual
X, el único tipo de monosomía viable- o personas que presentan tres cromosomas
sexuales, XXY o XXX. En muchos de estos casos que se catalogan como “anormales” la
causa se considera conocida y, en otros, la causa es indeterminada.
Hay entonces casos en los que no se da de manera “normal” la “cadena causal” que va del
plano cromosómico al gonadal y al genital. Cuando esta cadena no tiene lugar, aunque la
ciencia lo considere fundamental, el sexo genético no es el aspecto que se privilegia al
intervenir a l*s niñ*s intersex. En general, ante los casos de infantes intersex, l*s médic*s,
en diálogo con (o a partir de la demanda de) madres y padres, con la intervención de los
comités de ética de los hospitales y de acuerdo con ciertos protocolos, deciden optar por
un sexo sobre la base de las características fenotípicas (del sexo genital) y dejan de lado el
sexo genético. Aquí estamos frente un problema, ante un fenómeno curioso -y sin duda
sugerente para la filosofía de la ciencia y el popular reduccionismo científico-: cuando hay
armonía entre los tres niveles, el criterio que cuenta es sólo uno, el genético; pero en los
casos en los que no hay armonía, la corrección se realiza sobre la base del sexo genital -
considerado, desde un punto de vista teórico, secundario, subsidiario del genético-. La
práctica biomédica parece realzar para ciertos casos un reduccionismo genital (reducir la
determinación sexual al plano fenotípico de los genitales), que entra en conflicto con el
reduccionismo genético imperante en biología. Y así como se suele cuestionar el
reduccionismo genital porque violenta las infancias intersex, del mismo modo la propia
existencia de la intersexualidad tiene que poner en entredicho el reduccionismo genético,
debe obligar a revisarlo.
Por otra parte, dado el reduccionismo genético que impera en conjunción con un realismo
científico ingenuo que sigue vigente entre científic*s y médic*s, se acepta que hay
disciplinas (o subdisciplinas) fundamentales que reflejan la realidad tal cual es, que ofrecen
una descripción objetiva de las entidades en sí mismas -de las entidades
autoidentificantes- y disciplinas (o subdisciplinas) que estudian realidades derivadas,
aparentes o secundarias, menos reales que las que estudian las ciencias fundamentales.
En este sentido, respecto de la diferenciación sexual resulta elocuente la referencia a un
cuarto nivel, el nivel psicosexual de la determinación del sexo. Se suele aceptar que hay
personas que no se identifican ni con el género masculino ni con el femenino, pero se
adjudica esta posibilidad de “ambigüedad” al nivel psicológico y social. La ciencia sostiene
que, por el contrario, en el nivel molecular las cosas son de un modo u otro, son así o no
son: XX o XY, con lo que se oculta la existencia de la intersexualidad en el nivel
cromosómico.
La filosofía general de la ciencia y las filosofías de las ciencias especiales tienen aquí un
campo importante de análisis: deben discutir los fundamentos teóricos de las disciplinas,
de la biología (evaluar las relaciones entre los distintos niveles de la determinación sexual y
dejar un lugar a la intersexualidad) y de la bioquímica (evaluar los fundamentos teóricos en
la base de las clasificaciones que se realizan a partir de las características de las
hormonas).
Por último, es necesario tener en cuenta, como sostienen las feministas, que el
conocimiento científico está lejos de describir el mundo tal cual es, de descubrir el “núcleo
natural” del sexo. El conocimiento científico se erige sobre compromisos y valores que son
extracientíficos. Debemos indagar hasta qué punto impera aún un realismo esencialista y
un reduccionismo científico que confluyen en la adopción de un binarismo de los sexos
(que se pretende que se traduzca en un binarismo de género) sobre la base de
compromisos ontológicos que no exigen necesariamente los “resultados científicos”.
Este binarismo ¿está en la base de los tratamientos a los que se someten las personas
trans cuando pretenden adecuar sus cuerpos a la “masculinidad” o a la “femineidad”? La
ciencia a la que acuden, ¿es la misma ciencia que l*s patologiza, que desconoce el cuarto
nivel del sexo (el psicosocial) o supone que depende y es efecto de los otros tres? La
ciencia a la que se acude para adecuar los cuerpos a la identidad de género, ¿es una
ciencia reduccionista que nunca reconocerá que una persona trans es masculina o
femenina porque así lo desea? ¿Continuará la ciencia arrogándose el derecho a definir los
sexos de acuerdo con los cromosomas, las gónadas y los genitales? ¿Es posible que la
ciencia reconozca que un hombre trans es simplemente un hombre y una mujer trans
simplemente una mujer? ¿Es posible pensar en términos filosóficos la identidad sin negar
las tensiones que surgen de considerar el papel de la ciencia detrás de las prácticas
reguladas por la ley sin dejar de reconocer en serio el deseo de las personas trans?
Si una persona trans decide someterse de manera libre a una operación quirúrgica, ¿se
somete necesariamente a adquirir las características típicas de un varón o de una mujer
porque los tratamientos médicos no ofrecen lugar a terrenos intermedios para habitar los
géneros? Si bien los tratamientos médicos tienden por lo general a una normalización, de
la mano de la ley argentina abren opciones nuevas, como argumentaré más adelante.
Ahora bien, si tenemos en cuenta las posibilidades que la ley argentina habilita, ¿la ciencia
sólo reprime y patologiza la identidad de género? Propongo pensar la identidad de género
a partir de ciertas discusiones en el debate feminista y trans; en primer lugar, a partir de la
Bornstein 1994 Heyes
idea de identidad como transformación de ; en segundo lugar, siguiendo a
2003
, sugiero que la identidad de género es relacional; por último, y dado que la ciencia
ocupa sin duda un lugar en las transformaciones posibles y en el sistema relacional del
género en que estamos inmers*s, propongo pensar la identidad de género también como
biotecnológicamente producida, científicamente gestionada.
Las identidades trans, pensadas a la luz de los cambios -de DNI y de los cuerpos a través
de la medicina- que la ley argentina hace posible, pueden interpretarse como identidades
transformativas, como el deseo de convertirse en otro, en otra, en otre, de acuerdo con
Kate Bornstein.
Si se decide modificar el DNI, sólo cabe optar por ahora por “masculino” o “femenino”, con
lo que quedan fuera otras formas posibles de autopercibirse. Si bien esto puede
considerarse aún un pendiente de la ley, tampoco debe negarse que ella contribuye a que
sean más vivibles las vidas de muchas personas que, en conflicto con lo que señalan sus
documentos, se perciben a sí mismas como mujeres u hombres. Puede argumentarse,
junto con Butler 2006, que una vida vivible requiere varios grados de estabilidad, y que el
ajustarse a lo masculino o lo femenino puede ser en ocasiones una de las estabilidades
que hacen que nuestras vidas sean más tolerables.
Sin embargo, Butler 2006 también sostiene que, si las categorías en las que debemos
encasillarnos constituyen restricciones no llevaderas, no es vivible una existencia que debe
forzarse a ser encuadrada en ellas. Ahora bien, si afirmamos que la identidad es
transformativa, ello puede contribuir a la posibilidad de legislar para que se reconozcan
otras identidades, otras transformaciones posibles, no binarias. Las personas trans y sus
identidades no deben pensarse necesariamente en términos de la transición de femenino-
a-masculino o de masculino-a-femenino, pues justo la existencia de esas identidades
ponen en cuestión los géneros. En este sentido puede leerse la ley ya que, como señala
Blas Radi, “aunque la ley no tenía por objetivo desmontar el binario, de hecho sí lo hace y
enloquece sus categorías” (Radi 2018). De hecho, en noviembre de 2018, por primera vez en
Argentina y en América Latina, se permitió por medio de un fallo judicial la modificación de
una partida de nacimiento y el DNI para que no se consigne en ellos el sexo, ni masculino
ni femenino, si una persona no se identifica con ninguno de esos géneros (Radi 2018).
Según Bornstein, existen tantas experiencias verdaderas del género como personas que
creen que tienen género y más importante que el punto de vista de cada persona es el
hecho de que por fin los géneros comiencen a cuestionarse. El deseo transexual no debe
necesariamente comprenderse como adaptarse a ciertas categorías identitarias ya fijadas y
establecidas: “Para mí, el deseo es las ganas de experimentar alguien o algo que nunca he
experimentado, o que no estoy experimentando actualmente” (Bornstein 1994, p. 39; la
traducción es mía). La búsqueda de la identidad puede entenderse como un ejercicio de
transformación que interpreta el deseo mismo como una actividad transformadora.
Así, podemos comprender las identidades trans como transformativas, pero también
podemos pensar de este modo las identidades “ambiguas” y las “fluidas”:
Tal como la define la ley argentina, ¿la identidad de género fundada en la autopercepción
implica necesariamente que es un producto individual? ¿Que se puede referir a una forma
de autenticidad, a un núcleo duro o fuero íntimo de l*s individu*s? Si aceptamos que la
identidad es transformativa, ¿las transformaciones son elegidas y llevadas a cabo por un*
sujet* aislad* y libre, cuya individualidad exalta esta idea?
Heyes critica la defensa ingenua de una suerte de libertad de expresión del género. De
hecho, cuestiona que Bornstein, a partir de su autobiografía, exalta el “voluntarismo” del
género y hace depender la identidad de género en forma exclusiva del deseo propio de l*s
individu*s, de su autopercepción. Pero el género, según Heyes, no puede pensarse como
la expresión de un sí mismo individual aislado; por el contrario, es relacional, está inserto
en sistemas de opresión: “no se comprende mejor el género simplemente como un atributo
de los individuos, sino como un conjunto de relaciones usualmente jerárquicas entre sujet*s
diferentemente generizad*s” (Heyes 2003, p. 1094).
Por último, si bien es cierto que, en general, cuando hablamos de binarismo nos referimos
al par de opuestos masculino/femenino -de acuerdo con el dimorfismo sexual científico y
con las “opciones” en el DNI-, las relaciones de género se comprenden mejor si tomamos
el binarismo sujeto universal (público)/sujetos minorizados, parciales (privado), tal como
sostiene Segato 2018a. De acuerdo con la autora:
Las prácticas biotecnológicas disciplinan y normalizan los cuerpos; por lo tanto, la gestión
biomédica de la identidad de género es violenta, como lo son las relaciones de género a
partir de las cuales se configuran todas las identidades. Sin embargo, la Ley de Identidad
de Género constituye una importante ampliación de los derechos.
Entonces, ¿qué lugar es justo reconocerles a las prácticas médicas y, en última instancia, a
los supuestos teóricos en los que se basan? Sin desatender las críticas, debe reconocerse
que las biotecnologías y el conocimiento científico que las fundamenta producen identidad,
la gestionan.13 Si la ciencia contribuye en la producción de la identidad de género por
medio de las biotecnologías, es necesario aceptar la tensión que estas técnicas expresan
en la medida en que ocupan un lugar productor y transformativo, a la vez que se basan
sobre hipótesis binarias. Estos supuestos teóricos no describen una realidad dada, pues no
le corresponde a la ciencia descubrir el núcleo natural del género, sino que produce
verdades en el nivel teórico que cimientan las prácticas biomédicas. Pero la ley permite
que, a su vez, las prácticas biomédicas contribuyan a producir identidades generizadas, no
necesariamente binarias, pues permite la constitución de identidades en total desajuste con
los supuestos teóricos que las componen. Si pensamos que las biotecnologías tienen este
papel, es posible potenciar el carácter transformativo y dar cuenta del carácter relacional
de las identidades.
Respecto del carácter transformativo de la identidad, no cabe duda de que los tratamientos
y procedimientos médicos pueden interpretarse como medios productores de identidad
porque el acceso a ellos habilita transformaciones en los cuerpos. En lo que se refiere a las
posibilidades que abre la ley, al no supeditar un tratamiento a otro ni obligar a ningún tipo
de tratamiento o procedimiento quirúrgico en particular, las transformaciones posibles se
multiplican: la ciencia contribuye de este modo a pensar cuerpos en desarmonía con la
“cadena causal normal” de fenómenos que van desde el nivel genético al gonadal y al
genital. Estos tres niveles pueden desacoplarse porque la ley establece una libertad total
respecto de la elección de tratamientos y procedimientos. Las transformaciones posibles
apelan, en su riqueza y diversidad, a la ciencia, y lo hacen con la posibilidad de
contradecir, de cuestionar, en cierta medida, el dimorfismo sexual binario, la cadena causal
de fenómenos “normales” que la ciencia postula y los reduccionismos (genético o genital).
Por otra parte, en tanto no se fuerzan esterilizaciones, se pueden producir otros tipos de
transformaciones como, por ejemplo, que una persona que no quiera ejercer el rol social de
“mujer-madre” pueda, sin embargo, gestar. Con esto, una de las consecuencias de la ley
es el cuestionamiento de importantes dogmas morales respecto de cómo deben ser las
familias y que pretenden fundamentarse en la “naturaleza” o la “biología”.
5. Conclusiones
Por medio de la ley argentina, que obliga al reconocimiento y al trato digno y posibilita el
cambio de DNI y el acceso a los tratamientos médicos, se está produciendo un hecho que
debe protegerse. No sólo se comienzan a reconocer identidades históricamente
violentadas, sino que se está gestionando una identidad de género que debe reconocerse
y, por lo tanto, debe protegerse, pues el reconocimiento acarrea un valor: exige protección,
ofrece un marco, otorga vivibilidad y habitabilidad en la propia vida y en el mundo. La ley
torna público lo que ciertos discursos contrarios a los derechos consideran privado (la
autopercepción): no sólo pone de manifiesto y desafía el binarismo masculino/femenino,
sino también el binarismo público/privado. Aquello que se produce por medio de la ley y por
medio de las transformaciones que ésta posibilita es la identidad de género, ya no como un
hecho íntimo, pero tampoco como un hecho “objetivo” a corroborarse o refrendarse, sino
como un hecho valuado: la identidad de género autopercibida debe respetarse,
reconocerse y protegerse.
Ahora bien, no sería justo enfatizar que las biotecnologías producen identidades de género
si esto soslaya el papel que desempeñan los distintos colectivos militantes respecto de la
constitución identitaria. En Argentina, los avances respecto del reconocimiento, así como
los cambios en los documentos de identidad que comienzan a consignar identidades no
binarias -ni varón ni mujer-, son el resultado de la lucha militante. En los últimos años, los
movimientos feministas y LGBTTIQ+ han logrado, entre otras cosas, incidir en la agenda
parlamentaria. Un ejemplo de esto es el debate por el aborto seguro, legal, gratuito y libre
en 2018. Asimismo, la creciente lucha de las comunidades trans introdujo en el debate
público la noción jurídica de “transfemicidio” o “travesticidio”. Por esa razón, debería
señalarse que la posibilidad de la constitución de identidades en desacato al patriarcado se
debe, de manera destacada, a estas luchas, de la mano de la ley y las biotecnologías.
La ley, en sí misma puede leerse como una superación de la discusión sobre la relación
entre el género y la biología, sobre si hay alguna base “natural” de los géneros. Es cierto
que la ley supera todo ese debate porque parece no dejar intersticios para que reingrese la
ciencia. Sin embargo, aquí he argumentado que, en las prácticas que la ley habilita, la
ciencia se inmiscuye y participa en la producción de ese hecho valuado que es la identidad.
La ciencia no sólo produce transformaciones “de hombre-a-mujer” o “de mujer-a-hombre”
(Bettcher 2007, Bettcher 2014) que permiten alcanzar grados de estabilidad importantes y
necesarios para muchas personas, sino que también invoca la multiplicidad de
transformaciones que podría producir y a las que la ley abre la puerta. Ya sea que se
busquen ciertas estabilizaciones, ya sea que se abra la posibilidad a nuevas
transformaciones, siempre que la ciencia interviene no es posible pensar que la vivibilidad
que implican unas u otras sea posible sin cierta violencia. Toda definición de l*s sujet*s
generizad*s, parciales, no universales, minorizad*s como mujer, como trans, como “otro del
hombre”, contiene la mediación de la violencia, y la violencia médica y científica es la
responsable de definirn*s y encasillarn*s. Si, como sostiene Butler, “la tecnología es un
locus de poder en el cual lo humano es producido y reproducido” ( Butler 2006, p. 27), entonces
¿pueden escapar a la violencia la constitución de la identidad de género y nuestras vidas,
en general, tan dependientes de las biotecnologías? Quizá en un futuro, si la ciencia nos
acompaña (o nos abandona), quizá en ese futuro (muy triste futuro para los negocios
médicos) ya no se sea necesario acudir a prácticas biotecnológicas para producir
identidades. Pero ese tiempo no ha llegado todavía.14
Referencias bibliográficas
Berkins, Lohana y Josefina Fernández, 2006, La gesta del nombre propio, Madres de Plaza
de Mayo, Buenos Aires. [ Links ]
Berkins, Lohana (comp.), 2015, Cumbia, copeteo y lágrimas. Informe nacional sobre la
situación de travestis, transexuales y transgéneros, 2a. ed., Madres de Plaza de Mayo,
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1
Dado que me referiré a la Ley de Identidad de Género en Argentina, incluyo en la
categoría de “trans” a la comunidad travesti, transexual y transgénero argentina. Mi
inclusión de tales personas (de carne y hueso, o la inclusión posible de otras personas) en
una categoría específica se basa en particular en su forma de autodenominarse y
autoidentificarse como “trans”. Respecto del propio punto de vista de las comunidades,
véase el informe nacional sobre la comunidad argentina en Berkins 2015.
2
<http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/195000-199999/197860/norma.htm>,
consultado el 16/11/2018.
3
Para los menores de edad, el mismo artículo establece: “En el caso de las personas
menores de edad regirán los principios y requisitos establecidos en el artículo 5° para la
obtención del consentimiento informado. Sin perjuicio de ello, para el caso de la obtención
del mismo respecto de la intervención quirúrgica total o parcial se deberá contar, además,
con la conformidad de la autoridad judicial competente de cada jurisdicción, quien deberá
velar por los principios de capacidad progresiva e interés superior del niño o niña de
acuerdo con lo estipulado por la Convención sobre los Derechos del Niño y en la Ley
26.061 de protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes”. No me
detendré en la especificidad de la reglamentación para menores porque excede los
propósitos del trabajo.
4
Cfr. <http://yogyakartaprinciples.org/wp-content/uploads/2016/08/principles_sp.pdf>.
Consultado el 16/11/2018.
5
Aunque también se afirma en la bibliografía especializada que si los tratamientos se
realizan bajo un control médico estricto, no implican riesgos mayores. Esto es relevante
porque las personas trans en Argentina por lo común se someten a tratamientos poco
seguros, que no realizan médicos profesionales, situación que la Ley de Identidad de
Género busca también a revertir. Por otra parte, debe tenerse en cuenta la escasez de
estudios sobre la población trans y los efectos de las terapias hormonales. Sobre las
posiciones en conflicto respecto de los riesgos de la administración de estrógeno en
mujeres trans, véase Khan, Schmidt, Spittal, Goldstein, Smock y Greene 2019 . De hecho, allí se afirma no
sólo que escasean estudios sobre la población trans, sino también que los médicos clínicos
carecen de experiencia en el tratamiento de personas transgénero y que son reticentes a
recetar hormonas. La bibliografía actual sobre los riesgos de la administración de
testosterona a varones trans y de anti-andrógenos y estrógenos a mujeres trans, arroja
resultados si no contradictorios, al menos conflictivos, y la evidencia disponible es
insuficiente para afirmar el riesgo cardiovascular asociado a las terapias hormonales (cfr.
Defreyne, Van de Bruaene, Rietzschel, Van Schuylenbergh y T’Sjoen 2019
).
6
Por definición, son “intersexuales” los individuos que presentan caracteres sexuales
considerados masculinos y femeninos en grados variables. Según la Sociedad Intersex de
Norteamérica (Intersex Society of North America), “intersexual” designa una variedad de
condiciones en las cuales una persona nace con una anatomía sexual o reproductiva que
no se ajusta a las definiciones típicas de masculino o femenino.
7
L*s niñ*s intersex son por lo general intervenid*s en forma compulsiva cuando son muy
pequeñ*s para que sus cuerpos se ajusten a una apariencia masculina o femenina (cfr.
Raíces Montero 2010
). Por desgracia, sus derechos quedaron fuera de la ley de 2012 y
constituyen una deuda pendiente (Maffia 2013). En este trabajo, sólo me referiré a la
intersexualidad en la medida en que su existencia constituye, en los términos de la filosofía
de la ciencia, una “anomalía”, pero los procedimientos médicos a los que son sometid*s l*s
niñ*s intersex debe ser objeto de un análisis profundo al que no me dedicaré aquí.
8
Sobre la denominación DSD y las distintas clasificaciones y nomenclatura en pediatría,
véase Hughes, Houk, Ahmed y Lee 2005.
9
De acuerdo con la Sociedad Intersex de Norteamérica, una de cada cien personas no se
ajusta a los estándares de lo femenino o masculino, y una o dos de mil personas son
intervenidas quirúrgicamente para “normalizar” sus genitales.
10
También se ha desarrollado en la ciencia el denominado “paradigma hormonal” o la
“compresión bioquímica” de los sexos. Algunos autores cuestionan el hecho de que dicho
paradigma depende mucho de las exigencias de la industria y de los laboratorios ( Gaudillière
2004
). No me detendré en este debate, pues me alejaría de los propósitos de mi trabajo.
Sengoopta 2006
Para conocer la discusión, cfr. ; para un análisis detallado de los mecanismos
Gilbert 2006
hormonales, cfr. .
11
La militancia trans, de la que la ley es fruto, no se caracteriza en absoluto por la
apelación a la voluntad individual, ni deja jamás de pensar y denunciar las relaciones
sociales que oprimen las vidas de las personas trans. Estas personas tampoco dejan de
reconocer el papel constitutivo para sus identidades de las “familias” elegidas que permiten
sostener sus vidas cuando son expulsadas de sus hogares, de las instituciones educativas
y del mundo del trabajo (cfr. Berkins 2015). Por otra parte, tampoco parece razonable exigir
que una ley trastoque todas las costumbres y valores de la sociedad que pretende legislar:
el DNI es individual, y que no haya terceros que puedan intervenir en su cambio, además
de una excelente estrategia, es un modo de protección.
12
Véase el informe sobre la violencia a la que son sometidas las travestis, transgéneros y
transexuales en Argentina en Berkins 2015.
13
Las ideas de que las identidades son transformativas y que las producen las
biotecnologías, que el género no se ancla en características fijas, así como el
reconocimiento de la fluidez del género no deben interpretarse en modo alguno como
razones en favor del reconocimiento de un papel productor de identidad a las terapias
reparativas. Cabe señalar que, en Argentina, las terapias de reorientación de identidad u
orientación sexual están prohibidas por la Ley Nacional de Salud Mental (Ley 22.914) del
año 2010 —otro avance en materia de derechos que debe celebrarse—. En este sentido,
debe destacarse también que, en las Normas de Atención para la Salud de Personas Trans
y con Variabilidad de Género (WPATH), se señala en forma explícita que las personas
trans y con variabilidad de género no son personas enfermas. Véase la séptima versión, de
2012, disponible en <https://www.wpath.org/media/cms/Documents/SOC%20v7/SOC
%20V7_Spanish.pdf>, consultado el 25/07/2019.
14
Este trabajo se realizó gracias al apoyo del CONICET y la UBA. La autora agradece a los
revisores anónimos, cuyos comentarios y sugerencias enriquecieron el trabajo.
Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons
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