VATTEL - Derecho de Gentes o Principios de La Ley
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Biblioteca
310423
N.°.
Arm . 32
Est . V - 32
4328
El Derecho de Gentes ,
Ó PRINCIPIOS
de la Ley Natural ,
Traducida al Español,
CORREGIDA Y AUMENTADA EN ESTA IMPRESION
CON UNA NOTICIA DE LA VIDA DEL AUTOR··
POR EL LICENCIADO
Don Manuel Maria Pascual Hernandez ,
Individuo del Ilustre Colegio de Abogados de esta
Corte, Auditor honorario de Ejército, y Académico
bonorario de la Real Academia Greco -Latina.
TOMO I.
MADRID 1834.
EXмO . SR.
EXMO . SR.
B. L. M. de V. E.
ADVERTENCIA.
ob
PREFACIO.
DE GENTES.
10
perfeccion de las demas cuanto en ella consista (1) .
14. Pero como los deberes para consigo mis-
mo son primero que los deberes para con los
demas , es claro que una nacion se debe prime-
ro á sí misma, y con preferencia á otra , todo lo que
puede hacer por su felicidad y perfeccion. Diga
lo que puede , no solo física , sino tambien mo-
ralmente , es decir , lo que puede hacer legítima-
mente con justicia y probidad. Porque si no pu-
diera contribuir al bien de otra , sin perjudicar-
se esencialmente á sí misma , su obligacion ce-
sa en esta ocasion particular , y se contempla á la
nacion en la imposibilidad de prestar este oficio.
- 15. Siendo las naciones libres é independien
tes unas de otras , pues que los hombres son na-
turalmente libres é independientes , la segunda
ley general de su sociedad es , que á cada nacion
se le debe dejar en el goze pacífico de aquella
libertad que recibe de la naturaleza . Imposible es
que la sociedad natural de las naciones subsista,
si en ella no se respetan los derechos que ha re-
cibido cada una de la naturaleza ; y asi lejos de
renunciar ninguna á su libertad , romperá mas bien
todo comercio con las que piensan atentar con.
tra ella.
16. De esta libertad é independencia se sigue ,
que es peculiar á cada nacion el juzgar sobre lo
que su conciencia exige de ella ; sobre lo que
puede ó no sobre lo que la conviene ó no la
conviene hacer , y por consiguiente , examinar
EL DERECHO DE GENTES .
LIBRO PRIMERO .
CAPITULO I.
(1 ) Habla de la Polonia.
31
encamina con arreglo á su caracter , y que para
esto es necesario tener del caracter un profundo
cabal conocimiento.1
CAPITULO III.
CAPITULO IV.
CAPITULO V.
CAPITULO VI.
CAPITULO VII.
CAPITULO VIII.
DEL COMERCIO.
!
103
CAPITULO IX.
CAPITULO X.
CAPITULO XI
3
SEGUNDO OBJETO DE UN BUEN gobierno , PROCURAR
LA VERDADERA FELICIDAD DE LA NACION.
CAPITULO XII.
1
DE LA PIEDAD Y DE LA RELIGION ( 1 ).
(1) Qui secus faxit , Deus ipse vindex erit......... Qui non
paruerit , capitale esto. De legib. lib. 2.
(2) Quas (religiones) non metu , sed ea conjunctione, quæ
est homini cum Deo , couservandas puto. Cicer. De leg. lib.
1. ¡Qué admirable leccion da un filósofo gentil á los cris
tianos ! "
TOMO I. II
134
ticada en público podrá desplegar su autoridad.
Su incumbencia es conservarla , y prevenir los
desórdenes y desavenencias que pudiera causar.
་
Para conservar la religion debe mantenerla en
la pureza de su institucion , procurar que se
observe fielmente en todos sus actos públicos y
sus ceremonias , y castigar á los que tengan la
osadia de atacarla abiertamente ; pero no puede
exigir por fuerza mas que el silencio , y jamás
debe constreñir á nadie á tomar parte en las
ceremonias esteriores , porque esta violencia pro-
duciria la inquietud y la hipocresía ( 1 ) .
1. La diversidad en las opiniones y en el culto
ha causado con frecuencia desórdenes y funes-
tas disensiones en el Estado ; y por esta razon
muchos no quieren sufrir mas que una sola y
misma religion. Al Soberano que se gobierne
por las reglas de la prudencia y de la equidad,
toca pesar las coyunturas , y ver si conviene
tolerar o proscribir el ejercicio de muchos cul-
tos diferentes.
135. Pero en lo general puede afirmarse de-
eididamente , que el medio mas seguro y equita-
tivo de prevenir las disensiones que puede cau-
sar la diversidad de religiones , es una toleran-
cia universal de todas aquellas que no encierran
peligro , sea en corromper las costumbres , sea
en ofender al Estado. Dejemos declamar á los
clérigos interesados ; los cuales no conculcarian
.
las leyes de la humanidad ni las de Dios mis-
mo para hacer triunfar su doctrina , si en ella
140
los negocios y hasta en el trabajo , esta sociedad
de santos por antifrasis , vendria á ser fácil y
segura presa del primer vecino ambicioso ; ó si
se la dejaba en paz , no sobreviviria á la primera
generacion ; porque consagrando los dos sexos á
Dios su virginidad , se negarian á las miras del
Criador , á la naturaleza y al Estado . Desagrada-
ble es para los misioneros que se lea con toda
evidencia en la historia de la Nueva Francia del
Padre Charlevoix , que sus trabajos fueron la
principal causa de la ruina de los Hurones. El
autor dice espresamente que muchos de estos
neófitos no querian pensar ya en otra cosa que
en las cosas de la fe ; que olvidaron su actividad
y su valor; que entre ellos yla nacion se intro-
dujo la discordia etc. Este pueblo › quedó bien
pronto destruido por los Iroqueses , á quienes
>
acostumbraba vencer anteriormente ( 1) .
141. A la inspeccion del Príncipe sobre los
asuntos y materias de religionohemos unidonla
autoridad sobre los ministros , y con razon ; por
que sin este último derecho es vano y muy in-
útil el primero , y tanto uno como otro emanan
de los mismos principios. Es absurdo y contrario
á los primeros fundamentos de la sociedad , que
algunos ciudadanos pretendan emanciparse de la
autoridad soberana en funciones que son tan im-
portantes al reposo , á la felicidad y á la salud
del Estado. Esto es establecer dos poderes inde
pendientes en una misma sociedad ; principio cier-
to de division , de discordia y de ruina . Solo hay
un poder supremo en el Estado' , en el cual va-
rían las funciones de los subalternos , segun su
1102.31
(1) ¡ Qué lejos estaba S. Ambrosio de tau chocante al-
tanería cuando reconoció el supremo poder de los sobe
ranos sobre todas las temporalidades de sus Estados , y
sobre imponer nuevas, contribuciones y tributos aun del
brazo eclesiástico, Exijame ( dice en su sermon contra el
obispo Arriano Auxencio los tributos que
tuviere por conveniente împoner : nosotros no lo rehusa-
rémos , pues los bienes de la Iglesia estan sujetos á ellos.
Si el emperador quiere apropiarse estos bienes , facultad
tiene para hacerlo , nadie de nosotros hará la menor re
sistencia ; las obligaciones del pueblo suplirán con
dancia al alivio de los pobres , y no lograrán nuestros ene-
migos hacernos odiosos por nuestra resistencia. Tome si
gusta el emperador estos bienes ; yo ni los rehuso , ni los
doy, porque no son mios. Si agros desiderat imperator. S. Am-
brosio Oper. tom. 2, edir. 1686 , pàg. 872, n.93. Estracto
del Juicio histórico t (anotuno sovið af colors
:
152
perimentaron vigorosa , resistencia hasta en ค un
pais donde se imagina comunmente que en • aque-
Ila época habia valor , pero muy pocas luces . El
Nuncio del Papa , para segregar á los suizos de
la Francia , publicó un, monitorio contra todos
los que favorecian á Carlos VIII , declarándolo
م s
excomulgados , si en término de quince dias no
se separaban de los intereses de este Principe,
para entrar en la confederación que se habia for.
mado contra él. Pero los suizos opusieron á, este
acto una protesta que le declaraba abusivo ,
la hicieron fijar en todos los parages de su obe-
diencia; mofándose de2 este modo de un proces,
dimiento, no menos absurdo 1) que contrario á los
derechos de los soberanos ( i ). Cuando hablemos,
de la fe de los tratados , referiremos muchas
pretensiones semejantes, doe 1.
147. Este poder de la Cyria Romana ha he-
cho nacer otro nuevo abuso que merece toda la
atencion de un sabio gobierno. Vemos diversos
paises , en los cuales una potestad extrangera dis-
tribuye las dignidades eclesiásticas y los mas
pingües beneficios ; hablo del Papa , que con ella
gratifica a sus criaturas, y muy frecuentemente
á personas que no son súbditos del Estado. ¿Es¬
te uso es tan contrario á los derechos de la na
cion , como á los prificipios de la politică mas
comun; pues un pueblo no debe recibir la ley
de los extrangeros , ni sufrir que se mezclen en
sus negocios y les priven de sus 1ventajas . ¿Y cómo
1.1.19
hay estados capaces de permitir que un
es que 109
extrangero disponga de puntos importantísimos
DE LA JUSTICIA Y DE LA POLICIA.
J
177
tituciones por estas palabras Imperatoriam majes
tatem non solum armis decoratam , sed etiam legi-
bus oportet esse armatam ; ut utrumque tempus et
bellorum et pacis rectè possit gubernari. El grado
de poder confiado por la nacion al gefe del Es-
tado , será tambien la regla de sus deberes y de
sus funciones en la administracion de la justicia .
Así como la nacion puede reservarse el poder
legislativo , ó confiarle á un cuerpo escogido ,
tiene tambien el derecho de establecer , si lo juz-
ga conveniente , un tribunal supremo para juz-
går de todas las contestaciones con independen-
cia del Príncipe ; pero el que gobierna debe na-
turalmente tener una parte considerable en la
legislacion , y aun puede tambien ser él solo de-
positario de ella ; en cuyo caso le toca establecer
leyes dictadas por lala sabiduría
sabiduría y la equidad ; y
en todos debe proteger las leyes , vigilar sobre
los que se hallan revestidos de la autoridad , y
contener á cada uno en su deber ,
162. El poder ejecutivo pertenece natural-
mente al soberano ó gefe de la sociedad , del
cual se le considera revestido en toda su esten-
sion cuando no se la restringen las leyes funda-
mentales. Una vez establecidas las leyes , el Prín-
cipe debe hacerlas ejecutar. Mantenerlas en vi-
gor , y hacer de ellas una justa aplicacion en
todos los casos que se presenten , es lo que se
llama hacer justicia , es el deber del soberano ,
que naturalmente es el juez de su pueblo ; y si
bien se han visto Príncipes de algunos pequeños
estados administrar la justicia , desempeñando
por sí misinos las funciones de jueces , este uso
es poco conveniente y aun imposible en un rei-
no vasto.
163. El mejor y mas seguro medio de dis-
178
tribuir la justicia es poner jueces íntegros é ilus-
trados , que conozcan en las diferencias que pue-
den suscitarse entre los ciudadanos. Es imposi-
ble que el Príncipe se encargue de este penoso
trabajo , porque ni tendria el tiempo necesario
para instruirse á fondo de todas las causas , ni
tampoco los conocimientos que se requieren pa-
ra juzgarlas . No pudiendo el Soberano desem-
peñar personalmente todas las funciones del go-
bierno , debe reservarse con un justo discerni-
miento aquellas á que pueda dar vado y que
sean las mas importantes , y confiar las demas á
oficiales ó magistrados que las ejerzan en su
nombre. No hay inconveniente alguno en con-
fiar el juicio de un proceso á un tribunal de
hombres sábios , íntegros é ilustrados ; antes bien
es lo mejor que puede hacer el Príncipe : y ha
cumplido en este punto con lo que debe á su
pueblo , cuando le ha dado jueces adornados de
todas las cualidades convenientes á los ministros
de la justicia , sin que le reste mas que velar
sobre su conducta para que no se relaje.
164. El establecimiento de los tribunales de
justicia es particularmente necesario para juzgar
las causas del fisco , es decir , todas las cuestio-
nes que pueden suscitarse entre los que ejercen
los derechos útiles del Príncipe y de los súbdi-
tos. Fuera mal visto y poco conveniente que un
Príncipe quisiese ser juez en su propia causa , y
sería muy dificil que resistiese á las ilusiones del
interes y del amor propio; y aun cuando pu-
diera hacerse superior á ellas , no debe espo-
ner su gloria á los siniestros juicios del vulgo .
Estas razones importantes deben tambien impe-
dirle cometer el juicio de las causas que le in-
teresan á ministros y consejeros particularmente
179
adictos á su persona. En todos los estados bien
organizados , en los paises que son un estado
verdadero y no el dominio de un déspota , los tri-
bunales ordinarios juzgan los procesos del Prín-
cipe con tanta libertad como los de los indivi-
duos particulares .
165. El objeto de los juicios es terminar con
justicia las diferencias que ocurran entre los ciu-
dadanos. Si pues las causas se instauran é ins-
truyen ante un juez de primera instancia que exa-
mina todos los pormenores , y verifica las prue-
bas ; es muy conveniente para mayor seguridad ,
que la parte condenada por este primer juez ,
pueda apelar de él á un tribunal superior , que
examine la sentencia , y la reforme si la halla mal
fundada : pero es necesario que este tribunal su-
premo tenga autoridad para pronunciar definiti-
vamente y sin devolucion , porque de otro mo-
do será vano el proceso , y la disputa no podrá
darse por conclusa.
La práctica de recurrir á la persona del Prín-
cipe , elevando queja al pie del trono , cuando la
causa se ha juzgado en última instancia , está
sujeta á graves inconvenientes ; porque es mas
fácil sorprender al Fríncipe por razones especio-
sas , que á un tribunal de magistrados versados
en el conocimiento del derecho ; y la esperiencia
nos muestra demasiado, cuáles son en una corte
los recursos del favor y de la intriga . Si las leyes
del estado autorizan esta práctica , el Príncipe de-
be siempre temer no se formen estas quejas con la
mira de causar largas dilaciones y alejar una me-
recida condena. Un soberano justo y sábio no las
admitirá sino con grandes precauciones ; y si anu-
la el fallo sobre que se versa la queja , no debe
juzgar la causa por sí mismo , sino cometer su
180
conocimiento á otro tribunal. Las ruinosas dila-
ciones de este modo de proceder , nos autori-
zan á decir que es mas conveniente y mas ven-
tajoso al Estado establecer un tribunal sobera-
no , cuyas sentencias definitivas no puedan ser
anuladas ni aun por el Príncipe. Basta para la
seguridad de la justicia que vele el soberano so-
bre la conducta de los jueces y magistrados , co-
mo debe velar sobre la de todos los oficiales del
estado , y que tenga el poder de buscar y casti-
gar á los prevaricadores.
166. Establecido ya un tribunal soberano , no
puede tocar el Príncipe á sus decretos , y en ge-
neral está absolutamente obligado á guardar y
mantener las formas de la justicia . Tratar de vio-
larlas es incidir en la dominacion arbitraria , á
la cual no puede presumirse que nacion alguna
haya querido someterse.
Cuando las formas son viciosas pertenece al
legislador reformarlas , y esta operacion hecha
ó procurada segun las leyes fundamentales , será
uno de los mas saludables beneficios que puede el
soberano derramar sobre su pueblo . Precaver á
los ciudadanos del riesgo de arruinarse por la de-
fensa de sus derechos , reprimir y sofocar al mons-
truo del embrollo , es á los ojos del sábio una
accion mas gloriosa que todas las proezas de un
conquistador.
167. La justicia se hace en nombre del sobe-
rano , el cual se atiene al juicio de los tribuna-
les , y toma justamente por derecho y justicia
el fallo que han pronunciado. Su incumbencia,
en esta parte del gobierno , se cifra en mante-
ner la autoridad de los jueces y en hacer ejecu-
tar sus sentencias , sin lo cual fueran vanas é ilu
sorias , y no se haria justicia á los ciudadanos.
181
168. Hay otra especie de justicia que se lla
ma atributiva ó distributiva , y consiste general-
mente en tratar á cada uno segun sus méritos.
Esta virtud debe reglar en un estado la distri-
bución de los empleos públicos , de los honores
y de las recompensas , porque una nacion debe
primeramente animar á los ciudadanos , escitar-
los á la virtud por honores y recompensas , y
confiar los empleos solo á aquellos sugetos ca-
paces de desempeñarlos. Debe tambien á los par-
ticulares la justa atencion de recompensar y de
honrar el mérito ; y bien que un Soberano sea
dueño de distribuir sus gracias y empleos á quien
le agrade , y que nadie tenga un derecho per-
fecto á ninguna carga ó dignidad , sin embargo
un hombre que por una grande aplicacion se ha-
lla dispuesto á servir útilmente á su patria , el
que ha hecho un señalado servicio al Estado ,
estos ciudadanos , digo , pueden quejarse con
justicia , si el Príncipe los deja en el olvido por
promover á gentes inútiles y sin mérito ; porque
es tratarlos con ingratitud condenable y muy
propia á estinguir la emulacion . Apenas hay fal-
ta que á la larga sea perniciosa en un estado ,
pues introduce en él un desaliento general , y es
preciso que dirigidos los negocios por manos
poco diestras tengan un mal éxito. Un estado
poderoso se sostiene algun tiempo por su pro-
pio peso ; pero al fin cae en la decadencia , y es-
ta es quizá una de las principales causas de las
revoluciones que se observan en los grandes im-
perios. El Soberano atiende á la elección de los
empleados , mientras se considera obligado á ve-
lar por su conservacion , y á estar sobre sí ; pe
ro desde que se cree alzado á un punto de po-
der у de grandeza que no le deja nada que te-
TOMO I. 14
182
mer , se entrega á su capricho , y el favor distri-
buye todos los empleos.
169. El castigo de los culpables se refiere
ordinariamente a la justicia atributiva , de la
cual es con efecto un ramo " en cuanto pide el
buen órden que á los malhechores se impongan
las penas que han merecido . Pero si la quiere
establecer con evidencia sobre sus verdaderos
fundamentos , es preciso ascender á los princi-
pios. El derecho de castigar , que en el estado
de naturaleza pertenece a cada particular ( 1 ) se
funda en el derecho de seguridad. Todo hom-
bre le tiene de ponerse á cubierto de las injurias
y de proveer á su seguridad por la fuerza con-
tra los que le atacan injustamente. Por este efec-
to puede infligir una pena al que le hace inju-
ria , tanto para ponerle fuera de la ocasion de
ofenderle despues ó para corregirle , como para
contener por su ejemplo á los que intentasen
imitarlo. Como la sociedad , cuando los hombres
se unen en ella , queda encargada en lo sucesi-
vo de proveer á la seguridad de sus miembros,
y en esta razon se despojan todos en favor de
ella de su derecho de castigar ; es claro que á ella
toca vengar las injurias particulares protegien-
do á los ciudadanos . Y como ella es una perso-
184
gar de establecer su teoría general , limitémo-
nos á decir que cada nacion debe escoger en
esta materia , como en cualquiera otra , las le-
yes mas adecuadas á las circunstancias ( 1 ).
171. Por lo tocante á la graduacion de las
penas no olvidemos que atendiendo al derecho
de castigar , y al fin legítimo de ellas , es nece-
sario contenerlas dentro de sus justos límites.
Puesto que las penas tienen por objeto procu-
rar la seguridad del Estado y de los ciudadanos,
jamas deben estenderse mas alla de lo que exige
esta seguridad. Decir que toda pena es justa
cuando el delincuente ha conocido de antemano
el castigo á que se esponia , es usar un lengua-
ge barbaro , contrario á la humanidad y á la ley
natural ; la cual nos prohibe hacer mal alguno
á los demas , á menos que no nos pongan en la
necesidad de infligírselo por nuestra defensa y
seguridad. Siempre que no es de temer mucho
una especie de delito en la sociedad ; cuando
las ocasiones de cometerlo son raras y los súbdi-
tos no propenden á ello , no conviene reprimir-
le con penas demasiado severas. Tambien debe
atenderse á la naturaleza del delito , y castigar-
le en proporcion de lo que interesa á la tran-
quilidad pública , á la salud de la sociedad y á
CAPITULO XVI.
CAPITULO XVII.
CAPITULO XVIII.
CAPITULO XIX.
CAPITULO XX.
CAPITULO XXI.
CAPITULO XXII .
CAPITULO XXIII.
DEL MAR.
EL DERECHO DE GENTES .
115
LIBRO SEGUNDO.
CAPÍTULO f.
1
DEBERES DE UNA NACION HACIA LAS DEMAS,
Ó DE LOS OFICIOS DE HUMANIDAD ENTRE
LAS NACIONES.
CAPITULO II.
1
DEL COMERCIO MUTUO DE LAS NACIONES.
:
296
comercio con los pueblos indianos ; pero ellas
se burlaron de una pretension tan injusta como
quimérica , y se acordó que se calificasen de jus-
tos motivos para hacerles la guerra los actos de
violencia dirigidos á sostenerla. Este derecho co-
mun á todas las naciones está hoy generalmen-
te reconocido bajo el nombre de libertad de co-
mercio.
25. Pero si debe una nacion en general cul-
tivar el comercio con las demas , y si cada una
tiene derecho de comerciar con todas las que
lo consientan ; tambien por otra parte debe evi-
tar todo comercio que no la produzca ventajas,
ó perjudique de cualquier manera al Estado.
( Lib. 1. S. 98. ) ; y pues que los deberes hacia sí
misma prevalecet , en caso de colision , sobre
los deberes relativos á las otras , tiene un pleno
derecho de arreglarse en cuanto á esto por lo
que le sea útil ó saludable ; y ya hemos visto
( Lib . 1. §. 92. ) , que pertenece á cada nacion juz-
gar si la conviene ó no hacer tal ó cual comer-
cio , aceptando ú desechando el que la propon-
gan los estrangeros , sin que puedan acusarla de
injusta , ni pedirla razones por ello ; y mucho
menos apremiarla , porque es libre en la admi-
nistracion de sus asuntos , y no tiene precision
de dar cuenta á nadie. La obligacion de comer-
ciar con las demas naciones es en sí imperfecta
( Prelim. §. 17. ) , y no produce sino un dere-
cho imperfecto , el cual cesa enteramente en el
momento que el comercio sea perjudicial . Cuan-
do los españoles atacaron á los americanos bajo
el pretesto de que se negaban á comerciar con
ellos , ocultaron con una vana disculpa su insa-
ciable avaricia.
26. Lo que acabamos de insinuar , junto con
297
lo que ya hemos dicho sobre esta materia en
el cap. 8. del lib. 1 , puede bastar para estable-
cer los principios del derecho de gentes natural
sobre el comercio mútuo de las naciones. En ge-
neral no es dificil establecer el deber de los pue-
blos en este punto , y lo que la ley les prescribe
para el bien de la gran sociedad del género hu-
mano. Pero como cada uno de ellos no tiene
mas obligacion que la de comerciar con los de-
mas hasta el punto de no perjudicarse á sí mis-
mo , y al fin todo viene á depender del juicio
que cada estado forme acerca de lo que puede
ó debe hacer en los casos particulares , no pue-
den las naciones contar sino sobre generalida-
des , como es la libertad que pertenece á cada
una de ejercer el comercio , y en lo demas sobre
derechos imperfectos dependientes de ageno jui-
cio , y por consiguiente siempre inciertos ; siendo
indispensable que apelen á los tratados y con-
venciones si han de asegurarse sobre reglas
precisas y constantes.
27. Puesto que una nacion tiene un pleno
derecho de reglarse con respecto al comercio so-
bre lo que la es útil ó saludable , puede hacer
sobre esta materia todos los tratados que juz-
gue á propósito , sin que ninguna otra tenga
derecho á ofenderse , con tal que estos tratados
no causen perjuicio á los derechos perfectos de
otra. La nacion falta á su deber , si por los com-
promisos á que se sujeta , se pone sin necesidad
ó sin poderosas razones en la imposibilidad de
poderse dedicar al comercio general que la na-
turaleza recomienda entre los pueblos. Pero co-
mo solo á ella la toca el juzgar sobre este pun-
to ( Prelim. §. 16. ) , las otras lo deben sufrir,
respetando su libertad natural , y aun suponer
298
que obra con justas razones , porque todo tra-
tado de comercio que no perjudica al derecho
perfecto de otra , está permitido entre las nacio-
nes , sin que ninguna pueda oponerse á su eje-
cucion : pero solo aquel tratado es en sí legíti-
mo y laudable , que respeta el interes general,
en cuanto es posible y razonable hacerlo en aquel
caso particular.
28. Como las promesas y los compromisos
espresos deben ser inviolables , toda nacion sá-
bia y virtuosa tendrá cuidado de examinar y pe-
sar maduramente un tratado de comercio antes
de concluirlo , y cuidará de no empeñarse en
nada que choque con los deberes hácia sí misma
y hácia las demas.
29. Las naciones pueden poner todas las cláu-
sulas y condiciones que tengan por convenien-
tes en sus tratados , porque son libres en hacer-
los perpétuos , ó temporales , ó dependientes de
ciertos acaecimientos . Lo mas conforme á la pru-
dencia es no obligarse para siempre , porque
pueden sobrevenir en lo sucesivo circunstancias
que hiciesen el tratado muy oneroso á alguna
de las partes contratantes. Tambien puede con-
cederse por un tratado un derecho precario , re-
servándose la libertad de revocarlo siempre que
se quiera ; pues ya hemos observado ( Lib . 1.
S. 94. ) que ni una simple permision , como tam-
poco un largo uso ( ibid. § . 95. ) , dan derecho al-
guno perfecto á un comercio. Y es preciso no con-
fundir estas cosas con los tratados , ni aun con
aquellos que solo producen un derecho precario.
•
30. Luego que una nacion se ha obligado
por un tratado , no tiene libertad de hacer en
favor de otras , contra el tenor de aquel , lo que
en otro caso las habria concedido , conforme á
299
los deberes de la humanidad , ó á la obligacion
general de comerciar entre sí. Porque no debien-
do hacer por otra sino lo que está en su poder,
es claro que habiéndose privado de la libertad
de disponer de una cosa , esta no está ya en po
der suyo . Y por consigui
ente , luego que una
nacion se ha obligado á vender á otra sola cier
tas mercancias ó géneros , como , por ejemplo,
granos , no puede venderlos en otra parte ; y
lo mismo es si se hubiese obligado á comprar
ciertas cosas de una nacion sola.
31. Pero se preguntará cómo y en qué ca
sos se permite á una nacion obligarse de suerte
que se prive de la libertad de cumplir sus debe-
res respecto de las demas. Como los derechos
hácia sí mismo son mas poderosos que los dere
chos hacia los otros , si una nacion encuentra su
bienestar y una ventaja sólida en un tratado
de esta naturaleza , la es sin duda permitido ce-
lebrarlo , y tanto mas , cuanto por eso no rom-
pe el comercio en general de las naciones ; pues
no hace mas que pasar un ramo del suyo por
otras manos , ó asegurar á un pueblo en par-.
ticular las cosas de que tiene necesidad. Si un
estado que carece de sal , puede asegurar este
artículo con otro estado , obligándose á no ven-
der á nadie sino á él sus granos ó sus ganados,
¿ quién duda que puede concluir un tratado tan
saludable ? Sus granos ó ganados son entonces
cosas de que dispone para satisfacer á sus pro-
pias necesidades ; pero segun lo que hemos ob-
servado en el §. 28 , solo mediando graves ra-
zones deben celebrarse pactos de esta naturale-
za ; y bien sean buenas ó malas , el tratado es
válido , y las demas naciones no tienen derecho
á oponerse (§. 27).
300
1 32. Siendo libre cada uno en renunciar sú
derecho , puede una nacion restringir su comer-
cio en favor de otra , obligarse á no traficar en
una cierta especie de mercancías , á abstenerse
de comerciar con tal ó cual pais , etc. Y si no ob.
serva sus promesas , obra contra el derecho per
fecto de la nacion con quien ha contratado , y
esta tiene derecho de reprimirla. Los tratados de
esta naturaleza no ofenden la libertad del co-
mercio , porque esta libertad consiste solamente
en que á ninguna nacion se ponga impedimen,
to en su derecho de comerciar con aquellas que
consienten en traficar con ella , y cada una es
libre en dedicarse á un comercio particular , ό
negarse á él , segun lo que juzgue de mayor in-
terés para el Estado .
$ 33. Las naciones no se dedican solamente
al comercio con objeto de procurarse las cosas
necesarias ó útiles , forman tambien con él un
manantial de riquezas. Por lo mismo , cuando
se trata de hacer una ganancia , es permitido á
todo el mundo tomar parte en ella ; pero el mas
activo previene legítimamente á los demas , apo-
derándose de un bien que es del primero que
le ocupa, sin que sea un óbice el que no se le
asegure todo por entero " si por otra parte tie-
ne algun medio legítimo de, apropiárselo. Lue-
go , pues , que una nacion posee por sí sola cier-
tas cosas , puede otra legitimamente adquirirlas
por un tratado , con la ventaja de comprarlas es-
clusivamente , y revenderlas á todo el pais . Y
siendo indiferente á las naciones la mano de
quien reciben las cosas que ་་ les son necesarias,
con tal de que se las vendan á un justo precio,
el monopolio de esta nacion no es contrario á
los deberes generales de la humanidad , si no se
301
prevale de él para dar á sus mercancías un pre-
cio inmoderado é injusto. Pero si abusa , para
hacer una escesiva ganancia , peca contra la ley
natural , privando á las demas naciones de una
comodidad ó de un placer que la naturaleza des-
tina á todos los hombres , ó haciéndosela com-
prar demasiado cara ; pero no las hace injuria,
porque en rigor , y segun el derecho esterno ,
el propietario de una cosa es dueño de guardar-
la , ó venderla al precio que quiera . Así es que
los holandeses se han hecho dueños del comer .
cio de la canela por un tratado con el rey de
Ceilan ; y las demas naciones no podrán quejar-
se , mientras su ganancia se contenga dentro de
justos límites.
Pero si se tratase de las cosas necesarias á
la vida , y el que hace el monopolio quisiese su-
birle á un precio escesivo , las demas naciones
estarian autorizadas , por el cuidado de su pro-
pia salud y por la ventaja de la sociedad humana ,
para unirse y hacer entrar en razon á un avaro
opresor. El derecho á las cosas necesarias es muy
diferente del que se tiene á las de comodidad ó
de placer , sin las cuales se puede pasar si es-
tan á muy alto precio. Seria un absurdo que la
subsistencia y la salud de los pueblos dependie .
sen de la avaricia ó del capricho de uno solo .
34. Una de las instituciones modernas mas
útiles al comercio es la de los cónsules , que son
unos empleados que en las grandes plazas de co-
mercio , y sobre todo en los puertos de mar , en
paises estrangeros , tienen la comision de velar
sobre la conservacion de los derechos y privile-
gios de su nacion , y terminar las diferencias que
puedan ocurrir entre sus comerciantes . Cuando
una nacion hace gran comercio en un pais , la
302
conviene tener un sugeto encargado de este mi-
nisterio ; y el Estado que la permite este co-
mercio , debiendo naturalmente favorecerle , de-
be tambien por esta razon admitir al cónsul. Pe-
ro como no está obligado absolutamente , y con
una obligacion perfecta , aquel que quiere tener
un cónsul , debe procurarse este derecho por el
tratado mismo de comercio.
Hallándose encargado el cónsul de los asun-
tos de su soberano y recibiendo sus órdenes,
permanece sujeto a él , y le es responsable de
sus acciones.
El cónsul no es un ministro público , segun
aparecerá de lo que diremos despues sobre el ca-
racter de los ministros en nuestro libro IV, y
no puede pretender las prerogativas de tal. Sin
embargo , como él está encargado de una co-
mision de su soberano , y recibido en esta cua-
lidad por aquel en donde reside , debe gozar has-
ta cierto punto de la proteccion del derecho de
gentes. El soberano que le recibe , se obliga tá-
citamente en este mismo hecho á darle toda la
libertad y seguridad necesarias para cumplir de
un modo conveniente sus funciones ; sin lo cual
la admision del cónsul seria vana é ilusoria.
Sus funciones exigen primeramente que no
sea súbdito del Estado en que reside , porque
estaria obligado á seguir sus órdenes en todas
las cosas , y no tendria la libertad de llenar las
funciones de su encargo.
Estas parecen exigir que el cónsul sea inde-
pendiente de la justicia criminal ordinaria del lu-
gar donde reside ; de suerte que no pueda mo-
lestársele ó prendérsele , á no ser que él mismo
viole el derecho de gentes por algun atentado
enorme.
303
Y aunque la importancia de las funciones con-
sulares no sea bastante relevada para que goce
la persona del cónsul de aquella inviolabilidad
y absoluta independencia de que gozan los mi-
nistros públicos ; como se halla bajo la protec-
cion particular del soberano que le emplea , y
encargado de velar sobre sus intereses , si come-
te alguna falta , los respetos debidos á su sobe-
rano piden que se le envien para ser castigados.
Asi es como se usa entre los Estados que quie-
ren vivir en buena inteligencia ; pero lo mas se-
guro es proveer , en cuanto se pueda , á todas
estas cosas por el tratado de comercio .
Wiquefort , en su Tratado del Embajador,
lib. I,
seccion 5 , dice : que los cónsules no go-
zan de la proteccion del derecho de gentes , r que
estan sujetos á la justicia del lugar de su resi
dencia, tanto por lo civil , como por lo criminal.
Pero los ejemplos que refiere son contrarios á
la opinion que sienta. Los estados generales de
las Provincias-Unidas , cuyo cónsul habia sido
atropellado y preso por el gobernador de Cádiz ,
produjeron sus quejas en la corte de Madrid,
como de una violencia que se habia hecho al de-
recho de gentes. Y en el año de 1634 la repú-
blica de Venecia pensó romper con el Papa Ur-
bano VIII , á causa de la violencia que el go-
bernador de Ancona habia hecho al cónsul ve-
neciano. El gobernador habia perseguido á este
cónsul , de quien sospechaba haber dado avisos
perjudiciales al comercio de Ancona , y en se-
guida se apoderó de sus muebles y papeles , y le
hizo emplazar , publicar y estrañar bajo el pre-
testo de haber hecho descargar , contra lo preve-
nido , mercancías en tiempo de peste. Tambien
hizo
arrestar al sucesor de este cónsul ; pero el
304
senado de Venecia pidió con mucho empeño la
reparacion de estos procedimientos ; y por la
mediacion de los ministros de Francia que te-
mian un rompimiento abierto , el Papa precisó
al gobernador de Ancona á dar satisfaccion á la
república.
En defecto de tratados la costumbre debe
servir de regla en estas ocasiones , porque aquel
que recibe un cónsul sin condiciones espresas,
se cree que le recibe bajo el pie establecido por
el uso (1).
CAPITULO III.
pensada esta cualidad : que asi los cónsules como los vice-
consules hayan indispensablemente de impetrar la Real
aprobacion , sin cuyo requisito no podrán ser admitidos
al uso de sus empleos : que donde haya necesidad de es-
tablecerse consules ó vice cónsules , por haberse aumen-
tado el comercio de la nacion que los nombre , puedan
hacer recurso á mi Real Persona , para que enterado de
la necesidad pueda acordarles esta gracia , si tuviese á
bien dispensar el que no los haya habido por lo pasado :
que por razon de cónsules no tengan otra graduacian que
la de unos meros agentes de la nacion (a), pues lo son
propiamente , y por tanto gozan el fuero militar , como
los demas estrangeros transeuntes que se entienda estar
exentos únicamente de los alojamientos, y todas cargas con-
cejiles y personales ; pero que al mismo tiempo , si los cón-
sules ó vice-cónsules comerciasen por mayor ó menor, sean
tratados como otro cualquiera individuo estrangero que
haga igual comercio : que sus casas no gocen de inmu
(a) En Real orden de 7 de Febrero de 1757 con mo-
tivo de haber algunos cónsules estrangeros , no obstan
te las repetidas Reales resoluciones declaratorias de sus
facultades , introducídose á conocer de negocios de pre-
sas , figurando una especie de tribunal en sus casas ; tu-
vo S. M. por conveniente prevenir el progreso de seme-
jantes abusos , y mandar á este fin á todos los goberna-
res por punto general, no permitan á los cóusules se
propasen en el uso de sus oficios , cuyo objeto y calidad se
reduce á la de unos meros agentes y protectores de las
personas de su nacion para solicitar que se les haga justicia.
306
género humano ; porque es independiente de
todo poder, y es un conjunto de muchos hom-
bres , mas digno de consideracion , sin duda,
que puede serlo cada individuo en particular.
Él Soberano representa á la macion toda , y reu-
ne en su persona toda la magestad de aquella;
por eso ningun particular , por libre é indepen-
diente que sea , puede compararse con un So-
berano , pues serta quererse igualar él solo á una
multitud de sus iguales. Las naciones y los sobe-
ranos tienen al mismo tiempo , no solamente
obligacion , sino derecho de mantener su digni-
dad , y de hacerla respetar , como una cosa im-
portante á su reposo y seguridad.
36. Ya hemos observado ( Prelim. S. 18.)
que la naturaleza tiene establecida una perfecta
igualdad de derechos entre las naciones inde-
མ
(1) Los Príncipes católicos reciben todavia del Papa tí-
tulos que tienen referencia á la Religion. Benedicto XIV
dió el de magestad fidelisima al Rey de Portugal , como
se ve en su bula concebida en un estilo imperfecto , y fe
cha del 23 de Diciembre de 1748.
315
los mismos hácia todos aquellos que no depen-
den de nosotros.
Pero este precepto de la ley natural no se
estiende mas allá de lo que es esencial á los mi-
ramientos y consideraciones que mútuamente se
deben las naciones independientes ; en una pa-
labra , mas allá de lo bastante para no quedar
duda en que se reconoce á un estado ó su sobe-
rano con verdadera independencia y soberanía;
y por consiguiente digno de cuanto es inheren-
te á esta cualidad . Por lo demas , siendo un
gran monarca persona muy importante en la so-
ciedad humana , segun ya hemos dicho , es na-
tural que en todo lo que es puramente ceremo-
nial y sin peligro de menoscabar de modo algu-
no la igualdad de los derechos de las naciones,
se le rindan los honores á que no podria aspi-
rar un príncipe pequeño ; y este no puede ne-
gar al monarca todas aquellas deferencias que
no atacan á su independencia y soberanía.
48. Toda nacion , todo soberano debe man-
tener su dignidad ( §. 35. ) haciendo que se le
rinda el acatamiento que es debido , y sobre to-
do no consintiendo que se falte en nada á su
dignidad ; y si tiene títulos y honores que le per-
tenecen segun el uso constante , puede y debe
exigirlos en las ocasiones en que va el interes de
su gloria.
Pero debemos distinguir entre la negligen-
cia ó la omision de lo que habria debido exigir,
segun el uso comunmente recibido , y' los actos
positivos contrarios al respeto y á la conside-
racion , que se llaman insultos. Cabe quejarse
de la negligencia , y si no hay reparacion de
ella , considerarla como una señal de malas dis-
posiciones ; pero hay derecho de perseguir has-
316
ta por la fuerza de las armas la reparacion de
un insulto. El Czar Pedro I se quejó en su ma-
nifiesto contra la Suecia, porque no se le ha-
bian hecho salvas de artillería á su paso por
Riga ; y si bien podia encontrar estraño y que-
jarse de que no se le hubiese hecho este honor,
mas estraño seria tomar de esto motivo para una
declaracion de guerra , y prodigar por ello la
sangre humana.
CAPITULO IV.
CAPITULO V.
CAPITULO VI.
CAPITULO VII.
CAPITULO VIII.
J
(1) La ley 6 del mismo tít. "y libro, y la ley 18,
1 tit, 20,
lib. 10 de la Recopilacion , disponen el modo de procederse
en los abintestatos de los ingleses transeuntes con arreglo
al art. 34 del tratado de Utrecht; y en los de los súbditos
del
el Rey de Cerdeña , y de los franceses transeuntes en
España , sin que tales disposiciones puedan estenderse al
caso de morir con testamento. 4TH 0 .
i
356
en su patria , sino conformándose con las leyes
de ella. Pero en cuanto á los bienes muebles,
como plata y otros efectos que posee en otra
parte, que tiene en su poder ó que siguen su
persona, conviene distinguir entre las leyes lo-
cales cuyo efecto no se estiende fuera del ter-
ritorio , y aquellas que afectan propiamente la
cualidad de ciudadano. Por lo mismo que el es-
trangero permanece ciudadano de su patria , es-
tá siempre ligado por estas últimas leyes donde
quiera que se halle , y debe conformarse con ellas
en la disposicion de sus bienes libres y muebles,
cualesquiera que sean , sin que le obliguen de
modo alguno las leyes de esta especie que rijan
en el pais donde se encuentra; y del cual no es
ciudadano; y asi es que un hombre que testa y
muere en un pais estrangero , no puede quitar
á su viuda la porcion de sus bienes muebles que
le conceden las leyes de su patria. Un ginebrino,
que por la ley de Ginebra tiene obligacion de
dejar una legítima á sus hermanos ó á sus pri-
mos, si son sus mas próximos herederos , no
puede privarlos de esta legítima testando en pais
estrangero, mientras subsista ciudadano de Gine-
bra; y un estrangero que muera en esta ciudad
no está obligado á conformarse en este punto
con las leyes de la república: Todo lo contrario
sucede en cuanto a las leyes locales , las cuales
reglan lo que puede hacerse en el territorio y
no se estienden fuera de él ; á las cuales no está
ya sometido el testador desde que ha salido del
territorio , ni siguen tampoco a los bienes que
se hallan fuera de él. El estrangero está obliga-
A
do á observar estas leyes en el pais en que tes .
ta , por lo que hace a los bienes que en él po-
see ; y por eso un neufchatelés ; á quien se pro-
357
hiben las sustituciones en su patria con respec-
to á los bienes que en ella posee , sustituye li-
bremente en los bienes que tiene en su poder,
y que no se hallan bajo la jurisdiccion de su pa-
tria si muere en un pais donde aquellas se per-
miten; y un estrangero que teste en Neufchatel
no podrá sustituir ni aun en los bienes mue-
bles que alli posee , á no ser que pueda decirse
que sus bienes muebles quedan esceptuados por
el espíritu de la ley.
I12. Lo que hemos probado en los tres pár-
rafos anteriores basta para manifestar la poquí-
sima justicia con que en algunos estados se
apropia el fisco los bienes que deja en él ún
estrangero á su fallecimiento ; pero esta prácti-
ca se funda en cierto derecho , por el cual los
estrangeros quedan escluidos de toda sucesion
en el estado , sea á los bienes de un ciudadano,
sea á los de un estrangero , y por consiguiente,
ni pueden ser instituidos herederos por testa-
mento , ni recibir legado alguno . Grocio dice
con razon ( Derecho de la guerra y de la paz,
capítulo 2, lib. 6, §. 14. ) , que esta ley viene de
los siglos en que los estrangeros eran casi repu-
tados por enemigos. Y aun cuando los Roma-
nos se distinguian ya por su civilizacion é ilus-
tracion , no podian acostumbrarse á mirar á los
estrangeros como hombres con quienes tuviesen
derecho comun. « Los pueblos , dice el juriscon-
sulto Pomponio , con quienes no tenemos ni
amistad , ni hospitalidad , ni alianza , no son nues-
tros enemigos ; sin embargo , si cae en sus ma-
nos una cosa que nos pertenece , son propieta-
rios de ella : los hombres libres se hacen sus escla-
vos , y estan en los mismos términos con respec-
to á los otros. » Es necesario creer que un pue-
TOMO I. 25
358
blo tan sabio no conservaba leyes tan inhumanas
sino por una retorsion necesaria ; pues no podia
de otro modo tomar razon de las naciones bár-
baras , con las que no tenia vínculo ni tratado
alguno. Bodino da el mismo origen á este dere-
cho , que en lo sucesivo se ha ido dulcificando ó
aboliendo en la mayor parte de los estados civili-
zados. El primero que le derogó fue el emperador
Federico II por un edicto que permite a todos
los estrangeros que mueran en los límites del
imperio, disponer de sus bienes por testamento;
ó si fallecen sin testar , dejar por herederos á sus
próximos parientes . Pero este mismo Bodino se
quejaba en su tiempo de lo mal que se ejecutaba
este edicto ; siendo muy estraño que en Europa,
tan ilustrada y llena de humanidad , hubiese to-
davía restos de un derecho tan bárbaro. La ley
natural solo puede tolarar su ejercicio por modo
de represalia , que es como le usaba el Rey de
Polonia en sus estados hereditarios ; y si bien
se estableció en Sajonia este derecho , su sobe-
rano , justo y equitativo , solo hace uso de él con-
tra las naciones que sujetan los sajones á su ob-
servancia ( 1).
113. El derecho de la moneda forera , que
se llama en latin jus detractus , es mas confor-
me á la justicia y á los deberes mútuos de las
naciones ; siendo aquel en cuya virtud el sobe-
rano retiene una porcion moderada de los bie-
nes , ó de los ciudadanos , ó de los estrangeros
CAPITULO IX.
1 CAPITULO XI.
DE LA USUCAPION Y DE LA PRESCRIPCION
ENTRE LAS NACIONES.
CAPITULO XII.
CAPITULO XIII.
CAPITULO XIV.
. CAPITULO XV.
DE LA FE DE LOS TRATADOS.
CAPITULO XVI.
CAPITULO XVII.
1
490
se la puede dar un sentido figurado , es preciso
hacerlo cuando es necesario para evitar el caer
en absurdo.
283. No es presumible que reuniéndose hom-
bres sensatos para tratar juntos , ó hacer cual-
quier acto serio , hayan pretendido no hacer
nada. La interpretacion que haría un acto nulo
y sin efecto es inadmisible. No puede mirarse
esta regla como una derivacion de la preceden-
te , porque es una especie de absurdo que los
términos mismos de una acta la reduzcan á no
decir nada. « Es preciso interpretarla de manera
que pueda tener su efecto , y no se encuentre
vano é ilusorio , y para verificarlo se procede,
como acabamos de decir en el párrafo anterior;
pues en uno y otro caso , lo mismo que en to-
da interpretacion , se trata de dar á las palabras
el sentido que debe presumirse ser mas confor-
me á la intencion de los que hablan. Si se pre-
sentan muchas interpretaciones diferentes , pro⚫
pias para evitar la nulidad del acto , ó el absur-
do, es preciso preferir lo que parece mas con-
veniente á la intencion del que dictó el acta; y
las circunstancias particulares ayudadas de otras
reglas de interpretacion servirán para hacerlas
conocer. Tucidides en el lib. 4, cap. 98, cuenta
que los atenienses , despues de haber prometi-
do salir del pais de los beocios , pretendieron
poder permanecer en él bajo el pretesto de que
las tierras que estaba ocupando su ejército no
pertenecian á estos : superchería ridícula , pues-
to que dando este sentido al tratado se le re-
ducia á nada , ó mas bien á un juego pueril . Por
las tierras de los beocios debia entenderse mani-
fiestamente todo lo que estaba comprendido en
sus antiguos límites , sin esceptuar aquello de
491
que se habia apoderado el enemigo durante la
guerra.
284. Si aquel que se enuncia de una mane-
ra obscura ó equívoca ha hablado en otra par-
te con mas claridad sobre la misma materia , es
el mejor intérprete de sí mismo. « Deben inter-
pretarse sus espresiones obscuras ó equívocas de
manera que estén de acuerdo con los términos
claros y sin ambigüedad de que usó en otra
parte, ya sea en el mismo acto , ya en otra oca-
»
sion semejante. En efecto , mientras no hay
prueba de que un hombre ha cambiado de vo-
luntad ó de modo de pensar , se presume que
ha pensado lo mismo en ocasiones semejantes;
de manera que si en alguna parte manifestó cla
ramente su intencion sobre cierta cosa , se debe
tambien dar el mismo sentido á lo que haya
dicho obscuramente en otra parte sobre la ma-
teria misma. Supongamos , por ejemplo , que
dos aliados han prometido reciprocamente , en
caso de necesidad, un contingente de diez mil
infantes mantenido á espensas del que los envia,
y que por un tratado posterior convienen en
que el contingente será de quince mil hombres,
sin hablar de su manutención : la obscuridad ó
la incertidumbre que resta en este artículo del
nuevo tratado , se disipa por la interpretacion
clara y formal del primero ; porque no manifes
tando los aliados que han mudado de voluntad
en cuanto á la manutencion de las tropas , nada
debe presumirse contra esta , y los quince mil
hombres serán mantenidos , como los diez mil
prometidos en el primer tratado. Lo mismo se
verifica , y con mayor razon , cuando se trata de
dos artículos de un mismo tratado , como , por
ejemplo , cuando promete un Príncipe diez mil
492
hombres mantenidos y pagados para la defensa
de los estados de su aliado , y el otro artículo
solo cuatro mil hombres , en caso que este haga
una guerra ofensiva .
285. Sucede muchas veces que por abreviar
se espresa imperfectamente y con alguna obscu-
ridad , tanto lo que se supone suficientemente
aclarado por las cosas que precedieron , como
tambien lo que se trata de esplicar en adelante;
У ademas las espresiones tienen una fuerza , y
aun á veces una significacion enteramente dife
rente , segun la ocasion , segun su conexion y
su relacion con las demas palabras, La union y
la série del discurso es tambien un manantial
de interpretacion , y por tanto es « preciso con-
siderar el discurso todo entero para empaparse
bien en su sentido , y dar á cada palabra , no
tanto la significacion que podria recibir en sí
misma, como la que debe tener por la contes-
tura y el espíritu del discurso . » Tal es la má-
xima del derecho romano : incivile est , nisi tota
lege perspecta , una aliqua particula ejus propo
sita , judicare vel respondere. Digest. lib. 1.º tit. 3.º
De legibus , leg. 24.
286. La conexion y la relacion de las cosas
mismas sirven tambien para descubrir y esta-
blécer el verdadero sentido de un tratado , ό
de otro acto cualquiera. La interpretacion debe
hacerse de manera que todas las partes tengan
entre sí consonancia , y que lo que sigue con-
cuerde con lo anterior ; á menos que no apa-
rezca manifiestamente que por las últimas cláu
sulas se ha pretendido mudar alguna cosa de las
precedentes ; porque se presume que los auto-
res de un acto han pensado de una manera uni-
forme y sostenida , que no han querido cosas
493
que formen un todo desigual , ni envuelvan con-
tradicciones ; sino mas bien que quisieron espli-
car las unas por las otras , y en una palabra,
que un mismo espíritu reina en una misma obra
y en un mismo tratado , lo cual se hará mas
comprensible con un ejemplo. En un tratado
de alianza se establece , que siendo atacado uno
de los aliados , cada uno de los demas le sumi-
nistrará un contingente de diez mil infantes, pa-
gados y mantenidos , y en otro artículo se dice,
que el aliado á quien se atacó , tendrá libertad
de pedir este contingente en caballería , mas
bien que en infantería. Aqui vemos que en el
primer artículo tienen determinada los aliados
la cantidad del socorro y su valor , á saber, diez
mil infantes ; y en el último artículo dejan la
naturaleza del socorro á la eleccion del que le
necesite , sin que parezca que quisiesen variar
en nada su valor ó su cantidad . Si , pues , el
aliado á quien se atacó pide caballería , se le
dará , segun la proporcion conocida , el equiva-
lente de diez mil hombres de á pie. Pero si pa-
reciere que el fin del último artículo fue ampli-
ficar en cierto caso el contingente prometido ; si,
por ejemplo , se decia que llegando á verse ata-
cado uno de los aliados por un enemigo mucho
mas poderoso que él y fuerte en caballería , se
le diese el socorro en caballos , y no en infan-
tes ; parece que entonces , y para este caso , de-
beria ser el contingente de diez mil caballos .
Como dos artículos de un mismo tratado
pueden ser relativos el uno al otro , tambien
pueden serlo dos tratados diferentes , y en este
caso se esplican el uno por el otro. Suponga-
mos que se prometiese á uno , en vista de cier-
ta cosa , darle diez mil fanegas de trigo, y que
494
despues se trata de que en lugar de trigo se le
dé avena. Es verdad que no se espresa la can-
tidad de avena , pero se determina comparando
el segundo convenio con el primero. Si no apa-
rece cosa por donde se infiera que por el segun.
do convenio se pretendió disminuir el valor de
lo que debia darse , es preciso entender una
cantidad de avena proporcionada al valor de
diez mil fanegas de trigo ; pero si aparece ma-
nifiestamente por las circunstancias y motivos
del segundo convenio , que la intencion fue re-
ducir el valor de lo que se debia en lugar del
primero, las diez mil fanegas de trigo se con-
vertirán en diez mil de avena.
287. La razon de la ley ó del tratado , es
decir , el motivo que se tuvo para hacerlos , y
la mira que se propusieron para ello , es uno de
los medios mas seguros de establecer su verda-
dero sentido ; y se debe poner grande atencion
siempre que se trata , ó bien de esplicar un pun-
to obscuro , equívoco é indeterminado , ya de
una ley, ya de un tratado , ó bien de aplicarle
á un caso particular. « Desde que se conoce cier-
tamente la razon que determinó por sí sola la
voluntad del que habla , es preciso interpretar
sus palabras y aplicarlas de un modo convenien-
te á esta razon única , » pues de otro modo se
le haria obrar y hablar contra su intencion y
de un modo opuesto á sus miras . En virtud de
esta regla un Príncipe que dando su hija en
matrimonio haya prometido un contingente de
tropas á su yerno futuro en todas sus guerras,
nada le debe si no se efectúa el matrimonio.
Pero es necesario estar bien seguro de que
se conoce la verdadera y única razon de la ley
de la promesa ó del tratado , porque no es líci-
495
to abandonarse á conjeturas vagas é inciertas, y
suponer razones y designios donde no se pre-
sentan bien conocidos. Si el acto de que se tra-
ta es obscuro en sí mismo , y si para conocer
su sentido no queda otro medio que averiguar
las miras del actor ó la razon del acto , puéde-
se entonces recurrir á conjeturas , y en defecto
de la certeza admitir por verdadero lo que es
mas probable ; pero es un abuso peligroso ir sin
necesidad a buscar razones y miras inciertas pa-
ra descaminar , restringir ó ampliar el sentido
de un acto bastante claro en sí mismo , que no
presenta nada de absurdo , pecando contra la
máxima incontestable de que no es permitido
interpretar lo que no tiene necesidad de inter-
pretacion (S. 263). Mucho menos será lícito ,
cuando el autor de un acto ha enunciado él
mismo razones y motivos , atribuirle alguna ra-
zon secreta para fundar una interpretacion con-
traria al sentido natural de los términos. Aun
cuando hubiera tenido en efecto la mira que se
le presta , si él la ocultó , y si enunció otras , la
interpretacion no puede fundarse mas que en
estas , y no sobre la que el autor espresó , to-
mándose por verdad contra él lo que declaró
suficientemente (§. 266).
288. Tanto mas circunspectos debemos ser
en esta especie de interpretacion , cuanto que fre-
cuentemente muchos motivos concurren á deter-
minar la voluntad del que habla en una ley ó
en una promesa. Sucede tambien que solo se ha-
ya determinado la voluntad por la reunion de
todos estos motivos , ó que cada uno por sepa-
rado hubiese sido bastante para determinarla. En
"
el primer caso , si hay certeza de que el legis-
lador ó los contratantes no han querido la ley
496
ó el contrato , sino en consideracion de muchos
motivos y muchas razones tomadas en globo , la
interpretacion y aplicacion deben hacerse de una
manera conveniente á todas estas razones reuni-
das y no se puede despreciar ninguna ; pero en
el segundo caso , cuando es evidente , « que cada
una de las razones que han concurrido á deter-
minar la voluntad era suficiente para producir es-
te efecto , de suerte que el autor del acto de que
se trata , hubiese querido por cada una de estas
razones , tomadas separadamente , lo mismo que
quiso por todas juntas , sus palabras deben inter-
pretarse y aplicarse de manera que puedan con-
venir á cada una de estas razones , tomadas en
particular. » Supongamos que un príncipe haya
prometido ciertas ventajas á todos los protestan-
tes y artesanos estrangeros que vengan á estable-
cerse en sus estados : si este príncipe no tiene es-
casez de súbditos , sino solo de artesanos , y si
por otra parte parece que no quiere otros súb-
ditos que protestantes , debe interpretarse su pro-
mesa de modo que solo mire á los estrangeros
que reunan las dos calidades de protestante y de
artesano . Pero si es evidente que este príncipe
trata de poblar su pais , y que prefiriendo los
súbditos protestantes á otros , hay en particular
tan gran necesidad de artesanos que recibirá sin
dificultad á todos, de cualquiera religion que sean ,
es necesario tomar sus palabras en un sentido
disyuntivo ; de suerte que bastará ser , ó protes-
tante , ó artesano , para gozar de las ventajas pro-
metidas.
289. Para evitar las dilaciones y la dificultad
de la espresion , llamaremos razon suficiente de
un acto de la voluntad la que ha producido aquel
que determinó la voluntad en la ocasion de que
497
se trata; bien sea que la voluntad haya sido de-
terminada por una sola razon , ó bien que lo ha-
ya sido por muchas juntas. Se hallará , pues , al-
gunas veces que esta razon suficiente consiste en
la reunion de muchas razones diversas ; de mo-
do , que con una sola razon de estas que falte,
la razon suficiente no existe ; y en el caso que de-
cimos que muchos motivos y muchas razones han
concurrido á determinar la voluntad , de suerte
sin embargo que cada una hubiera sido capaz de
producir por sí sola el mismo efecto , habrá en-
tonces muchas razones suficientes de un solo y
mismo acto de la voluntad. Esto se vé tódos los
dias , pues un príncipe declarará la guerra por
tres ó cuatro injurias recibidas , cada una de las
cuales habria sido suficiente para producir la de-
claracion de guerra.
290. La consideracion de la razon de una ley
ó de una promesa , no solo sirve para esplicar los
terminos obscuros ó equívocos del acta , sino tam-
bien para ampliar ó restringir las disposiciones
con independencia de los términos , y conforme
á la intencion de las miras del legislador ó de
los contratantes , mas bien que á sus palabras;
porque , segun observa Ciceron ( 1 ) , el lenguage
que se inventó para manifestar la voluntad , no
debe impedir su efecto . (( Cuando la razon sufi-
ciente y única de una disposicion ( sea de una
ley , sea de una promesa ) es bien cierta y bien
conocida , se estiende esta disposicion á los ca-
CAPITULO XVIII,
1
(1) Nam , ut Plato ait , nemo prudens punit , quia pec-
catum est, sed ne peccetur. Seneca , de ira.
542
trata de castigar , y lo exigen de este modo el
fin mismo y el fundamento de las penas.
340. No es siempre necesario acudir á las
armas para castigar á una nacion ; pues la agra-
viada puede por via de pena privarla de los de-
rechos de que en ella gozase la agresora , apo-
derarse , si tuviese medios para ello , de algunas
de las cosas que la pertenezcan , y retenerlas
hasta haber conseguido una justa satisfaccion.
341. Cuando un soherano no está satisfecho
del modo con que sus súbditos son : tratados
por las leyes y usos de otra nacion , está auto-
rizado para declarar que usará con los súbditos
PRELIMINARES.
356
gentes...
7 Definicion del derecho de gentes necesario ."
18 Es inmutable ...
9 Las naciones no pueden mudar nada de él , ni
dispensarse de la obligacion que las impone .... id.
10 De la sociedad establecida por la naturaleza en-
tre todos los hombres.. 7
11 Y entre las naciones . 8
12 Cuál es el fin de la sociedad de las naciones . 9
13 Obligacion general que impone.." id.
14 Explicacion de esta obligacion . 10
15 Libertad é independencia de las naciones 60 , se-
gunda ley general ..... id.
16 Efecto de esta libertad . 9. id.
17 Distinciones de la obligacion y del derecho in-
terno y externo , perfecto é imperfecto . 11
18 Igualdad de las naciones .: $12
19 Efecto de esta igualdad . id.
20 Cada nacion es dueña de sus acciones , cuando
no se halla interesado en ellas el.î derecho per-
- fecto de las demas .... D, id.
ཡ་
ང་
id.
22 Derecho de las naciones contra los infractores
2 del derecho de gentes.
23 Regla de este derecho ...?!! 14
24 Derecho de gentes convencional , ó derecho de id.
los tratados..
II
44
25 Derecho de gentes consuetudinario .. 15
26 Regla general sobre este derecho ... id.
27 Derecho de gentes positivo .... 16
28 Máxima general sobre el uso del derecho nece-
sario y voluntario.... 17
LIBRO PRIMERO.
སྤྱད་
23 De los derechos que estas obligaciones la dan .... id.
དྲྭ་
24 Ejemplos .... id.
25 Una nacion debe conocerse á sí misma . 30
R
26 De la autoridad pública... 31
1☺
27 Qué es constitucion del estado . id.
C
N
A
&
W
&
28 La nacion debe escoger la mejor.. id.
29 De las leyes políticas , fundamentales y civiles ... 32
30 Mantenimiento de la constitucion y obediencia á
las leyes.. 33
31 Derechos de la nacion respecto á su constitu-
cion y á su gobierno .... 34
32 Puede reformar el gobierno .. 35
33 Y cambiar la constitucion . 36
34 Del poder legislativo , y si puede mudar la cons-
titucion..... 39
35 La nacion debe comportarse en esto con reserva . 40
36 La nacion es juez de todas las contestaciones
sobre el gobierno ....... id.
37 Ninguna potencia extrangera tiene derecho á
inezclarse en cosa alguna ... 41
R28 E
CAP. V. De los estados electivos , sucesivos ó hereditarios,
OGPR
y de los que se llaman patrimoniales.
56 De los estados electivos ... 65
2
2
57 Si los reyes eléctivos son verdaderos soberanos .. id.
58 De los estados sucesivos y hereditarios , origen
del derecho de sucesion ... id.
59 Otro origen que coincide con lo mismo.. 66
60 Otras causas que coinciden tambien conlo mismo . id.
61 La nacion puede mudar el órden de sucesion .. 67
62 De las renuncias .... 68
63 Debe guardarse necesariamente el órden de su-
cesion .. 70
64 De los regentes.. 71
65 Indivisibilidad de las soberanías . id.
66 A quién pertenece el juicio de las contestaciones
sobre la sucesion á una soberanía .... 72
€7 El derecho á la sucesion no debe depender del
fallo de una potencia extrangera ... 75
68 De los estados patrimoniales .. 81
69 Toda verdadera soberanía es inenagenable ... id.
70 Deber del Príncipe que puede nombrar su sucesor. 84
71 La ratificacion por lo menos tácita ..... id.
77 Utilidad de la labranza . 88
78 Policía necesaria sobre esto para la distribucion
de las tierras ... id .
79 Para la proteccion de los labradores . id.
80 Se debe honrar la labranza ... 89
81 Obligacion natural de cultivar la tierra . id.
82 De los graneros públicos ... 90
LIBRO SEGUNDO.