VATTEL - Derecho de Gentes o Principios de La Ley

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Biblioteca Ateneu Barcelonès

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BARCELONES
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Biblioteca

310423
N.°.
Arm . 32

Est . V - 32
4328
El Derecho de Gentes ,

Ó PRINCIPIOS

de la Ley Natural ,

APLICADOS A LA CONDUCTA , Y A LOS NEGOCIOS


DE LAS NACIONES Y DE LOS SOBERANOS ;

ESCRITA EN FRANCÉS .....

por Mr. Vattel :

Traducida al Español,
CORREGIDA Y AUMENTADA EN ESTA IMPRESION
CON UNA NOTICIA DE LA VIDA DEL AUTOR··

POR EL LICENCIADO
Don Manuel Maria Pascual Hernandez ,
Individuo del Ilustre Colegio de Abogados de esta
Corte, Auditor honorario de Ejército, y Académico
bonorario de la Real Academia Greco -Latina.

TOMO I.

MADRID 1834.

IMPRENTA DE D. LEON AMARITA.


R. 310423

Nihil est enim illi principi Deo , qui omnem hunc


mundum regit, quod quidem in terris fiat acceptius,
quam concilia cœtusque hominum jure sociati, quæ
civitates appellantur.
CIC. SOMN. SCIPION.
131%

Solo se tendrán por legítimos los ejemplares


firmados y rubricados por el Traductor á con-
tinuacion , y cualquiera contravencion será de-
nunciada á los Tribunales.
}..
M. M. P. Hernandez.
Al Excuro, Sr.

D. ANTONIO REMON ZARCO DEL VALLE


Y HUET , CABALLERO GRAN CRUZ DE LA REAL
ORDEN DE ISABEL LA CATÓLICA , DE LA REAL Y
MILITAR DE S. HERMENEGILDO Y DE LA DE
S. BENITO DE AVIS DE PORTUGAL ; DE PRIMERA
CLASE DE LA DE S. FERNANDO ; CONDECORADO
CON LAS DE DISTINCION DE BAILEN , ARANJUEZ,
ALMONACID , CHICLANA , albuhera , segundo,
TERCER EJÉRCITO Y OTRAS ; DOS VECES BENEMÉ-
RITO DE LA PATRIA ; INDIVIDUO DE LAS REALES
ACADEMIAS DE CIENCIAS NATURALES DE MADRID
Y BARCELONA ; DE LA DE BUENAS LETRAS Y MÉ-
DICO- PRÁCTICA DE LA MISMA CIUDAD ; DE LA
DE NOBLES ARTES DE ZARAGOZA Y VALLADOLID;
SOCIO DE NUMERO DE LA REAL SOCIEDAD ECO-
NÓMICA MATRITENSE ; DE LAS DE SANLUCar de
BARRAMEDA , JAEN , GRANADA , LUCENA , Y DE
MÉRITO DE LA DE BAENA ; MARISCAL DE CAMPO
DE LOS REALES EJÉRCITOS ; DEL CONSEJO DE
ESTADO , SECRETARIO DE ESTADO Y DEL DESPA-
CHO UNIVERSAL DE LA GUERRA , ETC. ETC.

EXмO . SR.

Vattel escribió este tratado para los So-


beranos y sus Ministros , y yo le dedico á
V. E. que dignamente ocupa el número de
los que por su patriotismo , su sabiduría y

acertadas disposiciones han hecho ya in-


mortal el trono de nuestra augusta Sobera-
na Doña Isabel II y el Gobierno de su
benéfica y escelsa Madre.
En vano para eludirlas y aun descon-
certarlas ha desplegado sus negras alas el
genio del mal, girando por toda la penínsu-
la, precedido de la discordia y de la supers-
ticion: las armas buidas en la piedra de la
rebelion , quedaron embotadas é inútiles
luego que se estrellaron con los sabios y
habilmente combinados planes de V. E.,
que caudillos espertos y leales supieron po-
ner en ejecucion. La Soberana de los Lu-
sitanos y su augusto Padre han dado á
V. E. claras muestras de su aprecio, y en
el pais de Viriato resonará siempre con
elogio el nombre de V. E. Tambien reso-
nará en esta tierra clásica de la lealtad , y
la historia que es el juez severo é impar-
cial de las acciones de los hombres gran-
des , hará justicia á la pericia militar y
virtudes cívicas de V. E.
De nada servirian ahora mis elogios,
aunque yofuese tan vano que pudiese creer
fuesen de alguna importancia. Estos perte-
necen á la posteridad, la que no dudo co-
locará á V. E. entre los clásicos defensores
y sostenedores del trono de nuestra legítima
Soberana Doña Isabel II.

EXMO . SR.

B. L. M. de V. E.

su mas atento y respetuoso servidor


Manuel María Pascual Hernandez.
BREVE NOTICIA

de la vida de Mor. Vattel.

Emero Vattel fue hijo de M. N. Vattel


y de Madama de Montenollin , y nació en
Abril de 1714 en Neufchatel en Suiza. Dis-
tinguióse desde luego por su talento y gus-
to decidido por las ciencias , entre las que
despues de haber estudiado humanidades
con el mayor aprovechamiento , llamaron
su atencion la Filosofia y la Teología que
estudió en la Universidad de Basilea , y en
ambas recibió el grado de Doctor con
aplauso de cuantos conocieron su instruc-
cion en sus ejercicios literarios.
Establecióse primero en Ginebra , donde
dejándose llevar de su estudio favorito que
era la Filosofia , meditó profundamente á
Leibnitz y á Wolf, y publicó la defensa del
primero , haciendo muestra en este escrito
de sus conocimientos en las mas abstractas
materias de la Metafísica. La amenidad de
su conversacion , la profundidad de sus
ideas y su vasta erudicion párecian allanar-
le el camino para ocupar un puesto distin-
guido. Pero la escasez de su fortuna fue un
4
obstáculo á sus progresos políticos. Sin em-
bargo , habiendo ido á Berlin en 1741 se li-
songeó de haber sido empleado como me-
recia , cerca de Federico II ; mas no estaban
vacantes ninguno de los destinos que po-
dian convenirle ; y en 1743 pasó á la corte
de Dresde , donde le acogió con la mayor
distincion el primer Ministro del Rey de
Polonia , Elector de Sajonia. En 1746 obtu-
vo el título de Consejero de la Embajada
con una pension , y fue enviado á Berna en
calidad de Ministro cerca de esta República.
Como este empleo no exigia una resi-
dencia fija , pasaba una parte del año en el
seno de su familia , y entonces fue cuando
se dedicó á desarrollar el plan que hacia
mucho tiempo tenia trazado de su obra so-
bre el DERECHO DE GENTES , Ó PRINCIPIOS DE
LA LEY NATURAL APLICADOS A LA CONDUCTA Y A
LOS NEGOCIOS DE LAS NACIONES Y DE LOS SOBE-
RANOS . El aplauso universal con que fue re-
cibida por la feliz combinacion y desem
peño de su plan , por las interesantes ma-
terias que trata con acierto , con delicade-
za , y con el celo y calor de un hombre li-
bre , sin acercarse jamás á la licencia , ase-
guraron la inmortalidad de un filósofo tan
célebre .
Ademas de esta obra, la principal y me-
jor de las muchas que dió á luz , escribió
otra que fue la última , y tiene íntima co-
nexion con ella. Tales son las cuestiones de
Derecho Natural , ú observaciones sobre
5
el Derecho Natural de Wolf, de cuyo pro-
fundo tratado confiesa el mismo Vattel ha-
ber sacado grande aprovechamiento para
el suyo del Derecho de Gentes (1 ) .
En 1758 fue llamado á Dresde , donde
desempeñó la importante plaza de Minis-
tro como uno de los mejores políticos , y
en recompensa de sus servicios fue nom-
brado Consejero privado de S. A. Electoral
de Sajonia. Su celo y penoso trabajo fue-
ron debilitando la robustez de su tempera-
mento , á tal grado , que hubo de volverse
á su pais natal en 1766 para restablecer su
salud , lo que consiguió por de pronto. Re-
gresó á Dresde al lado de su esposa Mada-
ma de Chene , con quien habia casado en
1764 , y á la que debió las delicias de ser
padre de un hijo ; pero le acarició poco
tiempo ; pues al año siguiente recayó con

(1) Mr. Vattel , en obsequio de Wolf se pro-


puso reunir , como en efecto reunió en un to-
mo en octavo , un gran número de cuestiones
interesantes , concernientes al Derecho Natural;
las discute en pocas palabras de un modo claro
y preciso , y las demuestra por medio de los
verdaderos principios de esta ciencia. Si el pú-
blico recibe benignamente esta obra del Dere-
cho de Gentes, me propongo dar , prévia licen-
cia , como tercer tomo de la obra estas cuestio-
nes provechosas para todos , y en especial á los
jóvenes que se dedican al sabroso y necesario
estudio del Derecho Natural y de Gentes.
6
peores síntomas , y vuelto á su pais le fue
imposible restablecerse . Su enfermedad re-
sistió á todos los socorros del arte , y en 20
de Diciembre de 1767 perdieron su amable
esposa el consorte que adoraba ; un padre
tierno el fruto infantil de su union ; un
consolador sus amigos ; un virtuoso ciuda-
dano sus compatriotas ; su gobierno un
hombre de Estado ; la Filosofia un sabio
profundo , y las letras su mejor ornamento.
7

ADVERTENCIA.

Sale de nuevo á luz el Derecho de


Gentes de Vattel , impreso todo por
una mano diestra é inteligente . La im-
presion ademas de haber mejorado en
los caracteres , hermosura y tamaño,
carece de las muchas y crasas erratas
de que abunda la de 1820. Y aunque
pueda haberse escapado alguna que
otra al esmero y atencion del correc-
tor , será muy rara é insignificante . El
testo está corregido en muchos luga-
res , como lo convencerá el simple co-
tejo de una impresion con otra ; y á
las antiguas notas se han aumentado
otras , previa censura ; unas sacadas de
la Historia de España y , de nuestra le-
gislacion , con aplicacion de ellas á la
doctrina del autor , y otras de escritos
ilustrados , donde se ven combatidos
con solidez , con energía y buenas doc-
trinas, ciertos abusos introducidos en
depresion de los derechos del hombre,
de la dignidad de las naciones , de la
autoridad soberana , y de la verdade-
8
ra disciplina eclesiástica . Para poner
estas notas he preferido la utilidad co-
mun á mis intereses particulares , pues
hacen aumentar la obra en mas de ocho

ó diez pliegos de impresion , sin que


el precio de suscripcion se haya varia-
do . Muchas mas hubieran podido po-
nerse , y quizá mas instructivas é in-
teresantes que las insertas en la impre-
sion francesa de 1820 ; pero si llega á
publicarse , como tercer tomo de esta
obra , el tratado de cuestiones sobre el
Derecho Natural de Wolf, procuraré
dar á continuacion de él las notas que
me parezcan conducentes y contrahi-
bles á lo que se enseña en el prime-
ro y segundo volúmen ,

ob
PREFACIO.

E derecho de gentes , una materia tan


noble é importante , jamas se ha tratado con
toda la detencion que merece , y por eso la
mayor parte de los hombres solo tienen de
ella una nocion vaga, incompleta, y muchas
veces falsa. La copia de los escritores y de
los autores mas célebres solo comprenden
bajo el nombre de derecho de gentes , cier-
tas máximas , ciertos usos recibidos entre
las naciones, y considerados obligatorios pa-
ra ellas á causa de su consentimiento. Pero
esto es fijar muy estrechos límites á una ley
tan estensa é interesante al género humano,
y al mismo tiempo degradarla descuidando
su verdadero origen .
Hay sin duda un derecho de gentes na-
tural , puesto que la ley de la naturaleza
tanto obliga á los Estados y á los hombres
reunidos en sociedad , como á los particula-
res. Pero con el fin de conocer exactamente
este derecho, no basta saber lo que la ley de
la naturaleza prescribe á los individuos de
la especie humana. La aplicacion de una
regla á objetos diversos tiene que hacerse
de una manera conveniente á la naturaleza
de cada uno , de donde resulta que el dere-
cho de gentes natural es una ciencia parti-
cular , que consiste en una aplicacion justa
IV
razonada de la ley natural , á los negocios
r á la conducta de las naciones ó de los
soberanos . Todos aquellos tratados en que
se halla mezclado y confundido el derecho
de gentes con el derecho natural ordinario ,
son pues insuficientes para dar una idea dis-
tinta y un sólido conocimiento de la sagra-
da ley de las naciones.
Los Romanos han confundido muchas
veces el derecho de gentes con el derecho
de la naturaleza , dando el nombre de dere-
cho de gentes , jus gentium , al derecho na-
tural en cuanto está reconocido y adop-
tado generalmente por las naciones civiliza-
das ( 1) . Son bien conocidas las definiciones.
que dá el emperador Justiniano del derecho
natural , del derecho de gentes y del dere-
cho civil. El derecho natural, dice , es aquel
que la naturaleza enseña á todos los anima
les (2) ; definiendo de este modo el derecho
de la naturaleza en el sentido mas estenso,
y no el derecho natural particular del hom-
bre, y que deriva de su naturaleza racional
lo mismo que de su naturaleza animal. El
derecho civil, dice despues el Emperador,
es aquel que cada pueblo ha establecido
para si mismo , y que es propio á cada es-

(1) Neque vero hoc solum natura , id est , jure


gentium etc. Cicer. de offic. lib. 3. ccap. 5.
(2) Jus naturale est , quod natura omnia anima-
lia docuit. Inst. lib. 1. tit. 2.
tado ó sociedad civil. Y este derecho que
la razon natural ha establecido entre los
hombres , igualmente observada entre to-
dos los pueblos , se llama Derecho de gen-
tes , como que es un derecho que siguen
todas las naciones ( 1 ). En el siguiente pár-
rafo parece que el Emperador se acercó
mas al sentido que damos en el dia á este
término. El derecho de gentes , dice , es
comun á todo el género humano. Los ne-
gocios de los hombres y sus necesidades
han hecho que todas las naciones se for-
masen ciertas reglas de derecho . Suscitá-
ronse pues las guerras que han producido
la cautividad y la esclavitud, las cuales son
contrarias al derecho natural , puesto que
originariamente y por tal derecho todos los
hombres nacian libres (2). Pero cuando aña-
de que casi todos los contratos , como los

(1) Quod quisque populus ipse sibi jus constituit,


id ipsius proprium civitatis est ,, vocaturque jus civi-
le , quasi jus proprium ipsius civitatis : quod vero na-
turalis ratio inter omnes homines constituit, id apud
omnes peræque custoditur , vocaturque jus gentium ,
quasi quo jure omnes gentes utantur. Ibid. §. 1 .
(2) Jus autem gentium omni humano generi com-
mune est , num usu exigente , et humanis necessitati-
bus , gentes humanæ jura quædam sibi constituerunt.
Bella enim orta sunt , et captivitates sequutæ , servi-
tules , quæ sunt naturali juri contrariæ. Jure enim
naturali omnes homines ab initio liberi nascebantur.
Ibid . §. 2.
VI
de compra y venta, arrendamiento , socie-
dad , depósito y otros muchos , procedian
del derecho de gentes , esto hace ver que el
pensamiento se reduce solamente á que se-
gun el estado y coyuntura en que se han
visto los hombres , la recta razon les ha
dictado ciertas máximas de derecho , de tal
modo fundadas sobre la naturaleza de las
cosas , que en todas partes se han reconoci-
do y admitido ; y esto es en suma el de-
recho natural que conviene á todos los
hombres.
Sin embargo los mismos Romanos re-
conocian esta ley que obliga á las naciones
entre sí, y referian á ella el derecho de
las embajadas. Tambien tenian su orden fe-
cial , el cual no era otra cosa que el derecho
de gentes con relacion á los tratados públi-
cos , y particularmente á la guerra , porque
los feciales eran los intérpretes , los depo-
sitarios, y en cierto modo los sacerdotes de
la ley pública (1).
Los modernos convienen generalmente
en designar con el nombre de derecho de
gentes el que debe reinar entre las naciones

(1) Feciales , quod fidei publicæ inter populos


præerant ; nam per hos fiebat ut justum conciperetur
bellum , (et inde desitum ) et ut foedere fides pacis
constitueretur. Ex his mittebant , antequam concipe-
retur , qui res repeterent , et per hos etiam nunc fit
foedus, Varro , de ling. latin . lib. 4.
VII
ó Estados soberanos , y solo difieren en la
idea que se forma del origen de este dere-
cho y de sus fundamentos . El célebre Gro-
cio entiende por derecho de gentes un de-
recho establecido por el comun consenti-
miento de los pueblos , y le distingue tam-
bien del derecho natural. «Cuando muchas
«personas en diversos tiempos y en diver-
«sos lugares sostienen una misma cosa co-
«mo cierta , esto debe referirse á una causa
«general. Asi que en la cuestion de que se
<<trata, esta causa tiene que ser indispensa-
«blemente una de las dos , ó bien una justa
<«<consecuencia sacada de los principios de la
«naturaleza , ó bien un consentimiento uni-
«versal. La primera nos descubre el dere-
<«<cho natural , y la otra el derecho de gen-
«tes ( 1 ).»
En muchos parages de su escelente obra
se deja conocer que este grande hombre co-
lumbró la verdad; pero como desmontaba ,
por decirlo asi , una materia importante,
mirada con absoluta negligencia antes que
él , no es estraño que cargado su entendi-
miento con una multitud de objetos y de ci-
tas que entraban en su plan , no haya po-
dido llegar siempre á las ideas distintas,
tan necesarias sin embargo en las ciencias.
Persuadido de que las naciones ó las poten-

(1) Derecho de la guerra y de lapaz, traducidó


por Barbeyrac , discurso preliminar, §. 41 .
VIII
cias soberanas estan sometidas á la ley na-
tural , cuya observancia recomienda tan fre- .
cuentemente , reconocia en el fondo este
sábio un derecho de gentes natural (que al-
guna vez llama derecho de gentes interno),
y quizá no difiere de nuestra opinion sino
en los términos . Pero ya hemos observado
que para formar ese derecho de gentes na-
tural , no basta aplicar simplemente á las
Naciones lo que decide la ley natural , res-
pecto á los particulares. Grocio ademas por
su misma distincion , y aplicando el nombre
de derecho de gentes á solas las máximas
establecidas por el consentimiento de los
pueblos , parece dar á entender que los So-
beranos no pueden solicitar entre sí mas
que la observancia de estas últimas máxi-
mas , reservando el derecho interno para la
direccion de su conciencia . Si en la suposi-
cion de que las sociedades políticas ó o las
naciones viven entre sí independientes en el
estado de naturaleza , y que en su calidad
de cuerpos políticos se hallan sometidas á
la ley natural , Grocio hubiera considerado
tambien que se debe aplicar la ley á estos
nuevos súbditos de una manera convenien-
te ; habria reconocido sin dificultad este jui-
cioso autor , que el derecho de gentes na-
tural es una ciencia particular ; que este
derecho produce entre las naciones una
obligacion externa con independencia de su
voluntad , y que el consentimiento de los
pueblos es el único fundamento y el origen
IX
de una especie particular de derecho de
gentes , que se llama derecho de gentes ar-
bitrario.
Hobbes , en cuya obra se reconoce una
mano maestra , á pesar de sus paradojas y
de sus máximas detestables ; Hobbes , repito,
es en mi dictamen el primero que ha da-
do una idea distinta , pero todavia imper-
fecta , del derecho de gentes . Divide la ley
natural en ley natural del hombre , y en
ley natural de los estados ; y esta última,
segun él , es la que se llama ordinariamen-
te Derecho de gentes. Las máximas , añade
Hobbes , de una y otra de estas leyes son
precisamente las mismas : pero como los
estados adquieren en cierto modo propie-
dades personales, la misma ley que se lla-
ma natural cuando se habla de los particu-
lares , se llama derecho de gentes cuando
se aplica al cuerpo entero de un estado ó
de una nacion ( 1 ) Este autor ha observado

(1) Rursus lex naturalis dividi potest in natu-


ralem hominum , quæ sola obtinuit dici lex naturæ,
et naturalem civitatum , quæ dici potest lex gentium ,
vulgo autemjus gentium appellatum . Præcepta utrius-
que eadem sunt : sed quia civitates semel institutæ
induunt proprietates hominum personales , lex quam
loquentes de hominum singulorum officio naturalem
dicimus , applicata totis civitatibus , nationibus , sive
gentibus , vocatur jus gentium. De Cive, cap . 14. §. 4 .
Traduccion de Barbeyrac del Tratado del Derecho
natural y de gentes de Puffendorf. lib . 2. cap. 3. §. 23.
X
muy bien , que el derecho de gentes es el
derecho natural aplicado á los estados ó á
las naciones ; pero en el discurso de esta
obra veremos que se engañó cuando creyó
que el derecho natural no sufria ninguna
alteracion necesaria en esta aplicacion ; con-
cluyendo de aqui que las máximas del de-
recho natural y las del derecho de gentes
son precisamente las mismas.
Puffendorf declara en el libro II de su
Derecho natural У de gentes , que subscri-
be absolutamente á esta opinion de Hobbes;
y asi no ha tratado á parte del derecho de
gentes , que mezcla siempre con el derecho
natural propiamente dicho .
Barbeyrac , traductor y comentador de
Grocio y Puffendorf, se ha acercado mucho
mas á la justa idea del derecho de gentes.
Aunque la obra se halle en manos de todos,
trasladaré aqui para comodidad de los lec-
tores la nota que este sábio traductor po-
ne al Grocio en el Derecho de la guerra y
de la paz , lib. 1 , cap. 1 , § 14, nota 3. «Con-
«fieso , dice , que hay leyes comunes á to-
« dos los pueblos , ó cosas que todos los pue-
« blos deben observar los unos hácia los
<
« otros ; y si se quiere llamar á esto derecho
«de gentes , se le puede llamar muy bien,
«Pero ademas de que el consentimiento de
« los pueblos no es el fundamento de la obli-
<
«gacion en que se está de observar estas le-
«yes , ni podria tener de modo alguno ca-
«bida aqui ; los principios y leyes de un tal
ΧΙ
« derecho son en el fondo los mismos que
«los del derecho natural , y toda la diferen-
« cia que hay consiste en la aplicacion que
«puede hacerse con alguna alteracion , á
«causa de la diferencia que hay algunas ve-
aces en el modo con que las sociedades se
«manejan y dan cima á los negocios que tie-
«nen entre sí.»
El autor que acabamos de oir , bien per-
cibió que las reglas y las decisiones del de-
racho natural no pueden aplicarse pura y
simplemente á los estados soberanos , y que
deben sufrir necesariamente algunas mu-
danzas , segun la naturaleza de los nuevos
objetos á que se las aplica . Pero no me pa-
rece que vió esta idea en toda su extension,
porque parece no aprobar el que se trate
el derecho de gentes con separacion del
derecho natural. Alaba solamente el méto-
do de Budeo , diciendo que tuvo razon en
anotar al pie de cada materia del dere-
cho natural la aplicacion que se puede ha-
cer á los pueblos , segun la relacion de unos
con otros ; por lo menos en cuanto el asun-
to lo permitia y lo exigia ( 1 ) . Esto era po-
ner el pie en el camino derecho ; pero eran

( 1 ) Nota 2. sobre Puffendorf , Derecho natural


y de gentes , lib. 2 , cap. 3 , §. 23. No he podido en-
contrar la obra de Budeo , en la cual sospecho que
Barbeyrac habia adquirido esta idea del derecho de
gentes.
XII
necesarias mas profundas meditaciones , y
miras mas estensas para concebir la idea de
un sistema de derecho de gentes natural,
que fuese como la ley de los soberanos y de
las naciones para conocer la utilidad de una
obra semejante , y sobre todo para ser el
primero á ejecutarla.
Esta gloria estaba reservada al baron de
Wolf. Este gran filósofo vió que la aplica-
cion del derecho natural á las naciones en
cuerpo , ó á los estados , modificada por la
naturaleza de los súbditos , no puede hacer-
se con precision , con pureza y solidez , sin
valerse de los principios generales y de las
nociones directrices que deben reglarla ; que
por el medio de estos solos principios se
puede mostrar evidentemente , como en vir-
tud del mismo derecho natural deben al-
terarse y modificarse las decisiones de este
derecho respecto de los particulares , cuando
se las aplica á los estados ó las sociedades
políticas , y formar asi un derecho de gen-
tes natural y necesario ( 1 ) ; de donde ha

(1) Si con el fin de evitar repeticiones , y apro-


vecharse de las ideas que los hombres han adquirido
y abrazado , no fuera mas conveniente dar por su-
puesto el conocimiento del derecho natural ordina-
rio , para aplicarle á los estados soberanos ; en vez
de hablar de aplicaciones , fuera mas exacto decir,
que asi como el derecho natural , propiamente dicho,
es la ley natural de los particulares , fundada en la
naturaleza del hombre; asi el derecho de gentes na-
XIII
concluido, que era conveniente hacer un sis-
tema particular de derecho de gentes , como
lo ha ejecutado con feliz suceso . Pero es
justo oir al mismo Wolf en su prefacio . <« Las
« naciones ( 1 ) , dice este célebre filósofo , no
«reconocen entre sí mas derecho que el es-
<tablecido por la naturaleza , y parecerá qui-
«zá supérfluo dar un tratado de derecho de
«gentes separado del derecho natural ; pero
«< los que piensan de esta manera no han pro-
«fundizado debidamente la materia. Es ver-
«dad que no se pueden considerar las nacio-
« nes sino como otras tantas personas par-
« ticulares , que viven juntas en el estado de
«la naturaleza ; y por esta razon deben apli-
« cárseles todos los deberes y todos los dere-
«chos que prescribe y atribuye la naturale-
«za á todos los hombres , en cuanto nacen
« libres naturalmente , y no se hallan liga-
« dos unos con otros por otros vínculos , que
«por los de esta misma naturaleza. El dere-
«cho que nace de esta aplicacion , y las obli-
«gaciones que de ella resultan , emanan de

tural es la ley natural de las sociedades políticas,


fundada en la naturaleza de tales sociedades. Pero
como estos dos métodos vienen á ser lo mismo , he
preferido el mas corto ; pues habiéndose tratado só-
lidamente del derecho natural , es mas corto hacer de
él una sencilla y razonada aplicacion á las naciones.
(1 ) Entiéndese aqui por nacion un estado sobe-
rano , una sociedad política independiente.
XIV
« aquella ley inmutable , fundada en la na-
<«< turaleza del hombre ; y de esta manera el
«derecho de gentes pertenece ciertamente
« al derecho de la naturaleza , y ésta es la
<<razon por que se le llama Derecho de gen-
« tes natural, respecto á su origen , y nece-
«sario con referencia á su fuerza obligatoria.
«Este derecho es comun á todas las nacio-
«nes ; y aquella que en sus acciones no le
«respete , violará el derecho comun de todos
«< los pueblos .
«Pero siendo unas personas morales las
<<naciones ó los estados soberanos , y como
<los objetos de las obligaciones y derechos
«
<
« resulten en virtud del derecho natural y
«del acto de asociacion que ha formado el
«cuerpo político ; la naturaleza y la esencia
« de estas personas morales difieren necesa-
< riamente , y en muchos respectos , de la
«
<<naturaleza y de la esencia de los indivi-
< duos físicos , á saber , de los hombres que
«
<
« los componen : asi que cuando se quieren
«aplicar a las naciones los deberes que pres-
« cribe la ley natural á cada hombre en par-
« ticular , y los derechos que le atribuye para
« que pueda llenar sus deberes , no pudien-
«do ser, ni estos ni aquellos , otros que lo
«que permite la naturaleza de los objetos,
« deben necesariamente sufrir en la aplica-
<cacion una alteracion proporcionada á la
<
«
« naturaleza de aquellos á que se les aplica.
<<Por eso vemos que el derecho de gentes no
«permanece en todas las cosas lo mismo que
XV
«<el derecho natural , en cuanto este rige
«las acciones de los particulares : en cuya
«atencion ¿ por qué no lo hemos de tratar
«separadamente , como un derecho propio
«de las naciones ? »>
Convencido yo mismo de la utilidad de
una obra semejante , esperaba con impacien-
cia la del baron de Wolf; y desde que salió
á luz , formé el designio de facilitar á mas
crecido número de lectores el conocimiento
de las ideas luminosas que presenta. El tra-
tado del filósofo de Hall sobre el derecho
de gentes , es dependiente de todos los del
mismo autor sobre la filosofía y el derecho
natural ; y para leerle y entenderle se nece-
sita haber estudiado los 16 ó 17 volúmenes
en 4.º que le preceden . Por otra parte , está
escrito con el método, y aun en la forma de
las obras de geometría , obstáculos todos
que le hacen casi inutil á las personas en
quienes el conocimiento y el gusto de los
verdaderos principios del derecho de gen-
tes son mas importantes. Pensé desde luego'
en separar este tratado del sistema entero ,
haciéndole independiente de todo lo quele
precede en Wolf, y revestirle de una forma
mas agradable para captar el aprecio de los
aficionados . Hice con efecto algun ensayo ;
pero conocí bien pronto , que si queria pro-
porcionarme lectores entre las personas pa-
ra las cuales tenia designio de escribir , de-
bia hacer una obra muy diferente de la que
tenia á la vista , y trabajar de nuevo . El mé-
XVI
todo que ha seguido Wolf ha llenado su li-
bro de aridez , le ha hecho incompleto en
muchos puntos , y las materias están allí
distribuidas de una manera que fatiga mu-
cho la atencion ; pues como el autor habia
tratado del derecho público universal en su
Derecho de la naturaleza , se contenta con re-
mitirnos á él , cuando en el Derecho de gen-
tes habla de los deberes de una nacion res-
pecto á otra.
Solo he tomado de la obra de Wolf lo
que he encontrado mejor , especialmente las
definiciones y los principios generales ; pero
he procedido con el posible discernimiento,
y he acomodado á mi plan los materiales
que aquella obra me ofrecia. Los que ten-
gan los tratados del Derecho natural y de
gentes de Wolf , conocerán de cuanto me
han servido; y si yo hubiese de anotar todo
lo que de él he tomado , cargaria mis pági-
nas de citas , tan inútiles como desagrada-
bles á los lectores . Por lo mismo es mejor
decir de una vez las obligaciones que de-
bo á este célebre maestro ; pues aunque mi
obra , como lo verá todo el que quiera hacer
comparacion de ella con la suya, sea muy
diferente de esta , confieso que jamas hubie-
ra tenido la resolucion de emprender tan
vasta carrera , si no me hubiera precedido é
iluminado el célebre filósofo de Hall.
Me he atrevido sin embargo á separar-
me alguna vez de mi guia , y oponerme á
su modo de pensar ; de lo cual pondré aqui
XVH
algunos ejemplos. Arrastrado este filósofo
por la turba de otros escritores antiguos,
consagra muchas proposiciones (1 ) á tratar
de la naturaleza de los reinos patrimoniales,
sin desechar ó corregir esta idea injuriosa á
la humanidad . Tampoco admito esta deno-
minacion , que encuentro tan chocante é
impropia, como dañosa en sus efectos y en
las impresiones que puede dar á los sobe-
ranos ; lisonjeándome que obtendré en esto
los sufragios de los hombres dotados de la
razon y del sentimiento de todo buen ciu
dadano .
Wolf decide (J. Gent. §. 878 ) que es per
mitido naturalmente servirse en la guerra
de armas envenenadas ; cuya decision me ha
indignado , y tengo el mayor disgusto en ha
Harla en la obra de hombre tan grande. Fe-
lizmente para la humanidad no es dificil de
mostrar lo contrario por los mismos prin
cipios de Wolf, y puede verse lo que digo
sobre esto en el § . 156 del lib. 3.. 1
Desde el principio de mi obra se hallará
que difiero enteramente de Wolf en el mo
do de establecer los fundamentos de aquella
especie de derecho de gentes qué llamamos
voluntario. Este filósofo le deduce de la idea
de una gran república ( civitatis maxima),
instituida por
la naturaleza misma , y de la

(1 ) En la octava parte del Derecho natural y en


el Derecho de gentes..
TOMO I.
XVIII
cual son miembros todas las naciones del
mundo. De suerte , que , segun él , el dere-
cho de gentes voluntario será como el de-
recho civil de aquella gran república ; pero
esta idea no me satisface , ni hallo yo la fic-
cion de república semejante bien exacta , ni
bastante sólida para deducir de ella las re-
glas de un derecho de gentes universal , y
admitido necesariamente entre los Estados
soberanos. Yo no reconozco otra sociedad
natural entre las naciones , que la estableci
da por la naturaleza entre todos los hom-
bres . Es de la esencia de toda sociedad civil
(civitatis), que cada miembro haya cedido
una parte de sus derechos al cuerpo de la
sociedad , y que tenga en ella una autoridad
capaz de mandar á todos los miembros , de
darles leyes , y compeler á la obediencia á
los que la rehusen. No puede ni concebirse
ni suponerse semejante cosa entre las na-
ciones , porque cada estado soberano pre-
tende ser , y es en efecto , independiente de
todos los demas. Todos , segun el mismo
Wolf , deben considerarse como otros tan-
tos particulares libres , que viven reunidos
en el estado de naturaleza , y no conocen
otras leyes que las que esta o su Autor han
dictado. Asi que la naturaleza , es verdad
que ha establecido una sociedad general en-
tre todos los hombres , cuando los ha hecho
tales que tienen absoluta necesidad del so-
corro de sus semejantes para vivir como es
conveniente vivir á los hombres ; pero no
XIX
les ha impuesto la obligacion de unirse en
sociedad civil , propiamente tal; y si todos si-
guiesen las leyes de esta buena madre , les se-
ria inútil la sujecion á una sociedad civil. Es
verdad que hallándose los hombres muy dis-
tantes de observar voluntariamente entre sí
las reglas de la ley natural , recurrieron á una
asociacion política , como al único remedio
conveniente contra la depravacion del gran
número, como el medio de asegurar el es-
tado de los buenos y contener á los malos,
y que la ley natural aprueba tambien este
establecimiento . Pero es facil conocer , que
una sociedad civil entre las naciones no es
tan necesaria como lo ha sido entre los par-
ticulares; ni se puede decir que la natura-
leza la recomiende igualmente , mucho me-
nos que la prescriba ; pero tales son los
particulares , y es tan poco lo que pueden
por sí mismos , que no podrian vivir sin
el socorro y sin las leyes de la sociedad ci-
vil. Luego que un considerable número se
unió bajo de un mismo gobierno , se en-
contraron en estado de proveer á la mayor
parte de sus necesidades , y el socorro de
las demas sociedades políticas no les fue tan
necesario, como el de las particulares á otro
particular. Estas sociedades , es verdad que
tambien tienen grandes motivos de comu-
nicar y de comerciar entre sí , y que se ha-
llan obligadas á ello , como que ningun
hombre puede sin poderosas razones negar
su socorro á otro semejante suyo ; pero la
XX
ley natural puede bastar para arreglar este
comercio y esta correspondencia : los esta-
dos se conducen de otra manera que que los
particulares ; no es por lo comun el capri-
cho ó la ciega impetuosidad de un hombre
solo la que forma sus resoluciones y deter-
mina la marcha pública ; porque en tales
casos se dan los mejores consejos , hay mas
lentitud y circunspeccion , y en las ocasio-
nes espinosas ó importantes , se avienen y
se arreglan por medio de alianzas y trata-
dos. Debe añadirse que la independencia
es ademas necesaria á cada estado , si ha
de cumplir exactamente con lo que se de-
be á sí mismo y á los ciudadanos , y si se
ha de gobernar del modo que le es mas
conveniente. Basta pues , vuelvo á decir,
que las naciones se conformen con lo que
de ellas exige la sociedad natural y general
establecida entre los hombres. Pero no siem-
pre , dice Wolf, puede seguirse el rigor del
derecho natural en este comercio y socie-
dad de los pueblos , pues que estan sujetos
á mudanzas y vicisitudes , que solo pue-
den deducirse formándonos la idea de una
especie de grande república de las nacio-
nes , cuyas leyes , dictadas por la sana ra-
zon , y fundadas en la necesidad , reglarán
las alteraciones que deban hacerse en el de-
recho natural y necesario de gentes , co-
mo las leyes civiles determinan , las que en
un Estado tiene que sufrir el derecho natu-
ral de los particulares. Pero yo no toco la
XXI
necesidad de esta consecuencia , y me atre-
vo á prometer que haré ver en esta obra
que todas las modificaciones , restricciones
y mudanzas que tienen que hacerse en los
negocios de las naciones por el rigor del
derecho natural , y de lo cual se forma el
derecho de gentes voluntario , se deducen
de la libertad natural de las naciones , de
los intereses de su salud comun , de la natu-
raleza de su correspondencia mútua , de
sus deberes recíprocos , y de las distincio-
nes de derecho interno y externo , perfecto
é imperfecto, discurriendo con corta dife-
rencia , como ha discurrido Wolf respecto
de los particulares en su Tratado de la na-
turaleza.
En este tratado se echa de ver , cómo
las reglas , que en virtud de la libertad na-
tural deben admitirse en el derecho exter-
no , no destruyen la obligacion impuesta
á cada uno en su conciencia por el de-
recho interno. Facil es hacer á las nacio-
nes la aplicacion de esta doctrina , y en-
señarlas (distinguiendo cuidadosamente el
derecho interno del externo , es decir , el
derecho de gentes necesario del volunta-
rio ) , á no cometer todo lo que pueden
hacer impunemente , si lo reprueban las le-
yes inmutables de lo justo , y la voz de la
conciencia .
Estando las naciones igualmente obli-
gadas á admitir entre sí estas excepciones
y modificaciones hechas por todo rigor del
XXII
derecho necesario , sea que se las deduz-
ca de la idea de una gran república , de
la cual se concibe que todos los pueblos
son miembros , sea que se las tome de las
fuentes en donde me propongo buscarlas;
nada impide que al derecho que de ellas
resulta se dé el nombre de derecho de gen-
tes voluntario, para distinguirle del nece-
sario , interno y de conciencia. Los nom-
bres son bien indiferentes ; lo que importa
es distinguir con cuidado estas dos suertes
de derecho para no confundir jamás lo que
es justo y bueno en sí , con lo que sola-
mente se tolera por necesidad.
La naturaleza ha establecido tanto el
derecho de gentes necesario , como el vo-
luntario; pero cada uno á su modo. El pri-
mero , como una ley sagrada que las na-
ciones y los soberanos deben respetar y
seguir en todas sus acciones : el segundo
como una regla que el bien y la salud co-
mun les obligan á admitir en los negocios
que tienen entre sí. El derecho necesario
procede inmediatamente de la naturaleza;
y esta madre comun de los hombres reco-
mienda la observancia del derecho de gen-
tes voluntario , en consideracion al estado
en que se hallan las naciones unas con
otras , y para el bien de sus negocios. Este
doble derecho , fundado sobre principios
ciertos y constantes , es susceptible de de-
mostracion , y hará el principal objeto de
mi obra.
ΧΧΙΠ
Hay otra especie de derecho de gen-
tes , que los autores llaman arbitrario , por-
que proviene de la voluntad ó del consen-
timiento de las naciones. Los estados , lo
mismo que los particulares , pueden adqui
rir derechos y contraer obligaciones por
compromisos espresos , por pactos y trata-
dos ; de donde resulta un derecho de gen
tes convencional, particular á los contra-
yentes. Las naciones pueden ademas ligar
se por un consentimiento tácito , sobre lo
cual se funda todo lo que han introducido
las costumbres entre los pueblos , y forma
la costumbre de las naciones ó el derecho
de gentes consuetudinario . Es evidente que
este derecho solo puede imponer obliga
cion á las naciones que han adoptado sus
máximas por un largo uso ; y por eso es
un derecho particular , lo mismo que el
derecho convencional. El uno y el otro de-
rivan toda su fuerza del derecho natural,
que prescribe á las naciones la observancia
de sus compromisos tácitos ó espresos ; de-
biendo tambien este mismo derecho na-
tural reglar la conducta de los estados con
referencia á los tratados que concluyen , y
á las costumbres que adoptan. Yo debo
limitarme á presentar los principios gene-
rales , y las reglas que dimanan de la ley
natural para la direccion de los soberanos
en este punto ; porque el pormenor de los
diferentes tratados y de las diversas cos-
tumbres de los pueblos , pertenece á la his-
XXIV
toria , y no á un tratado sistemático del
derecho de gentes .
Un tratado semejante debe consistir
principalmente , como ya lo hemos obser-
vado, en una aplicacion juiciosa y razona-
da de los principios de la ley natural á los
negocios y á la conducta de las naciones
y de los soberanos. El estudio del derecho
de gentes supone un conocimiento ante-
rior del derecho natural ordinario , y yo
supongo en efecto , por lo menos hasta
cierto punto , este conocimiento en mis lec-
tores. Sin embargo , como no agrada ir á
buscar en otra parte las pruebas de lo que
el Autor sienta, he tenido cuidado de es-
tablecer en pocas palabras los mas impor-
tantes de estos principios del derecho na-
tural, que tuviese que aplicar á las nacio-
nes. Pero como no he creido que para de-
mostrarlo fuese necesario siempre subir á
los primeros fundamentos , me he conten-
tado algunas veces con apoyarlos en ver-
dades comunes , reconocidas de todo lector
de buena fe , sin emplear un analisis muy
prolijo , bastándome el persuadir , y para
este efecto el no sentar como principio,
sino lo que esté facilmente admitido por
toda persona razonable .
El derecho de gentes es la ley de los
soberanos , y para ellos y sus ministros de-
be principalmente escribirse. Es interesante
sin duda á todos los hombres , y el estudio
de sus máximas en un pais libre conviene
XXV
á todos los ciudadanos ; pero importaria
bien poco que en él se instruyesen sola-
mente los particulares que no tienen toda-
via asiento entre los Padres de la Patria , ni
determinan todavía sobre la marcha y giro
que deben llevar los negocios de las nacio-
nes. Si los caudillos y gefes de los pueblos,
si los que se hallan al frente de los nego-
cios públicos hiciesen un serio estudio so-
bre una ciencia que debiera servirles de
.
ley y de brújula , ¿qué de frutos no debian
esperarse de un buen tratado de derecho
de gentes ? Todos los dias se está claman-
do por un buen código de leyes en la so-
ciedad civil , y es bien cierto que el dere-
cho de gentes excede por su importancia
al derecho civil , cuanto los graves asuntos
de las naciones y de los soberanos llevan
de ventaja por sus consecuencias á los de
los particulares.
Una funesta esperiencia nos ofrece de-
masiadas pruebas de la negligencia con que
miran el estudio de este derecho los que
estan al frente de los negocios ; siendo asi
que en él debian encontrar su provecho.
Contentos la mayor parte con aplicarse á
una política á las veces falsa , pues que es
muchas injusta, creen haber hecho bastan-
te con haberla estudiado bien. Sin embar-
go puede decirse de los estados lo que se
ha dicho hace mucho tiempo respecto de
los particulares , y es que no hay política
mejor ni mas segura , que la que se funda
XXVI
en la virtud. Ciceron , sábio tan eminente
en el gobierno de un estado , como en la
elocuencia y la filosofía , no se contenta con
reprobar la máxima vulgar , de que no se
puede gobernar felizmente la república sin
cometer injusticias ; sino que llega á esta
blecer lo contrario como una verdad cons-
tante , y sostiene que no se pueden admi-
nistrar saludablemente los negocios públi
cos , si no se miden por la mas exactajusti-
cia (1).
La Providencia da de tiempo en tiempo
al mundo reyes y ministros penetrados de
que la mejor y mas segura política se fun- 20
da en la virtud. No perdamos la esperanza
de que se vaya multiplicando cada dia el
número de estos sábios magistrados y gefes-
de las naciones , y entre tanto trabaje ca-
da uno de nosotros en su respectiva esfera,
para hacer que brillen unos dias, tan glo-
riosos.
Para que todos aquellos á quienes mas
importa leer y gustar de esta obra se pene-
tren de su importancia , corroboro algunas
veces mis máximas con ejemplos , y mi idea
ha merecido la aprobacion de uno de aque→

(1) Nihil est quod adhuc de republica putem


dictum , et quo possim longius progredi , nisi sit con-
firmatum , non modo falsum esse istud sine injuria
non posse, sed hoc verissimum , sine summa justitia
rempublicam regi non posse. Cicer. Frag. ex lib. de
Republica.
XXVII
llos ministros , amigos ilustrados del géne-
ro humano, que deberian ser los íntimos y
solos consejeros de los reyes ; pero he usa-
do con economía de este adorno. Sin´´ tra-
tar jamas de ostentar una vana erudicion,
solo he querido recrear de tiempo en tiem-
po á mis lectores , ó hacer mi doctrina mas
sensible con algun ejemplo ; demostrar al-
gunas veces que la práctica de las naciones
es conforme á los principios , y cuando he
hallado ocasion , me he propuesto sobre to
do inspirar amor á la virtud , mostrándo-
la tan bella , como digna de nuestros home-
nages en algunos hombres verdaderamente
grandes , y aun tan sólidamente útil en al-
gun pasage de la historia . He tomado la ma-
yor parte de mis ejemplos en la historia
moderna , como mas interesante , y para no
repetir los que han acumulado Grocio, Puf-
fendorf y sus comentadores.
En lo demas , tanto en estos ejemplos
como en mis raciocinios , he puesto gran
cuidado en no ofender á nadie , proponién-
dome guardar religiosamente el respeto que
se debe á las naciones y á las potestades so-
beranas. Pero me he impuesto una ley mas
inviolable todavía , que es respetar la ver-
dad y el interes del género humano . Si vi-
les aduladores del despotismo se alzan con-
tra mis principios , tendré en mi favor á los
hombres virtuosos , los corazones elevados,
á los amigos de las leyes y verdaderos ciu-
dadanos .
XXVIII
Tomaria el partido del silencio si no pu-
diese seguir en mis escritos las luces de mi
conciencia. Pero nada ata mi pluma , ni yo
soy capaz de prostituirla á la lisonja. He na-
cido en un pais , donde la libertad es el al-
ma, el tesoro y la ley fundamental ; y tam-
bien por mi nacimiento puedo ser amigo de
todas las naciones. Estas felices circunstan-
cias me han animado á intentar el hacerme
útil á los hombres por medio de esta obra.
Conocia la debilidad de mis luces y talentos ,
y he visto que emprendia un trabajo peno-
so; pero quedaré satisfecho si mis estima-
bles lectores reconocen en él al hombre de
bien y al ciudadano .
PRELIMINARES .

IDEA Y PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO

DE GENTES.

S. I. Las naciones ó estados son unos cuer-


pos políticos , ó sociedades de hombres reuni
dos con el fin de procurar su conservacion y
ventaja , mediante la reunion de sus fuerzas .
2. Una sociedad semejante tiene sus nego-
cios é intereses , delibera y toma resoluciones
en comun ; y por esta razon viene á ser una
persona moral , que tiene su entendimiento y
su voluntad propia , y es capaz de obligaciones
y de derechos.
3. El objeto de esta obra se dirige á esta-
blecer sólidamente las obligaciones y los dere
chos de las naciones. Asi que el derecho de
gentes es la ciencia del derecho que se observa
entre las naciones ó los estados , y la de las obli-
gaciones correspondientes á este derecho.
En este tratado se verá de qué modo deben
reglar todas sus acciones los estados en concep
to de tales ; pesarémos las obligaciones de un
pueblo tanto hácia sí mismo como hacia los de-
mas , y descubriremos por este medio los dere-
chos que resultan de estas obligaciones . Porque
no siendo el derecho otra cosa mas que la fa-
2
cultad de hacer lo que es moralmente posible,
es decir , lo que es un bien y conforme al de-
ber; es evidente que el derecho nace del deber
ó de la obligacion pasiva , que es aquella en la
cual se halla el hombre de obrar de tal ó cual
manera . Es pues necesario que una nacion se
instruya de sus obligaciones , no solo para no
pecar contra su deber , sino tambien para po-
nerse en estado de conocer á fondo sus dere
chos , ó lo que puede legítimamente exigir de
las demas .
4. Como que las naciones se componen de
hombres naturalmente libres é independientes,
los cuales antes del establecimiento de las so-
ciedades civiles vivian juntos en el estado de na-
turaleza ; las naciones ó los estados soberanos
deben considerarse como otras tantas personas
libres , que viven entre sí en el estado de na-
turaleza.
En el derecho natural se prueba que todos
los hombres reciben de la naturaleza una liber-
tad é independencia que solo pueden perder por
su consentimiento. Es verdad que los ciudada
nos no gozan de ella plena y absolutamente en
el Estado , porque han sometido parte de ella,
al soberano; pero el cuerpo de la nacion , lo
que se llama Estado , permanece absolutamente
en la libertad é independencia respecto de los
demas hombres y de las naciones estrangeras ,
mientras que no se someta á ellas volunta-
riamente.
1.5 . Como que los hombres estan sometidos
á las leyes de la naturaleza , sin que haya podi-
do substraerlos de la obligacion de observarlas
su union en sociedad civil , pues que en esta
union no cesan de ser hombres ; la nacion en、
3
tera, cuya voluntad comun es el resultado de
las voluntades reunidas de los ciudadanos , per-
manece sumisa á las leyes , obligada á respetar-
las en todos sus procedimientos ; y puesto que
el derecho nace de la obligacion , segun lo aca-
bamos de observar (§. 3. ) , 1la nacion tiene tam-
bien los mismos derechos que la naturaleza con-
cede á los hombres para cumplir con sus deberes .
6. Para descubrir cuales son las obligacio
nes y los derechos de las naciones , es necesa-
rio aplicarlas las reglas del derecho natural ; y
por consiguiente el derecho de gentes no es ori-
ginariamente otra cosa que el derecho de la na-
turaleza aplicado á las naciones. Pero como la
aplicacion de una regla deja de ser justa y ra-
zonable , si no se hace de una manera conve
niente al objeto , guardémonos de creer que el
derecho de gentes sea en todo y por todo lo
mismo que el derecho natural , sin mas diferen-
cia que sus objetos ; de suerte que no tengamos
que hacer otra cosa que subrogar las naciones
en lugar de los particulares. Una sociedad ci-
vil ó un Estado , es un sugeto muy diferente de
un individuo humano ; y por eso resultan en
virtud de las mismas leyes naturales , obligacio-
nes y derechos muy diferentes en muchos ca-
sos : por la razon sencilla de que una misma re-
gla general , aplicada á dos sugetos , no puede
producir decisiones semejantes cuando los su-
getos difieren ; ó bien por la de que una regla
particular muy exacta para un sugeto , no es
aplicable á otro de diversa naturaleza . Hay pues
muchos casos en los cuales la ley natural no
decide de estado á estado , como decidiria de
particular á particular ; por cuya razon convie-
ne saber hacer de ella una aplicacion acomo-
4
dada á los sugetos ; y el arte de aplicarla con
una exactitud fundada en la recta razon , cons-
tituye del derecho de gentes una ciencia par
ticular (1).

( 1 ) El estudio de esta ciencia supone el conocimiento


del derecho natural ordinario , que tiene por objeto al
hombre considerado individualmente. Sin embargo , para
todos aquellos que no han hecho de este derecho un es-
tudio sistemático , no será fuera de propósito darles aqui
una idea general. Entiéndese por derecho natural la
ciencia de las leyes de la naturaleza , ésto es , de aquellas
que la naturaleza impone á los hombres , ó á las cuales
estan sometidos por el hecho de serlo ; ciencia cuyo pri-
mer principio se funda en esta verdad sentimental y
axioma incontestable : el fin principal de todo ser dotado
de inteligencia y de sentimiento es la felicidad. Por solo el
deseo de esta felicidad se puede ligar á un ser pensador
y formar los vínculos de la obligacion que debe some-
terle á aquella regla ; así que aplicándose á estudiar la
naturaleza de las cosas y la del hombre en particular,
se pueden deducir de ella las reglas que debe seguir el
hombre para llegar á su fin principal , que es el de ob-
tener la mas perfecta felicidad de que es capaz. Damos
á estas reglas el nombre de leyes naturales , ó leyes de
la naturaleza , las cuales son ciertas, obligatorias y sagra-
das para todo hombre razonable , haciendo abstraccion
de cualquiera otra consideracion que la de su naturaleza ,
y aun suponiéndole en la total ignorancia de un Dios.
Pero la sublime consideracion de un Ser eterno, necesa
rio , infinito y autor de todas las cosas , añade la mayor
fuerza á la ley de la naturaleza , y la dá toda su perfec-
cion ; la cual recibe necesariamente en sí mismo este Ser
necesario , que es soberanamente bueno , y lo testifica
formando criaturas capaces de felicidad. Quiere pues que
sus criaturas sean tan felices como su naturaleza lo per-
mite; y por consiguiente su voluntad es que sigan en to.
da su conducta las reglas que esta misaia naturaleza las
traza como el camino mas seguro de la felicidad. La vo-
luntad del Criador coincide asi perfectamente con la sim-
ple indicacion de la naturaleza ; y emanando la misma
ley de estos dos principios , estos conspiran á formar
la misma obligacion , viniendo todo á parar al primero
5
7. Llamamos derecho de gentes necesario el
que consiste en la aplicacion del derecho natu-
ral á las naciones , y es necesario , porque las
naciones están obligadas absolutamente á obser-
varle. Este derecho contiene los preceptos que
la ley natural impone á los estados , para los
cuales no es menos obligatoria esta ley que para
los particulares ; pues que los estados se compo-
nen de hombres : hombres son los que toman
sus deliberaciones , y la ley de la naturaleza obli-
ga á todos los hombres bajo cualquiera relacion
que ellos obren. Este es el derecho que Grocio
y sus secuaces llaman derecho de gentes interno,
en cuanto obliga á las naciones en conciencia,
y muchos le llaman tambien derecho de gentes
natural.

y único fin del hombre , que es la felicidad . Si se han


hecho las leyes naturales es para conducirle á este fin ,
y el deseo de esta misma felicidad forma la obligacion
de seguir esas mismas leyes. No hay hombre , sean las
que quieran sus ideas sobre el origen de las cosas , ann-
que tenga la desventura de ser un ateo , que no deba
someterse á las leyes de naturaleza necesarias para la
comun felicidad de los hombres. El que las desechase , el
que imprudentemente las despreciase , se declararia por
esto enemigo del linage humano , y mereceria los trata-
mientos de tal. Una de las verdades que nos descubre el
estudio del hombre , y que se sigue necesariamente de
su naturaleza , es que solo y aislado no podia conseguir
su mas interesante objeto que es la felicidad , y que está
hecho para vivir en sociedad con sus semejantes. La na-
turaleza misma estableció esta sociedad cuyo gran fin es
la ventaja comun de los miembros , y los medios de lle-
gar á este fin forman las reglas que debe seguir en su
conducta todo individuo. Tales son las leyes naturales de
la sociedad humana , sobre las cuales basta haber dado
una idea general , suficiente para el hombre ilustrado , y
que este hallará esplicada en autores de mérito ; en cu
ya atencion volvamos al objeto particular de este tratado.
TOMO I. 3
6
8 . Puesto que el derecho de gentes necesa-
rio consiste en la aplicacion que se hace á los
estados del derecho natural , el cual es inmu-
table como fundado en la naturaleza de las co-
sas , y en particular en la naturaleza del hombre;
se sigue que el derecho de gentes necesario es
inmutable.
9. Por lo mismo que este derecho es inmu-
table , es necesaria tambien é indispensable la
obligacion que impone , y no pueden las nacio-
nes hacer en él alteracion 1 alguna por sus con、
venios , ni faltar recíprocamente á esta obligacion .
Aqui tenemos el principio que nos debe
guiar para distinguir las convenciones ó trata-
dos legítimos de los que no lo son , y las cos-
tumbres inocentes y admisibles de las que son
injustas ó condenables.
Cosas hay justas y permitidas por el dere-
cho de gentes necesario , en las cuales pueden
convenir las naciones entre sí , ó pueden consa-
grar y fortificar con las costumbres y el uso . Las
hay indiferentes , sobre las cuales se pueden ave-
nir como les plazca por tratados , o introducir
tal costumbre o uso que les cuadre. Empero son
ilegítimos todos los tratados , todas las costum-
bres que van contra lo que manda ó prohibe el
derecho de gentes necesario ; y veremos que siem-
pre son segun el derecho interno ó de concien-
cia , y que por razones que se espondrán en su
tiempo y lugar , estas convenciones y tratados
no dejan de ser muchas veces válidos por el
derecho esterno. Siendo las naciones libres é in-
dependientes , aunque las acciones de la una
sean ilegítimas y condenables segun las leyes
de la conciencia , las demas estan obligadas á
sufrirlas cuando estas acciones no vulneran sus
7
derechos perfectos ; porque la libertad de tal
nacion no subsistiria entera , si las demas se ab-
rogasen una inspeccion y derecho sobre su con-
ducta , lo que seria contra la ley natural que de-
clara á toda nacion libre é independiente de las
demas.
10. Tal es el hombre por su naturaleza que
no puede bastarse á sí mismo , y tiene absoluta
necesidad de valerse del socorro y del consuelo
de sus semejantes , ora para conservarse , ora para
perfeccionarse , y para vivir como conviene á un
animal racional ; lo que está probado suficiente-
mente por la esperiencia . Ejemplos hay de hom-
bres criados entre los osos , á los cuales sin len-
guage ni uso de la razon se les veia únicamente li-
mitados como las bestias á las facultades sensiti
vas. Vemos tambien que la naturaleza ha nega-
do á los hombres la fuerza y las armas de que
naturalmente ha provisto á los demas animales ,
dándoles en vez de estas ventajas las de la pala-
bra y la razon , ó á lo menos la facultad de ad-
quirirlas en el comercio de sus semejantes . La
palabra les pone en estado de comunicarse , de
ayudarse mútuamente , de perfeccionar su razon
y sus conocimientos ; y hechos de este modo in-
teligentes hallan mil medios de conservarse y de
proveer á sus necesidades , y siente cada uno de
ellos dentro de sí mismo que le fuera imposible
vivir feliz y trabajar en su perfeccion , sin el so-
corro y comercio de los demas ; y pues que la
naturaleza ha hecho á los hombres tales , es un
indicio manifiesto de que los ha destinado á vivir
juntos , y á prestarse ayuda y socorros recíprocos .
He aqui de donde se deriva la sociedad na-
tural , establecida entre los hombres. La ley ge-
neral de esta sociedad es que haga cada uno en
8
favor de los demás todo lo que necesitan , y lo
que puede hacer , sin descuidar lo que debe á sí
mismo ; ley que todos los hombres deben obser-
var para vivir de un modo conveniente á su na-
túraleza , y conformarse con las miras de su co-
mun criador ; ley en fin que nuestra propia con-
servacion , nuestra felicidad y nuestras mas pre-
ciosas ventajas deben hacer sagrada para cada uno
de nosotros . Tal es la obligacion general que nos
liga á la observancia de nuestros deberes , los
cuales llenemos todos cuidadosamente si que-
remos trabajar con cordura en nuestro ma-
yor bien.
Facil es conocer cuán feliz seria el mundo ,
si todos los hombres quisiesen observar la regla
que acabamos de establecer. Por el contrario , si
cada hombre se limita á pensar única é inme-
diatamente en sí mismo , y nada hace en favor
de los demas , todos juntos serán muy infeli-
ces. Trabajemos pues por la felicidad de to-
dos , para que todos trabajen por la nuestra; y
asi la estableceremos sobre los mas sólidos fun-
damentos.
11 . Como que la sociedad universal del gé-
nero humano es una institucion de la misma na-
turaleza , es decir , una consecuencia necesaria de
la naturaleza del hombre , todos en cualquier es-
tado que se hallen están obligados á cultivarla,
--
y á cumplir con sus deberes. Ninguna conven-
cion , ninguna asociacion particular alcanza á dis-
pensarlas de este cumplimiento. Cuando se unen
en sociedad civil para formar un Estado ó una Na-
cion á parte, pueden con toda libertad obligar-
se particularmente con aquellos con quienes se
asocian ; pero permanecen siempre cargados con
sus deberes hacia el resto del género humano.
9
Toda la diferencia consiste en que habiéndose
convenido en obrar de consuno , y habiendo trans-
ferido sus derechos y sometido su voluntad al
cuerpo de la sociedad en todo lo que interesa al
bien comun , este cuerpo , este Estado y sus ge-
fes son los que deben llenar los deberes de la
humanidad hacia los estrangeros , en todo lo que
no dependa ya de la libertad de los particulares,
y al Estado toca observarlos particularmente com
los demas Estados. Ya hemos visto ( S. 5. ) que
los hombres unidos en sociedad quedan sujetos
á las obligaciones que les impone la naturaleza
humana ; y considerando la sociedad como una
persona moral, pues que tiene un entendimien-
to , una voluntad y una fuerza que le son propias,
es claro que está obligada á vivir con las demas
sociedades ó estados , como un hombre antes de
estos establecimientos tendria que vivir con los
demas hombres , es decir , según las leyes de la
sociedad´ natural , establecida entre los hombres,
observando las escepciones que pueden nacer de
la diferencia de uno á otro derecho.
12. Asi como en el fin de la sociedad natu-
ral , establecida entre todos los hombres , es el
de prestarse una mútua asistencia para su pro-
pia perfeccion y la del estado ; y así como las
naciones consideradas como otras tantas perso-
nas libres que viven reunidas en el estado de
naturaleza , se ven obligadas á cultivar entre sí
esta sociedad humana ; asi tambien el fin de la
gran sociedad establecida por la naturaleza en-
tre todas las naciones , es una asistencia mútua
para perfeccionarse ellas y su estado.
13. La primera ley general que se deriva del
mismo objeto de la sociedad de las naciones , es
que cada nacion debe contribuir á la felicidad y
3

10
perfeccion de las demas cuanto en ella consista (1) .
14. Pero como los deberes para consigo mis-
mo son primero que los deberes para con los
demas , es claro que una nacion se debe prime-
ro á sí misma, y con preferencia á otra , todo lo que
puede hacer por su felicidad y perfeccion. Diga
lo que puede , no solo física , sino tambien mo-
ralmente , es decir , lo que puede hacer legítima-
mente con justicia y probidad. Porque si no pu-
diera contribuir al bien de otra , sin perjudicar-
se esencialmente á sí misma , su obligacion ce-
sa en esta ocasion particular , y se contempla á la
nacion en la imposibilidad de prestar este oficio.
- 15. Siendo las naciones libres é independien
tes unas de otras , pues que los hombres son na-
turalmente libres é independientes , la segunda
ley general de su sociedad es , que á cada nacion
se le debe dejar en el goze pacífico de aquella
libertad que recibe de la naturaleza . Imposible es
que la sociedad natural de las naciones subsista,
si en ella no se respetan los derechos que ha re-
cibido cada una de la naturaleza ; y asi lejos de
renunciar ninguna á su libertad , romperá mas bien
todo comercio con las que piensan atentar con.
tra ella.
16. De esta libertad é independencia se sigue ,
que es peculiar á cada nacion el juzgar sobre lo
que su conciencia exige de ella ; sobre lo que
puede ó no sobre lo que la conviene ó no la
conviene hacer , y por consiguiente , examinar

(1) Xenofonte indica la verdadera razon , y establece


la necesidad de este primer deber en estas palabras : « si
vemos , dice, á un hombre siempre solícito en buscar su
ventaja particular, posponiendo á su interes la hombria
de bien y la amistad, ¿ por qué una Nacion despreciará
su ventaja , si la ocasion se la presenta ?»
y decidir si puede prestar algun oficio á otra ,
sin faltar á lo que se debe á sí misma . En todos
los casos pues en que pertenece a una nacion
juzgar lo que su deber exige de ella , no la pue-
de obligar otra á obrar de tal ó tal suerte ; por-
que si lo emprendiese , atentaría contra la liber-
tad de las naciones. El derecho de coaccion con-
tra una persona libre , solo nos pertenece en los
casos que esta persona se halle obligada con no-
sotros por alguna cosa particular que no depen-
da de su juicio ; en los casos por fin en que te-
nemos un derecho perfecto contra ella.
17. Para la perfecta inteligencia de esto , es
necesario observar que se distinguen la obliga-
cion , y el derecho que de ella dimana ó que pro-
duce , en internos y externos. La obligacion es in-
terna en cuanto liga la conciencia , y se toma de
las reglas de nuestro deber ; es externa en cuanto
se la considera relativamente á los demas hon-
bres , y produce algun derecho entre ellos. La
obligacion interna es siempre la misma en natu-
raleza, aunque varie en grados ; pero la obligacion
externa se divide en perfecta é imperfecta. Llá-
mase derecho perfecto el que va unido con el de
coaccion contra los que no quieren satisfacer la
obligacion que deriva de él ; y derecho imperfecto
es el que no va acompañado de este derecho de
coacción. La obligacion perfecta es la que produ-
ce el derecho de coaccion ; pero la imperfecta solo
da á otro el derecho de pedir.
Ahora se comprenderá con facilidad por qué
es siempre imperfecto el derecho , cuando la obli-
gacion que le corresponde depende del juicio de
aquel en quien la encontramos. Porque si en este
caso hubiese un derecho para constreñirle , no
estaria ya en su mano resolver lo que tiene que
12
hacer para obedecer á las leyes de su conciencia.
Nuestra obligacion es siempre imperfecta con
relacion á otro , cuando se nos reserva el dere-
cho de juzgar ; derecho que se nos reserva en
todas las ocasiones que debemos ser libres.
18. Puesto que los hombres son naturalmen-
te iguales , y que sus derechos y obligaciones,
son los mismos , como que provienen igualmen-
te de la naturaleza ; las naciones compuestas de
hombres , y consideradas como otras tantas per-
sonas libres que viven reunidas en el estado de
la naturaleza , son naturalmente iguales , y tie-
nen de ella las mismas obligaciones y los mis-
mos derechos. El poder ó la debilidad ninguną
diferencia producen respecto á esto , porque un
enano es tan hombre como un gigante , y tan
estado se reputa una pequeña república, como el
reino mas poderoso .
19. Por una consecuencia necesaria de esta
igualdad , lo que se permite á una nacion , tam-
bien se permite á oira ; y lo que no se permite
á la una , tampoco se permite á la otra.
20. Una nacion es pues dueña de sus accio-
nes en tanto que no se halla interesado en ellas
el derecho perfecto de otra , y en tanto que so-
lo está ligada con una obligacion interna , sin
ninguna obligacion externa perfecta . Si abusa de
esta libertad , peca ; pero las demas deben su-
frirlo como que no tienen derecho ninguno á
mandarla .
21. Puesto que las naciones son libres , in-
dependientes , iguales , y cada una debe juzgar
en su conciencia de lo que debe hacer para lle-
nar sus deberes , el defecto de todo esto es el
de obrar á lo menos esteriormente , y entre los
hombres , con una perfecta igualdad de derecho
13
entre las naciones en la administracion de sus
negocios , y en la prosecucion de sus pretensio-
nes , sin consideracion á la justicia intrínseca de
la conducta que tengan ; sobre la cual no per-
tenece aá las demas juzgar definitivamente ; de
suerte que lo que permite á la una tambien se
permite á la otra , y en la sociedad humana de-
ben considerarse con un derecho igual.
Cada una pretende en efecto tener la justi
cia de su parte en las diferencias que pueden
sobrevenir , y no pertenece ni á uno ni á otro
de los interesados , ni á las demas naciones , juz-
gar la cuestion. La que no tiene razon , peca
contra su conciencia ; pero como pudiera ser que
tuviese derecho , no se la puede acusar de violar
las leyes de la sociedad.
Es pues necesario en muchas ocasiones , que
las naciones sufran ciertas cosas , bien que injus-
tas y condenables en sí mismas ; porque no pu-
dieran oponerse á ellas por la fuerza , sin violar
la libertad de alguna , y sin destruir los funda-
mentos de su sociedad natural. Y ya que deben
cultivar esta sociedad , se presume de derecho
que todas las naciones han consentido en el
principio que acabamos de establecer. Las reglas
que emanan de él , forman lo que Mr. Wolflia-
ma derecho de gentes voluntario , y nada impide el
que nos valgamos del mismo término , aunque
hayamos creido debernos separar de este sábio
en el modo de establecer el fundamento de este
derecho .
22. Las leyes de la sociedad natural son de
tan alta importancia para la salud de todos los
Estados , que si hubiese costumbre de hollarlas ,
ningun pueblo podria contar con conservarse y
vivir pacífico , por mas medidas de sabiduría , jus-
14
ticia y moderacion que tomar pudiese ( 1) . Asi
que todos los hombres y todos los estados tie-
nen un derecho perfecto á aquellas cosas , sin
las cuales no pueden conservarse ; pues que este
derecho corresponde á una obligacion indispen-
sable ; y por lo mismo todas las naciones se ha-
llan con derecho de reprimir por la fuerza á la
que viola altamente las leyes de la sociedad que
estableció la naturaleza entre ellas , ó que ataca
directamente al bien y la conservacion de tal
sociedad.
23. Pero debemos cuidar de no estender es-
te derecho en perjuicio de la libertad de las na-
ciones : todas ellas son libres é independientes,
pero deben observar las leyes de la sociedad que
la naturaleza estableció entre ellas ; y de tal suer-
te deben , que las demas tienen derecho de re –
primir á la que viola estas leyes , sin que todas
juntas le tengan sobre la conducta de cada una,
sino en cuanto en ello se interese la sociedad
natural. Porque el derecho general y comun de
las naciones sobre la conducta de otro estado
soberano , se debe medir por el fin de la socie-
dad que tienen entre sí.
24. Las diversas obligaciones en que las na-
ciones pueden entrar , producen una nueva es-
pecie de derecho de gentes , que se llama conven-
cional ó de tratados. Como es evidente que un
tratado obliga solo á las partes contratantes , el
derecho de gentes convencional no es un derecho
universal , sino particular. Todo lo que sobre es-
to puede hacerse en un tratado de derecho de

(1) Etenim , si haec (las leyes) perturbare omnia et per-


miscere volumus , totam vitam periculosam , insidiosam , infes-
tamque redemus. Cicero in Verr. Act. 2. lib. 1. cap . 15.
15
gentes , es dar las reglas generales que deben
observar las naciones con relacion á sus trata-
dos. El pormenor de los diferentes convenios
que se hacen entre ciertas naciones , y de los
derechos y obligaciones que de ellos resultan , es
materia de hecho y pertenece á la historia.
25. Ciertas máximas , ciertas prácticas con-
sagradas por un largo uso , y que las naciones
observan entre sí como un derecho , forman el
de gentes consuetudinario , ó la costumbre de las
naciones. Este derecho se funda en el consenti-
miento tácito , ó si queremos , en una conven-
cion tácita de las naciones que le observan en-
tre sí ; por lo cual solo obliga á las naciones que
le han adoptado , y no es universal , como no lo
es el derecho convencional ; pero debemos tam-
bien decir que el por menor del derecho con-
suetudinario no pertenece á un tratado sistemá-
tico del derecho de gentes ; y por lo mismo nos
limitarémos á presentar su teórica general , es
decir , las reglas que en él deben observarse , tan-
to por sus efectos , como por relacion á su ma-
teria misma ; y bajo este último respecto , las
reglas que demos , servirán para distinguir las
costumbres legítimas é inocentes de las inju tas
é ilícitas.
26. Cuando una costumbre , ó un uso se ha-
lla generalmente establecido , ya entre todas las
naciones civilizadas del mundo , ya entre todas
las de un cierto continente , el de Europa por
ejemplo , ó las que tienen entre sí un comercio
mas frecuente ; si esta costumbre es en sí indi-
ferente , y á mayor abundamiento , si es útil y
racional , se hace obligatoria para todas aque
llas naciones que se presumen haber dado pa
ra ello su consentimiento ; y estan obligadas á
16
observarla recíprocamente , mientras no decla-
ren espresamente no querer seguirla. Pero si es-
ta costumbre envuelve alguna cosa injusta ó ilí-,
cita , ninguna fuerza tiene , y aun toda nacion
debe abandonarla , porque nada la puede obli-
gar , ni permitir la violacion de la ley natural.
27. Las tres especies de derecho de gentes,
voluntario , convencional y consuetudinario for-
man una sola , que es el derecho de gentes posi
tivo : porque todos proceden de la voluntad de
las naciones. El derecho voluntario , de su con-
sentimiento presunto ; el derecho convencional, de
un consentimiento espreso , y el derecho con-
suetudinario , de un consentimiento tácito ; y co-
mo no hay ningun otro medio de deducir un de-
recho de la voluntad de las naciones, no hay mas
que estas tres suertes de derecho de gentes positivo.
Tendremos cuidado de distinguirlos exacta-
mente del derecho de gentes natural ó necesario,
sin que no obstante los tratemos á parte. Pero
despues de haber establecido sobre cada materia
lo que prescribe el derecho necesario, añadire-
mos inmediatamente cómo y por qué deben mo-
dificarse las decisiones por el derecho volunta
rio , ó lo que es lo mismo en otros términos,
esplicaremos cómo en virtud de la libertad de
las naciones y de las reglas de su sociedad na-
tural , el derecho esterno que debe observarse
entre ellas , difiere en ciertas incidencias de las
máximas del derecho interno , siempre obligato
rias en la conciencia, En cuanto á los derechos
introducidos por los tratados , ó por la costum-
bre , no hay que temer que nadie los confunda
con el derecho de gentes natural , porque for-
man aquella especie del derecho de gentes que
los autores llaman arbitrario.
17
28. Para dar desde ahora una regla general
sobre la distincion del derecho necesario y de-
recho voluntario , observemos que siendo siem-
pre obligatorio en la conciencia el derecho ne-
cesario , jamas debe una nacion perderle de vis-
ta , cuando delibera sobre el partido que debe
tomar para satisfacer á su deber ; pero cuando
se trata de examinar lo que puede exigir de otros
Estados , debe consultar el derecho voluntario, cu-
yas máximas estan consagradas á la conservacion
y ventaja de la sociedad universal.
BADA DEODA DE DC

EL DERECHO DE GENTES .

LIBRO PRIMERO .

DE LA NACION CONSIDERADA EN SI MISMA ..

CAPITULO I.

DE LAS NACIONES Ó ESTADOS SOBERANOS.

1. Una nacion ó un estado , segun hemos


dicho en la introduccion de esta obra , es un
cuerpo político , ó una sociedad de hombres reu-
nidos para procurar su conservacion y ventajas
con la reunion de sus fuerzas .
Puesto que esta muchedumbre forma una so-
ciedad que tiene sus intereses comunes y debe
obrar de concierto , es necesario que establezca
una autoridad pública para ordenar y dirigir la
que debe hacer cada uno relativamente al fin de
la asociacion . Esta autoridad política es la sobera-
nía, y el que, ó los que la poseen, son el soberano.
2. Déjase bien concebir , que por el acto de
asociacion civil ó política , cada ciudadano que-
da sometido á la sociedad del cuerpo entero , en
todo lo que puede interesar al bien comun . El
derecho de todos sobre cada miembro toca esen-
cialmente al cuerpo politico y al estado ; pero el
ejercicio de este derecho puede depositarse en
diversas manos , segun que la sociedad lo haya
dispuesto.
19
3. Si el cuerpo de la nacion retiene en si el
imperio ó el derecho de mandar , es un gobierno
popular , ó una democracia ; si le transfiere a un
cierto número de ciudadanos , ó á un senado , es-
tablece una república aristocrática ; y en fin si
confiere el imperio á uno solo , el estado es en-
tonces una monarquía. Estas tres especies de go-
bierno se pueden combinar y modificar de di-
versos modos , en cuyo por menor no entramos,
porque este es objeto del derecho público uni-
versal ( 1 ) ; bastándonos para cumplir con el ob-
jeto de esta obra establecer los principios gene-
rales necesarios para la decision de las cuestio-

(1) No entrarémos á examinar tampoco cuál es la me-


jor de estas diversas formas de gobierno. Bastará decir
en general , que el gobierno monárquico parece preferi
ble á cualquiera otro ; pero en la inteligencia de que el
poder del soberano sea limitado , y no absoluto. Qui
(principatus ) tum demum regius est , si intra modestiæ et me-
diocritatis fines se contineat : excessu potestatis quam impru
dentes in dies augere satagunt , minuitur , penitusque cor-
rumpitur. Nos stulti, majoris potentiæ specie decepti , dilabi-
mur in contrarium , non satis considerantes , eam demum
tutam esse potentiam , quæ viribus modum imponit. La má-
xima es muy verdadera y muy sabia , y el autor cita
aqui las siguientes palabras de Teopompo , rey de Es-
parta , el cual volviendo á su casa entre las aclamacio-
nes del pueblo , despues del establecimiento de los Efo-
ros, y oyendo á su muger que le decia : vos dejaréis á
vuestros hijos una autoridad disminuida por vuestra culpa.
Si, la respondió , yo la dejaré menor , pero mas permanente.
Los Lacedemonios tuvieron durante un tiempo dos reyes,
á los cuales daban muy impropiamente el título de reyes.
Eran magistrados de un poder muy limitado , se les cita-
ba á juicio , se les prendia y se les condenaba á muerte.
La Suecia tiene mas razon en conservar á su gefe el títu-
lo de rey, aunque haya limitado en extremo su au-
toridad. Este gefe es único y hereditario , y el estado
desde la mas remota antigüedad llevaba el título de
reino.
20
nes que entre las naciones pueden suscitarse.
4. Entiéndese por estado soberano toda na-
cion que se gobierna por sí misma bajo cualquie
ra forma que sea , sin dependencia de ningun es-
trangero. Sus derechos son naturalmente los mis-
mos que los de cualquiera otro estado ; y tales
son las personas morales que forman unidas una
sociedad natural , sumisa á las leyes del derecho
de gentes. Para que una nacion tenga derecho á
figurar inmediatamente en esta sociedad , basta
que sea verdaderamente soberana é independien-
te , es decir , que se gobierne por sí misma , por
su propia autoridad y por sus leyes.
5. Se deben pues contar en el número de los
soberanos , aquellos estados que se han ligado á
otro mas poderoso por una alianza desigual , en
la cual , segun ha dicho Aristóteles , se tributa
mas honor al mas poderoso , y al mas debil se
le dá mas socorro.
Las condiciones de estas alianzas desiguales
pueden variar á lo infinito ; pero cualesquiera
que sean , con tal que el aliado inferior se re-
serve la soberanía ó el derecho de gobernarse
por sí mismo , entra el Estado en la categoría
de independiente ; el cual comercia con los de-
mas bajo la autoridad del derecho de gentes.
6. Por consiguiente un Estado debil que para
su seguridad se pone bajo la proteccion de otro
mas poderoso , y se obliga por reconocimiento
á muchos deberes equivalentes á esta proteccion,
sin por eso despojarse de su gobierno y de su
soberanía ; no deja de figurar entre los sobera-
nos que no reconocen mas ley que elderecho de
gentes.
7. En cuanto á los estados tributarios , no hay
dificultad ninguna ; porque bien que un tributo
21
pagado a una potencia estrangera disminuya al-
gun tanto la dignidad de estos estados , siendo
una confesion de su debilidad ; deja sin embar-
go subsistir enteramente su soberanía. El uso de
pagar tributo era en otro tiempo muy frecuente,
y por este medio redimian los débiles las veja-
ciones del mas fuerte , ó se conciliaban su pro-
teccion sin dejar de ser soberanos.
8. Las naciones germánicas introdujeron otro
uso , que fué el de exigir homenage de un estado
vencido , ó muy debil para resistir , y algunas ve-
ves una potencia ha dado soberanías en feudo,
y ha habido soberanos que se han hecho volunta-
riamente feudatarios de otro.
Cuando el homenage , dejando subsistir la in-
dependencia y la autoridad soberana , envuelve
solo ciertos deberes hácia el señor del feudo , ó
solo un simple reconocimiento honorífico , nada
impide que el Estado ó el príncipe feudatario sea
verdaderamente soberano . Asi vemos que al Rey
de Nápoles , sin embargo de hacer homenage de
su reino al Papa , no por eso deja de contarse-.
le entre los principales soberanos de la Europa.
9. Dos estados soberanos pueden tambien es-
tar sometidos à un mismo príncipe , sin depen-
dencia del uno respecto del otro , y cada uno re-
tiene sus derechos de nacion libre Ꭹ soberana.
Asi hemos visto al Rey de Prusia , príncipe so-
berano de Neufchatel en Suiza , sin ninguna reu-
nion de este principado á los otros estados suyos ;
de suerte que los Neufchateleses en virtud de sus
franquicias podian servir á una potencia estran-
gera que estuviese en guerra con el rey de Pru-
sia , como no fuese la guerra por causa de su
principado.
10. En fin muchos estados soberanos é inde-
TOMO I. 4
22
pendientes pueden ligarse para una confederacion
perpétua , sin dejar de ser cada uno en particular
un estado perfecto. Formarán juntos una repú-
blica federativa , pero sin que las deliberaciones
comunes atenten en lo mas mínimo á la sobera-
nía de cada miembro , aunque puedan impedir-
se el ejercicio de ella en ciertos puntos , en vir-
tud de pactos voluntarios . Una persona no deja
de ser libre é independiente cuando voluntaria-
mente se obliga á cumplir ciertos compromisos.
Tales eran en otro tiempo las ciudades de la Gre-
cia , y tales , antes de la revolucion francesa , las
Provincias Unidas de los Paises Bajos , y todos los
miembros del cuerpo helvético.
II . Pero un pueblo que ha pasado á la do-
minacion de otro , no forma ya un estado , ni
puede servirse directamente del derecho de gen-
tes. Tales fueron los pueblos y los reinos que so-
metieron los Romanos á su imperio , y la mayor
parte de los que honraron con el nombre de ami-
gos y aliados no formaban ya estados verdaderos.
Pues aunque es cierto que se gobernaban en lo
interior por sus propias leyes y por sus magis-
trados , tambien lo es que fueran obligados á se-
guir en todo las órdenes de Roma , sin que se atre-
viesen á hacer por sí solos , ni guerra ni alian-
za , ni podian tratar con las naciones.
12. El derecho de gentes es la ley de los so-
beranos ; y los estados libres é independientes son
las personas morales cuyos derechos y obligacio-
nes acabamos de establecer en este tratado .
23
CAPITULO II.

PRINCIPIOS GENERALES DE LOS DEBERES DE UNA


NACION HACIA SI MISMA.

13. Si los derechos de una nacion nacen de


sus obligaciones ( § . 3 ) , la nacion es principal-
mente el objeto de ellas . Veremos tambien que
sus deberes hacia las demas dependen mucho
de sus deberes hácia sí misma , sobre los cuales
deben reglarse y medirse. Teniendo pues que tra-
tar de los derechos y de las obligaciones de las
naciones , el órden pide que comencemos por es-
tablecer lo que cada una se debe á sí misma.
La regla general y fundamental de los debe-
res hácia sí mismo , es que todo ser moral deba
vivir de un modo conveniente á su naturaleza,
naturæ convenienter vivere. Una nacion es un ser
determinado por sus atributos esenciales , que tie-
ne su naturaleza propia, y puede obrar de un mo-
do conveniente á esta naturaleza. Hay pues accio-
nes de una nacion como tal , que la conciernen
en su calidad de nacion , y que son convenien-
tes ú opuestas á lo que la constituye tal ; de suer-
te que no es indiferente el que cometa alguna
de estas acciones y omita otras ; sobre lo cual
tiene deberes prescritos por la ley natural . Bajo
este supuesto tratarémos en este primer libro de
la conducta que una nacion debe tener para no
faltarse á sí misma ; y para ello conviene que de-
mos una idea general.
14. No hay deberes para el que ya no existe,
y un ser moral no se carga con obligaciones há-
cia sí mismo , sino con el objeto de su perfeccion
y de su felicidad : conservarse y perfeccionarse , es
la suma de todos los deberes hacia sí mismo.
La conservacion de una nacion consiste en la
24
duracion de la asociacion política que la forma.
Si esta asociacion llega á fenecer , deja de existir
la nacion ó el estado , aunque todavia existan los
individuos que la componian .
La perfeccion de una nacion se encuentra en
lo que la hace capaz de obtener el fin de la so-
ciedad civil ; y el Estado de una nacion es per-
fecto cuando nada le falta de cuanto necesita para
llegar á este fin. Se sabe que la perfeccion de
una cosa consiste por lo general en una perfec-
ta armonia con todo lo que constituye esta mis-
ma cosa para dirigirse al mismo fin ; y por eso
siendo la nacion una multitud de hombres reu-
nidos en sociedad civil , si en esta multitud cons-
pira todo á obtener el fin que se propusieron en
la formacion de una sociedad civil , la nacion es
perfecta , y lo será mas o menos , segun se acer-
que mas o menos á esta perfecta armonía ; así
como su estado esterno será mas o menos per-
fecto , segun que concurra con la perfeccion in-
trínseca de la nacion.
15. El objeto ó el fin de la sociedad civil es
procurar á los ciudadanos todas las cosas que les
son indispensables para las necesidades , la co-
modidad y los placeres de la vida , y en gene-
ral para su felicidad ; es hacer de suerte que cada
uno pueda gozar tranquilamente de lo suyo , y
obtener justicia con seguridad : en fin defender-
se de consuno contra toda violencia esterior.
Facil es pues ahora formarse una justa idea
de la perfeccion de un Estado , ó de una nacion,
en la cual todo debe concurrir al fin que acaba-
mos de insinuar.
16. En el acto de asociacion , en virtud del
cual una multitud de hombres forman juntos un
Estado ó una nacion , cada particular se obliga
25
hácia todos á procurar el bien comun , y todos
se obligan hácia cada uno á facilitarle los medios
de proveer á sus necesidades , á protegerle y de-
fenderle ; de donde resulta , que estos pactos re-
cíprocos no se pueden cumplir sino mantenien-
do la asociacion política , a cuya conservacion
está obligada toda la nacion ; y como en la dura-
cion de dicha asociacion consiste la conservacion
de la nacion , se sigue que toda nacion está obli-
gada á conservarse.
Esta obligacion , natural á los individuos que
Dios ha criado , no viene á las naciones inme-
diatamente de la naturaleza , sino del pacto en
virtud del cual se formó la sociedad civil ; ypor
tanto no es absoluta sino hipotética , es decir ,
que supone un hecho humano , á saber , el pac
to de sociedad . Y como los pactos pueden res-
cindirse por comun consentimiento de las par-
tes , si los particulares que componen una na-
cion consintiesen unánimemente en disolver los
vínculos que los unen , les seria permitido ha-
cerlo , y destruir así el Estado ó la nacion ; pero
pecarian sin duda si tomasen esta determinacion
sin graves y justas razones ; porque las socieda
des civiles estan aprobadas por la ley natural,
la cual las recomienda á los hombres como el
verdadero modo de proveer á todas las necesi-
dades , y de trabajar eficazmente en su propia
perfección . Ademas la sociedad civil es tan útil
y aun tan necesaria á todos los ciudadanos , que
se puede mirar como moralmente imposible el
consentimiento unánime de disolverla sin nece-
sidad. Lo que pueden ó deben hacer los ciuda
danos , lo que la pluridad puede resolver en cier-
tos casos de necesidad ó de grandes apuros , son
cuestiones que se tratarán á su debido tiempo,
26
porque no se las puede decidir sólidamente sin
el conocimiento de algunos principios que toda -
via no hemos establecido ; bastando por ahora
haber probado que en general , mientras subsis-
ta la sociedad política , la nacion entera tiene
obligacion de trabajar por conservarla .
17. Si una nacion está obligada á conservar-
se á sí misma , lo está igualmente á conservar pre-
ciosamente todos sus miembros ; y esto se lo de-
be á sí misma , porque perder a cualquiera de
sus miembros es debilitar y dañar su propia con-
servacion . Débelo tambien á los miembros en

particular , por un efecto del acto mismo de aso-
ciacion ; porque los que componen una nacion
se han unido para su defensa y comun ventaja;
y nadie puede verse privado de esta union y de
los frutos que de ella espera , mientras que por
su parte cumple las condiciones que estipuló.
El cuerpo de la nacion no puede pues aban-
donar una provincia , una ciudad , ni aun á un
particular que hace parte de ella , como no sea
que la necesidad á ello le obligue , ó que razo-
nes mas poderosas por el bien del Estado le ha-
gan de ello una ley.
18. Puesto que una nacion debe conservar-
se , tiene derecho á todo lo que es necesario para
su conservacion ; porque la ley natural nos dá
derecho á todo aquello , sin lo cual no podemos
satisfacer á nuestra obligacion de otro modo
nos obligaria á un imposible , ó mas bien se con-
tradiria ella misma , préscribiéndonos un deber
é interdiciéndonos al mismo tiempo los únicos
medios de cumplir con él. Por lo demás fácil-
mente se comprende que estos medios no deben
ser injustos en sí mismos , y de aquellos que pros-
cribe absolutamente la ley natural. Como es im
27
posible que permita jamas semejantes medios , si
sucediere que en alguna ocasion particular no se
presentan otros para satisfacer á una obligacion
general , la obligacion debe pasar en este caso par
ticular por imposible , y nula por consiguiente.
19. Por una consecuencia bien evidente de
lo que acabamos de decir, una nacion debe evi-
tar con cuidado , y en cuanto la sea posible,
todo lo que pudiera causar su destruccion ó la
del Estado , que es lo mismo.
20. La nacion ó el Estado tiene derecho á todo
lo que puede servir para desviar un peligro in-
minente , y alejar todas las cosas capaces de cau-
sar su ruina , y esto por las mismas razones que
establecen su derecho á todas las cosas necesa-
rias para la conservacion.
21. El segundo deber general de una nacion
hácia sí misma es el de trabajar en su perfeccion
y en la de su Estado , cuya doble perfeccion
hace capaz á una nacion de llegar al fin de una
sociedad civil ; porque seria absurdo unirse en
sociedad , y no trabajar para el fin con que se
unen sus miembros .
Aqui el cuerpo entero de la nacion y cada
ciudadano en particular se hallan ligados con
una doble obligacion ; la una que proviene in-
mediatamente de la naturaleza , y la otra que re-
sulta de sus obligaciones recíprocas. La natura-
leza obliga á todo hombre á trabajar en su pro-
pia perfeccion ; y por eso trabaja ya en la de la
sociedad civil que jamás se veria floreciente si no
se compusiese de buenos ciudadanos. Pero como
el hombre halla en una sociedad bien organizada
los socorros mas poderosos , para llevar la carga
que la naturaleza le impone , con el fin de hacer-
se mejor , y por consiguiente mas dichoso ; sin
28
duda está obligado á contribuir con todas sus
fuerzas á hacer esta sociedad perfecta.
Los ciudadanos que forman una sociedad
política , se obligan todos recíprocamente á þa-
cer que progrese el bien co mun , y á procurar
en la posible la ventaja de cada miembro. Si
pues la perfeccion de la sociedad es lo que la
hace propia para asegurar igualmente la felici-
dad del cuerpo y la de los miembros , claro es
que trabajar en esta perfeccion es el grande ob-
jeto de las obligaciones y deberes de un ciuda-
dano , y que esta es sobre todo la pension del
cuerpo entero en todas las deliberaciones comu-
nes , y en todo lo que hace como cuerpo.
22. Una nacion debe prevenir y evitar cui-
dadosamente todo lo que pueda dañar á su per-
feccion y á la de su Estado , ó retardar los pro-
gresos del uno y del otro .
23. Por consiguiente es aplicable cuanto arri-
ba dijimos respecto de la conservacion de un Es.
tado , ( S. 18 ) á saber: que una nacion tiene de-
recho á todas las cosas , sin las cuales no pueden
perfeccionarse ella ni su Estado , ni prevenir , ni
reparar todo lo que es contrario a esta doble
perfeccion .
24. Los ingleses nos ofrecen sobre esta ma-
teria un ejemplo bien digno de atencion . Esta
ilustre nacion se distingue de un modo admira-
rable por su aplicacion á todo lo que puede ha
cer el Estado floreciente. Una constitucion admi-
rable pone á todo ciudadano en estado de con-
currir á este gran fin , y difunde por todas par-
tes un espíritu de verdadero patriotismo que se
ocupa con celo en obsequio del bien público .
En esta nacion se ve á simples ciudadanos for-
mar empresas considerables por la gloria de ella;
29
mientras que un mal Príncipe tendria las ma-
nos atadas , un Rey sábio y moderado encuentra
alli los mas poderosos socorros para el suceso
de sus gloriosos designios. Los grandes y los re-
presentantes del pueblo forman un vínculo de
confianza entre el monarca y la nacion ; y con-
curriendo con él á todo lo que conviene al bien
público , le alivian en parte del peso del gobier-
no , asegurando su poder , y hacen que se le rin-
da una obediencia tanto mas perfecta , cuanto es
voluntaria. Todo buen ciudadano ye que la fuerza
del Estado es verdaderamente el bien de todos , y
no el de uno solo. ¡ Feliz constitucion ! la cual no
se ha podido formar de una vez , sino que ha cos-
tado, es verdad, arroyos de sangre, y que aun asi
no se ha comprado por el precio que valia . ¡ Ojalá
que el lujo , peste fatal de las virtudes sólidas y
patrióticas , y ministro de corrupcion funestísi
mo á la libertad , jamas trastorne un monumen-
to tan honroso á la humanidad ; monumento ca-
paz de enseñar á los reyes cuán glorioso es man-
dar á un pueblo libre !
Otra nacion hay tan ilustre por su valor , co-
mo por sus victorias , cuya nobleza valiente y
numerosa , cuyos vastos y fértiles dominios pu-
dieran hacerla respetar en toda la Europa , y que
tiene en su mano hacerse floreciente en poco
tiempo . Pero su constitucion se opone á ello , y
su apego á esta constitucion es tal , que no tie-
ne aliento para esperar el verla mejorada. En
vano un rey magnánimo , superior por sus vir-
tudes á la ambicion y la injusticia, concebirá los
designios mas saludables á su pueblo ; en vano
los hará gustar á la mas sana y mayor parte de
la nacion : un solo diputado terco , ó vendido
al estrangero , lo obstruirá todo , y hará iluso-
30
rias las mas sábias y mas necesarias providencias.
Esta nacion escesivamente celosa de su li-
bertad , ha tomado precauciones que sin duda
ponen al rey fuera de estado de emprender na-
da contra la libertad pública. ¿ Pero no se echa
de ver que estas medidas traslimitan el objeto,
y ligan las manos del príncipe mas justo y mas
sábio , y le quitan los medios de asegurar aque-
lla libertad contra las empresas de las potencias
estrangeras , y de elevar la nacion á un estado
de riqueza y prosperidad ? ¿ No se echa de ver
que la nacion misma se ha puesto en la impo-
tencia de obrar , y que su consejo se halla libra-
do en el capricho y traicion de un miembro
solo? ( 1)
25. Observemos en fin para concluir este
capítulo , que una nacion debe conocerse á sí
misma , sin cuyo conocimiento no puede traba-
jar con suceso en la perfeccion . Le es necesaria
una justa idea de su estado para tomar las pro .
videncias convenientes ; que conozca los progre-
sos que ha hecho , y los que tiene que hacer;
lo que tiene de bueno y de defectuoso , para
conservar lo uno y corregir lo otro . Sin este co
nocimiento una nacion camina á ciegas , toma
muchas veces las mas falsas medidas , cree obrar
con mucha prudencia y sabiduria imitando la con-
ducta de los pueblos conceptuados hábiles , y no
echa de ver que tal reglamento , que tal práctica
saludable á una nacion , es muchas veces perni-
ciosa á otra ; que á cada cosa debe dársele una
direccion conveniente á su naturaleza ; que mal
se aspira á gobernar los pueblos , si no se les

(1 ) Habla de la Polonia.
31
encamina con arreglo á su caracter , y que para
esto es necesario tener del caracter un profundo
cabal conocimiento.1

CAPITULO III.

DE LA CONSTITUCION DEL ESTADO , de los deberes


Y 12.
DERECHOS DE LA NACION BAJO ESTE Respecto.

26. No hemos podido menos de anticipar en


el primer capítulo algunas ideas relativas á esta
materia. Ya hemos visto , que toda sociedad po,
lítica debe establecer necesariamente una autori.
dad pública que ordene los negocios comunes,
que prescriba á cada uno la conducta que debe
tener con objeto al bien público , y que tenga
los medios de hacerse obedecer. Esta autoridad
pertenece esencialmente al cuerpo de la socie-
dad , pero puede ejercerse de muchas maneras,
y pertenece á cada una escoger la que mejor le
convenga.
27. La regla fundamental que determina la
manera con que debe ejercerse la autoridad pú-
blica , es lo que forma la constitucion del esta-
do ; en ella se ve bajo qué forma obra la nacion
como cuerpo político , cómo y por quién debe
ser gobernado el pueblo ,, cuáles son los dere-
chos y cuáles los deberes de los gobernantes .
Esta constitucion no es otra cosa en el fondo,
que el establecimiento del orden en el cual se
propone trabajar de consuno una nacion para
obtener las ventajas á que se dirige el estableci-
miento de la sociedad política.
28. La constitucion del Estado es la que de-
cide de su perfeccion y de su aptitud para lle-
nar los fines de la sociedad : por consiguiente
32
el mayor interes de una nacion que se halla en
el caso de formar una sociedad política , su pri-
mero y mas importante deber hácia sí misma es
escoger la mejor constitucion posible , y la mas
conveniente á las circunstancias. Cuando hace
la eleccion echa los fundamentos de su conser-
vacion , de su salud , de su perfeccion y de su
felicidad , y no estan de mas todos los esfuerzos
y cuidados que emplee para hacer sólidos estos
fundamentos ( 1).
29. Las leyes son unas reglas establecidas por
la autoridad pública para que se observen en la
sociedad , y todas ellas deben referirse al bien
del estado y de los ciudadanos . Las leyes que se
forman teniendo el bien público por objeto di-
recto , se llaman leyes políticas ; y en esta clase
todas aquellas que conciernen al cuerpo mismo
y á la esencia de la sociedad , á la forma de go-
bierno , al modo con que debe ejercerse la au-
toridad pública ; aquellas en una palabra cuya
relacion forma la constitucion del Estado , son

(1) Todo español de buena fe no podrá menos de con-


fesar que el Estatuto Real , ese pacto que nos une con
nuestro Soberano , y al Soberano ( hoy nuestra augusta
Reina Isabel II ) con nosotros es obra de la sensatez , del
juicio y de una reflexion aleccionada en la escuela de la
experiencia. Los españoles que tanto saben distinguirse
por su respeto á las leyes , y á los que , bajo la egida
tutelar de la inmortal Cristina , llevan las riendas del
gobierno , han recibido con el mayor entusiasmo esta ley
fundamental , que pone fin á nuestros males , y es la que
en las circunstancias podiamos apetecer. Y ya que por
ventura nuestra existe , ahora el objeto constante de
nuestros votos y esfuerzos debe de ser , consolidarla , ha-
cerla querer de todos , é irla mejorando , segun las cir-
cunstancias lo exijan , y del modo que se prescribe en el
artículo 33 del Estatuto Real. ( Nota del traductor. )
33
leyes fundamentales. Leyes civiles son aquellas
que reglan los derechos y la conducta de los
particulares entre sí.
Toda nacion que no quiere perjudicarse
á sí misma , debe poner todo su cuidado en
establecer leyes , principalmente leyes fundamen-
tales : establecerlas , digo , con sabiduría , de
una manera conveniente al natural caracter de
los pueblos y á todas las circunstancias en que
se encuentren ; debe determinarlas y enunciarlas
con precision y claridad para que permanezcan
estables , no puedan eludirse , ni engendren , si
es posible , disension alguna ; que aquel ó aque-
llos á quienes se confie el ejercicio de la so-
berania de una parte , y de la otra los ciudada
nos , conozcan igualmente sus deberes y sus de-
rechos. No es este el lugar de considerar circuns-
tanciadamente cuales deban ser esta constitucion
y estas leyes ; lo primero , porque esta discusion
pertenece al derecho público y á la política ; y
lo segundo , porque las leyes y la constitucion
de los diversos estados tienen que variar segun
el caracter de los pueblos y las demas circuns-
tancias . Para esto es preciso atenerse á las ge-
neralidades del derecho de gentes , en el cual
se. consideran los deberes de una nacion hácia
sí misma , principalmente para determinar la con-
ducta que deba tener en la gran sociedad esta-
blecida por la naturaleza entre todos los pue-
blos ; de cuyos deber esemanan derechos que
sirven para reglar y establecer lo que ella puede
exigir de otras naciones , y lo que estas pueden
esperar de ella.
30. La constitucion del Estado y sus leyes
son la base de la tranquilidad pública ; son el
mas firme apoyo de la autoridad política ; son
34
en fin la garantía de la libertad de los ciudada
nos. Pero esta constitucion es un fantasma , y las
mejores leyes son inútiles , si no se observan re-
ligiosamente. Debe atenderse pues con teson á
hacerlas respetar tanto de los que gobiernan co-
mo del pueblo destinado especialmente á obe-
decer: Atacar la constitucion del Estado , ó vio-
lar sus leyes , es un crimen capital contra la so-
ciedad ; y si los que se hacen delincuentes son
personas revestidas de autoridad , añaden al cri-
men un pérfido abuso del poder que se les ha
confiado. La nacion debe constantemente repri-
mirlas con todo el rigor y con la vigilancia que
exige un objeto tan importante. Rara vez sucede
él que se choquen abiertamente las leyes y la
Constitucion del Estado ; y la nacion debe es-
tar muy particularmente alerta contra los ataques
sordos y lentos. Porque las revoluciones repenti-
nas hieren la imaginacion de los hombres, y aun-
que se escribe la historia de ellas en que se ponen
en claro todos sus resortes ; suelen despreciarse las
inudanzas que se van haciendo insensiblemen-
te por una larga serie de sucesos que llaman po-
co la atencion. Por eso se haria un importante
servicio á las naciones en hacerlas ver por la
historia de los Estados los que de este modo han
cambiado enteramente de naturaleza , y perdido
su primera constitucion . Se despertaria la aten-
cion general , y teniendo presente aquella exée-
lente máxima tan esencial en política , como en
moral , principiis obsta , no se cerrarian los ojos
sobre innovaciones poco considerables en sí mis-
mas , pero que sirven de escalones para llegar á
mas altas y mas perniciosas empresas.
31. Siendo de tanta importancia las conse-
cuencias de una buena ó mala constitucion , y
35
hallándose la nacion en estrecha obligacion de
darse la mejor y mas conveniente que pueda,
tiene derecho á todas las cosas sin las cuales no
puede llenar esta obligacion ( §. 18) . De don-
de se infiere que la nacion está en una pleni-
tud de derecho de formarse ella misma su cons-
titucion , de mantenerla , de perfeccionarla y de
reglar á su voluntad todo lo que concierne al
gobierno , sin que nadie pueda impedírselo con
justicia , pues que no tuvo otro objeto en esta-
blecerle , que su salud y felicidad ( 1 ) .
32. Si sucede que una nacion esté desconten-
ta con la administracion pública , puede poner
órden en ella y reformar el gobierno. Pero ob-
sérvese que yo digo la nacion , porque estoy muy

. (1) El Estatuto Real , si en el dia no puede rivali-


zar con una de las constituciones mas liberales de Eu-
ropa ; es sin duda la ley fundamental que por ahora con-
viene en general á la nacion española y al espíritu del
siglo : está sostenida , en derecho , por dos cosas las mas
esenciales á todo gobierno representativo : la libertad
moderada de la imprenta , y la independencia del poder
judicial , al paso que no excluye la administracion en
comun de los intereses de los pueblos por los medios
que se han elegido. De forma que yo la considero aho-
ra suficiente , y que puede asegurarnos una gran pros-
peridad. ¿ Quién negará que es una preciosa prenda de
paz y de conciliacion despues de tan largas y crueles dis-
cordias , que es un título de honor perdurable para la
excelsa Cristina , que en nombre de su augusta hija Isa-
bel II la ha emitido espontáneamente , la ha consentido ,
y mandó promulgar solemnemente ? ¿ No estan confor-
me s sus disposiciones con la opinion pública , y las que
pueden satisfacer á las mas urgentes necesidades de la na-
cion si se quiere ejecutarlas con franqueza ? Esta ley no
es una coleccion de principios sujetos ya á consulta , no
un hacinamiento de máximas sin aplicacion necesaria : bien
al contrario , define nuestros derechos ; declara y limita
36
lejos de querer autorizar á algunos desconten
tos ó alborotadores para que perturben á los que
gobiernan excitando hablillas y sediciones. Solo
el cuerpo de la nacion tiene derecho á reprimir
á los gobernantes que abusan de su poder ; y
cuando la nacion calla y obedece , se juzga que
aprueba la conducta de los superiores , ó que
por lo menos la halla soportable ; y no pertene
ce á un corto número de ciudadanos poner al
Estado en confusion bajo pretesto de reforma .
33. En virtud de estos mismos principios ,
es cierto que si la nacion se encuentra mal con
su constitucion , tiene derecho de mudarla ( 1 ):
En este punto no hay dificultad ninguna, si
la nacion conviene unánimemente en esta mudan-

nuestros grandes poderes : abroga expresamente las le-


yes secundarias que la contradicen , y es superior á las
demas.
Dos veces al año se leen en Inglaterra en todas las par-
roquias , en los oficios divinos, los títulos de las libertades
nacionales ; ¿ y no se ejecutará esto en las de España en
vez de advertencias ó escandalosas , ó maliciosas , ó in-
significantes ? Mándese por lo menos que el Estatuto Real
se aprenda de memoria en todas las escuelas ; y que se
decore por los niños una vez cada més , en presencia de los
magistrados civiles y de los párrocos. ( Nota del traductor.)
(1 ) Léanse las leyes de la Partida 2, y se verá que los
Reyes de España jamas pudieron por sí solos destruir las
leyes fundamentales de la Monarquía ; lo que prueba con
toda evidencia , que nunca han sido absolutos como ha
pretendido la abyeccion y la lisonja. Y para que todos
se convenzan de lo mismo con un ejemplo bien reciente,
dado por nuestro Soberano Don Fernando VII , léase á
continuacion lo que se certifica en la Gaceta de Madrid
de 1.º de Enero de 1335.
Y á presencia de todos ( habla el Excmo. Sr. D. Fran-
cisco Fernandez del Pino , Ministro á la sazon de Gracia
y Justicia , y Notario , mayor de los reinos ) me entregó
37
za ; toda la dificultad está en lo que debe ya ob-
servar en caso de que se divida la opinion. En
la conducta ordinaria del Estado , el sentimien-
to de la pluralidad debe pasar sin contradiccion
por el de la nacion entera ; porque seria impo-
sible de otro modo que la sociedad tomase ja-
mas resolucion alguna. Por la misma razon apa-
rece que una nacion puede mudar su constitu-
cion á pluralidad de votos ; y siempre que en es-
ta mudanza no haya nada que pueda mirarse co-
mo contrario al acto de asociacion civil , y á la

S. M. el Rey una declaracion escrita toda de su Real ma-


no , que me mandó leer , como lo hice en alta voz , pa-
ra que todos la oyesen , y es á la letra como sigue:
Sorprendido mi Real ánimo en los momentos de ago .
nía , á que me condujo la grave enfermedad , de que me
ha salvado prodigiosamente la Divina misericordia , fir-
mé un decreto derogando la pragmática sancion de 29
de Marzo de 1830 , decretada por mi augusto Padre , á
peticion de las Córtes de 1789 , para restablecer la suce-
sion regular en la corona de España. La turbacion y con-
goja de un estado , en que por instantes se me iba aca-
bando la vida , indicarian sobradamente la deliberacion
de aquel acto , si no la manifestasen su naturaleza , y sus
efectos. Ni como Rey pudiera Yo destruir las leyes funda-
mentales del reino , cuyo restablecimiento habia publicado ,
ni como Padre pudiera con voluntad libre despojar de
tan augustos y legítimos derechos á mi descendencia .
Hombres desleales ó ilusos cercaron mi lecho , y abusando
de mi amor y del de mi muy cara Esposa á los españoles ,
aumentaron su afliccion y la amargura de mi estado , ase-
gurando que el reino entero estaba contra la observancia
de la pragmática , y ponderando los torrentes de sangre
y la desolacion universal que habria de producir si no
quedase derogada. Este anuncio atroz , hecho en las cir-
cunstancias en que es mas debida la verdad por las per-
sonas mas obligadas á decirmela , y cuando no me era
dado tiempo ni sazon de justificar su certeza , consternó
mi fatigado espíritu v absorvió lo que me restaba de in-
ΤΟΜΟ Ι . 5
38
intencion de los que se han reunido , todos es-
tarán obligados á conformarse con la resolucion
del mayor número. Pero si se tratase de aban-
donar una forma de gobierno , á la cual y no á
otra pareciese que han querido someterse los
ciudadanos ligándose por los vínculos de lo so-
ciedad civil , si la mayoría de un pueblo libre á
ejemplo de los judios en tiempo de Samuel , se
fastidiase de su libertad y quisiese someterla al
imperio de un monarca ; entonces los ciudadanos
mas celosos de esta prerogativa tan preciosa á

teligencia para no pensar en otra cosa que en la paz y


conservacion de mis pueblos , haciendo en cuanto pendia
de mí este gran sacrificio , como dije en el mismo decre-
to, á la tranquilidad de la nacion española.
La perfidia consumó la horrible trama que habia prin-
cipiado la seduccion ; y en aquel dia se extendieron certi-
ficaciones de lo actuado , con insercion del decreto, que-
brantando alevosamente el sigilo que en él mismo , y de
palabra , mandé se guardase sobre el asunto hasta des-
pues de mi fallecimiento.
«Instruido ahora de la falsedad con que se calumnió
la lealtad de mis amados españoles , fieles siempre á la
descendencia de sus reyes ; bien persuadido de que no es-
tá en mi poder , ni eu mis deseos , derogar la inmemo-
rial costumbre de la sucesion , establecida por siglos , san.
cionada por la ley , afianzada por las ilustres Heroinas
que me precedieron en el trono , y solicitada por el voto
unánime de los reinos ; v libre en este dia de la influen-
cia y coaccion de aquellas funestas circunstancias : De-
claro solemnemente , de plena voluntad y propio movi
miento , que el decreto formado en las angustias de mi
enfermedad fue arrancado de mí por sorpiesa : que fue
un efecto de los falsos terrores con que sobrecogieron mi
ánimo; y que es rulo y de ningun valor , siendo opues-
to á las leyes fundamentales de la Monarquía , y á las obli-
gaciones que como Rey y como Padre debo á mi augusta
descendencia. En mi Palacio de Madrid á 31 dias de Di-
ciembre de 1832.»
39
los que la han gustado , viéndose en la necesi-
dad de dejar obrar al mayor número , de nin-
gun modo tendrian obligacion de someterse á
un nuevo gobierno , sino que podrian abando-
nar una sociedad que pareceria disolverse por
sí misma para reproducirse bajo otra forma, y
tendrian derecho para retirarse á otra parte, ven-
der sus tierras y llevarse sus bienes.
34. Aquí se nos presenta una cuestion muy
importante. A la sociedad pertenece esencial-
mente hacer leyes segun el modo con que pre-
tende gobernarse , y con arreglo á la conducta
de los ciudadanos. Esta facultad se llama poder
legislativo . La nacion puede confiar su ejercicio
ó bien á uno solo , ó bien á muchos , ó bien á
aquel y a estos juntamente ; los cuales desde luego
tienen derecho de hacer leyes nuevas y derogar
las antiguas . Se pregunta si el poder de estos se
estiende hasta sobre las leyes fundamentales , y
si pueden mudar la constitucion del Estado ;
pero los principios que hemos establecido , nos
mueven a decidir positivamente , que no es tan
amplia la autoridad de legisladores , que deben
mirar como un sagrado las leyes fundamenta-
les , si la nacion no les ha dado terminantemen-
te poderes especialísimos para mudarlas . Porque
la constitución del Estado debe ser estable ; y.
pues que la nacion la ha establecido con ante-
rioridad al poder legislativo que confió des-
pues á ciertas personas , es claro que las leyes
fundamentales se hallan esceptuadas de su co-
mision. Es indudable que la sociedad solo ha
querido proveer á que el Estado estuviese pro-
visto siempre de leyes convenientes á las dife-
rentes circunstancias , y dar para este efecto á
los legisladores la facultad de abrogar las anti-
:
40
guas leyes civiles y políticas , no fundamentales,
y hacer otras nuevas ; pero nada induce á pen-
sar que haya querido tambien someter su cons-
titucion á la voluntad de aquellos. Por otra par-
te emanando de la constitucion el poder que
tienen los legisladores, ¿ cómo pudieran mudar-
la sin destruir el fundamento de su autoridad?
Por las leyes fundamentales de Inglaterra las
dos cámaras del Parlamento , de concierto con
el Rey, ejercen el poder legislativo ; y si á las
dos cámaras se las antojase suprimirse á sí mis-
mas , y revestir al Rey del imperio pleno y ab-
soluto , ciertamente que la nacion no lo sufri-
ria. ¿ Y quién pudiera negarla el derecho de
oponerse á semejante pretension ? Pero si deli-
berase el Parlamento sobre hacer tan conside-
rable trastorno y que la nacion entera guardase
voluntariamente el silencio , entonces se juzga-
ria haber aprobado lo hecho por sus repre-
sentantes.
35. Por lo demas cuando aqui hablamos de
la mudanza de la constitucion , solo hablamos
del derecho , pues los asuntos graves incumben
á la política. Pero no olvidemos que siendo muy
delicadas y peligrosas las grandes mudanzas en
un Estado , y en estremo muy pernicioso el que
se frecuenten , un pueblo debe ser muy circuns-
pecto en esta materia , y no dejarse llevar ja-
mas de novedades sin necesidad , ó sin que se
presenten las razones mas poderosas . El carac-
ter versátil de los atenienses fue siempre con-
trario á la felicidad de la república , y fatal en
fin á una libertad que tanto defendian sin saber
gozar de ella.
36. De los principios establecidos se infiere
tambien , que si en el Estado se suscitan contes-
41
taciones sobre las leyes fundamentales , sobre la
administracion pública , sobre los derechos de las
diferentes potestades que en esto tienen parte,
solo pertenece a la nacion juzgarlas y terminar.
las conforme á su constitucion política.
37. En fin todas estas cosas solo interesan á
la nacion , y ninguna potencia estrangera tiene
derecho á mezclarse en ellas , ni debe interve-
nir de otro modo que por sus buenos oficios , á
menos que no se la requiera para ello , ó que la
impelan razones particulares ; porque si alguna
se injiere en los negocios domésticos de otra y
emprende coartar su libertad en sus deliberacio-
nes , comete abiertamente una injuria.

CAPITULO IV.

DEL SOBERANO , DE SUS OBLIGACIONES Y DE SUS


DERECHOS.

38. Nadie debe persuadirse de hallar aquí


una larga deduccion de los derechos de la so-
beranía y de las funciones del Príncipe ; porque
estas deben de buscarse en los tratados del de-
recho público. Nuestro objeto en este capítulo
solamente se dirige á hacer ver en consecuencia
de los grandes principios del derecho de gentes
lo que es el soberano , y dar una idea general
de sus obligaciones y de sus derechos .
Ya hemos dicho que soberanía es aquella
autoridad pública que manda en la sociedad ci-
vil, y dispone y dirige lo que cada uno debe ha-
cer en ella para conseguir el fin que se ha pro-
puesto. Esta autoridad pertenece originaria y
esencialmente al cuerpo mismo de la sociedad;
á la cual se ha sometido cada miembro y ha ce-
42
dido los derechos que tenia de la naturaleza , de
conducirse en todas las cosas segun sus luces,
por su propia voluntad , y de tomar la justicia
por sí mismo. Pero el cuerpo de la sociedad no
siempre retiene en sí esta autoridad soberana ,
sino que muchas veces toma el partido de con-
fiarla á un senado , ó á una sola persona , y
entonces este senado ó esta persona es el so-
berano.
39. Es evidente que solamente los hombres
forman sociedad política , y se someten á sus leyes
por su propia ventaja y por su conservacion . El
bien comun de los ciudadanos es solo el que ha
establecido la soberanía , y sería absurdo pensar
que pueda mudar de naturaleza pasando á las
manos de un senado ó de un monarca. Y la mas
refinada lisonja no puede menos de convenir ,>
sin hacerse tan odiosa como ridícula , en que el
soberano se ha establecido únicamente por la
salud y ventaja de la sociedad.
Un buen Príncipe , un sábio caudillo de la
sociedad , debe estar empapado en esta gran
verdad: que solo se le ha confiado el poder so-
berano por la salud del Estado y la felicidad
de todo el pueblo ; que no le es permitido mez-
clarse por sí solo en la administracion de los ne-
gocios , ó proponerse su propia satisfaccion y su
ventaja particular ; sino que debe dirigir todas
sus miras y todos sus pasos al mayor bien del 1
Estado y de los pueblos que le estan some-
tidos ( 1 ) . ¡Qué hermoso es ver á un Rey de

(1) Ultimas palabras de Luis , el Gordo , á su hijo


Luis VII. " Acuérdate , hijo mio , de que la diadema es
una carga pública , de que tendrás que dar una cuenta
rigurosa á aquel que solo dispone de los cetros y de las
43
Inglaterra dar cuenta á su Parlamento de sus
principales operaciones ; asegurar al cuerpo re-
presentativo de la nacion , que no se propone
otro objeto que la salud del Estado y la felici-
dad de su pueblo , y rendir gracias afectuosas á
todos los que concurren con él á tan saludables
intenciones ! ¡ Ciertamente que un monarca que
habla de este modo , y cuyo lenguage está de
acuerdo con la sinceridad de su conducta , me-
rece solo el nombre de grande á los ojos del
sábio ! Pero mucho tiempo ha que una adula-
cion criminal ha dado al olvido estas máximas
en la mayor parte de los reinos ; que una mu-
chedumbre de viles parásitos persuade facilmen-
te á un monarca orgulloso que la nacion está
hecha para él , y no él para la nacion. De esto
se sigue que desde luego comienza á mirar el
reino como un patrimonio que le es propio , y
al pueblo como un rebaño de carneros cuyas ri-
quezas debe esquilmar , y del cual puede disponer
á su arbitrio para contentar sus designios y sa-
tisfacer sus pasiones. De aqui esas guerras fu
nestas , emprendidas por la ambicion , la inquie-
tud , el odio , ó el orgullo . De aquí esos impues-
tos horrorosísimos cuyo producto queda disipa
do por un lujo ruinoso , ó es el precio inícuo
de la torpe mercancía de mancebas y sycofantas.

coronas. Hist. de Francia , por el Abate Velly, tom . III .


pág. 65.
Fimur-Bec declaró , como ya lo habia hecho en igua-
les ocasiones , que la aplicacion de un Príncipe por espa-
cio de sola una hora á los negocios de su Estado , es mas
útil y mas importante que el culto que rinde á Dios , y
las preces que le haria toda su vida. Y lo mismo se en-
cuentra en el Alcoran. Hist. de Fimur-Bec lib. 2. cap. 41 .
44
De aquí en fin , ser los puestos importantes dis-
tribuidos por el favor ; y el hombre benemérito
del Estado yacer en olvido y desprecio escandalo-
so; y dejar abandonado á la arbitrariedad de mi-
nistros y de subalternos todo lo que no interesa
directamente al Príncipe. ¿ Quién habrá que reco-
nozca en tan desventurado gobierno una autori-
dad establecida para el bien público? Hasta el mis
mo Príncipe estará en acecho contra sus virtudes .
No digamos con algunos escritores , que las virtu-
des de los particulares no son las virtudes de los
reyes. Semejantes máximas de política son super-
ficiales , ó poco exactas en sus espresiones. La
bondad , la amistad , el reconocimiento tambien
son virtudes que se sientan en el trono de los
reyes , y pluguiese al cielo que se sentasen siem-
pre. Pero un Rey sabio no se entrega sin dis-
cernimiento á sus impresiones ; las ama y las cul-
tiva en su vida privada : mas cuando obra en
nombre del Estado , ya solo escucha la justicia
y la sana política , porque sabe que el imperio
solo se le ha confiado por el bien de la socie-
dad ,, y que no debe atenerse á sí mismo en el
uso que hace de su poder. Modera su bondad
por la sabiduría , concede á la amistad sus favo-
res domésticos y privados , distribuye los cargos
y los empleos al mérito , las recompensas pú-
blicas á los servicios hechos al Estado ; y en una
palabra, solo con objeto del bien público usa
del poder público . Todo esto se comprende en
estas notables palabras de Luis XII : Un Rey de
Francia no venga las injurias de un duque de
Orleans.
40. La sociedad política es una persona mo-
ral , ( prelim. §. 2 ) en cuanto tiene un entendi-
miento y una voluntad de que se vale para la
45
conducta de sus negocios , y es capaz de obli-
gaciones y derechos. Luego que confiere á algu-
no la soberanía , deposita en él su entendimien-
to y su voluntad , le transmite sus obligaciones
y sus derechos en cuanto dicen relacion con la
administracion del Estado y con el ejercicio de
la autoridad pública ; de manera que siendo el
soberano por este medio la persona en quien
residen las obligaciones y los derechos relativos
al gobierno , él es el representante de esta per-
sona moral, que sin cesar absolutamente de exis
tir en la nacion , obra en adelante solo en él y
por él. Tal es el origen del carácter representa-
tivo que se atribuye al soberano , el cual repre-
senta su nacion en todos los negocios que pue-
de tener como soberano. Y lejos de envilecer
la dignidad del mayor monarca con atribuirle
este carácter representativo , al contrario nada
la ensalza con mas esplendor , puesto que reu-
ne el monarca por él en su persona toda la
magestad que pertenece al cuerpo entero de la
nacion .
41. Revestido asi el soberano de la autori-
dad pública y de todo lo que hace la personali-
dad moral de una nacion , se halla por lo mis-
mo encargado de las obligaciones , y autorizado
con los derechos de la misma.
42. Todo lo que se ha dicho en el capítu-
lo II sobre los deberes generales de una nacion
hácia sí misma , mira particularmente al sobera-
no , el cual como depositario del imperio y del
poder de mandar lo conveniente al bien públi-
co, debe , cual sabio y tierno padre y cual fiel
administrador , velar por la nacion , poner dili-
gencia en conservarla, en hacerla mas perfecta ,
en mejorar su estado , y en garantirla cuanto
46
esté de su parte de cuanto pudiese amenazar su
dicha y felicidad.
43. Desde entonces todos los derechos que
dá á una nacion la obligacion de conservarse y
de perfeccionarse á sí misma y á su estado
( SS. 18 , 20 y 23 de este libro) , residen en el
Rey, que tambien se llama ya gefe de la socie-
dad, ya superior, ya Principe.
44. Ya hemos dicho que cada nacion debe
conocerse á sí misma , y esta obligacion recae
en el Rey, pues que le corresponde velar en la
conservacion y perfeccion de ella . El deber que
impone en este punto la ley natural á los Prín-
cipes , es de suma importancia y de muy vasta
estension ; porque deben conocer exactamente
todo el pais sometido á su autoridad , sus cali
dades , sus defectos , sus ventajas , su situacion
respecto á sus vecinos , y adquirir un perfecto
conocimiento respecto á las costumbres é incli-
naciones generales de su nacion , como así bien
de sus virtudes , de sus vicios , y de sus talen-
tos ; cuyos conocimientos les son indispensables
para gobernar con acierto .
45. El Príncipe recibe su autoridad de la
nacion , y tiene precisamente tanta cuanta ha
querido confiarle ( 1 ). Si la nacion ha deposita-

(1) " Neque enim se princeps reipublicæ et singulorum


dominus arbitrabitur , quamvis assentatoribus id aurem
« insusurrantibus , sed rectorem mercede à civibus desig-
nata , quam augere , nisi ipsis volentibus , nefas existi-
« mabit." Mariana De Rege et Reg. institut. cap. 5.°
De cuyo principio se sigue que la nacion es sobre el
soberano. " Quod caput est , sit principi persuasum totius
· reipublicæ , majorem quam ipsius unius auctoritatem
esse : neque pessimis hominibus credat diversum aflir.
• mantibus gratificandi studio ; quæ magna pernicies est."
Ibid. cap. 6.
47
do en él pura y simplemente la soberanía sin
limitaciones ni reservas , se considera entonces
haberle revestido de todos los derechos , sin los
cuales el supremo mando ó el imperio no se
puede ejercer del modo mas conveniente al bien
público; y estos derechos son los que se lla-
man derechos de magestad, ó derechos de regalia.
46. Pero cuando el poder soberano se limi
tó y regló por las leyes fundamentales del Es-
tado , estas leyes señalan al Príncipe la esten-
sion y los límites de su poder , y el modo con
que debe ejercerlo. El Príncipe se halla en es-
trema obligacion , no solamente de respetarlas,
sino tambien de mantenerlas ; porque la nacion
le ha confiado la ejecucion de la constitucion y
de las leyes fundamentales , que son el plan
sobre el cual ha resuelto la nacion trabajar en
su felicidad ; en cuya atencion siga religiosa-
mente este plan , mire las leyes fundamentales
como reglas inviolables y sagradas , y sepa que
desde el momento que se separa de ellas , sus
preceptos son injustos , y son en todos sentidos
un abuso criminal del poder que se le ha con-
fiado ; porque siendo él en virtud de este poder
el depositario y el defensor de las leyes , con
obligacion de reprimir á quien ose violarlas ,
¿será justo que las huelle él mismo ? ( 1 )

(1) Hay paises en los cuales se toman precauciones


formales contra el abuso del poder. " Los pueblos de Bra-
vante , dice Grocio , considerando entre otras cosas que
• se hallan muchas veces potentados , los cuales bajo
pretesto bastante vulgar del bien público no hacen es-
crúpulo en romper sus promesas ; para obviar este in-
« conveniente establecieron entre ellos una costumbre que
es la de jamas admitir á su Príncipe á la posesion de su
48
47. Si el Príncipe está revestido del poder
legislativo , puede segun su sabiduría y cuando
lo exige el bien del Estado , abolir las leyes no
fundamentales , y hacer otras nuevas. ( Véase el
capítulo anterior , párrafo 34. )
48. Pero mientras que las leyes subsisten
debe mantenerlas y observarlas el soberano , co-
mo que son el fundamento de la tranquilidad
pública y el mas firme apoyo de la autoridad
soberana , y que en los estados desgraciados
donde reina un poder arbitrario , todo es vaci-
lante , todo violento y propenso á revoluciones.
Es pues un verdadero interes del Principe y un
deber suyo mantener las leyes , respetarlas y so-
meterse á ellas. Esta última verdad se halla con-
signada en un escrito publicado por un Prínci-
pe de los mas absolutos que ha visto reinar la
Europa , y es Luis XIV. " Que no se diga que
«< no está sujeto el soberano á las leyes de su
<< Estado , porque la proposicion contraria es una
« verdad de derecho de gentes que no ha deja-
་་ do de atacar la lisonja , y que los buenos Prín-

· gobierno , sin haber hecho de antemano con él este pac-


to: Que todas las veces que le suceda violar las leyes
del pais , quedarán desligados del juramento de obedien-
A cia que le habian prestado hasta que se reparasen en-
« teramente los ultrages cometidos. Cuya verdad se con-
« firma por el ejemplo de los predecesores que un tiem-
po se sirvieron de la fuerza de las armas , y de las de
los decretos para hacer entrar en el deber á sus Prin-
« cipes que se habian estraviado , ya por el desarreglo
« de su conducta , ya por el artificio de sus aduladores ,
« como sucedió á Juan II de este nombre , y se negaron á
hacer la paz con él y con sus sucesores hasta que no
· jurasen estos Príncipes religiosamente conservarles sus
« privilegios ." Ann , de los Paises bajos , lib. 2.
Antes de los Bravantinos practicaron esto los Aragoneses
49
« cipes han defendido siempre como una divini-
dad tutelar de sus Estados. » ( 1 )
49. Pero es necesario esplicar esta sumision
del Príncipe á las leyes. En I.er lugar debe , co-
mo acabamos de verlo , seguir las disposiciones
de ellas en todos los actos de su administracion.
En II lugar está sujeto él mismo en sus nego-
cios particulares á todas las leyes que concier-
nen la propiedad. Digo en sus negocios particu-
lares , porque cuando obra como Príncipe y en
nombre del Estado , solo está sujeto á las leyes
fundamentales , y á las del derecho de gentes.
En III lugar está sometido el Príncipe à cier-
tos reglamentos de policía general , mirados co-
mo inviolables en el Estado , á menos que no
haya sido esceptuado de ellos , ó espresamente
por la ley, ó tácitamente por una consecuencia
necesaria de su dignidad . Quiero hablar aqui
de las leyes que conciernen al estado de las per-
sonas , y sobre todo las que reglan la validacion
de los matrimonios ; y como se han establecido
estas leyes para asegurar el estado de las fami-
lias, ninguno como el de la familia real es mas
importante al Estado ni debe ser mas cierto. En
IV lugar observemos en general sobre esta cues
tion , que si el Príncipe está revestido de la so-
beranía plena , absoluta é ilimitada , es superior
á las leyes , las cuales reciben de él toda su
fuerza , y puede dispensársela todas las veces
que la justicia y equidad naturales se lo permi-
tan. Lo V en cuanto a las leyes que miran á las
costumbres y el buen órden , debe sin duda el

(1) Tratado de los derechos de la Reina sobre diversos


estados de la Monarquía de España , 1667 en 12: part. II
pág. 191 .
50
Príncipe respetarlas y sostenerlas por su ejem-
plo ; y lo VI que el monarca es ciertamente so-
bre toda ley civil penal , porque no sufre la ma-
gestad del soberano que se le castigue como un
particular , y sus funciones son demasiado su-
blimes para que se le pueda turbar bajo el pre-
testo de una falta que no interesa directamente
al gobierno del Estado .
50. No es bastante que el Príncipe sea sobre
las leyes penales ; el interés mismo de la nacion
exige que adelantemos algo mas. El Rey es el alma
de la sociedad , y si sus pueblos no le profesan
veneracion , y si el no goza de una perfecta se-
guridad , estan en un peligro continuo la felici-
dad у la salud del Estado. La salud misma de la
nacion está exigiendo necesariamente que la per-
sona del Rey sea sagrada é inviolable. El pueblo
romano habia atribuido esta prerogativa á sus tri-
bunos , para que pudiesen velar sin obstáculo en
su defensa , y no les turbase en sus funciones el
menor recelo . Los cuidados y las operaciones del
Rey son de mayor importancia que las de los tri-
bunos ; y no menos rodeadas de peligros, si no está
revestido de una salva- guardia poderosa. Es im-
posible que el mas sabio y justo monarca deje de
tener descontentos ; y ¿ quedará el Estado espues-
to á perder un buen Príncipe por las asechanzas
de un furioso ? La monstruosa y frenética doctri-
na de que es permitido á un particular matar á
un mal Príncipe , privó á la Francia á principios
del último siglo de un héroe que era verdadera-
mente el padre de su pueblo ( 1 ) . Sea quien quie-

(1 ) Despues de escrito esto ha visto la Francia reno-


var estos horrores , y se lamenta de haber producido un
monstruo capaz de violar la magestad real en la perso-
51
ra el Príncipe , es un atentado enorme contra
una nacion arrancarla un Rey á quien tiene por
conveniente obedecer ( 1) .
51. Pero el sublime atributo del Rey no im-
pide que la nacion pueda juzgar á un tirano in-
soportable , respetando en su persona la mages-
tad de su rango y substraerse á su obediencia. A
este derecho incontestable debe su nacimiento
una república poderosa . La tiranía que habia ejer-
cido Felipe II en los Paises Bajos , hizo sublevar
estas provincias , y siete de ellas estrechamente
confederadas mantuvieron valerosamente su li-
bertad , capitaneándolas los héroes de la casa de
Orange; y la España despues de vanos y ruino-
sos esfuerzos , las reconoció por Estados sobera-
nos é independientes. Si las leyes fundamentales

na de un Príncipe que por las calidades de su corazon


merece el amor de sus súbditos y la veneracion de los
estrangeros.
(1) En la obra de Mariana , cap . VIII , hácia el fin , se
halla un notable ejemplo de los horrores en que nos pre-
cipita una vana sutileza desnuda de buenos principios.
Este autor permite envenenar á un tirano , y tambien
á un enemigo público , con tal que se le envenene de suerte
que no se le obligue , ni por fuerza ni por error ó ig-
norancia , á concurrir él mismo al acto que le dá la
muerte , como se haria por ejemplo presentándole un
brevage envenenado. Porque , segun dice este autor , in-
duciéndole asi á darse la muerte á sí mismo , aunque
lo haga por ignorancia , se le hace violar la ley natu-
ral que prohibe quitarse la vida á sí mismo , y la falta
del que asi se envenena , sin saberlo , recae sobre su
autor verdadero , que es el que dió el tósigo. « Ne coga-
<< tur tantum sciens aut imprudens sibi couscire mortem:
quod esse nefas judicamus veneno in potu aut cibo quod
hauriat qui perimendus est , aut simili alia re temperato.»
¡ Bella razon por cierto ! diremos que Mariana se ha bur-
lado de sus lectores , y que solo ha querido rebozar la
horrorosa doctrina de este capítulo.
52
reglan y limitan la autoridad del Príncipe , y éste
traspasando los términos que se le prescribieron,
manda sin derecho ni título alguno , la nacion no
está obligada á obedecerle , y puede resistir á
sus injustas empresas. Desde que el Príncipe ataca
la constitucion del Estado rompe el contrato que
le tenia ligado con el pueblo ; éste queda libre
por el atentado del Rey, y solo ve en él un usur-
pador que quisiera oprimirle. Esta verdad se halla
reconocida por todo escritor sensato , cuya plu-
ma ni ha envilecido el temor ni asalariado el in-
teres . Algunos autores célebres sostienen sin em-
bargo que si el Príncipe se halla revestido del
imperio supremo , pleno y absoluto , nadie tiene
derecho á resistirle , mucho menos á reprimirle,
y que la nacion no tiene otro efugio que sufrir
con paciencia y obedecer ; y se fundan para esta
opinion en que un Rey de esta clase á nadie debe
dar cuenta de sus operaciones en el gobierno , y
que si pudiese la nacion fiscalizar sus acciones y
resistirle cuando las halle injustas , su autoridad
no deberia reputarse absolutamente soberana ; lo
que seria contra la hipótesi . Dicen tambien que
el Rey absoluto posee plenamente toda la auto-
ridad política de la sociedad , á la cual nadie
puede oponerse ; que si abusa de ella , obra mal
á la verdad y perjudica su conciencia , pero que
no por eso son menos obligatorios sus precep-
tos , como fundados en un derecho legítimo de
mandar. Que al confiarle la nacion el imperio ab-
soluto , nada se reservó y se entregó enteramen-
te á su discrecion. Podriamos contentarnos con
-responder que sobre este pie no puede haber
ningun Rey plenamente absoluto . Mas para ha-
cer desaparecer todas estas vanas sutilezas , re-
cordemos el fin esencial de la sociedad civil. ¿ No
53
es este trabajar de concierto en la comun felici-
dad? ¿No es este el motivo de despojarse de sus
derechos todo ciudadano y haber sometido su li-
bertad? Pudiera la sociedad usar de su auto-
ridad para entregarse sin esperanza alguna de re-
cobrarla á la direccion de un tirano furioso ? No,
sin duda , pues que la misma sociedad no ten-
dria ya derecho alguno , si quisiese oprimirá una
parte de sus conciudadanos , y cuando confiere
el imperio supremo y absoluto sin reserva espre-
sa , el Rey usará de el necesariamente con la re-
serva tácita para salud del pueblo , y no para
su ruina. Si es el azote del Estado , se degrada
á sí mismo , es un . público enemigo , contra el
cual puede y aun debe defenderse la nacion ; y
si ha llevado la tirania á su colmo , ¿ por qué se
ha de perdonar la vida de un tan cruel y tan pér-
fido enemigo ? ¿ Habrá alguno que se atreva á im-
probar la conducta del senado romano que de-
claró á Neron enemigo de la patria?
Pero es importantísimo observar , que la na-
cion ó un cuerpo que la represente , puede solo
pronunciar este juicio , y que la nacion misma
no puede atentar contra la persona de su Rey,
sino en el caso de estrema necesidad , y cuan-
do el Príncipe violando todas las reglas , y ame-
nazando la salud de su pueblo se ha puesto en
estado de guerra con él. La nacion por su inte
res ha declarado inviolable y sagrada la persona
del Rey; pero no la de un tirano desnaturaliza-
do , la de un enemigo público. Rara vez se ven
monstruos como Neron. En los casos mas ordi-
narios , cuando un Príncipe viola las leyes fun-
damentales , cuando ataca la libertad y los de-
rechos de los súbditos , ó si es absoluto , cuan-
do su gobierno sin llegar á las últimas violencias
TOMO I. 6
54
tiende manifiestamente á la ruina de la nacion,
puede esta resistírsele , juzgarle y substraerse á
su obediencia ; pero repito que respetando su per-
sona , y esto por el bien del Estado . ( 1 ) Hace mas

(1) « Disimulandum censeo quatenus salus publica pa-


tiatur , privatimque corruptis moribus princeps contin-
« gat , alioquin si rempublicam in periculum vocat , si pa-
triæ religionis contemptor existit , neque medicinam ullam
* recipit , abdicandum judico , alium substituendum : quod
in Hispania non semel fuisse factum scimus , quasi fera
irritata omnium telis peti debet , cum humanitate ab-
dicata tyrannum induat. Sic Petro rege , ob immanita-
« tem dejecto , publice Henricus , ejus frater , quamvis ex
impari matre, regnum obtinuit. Sic Henrico , hujus ab-
nepote ob ignaviam pravosque mores abdicato , proce-
rum suffragiis , primùm Alfonsus ejus frater , recè an
secus non disputo , sed tamen in tenera ætate rex est
proclamatus : deinde defuncto Alfonso , Elisabet , ejus
soror , Henrico invito , rerum summam ad se traxit , re-
gio tantum nomine abstinens , dum ille vixit. » Mariana.
De rege et regis institut. Lib. I. Cap. III.
Los atentados de una faccion nunca deben traerse por
ejemplo en las doctrinas de esta naturaleza , aunque fuesen
sostenibles. Y en mi concepto , no es contraible á la
perniciosísima y aun detestable que sienta el P. Mariana,
la escandalosa , ridícula , y por decirlo asi , aristocrática
destitucion del señor rey D. Enrique IV. Su crónica la
cuenta del modo siguiente , al capítulo 74 : « Entre tanto
que el Rey llegaba á Salamanca con la Reyna y la In-
fanta su hermana , el Arzobispo de Toledo se apoderó
de la cibdad de Avila y del cimorro de la iglesia mayor
que estaba de su mano : é asi apoderado , vinieron alli
luego los caballeros que estaban en Plasencia con el Prín-
cipe D. Alfonso. Donde fueron convenidos é juntados los
que aqui seran nombrados : D. Alonso Carrillo , Arzo-
bispo de Toledo , D. Iñigo Manrique , Obispo de Coria,
D. Juan Pacheco , Marques de Villena , D. Albaro de
Zuñiga , Conde de Plasencia , D. Gomez de Cáceres , Maes-
tre de Alcantara , D. Rodrigo Pimentel , Conde de Be
navente , D. Pedro Puerto Carrero , Conde de Medellin ,
D. Rodrigo Manrique , Conde de Paredes , Diego Lopez
de Estuñiga, hermano del conde de Plasencia , con otros
55
de un siglo que los ingleses se levantaron con-
tra su Rey, y le hicieron descender de su trono.
Gentes audaces con suficiente destreza , y devo .
radas de la ambicion , se aprovecharon de una

caballeros de menos estado. Los cuales mandaron hacer


un cadahalso fuera de la cibdad en un gran llano , y
encima del cadahalso pusieron una estatua asentada en
una silla , que descian representar la persona del Rey,
la cual estaba cubierta de luto , Tenia en la cabeza una
corona, y un estoque delante de sí , y estaba con un bas-
ton en la mano. E asi puesta en el campo salieron todos
aquestos ya nombrados acompañando al . Príncipe D. Alon-
so hasta el cadahalso. Donde llegados el Marques de Ville-
na y el Maestre de Alcántara, y el Conde de Medellin ,
é con ellos el comendador Gonzalo de Sahavedra é Alvar-
Gomez tomaron al Príncipe , é se apartaron con el un
gran trecho del cadahalso ; y estonces los otros señores ,
que alli quedaron , subidos en el cadahalso se pusieron
al derredor de la estatua : donde en altas voces manda-
ron leer una carta , mas llena de vanidad que de cosas sus-
tanciales , en que señaladamente acusaban al Rey de cua-
tro cosas : que por la primera merescia perder la digni-
dad real y entonces se llegó D. Alonso Carrillo , Ar-
zobispo de Toledo y le quitó la corona de la cabeza por
la segunda , que merecia perder la administracion de la
justicia ; asi llegó D. Albaro de Zúñiga , Conde de Pla-
sencia é le quitó el estoque que tenia delante. Por la ter-
cera que merescia perder la gobernacion del reino ; é
asi llegó D. Rodrigo Pimentel , Conde de Benavente é le
quitó el baston que tenia en la mano. Por la cuarta : que
merescia perder el trono , é asentamiento de Rey ; é así
llegó D. Diego Lopez de Zúñiga , é derrivó la estatua
de la silla en que estaba , disciendo palabras furiosas é
deshonestas . ¡ Osúbditos vasallos ! No teniendo poderío ¿ co-
mo descomponeis el ungido de Dios ? ¡ ó sugetos sufragá-
neos ! No teniendo libertad , ¿ como podeis deshacer al
que Dios é la natura quisieron que fuese Rey ? ¡ O gentes
sin caridad ! Siendo criminosos , ¿ como podistes ser jueces
y acusadores , imponiendole vuestro crimen ? Pensando
quedar sin culpa , vos fecistes mas culpados ; por abonar
vuestros yerros , fecistes mayor errada. De cuáles defectos
querreis condenar á vuestro Rey , que los vuestros no sean
:
56
fermentacion terrible causada por el fanatismo
y el espíritu de partido , y la Gran Bretaña su-
frió que su soberano pereciese indignamente so-
bre un cadalso. La nacion vuelta en sí misma

mayores ? ¿ Cuáles infamias le quereis imponer, que las


vuestras no sobrepujen ? Si fuerades naturales del reyno,
hubierades dolor de desfamar vuestra nacion. Porque era-
des estrangeros , de tierras agenas venidos , desonrrasteis
al Rey natural de los reynos de Castilla. Mas como fuisteis
agenos é de agena nacion venidos , no vos condolisteis ni
hubistes compasion de robar agena fama. Asi por cobrir
vuestras mancillas amancillastes los límpios que quedasteis
ensuciados en la fama para siempre. Luego que el abto de
la estatua fue acabado , aquellos buenos criados del Rey,
agradesciendo las mercedes que de él rescibieron , lleva-
ron al príncipe D. Alonso hasta encima del cadahalso; don-
de ellos é los otros Perlados é Caballeros , alzandolo sobre
sus hombros é brazos con voces muy altas dijeron : Cas-
tilla por el Rey D. Alonso , é asi dicho aquesto las trompe-
tas é atabales sonaron con grande estruendo. Entonces
todos los grandes que alli estaban , é toda la otra gente lle-
garon á besarle las manos con gran solemnidad , señala-
damente el Marques de Villena , é los criados del Rey que
seguian sus pisadas . >>
Como D. Alonso muriese de pestilencia en Cardeñosa
cerca de Avila, en 5 de Julio de 1468 , fue jurada Prin-
cesa heredera y sucesora en el reino su hermana Doña Isa-
bel en 19 de Setiembre del mismo año , con asistencia y
conformidad del Rey D. Enrique, quien la juró por tal
en manos del Maestre D. Juan Pacheco , y la tomó por
hija para que despues de sus dias succediese y heredase
su reino y reinase en los reinos de Castilla y de Leon. Y
rogó y mandó á los Prelados y Caballeros que alli estaban
Y á todos los otros del reino que la jurasen y obedeciesen
por Princesa y sucesora suya. Cron. de Enr. IV. por Diego
Enriquez del Castillo , cap. 114 y 118.
La misma Princesa , escribiendo al Rey su hermano
acerca de su casamiento con el Príncipe D. Fernando , dice :
Muy alto é muy poderoso Rey é Señor : bien sabe vuestra
señoría , que el muy ilustre Rey D. Alonso, hermano de
vuestra señoría é mio , pasó de esta presente vida , é al-
gunos de los Grandes, é Perlados é Caballeros que le habian
57
reconoció su ceguedad , y si todos los años hace
una reparacion solemne de este atentado , es no
solo porque juzga que el malhadado Carlos I
no merecia una suerte tan cruel ; lo hace sin

seguido é servido , quedaron en mi servicio en la ciudad de


Avila, yo pudiera continuar el título éposesion , que el dicho
Rey D. Alonso mi hermano antes de su muerte habia conse-
guido. Pero por el muy grande é verdadero amor que yo
siempre ove é tengo á vuestro servicio , é persona Real, é al
bien , é paz é sosiego de vuestros reinos , é sintiendo que
las guerras y escándalos , é peligros , é movimentos é muer-
tes é turbaciones se pacificasen , é acordamente se com-
pusiesen , quise posponer todo lo que parecia aparejo de mi
sublimacion , y mayor señorio é poderio : é por condescender
á la voluntad é disposicion de vuestra Excelencia. Id. cap. 136.
Júntese á esta autoridad de la España la de la Esco-
cia , probada por la carta de los barones al Papa , fecha
6 de Abril de 1320 , para pedirle que empeñase al Rey
de Inglaterra en desistir de sus empresas contra la Esco-
cia. Despues de haber hablado de los males que de él ha-
bian recibido , añaden : « A quibus malis innumeris , ipso
juvante qui post vulnera medetur et sanat , liberati sumus
per serenissimum principem , regem et dominum nostrum,
Dominum Robertum , qui pro populo et hæreditate suis de
manibus inimicorum liberandis , quasi alter Maccabæus aut
Josue labores et tædia , inedias et pericula læto sustinuit
animo. Quem etiam divina dispositio et juxta leges et con-
suetudines nostras , quas usque ad mortem sustinere volu-
mus , juris successio et debitus nostrorum consensus et as-
sensus nostrum fecerunt principem atque regem. Cui tam-
quam illi per quem salus in populo facta est , pro nostra
libertate tuenda, tam jure quam meritis tenemur , et volu
mus in omnibus adherere. Quem si ab inceptis desistet,
regi Anglorum , aut Anglicis nos , aut regnum nostrum
volens subjicere, tamquam inimicum nostrum , et sui nos-
trique juris subversorem statim expellere niteremur , et
alium regem nostrum , qui ad deffensionem nostram suffi-
ciet , faciemus. Quia quamdiu centum viri remanserint,
numquam Anglorum dominio aliquatenus volumus subju-
gari. Non enim propter gloriam , divitias , aut honores pug-
namus, sed propter libertatem solummodo , quam nemo
bonus nisi simul cum vita amittit, »
58
duda tambien por hallarse convencida de que la
salud del Estado clama por que la persona del
Rey debe ser sagrada é inviolable , y que la na-
cion entera debe hacer venerable esta maxima res-
petándola ella misma , cuando se lo permite el
cuidado de su propia conservacion.
Todavia me falta que decir sobre la distin-
cion que quiere hacerse aqui en favor de un Rey
absoluto. Todo el que haya pesado la fuerza de
los principios incontestables que hemos estable-
cido , se convencerá de que cuando se trata de
resistir á un Príncipe que se ha hecho tirano , el
derecho del pueblo es siempre el mismo , ora es-
te Príncipe sea absoluto por las leyes , ora no
lo sea; porque este derecho viene del fin de toda
sociedad política , á saber , la salud de la nacion
que es la suprema ley ( 1 ). Pero si la distincion

El año de 1581 , dice Grocio , Aan . lib . 3.º las pro-


vincias confederadas de los Paises Bajos despues de ha-
ber sostenido la guerra durante nueve años contra Feli-
pe II sin cesar de reconocerle por su Príncipe , le priva-
ron en fin solemnemente del poder que habia ejercido en
su pais , por haber violado sus leyes y privilegios . El autor
observa despues , que la Francia , la misma España , la
Inglaterra , la Suecia y la Dinamarca presentan ejem
plos de reyes depuestos por sus pueblos ; de suerte que en
fa actualidad hay pocos soberanos en Europa cuyo de-
recho á la corona no esté fundado en el que pertenece
al pueblo de quitar el poder al Príncipe que abusa de el .
Por eso los estados de las Provincias Unidas en sus car-
tas justificativas dirigidas con este motivo á los Prínci-
pes del imperio y al rey de Dinamarca , despues de ha-
ber hecho esposicion de las vejaciones del rey de Espa-
ña , decian : Y por eso , considerando el camino que aun
los pueblos que hoy viven bajo sus reyes, han seguido harto
frecuentemente , hemos destituido del principado á aquel
cuyas acciones todas eran contrarias al deber de un Prín-
cipe. Ibid.
(1) Populi patroni non pauciora neque minora præsidia
59
de que hablamos es inútil con referencia al dere-
cho, no lo es en la práctica respecto de la conve-
niencia. Como es muy dificil oponerse á un prin-
cipe absoluto , y no se puede hacer esto sin esci-
tar grandes movimientos en el Estado y oscila-
ciones violentas y peligrosas , solo debe empren-
derse en los casos estremos , cuando han llegado
los males al punto que se puede decir con Táci-
to : Miseram pacem vel bello benê mutari, que
vale mas esponerse á una guerra civil que su-
frirlos. Pero si la autoridad del Príncipe está li-
mitada , si depende bajo ciertas consideraciones
de un senado y de un parlamento que represen-
tan la nacion , hay medios de resistirle y de re-
primirle sin esponer el Estado á violentas con-
vulsiones. No hay razon para esperar que los
males sean estremos , cuando se les puedan apli-
car remedios dulces ó inocentes.
52. Pero por limitada que sea la autoridad de
un Príncipe , es ordinariamente muy celoso de
ella , ni se verifica que sufra con paciencia al que
le resista , ni que se someta con docilidad al jui
cio de su pueblo pero el dispensador de las
gracias carecerá de apoyo ? Almas se descubren
bajamente ambiciosas para quienes el estado de un
esclavo rico y decorado tiene mas alicientes que

habent. Certè à Republica unde ortum habet regia potestas,


rebus exigentibus , regem in jus vocari posse , et si sanitati res-
puat, principatu spoliari, neque ita in principem jura polesta-
tis transtulit , ut non sibi majorem reservarit potestatem. Ibid.
Cap. VI.
Est tamen salutis cogitatio , ut sit principibus persuasum,
si rempublicam oppresserint, si vitiis et fœditate intolerandi
sed cum
erunt, ea conditione vivere , ut non jure tantum ,
laude et gloria perimi possint. Ibid.
60
el de un ciudadano modesto y virtuoso. Siempre
es dificil que la nacion resista á su Príncipe y
pronuncie sobre su conducta , sin que el Estado
quede espuesto á peligrosas alteraciones , y á con-
vulsiones capaces de trastornarlo. Esto ha he-
cho tomar a las veces el partido de formar un
compromiso entre el Príncipe y los súbditos para
someter á la decision de una potencia aliada las
contestaciones que entre ellos se suscitasen . Asi
los Reyes de Dinamarca defirieron en otro tiempo
á los de Suecia por tratados solemnes el conoci-
miento de los altercados que pudieran nacer en-
tre ellos y su senado ; cosa que tambien hicieron
los Reyes de Suecia con los de Dinamarca. Los
Príncipes y los estados de Ost Frisa y los ciuda-
danos de Embden constituyeron igualmente á la
república de los Estados Unidos por Juez de sus
diferencias. El Príncipe y la ciudad de Neufcha-
tel establecieron en 1406 al canton de Berna
por juez y árbitro perpétuo de sus contestacio .
nes , y segun el espíritu de la confederacion Hel-
vética , el cuerpo entero entiende en los alter-
cados que se suscitan en algunos Estados confe-
derados , aunque cada uno de ellos sea verdade-
ramente soberano é independiente.
53 . Des
de que la nacion reconoce al Prín-
cipe por su sobera legíti , todos los ciuda-
no mo
danos le deben una fiel obedien ; y no pudie-
cia
ra gobern el Estado ni cumpli con lo que la
r
nacion espaerra de él , si no es puntua obe-
lmente
decido . Los súbdit no tienen derech n los
os o
casos suscept de alguna duda de pesar la
ibl
sabidu ó la juesstici de los mandat sobera
-
ría a os
nos ; este exame perten al Prínci , y deben
n ece pe
supone los súbdit , en cuanto es posible , que
r os
todas sus órdene son justas , son saludab , y
s les
61
que solo él es culpable del mal que puede pro-
venir de ellas.
54. Esta obediencia empero no debe ser cie-
ga absolutamente, ni compromiso alguno puede
obligar y mucho menos autorizar á nadie para
que viole la ley natural. Todos los autores de
sana doctrina convienen en que nadie debe obe-
decer los preceptos que vulneran evidentemente
esta ley sagrada. Aquellos gobernadores de plaza
que se negaron valerosamente á ejecutar las ór-
denes bárbaras de Cárlos IX cuando la famosa
degollacion del dia de San Bartolomé , han me-
recido el aplauso de todos ; y la corte no se atre.
vio á castigarlos por lo menos abiertamente . Se-
ñor , escribia el bravo Orta , comandante de Ba-
yona , he comunicado la orden de V. M. á sus
fieles habitantes y soldados de la guarnicion , y
entre ellos solo he hallado buenos ciudadanos y
soldados valientes , pero ningun verdugo. En esta
atencion ellos y yo suplicamos humildemente á
V. M. que tenga á bien emplear nuestro brazo y
nuestras vidas en cosas posibles , por arriesgadas
que sean , y nosotros sacrificarémos gustosos hasta
la última gota de nuestra sangre ( 1 ) . El conde
de Tende Charny y otros respondieron á los que
llevaban las órdenes de la corte , que respetaban
demasiado al Rey para creer que órdenes tan
bárbaras dimanasen de su persona. Es mas dificil
decidir en qué casos puede un súbdito no solo
rehusar obedecer , sino tambien resistir al sobe .
rano y oponer la fuerza á la violencia. Luego
que el soberano hace á alguno una sinrazon
obra sin derecho alguno verdadero ; pero no
por eso debemos concluir inmediatamente que

(1) Mezeray , Hist, de Francia , tom. 2. pág. 1107.


62
el súbdito se le pueda rebelar ; porque la natu-
raleza de la soberanía y el bien del Estado no
permiten que los ciudadanos se opongan al su-
perior todas las veces que les parezcan injustos
ó perjudiciales sus preceptos. Esto sería incidir
en el estado de naturaleza , y poner al gobierno
en la imposibilidad de obrar. Un súbdito debe
sufrir con paciencia de parte del Principe las in-
justicias dudosas , y las injusticias soportables.
Las primeras , porque todo el que se ha some-
tido á un juez , no puede pronunciar sin examen
sobre sus pretensiones ; y las injusticias soporta-
bles se deben sacrificar a la paz y á la salud del
Estado en favor de las grandes ventajas que se
reportan de la sociedad ; y es una presuncion de
derecho que todo ciudadano se ha obligado tá-
citamente á esta obligacion , porque sin ella no
podria subsistir la sociedad . Mas cuando se tra-
ta de injurias manifiestas y atroces , cuando un
Príncipe sin razon aparente quisiera quitarnos la
vida ó apoderarse de las cosas cuya pérdida hace
amarga la existencia , ¿ quién nos disputará el de-
recho de resistirle ? El cuidado de nuestra con-
servacion no solamente es de derecho natural , es
una obligacion impuesta por la naturaleza , á la
cual ninguno puede renunciar entera y absolu-
tamente. Y dado que pudiera renunciarla , ¿ es
presumible que lo hiciese por obligaciones polí
ticas , siendo así que entró á hacer parte de la
sociedad civil con el objeto de establecer mas só-
lidamente su propia seguridad ? El bien mismo
de la sociedad no exige sacrificio semejante , y
como ha dicho muy bien Barbeyrac en sus no-
tas á Grocio, conviene al interes público que
K los que obedecen sufran alguna cosa ; y con-
« viene tambien que los que mandan teman apu-
63
rar su paciencia ( 1 ). » El Príncipe que viola to-
das las reglas , que no guarda medida ninguna,
y quiere , como un furioso , arrancar la vida á
un inocente , se despoja de su caracter , y solo
se ofrece como un enemigo injusto y violento
contra el cual es lícito defenderse. La persona
del soberano es inviolable y sagrada ; pero . aquel
que despues de haber perdido todos los senti-
mientos de un soberano se despoja hasta de las
apariencias y de la conducta esterior , éste se de-
grada á sí mismo , no hace ya el papel de sobe-
rano , ni puede retener las prerogativas inheren-
tes á este caracter sublime. Sin embargo , si este
Príncipe no es un monstruo , si solo se enfure-
ce contra alguno en particular , arrebatado de
una pasion violenta ; y si por otra parte es so-
portable al resto de la nacion , las consideracio-
nes que debemos á la tranquilidad del Estado
son tales , el respeto á la magestad soberana es
tan poderoso , que estamos en la estrecha obli-
gación de buscar cualquiera otro medio de pre-
servarnos , mas bien que poner su persona én pe-
ligro . Todo el mundo sabe el ejemplo de David ,
el cual huyó y permaneció oculto para substraer-
se al furor de Saul que le perseguia , y cuya vida
perdonó mas de una vez . Cuando un funesto
accidente vició de repente la razon de Cárlos VI ,
Rey de Francia , mató en el acceso de su furor
á muchos de los que le rodeaban ; pero ninguno
de ellos pensó en poner su vida en seguridad á
costa de la del Principe. Solo trataron de desar-
marle y hacerse dueños de él ; en lo cual hicie-
ron su deber , como hombres de bien y súbdi-

(1) Derecho de la guerra y de la paz , lib. 1. cap. 4 ,


S. 11 , nota 2.
64
to's fieles que esponian su vida por la de este
monarca desgraciado ; sacrificio que se debe al
Estado у á la magestad soberana. El furor que
se apoderó de Carlos , efecto del trastorno de
sus órganos , no le hacia culpable ; y podia re-
cobrar su salud y ser un buen monarca.
55. Concluyamos esta materia por una ob-
servacion importante. Un soberano puede sin du-
da elegir ministros para que le alivien en sus
penosas funciones ; pero jamás debe abandonar-
les su autoridad , porque cuando una nacion eli-
ge un gefe , no es para que la entregue en otras
manos. Los ministros solo deben ser instrumen-
tos en las manos del Príncipe , á los cuales es
necesario que siempre dirija , y que se aplique
incesantemente á conocer si obran segun sus in-
tenciones. Si lo débil de la edad ó alguna enfer
medad le hacen incapaz de gobernar , se debe
nombrar un regente segun las leyes del Estado;
pero desde que el soberano puede llevar las rien-
das , debe hacerse servir , y jamás ponerse en ma-
nos de nadie. Los últimos Reyes de Francia de
la primera raza abandonaron el gobierno y la
autoridad á los gobernadores de palacio ; y ha-
biendo venido á ser unos vanos fantasmas , per-
dieron con justicia el título y los honores de una
dignidad cuyas funciones habian abandonado.
La nacion gana en coronar á un ministro pode-
roso , el cual cultivará , como herencia suya los
fondos que robaba , mientras tenia el usufructo
precario de ellos .
65

CAPITULO V.

DE LOS ESTADOS ELECTIVOS , DE LOS SUCESIVOS Ó


HEREDITARIOS , Y DE LOS QUE SE LLAMAN
PATRIMONIALES.

56. Hemos visto en el capítulo anterior , que


pertenece originariamente á la nacion conferir la
autoridad suprema y elegir al que debe gober-
narla. Si limita la colacion de esta soberanía á
su persona sola , reservándose el derecho de ele-
gir, despues de la muerte del soberano , á aquel
que deba reemplazarle , el Estado es electivo; y
tan luego como es elegido el Príncipe con arre-
glo á las leyes , entra en todos los derechos que
estas atribuyen á su dignidad.
57. Se ha puesto en cuestion si los Reyes y
Príncipes electivos son verdaderos soberanos ; pe-
ro pararse en esta circunstancia es tener una
idea bien confusa de la soberanía. Nada importa
el modo con que llega un Príncipe á su digni-
dad , para determinar la naturaleza de ella . Lo
que es necesario considerar es , lo primero , si
la nacion forma por sí misma una sociedad in-
dependiente , ( véase el cap. 1.º ) ; lo segundo ,
cuál es la estension del poder que ha confiado
á su Principe ; y cuántas veces el gefe de un Es-
tado independiente represente verdaderamente á
su nacion , se le debe considerar como un ver-
dadero soberano (S. 40 ) , aun cuando su auto-
ridad estuviese limitada á diversos respetos.
58. Cuando la nacion quiere evitar los al-
borotos que suelen acompañar á la eleccion de
un soberano , la ejecuta para una larga série
de años , estableciendo el derecho de sucesion,
66
haciendo la corona hereditaria en una familia,
segun el orden y las reglas que le parezcan mas
convenientes. Llámase Estado ó reino hereditario
aquel , cuyo sucesor designa la ley, la cual regla
las sucesiones de los particulares ; y reino suce-
sivo ó hereditario aquel al cual se sucede , segun
una leyparticular fundamental del Estado , como
sucede en España ( 1).
59. No siempre la nacion ha establecido primi-
tivamente el derecho de sucesion , sino que tam-
bien puede muy bien haberse introducido por la
concesion de otro soberano , y aun por la usurpa-
cion . Pero cuando se apoya en una larga pose-
sion se juzga que el pueblo consintió en ello , y
este consentimiento tacito le legitíma , aunque el
orígen sea vicioso ; porque descansa entonces en
el fundamento que acabainos de insinuar ; fun-
damento solo legítimo é indestructible , al cual
es preciso venir á parar siempre.
6o. Este mismo derecho , segun Grocio y la
mayor parte de los autores , puede provenir de
otras causas , como la conquista , ó el derecho
de un propietario que hallándose dueño de un
pais , llamase colonos á los moradores y les die-
se tierras con la condicion de reconocerle á él
y á sus herederos por soberanos. Pero como es
absurdo que una sociedad de hombres pueda so-
meterse con otro objeto que el de su bien y su
conservacion , mucho mas que pueda obligar á
su posteridad sobre un pie diferente ; venimos á
parar en lo mismo , y es preciso decir siempre,
que la voluntad espresa ó el consentimiento tá-
cito de la nacion ha establecido las sucesiones
para el bien y la salud del Estado.

(1) Ley 2. tit. 15. Part. 2.


67
61. Queda pues sentado que en todos los ca-
sos el establecimiento ó admision de la sucesion
no tiene otro objeto que el bien público y la co-
mun utilidad ; y por lo mismo si del órden es-
tablecido en este punto se temiese la destruc-
cion del Estado , la nacion tendria ciertamente
derecho de mudarle por una ley nueva. Salus
populi suprema lex , la salud del pueblo es la
ley suprema; y esta ley es de la mas exacta jus-
ticia, porque el pueblo no se ha ligado por los
vínculos de la sociedad , sino por el bien de su
salud y su mayor ventaja (1 ).
Este pretendido derecho de propiedad que
se atribuye á los Príncipes , es una quimera,
abortada por el abuso que se quiere hacer de
las leyes relativas à las de los particulares. El
Estado no es ni puede ser un patrimonio , por-
que éste se forma para el bien de su señor , en
lugar que el Príncipe se establece para el bien
del Estado (2) . La consecuencia es evidente,
porque si la nacion conoce que el heredero de

(1 ) Nimirùm , quod publicæ salutis causa et commu-


ni consensu statutum est , eadem multitudinis voluntate,
rebus exigentibus , immutari quid obstat ? » Mariana , ibid,
cap. 4.
(2) Cuando Felipe II cedió los Paises bajos á su hija
Isabel , Clara Eugenia , se decia , segun Grocio : « Que
era introducir un pernicioso ejemplo para un Príncipe
querer poner en la clase de sus rentas y comerciar
con las personas libres , á manera de esclavos domés-
ticos ; que á la verdad los bárbaros practicaban alguna
vez la novedad de ceder los imperios por testamentos
6 donaciones , porque no sabian juzgar la diferencia
que se encuentra entre un Príncipe y un señor ; pero
que los que se hallaban instruidos en el conocimiento
de lo que es ó no lícito , veian bien que la administra-
cion de un Estado es el bien del pueblo ( por esto se le
68
su Príncipe sería parà ella un soberano perni-
cioso , puede escluirle.
Los autores que refutamos conceden este de-
recho al Príncipe despótico , mientras que le
niegan á las naciones ; y esto consiste en que
consideran al Príncipe como un verdadero pro-
pietario del imperio , y no quieren reconocer que
el cuidado de su propia conservacion , y el de-
recho de gobernarse pertenecen siempre esen-
cialmente á la sociedad , por mas que le haya
confiado , aun sin reserva espresa , á un mo-
narca y á sus herederos. A los ojos de aquellos
el reino es la herencia del Príncipe , como lo
son sus campos y sus rebaños . Máxima injuriosa
á la humanidad , y que nadie hubiera tenido la
audacia de producir en un siglo ilustrado , si no
tuviese apoyos harto frecuentemente mas pode-
rosos que la razon y la justicia.
62. La nacion por lo mismo puede hacer
renuncia á la sucesion de una línea que se esta-
blece en otra parte , como por ejemplo , una hija
que casa con un Príncipe estrangero. Estas re-

da ordinariamente el nombre de república ) ; y como


en todo tiempo se han visto naciones que se goberna-
ban ó por asambleas populares , ó por un senado , asi
tambien las hubo que han depositado la direccion gene-
ral de sus fortunas en manos de los Príncipes. Porque
no hemos de creer , decian , que los principados legí-
timos comenzasen de otro modo que por el consenti-
miento de los pueblos que se ponian en manos de una
sola persona , o bien de una familia entera para evitar
los inconvenientes de las elecciones ; y aquellos en cuyas
manos se ponian de esta manera , eran solo inducidos
por la esperanza del honor á recibir una dignidad que
les obligaba á preferir la ventaja comun de sus ciuda-
danos su utilidad particular. Grocio , Hist. de la re-
volucion de los Paises bajos , lib. 7.
69
nuncias , exigidas ó aprobadas por el Estado,
son muy válidas ; porque son equivalentes á una
ley que hiciese el Estado para escluir las perso-
nas que han renunciado por sí y por su poste-
ridad. En prueba de ello vemos que la ley de
Inglaterra ha escluido para siempre á todo he-
redero católico romano ; la ley de Rusia , hecha
en los principios del reinado de Isabel , escluyó
con mucha prudencia á todo heredero que po-
seyese otra monarquía ; y la ley de Portugal es-
cluye á todo estrangero que fuese llamado á la
corona por derecho de sangre ( 1).
Autores célebres , muy sabios por otra parte,
han errado en los verdaderos principios , cuando
tratan de las renuncias. Han hablado mucho so-
bre los derechos de los hijos nacidos ó por na-
cer , y sobre la transmision de estos derechos;
pero era necesario considerar la sucesion mas
bien como una ley del Estado , que como la
propiedad de una familia reinante ; de cuyo prin-
cipio luminoso é incontestable deriva con faci-
lidad toda la doctrina de las renuncias. Aquellas
que ha exigido ó aprobado el Estado , son váli-
das y sagradas , porque son leyes fundamentales ;
las que no se hallan autorizadas por el Estado
no pueden ser obligatorias , sino para el Príncipe
que las ha hecho ; las cuales de ningun modo
podrian perjudicar á su posteridad , y aun él mis-
mo puede volver al gobierno caso que el Estado
le necesite y le llame ; porque un Príncipe se
debe á un pueblo que le habia encomendado el
cuidado de su conservacion ; y por eso no puede

(1) Espiritu de las leyes , lib. 16 , cap. 23 , donde pue-


den verse muy buenas razones políticas de estas dispo .
siciones .
TOMO I, 7
70
legítima y repentinamente renunciar en daño del
Estado , y dejar abandonada en el peligro á una
nacion que se habia puesto en sus manos.
63. En los casos ordinarios en que el Estado
puede seguir la regla establecida , sin esponerse
á un riesgo muy grande y manifiesto , es cierto
que todo descendiente debe suceder cuando lle-
gue el caso de corresponderle segun el órden de
sucesion , por incapacidad que tenga para reinar;
y esta es una consecuencia del espíritu de la ley
que ha establecido la sucesion , porque solo se
ha recurrido á ella para prevenir los disturbios
que sin esto serian casi inevitables en cada mu-
tacion. Y á la verdad que se habria adelantado
bien poco para conseguir este fin , si á la muerte
de un Príncipe fuese permitido examinar la сара-
cidad de su heredero antes de reconocerle. ¡ Qué
puerta se abria á los usurpadores y á los descon-
tentos !... Para evitar estos inconvenientes se ha
establecido el órden de la sucesion ; y nada mas
sabio podia establecerse , pues por este medio
solo se trata de que el sucesor sea hijo del Prín-
cipe y de que esté vivo , y esto es incontesta-
ble ; en vez de que no hay una regla fija para
juzgar de la capacidad é incapacidad de rei-
nar ( 1 ). Aunque la sucesion no se haya estable-
cido en favor de la ventaja particular del sobe-
rano y de su familia , sino en favor del Estado,
el sucesor designado no deja de tener un dere-
cho, al cual es de justicia que se tenga conside-
racion. Es verdad que su derecho está subordi-
nado al de la nación y á la salud del Estado ;

(1 ) Memoria por madama de Longueville , sobre el


principado de Neufchatel , en 1672.
71
pero debe tener su efecto cuando el bien público
no se opone á él.
64. Estas razones tienen fuerza tanto mayor,
cuanto la ley ó el Estado puede suplir á la inca-
pacidad del Príncipe , nombrando un regente,
como se practica en los casos de minoridad. Este
regente queda revestido por todo el tiempo de su
administracion de la autoridad real , pero la ejer-
ce en nombre del Rey.
65. Los principios que acabamos de estable-
cer sobre el derecho sucesivo ó hereditario de-
muestran que un Príncipe no tiene derecho de
dividir el Estado entre sus hijos . Toda soberanía
propiamente dicha es por su naturaleza una é
indivisible , porque no puede desmembrarse con-
tra la voluntad de los mismos que se han unido
en sociedad. Estas particiones , tan contrarias á
la naturaleza de la soberanía y á la conservacion
de los Estados , eran antes muy frecuentes ; però
terminaron absolutamente , luego que los pue-
blos y los Príncipes mismos calcularon sobre sus
principales intereses , y sobre los fundamentos
de su conservacion.
Pero cuando un Príncipe ha reunido bajo su -
poder muchas naciones diferentes , su imperio
entonces es con propiedad una reunion de di-
versas sociedades sometidas á un mismo gefe , y
nada se opone naturalmente á que se pueda dis-
tribuir entre sus hijos ; lo que podrá verificar si
no hay ley ni convencion en contrario , y si cada
uno de los pueblos consiente en recibir al Prín-
cipe que se le habia designado . Por esta razon
era divisible la Francia bajo las dos razas prime-
ras ; siendo de observar que para estas particiones
se necesitaba absolutamente la aprobacion y el
consentimiento de los Estados respectivos. Pero
:
72
habiendo llegado á tomar una entera consisten
cia bajo la tercera raza , se hizo indivisible , y
por tal se halla declarado por una ley fundamen-
tal , la cual mirando sábiamente por la conser-
vacion y el esplendor del reino , une á la corona
de una manera irrevocable todas las adquisiciones
de los Reyes .
66. Los mismos principios nos servirán tam-
bien para la solucion de una cuestion célebre .
Cuando en un estado sucesivo ó hereditario llega
á ser incierto el derecho de sucesion , y se pre-
sentan dos ó mas pretendientes á la corona , se
pregunta : ¿Quién será el juez de sus pretensio-
nes? Algunos sabios , fundándose en que los So-
beranos no reconocen mas juez que Dios , se han
adelantado á sostener que los pretendientes á la
corona, mientras su derecho es incierto , deben
ó convenirse amigablemente , ó transigir entre sí,
ó elegir árbitros , ó recurrir á la suerte , ó en
fin terminar su diferencia por las armas ; y que
los súbditos no pueden decidir de ninguna ma-
nera sobre esto . Es por cierto escandaloso que
autores célebres hayan enseñado semejante doc-
trina. Pero supuesto que en materia de filosofia
especulativa no hay absurdo que no se haya
sentado por algún filósofo ( 1 ) , ¿ qué debemos
esperar del espíritu humano , seducido por el
interés y por el temor ? Pues que en una cues-
tion en que nadie interesa mas que la nacion , á
quien concierne un poder establecido únicamen-
te en razon de su felicidad ; en una querella que
va tal vez á decidir para siempre de sus mas ca-

(1 ) Nescio quomodo nihil tam absurde dici potest,


quod non dicatur ab aliquo philosophorum .« Cicer. de Di-
vinat. lib. 2.
73
ros intereses y de su salvacion misma , ¿ perma-
necerá tranquila espectadora? ¿Y sufrirá que unos
estrangeros ó la suerte ciega de las armas le de-
signen su señor , como un rebaño de carneros
espera que se decida sobre entregarle en manos
del carnicero , ó ponerle bajo la guarda de su
pastor ?
Pero la nacion , dicen , se ha despojado de
toda jurisdiccion ; entregándose al soberano se ha
sometido á la familia reinante , ha otorgado á los
que de ella descienden un derecho que nadie les
puede quitar , les ha constituido sobre sí misma;
y ya ni juzgarlos puede. Aun con todo eso que
la nacion reconozca un Príncipe , á quien deba
someterse , ¿ por qué no ha de impedir que éste la
libre en manos de otro? Y pues que ella estable-
ció la ley de sucesion , ¿ quién mejor que ella , y
quién con mejor derecho , puede designar la per-
sona que se halla en el caso previsto y marcado
por la ley fundamental ? Digamos pues paladina-
mente , que la decision de esta importante con-
troversia pertenece á la nacion , y á la nacion
sola; y si los pretendientes han transigido entre
sí ó nombrado árbitros , la nacion no está obli-
gada á someterse á lo que de este modo hayan
convenido , á menos que no haya prestado su con
sentimiento para la transaccion ó compromiso;
porque Príncipes no reconocidos y cuyo derecho
es incierto , de ningun modo pueden disponer
sobre la obediencia de la nacion ; la cual no reco-
noce juez alguno sobre sí en un negocio en que
se versan sus mas sagrados deberes y sus mas pre-
ciosos derechos.
Grocio у Puffendorf no se separan mucho en
el fondo de nuestro modo de pensar ; pero no
quieren que se califique la decision del pueblo
74
ó de los Estados , de sentencia jurídica (judicium
jurisdictionis) . En hora buena no disputemos sobre
los términos : sin embargo hay aqui algo mas que
un simple exámen de los derechos para someterse
al pretendiente que tenga el mejor. La autoridad
pública debe juzgar toda contestacion que se sus-
cite en la sociedad ; y luego que se presenta in-
cierto el derecho de sucesion , la autoridad so-
berana vuelve temporalmente al cuerpo del Es-
tado , que debe ejercerla por sí mismo ó por sus
representantes hasta que quede reconocido el ver-
dadero sucesor. «Por la contestacion de este de-
recho , como que suspende las funciones en la
persona de un soberano , la autoridad vuelve na-
turalmente á los súbditos , no para retenerla , sino
para poner en claro á quién de los pretendientes
se devuelve legítimamente , y deferírsela en se-
guida. No sería dificil apoyar con infinitos ejem-
plos una verdad tan constante por las luces de la
razon ; pero basta recordar que por los Estados
del reino de Francia se terminó , despues del fa-
llecimiento de Carlos , el Hermoso , la famosa
contestacion entre Felipe de Valois y Eduardo III,
rey de Inglaterra , y por mas que estos Estados
eran súbditos de aquel en cuyo favor pronuncia-
ron , no dejaron de ser jueces de la diferencia ( 1).
Guichardin , lib. 12 , testifica tambien , que los
Estados de Aragon juzgaron sobre la sucesion de
este reino y prefirieron á Fernando , abuelo de
Fernando , marido de Isabel , reina de Castilla,
en concurrencia con otros parientes de Martin,
rey de Aragon , que pretendian pertenecerles el
reino (2).

( 1 ) Respuesta por madama de Longueville á una Me-


moria por madama de Nemours. (2) Ibid.
75
Lo mismo sucedia con los estados respecto
al reino de Jerusalen , los cuales juzgaban sobre
los derechos de los pretendientes á él , como se
justifica por diversos ejemplos en la historia po-
lítica de Ultramar ( 1 ) .
Los estados del principado de Neufchatel
han pronunciado muchas veces en forma de sen-
tencia jurídica sobre la sucesion á la soberanía ;
y el juicio que en 1707 pronunciaron entre un
crecido número de pretendientes en favor del
rey de Prusia , fue reconocido por toda la Eu-
ropa en el tratado de Utrecht.
67. Para dar mayor consistencia á la suce-
sion en un orden cierto é invariable , se halla
hoy establecido en todos los estados cristianos ,
menos en Portugal , que ningun descendiente
del soberano pueda suceder á la corona si no
ha nacido de matrimonio conforme á las leyes.
del pais. Y como la nacion es la que ha estable-
cido la sucesion , á ella sola pertenece tambien
reconocer á los que estan en el caso de suceder;
y por consiguiente de solo su juicio y del de
las leyes debe depender el matrimonio de sus
soberanos , y la legitimidad de su nacimiento.
Si la educacion no tuviese la fuerza de fa-
miliarizar el espíritu humano con los mayores
absurdos , ¿ habria hombre sensato que no se
admirase viendo que tantas naciones sufren que
la legitimidad y el derecho de sus Príncipes de-
pendan de una potencia extrangera ? La corte de
Roma ha imaginado una infinidad de impedi .
mentos y de nulidades en los matrimonios , y

(1) Véase la misma Memoria que cita el Epitome Real


del P. Labbé , pág. 105 y siguientes.
76
al mismo tiempo se ha abrogado el derecho de
juzgar sobre su validacion , y el de dispensar di-
chos impedimentos ; de suerte que un Príncipe
de su comunion no será dueño de contraer un
matrimonio necesario al bien de şu Estado . Es-
ta verdad la experimentó por mal suyo doña Jua-
na , hija única de Don Enrique IV , rey de Cas-
tilla , porque desde que los rebeldes publicaron
que era hija de Beltran de la Cueva , favorito
del Rey , aá pesar de las declaraciones y del tes-
tamento de este Principe , el cual reconoció cons.
tantemente á Doña Juana por su hija , y la nom-
bró su heredera , llamaron á la corona á Doña Isa-
bel , hermana de Don Enrique y muger de
Don Fernando , heredero de Aragon. Los seño-
res del partido de Doña Juana la habian pro-
porcionado un poderoso recurso negociando su
matrimonio con Don Alonso , rey de Portugal;
pero como este Principe era tio de Doña Juana,
era necesaria una dispensa del Papa , y Pio II
que estaba por los intereses de Fernando y de
Isabel , rehusaba despachar la dispensa , bajo el
pretesto de ser muy inmediato el parentesco , sin
embargo de ser entonces muy frecuentes seme-
jantes alianzas. Estas dificultades resfriaron al
monarca portugués , y disminuyeron el celo de
los fieles castellanos , por cuya razon todo fue
favorable á Isabel , y la desgraciada Doña Juana
tomó el velo de religiosa para asegurar el repo-
so de la Castilla por este heróico sacrificio ( 1 ).

(1) Este rasgo histórico me le ha ofrecido el Tra-


tado de las conjuraciones de Mr. du Port de Tertre , al
cual me refiero , por carecer de los historiadores origi
nales . Por lo demas yo no me mezclo en la cuestion del
nacimiento de Doña Juana , porque es inútil para mi ob-
77
Si el Príncipe se propasa á casarse , no obs-
tante la denegacion del Papa , expone su Estado

jeto. La Princesa no habia sido declarada bastarda segun


las leyes : el rey la confesaba hija suya ; y por otra par-
te, que fuese ó no legítima , los inconvenientes que re-
sultaron de la denegacion del Papa , subsistieron siempre
los mismos para ella y para el rey de Portugal.
Ya que el autor cita el ejemplar de Doña Juana , hija
de Don Enrique , y el de Doña Isabel , que sucedió á su
hermano en el trono de Castilla y de Leon , nos ha pa-
recido oportuno hablar de esto mas circunstanciadamen⚫
te, siguiendo lo que sobre ello han escrito Don Diego
Enrique del Castillo en su Crónica , ya citada , el histo-
riador Mariana, Zurita en sus Anales de Aragon , y Don José
Ortiz y Sanz en su recomendable Compendio de la Historia
de España , no porque los españoles lo ignoren , sino por
ser una época célebre para la España , en cuyo trono se
sentó la Reina Isabel con aplauso de sus súbditos , acredi-
tando que merecia ocuparle.
La grandeza de Castilla y el Arzobispo de Toledo en
el año de 1461 importunabau al Rey para que , pues no
tenia hijos ni esperanza de ellos , mandase jurar á su
hermano el Infante Don Alonso por príncipe y heredero
de la corona. Estaba entonces Don Enrique ocupado en
los negocios de Navarra , y habiendo regresado á Ma-
drid , pasó á Aranda de Duero , en donde se habia que-
dado la Reina , y cuando llegó el Rey la halló preñada
de tres meses. Le importunaban tambien para que traje
se á la Corte á Don Alonso y la infanta Doña Isabel,
sus hermanos , en lo que convino , y puso a la Infanta
con la Reina su muger , y nombró maestro del Infante á
Don Diego de Ribera . En Marzo de 1462 se esperaba el
parto de la Reina , y á mediados de él parió una hija , á
quien llamaron Doña Juana , como su madre , no querien
do nadie persuadirse de que aquel fruto fuese del Rey,
el cual era tenido de todos por impotente ; y no solo se
negaba sin rehozo que esta fuese hija suya , sino que Ja
llamaban la Beltraneja , señalándola por padre á Don Bel-
tran de la Cueva , mayordomo mayor del Rey , y que lo
habia sido á ruego de este para borrar de sí la noia de
impotencia , viendo que en siete años de su nuevo matri-
monio no habia logrado ser padre. Hubo grandes fiestas
78
á un levantamiento el mas funesto. ¿ હું Qué hu-
biera sido de la Inglaterra , á no haberse esta-

con motivo del nacimiento de la Princesa de Castilla , que


fue jurada tal y heredera de estos reinos á dos meses de
bautizada , aunque mucha parte de la Grandeza rehusó
la jura por la voz pública de que era hija de la Reina y
de Don Beltran de la Cueva.
Pero el Rey continuó en elevar á este , y de tal modo
exasperó á los Grandes , que estos rompieron con él abier-
tamente. Renovó el tratado matrimonial del Portugués (que
era viudo ) con la Infanta Doña Isabel , pero esta se excu-
só con mucha prudencia , sin embargo de sus pocos años,
diciendo que las Infantas de Castilla no casaban sin el con-
sentimiento de las Cortes y Grandeza del Reino. Pero la
verdad era que ya el Almirante trataba de casarla con su
nieto el Príncipe de Aragon
El Rey y Reina de Aragon y los Grandes se coligaron
contra Enrique , y le dictaron varias condiciones , una
de ellas la libertad de los Infantes Don Alonso y Doña
Isabel. Entonces fue cuando el Marques de Villena , con
los suyos , y otros que juntó en Burgos escribió al Rey
en 9 de Setiembre de 1464 una carta, la cual segun el cro-
nista Castillo « iba tan desmesuradamente con espuelas de
rigor , tan fuera de todo acatamiento , sin freno de tem-
planza , que ni á los súbditos era conveniente embialla , ni
á la decencia del Rey rescebilla. » El Rey de caracter re-
miso y enemigo de rotura , llegó de modo á intimidarse,
que entre Cabezon y Cigales les entregó al Infante D. Alon-
so , que era una de las cuatro cosas que le pedian , y fue
jurado por Príncipe heredero. Verdad es que al tiempo de
entregarle se estipuló y prometieron los Grandes que ca-
saria con la Princesa Doña Juana ; pero tan lejos estuvie
ron de esto , que poco tiempo representaron la farsa del
destronamiento de Don Enrique , proclamando á D. Alon-
so , sin acordarse de Doña Juana.
Despues de la batalla de Olmedo , que quedó por el
Rey , fue entregada Segovia por traicion al Infante D. Alon-
so , aunque estaba alli la Reina con la Infanta Doña Isa-
bel ; y esta desde entonces no se separó de su hermano.
Pero este murió en Cardeñosa cerca de Avila , en 5 de
Julio de 1468 , de pestilencia , segun dice Castillo ; y se-
gun opinan otros , de veneno que le dieron los suyos te-
79
blecido felizmente la reforma , cuando el Papa
se atrevió á declarar á la reina Isabel por ilegíti-

miendo la rectitud de su caracter , y que algun dia la des-


plegase en su daño. Ello es , que segun dicho cronista,
fue cosa de gran maravilla , que tres dias antes que mu-
riese fue divulgada su muerte por todo el reino, »
La Reina Doña Juana se soltó de la fortaleza de Ala-
hejos , á donde la habian llevado desde Segovia , deján-
dola en poder del Arzobispo de Sevilla , y se fue á Bui-
trago , donde estaba la Princesa su hija. Sabido lo cual
(dice la crónica) por el Arzobispo , huvo tanto sentimien-
to , que dió gran prisa en los tratos , é fue concluido que
todavia el Rey mandase jurar á su hermana , para lo cual
fueron acordadas las vistas entre Cebreros é Cadalso , á la
venta de los toros de Guisando. Con efecto , Doña Isabel
fue jurada Princesa heredera del reino en 19 de Setiembre
de 1468 , jurándola el Rey en manos del maestre D. Juan
Pacheco. La Reina Doña Juana interpuso sin fruto una
apelacion ante el Obispo de Leon , Nuncio y Legado del
Papa en España ; pero la Princesa Doña Isabel que lo.
supo todo , túvolo por cosa vana . El viage del Rey á la An-
dalucía en Febrero de 14€ 9 desde la villa de Ocaña don-
de dejó á la Princesa Doña Isabel , facilitaron á esta los
medios de acelerar su casamiento con el Príncipe Fernan-
do , en cuyo negocio era el principal agente el Arzobispo
de Toledo Don Alonso de Carrillo ; y habiendo venido el
Príncipe de incógnito , acompañado solo de cuatro caba-
lleros , llegó el 14 de Octubre de 1569 á Valladolid , y
el dia 18 se celebró el matrimonio , que llegó á noticia
del Rey en el dia 30 , hallándose en Sevilla.
No tardó mucho en reconciliarse con su hermana y
cuñado , lo que desagradó al Marques de Villena , quien
siempre intrigante , se puso del partido de la Princesa
Doña Juana. El Rey sufrió mil disgustos hasta su muerte,
acaecida en 11 de Diciembre de 1474 , á la cual se siguie-
ron nuevas turbulencias suscitadas por el Marques de Vi-
llena y por otros magnates , en cuyo número se contaba
el Arzobispo de Toledo , para favorecer á la Princesa
Doña Juana en la sucesion á la corona de Castilla. Esta
Señora, juguete del capricho de estos y de la fortuna , y
despues de haber estado próxima á casarse con diferentes
Príncipes , se desposó en Plasencia con el Rey de Portu-
80
ma é inhabil para ceñirse la diadema ?
Un grande emperador , Luis de Baviera , su -`
po bien reivindicar , bajo este respecto , los de-
rechos de su corona , y en el código diplomático
del Derecho de gentes de Leibnitz ( 1 ) se leen dos
actas , en las cuales condena el Príncipe , como
atentatoria á la autoridad imperial , la doctrina
que atribuye á otro poder que al suyo el dere-

gal en 25 de Mayo de 1475 , proclamándolos Reyes de


Castilla y de Portugal. Pero habiéndose pronunciado mu-
chas ciudades por Isabel y Fernando , y vencidos los por-
tugueses y partidarios de Doña Juana en Toro y en Al-
bufera , todo se fue sometiendo á Isabel ; se hicieron las
paces , de las cuales fue la principal víctima Doña Juana ,
que tuvo que tomar el velo de religiosa en Santa Clara
de Coimbra, donde profesó en 11 de Noviembre de 1476
y permaneció toda su vida. Asi quedaron tranquilos en
la posesion de sus reinos los Reyes católicos , y adorada
de los castellanos la Reina Isabel , nacida para serlo por
las grandes cualidades que en ella concurrieron para tan-
ta sublimidad.
Hija de estos Señores fue Doña Juana , Reina de Es-
paña , madre del Emperador Carlos V.
(1 ) Pág. 154. « Forma divortii matrimonialis inter Joan-
nem , filium regis Bohemiæ, et Margaretam, ducissam Ka-
rintiæ. El emperador es quien falla este divorcio fun-
dándole en la impotencia del marido, « Per auctoritatem ,
dice , nobis rite debitam , et concessam.
P. 156. « Forma dispensationis super affinitate consan-
guinitatis inter Ludovicum , Marchionem Brande Burgi
et Margaretam , ducissam Karinthiæ , nec non legitimatio
liberorum procreandorum , factæ per Dom. Ludov. IV.
Rom. Imp.
No hay , dice el emperador , ley alguna humana que
impida estos matrimonios «intra gradus affinitatis sangui-
nis, præsertim inter fratres et sorores. De cujus legis præ-
ceptis dispensare solummodo pertinet ad auctoritatem, seu
principis Romanorum. » En seguida combate y condena la
opinion de los que se atreven a decir que estas dispen-
sas dependen de los eclesiásticos. Esta acta , asi como- la
precedente , es del año de 1341 .
81
cho de dispensar y juzgar sobre la validacion de
los matrimonios en todos sus dominios ; si bien
estas disposiciones ni se sostuvieron con firme-
za en su tiempo , ni le han imitado sus suce-
sores.
68. Hay en fin Estados cuyo soberano pue-
de elegir su sucesor , y aun trasladar la corona
á otro durante su vida , y se les llama comun-
mente reinos ó Estados patrimoniales ; pero des-
echemos una espresion tan poco justa y tan im-
propia , la cual solo puede servir para hacer na-
cer en el espíritu de algunos soberanos ideas
muy opuestas á las que deben ocuparlos. Ya
hemos hecho ver ( §. 61. ) que el Estado no pue-
de ser un patrimonio ; pero puede suceder que
una nacion , ya por efecto de una entera confian-
za en su Príncipe , ya por algun otro motivo le
haya confiado el cuidado de designar su sucesor,
y aun haya consentido , si lo encuentra por con-
veniente , en recibir otro monarca de su mano:
en prueba de ello hemos visto que Pedro I , em-
perador de Rusia , nombró á su muger para su.
cederle , aunque tenia hijos .
69. Pero cuando un Príncipe elige su suce-
sor , ó cuando cede la corona á otro , propia-
mente no hace otra cosa que nombrar en vir-
tud del poder que le está confiado , sea expre-
samente , sea por un tácito consentimiento , al
que debe gobernar el estado despues de él ; y
esto ni es ni puede ser una verdadera enagena-
cion , porque toda soberanía es inenagenable por
su naturaleza. Para mas fácil convencimiento de
esta verdad , recapacitemos sobre el origen y fin
de la sociedad política y de la autoridad sobera-
na. Una nacion se forma en cuerpo de sociedad
para trabajar en favor del bien comun , como
82
lo juzgue por conveniente , y para vivir segun
sus leyes. Con este objeto establece una autori-
dad pública , la cual si la confia a un Príncipe
hasta con facultad de transmitirla en otras manos,
esto no puede ser sin un consentimiento expreso
y unánime de los ciudadanos , junto con el de-
recho de enagenar verdaderamente ó de sujetar
el Estado á otro cuerpo político. Porque los
particulares que han formado esta sociedad , han
entrado en ella para vivir en un estado inde-
pendiente y no para verse sometidos á un yugo
extrangero. Nada importa que se nos oponga
algun otro principio de este derecho , como por
ejemplo la conquista ; porque ya hemos hecho
ver ( S. 60. ) que estas diferentes causas vienen á
coincidir con los verdaderos principios de todo
justo gobierno ; y mientras el vencedor no tra-
ta su conquista segun estos principios , subsiste
en cierto modo el estado de guerra ; pero des-
de el momento que la pone verdaderamente en
el estado civil , sus derechos se miden y regulan
por los principios de este Estado.
Sé que muchos autores , y entre ellos Grocio,
nos hacen una larga enumeracion de enagenacio-
nes de soberanías. Pero los ejemplos mas bien
prueban á veces el abuso del poder que no el de-
recho; y despues los pueblos han consentido en
la enagenacion de grado ó por fuerza. ¿ Qué hu-
bieran hecho los habitantes de Pérgamo , de la
Bytinia y de la Cyrenaica , cuando sus reyes les
donaron por testamento al pueblo romano ? Nin-
gun otro partido les restaba que el de someter-
se sin réplica á un legatario tan poderoso. Para
alegar un ejemplo capaz de hacer autoridad , se-
ria preciso citarnos el de algun pueblo que re-
sistió á semejante disposicion de su soberano , y
83
fue condenado generalmente como injusto y co-
mo rebelde. Si el mismo Pedro I , que nombró
á su muger para sucederle , hubiera querido su-
jetar su imperio al Gran Señor ú á alguna otra po-
tencia vecina , ¿ es creible quelo hubieran sufri-
do los rusos ? Y su resistencia , ¿ se hubiera califi-
cado de rebelion ? No vemos en Europa un gran-
de estado que se repute enagenable ; y si algu-
nos pequeños Príncipes se han mirado como ta-
les , no eran verdaderas soberanías , sino depen-
dientes del imperio con mas o menos libertad;
sus reyes traficaban con los derechos que tenian
en estos territorios , pero no podian sustraerlos
á la dependencia del imperio.
Concluyamos , pues , que perteneciendo á la
nacion sola el derecho de someterse á una po-`
tencia extrangera , jamas puede pertenecer á un
soberano el de enagenar verdaderamente el
Estado , si no se le ha concedido expresamen-
te por todo el pueblo ( 1 ) . Tampoco se pre-
sume que tenga derecho á nombrarse sucesor
ó á trasladar el cetro á otras manos , y que para
ello debe fundarse en un consentimiento expre-
so por una ley del Estado , ó sobre un largo uso

(1) Oponiéndose el Papa á la empresa de Luis , hijo


de Felipe Augusto , sobre el reino de Inglaterra , bajo el
pretesto de que el Rey Juan se habia hecho feudatario
de la santa Sede ; se le respondió entre otras cosas : «que
un soberano no tenia derecho alguno de disponer de sus
criados sin el consentimiento de sus barones , que estan
obligados á defenderlos. « Entonces los señores franceses
gritaron unánimemente que sostendrian hasta la muerte
esta verdad, á saber : «que ningun Príncipe puede , por
sola su voluntad , dar el reino o hacerle tributario , y es-
clavizar asi á la nobleza. » Hist. de Franc. de Velly, tomo 3,
pág. 491 .
84
justificado por el consentimiento tácito de los
pueblos.
70. Si se ha confiado al soberano el dere-
cho de nombrar su sucesor , " no debe atender
en su eleccion á otro interes que á la ventaja y
la salud del Estado. Este ha sido el fin de su es-
tablecimiento (§ . 39.) y solo con este objeto se
ha depositado en él la libertad de resignar su
poder en otras manos ; y seria un absurdo con-
siderarla como un derecho útil del Príncipe , del
cual pueda usar en su ventaja particular. Pedro
el Grande, tan solo se propuso el bien del im-
perio cuando dejó la corona á su esposa , como
que él conocia á esta heroina por la mas capaz
de seguir sus designios , y dar cima á las empre-
sas que habia comenzado ; por cuyas causas la
prefirió á su hijo , todavía muy jóven. Si almas
tan elevadas como la de Pedro el Grande ocu-
pasen con frecuencia el trono , la nacion misma
no fuera capaz de tomar medidas mas sábias pa-
ra asegurar perpétuamente un acertado gobier-
no , como la de confiar al Principe por una ley
fundamental la facultad de designar su sucesor. Es-
te medio seria mas seguro que el del órden del
nacimiento . Los Emperadores Romanos que note.
nian hijos varones , se nombraban sucesor por
medio de la adopcion ; y á este uso debió Roma
una série de soberanos única en la historia. Ner-
va , Trajano, Adriano , Antonino y Marco Au-
relio , ¡ qué principes ! ¿ Colocaria sobre el trono
otros semejantes el esplendor de la cuna ?
71. Adelantemos mas , y digamos libremente
que tratándose , en un acto tan importante, de
la salud de la nacion entera , para que tenga un
pleno y entero efecto es necesario el consenti-
miento y la ratificacion , á lo menos tácita , del
85
pueblo ó del Estado. Si un emperador de Ru-
sia tratase de nombrar por su sucesor á un súb-
dito notoriamente indigno de llevar la corona,
no hay apariencias de que este vasto imperio se
sometiese ciegamente á disposicion tan pernicio-
sa. Y ¿ quién se atreverá á condenar en una
nacion el que no quiera concurrir á su ruina
por deferencia á las últimas leyes de su prínci-
pe ? Luego que el pueblo presta sumision al so-
berano que se le ha designado , ratifica tácita-
mente la eleccion que de él hizo el último prín-
cipe; y el nuevo monarca entra en todos los
derechos de su predecesor.

CAPITULO VI.

PRINCIPALES OBJETOS DE UN BUEN GOBIERNO :


1.º PROVEER Á LAS NECESIDADES DE LA NACION.

72. Prévias las anteriores observaciones so-


bre la constitucion del Estado , pasemos ahora
á los principales objetos de un buen gobierno.
Ya hemos dicho (SS. 41. y 42. ) que el Príncipe
una vez revestido de la autoridad soberana , que-
da encargado de los deberes de la nacion con
respecto al gobierno. Tratar de los principales
objetos de una sábia administracion , es mani-
festar al mismo tiempo los deberes de una na-
cion hácia sí y de los soberanos hácia su pueblo.
Un Príncipe sabio encontrará en los fines de
la sociedad civil la regla y la indicacion gene-
ral de sus deberes. La sociedad se ha estableci-
do con el objeto de procurar á sus miembros
lo que necesiten para las comodidades , y aun
para los placeres de la vida , y todo lo que con-
cierna á su felicidad ; con hacer de suerte que
TOMO 1. 8
86
cada uno pueda gozar tranquilamente de lo su-
yo , y obtener justicia ; en fin , con defenderse
en masa contra toda violencia exterior (§. 15) .
La nacion ó su gefe se aplicará primeramente á
proveer á las necesidades del pueblo , ó á ha-
cer reinar en el Estado una feliz abundancia de
todas las cosas necesarias á la vida , haciéndola
extensiva á las comodidades y á los placeres ino-
centes y laudables. Porque sobre contribuir á la
felicidad de los hombres , una vida cómoda les
pone en estado de trabajar con mas esmero y
suceso , que es su mayor y principal deber , y
una de las cosas que deben proponerse cuando
se unen en sociedad.
73. Para que se logre un buen éxito en pro-
curar la abundancia de todas las cosas , preciso
és tratar de suerte que haya un número suficien-
te de diestros operarios en cada profesion útil ó
necesaria ; y producirán cumplido efecto los
atentos cuidados del gobierno , sus acertados re-
glamentos y los socorros dados con oportunidad,
desechando toda traba , funesta siempre y enemi-
ga de la industria.
74. Se deben mantener en el Estado los obre-
ros que le son útiles ; y en verdad que la au-
toridad pública tiene derecho , si es necesario,
de valerse de la fuerza para conseguirlo. Todo
ciudadano se debe á su patria , y particularmen-
te un artesano mantenido , educado é instruido
en su seno , no puede abandonarla legítimainen-
te , y llevar al extrangero una industrial que ad-
quiere en ella , á menos que la patria no sea la
primera en faltarle , ó que no pueda reportar
el justo fruto de su trabajo y de sus talentos.
Débesele procurar ocupacion ; y si pudiendo lo-
grar una decente ganancia en su pais quisiere
87
abandonarle sin razon , la patria tiene derecho
á retenerle ; pero debe usar de este derecho con
mesura , y solo en casos que la necesidad ó la
importancia exijan. La libertad es el alma de
los talentos y de la industria , y muchas veces
un artesano, ó un artista , despues de haber via-
jado mucho tiempo , vuelve á su patria impeli-
do de un sentimiento natural , y vuelve mas ha-
bil y en mejor estado de serla útil . Escepto cier-
tos casos particulares , lo mas acertado es , en
asuntos de esta naturaleza , valerse de medios
suaves , y proteger y estimular ; y descansando en
lo demas sobre el amor natural que todo hom-
bre tiene por el lugar que le ha visto nacer.
75. En cuanto á los emisarios que llegan á
un pais para sonsacarle los súbditos útiles , el
soberano tiene derecho de castigarlos severamen-
te , y tambien una justa causa de queja contra
la potencia que los emplea.
En otra parte tratarémos mas de intento la
cuestion general , de si es permitido á un ciuda-
dano abandonar la sociedad de que es miembro;
bastándonos por ahora las razones particulares
que conciernen á los obreros útiles.
76. El Estado debe estimular al trabajo , pro-
mover la industria , escitar los talentos , propo-
ner recompensas , honores , privilegios , y hacer
de suerte que cada uno pueda vivir con su tra-
bajo. La Inglaterra merece ser propuesta como
ejemplo. El parlamento atiende mucho á estos
objetos tan importantes , sin perdonar gasto ni
cuidados. ¿ Y no estamos viendo ademas una com.
pañía de escelentes ciudadanos , formada con este
objeto , consagrar á él sumas considerables ? Esta
compañía distribuye premios en Irlanda á los
obreros que mas se han distinguido en su pro-
88
fesion ; asiste á los estrangeros que se trasladan
á este pais y carecen de medios para establecer-
se en él. ¿ Cómo puede menos de ser poderoso
y feliz un establecimiento semejante ?

CAPITULO VII.

DEL CULTIVO DE LAS TIERRAS.

77. La labranza ó la agricultura es sin duda


la mas útil y necesaria de las artes ; es el padre
que alimenta al Estado ; y como que el cultivo
de las tierras multiplica infinitamente sus produc-
ciones , forma el recurso mas seguro , y el fondo
mas sólido de riqueza y de comercio para todo
pueblo que habita bajo un dichoso clima.
78. Este objeto merece toda la atencion del
gobierno. El soberano no debe descuidar los
medios que proporcionen á las tierras de su obe-
diencia la mejor cultura , ni debe sufrirse que
comunidades ó particulares adquieran grandes
terrenos para dejarlos incultos. Estos derechos
de comunes que quitan á un propietario la libre
disposicion de su fundo , que no se le permiten
cerrar y darle la cultura mas ventajosa ; estos de-
rechos , digo , son contrarios al bien del Estado,
y deben suprimirse ó reducirse á sus justos lími-
tes. La propiedad introducida entre los ciudada-
nos no estorba que la nacion tenga derecho de
tomar medidas eficaces para hacer de suerte que
la totalidad de su terreno rinda el mayor y mas
ventajoso producto .
79. El gobierno debe evitar con mucho cui-
dado lo que pueda desalentar al labrador y se-
pararle de su trabajo. Esos tributos , esos im-
puestos escesivos y mal proporcionados que gra-
89
vitan casi enteramente sobre los pobres labrado-
res , y las vejaciones de los comisionados que las
exigen , privan al desgraciado agricultor de los
medios de labrar la tierra , y deja desiertas las
poblaciones.
80. El desprecio en que se tiene al labrador
es otro de los abusos que perjudican á la agri-
cultura. Los habitantes de las ciudades , los arte-
sanos mas serviles y los ciudadanos ociosos mi-
ran al labrador con cierto desden ; le humillan ,
le desaniman , y se atreven á despreciar una pro .
fesion que mantiene al género humano , y es la
vocacion natural del hombre. Un pobre merca-
der , un sastre , posponen á la ŝuya la ocupa-
cion mas digna , y á que se dedicaban los pri-
meros cónsules y dictadores de Roma. La China
ha evitado sabiamente este abuso , y en aquel
pais se honra la labranza en tal grado , que para
sostener este dichoso modo de pensar , el empe-
rador mismo seguido de toda su corte , en un
dia solemne de cada año , empuña el arado y
siembra un pedazo de tierra . Por eso la China
es el pais mejor cultivado del mundo ; y mantie-
ne á un pueblo innumerable , que parece al viagc-
ro demasiado estenso por el espacio que ocupa .
81. El cultivo de la tierra es recomendable
al gobierno , no solo por su estrema utilidad ; es
tambien una obligacion impuesta por la natura-
leza. La tierra toda se halla destinada para man-
tener á sus habitantes ; pero como esto no pue-
de verificarse si no la cultivan , por eso cada na-
cion se ve obligada por la ley natural á cultivar
el pais que la ha cabido en suerte , y no tiene
derecho de estenderse ó de implorar la asisten-
cia de las demas , como no sea que la tierra que
habita no le produzca lo necesario . Aquellos pue-
90
blos , como los antiguos germanos y algunos tár
taros modernos que habitando en paises fértiles
desdeñan la agricultura y prefieren vivir de rapi
ña , obran contra sí mismos , causan injuria á
todos sus vecinos , y merecen que se les ester-
mine como bestias feroces y nocivas. Otros hay
que por huir del trabajo , solo quieren vivir de
la caza y de sus rebaños ; lo cual podia hacerse
muy bien en la primera edad del mundo , cuan-
do la tierra era mas que suficiente por sí misma
para el corto número de sus habitantes . Pero en
el dia que tanto se ha multiplicado el género hu-
mano, no podria subsistir , si todos los pueblos
quisieran vivir de esta manera . Los que todavia
conservan este ocioso género de vida usurpan
mas terreno que el que tendrian necesidad de
ocupar con un honesto trabajo , y no pueden
quejarse si otras naciones mas laboriosas y de
menos estension vienen á ocupar una parte de
él. Asi mientras que la conquista de los impe-
rios organizados del Perú y de Méjico fue una
usurpacion escandalosa , el establecimiento de
muchas colonias en el continente de la América
septentrional podia ser muy legítimo , contenién-
dose en unos justos límites ; porque los pueblos
de estas vastas regiones mas bien se ocupaban
en recorrerlas que en habitarlas ,
82. El establecimiento de los graneros públi-
cos es un escelente establecimiento de policía ur-
bana para prevenir la carestía ; pero es necesario
poner grande atencion en no administrarlos con
espíritu mercantil y sórdidas miras de ganancia;
porque se incurriria entonces en un monopolio
que no dejaria de ser menos ilícito porque le ejer-
ciese el magistrado. Estos graneros se llenan en
los tiempos de grande abundancia , y descargan
91
á los labradores del trigo que les haya sobrado , ó
que pasaria al estrangero en muy gran cantidad,
y se abren cuando escasea y se encarece el trigo.
contribuyendo á mantenerlo en un justo precio,
Si en la abundancia se impide que este género
tan necesario baje á un precio ínfimo , queda mas
que recompensado este inconveniente por el ali-
vio que ofrecen en tiempo de carestia , ó mas
bien no hay tal inconveniente. Cuando el trigo
se vende caro , todo artesano por obtener la pre-
ferencia trata de establecer sus manufacturas á
un precio que despues tiene necesidad de su-
bir ; lo cual perjudica al comercio , ó bien se acos-
tumbra á una comodidad que no le es posible
sostener en tiempos mas dificiles ; y por lo mis-
mo sería ventajoso á las fabricas y al comercio
que la subsistencia de los obreros pudiese man .
tenerse á un precio moderado y siempre casi el
mismo . En fin los graneros públicos conservan eu
el estado existencias que saldrian de él á vil pre.
cio , y que fuera necesario importar á mucha cos .
ta en años estériles ; lo que es una pérdida
real para la nacion . Estos establecimientos no sir-
ven de obstáculo al comercio de granos , porque
si el pais produce en un año comun mas de lo
que necesita para sus habitantes , se esportará
necesariamente lo superfluo , pero se venderá á
un precio mas sostenido y mas justo.

CAPITULO VIII.

DEL COMERCIO.

83. El comercio es el vehículo por donde los


particulares y las naciones pueden adquirirse las
cosas que les son necesarias , y que no encuen
92
tran en sus respectivos paises. Divídese este co-
mercio en esterior é interior ; el primero es el
que se ejerce en el Estado entre los diversos ha-
bitantes , y el segundo se hace con los pueblos
estrangeros.
84. El comercio interior es de muy grande
utilidad , porque ofrece á los ciudadanos los me-
dios de adquirirse las cosas de que tienen necesi-
dad , lo preciso , lo útil y lo agradable ; promueve
la circulacion del dinero , escita la industria , ani-
ma el trabajo ; y dando la subsistencia á un cre-
cido número de súbditos , contribuye á la mayor
poblacion del pais y al mayor poder del Estado.
85. Las mismas razones demuestran la utili-
dad del comercio esterior , y ademas se encuen-
a
tran las dos ventajas siguientes : 1.ª Que una na-
cion' por su comercio con los estrangeros se pro-
cura las cosas que la naturaleza ó el arte no pro-
ducen en el pais que ocupa ; y 2.ª que si á este
comercio se le dá una buena direccion , aumen-
ta las riquezas de la nacion , y puede serla un
manantial de abundancia y de tesoros : y el ejem-
plo de los Cartagineses entre los antiguos , y el
de los ingleses y holandeses entre los modernos ,
son irrefragables pruebas de esta verdad . Con-
trabalanceó Cartago por sus riquezas la fortuna,
valor y grandeza de Roma ; amontonó Holanda
sumas inmensas en sus pantános : una compañía
de sus mercaderes posee reinos en el Oriente , y
el gobernador de Batavia manda á reyes de
las Indias. ¿ A qué grado de poder y de gloria
no ha llegado la Inglaterra ? En otro tiempo
sus reyes y sus pueblos belicosos habian hecho
brillantes conquistas , que les hicieron perder
las adversidades y frecuentes reveses de la guer-
ra; y hoy dia es el comercio quien pone princi-
93
palmente en su mano la balanza de Europa.
86. Las naciones están obligadas á cultivar el
comercio interior : 1. ° porque se demuestra por
derecho natural que los hombres deben asistirse
recíprocamente , contribuir en cuanto puedan á
la perfeccion y felicidad de sus semejantes ; de lo
cual resulta , despues de la introduccion de la
propiedad , la obligacion de ceder á los demas
por su justo valor las cosas de que tienen nece-
sidad , y que no destinamos para nuestro uso : 2.º
porque habiéndose establecido la sociedad con
el objeto de que pueda cada uno procurarse lo
necesario á su perfeccion y felicidad , y siendo
el comercio interior el medio de obtener todas
estas cosas , la obligacion de cultivarle deriva del
pacto mismo que ha formado la sociedad ; 3.º fi-
nalmente, porque siendo útil este comercio á la
nacion , debe ella misma cuidar de hacerle flo-
reciente.
87. Por la misma razon emanada del bien
del Estado , y tambien para procurar á los ciu-
dadanos todas las cosas de que tienen necesidad ,
debe una nacion hacer y favorecer el comercio
esterior. La Inglaterra es la que mas se distin-
gue en esto entre todos los estados modernos;
el parlamento vela constantemente sobre este ob-
jeto importante , protege eficazmente la navega-
cion de sus comerciantes, y favorece con grati-
ficaciones considerables la esportacion de los gé-
neros y mercancías superfluas. En una muy bue-
na obra intitulada : Observaciones sobre las ven-
tajas y desventajas de la Francia y de la Gran
Bretaña con relacion al comercio , se pueden ver
los preciosos frutos que de una policía tan sábia
ha reportado este reino.
88. Veamos ahora cuáles son las leyes de la
94
naturaleza , y cuales los derechos de las naciones
en el comercio que hacen entre sí. Los hombres
deben asistirse mútuamente en cuanto hacerlo pue-
den , y contribuir á la perfeccion y felicidad de
sus semejantes ( Prelim. §. 10 ) ; de donde se si-
gue , como se acaba de decir ( §. 86 ) , que des-
pues de la introduccion de la propiedad , es de-
bido vender los unos á los otros por su justo
precio las cosas que no necesita el poseedor para
sí , y que son necesarias a los demas ; porque
desde esta introduccion nadie puede adquirirse
de otro modo lo que es necesario ó útil , y lo
que es propio á proporcionarle una vida dulce
y agradable. Y supuesto que el derecho nace de
la obligacion ( Prelim. S. 3 ) , la que acabamos
de establecer dá á cada hombre derecho de pro-
curarse las cosas que necesita , comprándolas á
un precio razonable de aquellos que no las ne-
cesitan para sí.
Tambien hemos visto ( Prelim. §. 5 ) , que por
unirse los hombres en sociedad civil no han po-
dido substraerse á la autoridad de las leyes na-
turales , y que la nacion entera permanece suje
ta como nacion á estas mismas leyes ; de suer-
te que la ley de las naciones , ó el derecho de
gentes natural ó necesario , no es otra cosa que
el derecho de la naturaleza , aplicado convenien-
temente á las naciones ó á los Estados sobera-
nos ( Prelim. §. 6) . De todo lo cual resulta , que
una nacion tiene derecho á adquirirse á un pre-
cio equitativo las cosas que le faltan de los pue-
blos que no lo necesitan para sí : este es el fun-
damento del derecho del comercio entre las na-
ciones , y en particular el derecho de comprar.
89. No se puede aplicar el mismo raciocinio
al derecho de vender las cosas de que nos que-
95
ramos deshacer ; porque siendo todo hombre y
toda nacion perfectamente libre en comprar ó
no comprar una cosa que se vende , y de com-
prarla á éste con preferencia al otro ; la ley na-
tural no dá á nadie , sea el que quiera , nin.
guna especie de derecho de vender lo que le
pertenece áa aquel que no lo quiere comprar , ni
á ninguna nacion el de vender sus géneros ó mer .
cancias a un pueblo que no las quiere recibir.
90. Todo Estado por consiguiente tiene de-
recho de prohibir la entrada de géneros estran
geros , y los pueblos á quienes interesa esta pro-
hibicion no le tienen de quejarse de ella , ni aun
socolor de haberles negado un oficio de huma-
nidad. Sus quejas serian ridículas , pues tendrian
por objeto una ganancia que esta nacion les nie.
ga , y que no quiere hagan á su costa. Es ver-
dad solamente , que si una nacion estuviese bien
cierta de que la prohibicion de sus mercancias
no se funda en razon alguna que ceda en bien
del Estado que las prohibe , tendria motivo de
mirar esta conducta como una señal de mala vo-
luntad respecto á sí , y quejarse de ella inme-
diatamente ; pero le seria muy dificil juzgar de
un modo seguro sobre la razon sólida ó aparen-
te que el Estado tuviese para justificar semejan.
te prohibicion.
91. Por el modo con que hemos demostra-
do el derecho que tiene una nacion de comprar
á otras lo que le hace falta , fácil es conocer que
este derecho es de aquellos que se llaman per-
fectos , y que van acompañados del derecho de
coaccion. Desenvolvamos mas distintamente la
naturaleza de un derecho que puede dar motivo
á quejas de consecuencia. Tú tienes derecho de
comprar de los demas las cosas que te hacen
96
falta , y de que ellos no tienen necesidad para
sí ; te diriges á mí , mas yo no estoy obligado á
vendértelas si las necesito para mí. En virtud de
la libertad natural que pertenece a todos los hom-
bres , á mí me toca juzgar si las necesito , ó si
me hallo en el caso de venderlas , y no á tí el
decidir si juzgo bien ó mal , porque ninguna au-
toridad tienes sobre mí. Si yo me niego sin dere-
cha razon á venderte por justo precio lo que ne-
cesitas , peco contra mi deber , y te puedes que-
jar ; pero debes sufrirlo , y de ninguna manera
pudieras intentar obligarme á ello sin violar mi
libertad natural y hacerme injuria. El derecho á
comprar las cosas de que tengo necesidad , es
solo un derecho imperfecto , semejante al que
tiene un pobre de recibir la limosna de un ri-
co ; si éste se la niega , se podrá quejar; pero
no tiene derecho á tomarla por fuerza.
Si se pregunta lo que tendria derecho á ha-
cer una nacion en el caso de una estrema nece-
sidad , es una cuestion que tratarémos en el ca-
pítulo IX del libro siguiente.
92. Supuesto que una nacion no puede tener
naturalmente el derecho de vender sus mercan-
cias á otra que no se las quiere comprar ; supues-
to que solo tiene un derecho imperfecto de com-
prar de las demas lo que necesita , que á estas
toca juzgar si estan ó no en el caso de vender;
y en fin , que el comercio consiste en la com-
pra y venta recíproca de toda suerte de mer-
cancias , es evidente que depende de la voluntad
de cada nacion hacer ó no hacer el comercio
con otra. Y si quiere permitirle alguna , tambien
puede hacerlo bajo las condiciones que tenga por
conveniente , en razon de que permitiendo el
comercio, le concede un derecho , y cada uno es
97
libre en imponer la condicion que quiera á un
derecho que concede voluntariamente.
93. Los hombres y los estados soberanos pue-
den obligarse perfectamente los unos hácia los
otros por sus promesas á cosas á que la naturale-
za solo les obligaria imperfectamente. Porque no
habiendo nacion alguna con derecho perfecto de
hacer el comercio con otra , se le puede adquirir
por medio de un pacto ó de un tratado , que
es el modo con que se adquiere , y se refiere á
la especie de derecho de gentes que llamamos
convencional ( Prelim . §. 24. ) . El tratado que dá
un derecho de comercio , es la medida y regla
de este mismo derecho.
94. Un simple permiso de hacer el comercio
no dá ningun derecho perfecto á este comercio;
porque si yo te permito pura y simplemente ha-.
cer alguna cosa , ningun derecho te doy para que
la sigas haciendo contra mi voluntad ; pero bien
puedes usar de mi condescencia todo el tiempo
que esta dure , sin que este uso me impida mudar
de voluntad. Asi como pertenece á una nacion
ver si quiere ó no comerciar con otra , y bajo de
qué condiciones lo quiere ( S. 92. ) ; del mismo
modo , si una nacion ha sufrido durante algun
tiempo que viniese otra á comerciar á su pais ,
sigue en la libertad de prohibirla este comercio,
cuando le acomode ponerla en él restricciones
ó sujetarla á ciertas reglas , y el pueblo que lo
hacia no se puede quejar de que cometen con él
una injusticia.
Observemos pues que las naciones , lo mismo
que los particulares , deben comerciar entre sí
por la comun ventaja del género humano , á cau-
sa de la necesidad que tienen los hombres unos
de otros (Prelim. SS. 10, 11. y lib. 1. §. 88);
98
pero esto no se opone á que cada una perma-
nezca en libertad de considerar en los casos par
ticulares si la conviene cultivar ó permitir el co-
mercio ; y como los deberes hácia sí mismo son
primero que los deberes hácia otro , si una na-
cion se vé en circunstancias por las cuales juz-
gue pernicioso para el Estado el comercio con
los estrangeros , puede renunciar á él y prohi-
birle ; así es como los chinos lo han hecho por
largo tiempo. Pero volvemos á decir , que es pre-
ciso que haya razones sérias é importantes para
que sus deberes hácia sí misma la prescriban es-
ta reserva , porque de otro modo no se puede
negar á los deberes generales de la humanidad.
95. Despues de haber visto cuáles son los
derechos que las naciones tienen de la natura-
leza respecto al comercio , y cómo pueden pro-
curarse otros por medio de tratados , veamos si
pueden fundar algunos en un largo uso. Para
decidir sólidamente esta cuestion, es preciso ob-
servar que hay derechos que consisten en una
simple facultad, llamados en latin jura meræ fa-
cultatis; los cuales son de tal naturaleza , que el
que los posee puede ó no hacer uso de ellos , se-
gun le convenga , sin coacción alguna en esta
parte ; de suerte que las acciones que se refie
ren al ejercicio de estos derechos , son actos de
pura y libre voluntad que todo el mundo pue-
de hacer ó dejar de hacer , segun le parezca. Es
pues evidente que los derechos de esta especie
no pueden prescribirse por el uso , pues que la
prescripcion solo se funda en un consentimiento
legítimamente presunto ; y si yo poseo un derecho
tal por su naturaleza , que pueda ó no pueda usar
de él , segun lo halle por conveniente , sin que
nadie me tenga que prescribir cosa alguna sobre
99
este punto , no se puede presumir de que por
haber estado yo largo tiempo sin hacer uso de
él , haya sido mi intencion de abandonarle. Asi
este derecho es imprescriptible , á menos que no
se haya prohibido ó impedido su uso , y que yo
no haya obtemperado con señales suficientes de
consentimiento. Supongamos ; por ejemplo , que
soy libre para moler trigo en el molino que me
acomo , y que durant un tiempo muy consi-
de e
derabl , un siglo por ejempl , me he servid
e o o
del mismo molino : como yo en esto he hecho
lo que me ha acomad , no se puede presu-
ado
mir por este largo uso del mismo molino , que
haya querid privar d d d m e
o me el erecho e oler n
otro , y por consigu mi derech no puede
iente o
prescri . Pero supong ahora que que-
bsirse a m o
riendo ervirm de otro molinso , se opone á ello
e
el dueño del primer , y me hace saber el im-
o
pedime q m p : si yo cedo á este im-
nto ue e one
pedime sin necesi y sin contrad e
nto d ad ecirle n
nada , aunque me halle en disposi de defen-
cion
derme , y que conozc mi derech , este derech
a o o
se prescr , porque mi conduc dá lugar á
ibe ta
presum l q h q a
ir egítimamente ue e uerido bando-
narle . Hagam ahora la aplicac de estos prin-
os io
cipios . Puesto que depend de nla volunt d
e ad e
cada nacion hacer ó no hacer el comerc con
io
otra , y reglar el modo de hacerl (§. 92. ) , es
o
claro que el derech de comerc e d p
o io s e ura fa-
cultad (jus meræ faculta ) , es un simple po-
tis
der , y por consig impresc . Asi aun-
u i e n ript
que dos naciones hubtieesen comerciibaldeo entre sí
sin interr
upcion durante un siglo , este largo uso
no dá derech a
o lguno ni á la una ni á la otra ,
ni por esto la una está obliga á sufrir que
da
venga la otra á venderl sus mercan , ó á
a cias
100
comprarla las que ella tenga , sino que entram-
bas conservan el doble derecho , tanto de prohibir
la entrada de géneros estrangeros , como de
vender los suyos en donde se los quieran reci-
bir. Si una nacion desea adquirir algun derecho
de comercio que no dependa de la otra, es pre-
ciso que le adquiera por medio de un tratado.
96. Lo que acabamos de decir se puede apli
car á los derechos de comercio adquiridos por
tratados. Si una nacion tiene por este medio la
libertad de vender ciertas mercancias á otra , no
pierde su derecho , aunque pasen muchos años
sin hacer uso de él ; porque tal derecho es un
simple poder jus mere facultatis , del cual es ár-
bitra de usar ó no , segun que mas la cuadre.
Estas circunstancias sin embargo pudieran va-
riar la decision , porque variasen implícitamen-
te la naturaleza del derecho en cuestion . Por
ejemplo , si pareciese evidente , que la nacion
que dió este derecho , no le concedió sino con
el objeto de procurarse una especie de mercan-
cias que necesita aquella que obtuvo el derecho de
vendérselas, despreciando proporcionarlas, y ofre-
ciendo otra hacerlo regularmente , bajo la con-
dicion de un privilegio esclusivo , parece indu-
dable que se puede conceder este privilegio , y
la nacion que tenia el derecho de vender, le per-
derá de este modo , porque no ha llenado la
condición tácita.
97. Como el comercio es un bien comun á
la nacion , todos sus miembros tienen á él igual
derecho , y el monopolio es en general contrario
á los derechos de los ciudadanos. Sin embargo
esta regla tiene sus escepciones tomadas del hien
mismo de la nacion , y un sabio gobierno puede
en ciertos casos establecer el monopolio con jus-
101
ticia. Hay empresas de comercio que solo pue-
den llevarse á efecto por reuniones ó compañías,
las cuales piden fondos considerables , y por su
importancia no están al alcance de los particu-
lares. Otras hay que se harian bien pronto rui-
nosas , si no se condujesen con mucha prudencia,
con un mismo espíritu , y con máximas y reglas
sostenidas . Estas especulaciones no se hacen in-
distintamente por los particulares , sino que en-
tonces se forman compañías bajo la autoridad
del gobierno , que para sostenerse necesitan de
un privilegio esclusivo , cuya concesion es ven-
tajosa á la nacion misma ; y asi es como hemos
visto nacer en algunos paises esas poderosas com-
pañías que hacen el comercio del Oriente . Cuan-
do los súbditos de las Provincias Unidas se esta-
blecieron en las Indias sobre las ruinas de los
portugueses , enemigos suyos , unos comerciantes
particulares no se hubieran atrevido á pensar en
tan alta empresa ; y el Estado mismo ocupado en
defender su libertad contra los españoles , no te-
nia los medios de intentarla.
Tambien es indudable que cuando una na-
cion no posee un ramo de comercio ó una ma-
nufactura , si alguno se ofrece á establecerla bajo
la reserva de un privilegio esclusivo , puede el
soberano concedérsele.
Pero siempre que un comercio puede ser li-
bre en toda la nacion sin inconveniente , y no
por eso dejar de ser ventajoso al Estado , es vul-
nerar el derecho de los demas reservarlo á algu
nos ciudadanos particulares. Y cuando este co-
mercio exija gastos considerables para la conser-
vacion de fuertes , navíos de guerra etc. , como
es negocio comun de la nacion , el Estado puede
encargarse de estos gastos y abandonar el pro-
TOMO I. 9
:
102
ducto á los negociantes para promover la in-
dustria , segun se practica algunas veces en In-
glaterra.
98., El Príncipe debe poner su vigilancia en
promover el comercio ventajoso á su pueblo , y
suprimir ó restringir el que no lo es. Siendo el
oro y la plata la medida comun de todas las co-
sas comerciales , el comercio que atrae al Estado
mayor cantidad de estos metales y no los hace
salir , es un comercio ventajoso ; y por el con-
trario es ruinoso aquel que hace salir mas oro
y plata á esto se llama la balanza del comercio.
La habilidad de los que le dirigen consiste en
hacer inclinar esta balanza en favor de la nacion.
99. No hablaremos aqui de todas las medi-
das que un gobierno ilustrado puede tomar con
este objeto , y nos contentarémos con hablar de
los derechos de entrada. Cuando el gobierno , sin
impedir absolutamente el comercio , quiere sin
embargo darle otra direccion , sujeta la mercan-
cía , de que se quiere deshacer , á derechos de
entrada capaces de inspirar desaliento á los ha-
bitantes. Asi es que los vinos de Francia pagan
derechos exorbitantes en Inglaterra , mientras que
los vinos de Portugal los pagan muy moderados,
porque la Inglaterra vende pocas de sus produc
ciones en Francia , y muy abundantemente en
Portugal : semejante conducta es muy sábia y jus-
tísima , sin que de ella deba quejarse la Francia,
porque toda nacion puede imponer las condicio-
nes que la acomoden para recibir los géneros
estrangeros , pudiendo tambien no recibirlos.

!
103
CAPITULO IX.

DEL CUIDADO DE LOS CAMINOS PUBLICOS Y DE LOS


DERECHOS DE PLAGE Ó portazgo.

100. La utilidad de los caminos reales , de los


puentes , de los canales , y en una palabra , de
todas las vías de comunicacion , seguras y cómo-
das , es incontestable ; porque facilita el comercio
de un lugar á otro , y hace menos costoso , mas
seguro y mas fácil , el transporte de las mer-
cancías. Los mercaderes pueden vender á mejor
precio , y obtener la preferencia ; se atrae á los
estrangeros , y sus mercancías van derramando el
dinero por todos los lugares de su tránsito , como
lo prueban felizmente la Francia y la Holanda.
ΙΟΙ . Uno de los principales cuidados que
debe el gobierno al bien público y al comercio
en particular , tendrá por objeto los caminos rea-
les , los canales etc. , sobre cuya necesidad y co-
modidad nada se debe omitir. La Francia es uno
de los Estados del mundo en donde se cumple
este deber público con la mayor atencion y mag-
nificencia. Por todas partes se atiende á la seguri
dad de los viageros : calzadas magníficas , puentes
y canales , facilitan la comunicacion de una pro-
vincia á otra , y Luis XIV juntó los dos mares por
medio de una obra digna de los Romanos.
102. La nacion entera debe sin duda contri .
buir á las cosas que le son tan útiles ; y cuando
la construccion y reparacion de caminos , puen-
tes y canales , pesase demasiado sobre las rentas
ordinarias del Estado , el gobierno puede obligar
á los pueblos á trabajar en ellos , ó á concurrir
á sus gastos. En algunas provincias de Francia
se vieron trabajadores que murmuraban de los
:
104
trabajos que se les imponian para la construc-
cion de las calzadas ; pero bien pronto bendije-
la
ron á los autores de la empresa , luego que
esperiencia les ilustró en sus verdaderos inte-
reses.
103. Como la construccion y conservacion de
todas estas obras exigen grandes gastos , puede
una nacion justísimamente hacer que contribuyan
á ellos todos los que participan de su utilidad ,
que es el origen legítimo del derecho de peage.
Es justo que un viagero , y sobre todo un mer-
cader que se aprovecha de un canal , de un puen-
te ó de una calzada , para hacer su viage y trans-
portar con mas comodidad sus mercancías , entre
en los gastos de estos establecimientos útiles por
una moderada contribucion ; y si un Estado tie-
ne por conveniente esceptuar de esto á los ciu-
dadanos , nada le obliga á que lo haga gratuita-
mente con los estrangeros .
104. Pero un derecho tan legítimo en su ori-
gen degenera muchas veces en grandes abusos.
Hay paises en que no se tiene cuidado alguno
de los caminos , sin dejar por eso de exigir dere-
chos de portazgo considerables . Tal señor hay
que tendrá una legua de tierra limítrofe de un
rio , y que establece un derecho de peage , aun-
que no gaste un maravedí en el cuidado del rio,
ni en el de la navegacion ; lo cual es una estor-
sion manifiesta , y contraria al derecho de gentes
natural , porque la division y la propiedad de las
tierras no ha podido quitar á nadie el derecho de
pasar cuando ningun perjuicio se causa á aquel
por cuyo territorio se pasa ; teniendo todos los
hombres este derecho de la naturaleza , sin que
se les pueda obligar con justicia á que le compren.
2 Pero el derecho de gentes arbitrario , ó la
105
costumbre de las naciones tolera hoy dia este
abuso , mientras, que no toca en un esceso capaz
de destruir el comercio. Sin embargo , dificilmen-
te se someten á él como no sea por los derechos
que un antiguo uso tiene establecidos , porque la
imposicion de nuevos derechos de peage es muchas
veces origen de discordias , como se vió en otro
tiempo entre los suizos que hicieron la guerra á los
duques de Milan por vejaciones de esta naturaleza.
Tambien se abusa de este derecho , cuando á los
pasageros se les exige una contribucion escesiva
y poco proporcionada á lo que cuesta la conser-
vacion de los caminos públicos. En el dia las na-
ciones arreglan esto por tratados para evitar toda
vejacion y dificultad.

CAPITULO X.

DE LA MONEDA Y DEL CAMBIO.

105. En los primeros tiempos despues que se


introdujo la propiedad , los hombres permutaban
sus géneros y efectos supérfluos por otros que
necesitaban . El oro y la plata vinieron despues
á ser la medida comun del precio de todas las
cosas; y para que el pueblo no se engañase en
ello , se imaginó grabar el nombre del Estado
sobre las monedas de oro y plata , ó bien la imá-
gen del Príncipe , ó bien otra marca que fuese
como el sello y garante de su valor. Esta insti-
tucion es de grande uso , y de una comodidad
infinita por la facilidad que proporciona al co-
mercio , y no está demas cualquiera atencion que
sobre materia tan importante pongan las nacio..
nes ó los que las gobiernan.
106. El sello que se ve en la moneda debe
106
ser el de su ley y el de su peso , y desde luego
se echa de ver , que no á todos es permitido fa-
bricarla , ya porque los fraudes en esto serian
muy frecuentes , ya porque perderia bien pronto
la confianza pública , y ya porque sería dar por
el pie tan útil institucion. La moneda se fabrica
por la autoridad y en nombre del Estado ó del
Príncipe que sale garante de ella ; el cual debe
tener cuidado de hacerla fabricar en suficiente
cantidad para las necesidades del pais , y velar so-
bre que se haga buena , es decir , sobre que su
valor intrínseco sea proporcionado al estrínseco
ó numerario. Es verdad que en una necesidad
urgente tendria el Estado derecho de mandar á
los ciudadanos que recibiesen la moneda por un
precio superior á su valor real ; pero como los
estrangeros no la recibirán á tal precio , nada
gana la nacion en esto , que es cerrar la herida en
falso. El esceso de valor añadido arbitrariamente
á la moneda , es una verdadera deuda que con-
trae el soberano con los particulares , y para ob-
servar exacta justicia , pasada la crísis , se tiene
que recoger toda esta moneda á espensas del Es-
tado , pagándola en otras especies al curso cor-
riente ; porque de otra manera , esta especie de
carga impuesta en la necesidad , tan solo recae-
sobre los que han recibido en pago la arbitraria,
lo cual es injusto. Por otra parte la esperiencia
ha demostrado que semejante recurso es ruinoso
para el comercio , porque destruye la confianza
del estrangero y del ciudadano ; hace subir á
proporcion el precio de todas las cosas , y obli-
gando á todo el mundo á ocultar ó á que se es-
traigan fuera del reino las buenas especies anti-
guas , suspende la circulacion del metálico . De
suerte , que es un deber de toda nacion , y de
107
todo soberano abstenerse , cuanto sea posible , de
operacion tan arriesgada , y recurrir mas bien á
impuestos y á contribuciones estraordinarias pará
subvenir á las necesidades urgentes del Estado (1).
107. Puesto que el Estado es garante de la
1

(1) Se encuentran en el Tratado de las monedas , por


Boizart , las siguientes observaciones : « Es digno de ob-
servacion que cuando los Reyes rebajaban sus monedas,
ocultaban esta rebaja á los pueblos , segun se ve probado
en una órden de Felipe de Valois del año de 1350 , por
la cual habiendo mandado que se hiciesen libras tornesas
dobles de dos dineros , cinco granos y á una tercera parte
de la ley ( lo que era propiamente alterar la moneda ),
dice hablando con los oficiales de las casas de moneda
lo siguiente : Sobre el juramento que habeis prestado al Rey,
tened esta cosa secreta lo mejor que podais , y que por causa
vuestra los cambiantes , ni otro alguno puedan saber ó penc
trar cosa ninguna . Porque si se llega á saber per vosotros,
sereis castigados con tal severidad , que sirvais de ejemplo
á los demas.. » El mismo autor refiere tambien otras or-
denanzas semejantes del mismo Rey , y una del Delfin ,
regente del reino , durante la cautividad del rey Juan,
con fecha del 17 de Junio de 1360 , en virtud de la cual
los directores de la moneda , mandando á los oficiales
de ella fabricar dineros blancos á un dinero y doce gra
nos . de ley , les manda espresamente tener secreta está
ordenanza , y « que si algunos preguntaban á cómo son,
se mantuviesen en que son á dos dineros de ley , cap. 29.
Los reyes recurrian á este medio estraño en los casos
de urgente necesidad ; pero bien conocian su injusticia
El mismo autor , hablando de la alteracion ó de los dí
versos medios de disminuir las monedas , dice : « Rara
vez se recurre á estos medios , porque dan motivo al
transporte y á la fundicion de las buenas especies , á la
presentacion y al curso de las especies estrangeras , al
encarecimiento de todas las cosas , al empobrecimiento
de los particulares , á la diminucion de las rentas que se
pagaban en monedas alteradas , y algunas veces á la ce
sacion del comercio. Tan reconocida ha sido siempre esta
verdad , que los Príncipes que han hecho algunas de es
tas diminuciones en los tiempos de penuria , lo han deja-
108
bondad de la moneda y de su curso , solo á lạ
autoridad pública toca hacerla fabricar. Los mo-
nederos falsos violan los derechos del Soberano,
ya sea que la hagan con la misma ley , ya que
la alteren ; y su crímen pasa con razon por uno
de los mas graves , porque si fabrican una mo-
neda de mala ley, roban al público y al Príncipe,

do de practicar luego que ha cesado la necesidad. Una


ordenanza hay sobre este punto de Felipe , el Hermoso,
del mes de Mayo de 1295 , en la que se dice que ha-
llándose el Rey en París , no habiendo debilitado de mo-
do alguno las monedas en su peso y ley , esperando to-
davía debilitarlas para subvenir á sus negocios , y cono-
ciendo hallarse gravado en conciencia del daño que ha-
bia hecho y haria sufrir á su república por razon de
esta atenuacion , el Rey se obliga por carta auténtica al
pueblo de su reino , que fenecidos sus negocios restitui-
xá la moneda en buen órden y valor á su propio coste
costas , y se cargará con su pérdida y, diminucion. Y
ademas de esta obligacion , Juana , reina de Francia y
de Navarra , obliga sus rentas é infantazgo ú hereda-
miento á las mismas condiciones » ·(*).

(*) Sobre el valor y variacion de nuestras monedas,


véase á nuestro célebre Jurisconsulto el Sr. Covarrubias,
la obra titulada : Ajustamiento y proporcion de las monedas
de oro plata y cobre , por el Lic. D. Alonso Carranza;
V sobre las inonedas de los reinados de los Sres. Reyes
Enrique III , Juan el Segundo , y Enrique IV , las dos.
obras escritas por el erudito Monge Benedictino el M.
R. P. Fr. Liciniano Saez. En ellas se ven las alteracio-
nes que sufrió la moneda hasta la famosa pragmática de
los Reyes Católicos , dada en Medina del Campo á 13 de
Junio de 1497. En ella se fijó el valor de los marave
dises, tan vario hasta entonces , y muy digno de llamar
la atencion del gobierno , para fijar sin duda el valor de
ellos en los reinados anteriores , cosa necesarísima en los
pleitos de incorporacion á la corona de bienes y dere
chos que salieron de ella á precio de maravedises. Tam-
bien merece consultarse el Tratado de Claudio Salmásio,
sobre usuras.
109
y si la hacen buena , usurpan el derecho al Sobe .
rano. Jamas la harán buena á menos que no sa-
quen utilidad de la fabricacion , y entonces pri-
van al Estado de una ganancia que le pertenece.
En todos los casos hacen injuria al Soberano;
porque siendo la fe pública garante de la mo-
neda , solo el Soberano la puede hacer fabricar.
Por esta razon el derecho de batir moneda se
pone entre los derechos de Magestad , y Bodino
en su Tratado de la república , lib. 1. cap. 10,
cuenta que Segismundo augusto , rey de Polonia,
habiendo dado este privilegio al duque de Pru-
sia en 1543 , los Estados del pais hicieron un
decreto donde se insertó , que el Rey no habia
podido dar tal privilegio desprendiéndose de un
derecho inseparable de la corona ; y el mismo
autor observa , que si bien en otro tiempo mu-
chos señores y obispos de Francia tuvieron el
privilegio de fabricar moneda , siempre se con-
sideró que se fabricaba por autoridad del Rey,
que al fin recogió estos privilegios por los abu,
sos que de ellos se hacian.
108. De los principios que acabamos de es-
tablecer es facil concluir , que si una nacion fal,
sifica la moneda de otra , ó si tolera y protege
los monederos falsos que la hacen , la causa inju-
ria; pero ordinariamente criminales de esta espe-
cie no hallan asilo en parte alguna, porque todos
los Príncipes tienen interes en su esterminio.
109. Hay tambien otro uso mas moderno , y
no menos útil al comercio que el establecimiento
de la moneda , y es el cambio , por medio del
cual traslada un comerciante de un cabo al otro
del mundo , casi sin gastos , y si quiere sin ries
go , sumas inmensas. Por la misma razon que los
soberanos deben proteger el comercio , se ha-
IIÒ
llan obligados á sostener este uso por buenas le-
yes , en las cuales todo comerciante estrangero
ó ciudadano pueda encontrar su seguridad; y
en general es un interes , igualmente que un
deber de la nacion , establecer en ella sabias y
justas leyes de comercio.

CAPITULO XI
3
SEGUNDO OBJETO DE UN BUEN gobierno , PROCURAR
LA VERDADERA FELICIDAD DE LA NACION.

IIO. Continuemos en esponer los principales


objetos de un buen gobierno. Lo que hemos di-
cho en los cinco capítulos anteriores se refiere al
cuidado de atender a las necesidades del pueblo
y procurar la abundancia del Estado ; lo cual es
un punto de necesidad , pero no suficiente para
la felicidad de la nacion ; porque la esperiencia
demuestra que un pueblo puede ser desgraciado
en medio de todos los bienes de la tierra , y en
el seno de las riquezas . Todo lo que puede hacer
gozar al hombre de una verdadera y sólida feli-
cidad , forma el segundo objeto que merece una
séria atencion de parte del gobierno . La felicidad
es el centro á donde se dirigen todos los deberes
de un hombre y de un pueblo hácia sí mismo ,
que es el gran fin de la ley natural. El deseo de
ser feliz es el mas poderoso resorte que hace mo-
verse á los hombres : la felicidad es el objeto á que
todos se encaminan , y debe ser el principal que se
proponga la voluntad pública ( Prelim. §. 5. ) . Tra-
bajar para la felicidad de la nacion , 1 cuidar con->
tinuamente de ella y hacer todo lo posible por
que progrese , es uno de los deberes principales
de los que forman esta voluntad pública , ó de
los que la representan , ó bien de los que diri-
gen las naciones.
III. Para conseguir este objeto es preciso
instruir á la nacion , á fin de que busque su fe-
licidad donde se halla ; es decir, en la perfeccion ,
y enseñarla los medios de procurársela . Nunca
serán demasiados " cuantos cuidados ponga el
Príncipe en instruir á su pueblo , en ilustrarle y
formarle por los conocimientos útiles y la sabia
doctrina. Dejemos á los déspotas del Oriente su
aversion por las ciencias , los cuales temen que
se instruya á sus pueblos , porque quieren do-
minar á esclavos . Pero si gozan de los excesos
de la sumision , prueban harto frecuentemente
los de la desobediencia y rebelion . Un Príncipe
justo y sabio no teme la luz , antes bien sabe que
siempre es ventajosa á todo buen gobierno . Si
las gentes ilustradas saben que la libertad es el
patrimonio natural del hombre , conocen mejor
que nadie cuán necesario es por su propia ven-
taja que esta libertad esté sometida á una auto-
ridad legítima ; é incapaces de ser esclavos , se
hacen una gloria de ser súbditos fieles ( 1).
112. Las primeras impresiones son de estre-
ma consecuencia para toda la vida. En los tiernos
años de la infancia y en los de la juventud , el es-
píritu y el corazon del hombre reciben con fa-
cilidad la semilla del bien ó del mal : por lo

(1 ) Al leer la doctrina de este párrafo ¿ podremos , los


buenos españoles , los súbditos de Isabel II , bajo la ilus-
trada Regencia de su excelsa Madre , y nuestra; podremos
(repito) olvidarnos del hidrógeno que no ha mucho tiem-
po nos circuia y sofocaba , y dejar de bendecir el soplo
benéfico del Aura que , por decirlo así , oxigena nuestras
almas ?
I12
mismo la educacion de la juventud es una de
las partes mas importantes y dignas de la aten-
cion del gobierno , sobre la cual no se debe fiar
enteramente del cuidado que en ella pongan los
padres de familia. Fundar buenos establecimien-
tos : para la educacion pública , proveerlos de
maestros hábiles ; dirigirlos con sabiduría , y ha-
cer por medios dulces y convenientes que los
alumnos atiendan á su aprovechamiento , es un
camino seguro para formar excelentes ciudada-
nos. ¡Qué admirable educacion la de los Roma-
nos en sus siglos de gloria , y qué natural era
ver formarse alli hombres grandes ! Los jóvenes
se ponian en manos de una persona ilustre ; iban
á su casa , le acompañaban á todas partes , y se
aprovechaban tanto de sus instrucciones , como
de sus ejemplos : sus juegos y diversiones eran
los ejercicios propios para formar soldados : lo
mismo se vió en Lacedemonia ; siendo esta una
de las mas sabias instituciones del incomparable
Licurgo ; porque este legislador entró en todos
los pormenores de la educacion de la juventud,
bien persuadido que de ella pendian la prospe-
ridad y la gloria de su república.
113. Quién dudará que un Soberano y la
nacion entera deben favorecer las ciencias У las
artes ? Sin hablar de tantas invenciones útiles,
bien ostensibles á todo el mundo ; las letras y las
bellas artes ilustran el entendimiento y dulcifi
can las costumbres ; y si el estudio no siempre
inspira amor á la virtud , consiste en que por
desgracia encuentra algunas veces , y aun harto
frecuentemente , un corazon de que ya se ha apre-
sado el vicio . La nacion pues y sus magistrados
deben proteger á los sabios y grandes artistas , y
excitar los talentos por medio de honores y re-
113
compensas. Declamen en buen hora contra las
ciencias y las bellas artes los partidarios de la
barbarie, cuyos vanos discursos no merecen con-
testacion , cuando basta la esperiencia para des-
truirlos . Comparemos la Ihglaterra , la Francia,
la Holanda y muchas ciudades de la Suiza y de
Alemánia , con tantas regiones que gimen bajo el
infame yugo de la ignorancia , y veamos donde
se encuentran mas hombres de bien , y me
jores ciudadanos . Fuera errar groseramente opo-
nernos el ejemplo de Esparta y de la antigua
Roma ; porque si bien es verdad que se miraban
con despreció las especulaciones curiosas , los
conocimientos y las artes de mero adorno ; sin
embargo , las ciencias sólidas y prácticas , la mo-
ral , la jurisprudencia , la política y la guerra se
cultivaban en una y otra república , y principal-
mente en Roma , con mas cuidado que entre
nosotros.
En el dia está ya bien reconocida la utilidad
de las letras y de las bellas artes , y la necesidad
de promoverlas. El inmortal Pedro I creyó no
poder sin su socorro civilizar enteramente á la
Rusia y hacerla floreciente. En Inglaterra la cien-
cia y los talentos son el camino que guia á los
honores y á las riquezas ; y asi Newton mereció
que se le honrase , protegiese y recompensase
durante su vida , y que despues de su fallecimien-
to se depositase su cadáver en el panteon de los
reyes. Tambien la Francia merece particular elo-
gio en esta parte ; pues á la munificencia de
sus reyes se deben muchos establecimientos tan
útiles como gloriosos.
114. Hablemos de aquella libertad de filosofar,
que es el alma de la república de las letras.
¿ Qué puede producir un genio encogido por el
114
temor ? Y el hombre mas eminente ¿ cómo pue-.
de ilustrar á sus conciudadanos , si tiene siem-
pre que habérselas con capciosos hipócritas ó- ig-
norantes , y se ve en la dura precision de estar
siempre sobre sí para no ser acusado por los
ergotistas en cuanto choca inmediatamente con
las opiniones recibidas ? Yo sé que la libertad
tiene sus justos límites ; sé que una sabia poli-
cía debe celar la imprenta , y no sufrir que se
publiquen obras escandalosas que ataquen á las
costumbres , al gobierno , ó á la religion estable-
cida por las leyes ; pero es necesario abstenerse
tambien de extinguir una luz de la cual pueden
resultar al Estado las mas preciosas ventajas. Po-
cos saben guardar un justo medio , y las funcio-
nes de censor literario deberian solo confiarse á
hombres igualmente sabios que ilustrados. ¿ Por
qué buscar en un libro lo que no se descubre
que el autor quisiese decir ? Y cuando un escri-
tor ni se ocupa ni habla de otra cosa que de
filosofía ; ¿ se deberá dar crédito á la censura de
ciertas gentes malignas que quieren ponerle en
discordia con la religion ? Bien lejos de inquie-
tar á un filósofo sobre sus opiniones , deberia
castigar el magistrado á los que le acusan de
impiedad , cuando ha respetado en sus escritos la
religion del Estado. Los Romanos parece haber
sido formados para dar ejemplo al universo:
aquel pueblo sábio tenia cuidado de mantener
el culto y las ceremonias religiosas establecidas
por las leyes , y dejaba el campo libre á las es-
peculaciones de los filósofos. Ciceron , Senador,
Consul y Augur se burla de la supersticion , la
ataca , la hace añicos , por decirlo asi , en sus
escritos filosóficos , y cree trabajar en esto por
su propio bien y el de sus conciudadanos ; pero
115
observa , que destruir la supersticion no es ar-
ruinar la religion : porque , segun dice , es pro-
« pio de un hombre sabio respetar las institu-
" ciones , y las ceremonias religiosas de sus ma-
"yores; y basta considerar la belleza del mundo
« y el orden admirable de los astros , para reco-
« nocer la existencia de un Ser eterno y todo
" perfecto , que merece la veneracion del género
« humano» (1). Y en sus conferencias sobre la
naturaleza de los dioses , introduce al académi-
co Cotta , que era Pontífice , el cual atacando li-
bremente las opiniones de los Estóicos , declara
que estará pronto siempre á defender la religion
establecida , de la cual ve que la república ha
recibido grandes ventajas , sin que ni el sabio
ni el ignorante puedan inducirle á que la aban-
done , y sobre esto dice á su adversario : « Es-
«to es lo que pienso , como Pontifice y como
« Cotta ; pero en concepto de filósofo condu-
« cidme á vuestra opinion por la fuerza de vues-
« tras razones ; porque un filósofo debe probar-
« me la religion que quiere que yo abrace , en
<« lugar de que yo debo creer sobre este pun-
" to á nuestros mayores aun sin necesidad (2) de
" pruebas."

(1 ) » Nam , ut vere loquamur , superstitio fusa per gen-


tes , oppressit omnium fere animos , atque hominum im-
becillitatem occupavit.... multum enim , et nobismetipsis et
nostris profuturi videbamur , si eam funditus sustulisse-
mus. Non vero (id enim diligenter intelligi volo) supersti-
tione tollenda religio tollitur. Nam et majorum , instituta
tueri sacris , cæremoniisque retinendis , sapientis est et
esse præstantem aliquam , æternamque naturam , et eam
suspiciendam , admirandamque hominum generi , pulchri-
tudo mundi , ordoque rerum cœlestium cogit confiteri.»
De divinatione , lib. 11.
(2) Harum ego religionum nullam unquam contem-
116
Si queremos corroborar estos ejemplos y au-
toridades con la esperiencia , jamas ha habido
filósofo que haya turbado el estado ó la religion
por sus opiniones , las cuales ni harian ruido al-
guno en el pueblo , ni escandalizarian á los débi-
les , si la malignidad ó un celo imprudente no se
esforzaşen por descubrir un veneno que no hay.
De donde se sigue que todo el que trabaja en
poner las opiniones de un grande hombre en opo-
sicion con la doctrina y el culto establecidos
por las leyes , turba el estado y pone la religion
.
en peligro.
115. No basta instruir á la nacion , es nece-
sario ademas para conducirla á la felicidad ins-
pirarla amor a la virtud y horror al vicio. Los
que han tratado profundamente de la moral se
hallan convencidos de que la virtud es el ver-
dadero y único camino que conduce á la felici-
dad ; de suerte que sus máximas no son otra co-
sa que el arte de vivir felices ; y seria preciso ser
muy ignorante en la política para no conocer que
una nacion virtuosa es más capaz que otra de for-
mar un Estado dichoso , tranquilo , floreciente,
sólido , respetable á todos sus vecinos , y formi-
dable á sus enemigos . El interes del Príncipe
debe pues concurrir con sus deberes y los im-
pulsos de su conciencia , para empeñarla en ve-

nendam putavi mihique ita persuasi , Romulum auspiciis,


Numam Sacris constitutis fundamenta fecisse nostræ ci-
vitatis, quæ nunquam profecto sine summa placatione Deo-
rum immortalium tanta esse potuisset. Habes , Balbe , quid
Cotta , quid Pontifex sentiat. Fac nunc ergo ut intelligam,
quid tu sentias: á te enim philosopho rationem accipere
debeo religionis ; majoribus autem nostris , etiam nulla
ratione redita credere. De natura Deorum , lib. 111.
117
lar atentamente sobre materia de tan alta impor-
tancia. Que emplee toda su autoridad en hacer
que reine la virtud , y se reprima el vicio, que
destine á este fin los establecimientos públicos,
que dirija su conducta , su ejemplo , la distribu-
cion de las gracias , de los empleos y de las dig-
nidades , que fije su atencion hasta en la vida
privada de los ciudadanos , y que destierre del
Estado todo lo que influya en la corrupcion de
las costumbres. Consulte á la política , la cual le
enseñará detalladamente todos los medios de lle-
gar á este in tan deseado, le mostrará los que
debe preferir , y los que debe evitar , á causa de
los peligros que los acompañan en la ejecucion,
y de los abusos que pudieran insensiblemente in-
troducirse. Solo hagamos una observacion gene-
ral , y es que los castigos pueden reprimir el vi-
cio; pero que los medios dulces son los únicos
capaces de elevar á los hombres á la virtud ; á
la cual se les conduce sabiéndosela inspirar , y no
haciendo que la hayan de abrazar por fuerza.
116. Es incontestable que las disposiciones
mas felices que puede desear un justo y sábio
gobierno , son las virtudes de los ciudadanos ; y
esta es una piedra de toque á la cual reconoce-
rá la nacion las intenciones de los que la go-
biernan ; los cuales si se dedican á inspirar la
virtud , tanto á los magnates como á la plebe , y
sus miras son rectas y puras , estad seguros de
que no tienen otro objeto en su gobierno que la
felicidad y la gloria de la nacion. Pero si cor-
rompen las costumbres , si hacen que cunda el
gusto por el lujo , que se estienda la molicie y
el furor por los placeres desarreglados ; y si es-
citan á los grandes á un fausto ruinoso ; cuida-
do, pueblo , con estos corruptores , porque su
TOMO I. ΙΟ
118
intencion es comprar esclavos para ejercer sobre
ellos la arbitrariedad de su dominio.
Por poco moderado que sea un Príncipe , ja-
más echará mano de medios tan odiosos. Satis-
fecho con su primera dignidad y con el poder
que le dan las leyes , se propone reinar glorioso
y seguro, ama á su pueblo , y desea su felicidad.
Pero sus Ministros por lo ordinario no pueden
sufrir que se les contradiga y resista en lo mas
pequeño : si les abandona la autoridad , se alzan
mas insolentes é intratables que su amo , no tie-
nen por su pueblo el mismo amor que él , y
nada les importa que la nacion se corrompa con
tal que obedezca. Temen el valor y la firmeza
que inspira la virtud , y saben que el distribuidor
de las gracias domina , segun su voluntad , sobre
los hombres cuyo corazon está abierto á las su-
gestiones y á la seduccion . De este modo una
mugerzuela que ejerce el mas infame de todos
los oficios , pervierte las inclinaciones de una jó-
ven, víctima de su odioso tráfico ; la incita al
lujo , á la glotonería , y la hace presa de la mo-
licie y de la vanidad , para hacerla mas á su sal-
vo víctima de un rico seductor. La policía suele
castigar á esta indigna criatura , mientras que el
ministro , infinitamente mas culpable , nada en
la opulencia revestido de honores y de autori-
dad: pero la posteridad hará justicia , y detestará
al corruptor de una nacion respetable.
117. Si los que gobiernan se ocupasen en lle-
nar la obligacion que la ley natural les impone
hácia sí mismos , y en su calidad de gefes del
estado ; jamás darian en el odioso abuso de que
acabamos de hablar. Hasta aquí hemos conside-
/

rado la obligacion que toda nacion tiene de ad-


quirir luces y virtudes , ó de perfeccionar su en-
119
tendimiento y su voluntad, con relacion á los
particulares que componen la nacion ; pero esta
obligacion recae tambien , y de una manera pro-
pia y singular , sobre los gefes del Estado. Una
nacion , mientras obra en comun ó en cuer-
po , es una persona moral ( prelim. §. 2. ) , que
tiene su entendimiento y su voluntad propia ; y
tan obligada se encuentra á obedecer á las leyes
naturales ( lib . 1. §. 5. ) , como todo hombre en
particular, y de perfeccionar sus facultades (lib. 1:
S. 21. ). Esta persona moral reside en los que se
hallan revestidos de la autoridad pública , y re-
presentan á la nacion entera. Y bien sea el co-
mun consejo de la nacion , bien un cuerpo aris-
tocrático , bien un monarca ; este gefe y repre-
sentante de la nacion , este soberano , cualquie-
ra que ser pueda , está en la indispensable obli-
gacion de adquirir todas las luces y conocimien-
tos necesarios para gobernar con acierto , y for-
marse en la práctica de todas las virtudes con-
venientes á un soberano.
Y como se le impone esta obligacion en con-
sideracion al bien público , debe dirigir todas
sus luces y virtudes á la salud del estado , que
es el fin de la sociedad civil.
118. Debe tambien dirigir , en cuanto le es
posible , á este gran fin las facultades , las lu-
ces y virtudes de los ciudadanos ; de suerte que
no solo sean útiles á los particulares que las po-
seen , sino que redunden tambien en ventaja del
Estado este es uno de los mas finos secretos
del arte de reinar. Poderoso y feliz será el Es-
tado si las buenas calidades de los súbditos , yen-
do mas allá de la limitada esfera de las virtu-
des particulares , llegan á ser virtudes cívicas ;
cuya feliz disposicion ensalzó á la república ro-
120
mana al mas alto grado de gloria y esplendor.
119. El gran secreto para encaminar las vir-
tudes de los particulares hacia la ventaja del
Estado , es inspirar á los ciudadanos un vivo
amor en favor de la patria. Sucede entonces na-
turalmente , que cada uno se esfuerza por ser-
vir al estado , y porque ceda en ventaja y glo-
ria de la nacion cuanto posee en fuerzas y ta-
lentos. Este amor á la patria es natural á todos
los hombres , y el Autor de la naturaleza por
su bondad y sabiduría ha cuidado de apegarlos
por una especie de instinto á los lugares que
los han visto nacer ; asi aman á su nacion , co-
mo una cosa con la cual están identificados.
Pero muchas veces ciertas causas desgraciadas
debilitan ó destruyen esta impresion natural ; la
injusticia y la dureza del gobierno conspiran á
borrarla del corazon de los súbditos ; y ¿ cómo
es posible que el amor de sí mismo inspire in .
teres á un particular en los negocios de un
pais donde todo se hace con objeto de com.
placer á uno solo ? Lo contrario se observa en
las naciones libres , apasionadas por la gloria y
la felicidad de su patria. Acordémonos de los
ciudadanos de Roma en los gloriosos dias de su
república , y consideremos hoy á los ingleses y
á los suizos.
120. El amor y la inclinacion de un hombre
por el estado de que es miembro , es una con-
secuencia necesaria del amor ilustrado y razo-
nable que se debe á sí mismo , puesto que su pro-
pia felicidad está ligada con la de su patria. Es-
te sentimiento debe resultar tambien de las obli-
gaciones con que se ha cargado en favor de la so-
ciedad ; y despues de haberla prometido procurar
su conservacion y ventaja en cuanto le sea posi-
121
ble , ¿ cómo puede servirla con celo , fidelidad y
valor , si no la ama verdaderamente ?
121. La nacion en cuerpo , en cuanto á na-
cion , debe sin duda amarse á sí misma y desear
su propio bien , sin que pueda faltar á esta obli-
gacion , y este sentimiento es muy natural. Pero
este deber mira muy particularmente al gefe ú
soberano , que representa á la nacion y obra en
su nombre ; el cual debe amarla como el objeto
predilecto y legítimo de sus cuidados y de sus
acciones , en todo lo que hace en virtud de la
autoridad pública . El monstruo que no amase á
su pueblo , no sería mas que un usurpador odio-
so , digno sin duda de ser lanzado del trono. No
hay reino que no debiese tener delante del pala-
cio de su soberano la estátua de Codro , Rey de
Aténas , tan magnánimo , que dió su vida por su
pueblo . Este gran Príncipe , y Luis XII , son ilus-
tres modelos del tierno amor que debe un rey
á sus súbditos.
122. Me parece que todo el mundo conoce
suficientemente esta voz Patria ; pero como se
la toma en diferentes sentidos , no será inútil
que la definamos aquí exactamente. Por lo gene-
ral significa el Estado de que cada uno es miem-
bro ; y en este sentido la hemos empleado en
los SS. anteriores , y en el mismo se la debe em-
plear en el Derecho de gentes.
En un sentido mas limitado y mas depen-
diente de la etimología , este término significa
el estado , ó mas particularmente , la ciudad y el
lugar que era domicilio de nuestros padres el dia
en que nacimos. Y en este sentido se dice con
razon , que la patria no puede mudarse , y per-
manece siempre la misma , por mas que nos
traslademos á cualquier parte. Un hombre debe
122
conservar su reconocimiento y cariño por el es-
tado al cual debe su educacion , y del que eran
miembros sus padres cuando le dieron la exis-
tencia. Pero como diversas razones legítimas pue-
den obligarle á elegirse su patria , es decir , á
hacerse miembro de otra sociedad ; cuando se.
trata en general de los deberes hacia la patria,
debe entenderse esta voz de aquel estado de don-
de un hombre es miembro actual puesto que se
debe á él enteramente y con preferencia.
123. Si todos estamos obligados á amar sín-
ceramente á nuestra patria y procurarla en cuan⚫
to dependa de nosotros su felicidad , vergonzoso
y detestable crimen es dañar á esta misma pa-
tria. El que se hace culpable de este crimen vio-
la sus mas sagradas obligaciones y cae en una
infame ingratitud , se deshonra por la mas negra
perfidia , puesto que abusa de la confianza de
sus conciudadanos , y trata como enemigos á los
que creían no deber esperar de él sino socorros
y servicios. Solo se encuentran traidores á la Pa-
tria entre aquellos hombres cuyo único móvil
es un sórdido interés , los cuales solo se buscan
á sí mismos inmediatamente , y cuyo corazon es
incapaz de todo sentimiento de ternura en favor
de los demas ; gente que todo el mundo detes-
ta con justicia , como la mas infame entre todos
los malvados.
124. Por el contrario se colma de honor y
de alabanza á los ciudadanos generosos , que no
contentos con no faltar en nada á su patria , ha-
cen en favor de ella nobles esfuerzos , y son ca-
paces de rendirla los mayores sacrificios. Eternos
serán , como el de Roma , los nombres de Bru-
to , de Curcio , y de los dos Decios. Jamás se
olvidarán los Suizos de Arnoldo de Winkelried ,
123
héroe por cierto , cuyo accion hubiera merecido
transmitirse á la posteridad por un Tito Livio .
Sacrificóse verdaderamente por la patria ; pero
no como supersticioso , sino como capitan , co-
mo soldado intrépido. Este noble suizo , natural
de Undervald , viendo en la batalla de Sempach
que sus compatriotas no podian penetrar por los
ejércitos austriacos , porque estos armados de pies
á cabeza , echando pie á tierra y formando un
bazallon cerrado, presentaban un frente cubier-
to de acero y erizado de lanzas y picas , formó
el generoso designio de sacrificarse por su pa-
tria. « Amigos mios , dijo á los suizos que co-
« menzaban á desanimarse , voy en este dia á dar
«mi vida para abriros el paso á la victoria : solo
« os recomiendo mi familia , seguidme , y obrad
segun me veais obrar. » A estas palabras los or-
denó y dispuso en la formacion que los Roma,
nos llamaban Cuneus : ocupa él la vértice del trián.
gulo , marcha al centro de los enemigos , y abra-
zando todas las picas que pudo abarcar , se echa
á tierra , abriendo de esta manera á los que le
seguian un camino para penetrar en este espeso
batallon. Rota una vez la primera línea de los
austriacos , quedaron estos vencidos , siéndoles
funesta la gravedad de sus armas , y los suizos
consiguieron una completa victoria (1).

(1) En el año de 1386 el ejército austriaco constaba


de 4000 hombres escogidos , entre los cuales habia muchos
príncipes , condes y familia distinguida , todos armados de
pies á cabeza , y los suizos eran solamente 1300 hombres
mal armados. El duque de Austria pereció en esta bata-
lla con 2000 de los suyos , entre ellos 176 nobles de las
primeras casas de Alemania. Hist. de la Confed . helvét.
por M. de Wateville , tomo 1 , pág. 183 y sig. Tschudi,
Etterlin , Schodeler , Rachmann.
124

CAPITULO XII.
1

DE LA PIEDAD Y DE LA RELIGION ( 1 ).

125. La piedad y la religion influyen esen-


cialmente en la felicidad del pueblo , y merecen
por su importancia un capítulo particular. Nada

(1) Si á los lectores pareciere algo chocante la doctri-


na de este capítulo tengan presente que Vattel no pertenecia
al gremio de la comunion romana , y que discurre segun
los principios de la suya , que era la reformada.
Por tanto , el traductor se cree obligado á prevenir
á los lectores que la doctrina que el autor establece desde
el S. 141 hasta el 144 , relativa á los derechos del prín-
cipe sobre los asuntos religiosos , es enteramente contra-
ria á los principios de nuestra creencia católica , segun la
cual es indudable que la potestad espiritual que dió Jesu-
cristo á sus Apóstoles para regir su Iglesia , reside tan solo
en sus sucesores ; así que , dimanando de ella el arreglo
del culto y el de la disciplina interior del clero , el Prín-
cipe no puede tener intervencion en cosas que no esten
sujetas á su potestad.
En igual error incurre cuando habla del celibato de
los clérigos , y le tacha de contrario al derecho natu-
ral. Cualquiera que haya sido la costumbre en otros tiem-
pos , relativa al matrimonio de los clérigos , el tener co-
mo contraria al derecho natural una virtud que Jesu-
cristo recomienda en su Evangelio , y que San Pablo´la
juzga preferible al matrimonio , es un error.
Ultimamente , no debiendo nosotros sino adoptar cie-
gamente nuestras leyes fundamentales por una de las
cuales se prohibe todo culto que no sea católico , la doc-
trina del autor sobre la tolerancia religiosa debe mirar-
se como contraria á ellas , é insostenible en España,
por mas que se haya adoptado en casi todo el resto de
Îa Europa.
Donde Vattel manifiesta con mas calor su protes-
tantismo , es cuando habla de los abusos introducidos
en el gobierno de la Iglesia ; pero cualesquiera que es-
tos puedan ser , los lectores conocerán facilmente que
125
es tan propio como la piedad para fortificar la
virtud , y darla toda la estension que debe tener.
Entiendo por la palabra piedad una disposicion
del alma , en virtud de la cual referimos á Dios
todas nuestras acciones , y nos proponemos en
todo lo que hacemos agradar al Ser supremo .
Esta virtud es una obligacion indispensable para
todos los hombres , es la mas pura fuente de su
felicidad ; y los que se unen en sociedad civil
están mas obligados á practicarla , debiendo
por consecuencia ser piadosa toda nacion. Que
los superiores encargados de los negocios públi-
COS se propongan constantemente merecer la
aprobación de su divino Maestro, sobre cuyo ob-
jeto deben reglar todo cuanto hacen en nombre
del Estado. El cuidado de formar á todo el pue-
blo en la piedad será siempre uno de los prin-
cipales objetos de su vigilancia , y el Estado re-
cibirá de ello grandes ventajas. No puede me-
nos de producir escelentes ciudadanos el cuida-
do de merecer en todas sus acciones la aproba-
cion de un Ser infinitamente sábio . La piedad
ilustrada en los pueblos es el mas firme apoyo
de la autoridad legítima ; en el corazon del so-

los defectos inseparables de las flaquezas de la humani-


dad , nada tienen que ver con la pureza y santidad in-
herentes á la gerarquia eclesiástica asi como fuera un
delirio atacar la verdad Ꭹ santidad de nuestra divina Re-
ligion solo porque haya hombres malvados que la pro-
fanan con sus pecados y crímenes.
Estos y otros cualesquiera errores que puedan hallar-
se en esta sábia y utilísima obra , deben atribuirse á que
á pesar de la solidez de principios , y suma crítica del
autor , su particular y errónea profesion de fé le hace
incurrir en los estravios que nacen de ella.
Esto he creido necesario advertir ; todo lo cual so-
meto al juicio de las autoridades competentes.
126
berano es la prenda de la seguridad del pueblo,
y produce su confianza. Arbitros de la tierra , no
reconoceis pues superior en ella : ¿હું qué seguridad
se podrá tener de vuestras intenciones , si no se
os cree penetrados de respeto por el Padre y Se-
ñor de los hombres , y animados del deseo de
agradarle ?
126. Ya hemos insinuado que la piedad de-
be ser ilustrada , porque es en vano proponerse
agradar á Dios si no se conocen los medios de
ejecutarlo. Pero¡ qué diluvio de males puede
sobrevenir , si gentes exaltadas por un motivo
de tanta influencia llegan á valerse de medios
igualmente falsos y perniciosos ! La piedad ciega
hace supersticiosos , fanáticos y perseguidores,
mas funestos y dañosos mil veces á la sociedad
que los libertinos. Bárbaros tiranos se han visto
hablar solo de la gloria de Dios , mientras es-
terminaban á los pueblos y hollaban las leyes
mas santas de la naturaleza. Por un refinamiento
de esta piedad negaban los Anabaptistas del si-
glo XVI toda obediencia á las potestades de la
tierra ; Jacobo Clemente , y Rabaillac , parricidas
execrables , se creyeron animados de la mas su-
blime devocion.
127. La religion consiste en la doctrina to-
cante á la divinidad y á las cosas de la otra vi-
da , y en el culto destinado á honrar al Ser su-
premio. En cuanto ella está en los corazones , es
un negocio de conciencia , en el cual debe cada
uno seguir sus propias luces , y considerándola
esterior y públicamente establecida , es un nego-
cio del estado (1).

(1 ) Un escritor respetable impugnando la doctrina de


Vattel en este capítulo , dice : que se propuso en su obra
tratar la religion como un negocio de política.
127
128. Todo hombre debe trabajar en formar-
se justas ideas de la divinidad , en conocer sus
leyes , sus miras sobre sus criaturas , y la suerte
que las destina ; debe sin duda á su Criador el
amor mas acendrado y el mas profundo respeto,
y para mantenerse en estas disposiciones y obrar
en consecuencia , es necesario que honre á Dios
en todas sus acciones , y que testifique por los
medios mas convenientes , los sentimientos de
que está penetrado. La creencia jamas se impera,
sino que se persuade ; ¡ y qué culto puede ser el
que solo es obra de la fuerza ! Este consiste en
ciertas acciones que se hacen directamente en
honra de Dios , y por consiguiente no puede ha-
ber culto para cada hombre , sino el que crea
propio á este fiu . Como que se ha impuesto al
hombre por su misma naturaleza la obligacion
de trabajar sinceramente en conocer á Dios , en
servirle y honrarle de corazon , es imposible que
por sus obligaciones hacia la sociedad se le dis-
pense de este deber , ó se le prive de la liber-
tad que le es absolutamente necesaria para lle-
narle. Concluyamos pues , que la libertad de las
conciencias es de derecho natural é inviolable,
y que es vergonzoso á la humanidad sujetar á
pruebas una verdad de esta naturaleza.
129. Pero es necesario poner gran cuidado
en no estender esta libertad mas allá de sus jus-
tos límites. Un ciudadano tiene solo el derecho
de que no se le violente en nada tocante á reli-
gion ; y de ningun modo el de hacer todo lo que
le agrade , resulte lo que quiera respecto de la
sociedad. El establecimiento de la religion por
las leyes y su ejercicio público son materia de
Estado , y pertenecen necesariamente á la auto-
ridad pública. Supuesto que todos los hombres
128
deben servir á Dios , la nacion entera , como na-
cion , debe sin duda servirle y honrarle ( Pre-
lim . §. 5. ) ; y como debe cumplir con este de-
ber importante del modo que la parezca mas
conveniente , á ella toca determinar la religion
que quiere seguir , y el culto público que juz-
gue conducente establecer.
230. Si no hay todavía religion recibida por
la autoridad pública , debe la nacion aplicar to-
do su cuidado en conocer y establecer la mejor.
La que tenga la aprobacion del mayor número
será recibida y públicamente establecida por las
leyes , y se declarará por la religion del Estado.
Pero si una parte considerable de la nacion se
obstinase en seguir otra , se pregunta ¿ qué es lo
que el derecho de gentes prescribe en este caso?
Tengamos presente desde luego que la libertad
de las conciencias es de derecho natural , y des-
echemos toda violencia en este punto. Solo hay
pues , dos partidos que abrazar ; ó permitir á esta
parte de ciudadanos el ejercicio de la religion
que quieran profesar , ó bien segregarlos de la
sociedad , dejándoles sus bienes y la parte que
les corresponda en los paises comunes de la na-
cion , formando de este modo dos estados nue-
vos en lugar de uno. El último partido de nin-
gun modo parece conveniente ; porque debilita-
ria la nacion , y en este concepto sería contra-
rio al cuidado que debe poner en conservarse ;
por lo mismo es mas ventajoso tomar el primer
partido y establecer dos religiones en el Estado.
Pero si estas dos religiones son demasiado in-
compatibles , de modo que se teme que siem-
bren la escision entre los ciudadanos y discor-
dia en los negocios , hay todavía un tereer par-
tido y sábio temperamento entre los dos prime-
129
ros , sobre lo cual la Suiza nos presenta ejem-
plos. Los cantones de Glaris y de Appenzel se
dividieron en dos partidos en el siglo XVI ; el
uno permaneció en el seno de la iglesia Roma -
na , y el otro abrazó la reforma . Desde enton-
ces cada partido tiene su gobierno aparte por lo
tocante al interior ; pero se reunen para los
asuntos esteriores , formando una sola república
y un solo canton .
En fin si el número de ciudadanos que quie-
ran profesar una religion diferente de la que la
nación establece , es poco considerable , y por
buenas y justas razones no se halla conveniente
tolerar el ejercicio de muchas religiones en el
Estado , estos ciudadanos tienen derecho de ven-
der sus tierras , y retirarse con sus familias lle-
vándose sus bienes. Porque sus obligaciones há-
cia la sociedad , y su sumision á la autoridad pú-
blica , jamas pueden prevalecer en perjuicio de
su conciencia ; y por eso si la sociedad no me
permite hacer aquello á que me creo obligado,
es indispensable que se me conceda mi sepa-
racion.
131. Cuando se encuentra hecha la eleccion
de una religion , y ya se ha establecido por las
leyes , la nacion debe protegerla , mantenerla y
conservarla , como un establecimiento de la ma-
yor importancia ; sin desechar empero ciegamen-
te las variaciones que se pudieran proponer pa-
ra hacerla mas util y mas pura ; porque en to-
das las cosas debemos caminar á la perfeccion
(S. 21. ). Mas como toda innovacion en esta ma-
teria es arriesgada , y apenas se puede obrar sin
disturbios , no debe emprenderse ligeramente,
sin necesidad ó sin muy graves razones. A la so-
ciedad , al Estado , á la nacion entera toca pro-
130
nunciar sobre la necesidad ó la conveniencia de
estas variaciones , y no pertenece á ningun par-
ticular acometerlas por su parte , ni por consi-
guiente predicar al pueblo una doctrina nueva;
sino que debe proponer sus ideas á los gefes de
la nacion , y someterse á las órdenes que le im-
pongan.
Pero si una religion nueva se propaga y se
establece en el espíritu de los pueblos , como de
ordinario acontece , independientemente de la au-
toridad pública y sin deliberacion comun , será
necesario discurrir entonces , como lo acabamos
de hacer en el párrafo precedente , para el caso
en que se trata de elegir una religion , conside-
rar el número de los que siguen las nuevas opi-
niones , acordarse de que ningun poder entre los
hombres tiene imperio sobre las conciencias , y
combinar las máximas de la sana política con
las de la justicia y la equidad.
132. Espuestos los derechos y deberes de la
nacion respecto á la religion , tratemos ahora
de los del soberano , los cuales en esta materia
no pueden ser precisamente los mismos que los
de la nacion á quien representa ; porque la na-
turaleza del asunto se opone á ello , como que la
religion es una cosa sobre la cual nadie puede
comprometer su libertad . Para esponer con lisu-
ra estos derechos y deberes del Príncipe , y para
establecerlos sólidamente , no nos olvidemos de
la distincion que hemos sentado en los dos pár-
rafos anteriores. Si se trata de dar una religion
á un Estado que todavía no la tiene , puede sin
duda el Soberano favorecer aquella que le pa-
rece verdadera ó la mejor , hacerla anunciar , y
trabajar por medios dulces y convenientes en es-
tablecerla ; debiendo hacerlo tambien por la obli-
131
gacion que tiene de velar en todo lo que inte-
resa el bien de la nacion ; pero sin usar en esto
de autoridad ni violencia , como que no tiene
derecho ninguno para ello . Puesto que no ha-
bia religion establecida en la sociedad cuando re-
cibió el imperio , ningun poder se le ha confe-
rido en este punto , porque el mantenimiento de
las leyes tocantes á la religion no entra en las
funciones y autoridad que se le han confiado ( 1 ) .
Numa fue el fundador de la religion de los
Romanos ; pero se valió de la persuasion para
que el pueblo la recibiese , y si hubiera podido
mandar , no habria recurrido á las revelaciones
de la ninfa Egeria. Aunque el soberano no pue-
de usar de autoridad para establecer una reli-
gion donde no la hay, tiene derecho y aun
obligacion de emplear todo su poder para im-
pedir que se anuncie aquella que juzgue -perni-
ciosa á las costumbres , y dañosa al Estado; por-
que debe alejar de su pueblo todo lo que pue-
da perjudicarle ; y lejos de ser escepcion de la
regla una doctrina nueva , es uno de los mas
importantes objetos : en los siguientes párrafos
vamos á ver cuales son los derechos y los de-
beres del Príncipe respecto de la religion pú-
blicamente establecida.
133. El Príncipe ó gefe á quien la nacion ha
confiado el cuidado del gobierno y el ejercicio
del poder soberano , está en la obligacion de
vigilar para conservar la religion recibida , y
el culto establecido por las leyes ; y tiene de-

(1 ) En las Españas no milita este principio. El sobera-


no es el protector nato de la Religion Católica , Apostóli-
ca , Romana , única y esclusivamente admitida , y se hace
un deber y un atributo de su Real autoridad en mantenerla
pura é ilesa,
132
recho de reprimir á los que emprendan des-
truirlos ó turbarlos. Mas para desempeñar este
deber de un modo justo y sabio , no pierda de
vista la cualidad que á ello le llama , y la ra-
zon que se lo impone. La religion es de estre-
ma importancia para el bien y la tranquilidad
de la sociedad , y el Príncipe debe ser un Ar-
gos en todo lo que interesa al Estado. He aqui
toda su vocacion : mezclarse en la religion para
protegerla y defenderla. No le es dado , pues , in-
tervenir de otro modo en esta materia , ni debe
por consiguiente usar de su poder , sino contra
aquellos cuya conducta en hecho de religion es
perjudicial o peligrosa al Estado ; no para cas-
tigar pretendidas faltas contra Dios , cuya ven-
ganza pertenece solo á este Soberano , juez es-
cudriñador de los corazones. Acordémonos de
que la religion solamente incumbe á la atencion
del Estado , en cuanto es esterior y se halla
públicamente establecida ; pero dentro del cora-
zon , solo puede depender de la conciencia. El
Príncipe solo tiene derecho de castigar á los
perturbadores de la sociedad ; y seria muy in-
justo que infligiese penas á cualquiera por sus
opiniones particulares , cuando no trata ni de
divulgarlas , ni de hacerse sectarios . Es un prin-
cipio fanático , un manantial de males y de in-
justicias escandalosas , imaginar que unos débi-
les mortales deban encargarse de la causa de
Dios , sostener su gloria por la fuerza , y ven-
garle de sus enemigos. Demos solamente á los
soberanos , dice un famoso hombre de Estado y
escelente ciudadano ( 1 ) , démosles , por la utili-

(1 ) El duque de Sully : véanse sus Memorias redacta-


das por Mr. de l'Ecluse , tomo 5, pág. 135 y 136.
133
dad comun, el derecho de castigar lo que vulne
ra la caridad en la sociedad ; pero no es atribu-
to de la justicia humana erigirse en vengadores
de lo que pertenece a la causa de Dios. Ciceron,
tan hábil y tan eminente en los negocios de Es-
tado , como en la filosofia y en la elocuencia,
pensaba como el duque de Sully , y en las leyes
que propone en punto de religion , hablando de
la piedad y de la religion interior dice : «si al-
guno comete falta en esto , Dios será el que la
vengue.» Deorum injuriæ , Diis curæ , Tacit.
Annal. lib. 1. cap. 73 , pero Ciceron declara
capital el crimen que pudiera cometerse contra
las ceremonias religiosas establecidas para los
negocios públicos , y que interesan á todo el
Estado ( 1 ). Los sábios estaban bien distantes de
perseguir á un hombre por su creencia , y solo
exigian que no se turbase de modo alguno lo
que toca al bien público.
134. La creencia ó las opiniones de los par-
ticulares , sus sentimientos hacia la divinidad , la
religion interior , en una palabra , debe ser , asi
como lo es la piedad , el objeto de las atencio-
nes del Príncipe, el cual no descuidará nada
para hacer conocer la verdad á sus súbditos , y
para imbuirlos en buenos sentimientos; pero so-
lo empleará para este fin medios, suaves y pa-
ternales (2) . En esto no puede mandar; (§. 128 )
pues solo respecto de la religion esterior y prac

(1) Qui secus faxit , Deus ipse vindex erit......... Qui non
paruerit , capitale esto. De legib. lib. 2.
(2) Quas (religiones) non metu , sed ea conjunctione, quæ
est homini cum Deo , couservandas puto. Cicer. De leg. lib.
1. ¡Qué admirable leccion da un filósofo gentil á los cris
tianos ! "
TOMO I. II
134
ticada en público podrá desplegar su autoridad.
Su incumbencia es conservarla , y prevenir los
desórdenes y desavenencias que pudiera causar.

Para conservar la religion debe mantenerla en
la pureza de su institucion , procurar que se
observe fielmente en todos sus actos públicos y
sus ceremonias , y castigar á los que tengan la
osadia de atacarla abiertamente ; pero no puede
exigir por fuerza mas que el silencio , y jamás
debe constreñir á nadie á tomar parte en las
ceremonias esteriores , porque esta violencia pro-
duciria la inquietud y la hipocresía ( 1 ) .
1. La diversidad en las opiniones y en el culto
ha causado con frecuencia desórdenes y funes-
tas disensiones en el Estado ; y por esta razon
muchos no quieren sufrir mas que una sola y
misma religion. Al Soberano que se gobierne
por las reglas de la prudencia y de la equidad,
toca pesar las coyunturas , y ver si conviene
tolerar o proscribir el ejercicio de muchos cul-
tos diferentes.
135. Pero en lo general puede afirmarse de-
eididamente , que el medio mas seguro y equita-
tivo de prevenir las disensiones que puede cau-
sar la diversidad de religiones , es una toleran-
cia universal de todas aquellas que no encierran
peligro , sea en corromper las costumbres , sea
en ofender al Estado. Dejemos declamar á los
clérigos interesados ; los cuales no conculcarian
.
las leyes de la humanidad ni las de Dios mis-
mo para hacer triunfar su doctrina , si en ella

(1 ) La Pensilvania nos ofrece un ejemplo irrefragable


del bien que resultaria al género humano si se llegase á
hacer de la tolerancia recíproca de todos los cultos una
ley fundamental.
135
no se afirmasen su opulencia , su fausto y su
poder. Exterminad solamente el espíritu de per-
secucion , castigad severamente á quien se atre-
va á turbar á los demas en su creencia , y ve-
reis vivir pacíficas todas las sectas en el seno
de la patria comun , produciendo excelentes ciu-
dadanos. Prueba de esto son la Holanda y los
Estados del rey de Prusia : reformados , luteranos,
católicos , pietistas , socinianos y judíos , todos
viven en paz , porque el Soberano protege á to-
dos igualmente , y alli solo se castiga á los per-
turbadores del ageno reposo ( 1).
136. Si á pesar de los cuidados del Príncipe
por conservar la religion establecida , la nacion
entera ó su mayor parte se disgusta de ella y
quiere mudarla , no puede el Soberano causar
violencia ni coaccion á su puehlo en materia se-
mejante. Ademas de ser ineficaz cuando no reina
en los corazones , el Soberano no goza en esto
de otros derechos que los que resultan del cui-
dado que la nacion le confiara , y solamente le

(1) Los gentiles del Indostan son muy tolerantes , y


dicen que todos los hombres son agradables á Dios ; que
todas sus plegarias son igualmente admitidas y santifi-
cadas por la sinceridad de la intencion ; que la verda-
dera religion universal es la religion del corazon ; y que
todas las diversas formas de culto son accesorios indife-
rentes , relativos á los tiempos , lugares , educacion y na-
cimiento : Grosse , Viaje a las Indias orientales. ¡ Qué ven-
tura la del mundo si se generalizase este modo de pen-
sar ! Nada menoscaba á la verdadera religion , que se
puede abrazar con el mismo amor , soportando caritati-
vamente á los hombres que siguen otro culto teniéndole
por mejor (a).
(a) Estas espresiones se resienten de calvinismo , cuya
reforma seguia el Autor , en un tiempo en que los parti
dos estaban acalorados sobre materias de religion.
:
136
ha cometido el de proteger la religion que halle
por conveniente profesar.
137. Pero tambien es muy justo que el Prín-
cipe tenga la libertad de permanecer en su reli-
gion sin perder su corona ; pues con tal que pro-
teja la religion del Estado , esto es todo lo que
de él puede exigirse. En lo general la diversidad
de religion no puede hacer perder á ningun Prín-
cipe sus derechos á la soberanía , á menos que
una ley fundamental disponga otra cosa. Los
Romanos paganos no dejaron de obedecer á
Constantino cuando abrazó el cristianismo ; y los
cristianos no se rebelaron contra Juliano despues
que le abjuró ( 1 ).
138. Hemos establecido la libertad de con-
ciencia respecto á los particulares ( §. 128. ) ; sin
embargo , tambien hemos hecho ver que el So-
berano tiene derecho y aun obligacion de pro-
teger y mantener la religion del Estado ; de no
sufrir que nadie se atreva á alterarla ó destruir-
la , y que puede tambien segun las circunstan-
cias no permitir en todo el pais sino un solo cul-
to público. Conciliemos estos deberes y estos de-
rechos diversos , entre los cuales pudiera suceder
que se creyese observar alguna repugnancia ; y

(1 ) Cuando la mayor parte de los pueblos del prin-


cipado de Neufchatel y de Valangin abrazaron la reforma
en el siglo de XVI , Juana de Hechberg , su soberana , con-
tinuó viviendo en la religion Católica Romana , y no por
eso dejó de conservar todos sus derechos. Los cuerpos
del Estado hicieron leyes y constituciones eclesiásticas,
semejantes á las de las iglesias reformadas de la Suiza,
y la Princesa las dió su sancion (a),
(a) Tambien puede verse la Vida de Cristina , reina
de Suecia .
137
si es posible , no dejemos nada que desear sobre
una materia tan delicada é importante.
Si el Soberano no quiere permitir mas que
el ejercicio público de una sola religion , no obli-
gue á nadie á obrar contra su conciencia ; que á
ningun súbdito se le fuerce á profesar la religion
que cree falsa ; pero que el particular por su par-
te se contente con no caer en una vergonzosa
hipocresía , sirviendo á Dios segun sus luces , en
secreto y en su casa , persuadido de que la Pro-
videncia no le llama á un culto público , pues
que le ha puesto en circunstancias , en las cuales
no podria llenar sus deberes sin turbar el Estado.
Dios quiere que obedezcamos á nuestro Sobera-
no , que evitenos cuanto pudiera ser pernicioso
á la sociedad , y estos son preceptos inmutables
de la ley natural. El del culto público es condi-
cional y dependiente de los efectos que este culto
puede producir. El culto interior es necesario
por sí mismo, y es una obligacion limitarse á él en
todos los casos en que es mas conveniente. Como
que el culto público tiene por objeto la edifica-
cion de los hombres , glorificando a Dios , va con-
tra este fin , y cesa de ser laudable cuando solo
produce turbacion y escándalo. Si alguno le cree
de absoluta necesidad , abandone el pais donde
no se le permite profesarle segun las luces de su
conciencia , y haga parte de los que profesan la
misma religion que él. ;

139. La estrema influencia de la religion en


el bien y en la tranquilidad de la sociedad, prue-
ba de un modo incontestable que el gefe del Es-
tado debe tener inspeccion sobre las materias que
la conciernen , y autoridad sobre las que la ense
ñan ó sus ministros. El fin de la sociedad y el del
gobierno civil exigen necesariamente , que el que
138
ejerce el imperio esté revestido de todos los dere-
chos , sin los cuales no puede ejercerle del modo
mas ventajoso al Estado. Estos son los derechos de
magestad ( §. 55. ) , de los cuales ningun soberano
puede separarse sin la espresa conformidad de la
nacion. La inspeccion sobre las materias de reli-
gion y la autoridad sobre sus ministros , forman
á la verdad uno de estos mas importantes dere-
chos , puesto que sin este poder jamas podrá el
soberano prevenir las disensiones que la religion
puede ocasionar en el Estado , ni aplicar este po-
deroso resorte al bien y la conservacion de la so-
ciedad. Verdaderamente fuera estraño que una
nacion , que una multitud de hombres que se
unen en sociedad civil por su ventaja comun , para
que cada uno pueda tranquilamente proveer á
sus necesidades , trabajar en su perfeccion , en su
felicidad , y vivir como conviene á un sér racio-
nal; que semejante sociedad , digo , no tuviese el
derecho de seguir sus luces en el objeto mas im-
portante de determinar lo que cree mas esencial
en punto de religion , y de cuidar que nada se
mezcle en él de dañoso ó perjudicial. ¿ Quién se
atreverá á disputar á una nacion independiente
el derecho de reglarse en esto , como en todo lo
demas , segun las luces de su conciencia? Y cuan-
do una vez ha hecho eleccion de una religion y
de un culto , no ha podido conferir á su gefe
todo el poder de que está revestida para mante-
nerlos , reglarlos , dirigirlos y hacerlos observar ?
Y no se nos diga que el cuidado de las cosas
sagradas no pertenece á una mano profana ; por-
que este discurso es una vana declamacion en el
tribunal de la razon . Nada hay sobre la tierra
ni mas augusto ni más sagrado que un Soberano,
Y cuando Dios le llama por su Providencia á ve-
139
lar por la salud y felicidad de todo un pueblo ,
¿ es dable que le quitase la direccion del mas po.
deroso resorte que hace mover á los hombres ?
La ley natural le asegura este derecho con todos
los que son esenciales á un buen gobierno , y
nada se encuentra en la Escritura que altere , esta
disposicion. Entre los judíos , ni el Rey ni nadie
podia renovar cosa alguna en la ley de Moisés;
pero el Soberano velaba en su conservacion , y
sabia reprimir al sumo Sacerdote , cuando se se-
paraba de su deber.¿Se hallará en el Nuevo Tes-
tamento, que un Príncipe cristiano no tenga que
decir nada en materia de religion ? En el clara
y formalmente se prescribe la sumision y la obe-
diencia á las potestades superiores , y en vano se
trataria de oponer el ejemplo de los Apóstoles
que anunciaron el Evangelio contra la voluntad
de los soberanos. Todo el que se quiera separar
de las reglas ordinarias necesita una mision di-
vína , y es preciso que establezca sus poderes por
milagros.
No se puede disputar al soberano el derecho
de cuidar que no se mezclen en la religion cosas
contrarias al bien y á la salud del Estado , y por
esq lei pertenece examinar la doctrina y señalar lo
que debe enseñarse y omitirse..
140. El soberano debe tambien [ velár atenta-
mente en que no se abuse , de la religion estable-
cida , ya sea valiéndose de la disciplina para sa-
tisfacer el odio , la avaricia ú otras pasiones , ya
presentando la doctrina bajo un aspecto perjudi-
cial al Estado. Imaginaciones quiméricas , devo-
cion, seráfica , sublimes especulaciones , ¿ qué fru
tos produciriais en la sociedad si solo halláseis
en ella espíritus débiles y corazones dóciles ?
Renuncia del mundo , un abandono general en
J

140
los negocios y hasta en el trabajo , esta sociedad
de santos por antifrasis , vendria á ser fácil y
segura presa del primer vecino ambicioso ; ó si
se la dejaba en paz , no sobreviviria á la primera
generacion ; porque consagrando los dos sexos á
Dios su virginidad , se negarian á las miras del
Criador , á la naturaleza y al Estado . Desagrada-
ble es para los misioneros que se lea con toda
evidencia en la historia de la Nueva Francia del
Padre Charlevoix , que sus trabajos fueron la
principal causa de la ruina de los Hurones. El
autor dice espresamente que muchos de estos
neófitos no querian pensar ya en otra cosa que
en las cosas de la fe ; que olvidaron su actividad
y su valor; que entre ellos yla nacion se intro-
dujo la discordia etc. Este pueblo › quedó bien
pronto destruido por los Iroqueses , á quienes
>
acostumbraba vencer anteriormente ( 1) .
141. A la inspeccion del Príncipe sobre los
asuntos y materias de religionohemos unidonla
autoridad sobre los ministros , y con razon ; por
que sin este último derecho es vano y muy in-
útil el primero , y tanto uno como otro emanan
de los mismos principios. Es absurdo y contrario
á los primeros fundamentos de la sociedad , que
algunos ciudadanos pretendan emanciparse de la
autoridad soberana en funciones que son tan im-
portantes al reposo , á la felicidad y á la salud
del Estado. Esto es establecer dos poderes inde
pendientes en una misma sociedad ; principio cier-
to de division , de discordia y de ruina . Solo hay
un poder supremo en el Estado' , en el cual va-
rían las funciones de los subalternos , segun su

(1) Historia de la Nueva Francia , lib. 5 , 6 y 7.


141
objeto : eclesiásticos , magistrados , gefes militares,
todos son oficiales de la república , cada uno en
su esfera , y todos se hallan igualmente sujetos á
dar cuenta al Soberano (1).
142. A la verdad no pudiera el Príncipe en
justicia obligar á un eclesiástico á que predicase
una doctrina , y a seguir un rito que no creyese
agradable á Dios. Pero si el ministro de la reli-
gion no puede conformarse en este punto con la
voluntad del soberano , debe renunciar su pues-
to , y considerarse como un hombre que no
es llamado á llenarle ; pues en esto se adquie-
ren dos cosas , enseñar y comportarse con since-
ridad , segun su conciencia , por una parte , y
conformarse por otra con las instituciones del
Príncipe y las leyes del Estado. ¡ Qué indigno
fuera ver á un obispo resistirse atrevidamente á
las órdenes del soberano , á los decretos de los
tribunales , y declarar solemnisimamente , que no
se cree obligado a dar cuenta , sing á Dios solo,
del poder que se le ha confiado ! '
143. Por otra parte , si el clero está envi-
lecido , no podrá producir los frutos que se
aguardan de su ministerio. La regla que debe
1
seguirse en este punto , se puede concebir en
pocas palabras : mucha consideracion , ningun
imperio , y menos independencia. 1. que el cle-
ro , como otra cualquier orden , viva sometido
en sus funciones y en todo lo demas , al poder
público , y rinda cuenta de su conducta al So-
berano. 2. ° Que el Príncipe cuide de hacer res
petar al pueblo los ministros de la religion ; que
les confié el grado de autoridad necesaria para

(1) La Iglesia nació en la República , no la República


en la Iglesia.
142
desempeñar sus funciones con suceso , y los sos-
tenga , si fuere necesario , por el poder que tie-
ne en su mano. Todo hombre público debe es-
tar revestido de una autoridad correspondiente
á sus funciones ; de otro modo no podrá des-
empeñarlas dignamente. No descubro razon nin-
guna para esceptuar al clero de esta regla ge-
neral; solo, que el Príncipe vigile mas particu
larmente en que no abuse de su autoridad , te-
niendo muy presente que la materia es tan de-
licada como fecunda en escollos. Si hace respe-
table el caracter de los eclesiásticos , cuidará de
que este respeto no degenere en tan supersti-
ciosa veneracion , que un clérigo ambicioso pue-
da arrastrar á su voluntad todos los espíritus
pusilánimes. Desde que el clero forma cuerpo
a parte es formidable ( 1 ) . Los Romanos , los ci-
tarémos continuamente , los sábios Romanos sa-
caban del cuerpo de senadores al gran Pontifi-
ce y á los principales ministros de los altares,
é ignoraron la distincion de eclesiásticos y de
legos , pues todos los ciudadanos eran de la
misma ropa. :
144. Si se despoja al Soberano de este po-
der en materia de religion , y de esta autoridad
sobre el clero , ¿ cómo podrá cuidar que no se
mezcle en la religion nada que sea contrario
t al
bien del Estado ? ¿ત Cómo hará de suerte que se
enseñe y practique siempre del modo mas con-

(1 ) Véase un papel titulado : Juicio histórico-canónico-


politico de la autoridad de las Naciones en los bienes ecle-
stásticos ; y el Bosquejo sobre la historia eclesiástica , dividi-
da en cuatro periódos , escrito por Carlos Villiers á con-
tinuacion de su Memoria sobre la influencia de las reformas
de Lutero en la civilizacion de la Europa.
143
veniente al bien público ? Sobre todo , ¿cómo le
será dable prevenir las disensiones que puede
ocasionar , ya por los dogmas , ya por el modo
de practicarse la religion ? Estos son otros tan-
tos cuidados y deberes correspondientes al So-
berano , y de los cuales le seria imposible dis-
pensarse (1).
Por eso vemos que los parlamentos de Fran-
cia defendieron fiel y constantemente los dere-
chos de la corona en las materias eclesiásticas.
Los sabios magistrados que componian estas
ilustres corporaciones , estaban penetrados de
las máximas que la sana moral dicta sobre esta
cuestion. Sabian de qué consecuencia era no

(1) Quamvis autem Ecclesiæ et Religionis administra-


tio (dice un célebre canonista ) cohæreat Sacerdotio , ta-
men christiani Principes etiam in res ecclesiasticas ba-
bent potestatem , non quidem jure sacerdotis , sed jure ci-
vitatis , quatenus ad ecs pertinet ecclesiam et Religio-
nem , quæ externa vi destituitur , tueri.
Y San Isidoro , lib. 3. Sentent. de Summ. bon. cap.
53, dice :
Principes sæculi nonunquam intra ecclesiam potestatis
adeptæ culmina tenent , ut per eamdem potestatem , dis-
ciplinam ecclesiasticam muniant. Cæterùm intra ecclesiam
potestates necessariæ non essent , nisi ut quod non præ
valet sacerdos efficere per doctrinæ sermonem , potestas
ad hoc impellat per disciplinæ terrorem. Sæpè per regnum
terrenum Cœleste regnum proficit, ut qui intra ecclesiam
positi contra fidem et disciplinam ecclesiæ agunt , rigo-
re Principum conterantur , ipsamque disciplinam , quam
ecclesiæ humilitas exercere non prævalet , cervicibus su-
perborum potestas principalis imponat , et ut veneratio-
nem mereatur , virtutem potestatis impertiat. Cognoscant
Principes sæculi Deo , debere se rationem reddere prop-
ter ecclesiam , quam à Christo tuendam suscipiunt. Nam
sive augeatur pax et disciplina ecclesiæ per fideles Prin-
cipes , sive solvatur ; ille ab eis rationem exiget , qui eo-
rum potestati suam ecclesiam credidit.
144.
sufrir que se sustrajese á la autoridad pública
una materia tan delicada , de tanta estension en
sus relaciones é influencia , y tan importante
por sus consecuencias. Pues qué, ¿ unos ecle-
siásticos vendrán á proponer á la fé de los pue-
blos algun punto obscuro é inutil que no hace
parte esencial de la religion recibida , separarán
de la Iglesia , difamarán á los que no demues-
tren una ciega docilidad , les negarán los Sacra-
mentos , la sepultura misma ; y el Principe no
podrá proteger á sus súbditos contra tamaños
atentados , y poner su reino á cubierto de un
cisma peligroso ?
Los reyes de Inglaterra han asegurado los
derechos de su corona , se han hecho recono-
cer por gefes de la religion , y este reglamento
merece el asenso no solo de la razon ( 1 ) , sino
tambien de la sana política , ademas de ser con-
forme á la antigua práctica. Los primeros Em-
peradores cristianos ejercian todas las funciones
de gefes de la Iglesia ; hacian leyes sobre las
materias que la concernian (2) , juntaban conci-
lios , los presidian , ponian en su dignidad á los
obispos y los destituian , etc. Sábias repúblicas
hay en Suiza , cuyos soberanos conociendo toda
la estension de la autoridad suprema , han sabi-
do atar corto á los ministros de la religion sin
perjudicar su conciencia. Han hecho estender
un formulario de la doctrina que debe predi-
carse , y han publicado las leyes de la disciplina

(1) Nunca puede ser laudable la usurpacion , y los


Reyes de Inglaterra decidiendo sobre el dogma y la mo-
ral , usurparon la autoridad espiritual , que solo corres-
ponde á los sucesores de los Apóstoles (Nota del traductor).
(2) Véase el Código Teodosiano.
145
eclesiástica , segun la quieren ver practicada en
los paises de su obediencia , á fin de que los
que no quieren conformarse con estos estable-
cimientos se abstengan de consagrarse al servi-
cio de la Iglesia. Asi tienen á los ministros de
la religion en una legítima dependencia ; bajo
su autoridad se ejerce la disciplina , y no hay
apariencias de que se vean jamás en estas re-
públicas desórdenes ocasionados por la religion.
145. Si Constantino y sus sucesores se hubie-
ran hecho reconocer gefes de la religion , y si los
Reyes y los Príncipes hubieran sabido mante-
ner en este punto los derechos de la soberanía ,
¿ se hubieran visto jamás esos desórdenes horri
bles que abortaron el orgullo y la ambicion de
la Curia Romana , y de algunos osados eclesiás-
ticos , alentados por la debilidad de los Príncipes,
y sostenidos por la supersticion de los pueblos ?
Arroyos de sangre vertidos por querellas de
frailes , por cuestiones especulativas , muchas
veces ininteligibles , y casi siempre tan inútiles
para la salvacion de las almas , como indiferen-
tes en sí mismas al bien de la sociedad ; con-
ciudadanos y hermanos armados unos contra
los otros ; los subditos escitados á la rebelion ,
Emperadores y Reyes lanzados de su trono,
¡Tantum religio potuit suadere malorum ! Harto
conocida es la historia de los Emperadores
Enrique IV, Federico I , Federico II , y Luis de
Baviera. ¿ Qué otra cosa que la independencia
de los eclesiásticos y el sistema en que se so-
meten los asuntos de religion á una potestad
estraña , sumió la Francia en los horrores de la
liga , y pensó privarla del mejor y mas grande
de sus reyes? Sin ese peregrino y ominoso sis-
tema se hubiera visto a un estrangero , al Papa
146
Sisto V acometer la empresa de violar la ley
fundamental del reino , declarar al legítimo he-
redero del trono inhábil para ceñirse la diade-
ma? ¿ Se hubiera visto en otros tiempos y en
otros climas ( 1 ) , declarada la sucesion al trono
por defecto de una formalidad , como una dis-
pensa , cuya validacion se disputaba , y que un
prelado estrangero presumia tener solo el dere-
cho de conceder ? હું Se hubiera visto á este mis-
mo estrangero abrogarse el poder de pronun
ciar sobre la legitimidad de los hijos del rey ?
¿ Se hubieran visto reyes asesinados por los efec-
tos de una doctrina detestable (2) ; á una parte
de la Francia no atreviéndose á reconocer al
mejor de sus reyes (3) ; y á otros muchos prín-
cipes imposibilitados de dar una paz sólida á
su pueblo , porque nada podia decidirse en el
reino sobre condiciones que interesaban á la re-
ligion (4)?
146. Todo lo que dejamos establecido deri-
va tan evidentemente de las nociones de inde-
pendencia y de soberanía , que jamás será dis-
putado por un hombre de buena fe , y que
quiera raciocinar con exactitud. Si no se puede

(1 ) En Inglaterra bajo Enrique VIII.


(2) Enrique III y Enrique IV , asesinados por faná.
ticos que creian servir á Dios y á la Iglesia dando de
puñaladas á su Rey.
(5) Despues que Enrique IV pertenecia al gremio de
la comunion romana , todavia no se atrevian á recono-
cerle muchos católicos antes de haber recibido la abso-
lucion del Papa.
(4) Muchos reyes de Francia en las guerras civiles de
religion (a).
(a) Sobre la doctrina de este párrafo véase á Carlos
Villiers en la obra citada , y tambien el insinuado Juicio
histórico , etc.
147
reglar definitivamente en un Estado lo que con-
cierne á la religion , la nacion no es libre , y el
Principe solo es soberano á medias. No hay me-
dio ; ó cada estado debe ser dueño de su casa,
tanto en esto como en todo lo demas , ó será
preciso recibir el sistema de Bonifacio VIII, y mi-
rar toda la cristiandad católico - romana como un
solo estado , cuyo gefe supremo es el Papa , y
los reyes administradores subordinados en lo
temporal , cada uno en su provincia , poco mas
ó menos como lo fueron los sultanes bajo el im-
perio de los Califas. Sábese que este Papa se
atrevió á escribir al rey de Francia Felipe , el
Hermoso ; scire te volumus quod in spiritualibus,
et temporalibus nobis subes ( 1 ) : Sabed que nos
estais sometido tanto en lo temporal como en lo
espiritual. Y en el Derecho canónico puede ver-
se (2 ) su famosa bula Unam sanctam , en la cual
atribuye á la Iglesia dos espadas , ó una potestad
doble , espiritual y temporal , y condena á los
que opinan de otro modo , como gentes que al
ejemplo de los maniqueos establecen dos princi-
pios ; declarando en fin que es un artículo defe ne-
cesario á la salvacion , creer que toda criatura hu-
mana se encuentra sometida al sumo Pontifice de
Roma (3).

*(1) Turretin. Hist. Ecclesiast. Compendium pág. 182 , don-


de podrá verse tambien la vigorosa respuesta del Rey de
Francia.
(2) Extravag. Commun. Lib. 1 , tít. de majoritate et obe-
dientia.
(3) Gregorio VII tuvo el osado proyecto de sujetar
casi todos los estados de Europa á pagarle un tributo por
la pretension de que la Hungría , la Dalmacia , la Rusia,
la España , y la Córcega le pertenecian en propiedad por
148
El enorme poder de los Papas es el primer
abuso abortado por aquel sistema que despoja á
los Soberanos de su autoridad en materias de re-

su cualidad de sucesor de San Pedro , ó que eran feudos


que procedian de la santa Sede Gregor. Epist. Concil. To-
mo VI. Edit. Harduin . El mismo Gregorio VII citó al Em-
perador Enrique IV á comparecer en su presencia para
responder á las acusaciones de algunos de sus súbditos , y
le depuso tomando por pretesto la desobediencia del Em-
perador. En fin el discurso que hizo en el Concilio reuni.
do en Roma con este motivo , contiene lo siguiente : « agi
te nunc , quæso , Patres et Principes sanctissimi , ut omnis
mundus intelligat , et cognoscat quia si potestis in cœlo li-
gare et solvere, potestis in terra imperia , regna , princi-
patus , ducatus , marchias, comitatus et omnium hominum
possessiones pro meritis tollere unicuique et concedere ..
Natal. Alexand. Dissert. Eccl . sect. 11 y 12 , pág. 384.
El Derecho canónico decide naturalmente , que el im-
perio está sometido al sacerdocio. « Imperium non præest
sacerdotio , sed subest , et ei obedire tenetur.» Rubric. c. 6.
de major. et obed. Et est multum allegabile , añade dono-
samente el autor de la rúbrica (a).

(a) No estrañemos que tantos y tan diversificados des-


órdenes y abusos hayan subsistido tantos siglos y subsis-
tan todavia por nuestra desgracia. La política de la cor-
te de Roma y la astucia de los curiales , han sabido apro.
vecharse de la ignorancia de los pueblos y de la imbecili-
dad de los soberanos para extender y dar valor á sus in-
justas pretensiones , abusando del respetable nombre de
los Papas en la condenacion de muchas verdades que se
oponian á sus miras. El Papa es sucesor de San Pedro,
es la cabeza ministerial y visible de la Iglesia , y en este
concepto es digno de veneracion , y tiene un decidido de-
recho á nuestra obediencia canónica : asi nos lo enseña
la religion católica que profesamos. Pero el Papa no es
infalible en sus decisiones , no es superior al cuerpo de la
Iglesia , ni á sus decretos legales , ni ha recibido de
Dios potestad alguna sobre las autoridades civiles ni so-
bre los bienes temporales ; sin embargo , obscurecidas pri-
mero por el prurito de las disputas , estas máximas evan-
gélicas , procuró despues Roma canonizar las proposicio-
149
ligion. Este poder de una corte extrangera es
absolutamente contrario á la independencia de
las naciones y á la soberanía de los príncipes;
es capaz de trastornar un Estado ; y en donde se
le reconozca , es imposible que el Soberano ejer-
za el imperio de la manera mas, saludable á la
nacion. Ya hemos dado prueba de esto en mu-
chos notables sucesos (S. preced .) , y la historia
nos los presenta en abundancia, Como el Sena-
do de Suecia hubiese condenado á Trolle , arzo-
bispo de Upsal , por crimen, de rebelion , á que,

nes contradictorias , y las hubiera elevado


elev , si posible fue-
ra , á otros tantos dogmas con el resorte de las armas es-
pirituales y temporales , y manejado con la destreza y em-
peño que le dictaba el interes ; porque si el Papa es infa-
lible y superior a los cánones , los beneficios eclesiásticos
estan á su disposicion , y en este caso se multiplican á fa-
vor del erario pontificio las anatas , los espolios y aque-
lla serie de gabelas que se callan por sabidas : si tiene po-
testad , á lo menos indirecta , sobre lase autoridades cons-
d
tituidas , puede privar á los reyessi sus monarquías,
absolver a los vasallos del juramento de fidelidad que le
prestan , y .hacer que los reyes y provincias se intinden en
la sangre de los infelices mortales en obsequio de los de-
cretos de Roma , como se verificó en tiempo de los Grego-
ues,•, y
rios , Enrique otros , otros y otros.
s Ꭹ de
Causa por cierto un dolor susuperior á toda espresion ,
que muchos ignorantes y seducidos por lás máximas ultra-
montanas , esquiven ó abandonen la augusta religion de
Jesucristo con el pretesto de no poder combinar en su1
juicio la espiritualidad de esta divina ley con unos exe
crables y absurdos principios que creen pertenecer al de-
pósito de la fe. Lean pues su vida los que vacilen de la
solidez y legitimidad de las bases que vamos sentando; lo
que los santos Padres , entre ellos San Bernardo , en los li
bros De consideratione y los escritores eclesiásticos , die
cen sobre la autoridad de los Sumos Pontífices , principal,
mente de la que les compete sobre los bienes tempora-
les ; y no olviden , que si tenemos la gloria de ser cató-
TOMO I. 12
150
hiciese su dimision y á terminar sus dias en un
monasterio , el Papa Leon X tuvo la audacia de
excomulgar al administrador Stenon y á todo el
senado , y condenarlos á reedificar á sus espen-
sas una fortaleza del arzobispado que habian he-
cho demoler , y á una multa de cien mil duca-
dos en favor del prelado depuesto El bárbaro
Cristierno , rey de Dinamarca , se autorizó con
este decreto para desolar la Suecia , y derramar
la sangre de su mas ilustre nobleza. Paulo V ful-
minó un interdicto contra Venecia con motivo

licos es porque en nuestra creencia somos herederos de


aquellos sapientísimos doctores que profesaron la misma
fe que les habian transmitido los Apóstoles.
Unida á las riquezas la prepotencia del clero por la
introduccion de las falsas decretales y el establecimiento
del sistema feudal , entregaban los obispos la corona á
los príncipes imbéciles , cuando los consagraban , creyen-
do , ó haciéndoles creer que la conferian en el nombre
del cielo. Los Prélados , convertidos en cazadores'y guer-
reros , juntaban toda la ferocidad de aquellos siglos bárba-
ros al orgullo pontifical ; y usando alternativamente cuan-
do no la cogulla, la mitra,y el morrion , el báculo y la es-
pada , mataban , asesinaban y degollaban con la misma
mano con que acababan de bendecir al pueblo en el nom-
bre de un Dios de paz.
* Admitidos al gobierno del Estado en razon de sus feu-
dos , creyeron pertenecerles como obispos , lo que solo te-
nian como señores temporales , y arrogaron el derecho de
juzgar a los reyes , no precisamente en el tribunal de la peni
tencia, sino en los Concilios . En fuerza de esta inversion de
ideas cometieron el atentado de deponer, ó bien de decla
far decaidos de la corona á Wamba , rey de los visogodos
en España , en el concilio de Toledo de 681 , y á Luis el
henigno , débil ó pusilánime , de Francia , en el concilio de
Compiegne de 833 , con el pretesto de que habiendo sido
sometidos á la penitencia , ya no les era permitido volver
a reinar segun las ideas de aquellos tiempos. Véase Juicio
Histórico.
I
151
de ciertas leyes de policía , muy sábias y opor-
tunas , pero desagradables al Pontífice , y puso
á la república en situación tan dificil , que toda
la sabiduría y firmeza del senado se vio apurada
para salir de ella. Pio V en la bula in Coena Do-
mini , del año de 1567 , declara que todos los
Príncipes que echan en sus estados nuevas im .
posiciones , de cualquier naturaleza que sean , ó
que aumenten las antiguas , a menos que no ha-
yan obtenido la aprobacion de la santa Sede,
1
quedan excomulgados ipso facto. No es esto
atacar la independencia de las naciones , y ar-
ruinari la autoridad de los soberanos ? ( 1).
En aquellos desgraciados tiempos , en los si-
glos de tinieblas que precedieron al renacimien
to de las letras y á la reforma , pretendían los
Papas dirigir a los Soberanos bajo del pretesto
que interesaba á su conciencia juzgar sobre la va-
lidación de sus tratados , romper sus' alianzas y
declararlas nulas. Pero estos procedimientos es-

1102.31
(1) ¡ Qué lejos estaba S. Ambrosio de tau chocante al-
tanería cuando reconoció el supremo poder de los sobe
ranos sobre todas las temporalidades de sus Estados , y
sobre imponer nuevas, contribuciones y tributos aun del
brazo eclesiástico, Exijame ( dice en su sermon contra el
obispo Arriano Auxencio los tributos que
tuviere por conveniente împoner : nosotros no lo rehusa-
rémos , pues los bienes de la Iglesia estan sujetos á ellos.
Si el emperador quiere apropiarse estos bienes , facultad
tiene para hacerlo , nadie de nosotros hará la menor re
sistencia ; las obligaciones del pueblo suplirán con
dancia al alivio de los pobres , y no lograrán nuestros ene-
migos hacernos odiosos por nuestra resistencia. Tome si
gusta el emperador estos bienes ; yo ni los rehuso , ni los
doy, porque no son mios. Si agros desiderat imperator. S. Am-
brosio Oper. tom. 2, edir. 1686 , pàg. 872, n.93. Estracto
del Juicio histórico t (anotuno sovið af colors
:
152
perimentaron vigorosa , resistencia hasta en ค un
pais donde se imagina comunmente que en • aque-
Ila época habia valor , pero muy pocas luces . El
Nuncio del Papa , para segregar á los suizos de
la Francia , publicó un, monitorio contra todos
los que favorecian á Carlos VIII , declarándolo
‫م‬ s
excomulgados , si en término de quince dias no
se separaban de los intereses de este Principe,
para entrar en la confederación que se habia for.
mado contra él. Pero los suizos opusieron á, este
acto una protesta que le declaraba abusivo ,
la hicieron fijar en todos los parages de su obe-
diencia; mofándose de2 este modo de un proces,
dimiento, no menos absurdo 1) que contrario á los
derechos de los soberanos ( i ). Cuando hablemos,
de la fe de los tratados , referiremos muchas
pretensiones semejantes, doe 1.
147. Este poder de la Cyria Romana ha he-
cho nacer otro nuevo abuso que merece toda la
atencion de un sabio gobierno. Vemos diversos
paises , en los cuales una potestad extrangera dis-
tribuye las dignidades eclesiásticas y los mas
pingües beneficios ; hablo del Papa , que con ella
gratifica a sus criaturas, y muy frecuentemente
á personas que no son súbditos del Estado. ¿Es¬
te uso es tan contrario á los derechos de la na
cion , como á los prificipios de la politică mas
comun; pues un pueblo no debe recibir la ley
de los extrangeros , ni sufrir que se mezclen en
sus negocios y les priven de sus 1ventajas . ¿Y cómo
1.1.19
hay estados capaces de permitir que un
es que 109
extrangero disponga de puntos importantísimos

(1) 12. Vogel en su Tratado histórico y político de los alian-


zas entre la Francia y los trece cantones , pág. 33 y 36, fan
153
á su, felicidad y á su reposo ? Los Príncipes que
han accedido á la introduccion dé tan enorme .
abuso , han procedido en perjuicio suyo y de su
pueblo. En nuestros dias la corte de España se
ha visto en la necesidad de sacrificar sumas in-
mensas para restituirse pacíficamente y sin ries-
go al ejercicio de un derecho que pertenecia
esencialmente á la nación ó á su gefe ( 1).
: 148. Aun en los estados en que los sobera-
nos han sabido retener un derecho de la coro-
na tan importante, subsiste el abuso en gran par-
te. El Soberano nombra , es verdad , á los obis-
pados y prebendas ; pero su autoridad no le basta
al agraciado para ponerle en el ejercicio de sus
funciones, pues ademas necesita las bulas de Ro
ma ( 2). Por esta razon y por otras mil trabas

(1 ) Léase sobre esta , asi como sobre la prohibicion de


la adquisicion de bienes raices á los eclesiásticos , el Juicio
imparcial sobre el Monitorio de Roma, imprèsó por Ibarra
en 1769; la Coleccion diplomática de varios papeles tocan-
tes á la autoridad Real , impresa por el mismo en 1809 y
publicada por el Dr. D. Juan Antonio Llorente, las obras
de nuestros célebres jurisconsultos Covarrubias , Salga-
do y Jovellanos. Pero en estas materias no puedo menos de
elogiar los diálogos entre Fr. Pablo Sarpi , Palavicini , Na-
tal Alejandro y Fontenelle , escritos en lengua italiana,
é insertos en la Coleccion de papeles y documentos sobre la
Real Jurisdiccion , impresa en Nápoles en 1770. Titúlase
Dialoghi de Monti , o sia Trimerone Ecclesiastico Politico in
dimostrazione de' diritti del Principato e del Sácerdozio. Su ob-
jeto es no solo impugnar , sino destruir el nuevo , no me-
nos que quimérico y escandaloso sistema , desenvuelto por
Fr. Tomas Mammachio , del orden de Santo Domingo,
natural de la isla de Scio , en el Archipielago , en su obra
titulada : « Dritto libero degli acquisti delle chiese e de-
gli Ecclesiastici. Tom. 5 y 6 de dicha Coleccion.
(2) En las cartas del Cardenal de Ossát se pueden ver
las dificultades , oposiciones y dilaciones que tuvo que su-
frir Enrique IV cuando quiso trasladar al arzobispado de
454
todo el clero se halla todavía dependiente de la
corte romana; espera de ella las dignidades ó
una púrpura , que segun las fastuosas pretensio-
nes de los que la visten , los iguala á los sobera-
nos ; y todo debe temerse de su cólera ( 1). Por

Sens á Reinaldo de Bauné , arzobispo de Bourges , que


habia salvado la Francia , recibiendo este gran Monarca
en el seno de la iglesia romana (a) .
(a) Véanse las leyes de los títulos 13 y 14 , 17 y 18
del libro 1º de la Novísima Recopilacion , contraibles á
la doctrina de este párrafo , por las disposiciones , tanto
antiguas , como posteriores , para defender y sostener las
regalías del1 trono contra las pretensiones de la Curia
Romana.
(1 ) Cardinales Regibus æquiparantur. » Asi se ha dicho
en los tiempos en que sobre las puertas de la Curia Ro
mana debió esculpirse en letras gordas : «Hæc est hora ves-
tra , et potestas tenebrarum. De equiparar los Cardenales
á los Reyes , bien fácil es sacar la consecuencia de á
quien se calificaria de Monarca universal.
Este fue el pensamiento del Papa Gregorio VII ; cu-
ya virtud y firmeza osó atacar el desorden y desarreglo
en las personas de los soberanos , á quienes atribuia los
vicios , las vicisitudes y desgracias de los pueblos. Juzgó
este Pontífice que el origen de las calamidades de la Eu-
ropa estaba en la defectuosa administracion de los prín-
cipes , en la corrupcion de sus costumbres , en el desen-
freno de sus pasiones y en el abuso de su poder. For
eso formó el designio de someter este poder al gefe visi-
ble de la Iglesia , de combatir las pasiones por poderoso
que fuese el motivo de ellas , de propagar la moral y las
luces del Evangelio. Ciertamente que la pureza del móvil
que animase á este Sumo Pontífice, y su virtud misma, no
le dejaron prever que otro sucesor suyo abusaria del
inmenso poder cuyos fundamentos sentaba ; sin que en
este poder viese él otra cosa que un remedio á los ma-
les que desolaban la Europa. Asi se esplica un político,
y añade que el filósofo Leibnitz , que habia estudiado la
historia bajo ambos aspectos , y conocia mejor que na-
die el estado del Occidente en estos últimos tiempos , re-
conocia que este poder de los Papas habia evitado gran-
des males.
155
eso se le ve casi siempre dispuesto á complacerla.
La corte de Roma por su parte sostiene al cle-
ro con todo su poder , le ayuda con su política
y su crédito , le protege contra sus enemigos,
contra los que quisieran limitar su poder , y mu-
chas veces aun contra la justa indignacion del
soberano , y con esta política se le va haciendo
cada dia mas adicto . Ahora bien : sufrir que un
gran número de súbditos , y de súbditos en dig-
nidad , dependan de una potestad estrangera y
se consagren á ella , ¿ no es vulnerar los dere-
chos de la sociedad y chocar con los primeros
elementos del arte de reinar ? Un soberano pru-
dente ¿protegerá la predicacion de semejantes má-
ximas ? No fue necesario mas para arrojar del
imperio de la China á todos los misioneros.
149. El celibato de los clérigos se inventó
para asegurar mucho mejor la adhesion del cle-
ro ( 1 ). Un sacerdote, un prelado , ligado ya á la
silla de Roma por sus funciones y por sus espe-
ranzas , se halla tambien desligado de su patria
en razon del celibato que tiene que observar.
Como que sus mayores intereses están en la Igle-
sia , no depende de la sociedad civil por una fa-
milia ; y con tal que goce el favor de su gefe,
nada le importa haya nacido en el pais que quie,
ra; Roma es su refugio y el centro de su patria
de eleccion. Cada uno sabe que las órdenes re-
ligiosas son otras tantas milicias papales disemi
nadas sobre la faz de la tierra para sostener y
adelantar los intereses de su monarca. He aquí

(1) El Real décreto de 22 de Abril de 1834 , debido á


la piedad de la Reina Gobernadora y de su ilustrado Go-
bierno , producirá el mayor efecto en tan saluduble , tan
necesaria Ꭹ tan deseada reforma.
1 201
156
sin duda un abuso estraño y un trastorno de las
primeras leyes de la sociedad ( 1 ). Pero no es

(1) Cuando se leen las leyes insertas en los títulos 26,


27 y 28 del libro 1. de la Novísima Recopilacion , ¿ quién
no se admira y se indigna al ver la solapa y malicia con
que han sabido eludirse ? Lo mas escandaloso es que ha-
yan apadrinado su inobservancia , y aun hayan ido con-
tra ellas ministros de execrable memoria , y magistrados
que como sacerdotes de la justicia y sostenedores de las
Teyes vigentes se sentaban á infringirlas en el escaño de
la justicia. Inmortal Cárlos III , Monarca sábio , justo , lus-
tre y honor de los tronos , ¡ qué de veces en la mansion eter-
na, do radiante gozas del premio de tus augustas virtudes,
te habrás indignado contra tanto monstruo de iniquidad
cubierto bajo el manto de redomada hipocresia ! Quizá
la Divinidad , gozándose ya en la ventura que á los es-
pañoles preparaba en sus inescrutables designios , te ha
dirigido estas consoladoras palabras ; « No está lejos la
época de la felicidad de tus amados españoles : Tú de-
jando el Trono de Nápoles viniste á ser el Padre y la deli-
cia de la Iberia : echaste con sabiduría las semillas á su
regeneracion , y si acaecimientos debidos á los defectos
de los hombres la han retardado , una gloriosa nieta tuya ,
honor de su sexo , dará gloriosa cima a tu bien preme-
ditada empresa, Lás revoluciones que se sucedieron á sus
dias han amaestrado á los mortales , y han dispuesto á
los pueblos para abrazar áyidamente las reformas , que
no retrocederán , y antes bien irán progresivamente me-
jorando para bien de la especie humana. Tanta gloria
está reservada a Cristina de Borbon : yo dirigiré sus pa-
sos hacia el bien , ya bendeciré á su legítima prole en
cuya sucesion se restablecerá la ley fundamental del rei-
no , y será merecedora de que le den el regalado nom-
bre de madre de los españoles , y restauradora de sus
Justas y mal perdidas libertades. No conseguirá el triun-
fo sin combate ; porque se rebelarán contra ella los que
profanando mi sagrado nombre , y conculcando sacrilegos
los deberes de un ministerio de paz y de mansedumbre,
quieren perpetuar sus comodidades á costa de leyes de
escepcion , y del sudor y peculio de sus conciudadanos .
Pero todo esto desaparecerá á la voz de este vastago pri
vilegiado , y á las acertadas disposiciones de los ilustra
dos Ministros que la preparo . »
157
esto solo : si los prelados estuviesen casados po-
drian enriquecer al Estado con muchos buenos
ciudadanos , porque los pingües beneficios que go-
zan les ofrecian medios de dar á sus hijos una con-
veniente educacion . ¡ Pero qué multitud de hom-
bres en esos conventos consagrados á la ociosi-
dad bajo la capa de devocion ( 1 ) ! Tan inútiles
á la sociedad en tiempo de paz como en tiempo
de guerra , ni la sirven por su trabajo en las pro-
fesiones necesarias , ni por su valor en los ejérci
tos ; y sin embargo están gozando sumas inmen-
sas , y es necesario que los sudores del pueblo
sostengan estos enjambres de holgazanes. ¿Qué se
diria de un colono que protegiese inútiles zán-
ganos para hacerles devorar la miel de sus abe-
jas ? ( 2) . No culpemos á esos fanáticos que en
(1 ) El respeto que debemos á las decisiones de los
Concilios , ata nuestra lengua para hablar sobre este pun
to , si bien no encontramos en el Evangelio prohibido
qué los clérigos se casen. Pero no se falta al respeto
en decir que si fueran padres de familia cumplirian con
deberes de que ahora se desentienden , y no veriamos,
como vemos , si hemos de dar crédito á la voz públi-
ca la facilidad con que se infringe el voto de castidad
que hicieron. El matrimonio de los clérigos seculares hu
biera impedido quizá la creacion variada de innumerables
huestes de regulares que son la segunda milicia del Papa .
(2) Esta reflexion nada tiene que ver con las casas
religiosas , en las cuales se cultivan las letras ; porque
son siempre loables , y pueden ser muy útiles al Esta-
do los establecimientos que ofrecen á los sábios un re-
tiro pacífico , y todo aquel recreo y tranquilidad que
exige el estudio profundo de las ciencias (a). A

(a) En buen hora que haya estas casas religiosas ; pero


no tengo por acertado que los individuos vivan en comu
nidad de modo que formen un cuerpo colectivo , bajo las
mismas formas que en tantas y tan diferentes órdenes reli-
giosas han vivido hasta el dia , sustraides á la autoridad
del Príncipe y aun á la episcopal.
158
sus predicaciones ponen entre los bienaventura-
dos a los devotos que imitan el celibato de los
frailes : la culpa es de los Príncipes que han po-
dido sufrir que se exaltase públicamente como
virtud sublime un uso igualmente contrario á la
naturaleza , que pernicioso á la sociedad . Entre
los Romanos se dirigian las leyes á disminuir
el número de los celibatarios y favorecer el ma-
trimonio ( 1 ) ; pero la supersticion no tardó en ata-
car disposiciones tan justas y sábias , y los Em-
peradores cristianos persuadidos por los cléri-
gos , se creyeron obligados á abrogarlas (2. Di-
versos Padres de la Iglesia han censurado estas
leyes , hechas sin duda , dice un grande hom-
bre , ( 3 ) con un celo laudable por las cosas de
la otra vida , pero con muy poco conocimiento
de los negocios de esta . Este grande hombre
vivia en la Iglesia romana , y no se ha atrevido
á decir con claridad que el celibato voluntario
es condenable aun con relacion á la conciencia
y á los intereses de la otra vida. Conformarse
con la naturaleza , llenar las miras del Criador y
trabajar por el bien de la sociedad , es cierta-
mente una conducta digna de la verdadera pie-
dad. Cuando uno se halla en estado de mante-
ner una familia , debe casarse y aplicarse á dar
buena educacion á sus hijos ; pues de este modo
cumplirá con su deber y habrá tomado el ver-
dadero camino de su salvacion.
150. Las enormes y peligrosas pretensiones
del Clero son tambien consecuencia de ese sis-

(1) La ley Papia Poppea.


(2) En el Código Teodosiano .
(3) El presidente de Montesquieu en su Espíritu de
las leyes.
159
tema que substrae de la potestad civil todo lo
perteneciente á la religion. Los eclesiásticos , en
primer lugar , so color de la santidad de sus
funciones , han querido hacerse superiores á los
demas ciudadanos , inclusos los principales ma-
gistrados , y contra la espresa prohibicion de su
divino Maestro que decia á sus discípulos : No
aspireis á los primeros asientos en los festines; se
han arrogado casi por todas partes el primer ran-
go. Su gefe en la Iglesia romana hace besar sus
pies á los Soberanos , y hubo Emperadores que
han tirado de la brida de su caballo. Si en el dia
los obispos ó los mismos simples sacerdotes no se
atreven a hacerse superiores á su Príncipe , con-
siste en que los tiempos les son contrarios , no
en que siempre han sido modestos ; y uno de
sus escritores se ha propasado á decir , que un
sacerdote escede á un Rey en superioridad , tan-
to cuanto el hombre escede á las bestias. ( 1 ) .
¡ Cuantos autores , mas conocidos y estimados
que éste, se han empeñado en dar importancia
y alabar aquel dicho imbécil que se atribuye al
emperador Teodioso 1 : Ambrosio me ha ense-
ñado la enorme distancia que hay del imperio al
sacerdocio!
Ya hemos dicho que se debe honrar á los
eclesiásticos ; pero á estos sientan bien la modes-
tia y la humildad. ¿ Y les está bien olvidarlas
ellos mismos cuando tanto las recomiendan á los
demas ? No hablaria de un vano ceremonial , si
no tuviese consecuencias demasiado reales , tan-
to por el orgullo que inspira á muchos * clérigos,

(1) Tantùm sacerdos præstat regi , quantum homo bes-


tia. Stanislao Orichovio. Véase Trebbicchov. Exerc. 1. ad
Baron. Annal. sect. 2. Thomas. Not. ad Lancellot.
160
como por las impresiones que puede hacer so-
bre el espíritu de los pueblos. Es esencial al buen
orden , que los súbditos nada vean en la socie-
dad tan respetable como su Soberano , y des-
pues de él á aquellos a quienes confia parte de
su autoridad. congestul cudos y
15f, Los eclesiásticos no se han detenido en
un camino tan llano , però no contentos con ha-
cerse independientes en cuanto a sus funciones,
protegidos por la corte de Roma han empren-
dido substraerse enteramente y bajo todos res
pectos a la autoridad pública. Tiempos hemos
visto , en los cuales no se podia interpelar á un
eclesiástico ante un tribunal secular por cual-
quiera causa que fuese (1). El derecho cánónico
lo decide formalmente por estas palabras . « Es in-
decente , dice , que los legos juzguen a un ecle-
299 08

(1 ) La Congregacion de inmunidad ha decidido que


pertenece al juez eclesiástico conocer del crímen de lesa
magestadaun contra dos eclesiásticos : cognitio ,cansæ
contra ecclesiasticos , etiam pro delicto lešæ majestatis fieri
debet à judice ecclesiastico. Apud Ricci , Sinops, decret. et
resolutionum S. Congret. Immunit. p. 105.
Una constitucion del Papa Urbano VI trata de sa-
crilegos á los soberanos ó á los magistrados que estrañen
de sus tierras á un eclesiástico , y declara que, han incur-
ridó en la excomunion ipso facto , cap. 2. de foro compe-
tenti , in 6.
Anádase a esta inmunidad la indulgencia de los tri-
bunales eclesiásticos ! hacia los clérigos , que jamas los
castigaban como no fuese con ligeras penas , por los ma-
Vores crímenes. Los desordenes, espantosos que de estosa,
originaban , produjeron en fiu el remedio en Francia ,
donde quédo sometido el clero á la jurisdiccion secular
por las faltas que ofenden á la sociedad . Véase Papon
en su Tratado de los decretos notables, lib. 1 , tit. 5 , art. 34,
q. 7. (a).
(a) Este miramiento ha dejado impunes horrorosos
crímenes , alevosos asesinatos , y execrables maldades co-
161
siástico ( 1) Los Papas Paulo III, Paulo V, J
Urbano VIII escomulgan á los jueces legos que'
se atréven á juzgar a los eclesiásticos. Los obis-
pos mismos de Francia no han tenido reparo de
decir en muchas ocasiones , que no dependian
de ningun Príncipe temporal. La Asamblea ge-
neral del Clero de Franci a en 1656 , se atrevió
(199)
á esplicar en estos términos : " Habiendose leido el
4
decreto del Consejo , ha merecido la desaproba-
A
ción de la Asamblea , en cuanto dejaba al Rey
porstuez
por juez de los obispos , y parece someter las in-
munidades de estos a los jueces de aquel ( 2) " Hay
decretos de Papas escomulgando al que arreste
á un obispo; y segun los principios de Roma no
sipi1911992
puede un Príncipe imponer la pena de muerte
,་་་ ་་་
á un eclesiástico, rebelde , malhechor , sino que
debé dirigirse á la potestad eclesiástica , y ésta
le entregará , si la place , al h brazo secular , des
pues de haberle degradado YN. . La historia nos
( 3)Sing
så se sup oh crasia l9 191199
Pupa sb otibdùe nn à 2000cob 202 4) sue 64-65
metidas por clérigos , tanto 1 seculares , como regulares,
Y estas atentados han ido acompañados siempre de cir
cunstancias , que demuestran el refinamiento de los " ma-
los curas y frailes en la perpetracion y consumacion de
toda especie de maldades, se prusko UN
-C (4) Indecorum est laicos homines viros ecclesiasticos ju-
dicare. Can. in 6 , actione 22 , XVI. Ianopi ojed
(2) Véase Tradicion, de los hechos sobre el 2 sistema
de independencia de los Obispos .
(3) En 1723, con motivo de " haberse negado á com-
parecer ante el consejo soberano un cura del canton de
Lucerna , fue , estrañado, del canton por su desobedien-
cia. Su , diocesano el obispo de Constanza , escribió in-
mediatamente al consejo , quejándose de que habia vio-
lado, la inmunidad eclesiástica , por cuanto no es permiti-
do someter los ministros de la 1 divinidad al juicio de las
potestades temporales. Sus pretensiones merecieron la apro
bacion del Papa y de la corte de Roma ; pero el consejo
de Lucerna sostuvo con firmeza los derechos de la sobe-
162
presenta repetidos ejemplos de obispos que han
quedado impunes , o a quienes se ha impuesto
un ligero castigo por crimenes que costaban la
vida á los mas altos personages. Juan de Bra-
ganza , rey de Portugal , hizo sufrir justos supli-

ranía y sin entrar en controversia con el obispo , lo


que no hubiera convenido á su dignidad , le respondió:
V. S. I. cita sinuchos pasages de Santos Padres, de los
cuales pudieramos servirnos tambien en nuestro favor,
si
con tratase
se cita de esto
s , Pero V. ,S.ó I.
hubiéramos
debe estade
r segure
તહે tene-
mos derecho de emplazar ante nos á un elérigo , nues
tro súbdito natural , que vulnera nuestros derechos para
hacerle presente su estravio , (a ) exhortarle á que se cort
rija , y estrañarle de nuestros estados en conseco rede
su obstinada desobediencia , despues de una
terada. No ‫ م‬tenemos la menor duda en que este dèréého
nos pertenece , y estamos decididos á defenderlo. Yen
verdad que no debiera proponerse á ningun Soberano
comparecer como parte , al lado de semejante súbdito
desobediente , entregarse a la decision de un tercero,
quien quiera que fuese , y correr el riesgo de que se le
condenase á sufrir en sus estados á un súbdito de aquel
carácter , cualquiera que fuese la dignidad de que es
tuviese revestido etc. El obispo de Constanza habia lle
gado á afirmar en su carta al Canton , fecha de 18 de
Diciembre de 1625 : « Que luego los eclesiásticos es-
tán ordenados in sacris , cesan de ser súbditos naturales,
y por eso han acostumbrado á emanciparse de la escla-
vitud , bajo la cual vivian antès. » Memòrias sobre las di-
ferencias del Papa con el Canton de Lucerna , pág. 65 y €6.
" zone do gol ab ning tegobai só
(a) Esta ceremonia de la degradación que supieron re-
tardar los obispos , dejaron impunes al capuchino Huer
canos , al monje Gerónimo de la Mejorada ( cerca de Ol
medo ) y otros, En 1815 no se guardó esta formalidad
con el agonizante , que murió en un suplicio por la muerz
te alevosa dada a la que segun se dijo era su manceba.
Luego el Soberano no tiene que sujetarse á la degrada
cion previa para imponer el castigo al clérigo delincuen-
te. Véase tambien el espediente del obispo de Cuenca
sobre las facultades de un Soberano. 7. be cod sb
163
cios á los próceres que se habian conjurado en
su pérdida ; y no se atrevió á condenar á muer-
te al arzobispo de Braga , autor de este complot
detestable (1).
Todo un orden , numeroso y potente , subs-
traido á la autoridad pública , y hecho depen-
diente de una corte estrangera , es un trastorno
del órden en la república , y un menoscabo ma-
nifiesto de la soberanía. Es un golpe mortal cau-
sado á la sociedad , cuya esencia es que todo
ciudadano viva sometido á la autoridad pública.
La inmunidad que en este punto se arroga el
clero , es de tal modo contraria al derecho na-
tural y necesario de la nacion , que el Rey mis-
mo no tiene facultades para concederla . Pero los
eclesiásticos nos dirán que han recibido esta in-
munidad de Dios mismo : sin embargo , entretan-
to que nos ofrecen pruebas de ello , nos aten-
dremos al principio cierto de que Dios quiere la
salud de los Estados , y de ningun modo que se'
escite en ellos la discordia y la destruccion.
152. La misma inmunidad quieren tambien
que sea estensiva á los bienes eclesiásticos. El
Estado ha podido sin duda declarar exentos estos
bienes de toda carga en aquellos tiempos en que
apenas sufragaban á la manutencion de los ecle-
siásticos . Pero estos no deben recibir este favor
sino de la autoridad pública , que tiene siempre
el derecho de revocarlo cuando el bien del Es-
tado lo exige. Siendo una de las leyes fundamen,
tales y esenciales de toda sociedad , que los bie-
nes de todos los miembros , cuando la urgencia
lo pida , deben contribuir proporcionalmente á
las necesidades comunes ; no tiene el Príncipe

(1) Revoluciones de Portugal.


164
autoridad para conceder por sí una exencion ab-
soluta á un cuerpo muy numeroso y rico , sin
irrogar una estrema injusticia al resto de sus súb-
ditos , sobre los cuales en virtud de esta exencion
recae el peso todo entero .
Bien lejos de pertenecer la exencion á los bie-
nes de la Iglesia , por estar consagrados á Dios , es
por el contrario esta la razon porque deben to-
marse los primeros para el bien del Estado ; pues
nada hay mas acepto al Padre comun de los hom-
bres que impedir la ruina de una nacion . Como
Dios de, nada necesita , consagrarle bienes , es des-
tinarlos á los usos que le son agradables . Ademas
los bienes de la Iglesia por confesion del clero mis-
mo estan en gran parte destinados á los pobres;
ཀྭ ༦el Estado que se halla en necesidad , es sin
duda el primer pobre y el mas digno de socorro .
Todavía podemos estender esta doctrina á los 17
casos mas ordinarios ; y apoyados en ella deci-
mos , que tomar una parte de los gastos corrien-
tes del Estado sobre los bienes de la Iglesia, y
aliviar con ellos al pueblo , es en realidad dar
estos bienes á los pobres segun su destino.
Lo verdaderamente contrario á la religion y á la
intencion de sus fundadores , es destinar al lujo,
al fausto y á la glotonería uños bienes que de-
bieran consagrarse al T alivio de los pobres ( 1 ). ¹ .
)। (།,, :, ་ ་
(1 ) Véanse las Cartas sobre las pretensiones del cle-
ro (a).
(a) Muy dignos de leerse son los sublimes conceptos
cón que S. Agustin y Ș. Juan Crisóstomo intentaban per-
suadir á los fieles , que tomasen á su cargo el cuidado de
fos bienes con que sus ma mayores habian dotado las igle
sias de Hipona y de Constantinopla , y que los descarga
sen del peso de las temporalidades que tanto les emba.
razaban en su ministerio. Son demasiado estensos los pa-
165
153. Todavía no estaban contentos los ecle-
siásticos con hacerse independientes ; emprendie-
ron ademas someter todo el mundo á su domi-
nacion ; y en verdad tenian algun derecho de

sages de ambos Santos Doctores , y por eso me remito


á los lugares citados al márgen , donde pueden verse.
Si el Clero no es mas que un simple poseedor , un
mero depositario , y ecónomo de los bienes que los fie-
les han cedido á favor de la Iglesia , ¿ quién pues será su
verdadero propietario ? ¿હૈં A quién pertenece su legítimo
dominio ?
El legítimo dominio de los bienes eclesiásticos reside
en el Soberano ; quiero decir en la universalidad de los
individuos que componen una nacion , á quien está ra-
dicalmente aneja la soberanía ; y que en fuerza de la
autoridad legislativa que le compete , permite á la Igle-
sia poseer bienes temporales.
Que es siempre el mismo el derecho de la nacion en
las adquisiciones del Clero ; que su posesion es solo mo-
mentánea y precaria , y no una verdadera propiedad ; y
que el Clero , en fin , no es mas que depositario y ad-
ministrador de unos bienes , que , satisfechas sus legítimas
necesidades , debe invertir en los fines piadosos á que en
el acto de la fundacion y de la ulterior adquisicion , fue-
ron adictos segun el espíritu de la Iglesia : siendo tan
inalterables estos destinos , que si la nacion llegara á
subrogarse al Clero , deberia desempeñarlos , sin embargo
de que apropiándose los bienes eclesiásticos , usaría de
un derecho de que nadie podria privarla , y cuya lucha
debieron prever , á lo menos como posible , los bienhe-
chores de la Iglesia.
Por otra parte , si atendemos á lo que la historia y
la jurisprudencia nos enseñan sobre la dependencia en
que el Clero ha estado en todos tiempos de las autorida-
des constituidas , en órden á adquirir , enagenar , empe-
ñar , é hipotecar sus bienes ; si escuchamos la voz de la
tradicion , que desde la cuna de la Iglesia nos está di-
ciendo que los bienes eclesiásticos son el patrimonio de
los pobres ; si nos hacemos cargo de que en todas las di-
nastías de nuestros Reyes han sido los bienes de la Igle-
sia el recurso universal en las calamidades públicas , no
de puro hecho , sino´en fuerza del concepto de su natu-
TOMO I. 13
166
despreciar á los estúpidos que los dejaban obrar.
La excomunion era un arma espantosa entre los
ignorantes supersticiosos , que ni sabian reducirla
á sus justos límites , ni distinguir el uso del abuso.

raleza ; si miramos , en fin , que los bienes de los cuerpos


estinguidos han recaido por la misma razon en el Estado,
y no en el Clero ; deduciremos , que el modo como este
ha poseido los bienes , ha presentado en todas las épo-
cas , mas bien los caractéres de un usufructo , ó mejor
de un derecho que tiene todo particular en los suyos.
Tenemos , pues , que si la nacion estingue los cuerpos,
quedan por supuesto estinguidos sus derechos , y con
ellos el de propiedad , que no puede entonces pertenecer
á los cuerpos , porque ya no existen ; tampoco á los
miembros que los componian , porque siendo colectiva
su propiedad , queda abolida en el mero hecho de disol-
verse la comunidad. Todas estas observaciones concier-
nen particularmente al Clero , porque no habiendo jamas
tenido sus individuos otro derecho en los bienes eclesiás-
ticos que á su cóngrua , esta sola es la que tendrian de-
recho de revindicar de la nacion , que es la única que
en caso de supresion quedaria legítimo propietario de los
bienes que poseian los cuerpos estinguidos.
Cuando el Soberano prohibe á la Iglesia la posesion
de sus bienes , se desvanece enteramente el derecho de
propiedad , y el mismo Soberano á quien no se le puede
negar el derecho supremo sobre todas las temporalidades
de sus Estados , se reviste entonces como naturalmente
de la cualidad de único propietario de los bienes ecle-
siásticos , tanto seculares como regulares , que en este
sentido pueden llamarse nacionales , ó bienes que las na-
ciones pueden apropiarse en fuerza del poder legislativo,
que tácita ó espresamente permitió hasta entonces su
posesion á aquellos cuerpos ; ó bien en rigor , del po-
der ejecutivo que lleva á efecto la condicion tácita ó es-
presa con que la sociedad habia concedido aquella po-
sesion.
La facultad que suponemos en el Soberano para
apropiarse los bienes de la Iglesia , debe no ser arbi-
traria ni caprichosa , sino fundada en la justicia y en la
salud del pueblo , que es la ley suprema á que el So-
berano mismo está sujeto.
167
De aqui nació un desórden que hemos visto rei-
nar hasta en algunos paises protestantes. Los
eclesiásticos por su pura autoridad se han atre-
vido á excomulgar á sugetos puestos en digni-
dad , á magistrados útiles á la sociedad , y á sos-
tener que heridos de los rayos del Vaticano , es-
tos oficiales del Estado no podian ya ejercer su
encargo. ¡ Qué trastorno de órden y de razon !
¿ Pues qué no será una nacion árbitra de confiar
el cuidado de sus negocios , su felicldad , su re-
poso y seguridad en las manos que la parezcan
mas hábiles y mas dignas ? Una potestad eclesiás-
tica privará al Estado , cuando la agrade , de sus
mas sabios magistrados , de su mas firme apoyo,
y al Príncipe de sus mas fieles servidores ? Una
pretension tan absurda se ha condenado por
Príncipes , y aun por Prelados juiciosos y res-
petables. En la carta 171 de Ivo Carnotense , es-
crita al arzobispo de- Sens , se lee : que los ca-
pitulares reales conforme al cánon XIII del XII
Concilio de Toledo , celebrado el año 681 , in-
timan á los Prelados que reciban en su trato á
los que la Magestad
T Real hubiese recibido en su
gracia , ó á su mesa , aunque ellos ú otros los
hubiesen excomulgado , á fin de que no apare-
ciese que la Iglesia desechaba ó condenaba á las
personas de que el Rey quiere servirse ( 1) .

(1) Véanse Curtas sobre las pretensiones del Clero (a).


(a) No es el cánon XIII , como sienta Vattel , sino
el III: véase la Coleccion Máxima del Cardenal Aguirre ,
con notas de Catalani , impresa en Roma en 1754 por An-
tonio Fulgonio , tom. 4 , pág. 265 , dice asi :
Vidimus quosdam , et flevimus ex numero culpato-
rum receptos in gratiam Principum extorres extitisse à
collegio Sacerdotum. Quod denotabile malum illa res
168
154. Las excomuniones lanzadas contra los
Soberanos mismos , y acompañadas de la abso-
lucion del juramento que los súbditos les habian
prestado , llevan á colmo este abuso enorme, y
es casi increible que las naciones hayan podido
mirar con sufrimiento tan odiosos atentados . No
obstante que en los §§ . 145 y 146 hemos hecho
sobre esto alguna insinuacion , diremos que el
siglo XIII fue fecundo en estos ejemplos escan-
dalosos. Porque Oton IV trató de sostener los
derechos del imperio sobre diversas provincias
de Italia , se vió excomulgado y despojado del
cetro por el Papa Inocencio III , y á sus súbditos
desligados del juramento de fidelidad. Abando-
nado de los Príncipes este desgraciado Empera-
dor , tuvo que ceder su corona á Federico II.
Juan Sintierra , rey de Inglaterra , queriendo man-
tener los derechos de su reino en la eleccion de
un arzobispo de Cantorberi , se vió espuesto á
los audaces atropellamientos del mismo Papa.
Inocencio excomulga al Rey , lanza un interdicto
sobre todo el reino , se atreve á declarar á Juan

agit , quia licentia principalis , in quo se solvi licentius


curat , ibi alios alligat , et quos in suam communionem
videtur suscipere , à communione , et pace Ecclesiæ eligit
separare ; ut qui cum illo convescunt sola Sacerdotum
communione priventur. Et ideo quia remissio talium , qui
contra Regem , gentem , vel patriam agunt , per defini
tiones canonum antiquorum , in potestate solum regia
ponitur , cui , et pecçasse noscuntur , adeo nulla se dein-
ceps à talibus abstinebit Sacerdotum communio .
Sed quos regia potestas aut in gratiam benignitatis
susceperit , aut participes mensæ suæ effecerit , hos etiam
Sacerdotum , et populornm conventus suscipere in eccle-
siasticam communionem debebit; ut quod jam principalis
pietas habet acceptum , neque à Sacerdotibus Dei habea-
tur extraneum. »
169
por indigno del trono , y desligar á sus súbditos
del juramento que le habian prestado ; subleva
contra él al clero , escita al pueblo á la rebelion ,
solicita del rey de Francia el que tome las armas
para destronar á este Príncipe , publicando una
cruzada contra él , como hubiera podido hacerlo
contra los sarracenos . El rey de Inglaterra pareció
por el pronto quererse sostener con vigor ; pero
abandonando luego el valor , se dejó llevar hasta
el esceso de infamia de resignar sus reinos en
las manos del Papa , para recibirlos de él y te-
nerlos como un feudo de la Iglesia bajo la con-
dicion de un tributo ( 1).
No han sido los Papas los únicos culpables
de estos atentados , porque tambien se hallan
concilios que han tomado parte en ellos ( 2) . El
de Lyon convocado por Inocencio IV el año
de 1245 , tuvo la audacia de citar al Empera-
dor Federico II á que compareciese para puri-
ficarse de las acusaciones formadas contra él,
amenazándole de excomunion si no lo ejecutaba.
Este gran Príncipe no entró en gran cuidado por

(1 ) Mathieu París: Turrentin . Comp. Hist. Eccl. siglo XII.


(2) Léase el Tratado sobre las excomuniones , por Collet,
impreso en Dijon en 1689 , en 12.º , reimpreso posterior-
mente en París. Esta materia merece llamar la atencion
de los Soberanos , de los sabios y de los ciudadanos ; por-
que es poco todo cuanto pueda reflexionarse sobre los
efectos que han producido los rayos del Vaticano cuando
en los Estados han encontrado sus excomuniones mate-
rias combustibles ; cuando las razones políticas las han
aplicado, y cuando las ha sufrido la supersticion de los
tiempos. ¡ Cuán cierto es lo que ha dicho de ellas un
gran filósofo ! Los hechos de esta clase deben mirarse
con ojos filosóficos , como principios que deben ilustrar-
nos , y como un repertorio de esperiencias morales he-
chas sobre el género humano,
170
un procedimiento tan irregular. Decia que el
Papa queria erigirse en juez y soberano , siendo
asi que desde la mas remota antigüedad los em
peradores habian convocado los Concilios por sí
mismos , y que en ellos los Papas y los Prelados
les rendian , como á sus Soberanos , el respeto y
obediencia que les debian ( 1 ) . Sin embargo , con-
temporizando el Emperador en cierto modo con
la supersticion de entonces , se dignó enviar em-
bajadores al Concilio para ventilar su causa ; lo
que no impidió que el Papa le excomulgase y
le declarase depuesto del imperio. Federico se
burló , como hombre superior , de estos rayos
impotentes , y supo conservar su corona á pesar
de la eleccion de Enrique , Landgrave de Turin-
ga , á quien los electores eclesiásticos y muchos
obispos osaron declarar Rey de romanos ; pero
esta eleccion apenas le valió otra cosa que el
título de Rey de bonetes. Si hubiera de acumu-
lar ejemplos no acabaria ; pero baste lo dicho
en honor de la humanidad , y para ver en opro-
bio suyo á qué esceso de estupidez habia redu-
cido la supersticion á las naciones de Europa
en estos malhadados tiempos (2) .

(1 ) Heise Hist. del Imp. lib. 2 , cap. 17.


(2) No dejaba de haber soberanos que favorecian los
atentados de los Papas , cuando podian serles ventajosos,
sin prever sus futuras consecuencias. Deseando Luis VIII,
rey de Francia , invadir los estados del conde de Tolosa ,
bajo el pretesto de hacer la guerra á los albigenses , pe-
dia al Papa entre otras cosas : « Que hiciese espedir una
bula por la cual declarase que entrambos Raymundos,
padre é hijo y sus herederos , han sido y quedan, esclui-
dos de todas sus posesiones lo mismo que todos sus par-
tidarios , asociados ó aliados . Hist. de Franc. por Velly,
tomo 4 , pág. 13.
El hecho siguiente de la misma naturaleza es bien
171
155. Por medio de las mismas armas espiri-
tuales el Clero lo atraia toda hácia sí , usurpaba la
autoridad de los tribunales y turbaba el órden
de la justicia. Pretendia tomar conocimiento de
todos los procesos , en razon del pecado por el
cual ningun hombre de buen sentido , decia el
Papa Inocencio III ( in cap. novit , de Judiciis),
puede ignorar que el conocimiento pertenece á
nuestro ministerio . El año de 1329 se atrevian
á decir los prelados de Francia al rey Felipe de
Valois , que impedir el que se presentase á los
tribunales eclesiásticos todo linage de causas , era
quitar todos los derechos de las iglesias : Omnia
ecclesiarum jura tollere. Y de este modo querian
entender en todas las contestaciones , chocando
impudentemente con la autoridad civil , y hacién-
dose temer por la vía de excomunion . Sucedia
tambien que no teniendo las diócesis la misma
demarcacion que el territorio político , citaba un
Obispo ante su tribunal á los estrangeros por
causas meramente civiles , y se ponia á juzgarlos

digno de notarse. Martino V excomulgó á Pedro , rey de


Aragon , lo declaró destituido de su reino , y de todas
sus tierras , inclusas las del patrimonio real , y desliga-
dos sus súbditos del juramento de fidelidad , estendien
do la excomunion á cuantos le reconociesen por rey , y
rindiesen el menor homenage. Dió despues el Aragon y
la Cataluña al conde de Valois , hijo segundo de Felipe
el Animoso , con condicion de que él y sus sucesores se
reconocerian vasallos de la santa Sede , la prestarian ju-
ramento de fidelidad , y la pagarian un censo anual. El
rey de Francia convocó sus barones y los prelados del
reino , para deliberar sobre la oferta del Papa , y le acon-
sejaron el aceptarla. « ¡ Estraña ceguedad de los reyes y
de su consejo! » esclama con razon un historiador mo
derno ; « no veian , que aceptando de este modo reinos
de la mano del Papa le autorizaban en su pretension con
facultad de deponerlos ? « Hist. de Franc. tom. 6 , pág. 390.
172
infringiendo manifiestamente el derecho de las
naciones. El desórden subia á tal grado hace tres
ó cuatro siglos , que nuestros antiguos sabios se
creyeron obligados á tomar las medidas mas sé
rias para contenerle. Estipularon en sus tratados
que ninguno de los confederados haria citar á
nadie ante las justicias espirituales por deudas pe-
cuniarias , pues que cada uno , debia contentarse
con la justicia de su domicilio . Vemos en la his-
toria que los Suizos reprimieron en muchas oca-
siones las pretensiones de los obispos y de sus
oficiales.
Nada hay en los negocios de la vida sobre
que no estendiesen su autoridad , bajo el pre-
testo de hallarse interesada la conciencia ; y ha-
cian comprar á los nobles la licencia de acos-
tarse con sus mugeres las tres primeras noches
despues del matrimonio ( 1).
156. Esta burlesca invencion nos conduce á
observar otro abuso manifiestamente contrario á
las reglas de una sábia política , y á lo que una na-
cion se debe á sí misma. Hablo de las sumas in-
mensas que atraen cada año á Roma de todos los
paises de su comunion la espedicion de bulas , dis .
pensas, etc. ¿Y qué no pudiéramos decir del es-
candaloso tráfico de las indulgencias ? Pero ha
tenido el resultado de ser ruinoso á la corte ro-
mana , que ha sufrido ya innumerables pérdidas
por haber querido ganar demasiado.
157. En fin esta autoridad independiente,
confiada muchas veces á eclesiásticos poco ilus-
trados para conocer las verdaderas máximas del

(1 ) " Bien sabian , dice Montesquieu , las noches que de-


bian señalar , pues de las demas poco dinero hubieran
sacado. »
173
gobierno , ó poco aplicados para instruirse de
ellas , y entregados á visiones fanáticas , á vanas
especulaciones apoyadas en una pureza quimé-
rica y escesiva ; esta autoridad , digo , ha pro-
ducido bajo pretesto de santidad leyes y prácti-
cas perniciosas al Estado , algunas de las cuales
dejamos ya insinuadas ; y Grocio refiere un ejem-
plo bien notable. " En la antigua iglesia griega,
dice , se observó durante mucho tiempo un ca-
non por el cual los que habian muerto á un
enemigo en la guerra , estaban escomulgados por
tres años » ( 1 ). ¡ Bella recompensa decretada á los
héroes , defensores de la Patria , en lugar de los
triunfos con que los honrába Roma pagana ! Es-
ta se hizo señora del mundo coronando á sus
mas valientes guerreros ; pero el imperio des-
pues que abrazó el cristianismo , no tardó en ser
presa de los bárbaros ; y sus súbditos ganaban
por defenderle una escómunion humillante , al
paso que entregándose á una vida ociosa , cre-
yeron tener franco el camino del cielo ; y se
vieron con efecto en el del esplendor y la inag-
nificencia.
CAPITULO XIII.

DE LA JUSTICIA Y DE LA POLICIA.

158. Despues del cuidado de la religion , uno


de los principales deberes del gefe de una na-
cion concierne á la justicia ; pues debe esmerar-
se en hacerla reinar en el Estado , y tomar jus
tas medidas para que se administre á todos del
modo mas seguro , mas pronto y menos onero-
so. Esta obligacion proviene del fin y del pac-

(1) Derecho de la paz y de la guerra , lib. 2. cap. 26.


174
to mismo de la sociedad civil. Ya hemos visto
( S. 15. ) , que si los hombres se han ligado con
las obligaciones de la sociedad , y si han con-
sentido en despojarse á favor de esta de una par-
te de su libertad natural , ha sido con el objeto
de gozar tranquilamente de lo que les pertene-
ce , y de obtener justicia con seguridad . La na-
cion obraría contra sí misma y engañaria á los
particulares , si no se aplicase seriamente á ha-
cer reinar una exacta justicia ; y tanto su felici-
dad , como su reposo y prosperidad , exigen esta
atencion. La confusion , el desorden , el desalien-
to nacen bien pronto en el Estado , cuando los
ciudadanos no estan bien seguros de obtener
pronta y facilmente justicia en todas sus dife-
rencias ; dimanando de aqui que las virtudes ci-
viles se estingan , y la sociedad se debilite.
159. La justicia reina por dos medios , que
son las buenas leyes y la atencion de los supe-
riores para hacerlas observar. Cuando en el ca-
pítulo tercero tratábamos de la Constitucion del
Estado , habiamos ya hecho ver , que la nacion
debe establecer leyes justas y sábias , y tambien
indicamos las razones por las cuales no podemos
entrar aquí en el pormenor de estas leyes. Si los
hombres fuesen siempre igualmente justos , equi-
tativos , é ilustrados , bastarian sin duda á la so-
ciedad las leyes naturales ; pero la ignorancia,
las ilusiones , el amor propio y las pasiones , ha-
cen inútiles con demasiada frecuencia estas sa-
gradas leyes. Por eso vemos que todos los pue-
blos juntos han conocido la necesidad de hacer
leyes positivas ; pero hay necesidad de reglas ge-
nerales y formales para que conozca cada uno
claramente su derecho , sin hacerse ilusion , y.
tambien es á veces necesario separarse de la equi-
175
dad natural para prevenir el abuso у el fraude
por acomodarse á las circunstancias ; y pues que
el sentimiento del deber es tan imponente en el
corazon del hombre , preciso es que una sancion
penal dé á las leyes toda la eficacia. He aquí co-
mo la ley natural se cambia en ley civil ( 1 ) . Pe-
ligroso fuera cometer los intereses de los ciuda-
danos al puro arbitrio de aquellos que deben
administrar la justicia , y por lo mismo el legis-
lador debe ayudar al entendimiento de los jue-
ces , hacer que no les estravien sus preocupacio-
nes é inclinaciones , y sujetar su voluntad por
reglas sencillas , fijas y ciertas ; todo lo cual ha-
cen tambien las leyes civiles (2).
160. Las mejores leyes son inútiles si no se ob-
servan; por tanto la nacion debe dedicarse á man.
tenerlas , á hacerlas respetar y ejecutar puntual-
mente , sin perdonar cuidado ni diligencia algu-
na , que por muy justa , estensa y eficaz que sea,
nunca está demas en este punto ; como que de
él dependen en gran parte su dicha , su gloria y
su tranquilidad (3).

(1) Véase una disertacion sobre esta materia.


(2) No puede leerse nuestra legislacion , sin admirar
la sabiduría y tino con que se dieron , atendida la época
de su promulgacion , y la facilidad con que han caido
en el olvido gran parte de ellas. De este olvido ha pro-
cedido tambien la irrupcion de una práctica arbitra-
ria , que jueces , ó indolentes , ó venales , ó ignorantes
han ido adoptando á la insinuacion nada imparcial de es-
cribanos , dueños de los procesos , é inventores de abu-
SOS sin responsabilidad alguna.
(3) Desde el dia 24 de Marzo de 1834 comenzó nues-
tra regeneracion judicial. Despues se dió el Real decreto
que el buen sentido y la acertada direccion de los nego-
cios estaba reclamando , sobre la separacion de los guber-
nativos , dejando en los tribunales solamente los conten-
176
161. Ya hemos observado ( §. 41. ) que el so-
berano , ó caudillo que representa una nacion y
está revestido de su autoridad , tambien está en-
cargado de sus deberes ; y por lo mismo una de
las principales funciones del Príncipe , y la mas.
digna de la magestad soberana , será trabajar
porque reine constantemente la justicia. El em-
perador Justiniano comienza su libro de las Ins-

ciosos. Se han organizado los juzgados y tribunales ; se


han fijado las atribuciones de cada uno y los asuntos ea
que deben entender. Se ha organizado tambien el Consejo
Real , cuya ereccion hace tanto honor al ilustrado gobier
no de la Reina nuestra Señora ; y al paso que el decre
to de 21 de Abril cierra la puerta á las escandalosas ar-
bitrariedades que tantos males han causado , y harian in-
terminables los pleitos ; el de 18 de Junio nos prepara el
gran bien que eu lo judicial ha de producir la responsa-
bilidad de los magistrados. ¡ Cuándo veremos establecido
inalterablemente un punto de tanta importancia y tras
cendencia! ¡ Cuándo veremos espresamente mandado que
se funden las providencias por lo menos definitivas ! ¡ Cuán-
do veremos ordenado que los pleitos en revista , ó pri-
mera suplicacion , sean vistos y faliados por jueces entera-
mente distintos de los que fallaron en apelacion ! ¡ Cuán-
do en las causas criminales desaparecerá la magia escri
bauil , que sabe hacer de lo blauco negro , y por el con-
trario ! ¡ Cuándo las veremos formadas con acierto , con
lógica , con buena fe ! ¡ Cuándo será que el fiscal , como
acusador y actor en ellas , hable primero que el acusado,
para que este ó su defensor lleuen igualmente sus debe-
res ! Cuando .... Pero todo bien debe esperarse de los Có-
digos civil , criminal , y de substanciacion ó de procedi-
mientos , que la sabiduría de nuestra Reina Gobernado.
ra ha mandado formar , y se aguardan con impaciencia.
Por Temis y Astrea que se nos saque de tanto caos , y se
nos alivie del grave peso con que nos abruman volúme-
nes y mas volúmenes de leyes y decretos , en donde
abundan prodigiosamente las anomalías , las contradic-
ciones , y un lenguaje para cuya inteligencia se necesi-
tan dragomanes de oficio.

J
177
tituciones por estas palabras Imperatoriam majes
tatem non solum armis decoratam , sed etiam legi-
bus oportet esse armatam ; ut utrumque tempus et
bellorum et pacis rectè possit gubernari. El grado
de poder confiado por la nacion al gefe del Es-
tado , será tambien la regla de sus deberes y de
sus funciones en la administracion de la justicia .
Así como la nacion puede reservarse el poder
legislativo , ó confiarle á un cuerpo escogido ,
tiene tambien el derecho de establecer , si lo juz-
ga conveniente , un tribunal supremo para juz-
går de todas las contestaciones con independen-
cia del Príncipe ; pero el que gobierna debe na-
turalmente tener una parte considerable en la
legislacion , y aun puede tambien ser él solo de-
positario de ella ; en cuyo caso le toca establecer
leyes dictadas por lala sabiduría
sabiduría y la equidad ; y
en todos debe proteger las leyes , vigilar sobre
los que se hallan revestidos de la autoridad , y
contener á cada uno en su deber ,
162. El poder ejecutivo pertenece natural-
mente al soberano ó gefe de la sociedad , del
cual se le considera revestido en toda su esten-
sion cuando no se la restringen las leyes funda-
mentales. Una vez establecidas las leyes , el Prín-
cipe debe hacerlas ejecutar. Mantenerlas en vi-
gor , y hacer de ellas una justa aplicacion en
todos los casos que se presenten , es lo que se
llama hacer justicia , es el deber del soberano ,
que naturalmente es el juez de su pueblo ; y si
bien se han visto Príncipes de algunos pequeños
estados administrar la justicia , desempeñando
por sí misinos las funciones de jueces , este uso
es poco conveniente y aun imposible en un rei-
no vasto.
163. El mejor y mas seguro medio de dis-
178
tribuir la justicia es poner jueces íntegros é ilus-
trados , que conozcan en las diferencias que pue-
den suscitarse entre los ciudadanos. Es imposi-
ble que el Príncipe se encargue de este penoso
trabajo , porque ni tendria el tiempo necesario
para instruirse á fondo de todas las causas , ni
tampoco los conocimientos que se requieren pa-
ra juzgarlas . No pudiendo el Soberano desem-
peñar personalmente todas las funciones del go-
bierno , debe reservarse con un justo discerni-
miento aquellas á que pueda dar vado y que
sean las mas importantes , y confiar las demas á
oficiales ó magistrados que las ejerzan en su
nombre. No hay inconveniente alguno en con-
fiar el juicio de un proceso á un tribunal de
hombres sábios , íntegros é ilustrados ; antes bien
es lo mejor que puede hacer el Príncipe : y ha
cumplido en este punto con lo que debe á su
pueblo , cuando le ha dado jueces adornados de
todas las cualidades convenientes á los ministros
de la justicia , sin que le reste mas que velar
sobre su conducta para que no se relaje.
164. El establecimiento de los tribunales de
justicia es particularmente necesario para juzgar
las causas del fisco , es decir , todas las cuestio-
nes que pueden suscitarse entre los que ejercen
los derechos útiles del Príncipe y de los súbdi-
tos. Fuera mal visto y poco conveniente que un
Príncipe quisiese ser juez en su propia causa , y
sería muy dificil que resistiese á las ilusiones del
interes y del amor propio; y aun cuando pu-
diera hacerse superior á ellas , no debe espo-
ner su gloria á los siniestros juicios del vulgo .
Estas razones importantes deben tambien impe-
dirle cometer el juicio de las causas que le in-
teresan á ministros y consejeros particularmente
179
adictos á su persona. En todos los estados bien
organizados , en los paises que son un estado
verdadero y no el dominio de un déspota , los tri-
bunales ordinarios juzgan los procesos del Prín-
cipe con tanta libertad como los de los indivi-
duos particulares .
165. El objeto de los juicios es terminar con
justicia las diferencias que ocurran entre los ciu-
dadanos. Si pues las causas se instauran é ins-
truyen ante un juez de primera instancia que exa-
mina todos los pormenores , y verifica las prue-
bas ; es muy conveniente para mayor seguridad ,
que la parte condenada por este primer juez ,
pueda apelar de él á un tribunal superior , que
examine la sentencia , y la reforme si la halla mal
fundada : pero es necesario que este tribunal su-
premo tenga autoridad para pronunciar definiti-
vamente y sin devolucion , porque de otro mo-
do será vano el proceso , y la disputa no podrá
darse por conclusa.
La práctica de recurrir á la persona del Prín-
cipe , elevando queja al pie del trono , cuando la
causa se ha juzgado en última instancia , está
sujeta á graves inconvenientes ; porque es mas
fácil sorprender al Fríncipe por razones especio-
sas , que á un tribunal de magistrados versados
en el conocimiento del derecho ; y la esperiencia
nos muestra demasiado, cuáles son en una corte
los recursos del favor y de la intriga . Si las leyes
del estado autorizan esta práctica , el Príncipe de-
be siempre temer no se formen estas quejas con la
mira de causar largas dilaciones y alejar una me-
recida condena. Un soberano justo y sábio no las
admitirá sino con grandes precauciones ; y si anu-
la el fallo sobre que se versa la queja , no debe
juzgar la causa por sí mismo , sino cometer su
180
conocimiento á otro tribunal. Las ruinosas dila-
ciones de este modo de proceder , nos autori-
zan á decir que es mas conveniente y mas ven-
tajoso al Estado establecer un tribunal sobera-
no , cuyas sentencias definitivas no puedan ser
anuladas ni aun por el Príncipe. Basta para la
seguridad de la justicia que vele el soberano so-
bre la conducta de los jueces y magistrados , co-
mo debe velar sobre la de todos los oficiales del
estado , y que tenga el poder de buscar y casti-
gar á los prevaricadores.
166. Establecido ya un tribunal soberano , no
puede tocar el Príncipe á sus decretos , y en ge-
neral está absolutamente obligado á guardar y
mantener las formas de la justicia . Tratar de vio-
larlas es incidir en la dominacion arbitraria , á
la cual no puede presumirse que nacion alguna
haya querido someterse.
Cuando las formas son viciosas pertenece al
legislador reformarlas , y esta operacion hecha
ó procurada segun las leyes fundamentales , será
uno de los mas saludables beneficios que puede el
soberano derramar sobre su pueblo . Precaver á
los ciudadanos del riesgo de arruinarse por la de-
fensa de sus derechos , reprimir y sofocar al mons-
truo del embrollo , es á los ojos del sábio una
accion mas gloriosa que todas las proezas de un
conquistador.
167. La justicia se hace en nombre del sobe-
rano , el cual se atiene al juicio de los tribuna-
les , y toma justamente por derecho y justicia
el fallo que han pronunciado. Su incumbencia,
en esta parte del gobierno , se cifra en mante-
ner la autoridad de los jueces y en hacer ejecu-
tar sus sentencias , sin lo cual fueran vanas é ilu
sorias , y no se haria justicia á los ciudadanos.
181
168. Hay otra especie de justicia que se lla
ma atributiva ó distributiva , y consiste general-
mente en tratar á cada uno segun sus méritos.
Esta virtud debe reglar en un estado la distri-
bución de los empleos públicos , de los honores
y de las recompensas , porque una nacion debe
primeramente animar á los ciudadanos , escitar-
los á la virtud por honores y recompensas , y
confiar los empleos solo á aquellos sugetos ca-
paces de desempeñarlos. Debe tambien á los par-
ticulares la justa atencion de recompensar y de
honrar el mérito ; y bien que un Soberano sea
dueño de distribuir sus gracias y empleos á quien
le agrade , y que nadie tenga un derecho per-
fecto á ninguna carga ó dignidad , sin embargo
un hombre que por una grande aplicacion se ha-
lla dispuesto á servir útilmente á su patria , el
que ha hecho un señalado servicio al Estado ,
estos ciudadanos , digo , pueden quejarse con
justicia , si el Príncipe los deja en el olvido por
promover á gentes inútiles y sin mérito ; porque
es tratarlos con ingratitud condenable y muy
propia á estinguir la emulacion . Apenas hay fal-
ta que á la larga sea perniciosa en un estado ,
pues introduce en él un desaliento general , y es
preciso que dirigidos los negocios por manos
poco diestras tengan un mal éxito. Un estado
poderoso se sostiene algun tiempo por su pro-
pio peso ; pero al fin cae en la decadencia , y es-
ta es quizá una de las principales causas de las
revoluciones que se observan en los grandes im-
perios. El Soberano atiende á la elección de los
empleados , mientras se considera obligado á ve-
lar por su conservacion , y á estar sobre sí ; pe
ro desde que se cree alzado á un punto de po-
der у de grandeza que no le deja nada que te-
TOMO I. 14
182
mer , se entrega á su capricho , y el favor distri-
buye todos los empleos.
169. El castigo de los culpables se refiere
ordinariamente a la justicia atributiva , de la
cual es con efecto un ramo " en cuanto pide el
buen órden que á los malhechores se impongan
las penas que han merecido . Pero si la quiere
establecer con evidencia sobre sus verdaderos
fundamentos , es preciso ascender á los princi-
pios. El derecho de castigar , que en el estado
de naturaleza pertenece a cada particular ( 1 ) se
funda en el derecho de seguridad. Todo hom-
bre le tiene de ponerse á cubierto de las injurias
y de proveer á su seguridad por la fuerza con-
tra los que le atacan injustamente. Por este efec-
to puede infligir una pena al que le hace inju-
ria , tanto para ponerle fuera de la ocasion de
ofenderle despues ó para corregirle , como para
contener por su ejemplo á los que intentasen
imitarlo. Como la sociedad , cuando los hombres
se unen en ella , queda encargada en lo sucesi-
vo de proveer á la seguridad de sus miembros,
y en esta razon se despojan todos en favor de
ella de su derecho de castigar ; es claro que á ella
toca vengar las injurias particulares protegien-
do á los ciudadanos . Y como ella es una perso-

(1 ) Jamas incumbe á ningun particular respecto de


su igual el derecho de castigar , esto es , el de corregir al
que delinque , haciéndole sufrir un mal. La naturaleza
solo le concede á los padres sobre sus hijos, y la sociedad,
por un consentimiento , al Soberano sobre sus súbditos ,
como á padre comun de todos. En el estado de naturaleza
el hombre de igual á igual ó respecto á otro hombre, solo
tiene el derecho de tomarse la justicia por su mano , y dar
garantías para lo futuro, pero en la sociedad está bajo la pro-
teccion del Soberano en quien ha depositado este derecho.
183
na moral á quien se puede hacer injuria , es cla-
ro tambien que está en derecho de mantener su
seguridad castigando á los que la ofenden , es
decir , que tiene derecho de castigar los delitos
públicos. Este es el origen del derecho de espada
que pertenece á la nacion ó á su gefe. Cuando
lo ejerce contra una nacion hace la guerra ( 1 );
cuando se sirve de él para castigar á un parti-
cular ejerce la justicia vindicativa. Dos cosas de-
ben considerarse en esta parte del gobierno , las
leyes y su ejecucion .
170. Seria peligroso abandonar el castigo de
los culpables á la discrecion de aquellos que tie-
nen la autoridad en su mano , porque seria posi-
ble que se mezclasen las pasiones en una cosa
que solo deben reglar la justicia y la sabiduria.
La pena señalada de antemano á una mala ac-
cion , sirve de mayor freno á los malvados , que
un temor vago , sobre el cual pueden hacerse
ilusion. En fin , los pueblos ordinariamente con .
movidos con el castigo de un miserable , quedan
mejor convencidos de la justicia de su suplicio ,
cuando es la ley quien lo ordena. Todo estado
culto debe tener sus leyes criminales , y al legis-
lador , sea el que quiera , toca establecerlas con
justicia y sabiduría. Pero como no es este el lu

(2) El derecho de la guerra no es otro que el de ha-


cerse justicia por la fuerza , cuando no se puede conse-
guir de otro modo, y el de exigir con las armas en la ma-
no , bien la reparacion
ó satisfaccion del mal ó injuria
que se recibe , bien seguridad de sus garantías para pre-
caver que se repita el daño. Solamente á un superior ,
como hemos dicho , ya sea padre de familias , ya sea ma-
gistrado, incumbe castigar o corregir al delincuente mal
de su grado .
:
"

184
gar de establecer su teoría general , limitémo-
nos á decir que cada nacion debe escoger en
esta materia , como en cualquiera otra , las le-
yes mas adecuadas á las circunstancias ( 1 ).
171. Por lo tocante á la graduacion de las
penas no olvidemos que atendiendo al derecho
de castigar , y al fin legítimo de ellas , es nece-
sario contenerlas dentro de sus justos límites.
Puesto que las penas tienen por objeto procu-
rar la seguridad del Estado y de los ciudadanos,
jamas deben estenderse mas alla de lo que exige
esta seguridad. Decir que toda pena es justa
cuando el delincuente ha conocido de antemano
el castigo á que se esponia , es usar un lengua-
ge barbaro , contrario á la humanidad y á la ley
natural ; la cual nos prohibe hacer mal alguno
á los demas , á menos que no nos pongan en la
necesidad de infligírselo por nuestra defensa y
seguridad. Siempre que no es de temer mucho
una especie de delito en la sociedad ; cuando
las ocasiones de cometerlo son raras y los súbdi-
tos no propenden á ello , no conviene reprimir-
le con penas demasiado severas. Tambien debe
atenderse á la naturaleza del delito , y castigar-
le en proporcion de lo que interesa á la tran-
quilidad pública , á la salud de la sociedad y á

( 1) Sobre la jurisprudencia criminal léase á Filangieri;


á Brissot en su Teoría de las leyes criminales ; á Becaria,
nuestro erudito Lardizabal , Cremani y otros citados por
estos. La Teoria de las penas y recompensas por Jeremias
Bentham ha merecido la aprobacion de los sabios juris .
consultos , pero me temo que hayan de pasar muchos
años para que se reduzca á práctica. Tambien es muy re-
comendable el proyecto de Codigo de seguridad pública y
particular , redactado por S. Bexon , y presentado á S. M.
el Rey de Baviera.
185
lo que anuncia la perversidad del delincuente.
No solamente la justicia y la equidad dictan
estas máximas , sino que tambien las recomien-
dan del modo mas enérgico la prudencia y el
arte de reinar. La esperiencia nos hace ver que
la imaginacion se familiariza con los objetos que
se la presentan frecuentemente ; y si los terribles
suplicios se multiplican , iran perdiendo los pue-
blos de dia en dia la fuerza de su impresion , y
contraerán al cabo , como los japoneses , un ca>
racter y atrocidad indomables , porque estos es-
pectáculos sangrientos dejarán de producir el
efecto para el cual se destinaron , y de aterrar
á los malvados. Lo mismo sucede con los em-
pleos que con los honores : un Príncipe que mul-
tiplica escesivamente los títulos y las distinciones,
lus envilece bien pronto , y no sabe manejar uno
de los mas poderosos y faciles resortes del go
bierno.
Cuando se reflexiona sobre la práctica cri-
minal de los antiguos Romanos ; cuando se re
cuerda su atencion escrupulosa en economizar
la sangre de los ciudadanos , no puede menos
de chocar la facilidad con que hoy se vierte en
la mayor parte de los Estados. ¿ Será que la re-
pública romana estuviese mal organizada ? ¿d Vei
mos nosotros mas órden y seguridad ? Lo que
contiene á todo el mundo en su deber , • no es
tanto la atrocidad de las penas como la exacti-
tud en exigirlas; y si se castiga con pena de muer-
te un simple hurto , ¿ qué se reservará para po
ner en seguridad la vida de los ciudadanos ?
0172. La ejecución de las leyes pertenece al
gefe de la sociedad , de cuyo cuidado se halla
encargado , y con la indispensable obligacion de
desempeñarle con sabiduría.
186
El Príncipe velará en hacer observar las le
yes criminales; pero no tratará de juzgar por sí
mismo á los delincuentes . Ademas de las razo-
nes alegadas cuando hemos hablado de los jui-
cios civiles , mas poderosas todavia respecto de
las causas criminales , el papel de juez contra un
miserable no conviene á la magestad del Sobe-
rano , que en todo debe parecer el padre de su
pueblo. Es una máxima muy sabia y comunmen.
te recibida en Francia , que , el Principe se re-
serve todos los negocios de gracia y abandone á
los magistrados el rigor de la justicia , la cual
debe ejercerse siempre en su nombre , y bajo su
autoridad ; procurando todo buen Príncipe vigi-
lar atentamente sobre la conducta de los magis
trados , y obligarlos á observar escrupulosamen
te las formas establecidas , pero sin menoscabar-
las por sí mismo. El Soberano que desprecia ó
viola las formas de la justicia en la pesquisa de
los culpables , camina á la tiranía con pasos agi-
2
gantados , y los ciudadanos no pueden contar
con su libertad , desde que recelan que puede
no condenárseles segun las leyes en las formas
establecidas y por jueces ordinarios. El uso de
someter las causas á comisionados celegidos de
intento , y segun la voluntad de la corte des
una invencion tiránica de algunos ministros que
abusaban del poder> del Príncipe. Por este me .
dio tan irregular como odioso conseguia siem
pre un famoso ministro deshacerse de sus ene
migos. Un buen Principe jamas debe acceder á es-
to, si es bastante ilustrado para prever el'horrible
abuso que sus ministros pudieran hacer. Asi co-
mo un Príncipe no debe juzgar él mismo , tam
poco puede agravar la sentencia /pronunciada
por los jueces.
187
173. La naturaleza misma del gobierno exige
que el ejecutor de las leyes tenga facultad de dis-
pensarlas cuando puede hacerlo sin perjuicio de
tercero , y en ciertos casos particulares en que el
bien del Estado exige una escepcion , De aqui pro-
viene que el derecho de hacer gracia es un atri-
buto de la soberanía ; pero el Soberano en toda
su conducta , y lo mismo en sus rigores que en
su misericordia , solo debe atender á la mayor
ventaja de la sociedad , dejando á su prudencia
é ilustracion saber conciliar la justicia y la cle-
mencia , la seguridad pública y la caridad que
se debe á los desgraciados . L
174. La policía consiste en la atención del
Príncipe y de los magistrados para mantenerlo
todo en orden; en cuya razon debe prescribir-
se por sábios reglamentos todo lo mas condu-
cente á la seguridad , á la utilidad y á la con
veniencia pública ; poniendo la mayor atencion
en hacerlos observar aquellos que estan reves
tidos de la autoridad . El Soberano por una sá
bia policía acostumbra á los pueblos al orden ý
á la obediencia , y conserva la tranquilidad , la
paz y la concordia entre los ciudadanos. A los
magistrados holandeses se les atribuyen talentos
singulares para la policía ; y con efecto , sus ciu
dades y hasta sús establecimientos " en las Indias
son de todos los paises del mundo aquellos don-
de generalmente se la ve mejor desempeñada ...
175. Habiéndose substituido las leyes y la au
toridad de los magistrados a la guerra privada,
no debe 3 sufrir el Príncipe que los particulares
se arrojen á tomarse la justicia por su mano,
cuando pueden recurrir3 á los magistrados. El
desafio , ó el duelo , ese combate en que se em -
peñan dos por una querella particular , es un
188
desórden manifiestamente contrario al objeto de
la sociedad. Desconocido era este furor entre los
antiguos Griegos y Romanos que tanto estendie-
ron la gloria de sus armas ; y nosotros le debe-
mos á pueblos bárbaros que no conocian otro
derecho que su espada. Luis XIV merece los ma-
yores elogios por sus esfuerzos en abolir un uso
tah feroz (1).
1.
176. Pero ¿ como no se trató de persuadir á
este Principe , que las penas mas severas eran
insuficientes para curar la manía del duelo , pues-
to que no atacaban el mal en su origen ? Y como
una preocupacion ridicula habia persuadido á

(1 ) Segun nuestras antiguas leyes fue permitido en Es-


paña el desafio có riepto (a) , pero bajo ciertas condiciones
que pueden leerse en el título 5 , lib. 1 del Fuero viejo de
Castilla ; en el título 21 , libro 4 del Fuero Real ; en los tí-
tulos 3 , 4 y 11 , de la Partida Séptima ; en la ley 49 del
Estilo; en el título 29 del Ordenamiento de Alcalá, y en las
del Ordenamiento Real , insertas despues con otras en la
Nueva Recopilación. Los Reyes Católicos en 1480 prohi-
bieron el duelo espresamente y con severísimas penas, y
posteriormente los Señores Reyes D. Felipe V y D. Fer-
nando el VI , aquel en 1716 , y este en 1757 , como puede
verse en las leyes del título 20 , lib. 12 de la Novísima
Recopilacion. Nos abstenemos de hablar en este punto,
porque ofrece un campo tan vasto y cuestiones de tal
controversia , que escedieran los límites de una nota. Di-
remos sin embargo que aunque el desafio ó duelo es con-
trario á lo dispuesto en los Sagrados Cánones , y repugna
á la lenidad de nuestra Santa Religion , fue (como ya he-
mos insinuado ) permitido otro tiempo en España ; sin
duda porque concurrian causas políticas para esta tole-
rancia , sin lo cual habrian sobrevenido mayores males. '' '
;
(a) Segun nuestras leyes de Partida se llama riepto, y
la etimologia de esta palabra , segun la ley 1. tit. 3.
Part. 7.a , viene del verbo latino repeto , que significa
repetir lo que se ha ejecutado.
189
toda la nobleza y á los militares que el honor
obliga á un caballero á vengar por sí mismo la
menor injuria que hubiese recibido , este era el
principio sobre el cual sería necesario trabajar.
Destruid esa preocupacion , ó encadenad el mal
por un motivo de la misma naturaleza. Mien-
tras un noble que obedece á la ley sea tratado
por sus iguales como un cobarde , ó como hom-
bre sin honor; y mientras un oficial en el mis-
mo caso se vea precisado á abandonar el servi-
cio , ¿ por qué se le impide que se bata amena-
zándole con la muerte? Empleará por el con-
trario su valor en esponer dos veces la vida para
lavar su 'deshonra. Y á la verdad mientras la preo-
cupacion subsista , mientras un noble ó un ofi-
cial no puedan resistirla sin llenar de amargura
el resto de sus dias , yo no sé si podrá casti-
garse con justicia al que se vió obligado á so-
meterse á su tiranía , ni si se le debe calificar
de culpable en buena moral . Este honor mun-
dano , falso y quimérico en hora buena , es para
él un bien muy real y muy necesario'; puesto
que sin este honor no puede vivir entre sus igua-
les , ni ejercer una profesion que es muchas ve
ces su único recurso . Cuando un brutal quiere
arrebatarle injustamente esta quiinera acredita-
da y necesaria , ¿ por qué no ha de defenderla ,
como defenderia su propiedad y su vida contra
un ladron ? Asi como el Estado no permite á un
particular que lance con las armas en la mano
al usurpador de su propiedad , porque el magis-
trado puede hacerle justicia, del mismo modo si
no quiere el Soberano que este particular saque
la espada contra el que le insulta , debe nece-
sariamente hacer de manera que la paciencia y
la obediencia del ciudadano insultado no le cau-
190
sen perjuicio. La sociedad no puede quitar al
hombre su derecho natural de guerra contra un
agresor , sino dándole otro medio que le preser-
ve del mal que se le quiere hacer. En todas las
ocasiones que la autoridad pública no puede con-
currir á nuestro socorro , volvemos á entrar en
nuestros derechos primitivos de la defensa na-
tural . Por eso un viagero puede matar al ladron
que le ataca en un camino , porque en vano im-
ploraría entonces la proteccion de las leyes y del
magistrado. Por eso merecerá elogio una casta
doncella si quita la vida á un atrevido que la
quiera violar.gol y mu
Mientras los hombres no olviden esta idea
gótica ; en tanto que el honor les obligue á ven-
gar por su mano las injurias personales en des-
precio,, mismo de la ley , el medio, mas seguro
para contener los efectos de esta preocupacion,
será quizá hacer una entera distincion entre el
ofendido y el agresor , conceder sin dificultad la
gracia del primero cuando aparece que fue ver-
daderamente atacado en su honor , y castigar
sin misericordia al que le ultrajó. Y tambien qui-
siera yo que se castigara severamente á los que
sacan la espada por bagatelas , por nimiedades,
por piques , ó por sarcasmos que nada intere-
san , al honor. De esta manera se pondria freno
á esas gentes pendencieras y brutales , que re-
ducen muchas veces á los mas prudentes á la
necesidad de reprimirlos. Cada uno se contendria
dentro de sí mismo , por evitar que se le consi
derase como un agresor ; y queriendo renunciar á
la ventaja de batirse , si es necesario , sin incur-
rir en las penas que la ley pronuncia,, una y otra
parte se moderarian , se desvanecería la disputa
y no tendria consecuencias. Muchas veces un
191
provocativo abriga la cobardía en su corazon;
pero hace el guapo é insulta confiado en que el
rigor de las leyes obligará á que se sufra su in-
solencia. ¿ Y qué sucede ? Un hombre animo-
so se espone á todo mas bien que dejarse in-
sultar; el agresor no se atreve a retroceder , y
ya tenemos trabado un combate al cual, no , se
hubiera dado lugar si el último pudiese pen
sar que la misma ley que le condena , absolvien.
do al ofendido , no impediria á este castigar su
audacia.
A esta primera ley, y cuyos eficaces efectos,
estoy bien eierto , demostraria bien pronto la es
periencia , sería bueno añadir los reglamentos
siguientes: Puesto que la costumbre quiere
que la nobleza y los militares vayan siempre ar
mados en tiempo de paz , seria necesario por lo
menos hacer observar exactamente las leyes , que
solo á estas dos clases permiten cenic espada,
2. Sería conducente establecer un tribunal particu-
lar para juzgar sumariamente , todas las causas de
honor entre las personas de entrambas clases. El
tribunal de los mariscales de Francia está en po-
sesion de estas funciones , que 1 se les pudieran
atribuir con.mas formalidad yey estension. Los Go-
bernadores de provincia y de plaza con su estar
do mayor , los coroneles y capitanes de cada re
gimiento serian subdelegados natos de los maf
riscales. Estos tribunales ,conferirian solos cada
uno en su departamento el derecho de llevar
espada. Todo noble á la edad de 16 618 años,
y todos los demas á su entrada en un regimiens
to, tendrian obligacion de comparecer ante el tri
bunal para recibir la espada. 3. Al dársela le dit
rian que se da entregaban solo para la defensa
de la patrias y se le podriah dar ideas sanas so,
192
bre el honor. 4. Me parece muy importante esta-
blecer penas de naturaleza diferente para los di-
ferentes casos. Se pudiera degradar de la noble-
za y de las armas , y castigar corporalmente á
cualquiera que se propasase á injuriar de hecho
ó de palabra á un caballero , y decretar tambien
la pena de muerte , segun la atrocidad de la in-
juria , sin concederle gracia ninguna , segun mi
primera observacion , si se siguió el duelo , al pa-
so que se absolviese de toda pena á su enemigo.
Los que se baten por motivos leves , no trato de
que se les condene a muerte , sino en el caso de
que el autor de la querella , esto es , el que la
llevó hasta el punto de sacar la espada ó de de-
safiarse , hubiese muerto á su adversario. Hay
esperanza de salvarse de la pena cuando es muy
severa , y la de muerte por otra parte en seme-
jante caso no se lasconsidera como una infamia.
Degrádeseles vergonzosamente de la nobleza y
de las armas , príveseles para siempre , y sin es-
peranza de perdon , del derecho de ceñir espada,
y esta es la pena mas propia para contener á los
hombres de honor; bien entendido que se ten-
dria cuidado en hacer distincion entre los cul-
pables , segun el grado de su falta. Por lo que
toca a los plebeyos , que no son militares , de-
ben dejarse á la animadversion de los tribunales
las querellas que entre ellos se susciten , y la
sangre que derramen , vengarla segun las leyes
comunes contra la violencia y el homicidio. Lo
mismo sucederia en las pendencias que se llega-
sen á suscitar entre un plebeyoýun hidalgo;
pues al magistrado toca mantener el orden y
la paz entre los que no puedan tener entre sí
negocios de honor. Proteger al pueblo contra la
violencia de los nobles , y castigarlos severamen-
193
te si osaban insultarle , seria tambien , como lo
es hoy dia , un cargo del magistrado.
Me atrevo á creer que bien observados estos
reglamentos y este orden , se sofocaria un mons-
truo á quien no han podido contener las leyes
mas severas . Ellos tocan al origen del mal previ-
niendo las pendencias , y oponen el vivo senti-
miento de un honor verdadero y real á ese ho-
nor falso y pelilloso que hace correr tanta san-
gre. Digno sería de un gran monarca ensayarlos,
pues el suceso inmortalizaría su nombre , y la
sola tentativa le conciliaria el amor У el recono-
cimiento.
CAPITULO XIV.

TERCER OBJETO DE UN BUEN GOBIERNO , FORTIFI-


CARSE CONTRA LOS ENEMIGOS ESTERIORES.

177. Nos hemos estendido sobre lo que in-


teresa á la verdadera felicidad de una nacion ,
como que la materia es tan abundante como
complicada. Tratemos ahora del tercer punto ca-
pital, á saber , de los deberes de una nacion hácia
sí misma , ó del tercer objeto de un buen gobier-
no. Uno de los fines de la sociedad política es
defenderse con sus fuerzas en masa de todo in-
sulto ó violencia esterior (§. 15. ) . Si la socie-
dad no se halla en estado de rechazar á un agre-
sor, es muy imperfecta , falta á su destino prin-
cipal , y no puede subsistir largo tiempo. La na-
cion debe ponerse en estado de rechazar y do-
mar á un injusto enemigo , y este es un deber
importante que tanto á ella como á su caudillo
le impone el cuidado de su perfeccion y de su
conservacion .
178. Una nacion puede , por medio de sus
fuerzas y poder , repeler á los agresores , asegu
194
rar sus derechos y hacerse bajo todos aspectos
respetable. Todo la escita á que no descuide lo
mas leve para ponerse en esta feliz situacion .
El poder de un Estado consiste en tres cosas;
en el número de los ciudadanos , en sus virtudes
militares , y en las riquezas. Bajo de este último
artículo pueden comprenderse las fortalezas, la ar-
tillería , las armas , los caballos , las municiones,
y generalmente el inmenso aparato que es hoy
dia necesario para la guerra ; todo lo cual se
puede adquirir por dinero.
179. El Estado ó su Príncipe deben aplicar-
se primeramente á que se multiplique el núme-
ro de los ciudadanos , en cuanto esto sea posi-
ble y conveniente ; y lo conseguirá si hace rei-
nar la abundancia en su pais , como está obliga-
do á ello ; si procura al pueblo los medios de
ganar por su trabajo con que mantener á su fa-
milia ; si espide buenas órdenes para que sus
súbditos menos acomodados , principalmente los
labradores , no sean vejados ni oprimidos por
tributos é impuestos ; si gobierna con dulzura y
de un modo que lejos de disgustar y espantar á
sus súbditos , se atraiga mas bien otros nuevos;
y en fin si promueve el matrimonio á ejemplo
de los Romanos. Ya hemos observado ( §. 149. )
que este pueblo , tan atento á cuanto podia acre-
centar y sostener su poder , hizo sábias leyes
contra los célibes , y concedió privilegios y exen-
ciones a los casados , principalmente á los que
tenian una familia numerosa. Leyes tan justas
como sábias , puesto que un ciudadano que cria
hijos para el Estado , tiene derecho de esperar de
él mas favores , que el que solo quiere vivir pa-
ra sí mismo. Cuanto fuere contrario á la pobla-
cion , es un vicio en un Estado que no abunda
195
de habitantes. Ya hemos hablado de los conven-
tos y del celibato de los clérigos ; y es estraño
que establecimientos directamente contrarios á
los deberes del hombre y del ciudadano , y al
bien у á la salud de la sociedad , hayan hallado
tanto favor , y que los Pricipes lejos de oponer-
se á ellos , como debian , los hayan protejido y
enriquecido. Un político diestro en aprovecharse
de la supersticion para estender su poder , hizo
que las potestades y sus súbditos se engañasen
en sus verdaderos deberes , y supo cegar á los
Príncipes sobre sus mismos intereses. La espe-
riencia parece que en fin abre los ojos á las na-
ciones y á los soberanos , y el Papa mismo , di-
gámoslo en loor de Benedicto XIV , el Papa tra-
ta de reducir 4 poco a poco un abuso tan palpa-
ble por sus decretos á nadie se admite ya en
sus estados á hacer votos antes de los 25 años.
Este sábio Pontífice da á los soberanos de su
comunion un ejemplo saludable , y les escita á
que por fin abran los ojos , y estrechen á lo me-
nos las avenidas de la sima que los estenúa , ya
que no puedan cerrarlas enteramente. Corred la
Alemania , y en sus provincias , por otra parte
perfectamente semejantes , vereis los estados pro-
testantes dos veces mas poblados que los estados
católicos comparad la España desierta con la
Inglaterra bullendo de habitantes ; ved las her-
mosas provincias de la Francia misma sin los
necesarios labradores , y decidnos si miles de re-
clusos y de reclusas no servirian infinitamente
mejor á Dios y á la Patria dando labradores á
sus feraces campiñas ( 1 ) . Es verdad que la Suiza
católica no deja de estar poblada ; pero esto es

(1 ) La Francia desde el tiempo de su revolucion ha


196
porque una paz profunda , y sobre todo la na-
turaleza del gobierno repara las pérdidas cau-
sadas por los conventos. La libertad es capaz de
remediar los mayores males , es el alma del es-
tado , y con mucha razon la llamaban los Ro-
manos alma libertas.
180. Una multitud inerte y sin disciplina es
incapaz de rechazar á un enemigo aguerrido,
y la fuerza del estado menos consiste en el nú-
mero que en las virtudes militares de los ciuda-
danos. El valor , esa virtud heroica que afronta
los peligros por la patria , es el mas firme apo-
yo del Estado , la hace formidable á sus enemi-
gos , la escusa hasta el trabajo de defenderse;
y rara vez , como no sea que provoque á otro
por sus empresas , se verá atacado un pueblo
cuya reputacion en este punto haya llegado á
consolidarse. Dos siglos hace que los suizos go-
zan de una paz profunda , mientras que el rui-
do de las armas resuena en torno suyo , y la
guerra desola todo el resto de la Europa. La
esencia del valor se funda en la naturaleza ; pe-
ro pueden concurrir muchas causas á inflamar-
lo , debilitarlo , y aun destruirlo. Una nacion de-
be buscar y cultivar esta virtud tan util , y el
Soberano prudente no perdonará medios de cuan-
tos le dicte la sabiduría , para inspirarlos á sus
súbditos. Este hermoso fuego es el que anima la
nobleza francesa , que inflamada por la gloria y
por la patria , vuela á los combates , y derrama
alegremente su sangre en el campo del honor.
¿ A dónde irian sus conquistas si este reino es-

corregido sus defectos en este punto ; y la mejora de su


agricultura , y el prodigioso aumento de su poblacion es
una prueba de lo que puede un gobierno sábio y liberal.
197
tuviese rodeado de pueblos menos belicosos ? El
inglés celoso é intrépido es un leon en los com
bates , y generalmente las naciones de la Europa
esceden en valor á todos los pueblos del mundo.
181. Pero el valor solo no basta siempre en
la guerra ; pues los sucesos constantes no se de-
ben á otra cosa , que á la reunion de todas las
virtudes militares. La historia nos enseña de cuau:
ta importancia es la pericia de los Generales , la
disciplina militar , la frugalidad , la fuerza cor-
poral , la destreza , el endurecimiento en las fati-
gas y el trabajo. Una nacion debe cultivar cui,
dadosamente todas estas virtudes ; y esta es la ra-
zon que ensalzó á los Romanos á tan alta gloria,
y los hizo señores del mundo. Fuera un error
creer que el valor solo ha producido las accio
nes gloriosas de los antiguos , suizos , y esas vic,
torias de Morgazen , de Sempach , de Laupen , de
Morat y otras muchas , en las que no solamente
combatian con intrepidez , sino que estudiaban
la guerra, se endurecian al trabajo , se instruian
en las evoluciones y maniobras militares , y el
amor mismo de la libertad los sometia á una dis-
ciplina , que solo podia asegurarles ese tesoro y
salvar su patria. Sus tropas no eran menos céle
bres por su disciplina , que por su valor. Meze
ray despues de haber referido lo que hicieron
los suizos en la batalla de Dreux , añade estas
notables palabras : « A juicio de los capitanes de
una y otra parte que se hallaron en la batalla,
los suizos ganaron en esta jornada por toda suer
te de pruebas contra los franceses y los alema
6
nes , el premio de la disciplina militar , y la re-
putacion de ser la mejor infantería del mundo. ( 1)

(1) Historia de Francia , tom, 2 , pág. 888.


TOMO I.
198
182. En fin las riquezas de una nacion hacen
parte considerable de su poder , principalmente
hoy que la guerra exige gastos inmensos ; porque
no solamente las rentas del soberano ó el tesoro
público constituyen la riqueza de una nacion,
sino que su opulencia se estima tambien por las
riquezas de los particulares. Llámase comunmente
rica la nacion en que se encuentra un gran nú-
mero de ciudadanos bien acomodados y podero-
sos. Los bienes de los particulares aumentan real-
mente las fuerzas del Estado , puesto que estos
particulares son capaces de contribuir con grue-
sas sumas para las necesidades publicas ; y aun
en caso de grave apuro puede emplear el Sobe-
rano todas las riquezas de los súbditos por la de-
fensa y salud del Estado , en virtud del dominio
eminente , como en adelante lo haremos demos-
trable. La nacion debe pues aplicarse á adquirir
aquellas riquezas públicas y particulares que le
son útiles , yesta es una nueva razon de culti-
var el comercio estérior que es el manantial de
ellas , y un nuevo motivo para que el Soberano
esté siempre alerta sobre todos los comercios es-
trangeros que su pueblo puede ejercer , á a fin de
sostener y proteger los ramos que son provecho-
sos , y cortar aquellos que motivan la salida del
;
oro y de la plata
183. Es necesario que el Estado tenga rentas
proporcionadas para los gastos que tiene obliga-
cion de hacer. Estas rentas pueden formarse de
muchas maneras , por el dominio que la nacion
le reserva , por contribuciones , por diversos im-
puestos etc. , sobre lo cual tratarémos en otra
- parte.
184. La nacion debe procurar engrande-
cer su poder ; pero valiéndose de medios justos
199
é inocentes ; porque para legitimarlos no basta
un fin laudable : deben ser tambien legítimos en
sí mismos ; porque la ley natural no puede con-
tradecirse. Si proscribe una accion como injusta
ó deshonesta en sí misma , jamas la permite, sea
por el objeto que quiera ; y cuando no puede to-
car á un fin tan bueno y tan laudable , sin em-
plear medios ilegítimos , se debe tener este fin
por imposible , y abandonarlo. Asi haremos ver,
cuando tratemos de las justas causas de la guer-
ra , que no es permitido á una nacion atacar
otra con la mira de engrandecerse , sometiéndo-
la á sus leyes ; porque esto sería lo mismo que'
enriquecerse un particular robando los bienes
de otro.
185. El poder de una nacion es relativo , y
para medirle, se toma por punto de comparacion .
el de sus vecinos , ó el de todos los pueblos , de los'
cuales puede temer alguna cosa. El Estado es
bastante poderoso cuando es capaz de hacerse
respetar, y de rechazar á quien quiera atacarle."
Esta feliz situacion puede procurársela, bien sea'
por sus propias fuerzas , ya sean iguales ó aun
superiores á las de sus vecinos , ya sea impidiendo
que estos se eleven á una potencia predominante
y formidable. Pero no podemos señalar aquí los
casos y medios en que un Estado puede con jus
ticia poner límites al poder de otro Estado , por-
que es preciso esplicar de antemano los deberes
de una nacion hácia sí misma , y solo diremos
por ahora que siguiendo en este punto las reglas
de la prudencia y de una sábia política , jamas
debe perder de vista las de la justicia.
200
CAPITULO XV.

DE LA GLORIA DE UNA NACION.

186. La gloria de una nacion va íntimamente


unida con su poder , y forma una parte muy con-
siderable , cuya brillante ventaja le atrae la con-
sideracion de los demas pueblos, y la hace respe-
table á sus vecinos. Una nacion cuya reputacion
está bien establecida , y aquella principalmente
cuya gloria es famosa , se vé solicitada por todos
los soberanos ; desean su amistad, y temen ofen-
derla ; sus amigos y los que desean serlo , favore-
cen sus empresas , y sus envidiosos no se atreven
á manifestar su mala voluntad.
187. Es pues muy ventajoso á una nacion
sentar su reputacion y su gloria , siendo este cui-
dado uno de los mas importantes deberes hácia
sí misma. La verdadera gloria consiste en el jui-
cio ventajoso de las gentes sábias é ilustradas,
que se adquiere por las virtudes ó calidades del
espíritu y del corazon , y por las bellas acciones.
que son el fruto de estas virtudes. Una racion
puede merecerla con doble título ; lo primero por
lo que hace en calidad de nacion , por la con-
ducta de los que administran sus negocios y tie-
nen en su mano la autoridad del gobierno ; y lo
segundo por el mérito de los particulares que la
componen.
188. Un Príncipe , un Soberano , quien quie-
ra que sea , se debe todo entero á su nacion , y
está obligado sin duda á estender su gloria en
cuanto de él dependa. Ya hemos visto que debe
trabajar en la perfeccion del Estado y del pue-
blo que le está sometido , y que por este me-
dio merecerá buena reputacion y su gloria. Este
201
debe ser tambien su constante objeto en todo ló
que emprenda , y en el uso que haga de su po-
der. Que brillen la justicia , la moderacion y
grandeza de alma en todas sus acciones , y adqui-
rirá para sí y para su pueblo un nombre respe-
table , no menos útil que glorioso. La gloria de
Enrique IV salvó á la Francia. En el estado de-
plorable en que encontró los negocios , sus vir-
tudes dieron aliento á los súbditos fieles , y re-
solucion á los estrangeros para reconocerle y li-
garse con él contra la España . Todo el mundo
abandona á un Príncipe débil y poco estimado ,
porque teme entonces que esta alianza cause su
ruina.
Ademas de las virtudes que hacen la gloria
de los Príncipes , como la de las personas parti-
culares , hay cierta dignidad y decoro , que per-
tenecen principalmente al rango supremo ; y el
Soberano debe observarlos con el mayor cuidado;
no pudiendo descuidar nada de esto sin envile-
cerse , é imprimir cierta nota en el Estado. Todo
lo que dimana del trono debe llevar cierto ca-
rácter de pureza , de nobleza y elevacion. ¿Qué
idea se forma de un pueblo cuando vé al Sobe-
rano testificar en actos públicos una bajeza de
sentimientos con que un particular creeria des-
honrarse ? La magestad de la nacion reside en
la persona del Principe : ¿ qué será pues de ella
si la prostituye , ó sufre que se prostituya por
los que hablan y obran en su nombre ? El mi-
nistro que hace usar á su ama de un lenguage
indigno de él , merece que vergonzosamente se
le destituya. La reputación de los particulares re-
fluye en la nacion por un modo de hablar y de
pensar generalizado , porque se suele atribuir una
virtud o un vicio á un pueblo , cuando este vi-
202
cio ó esta virtud se hacen mas comunes y fre-
cuentes. Dícese que una nacion es belicosa cuan-
do produce un gran número de guerreros ; que
es sábia cuando tiene muchos sabios entre sus
ciudadanos ; que sobresalen las artes cuando tie-
ne en su seno muchos hábiles artistas. Por el
contrario se la llama cobarde , perezosa y estú-
pida cuando los estúpidos , perezosos y cobardes
abundan en ella mas que en otra parte. Los ciu-
dadanos obligados á trabajar segun sus fuerzas
por el bien y la ventaja de la patria , no
" sola-
mente se deben á sí mismos el cuidado de mere-
cer una buena reputacion , sino tambien á la na-
cion , á cuya gloria son capaces de cooperar. Ba-
con , Newton , Descartes , Leibnitz y Bernoully,
han hecho honor á su patria, y la han servido útil-
mente por la gloria que han adquirido. Los gran-
des ministros , los grandes generales, un Marlbo-
rough , un Ruiter sirven doblemente á la patria,
tanto por sus acciones , como por su gloria. Por
otra parte, un buen ciudadano hallará nuevo mo- ཝེན་
tivo de abstenerse de toda accion vergonzosa,
por el miedo del deshonor que pudiera resultar
á su patria. El Príncipe no debe sufrir que sus
súbditos se entreguen á vicios capaces de difamar
la nacion , ni aun de empañar el esplendor de su
gloria , sino que tiene derecho de reprimir y cas-
tigar los escándalos que perjudican realmente al
Estado.
189. El ejemplo de los suizos es muy propio
para manifestar la utilidad que una nacion puede
reportar de su gloria. La alta reputacion de va-
lor que se han adquirido y sostienen gloriosa.
mente , los mantiene en paz dos siglos ha , y les
hace desear de todas las potencias de la Europa.
Luis XI , siendo todavía Delfin , fue testigo de los
203
prodigios de valor que hicieron en la batalla de
Santiago, cerca de Basilea , y formó desde luego
el designio de unirse estrechamente con nacion
tan intrépida ( 1). Los mil у doscientos valientes
que atacaron en esta ocasion á un ejército dé
cincuenta a sesenta mil hombres aguerridos , ba-
tieron desde luego la vanguardia de los Darmag-
nacs , compuesta de diez y ocho mil hombres;
y echándose despues con la mayor audacia sobre
el cuerpo del ejército perecieron casi todos (2)
sin llegar á obtener la victoria . Pero sobre haber
aterrado al enemigo y preservar la Suiza de una
invasion ruinosa , la sirvieron útilmente por la
brillante gloria que adquirieron con sus armas..
La reputacion de una fidelidad inviolable no es
menos ventajosa á esta nacion ; y por eso en to-
dos tiempos ha vivido celosa por conservarla. El
canton de Zug castigó de muerte al soldado in-
digno que vendió la confianza del duque de Mi-:
lan , y descubrió á este Príncipe á los franceses,
cuando por escapar de ellos se había confundido
en las filas de los suizos que salian de Novara,
vestido como uno de ellos.
190. Puesto que la gloria de la nacion es un
bien real y efectivo se halla en derecho de defen-
derla lo mismo que defiende las demas ventajas
suyas. El que ataca su gloria , la irroga injuria;

(1 ) Véanse las Memorias de Comines.


(2 ) El número de muertos de este pequeño ejército as-
cendió á 1158 , y á 32 el de los heridos ; sin que esca-
pasen mas de 12 , que fueron mirados desde entonces
por sus compatriotas como cobardes que habian prefe
rido una vida vergonzosa á la gloria de morir por su
patria. Hist. de la confed. helvet. por Mr. Wateville , tom . 1 ,
pág. 250 y sig. Tschudp. , pág. 425.
204
la cual se funda en exigir de él mismo por la
fuerza de las armas una justa reparacion. No se
á
pueden condenar las medidas que a veces toman
los soberanos para mantener ó para vengar la
dignidad de su corona , ' las cuales son tan justas
como necesarias ; y cuando no proceden de pre-
tensiones exorbitantes , atribuirlas a un vano or-
gullo es iguorar groseramente el arte de reinar,
y despreciar uno de los mas firmes apoyos de la
grandeza y seguridad de un Estado.

CAPITULO XVI.

DE LA PROTECCION SOLICITADA POR UNA NACION,


Y DE SU SUMISION VOLUNTARIA Á UNA POTENCIA
ESTRANGERA.

191. Cuando una nacion no puede ponerse


á cubierto ella misma de insultos y de opresion ,
suele negociar la proteccion de otro estado mas
poderoso. Si la obtiene , obligándose solamen-
te á ciertas cosas , aun á pagar un tributo en
reconocimiento de la seguridad que se le procura;
á dar tropas á su protector , y hasta hacer cau-
sa comun con él en todas sus guerras , reser-
vándose en lo demas el derecho de gobernarse
á su voluntad ; este es un simple tratado de pro-
teccion , que no deroga en nada á la soberania,
ni se diferencia de los tratados de alianza or-
dinaria , sino por la diferencia que pone en la
dignidad de las partes contratantes.
192. Pero a veces se va mas adelante ; y aun-
que una nacion deba conservar preciosamente la
libertad é independencia que recibió de la na-
turaleza, cuando no es bastante para defenderse,
ni se considera en estado de resistir á sus ene-
205
migos , puede legítimamente someterse á una na-
cion mas poderosa , bajo ciertas condiciones en
que se convengan ; y el pacto ó tratado de su-
mision será en lo sucesivo la norma y regla de
los derechos de entrambas ; porque cediendo la
que se somete un derecho que la pertenece , y
trasladándole á la otra , es árbitra en un todo
de fijar á esta traslacion las condiciones que la
agraden ; y aceptando la otra la sumision en este
concepto, se constituye en la obligacion de obser-
var religiosamente todas las cláusulas de ellas.
103. Esta sumision puede variar á lo infinito,
segun la voluntad de los contrayentes ; porque
ó bien dejará subsistir en parte la soberania de
la nacion inferior , limitándola solamente á cier-
tos puntos , ó la destruirá totalmente , de suerte
que la nacion superior se haga soberana de la
ótra ; ó en fin la menor se incorporará en la
mayor para formar en adelante un solo estado,
y entonces los ciudadanos tendrán los mismos.
derechos que aquellos á quienes se unan. La his-
toria Romana nos presenta ejemplos de estas es-
pecies de sumisiones : 1. ° los aliados del pueblo
Romano , como lo fueron por largo tiempo los
latinos , que dependian de Roma en diversos
respectos , y en lo demas se gobernaban se-
gun sus leyes y por sus propios magistrados;
2. los paises reducidos á provincia romana.
como Capua , cuyos habitantes se sometieron
absolutamente á los Romanos ( 1 ) ; 3.º y en
fin los pueblos á quienes Roma concedió el

(1) Itaque populum campanum , urbemque Capuam,


agros , delubra Deorum , divina humanaque omnia in ves-
tram , Patres Conscripti , populique romani ditionem , de-
dimus,» Tit. Liv. lib. 7. cap. 31 .
206
derecho de ciudadanía. Los emperadores con-
cedieron despues este derecho á todos los pue-
blos sometidos al Imperio , y transformaron de
este modo todos los súbditos en ciudadanos ,
194. En el caso de verdadera sujeción á una
potencia estrangera , los ciudadanos que no aprue-
ban esta mudanza , no estan obligados á some-
terse á ella , y se les debe permitir vender sus
bienes y retirarse a otra parte. Porque por ha-
ber yo entrado en una sociedad , no estoy obli-
gado á seguir su suerte , cuando se disuelve por
sí misma para someterse á la dominación estran-
gera. Si me sometí á la sociedad , tal como era ,
para vivir en ella , y no en otra ; fue para ser
miembro de un estado soberano , mientras sub-
sistiese como sociedad política , con obligacion
de obedecerla ; pero cuando se despoje de esta
calidad para recibir la ley de otro estado , rom-
pe los vínculos que unen á sus miembros , y los
desliga de sus obligaciones.
195. Cuando se ha puesto una nacion bajo
la proteccion de otra mas poderosa , ó se ha su-
jetado á ella con el fin de que se la proteja , si
esta no la proteje efectivamente cuando lo ne-
cesite , es claro que faltando á sus obligaciones
pierde todos los derechos que habia adquirido
por el comercio , y que la otra , descargada de
la obligacion que habia contraido , vuelve á en-
trar en sus derechos y recobra su independen-
cia ó su libertad . Es préciso observar que esto
se verifica aun en el caso que el protector no fal-
te á sus compromisos por mala fe , sino por pu-
ra impotencia. Porque no habiéndose sometido
la nacion mas débil sino para que se la proteja,
si la otra no se halla en estado de cumplir con
esta comision esencial, el pacto queda sin efecto;
207
la mas débil vuelve á entrar en sus derechos, y
puede , si lo tiene por conveniente , recurrir á
una proteccion mas eficaz ( 1 ). Asi es que los du-
ques de Austria que habian adquirido un dere-
cho de proteccion y cierta especie de soberanía
sobre la ciudad de Lucerna , no queriendo o no
pudiendo protejerla eficazmente , esta ciudad hi-
zo alianza con los tres primeros cantones ; y ha-
biéndose quejado los duques al emperador , los
lucerneses respondieron « que habian usado del
derecho natural y comun á todos los hombres,
que permite á cada uno buscar su propia seguri
dad , cuando le abandonan los que deben so-
correrle.» (2)
196. La ley es igual para los dos contrayen-
tes : si el protegido no cumple sus tratados con
fidelidad , queda el protector descargado de los
suyos , puede negar su proteccion en lo sucesivo
y declarar rescindido el tratado en caso que lo
juzgue conveniente para el bien de sus negocios.
197. En virtud del mismo principio que des-
liga á uno de los contrayentes cuando falta el
otro á sus empeños , si la potencia superior quie-
re arrogarse sobre la débil mas derecho del que
le da el tratado de proteccion ó de sumision , es-

(1) Hablamos aqui de una nacion que se ha hecho súb.


dita de otra , y no de la que fuese incorporada en otro
estado para hacer parte integrante de él. Esta última se
halla en el caso de los demas ciudadanos , como hare.
mos ver en el capítulo siguiente.
(2) Véanse los historiadores de Suiza.
Como las Provincias Unidas se hubiesen visto obliga-
das á defenderse solas contra los españoles', no quisieron
depender por mas tiempo del imperio que ningun socor
ro les habia dado , Grocio Hist, de las turb, de los Pais, baj,
lib. 16 , pág. 627.
208
ta puede mirarle como rescindido , y proveer á
su seguridad segun su prudencia la dicte. Si fue-
se de otro modo , la nacion inferior hallaria su
perdicion en un convenio á que suscribió tan so-
lo por conservarse ; y si permaneciese ligada en
virtud del compromiso , cuando su protector
abusa de los pactos y los viola abiertamente , el
tratado seria un lazo para ella. Sin embargo , co-
mo pretenden algunos que en este caso la na-
cion inferior solo tiene el derecho de resistirse
é implorar socorro estrangero ; y sobre todo co-
mo los débiles no pueden tomar precauciones
demasiadas contra los poderosos , siempre hábi-
les en dar algun buen colorido á sus empresas,
lo mas seguro es insertar en tales tratados una
cláusula comisoria , que los declare nulos luego
que la potencia superior quiera abrogarse mas
de lo que se la concede espresamente en ellos.
198. Pero si la nacion protegida ó sometida
á ciertas condiciones no resiste las empresas de
aquel cuyo apoyo solicitó ; si no hace ninguna
oposicion cuando debiera y pudiera hablar , su
paciencia , pasado tiempo considerable , forma un
consentimiento tácito , que legitima el derecho
del usurpador. Nada habria estable entre los
hombres , y sobre todo entre las naciones , si
una larga posesion acompañada del silencio de
los interesados no produjese cierto derecho ; pe-
ro es necesario observar bien , que el silencio
para manifestar un consentimiento tácito debe
ser voluntario. Si la nacion inferior prueba que
la violencia y el temor han sofocado los testino-
nios de su oposicion , nada se puede concluir de
su silencio , y no dará ningun derecho al usur-
pador.
209

CAPITULO XVII.

COMO PUEDE SEPARARSE UN PUEBLO DEL ESTADO


DE QUE ES MIEMBRO, ό RENUNCIAR Á LA OBEDIENCIA
DE SU SOBERANO CUANDO NO LE PROTEGE .

199. Ya hemos dicho que un pueblo inde-


pendiente , que sin llegar á ser miembro de otro
estado se ha hecho voluntariamente su depen-
diente ó súbdito , á fin de que le proteja , queda
libre de sus obligaciones al instante que le fal-
ta esta proteccion , aun por la impotencia del
protector. No debemos de esto inferir , que su-
ceda lo mismo con todo pueblo á quien su so-
berano natural , ó el estado de que es miembro,
no puede proteger pronta y eficazmente. En el
primero , una nacion libre no está sometida á
otro estado para participar de todas sus ventajas
y hacer absolutamente causa comun con él : si
este quisiese hacerle tanto favor , quedaria incor-
porada , y no sujeta ; y si sacrifica su libertad , es
con el objeto de que se la proteja , sin aguardar
otra recompensa . Pero luego que llega á faltar
la condicion única y necesaria de su sujecion, de,
cualquier manera que sea , está libre de sus pac-
tos ; y sus deberes hácia sí misma la obligan á
proveer por nuevos medios á su propia seguri-
dad. Pero los diversos miembros de un estado,
participando todos igualmente de las ventajas que
les ofrece , deben constantemente sostenerle;
pues han prometido quedar unidos y hacer en
todas ocasiones causa comun . Si los que son
amenazados ó provocados pudiesen separarse de
los demas , por evitar un riesgo , todo el estado
quedaria pronto disipado y destruido. Es pues
210
esencial á la salud de la sociedad y al bien de
todos sus miembros , que cada parte resista con
todas sus fuerzas al enemigo comun , mas bien
que separarse de las demas ; y esta es por con-
siguiente una de las condicionés necesarias de la
asociacion política. Los súbditos naturales de un
principe le estan unidos , sin otra reserva que la
observancia de las leyes fundamentales ; deben
permanecerle fieles , lo mismo que debe él cui-
dar de gobernarlos bien : sus intereses son co-
munes ; solo hacen con él un mismo todo , una
sociedad , y es ademas una condicion esencial y
necesaria de la sociedad política , que los súb-
1
ditos continúen unidos á su príncipe , en cuan-
to de ellos penda . ob
200. Luego que una ciudad ó provincia se
ve amenazada , ó en " el acto atacada , no puede
por sustraerse al peligro , separarse del estado
de que es miembro , o abandonar á su Príncipe
natural , ni aunque esté en la imposibilidad de
darle un socorro presente y eficaz , sino que su
deber , y sus obligaciones políticas le impelen á
hacer los mayores esfuerzos para mantenerse en
su estado actual . Si sucumbe á la fuerza , la ne-
cesidad , esa ley irresistible , le emancipa de sus
primeros compromisos , y le da el derecho de
tratar con el vencedor para mejorar su condi-
cion lo que le sea posible. Si es preciso some-
terse a él , ó perecer , ¿ quién duda que no
pueda , y aun no deba tambien tomar el primer
partido ? El uso moderno se conforma con esta
decision , y segun ella una ciudad se somete al
enemigo cuando no puede esperar su salud de
una resistencia vigorosa ; la presta el juramento
de fidélidad , y su Soberano solo increpa la suer-
te adversa.
201. El estado tiene obligacion de defender
y conservar á todos sus miembros, ( 1 ) y el prín-
cipe debe la misma asistencia á sus súbditos . Si no
quieren ó se desentienden de socorrer al pueblo
cuando se halla en un riesgo inminente , este
pueblo abandonado queda absoluto dueño de
proveer á su seguridad y conservacion de la ma-
nera que mejor le convenga , sin miramiento por
los que faltaron a él los primeros. El pais de
Zug , atacado por los suizos en 1352 , se dirigió
al duque de Austria , su soberano , para obte
ner de él socorros . Pero este Piíncipe ocupado
en hablar de sus pájaros cuando los diputados
se le presentaron , apenas se dignó escucharlos:
este pueblo abandonado entró en la confedera
cion Helvética (2). La ciudad de Zurich se ha-
bia visto en el mismo caso un año antes. Ataca,
da por ciudadanos rebeldes , sostenidos por la
nobleza de las cercanías y por la casa de Aus
tria, se dirigió al gefe del imperio ; pero Carlos M,
entonces emperador , declaró á sus diputados
que no podia defenderla y Zurich halló su sal-
vacion en la alianza de los suizos. La misma ra-
zon autorizó á los suizos en general para sepa→
rarse enteramente del imperio , que en ningun
apuro los protegia , y cuya autoridad no reco
nocian habia mucho tiempo , cuando el emperas
dor y todo el cuerpo germánico reconocieron
su independencia en el tratado de Westfalia,

(1) Véase á Esterlin , Smidty Mr. de Wateville.


(2) Véanse las mismas historias de Bullinger, Stumpf,
Tsehudi , Stettler.
212

CAPITULO XVIII.

DEL ESTABLECIMIENTO DE UNA NACION


EN UN PAIS.

202. Hasta aqui hemos considerado la na-


cion puramente en sí misma , sin hacer mérito
del pais que ocupa. Veámosla ahora establecida
en una region que llega á ser su patrimonio
y morada. La tierra pertenece á los hombres en
general , estando destinada por el Criador á
ser su habitacion , y la madre que los mantie-
ne todos reciben de la naturaleza el derecho
de habitarla , y sacar de ella lo necesario para su
subsistencia , y lo conveniente á sus necesida-
des. Pero habiéndose multiplicado en gran ma-
nerá el género humano , no era capaz la tierra
de proveer por si sola y sin cultura al sustento
dé sus habitantes , y no hubiera podido recibir
un cultivo conveniente de pueblos vagabundos,
á los que hubiese pertenecido en comun. Fue
pues necesario que estos pueblos se fijasen en
alguna parte , y que se apropiasen porciones de
terreno , á fin de que no turbándoseles en su tra-
bajo , ni frustrando el fruto de sus faenas , se
aplicasen á hacer las tierras fértiles para sacar
de ellas subsistencia. Esto es lo que debe bus-
carse en los derechos de propiedad y de domi-
nio , y lo que significa su establcimiento. Des-
pues de su introduccion , el derecho que era co-
mun a todos los hombres , se ha restringido en
particular á lo que posee legítimamente cada uno.
El pais que habita una nacion , ya sea que se
haya trasladado á él , ya que se hayan formado
en él en cuerpo de sociedad política las familias
213
que la compo nen ; este pais , digo , es el estable
cimiento de la nacion que tiene en él un dere-
cho propio y esclusivo . 56
203. Este derecho comprende dos cosas 1. el
dominio , en virtud del cual la nacion puede usar
de este pais para sus necesidades , disponer y sa-
car todo el uso para que es propió ; 2.ª el impe
rio, ó el derecho del mando soberano , por el
cual manda y dispone á su voluntad de todo lo
que pasa en el pais.
IN '
204. Cuando una nación se apodera de un
pais que no pertenece todavía a nadie , se la con-
sidera ocupar en él el imperio , o la soberanía,'
al mismo tiempo que el dominio. Porque supues
ta su libertad é independencia , su intencion al
establecerse en una comarca no puede ser la de
dejar en ella á otros el derecho de mandar , ni
á ninguno de ellos que continuen en la sobera
nía. Todo el espacio , por el cual una nacion
Sup
estiende su imperio , se llama su territorio.10
205. Si muchas familias libres' , estendidas por
un pais independiente , llegan a unirse para for-
mar una nacionó un estado , ocupan juntas el
imperio sobre todo el pais que habitan , porque
ya poseía cada una por su parte el dominio ; y
supuesto que quieren formar juntas una sociedad
política , y establecer una autoridad pública , á la
cual tendrá cada uno que obedecer , es bien claro
que su intencion es atribuir á esta autoridad pú-
blica el derecho de mandar en todo el pais.
206. Todos los hombres tienen igual derecho
á las cosas que no han caido todavía en poder
de alguno , y estas cosas pertenecen al primer'
ocupante. Cuando una nacion encuentra un pais
no habitado Ꭹ sin dueño , puede legitimamente
apoderarse de él ; y despues de haber suficiente-
TOMO I. 16
214
mente manifestado su voluntad en este punto , no
puede otra despojarla. Asi es como los navegan-
tes que han ido á descubrir paises desconocidos
con comision de su soberano , y encontrando is-
las ú otras tierras desiertas " han tomado pose-
sion de ellas á nombre de su nacion : y comun-
mente se ha respetado este título , con tal que
haya seguido inmediatamente una posesion real.
1 207. Pero es cuestionable si una nacion por
la simple toma de posesion puede apropiarse pai-
ses que realmente no ocupa , y reservarse de esta
manera mucho mas de lo que puede poblar y
cultivar. No es dificil decidir que igual preten-
sion sería absolutamente contraria al derecho na-
tural , y opuesta á las miras de la naturaleza , que
destinando toda la tierra para las necesidades de
los hombres en general , solo concede á cada pue
blo el derecho de apropiarse un pais, en virtud
del uso que haga de él , y no para impedir
que otros se aprovechen del hallazgo. El dere-
cho de gentes no reconocerá pues la propiedad
y soberanía de una nacion , sino en los paises
desiertos que haya ocupado realmente y de he-
cho , en los que haya formado un establecimien-
to , ó de los que saque y reporte un uso actual,
En efecto cuando los navegantes han descubier-
to paises desiertos , en los cuales los de otras
naciones habian levantado al pasar algun monu-
mento , como una señal de su toma de posesion,
tan poco caso han hecho de esta vana ceremo-
nia , como de la disposicion de los Papas que
dividieron una gran parte del mundo entre las
coronas de Castilla y de Portugal ( 1),

(1) Estas actas tan singulares apenas se encuentran ,


como no sea en libros muy raros , y por lo mismo no dis
gustará saberlas,
215
208. Hay otra famosa cuestion à que ha da-
do principal motivo el descubrimiento del Nuevo

Bula de Alejandro VI , por la cual da á los reyes ca-


tólicos el Nuevo Mundo descubierto pcr Cristóbal Colon.
• Motu proprio , dice el Papa , non ad vestram , vel al-
terius pro nobis super hoc nobis ablatæ petitionis instan-
tiam , sed de nostra mera liberalitate , et ex certa scientia,
ac de apostolicæ potestatis plenitudine , omnes insulas et
terras firmas , inventas et inveniendas , detectas et dete-
gendas , versus Occidentem et Meridiem ( tirando una línea
de un poló al otro en cien leguas al oueste de las islas Azores)
auctoritate omnipotentis Dei , nobis in beato Petro con-
cessa , ac vicariatus Jesu Christi , qua fungimus in terris
cum omnibus illarum dominiis , civitatibus , etc. , vobis
hæredibusque et successoribus vestris Castellæ et Legionis
regibus , in perpetuum tenore præsentium donamus , con-
cedimus , assignamus , vosque et hæredes ac successores
præfatos illorum dominos , cum plena , libera et omnimo-
da potestate, auctoritate et jurisdictione facimus , cons-
tituimus et deputamus. » El Papa esceptúa solamente lo
que otro Príncipe cristiano pudiera haber allí ocupado
antes del año de 1493 , como si hubiera tenido mas dere-
cho de dar lo que no pertenecia á nadie , y sobre todo lo
que se poseía por los pueblos americanos , y despues,
prosigue: ac quibuscumque personis , cujuscumque dig-
nitatis , etiam imperialis et regalis , status , gradus , ordi-
nis , vel conditionis , sub excommunicationis latæ setentiæ
pœna , quam eo ipso , si contra fecerint , incurrant , dis-
trictius inhibemus , ne ad insulas , et terras firmas , in-
ventas et invénienbas , detectas et detegendas , versus Oc-
cidentem et Meridiem... pro mercibus habendis , vel gravi
alia de causa , accedere præsumant , absque vestrar, ac
hæredum , et successorum vestrorum prædictorum licentia
speciali etc. Datum Romæ , apud S. Petrum , anno 1493,
IV. Nonas Maji. Pontific. nostri anno 1. » Leibnitii Codex
juris gent. diplomat. Diplom. 203. Véase tambien en el Di-
ploma 16 la acta por la cual el Papa Nicolás V da á Al-
fonso , Rey de Portugal , y al Infante Enrique , el imperio
de la Guinéa , y el poder de subyugar las naciones bárba-
ras de aquellas regiones , prohibiendo á cualquiera otra ir
á ellas sin permiso del Portugal. La acta está fecha en
Roma el 6 de los idus de Enero de 1454.
216
Mundo . Se pregunta si una nacion puede ocu-
par legítimamente alguna parte de una vasta re-
gion , en la que solo se hallan pueblos errantes,
incapaces por su corto número de ocuparla toda.
Ya hemos observado (§. 81 ) , cuando hemos es-
tablecido la obligacion de cultivar la tierra , que
estos pueblos no pueden atribuirse esclusivamen
te mas terreno que el que necesitan , y que el
que tienen en estado de ocuparle y cultivarle.
Su habitacion vaga en esas regiones no puede
pasar por verdadera y legítima toma de posesion ;
y los pueblos de Europa demasiado estrechos en
sus paises , encontrando un terreno , del cual no
tenian los salvages ninguna necesidad particular,
ni hacian ningun uso actual y sostenido , han po-
dido legítimamente ocuparlo y establecer en él
colonias ; y ya hemos dicho que la tierra pertene-
ce al género humano para su subsistencia. Si cada
nacion habiera querido desde el principio atri-
buirse un vasto pais para vivir de la caza , de
la pesca y frutos salvages , nuestro globo no bas-
taria para mantener la décima parte de los hom-
bres que hoy le habitan ; y no es separarse de las
leyes de la naturaleza reducir á los salvages á lí-
mites mas estrechos. Sin embargo , es preciso elo-
giar la moderacion de los Puritanos ingleses que
fueron los primeros que se establecieron en la
Nueva Inglaterra. Aunque autorizados con una
carta de su Soberano , compraron á los salvages el
terreno que querian ocupar , segun se lee en la his-
toria de las colonias inglesas en la América Sep-
tentrional , cuyo ejemplo siguió despues Guillel-
mo Pen y la colonia de Quakeros que este con-
dujo á la Pensilvania. 4
209. Cuando una nacion se apodera de un
pais distante y establece en él una colonia , este
217
pais , aunque separado del establecimiento prin-
cipal , hace naturalmente parte del estado , lo mis-
mo que le hacen sus antiguas posesiones. Siem-
pre que las leyes políticas ó los tratados no pro-
duzcan dificultad en este punto , cuanto se dice
del territorio de una nacion , tambien debe en-
tenderse de sus colonias.

CAPITULO XIX.

DE LA PATRIA , Y DE DIVERSAS MATERIAS QUE


TIENEN REFERENCIA CON ELLA.

210. La totalidad de las regiones ocupadas


· por una nacion y sometidas á sus leyes , forma,
como hemos dicho , su territorio , y es tambien
la patria comun de todos los individuos de la
nacion. Hemos tenido precision de anticipar la
definicion de la palabra patria ( S. 122 ) ; porque
teniamos que tratar del amor de ella , virtud tan
escelente y necesaria en un Estado. Suponiendo
pues conocida esta definicion , nos faltan esplicar
diversas cosas relativas á la materia , y desenvol
ver las cuestiones que nos presente.
211. Los ciudadanos son los miembros de la
sociedad civil , los cuales ligados con ella por
ciertos deberes , y sometidos á su autoridad , par-
ticipan con igualdad de sus ventajas. Los natu-
rales ó indígenas son aquellos que han nacido en
el pais de padres ciudadanos. No pudiendo sos-
tenerse y perpetuarse la sociedad , si no por los
hijos de los ciudadanos , siguen en ella natural-
mente la condicion de sus padres y entran en
todos sus derechos. Asi , se juzga que la socie-
dad lo quiere por una consecuencia de lo que
218
debe á su propia conservacion ; y se presume
de derecho que cada ciudadano , al entrar en la
sociedad , reserva á sus hijos el derecho de ser
miembro de ella. La patria de los padres es pues
la de los hijos , y estos son verdaderos ciudada-
nos por su simple consentimiento tácito. Bien
pronto veremos , si llegados á la edad de la ra-
zon pueden renunciar á sus derechos , y lo que
deben á la sociedad en que han nacido . Digo
que para ser de un pais es necesario haber na-
cido de un padre ciudadano , porque si en él
naciste de un estrangero , este pais solo será el
de tu nacimiento , sin ser tu patria.
212. Se da el nombre de habitantes para
distinguirlos de los ciudadanos á los estrange-
ros que han sido facultados para establecerse
con permanencia en el pais. Ligados por su ha-
bitacion con la sociedad , se han sometido á
las leyes del Estado , mientras en ella perma-
nezcan , y deben defenderle puesto que en él
son protegidos , aunque no participan de todos
los derechos de ciudadanos , sino que gozan
solamente de las ventajas que la ley ó la cos-
tumbre les concede, Los habitantes perpétuos
son los que han recibido el derecho de habita-
cion perpétua , los cuales son una especie de
ciudadanos , pero de un orden inferior , ligados
á la sociedad sin participar de todas sus venta-
jas. Sus hijos siguen la condicion de los padres;
y por lo mismo que el estado ha concedido á
estos la habitacion perpétua , su derecho pasa
á su posteridad .
213. Una nacion ó el soberano que la re-
presenta puede conceder á un estrangero la cua-
lidad de ciudadano agregándole al cuerpo de la
sociedad política. Este acto se llama naturali-
219
zacion ( 1 ). Hay estados en que el soberano no
puede conceder á un estrangero todos los de-
rechos de ciudadano ; por ejemplo el de obte-
ner empleos públicos , y en los cuales por con-
siguiente solo puede conceder una naturaliza-
cion imperfecta , lo cual es una predisposicion
de la ley natural que limita el poder del Prín-
cipe. En otros estados , como en Inglaterra y en
Polonia , no puede el Príncipe naturalizar á na-
die sin el concurso de la nacion representada
por sus diputados (2). Hay estados en fin como

(1) Entre la palabra naturaleza y naturalizacion , se-


gun el Diccionario de la lengua , hay la diferencia de que
aquella es el privilegio que concede el Soberano á los es-
trangeros para gozar de los derechos propios de los natu-
rales, y la calidad que le da á ser tenido por natural de
un pueblo para ciertos efectos civiles ; y esta es el derecho
que concede el Soberano á los estrangeros, para que gocen
de los privilegios , como si fueran naturales de los reinos.
(2) En Francia hay dos naturalizaciones ó naturalezas
(pues considero la misma fuerza y objeto en una y otra
palabra ) , la mayor y la menor , ó segun nuestras leyes re-
copiladas , la absoluta y la limitada. Por la primera se con-
fieren todos los derechos políticos y civiles , y no se puede
conceder por el rey , sin la concurrencia de las cámaras;
por lo segunda se confieren solamente los derechos civiles,
y es una gracia que emana de solo el Soberano.
Nuestra legislacion vigente sobre este punto está bien
clara , y no desdice de este tratado y lugar que la tras-
lademos á esta nota.
La ley 6 , tít. 14 , lib. 1. dada por el Sr. D. Felipe V
en 1715 , inserta en la Novísima Recopilacion , dice asi :
«La cámara me hizo presente , que por leyes y prag-
máticas de estos reinos y repetidas condiciones de los ser-
vicios de millones , y mas particularmente por la treinta
del quinto género de las generales , está prohibido , que
los que no sean naturales de estos reinos puedan tener ofi-
cios de Veinticuatros , Regidores , Jurados , ni otros algu
nos en ellos , ni gozar pensiones , canongias , diguidades ni
otros cualesquier beneficios eclesiásticos , con espresion de
que no se pudiese consultar por la cámara para ello , ni'
220
la Inglaterra donde el simple nacimiento en el

el reino dar su consentimiento ; y que los estrangeros que


tenian rentas eclesiásticas no las gozasen , si no fuese resi-
diendo en estos reinos , cuyo cumplimiento y observancia
tenia yo jurado, esponiendo igualmente el sumo desconsue
lo y perjuicio que ocasiona á mis vasallos la concesion de
estas gracias , como lo representaron en el año de 1715 al-
gunas ciudades de voto en Córtes , negando el consenti-
miento que entonces se les pedia ; bajo cuyo fundamento
juzgó la Cámara ser de su obligación poner lo espresado
en mi consideracion , y que seria muy propio de mi pie-
dad no faltar al consuelo de los naturales de estos reinos;
siendo el mayor con que se les puede acudir , el cerrar to
talmente la puerta á la concesion de semejantes naturale-
zas , particularmente en lo eclesiástico , que tanto daño ha
sido y es á estos reinos ; quedando por cuenta de la Cá-
mara no consultar semejantes gracias sino en caso que pre-
cisamente lo pidan grandes conveniencias al Real servicio.
Enterado yo de todo cuanto me ha espuesto la Cámara,
quedo muy en cuenta para en adelante de no conceder es-
tas naturalezas á estrangeros , sino es en caso de precisa
necesidad ; pero como este caso puede llegar , ó por espe-
ciales méritos de algun sugeto determinado , ó por no ha-
ber cosa proporcionada con que poder premiar sus ser-
vicios sino con algun oficio ó dignidad que pida para su
goce posesion de naturaleza , entonces se pedirá su con-
sentimiento á las ciudades y villas de voto en Cortes pa-
ra que libre y espontáneamente convengan en concederla``
asi ; bien entendido que la naturaleza absoluta es para una
total incorporacion eu estos reinos de sugeto á quien se
concediere , para poder disfrutar todos , y cualesquier ofi-
cios , como si verdaderamente hubiese nacido en España ,
y la limitada una mera aptitud, para aquella determinada
gracia que se concede entonces , y con aquellas determi-
nadas condiciones que se concede á un estrangero para
gozar pension eclesiástica con la condicion de que en Es-
paña no se debe entender que por esta concesion está ha-
bil el tal para otros oficios y dignidades , ni para el mis-
mo goce de la pension , mientras no residiere en estos rei-,
nos ; y con esta espresion en una y otra clase de natura-
lezas , quiero y mando que , cuando llegue el caso , se pi-
da el consentimiento á las referidas ciudades y villas de
voto en Córtes . » !
221
pais naturaliza á los hijos de un estrangero ( 1 ).
214. Se pregunta si los hijos nacidos de ciu-
dadanos en pais estrangero son ciudadanos . Las
leyes han decidido la cuestion en muchos pai-

Por resolucion á consulta del Consejo de 1.º de Oc-


tubre de 1721 se declaró que en los reinos de Aragon ,
Valencia , Cataluña y Mallorca debe pedirse el consenti-
miento de las ciudades de voto en Córtes para efectuarse
en ellos la gracia de naturaleza que S. M. dispensare , á
fin de que estraños gocen alli de una renta eclesiástica de-
terminada ; y en los casos en que por conceder S. M. na-
turaleza limitada ó absoluta para todos los reinos de Es-
paña se pidiere el consentimiento á las ciudades de voto
en Córtes de los reinos de Castilla , deberá practicarse
lo mismo con los de la corona de Aragon.
Y por la adicion que en 7 de Setiembre de 1716 hizo
S. M. á la instruccion de 1588 que tiene la Cámara para
su gobierno , se declara , que las naturalezas para estran-
geros corresponden despacharse por este tribunal sin ne-
cesidad de consulta ; escepto las que sean para gozar ren-
ta eclesiástica , en cuyo caso debe preceder. Esta gracia
es una habilitacion de la persona estrangera , para que
pueda gozar y tener en estos reinos todos y cualesquier
oficios , honores , dignidades , rentas y preeminencias que
tienen los naturales , sin distincion ni diferencia alguna:
sus clases son cuatro la primera absoluta para gozar de
todo lo eclesiástico y secular sin limitacion alguna : la se-
gunda para todo lo secular , con la limitacion de que no
comprehenda cosa que toque á lo eclesiástico : la tercera
para poder obtener cierta cantidad de renta eclesiástica en
prebenda , dignidad á pension , sin esceder de ella ; y la
cuarta es para lo secular , y solo para gozar de honras
y oficios como los naturales : esceptuando todo lo que es-
tá prohibido por las condiciones de millones . Para las tres
primeras precede a su concesion el consentimiento del rei-
no , escribiendo cartas á las ciudades y villas de voto en
Córtes , escepto, cuando las tales naturalezas son de! nú-
mero que ha solido conceder el reino al tiempo de disol-
verse las Cortes generales. [
(1) La ley 5 , tit . 11 , lib. 6. dice:
Debe considerarse por vecino , en primer lugar cual
222
ses , y es necesario seguir sus disposiciones. Por
la ley natural sola los hijos siguen la condicion
de sus padres y entran en todos sus derechos
(S. 212), pues el lugar del nacimiento no hace
nada en esto , y no puede dar por sí mismo ra-
zon alguna de quitar á un hijo lo que le da la

quier estrangera que obtiene privilegio de naturaleza ; el


que nace en estos reinos ; el que en ellos se convierte á
nuestra Santa Fe Católica ; el que viviendo sobre sí , es-
tablece su domicilio ; el que pide y obtiene vecindad en
algun pueblo ; el que se casa con muger natural de estos
reinos , y habita domiciliado en ellos ; y si es la muger es-
trangera , que casare con hombre natural, por el mismo
hecho se hace del fuero y domicilio de su marido ; el que
se arraiga comprando y adquiriendo bienes ú raices y po
sesiones; el que siendo oficial viene á morar y ejercer su
oficio, y del mismo modo el que mora y ejerce oficios me-
cánicos ó tiene tienda en que venda por menor ; el que
tiene oficios de Concejo públicos honoríficos , ó cargos de
cualquier género que solo pueden usar los naturales : el
que goza de los pastos y comodidades que son propios
de los vecinos ; el que mora diez años con casa poblada
en estos reinos ; y lo mismo en todos los demas casos en
que conforme á derecho comun , Reales órdenes y leyes
adquiere naturaleza ó vecindad el estrangero ; y que se-
gun ellas está obligado á las mismas cargas que los natu-
rales , por la legal y fundamental razon de comunicar de
sus utilidades, siendo todos estos legítimamente naturales,
y estando obligados á contribuir como ellos ; distinguién-
dose los transeuntes en la exoneraciou de oficios conce-
jiles , depositarias , receptorias , tutelas , curadurias , cus-
todia de panes , viñas , montes , huéspedes , leva , mili-
cias y otras de igual calidad : y finalmente que de la
contribucion de alcabalas y cientos nadie esté libre ; y
que solo los transeuntes lo esten de las demas cargas,
pechos ú servicios personales, con que se distinguen unos
de otros ; debiendo declararse por comprehendidos todos
aquellos en quienes concurran cualquiera de las circuns-
tancias que quedan espresadas. ( 2. parte del Aut. 22.
tít. 4. lib, 6. R.)
223
naturaleza : digo por sí mismo ;, porque la ley
civil ó política puede disponerlo de otro mo-
do por miras particulares ; pero yo supongo
que el padre no ha dejado enteramente su pa-
tria para establecerse en otra parte. Si este ha
fijado su domicilio en pais estrangero , se ha
hecho miembro de otra sociedad , por lo menos
como habitante perpétuo , y sus hijos lo serán
tambien (1),
215. En cuanto á los hijos nacidos en el mar,
si nacieron en parte del mar ocupada por su
nacion , se consideran haber nacido en el pais;
si en alta mar , no hay ninguna razon para dis-
tinguirlos de los que nacen en el pais , porque
no es por lo natural el lugar del nacimiento el
que da derechos , sino el de la estraccion ; y si
los hijos nacieron en un buque de la nacion , se
pueden reputar nacidos en el territorio ; sobre

(1) Ley 8 , tít. 14, lib. 1. Novísima Recopilacion,


Por un natural de Zegania en la provincia de Guipúz-
coa , se me hizo presente que hallándose empleado en
mi Real servicio de oficiales de la Secretaría del minis-
terio en la Corte de Roma habia contraido matrimonio,
precediendo la licencia de mi Miuistro • con una muger
nacida en Roma , pero hija de español , de cuyo matri-
monjo tenia cuatro varones y una hembra, y me suplicó,
que á todos los declarase por naturales de estos reinos para
que pudiesen gozar como tales las exenciones que gozan
los demas que son nacidos en ellos . Conformándome con
el dictámen de la Cámara , he venido en concederle esta
gracia para en los casos de que sus hijos se hallasen em-
pleados como lo está el padre en mi Real servicio, ó que
viniesen á establecer su residencia en estos reinos ; pero no
para el de quedarse en Roma ú otro pais estrangero sin
estar empleados en mi servicio ; y mando que esto se en-
tienda por punto general para todos aquellos á quienes
tuviese por bien conceder semejantes gracias en lo de
adelante . $
224
todo cuando bogan por una mar libre , puesto
que el Estado conserva su jurisdiccion en estos
navíos. Y como segun el uso comunmente reci-
bido , esta jurisdiccion se conserva en el bajel,
aun cuando se encuentre en parages del mar so-
metidos á una dominacion estrangera , todos los
hijos nacidos en los buques de una nacion se
juzgarán nacidos en su territorio. Por la misma
razon los que nacen en una embarcacion es-
trangera se reputarán nacidos en pais estrange-
ro , á menos que no fuese en el puerto mismo
de la nacion , porque el puerto es mas particu-
larmente del territorio , y la madre por hallarse
en este momento en la embarcacion estrangera,
no está fuera del pais. Pero hablo suponiendo
que ella y su marido no han abandonado su
patria para establecerse en otra parte ( 1 ),
216. Por la misma razon los hijos de ciuda-
danos nacidos fuera del pais en los ejércitos del
estado , ó en la casa de su ministro cerca de una
corte estrangera , se reputan nacidos en el pais,
porque un ciudadano ausente con su familia por
el servicio del estado , y que permanece en su
dependencia y bajo su jurisdiccion , no puede
considerarse como si hubiese salido del terri-
torio.
217. El domicilio es la habitacion fija en al-
gun lugar con la intencion de permanecer siem-
pre en él. Un hombre no establece su domicilio
en ninguna parte , á menos que no haga cono-

( 1) Véase una coleccion de célebres jurisconsultos que


escribieron sobre el derecho Náutico y Marítimo ; está en
latin , y la publicó Heineccio en 1740 : un vol. en 4.º;
se titula : Scriptorum de jure Nautico et Maritimo fasciculus:
Halae Magdeburgicae.
225
1
cer ya tácitamente , ya por una declaracion es-
presa , su intencion de fijarse en ella. Por lo de-
mas esta declaracion no impide que si llega á
mudar de parecer en lo sucesivo , no pueda mu-
dar su domicilio á otra parte. En este sentido
el que se detiene , aunque sea largo tiempo , en
un lugar por negocios suyos , no tiene en él
mas que una habitacion sin domicilío ; y por eso
el enviado de un príncipe estrangero no tiene
domicilio en la corte de su residencia.
218. Los vagabundos son gente sin domici-
lio. Por consiguiente , los que nacen de padres
vagabundos no tienen patria , puesto que la pa-
tria de un hombre es el lugar donde al tiempo
de su nacimiento tenian sus padres el domicilio
(S. 122. ) , ó es el estado en que su padre era
miembro entonces , lo que viene á ser lo mismo;
porque establecerse para siempre en una nacion,
es hacerse miembro de ella , á lo menos como
habitante perpetuo , ya que no sea con todos:
los derechos de ciudadano . Sin embargo , se pue-
de mirar la patria de un vagabundo , como la
de su hijo , en cuanto se presume que este va-
gabundo no renunció absolutamente á su domi-
cilio natural ó de origen.
219. Es indispensable usar de muchas dis-
tinciones para resolver con acierto la famosa
cuestion de si un hombre puede abandonar su
patria ó la sociedad de que es miembro. 1. Los
hijos tienen una adhesion natural á la sociedad
en que nacieron , y obligados á reconocer la`
proteccion que ha concedido á sus padres , la
son deudores en gran parte de su nacimiento
y de su educacion. Deben pues amarla como ya
lo hemos demostrado ( §. 122. ) , profesarla un
justo reconocimiento , y retribuirla en cuanto
226
puedan bien por bien. Acabamos de observar
( S. 211 ) , que tienen derecho de entrar en la
sociedad de que sus padres eran miembros. Pero
todo hombre nace libre , y sobre este principio
el hijo de un ciudadano luego que llegó á la
edad de razon , puede examinar si le conviene
unirse á la sociedad á que su nacimiento le des-
tine ; pero si no encuentra que le sea ventajoso
permanecer en ella , es dueño de abandonarla,
indemnizándola de lo que pudiera haber hecho
en su favor ( 1 ) , y conservando por ella en cuan-
to se lo permitan sus nuevas obligaciones los
sentimientos de amor y de reconocimiento que
le debe. Por lo demas las obligaciones de un
hombre hacia su patria natural , pueden cam-
biar , alterarse , ó desvanecerse, segun que la ha-
ya abandonado legítimamente , y con razon para
escoger otra , ó bien que se le haya echado de
ella meritoriamente ó contra justicia , con for-
malidad ó por violencia. 2. Desde que el hijo de
un ciudadano hecho hombre obra como ciuda-
dano , toma tácitamente la calidad de tal , y sús
obligaciones adquieren mas fuerza y estension,
como la adquieren las de cualquiera otro que se
empeña espresa y formalmente hacia la sociedad;
pero el caso es enteramente diferente de aquel
de que acabamos de hablar. Cuando se ha con-
tratado con la sociedad por un tiempo determi-
nado , es permitido abandonarla , siempre que
esta separacion pueda hacerse sin causarla per-
juicio. Un ciudadano puede pues abandonar el
estado de que es miembro , con tal que no sea
en circunstancias , en las cuales de su abandono

( 1) Este es el fundamento de los derechos de sacas , y


de los que se llaman en latin census emigrationis.
227
résultase aquel notablemente perjudicado. Pero,
aqui debemos distinguir lo que se puede hacer
en rigor de derecho , de lo que es honesto y
conforme á todos los deberes ; en una palabra,
debemos distinguir la obligacion interna y ester-
na. Todo hombre tiene derecho de abandonar
su pais para establecerse en otra parte , cuando
por esta determinacion no compromete el bien
de su patria. Pero un buen ciudadano jamas se
determinará á ello sin necesidad o sin razones
muy poderosas , porque es poco decoroso abu-
sar de su libertad para abandonar ligeramente á
sus consocios , despues de haber reportado de
ellos considerables ventajas , y este es el caso de
todos los ciudadanos con su patria ( 1) . 3. En
cuanto á los que la abandonan cobardemente
en el peligro , procurando ponerse en salvo en
lugar de defenderla , violan manifiestamente el
pacto de sociedad , por el cual se contrajo la
obligacion de defenderse reciprocamente , y es-
tos son infames desertores , á quienes el Estado
tiene derecho de castigar severamente.
220. En tiempo de paz y de tranquilidad,

(1) Carlos XII hizo condenar á muerte y ejecutar al


general Paykul , oriundo de Livonia , que fue hecho pri-
sionero en un encuentro con los sajones , cuya muerte
fue injusta ; porque si bien Paykul habia nacido súbdito
del Rey de Suecia , habia dejado la Livonia á la edad
de doce años ; y habiéndose puesto al servicio de las
tropas de Sajonia , habia vendido con permiso del Rey
los bienes que poseía en su patria , la cual dejó , por es-
coger otra , lo que es permitido á todo hombre libre , á
menos que no sea , como observamos en este lugar , en
un tiempo crítico en que la patria necesita de sus hijos;
y el Rey de Suecia en el hecho de permitirle vender
sus bienes habia consentido en su emigracion. Historia
interesante del Norte , pág. 120.
228
cuando la patria no tiene urgente necesidad de
todos sus hijos , el bien del estado y el de los
ciudadanos exigen , que á todos se les permita
viajar por sus negocios , con tal que estén siem-
pre dispuestos á regresar siempre que el interes
público los llame , porque se presume que nin-
gun hombre se ha comprometido con la socie-
dad , de que es miembro , para no poder salir del
pais cuando el bien de sus negocios lo exija , y
cuando pueda ausentarse sin perjuicio de su
patria.
221. Las leyes políticas de las naciones va-
rían mucho en este punto. En las mas es permi-
tido en todo tiempo , escepto en el de una guer-
ra actual , á todo ciudadano el " ausentanse , y
aun el de dejar enteramente a su pais cuando lo
V
tenga por conveniente , y sin dar cuenta á na-
die . Esta licencia , contraria por sí misma al bien
y á la conservacion de la sociedad , solo puede
tolerarse en un pais sin recursos é incapaz de
sufragar á las necesidades de los habitantes . En
un pais de esta clase solo hay una sociedad im .
perfecta ; porque es necesario que la sociedad
civil pueda poner sus miembros en estado de
adquirir por su trabajo é industria todo lo que
necesitan , sin lo cual no tiene derecho á exigir
que se la consagren absolutamente . En otros es-
tados todo el mundo puede viajar libremente pa-
ra sus negocios , pero no abandonar enteramen-
te la patria sin el permiso espreso de su sobera-
no. Hay estados en fin donde el rigor del go-'
bierno no permite a nadie , sea el que quiera,
salir de su pais sin pasaportes en forma , los cua-
les se conceden con muchísima dificultad . En
todos estos casos es preciso conformarse con las
leyes cuando estan hechas por una autoridad le-
229
gítima ; pero en el último abusa el soberano de
su poder , y reduce los súbditos á una esclavi-
tud insoportable si les niega el permiso de via-
jar por su utilidad , cuando pudiera venir en es-
ta concesion sin inconveniente y sin peligro del
estado . Pero ahora veremos que hay ocasiones
en las cuales por ningun pretesto puede retener
á los que quieran irse para siempre.
222. Hay casos en los cuales un ciudadano
está en absoluto derecho , por razones apoyadas
en el pacto mismo de la sociedad política , de
renunciar á su patria y abandonarla. 1. Si el ciu-
dadano no puede hallar subsistencia en su pa-
tria , le es permitido sin duda buscarla en otra
parte. Porque habiéndose contraido la sociedad
política ó civil con el objeto de facilitar á cada
uno los medios de vivir y de formarse un di-
choso y seguro establecimiento , seria absurdo
pretender que un miembro , á quien no pueda
proporcionar las cosas mas necesarias , no tenga
derecho de abandonarla. 2. Si el cuerpo de la
sociedad ó el que le representa , falta absoluta-
mente á sus obligaciones hácia un ciudadano,
éste puede retirarse. Porque si uno de los con-
trayentes no observa sus pactos , tampoco el otro
está obligado á cumplir los suyos , y el contrato
es recíproco entre la sociedad y sus miembros.
Sobre este fundamento se puede arrojar de la
sociedad al miembro que viole sus leyes. 3. Si la
mayoría de la nacion & el soberano que la repre-
senta quiere establecer leyes sobre cosas , res-
pecto de las cuales no puede obligar el pacto de
sociedad á todo ciudadano á someterse ; los que
miren con desagrado estas leyes , tienen derecho
de abandonar la sociedad para establecerse en
otra parte. Por ejemplo , si el soberano ó la ma-
TOMO I. 17
230
yor parte de la nacion no quiere tolerar mas
que una sola religion en el estado , los que creen
y profesan otra religion tienen derecho de reti-
rarse , de llevarse sus bienes y sus familias , por-
que jamas han podido sujetarse á la autoridad
de los hombres en puntos de conciencia , segun
lo hemos demostrado en el capítulo que trata
de la religion ; y si la sociedad sue y se debi-
lita por su separacion , cúlpense los intolerantes
que son los que faltan al pacto de la sociedad,
los que le rescinden , y compelen á los otros á
que se separen. Ya hemos espuesto en otra par-
te algunos ejemplos de este tercer caso , y el de
un estado popular que quiere darse un sobera-
no ( S. 33 ) , y tambien el de una nacion inde-
pendiente que resuelve someterse á una poten-
cia estrangera ( S. 195 ) .
223. Llámanse emigrados los que abandonan
su patria por alguna razon legítima , con el de-
signio de establecerse en otra parte , y se llevan
consigo sus bienes y sus familias.
224. Su derecho de emigracion puede pro-
venir de fuentes diversas. 1. En el caso que aca-
bamos de insinuar ( S. 222 ) es un derecho na-
tural , que les está ciertamente reservado en el
pacto mismo de asociacion civil . 2. La emigra-
cion se puede asegurar á los ciudadanos en cier-
tos casos por una ley fundamental del estado.
Los habitantes de Neufchatel y de Valangin en
Suiza , pueden dejar su pais y llevar sus bienes
como les acomode , sin pagar ningun derecho.
3. Tambien se les puede conceder voluntariamen-
te por el soberano. 4. En fin este derecho pue-
de nacer de un tratado concluido con una po.
tencia estrangera , en virtud del cual haya pro-
metido un soberano dejar toda libertad á aque-
231
llos súbditos suyos que por cierta razon , como
por causa de religion , quieran trasladarse á tier-
ras de esta potencia. Iguales tratados hay entre
los Príncipes de Alemania para el caso espreso
en que se trata de la religion. Tambien en Suiza ,
un habitante de Berna que quiera trasladarse á
Fribourg , y recíprocamente un habitante de Fri-
bourg que quiera establecerse en Berna , para
profesar en una y otra parte la religion del pais,
tiene derecho de dejar su patria y llevarse lo
que le pertenece. Por diversos pasages de la his-
toria, y en particular de la de la Suiza y de los
paises vecinos , aparece , que el derecho de gen-
tes establecido por las costumbres en estos pai-
ses hace algunos siglos , no permitia á un es-
tado recibir en el número de sus ciudadanos á
los súbditos de otro. Este artículo de una cos-
tumbre viciosa no tenia otro fundamento que la
esclavitud á que entonces se hallaban reducidos
los pueblos. Un Príncipe , un señor contaba sus
súbditos entre sus bienes propios , y calculaba
el número de ellos , como el de sus rebaños ,
cuyo abuso estraño todavía existe en algunas
partes con vergüenza de la humanidad.
225. Si el soberano trata de turbar á los que
tienen el derecho de emigracion , les hace inju-
ria , y estos pueden legitimamente implorar la
proteccion de la potencia que quiera recibirlos.
Asi se vió á Federico Guillermo , Rey de Prusia,
conceder su proteccion á los protestantes emi-
grados de Saltzburgo.
226. Se llaman suplicantes , aquellos fugiti-
vos que imploran la proteccion de un sobera-
no contra la nacion ó el Príncipe que abando-
naron ; pero no podemos sentar sólidamente
lo que el derecho de gentes establece en este
a3a
punto , sin que antes hablemos de los deberes
de una nacion hacia las demas.
* 227. El destierro en fin es otro modo de
abandonar la patria. Un desterrado es un hom-
bre arrojado del lugar de su domicilio , ú obli-
gado á salir de él sin otra infamia. El estraña-
miento es una espulsion semejante , pero con
nota de infamia ; y tanto uno como otro pueden
ser por tiempo limitado , ó perpétuo . Si un des-
terrado ó un estrañado tenia su domicilio en su
patria , queda desterrado ó estrañado de ella.
Por lo demas conviene observar que en el uso
ordinario se aplican tambien los términos de
destierro y de estrañamiento á la espulsion de
un estrangero fuera de un pais en que tenia su
domicilio " con prohibicion de volver á él , ó
temporal ó perpetuamente.
Pudiéndose privar á un hombre por modo de
pena de un derecho , cualquiera que sea, el destier-
ro que le priva de habitar en cierto lugar puede ser
una pena ; pero el estrañamiento lo es siempre,
porque á nadie se le puede infligir una pena in-
famante , sino para castigar una falta real , ó que
se supone serlo.
Cuando se deshace la sociedad de uno de sus
miembros por un estrañamiento perpétuo , solo
queda estrañado de las tierras de esta sociedad,
y no se le puede impedir que viva en cualquie-
ra otra parte que le acomode , porque despues
de haberle arrojado , ningun derecho tiene so-
bre él. Sin embargo puede verificarse lo con-
trario en virtud de convenciones particulares en-
tre dos ó mas estados ; y por tanto cada miem .
bro de la Confederacion Helvética puede estra-
ñar á sus propios súbditos de todo el territorio
de la Suiza , y el estrañado no hallará entonces
233
acogida en ninguno de los cantones ó de sus
aliados.
El destierro se divide en voluntario é invo-
luntario : el voluntario es cuando un hombre
deja su domicilio para substraerse á una pena
ό para evitar alguna calamidad ; é involuntario
cuando es efecto de una orden superior.
Algunas veces se prescribe á un desterrado
el lugar de su permanencia durante el tiempo
de su condena , ó solo se le demarca un cierto
espacio , en el cual se le prohibe entrar. Estas di-
versas circunstancias y modificaciones dependen
de aquel que tiene el poder de desterrar.
228. Un hombre , porque se le destierre ó
se le estrañe, no pierde su cualidad de hom-
bre , ni por consiguiente el derecho de habitar
en alguna parte sobre la tierra ; pues tiene este
derecho de la naturaleza ó mas bien de su Autor,
que destinó la tierra á los hombres para su ha-
bitacion , y la propiedad no ha podido introdu-
cirse en perjuicio del derecho que todo hombre
trae consigo al nacer para usar de las cosas ab-
solutamente necesarias.
229. Pero si este derecho es necesario y per-
fecto en su generalidad , no dejemos de observar
que es imperfecto respecto de cada pais en par-
ticular. Porque por otra parte toda nacion tiene
derecho de negar á un estrangero la entrada en
su pais cuando de ella habia de seguirse un peli-
gro evidente ó causarla un notable perjuicio,
cuyo derecho deriva de lo que se debe á sí mis-
ma , que es el derecho de su propia seguridad.
Y en virtud de su libertad natural , á la nacion
toca decidir si está ó no en el caso de recibir
un estrangero ( Prelim . §. 16 ). No puede esta-
blecerse en pleno derecho y como le agrade en
234
el lugar que haya escogido , sino que debe pe-
dir permiso al que gobierne ; y si se le niegan,
resignarse.
230. Sin embargo , como no ha podido in-
troducirse la propiedad , sino reservando el de-
recho adquirido á toda criatura humana de no
quedar absolutamente privada de las cosas nece-
sarias , ninguna nacion puede negar sin razones
bien fundadas la habitacion , aunque sea perpé-
tua , á un hombre echado de su patria. Pero si
razones particulares y sólidas impiden que se le
conceda un asilo , este hombre no tiene derecho
ninguno á exigirle , porque en semejante caso el
pais que la nacion habita no puede servir al
mismo tiempo á su uso y al de este estrangero.
Asi que aun cuando se supiese que todas las co-
sas son todavia comunes , nadie puede arrogarse
el uso de una que sirve actualmente á las nece
sidades de otro ; y por eso toda nacion , cuyas
tierras bastan apenas á las necesidades de los ciu
dadanos , no tiene obligacion de recibir en su
seno una tropa de fugitivos ó de desterrados.
Por lo mismo puede desecharlos absolutamente
si se hallan infestados de algun mal contagioso ;
y por lo mismo puede enviarlos á otra parte , si
tiene justo motivo de temer que corrompan las
costumbres de los ciudadanos ; que turben la re-
ligion , ó que causen algun otro desórden con-
trario á la salud pública. En una palabra , la na-
cion tiene derecho y aun obligacion de seguir
en este punto las reglas de la prudencia ; pero
esta no debe ser suspicaz , ni debe llevarse hasta
el estremo de negar un asilo á unos desgraciados
por ligeras razones, y por temores, ó frívolos , ó
poco fundados . El medio de templarla será no
perder jamás de vista la caridad y la comisera
235
cion que se deben á los desgraciados , pues que
estos sentimientos no pueden negarse ni aun á
aquellos que por su falta causaron el infortunio;
y si es justo aborrecer el crímen , tambien lo
es amar la persona, como que todos los hombres
deben amarse .
231. Si la patria ha desterrado ó estrañado á
algun ciudadano por causa de crimen , no per-
tenece a la racion en que se refugia castigarle
por la falta cometida en un pais estrangero . Por-
que la naturaleza , ni á los hombres , ni á las
naciones da el derecho de castigar sino por su
defensa y seguridad ( §. 169 ) ; de donde se sigue
que solo puede castigar a aquellos que la han
hecho lesion.
232. Pero esta razon misma hace ver que si
la justicia de cada estado debe limitarse en lo
general á castigar los crímenes cometidos en su
territorio , es preciso esceptuar de la regla á aque-
llos malvados que por la cualidad y frecuencia
habitual de sus crímenes violan toda seguridad
pública , y se declaran los enemigos del género
humano. Los envenenadores , los asesinos , los
incendiarios de profesion , pueden ser estermina
dos donde quiera que se les prenda , porque ata
can y ultrajan todas las naciones hollando los
fundamentos de su seguridad comun . Por esta
razon son condenados al suplicio los piratas por
los primeros en cuyas manos caen . Si el sobe-
rano del pais donde se han cometido crímenes
de esta naturaleza , reclama sus autores para cas-
tigarlos , se le deben entregar , como aquel que
es el principalmente interesado en castigarlos
ejemplarmente. Y como es conveniente conven-
cer a los culpables y hacerles su proceso en toda
forma , hay una segunda razon para que malhe-
236
chores de esta naturaleza se entreguen á los es-
tados que han sido el teatro de sus crímenes.

CAPITULO XX.

DE LOS BIENES PUBLICOS , COMUNES Y PARTICULARES.

233. Veamos ahora cual es la naturaleza de


diferentes cosas que encierra el pais ocupado por
la nacion , y procuremos establecer los princi-
pios generales de derecho que las rige. Los ju-
risconsultos tratan esta materia bajo el título de
Rerum divisione. Hay cosas que por su natura-
leza no pueden ocuparse , las hay cuya propie-
dad no se atribuye a nadie , y que permanecen
en la comunion primitiva cuando una nacion se
apodera de un pais : los jurisconsultos romanos
llaman á estas cosas , cosas comunes , res commu-
ncs; tales eran entre ellos el aire , el agua cor-
riente , el mar , los peces y las bestias salvages.
234. Todo lo que es susceptible de propie-
dad se presume que pertenece á la nacion , la
cual ocupa el pais y forma la masa total de sus
bienes. Pero la nacion no posee todos estos bie-
nes de la misma manera. Los que no estan divi-
didos entre las comunidades particulares ó los
individuos de la nacion , se llaman bienes públi-
cos ; los unos estan reservados para las necesi-
dades del estado , y hacen el dominio de la co-
rona ó de la república ; los otros quedaron co-
munes á todos los ciudadanos , que se apro-
vechan de ellos , cada uno segun las leyes que
reglan su uso , y se llaman bienes comunes.
Otros hay que pertenecen a algun cuerpo ó co-
munidad , y se les llama bienes del comun , res
237
universitatis , y son para este cuerpo en particu-
lar lo que son los bienes públicos para toda la
nacion. Pudiendo mirarse la nacion como una
gran comunidad , se pueden llamar indiferente-
mente bienes comunes los que la pertenecen en
comun ; de manera que todos los ciudadanos pue-
den hacer uso de ellos , y las mismas reglas hay
respecto de aquellos que se poseen tambien por
un cuerpo ó por una comunidad. En fin los
bienes poseidos por particulares se llaman bie-
nes particulares res singulorum.
235. Cuando una nacion en cuerpo se apo-
dera de un pais , todo lo que no se divide entre
sus miembros queda comun á toda la nacion , y
se hace bien público. Hay un segundo modo por
el cual puede adquirir bienes la nacion , y en
general toda la comunidad ; á saber , á voluntad
del que tenga por conveniente transferirla por
cualquier título que sea el dominio ó la propie-
dad de lo que se posee .
236. Luego que una nacion entrega en ma-
nos del Príncipe las riendas del Estado , se juzga
entregarle al mismo tiempo los medios de gober-
nar. Puesto que las rentas de los bienes públicos y
del dominio del Estado se destinan á los gas-
tos del gobierno , estan naturalmente á la dispo-
sicion del Príncipe , y se debe siempre juzgarlo
ași , á menos que al hacer la entrega de la au-
toridad suprema no los haya esceptuado formal-
mente la nacion , y que no haya provisto de al-
guna otra manera en su administracion á los gas-
tos necesarios del Estado , y al mantenimiento de
la persona del Príncipe y de su casa. Todas las
veces pues que la autoridad soberana se entrega
pura y simplemente al Principe , lleva consigo la
facultad de disponer libremente de las rentas
238
públicas. El deber del Soberano le obliga ver-
daderamente á no emplear estos caudales sino
cuando las necesidades del Estado lo exijan ; pero
á él solo toca determinar la aplicacion convenien-
te de ellos sin tener que rendir cuentas á nadie.
237. La nacion puede atribuir al Príncipe
solo el uso de los bienes comunes y agregarlos
por este medio al dominio del Estado , teniendo
tambien facultad de cederle la propiedad . Pero
esta traslacion de uso ó de propiedad exige un
acto espreso del propietario que es la nacion ; y
es dificil fundarlo sobre un consentimiento táci
to , porque el miedo impide harto frecuentemen-
te á los súbditos el reclamar contra las empresas
injustas del Soberano .
238. Tambien puede el pueblo atribuir á su
Príncipe el dominio de las cosas que posee en
comun , y reservarse su uso en todo ó en parte.
Asi puede cederse al Príncipe el dominio de un
rio , por ejemplo , mientras que el pueblo se re-
serva el uso para la navegación , para la pesca , el
abrevadero de las bestias etc.; en una palabra,
el pueblo puede ceder al Soberano el derecho
que le parezca sobre los bienes comunes de la
nacion ; pero todos estos derechos particulares
no dimanan naturalmente y por sí mismos de la
soberanía .
239. Si las rentas de los bienes públicos so-
bre el dominio no bastan para las necesidades
públicas , puede suplirlas el Estado por medio
de impuestos ; los cuales deben arreglarse de
suerte que todos los ciudadanos paguen su cuo-
ta á proporcion de sus facultades y de las ven-
tajas que de la sociedad reportan. Teniendo to-
dos los miembros de la sociedad civil igual obli-
gacion á contribuir segun sus medios á su ven-
239
taja y á su conservacion , no pueden resistirse á
aprontar los subsidios que se necesitan para ello ,
segun que la potestad legítima los exige.
240. Muchas naciones no han querido enco-
mendar al Príncipe un cuidado tan delicado , ni
poner á disposicion suya un poder del que es
tan fácil abusar. Al establecer un dominio para
la manutencion del Soberano y para los gastos
ordinarios del Estado , se han reservado el de-
recho de proveer por sí mismas ó por sus re-
presentantes á las necesidades estraordinarias, im-
poniendo tributos pagaderos por todos los ha-
bitantes . En Inglaterra espone el Rey al par-
lamento las necesidades del Estado , y este cuer-
po representativo de la nacion delibera y es-
tatuye con el Rey sobre la cuantidad del subsi-
dio , y sobre la manera de imponerle ; y se ha-
ce tambien dar cuenta del empleo que el Prínci-
pe ha hecho de este subsidio.
241. En otros estados en que el Soberano
posee el imperio pleno y absoluto , á él solo to-
ca establecer impuestos , reglar la manera de im-
ponerlos , y hacer uso de ellos como le acomo-
de sin dar cuentas á nadie. El Rey goza hoy
de esta autoridad en Francia , con la sola for-
malidad de hacer registrar sus edictos en el par-
lamento ; y este senado tiene el derecho de re-
presentarle , si halla inconvenientes en la impo-
sicion resuelta por el Príncipe. Sabio estableci-
miento para hacer llegar la verdad y los gritos
del pueblo hasta los oidos del Soberano, y para
poner algunos límites á sus disipaciones , ó á la
codicia de los ministros y de los empleados en
la Real Hacienda ( 1 ).

(1) Gran circunspeccion y cuidado son necesarios pa


240
242. El Príncipe que se halla revestido del
poder de echar contribuciones sobre su pueblo,
guardese de mirar , como propiedad suya , los

ra el establecimiento de contribuciones que una vez intro-


ducidas , no solo continuan , sino que se multiplican con
la mayor facilidad . Sitiando á Cuenca Alfonso VIII , y no
teniendo dinero , pidió á las Córtes el poder imponer so-
bre cada hombre cinco maravedises de oro , á lo cual se
opuso vigorosamente Don Pedro , conde de Lara. Véase
al P. Mariana en su Tratado de Reg. et Reg. instit. lib. 1 ,
cap. 8 , donde recuerda lo que dice en el cap. 14, lib. 10
de su Historia de España , á saber :
Movido el Rey de Castilla por estas dificultades , se
partió para Burgos con intento de juntar dineros. Hicié-
ronse Córtes del reino , y procuróse que no solo los pe-
cheros y gente popular , sino tambien los francos , que
en España llamamos hidalgos , cada año pagasen al Rey
cinco maravedis de oro , y esto á causa que el pueblo
gastado con tantas imposiciones , no podia llevar los gas-
tos de la guerra : que era justo moviese á los demas el
amor de la patria y la falta del tesoro Real , para que ce-
diesen en parte á su derecho y á su antigua libertad ; da-
ño que se podia recompensar adelante con mayores pro-
vechos. Daba este consejo Don Diego de Haro , Señor de
Vizcaya , hombre poderoso por sus fuerzas y por el pa-
rentesco del Rey de Leon , de grande presuncion y áni
mo ; porque Don Fernando , Rey de Leon , repudiado que
hubo la Reina Doña Urraca como arriba queda dicho ,
casó con Doña Teresa , hija de D. Nuño , conde de Lara,
por cuya muerte ( que fue en breve ) casó de nuevo con
Doña Urraca , hija de Don Lope de Haro , y hermana de
este Don Diego : de este casamiento nacieron Don Sancho
y Don Garcia.
Opúsose á los intentos de Don Diego, Don Pedro, con.
de de Lara : arrimóse gran número de nobles , que arre-
batadamente se salieron de las Córtes determinados de de-
fender por las armas y esfuerzo de los antepasados. De-
cia que en ninguna manera sufriria que en su vida se
abriese aquella puerta , y se hiciese aquel principio para
oprimir la nobleza y trabajalla con nuevas imposiciones ,
bien que fuese necesario dejar el cerco de Cuenca . El
Rey movido de aquel peligro desistió de aquel pensamien-
241
caudales que rinden. Jamas debe perder de vis-
ta el fin para que se le dió esta facultad , pues
la nacion ha querido ponerle en estado de pro-
veer segun su sabiduría á las necesidades de sus
pueblos. Si destina estos caudales á otros usos,
si los consume en un lujo frívolo para sus pla-
ceres y para saciar la codicia de sus mancebas y
de sus favoritos ( atrevámonos á decirlo á los so-
beranos todavia capaces de escuchar la verdad)
no es menos culpable ; lo es mil veces mas que
un particular que se sirve del bien de otro para
satisfacer sus desarregladas pasiones , porque la
injusticia , no por quedar impune , deja de ser
menos vergonzosa.
243 Todo debe dirigirse al bien comun en
la sociedad política ; y si la persona misma de
los ciudadanos se somete á esta regla , no pue-
den sus bienes esceptuarse de ella. El Estado no
pudiera subsistir ó administrar siempre los ne-
gocios públicos de la manera mas ventajosa , si
no tuviese la facultad de disponer en tiempo , y
de todos modos de los bienes sometidos á su
imperio. Tambien debe presumirse , que cuando
la nacion se apodera de un pais , no se abando-
na á los particulares la propiedad de ciertas co-
sas , sino con esta reserva . El derecho que per-
tenece á la sociedad , ó al Soberano , de dispo-

to. A Don Pedro , por lo que hizo , y por el valor que


mostró , acordaron los nobles entre sí que cada año á él
y á sus sucesores le hiciesen un gran convite para que que.
dase memoria de aquel hecho , y los descendientes fuesen
por aquella manera amonestados á no sufrir por cual-
quiera ocasion que se presente , les sea menoscabado el
derecho de la antigua libertad ......... Fue Cuenca ganada
en 21 de Setiembre de 1177. A los ciudadanos fue conce-
dido, que tuviesen voto en las Córtes del reino..
242
ner en caso de necesidad y por la salud públi-
ca de todos los bienes contenidos en el Estado ,
se llama dominio eminente. Es pues indudable
que este derecho es necesario en ciertos casos
al que gobierna , y por consiguiente que hace
parte del imperio ó del soberano poder , y de-
Le contarse entre los derechos de magestad (§ 45) .
Cuando el pueblo defiere el imperio á cualquiera,
le atribuye al mismo tiempo tambien el dominio
eminente , á menos que no se le reserve con pa-
labras terminantes. Todo Principe verdaderamen-
te soberano está revestido de este derecho , cuan-
do la nacion no le ha esceptuado , de cualquie-
ra manera que quede limitada su autoridad en
otros puntos .
Si el Soberano dispone de los bienes públi
cos en virtud de su dominio eminente , la enage-
nacion es válida , como que se ha hecho con su-
ficiente facultad.
Asi tambien y por la misma razon será la
enagenacion válida , cuando en un caso de ne-
cesidad dispone de los bienes de una comunidad
ó de un particular ; pero la justicia pide que es-
ta comunidad ó este particular se indeninicen de
los caudales públicos ; y si el tesoro no se halla
en estado de hacerlo , todos los ciudadanos de-
ben contribuir á ello , porque las cargas del Es-
tado deben soportarse con igualdad ó en una
justa proporcion.
244. Ademas del dominio eminente , la sobe-
ranía da un derecho de otra naturaleza sobre los
bienes públicos , comunes y particulares , y es el
derecho de mandar en todos los lugares del pais
que pertenecen á la nacion. El poder supremo
se estiende á todo lo que pasa en el Estado , en
cualquier lugar que sea , y por consiguiente el
243
Soberano manda en todos los lugares públicos,
en los rios , en los caminos reales , en los de-
siertos etc. Todo lo que en ellos sucede está so-
metido á su autoridad.
245. En virtud de la misma autoridad el So-
berano puede hacer leyes que arreglen el modo
de usar de los bienes comunes , tanto los de la
nacion entera , cuanto los pertenecientes á cuer-
pos ó comunidades . No puede á la verdad pri-
var de su derecho á los que tienen parte en es •
tos bienes ; pero el cuidado que debe tomarse
por el reposo público , y la ventaja coman de
los ciuda lanos le atribuyen un derecho de esta-
blecer las leyes que se dirigen á este objeto , y
de ordenar por consiguiente cómo se debe gozar
de los bienes comunes. Esta materia pudiera
ocasionar abusos , escitar discusiones, que es im-
portante al Estado prevenir , y contra las cuales
debe tomar el Príncipe las mas justas providen-
cias. Por lo mismo puede establecer el Sobera
no una sábia policía en la caza y en la pesca,
prohibirlas en los meses de la multiplicacion ,
impedir el uso de lazos , redes y de todo ardid
destructivo etc. Pero como el Soberano debe
hacer estas leyes en calidad de padre comun , y
como tutor y gobernador de su pueblo , jamas
debe olvidar los fines que á ello le llaman ; y si
en este punto hace leyes con otro objeto que el
del bien público , abusa de su poder.
246. Una comunidad , lo mismo que todo
propietario , tiene el derecho de enagenar y obli-
gar sus bienes ; pero los que la componen por
el presente jamas deben perder de vista el desti-
no de estos bienes comunes , ni disponer de ellos
de otro modo que en ventaja del cuerpo y en
los casos de necesidad. Si los distraen á otros
244
objetos , si abusan de su poder , pecan contra lo
que deben á su comunidad y á su posteridad , y
el Principe como padre comun tiene derecho de
oponerse á ello. Por otra parte el interes del
Estado exige que no se disipen los bienes de las
comunidades ; lo cual da otro derecho de impe-
dir la enagenacion de estos bienes al Príncipe en-
cargado de velar por la salud pública. Es pues
muy conveniente mandar en un Estado , que se-
rá de ningun valor ni efecto la enagenacion de
los bienes comunes , sin que en ella intervenga
el consentimiento del Príncipe ; y por eso las le-
yes civiles conceden en este punto á las comu-
nidades los derechos de los menores. Pero esta
es puramente una ley civil , y la opinion de los
que en derecho natural quitan á una comunidad
la facultad de enagenar sus bienes sin el consen-
timiento del Soberano , me parece destituida de
fundamento y contraria á la nocion de la pro-
piedad. Es verdad que una comunidad puede ha-
ber recibido bienes ya de sus predecesores , ya
de cualquiera otro con la carga de no poderlos
enagenar ; pero en este caso solo tiene el usu-
fructo perpétuo , y no la entera y libre propié-
dad. Si se han dado algunos de sus bienes para
la conservacion del cuerpo , es claro que la Co-
munidad no tiene el poder de enagenarios , sino
es en el caso de estrema necesidad, y todos los
que pueden haber recibido del Soberano se pre-
sumen ser de esta naturaleza.
247. Todos los miembros de una comunidad
tienen un derecho igual al uso de sus bienes co-
munes ; pero el cuerpo de la comunidad sobre
el modo de gozarlos puede formar los reglamen-
tos que mejor le parezcan , con tal que estos no
vulneren la igualdad que debe reinar en una co-
245
munidad de bienes. Asi es que una comunidad
puede determinar el uso de un bosque ó de una
dehesa comunes , sea permitiéndolo á todos sus
individuos , segun su necesidad , sea fijando una
porcion igual para cada uno ; pero no tiene de-
recho de escluir á nadie ó de distinguirle , seña-
lándole una porcion menor que á los demas.
248. Teniendo todos los miembros de una
corporacion igual derecho á sus bienes comunes,
cada uno debe aprovecharse de ellos de manera
que no perjudique de modo alguno al uso co-
mun. Segun esta regla no es permitido a un par-
ticular que sobre un rio , que es un bien público,
haga una obra capaz de obstruir el uso a todos,
como es construir molinos , hacer una sangría
para separar el agua de su direccion etc.; porque
si emprendiese cualquiera cosa de estas , se arro-
garia uu derecho particular , contrario al derecho
comun de todos.
249. El derecho de prevencion (jus præven
tionis ) debe observarse fielmente en el uso de
las cosas comunes , que no pueden servir á mu-
chos al mismo tiempo , y se da este nombre al de-
recho del primero que se presenta á usar de esta
suerte de cosas. Por ejemplo , si yo estoy sacando
agua de un pozo , comun ó público , otro que
viene despues no puede lanzarme para sacarla él,
sino que debe esperar á que yo haya concluido;
porque yo uso de mi derecho al sacar el agua,
y nadie puede turbarme en él ; y el segundo que
tiene igual derecho , no le puede hacer valer en
perjuicio mio , ni hacerme cesar por su venida;
pues fuera atribuirse él mas derecho que yo ten-
go , é infringir la ley de la igualdad.
250. La misma regla debe observarse respec-
to de aquellas cosas mas comunes que se con
TOMO I. 18
246
sumen con el uso , las cuales pertenecen al pri-
mero que las ocupa , y el otro que sobreviene
no tiene ningun derecho de despojarme de ellas.
Voy á un bosque comun , comienzo á cortar un
árbol : vienes tú despues y quisieras tener este
mismo árbol. No me le puedes quitar , porque
fuera arrogarte un derecho superior al mio , y
nuestros derechos son iguales. Esta regla es la
misma que se halla prescrita por el derecho de
la naturaleza en el uso de los bienes de la tierra
antes de la introducción de la propiedad .
251. Los gastos que pueden exigir la conser-
vacion ó la reparacion de las cosas que pertene-
cen al público ó á una comunidad , deben so-
portarse con igualdad por todos los que tienen
parte en ellas , ya sea que se saquen las sumas
necesarias de las arcas comunes , ya sea que cada
particular contribuya á ello con su cuota . La na-
cion , la comunidad , y todo el cuerpo en gene-
ral , pueden establecer tambien impuestos extra-
ordinarios y contribuciones anuales para subve-
nir á estos gastos , con tal que no haya vejacion ,
y que se apliquen fielmente á sú objeto los cau-
dales que se han exigido. Con este fin , segun lo
hemos ya observado ( §. 103 ) , se han establecido
legitimamente los derechos de portazgo y pasage;
pues aprovechándose de los caminos , puentes y
calzadas , como cosas públicas , todos los que por
ellos pasan es justo que contribuyan á su con-
servacion .
1 252. Ahora veremos que el Soberano debe
proveer á la conservacion de los bienes públicos,
y que no se halla menos obligado como gefe de
toda la nacion á velar sobre la conservación de
los bienes de una comunidad. Todo el Estado
se halla interesado en que una comunidad no
247
caiga en la indigencia por lá mala conducta de.
los que actualmente la componen ; y como la
obligacion produce el derecho sin el cual no se
puede cumplir , el Soberano le tiene de poner en
este punto á la comunidad en su deber. Si pues
tiene noticia , por ejemplo , de que deja destruir
los edificios necesarios , ó bien que desmonta sus .
bosques , tiene derecho de prescribirla lo que debe
hacer , y hacerla entrar en regla.
253. Solo nos falta decir alguna cosa sobre
los bienes particulares. Todo propietario tiene
derecho de manejar sus bienes , y de disponer
de ellos como mejor le parezca , mientras en esto
no se siga perjuicio de tercero. Sin embargo , el.
Soberano , como padre de su pueblo , puede y
debe refrenar al disipador é impedir que corra
á su ruina ; sobre todo , si este disipador es pa-
dre de familias. Pero es necesario cuidar mucho
de no estender este derecho de inspeccion hasta
perjudicar á los súbditos en la administracion
de sus negocios ; lo cual sería tan perjudicial á
la justa libertad de los ciudadanos , como al ver-
dadero bien del Estado. Esta materia en toda su
estension es objeto del derecho público y de la
política.
254. Es tambien de observar , que los parti-;
culares no son tan libres en la economía ó en
el gobierno de sus bienes , que no queden suje-
tos a las leyes y á los reglamentos de policía he-
chos por el Soberano. Por ejemplo , si las viñas
se multiplican demasiado en un pais , y escasea
el trigo , puede prohibir el Soberano que se plan-
ten de viña las tierras de pan llevar , porque en
ellò se interesan el bien público y la salud del
Estado. Cuando lo exige una razon de esta im-
portancia , el Soberano ó el magistrado puede
:
248
obligar á un particular á vender sus géneros de
que no tiene necesidad para su subsistencia , y
fijarles precio. La autoridad pública puede y de-
be impedir los monopolios , y reprimir todas las
maniobras que se dirigen á hacer que se enca-
rezcan los víveres ; lo cual llamaban los Roma-
nos annonam incendere , comprimere , vexare.
255. Todo hombre puede naturalmente ele-
gir uno á quien quiera dejar sus bienes despues
de su muerte , en cuanto su derecho no se ha-
lle limitado por alguna obligacion indispensable,
como por ejemplo , la de proveer á la subsisten-
cia de sus hijos. Estos tienen naturalmente el de-
recho de suceder con igualdad en los bienes de
su padre. Pero todo esto no impide que se puedan
establecer en un estado leyes particulares sobre
los testamentos y sucesiones , respetando siempre
los derechos esenciales de la naturaleza. Asi es
que para sostener las familias nobles se halla es-
tablecido en muchas partes, que el hijo mayor
sea de derecho el principal heredero de su pa-
dre. Las tierras sustituidas con cláusula de per-
petuidad al primogénito de una casa , le perte-
necen en virtud de otro derecho , que dimana de
Ja voluntad de aquel que , siendo dueño de sus
tierras , ha querido consagrarlas á este destino.

CAPITULO XXI.

DE LA ENAGENACION DE LOS BIENES PUBLICOS Ó


DEL DOMINIO ; Y DE LA DE UNA PARTE
DEL ESTADO.

256. Siendo la nacion señora única de los


bienes que posee , puede disponer de ellos como
mejor la cuadre, enagenarlos ú obligarlos váli
249
damente. Este derecho es una consecuencia ne-
cesaria del dominio pleno y absoluto , cuyo ejer-
cicio solo se restringe por el derecho natural,
respecto á los propietarios que no tienen el uso
de la razon necesario para la direccion de sus
negocios ; lo cual no es aplicable á una nacion .
Los que piensan de otro modo no pueden ale-
gar razon ninguna sólida de su modo de pen-
sar, y se seguiria de sus principios ; que jamás se
podria contraer de un modo seguro con ningu
na nacion ; lo cual ataca por los fundamentos
todos los tratados públicos.
257. Pero es muy cierto que la nacion debe
conservar preciosamente sus bienes públicos , usar-
los como conviene , disponer de ellos solo en fuer-
za de poderosas razones , y no enagenarlos, ú obli-
garlos , como no sea con ventaja manifiesta suya
ó en el caso de una urgente necesidad; todo lo
'cual es una consecuencia evidente de los debe-
res de una nacion hácia sí misma. Los bienes
públicos la son muy útiles y aun necesarios ; pe-
ro no puede disiparlos á su antojo sin hacerse
delincuente consigo misma de un modo vergon-
zoso. Hablo de los bienes públicos propiamente
tales , ó del dominio del estado ; como que es
cortar los nervios del Gobierno el privarle de
sus rentas. En cuanto a los bienes comunes á to-
dos los ciudadanos , la nacion causa perjuicio á
los que se aprovechan de ellos , si los enagena
sin necesidad ó sin razones justas. Es verdad
que está en derecho de hacerlo como propieta-
ria de sus bienes ; pero no debe disponer de
ellos , sino de un modo conveniente á los debe-
res del cuerpo hacia sus miembros.
258. Estos deberes miran al Príncipe y al
gefe de la nacion , el cual debe atender a la con-
250
-servacion y sábia administracion de los bienes
-públicos , contener y prevenir su disipacion , y
no sufrir que se destinen á usos estraños.
259. Como el Príncipe ó gefe de la sociedad
es naturalmente administrador y no propietario
del Estado , su cualidad de gefe ó soberano de
la nacion no le da por sí misma el derecho de
enagenar , ó de obligar los bienes públicos. La
regla general es pues que el superior no puede
-disponer de los bienes públicos en cuanto á la
sustancia , como que este derecho se halla re-
servado al propietario ; pues que se define la
propiedad por el derecho de disponer de una
cosa en cuanto á la sustancia. Si el superior le-
ga á traspasar su poder respecto á estos bienes,
ga
la enagenacion que de ellos haya hecho es in-
válida , y revocable en todo tiempo por su su-
cesor ó por la nacion. Esta es la ley comunmen-
-te recibida en el reino de Francia , y el duque
de Sully apoyado en este principio aconsejó á
Enrique IV que incorporara á la corona todo
lo que sus predecesores habian enagenado ( 1 ).
-260. Como que la nacion tiene la libre dis-
posicion de todos los bienes que la pertenecen
( S. 256 ) , puede transferir su derecho al Sobera-
7.19
C 20151109
( 1) Ninguna macion tiene leyes mas espresas , mas jus-
tas y mas bien fundadas que España sobre la incorporacion
y reversion á la Corona de los bienes enagenados por pre-
cio. Entre los celosos y sábios magistrados , que mayores
-servicios hicieron al Estado , sobresalió , y es digno de
loor eterno , el Señor Marqués de la Corona , Fiscal que
fue del Supremo Consejo suprimido de Hacienda. Véase
el espediente formado de Real orden para proceder en
estos juicioss con , su audienciá , y sus papeles en derecho.
Pero todo su celo , sabiduría y esfuerzo no fueron bastan-
tes para impedir que esta clase de pleitos se eternicen.
251
no , y conferirle por consiguiente el de enage-
nar y obligar los bienes públicos. Pero no sien-
do necesario este derecho del gefe del Estado'
para gobernar felizmente , no se presume que la
nacion se le ha dado ; y si esta no ha hecho
una ley espresa sobre ello , se debe sostener que
el Príncipe no está revestido de esta facultad , á
menos que no haya recibido el imperio sin la me-
nor limitacion , y enteramente pleno y absoluto,
261. Las reglas que acabamos de establecer
conciernen á las enagenaciones de los bienes
públicos , hechas en favor de los particulares.
Pero la cuestion muda de aspecto cuando se
trata de enagenaciones hechas de nacion á na-
cion ( 1 ) : como que se necesitan otros princi-
pios para decidirla en los diferentes casos que
puedan ocurrir , sobre lo cual trataremos de dar
la teoría general .
2 1. Es necesario que las naciones puedan tra-
tar y transigir válidamente entre sí , sin lo cual
no tendrian medio alguno de fenecer sus nego-
cios y de ponerse en un estado tranquilo y se-
I
guro ; de donde se sigue que cuando una na-
cion ha cedido alguna parte de sus bienes á
otra , debe tenerse esta cesion por válida é ir-
revocable , como lo es en efecto en virtud de la
nocion de propiedad. Ninguna ley fundamental,
en virtud de la cual pretendiese una nacion des
pojarse del poder de enagenar lo que la perte-
nece , puede sacar de su quicio este principio,
porque sería querer interdecirse todo contrato

(1) Quod dominia regnorum inalienabilia et semper


revocabilia dicuntur , id respectu privatorum intelligitur,
nam contra alias gentes divino privilegio opus foret,
Leibnit. Pref. al Cod, del derecho de gentes diplom.
252
con otro pueblo , ó pretender engañarlos. Con
una ley seinejante jamás deberia una nacion tra-
tar de sus bienes ; porque si la necesidad la obli-
ga á ello , ó su propia ventaja la determina , re-
nuncia á su ley fundamental desde que comien-
za á tratar. Apenas se disputa á la nacion en-
tera la facultad de enagenar lo que la pertene-
ce; pero se pregunta si la tiene el Soberano.
¿Las leyes fundamentales pueden decidir la cues-
tion? ¿ No dicen estas nada directamente sobre
esto ? Ile aqui nuestro segundo principio.
2. Si la nacion ha deferido la plena sobera-
nía á su Príncipe ; si le ha cometido el cuidado
y dado sin reserva el derecho de tratar y de
contratar con los demas estados ; se presume ha-
berle revestido de todos los poderes necesarios
para contratar válidamente. El Príncipe es en-
tonces el órgano de la nacion ; lo que hace se
reputa hecho por ella misma , y bien que no
sea el propietario de los bienes públicos , los
enagena válidamente , como que se halla debida
mente autorizado.
262. La cuestion es mas dificil cuando se tra-
ta , no de la enagenacion de algunos bienes pú-
blicos , sino de la desmembracion de la nacion
misma ó del estado , y de la cesión de una ciu-
dad ó de una provincia , que es una parte inte-
grante de él. Pero se resuelve sólidainente por
los mismos principios : una nacion debe conser
varse á sí misma , ( §. 16 ) debe conservar todos
sus miembros , no puede abandonarlos , y está
obligada a mantenerlos en su estado de miem
bros de la nacion ( S. 17 ) , No tiene el derecho
de traficar ni con su estado , ni con su libertad
por ventajas que se prometiese de semejante ne-
gociacion se han unido en sociedad para ser
253
miembros de ella , reconocen la autoridad del
estado para trabajar de concierto por el bien y
salud pública , y no para estar á su disposicion
como un rebaño de ' carneros. Pero la nacion
puede abandonarlos legítimamente en el caso de
una necesidad estrema , y está en derecho de se-
pararlos del cuerpo , si lo exige la pública felici .
dad. Cuando en semejante caso abandona el Es
tado una ciudad ó una provincia al vecino ó al
enemigo poderoso , la cesion subsiste válida en
cuanto al Estado , pues que tuvo derecho de ha-
cerla ; ni puede tener ulteriores pretensiones,
puesto que ha cedido todos los derechos que en
esto podian competerle.
263. Pero tal provincia ó tal ciudad , asi
abandonada y desmembrada del Estado , no tie-
ne obligacion de recibir al nuevo señor que se
la quiere dar. Separada de la sociedad de que
era miembro , vuelve á entrar en sus derechos;
y si le es posible defender su libertad contra el
que quisiere someterla , se opone legítimamen-
te. Habiéndose obligado Francisco I por el tra-
tado de Madrid á ceder el ducado de Borgoña al
emperador Carlos V , los Estados de esta provin.
cia declararon que habiendo sido siempre súb-
ditos de la corona de Francia , moririan bajo
esta obediencia ; que si el Rey les abandonaba,
tomarian las armas y se esforzarian por ponerse
en libertad antes que pasar de una dominacion á
otra. Es verdad que rara vez se hallan los súb-
ditos en estado de resistir en tales ocasiones,
y ordinariamente el mejor partido que tienen que
tomar es el de someterse á su nuevo gefe , ha-
ciendo sus condiciones lo mas suaves que puedan .
264. Cualquiera que sea el Príncipe ó gefe
del Estado , ¿tiene facultad de desmembrarle ?
254
Respondamos como ya lo hemos hecho respecto
del dominio. Si la ley fundamental prohibe al
Soberano toda desmembracion , no puede ha-
cerla sin el concurso de la nacion ó de sus re-
presentantes. Pero si la ley calla , y si el Prínci-
pe ha recibido el imperio pleno y absoluto , es
entonces depositario de los derechos de la na-
cion , y el órgano de su voluntad . La nacion
no debe abandonar á sus miembros sino en la
necesidad , ó con objeto de la salud pública , ó
para preservarse ella misma de su ruina total.
El Príncipe no debe cederlos sino por las mis-
más razones ; pero puesto que recibió el impe-
rio absoluto , á él toca juzgar del caso de nece-
sidad , y de lo que exige la salud del Estado.
Con ocasion del mismo tratado de Madrid,
de que acabamos de hablar , los notables del
reino de Francia , congregados en Cognac des-
pues de la vuelta del Rey , concluyeron unáni-
memente que no se estendia su autoridad hasta
-desmembrar la corona. Declaróse nulo el trata-
do , como contrario á la ley fundamental del
reino , y verdaderamente estaba hecho sin pode-
res suficientes. La ley negaba formalmente al
Rey el poder desmembrar el reino ; el concurso
de la nacion era necesario para ello ; y podia
dar su consentimiento por el órgano de los Es-
tados generales. Carlos V no debia dar libertad
á su prisionero , antes de que estos mismos Es
tados generales hubiesen aprobado el tratado ; ó
mas bien usando de su victoria con mas gene-
rosidad , debia imponer condiciones menos du-
ras , cuyo cumplimiento hubiera estado en ma-
no de Francisco I , y de las cuales no se hubie-
se podido desdecir sin vergüenza . Pero en el dia
en que los Estados generales ya no se juntan en
255
Francia , solo con el Rey se entienden las de-
mas potencias , las cuales tienen derecho de to-
mar su voluntad por la del reino entero ; y las
cesiones que pudiera el Rey hacerlas , subsisti-
rian válidas en virtud del consentimiento tácito,
por el cual la nacion ha confiado todo su poder
al Rey para tratar con ellas. Si de otro modo
fuese , no se pudiera contratar seguramente con
la corona de Francia . Muchas veces para mayor
precaucion han pedido las potencias que se re-
gistrasen sus tratados en el parlamento de Paris;
pero hoy no está ya en uso esta formalidad.

CAPITULO XXII .

DE LOS RIOS GRANDES Y PEQUEÑOS " Y DE LOS


LAGOS..

265. Cuando una nacion se apodera de un


pais para fijar en él su permanencia , ocupa todo
lo que el pais encierra : tierras , lagos , rios etc.
Pero puede suceder que este pais se termine , y
esté separado de otro por un rio grande. Se pre-
gunta á quién pertenecerá éste? Por los prin-
cipios que hemos establecido en el capitulo 18,
es claro que debe pertenecer á la nacion que
primero se apoderó de él. No se puede negar
este principio ; pero la dificultad consiste en ha-
cer su aplicacion . No es facil decidir cual de las
dos naciones vecinas fue la primera en apode-
rarse de un rio que las separa ; pero las re-
glas siguientes que ofrecen los principios del
derecho de gentes,,, sirven pera resolver estas
cuestiones.
1. Cuando una nacion se apodera de un pais
terminado por un rio , se juzga que se le apro-
256
pia tambien ; parque un rio es de uso muy gran-
de para que se pueda presumir que la nacion no
tuvo intencion de reservársele . Por consiguiente
el primer pueblo que ha establecido su domina-
cion sobre la orilla de un rio , se tiene por el
primer ocupante de toda la parte del rio que
termina su territorio , Esta presuncion es indu-
dable , cuando se trata de un rio muy ancho , a
lo menos por una parte de su anchura ; y la
fuerza de la presuncion crece ó disminuye res-
pecto del todo , en razon inversa de la anchura
del rio ; porque cuanto mas éste se estrecha ,
tanto mas la seguridad y la comodidad del uso
exigen que se someta todo entero al imperio de
la propiedad.
2. Si este pueblo ha hecho algun uso del rio,
como para la navegacion ó para la pesca , se pre-
sume con tanta mas seguridad que ha querido
apropiársele.
3. Si ni el uno ni el otro de ambos vecinos
del rio puede probar que el mismo ó aquel de
quien tiene el derecho , se estableció el primero
en estas regiones , sé supone que entrambos vi-
nieron á ellas al mismo tiempo ; pues ninguno
tiene razones de preferencia , y en este caso la
dominacion del uno y del otro se estiende has-
ta la mitad del rio.
4. Una larga posesion no contradicha , esta-
blece el derecho de las naciones ; pues de otro
modo no habria paz ni nada estable en ellas , y
los hechos notorios deben probar la posesion;
y asi cuando de tiempo inmemorial ejerce una
nacion sin contradiccion los derechos de sobe-
ranía sobre un rio que le sirve de límites , na-
die puede disputarla su imperio.
5. En fin si los tratados definen alguna cosa
257
sobre la cuestion , es preciso observarlos ; deci-
dirla por convenciones es el partido mas seguro,
y el que toman en efecto las potencias en el dia.
266. Si un rio abandona su cauce , ya porque
se agote , ya porque tuerza su curso , la madre
permanece para el señor del rio , porque hace
parte de él; y el que se ha apropiado el todo,
es necesario que se apropie la parte.
267. Si el territorio que linda con el rio no
tiene otros limites que el mismo rio , se cuen-
ta entre los territorios de límites naturales ó
indeterminados , ( territoria arcifinia ) y goza del
derecho : es decir , que el terreno que se pue-
da ir acumulando poco á poco por el cur-
so del rio , y todos los aumentos insensibles , son
aumentos de este territorio que siguen su con-
dicion , y pertenecen á un mismo dueño . Por-
que si me apodero de un terreno declarando
que quiero por límites el rio que le baña , ó si
se me ha dado con esta condicion ; por esto
nismo ocupo de antemano el derecho de alu-
vion , y por consiguiente puedo yo solo apro-
piarme todo lo que la corriente del agua añada
insensiblemente á mi terreno. Digo insensible-
mente , porque en el caso muy raro que se lla
ma aluvion , cuando la violencia del agua separa
una porcion considerable de tierra y la junta á
otra de modo que todavia se la distingue , este
pedazo de tierra permanece naturalmente pro-
pia de su primer dueño . De particular á parti-
cular las leyes civiles han previsto y decidido el
caso; y los particulares deben combinar tam-
bien la equidad con el bien del Estado y el cui-
dado de evitar pleitos,
En caso de duda todo territorio limitrofe de
un rio , se presume no tener otros límites que
258
el mismo rio ; porque nada hay mas naturai que
tomarle por límites cuando se establece sobre
sus orillas ; y en la duda se presume siempre
lo que es mas natural , y mas provechoso.
268. Establecido ya que un rio hace la se-
paracion de dos territorios , sea que permanezca
comun á los dos riberiegos opuestos , sea que
le dividan por mitad , sea en fin que pertenezca
todo entero al uno de los dos ; los diversos de-
rechos sobre el rio no sufren mudanza alguna
por el aluvion. Pero si sucede por un efecto na-
tural de la corriente el uno de los dos territo-
rios recibe aumento : mientras el rio va ganan-
do terreno poco á poco sobre la ribera opuesta ,
permanece este término natural de los dos ter-
ritorios , y cada uno conserva en él sus mismos
derechos , á pesar de su mudanza sucesiva ; de
suerte , por ejemplo , que si está dividido por
mitad entre los dos riberiegos , esta mitad , aun-
que haya mudado de sitio , continuará siendo la
línea de separacion de los dos veciños. El uno
pierde , es verdad , mientras que el otro gana;
pero la naturaleza sola hace esta mudanza , la
cual destruye el terreno del uno mientras que
de él forma uno nuevo por el otro. La cosa no
puede ser de otro modo , en el caso de haberse
tomado solo el rio por limites.
269. Pero si en lugar de una mudanza su-
cesiva , el rio por un accidente puramente natu-
ral se separa enteramente de su curso , y pene-
tra en uno de los dos estados vecinos ; la madre
que abandona , queda entonces como límites , y
para el dueño del rio ( § . 267 ) . El rio perece en
toda esta parte mientras que nace en su nuevo
cauce , y nace en él únicamente para el estado
por donde corre.
259
Este caso es en un todo diferente del de un
rio que cambia su curso sin salir del mismo es-
tado. Este continúa en su nuevo curso pertene-
ciendo al mismo dueño , ya sea al estado , ya sea
á aquel á quien el estado le dió , porque los rios
pertenecen al público en cualquiera parte del pais
que corran. La madre abandonada acrece por mi-
tad á las tierras contiguas de una parte y de otra,
decir , límites naturales y con
si son arcifinias , es decir
derecho de aluvion. Esta madre es ya del público;
sin embargo de lo que hemos dicho ( §. 266 ) ,
á causa del derecho de aluvion de los vecinos, y
porque aqui el público no poseía este espacio
sino por la razon sola de que era un rio ; pe-
ro permanece suyo si las tierras adyacentes no
son arcifinias. El nuevo terreno sobre el cual
toma el rio su curso , perece para el propietario,
porque todos los rios del pais estan reservados
al público .
270. No es lícito en las inmediaciones del
rio , ó mas bien sobre sus márgenes , levantar
obras con objeto de separar su curso y echarle
sobre la ribera opuesta , porque esto seria ganar
en perjuicio de otro. Cada uno puede solamen-
te precaverse, é impedir que la corriente no so-
cabe el terreno y se le lleve consigo .
271. En general en un rio , lo mismo que
en otra parte , no se puede construir obra algu-
na perjudicial á los derechos de otro. Si un rio
pertenece a una nacion , y otra goza en él in-
contestablemente del derecho de navegacion , la
primera no puede construir en él , ni dique , ni
molinos que le reducirian á no ser navegable;
porque su derecho en este caso es solo una pro-
piedad limitada , y no puede ejercerla sin res-
petar los derechos de otro .
260
272. Pero cuando se encuentran en contra-
diccion dos derechos diferentes sobre una mis-
na cosa , no es siempre fácil decidir cual de
los dos debe ceder al otro , y no se puede re-
solver sino considerando atentamente la natura-
leza de los derechos y su origen. Por ejemplo,
un rio me pertenece , pero tú tienes en él el de-
recho de pesca ; ¿ puedo yo construir én mi riớ
molinos harian la pesca mas dificil y menos
que
productiva ? Parece que sí , atendida la naturale-
za de nuestros derechos . Yo como propietario
tengo un derecho esencial en la misma cosa : tú
solo tienes en ella el derecho de uso accesorio y
dependiente del mio ; tienes solamente en gene-
ral el derecho de pescar del modo que puedas en
mi rio , segun que esté , y segun me convenga po-
seerlo : yo no te quito el derecho porque cons
truya mis molinos , él subsiste en su generali-
dad ; y si te resulta menos útil es por acciden-
te , y porque depende del ejercicio del mio. No
sucede lo mismo con el derecho de navegacion
de que hemos hablado , porque se funda en la
suposición necesaria de que el rio permanecerá
libre y navegable ; y asi escluye cualquiera obra
que interrumpiria absolutamente la navegacion .
La antigüedad y el origen de los derechos contri-
buyen tanto como su naturaleza á decidir la
cuestion . El derecho mas antiguo , si es absolu-
to , se ejerce en toda su estension y el otro
solo en cuanto puede estenderse sin perjuicio
del primero ; porque no se ha podido estable-
cer sino de este modo , á menos que eľ posee-
dor del primer derecho no haya consentido es-
presamente en su limitacion.
Asi tambien los derechos cedidos por la
propiedad de la cosa se consideran cedidos sin
261
perjuicio de los demas derechos que le compe-
ten, y solo en cuanto puedan ir de acuerdo con
estos ; á menos que una declaracion espresa , ό
la naturaleza misma de los derechos no decida
de otro modo. Si yo he cedido á otro el dere-
cho de pesca en mi rio , es manifiesto que se le
he cedido sin perjuicio de los demas derechos
mios , y que permanezco dueño de construir en
este rio todas las obras que tuviere por conve-
niente , aun cuando perjudicasen á la pesca ,
con tal que no la destruyan enteramente. Una
obra de esta última especie , como sería un di-
que que impidiese á la pesca subir , solo podria
construirse en un caso de necesidad y segun las
circunstancias , indemnizando al que tiene el de-
recho de pesca .
273. Puede aplicarse fácilmente á los lagos
lo que hemos dicho en todos los rios : todo la-
go encerrado enteramente en un pais pertenece
à la nacion señora de este pais , la cual cuando
se apodera de un territorio se considera haber-
se apropiado todo lo que en él se contiene ; y
como apenas se verifica que toque á los parti-
culares la propiedad de un lago poco conside-
rable , queda este comun á la nacion. Si está si-
tuado entre dos estados , se le presume dividido
entre ellos por en medio , mientras que no hay
ni título ni uso constante У manifiesto para de-
cidir de otra manera .
274. Lo que hemos dicho del derecho de
aluvion hablando de los rios , debe entenderse
tambien de los lagos. Cuando un lago que ter-
mina un estado le pertenece por entero , los
acrecentamientos de este lago siguen la suerte
del todo ; pero es necesario que sean acrecen-
tamientos insensibles , como los de un terreno
TOMO I. 19
262
en el aluvion , y que sean ademas acrecenta-
mientos verdaderos , constantes y consumados .
Me esplicaré: 1.º hablo de acrecentamientos in-
sensibles. Aqui es al reves del aluvion , y se tra-
ta de los acrecentamientos de un lago , como
alli se trataba de los de un terreno . Si estos au-
mentos no son insensibles , si el lago saliendo
de madre inundase repentinamente un pais es-
tenso , esta nueva porcion del lago , este pais
cubierto de agua , pertenece todavía á su anti-
guo dueño. ¿Pues en que se fundaria la adqui-
sicion para el dueño del lago ? En que el espa-
cio es muy facil de reconocerse , aunque haya
cambiado de naturaleza , y muy considerable pa-
ra presumir que el dueño no haya tenido la in-
tencion de conservárselo , á pesar de las mudan-
zas que en él pudieran sobrevenir.
2. Pero si el lago va socabando insensible-
mente una porcion de terreno opuesto , la des-
truye y la desfigura estableciéndose en ella , y
añadiéndola á su cauce antiguo ; esta porcion de
terreno perece para su dueño , deja de existir,
y el lago de este modo acrecido pertenece siem-
pre al mismo estado en su totalidad .
3. Si las grandes avenidas inundan solo algu-
nas tierras vecinas del lago , este accidente pa-
sagero no puede causar ninguna mudanza á su
dependencia. La razon porque el suelo que el
lago invade lentamente pertenece al señor del
lago , y perece para su antiguo propietario , con-
siste , hablando de un estado respecto de otro,
en que este propietario no tiene otros límites
que el lago , ni otras señales que sus orillas pa-
ra conocer hasta donde se estiende su posesion.
Si el agua avanza insensiblemente , pierde ; si se
retira por sí misma , gana ; tal ha debido ser la
263
intencion de los pueblos que se han apropiado
respectivamente el agua y las tierras vecinas , y
apenas se les puede suponer otra. Pero un ter-
reno inundado por cierto tiempo , no se ha con-
fundido con el resto del lago ; pues se le reco-
noce todavía , y el dueño puede conservar con él
su derecho de propiedad. Si de otro modo fue-
ra , una ciudad inundada por un lago mudaria
de dominacion durante la abundancia de las llu-
, ་ ་་་,
vias para volver a su antiguo, señor cuando ce-
sasen.
4. Por iguales razones , si las aguas de un
lago , abriéndose camino , penetrando en un pais
limitrofe , forman una bahía en él , ó en cierto
modo otro lago unido al primero por un canal ,
este nuevo cúmulo de agua y el canal pertene-
cen al señor del pais , en el cual se han forma-
do. Porque es muy fácil reconocer los límites,
y no se presume la intencion de abandonar un
espacio tan considerable , si llega á ser invadido
por las aguas de un lago vecino.
Observemos ademas en este lugar , que trata-
mos la cuestion de estado á estado , la cual se
decide por otros principios entre los propieta-
rios , miembros de un estado mismo. Aqui los
límites del suelo no son los únicos que deter-
minan su posesion , sino que tambien concur-
ren para determinarla su naturaleza y su uso .
El particular que posee un campo á orillas de
un lago , no puede gozar de él como de un cam-
po cuando se ha inundado : el que tiene por
ejemplo el derecho de pesca en este lago , ejerce
su derecho en eesta nueva estension ; pero si las
aguas se retiran vuelve el campo al uso de su
dueño. Si el agua penetra por una abertura en
las tierras bajas de la vecindad y las sumerge,
264
para siempre , este nuevo lago pertenece al pú-
blico , porque todos los lagos le pertenecen.
275. Los mismos principios hacen ver , que si
el agua forma insensiblemente arenas sobre sus
orillas , sea retirándose , sea de otra manera,
estos aumentos pertenecen al pais á que se jun-
tan , cuando no tiene este pais otros límites que
el lago ; y es lo mismo que el aluvion sobre las
orillas de un rio.
276. Pero si el lago llegare á secarse repen-
tinamente en todo ó en parte ,. la madre perte-
neceria al soberano del lago , como que la na-
turaleza señala suficientemente los límites.
277. El imperio ó la jurisdiccion en los la-
gos y en los rios sigue las mismas reglas que la
propiedad en todos los casos que acabamos de
examinar. Pertenece naturalmente á cada estado
sobre la porción ó sobre el todo , cuyo dominio
tiene ; y ya hemos visto que la nacion ó su so-
berano manda en todos los lugares que posee.

CAPITULO XXIII.

DEL MAR.

278. Para acabar de esponer los principios del


derecho de gentes respecto de lo que una nacion
puede poseer , nos falta hablar de la alta mar.
El uso de la alta mar consiste en la navegacion
y en la pesca ; lo largo de las costas sirve tam-
bien para buscar las cosas que se hallan cerca
de ellas ó en la orilla , como son las conchas,
las perlas , el ambar etc.; tambien para hacer
sal , y en fin para establecer ensenadas y sitios
de seguridad para las embarcaciones.
279. La alta mar no es ocupable por natu-
265
raleza , como que nadie puede establecerse en
ella de modo que pueda impedir á los demas
pasar por allí. Pero una nacion poderosa sobre
el mar podria impedir á las demas la pesca y la
navegacion , declarando que se apropia su do-
minio , y que destruirá las embarcaciones que
se atrevan á presentarse sin su permiso . Veamos
pues si tiene derecho de hacerlo.
280. Manifiesto está que el uso de la alta
mar , que consiste en la navegacion y en la pesca,
es inocente , y es inagotable ; quiero decir , que
el que navega ó pesca en alta mar á nadie per-
judica , y que la mar en estas dos consideracio-
nes puede servir á las necesidades de todos los
hombres. La naturaleza pues no les concede el
derecho de apropiarse las cosas cuyo uso es
inocente , inagotable y suficiente á todos ; pues-
to que pudiendo cada uno en su estado de co-
munion encontrar en él con que satisfacer á sus
necesidades , seria querer privar á las demas , sin
razon , de los beneficios de la, naturaleza , tratar
de alzarse por único señor y escluir á todos los
demas . Como la tierra no da ya sin cultivo to-
das las cosas necesarias ó útiles al género hu-
mano estremamente multiplicado , se hizo con-
veniente introducir el derecho de propiedad , á
fin de que cada uno pudiese aplicarse con mas
suceso á cultivar lo que le habia cabido en suer-
te , y á multiplicar por su trabajo las diversas
cosas útiles á la vida. He aqui por qué la ley na-
tural aprueba los derechos del dominio y de la
propiedad que han puesto fin á la comunion
primitiva ; pero esta razon no puede tener lugar
respecto de las cosas cuyo uso es inagotable , ni
por consiguiente resultar motivo justo de apro-
piárselas. Si el libre y4 comun uso de una cosa
266-
de esta naturaleza fuese perjudicial ó peligroso á
una nacion , el cuidado de su propia seguridad'
le autorizaria á someter , si podia , esta misma
cosa á su dominio , á fin de no permitir el uso
sino con las precauciones que la prudencia la
dictase. Pero este no es el caso de la alta mar,
en la cual se puede navegar y pescar sin cau-
sar perjuicio a nadie , y sin poner a á nadie en
peligro. Nacion ninguna tiene pues derecho de
apoderarse de la alta mar , ó de atribuirse su
uso con esclusion de las demás. Los reyes de
Portugal quisieron en otro tiempo arrogarse el
imperio de los mares de Guinea y de las Indias
orientales ( 1 ) ; pero semejante pretension fue de
corta importancia para las demas potencias ma-
rítimas.
281. Siendo pues un derecho comun á todos
los hombres el de navegar y pescar en alta mar,
la nacion que trata de escluir á otra de ésta venta-
ja , la hace injuria y la da un justo motivo de guer
ra, fundado en la naturaleza que autoriza á toda
nacion a repeler la injuria , es decir , á oponer
la fuerza á quien quiere privarla de su derecho.
282. Decimos mas : Una nacion que quiere
arrogarse sin título un derecho esclusivo en el
mar y sostenerle por la fuerza , irroga injuria á
todas las naciones , cuyo derecho comun viola,
y todas tienen' fundamento para reunirse con-
trá ella con el fin de reprimirla. Las naciones tie-
nen el mayor interes en hacer universalmente
respetar el derecho de gentes que es la base de
su tranquilidad . Si alguno le infringe abiertamen-

(1) Véase Grocio en su tratado , Mare liberum , y á Sel-


deno en el suyo Mare' clausum , lib. 1. cap. 17.
267 4
te, todos pueden y deben alzarse contra él , y
reuniendo sus fuerzas para castigar á este ene-
migo comun , cumplirán con sus deberes hacia
sí mismas , y hacia la sociedad humana de que
son miembros ( Prelim. §. 22 ).
283. Sin embargo , como es libre á cada uno
renunciar á su derecho , una nacion puede ad-
quirir derechos esclusivos de navegacion y de
pesca en virtud de tratados en los cuales otras
naciones renuncien en su favor á los derechos
que tienen de la naturaleza . Estas se obligan á ob-
servar sus tratados , y la nacion , que favorecen,
está en derecho de mantenerse por la fuerza en
la posesion de sus ventajas. Asi es como la casa
de Austria renunció en favor de los ingleses y
de los holandeses al derecho de enviar embar-
caciones de los Paises Bajos á las Indias orienta-
les. Se pueden ver en Grocio De jure B. et P.
lib. 2 , cap . 3, §. 15, muchos ejemplos de tratados
semejantes.
284. Los derechos de navegacion , de pesca
y otros que se pueden ejercer en el mar , no pue-
den adquirirse por el no uso , en razon de ser
derechos de pura facultad (jure mere facultatis),
los cuales son imprescriptibles. Por consiguiente,
aun cuando una nacion se hallase sola desde tiem-
po inmemorial en posesion de navegar o de pes-
car en ciertos mares , no podria sobre este fun-
damento atribuirse el derecho esclusivo ; porque
de que las demas no hayan hecho uso del dere-
cho comun que tenían á la navegacion y á la
pesca en aquel tiempo , no se sigue que hayan
querido renunciarlo , y son árbitras de usarlo
siempre que las acomode.
285. Pero puede suceder que el no(0 ) tome
uso
la naturaleza de un consentimiento ó de un pacto
268
tácito , y llegue á ser un título en favor de una
nacion contra otra. Que una nacion en posesion
de la navegacion y de la pesca en ciertos para-
ges , pretenda tener en ellas un derecho esclu
sivo , y estorbe á las demas que participen de
él; si estas obedecen á esta prohibicion con se-
ñales suficientes de aquiescencia , renuncian táci-
tamente á su derecho en favor de aquella , y la
ofrecen uno que puede legítimamente sostener
contra ellas en lo sucesivo ; y mucho mas cuando
se halla confirmado por un largo uso.
286. Los diversos usos del mar cerca de las
costas le hacen muy susceptible de propiedad.
Se puede pescar en ellas , y se saçan conchas , per-
las, ambar , etc. No hay duda en que bajo todas
estas consideraciones su uso no es inagotable;
de suerte que la nacion á que pertenecen las cos-
tas , puede apropiarse un bien del que está á
su alcance apoderarse , y sacar de él su prove-
cho , lo mismo que ha podido ocupar el domi-
nio de las tierras que habita. ¿ Quién dudará que
la pesca de perlas de Bahren y de Ceilan pueden
venir á ser legítimamente una propiedad ? Y aun-
que la pesca de los peces parece de un uso mas
inagotable , si un pueblo tiene sobre sus costas
una pesquería particular y productiva , de la cual
se puede hacer dueño , ¿ no le será permitido
apropiarse este beneficio de la naturaleza, como
una dependencia del pais que ocupa , y si tiene
pesca bastante para proveer á las naciones ve-
cinas , reservarse las grandes ventajas que pue-
de reportar en favor de su comercio ? Pero si
lejos de apoderarse de este derecho ha recono
cido el derecho comun de otros pueblos de ve-
nir á pescar , no puede escluirlos ya de él ; pues
ha dejado esta pesca en su comunion primitiva,
269
á lo menos respecto á los que estan en posesion
de aprovecharse de ella. No habiéndose apode-
rado los ingleses desde el principio de la pesca
del harenque sobre sus costas , se ha hecho co-
mun entre ellos y las demas naciones.
287. Una nacion puede apropiarse las cosas
cuyo uso libre y comun puede serle perjudicial
ó arriesgado. Esta es una segunda razon , por la
cual las potencias estienden su dominio sobre
el mar y lo largo de las costas , tan lejos como
pueden proteger su derecho. Importa á la segu-
ridad y al bien del Estado , que no sea libre á
todo el mundo venir tan cerca de sus posesio-
nes , sobre todo con navíos de guerra , impedir
el arribo á las naciones comerciantes , y turbar
en ellas su navegacion. Durante las guerras de
los españoles con las Provincias Unidas , Jaime I,
rey de Inglaterra , hizo que á todo lo largo de
sus costas se tirasen límites , en los cuales decla-
ró que no sufriria que ninguna de las Potencias
en guerra persiguiese á sus enemigos , ni tampo-
co que anclasen sus embarcaciones armadas para
espiar los navíos que surgiesen ó saliesen de los
puertos. Estas partes de la mar , sometidas asi
á una nacion , están comprendidas en su terri-
torio , y no se puede navegar por ellas contra su
voluntad, Pero no se puede rehusar el surgide-
ro á embarcaciones no sospechosas para usos ino-
centes , sin pecar contra su deber ; pues que to-
do propietario está en obligacion de permitir á
los estrangeros el paso , aun por sus dominios ,
cuando no hay perjuicio ni peligro. Es verdad
que á ella toca juzgar de lo que puede hacer en
todo caso particular que se presente , y si se juz-
ga mal , peca ; pero las demas deben sufrirlo.
No es lo mismo en los casos de necesidad , co-
270
mo por ejemplo , cuando una embarcacion tiene
que entrar en una rada de agena pertenencia para
ponerse a cubierto de la tempestad . En este caso
el derecho de entrar en todas partes , no cau-
sando daño ó reparándole , es , como lo haremos
ver con mas estension , un resto de la comuni.
dad primitiva , de la cual ningun hombre ha po-
dido despojarse ; y la embarcacion entrará legíti
mamente , a pesar de todo , si se la niega la en-
trada injustaniente.
288. No es fácil determinar á qué distancia
puede esténder una nacion sus derechos sobre
los mares que la rodean . Bodino , en su Tratado
de la República , lib. 1 , cap. 10 , pretende que
segun el derecho comun de todos los pueblos
marítimos , la dominacion del Príncipe se estien-
de á distancia de treinta leguas de las costas;
pero esta determinación precisa solo podria fun-
darse en un consentimiento general de las na-
ciones, que sería dificil probar. Cada estado pue-
de ordenar en este punto lo que halle por con-
veniente , por lo que concierne á los ciudadanos
entre sí, ó á sus negocios con el Soberano. Pero
de nacion á nacion todo lo que puede decirse
de mas razonable es , que en general la domina-
cion del Estado en el mar vecino se estiende
cuanto es necesaria para su seguridad ; y puede
hacerla respetar, puesto que por una parte no
puede apropiarse una cosa comun , como el mar,
sino en cuanto la necesita para algun fin legíti
mo ( §. 280. ) , y que por otra parte sería una
pretension vana y ridícula , que de ningun mo-
do podria hacerse valer. Las fuerzas navales de
la Inglaterra han dado lugar á sus Reyes para
atribuïrse el imperio de los mares que la rodean
hasta las costas opuestas . Seldeno refiere un acto
271
solemne, por el cual parece que este imperio en
tiempo de Eduardo I. estaba reconocido por la
mayor parte de los pueblos marítimos de la Eu-
ropa; y la república de las Provincias Unidas le
reconoció en cierto modo por el tratado de Bre-
da en 1667 , á lo menos en cuanto a los hono-
res del pabellon. Mas para establecer sólidamente
un derecho tán estenso , sería necesario mostrar
con toda claridad el consentimiento espreso ó
tácito de todas las potencias interesadas. Los
franceses jamas han accedido á esta pretension
de la Inglaterra , y en este mismo tratado de Bre-
da , que hemos citado , no quiso Luis XIII ni
aun consentir que la Mancha se llamase Canal
de Inglaterra 6 Mar Britânico. La república de
Venecia se atribuye el imperio del mar Adriáti
co , y es bien sabida la ceremonia que se prac
tica todos los años con este motivo. Para confir
mar este derecho se refieren los ip ejemplos de
Uladislao , rey de Nápoles , del emperador Fe-
derico III y de algunos reyes de Ungria que pi
dieron licencia á los venecianos para hacer pa-
sar al Adriático sus navíos. Que el imperio per
tenezca á la república hasta cierta distancia de
sus costas en los lugares de que se puede apo
derar, y que le es importante ocupar y guardar
para su seguridad , me parece incontestable;
pero dificulto mucho que ninguna potencia en
el dia estuviese didispuesta
a á reconocer su sobe-
ranía en todo el mar Adriático . Semejantes pre-
tensiones se respetan mientras se halla en esta
do de sostenerlas , por la fuerza , la nacion que
se las atribuye , porque caen con su poder. Hoy
se mira como parte del territorio todo espacio
de mar que está á tiro de cañon lo largo de las
costas ,
, y por esta razon una embarcacion apre-
272
sada bajo el cañon de una fortaleza neutral , no
es buena presa .
289. Las orillas del mar pertenecen incon-
testablemente á la nacion señora del pais de que
hacen parte , y se cuentan entre las cosas pú-
blicas. Si los jurisconsultos romanos las ponen
en el rango de las cosas comunes á todo el mun .
do (res communes) , es respecto á su uso sola-
mente , y de ello no debe concluirse que las mi-
rasen como independientes del imperio ; lo con-
trario resulta de un gran número de leyes. Los
puertos y las ensenadas son tambien indudable-
mente una dependencia de una parte misma
del pais , y por consiguiente le pertenecen en
propiedad, y se las puede aplicar en cuanto á
los efectos del dominio y del imperio todo lo
que se dice de la tierra.
-290. Cuanto hemos dicho de las partes del
mar vecino á las costas , se dice mas particular-
mente , y con mayor razon , de las radas , bahías y
estrechos , como mas capaces todavía de ser ocu-
pados , y mas importantes á la seguridad del
pais. Pero hablo de las bahías y estrechos de
poca estension , y no de aquellos dilatados espa-
cios de mar , á los cuales se dan á veces estos
nombres, como la bahía de Hudson , y el estre-
cho de Magallanes , sobre los cuales no podria
estenderse el imperio , y menos todavía la pro-
piedad . Una bahía , cuya entrada puede prohi
birse , puede ser ocupada , y estar sometida á las
leyes del Soberano ; lo cual importa que asi sea,
pues que el pais podria ser mucho mas fácilmen-
te insultado en este sitio , que sobre las costas
espuestas á los vientos , y á la impetuosidad de
las olas...
291 Es necesario observar en particular res-
273
pecto á los estrechos , que cuando sirven á la co-
municacion de los mares , cuya navegacion es
comun á todas las naciones ó á muchas , la que
posee el estrecho no puede impedir el paso á
las demas , con tal que sea inocente , y no ofrez-
ca riesgo ; porque impidiéndole sin justa razon ,
privaria á estas naciones de una ventaja que la
naturaleza las ha concedido ; y vuelvo á decir,
que el derecho de semejante paso es un resto
de la comunion primitiva. Solo el cuidado de
su propia seguridad autoriza al señor del estre-
cho para usar de ciertas precanciones , y exigir
formalidades establecidas de ordinario por la cos-
tumbre de las naciones. Tiene tambien facultad
para imponer un derecho moderado sobre las
embarcaciones que pasen , ya sea por la incomo-
didad que la causan obligándola á estar siempre
alerta , ya sea por la seguridad que las propor-
ciona protegiéndolas contra sus enemigos , ale-
jando los piratas , y encargándose de sostener fa-
ros , ballestas y otras máquinas y cosas necesa-
rias á la salud de los navegantes. Asi es como el
rey de Dinamarca exige un derecho de pasage
en el estrecho del Sund ; pero semejantes dere-
chos deben fundarse en las mismas razones , y
someterse á las mismas reglas que los estableci-
dos para los pasages de tierra ó de rios . (SS. 103
y 104.)
292. ¿Es necesario hablar del derecho de nau
fragio , fruto desgraciado de la barbarie , que fe-
lizmente ha desaparecido con ella casi de todas
partes ? La justicia y la humanidad solo pueden
admitirle en el caso en que fuera imposible reco-
nocer los dueños de los efectos que se han sal-
vado ; y estos efectos entonces serian del primer
ocupante ó del Soberano , si la ley se los reserva.
274
293. Si un mar se halla enteramente com-
prendido en las tierras de una nacion , y se co-
munica solo con el Occeano por un canal de
que esta nacion puede apoderarse , parece que
este mar es tan susceptible de ocupacion y de
propiedad como la tierra , y debe seguir la suer-
te de los paises que le rodean. El mar Mediter-
ráneo estaba en otro tiempo encerrado absolu-
tamente en las tierras del pueblo romano ; el cual
haciéndose dueño 3 del estrecho que le une al
Occeano , podia someterle á su imperio , y atri-
buirse el dominio , sin vulnerar los derechos de
las demas naciones , porque un mar particular
se halla manifiestamente destinado por la natu-
raleza al uso de los paises y de los pueblos que
le $ rodean. Ademas , con prohibir los Romanos
la entrada en el Mediterráneo á toda embarca-
cion sospechosa , ponian con esta sola medida
en seguridad toda la inmensa estension de estas
costas . Esta razon bastaba para autorizarlos á
apoderarse de él ; y como no comunicaba abso-
lutamente sino con sus estados, eran árbitros de
admitir ó prohibir la entrada en él , lo mismo
que en su ciudad ó en sus provincias.
294. Cuando una nacion se apodera de cier-
tas partes del mar , ocupa en ellas el imperio,
lo mismo que el dominio , por la razon que he
mos alegado hablando de las tierras ( S. 204). Es-
tas partes del mar, son de la jurisdiccion y del
territorio de la nacion : el Soberano manda en
ellas , las dicta leyes , puede reprimir á los que
las violan ; y en una palabra , tiene los mismos
derechos que le pertenecen sobre la tierra , y en
general todos los que le conceden la ley y el
Estado.
Es verdad sin embargo , que el imperio y el
275
dominio ó la propiedad, no son inseparables de
la naturaleza aun para un estado soberano. Asi
como una nacion podria poseer en propiedad el
dominio de un espacio de tierra ó de mas sin
tener su soberanía , podria suceder tambien que
tuviese el imperio de un lugar , cuya propiedad
ó dominio útil perteneciese á algun otro pueblo.
Pero se presume siempre cuando posee el do-
minio útil de cualquiera lugar , que tiene tam-
bien el alto dominio é imperio , o la soberanía .
(S. 205). Aunque se tenga el imperio , no es una
consecuencia inmediata, que se haya de tener el
dominio útil; porque una nacion puede tener
buenas razones para atribuirse el imperio en una
comarca, y particularmente en un espacio de mar,
sin pretender ni en uno ni en otro propiedad y
dominio útil. Los ingleses jamas han pretendido
la propiedad de todos los mares , por mas que
se atribuyesen su imperio.
Esto es cuanto teniamos que decir en, este
primer libro : una esplicación mas estensa sobre
los deberes y derechos de una nacion considera-
da en sí misma , nos haria ser demasiado proli-
jos : ya hemos dicho que es necesario buscarla
en los tratados de derecho público y político.
Estamos muy lejos de asegurar que en el lige-
ro bosquejo de un cuadro inmenso hayamos de-
jado de omitir algun artículo importante. Pero
un lector de inteligencia , suplirá facilmente to-
das nuestras omisiones , haciendo uso, de los prin
cipios generales , sobre los cuales hemos puesto
el mayor cuidado en establecerlos sólidamente,
y para desenvolverlos con precision y claridad.
U
NE
**********************

EL DERECHO DE GENTES .

115

LIBRO SEGUNDO.

DE LA NACION CONSIDERADA EN SUS RELACIONES


CON LAS DEMAS.

CAPÍTULO f.
1
DEBERES DE UNA NACION HACIA LAS DEMAS,
Ó DE LOS OFICIOS DE HUMANIDAD ENTRE
LAS NACIONES.

` 1. Estrañas van á parecer nuestras máximas


á la política de los gabinetes ; y tal es la des-
gracia del género humano , que muchos presu-
midos gobernantes de los pueblos pondrán en
ridículo la doctrina de este capítulo. Nada im-
porta ; propongamos con resolucion lo que la
ley natural prescribe á las naciones. ¿Y por qué
temeriamos el ridículo cuando hablamos segun el
sentimiento de Ciceron ? Este hombre eminen-
te tuvo las riendas del mas poderoso imperio
que se ha conocido , y en su consulado se mos-
tró tan respetable y de tanto mérito , como era
eminente en la tribuna . Miraba la observancia
exacta de la ley natural como la política mas
saludable al Estado : ya en mi prefacio hice refe
rencia de este bello pasage suyo : Nihil est quod
adhuc de republica putem dictum , et quò possim
longius progredi , nisi sit confirmatum , non modo
277
falsum esse illud sine injuria non posse , sed hoc
verissimum , sine summa justitia rempublicam re-
gi non posse (1). Podria decir con fundamento,
que por estas palabras summa justitia quiere sig
nificar Ciceron aquella justicia universal , que es
el complemento de la ley natural. Pero en otra
parte se esplica mas formalmente sobre este res-
peto , y hace conocer que no limita los deberes
mútuos de los hombres á la observancia de la
justicia propiamente dicha. « Nada , dice , es tan
« conforme á la naturaleza , ni mas capaz de pro-
« ducir una verdadera satisfaccion , como empren-
« der , á ejemplo de Hércules , los mas penosos
« trabajos para la conservacion y ventaja de to-
« das las naciones.» Magis est secundum naturam,
pro omnibus gentibus , si fieri possit , conservan
dis aut juvandis , maximos labores molestiasque
suscipere, imitantem Herculem illum , quem homi-
num fama , beneficiorum memor in concilio co-
lestium collocavit , quam vivere in solitudine , non
modo sine ullis molestiis , sed etiam in maximis
voluptatibus , abundantem omnibus copiis , ut ex-
cellas etiam pulchritudine et viribus. Quo circa
optimo quisque et splendidissimo ingenio longe
illam vitam huic anteponit (2). Ciceron refuta es-
presamente en el mismo capítulo á los que quie-
ren esceptuar á los estrangeros de los deberes á
que se reconocen obligados hácia sus conciuda
danos : qui autem civium rationem dicunt haben-
dam , externorum negant, hi dirimunt communem
humani generis societatem; qua sublata, beneficen-
tia, liberalitas , bonitas , justitia funditus tollitur:

( 1 ) Fragm. ex lib. 2. de Republica.


(2) De officiis , lib. 3. cap. 5.
TOMO I. 20
278
quæ qui tollunt etiam adversus deos immortales
impiijudicandi sunt , ab iis enim constitutam in-
ter homines societatem evertunt.
Y ¿ por qué no esperariamos encontrar entre
los que gobiernan algunos sabios convencidos
de esta gran verdad , á saber : que la virtud,
aun para los soberanos y para los cuerpos po .
líticos , es el camino que mas asegura su dicha
prosperidad ? Las sanas máximas que se saben
publicar con energía y solidez producen por lo
menos un gran bien , y es , que aquellos que se
penetran de su espíritu , se encuentran como
obligados á guardar cierta medida para no per-
der enteramente su reputacion ; porque lisonjear-
se de que los hombres , y sobre todo los hom-
bres poderosos , quieran seguir el rigor de las
leyes naturales , seria engañarse groseramente;
pero tambien seria desesperar del género huma-
no perder toda esperanza de que hiciesen im-
presion sobre algunos de ellos.
Las naciones como obligadas por la natura-
leza á cultivar entre sí la sociedad humana , lo
estan igualmente de llenar con reciprocidad to-
dos los deberes que exigen la salud y ventaja de
esta sociedad misma.
2. Llámanse oficios de humanidad los socor-
ros y deberes que los hombres deben prestarse
unos á otros en calidad de hombres , es decir,
en calidad de seres hechos para vivir en socie-
dad , y que necesitan absolutamente una mútua
asistencia para conservarse , para ser felices , y
para vivir de una manera conveniente á su na-
turaleza. Asi que no estando las naciones menos
sometidas a las leyes naturales que los particu-
lares mismos ( Prelim . §. 5. ) , aquello que un
hombre debe á los demas , se deben las nacio-
279
nes mútuamente á su manera ( Prelim . §. 10 y sig. ).
Tal es el fundamento de aquellos deberes comu-
nes , y de aquellos oficios de humanidad á que se
han obligado recíprocamente las naciones unas en
favor de otras ; y consisten generalmente en ha
cer por la conservacion y felicidad de los demas,
todo lo que está en nuestro poder , con tal que
pueda conciliarse con nuestros deberes hacia
nosotros mismos .
3. La naturaleza y esencia del hombre , in-
capaz de bastarse á sí mismo , de conservarse,
de perfeccionarse y de vivir feliz en el socorro
de sus semejantes , nos hace ver que está desti-
nado á vivir en una sociedad de socorros mú-
tuos; y por consiguiente , que todos los hombres
por su naturaleza y esencia estan en la obliga
cion de trabajar de consuno y en comun por la
perfeccion de su ser y la de su Estado. El mas
seguro medio de conseguirlo es que cada uno
trabaje primeramente en utilidad suya , y des-
pues en la de los demas. De donde se sigue, que
todo lo que nos debemos á nosotros mismos lo
debemos á nuestros semejantes , en cuanto tie
nen realmente necesidad de socorro , y en cuan⚫
to podemos concedérsele sin faltarnos á nosotros
mismos. Y puesto que una nacion debe á su
modo á otra lo que un hombre debe á otro , po
demos establecer un principio general : un Es
tado debe á cualquiera otro lo que se debe á
sí mismo , en cuanto este otro tiene una verda
dera necesidad de su socorro , y le puede con
ceder sin descuidar los deberes hácia sí mismo.
Tal es la ley eterna é inmutable de la naturaleza;
y los que pudieran hallar aqui un trastorno to
tal de la sana política , se consolarán con las
dos consideraciones siguientes :
280
1. Los cuerpos de sociedad ó los estados
soberanos son mucho mas capaces de mirar por
sí mismos que los individuos humanos , y la mú
tua asistencia no es tan necesaria entre aque .
llos , ni de un uso tan frecuente ; y por lo mis
mo en todas las cosas que una nacion puede
hacer por sí misma , las demas no tienen obli-
gacion ninguna de socorrerla.
2. Los deberes de una nacion hácia sí mis
ma , y principalmente el cuidado de su propia
seguridad , exigen mayor circunspeccion y reser-
va , que la que debe observar un particular en
la asistencia que presta á los demas : bien pron-
to desenvolveremos esta observacion,
4. Todos los deberes de una nacion hácia
otra tienen por objeto su conservacion y su per-
feccion con la de su Estado. La doctrina que
metódicamente hemos dado en el primer libro de
esta obra , basta para indicar los diferentes objetos
respecto de los cuales puede y debe un Estado
asistir á otro. Toda nacion debe emplearse en
la conservacion de las demas, y en garantirlas
de una ruina funesta , mientras lo puede hacer
sin esponerse demasiado ella misma. Asi cuando
un Estado vecino viene a ser atacado injusta-
mente por un enemigo poderoso que amenaza
oprimirle , pudiendo vosotros defenderle sin es-
poneros á un gran peligro , no hay duda que
lo debeis hacer. Ni hay objetar que no es permi-
tido á un Soberano esponer la vida de sus sol-
dados para salvar á un estrangero , con el cual
no ha contraido alianza alguna defensiva ; por.
que puede él mismo llegarse á ver en necesidad
de socorro ; y por consiguiente poner en accion
ese espíritu de asistencia mútua es trabajar en
la salud de su propia nacion , Tambien la políti
281
tica concurre al socorro de la obligacion y del
deber , y están interesados los príncipes en de-
tener los progresos de un ambicioso que quie-
re engrandecerse subyugando á sus vecinos. En
favor de las Provincias Unidas , amenazadas de
sufrir el yugo de Luis XIV , se formó una po-
derosa liga ; y asi cuando los turcos pusieron
sitio á Viena, el bravo Sobieski , Rey de Polo-
nia , fue el libertador de la casa de Austria , qui-
zá de la Alemania entera y de su propio reino.
5. Por la misma razon si un pueblo se halla deso-
lado por el hambre , todos los que tienen víveres
en abundancia deben asistirle en su necesidad, sin
esponerse sin embargo á sufrir penuria. Pero si
este pueblo tiene de que pagar las vituallas que
se le dan , es muy conforme á la razon vendér- 1
selas por su justo precio , porque no se le debe
lo que él mismo puede adquirir , y por consi-
guiente no se está en obligacion de hacerle do-
nacion gratuita de las cosas que tiene posibili-
dad de comprar. La asistencia en esta dura es-
tremidad es tan esencialmente conforme á la hu-
manidad , que apenas vemos nacion un poco ci-
vilizada que falte á ella ; y el grande Enri-
que IV no pudo negársela á los rebeldes obsti-
nados en perderle ( 1).
Cualquiera que sea la calamidad que aflija
á un pueblo , se le debe la misına asistencia :
en prueba de ello hemos visto en los pequeños
estados de la Suiza ordenar largiciones públicas
en favor de ciudades ó villas de los paises veci-
nos arruinados por un incendio , y darles so-
corros abundantes , sin que la diferencia de reli-
gion les apartase de tan buena obra . Las cala-

( 1 ) En el tiempo del famoso sitio de París.


282
midades de Portugal dieron ocasion á la Ingla-
terra para llenar los deberes de la humanidad
con aquella noble generosidad que caracteriza á
una grande nacion. Apenas supieron el desas-
tre de Lisboa , asignó el parlamento un fondo
de cien mi libras esterlinas para el alivio de
aquel pueblo desgraciado , y el Rey mismo se
desprendió de sumas considerables ; de manera
que inmediatamente se cargaron embarcaciones
de provisiones , de socorros de toda especie , y
vinieron á convencer á los portugueses de que
la oposicion de creencia y culto no detiene á
los que saben lo que se debe á la humanidad;
y el Rey de España en la misma ocasion , á
favor de un pariente y aliado , hizo ostentacion
de su ternura , de su humanidad y munificencia.
6. La nacion no debe limitarse á la conser-
vacion de los demas estados ; debe contribuir á
su perfeccion segun pueda , y ellos tengan ne-
cesidad de su socorro. Ya hemos hecho ver que
la sociedad natural ( Prelim. §. 13. ) impone esta
obligacion general , y aqui corresponde desen-
volverla con mas claridad. Un Estado es mas ó
menos perfecto , segun que es mas o menos
propio para obtener el fin de la sociedad civil ;
la cual consiste en procurar á los ciudadanos
todas las cosas que les son precisas para sus
necesidades , para la comodidad , los placeres de
la vida , y en fin para su dicha ; en hacer de
suerte que pueda cada uno gozar tranquilamen-
te de lo suyo , y defenderse de toda violencia
esterior (Lib. 1. §. 13.) . Toda nacion debe pues
contribuir, cuando la ocasion lo exija , y segun
sus facultades , no solo á hacer gozar á otra
nacion de estas ventajas , sino tambien á hacer-
la capaz de procurárselas ella misma. Asi es
283
como una nacion sábia no debe negarse á otra
que deseando salir de la barbarie , venga á pe-
la que tiene
dirla maestros que la instruyan ; y
la felicidad de vivir bajo de sábias leyes , debe
mirar como un deber el comunicárselas , si la
ocasion lo requiere. Asi fue que cuando la sábia
y virtuosa Roma envió embajadores á Grecia en
busca de buenas leyes , no se negaron los griegos
á demanda tan justa , y tan digna de alabanza.
7. Pero si una nacion debe contribuir lo
mejor que pueda á la perfeccion de las demas ,
no debe obligarlas á que reciban lo que quiere
hacer con este objeto ; y con tal empresa aten-
taria contra la libertad natural de las mismas.
Para obligar á uno á recibir un beneficio , se
necesita tener autoridad sobre él , y las nacio-
nes son absolutamente libres é independientes
(Prelim. § . 4.) . Los ambiciosos europeos que ata-
caban á las naciones americanas y las sometian
á su ávida dominacion , para civilizarlas , segun
decian , y hacerlas instruir en la verdadera reli-
gion , tales usurpadores , digo , se fundaban en
un pretesto igualmente injusto y ridículo. Sor-
presa causa oir al sábio y juicioso Grocio decir-
nos , que un Soberano puede justamente tomar
las armas para castigar á las naciones que se ha-
cen culpables de faltas enormes contra la ley
natural ; que tratan inhumanamente á sus padres
y sus madres , como hacian los Sogdianos ; que
comen carne humana como hacian los antiguos
Galos ( 1 ) . Cayó en este error porque atribuye á
todo hombre independiente , y por lo mismo á
todo soberano, yo no sé que derecho de casti-
gar las faltas que encierran una violacion enor-

(1) Derecho de la Guerra y de la Paz , lib. 2, c. 20, §. 11 .


284
me del derecho de la naturaleza , inclusas aque-
llas que no interesan , ni sus derechos ni su se-
guridad. Pero ya hemos hecho ver ( lib. 1. §. 69.)
que el derecho de castigar se deriva únicamen-
te para los hombres del derecho de seguridad,
y que por consiguiente no les pertenece sino
contra aquellos que les han ofendido. Y ¿no
echó de ver Grocio que á pesar de todas las
precauciones de que se vale en los §§. siguien-
tes , su opinion abre la puerta á todos los furo-
res del entusiasmo y del fanatismo , y ofreció á
los ambiciosos innumerables pretestos ? Maho-
ma y sus sucesores devastaron y subyugaron el
Asia para vengar la unidad de Dios ofendido,
y todos los que trataban de sectarios ó de idó-
latras eran víctimas de su santo furor.
8. Supuesto que los deberes ú oficio de hu-
manidad deben prestarse de nacion á nacion,
segun que los necesita la una , y puede conce-
derlos razonablemente la otra ; siendo libre , in-
dependiente y moderadora de sus acciones ca-
da nacion , á ella toca ver si se halla en el ca-
so de pedir ó conceder alguna cosa sobre este
punto. Por lo mismo , primeramente toda na-
cion tiene un derecho perfecto á pedir á otra
la asistencia y buenos oficios de que piensa te-
ner necesidad ; é impedírselo es hacerla injuria .
Si los pide sin necesidad peca contra su deber ;
pero no depende del juicio de nadie respecto á
esto ; tiene derecho á pedirlo , pero no á exigirlo .
9. En segundo lugar , no debiéndose estos
oficios sino en caso de necesidad , y por aquel
que pueda prestarlos sin faltarse á sí mismo ;
pertenece por otra parte á la nacion , á quien
se dirige , juzgar si el caso lo pide realmente , y
si las circunstancias la permiten , concederlos de
285
un modo conipatible con las consideraciones que
debe á su propia salud y á sus intereses. Si una
nacion , por ejemplo , carece de trigo y propone
comprarlo á otra , esta debe juzgar si semejante
complacencia la espondrá á caer en la carestia.
Si se niega á ello , no hay mas que paciencia ; y
no hace mucho que la Rusia cumplió sabiamen-
te con estos deberes , porque asi como asistió
generosamente á la Suecia , amenazada del ham-
bre , rehusó á otras potencias la libertad de com-
prar trigo en Livonia ; y sin duda por muy fuer
tes razones de política.
10. La nacion solamente tiene un derecho im- `
perfecto á los oficios de humanidad ; y por lo
mismo no puede compeler á otra nación á que
se los conceda. La que sin motivo los niega,
peca contra la equidad , que consiste en obrar
conforme al derecho imperfecto de otro , pero no
la causa injuria , porque esta , ó la injusticia , exis-
ten solamente cuando se perjudica al derecho
perfecto de otro.
II. Es imposible que las naciones cumplan
recíprocamente con todos estos deberes , si recí
procamente no se aman. Porque los oficios de
humanidad , procediendo de este manantial puro,
conservarán su caracter y perfeccion , y veremos
entonces , que las naciones se ayudan entre sí
con sinceridad y de buena fe ; que trabajan con
entusiasmo en su felicidad comun , y que culti-
van la paz sin celos ni desconfianza.
12. Veremos tambien reinar entre ellas una
verdadera amistad , cuyo estado consiste en el
afecto recíproco. Toda nacion debe cultivar la
amistad de las demas , y evitar con cuidado lo
que pudiera suscitarla enemigos : el interes pre-
sente y directo convida muchas veces á las na-
286
ciones sábias y prudentes ; y un interes mas
noble , mas general y menos directo es rara vez
el motivo de los hombres políticos. Si es incon-
testable que deben amarse mútuamente los hom-
bres para corresponder á las miras de la natura-
leza , y cumplir con los deberes que les impone, lo
mismo que en ventaja suya propia , ¿ dudaremos
que las naciones tengan entre sí la misna obli-
gacion ? ¿Está en manos de los hombres , cuan-
do se dividen en diferentes cuerpos políticos ,
disolver los vínculos de la sociedad universal que
la naturaleza estableció entre ellos ?
13. Si todo hombre debe ponerse en estado
de ser útil á los demas , y un ciudadano de ser-
vir útilmente á su patria y á sus conciudadanos;
toda nacion que trabaja en perfeccionarse , debe
proponerse tambien hacerse mas capaz de ade-
lantar la perfeccion y la felicidad de los demas
pueblos ; debe aplicarse á darles buenos ejemplos;
debe evitar el presentárselos perniciosos, porque
el género humano propenso a la imitacion , sigue
á las veces las virtudes de una nacion célebre,
pero imita mucho mas sus vicios y desaciertos.
14. Puesto que la gloria es un bien precioso
para una nacion , como lo hemos manifestado
espresamente en un capitulo (lib. 1. cap. 15.) , la
obligacion de un pueblo se estiende hasta cuidar
de la gloria de los demas pueblos. Debe prime-
ramente contribuir , cuando la ocasion lo permi-
ta , á ponerlos en estado de merecer la verda-
dera gloria ; debe ademas hacerles en este pun-
to toda la justicia que merecen , y obrar de suer-
te, que en lo que de él dependa , todo el mun-
do se la haga ; en fin debe dulcificar con amor,
bien lejos de agriar , el mal resultado que pue-
den producir algunos ligeros defectos .
287
15. Por el modo con que hemos sentado la
obligacion , se ve que está únicamente fundada
en la cualidad de hombre ; y por lo mismo nin-
guna nacion puede rehusarlos á otra bajo el pre-
testo de profesar religion diferente , porque bas-
ta ser hombre para merecerlo . La conformidad
de creencia y de culto puede , sí , considerarse
como un nuevo vínculo de amistad entre los
pueblos ; pero el que estos difieran en ella , no
debe hacer desaparecer la cualidad de hombre,
ni los sentimientos que la son inherentes. Ya he-
mos presentado ( §. 5. ) algunos ejemplos que
merecen imitarse , y aqui tributaremos justicia
al sumo Pontífice Benedicto XIV , que dió uno
bien notable , y digno de elogio. Habiendo sa-
bido este Principe que se hallaban en Civitave-
chia muchos barcos holandeses con miedo de
darse á la vela por los corsarios argelinos ,
mandó á las fragatas de la Iglesia que escolta-
sen á estos barcos ; y su nuncio en Bruselas re-
cibió órden de declarar á los ministros de los
Estados Generales, que para S. S. era una ley
proteger el comercio y prestar los deberes de la
humanidad , sin pararse en la diferencia de re-
ligion.
16. ¡ Cuán grande seria la felicidad del gé-
nero humano si se observasen por todas partes
los amables preceptos de la naturaleza ! Las na-
ciones se comunicarian sus bienes y sus luces,
reinaria sobre la tierra una paz profunda que la
enriqueceria de sus preciosos frutos ; la indus-
tria , las ciencias , las artes se ocuparian de nues-
tra felicidad , tanto como de nuestras necesida-
des , y lejos de medios violentos para decidir las
disensiones que pudiesen originarse , las vería-
mos terminadas por la moderacion , la justicia y
288
la equidad. Se semejaria el mundo á una gran
república ; vivirian do quiera los hombres como
hermanos , y cada uno de ellos seria ciudadano
del universo. ¡ Ah ! ¿ por qué esta idea es solo
un sueño lisonjero ? Emana sin embargo de la
naturaleza y de la esencia del hombre ( 1 ) ; pero
las pasiones desarregladas y el interes mal en-
tendido estorban que veamos la realidad. Trate-
mos pues de aquellas limitaciones que á la prác-
tica de unos preceptos de la naturaleza , tan
hermosos en sí mismos , pueden oponer el esta-
do actual de los hombres , y las máximas y la
conducta ordinaria de las naciones. La ley natu-
ral no puede condenar á los buenos á ser escar-
nio y víctimas de la injusticia é ingratitud de
los malvados. Una funesta esperiencia nos hace
ver que la mayor parte de las naciones solo se
dirigen á fortificarse y enriquecerse á espensas
de las demas ; á dominarlas , y aun á oprimirlas
y subyugarlas si se presenta ocasion. La pruden-
cia no nos permite que contribuyamos á fortifi-

( 1 ) Apoyémonos ademas en la autoridad de Ciceron:


Todos los hombres , dice este escelente filósofo , deben
constantemente proponerse hacer concurrir la utilidad
*particular con la utilidad comun . Aquel que todo lo quie-`
«re para sí , rompe y disuelve la sociedad humana. Y si
«la naturaleza nos inclina á querer el bien de todo hom-
«bre , cualquiera que sea , por la sola razon de que es
hombre ; es preciso necesariamente , segun esta misma
«naturaleza , que la utilidad de todos los hombres sea co-
«mun.... Ergo unum debet esse omnibus propositum , ut
cadem sit utilitas uniuscujusque et universorum ; quam si ad
se quisque rapiat , dissolvetur omnis humana consociatio . At-
que si etiam hoc natura præscribit , ut homo homini , qui-
cumque sit , ob eam ipsam causam , quod ei homo sit , con-
sultum velit, necesse est secundum eamdem naturam omnium
utilitatem esse communem. De offic. lib. 3 , cap, 6.
289
car á un enemigo ó un hombre en quien des-
cubrimos el deseo de despojarnos y oprimirnos,
y nos lo prohibe por otra parte el cuidado de
nuestra propia seguridad. Ya hemos visto ( §. 3.
y sig. ) que una nacion solo debe á las demas su
asistencia y todos los oficios de humanidad , en
cuanto puede prestárselos , sin vulnerar sus pro-
pios deberes. De donde se sigue evidentemente,
que si el amor universal del género humano la
obliga á conceder en todo tiempo y á todos,
aun á sus enemigos , aquellos oficios que solo
puedan conspirar á hacerlos mas moderados y
virtuosos , porque no debe tener de ello incon-
veniente alguno ; no está obligada á prestarles
socorros que pudieran probablemente serla fu-
nestos . Por eso en primer lugar la estrema im-
portancia del comercio , no solo por la necesi-
dad y las comodidades de la vida , sino tambien
por las fuerzas de un estado para darle medios
de defenderse contra sus enemigos ; la insacia-
ble avaricia de las naciones que ansían por atraér-
sele todo entero , y apoderarse de él esclusiva-
mente ; por eso , repito , estas circunstancias au-
torizan á una nacion , dueña de un ramo de co-
mercio , y del secreto de alguna fábrica impor
tante , á reservar en sí misma los manantiales de
la riqueza , y á tomar medidas para impedir que
pasen á los estrangeros , bien lejos de comuni-
cárselos. Pero si se trata de cosas necesarias á
la vida , ó importantes á sus comodidades , esta
nacion debe venderlas á las demas por su justò
valor , y no convertir su monopolio en una ve-
jacion odiosa. El comercio es la fuente principal
de la grandeza , del poder y de la seguridad de
Inglaterra , y nadie la condenará con justicia,
porque trabaje en conservar los diversos ramos
290
que tiene en su mano " por todos los medios
compatibles con la justicia y la probidad.
En segundo lugar , por lo tocante a las co-
sas que son directa y mas particularmente útiles
para la guerra , nada puede obligar a una nacion
á que las comunique a las demas ; y aun la pru-
dencia se lo prohibe por poco que le sea sospecho-
sa. Asi las leyes romanas prohibian con justicia
comunicar á las naciones bárbaras el arte de cons-
truir galeras ; y las leyes de Inglaterra han pro-
visto que no se comunicase á los estrangeros el
mejor modo de construir buques.
Mayor debe ser la reserva con las naciones
que son justamente sospechosas. Y asi es , que
cuando los turcos estaban en el mayor auge de
sus conquistas , todas las naciones cristianas , fue-
ra de toda supersticion , debian mirarlos como á
sus enemigos ; y las mas lejanas , aquellas que en-
tonces nada tenian que tratar con ellas , podian
romper todo comercio con una potencia que ha-
cia profesion de someter , por la fuerza de las
armas , á todos los que no reconocian la autori-
dad de su profeta .
17. Observemos ademas , respecto del prín-
cipe en particular , que no puede en tal caso se
guir sin reserva los movimientos de un corazon
magnánimo y desinteresado , que sacrifique sus
intereses á la utilidad de otro , ó á la generosidad;
porque no se trata de su interes propio , sino de
el del Estado y del de la nacion , que se ha con.
fiado á sus cuidados. Ciceron dice , que una alma
grande y generosa desprecia los placeres , las
riquezas y aun la vida , contándolo todo por nada
cuando se trata de la utilidad comun ( i). Tiene

(1) De offic. lib. 3. cap. 5.


291
razon , y tales sentimientos en un particular me-
recen todo encomio ; pero la generosidad no se
ejerce con los bienes de otro ; y el gefe de la
nacion no debe hacer uso de ella en los asuntos
públicos , sino con medida , y en cuanto sea pa-
ra la gloria y bien entendidas ventajas del Esta-
do . En cuanto al bien común de la sociedad hu-
mana debe guardar las mismas consideraciones ,
que deberia guardar la nacion que representa,
si gobernase sus asuntos por sí misma.
18. Pero si los deberes de una nacion res-
pecto de sí misma , ponen límites á la obligacion
de ejercer los oficios de humanidad , ninguno
pueden fijar á la prohibicion de hacer agravio á
las deínas , y de causarlas perjuicio , ó lo que es
lo mismo , de dañarlas , dando el sentido pro-
pið á la palabra latina lædere. Perjudicar , ofen-
der , hacer agravio , causar algun daño ó perjui-
cio, vulnerar , no dicen con toda precision lo
mismo . Dañar á alguno es en general procurar
su imperfeccion ó la de su estado , esto es , ha-
cer su persona ó la de su estado mas imperfec-
to ; y si todo hombre está obligado por su na-
turaleza á trabajar en la perfeccion de los de-
mas , con mayor razon le está prohibido con-
tribuir a su imperfeccion y á la de su estado. Los
mismos deberes estan impuestos á las naciones
( Prelim . §§ . 5 y 6. ) ; pues ninguna de ellas debe
cometer acciones que se dirijan á alterar la per-
feccion de las demas , y la de su estado , ó á
retardar sus progresos , es decir , á dañarlas. Y
pues que la perfeccion de una nacion consiste
en su aptitud para obtener el fin de la socie-
dad civil y la de su Estado , y en no carecer de
las cosas necesarias para este mismo fin ( L. 1 .
S. 14. ) á ninguna le es permitido impedir que
292
otra pueda obtener el fin de la sociedad civil,
ni hacerla incapaz para ello. Este principio ge-
neral prohibe á las naciones todas las malas prác-
ticas que se dirijan á causar turbulencias en otro
estado , á mantener la discordia , á corromper los
ciudadanos y sus aliados , á suscitarle enemigos,
á oscurecer su gloria , y á privarle de sus ven-
tajas naturales.
En cuanto á lo demas es facil conocer , que
no es un daño ni la negligencia en cumplir los
deberes comunes de la humanidad , ni la dene-
gacion de estos deberes ú oficios , porque ni lo
uno ni lo otro es atentatorio de esta perfeccion.
Es tambien de observar que cuando usamos
de nuestro derecho , cuando hacemos lo que nos
debemos á nosotros mismos ó debemos á los de-
mas , si de nuestra accion resulta algun perjuicio
á la perfeccion de otro , ó cualquiera daño á su
estado esterno , no somos culpables de este das
ño; porque haciendo lo que se nos permite , y
aun lo que debemos hacer , no está en nuestra
intencion el mal que á otro le resulta , como que
es un accidente , cuyas circunstancias particula-
res deben determinar la imputabilidad. En el
caso de una legítima defensa , por ejemplo , el
mal que hacemos á nuestro agresor no nos es
imputable , porque no hay premeditacion de nues-
tra parte , sino que atendemos á nuestra defen-
sa , usamos de nuestro derecho , y el agresor es
solo culpable del mal que se atrae.
19. Nada es mas opuesto á los deberes de
la humanidad , ni mas contrario á la sociedad
que deben cultivar las naciones , que las ofen-
sas , ó aquellas acciones que causan a otro un
justo desagrado . Toda nacion debe , pues , abs-
tenerse con el mayor cuidado de ofender ver
293
daderamente á otra. Digo verdaderamente , por-
que si sucede que cualquiera se da por ofendi-
do de nuestra conducta , cuando no hacemos otra
cosa que usar de nuestros derechos y ó- cumplir
nuestros deberes , la falta es suya , y no nuestra.
Las ofensas producen tales rencores entre las na-
ciones , que debe evitarse el dar lugar aun á
ofensas mal fundadas , pudiéndose hacer sin in-
conveniente , y sin faltará sus deberes. Algunas
medallas , y ciertas burlas pesadas agriaron , di-
cen , á Luis XIV contra las Provincias Unidas,
en términos , que le hicieron emprender en 1672
la ruina de esta república .
20. Las máximas establecidas en este capítu-,
lo , estos preceptos sagrados de la naturaleza han
sido desconocidos largo tiempo de las naciones;
porque los antiguos no se creian obligados á na-
da con respecto á los pueblos que no les estaban
unidos por un tratado de amistad ( 1 ). Los judíos,
sobre todo , cifraban una parte de su fervor en
aborrecer á todas las naciones ; y asi eran ellos
recíprocamente detestados y despreciados. Al fin
oyeron la voz de la naturaleza los pueblos civi
lizados , y reconocieron que todos los hombres
son hermanos (2) . Cuando vendrá el dichoso
tiempo en que obren como tales Pi

(1 ) Al ejemplo de los Romanos puede añadirse el de


los antiguos ingleses , pues hablando Grocio de un nave-
ganté acusado de haber cometido latrocinios en los pue-
Blos de las Indiás , dice : « que tal injusticia tenia sus parti-
darios, quienes sostenian , que por las antiguas leyes de In-
glaterra no se castigaban en este reino los ultrages come-
tidos contra los estrangeros , cuando no habia alianza pú-
blica contratada con ellos. » Hist. de las turbulencias de los
Paises bajos, lib. 16.
(2) Véase arriba, §. 1 , un buen pasage de Ciceron.
TOMO I. 21
294

CAPITULO II.
1
DEL COMERCIO MUTUO DE LAS NACIONES.

21. Todos los hombres deben encontrar en´


la tierra las cosas de que tienen necesidad , y
mientras duró la comunion primitiva , las toma-
ban donde las encontraban, con tal de que otro
no se hubiese apoderado de ellas para su uso,
La introduccion del dominio y de la propiedad
no ha podido privar á los hombres de un dere-
cho esencial ; y por consiguiente no puede con-
cebirse , sino bajo la suposicion de dejarles en
general algun medio de adquirir lo que les es
útil ó necesario. Este medio es el comercio , por
el cual puede todo hombre proveer á sus nece-
sidades ; pero no puede uno hacerse dueño de
las cosas que han pasado á ser propiedad de otro,
sin el consentimiento del propietario , ni ordi-
nariamente adquirirlas de valde , sino que se las
puede comprar ó permutar por otras cosas, equi-
valentes. Los hombres están , pues , obligados á
ejercer entre sí este comercio , para no separar-
se del objeto de la naturaleza , y esta obligacion
comprende tambien á las naciones enteras ó es-
tados ( Prelim. §. 5. ). Apenas hay un lugar en
donde la naturaleza produzca todo lo necesario
al uso de los hombres : un pais abunda de trigo,
otro en pastos y ganados , este en maderas , aquel
en metales , etc. Si todos estos paises comercian
entre sí, segun conviene á la humanidad , á nin-.
guno faltarán las cosas útiles y necesarias , y se
verá cumplido el objeto de la naturaleza , madre
comun de los hombres. A esto se añade , que un
pais es mas propio para un género de produc
295
ciones que para otro ; para las viñas , por ejem-
plo , mas bien que para el cultivo de tierras ; y
estando establecido el comercio y los cambios,
ý cada pueblo seguro de adquirir lo que le fal-
ta , emplea su terreno y su industria de la ma-
nera que le es mas ventajosa , y el género hu-
mano gana. Tales son los fundamentos de la
obligacion general en que se hallan las naciones
de cultivar entre sí un comercio recíproco.
22. No solo debe cada nacion abrazar el co-
mercio en cuanto es compatible con sus inte-
reses , sino tambien protejerle y favorecerle. El
cuidado de los caminos públicos , la seguridad
de los viageros , el establecimiento de puertos,
de lugares de mercado , de ferias bien arregla-
das y con buena policía , todo esto se dirige á
este fin ; y habiendo gastos que hacer , se puede,
como ya queda observado ( Lib . 1. §. 103. ) , sub-
venir á ellos por portazgos y otros derechos equi-
tativamente proporcionados.
23. Siendo la libertad muy favorable al co-
mercio , corresponde á los deberes de las na-
ciones mantenerla en cuanto sea posible , y no
ponerla trabas ó restringirla sin necesidad : por
lo mismo son condenables esos privilegios , esos
derechos particulares , tan onerosos al comercio,
establecidos en muchas partes , á menos que no’
še funden en razones muy importantes , toma-
das del bien público.
24. Toda nacion , en virtud de su libertad
natural , tiene derecho de hacer el comercio con
las que quieran convenirse á ello , y cualquiera
otra que emprenda turbarla en el ejercicio de
este derecho , la hace injuria. Los portugueses qui-
sieron, en el tiempo de su poder en el Oriente,'
prohibir á las otras naciones de Europa todo

:
296
comercio con los pueblos indianos ; pero ellas
se burlaron de una pretension tan injusta como
quimérica , y se acordó que se calificasen de jus-
tos motivos para hacerles la guerra los actos de
violencia dirigidos á sostenerla. Este derecho co-
mun á todas las naciones está hoy generalmen-
te reconocido bajo el nombre de libertad de co-
mercio.
25. Pero si debe una nacion en general cul-
tivar el comercio con las demas , y si cada una
tiene derecho de comerciar con todas las que
lo consientan ; tambien por otra parte debe evi-
tar todo comercio que no la produzca ventajas,
ó perjudique de cualquier manera al Estado.
( Lib. 1. S. 98. ) ; y pues que los deberes hacia sí
misma prevalecet , en caso de colision , sobre
los deberes relativos á las otras , tiene un pleno
derecho de arreglarse en cuanto á esto por lo
que le sea útil ó saludable ; y ya hemos visto
( Lib . 1. §. 92. ) , que pertenece á cada nacion juz-
gar si la conviene ó no hacer tal ó cual comer-
cio , aceptando ú desechando el que la propon-
gan los estrangeros , sin que puedan acusarla de
injusta , ni pedirla razones por ello ; y mucho
menos apremiarla , porque es libre en la admi-
nistracion de sus asuntos , y no tiene precision
de dar cuenta á nadie. La obligacion de comer-
ciar con las demas naciones es en sí imperfecta
( Prelim. §. 17. ) , y no produce sino un dere-
cho imperfecto , el cual cesa enteramente en el
momento que el comercio sea perjudicial . Cuan-
do los españoles atacaron á los americanos bajo
el pretesto de que se negaban á comerciar con
ellos , ocultaron con una vana disculpa su insa-
ciable avaricia.
26. Lo que acabamos de insinuar , junto con
297
lo que ya hemos dicho sobre esta materia en
el cap. 8. del lib. 1 , puede bastar para estable-
cer los principios del derecho de gentes natural
sobre el comercio mútuo de las naciones. En ge-
neral no es dificil establecer el deber de los pue-
blos en este punto , y lo que la ley les prescribe
para el bien de la gran sociedad del género hu-
mano. Pero como cada uno de ellos no tiene
mas obligacion que la de comerciar con los de-
mas hasta el punto de no perjudicarse á sí mis-
mo , y al fin todo viene á depender del juicio
que cada estado forme acerca de lo que puede
ó debe hacer en los casos particulares , no pue-
den las naciones contar sino sobre generalida-
des , como es la libertad que pertenece á cada
una de ejercer el comercio , y en lo demas sobre
derechos imperfectos dependientes de ageno jui-
cio , y por consiguiente siempre inciertos ; siendo
indispensable que apelen á los tratados y con-
venciones si han de asegurarse sobre reglas
precisas y constantes.
27. Puesto que una nacion tiene un pleno
derecho de reglarse con respecto al comercio so-
bre lo que la es útil ó saludable , puede hacer
sobre esta materia todos los tratados que juz-
gue á propósito , sin que ninguna otra tenga
derecho á ofenderse , con tal que estos tratados
no causen perjuicio á los derechos perfectos de
otra. La nacion falta á su deber , si por los com-
promisos á que se sujeta , se pone sin necesidad
ó sin poderosas razones en la imposibilidad de
poderse dedicar al comercio general que la na-
turaleza recomienda entre los pueblos. Pero co-
mo solo á ella la toca el juzgar sobre este pun-
to ( Prelim. §. 16. ) , las otras lo deben sufrir,
respetando su libertad natural , y aun suponer
298
que obra con justas razones , porque todo tra-
tado de comercio que no perjudica al derecho
perfecto de otra , está permitido entre las nacio-
nes , sin que ninguna pueda oponerse á su eje-
cucion : pero solo aquel tratado es en sí legíti-
mo y laudable , que respeta el interes general,
en cuanto es posible y razonable hacerlo en aquel
caso particular.
28. Como las promesas y los compromisos
espresos deben ser inviolables , toda nacion sá-
bia y virtuosa tendrá cuidado de examinar y pe-
sar maduramente un tratado de comercio antes
de concluirlo , y cuidará de no empeñarse en
nada que choque con los deberes hácia sí misma
y hácia las demas.
29. Las naciones pueden poner todas las cláu-
sulas y condiciones que tengan por convenien-
tes en sus tratados , porque son libres en hacer-
los perpétuos , ó temporales , ó dependientes de
ciertos acaecimientos . Lo mas conforme á la pru-
dencia es no obligarse para siempre , porque
pueden sobrevenir en lo sucesivo circunstancias
que hiciesen el tratado muy oneroso á alguna
de las partes contratantes. Tambien puede con-
cederse por un tratado un derecho precario , re-
servándose la libertad de revocarlo siempre que
se quiera ; pues ya hemos observado ( Lib . 1.
S. 94. ) que ni una simple permision , como tam-
poco un largo uso ( ibid. § . 95. ) , dan derecho al-
guno perfecto á un comercio. Y es preciso no con-
fundir estas cosas con los tratados , ni aun con
aquellos que solo producen un derecho precario.

30. Luego que una nacion se ha obligado
por un tratado , no tiene libertad de hacer en
favor de otras , contra el tenor de aquel , lo que
en otro caso las habria concedido , conforme á
299
los deberes de la humanidad , ó á la obligacion
general de comerciar entre sí. Porque no debien-
do hacer por otra sino lo que está en su poder,
es claro que habiéndose privado de la libertad
de disponer de una cosa , esta no está ya en po
der suyo . Y por consigui
ente , luego que una
nacion se ha obligado á vender á otra sola cier
tas mercancias ó géneros , como , por ejemplo,
granos , no puede venderlos en otra parte ; y
lo mismo es si se hubiese obligado á comprar
ciertas cosas de una nacion sola.
31. Pero se preguntará cómo y en qué ca
sos se permite á una nacion obligarse de suerte
que se prive de la libertad de cumplir sus debe-
res respecto de las demas. Como los derechos
hácia sí mismo son mas poderosos que los dere
chos hacia los otros , si una nacion encuentra su
bienestar y una ventaja sólida en un tratado
de esta naturaleza , la es sin duda permitido ce-
lebrarlo , y tanto mas , cuanto por eso no rom-
pe el comercio en general de las naciones ; pues
no hace mas que pasar un ramo del suyo por
otras manos , ó asegurar á un pueblo en par-.
ticular las cosas de que tiene necesidad. Si un
estado que carece de sal , puede asegurar este
artículo con otro estado , obligándose á no ven-
der á nadie sino á él sus granos ó sus ganados,
¿ quién duda que puede concluir un tratado tan
saludable ? Sus granos ó ganados son entonces
cosas de que dispone para satisfacer á sus pro-
pias necesidades ; pero segun lo que hemos ob-
servado en el §. 28 , solo mediando graves ra-
zones deben celebrarse pactos de esta naturale-
za ; y bien sean buenas ó malas , el tratado es
válido , y las demas naciones no tienen derecho
á oponerse (§. 27).
300
1 32. Siendo libre cada uno en renunciar sú
derecho , puede una nacion restringir su comer-
cio en favor de otra , obligarse á no traficar en
una cierta especie de mercancías , á abstenerse
de comerciar con tal ó cual pais , etc. Y si no ob.
serva sus promesas , obra contra el derecho per
fecto de la nacion con quien ha contratado , y
esta tiene derecho de reprimirla. Los tratados de
esta naturaleza no ofenden la libertad del co-
mercio , porque esta libertad consiste solamente
en que á ninguna nacion se ponga impedimen,
to en su derecho de comerciar con aquellas que
consienten en traficar con ella , y cada una es
libre en dedicarse á un comercio particular , ό
negarse á él , segun lo que juzgue de mayor in-
terés para el Estado .
$ 33. Las naciones no se dedican solamente
al comercio con objeto de procurarse las cosas
necesarias ó útiles , forman tambien con él un
manantial de riquezas. Por lo mismo , cuando
se trata de hacer una ganancia , es permitido á
todo el mundo tomar parte en ella ; pero el mas
activo previene legítimamente á los demas , apo-
derándose de un bien que es del primero que
le ocupa, sin que sea un óbice el que no se le
asegure todo por entero " si por otra parte tie-
ne algun medio legítimo de, apropiárselo. Lue-
go , pues , que una nacion posee por sí sola cier-
tas cosas , puede otra legitimamente adquirirlas
por un tratado , con la ventaja de comprarlas es-
clusivamente , y revenderlas á todo el pais . Y
siendo indiferente á las naciones la mano de
quien reciben las cosas que ་་ les son necesarias,
con tal de que se las vendan á un justo precio,
el monopolio de esta nacion no es contrario á
los deberes generales de la humanidad , si no se
301
prevale de él para dar á sus mercancías un pre-
cio inmoderado é injusto. Pero si abusa , para
hacer una escesiva ganancia , peca contra la ley
natural , privando á las demas naciones de una
comodidad ó de un placer que la naturaleza des-
tina á todos los hombres , ó haciéndosela com-
prar demasiado cara ; pero no las hace injuria,
porque en rigor , y segun el derecho esterno ,
el propietario de una cosa es dueño de guardar-
la , ó venderla al precio que quiera . Así es que
los holandeses se han hecho dueños del comer .
cio de la canela por un tratado con el rey de
Ceilan ; y las demas naciones no podrán quejar-
se , mientras su ganancia se contenga dentro de
justos límites.
Pero si se tratase de las cosas necesarias á
la vida , y el que hace el monopolio quisiese su-
birle á un precio escesivo , las demas naciones
estarian autorizadas , por el cuidado de su pro-
pia salud y por la ventaja de la sociedad humana ,
para unirse y hacer entrar en razon á un avaro
opresor. El derecho á las cosas necesarias es muy
diferente del que se tiene á las de comodidad ó
de placer , sin las cuales se puede pasar si es-
tan á muy alto precio. Seria un absurdo que la
subsistencia y la salud de los pueblos dependie .
sen de la avaricia ó del capricho de uno solo .
34. Una de las instituciones modernas mas
útiles al comercio es la de los cónsules , que son
unos empleados que en las grandes plazas de co-
mercio , y sobre todo en los puertos de mar , en
paises estrangeros , tienen la comision de velar
sobre la conservacion de los derechos y privile-
gios de su nacion , y terminar las diferencias que
puedan ocurrir entre sus comerciantes . Cuando
una nacion hace gran comercio en un pais , la
302
conviene tener un sugeto encargado de este mi-
nisterio ; y el Estado que la permite este co-
mercio , debiendo naturalmente favorecerle , de-
be tambien por esta razon admitir al cónsul. Pe-
ro como no está obligado absolutamente , y con
una obligacion perfecta , aquel que quiere tener
un cónsul , debe procurarse este derecho por el
tratado mismo de comercio.
Hallándose encargado el cónsul de los asun-
tos de su soberano y recibiendo sus órdenes,
permanece sujeto a él , y le es responsable de
sus acciones.
El cónsul no es un ministro público , segun
aparecerá de lo que diremos despues sobre el ca-
racter de los ministros en nuestro libro IV, y
no puede pretender las prerogativas de tal. Sin
embargo , como él está encargado de una co-
mision de su soberano , y recibido en esta cua-
lidad por aquel en donde reside , debe gozar has-
ta cierto punto de la proteccion del derecho de
gentes. El soberano que le recibe , se obliga tá-
citamente en este mismo hecho á darle toda la
libertad y seguridad necesarias para cumplir de
un modo conveniente sus funciones ; sin lo cual
la admision del cónsul seria vana é ilusoria.
Sus funciones exigen primeramente que no
sea súbdito del Estado en que reside , porque
estaria obligado á seguir sus órdenes en todas
las cosas , y no tendria la libertad de llenar las
funciones de su encargo.
Estas parecen exigir que el cónsul sea inde-
pendiente de la justicia criminal ordinaria del lu-
gar donde reside ; de suerte que no pueda mo-
lestársele ó prendérsele , á no ser que él mismo
viole el derecho de gentes por algun atentado
enorme.
303
Y aunque la importancia de las funciones con-
sulares no sea bastante relevada para que goce
la persona del cónsul de aquella inviolabilidad
y absoluta independencia de que gozan los mi-
nistros públicos ; como se halla bajo la protec-
cion particular del soberano que le emplea , y
encargado de velar sobre sus intereses , si come-
te alguna falta , los respetos debidos á su sobe-
rano piden que se le envien para ser castigados.
Asi es como se usa entre los Estados que quie-
ren vivir en buena inteligencia ; pero lo mas se-
guro es proveer , en cuanto se pueda , á todas
estas cosas por el tratado de comercio .
Wiquefort , en su Tratado del Embajador,
lib. I,
seccion 5 , dice : que los cónsules no go-
zan de la proteccion del derecho de gentes , r que
estan sujetos á la justicia del lugar de su resi
dencia, tanto por lo civil , como por lo criminal.
Pero los ejemplos que refiere son contrarios á
la opinion que sienta. Los estados generales de
las Provincias-Unidas , cuyo cónsul habia sido
atropellado y preso por el gobernador de Cádiz ,
produjeron sus quejas en la corte de Madrid,
como de una violencia que se habia hecho al de-
recho de gentes. Y en el año de 1634 la repú-
blica de Venecia pensó romper con el Papa Ur-
bano VIII , á causa de la violencia que el go-
bernador de Ancona habia hecho al cónsul ve-
neciano. El gobernador habia perseguido á este
cónsul , de quien sospechaba haber dado avisos
perjudiciales al comercio de Ancona , y en se-
guida se apoderó de sus muebles y papeles , y le
hizo emplazar , publicar y estrañar bajo el pre-
testo de haber hecho descargar , contra lo preve-
nido , mercancías en tiempo de peste. Tambien
hizo
arrestar al sucesor de este cónsul ; pero el
304
senado de Venecia pidió con mucho empeño la
reparacion de estos procedimientos ; y por la
mediacion de los ministros de Francia que te-
mian un rompimiento abierto , el Papa precisó
al gobernador de Ancona á dar satisfaccion á la
república.
En defecto de tratados la costumbre debe
servir de regla en estas ocasiones , porque aquel
que recibe un cónsul sin condiciones espresas,
se cree que le recibe bajo el pie establecido por
el uso (1).

( 1) Cornelio Bynkershoek en su Tratado sobre el juez


competente de los embajadores , conviene en el cap. 10,
desde el §. 6. en que los cónsules gozan de los privilegios
del derecho de gentes , y de cierta jurisdiccion muy li
mitada. Sobre uno y otro véase el Diccionario universal
razonado de jurisprudencia mercantil de Domingo Alber-
to Azuni , impreso en Niza en 1786 en cuatro volúm.
en 4. mayor , que corren en dos : art. Consoli delle Na-
zioni estere.
En cuanto á lo que en este punto se observa en Espa
ña , la ley 6, tít . 11 , lib. 6 de la Novísima Recopilacion
dice cuanto puede apetecerse para la verdadera instruc-
cion , pues hace mencion del Reglamento que sobre los
requisitos para el establecimiento de cónsules y vice-con-
sules , exenciones y uso de sus facultades se aprobó por
el Sr. D. Carlos III en su Real decreto dado en el Pardo
á 1.º de Febrero de 1765 ; cuyos puntos son los siguientes:
«Que los cónsules para impetrar mi Real aprobacion,
hayan de presentar la patente original con su traduccion
auténtica en español , y con estos documentos el memo-
rial en que lo soliciten : que hayan de justificar ser vasa-
llos nativos del Príncipe ó Estado que los nombre , sin
que les aproveche tener carta ó privilegio de connatura-
lizacion en sus dominios , y no estar domiciliado en nin-
guno de los de España : que lo mismo hayan de practi-
car y justificar los vice-consules , escepto la que se man-
da hacer á los cónsules , de ser vasallos nativos del Prín-
cipe ó Estado á quien hayan de servir , por estarles dis-
305

CAPITULO III.

DE LA DIGNIDAD Y DE LA IGUALDAD DE LAS NA-


CIONES , DE LOS TITULOS , Y DE OTROS
DISTINTIVOS DE HONOR.

35. Toda nacion , todo estado soberano es


acreedor á la consideracion y al respeto , porque
figura inmediatamente en la gran sociedad del

pensada esta cualidad : que asi los cónsules como los vice-
consules hayan indispensablemente de impetrar la Real
aprobacion , sin cuyo requisito no podrán ser admitidos
al uso de sus empleos : que donde haya necesidad de es-
tablecerse consules ó vice cónsules , por haberse aumen-
tado el comercio de la nacion que los nombre , puedan
hacer recurso á mi Real Persona , para que enterado de
la necesidad pueda acordarles esta gracia , si tuviese á
bien dispensar el que no los haya habido por lo pasado :
que por razon de cónsules no tengan otra graduacian que
la de unos meros agentes de la nacion (a), pues lo son
propiamente , y por tanto gozan el fuero militar , como
los demas estrangeros transeuntes que se entienda estar
exentos únicamente de los alojamientos, y todas cargas con-
cejiles y personales ; pero que al mismo tiempo , si los cón-
sules ó vice-cónsules comerciasen por mayor ó menor, sean
tratados como otro cualquiera individuo estrangero que
haga igual comercio : que sus casas no gocen de inmu
(a) En Real orden de 7 de Febrero de 1757 con mo-
tivo de haber algunos cónsules estrangeros , no obstan
te las repetidas Reales resoluciones declaratorias de sus
facultades , introducídose á conocer de negocios de pre-
sas , figurando una especie de tribunal en sus casas ; tu-
vo S. M. por conveniente prevenir el progreso de seme-
jantes abusos , y mandar á este fin á todos los goberna-
res por punto general, no permitan á los cóusules se
propasen en el uso de sus oficios , cuyo objeto y calidad se
reduce á la de unos meros agentes y protectores de las
personas de su nacion para solicitar que se les haga justicia.
306
género humano ; porque es independiente de
todo poder, y es un conjunto de muchos hom-
bres , mas digno de consideracion , sin duda,
que puede serlo cada individuo en particular.
Él Soberano representa á la macion toda , y reu-
ne en su persona toda la magestad de aquella;
por eso ningun particular , por libre é indepen-
diente que sea , puede compararse con un So-
berano , pues serta quererse igualar él solo á una
multitud de sus iguales. Las naciones y los sobe-
ranos tienen al mismo tiempo , no solamente
obligacion , sino derecho de mantener su digni-
dad , y de hacerla respetar , como una cosa im-
portante á su reposo y seguridad.
36. Ya hemos observado ( Prelim. S. 18.)
que la naturaleza tiene establecida una perfecta
igualdad de derechos entre las naciones inde-

nidad alguna ; ni puedan tener en parte pública la insig-


nia de las armas del Príncipe ó Estado que los nombre;
y que solo puedan en sus torres ó azoteas , ó en otros para-
ges de sus casas , poner señal que manifieste á los de su
nacion cual es la casa de su cónsul : que no puedan ejer-
cer jurisdiccion alguna , aunque sea eutre vasallos de su
propio Soberano , sino componer estrajudicial y amiga-
blemente sus diferencias ; si bien las justicias del reino de-
berán darles el auxilio que necesiten para que tengan
efecto sus arbitrarias y estrajudiciales providencias , dis-
tinguiéndolos y atendiéndolos en sus regulares recursos:
y últimamente que en las vacantes de cónsules ó vice-
cónsules , ó dónde no los haya , no se permita cobrar de-
rechos algunos de consulado , declarando para quitar du-
das , no ser facultativo á los cónsules nombrar otros apo-
derados que los que necesitan para sus negocios perso-
nales y domésticos , pues los pertenecientes á sus consu-
lados ó vice-consulados , que pueden poner con mi Reaf
aprobacion donde les convenga ( teniendo facultad para
ello ) , los deben practicar por sí mismos , y no por otra
persona.
301
pendientes ; y por consiguiente ninguna puede
alegar prerogativas apoyadas en la naturaleza ,
porque todo lo que la cualidad de nacion libre
y soberana concede á la una , lo concede tam
bien á la otra.
37. Y puesto que la preferencia ó la prima-
cia de rango es una prerogativa , ninguna nacion,
ningun soberano puede atribuírsela naturalmen-
te y de derecho ; y ¿ por qué razon unas naciones
que no dependen de él le habrian de ceder al-
guna cosa á pesar suyo ? Sin embargo , como un
estado poderoso y vasto es mucho mas conside-
rable en la sociedad universal que un estado re-
ducido , es puesto en razon que ceda este , cuan-
do sea preciso que el uno ceda al otro , como,
por ejemplo, en una asamblea , y prestarle estas
deferencias de puro ceremonial , que en el fondo
en nada menoscaban la igualdad , y solo señalan
una prioridad de orden , ó un primer lugar en-
tre sus iguales. Otros atribuirán naturalmente
este primer lugar al mas poderoso , y entonces
sería tan inútil como ridículo al mas débil tra-
tar de oponerse. La antigüedad del estado es
tambien una de las consideraciones que se tienen
en tales circunstancias , y un recien venido no
puede desposeer á nadie de los honores en cuyo
goce se halla , siendo necesarias gravísimas razo-
nes para que se empeñe en que se le dé la pre-
ferencia.
4 38. Cualquiera que sea la forma del gobier
no es de ninguna importancia para la cuestion;
pues como residen originariamente en el cuerpo
del estado la dignidad y la magestad , la del so-
berano le viene á causa de representar á su na-
cion. ¿Y el estado tendria , por ventura , mas ó me-
nos diguidad , segun que su gobierno estuviese en
308
una ó en muchas manos ? En el dia se atribu-
yen los Reyes una superioridad de rango sobre
las repúblicas ; pero esta pretension solo se apo-
ya en la superioridad de sus fuerzas. Tambien
hubo un tiempo en que la república romana mi-
raba á los Reyes como muy inferiores á ella ; pero
los monarcas de Europa , no hallando mas que
débiles repúblicas , se han desdeñado admitirlas
á la igualdad ; y si bien la república de Venecia
y la de las Provincias - Unidas obtuvieron los ho-
nores de las testas coronadas , sus embajadores
ceden el paso á los de los Reyes:
1
39. En consecuencia de lo que queda esta-
blecido , si la forma de gobierno llega á cambiar
en una nacion , no por eso dejará esta de con-
servar en su plenitud los honores y el rango en
cuya posesion se halla. Asi fue que cuando la
Inglaterra se deshizo de sus Reyes , Cromwel no
consintió que se disminuyese un ápice de los ho-
nores que se hacian á la corona , ó á la nacion,
y supo mantener en todas partes á los embajadores
ingleses en el rango que siempre habian ocupado.
40. Siempre que los tratados , ó un uso cons-
tante fundado en un consentimiento tácito ha-
yan distinguido el rango y preeeminencia del So-
berano, es preciso conformarse con ellos. Dis-
putar á un príncipe la que se ha adquirido de
esta manera , es causarle injuria , porque es darle
muestras de desprecio , ó violar los pactos que
le aseguran un derecho ; y asi habiendo tocado
en suerte el imperio al primogénito de la casa
de Carlo Magno , en las intempestivas particio
nes que se hicieron , le cedió el paso su her-
mano menor , á quien cupo el reino de Fran-
cia , y se le cedió con tanta menos repugnancia,
cuanto en aquel tiempo se conservaba todavia
309
idea reciente de la magestad del verdadero im-
perio romano. Sus sucesores siguieron lo que ha
ilaron establecido : los demas Reyes de Europa
los imitaron ; y de aqui proviene que la corona
imperial se halle , sin contradiccion alguna , po-
seyendo el primer rango en la cristiandad ; pero
es de advertir , que la mayor parte de las co-
ronas no están conformes entre sí sobre el or-
den del rango.
Quisieran algunos que se mirase la prece-
dencia del emperador , como una cosa algo mas
todavía que un primer lugar entre sus iguales;
atribuirle una superioridad sobre todos los Re-
yes , y en suma, hacerle un gefe temporal de
la cristiandad ( 1 ) . Y se echa de ver con efecto,
que muchos emperadores han revuelto en su es-
píritu pretensiones semejantes , como si por re-
sucitar el nombre del imperio romano se hubie-
ran podido hacer revivir sus derechos ; pero los
demás estados han vivido alerta contra estas pre-
tensiones. Véanse en Meceray (2) las precaucio .
nes que tomó el Rey Cárlos V. cuando vino á
Francia el emperador Cárlos IV, por temor (dice
el historiador de que este principe , y su hijo el Rey
de los romanos , no pudiesen fundar algun dere-
cho de superioridad sobre su cortesia. Bodino ( 3)
cuenta que se recibió muy mal en Francia que
el emperador Segismundo se hubiese sentado en
lugar real en pleno parlamento , y que hubiese

(1) Bartolo ha llegado á sentar que son hereges todos


aquellos que no creen que el emperador es señor de todo el
mundo: Bodin en su tratado de la república ( lib. 1. cap. 9.
pág. 139. )
(2) Historia de Francia : esplicacion de las medallas de
Cárlos V.
(3) De la república , pág. 138.
TOMO I. 22
310
hecho caballero al senescal de Belcaire , añadien-
do , que para cubrir lafalta notable que se habia
cometido en sufrirlo , no se quiso consentir en
que el mismo emperador hiciese en Leon duque
al conde de Saboya. En el dia un Rey de Fran-
cia creeria esponerse sin duda , si llegase á obser-
var que otro pudiese atribuirse alguna autoridad
sobre su reino (1).
41. Como que la nacion puede conceder á
su caudillo el grado de autoridad y los derechos.
que tenga por convenientes , igualmente la tiene
respecto del nombre , de los titulos y de los ho-
nores con que quiera condecorarlo . Pero con-
viene á su sabiduría , y á los intereses de su re-
putacion , no separarse demasiado en este punto
de los usos generalmente recibidos en los pue-
blos civilizados. Observemos ademas que la pru-
dencia debe dirigir á la nacion en esta parte , y
reducirla á proporcionar los títulos y honores
en razon del poder de su gefe , y en razon tam-
bien de la autoridad de que tratare revestirlo.
Los títulos y honores es verdad que de nada de-
ciden , que son nombres vanos y vanas ceremo-
nias cuando se emplean mal ; ¿ pero á quién se

(1) Pentherriéder , plenipotenciario del emperador en


el congreso de Cambrai , hizo una tentativa para asegu
rar á su amo una superioridad y preeminencia incon-
testables sobre las demas testas coronadas ; para eso indu-
jo al conde de Provana , ministro del Rey de Cerdeña,
á firmar una acta , por la cual declaraba , que ni su amo,
ni otro príncipe alguno podian disputar la preeminencia
al emperador. Pero como se hiciese público este escrito,
los Reyes se quejaron de él tan altamente , que Prova-
na fue llamado , y el emperador mandó á su plenipoten-
ciario que suprimiese este escrito , fingiendo ademas ig-
norar lo que habia pasado , y este lance no tuvo ulte-
riores resultas. Mem, del M. de S. Felipe , tom. 4. pág. 194.
311
oculta su alta influencia en la imaginacion de los
hombres ? Asi es que este es un punto mas sé-
rio de lo que parece á primera vista ; y asi como
la nacion debe cuidar de no humillarse ante los
demas pueblos , y no envilecer á su caudillo por
un título despreciable ; asi tambien debe cuidar
mucho mas de no llenar de orgullo su corazon
por un vano nombre y por honores desmedidos ,
y de hacer que nazca en él el pensamiento de
arrogarse sobre ella una autoridad á que se le
provoca , ó de adquirir por injustas conquistas
un poder proporcionado. Por otra parte , un tí-
tulo elevado puede inducir al caudillo á soste.
ner con mas firmeza la dignidad de la nacion .
Las circunstancias determinan la prudencia , y
esta guarda en todas las cosas una justa medida.
« La monarquía , dice un autor respetable , muy
" digno de crédito en
la materia , en su obra titu-
«< lada Memorias para servir á la historia de Bran-
« demburgo , la monarquía sacó á la casa de Bran-
« demburgo de aquel yugo de servidumbre
en
« que la casa de Austria tenia hasta entonces á
" todos los príncipes de
Alemania. Era un cebo
« que Federico I echaba á toda su posteridad,
*y con el cual parecia decirla : Yo te he adqui
« rido un título , hazte digna de él : he echado el
« cimiento de tu grandeza , á tí te toca dar cima
« á tan gloriosa empresa . »
42. Si el gefe del estado es soberano , en sus
manos tiene los derechos y la autoridad de la
sociedad política ; y por consiguiente puede dis-
poner por sí mismo acerca de su título y de los
honores que se le deben hacer , á menos que no
esten ya determinados por la ley fundamental,
ó que las limitaciones puestas á su poder se
opongan manifiestamente á los honores que quie-
:
312
ra atribuirse. Sus súbditos están obligados á obe-
decerle en esto , como en todo lo que mande en
virtud de una autoridad legítima ; y así es que
el Czar Pedro I , fundado en la vasta estension
de sus estados , se aplicó él mismo el título de
emperador
43. Pero las naciones estrangeras ninguna
obligacion tienen de deferir á las voluntades del
soberano que toma un título nuevo , ó del pue-
blo que llama á su gefe por el nombre que le
agrada (1).
44. Sin embargo , si este título fuese en to-
do razonable y conforme a los usos recibidos,
es tambien conveniente á los deberes naturales
que unen las naciones dar á un soberano , ó á
cualquiera gefe de un estado , el mismo título
que le da su pueblo . Pero si este título es con-
tra el uso , si designa cosas que no se hallan en
el que le afecta , los estrangeros pueden negár-
sele , sin que tenga razon para quejarse de ello.
El uso tiene consagrado el título de magestad á
los monarcas que mandan grandes naciones ; y
si bien los emperadores de Alemania pugnaron
largo tiempo por reservársele , alegando perte-
necer únicamente a su corona imperial ; los re-
yes pretendieron con razon que nada habia so-
bre la tierra , ni mas eminente ni mas augusto

(1) Escribiendo Cromwell á Luis XIV usó de este for-


mulario Olivarius dominus , Protector Angliæ, Scotiæ et Hi-
berniæ , Ludovico XIV , francorum Regi : christianissime Rex,
У la firma : in aula nostra alba, vester bonus amicus. La corte
de Francia quedó muy ofendida de este formulario ; pero el
embajador Borrel , en una carta escrita al pensionista
de Wit, fecha en 25 de Mayo de 1665 , dice , que no se
presentó la de Cromwell , y que los encargados de hacer-
lo , la retuvieron temiendo no produjese alguna disension.
313
que su dignidad ; denegaron la magestad á quien
se la denegase ( 1 ) , y en el dia , si hacemos al-
gunas escepciones , fundadas en razones particu-
lares , el derecho de magestad es un atributo
propio de la cualidad de Rey.
Como seria ridículo á un Príncipe pequeño
tomar el título de rey , y exigir el tratamiento
de magestad ; negándose á esta fantasía las na-
ciones estrangeras , no harán otra cosa que con-
formarse con la razon y con sus deberes. Sin
embargo, si hubiere algun soberano que no em-
bargante la poca estension de su poder , esté en
posesion de recibir de sus vecinos el titulo de
rey, no se le pueden negar las naciones distan-
tes que quieran comerciar con él ; pues no las
toca á ellas reformar los usos de los paises le-
janos.
45. El soberano que quiere recibir constan-
temente ciertos títulos y honores de parte de
las demas potencias , debe asegurarlos por medio
de tratados. Los que se han comprometido de
esta manera , estan obligados en lo sucesivo pa-
ra con él, y no podrian separarse del tratado sin
hacerle injuria. Asi en los ejemplos que acaba-
mas de referir del Czar y del Rey de Prusia,
hemos visto que cuidaron de negociar de ante-
mano con las Cortes amigas , para estar seguros
de ser reconocidos en la nueva cualidad que
querian tomar.

(1) En los tiempos del famoso tratado de Westfalia , los


plenipotenciarios de Francia convinieron con los del em-
perador en que cuando le escribiesen de su puño el Rey
y la Reina dándole el tratamiento de magestad , daria la
contestacion tambien de su mano con el mismo título. »
Carta de los plenípotenciarios á M. de Brienne , 15 de Oc-
tubre de 1646 .
314
Los Papas han pretendido en otro tiempo,
que pertenecia solo á la tiara crear nuevas co-
ronas , y se atrevieron á esperar de la supersti-
cion de los príncipes y de los pueblos , una pre-
rogativa tan sublime ; pero quedó eclipsada con
el renacimiento de las letras (1 ). Es verdad que
os emperadores de Alemania formaron igual pre-
tension ; pero á lo menos tenian en su favor el
ejemplo de los antiguos emperadores romanos,
y únicamente les faltaba el mismo poder para te-
ner el mismo derecho .
46. A falta de tratados es preciso conformar-
se para los títulos , y en lo general para todos
los distintivos de honor , con lo que se halla re-
cibido por el uso ; pues querer separarse de él
respecto de una nacion ó de un soberano cuan-
do no asiste razon alguna particular , es mani-
festar desprecio ó mala voluntad : conducta no
menos contraria á la sana política , que á los de-
beres recíprocos de las naciones.
47. El mas poderoso monarca debe respe-
tar en todo soberano el caracter eminente de
que se halla revestido ; pues la independencia,
la igualdad de las naciones, los deberes recíprocos
de la humanidad , todo le convida á prestar al ge-
fe del pueblo, por pequeño que sea , las considera-
ciones que se deben á su cualidad ; porque tan-
to el mas débil como el mas poderoso estado se
compone de hombres , y nuestros deberes son


(1) Los Príncipes católicos reciben todavia del Papa tí-
tulos que tienen referencia á la Religion. Benedicto XIV
dió el de magestad fidelisima al Rey de Portugal , como
se ve en su bula concebida en un estilo imperfecto , y fe
cha del 23 de Diciembre de 1748.
315
los mismos hácia todos aquellos que no depen-
den de nosotros.
Pero este precepto de la ley natural no se
estiende mas allá de lo que es esencial á los mi-
ramientos y consideraciones que mútuamente se
deben las naciones independientes ; en una pa-
labra , mas allá de lo bastante para no quedar
duda en que se reconoce á un estado ó su sobe-
rano con verdadera independencia y soberanía;
y por consiguiente digno de cuanto es inheren-
te á esta cualidad . Por lo demas , siendo un
gran monarca persona muy importante en la so-
ciedad humana , segun ya hemos dicho , es na-
tural que en todo lo que es puramente ceremo-
nial y sin peligro de menoscabar de modo algu-
no la igualdad de los derechos de las naciones,
se le rindan los honores á que no podria aspi-
rar un príncipe pequeño ; y este no puede ne-
gar al monarca todas aquellas deferencias que
no atacan á su independencia y soberanía.
48. Toda nacion , todo soberano debe man-
tener su dignidad ( §. 35. ) haciendo que se le
rinda el acatamiento que es debido , y sobre to-
do no consintiendo que se falte en nada á su
dignidad ; y si tiene títulos y honores que le per-
tenecen segun el uso constante , puede y debe
exigirlos en las ocasiones en que va el interes de
su gloria.
Pero debemos distinguir entre la negligen-
cia ó la omision de lo que habria debido exigir,
segun el uso comunmente recibido , y' los actos
positivos contrarios al respeto y á la conside-
racion , que se llaman insultos. Cabe quejarse
de la negligencia , y si no hay reparacion de
ella , considerarla como una señal de malas dis-
posiciones ; pero hay derecho de perseguir has-
316
ta por la fuerza de las armas la reparacion de
un insulto. El Czar Pedro I se quejó en su ma-
nifiesto contra la Suecia, porque no se le ha-
bian hecho salvas de artillería á su paso por
Riga ; y si bien podia encontrar estraño y que-
jarse de que no se le hubiese hecho este honor,
mas estraño seria tomar de esto motivo para una
declaracion de guerra , y prodigar por ello la
sangre humana.

CAPITULO IV.

DEL DERECHO DE SEGURIDAD , Y DE LOS EFECTOS


DE LA SOBERANIA Y DE LA INDEPENDENCIA
DE LAS NACIONES.

49. En , vano prescribe la naturaleza , tanto


á las naciones como á los particulares , el cuida-
do de conservarse , adelantar en su propia per-
feccion y en la de su estado , si no les da dere-
cho de evitar cuanto pueda hacer inútil este mis-
mo cuidado. El derecho no es otra cosa que una
facultad moral de obrar ; es decir , de hacer lo
que es moralmente posible , y lo que es bueno
y conforme á nuestros deberes. Tenemos , pues,
en lo general derecho de hacer todo lo que
contribuye al cumplimiento de nuestros deberes;
y bajo este principio las naciones , como los hom.
bres , tienen derecho á no consentir que otra
atente á su conservacion , ó contra su perfec-
cion y la de su estado ; es decir , que tiene dere-
cho de ponerse á cubierto de toda lesion (§. 18.);
y este derecho es perfecto , puesto que se da pa-
ra llenar una obligacion natural é indispensable.
Cuando no podemos usar de coaccion para ha-
cer respetar nuestro derecho , su efecto es muy
317
incierto ; y aquel por el cual nos garantimos de
toda lesion , se llama derecho de seguridad.
50. Siendo lo mas seguro prevenir el mal
siempre que se pueda , una nacion tiene derecho
de resistir al que se le quiere hacer , de oponer
la fuerza y todo medio noble á la que obra ac-
tualmente contra ella , y prevenir sus perpetra-
ciones , sin por eso atacarla por sospechas vagas
é inciertas , para no esponerse á ser ella misma
agresor injusto .
51. Hecho el mal , el mismo derecho de se-
guridad autoriza al ofendido para reclamar com-
pleta reparacion , y emplear la fuerza en conse-
guirlo , si fuere necesaria .
52. En fin , el ofendido tiene derecho de pro-
veer á su seguridad futura , de castigar al ofen-
sor , imponiéndole una pena capaz de apartarle
en lo sucesivo de iguales atentados , é intimi-
dar á los que pudieran pensar en imitarle. Pue-
de tambien , segun la necesidad , poner al agre-
sor en la imposibilidad de causarle daño ; sin que
en todas las medidas que tome con razon , ha-
ga otra cosa que usar de su derecho ; y si resul-
tare un mal para el que le ha puesto en el es-
treino de obrar de este modo , acuse á su pro-
pia injusticia.
53. Si hubiere alguna nacion inquieta y per-
judicial , siempre dispuesta á ofender á las de-
mas , á hacer en ellas irrupciones , y suscitar di-
sensiones domésticas ; es indudable que todas
tienen derecho de aliarse para reprimirla y cas-
tigarla , y aun para ponerla en la imposibilidad
de hacer daño . Tales serian los justos frutos de
la política que alaba Machiavelo en Cesar Bor-
gia ; pero la que seguia Felipe II , Rey de Espa-
ña, era la que se requeria para coligar toda la
318
Europa contra sí; y con razon Enrique el Gran-
de habia formado el designio de humillar una
potencia formidable por sus fuerzas , y pernicio-
sa por sus máximas.
Las tres proposiciones precedentes son otros
tantos principios que ofrecen los diversos fun-
damentos de una guerra justa , como lo veremos
á su tiempo.
54. Por una consecuencia manifiesta de la li-
› bertad y de la independencia de las naciones,
todas tienen derecho a gobernarse como tengan
por conveniente , y á ninguna asiste el mas pe-
queño para mezclarse en el gobierno de otra.
De cuantos derechos pueden pertenecer á una
nacion , la soberanía es sin duda el mas precio-
so , y el que las demas deben respetar con mas
escrúpulo , si no quieren causarla injuria.
55. Soberano es aquel á quien la nacion tie-
ne confiado el imperio y el cuidado del gobier-
no ; á quien ha revestido de sus derechos , y
ella sola se halla interesada directamente en el
modo con que usa de su poder el gefe que ella
misma se nombró. Ninguna potencia estrangera
tiene falcultad para tomar conocimiento en la
administracion de este soberano para erigirse en
juez de su conducta , y obligarle á que haga mu-
danza alguna por pequeña que sea. Si agovia
con imposiciones á sus súbditos , si los trata con
dureza , es un negocio de la nacion , y ninguno
tiene que venir á corregirle , y obligarle a seguir
máximas mas equitativas y sábias ; sino que à la
prudencia toca designar las ocasiones en que se
le pueden hacer representaciones oficiosas y en
términos amistosos. Asi es que los españoles vio-
laron todas las reglas cuando se erigieron en jue-
ces del Inca Atahualpa ; porque si este príncipe
319
hubiera violado el derecho de gentes , respecto
á ellos , hubieran tenido derecho de castigarle;
pero le acusaron de haber hecho morir á algunos
de sus súbditos , y de haber tenido muchas mu-
geres , etc. , cosas por cierto sobre las que no
debia sufrir residencia alguna ; siendo el colmo
de la injusticia que con él cometieron , haberle
condenado con arreglo á las leyes de España.
56. Pero si atacando el príncipe las leyes
fundamentales , da á su pueblo un motivo legi-
timo de que le resista ; si la tiranía , hecha ya
insoportable , subleva á la nacion ; toda poten-
cia estrangera tiene derecho de socorrer á un
pueblo oprimido que le demanda su asistencia.
La nacion inglesa se quejaba con justicia de Jai-
me II , los grandes y los mejores patriotas , re-
sueltos á poner freno á unos procedimientos que
se encaminaban directamente á trastornar la
Constitucion , y á oprimir la quietud pública y
la religion , negociaron el socorro de las Provin-
cias-Unidas. La autoridad del príncipe de Oran-
ge influyó sin duda en las deliberaciones de los
estados generales , pero no les hizo cometer una
injusticia ; pues cuando un pueblo se arma jus-
tamente contra el opresor , es justicia y genero-
sidad socorrer á los valientes que defienden su
libertad ; y todas cuantas veces llegan las cosas
á una guerra civil , las potencias estrangeras
pueden asistir á aquel partido que les parezca
fundado en justicia. La potencia que ayuda á
un tirano odioso , ó se declara en favor de un
pueblo injusto y rebelde , peca sin duda contra
su deber ; pero los vínculos de la sociedad po-
lítica quedan rotos , ó por lo menos suspendi-
dos , entre el soberano y su pueblo , á quienes
se puede considerar como dos potestades distin-
320
tas ; y puesto que la una y la otra son indepen-
dientes de toda autoridad estrangera , nadie tie-
ne derecho á juzgarlas. Porque cada una de
ellas puede tener razon , y cada uno de los que
las asisten , creer que sostiene la buena causa,
y en virtud del derecho de gentes voluntario
( Prelim. § . 21. ) , es necesario que puedan obrar
los dos partidos , como teniendo un derecho
igual , y que recíprocamente se traten de este
modo hasta la decision de la contienda.
Pero no se debe abusar de esta máxima pa-
ra autorizar odiosas maniobras contra la seguri-
dad de los estados ; porque es violar el derecho
de gentes escitar á la rebelion á los súbditos que
obedecen actualmente á su soberano , aunque se
quejen de su gobierno .
Tambien la práctica de las naciones va con-
forme con nuestras máximas , y segun ellas cuan-
do los protestantes de Alemania iban al socorro
de los reformados de Francia , jamas pensó la
corte sino en tratarlos como enemigos en regla,
y segun las leyes de la guerra ; al paso que la
Francia al mismo tiempo ayudaba á los Paises-
Bajos sublevados contra la España , sin que pre-
tendiese que sus tropas fuesen consideradas de
otro modo que como, auxiliares en una guerra
en forma. Pero ninguna potencia deja de que
jarse , como de una injuria atroz , si alguno in-
tenta por medio de emisarios abanderizar sus
súbditos á la rebelion.
Por lo que hace á aquellos monstruos que
con el título de soberanos se hacen el azote y
horror de la humanidad , son bestias feroces de
que todo hombre de valor puede con justicia
purgar la tierra ; y en prueba de ello Hércules
mereció loores de toda la antigüedad , por ha-
321
ber libertado al mundo de un Anteo , de un Bu-
siris y de un Diomedes.
57. Despues de haber establecido que las na-
ciones estrangeras no tienen derecho alguno á
mezclarse en el gobierno de un estado indepen-
diente , no es dificil probar que este tiene fun-
damentos para no sufrirlo ; pues si el gobernarse
á sí mismo , segun le agrade , es el fruto de la
independencia , un estado soberano no puede
tener trabas en este punto , como no sea en
fuerza de derechos particulares que él mismo
haya dado á los demas en sus tratados , y los
cuales , por la naturaleza misma de una materia
tan delicada como el gobierno , no pueden tras-
pasar los términos claros y formales de los tra-
tados. Fuera de este caso un soberano tiene de-
recho de tratar como enemigos á los que quie-
ran mezclarse en los negocios domésticos por
otro medio que no sean los buenos oficios.
58. Al paso que la religion es en todos sen-
tidos un objeto muy interesante para una na-
cion , es tambien una de las materias mas im-
portantes que merecen la atencion del gobier-
no. Un pueblo independiente solo á Dios tiene
que dar cuenta en materia de religion ; en cuyo
punto , como en cualquiera otra cosa , tiene de-
recho á conducirse segun las luces de su con-
ciencia , y no sufrir que ningun estrangero to-
me parte en negocio tan delicado ( 1 ) . El uso

(1 ) Sin embargo , cuando existe un partido encarni-


zado contra la religion que se profesa , y un príncipe
vecino , en consecuencia de esto , persigue á los que la
profesan , es permitido el socorrerlos , como supo bien
decirlo el Rey de Inglaterra , Jaime I , á Boullon , em-
bajador de la regente de Francia María de Médicis.
322
largo tiempo observado en la cristiandad de
hacer juzgar y reglar en un concilio general to-
dos los negocios de religion , solo habia podido
introducirse por la circunstancia singular de la
sumision de toda la iglesia al mismo gobierno ci-
vil del imperio romano. Cuando al trastorno de
este imperio se alzaron muchos reinos indepen-
dientes , este mismo uso chocó inmediatamente
con los primeros elementos del gobierno ; con
la idea misma de estado ó de sociedad política.
Sostenido , empero , largo tiempo por la preocu-
pacion , por la supersticion , por la ignorancia,
por la autoridad de los papas y el poder del
clero ; se miraba todavia con respeto en los
tiempos de la reforma. Los estados , que la ha-
bian abrazado , ofrecian entonces someterse á
las decisiones de un concilio imparcial legítima-
mente congregado ; pero hoy se atreverian á
decir abiertamente , que no dependen de ningun
poder sobre la tierra , tanto en hecho de reli-
gion , como en materia de gobierno civil. La
autoridad general y absoluta del papa y del con-
cilio , es absurda en cualquier otro sistema que
el de aquellos papas que querian hacer de toda
la cristiandad un solo cuerpo , del cual se decian
monarcas supremos ; y aun por eso , hasta los
soberanos católicos han tratado de contener es-
ta autoridad dentro de los límites compatibles
con su poder supremo ; no reciben los decretos
de los concilios , y las bulas de los papas , sino
despues de haberlas hecho examinar , y tales le-
yes eclesiásticas no tienen fuerza en sus estados

Cuando mis vecinos se ven atacados por una querella que


me toca; el derecho natural quiere que yo prevenga el mal
que me puede suceder. LE WASSOR, hist. de Luis XIII.
323
sino por la conformidad del príncipe. En el ca-
pítulo 12 del lib. 1 hemos establecido suficien .
temente los derechos del estado en materia de
religion , y aqui lo recordamos solamente para
sacar de ellos justas consecuencias en la con-
ducta que deben observar las naciones recípro-
camente.
59. Si es , pues , indudable que contra la
voluntad de una nacion no es dado mezclar-
se en sus negocios religiosos sin vulnerar sus
derechos y hacerla injuria ; es mucho menos
permitido emplear la fuerza de las armas para
obligarla á recibir una doctrina y culto que se
miran como divinos. d Con qué derecho se eri-
gen los hombres en defensores y protectores de
causa de Dios ? El sabrá , siempre que le
agrade , traer los pueblos á su conocimiento por
medios mas seguros que la violencia. Los perse-
guidores jamas hacen verdaderas conversiones;
y la monstruosa máxima de estender la religion
por la espada , es un trastorno del derecho de
gentes , y el azote mas terrible de las naciones;
pues al paso que cada furioso creerá combatir
por la causa de Dios , se ofrece un pretesto á
los ambiciosos para cubrir sus designios . Mien-
tras que Carlo Magno llevaba la Sajonia á san-
gre y fuego para plantificar el cristianismo , los
sucesores de Mahoma desolaban el Asia y el
Africa para establecer el alcoran.
60. Pero es un oficio de humanidad traba-
jar por medios dulces y legítimos en persuadir
á una nacion que reciba la religion que se cree
ser sola la verdadera y saludable. Se la pueden
enviar para instruirla hombres doctos y misio-
neros , y este cuidado es muy conforme con la
atencion que todo pueblo debe á la perfeccion
324
y felicidad de los demas. Pero es de observar,
que para no perjudicar á los derechos del sobe-
rano , deben abstenerse los misioneros de pre-
dicar clandestinamente y sin licencia una doc-
trina nueva á los pueblos. El príncipe puede
negarles su proteccion , y si los despide , deben
obedecer ; porque hay necesidad de un orden
bien espreso del Rey de los reyes para desobe-
decer legítimamente á un soberano , que manda
segun la estension de su poder ; y este , que no
estará convencido • de esa mision estraordinaria
de la divinidad , no hará mas que usar de sus
derechos , castigando al misionero desobediente.
Pero si la nacion , ó una parte considerable del
pueblo , quiere retener al misionero y seguir su
doctrina , ya hemos establecido en otra parte
los derechos de la nacion y de los ciudadanos
( Lib. 1. §§. 128 y 136 ) , y alli se hallarán razo-
nes para responder á esta cuestion .
61. La materia es muy delicada , y no se
puede autorizar un celo inconsiderado para que
se hagan prosélitos , sin poner en peligro la tran-
quilidad de todas las naciones , y sin esponer
aun á los mismos predicadores á que pequen
contra su deber , cuando creen hacer una obra
muy meritoria. Porque, en fin , estender por to-
da una nacion una religion falsa y peligrosa , es
prestarla un mal oficio y dañarla esencialmente,
mucho mas cuando no hay ninguna que no
crea que su religion es la única verdadera y sa-
ludable. Persuadid , recomendad y encended en
todos los corazones el celo ardiente de los mi-
sioneros , y vereis la Europa inundada de La-
de Bonzos , de Dervichs , mientras que
frailes de toda especie irán corriendo el Asia y
el Africa. Los ministros reformados irán á ar-
325
rostrar los suplicios de la Inquisicion en Espa-
ña y en Italia , mientras que los misioneros ca
tólicos se estenderán entre los protestantes para
reducirlos al gremio de la Iglesia. Añadamos,
en fin , que para tratar legítimaniente , y anun-
ciar una religion á los diversos pueblos del mun-
do , es preciso ante todas cosas estar asegurado
de su verdad por medio del mas serio examen .
Pero ¿ qué cristiano habrá que dude de la suya ?
Estemos prontos á comunicar nuestras luces ; es-
pongamos clara y sencillamente los principios de
nuestra creencia á los que deseen oirnos ; ins-
truyamos , persuadamos por la evidencia ; pero
abstengámonos siempre de atraerá los hombres
valiéndonos del fuego del entusiasmo : Tratemos
cada uno de nosotros " de responder de su pro-
pia conciencia , y de esta manera ni negaremos
á nadie nuestras luces , ni un celo turbulento
introducirá la disension entre las naciones.
62. Cuando se persigue en un pais una re
ligion , las naciones estrangeras que la profesan
pueden interceder por sus hermanos ; pero es
todo lo que pueden hacer legítimamente , á me
nos que no se lieve la persecución hasta el pun-
to de cometer escesos intolerables ; en cuyo ca-
so incurre en tiranía manifiesta , contra la cual
es permitido á todas las naciones socorrer á un
pueblo desgraciado ( §. 56. ) . El interes de su
seguridad puede ademas autorizarlos á tomar la
defensa de los perseguidos. Un Rey de Francia
respondió á los embajadores que solicitaban que
dejase en paz á sus súbditos reformados , que él
era dueño de su reino ; pero los soberanos pro-
testantes , que veian una conjuracion de todos
los católicos encarnizados para perderlos , eran
dueños tambien de socorrer á unas gentes que
TOMO I. 23
326
podian fortificar su partido , y prestarles ayuda
para ponerse á cubierto de la ruina que los
amenazaba. Toda cuestion de distincion de esta-
do y de nacion cesa cuando se trata de coli-
garse contra furiosos que quieren esterminar á
todo el que no reciba ciegamente su doctrina.

CAPITULO V.

DE LA OBSERVANCIA DE LA JUSTICIA ENTRE LAS


NACIONES.

..63. La justicia es la base de toda sociedad


J el seguro vínculo de todo comercio ; y mien-
tras no se respete esta virtud , que da á cada
uno lo que es suyo , lejos de ser la sociedad
humana un vehículo de socorro y de buenos
oficios , solo presentará el aspecto de un vanda-
lismo universal. La justicia es todavia mas nece-
saria entre las naciones que entre los particula-
res , porque la injusticia tiene consecuencias mas
terribles en las diferencias que se suscitan en
estos poderosos cuerpos políticos , y es mas di-
ficil tener razon. La obligacion impuesta á todos
los hombres de ser justos , se demuestra facil-
mente por derecho natural ; y como la supone-
mos, bastante conocida , nos contentamos con
observar , que no solamente no pueden las na-
ciones estar exentas de la práctica de la justicia
(prelim. §. 5. ) , sino que es todavia mas sagra-
da para ellas por la importancia de sus conse-
cuencias .
64. Todas las naciones tienen una estrechí-
sima obligacion de cultivar la justicia entre sí,
observarla escrupulosamente , y abstenerse de
cuanto pueda vulnerarla. Cada una debe prestar
327
á las demas lo que las pertenece , respetar sus
derechos , y dejarlas en pacífico goce de ellos ( 1 ).
65. De esta obligacion indispensable que la
naturaleza impone á las naciones , lo mismo que
de aquellas , cada una de las cuales tiene íntima
relacion con ella misma , resulta para todo el es-
tado el derecho de no sufrir que se la prive de
ninguno de sus derechos , ni de nada que la
pertenezca legítimamente ; porque oponiéndose á
ello , no hace mas que conformarse con todos sus
deberes, que es en lo que consiste el derecho
(S. 49. ).
66. Este derecho es perfecto , es decir , que
va acompañado del de coaccion para hacerlo
valer. Pues en vano nos daria la naturaleza el de-
recho de no sufrir la injusticia , y en vano obliga-
ria á los demas á ser justos respecto á nosotros,
si no pudiésemos legitimamente usar de coac-
cion cuando se resisten al cumplimiento de este

(1) No pudiera estenderse este deber hasta la eje-


cucion de las sentencias pronunciadas en otro pais , se
gun las formas necesarias y de estilo ? M. Van- Beunin-
gen escribiendo sobre este punto á M. de Witt en 15
de Octubre de 1666 , le decia : « Veo por esto que la
corte de Holanda ha pronunciado su fallo en la causa
de un cierto Koning de Rotterdam ; y supone que to-
dos los decretos de los parlamentos de Francia contra
los habitantes de Holanda in judicio contradictorio , deben
ejecutarse en vista de los despachos requisitorios de los.
parlamentos. Pero yo no sé si los tribunales de este pais
practican lo mismo respecto á las sentencias que se pro-
nuncian en Holanda ; y en caso que asi no fuese , se pu-
diera convenir en que las sentencias de una y otra par-
te contra los súbditos de ambos estados , serian de nin-
gun valor ni efecto , menos sobre los bienes y efectos
que se encuentren pertenecientes al condenado , en el
estado en que se hubiere pronunciado la sentencia, »
328
deber ; en cuyo caso el justo se veria á la merced
de la ambicion y de la injusticia , y vendrian á
serle inútiles todos sus derechos.
67. De aqui nacen , como otras tantas ramas ,
1.º el derecho de una justa defensa que perte-
nece á toda nacion , ó el de oponer la fuerza á
quien la ataca y ataca sus derechos ; y este es el
fundamento de la guerra defensiva .
68. 2. El derecho de hacer que se la haga
justicia por la fuerza , si no la puede obtener de
otro modo , ó de perseguir su derecho con ma-
no armada ; y este es el fundamento de la guer-
ra ofensiva .
69. La injusticia hecha á sabiendas es , sin
duda , una especie de lesion , y hay derecho de
castigarla , como lo hemos hecho ver hablando
de la lesion en general ( §. 52. ) . El derecho de
no sufrir la injusticia es un ramo del derecho
de seguridad ( 1 ).
70. Tratemos ahora de aplicar á las injusticias

(1) No podemos castigar la injusticia que ya está come


tida , porque es imposible hacer que lo que ya está hecho
no se haya hecho. Pero podemos castigar , es decir , es-
forzarnos por corregir ó por inclinar hacia el bien por
medios eficaces la aviesa voluntad del agente injusto que
se nos ha sometido . Tenemos el derecho de no sufrir la in-
justicia que se nos quisiera hacer , y en él está el funda-
meato de la guerra ofensiva : si se nos ha hecho una in-
justicia , no podemos menos de sufrir que quede hecho lo
que ya se hizo ; pero tenemos el derecho de exigir por
fuerza la reparacion de la injusticia , y este es el funda-
mento de la guerra ofensiva . Ademas de la reparacion ,
tenemos el derecho no de vengarnos , es decir , de hacer
mal por nuestro placer , sino de proveer á nuestra seguri
dad , quitando á nuestro ofensor los medios de dañar en
lo sucesivo. Y tal puede suceder , que nos hagamos due-
ños de su persona ; y solo desde entonces comienza el de-
recho ó el deber de castigarle en el grado que lo merezca.
329
lo que hemos dicho ( S. 53. ) de una nacion que
obra mal. Si hubiera una que hiciese abierta-
mente profesion de hollar la justicia , despre-
ciando y violando los derechos de otro siempre
que hallase ocasion , el interes de la sociedad
humana autorizaria á todas las demas á que se
uniesen para reprimirla y castigarla. No olvide-
mos aqui la máxima establecida en nuestros pre-
liminares de que no pertenece a las naciones eri-
girse en jueces unas de otras. En los casos parti-
culares y susceptibles de la menor duda , se debe
suponer que cada una de las partes puede tener
algun derecho ; pues la injusticia de la que no
tiene razon , puede provenir de su error , y no
de un desprecio general por la justicia. Pero si
por máximas constantes y por una conducta sos-
tenida se muestra evidentemente una nacion en
esta disposicion perniciosa , sin que haya para ella
ningun derecho sagrado , la salud del género hu-
mano exige que se la repriina ( 1 ) . Formar y sos-
tener una pretension injusta , es hacer agravio á
aquel á quien le interesa esta pretension ; pero
burlarse en general de la justicia , es ofender á
todas las naciones .

(1) Reprimir es muy poco : seria necesario matar á un


pueblo semejante. Pero esto exige esplicacion. Matar á un
hombre , es perderle sin corregirle , ni haber reparado el
mal que hizo. Pero se puede matar á un pueblo , despues
de haberle vencido , sin que se mate ni á un solo individuo;
y es porque se mata á una persona moral , á un cuerpo
colectivo , haciendo á las gentes que le componen que
dejen de ser un pueblo , quitándoles su autonómia , ó sea
la libertad de gobernarse por sus leyes y fueros , sujetán-
doles , y reduciendo , si es necesario, á la esclavitud á los
mas indóciles entre ellos. Tales son los pueblos piratas
de la Barbaria , que hace tanto tiempo se estan toleran-
do en Europa , como cuerpos políticos.
330

CAPITULO VI.

DE LA PARTE QUE LA NACION PUEDE TENER EN


LAS ACCIONES DE SUS CIUDADANOS .

71. Ya hemos visto en los capítulos anterio-


res cuáles son los deberes comunes de unas na-
ciones con otras , cómo deben respetarse mútua-
mente , y abstenerse de toda injuria y ofensa;
por último , cómo deben reinar entre ellas las
equidad y la justicia . Pero hasta ahora no he-
mos hecho mas que considerar las acciones del
cuerpo mismo de la nacion ó del estado sobe-
rano. Los particulares individuos de una nacion
pueden ofender y maltratar á los ciudadanos de
otra, y pueden injuriar á un soberano estrange-
ro ; por lo cual tenemos que examinar qué par-
te puede tener el estado en las acciones de los
ciudadanos , y cuáles son los derechos y las obli-
gaciones de los soberanos en este punto.
Cualquiera que ofenda al estado , vulnera sus
derechos , turba su tranquilidad , ó le hace inju-
ria de cualquiera manera que sea se declara su
enemigo y se pone en el caso de que se le cas
tigue justamente. Aquel que maltrata á un ciu-
dadano , ofende directamente al estado que de-
be protegerle , y al gefe toca vengar su inju-
ria , obligar , si es posible , al agresor á una en-
tera reparacion , ó imponerle castigo ; pues de
otro modo no obtendria el ciudadano el gran
fin de la asociacion civil , que es la seguridad .
72. Pero por otra parte la nacion ó el sobe-
rano no debe sufrir que los ciudadanos causen
injuria á los súbditos de otro estado , y mucho
menos que ofendan á este : esto no solo porque
331
ningun soberano debe permitir que los que es-
tán á sus órdenes violen los preceptos de la ley
natural que proscribe toda injuria , sino tambien
porque las naciones deben respetarse mútuamen-
te , abstenerse de toda ofensa , lesion é injuria;
y en una palabra , de todo lo que puede hacer
agravio á los demas. Si un soberano que pudiera
contener á sus súbditos en las reglas de la jus-
ticia y la paz , sufre que maltraten á una nacion
estrangera , en el cuerpo ó los miembros de ella ,
no hace menos agravio á la nacion que si él
mismo la maltratase. En fin , la salud misma del
estado y la de la sociedad humana exigen esta
atencion de todo soberano . Si soltais la rienda
á vuestros súbditos contra las naciones estran-
geras , estas os pagarán en la misma moneda ; y
en lugar de la sociedad fraternal que estableció
la naturaleza entre todos los hombres , solo reina-
rá un horroroso vandalismo de nacion á nacion.
73. Sin embargo , como es imposible al es-
tado mas bien organizado , y al soberano mas vi-
gilante y absoluto , moderar segun su voluntad
todas las acciones de sus súbditos , y contener-
los siempre en la mas exacta obediencia , seria
injusto imputar á la nacion ó al principe todas
las faltas de los ciudadanos ; pues no puede de-
cirse en general que se ha recibido injuria de
una nacion , por haberla recibido de alguno de
sus individuos.
74. Pero si la nacion ó su caudillo aprueba.
y ratifica el acto del ciudadano , le hace nego-
cio suyo , y el ofendido
debe entonces mirar á
la nacion como el verdadero autor de la injuria,
de la cual el ciudadano ofensor quizá fue pura-
mente un instrumento .
75. Si el estado ofendido tiene en su mano
332
al culpable , puede sin dificultad hacer justicia
castigándole ; y si el culpabie se escapa y vuel-
ve á su patria , debe demandarse justicia á su
soberano.
76. Y puesto que este no debe permitir que
sus súbditos molesten ó injurien á los de otro
soberano , y mucho menos ofendan atrevida-
mente á las potencias estrangeras , debe obligar
al culpable á la reparacion del daño ó de la in-
juria , si es posible , ó castigarle ejemplarmente ,
ó en fin , segun el caso y las circunstancias , en-
tregarle al estado ofendido para satisfacer á la jus-
ticia. Esto es lo que se observa con bastante ge-
neralidad respecto á los famosos crímenes , que
son igualmente contrarios á las leyes de seguri-
dad de todas las naciones. Los asesinos , los in-
cendiarios , los ladrones , do quiera se les prende
por requisitoria del soberano en los paises de
aquellos donde se cometió el crímen , y se en-
tregan á su justicia. Todavia se hace mas en los
estados que tienen relaciones mas íntimas de
amistad , y que son buenos vecinos ; pues aun en
los casos de delitos comunes , que son civilmen-
te perseguidos , ora en reparacion del daño , ora
para una pena ligera y civil , los súbditos de en-
trambos estados unidos se obligan recíprocamen-
te á comparecer delante del magistrado del lu-
gar donde se les interpela por su delito ; y en
virtud de una requisitoria ó despacho de este
magistrado , quedan citados jurídicamente , y obli-
gados á comparecer por la notificacion que les
hace su propio juez . ¡ Admirable institucion , vi-
gente en toda la Suiza , mediante la cual muchos
estados limitrofes viven recíprocamente en paz,
y parece que forman una sola república ! Luego
que la requisitoria se ha librado y dirigido en
333
forma , el superior del acusado debe prestarla
cumplimiento , sin mezclarse en conocer si la
acusacion es verdadera ó falsa ; pues debe pre-
sumir favorablemente de la justicia de su veci-
no , y no romper por su desconfianza una insti-
tucion que tanto conspira á conservar la buena
armonía. Sin embargo , si una esperiencia pro-
longada le hiciese ver que sus súbditos sufren
vejaciones de parte de los magistrados vecinos
que los emplazan , le seria permitido sin duda
pensar en la proteccion que debe á su pueblo , y
negar el cumplimiento á los despachos hasta que
se le hubiese dado razon del abuso , ό puesto el
remedio conveniente. Pero deberia él alegar sus
razones , y presentarlas con toda claridad.
77. El soberano que se niega á reparar el
daño que su súbdito causó , ó á castigar al cul-
pable , ó por fin á entregarle , se hace en cierto
modo cómplice de la injuria , y es responsable
de ella. Pero si entrega , ó los bienes del culpa-
ble en indemnizacion en los casos susceptibles de
reparacion semejante , ó la persona para que se
le imponga la pena de su crímen , nada mas tie-
ne que demandar el ofendido. Como el Rey De-
metrio entregase á los Romanos los homicidas
de su embajador , el Senado los devolvió , que-
riendo reservarse la libertad de castigar en igual
ocasion un atentado de esta naturaleza , vengan-
dole en el Rey mismo ó en sus estados ( 1 ). Si
la cosa era asi , y si el Rey no era cómplice en
el asesinato del embajador romano , la conducta
del Senado era injustísima , y digna de unas gen-

(1) Véase á Polibio , citado por Barbeyrac , en sus no-


tas al Grocio , lib. 3, cap. 24. §, 7.
334
tes que solo buscaban un pretesto á sus ambi-
ciosas empresas ( 1).

(1) La doctrina contenida en este capítulo 6 , y la fa-


cultad que tiene el Soberano para entregar á otro los bie-
nes ó la persona de un súbdito suyo culpable , hace que
los Soberanos entre sí puedan hacer convenio para man-
tener la tranquilidad y el orden legal en las provincias
sometidas á su soberanía : asi lo hemos visto convenido
á principios de este año entre la Rusia , el Austria , y la
Prusia.
Prescindiendo del principio que á estos tres Monarcas
absolutos ha instigado á hacer dicho convenio , nuestro
objeto es corroborar la doctrina que sienta el autor del
derecho de gentes sobre la facultad que indudablemente
tiene todo Soberano' de asegurar la tranquilidad en sus
Estados , y coligarse con otros Monarcas para el mismo
intento.
Todo el que en los estados de Rusia ( dice este conve-
nio ) , Austria y Rusia cometa los delitos de alta traicion ,
de lesa Magestad , rebelion á mano armada , ó entre en
alguna conspiracion contra la seguridad del trono ó del
gobierno , no hallará asilo ni proteccion en los estados
de las otras dos potencias. Las tres Cortes se obligan á
mandar que inmediatamente sean estraidos los individuos
acusados de los delitos arriba enunciados , siempre que
los reclame el gobierno á que dichos individuos perte-
nezcan ; pero se declara que estas disposiciones no ten-
drán efecto retroactivo.
Asi como estos tres soberanos han podido hacer este
convenio con el fin de sofocar todo espíritu de libertad
contra el despotismo ; asi en los paises donde este mons-
truo está encadenado , ó se'empieza á encadenar , pueden
hacerse convenios contra los malvados conspiradores , y
de esta manera no atentarian tan impunemente coutra las
leyes protectoras de una justa y moderada libertad
Al convenio entre los tres Soberanos del Norte , dió
ocasion la conducta de los polacos y de otros estrangeros
refugiados en Suiza , no menos que el espíritu de liber-
tad tan generalizado como tratado de reprimir en aque-
llos imperios. No aprobaremos la conducta de unos es-
trangeros que al abrigo de una hospitalidad generosa se
arrojan á revolucionar los paises vecinos , y por consi-
335
78. En fin , hay otro caso en que la nacion
es en lo general culpable de los atentados de
sus individuos , y es cuando por sus costumbres
y por las máximas de su gobierno , acostumbra
y autoriza á los ciudadanos á merodear , á mal-
tratar indiferentemente á los estrangeros , y á
hacer incursiones en los paises vecinos , etc.; en
cuyo sentido , la nacion de los usbecks es culpa-
ble de todos los latrocinios de los individuos
que la componen. Los príncipes cuyos súbditos
son víctimas de robos y asesinatos , y cuyas tier-
ras se hallan infestadas de bandidos , pueden ha-
bérselas justamente con toda la nacion , y digo
mas , que todas las naciones tienen derecho de
coligarse contra ella , de reprimirla y tratarla co-
mo enemiga comun del género humano. Las na-
ciones cristianas tendrian poderoso fundamento
para reunirse contra las potencias berberiscas , y
destruir los aduares de unos piratas en quienes
el amor al pillaje , ó el temor de un justo casti-
go , son las únicas reglas de la paz y de la guer
ra. Pero estos corsarios tienen la prudencia de
respetar á todos los que pueden castigarlos , y
las naciones que saben conservar libres los ca-
nales de un rico comercio , tornándolos en su
provecho , no llevan á mal que queden obstrui-
dos para los demas.

guiente á turbar la tranquilidad del pais , á predicar la


desobediencia á su Soberano , y á producir los desastres
particulares y generales que son consiguientes. Pero no
hay espresiones bastantes para elogiar la firmeza helvética '
que ha sabido resistir les exigencias de los gabinetes so-
bre el modo de espulsar á los polacos , y ha sabido llenar
los deberes de la política y de la humanidad en circuns-
tancias tan dificiles.
336

CAPITULO VII.

DE LOS EFECTOS DE dominio ENTRE LAS NACIONES.

79. En el capítulo 18 del libro primero he-


mos esplicado cómo se apodera una nacion de
un pais , y en él ocupa el dominio y el imperio.
Este pais , con todo lo que encierra , forma el
bien propio de la nacion en general ; por lo cual
veremos ahora cuáles son los efectos de esta pro-
piedad hacia las demas naciones . El dominio ple-
no es necesariamente un derecho propio y es-
clusivo : porque por lo mismo que tengo pleno
derecho de disponer de una cosa segun me agra-
de , se sigue que los demas no tienen absoluta-
mente ninguno en ella ; pues á tenerle, yo no
pudiera ya disponer libremente de esta misma
cosa. Limitan y restringen el dominio particular
de los ciudadanos de diversos modos las leyes
del estado , y lo es siempre por el dominio emi-
nente del soberano ; pero el dominio general de
la nacion es pleno y absoluto , puesto que no
existe ninguna autoridad sobre la tierra , de la
cual pueda recibir limitaciones , y escluye todo
derecho de parte de los estrangeros. Y como los
derechos de la nacion deben respetarse por las
demas ( §. 64. ) , ninguna puede tener pretensio
nes sobre el pais que pertenece a aquella , ni de-
be disponer de él sin su anuencia , ni tampoco
de todo lo que el pais contiene.
80. El dominio de una nacion se estiende á
todo lo que posee con justo título , y compren-
de sus posesiones antiguas y originarias , y todas
sus adquisiciones hechas por medios justos en sí
mismos , ó recibidos como tales entre las nacio-
337
nes , como concesiones , compras , conquistas en
una guerra en forma etc. , entendiéndose por
posesiones suyas , no solo sus tierras , sino todos
los derechos en cuyo goce se halla.
81. Tambien los bienes de los particulares
en su totalidad deben mirarse como bienes de
la nacion , respecto de los demas estados ; pues
realmente la pertenecen en cierto modo por los
derechos que tiene sobre los bienes de sus ciu-
dadanos , como que hacen parte de las riquezas
totales y aumentan su poder , y la interesan por
la proteccion que debe á sus miembros. En fin,
asi es preciso que sea , pues las naciones obran
y tratan unas con otras en cuerpo , atendida su
cualidad de sociedades políticas , y son miradas
como otras tantas personas morales ; y como las
naciones estrangeras solo consideran como for-
mando un todo y una sola persona á los que
componen una sociedad ó una nacion ; todos sus
bienes juntos tienen que ser considerados como
los de esta misma persona moral. Esto es tan
cierto , que depende de cada sociedad política es-
tablecer en ella la comunidad de bienes , como
lo ha hecho Campanella en su república del sol,
sin que las demas se mezclen en averiguar lo
obrado en este punto , ni sus reglamentos do-
mésticos alteren en nada el derecho hacia los
estrangeros , ni el modo con que deben mirar
la totalidad de sus bienes de cualquiera manera
que estos posean.
82. Por consecuencia inmediata de este prin-
cipio , si una nacion tiene derecho á alguna par-
te de los bienes de otra , lo tiene indiferentemen-
te en los bienes de los ciudadanos de esta hasta
la concurrencia de la deuda : máxima que es de
mucho uso , como veremos despues.
338
83. El dominio general de la nacion sobre
las tierras que ocupa , va naturalmente unido
con el imperio ; porque estableciéndose en un
pais vacante, la nacion no trata de depender en
él de ninguna otra potencia ; ¿ y cómo es posible
que una nacion independiente no mandase en
sí misma? Por eso hemos observado ( Lib . I.
§. 205. ) , que al ocupar la nacion un pais , se
presume ocupar en él al mismo tiempo el im-
perio ; pero ahora adelantamos mas , y hace-
mos ver la conexion natural de estos dos de-
rechos para una nacion independiente. ¿ Cómo
se gobernaria á su modo en el pais que habita,
si no pudiese disponer de él plena y absoluta-
mente? ¿Y cómo tendria el dominio pleno y ab-
soluto de un lugar en que no mandase ? El im-
perio de otro , y los derechos que le son inhe-
rentes , le quitarian su libre disposicion ; á lo cual
añadiendo el dominio eminente , que hace parte
de la soberanía ( Lib . 1. §. 204. ) , se conocerá
mucho mejor la íntima relacion del dominio de la
nacion con el imperio . Y asi lo que se llama alto
dominio , como que no es otra cosa que el do-
minio del cuerpo de la nacion ó del soberano que
la representa , se considera siempre como inse-
parable del dominio de la soberanía. El dominio
útil , ó el dominio reducido á los derechos que
pueden pertenecer á un particular en el estado,
puede separarse del imperio , y nada obsta que
no pertenezca á una nacion en los lugares que
no son de su obediencia ; asi vemos que muchos
soberanos tienen feudos de otros bienes en tier-
ras de otro príncipe , y los poseen entonces co-
mo particulares.
84. El imperio unido al dominio establece
la jurisdiccion de la nacion en el pais que le
339
pertenece dentro de su territorio. A ella ó al
soberano toca hacer justicia en todos los lu-
gares de su obediencia , tomar conocimiento de
los crímenes que se cometen , y de las disputas
que se suscitan en el pais .
Las demas naciones deben respetar este de-
recho ; y como la administracion de la justicia
exige necesariamente que se tenga por justa , y
se ejecute como tal toda sentencia definitiva pro-
nunciada en forma , luego que se ha juzgado le-
galmente una causa en que hay estrangeros in-
teresados , el soberano de estos contendores no
puede oir sus quejas. Meterse á examinar la jus-
ticia de una sentencia definitiva , es atacar la ju-
risdiccion del que la ha pronunciado ; y el prín-
cipe no debe intervenir en las causas de sus súb-
ditos en pais estrangero y concederles su pro-
teccion , sino en el caso de que se les niegue jus-
ticia , de que se les haga una injusticia evidente
y palpable , ó en el de una violacion manifiesta
de las reglas ó de las formas , ó en fin , de una
distincion odiosa hecha en perjuicio de sus súb-
ditos , ó de los estrangeros en general ; y esta má-
xima fue la que estableció la corte de Inglaterra
con mucha evidencia con ocasion de los buques
prusianos apresados y declarados de buena pre-
sa durante la última guerra .
85. En consecuencia de estos derechos de ju
risdicción , las disposiciones tomadas por el juez
del domicilio en la estension de su poder , deben
respetarse y surtir su efecto aun en el pais es-
trangero. El juez del domicilio , por ejemplo,
debe nombrar tutores y curadores de los meno-
res y de los imbéciles ; y el derecho de gentes
que vela por el bien comun , y la buena armo-
nía de las naciones quiere que en todos los pai-
340
ses donde el pupilo pueda tener negocios , sea
válido y reconocido el nombramiento legal de
un tutor o curador ; de cuya máxima se hizo uso
en 1672 aun con respecto á un Soberano. El
abad de Orleans , príncipe soberano de Neuf-
chatel en Suiza , hallándose incapaz de manejar
sus propios negocios , el Rey de Francia le dió
por curadora á su madre , la duquesa viuda de
Longueville. La duquesa de Nemours , hermana
de este príncipe , pretendió la curatela por lo
tocante al principado de Neufchatel ; pero la du-
quesa de Longueville quedó reconocida por los
tres estados del pais. Su abogado se fundaba en
que la princesa habia sido nombrada curadora
por ´el juez del domicilio : pero esto era hacer
mala aplicacion de un principio muy sólido;
puesto que el dominio del príncipe solamente po-
dia estimarse en sus estados ; y asi fue que la
autoridad de la duquesa de Longueville solo se
consideró legítima y valedera en Neufchatel por
decreto de los tres estados , á los cuales pertene-
cia dar curador á su soberano. Del mismo modo
sobre la validacion de un testamento , en cuanto
á la forma solamente puede pronunciar el juez
del domicilio , cuya sentencia dada legalmente de-
be ser reconocida en todas partes. Pero sin to-
car á la validacion del testamento en sí mismo ,
las disposiciones que encierra pueden ser con-
testadas ante el juez del lugar donde están´sitos
los bienes , porque solo puede disponerse de es-
tos conforme a las leyes del pais. Asi es como
el mismo abad de Orleans , de quien acabamos
de hablar, habiendo instituido al príncipe de Con.
ti por su legatario universal , los tres estados de
Neufchatel dieron la investidura del principado
á la duquesa de Nemours , sin aguardar á que el
341
parlamento de París hubiese pronunciado sobre
la cuestion de los dos testamentos opuestos del
abad , declarando que la soberanía era inenage-
nable. Y ademas , tambien podia decirse en esta
ocasion , que el domicilio del príncipe no puede
estar en otra parte que en su estado.
86. Perteneciendo á la nacion todo lo que
el pais encierra , y no pudiendo disponer sino
ella ó aquel á quien haya trasferido su derecho
(S. 79. ) ; si ha dejado en el pais lugares incultos
y desiertos , nadie tiene derecho á apoderarse
de ellos sin su anuencia . Y aunque no haga ac-
tualmente uso de ellos , la pertenecen siempre ,
tiene interes en conservarlos para los usos poste .
riores, y nadie puede residenciarla sobre el uso
que haga de sus bienes. No es fuera de propó-
sito recordar lo que hemos observado ( Lib. 1 .
S. 81. ) , y es que ninguna nacion puede legíti
mamente apropiarse una estension de pais muy
desproporcionada , y reducir de este modo á
los demas pueblos á que carezcan de morada y
subsistencia . Un caudillo germano en tiempo de
Neron decia á los Romanos : como el } cielo per-
tenece a los dioses , asi la tierra se 8 ha dado al
género humano , y los paises desiertos son comu-
nes á todos (1 ); queriendo dar á entender á es-
tos soberbios conquistadores , que no tenian des
recho de retener y apropiarse un pais que de-
jaban desierto. Los Romanos habian devastado
las orillas del Rhin para cubrir sus provincias
contra las incursiones de los bárbaros. Y la re-
convencion del germano hubiera sido fundada
si los Romanos hubiesen pretendido retener sin

(1) Sicut cœlum diis , ita terras generi mortalium datas,


quæque vacuæ , eas publicas esse, TACIT.
TOMO I. 24
342
razon un pais inútil para ellos ; pero estas tier-
ras que no querian dejar habitar , sirviendo de
baluarte contra pueblos féroces , eran muy útiles
al Imperio .
87. ཏི Fuera de esta circunstancia singular,
conviene igualmente á los derechos de la hu-
manidad y al bien particular del estado , dar
estos lugares desiertos á los estrangeros que
quieran desmontarlos y darles valor ; pues de
este modo la beneficencia del estado cede en su
provecho , adquiere este nuevos súbditos , y au-
menta sus riquezas y poder. Asi se usa en Amé-
rica , y por un método tan sabio han llevado
los ingleses sus establecimientos en el Nuevo
Mundo á un grado de poder que aumenta con-
siderablemente el de la • nacion : asi tambien el
Rey de Prusia se dedicó á repoblar sus estados
destruidos por las calamidades de las antiguas
guerras. 5 BIL :
88. La nacion que posee un pais tiene li-
bertad para dejar en la comunion primitiva cier-
tas cosas que todavia no tienen dueño , ó apro-
piarse el J derecho de apoderarse de ellas , lo
mismo que otro cualquier uso para el que sea
propio este pais ; y en caso de duda se presu-
me que la nacion se ha reservado este derecho,
porque se funda en la utilidad. Con efecto , la
pertenece con esclusion de los estrangeros , á
menos que sus leyes no le deroguen enteramen-
le , como las de los Romanos , que dejaban en
ta comunion primitiva á las bestias salvajes , pe.
ces etc. Ningun estrangero tiene , pues , natural-
mente derecho de cazar ó pescar en el territo-
rio de otro estado , ni de apropiarse un tesoro
que en él encuentre . 1
89. Puesto que cada uno puede disponer de
343
sus bienes como mejor le parezca ; nada se opo-
ne á que la nacion ó el soberano , si se lo per-
miten las leyes , pueda conceder diversos dere-
chos en su territorio á otra nacion , ó á los es
trangeros en general. Asi es como diversos so-
beranos de las Indias han concedido á las nacio-
nes comerciantes de la Europa varias factorías,
puertos , y aun castillos y guarniciones en diver
sos puntos de sus estados. Puede tambien, con-
cederse el derecho de pesca en un rio ó en las
costas , el de la caza en los bosques etc.; y una
vez cedidos yálidamente , estos derechos forman
parte de los bienes del adquirente , y deben ser
respetados lo mismo que sus antiguas pose
siónes.. 19up ob 10. bed
bgo Conviniendo en que el robo es un cri
meny que no es permitido robar los bienes
de otro estableceremos sin mas prueba , que
una nacion ningun derecho tiene de echará
la otra del pais que habita 1 para establecerse en
4
élyesin que pueda alegarola estrema desigual.
dad, ya del clima , ólya del terreno ; pues cada
una debe contentarse con lo 4 que le cupó en
suerte. Los caudillos de las naciones 2desprecia
rán acaso una regla que constituye toda su segu
ridad en la sociedad civil ? Dese al olvido esta
regla sagrada, y el labrador abandonará su ca
baña para invadir el palacio del grande , ó las
posesiones deliciosas del rico. Los antiguos sui-
zos, descontentos con su suelo natal , quemas
ron todas sus habitaciones , y se pusieron en
marcha para irá establecerse com espada en ma-
no en las fértiles regiones de la Galia meridio
nal Pero recibieron una leccion 4 terrible de un
conquistador mas hábil , y aun menos justo que
ellos; pues Cesar los batió y envió á su pais , y
344
su posteridad mas sabia se reduce á conservar
las tierras y la independencia que recibió de la
naturaleza, y vive contenta, supliendo la ingra-
titud del terreno con el trabajo de sus manos.
91. Hay conquistadores que aspirando solo
á estender los límites de su imperio sin echar
á los 1 habitantes de un pais , se contentan con
someterlos . Violencia menos bárbara , pero no
mas justa ; pues " aunque conserve los bienes á
los particulares , usurpa todos los derechos de
la nacion y del soberano.
92. Puesto que la menor usurpacion en el
territorio de otro es una injusticia , para evitar
el incurrir en ella , y para obviar todo motivo
de discordia y toda ocasion de querella , se de
ben fijar con claridad y precision los límites de
los territorios. Si los que " estendieron el tratado
de Utrecht hubieran dado á una 1 materia tan
importante toda la atencion que merece , 3 no hu-
biéramos visto, la Francia y la Inglaterra apelar
á las armas para decidir por una guerra san-
grienta cuáles eran los límites, de1 sus posesiones
en América. Pero muchas veces se deja adrede
alguna obscuridad é incertidumbre en las con-
venciones para justificar un rompimiento . ¡ In-
digno artificio en una operacion en que debe
reinar la buena fe ! Tambien se han visto co-
misarios poner todo su conato en sorprender ó
corromper á los de un estado limitrofe para ha
eer injustamente ganar á su amo algunas leguas
de terreno. ¿ Cómo es que los príncipes ó sus
ministros se envilecen con maniobras que des-
honraran á un particular Per ITS 0 .
11193. No solo no se debe usurpar el territo
1
rio de otro sino que tambien es necesario
respetarle , y abstenerse dé todo acto contrario.
345
á los derechos del soberano ; porque una na-
cion estrangera no puede atribuirse en esto de-
recho alguno ( S. 79. ) . Sin hacer injuria al es-
tado , no se puede entrar de mano armada en
su territorio para perseguir en él á un culpable
y llevárselo ; pues este procedimiento , al paso
que ataca la seguridad del estado , vulnera tam-
bien el derecho de imperio ó de mando supre-
mo que pertenece al soberano . Esto se llama
violar el territorio ; y nada está mas general-
mente reconocido entre las naciones por una
injuria que debe repelerse con rigor por cual l
quiera otro estado que no se quiera dejar opri
mir. Cuando hablemos de la guerra , t con cuyo
motivo tocaremos muchas cuestiones sobre el
derecho del territorio , haremos uso y aplicacion
de este principio.
94. El soberano puede prohibir la entrada
de su territorio , ya sea en general á todo es
trangero ya sea en ciertos casos ó á ciertas
personas , ó en razon de algunos negocios en
particular , segun que lo halle por conveniente
al bien del estado. Nada hay " en esto que no
emane de los derechos del dominio y del im-
perio , y todo el mundo está obligado á respe-
tar la prohibicion ; y el que se atreve á violar-
la incurre en la pena establecida para hacerla
eficaz. Pero tanto la prohibicion , como la pena
que se impone á la desobediencia , deben ser
reconocidas , y los que las ignoran deben ser
advertidos de una y de otra , cuando se presen
tan para entrar en el pais. Temiendo los chi-
nos en otro tiempo que el comercio de los ess
trangeros corrompiese las costumbres de la na
cion y alterase las máximas de su gobierno sa-
bio , pero singular , prohibian á todos los pue-
346
blos la entrada en el Imperio ; y esta prohibi-
cion era muy justa , con tal que no se negasen
los socorros de la humanidad á los que la tem-
pestad , ó alguna necesidad, obligaban á presen-
tarse en la frontera. Era saludable á la nacion
sin menoscabar los derechos de nadie , ni aun
los deberes de la humanidad , que permiten en
caso de colision que uno mismo se prefiera á los
demas.
! 95. Si dos ó mas naciones descubren y ocu-
pan á un mismo tiempo una isla , ó cualquiera
otra tierra desierta y sin dueño , deben conve-
nirse entre sí , y hacer una division equitativa .
Pero si no pueden convenirse , cada una tendrá
de derecho el imperio y dominio de las por
ciones en que se haya establecido primero que
la otra.
96. Un particular , bien que haya sido estra-
ñado de su patria , bien que la haya dejado le-
gitimamente , puede establecerse en un pais que
encuentre sin dueño , y ocupar en él un domi-
nio independiente. El que quiera despues apo-
derarse de todo este pais , no podrá hacerlo con
justicia , sin respetar los derechos de la inde-
pendencia de este particular. Si él mismo en-
cuentra un número de hombres suficiente que
quieran vivir bajo sus leyes , podrá fundar un
nuevo estado en lo que haya descubierto , y ocu,
par en su extension el dominio y el imperio..
Pero si este particular pretendiese arrogarse so-
lo un derecho esclusivo en un pais , para ser
en él monarca sin súbditos , se burlarian con
justicia de sus vanas pretensiones , pues una ocu
pacion temeraria ··Ꭹ ridícula no produce ningun
efecto en derecho.
Tambien hay otros medios por los cuales un
347
particular puede fundar un nuevo estado : asi vi-
mos en el siglo XI que ciertos caballeros nor-
mandos fundaron un nuevo imperio en la Sici-
lia , despues de haberla conquistado de los ene-
migos comunes de los cristianos ; pues el uso de
la nacion permitia á los ciudadanos abandonar
la patria para buscar fortuna en otra parte.
97. Cuando muchas familias independientes
han llegado á establecerse en una region , ocu-
pan el dominio libre de ella ; pero sin imperio,
puesto que no forman sociedad política. Mas na-
die puede apoderarse del imperio en este pais,
porque fuera sujetar á estas familias á pesar su-
yo , y nadie tiene derecho á mandar en perso-
nas que nacieron libres , si no se someten vo-
luntariamente.
Si estas familias tienen establecimientos fijos,
el lugar que cada uno ocupa le pertenece en pro-
piedad , y el resto del pais de que no hacen uso ,
permanece en la comunion primitiva , y cede al
primer ocupante ; de modo que quien quiera es-
tablecerse en él , puede hacerlo legítimamente.
Toda familia errante en un pais , como son
los pueblos pastores , y que anda recorriéndole
segun sus necesidades , tiene la comun pose-
sion de este pais , el cual le pertenece con es-
clusion de otros pueblos , y no se puede sin in-
justicia privarle del terreno que tiene para su
uso. Pero acordémonos tambien de lo que he-
mos dicho en el Lib . 1 , §§. 81 y 209 , y en el
Lib. 2 , §. 86 los salvages de la América sep-
tentrional no tenian derecho de apropiarse todo
aquel vasto continente ; y con tal que no se los
redujese á carecer de terreno, podian otros sin in-
justicia establecerse en algunos sitios de una region
que aquellos no podian ocupar en toda su esten-
348
sion ; pues si los árabes pastores querian culti-
var cuidadosamente la tierra , menor espacio po-
dia serles suficiente. Sin embargo , ninguna na-
cion tiene derecho para estrecharlos , á menos
que careciese absolutamente de terreno ; porque
al fin están poseyendo su pais y sirviéndose de
él á su modo, ó al uso conveniente á su género
de vida , sobre lo cual no reciben la ley de na-
die. En caso de urgente necesidad pienso que
sin temor de ser injusto , cualquiera se podria
establecer en una parte de este pais , enseñando
á los árabes , por la cultura del terreno , los me
dios de hacerle suficiente á sus necesidades , y á
las de los nuevamente establecidos.
98. Puede suceder que una nacion se con-
tente con ocupar solamente cierto lugar , ó apro-
piarse ciertos derechos en un pais que no tiene
dueño , sin cuidar de apoderarse de todo él. Otra
podrá ocupar lo mismo que ha descuidado ; pe-
ro no de otro modo que dejando subsistir en
su absoluta independencia todos los derechos
que adquirió la primera ; en cuyos casos convie-
ne ponerse en regla por un convenio , segun se
usa entre las naciones civilizadas.

CAPITULO VIII.

REGLAS RESPECTO DE LOS ESTRANGEROS.

99. Ya hemos hablado ( Lib. 1 , §. 213. ) de


los habitantes , ó de aquellos que tienen su do-
micilio en un pais del cual no son ciudadanos;
ahora vamos á tratar de los estrangeros ( 1 ) que

(1 ) Ademas de las leyes que antes hemos citado sobre


estrangeros , véanse las leyes 8 , 9 y 10 , lib. 11 , tít. 6. de
349
pasan ó se detienen en el pais , ya sea para nego-
cios suyos , ya en concepto de simples viajeros.
Las relaciones que sostienen con la sociedad en
cuyo seno se hallan , el fin de su viage y el de
su detencion , los deberes de la humanidad , los
derechos , el interes y la salud de la nacion que
los recibe , los derechos de aquel á quien perte-
necen; todos estos principios , combinados y apli-
cados segun los casos y las circunstancias , sir-
ven para determinar la conducta que se debe te
ner con aquellos en todo lo que en este punto
es un derecho y un deber. Pero el fin de este
capítulo no tanto es hacer ver lo que la huma-
nidad y la justicia prescriben hácia los estran-
geros , cuanto establecer las reglas del derecho
de gentes en esta materia ; reglas que se dirigen
á asegurar los de cada uno , é impedir que por
las disensiones privadas llegue á turbarse el re-
poso de las naciones.
100. Una vez que el señor del territorio pue-
de prohibir la entrada en él cuando lo tenga
por conveniente ( S. 94 ) , sin duda es dueño de
dictar las condiciones bajo las cuales pueda per-
mitirlo ; lo cual segun tenemos sentado , es una
consecuencia del derecho del dominio , sin que
sea necesario advertir que el señor del territorio
debe respetar los deberes de la humanidad , y
hacer lo mismo respecto á todos los demas de-
rechos. El propietario puede usar libremente del
suyo sin hacer injuria á nadie en este uso ; pe-

la Noyísima Recopilacion , en las que se contienen las me-


didas y precauciones que en España se deben tomar sobre
estrangeros , ya transeuntes , ya domiciliados , y los de-
rechos y deberes que les competen .
350
ro si quiere vivir exento de culpa , y guardar
pura su conciencia , jamas debe hacer otro uso
que el mas conforme á sus deberes. Hablemos
aqui en general del derecho que pertenece al se-
ñor del pais , reservando para el capítulo siguien
te el examen de los casos en que no puede de-
negarse la entrada en sus tierras ; y en el capí-
tulo X veremos cómo sus deberes hacia todos
los hombres le obligan en otras ocasiones á per-
mitir el paso y permanencia en sus estados.
Si el soberano pone alguna condicion par
ticular en el permiso de entrar en sus tierras,
debe hacer de suerte que los estrangeros que-
den enterados de ello cuando se presenten en
la frontera. Estados hay como la China y el
Japon , en los cuales se prohibe penetrar á to-
dos los estrangeros , sin permiso espreso ; pero
en Europa el acceso es libre en todas partes á
quien no es enemigo del Estado , como no sea
en algunos paises , que se le niegan á los vaga-
mundos y á los que nada tienen que perder.
101. Pero aun en el pais donde todo estran-
gero entra libremente , se supone que el sobe-
rano concede la entrada bajo la condicion tá-
cita de que se vivirá sumiso á las leyes ; por las
cuales entiendo las generales , hechas para man-
tener el buen órden , y que no se refieren á la
cualidad de ciudadano ó de súbdito del Estado.
La seguridad pública , los derechos de la nacion
y del príncipe exigen necesariamente esta condi-
cion ; y el estrangero se somete á ella tácitamente
desde que entra en el pais ; pues no puede pre-
sumir que se le permite la entrada bajo otro
pie. El imperio es el derecho de mandar en to-
do el pais , y las leyes no se limitan meramente
á arreglar la conducta de los ciudadanos entre
351
sí, sino que determinan lo que se debe observar
en toda la estension del territorio por toda cla-
se y orden de personas.
102. En virtud de esta sumision los * estran
geros que cometen alguna falta deben ser casti
gados segun las leyes del pais ; pues el objeto de
las penas es hacer respetar las leyes , y mantener
el orden y la seguridad .
103. Por la misma razon; el juez del lugar ,
segun las leyes de él , debe terminar las dispu-
tas que lleguen á suscitarse entre los estrange-
ros , ó entre un estrangero y un ciudadano ; y
como la diferencia nace propiamente por la de-
negacion del demandado que pretende no de-
ber lo que se le demanda , del mismo principio
se sigue, que todo demandado puede ser perse-
guido en el tribunal de su juez , quien solo tie-
ne el derecho de condenarle y de obligarle. Los
suizos han hecho sabiamente de esta regla uno
de los artículos de su alianza para obviar las di-
sensiones que podian originarse de los muy fre-
cuentes abusos que esperimentaban en otro tiem-
po sobre esta materia. El juez del reo es el juez
del lugar en que tiene aquel su domicilio , ó el
del lugar donde se encuentra al suscitarse una
dificultad repentina , con tal que no se trate de
un fundo ó de un derecho que le pertenezca .
En este último caso , como los bienes de esta na-
turaleza deben poseerse segun las leyes del pais
donde estan sitos , y como al magistrado del pais
pertenece conceder la posesion de ellos , solo en
el pais de donde dependan se pueden juzgar las
diferencias que les conciernan.
Ya hemos hecho ver ( § . 84. ) cómo debe res-
petarse por los demas soberanos la jurisdiccion
de una nacion , y en qué casos pueden solamen-
352
te intervenir en las causas de sus súbitos en pai-
ses estrangeros.
104. El soberano no puede conceder la en-
trada en sus estados con el fin siniestro de que
los estrangeros caigan en un lazo. Desde que los
recibe se obliga a protegerlos como á sus pro-
pios súbditos , y á hacerlos gozar , cuanto de él
dependa , de una entera seguridad. Por eso es-
tamos viendo que todo soberano que da un asi-
lo á los estrangeros se considera por ofendido
del mal que se les puede causar , como lo fuera de
una violencia que se hiciera á sus súbditos. La
hospitalidad se honraba en gran manera entre
los antiguos , y aun entre los pueblos bárbaros,
como los germanos. Pues aquellas naciones fe-
roces que maltrataban á los estrangeros , aquel
pueblo escita que los inmolaba á Diana , eran
execrados de todas las naciones , y Grocio en el
lib. 2. de su Derecho de la guerra y de la paz,
dice con razon , que su estrema ferocidad los se-
paraba de la sociedad humana , teniendo dere-
cho todos los demas pueblos de unirse para cas-
tigarlos.
105. En reconocimiento de la proteccion que
se concede al estrangero , y de otras ventajas de
que goza , no debe este limitarse á respetar las
leyes del pais , sino que tambien si ocurriere , de-
be asistirle , y contribuir á su defensa en cuan-
to le sea compatible con la cualidad de ciuda-
dano de otro estado ; y ya veremos en otra par-
1
te lo que puede y debe hacer , cuando el pais
se halle empeñado en una guerra. Pero nada le
estorba que le defienda contra piratas ó } bandi-
dos , ó contra la voracidad de una inundacion
ó de un incendio. ¿ત Y fuera dable que impasible
espectador del peligro de los ciudadanos , pre-
353
tendiese vivir bajo la proteccion de un Estado,
participando de la multitud de sus ventajas sin
hacer nada en su defensa? today
106. A la verdad no puede estar sujeto á las
cargas que tienen únicamente relacion con la
cualidad de ciudadano ; 1 pero debe soportar la
parte que le cabe de las demas y si bien 7 esta-
rá exento de la milicia y de los tributos desti-
nados á sostener los derechos de la nacion , pa
gará los impuestos sobre los víveres , sobre las
mercancías etc. en una palabra, todo lo que tiene
relacion solamente con su ( mansion en el pais ,
y con los negocios que le traen á él, ink, no una
107. El ciudadano súbdito de un Estado que
se ausenta por cierto tiempo } sin abandonar la
sociedad de que es individuo , no pierde su cua
lidadA por la ausencia , sino que conserva sus de-
rechos , y permanece ligado con las mismas obli .
gaciones ; perb recibido en un pais estrangero en
virtud de la sociedad natural de la comunica-
cion y del comercio que las naciones se han
obligado á cultivar entre sí ( prelim. §§I 11 y 12,
lib. 2 , S. 21. ) , debe ser considerado en ella co
mo miembro de su nacion , y tratado como tal.
108. El Estado , que debe respetar los dere
chos de las demas naciones y generalmente los
de todo 3 hombre , cualquiera que sea , no tiene
facultad de arrogarse ninguno sobre la persona
de un estrangero , que no porque haya entrado
en su territorio se ha hecho súbdito suyo. , El
estrangero no puede pretender la libertad de vis
vir en el pais sin respetar sus leyes ; si las viola,
es punible como perturbador del reposo públi
co , y culpable hacia la sociedad ; pero no está
sometido , como los súbditos , á todos los man-
damientos del soberano ; y si se le exigen cosas
354
que no quiere hacer , puede abandonar el pais.
Y como en todo tiempo es libre para partir , no
hay derecho para retenerle , á no ser temporal-
mente y por razones muy particulares , como en
tiempo de guerra puede serlo el temor de que
hallándose instruido un estrangero del estado del
pais y de las plazas fuertes diese luces sobre este
punto á los enemigos. Por los viages de los es-
trangeros á las Indias orientales sabemos , que los
Reyes de la Corea retienen por fuerza á los es-
trangeros que naufragan en sus costas ; y Bodino
11
en el lib: 6 capítulo 1. De la república asegura,
que en Etiopia, y aun en Moscovia , se practica-
ba en su tiempo un uso tan contrario al derecho
de gentes; lo que es vulnerar á un tiempo los de-
rechos del particular y los del estado á que per
tenece. Mas por lo que hace a la Rusia , las co-
sas han mudado enteramente de aspecto pues
solo el reinado de Pedro el Grande puso á este
vasto imperio en el rango de los estados civi-
lizados. ¿onalan enl sup olacamos Isk
109 Los bienes de un particular no dejan
de pertenecerle , porque se halle en pais estran
gero, sino que hacen todavía parte integrante de
fos bienes de su nacion (§.81 . ) ; y las pretensio-
nes que el señor del territorio quisiera formar
sobre los bienes de un estrangere , serian tan
opuestas á los derechos del propietario , como á
los de la 1 nacion de que es individuo.
110, Puesto que el estrangero permanece
ciudadano de su nacion y miembro de su país
(Seiro ) , los bienes que finquen a su falleci-
miento en un pais estrangero deben naturalmen-
te pasar a los que son sus herederos , segun las
leyes del Estado á que pertenece. Pero esta regla
general no impide que los bienes raices deban
355
seguir las disposiciones de las leyes del pais don-
de están sitos (§ . 103. ).
111. Como el derecho de testar ó de dispo-
ner de sus bienes por causa de muerte , es un
derecho que emana de la propiedad , no puede
privarse de él á ningun estrangero , ( r ) so pena
de injusticia ; pues por derecho natural tiene la
libertad de hacer testamento . Pero se pregunta
con qué leyes debe conformarse , tanto en [ la
"
forma legal, como en la dispositiva del testa-
mento. En cuanto a la forma legal ó a las so-
lemnidades que se requieren para hacer constar
su voluntad por testamento , parece que el tes-
tador debe observar las establecidas 1 en eb pais
en que testa , á menos que la ley del estado á
1
que pertenece no disponga otra cosa ; en cuyo
caso deberá seguir las formalidades que le pres
cribe , si quiere disponer válidamente de los bie-
nes que 2 tiene en su patria. Pero hablo > de un
testamento que debe abrirse en el lugar del fa-
llecimiento ; porque si alguno le hizo viajando,
y le envia cerrado á su pais , es lo mismo que si
en él se hubiera escrito este testamento , y tiene
que observar sus leyes. Por lo que hace á las dis-
posiciones en sí mismas ya hemos observado que
las concernientes á los bienes raices deben con-
formarse con las leyes de los paises donde fincan;
pero el testador estrangero tampoco puede dis-
poner de los bienes muebles y raices que tiene

J
(1) La ley 6 del mismo tít. "y libro, y la ley 18,
1 tit, 20,
lib. 10 de la Recopilacion , disponen el modo de procederse
en los abintestatos de los ingleses transeuntes con arreglo
al art. 34 del tratado de Utrecht; y en los de los súbditos
del
el Rey de Cerdeña , y de los franceses transeuntes en
España , sin que tales disposiciones puedan estenderse al
caso de morir con testamento. 4TH 0 .
i

356
en su patria , sino conformándose con las leyes
de ella. Pero en cuanto á los bienes muebles,
como plata y otros efectos que posee en otra
parte, que tiene en su poder ó que siguen su
persona, conviene distinguir entre las leyes lo-
cales cuyo efecto no se estiende fuera del ter-
ritorio , y aquellas que afectan propiamente la
cualidad de ciudadano. Por lo mismo que el es-
trangero permanece ciudadano de su patria , es-
tá siempre ligado por estas últimas leyes donde
quiera que se halle , y debe conformarse con ellas
en la disposicion de sus bienes libres y muebles,
cualesquiera que sean , sin que le obliguen de
modo alguno las leyes de esta especie que rijan
en el pais donde se encuentra; y del cual no es
ciudadano; y asi es que un hombre que testa y
muere en un pais estrangero , no puede quitar
á su viuda la porcion de sus bienes muebles que
le conceden las leyes de su patria. Un ginebrino,
que por la ley de Ginebra tiene obligacion de
dejar una legítima á sus hermanos ó á sus pri-
mos, si son sus mas próximos herederos , no
puede privarlos de esta legítima testando en pais
estrangero, mientras subsista ciudadano de Gine-
bra; y un estrangero que muera en esta ciudad
no está obligado á conformarse en este punto
con las leyes de la república: Todo lo contrario
sucede en cuanto a las leyes locales , las cuales
reglan lo que puede hacerse en el territorio y
no se estienden fuera de él ; á las cuales no está
ya sometido el testador desde que ha salido del
territorio , ni siguen tampoco a los bienes que
se hallan fuera de él. El estrangero está obliga-
A
do á observar estas leyes en el pais en que tes .
ta , por lo que hace a los bienes que en él po-
see ; y por eso un neufchatelés ; á quien se pro-
357
hiben las sustituciones en su patria con respec-
to á los bienes que en ella posee , sustituye li-
bremente en los bienes que tiene en su poder,
y que no se hallan bajo la jurisdiccion de su pa-
tria si muere en un pais donde aquellas se per-
miten; y un estrangero que teste en Neufchatel
no podrá sustituir ni aun en los bienes mue-
bles que alli posee , á no ser que pueda decirse
que sus bienes muebles quedan esceptuados por
el espíritu de la ley.
I12. Lo que hemos probado en los tres pár-
rafos anteriores basta para manifestar la poquí-
sima justicia con que en algunos estados se
apropia el fisco los bienes que deja en él ún
estrangero á su fallecimiento ; pero esta prácti-
ca se funda en cierto derecho , por el cual los
estrangeros quedan escluidos de toda sucesion
en el estado , sea á los bienes de un ciudadano,
sea á los de un estrangero , y por consiguiente,
ni pueden ser instituidos herederos por testa-
mento , ni recibir legado alguno . Grocio dice
con razon ( Derecho de la guerra y de la paz,
capítulo 2, lib. 6, §. 14. ) , que esta ley viene de
los siglos en que los estrangeros eran casi repu-
tados por enemigos. Y aun cuando los Roma-
nos se distinguian ya por su civilizacion é ilus-
tracion , no podian acostumbrarse á mirar á los
estrangeros como hombres con quienes tuviesen
derecho comun. « Los pueblos , dice el juriscon-
sulto Pomponio , con quienes no tenemos ni
amistad , ni hospitalidad , ni alianza , no son nues-
tros enemigos ; sin embargo , si cae en sus ma-
nos una cosa que nos pertenece , son propieta-
rios de ella : los hombres libres se hacen sus escla-
vos , y estan en los mismos términos con respec-
to á los otros. » Es necesario creer que un pue-
TOMO I. 25
358
blo tan sabio no conservaba leyes tan inhumanas
sino por una retorsion necesaria ; pues no podia
de otro modo tomar razon de las naciones bár-
baras , con las que no tenia vínculo ni tratado
alguno. Bodino da el mismo origen á este dere-
cho , que en lo sucesivo se ha ido dulcificando ó
aboliendo en la mayor parte de los estados civili-
zados. El primero que le derogó fue el emperador
Federico II por un edicto que permite a todos
los estrangeros que mueran en los límites del
imperio, disponer de sus bienes por testamento;
ó si fallecen sin testar , dejar por herederos á sus
próximos parientes . Pero este mismo Bodino se
quejaba en su tiempo de lo mal que se ejecutaba
este edicto ; siendo muy estraño que en Europa,
tan ilustrada y llena de humanidad , hubiese to-
davía restos de un derecho tan bárbaro. La ley
natural solo puede tolarar su ejercicio por modo
de represalia , que es como le usaba el Rey de
Polonia en sus estados hereditarios ; y si bien
se estableció en Sajonia este derecho , su sobe-
rano , justo y equitativo , solo hace uso de él con-
tra las naciones que sujetan los sajones á su ob-
servancia ( 1).
113. El derecho de la moneda forera , que
se llama en latin jus detractus , es mas confor-
me á la justicia y á los deberes mútuos de las
naciones ; siendo aquel en cuya virtud el sobe-
rano retiene una porcion moderada de los bie-
nes , ó de los ciudadanos , ó de los estrangeros

( 1 ) España no tiene por que avergorzarse de un tan


bárbaro procedimiento. Esta estorsion é infraccion del de-
recho de gentes se distinguia en Francia con el nombre
de droit d'aubaine , palabra que derivó su etimologia del
adverbio y participio latino alibi natus.
359
que salen de su territorio para pasarlos á ma-
nos estrangeras. Como la salida de estos bienes
es una pérdida para los bienes del estado , pue-
de muy bien recibir por esto una equitativa in-
demnizacion.
114. Todo estado es árbitro en conceder ó
negar á los estrangeros la facultad de poseer
tierras , ú otros bienes raices en su territorio.
Si se la concede , tan sometidos quedan estos
bienes estrangeros á la jurisdiccion y á las leyes
del pais , como sujetos á los impuestos que los
demas sufran ; porque si el imperio del sobera-
no se estiende á todo el territorio , seria absur-
do esceptuar de él algunas porciones , solo por-
que los estrangeros las poseen. Si el soberano
no permite á estos poseer bienes raices , nadie
debe quejarse de ello ; porque pueden asistirle
poderosas razones para proceder de este modo;
ni tampoco deben hallar injusto que use de su
poder y de sus derechos segun que le parezca
mas conveniente á la seguridad del Estado ; por-
que en su territorio ningun derecho pueden abro-
garse ( S. 79. ) ; pero por lo mismo que puede ne-
garles la facultad de poseer tales bienes raices,
la tiene tambien de concedérsela bajo ciertas con-
diciones.
115. En lo natural nada hay que se oponga
á que los estrangeros contraigan matrimonio en
el estado en que se hallen. Pero si tales matri-
monios pudieren ser perjudiciales ó peligrosos á
una nacion , tiene ésta derecho , y aun obliga-
cion , de prohibirlos , ó por lo menos de impo-
ner ciertas condiciones al permiso que conceda;
y como á la nacion ó á su soberano toca resol-
ver lo que crea un bien del Estado , las nacio-
nes deben prestar su aquiescencia á lo que se
360
haya establecido en este punto en un Estado so.
berano. Casi por todas partes se prohibe á los
ciudadanos casarse con una estrangera de reli-
gion diferente ; y en muchos parages de la Sui-
za no puede casarse un ciudadano con una es-
trangera , si no prueba que su muger aporta al
matrimonio una suma determinada por la ley.

CAPITULO IX.

DE LOS DERECHOS QUE RESTAn á todas las NA-


ciones despues que se introduce eL DOMINIO Y
LA PROPIEDAD.

116. Si la obligacion , como hemos observa-


do , da derecho á las cosas sin las cuales es im-
posible cumplir con ella , la que es absoluta , ne-
cesaria é indispensable , produce de esta manera
derechos absolutos , necesarios , y á los cuales
nada se les puede detraer ; pues la naturaleza no
impone a los hombres obligaciones sin darles
medios de satisfacerlas ; y como tienen un dere-
cho absoluto al uso necesario de estos medios,
nada puede privarlos de estos derechos , asi co-
mo nada puede privarlos de sus obligaciones na-
turales.
117. En la comunion primitiva los hombres
tenian derecho indistintamente al uso de todas
las cosas , en cuanto les era necesario para satis-
facer sus obligaciones naturales. Y como nada
puede privarlos de este derecho , la introduccion
del dominio y de la propiedad solo pudo hacer-
se , dejando á todo hombre el uso necesario de
las cosas ; es decir , el uso indispensable para la
multiplicacion de sus obligaciones indispensables.
Por lo mismo no se las puede suponer introdu-
361
cidas sino con esta restriccion tácita , á saber:
que todo hombre conserva algun derecho sobre
las cosas sometidas á la propiedad , en el caso en
que sin este derecho quedase absolutamente pri
vado del uso necesario de las cosas de esta na-
turaleza. Este derecho es un resto necesario de
la comunion primitiva.
118. El dominio de las naciones ro impide
que cada uno goce ademas de algun derecho
sobre lo que pertenece a las otras en los casos
en que se hallase privada del uso necesario de
ciertas cosas , si la propiedad de otro la esclu-
ye de ellos absolutamente. Pero es preciso pe-
sar con atencion todas las circunstancias para
hacer una justa aplicacion de este principio.
119. Otro tanto digo del derecho de necesidad,
por el que entiendo aquel que dá la necesidad
sola en ciertos casos , los cuales bajo otro aspec
to son lícitos cuando sin ellos es imposible cum-
plir una obligacion indispensable ; debiendo , em.
pero , observar y reflexionar, que la obligacion
tiene que ser verdaderamente indispensable en
el caso , y el acto de que se trata , el único medio
de satisfacerla ; porque faltando una de las dos
condiciones , ya no hay derecho de necesidad.
En los tratados de derecho natural , y particu-
larmente en el de Wolf, se ven perfectamente
desenvueltos estos puntos ; pues yo solo me li-
mito á recordar aqui en pocas palabras los prin-
cipios que nos son necesarios para esplicar los
derechos de las naciones.
120. La tierra debe mantener á sus habitan-
tes , sin que la propiedad de los unos pueda re-
ducir á que se mueran de hambre los que nada
tienen. Y por lo mismo , cuando carece una na .
cion absolutamente de víveres , Ruede obligar á
362
sus vecinos , que los tienen de mas á que se los
cedan á justo precio , y aun á tomarlos por fuer-
za si no se los quieren vender. La estreina nece-
sidad hace renacer la comunion primitiva , cuya
abolicion no debe privar á nadie de lo necesario
(S. 117. ) . El mismo derecho pertenece a los par-
ticulares cuando una nacion estrangera les rehu-
sa su asistencia . El capitan Boutekoe , holandés,
como perdiese su buque en alta mar , se salvó en
la chalupa con parte de su tripulacion , y surgió
en una costa indiana , cuyos bárbaros habitantes
le negaron víveres ; pero los holandeses se los
hicieron dar con la espada en la mano.
121. Asi tambien , si una nacion tiene ur-
gente necesidad de buques , carruages , caballos,
ó del trabajo de los estrangeros , puede servirse de
todo de grado ó por fuerza , con tal que los pro-
pietarios no se hallen en la misma necesidad que
ella. Pero como solo tiene derecho á las cosas
que le da la necesidad , debe pagar el uso que de
ellas hace , si tiene con que pagarle , con cuya
máxima se conforma toda la Europa. Retiénen-
se en caso de necesidad las embarcaciones es-
trangeras ancladas en el puerto ; pero se paga
el servicio que de ellas se reporta .
122. Este derecho de rapto proviene de un
caso mas singular , ya desconocido en el dia ; pe-
ro como de él hablan los autores , le tocaremos
brevemente . Una nacion no puede conservarse
y perpetuarse sino por la propagacion ; y un
pueblo de hombres tiene derecho á buscarse las
mugeres que sean absolutamente necesarias á su
conservacion ; de modo , que si sus vecinos , te-
niendo mugeres de sobra se las niegan , puede
justamente recurrir á la fuerza. El rapto de las
Sabinas que cuenta Tito-Livio en el libro pri-
363
mero, es un famoso ejemplo sobre este punto;
pero si es permitido á un pueblo de hombres
adquirir aun á mano armada la libertad de pro-
porcionarse doncellas para hacerlas sus mugeres,
ninguna doncella en particular puede ser violen-
tada en su eleccion , ni ser de derecho la muger
de un raptor ; en lo cual no se han parado los
que han decidido sin restriccion alguna , que na-
da injusto hicieron los Romanos en esta ocasion.
Es verdad que las Sabinas se sometieron sin ré-
plica á su suerte , y que cuando la nacion tomó
las armas para vengarlas , el celo con que se pre-
cipitaron entre los combatientes , ofreció buena
prueba de que reconocian voluntariamente en los
Romanos á sus legítimos esposos. Digamos tam-
bien que si los Romanos , como opinan muchos,
solo eran en el principio una masa de bandidos
reunidos bajo el mando de Rómulo , no formaban
ni una verdadera nacion , ni un justo Estado ; y
por lo mismo los pueblos vecinos tenian sobrado
derecho para negarles mugeres ; y la ley natural,
que solo aprueba las justas sociedades civiles , no
exigia que se proveyese á esta horda de vagabun-
dos y ladrones de los medios de perpetuarse : mu.
cho menos la autorizaba para que consiguiese sus
fines apelando á la fuerza. Tampoco está obliga-
da ninguna nacion á proveer de hombres á las
amazonas; pues este pueblo de mugeres , en la
hipótesi de haber existido , se esponia por su
culpa á no poder sostenerse sin socorros de es-
trangeros.
123. El derecho de pasage es tambien un res-
to de la comunion primitiva , en la cual toda la
tierra era comun á los hombres , y libre el acce-
so en todas partes á cada uno segun sus necesi-
dades ; de cuyo derecho nadie puede ser entera-
364
mente privado ( S. 117 ) ; pero su ejercicio se res-
tringe por la introduccion del dominio y de la
propiedad ; desde cuya época no se puede hacer
uso de él sino respetando los derechos propios
de los demas. Como que el efecto de la propie-
dad es hacer que prevalezca la autoridad del pro-
pietario sobre la de otro cualquiera ; siempre que
el dueño de un territorio tenga por conveniente
negarte que te acerques á él , es menester que
tengas alguna razon mas fuerte que todas las su-
yas para que entres contra su voluntad . Tal es el
derecho de la necesidad que te permite una ac-
cion , ilícita en otras circunstancias , cual es la
de no respetar el derecho de dominio. Asi es
que cuando una verdadera necesidad nos pone
en la precision de entrar, por ejemplo , en pais
ageno , si no podemos substraernos de otro mo-
do al peligro que nos amenaza , si no tenemos
otro camino para procurarnos los medios de vi-
vir ó de satisfacer á otra obligacion indispensa
ble , podemos forzar el paso que se nos niega
injustamente. Pero si una necesidad igual obli-
ga al propietario á denegar la entrada , lo re-
husa justamente , y su derecho prevalece sobre
el nuestro . Un buque trabajado por la tempes-
tad , tiene derecho á entrar aun por fuerza en
un puerto estrangero ; pero si viene infestado , el
dueño del puerto lo recibirá á cañonazos , y le
hará que se aleje , sin pecar ni contra la justi
cia ni aun contra la caridad , la cual en seme-
jante caso debe comenzar por sí mismo.
124. Inútil fuera las mas veces el derecho de
pasage por un pais , si no se tuviese el de adqui-
rirse por su justo valor las cosas necesarias ; y ya
hemos hecho ver ( §. 120 ) que en caso de necesi-
dad se pueden tomar víveres aun por la fuerza.
365
125. Cuando en el libro primero (S. 229 7
231 ) hablamos sobre los desterrados y estraña-
dos , observamos que todos tienen derecho de
habitar en alguna parte de la tierra : y lo que
hemos demostrado acerca de los particulares,
puede aplicarse á todas las naciones. Si un pue-
blo llega á verse echado de su morada , tiene
derecho de buscar donde situarse ; y la nacion á
que se dirige debe concederle habitacion , á lo
menos por cierto tiempo, si no tiene otras razones
muy graves para negarse á ello. Pero si el pais
que habita es apenas suficiente para ella , nada
puede obligarla á admitir en él para siempre a
estrangeros ; y cuando no la conviene conceder-
les la habitacion perpétua , los puede aun des-
pedir ; pues como tiene el recurso de buscar es- 1
tablecimiento en otra parte , no pueden auto-
rizarse con el derecho de necesidad para perma-
necer contra la voluntad del dueño del pais ; pe-
ro tambien es necesario que estos fugitivos en-
cuentren donde retirarse ; pues si todo el mun-
do se lo niega , podrán con justicia fijarse en el
primer pais donde hallen terreno bastante , sin
privar de él á los moradores. Sin embargo , aun
en este caso la necesidad les da solo el derecho
de habitacion , y deberán someterse á todas las
condiciones soportables que el señor del pais lle-
gue á imponerles , como pagar un tributo , ser
súbditos suyos , ó al menos vivir bajo su protec-
cion y depender de él bajo ciertos respectos. Es-
te derecho , lo mismo que los dos anteriores , es
un resto de la comunion primitiva.
126. Para no faltar al orden de las materias
hemos tenido á las veces que anticipar algunas
ideas relativas á este capítulo ; y por eso hablando
de la alta mar , observamos (Lib. 1. §. 280. ) que
366
las cosas de uso inagotable no han podido caer en
el dominio ni propiedad de nadie , porque en el
estado libre é independiente en que la naturaleza
las produjo , pueden ser igualmente útiles á to-
dos los hombres ; y hasta las cosas que bajo otros
aspectos vemos sujetas al dominio , permanecen
comunes en cuanto al uso , si son de un uso in-
agotable. Por esta razon un rio puede hallarse
sometido al dominio ó al imperio ; pero en su
cualidad de agua corriente permanece comun ;
es decir , que el dueño del rio no puede impe-
dir á nadie que beba y saque agua de él. Y tam-
bien por igual razon el mar, aun en las partes
ocupadas , sirve á la navegacion de todo el mun-
do ; y aquel que tiene el dominio de ellas , no
puede negar pase á un buque de que no tiene
que temer. Pero puede suceder por accidente
que este uso inagotable llegue a negarse con jus-
ticia por el dueño de la costa ; y es cuando no
podriamos aprovecharnos de él sin incomodar-
le ó causarle perjuicio. Si tú no puedes llegar á
un rio para tomar agua en él sin pasar por mis
tierras y perjudicar á los frutos que llevan , te
escluyo por esta razon del uso inagotable del
agua corriente que accidentalmente vienes á per-
der. Esto nos conduce á hablar de otro derecho
que tiene mucha conexion con este, y aun se de-
riva de él , que es el derecho de uso inocente.
127. Se llama uso inocente ó utilidad inocente
la que se puede reportar de una cosa , sin cau-
sar pérdida ni incomodidad al propietario ; y por
derecho de uso inocente se entiende el que se tie-
ne en la utilidad , ó el uso que se puede sacar
de las cosas pertenecientes á otros , sin irrrogar-
les pérdida ni incomodidad. He dicho que este
derecho se deriva del que tenemos á la cosa de
367
un uso inagotable ; y en efecto una cosa que
puede ser útil á cualquiera , sin incomodidad ni
menoscabo del señor , es bajo este respecto de
un uso inagotable , y por la misma razon la ley
natural reserva en él un derecho á todos los
hombres , á pesar de la introduccion del dere-
cho y de la propiedad. La naturaleza que desti-
na sus presentes para ventaja comun de los hom-
bres , reprueba que se les substraiga á un uso
que pueden ofrecer sin perjuicio del propietario ,
y dejando subsistir toda la utilidad y ventajas
que puede sacar de sus derechos . ·
128. Este derecho de uso inocente no es per-
fecto , como el de necesidad , porque toca al se-
ñor de él juzgar si le irrogará daño ó incomo-
didad el uso que se quiere hacer de la cosa que
le pertenece ; porque si otros tratan de juzgar so-
bre este punto , y obligar al propietario en caso
de que este lo niegue , dejaria de ser dueño
de su propiedad. Muchas veces el uso de una co-
sa parecerá inocente al que quiera aprovechar-
se de ella , aunque en efecto no lo sea ; y tratar
de causar violencia al propietario , es esponerse
á cometer una injusticia , ó mas bien cometerla
en el acto , puesto que es violar el derecho que
le pertenece de juzgar sobre lo que tiene que
hacer. En todos los casos dudosos solo hay un
derecho imperfecto al uso inocente de las cosas
de agena pertenencia.
129. Pero cuando la inocencia del uso se
presenta evidente é indudable , es una injuria de.
negarlo ; porque ademas de privar manifiesta-
mente de su derecho al que pide su uso inocen-
te manifiesta hacia él disposiciones de odio ó des-
precio. Negar á un buque mercante el pase por
un estrecho ; privar á los pescadores de la liber-
368
tad de secar sus redes á la orilla del mar , ó sa-
car agua de un rio , es vulnerar visiblemente el
derecho que tienen á una utilidad inocente. Pe-
ro en todos los casos que no nos hallemos aque-
jados de ninguna necesidad , se pueden pedir al
señor del derecho las razones de su denegacion;
y si ninguna diere , mirarle como injusto ó co-
mo un enemigo con el cual se obrará segun las
reglas de la prudencia ; procurando en lo gene-
ral medir los sentimientos y conducta hácia él
por el mayor ó menor peso de razones de que
se prevalga.
130. Hay entre todas las naciones , por de-
cirlo asi , un resto de derecho general al uso ino-
cente de las cosas que son del dominio de cual-
quiera otra. Pero en la aplicacion particular de
este derecho toca á la nacion propietaria juzgar
si es verdaderamente inocente el uso que se quie-
re hacer de lo que la pertenece , y si le niega,
debe alegar sus razones para ello , pues no pue
de privar á las demas por puro capricho : todo
lo cual es de derecho , porque es necesario te-
ner presente que la utilidad inocente de las co-
sas no está comprendida en el dominio ó en la
propiedad esclusiva . El dominio la dá el derecho
de juzgar en el caso particular si la utilidad es
verdaderamente inocente ; y como el que juzga
debe tener razones , es preciso que las esponga,
si quiere manifestar que juzga y no obra por
capricho ó mala voluntad : todo lo cual , vuelvo
á decir , que es de derecho. En el capítulo si-
guiente vamos á tratar sobre lo que prescriben
á la nacion sus deberes hacia las demas en el uso
que hace de sus derechos.
369
CAPITULO X.
33
COMO DEBE UNA NACION USAR DE SU DERECHO DE
DOMINIO PARA CUMPLIR CON SUS DEBERES HACIA
LAS DEMAS RESPECTO A LA UTILIDAD INOCENTE,

131. Puesto que el derecho de gentes trata


tanto de los deberes de las naciones como de sus
derechos , no basta que hayamos espuesto sobre
la materia del uso inocente lo que todas las na .
ciones tienen derecho á exigir del propietario;
sino que debemos ahora considerar la influen-
cia de los deberes hacia las demas en la conduc-
ta de este mismo propietario. Como á él toca
juzgar si el uso es verdaderamente inocente , ό
si le irroga perjuicio ó incomodidad , no solo
debe apoyar su denegacion en razones verdade-
ras y sólidas , que es una maxima de equidad ,
sino que tampoco debe detenerse en pequeñe-
ces , como son , ó una pérdida de poca monta, ó
una ligera incomodidad ; pues la humanidad se
lo prohibe , y el amor mútuo que los hombres
se deben , exige ademas grandes sacrificios. Cier-
tamente fuera separarse demasiado de esta be-
nevolencia particular que debe unir al género
humano , rehusar un bien considerable á un par-
ticular , en general , cuando puede producir una
mínima pérdida ó la menor incomodidad. Una
nacion , en este punto , debe arreglarse en todas
circunstancias por razones y ventajas considera-
bles á las demas , y despreciar un pequeño gas-
to ó sacrificio soportable , cuando de él resulta
un gran bien á cualquiera otro. Pero nada la
obliga á implicarse en gastos , ó á imposibilitar-
se por conceder á otras su uso , que ni la será
necesario ni muy útil. El sacrificio que aqui
exijimos no es contrario á los intereses de la na-
370
cion , y es natural pensar que las demas nacio-
nes usarán recíprocamente del mismo : ¿ y qué
ventajas no deben resultar entonces para todos
los estados ?
132. El propietario no ha podido privar á
las naciones del derecho general de recorrer la
tierra para comunicarse entre sí , para comer-
ciar , y para otras justas razones. El señor de
un pais solo puede impedir el paso en ocasio-
nes particulares , cuando le parezca perjudicial
ó peligroso ; y por lo mismo debe concederle
por causas legítimas , siempre que no se le siga
inconveniente. Pero no puede legítimamente su-
poner condiciones onerosas á una concesion que
es obligatoria para él , y que no puede negar si
quiere cumplir con sus deberes , y no abusar
de su derecho de propiedad. Como el conde de
Lupfen hubiese detenido sin razon algunas mer-
cancias en Alsacia , se dió queja al emperador
Segismundo que se encontraba entonces en el
concilio de Constanza , y reunió los electores,
los príncipes y los diputados de la ciudad para
examinar el asunto , sobre el cual merece refe-
rirse la opinion del Bourgrave de Nuremberg:
Dios ha criado el cielo para él y sus santos , y
dió la tierra á los hombres para que fuesen úti-
les al pobre y al rico. Los caminos son para el
uso comun , y Dios no los ha sujetado á imposi-
cion alguna. El conde de Lupfen fue condena-
do á restituir las mercancías y pagar los gastos
y perjuicios , porque no podia justificar su ocu-
pacion por ningun derecho particular ; la cual
opinion apoyó el Emperador , y pronunció con-
formándose con ella ( 1 ).

(1 ) Setler , tom. 1 , pág. 141. Tschudi t. 11, p. 27 , 28.


371
133. Pero si el tránsito ofrece algun riesgo,
el estado tiene derecho de exigir seguridades ; y
el que quiere pasar no puede negarlas , porque
no hay ninguna obligacion á concederle el pa-
so , como que este se le debe solo en cuanto no
haya inconveniente.
134. Tambien debe concederse paso para las
mercancías ; y como en esto no hay por lo ordi-
nario inconveniente , negarlo , sin justas razo-
nes , es ofender á una nacion , y querer quitar-
la los medios de poder comerciar con las de-
mas. Si este pasage causa la incomodidad de al-
gunos gastos para la conservacion de los cami-
nos y canales , los derechos de peage sufragan
para indemnizarla ( Lib. 1. § . 103. ).
135. Cuando en los §§. 94 y 100 hemos es-
plicado los efectos del dominio , y hemos dicho
que el señor del territorio puede impedir la en-
trada , ó permitirla bajo las condiciones que le
parezcan , se trataba entonces de su derecho in-
terno , ó de aquel que los estrangeros tienen
obligacion de respetar. Ahora que consideramos
la cosa bajo otro aspecto , y con relacion á los
deberes del señor , ó á su derecho interno , de-
cimos , que sin particulares é importantes razo-
nes no puede negar ni el paso , ni aun la man-
sion á los estrangeros que la piden por justas
causas. Porque siendo tanto el tránsito , como
la permanencia , en este caso , de una utilidad
inocente , la ley natural no le da el derecho de
negarla , y aunque las demas naciones , y los-
demas hombres en general , se vean obligados
á deferir á su disposicion (SS. 128 y 130. ) , no
por eso peca menos contra su deber , en caso
de mirarle sin razon ; pues aunque obra sin
ningun derecho verdadero , abusa solamente de
372
su derecho esterno. Sin razon particular y ur-
gente no se puede negar la permanencia á un
estrangero , á quien la esperanza de recobrar la
salud le atrae á este pais , ó viene á buscar lu-
ces en las escuelas ó en las academias. Tampo-
co la diferencia de religion es suficiente para es-
cluirle , con tal que no incurra en la mania de
dogmatizador , pues la diferencia de religion no
cierra la puerta á los derechos de la huma-
nidad.
136. Ya hemos visto ( § . 135 ) como el de-
recho de necesidad puede autorizar en ciertos
casos á un pueblo , á quien se ha echado de su
territorio , á que se establezca en otro. Todo
Estado debe ciertamente á un pueblo tan infe-
liz la asistencia y el socorro que pueda darle
sin faltarse á sí mismo. Pero concederle esta-
blecimiento en las tierras de la nacion es un
paso muy delicado , cuyas consecuencias debe
pesar maduramente el caudillo del Estado . Los
emperadores Probo y Valente se arrepintieron
de haber recibido en sus dominios numerosas
hordas de gépidas , vándalos , godos y otros bár-
baros ( 1 ). Si el Soberano viere en esto muchos
inconvenientes y riesgos , tiene derecho á opo-
nerse al establecimiento de estos pueblos fugi-
tivos , ó á tomar si los recibe las precauciones
que le dicte la prudencia . Una de las mas segu-
ras será no permitir que estos estrangeros habi-
ten todos en una misma comarca , y que se man-
tengan en ella en forma de pueblo ; pues unas
gentes que no han sabido defender sus hogares,

(1) Vepisco , Prob. c. 18. Ammian. Marrull. lib. 31. So-


crat. Hist. Eccles. lib. 4, cap. 28.
373
no pueden pretender derecho alguno para es-
tablecerse en territorio ageno , y mantenerse en
él formando cuerpo de nacion ( 1). El Soberano
que los recibe puede dispersarlos y distribuirlos
en las ciudades y provincias que carecen de ha-
bitantes. Y de esta manera la caridad que ejer-
ce , se tornará en ventaja suya , en aumento de
su poder , y en el mayor bien del Estado . ¡ Qué
diferencia se nota en el Brandemburgo desde la
llegada de los refugiados franceses ! El gran elec-
tor Federico Guillelmo ofreció un asilo á estos
desgraciados , les pagó el viage , y los estableció
en sus estados con espensas verdaderamente rea-
les , y con razon este príncipe , benéfico y ge-
neroso , mereció el nombre de sabio y hábil po
lítico.
137. Cuando en virtud de las leyes ó cos-
tumbre de un estado estan permitidos en lo ge-
neral ciertos actos á los estrangeros , como por
ejemplo , el de viajar libremente y sin pasaporte
en el pais , el de casarse , comprar ó vender cier-
tas mercancías , cazar y pescar en él etc. , no se
puede escluir á una nacion del permiso general
sin hacerla injuria , á menos que no concurra al-
guna razon particular y legítima para que se la
deniegue lo que se concede á las demas indife
rentemente. Trátase en este lugar , como se echa
de ver , de los actos que pueden ser de una
utilidad inocente , y en el hecho de permitirlos la

(1) Cesar respondió á los teucterianos y á los usipetas


que querian conservar el pais de que se habian apode-
rado , que no era justo que invadiesen la propiedad de
otro , despues que no habian sabido defender la suya:
neque verum esse , qui suos fines tueri non potuerint, alie-
nos occupare. De bello Galliæ , lib. 4. cap. 8. P
TOMO I. 26
374
nacion indistintamente á los estrangeros , da bas-
tante á conocer que en efecto los califica de
inocentes por relacion á ella ; lo que es declarar
que los estrangeros pueden reclamarlos (§. 126. );
y como que la inocencia está manifiesta por la
concesion del estado , la denegacion de una uti-
lidad, á todas luces inocente, es una injuria (§ . 129).
Por otra parte , prohibir sin ningun motivo á
un pueblo lo que indiferentemente se permite á
todos , es una distincion injuriosa , puesto que
solo puede proceder del odio ó del desprecio.
Si hay alguna razon particular y bien fundada
para esceptuarle , lacosa deja de ser de una
relacion á este pueblo , y
utilidad inocente, con
no se le hace ninguna injuria , añadiendo , co-
mo añadimos , que el estado por forma de cas-
tigo puede tambien esceptuar de la permision
general á un pueblo que le haya dado justos
motivos de queja .
138. En cuanto á los derechos de esta na-
turaleza , concedidos á una ó mas naciones por
razones particulares , emanan siempre de un be-
neficio ó se fundan en un convenio , ó se ase-
guran en el reconocimiento de algun servicio,
y por lo mismo no pueden darse por ofendidos
aquellos á quienes se niegan los mismos dere-
chos. La nacion no juzga que los actos de que
se trata sean de una utilidad inocente , supues-
to que no los permite á todo el mundo indis-
tintamente; y puede , segun la parezca , ceder los
derechos sobre lo que la pertenece en propie-
dad , sin que nadie tenga fundamento para que-
jarse de ella , ó para pretender el mismo favor.
139. La humanidad no se limita á permitir
á las naciones estrangeras la utilidad inocente
que pueden sacar de lo que nos pertenece , sino
375
que tambien exige que las facilitemos hasta los
medios de aprovecharse de ella en cuanto po-
damos hacerlo , sin perjudicarnos á nosotros mis-
mos. Asi que un estado culto debe hacer de ma-
nera que tenga por todas partes posadas donde
los viageros puedan alojarse y comer por su jus-
to precio ; debe tomar todas las medidas para su
seguridad , y para que se les trate con equidad
y atencion ; y tambien es propio de toda nacion
ilustrada acoger á los estrangeros , recibirlos con
urbanidad , manifestarles en todo un caracter ser-
vicial y oficioso ; pues de este modo , al paso que
todo ciudadano cumplirá con sus deberes hacia
los demas hombres , servirá útilmente á su patria.
La gloria es la segura recompensa de la virtud;
y la benevolencia que se concilia un carácter
amable , tiene muchas veces consecuencias im-
portantísimas en favor del Estado. Ningun pue-
blo es mas digno de alabanza en este punto que
là nacion francesa , la cual se distingue por su
caracter franco , generoso y servicial en favor
de los estrangeros , y escede á todas las demas
en hospitalidad , y en el modo de tratarlos sin
humillacion si son desgraciados ; siendo constan-
te que muchos estrangeros , en fuerza de la gra
ta acogida que esperimentan en Francia, no sien-
ten las sumas inmensas que espenden todos los
años en Paris.

1 CAPITULO XI.

DE LA USUCAPION Y DE LA PRESCRIPCION
ENTRE LAS NACIONES.

140. Terminemos lo relativo al dominio y á


la propiedad por el examen de una cuestion cé-
376
lebre , sobre la cual ha habido grandes debates
entre los sábios . Se pregunta si la usucapion y
la prescripcion son admisibles entre los pueblos
ó estados independientes.
La usucapion es la adquisicion del dominio,
fundada en una larga posesion , no interrumpida
ni contestada , es decir , una adquisicion que se
prueba por la sola posesion. M. Wolf la define:
una adquisicion de dominio fundada en el aban-
dono presunto. Su definicion esplica el modo,
por el cual una larga y pacífica posesion puede
contribuir á la adquisicion del dominio. Modes -
tino , Digest. lib. 3. de usurp. et usucap. , dice,
conforme á los principios del derecho Romano ,
que la usucapion es la adquisicion del dominio
por una posesion continuada , durante un tiempo
definido por la ley. Estas tres definiciones nada
tienen de incompatible , y es muy fácil conci-
liarlas , si separamos de la última lo que se refie-
re al derecho civil ; pues en la primera hemos
tratado de espresar con claridad la idea que se
fija comunmente al uso de la usucapion.
La prescripcion es la esclusion de toda solici
tud á algun derecho , fundada sobre lo largo del
tiempo , durante el cual se le ha descuidado ; ó co-
mo la define Wolf, es la pérdida de un derecho pro-
pio en virtud de un consentimiento presunto. Es-
ta definicion ademas es real , es decir , que espli-
ca de qué modo el largo descuido de un dere-
cho produce su pérdida , y concuerda con la de-
finicion nominal que damos de la prescripcion , y
en la cual nos limitamos á esponer lo que se en
tiende comunmente por este término. En lo de-
mas la palabra usucapion es de poco uso en fran.
cés , y en este idioma con la palabra prescrip
cion se designa la usucapion : por lo mismo usa-
377
remos de aquel término siempre que no ten-
gamos una razon particular para emplear el se-
gundo.
141. Para decidir ahora la cuestion que nos
hemos propuesto , veamos primero si la usuca-
pion y la prescripcion son de derecho natural,
como han dicho y lo han probado muchos au-
tores ilustres ( 1 ). Aunque en este tratado supo-
niamos muchas veces á los lectores instruidos en
el derecho natural , conviene que establezcamos
aqui la decision de este punto , en atencion á lo
controvertible de la materia . La naturaleza no ha
establecido por sí misma la propiedad de los bie-
nes, y en particular la de las tierras ; lo que ha-
ce solamente es aprobar esta introduccion en
ventaja del género humano. Y en verdad que des-
de luego seria absurdo decir , que una vez esta-
blecidos el dominio y la propiedad pueda la ley
natural asegurar al propietario cierto derecho ca-
paz de introducir el desórden en la sociedad hu-
mana ; como lo seria el de descuidar enteramen-
te una cosa que le pertenece , dejarla durante lar-
go espacio de tiempo bajo todas las apariencias
de un bien abandonado , ó que no es suyo , y
llegar en fin á despojar á un poseedor de buena
fe , que tal vez le habrá adquirido por título one-
roso , que le habrá recibido por herencia de sus
padres , ó como la dote de su esposa , y que ha-
bria hecho otras adquisiciones , si hubiera podi-
do conocer que no era ni legítima ni válida. Lejos
de dar igual derecho la ley natural , prescribe

(1) Véase Grocio De Jure B. et P. lib. 2, c. 4. Puff. Jus


nat, et gent. lib. 4, cap. 12 ; y sobre todo á Wolf Jus nat.
part. 3 , cap. 7.
378
al propietario el de aquello que le pertenece , y le
impone la obligacion de hacer conocer sus de-
rechos para no inducir á los demas en error ; de
manera, que no aprueba su propiedad , sino que
se la asegura bajo estas condiciones ; y si la des-
cuida por un tiempo , bastante largo para que no
pueda admitirsele á reclamarla sin poner en pe-
ligro los derechos de otro , la ley natural no le
admite á la revindicacion de ella. No se ha de
concebir la propiedad como un derecho tan es-
terno y tan inadmisible , que se pueda descuidar
absolutamente largo tiempo con riesgo de todos
los inconvenientes que de él podrán resultar en
la sociedad humana para hacerle valer despues
segun su capricho. ¿ Por qué manda á todos la
ley natural respetar este derecho de propiedad
en aquel que de él se sirve , sino es por el re-
poso , la seguridad y ventaja de la sociedad hu-
mana? Esta ley natural quiere por la misma ra-
zon, que despreciando todo propietario su dere-
cho largo tiempo y sin justa causa , se presuma
que lo abandonó enteramente y renunció á él.
Esto es lo que forma la presuncion absoluta , ό ó
juris et de jure del abandono , y sobre lo cual
hay otro que se funda legítimanente para apro.
piarse la cosa abandonada. La presuncion abso
luta no significa en este lugar una conjetura de
la voluntad secreta del propietario , sino una po-
sicion que la ley natural manda tomar por ver-
dadera y estable , con el objeto de mantener el
orden y la paz entre los hombres ; de modo que
constituye un título tan firme y tan justo como
el de la misma propiedad , establecido y sosteni-
do por las mismas razones . El poseedor de bue-
na fe , fundado en una presuncion de esta natu
raleza , tiene pues un derecho apoyado en la
379
ley natural , la cual quiere que los derechos de
cada uno subsistan firmes , y no permite que se
le turbe en su posesion.
El derecho de usucapion significa propiamen-
te que el poseedor de buena fe no está obligado
despues de una larga y pacífica posesion a poner
su propiedad en compromiso ; sino que la prue-
ba por su posesion misma , y repele la demanda
del pretendido propietario por la prescripcion :
nada hay mas equitativo que esta regla ; porque
si el demandante fuese admitido á probar su pro-
piedad , podria suceder que suministrase pruebas
evidentes en la apariencia , pero que solo lo fue-
sen por la pérdida de algun documento , ó por
algun testimonio que hubiese hecho ver como
habia perdido ó transferido su derecho. ¿ Y se-
ria razonable que pudiese comprometer los de-
rechos del poseedor , siendo asi que él tiene la
culpa de haber dejado poner las cosas de un mo-
do que corriera riesgo de obscurecerse la verdad?
En la alternativa de deber perder uno de los dos
lo suyo , es justo que lo pierda el que tiene la
culpa .
Es verdad que si el poseedor de buena fe
llega á descubrir con toda certeza que el de-
mandante es propietario verdadero , y que ja-
mas abandonó su derecho , debe entonces en
conciencia y por el derecho interno , restituir
todas las utilidades que haya percibido del bien
del demandante ; pero es dificil hacer una esti-
macion ó regulacion que depende de circuns-
tancias.
142. No pudiéndose fundar la prescripcion
mas que en una presuncion , ó absoluta ó legí-
nia , es claro que no puede haberla si el propie
tario no ha descuidado verdaderamente su dere-
380
cho , en cuya condicion deben entrar tres cosas:
1.° Que el propietario no haya podido alegar
una ignorancia invencible , bien sea de su par-
te , bien de la de los autores. 2. " Que no pueda
justificar su silencio por razones legitimas y só-
lidas. 3. ° Que haya descuidado su derecho , ό
guardado silencio durante un número considera-
ble de años ; porque una negligencia de pocos,
incapaz de producir la confusion y de poner en
incertidumbre los derechos respectivos de las
partes , no basta para fundar ó autorizar una
presuncion de abandono. Por el derecho natural
es imposible calcular el número de años que se
requieren para fundar la prescripcion ; pues esto
depende de la naturaleza de la cosa cuya propie
dad se disputa , y tambien de las circunstancias.
143. Lo que acabamos de observar en el pár-
rafo anterior , concierne á la prescripcion ordi-
naria ; pero hay otra que se llama inmemorial,
porque se funda en una posesion inmemorial ; es
decir , en una posesion cuyo origen es descono-
cido , ó está envuelto en tanta obscuridad que no
se podria probar si el poseedor tiene verdadera-
mente su derecho del propietario , ó si ha reci-
bido la posesion de otro. Esta prescripcion inme-
morial pone el derecho del poseedor á cubierto
de toda eviccion , porque se le presume propie-
tario de derecho mientras no hay razones sóli
das que oponerle ; y dónde se tomarian esas
razones , siendo asi que el origen de su pose-
sion se pierde en la obscuridad de los tiempos ?
Por otra parte , debe ponerle á cubierto de toda
pretension contraria a su derecho ; y ¿ dónde es-
tariamos si fuera permitido dudar de un dere-
cho reconocido por un tiempo inmemorial , cuya
duracion ha destruido los medios de prueba ? La
381
posesion inmemorial es pues un título inespug-
nable , asi como la prescripcion inmemorial es
un medio que no admite ninguna escepcion ; y
tanto una como otra se funda en una presun-
cion , que la ley natural nos prescribe tomar por
una verdad incontestable.
144. En los casos de prescripcion ordinaria
no se puede oponer este medio al que alega jus-
tas razones de su silencio , como la imposibili-
dad de hablar , un miedo bien fundado etc.;
porque entonces no hay lugar á la presuncion
de que abandonó su derecho ; y no es falta suya,
si se ha creido poder presumirlo : por esto no
debe sufrir , ni se le puede escluir de la prueba
clara que quiera hacer de su propiedad . Muchas
veces este medio de defensa contra la prescrip-
cion se ha empleado contra los príncipes , cuyas
fuerzas temibles habian reducido por mucho tiem-
po al silencio á las débiles víctimas de sus usur-
paciones ( 1 ) .
145. Es tambien evidente que no se puede
oponer la prescripcion al propietario , que no pu-
diendo perseguir actualmente su derecho , se li-
mita á denotar suficientemente , por cualquiera
signo que sea , que no lo quiere abandonar , y
para esto sirven las protestas. Entre soberanos
se conserva el título ó las armas de una sobera-
nía , ó de una provincia , en señal de que no se
abandonan sus derechos.
146. Todo propietario que hace ó que omite

(1) Y tambien contra los Señores y Grandes, que in-


vocan la posesion inmemorial en que dicen se hallan de
muchos Estados y derechos , sin otro título verdadero que
la prepotencia , la tiranía , y quizá los crímenes de sus
progenitores.
382
espresamente cosas que no puede hacer ú omitir
si no renuncia á su derecho , indica suficiente-
mente por esto mismo que no quiere conservar-
lo , á menos que no haga sobre ello reserva es-
presa. Y como indudablemente se está en dere-
cho de tomar por cierto lo que indica suficiente-
mente en las ocasiones en que debe decir la ver-
dad , por consiguiente hay una presuncion legal
de que abandona su derecho , y si quiere un dia
recobrarlo , se le opone con fundamento la pres-
cripcion.
147. Despues de haber demostrado que la
usucapion y la prescripcion son de derecho na-
tural , es facil probar que son igualmente de de-
recho de gentes , y que deben admitirse entre
las naciones , porque el derecho de gentes no es
otra cosa que la aplicacion del derecho natural
á las naciones , hecho de un modo conveniente
á los súbditos de ellas ( prelim. §. 6. ) .
Y bien que la naturaleza de los súbditos pre-
sente en este punto alguna escepcion , la usuca-
pion y la prescripcion son de un uso mucho mas
necesario entre los estados soberanos , que en-
tre los particulares ; porque sus querellas son de
otra consecuencia , sus diferencias se terminan
regularmente por guerras sangrientas , y por con-
siguiente la paz y ventura del género humano
exigen de un modo todavía mas imperioso que
la posesion de los soberanos no se turbe con
facilidad , y que despues de muchos años en que
no ha sido contestada , se la repute por justa é
inamovible. Pues si fuera permitido apelar siem-
pre á nuestros mayores ' , hay pocos soberanos
que estuviesen seguros de sus derechos , y no
habria paz que esperar sobre la tierra.
148. Es necesario confesar sin embargo que
383
la usucapion y la prescripcion son muchas veces
de una aplicacion mas dificil entre las naciones,
en cuanto estos derechos se fundan en una pre-
suncion sacada de un largo silencio . Nadie igno-
ra cuán arriesgado es por lo ordinario en un
estado débil dejar entrever una pretension , cual-
quiera que sea , sobre las posesiones de un mo-
narca poderoso ; porque ademas de ser dificil
fundar una legitima presuncion de abandono so-
bre un largo silencio , como que el gefe de la
sociedad no tiene por lo regular poder de ena-
genar lo que pertenece al estado , su silencio
tampoco puede causar perjuicio á la nacion ó
á sus sucesores , aunque bastase á hacer presu-
mir un abandono de su parte ; de modo que en-
tonces versará la cuestion sobre averiguar si la
nacion se descuidó en suplir al silencio de su
gefe , ó si ella tuvo parte en él por una tácita
aprobacion .
149. Pero hay otros principios que estable-
cen el uso y la fuerza de la prescripcion entre
las naciones. La tranquilidad de los pueblos , la
seguridad de los estados , y la felicidad de los
hombres , no permiten que las posesiones , el
imperio y los demas derechos de los estados
permanezcan inciertos , sujetos á contestaciones,
y espuestos siempre á escitar guerras sangrien-
tas ; y por lo mismo es necesario admitir entre
los pueblos , como un medio sólido é incontes-
table , la prescripcion que se funda en un lar-
go espacio de tiempo . Si alguno ha callado por
temor ó por una especie de necesidad , la pér-
dida de su derecho es una desgracia que debe
aguantar con paciencia supuesto que no ha po-
dido evitarla. Y ¿ por qué no deberá confor-
marse lo mismo que el que está viendo á un
384
conquistador injusto apoderarse de sus ciudades
ý de sus provincias , cuya cesion le hace en fuer-
za de un tratado ? Ademas de que estas razones
solo establecen el uso de la prescripcion en el
caso de una posesion muy larga , jamas contes-
tada ni interrumpida ; porque en suma es nece.
sario que los negocios se terminen , y se fijen de
un modo firme y estable. Nada de esto se ve-
rifica cuando se trata de una posesion de pocos
años , durante los cuales la prudencia puede ser
el móvil del silencio , sin que pueda interpelar-
se al que calla de dejar caer las cosas en la incer-
tidumbre , y de renovar querellas interminables.
En cuanto á la prescripcion inmemorial bas-
ta lo dicho en el párrafo 143 para convencer á
todo el mundo de que debe necesariamente ad-
mitirse entre las naciones.
150. Siendo la usucapion y la prescripcion
de un uso tan necesario para la tranquilidad y
la dicha de la sociedad humana , se presume de
derecho que todas las naciones han consentido
en admitir su uso legítimo y razonable , no so-
lamente en vista del bien comun , sino tambien
de la ventaja particular de cada nacion.
La prescripcion de muchos años , lo mismo
que la usucapion , se hallan igualmente estable.
cidas por el derecho de gentes voluntario ( pre-
lim. §. 21 ) ; y ademas , como en virtud de este
mismo derecho se considera que las naciones,
en todos los casos dudosos , obran entre sí con
un derecho igual ( ibid . ) , la prescripcion debe
surtir su efecto entre ellas desde que se apoya
en una larga posesion no disputada , sin que se
permita , como no haya una fevidencia palpable,
la escepcion de que la posesion es de mala fe;
porque fuera de este caso de evidencia , se pre-
385
sume que toda nacion posee de buena fe. Tal
es el derecho que un estado soberano debe con-
ceder á los demas ; pero no puede permitirse á
sí mismo sino el uso del derecho interno y ne-
cesario ( prelim . §. 28. ) ; pues la prescripcion
para el poseedor de buena fe , solo es legítima
en el fuero de la conciencia.
151. Puesto que la prescripcion está sujeta
á tantas dificultades , sería muy conveniente que
las naciones vecinas fijasen por tratados las re-
glas concernientes á este punto , con especiali-
dad sobre el número de años que se requieren
para fundar una legítima prescripcion ; porque
el derecho natural no puede por sí solo deter-
minar generalmente este último punto ; y si á
falta de tratados ha determinado la costumbre
en esta materia , deben conformarse con ella
las naciones entre las cuales se halle vigente
( prelim. §. 26. ).

CAPITULO XII.

DE LOS TRATADOS DE ALIANZA Y DE OTROS TRA-


TADOS PUBLICOS.

152. La materia de los tratados es una de


las mas importantes que las relaciones mútuas y
los derechos de las naciones pueden presentar-
nos. Harto convencidas estas de lo poco que hay
que fiar en las obligaciones naturales de los
cuerpos políticos , y en los deberes recíprocos
que la humanidad les impone , las mas pruden-
tes tratan de procurarse por medio de tratados
los socorros y las ventajas que la ley natural las
aseguraria , á no hacerla ineficaz los perniciosos
consejos de una falsa política.
386
Un tratado , en latin fœdus , es un pacto he-
cho con objeto del bien público por potestades
superiores , ya sea para siempre , ya por un tiem-
po de alguna duracion .
153. Los pactos que tienen por objeto los
negocios transitorios se llaman acuerdos , con-
venciones y compromisos ; los cuales se cumplen
y perfeccionan por un acto público , y no por
prestaciones reiteradas , y se consuman en su eje-
cucion de una vez para todas , á diferencia de
los tratados que reciben una ejecucion sucesiva,
cuya duracion es igual a la del tratado.
154. Solo las potestades superiores ó los so-
beranos que contraen en nombre del estado pue-
den hacer los tratados públicos ; y por eso no lo
son los convenios que los soberanos hacen en-
tre sí , en razon de sus negocios particulares , y
los de un soberano con un individuo .
El soberano que posee el imperio pleno y
absoluto , tiene sin duda derecho de tratar en
nombre del estado que representa , y sus obliga-
ciones ligan á toda la nacion . Pero no todos los
gefes de los pueblos tienen facultad de celebrar
por sí solos tratados públicos , sino que algunos
necesitan contar con el parecer del senado , ό
con los representantes de la nacion ; y en las le-
yes fundamentales de cada estado debe verse cuál
es la potestad de contraer válidamente en nom-
bre del estado.
Cuando decimos que los tratados públicos se
hacen solo por las potestades superiores , no es
nuestro ánimo suponer que los tratados de esta
naturaleza no puedan celebrarse por príncipes ó
comunidades que tengan derecho para ello , bien
dimane este derecho de la concesion del sobe-
rano , bien de la ley fundamental del estado,
387
bien de reservas , ó bien de la costumbre. Asi es
que los principes y las ciudades libres de Ale-
mania , no obstante su dependencia del empera-
dor y del imperio , tienen derecho de hacer alian-
zas con las potencias estrangeras ; pues las cons-
tituciones del imperio les dan en este punto , co-
mo en otros muchos , los derechos de la sobera-
nía ; y algunas ciudades de Suiza , aunque súbdi-
tas de un principe , han celebrado tambien alian-
zas con los cantones , cuyo derecho proviene del
permiso ó tolerancia del soberano , habiendo con-
currido despues un largo uso á establecerlo .
155. Un estado que se ha puesto bajo la pro-
teccion de otro , como que no pierde por este
hecho su cualidad de estado soberano ( Lib. 1. °
§. 192. ) , puede celebrar tratados y contraer alian-
zás , á menos que no haya renunciado espresa-
mente á este derecho en el tratado de protec-
cion. Pero este mismo tratado le ata para siem-
pre; de suerte que no puede comprometerse de
un modo que le contrarie ; es decir , que vaya
contra las condiciones espresas de la proteccion,
ό que envuelva repugnancia con cualquiera tra-
tado de esta clase ; y por eso el protegido no
puede prometer socorros al enemigo de su pro-
tector , ni concederle paso por su territorió.
156. Los soberanos tratan entre sí por el mi-
nisterio de sus procuradores ó mandatarios , re-
vestidos de poderes suficientes , y á quienes por
lo comun se les llama plenipotenciarios. Todas las
reglas del derecho natural sobre las cosas que
se hacen por comision son aplicables á este lu-
gar. Los derechos del mandatario se definen por
el mandato que se le da , del cual no puede se-
pararse un ápice ; pero su constituyente queda
obligado en todo lo que el mandatario promete
388
dentro de los términos de su comision , y segun
la estension de sus poderes.
Para evitar todo riesgo y dificultad los prín-
cipes se reservan hoy el ratificar lo que sus mi-
nistros han concluido en su nombre ; de modo
que el pleno poder no es otra cosa que una pro-
curacion cum libera , la cual , si debiese surtir su
pleno efecto , toda circunspeccion no estaria de
mas para concederla. Pero como los príncipes no
pueden ser compelidos sino por las armas á cum-
plir sus contratos , se acostumbra no tener por vá-
lidos sus tratados sino despues de haberlos apro-
bado y ratificado ; y como queda sin vigor ni fuer-
za hasta la ratificacion del príncipe todo lo que
ha concluido el plenipotenciario , arriesga menos
en darle un poder pleno . Mas para negarse hon-
rosamente á ratificar lo que en virtud de él se
ha concluido , es preciso que asistan al soberano
fuertes y sólidas razones , y que haga ver en par-
ticular que su ministro se ha separado de las ins-
trucciones que le dió.
157. Un tratado es válido , siempre que no
contenga vicio en el modo con que se concluyó;
y por lo mismo solo puede exigirse un poder bas-
tante en las partes contratantes , y su consenti-
miento mútuo declarado suficientemente.

158. La lesion no puede hacer un tratado in-
válido. El que se obliga debe pesar todas las co-
sas antes de cerrar el contrato ; puede hacer de
su bien lo que le agrade ; relajar sus derechos,
renunciar sus ventajas , como lo tenga por con-
veniente ; pero el aceptante no tiene obligacion.
de informarse de sus motivos y pesar su justo
valor. Si se pudiese deshacer un tratado , porque
en él se hallase lesion , nada habria estable en
los contratos de las naciones. Porque si las leyes
389
civiles pueden poner límites á la lesion , y deter-
minar por ellas el punto capaz de producir la nu-
lidad de un contrato , no sucede lo mismo con
los soberanos , quienes no reconocen juez nin-
guno ; y cómo hacer constar entre ellos la le-
sion ? Quién será el que determine el grado su-
ficiente de ella para invalidar un tratado ? La fe-
licidad y la paz de las naciones exigen manifies
tamente que los suyos no dependan de un me-
dio de nulidad vago , tan arriesgado .
159. Pero un soberano no está menos obli-
gado en conciencia á respetar la equidad , y á
observarla en cuanto es posible en todos sus tra-
tados. Y si acontece que uno concluido de bue-
na fe sin echar de ver en él iniquidad , se vuel-
ve despues en daño de un aliado , nada mas equi-
tativo , ni mas laudable y conforme á los debe-
res recíprocos de las naciones , que relajarlo en
cuanto es compatible con su dignidad , sin po-
nerse en peligro , ó sin sufrir una pérdida con-
siderable.
160. Si la simple lesion ó alguna desventaja
en un tratado no es suficiente para invalidarle,
lo mismo sucede con los inconvenientes que
atentarian á la ruina de la nacion . Puesto que
todo tratado debe hacerse por un poder sufi-
ciente , el pernicioso al estado es nulo y de nin-
gun modo obligatorio , porque ningun gefe de
una nacion tiene facultad para obligarse á cosas
capaces de destruir el estado , siendo asi que es-
te le confió el imperio en razon de su seguri-
dad. La nacion misma está obligada , necesaria,
mente á todo lo que exigen su conservacion y
seguridad ( Lib . 1 , §. 16 y sig. ) , y no puede
comprometerse de un modo contrario á estas
obligaciones indispensables. El año 1506 los es-
TOMO I. 27
390
tados generales del reino de Francia , reunidos
en Tours , indugeron á Luis XII á romper el
tratado que había hecho con el emperador Ma-
ximiliano y su hijo el archiduque Felipe , por-
que este tratado era pernicioso al reino . Se ha-
lló tambien que ni el tratado ni el juramento
que le habia acompañado , podian obligar al
Rey, el cual no tenia derecho de enagenar los
bienes de la corona. De este último medio de
nulidad hemos hablado en el capítulo 21 del
Libro 1 , S. 161.
161. Por la misma razon , esto es , por de-
fecto de poder es absolutamente nulo el tratado
que se haya hecho , fundándole en causa injusta ó
deshonesta ; pues nadie puede obligarse á hacer
cosas contrarias á la ley natural , y por eso pue-
de , ó mas bien debe , romperse una liga ofen-
siva formada con designio de despojar una na-
cion , de la cual no se ha recibido ninguna in-
juria.
162. Pregúntase si es permitido celebrar
alianza con una nacion que no profesa la reli-
gion misma , y si los tratados hechos con los
enemigos de la fe son válidos , cuya cuestion
trata difusamente Grocio en su tratado del De-
recho de la guerra y de la paz , lib. 2. cap. 15,
S. 8 y sig. Esta discusion podia ser necesaria
mientras el furor de los partidos obscurecia aun
los principios que habia hecho olvidar por largo
tiempo ; pero animémonos á creer que seria su-
perfluo en nuestro siglo. La ley natural sola ri-
ge en los tratados de las naciones , y la diferen-
cia de religion es absolutamente estraña en este
punto. Los pueblos tratan juntos en cualidad de
hombres , y no en la de cristianos ó musulma-
nes , y su salud comun exige que puedan tra-
391
tar entre sí, y tratar con seguridad . Toda reli-
gion que chocase en esto con la ley natural lle-
varia un carácter de reprobacion , y no pudiera
emanar del autor de la naturaleza, siempre cons-
tante y fiel á sí mismo . Pero si las máximas de
una religion van á establecerse por la violencia,
y á oprimir á todos los que no la reciben , la
ley natural prohibe favorecer esta religion , unir-
se sin necesidad á sus inhumanos sectarios , y la
salud comun de los pueblos los convida mas
á que se coliguen contra furiosos , y á que re-
priman fanáticos , que perturban el sosiego pú-
blico , y amenazan conmover á todas las naciones.
163. En derecho natural se demuestra que
el que promete á alguno , le da un verdadero
derecho para exigir la cosa prometida ; y que
por consiguiente no cumplir una promesa per-
pétua , es violar el derecho de otro , y una in-
justicia tan manifiesta como la de despojar de
su bien á cualquiera. Como el reposo , la dicha
y seguridad del género hnmano se apoyau en la
justicia , y en la obligacion de respetar los de-
rechos de otro , el respeto de los demas sobre
nuestros derechos de dominio y de propiedad
hace la seguridad de nuestras posesiones actua-
les , y la fe en las promesas es nuestro garante
para las cosas que no pueden ser ejecutadas en
el momento. Quimérica es toda seguridad , qui-
mérico todo comercio entre los hombres , si no
se creen obligados á guardarse fe y á cumplir su
palabra. Esta obligacion es , pues , tan necesaria
como natural é indudable entre las naciones
que viven juntas en el estado de naturaleza , y
que no conocen superior en la tierra para man-
tener el orden y la paz en la sociedad. Las na-
ciones y sus mandarines deben , pues , guardar
:
392
inviolablemente sus promesas y sus tratados ; y
esta gran verdad, aunque harto descuidada en
la práctica , está generalmente reconocida por
todas las naciones : ya Mahoma , segun Ockley
en su Historia de los sarracenos , tomo I , reco-
mendaba fuertemente á sus discípulos la obser-
vancia de los tratados . La nota de perfidia es
una injuria atroz entre los soberanos ; y en ver-
dad que el que no observa un tratado es segu
ramente pérfido , puesto que quebranta la fe.
Por el contrario , nada hay mas glorioso á un
príncipe y á su nacion como la reputacion de
una fidelidad inviolable en su palabra ; por cuya
prenda , aun mas que por su valor , se ha hecho
en Europa respetable la nacion suiza , y ha me-
recido que la busquen los más poderosos mo-
narcas , y la confien la guarda de su persona.
El parlamento de Inglaterra mas de una vez
ha dado gracias al Rey por su fidelidad y su
celo en socorrer á los aliados de la corona , y
esta grandeza de alma nacional es el manantial
de una gloria inmarcesible ; es la base de la con-
fianza de las naciones , y al fin un seguro ins-
trumento de poder y de esplendor.
164. Asi como las obligaciones de un trata-
do imponen de una parte una obligacion per-
fecta , producen de la otra un derecho perfecto;
y por tanto , violar un tratado es violar el de-
recho perfecto de aquel con quien se ha con-
traido , y por consecuencia hacer una injuria.
165. Comprometido ya el soberano por un
tratado , no puede hacer otro contrario al pri-
mero , porque las cosas que entran en el com
promiso no estan ya á su disposicion . Si sucede
que un tratado posterior se encuentra en algun
punto en contradiccion con otro mas antiguo,
393
el nuevo es nulo por lo respectivo á este pun-
to , como que dispone una cosa fuera de las fa-
cultades de aquel que parece disponer de ella;
pero adviertase que aqui se habla de los trata-
dos hechos con diferentes potencias . Si el anti-
guo tratado es secreto , habria una insigne mala
fe en concluir otro que le fuese contrario ; que
se encontrase nulo cuando se recurriese á él ; y
aun no es permitido formar pactos que en las
ocurrencias pudieran hallarse en oposicion con
este tratado secreto , y por lo mismo nulos , á
menos que no se esté en situacion de indemni-
zar nuevamente al nuevo aliado , porque de otro
modo seria engañar prometerle alguna cosa sin
advertirle que podrian presentarse casos en los
cuales careceria de libertad para realizar { su
promesa.
El aliado engañado de este modo es árbitro
sin duda de renunciar el tratado ; pero si pre-
fiere conservarle , subsiste en todos los puntos
que no estan en contradiccion con otro mas
antiguo.
166. Nada impide que un soberano pueda
firmar pactos de la misma naturaleza con dos ó
mas naciones , si se halla en estado de cumplir-
los al mismo tiempo, hacia los aliados. } Un tra+
tado de comercio con una nacion no impide,
por ejemplo , que en lo sucesivo se puedan ha-
cer otros iguales con diversos interesados , á no
ser que se haya prometido en el primero no
conceder á nadie las mismas ventajas. Tambien
pueden prometerse socorros de tropas á dos alia-
dos diferentes , si hay copia de ellas , ó si hay
apariencia de que no las necesiten ni uno ni
otro al mismo tiempo.
167. Pero si sucede lo contrario , el mas an-
394
tiguo es acreedor á la preferencia ; porque el
contrato era puro y absoluto hácia él , en lugar
de que no pudo someterse al segundo , sino re-
servando el derecho del primero ; y la reserva
es de derecho , y tácita si no se ha hecho es-
presamente.
168. La justicia de la causa es otra razon
de preferencia entre dos aliados , y aun no se
debe asistir á aquel cuya causa es injusta , ya séa
que tenga guerra con uno de nuestros aliados,
ya sea que la haga á un estado diferente ; por-
que fuera lo mismo que si se contratase una
alianza por una causa injusta , lo que no es per-
mitido ( §. 169. ) , y nadie puede obligarse váli-
damente á sostener la injusticia.
169. Grocio comienza por dividir los trata-
dos en dos clases generales : en la primera com-
prende á los que tocan simplemente á aquellas
cosas que ya producian una obligacion por el
derecho natural; y la segunda trata de todos
aquellos por los cuales uno se obliga á alguna
cosa de mas ( 1 ) . Tratados semejantes eran estre-
mamente necesarios entre los antiguos pueblos,
los cuales , como ya hemos observado , no se
creian obligados con las naciones que no esta-
ban en el número de sus aliadas ; y son útiles,
aun entre las naciones mas cultas , para asegu-
rar mucho mejor los socorros que pueden espe-
rar, para determinarlos , y saber sobre que pue-
den contar , para arreglar lo que no puede de-
terminarse generalmente por el derecho natural,
У obviar de este modo las dificultades , y las di-

(1) Derecho de la guerra y de la paz , lib, 2, cap. 15 ,


pár. 5.
395
versas interpretaciones de las leyes naturales. En
fin , como que en ninguna nacion es inagotable
el fondo de asistencia , es prudente ser detenido
en la concesion de un derecho propio en razon
de socorros que no podrian bastar á todo el
mundo.
De esta primera clase son todos los tratados
simples de paz y de amistad, cuando los contra-
tos que se hacen , nada añaden á los que los
hombres se deben como hermanos y como miem,
bros de la sociedad humana , como son los que
permiten el comercio , el pasage etc.
170. Si la asistencia y los oficios que se de-
ben en virtud de un tratado semejante llegan en
alguna circunstancia á ser incompatibles con los
deberes de una nacion hácia sí misma , ó con lo
que el soberano debe á su propia nacion , el ca-
so queda tácita y necesariamente esceptuado del
tratado ; porque ni la nacion , ni el soberano por
contribuir á la seguridad de su aliado , se han
podido obligar á abandonar el cuidado de la su-
ya propia y la del estado . Si el soberano nece-
sita para conservar su nacion , cosas que pro-
metió por el tratado , si , por ejemplo , se obli-
gó á proveer de granos , y en un tiempo de es-
casez tiene apenas para mantener su pueblo, de-
be sin dificultad preferir á su nacion ; porque ni
debe naturalmente la asistencia á un pueblo es-
trangero , sino en cuanto esta se halla en su ma-
no, ni pudo prometerla por un tratado , sino
bajo esta inteligencia , y no está en su poder qui-
tar la subsistencia á su nación para dársela á
otra : de modo , que la necesidad forma aquí una
escepcion, y no viola el tratado , porque no pue-
de satisfacerlo .
171. Los tratados en cuya virtud nace una
396
obligacion simple de no hacer daño á su aliado ,
de abstenerse hacia el de toda lesion , de toda
ofensa y de toda injuria, no son necesarios , y no
producen ningun nuevo derecho , como que ca-
da uno tiene naturalmente el perfecto de no su-
frir lesion , ni injuria , ni verdadera ofensa . Es-
tos tratados sin embargo son utilísimos Y ac-
cidentalmente necesarios entre aquellas naciones
barbaras , que se creen con derecho de atrever-
se á todo contra los estrangeros ; ni son útiles con
aquellos pueblos menos feroces , que sin despo
jarse á tal estremo de los sentimientos de hu.
manidad, hacen menos caso de una obligacion
natural que de las que ellos mismos contrajeron
por pactos solemnes ; ¡ y ojalá que este modo de
pensar se desterrase absolutamente de entre los
bárbaros ! Se ven efectos de ella demasiado fre-
cuentes entre los que decantan una perfeccion
bien superior á la de la ley natural ; pero el nom
bre de perfidia es pernicioso á los gefes de los
pueblos , y se hace temible tambien á los que
no se cuidan de merecer el nombre de virtuosos,
y saben sobreponerse á los remordimientos de
la conciencia.
12. Los tratados en los cuales se obliga uno
á cosas á que no estaba obligado por la ley na.
tural , son iguales ó desiguales.

Iguales son aquellos en los cuales se prome-
ten los contratantes cosas equivalentes , ó en fin
cosas, equitativamente proporcionadas , de suer-
te que su condicion es igual. Tal es , por ejem-
plo , una alianza defensiva , en la cual se estipu-
lan los mismos socorros reciprocos. Tal es una
alianza: ofensiva, en la cual se conviene en que
cada uno de los aliados dará el mismo número
de buques , de tropas de caballeria ó de infan-
397
tería , ó lo equivalente á buques , tropa y arti-
llería en dinero. Tal es tambien una liga ó con-
federacion en la cual el contingente de cada uno
de los aliados se regla con proporcion al interes
que toma , ó que puede tener al fin de ella ; asi
como el Emperador y el Rey de Inglaterra, pa-
ra empeñar á los Estados generales de las Pro-
vincias-Unidas en acceder al tratado de Viena
de 27 de Marzo de 1731 , consintieron en que
la república prometiese solamente á sus aliados
un socorro de 4000 infantes y 1000 caballos , aun-
que se obligasen cada uno á acudirla en caso de
ser atacada con 8000 infantes y 4000 caballos .
Tambien deben entrar en el número de los tra
tados iguales aquellos en que se espresa que los
aliados harán causa comun , y obrarán con todas
sus fuerzas ; pues aunque en efecto estas no sean
iguales , quieren los contrayentes considerarlas
como si lo fueran. A
Los tratados iguales pueden subdividirse en
tantas especies cuantas pueden ser diferentes los
negocios de los soberanos entre sí; y por tanto
tratan sobre las condiciones de comercio , sobre
su mútua defensa , sobre una sociedad de guer-
ra , sobre el tránsito que se conceden recípro.
camente ó que niegan á los enemigos de su alia-
do , sobre obligarse á no edificar castillos en cier-
tos sitios etc.; en cuyos pormenores seria inútil
entrár , pues basta lo generalmente establecido,
aplicable con facilidad á las especies particulares.
173. El respeto por la equidad obligamálas
naciones lo mismo que á los particulares ; y por
lo mismo deben observar inviolablemente la igual-
dad en los tratados , todo cuanto es posible . Cuan-
do las partes se hallan en estado de hacerse las
mismas ventajas recíprocas , exige la ley natural
398
que su tratado sea igual , á menos que no haya
alguna razon particular para separarse de la
igualdad , como fuera , por ejemplo , el recono-
cimiento de un beneficio presente , la esperanza
de hacerse inviolablemente adicta á una nacion,
ó algun otro motivo particular que escitase en
uno de los contrayentes un singular deseo de con-
cluir el tratado etc. Y si bien lo reflexionamos,
la consideracion de esta razon particular restitu-
ye al tratado la igualdad que parecia haber des-
aparecido de él por la diferencia de las cosas
prometidas.
Veo reirse á los pretendidos políticos de fa-
ma , que cifran toda su sutileza en engañar á
aquellos con quienes tratan , para disponer de tal
suerte las condiciones del tratado , que toda la
ventaja resulte en provecho de su amo. Lejos de
ruborizarse de una conducta tan contraria á la
equidad , á la franqueza y á la probidad natural,
hacen alarde de ello , y pretenden merecer el
nombre de famosos diplomáticos . ¿ Hasta cuan-
do se gloriarán los hombres públicos de lo que
cubriria de infamia á un particular ? El hombre
privado se rie tambien ( si es tal su conciencia )
de las reglas de la moral y del derecho ; pero
se rie con disimulo , y le seria arriesgado y per-
judicial burlarse en público ; y vemos que los
poderosos abandonan mas abiertamente lo ho-
nesto por lo útil . Pero acontece muchas veces
en pro del género humano , que esta utilidad les
es funesta ; y aun entre los soberanos el candor
y la franqueza suelen ser la politica mas segura.
Todas las sutilezas , todas las tergiversaciones de
un famoso ministro , con ocasion de un tratado
muy interesante para la España, influyeron al cabo
en su confusion y en perjuicio de su amo, mien-
399
tras que la buena fe y la generosidad de la In-
glaterra con sus aliados , ademas de procurarla
un crédito inmenso , la ha encumbrado al mas
alto estado de influencia y consideracion .
174. Cuando se habla de los tratados igua-
Jes se concibe una doble idea de igualdad en
los pactos , y de igualdad en la dignidad de las
partes contratantes. Es menester quitar toda equi-
vocacion , y para este efecto se puede distinguir
entre los tratados y las alianzas iguales. Trata-
dos iguales serán aquellos en que se guarda igual-
dad en las promesas , como acabamos de espli-
car ( S. 172. ) ; y alianzas iguales , aquellas en
que se trata de igual a igual , sin poner ninguna
diferencia en la igualdad de los contratantes ; ό
ó
á lo menos no admitir superioridad muy notable ,
sino solo alguna de honor ó de rango. Asi los
Reyes tratan con el Emperador de igual á igual ,
aunque le ceden el paso sin dificultad ; y las
grandes repúblicas tratan con los Reyes de igual
á igual, á pesar de la preeminencia que en el
dia les ceden , y asi es como todo verdadero so-
berano deberia tratar con el nas alto monar-
ca , puesto que es tan soberano é independiente
como él (§. 37.).
175. Llámanse tratados desiguales en los que
los aliados no prometen las mismas cosas ó el
equivalente , y alianza desigual aquella en que se
halla diferencia en la desigualdad de las partes
contratantes . Es verdad que por lo regular un
tratado desigual será al mismo tiempo una alian-
za desigual , porque los grandes potentados no
acostumbran regularmente á dar mas de lo que
se les da , ni á prométer mas de lo que se les ha
prometido , como no sean recompensados por
otra parte en gloria y honores ; ó al contrario,
400
á con-
porque un estado mas débil no se somete
diciones onerosas , sin obligarse á reconocer tam-
bien la superioridad de su aliado.
Estos tratados desiguales , que son al mismo
tiempo alianzas desiguales , se dividen en dos
especies. La primera , de aquellos en que la
igualdad se halla de parte de la potencia mas
considerable, y la segunda comprende los tra-
tados cuya desigualdad está de parte de la po-
tencia inferior.
En la primera especie , sin atribuir al mas
poderoso derecho alguno sobre el mas débil , se
le da solamente una superioridad de honores y
de consideracion , segun ya hemos dicho en el
Lib. 1. §. 5. Muchas veces queriendo un gran
monarca unir á sus intereses un estado mas dé-
bil , le propone condiciones ventajosas , le pro-
mete socorros gratuitos ó mayores que los que
estipula para él ; pero se atribuye al mismo tiem-
po una superioridad de dignidad , exige respe-
tos de su aliado , y este último punto es el que
hace la alianza desigual ; en lo cual debemos
detenernos y proceder con miramiento ; porque
guardémonos de confundir con estas alianzas
aquellas en que se trata de igual á igual , aunque
el mas poderoso de los aliados por razones parti-
culares dé mas de lo que recibe , y prometa so-
corros gratuitos , sin exigirlos tales , ó socorros
mas considerables , ó tambien que le asistan con
todas sus fuerzas ; y aqui la alianza es igual,
pero el tratado desigual; si no es verdad por
otra parte que el que da lo mas , teniendo ma-
yor interes en concluir el tratado , queda tam-
bien igual por esta consideracion . Asi es que
hallándose la Francia implicada en una guerra
con la casa de Austria, y queriendo el cardenal
401
de Richelieu humillar á esta formidable poten-
cia , hizo , como ministro hábil , con Gustavo
Adolfo un tratado , cuya ventaja se presentaba
toda de parte de la Suecia. Al considerar solo
las estipulaciones , se hubiera dicho que el tra
tado era desigual ; pero los frutos que de él sa-
có la Francia compensaron sobradamente esta
desigualdad. La alianza de la Francia con los
suizos es tambien un tratado desigual , si nos
paramos en las estipulaciones ; pero el valor de
las tropas suizas , y la diferencia de intereses y
necesidades constituyen mucho tiempo hace la
igualdad. La Francia , muchas veces implicada
en guerras sangrientas , ha recibido de los sui-
zos servicios importantes , y el cuerpo helvético ,
sin ambicion ni espíritu de conquista , puede vi-
vir en paz con todo el mundo ; nada tiene que
temer desde que ha hecho conocer á los ambi-
ciosos que el amor de la libertad da á la nacion
fuerzas suficientes para la defensa de sus fron-
teras. Esta alianza ha podido en cierto tiempo
parecer desigual, porque nuestros mayores es-
tudiaban poco el ceremonial ; pero realmente,
y sobre todo desde que se reconoció por el im-
perio mismo la independencia helvética , no hay
duda en que la alianza es desigual; aunque el
cuerpo helvético ceda sin dificultad al Rey de
Francia toda la preeminencia que el uso mo-
derno de la Europa atribuye á las testas corona-
das , y sobre todo á los monarcas de primer
orden.
Los tratados en que se encuentra la desigual
dad de parte de la potencia inferior , es decir,
los que imponen al mas debil obligaciones mas
estensas , mayores gravámenes , ó le obligan á
cargas pesadas y desagradables ; estos tratados des-
402
iguales son siempre al mismo tiempo alianzas
desiguales , porque jamas sucede que el mas dé-
bil se someta á condiciones onerosas , sin que
tenga que reconocer al mismo tiempo la supe-
rioridad de su aliado ; y por lo mismo , ó bien
el vencedor impone por lo regular estas con-
diciones , ó bien son dictadas por la necesidad
que obliga á un estado débil á buscar la pro-
teccion o asistencia de otro mas poderoso , y
por lo mismo reconoce su inferioridad. Por otra
parte esta desigualdad , hija de la fuerza , en
un tratado de alianza humilla y deprime su dig-
nidad , al paso que ensalza la del aliado mas po-
deroso , porque sucede tambien , que no pu-
diendo el mas débil prometer los mismos socor-
ros que el mas poderoso , es preciso que los com-
pense por pactos que le hagan inferior á su
aliado , y aun muchas veces que le sometan en
ciertos puntos á su voluntad. De esta especie son
todos los tratados en que el mas débil se obliga
solo á no hacer la guerra sin su consentimiento
al mas fuerte , á tener los mismos amigos y ene-
migos que él , á mantener y respetar su mages-
tad , á no conservar plazas fuertes en ciertos lu-
gares , á no alistar ni asonar soldados en ciertos
paises libres , á no dar sus buques de guerra , ni
á construir otros , como lo hicieron los Cartagi-
neses con los Romanos , y á sostener un núme-
ro determinado de tropas activas y permanen .
tes etc. Estas alianzas desiguales se subdividen
en dos especies , la una de aquellas que atentan
á la soberanía , y la otra de las que no aten-
tan , sobre lo cual ya hemos insinuado alguna
cosa en los capítulos 1 y 16 del libro primero.
La soberanía subsiste en su integridad cuan-
do ni se ha transferido al aliado superior nin-
403
guno de los derechos que la constituyen , ni en
el ejercicio que se puede hacer de ellos se le ha
hecho dependiente de su voluntad ; pero la so-
beranía se menoscaba cuando se cede á un alia-
do alguno de sus derechos , ó tambien si el ejer-
cicio de ellos se hace depender simplemente de
la voluntad de este aliado. El tratado , por ejem-
plo, de ningun modo menoscaba la soberanía ,
si el estado mas débil se limita á prometer que
no atacará á una nacion sin el consentimiento
de su aliado ; porque en semejante promesa ni
se despoja de su derecho , ni tampoco somete
su ejercicio , pues solo consiente una restric-
cion á favor de su aliado , y de esta manera no
sufre su libertad mas diminucion que la nece-
saria en toda suerte de promesas ; y todos los
dias estamos viendo sujetarse á iguales reser-
vas en alianzas perfectamente iguales. Pero pac-
tar no hacer guerra á quien quiera que sea sin
el consentimiento de un aliado que por su par-
te no hace la misma promesa , es contraer una
obligacion desigual con diminucion de la sobe-
ranía ; porque es despojarse de una de las par-
tes mas importantes del poder soberano , ó so-
meter su ejercicio á la voluntad de un estraño .
Como los Cartagineses prometiesen en el tra-
tado que puso fin á la segunda guerra púnica
de no batallar con nadie sin el consentimiento
del pueblo romano , desde entonces y por esta
razon , se les consideró como dependientes de
los Romanos.
176. Cuando un pueblo se ve en la precision
de recibir la ley , puede renunciar legítimamente
á sus tratados precedentes , si se lo exige aquel
con quien está obligado á confederarse ; pues
como pierde entonces una parte de su soberanía,
404
sus tratados antiguos se desvanecen con la poten.
cia que los habia concluido. Y es una necesidad
que no puede imputársele , porque si tendria el
justo derecho de someterse absolutamente y re-
nunciar á su soberano , si le era necesario por sal-
varse , con mayor razon , constituido en la mis-
ma necesidad tiene tambien el derecho de aban-
donar á sus aliados ; bien es verdad que un pue-
blo generoso agotará todos sus recursos antes que
prestarse á una ley tan dura y humillante.
177. Siendo por lo general un deber de toda
nacion ser celosa de su gloria , mantener con
cuidado su dignidad y conservar su independen-
cia , no debe sino en la estremidad , ó por razo-
nes de la mas alta importancia , llegar á con-
traer una alianza desigual ; lo cual mira sobre
todo á los tratados en que la igualdad versa de
parte del aliado mas débil , y con mas razon de
las alianzas desiguales que atacan la soberanía.
Pero las naciones valientes , magnánimas y gene-
rosas no se prestan á recibirlas , como no sea de
las manos de la necesidad.
178. Diga lo que quiera una política intere.
sada , la necesidad pide , ó substraer absoluta-
mente los soberanos á la autoridad de la ley na-
tural , ó convenir en que sin justas razones no
les es lícito, obligar á los estados mas débiles á
comprometer su dignidad , y mucho menos su
libertad en una desigual alianza ; pues las nacio-
nes se deben los mismos socorros , las mismas
consideraciones y la misma amistad que los par-
ticulares , viviendo en el estado de la natura-
leza ; y lejos de tratar de envilecer á los débi
les y de despojarlos de sus mas preciosas ven-
tajas , respetarán y mantendrán su dignidad y
su libertad , si las inspira la virtud , mas bien
405
que el orgullo , si el pundonor mas bien que un
interes grosero son su móvil : pero ¿ qué digo ? si
son bastantes instruidas para conocer sus verdade-
ros intereses . Nada hay que afirme mas segura-
mente el poder de un gran monarca que su mi-
ramiento con todos los soberanos . Cuanto mas
considere á los débiles , mas estimacion y respeto
le tributarán , pues aman á una potencia que no
las hace sentir su superioridad por sus benefi-
cios , se unen á él como á su apoyo , y el mo-
narca se hace el árbitro de las naciones ; en lugar
de que hubiera sido el objeto de sus celos y de
sus temores , si se hubiese comportado orgullo
samente , y quizá hubiera llegado un dia á su-
cumbir bajo sus esfuerzos reunidos.
179. Pero como el débil debe aceptar con
reconocimiento , en caso de necesidad , la asis-
tencia del mas poderoso , y no negarle los ho-
nores y deferencias que lisonjean al que las re-
cibe sin humillacion del que las rinde , nada es
mas conforme tambien á la ley natural , que una
asistencia generosa de parte del estado mas po-
deroso sin exigir retribucion , ó por lo menos ,
sin exigir la equivalente ; y aun sucede en este
caso que lo util se encuentra en la práctica del
deber. La buena política no permite que una
gran potencia sufra la opresion de los pequeños
estados circunvecinos ; pues si los abandona á la
ambicion de un conquistador , bien pronto se le
hará este formidable. Asi es que ordinariamente
los soberanos , bastante fieles á sus intereses , no
faltan á esta máxima ; y de aqui provienen aque-
llas alianzas tan pronto contra la casa de Aus-
tria , como contra su rival , segun que se alza
predominante el poder de una ó de otra ; y de
aqui proviene tambien aquel equilibrio , obje-
TOMO I. 28
406
to perpétuo de negociaciones y de guerras.
Cuando una nacion débil y pobre necesita
otra especie de asistencia , como si se halla en es-
casez , ya hemos visto ( S. 5. ) que las que tienen
víveres deben suministrarselos por su justo valor;
y aun seria muy propio de la humanidad dárse-
los á bajo precio , y tambien hacerles un don gra-
tuito de ellos si no tiene con que pagárselos , pues
hacérselos comprar por una alianza desigual , y
sobre todo á espensas de su libertad , tratándola
como José trató en otro tiempo á los egipcios,
seria una dureza tan escandalosa , como dejarla
perecer de hambre.
180. Pero hay casos en que la desigualdad de
los tratados y de las alianzas , dictada por alguna
razon particular , no es contraria á la equidad ,
ni por consiguiente á la ley natural ; y estos ca-
sos por lo general son todos aquellos en que los
deberes de una nacion hácia si misma ó hacia
las demas , la inducen á separarse de la igualdad.
Por ejemplo , un Estado débil quiere sin necesi-
dad construir una fortaleza que no será capaz de
defender en un sitio , en que seria muy perjudi-
cial á su vecino , si algun dia llegaba á caer en
manos de un enemigo poderoso ; en cuyo caso
este vecino puede oponerse á la construccion de
la fortaleza y si no le conviene pagar la compla-
cencia que pide , puede obtenerla amenazando
romper por su parte los caminos de comunica-
cion , prohibir todo comercio , construir fortale-
zas , ó poner un ejército en la frontera , mirar
este pequeño estado como sospechoso , etc. Es ver-
dad que impone una condicion desigual ; pero el
cuidado de su propia seguridad le autoriza para
ello , lo mismo que puede oponerse á la cons-
truccion de una calzada ó camino real que faci-
407
litase á su enemigo la entrada en sus estados . La
guerra podria ofrecernos otros muchos ejemplos;
pero se abusa muchas veces de un derecho de
esta naturaleza , y por tanto es necesaria tanta
moderacion como prudencia para evitar que de-
genere en opresion.
Los deberes hácia otro aconsejan tambien al-
gunas veces , y autorizan la desigualdad en el sen-
tido contrario , sin que por eso pueda increparse
al soberano de que se falte á sí mismo ó á su pue-
blo ; y por eso el reconocimiento y el deseo de
manifestar su sensibilidad por un beneficio con-
ducirá á un soberano generoso á coligarse con
gusto , y á dar en el tratado mas de lo que recibe.
181. Tambien pueden imponerse con justicia
las condiciones de un tratado desigual , ó si se
quiere de una alianza desigual por forma de pe-
na , para castigar á un injusto agresor , y poner-
le en la impotencia de dañarnos impunemente en
lo sucesivo. Tal fue el tratado á que el primer
Escipion africano obligó á los Cartagineses , des-
pues que derrotó á Anibal. El vencedor dicta mu-
chas veces semejantes leyes , y no por eso vul-
nera la justicia ni la equidad , si se contiene en
los límites de la moderacion , despues que ha
triunfado en una guerra justa y necesaria.
182. Los diferentes tratados de proteccion , y
aquellos en virtud de los cuales se hace un esta-
do tributario ó feudatario de otro , forman otras
tantas especies de alianzas desiguales , segun he-
mos dicho en los capítulos 1.º y 16 del libro 1.º
183. Por una division general de los tratados
ó de las alianzas se las distingue en alianzas per-
sonales y reales. Las primeras se refieren á la per-
sona de los contratantes , los cuales quedan res-
tringidos , y por decirlo asi , inherentes á ella , y
408
las alianzas reales se refieren únicamente á las
cosas de que se trata sin dependencia de los con-
tratantes.
La alianza personal espira con el que la con-
trajo.
La alianza real sigue inherente al cuerpo mis-
mo del estado , y subsiste tanto como él si no ha
señalado el tiempo de su duracion. Pero adviér-
tase que es importantísimo no confundir estas dos
suertes de alianzas ; por cuya razon acostumbran
en el dia los soberanos á esplicarse en sus trata-
dos de modo que no dejen ninguna incertidum-
bre en este punto , y es sin duda lo mejor y mas
seguro. En defecto de esta precaucion , la mate-
ria misma del tratado , ó las espresiones en que
está concebido , pueden presentar los medios de
reconocer si es real ó personal, sobre lo cual da-
remos algunas reglas generales ( 1 ).
184. Primeramente , porque los nombres de
los soberanos que contraen se espresen en el tra-
tado , no por eso debemos concluir que sea per-
sonal , porque muchas veces insertamos en él el
nombre del soberano que gobierna actualmente
con el objeto de mostrar con quien se concluyó,
y no para dar á entender que se trató con él per-
sonalmente; cuya observacion de los jurisconsul-
tos Pedio y Ulpiano se halla repetida por todos
los autores (2).
185. Toda alianza hecha por una república
es real por su naturaleza , porque se refiere úni-
camente al cuerpo del estado. Cuando un pueblo

(1 ) La cuadruple alianza de 22 de Abril de 1834 en-


tre España , Portugal , Inglaterra y Francia es segun es-
tos principios una alianza ó tratado real.
(2) Digest. lib. 2 , tit. 14. De pactis , leg.- 7, §. 3.
409
libre , ó un estado popular , ó una república aris-
tocrática , hacen una alianza , es el estado mis-
mo el que contrae , sin que sus obligaciones es-
piren con la vida de los que las contrajeron , por
que si bien los miembros del pueblo , ó de la re-
gencia , cambian y se suceden, el estado siempre
es el mismo .
Supuesto que un tratado semejante mira di-
rectamente al cuerpo del estado , es claro que
subsiste , aunque la forma de la república llegue
á cambiar , y aun cuando se transformase en mo-
narquia ; porque el estado y la nacion son siem-
pre los mismos , por cambio que se haga en la
forma de gobierno , y el tratado hecho con la na-
cion conserva su fuerza mientras la nacion exis-
ta. Pero es manifiesto que deben esceptuarse de
la regla todos los tratados que se refieren á la
forma del gobierno ; y por eso dos estados po-
pulares que han tratado espresamente , ó que apa-
recen con evidencia haber tratado con objeto de
mantenerse de concierto en su estado de liber-
tad y de gobierno popular , cesan de ser aliados
en el momento que uno de los dos se somete al
imperio de uno solo.
186. Todo tratado público concluido por el
Rey ó por otro cualquier monarca , es un trata-
do del estado por el cual se obliga todo el esta-
do, ó la nación á quien el Rey representa , y cu-
yo poder y derechos ejerce. Parece , pues , á pri-
mera vista que todo tratado público debe presu-
mirse real , como concerniente al estado mismo;
pero aqui no se duda sobre la obligacion de ob-
servar el tratado , sino que se trata de su dura-
cion . Esto supuesto hay lugar muchas veces á du-
dar si los contratantes pretendieron estender los
compromisos recíprocos mas allá de su vida , y li-
410
gar á sus sucesores. Las conjeturas cambian ; una
carga en el dia ligera puede hacerse insoporta-
ble , ó muy onerosa en otras circunstancias : no
és menos variable el modo de pensar de los so-
beranos , y hay cosas en que es conveniente que
cada príncipe disponga con libertad segun su sis-
tema. Tambien hay otras que se concederán vo-
luntariamente á un Rey , y no se querrán permi-
tir á otro, y por lo mismo es necesario buscar en
los términos del tratado , ó en la materia que ha-
ce el objeto de ellos , el modo de descubrir la in-
tencion de los contratantes .
187. Los tratados perpétuos ó hechos por un
tiempo determinado , son reales , puesto que su
duración no puede depender de la vida de los
contratantes .
188. Asimismo , cuando un Rey declara en
su tratado que lo hace para él ó sus sucesores,
es claro que el tratado es real ; porque se une
al estado , y se hace para que dure tanto como
el reino mismo .
189. Cuando un tratado dice espresamente
que está hecho por el bien del reino , es un in-
dicio manifiesto de que los contratantes no han
pretendido hacerlo dependiente de la duracion
de su vida, sino mas bien unido á la duracion
del reino , en cuyo caso el tratado es real.
Prescindiendo de esta declaracion , cuando
se hace un tratado para procurar á la nacion una
ventaja subsistente , no hay un fundamento para
creer que el príncipe que le concluyó , quiso li
mitar su duración á la de su vida ; pues un tra-
tado semejante debe pasar por real , á menos
que muy poderosas razones hagan ver que aquel
con quien se concluyó , no concedió esta mis-
ma ventaja de que se trata , sino en considera-
411
cion á la persona del príncipe , entonces reinan-
te , y como un favor personal ; en cuyo caso el
tratado termina con la vida de este príncipe , co-
mo que espira con él la razon de la concesion;
pero es violenta y dificil de presumirse esta re-
serva , porque parece que si la hubiera tenido
en su ánimo , la habria debido esplicar en el tra-
tado.
190. En caso de duda , y cuando nada hay
que establezca claramente ó la personalidad ó la
realidad de un tratado ; se le debe presumir real si
se versa sobre cosas favorables , y personal si en él
se versan materias odiosas, Entiéndense aqui por
cosas favorables las que atienden á la comun
utilidad de los contratantes , y favorecen igual-
mente á entrambas partes ; y por cosas odiosas
se entienden las que gravitan sobre una parte
sola , ó bien cargan sobre ella mas bien que so-
bre la otra. En el capítulo de la interpretacion
de los tratados hablarémos sobre esto con mas
estension , debiendo tenerse presente desde aho-
ra , que nada hay mas conforme á la razon y á
la equidad que esta regla : luego que falta la cer-
teza en los negocios de los hombres , es necesario
recurrir á las presunciones . Esto supuesto , si los
contratantes no se han esplicado con toda cla-
ridad , nada mas natural , cuando se trata de co-
sas favorables igualmente ventajosas á los dos
aliados , que pensar que su intencion fue cele-
brar el tratado real , como mas útil á sus reinos,
y en caso de engañarse en esta presuncion , á
ninguno de los dos se le causa perjuicio . Pero si
los tratados tienen algo de odioso , y si uno de
los estados contratantes se encuentra sobrecarga-
do , ¿ cómo es posible presumir que el príncipe
que suscribió a obligaciones semejantes quisiera
412
imponer esta carga perpetuamente sobre su reino?
Presúmese que todo soberano quiere la conserva-
cion y ventaja del estado que se le confió , y no se
puede suponer que consintiese sufrir para sien-
pre una obligacion onerosa . Si la necesidad le
hacia una ley en esto , su aliado debia habérselo
hecho esplicar claramente , y es probable que es-
te no hubiera faltado á un requisito esencial , sa-
biendo que los hombres , y particularmente los
soberanos , suelen no someterse á cargas pesadas
y desagradables , como no se les obligue á ello
formalmente. Si sucede que la presuncion enga-
ñe y le haga perder alguna cosa de su derecho,
es en virtud de su negligencia ; y añadimos , que
si uno ú otro deben perder de su derecho ; me-
nos ofendida quedará la equidad por la pérdida
que uno haga de su ganancia , que quedaria por
el daño que se causase al otro ; y esta es la fa-
mosa distincion de lucro captando , et de damno
vitando.
Entre las materias favorables se cuentan sin
dificultad los tratados iguales de comercio , pues
que en lo general son ventajosos y muy confor-
mes á la ley natural. Por lo que toca á las alian-
zas hechas para la guerra , dice Grocio con razon
en su Derecho de la guerra y de la paz , lib. 2,
cap. 16 , S. 16. que las alianzas defensivas tie .
nen mas de favorable , y que las alianzas ofensi-
vas se inclinan mas á lo desfavorable y á lo odioso.
No podemos menos de tocar brevemente es-
tas discusiones para no dejar vacío tan chocante ;
pues por lo demas apenas se usan en la prácti-
ca , y los soberanos observan generalmente en el
dia la sabia precaucion de fijar con claridad la
duracion de sus tratados con estas palabras : pa-
ra ellos y sus sucesores , para ellos y sus reinos
413
perpétuamente, para un cierto número de años etc.;
ó bien tratan para el tiempo de su reinado sola-
mente en un negocio que les es propio , ó en
favor de su familia etc.
191. Puesto que los tratados públicos , aun
los personales , concluidos por un Rey ó por cual-
quiera otro soberano que tiene poder para ello ,
son tratados del Estado , y obligan á toda la na-
cion ( §. 186. ) , los que son reales por haberse
hecho para subsistir independientemente de la
persona que los ha concluido , obligan sin duda
á sus sucesores. La obligacion que imponen al Es-
tado pasa sucesivamente á todos sus gefes , segun
entran á tomar las riendas del gobierno , lo cual
sucede tambien con los derechos que se adquie-
ren por estos tratados , como que se adquieren
para el Estado y pasan á sus gefes sucesivos .
Hoy es costumbre bastante general que el suce-
sor confirme ó renueve las alianzas , aunque sean
las reales , concluidas por sus predecesores ; y la
prudencia quiere que no se descuide esta pre-
caucion , pues que al fin los hombres hacen mas
caso de una obligacion que ellos contrajeron es-
presamente , que de la que se les ha impuesto por
otro , ó con la que se hallan cargados de un mo-
do tácito ; y esto es por lo que creen su palabra
empeñada en la primera , y su conciencia sola en
en las demas.
192. Los tratados que no tienen tracto suc-
cesivo , ni tienen que reiterarse sino que son con-
cernientes á actos transitorios , únicos y que
se consuman de una vez , si no se les quiere dar
otro nombre ( §. 153. ) ; estos convenios ó pactos
que se cumplen de una vez para todas (y no por
actos sucesivos) , desde que recibieron su ejecu-
cion son cosas consumadas y fenecidas. Si son
414
validos tienen por su naturaleza un efecto per-
pétuo é irrevocable, y no se repara en ellos, cuan-
do se trata de investigar si un tratado es real ó
personal. Puffendorf nos da por reglas en esta
investigacion ( Derecho de gentes , lib. 8 , cap. 9,
$. 8.) 1. Que todos los sucesores deben guardar
todos los tratados de paz hechos por sus prede-
cesores. 2. Que un sucesor debe guardar todos
los convenios legitimos , por los cuales su prede-
cesor ha transferido algun derecho á un tercero.»
Pero esto es salirse visiblemente de la cuestion ,
y decir que lo hecho válidamente por un prínci
pe no puede anularse por su sucesor . ¿ Y quién
duda de ello ? El tratado de paz por su natura-
leza se hace para durar perpétuamente , y una vez
debidamente concluido y ratificado , es un nego-
cio consumado , que es necesario cumplir por
una y otra parte , observándole segun su tenor;
y si se ejecuta al momento , todo está fenecido.
Si el tratado contiene obligaciones relativas á cum-
plimientos sucesivos y reiterados, se tratará siempre
de examinar, segun las reglas que acabamos de dar,
si en este punto es real o personal , y si los con-
tratantes pretendieron obligar á sus sucesores á su
cumplimiento , ó bien si lo prometieron solo tem-
poralmente , durante su reinado. Asimismo lue-
go que en virtud de un convenio legítimo se
transfiere un derecho , deja de pertenecer al Es-
tado que le cedió , y el negocio queda fenecido .
Si el sucesor encuentra algun vicio en el acta y lo
prueba, no es pretender que el convenio no le obli-
gue y rehusar cumplirlo, sino mostrar que de nin-
gun modo se hizo, porque un acto vicioso é invá-
lido es siempre nulo, y se reputa como no sucedido.
193. No es de menor utilidad en esta cues-
tion la tercera regla de Puffendorf concebida en
415
estos términos : «si habiendo ya llevado á ejecu-
cion el otro aliado alguna cosa de que era res-
ponsable en virtud del tratado , llega el Rey á fa-
Ilecer antes de que surtiese efecto por su parte
aquello á que se habia comprometido , es deuda
indispensable del sucesor suplir lo que falte. Por-
que habiendo cedido en beneficio del Estado , ό ó
por lo menos héchose con este objeto , lo que
el otro aliado ejecutó bajo , condicion de recibir
el equivalente , es claro que si no se efectúa lo
que habia estipulado , adquiere entonces el mis-
mo derecho que un hombre que pagó lo que no
debia ; y así el sucesor está obligado , ó á indem-
nizarle enteramente de lo que hizo ó de lo que
dió , ó de cumplir por sí mismo aquello á que se
obligó su predecesor. » Todo esto , digo , que es
estraño á nuestra cuestion ; porque si la alianza
es real, subsiste á pesar de la muerte de uno de
los contratantes ; Ꭹ si es personal , espira con ellos
ó con uno de los dos (S. 183. ) . Pero cuando una
alianza personal viene á espirar de esta manera,
saber á quien está obligado uno de los estados
aliados , en caso que el otro ejecutase alguna co-
sa en virtud del tratado , es otra cuestion que
se decide por distintos principios , y es necesario
distinguir la naturaleza de lo que se hizo en
cumplimiento del tratado. Si se reduce á que se
cumplan ciertas y determinadas cosas que se pro-
meten recíprocamente por modo de cambio ó co-
sa equivalente , no hay duda que el que recibió
debe dar lo que mútuamente prometió , si quie-
re mantener 10 estipulado ; y asi tiene obligacion
de cumplirlo y si no lo está , ni lo quiere cum-
plir , debe restituir lo que recibió , debe reponer
las cosas en su primer estado , ó indemnizar al
aliado que dió. Portarse de otra manera seria re-
416
tener el bien de otro ; y es el caso de un hombre
no que pagó lo que no debia , sino que pagó ade-
lantado alguna cantidad , que no se habia libra-
do contra él. Pero si se tratase en el convenio
personal de prestaciones inciertas y contingentes,
que se cumplen cuando llega la ocasion , y de
promesas que á nada obligan mientras que no
llegue el caso de llenarlas , la reciprocidad y mú-
tuo cumplimiento de semejantes cosas solo se de-
be igualmente cuando la ocasion las exige , y lle
gado el término de la alianza nadie está obliga-
do á nada . Supongamos que en una alianza de-
fensiva se hayan prometido recíprocamente dos
Reyes un socorro gratuito durante su vida ; que
el uno de ellos se ve acometido , que su aliado le
socorre y muere antes que el otro le socorra mú-
tuamente ; en este caso feneció la alianza , y el
sucesor del difunto no tiene obligacion ninguna,
como no sea que deba seguramente manifestar-
se reconocido con el soberano que prestó á su
Estado un socorro saludable. Por lo mismo no
es de creer que por esto se encuentre ofendido
en la alianza el que dió socorro sin recibirlo;
porque su tratado era uno de aquellos contra-
tos fortuitos , cuyas ventajas ó desventajas depen-
den del acaso , y asi como perdió , pudo tambien
ganar. Aqui pudiera preguntarse : puesto que es-
pira la alianza personal con la muerte de uno de
sus aliados , si el que sobrevive con la idea de
que debe subsistir con el sucesor llena el trata-
do por su parte, le defiende el pais , salva alguna
de sus plazas ó suministra víveres á su ejército,
¿ qué hará el soberano que recibe socorros de es-
ta naturaleza ? Debe sin duda ó dejar en efecto
subsistir la alianza , como el aliado de su prede-
cesor creyó que debia subsistir , lo que seria una
417
renovacion tácita ó una estension del tratado ; ó
debe pagar el servicio real que recibió , segun una
justa estimacion de su importancia , si no quiere
continuar en la alianza ; en cuyo caso podriamos
decir con Puffendorf, que el que hizo un servi-
cio semejante adquiere el derecho del que pagó
lo que no debia.
194. Como la duracion de una alianza per-
sonal se limita á la persona de los soberanos
contratantes , espira la alianza si uno de los dos
deja de reinar por cualquier causa que sea ; por-
que han contratado como soberanos , y el que
cesa de reinar no existe como tal , aunque viva
todavia como hombre.
195. No siempre tratan los Reyes única y
directamente en favor de su reino ; pues algu-
nas veces en virtud del poder de que se hallan
revestidos , hacen tratados relativos á su perso-
na ó á su familia ; y pueden hacerlos legítima-
mente , porque redunda en bien del estado la
seguridad y ventaja bien entendida del Soberano.
Estos tratados son personales por su naturaleza ,
y se estinguen con el Rey ó con su familia. Taĺ
es una alianza hecha para la defensa de un Rey
y la de su familia .
196. Se pregunta si esta alianza subsiste con
el Rey y la familia Real , aun cuando por algu-
na revolucion queden privados de la corona.
Acabamos de observar ( §. 194. ) , que una alian-
za personal espira con el reinado del que la con-
trajo ; pero esto se entiende de una alianza con
el Estado , limitada en cuanto á su duracion al
reinado del Rey contratante , y aquella de que
aqui se trata es de otra naturaleza. Aunque li-
ga ' al Estado , pues que le ligan todos los actos
públicos del Soberano , se hace directamente en
418
favor del Rey y de su familia , y seria absurdo
que feneciese cuando mas la necesitan , y por el
acontecimiento contra el cual se hizo . Por otra
parte un Rey no pierde su cualidad solo por-
que pierde la posesion de su reino ; pues si un
usurpador le despoja de él injustamente , ó bien
le despojan unos rebeldes , conserva sus dere-
chos , en nombre de los cuales se hicieron sus
alianzas.
Pero ¿ quién juzgará si un Rey es despojado
legitimamente ó por violencia ? Una nacion in- .
dependiente no reconoce juez ; y si el cuerpo
de la nacion declara al Rey destituido de su de-
recho por el abuso que de él quiso hacer , y
le depone , puede hacerlo con justicia cuando
hay motivos fundados para ello , y no pertenece
á ninguna otra potencia ser juez en este asun-
to. El aliado personal de este Rey no debe pues
asistirle contra la nacion que ha usado de su
derecho deponiéndole , y la causa injuria si lo
emprende. La Inglaterra declaró la guerra á
Luis XIV en 1688 , porque sostenia los intereses
de Jaime II , depuesto en debida forma por la
nacion ; y se la declaró segunda vez à principio
del siglo , porque este príncipe reconoció bajo
el nombre de Jaime II al hijo del Rey depues-
to . En los casos dudosos , y cuando el cuerpo
de la nacion no ha pronunciado ó no ha podi-
do pronunciar con libertad , se debe natural-
mente sostener y defender á un aliado , y en-
tonces es cuando el derecho de gentes volunta-
rio reina entre las naciones. El partido que ha
lanzado al Rey pretende tener el derecho de su
parte ; el desgraciado Rey y sus aliados se lison-
jean de lo mismo , y como no tienen juez comun
sobre la tierra , solo les queda la via de las ar-
419
mas para terminar su diferencia , y se hacen una
guerra en forma.
En fin , cuando la potencia estrangera ha lle-
nado de buena fe sus obligaciones hacia un mo-
narca desgraciado , cuando ha hecho por su de-
fensa y restauracion todo aquello á que estaba
obligada en virtud de la alianza , si sus esfer-
zos son infructuosos , el príncipe despojado no
puede exigir que sostenga en su favor una guer-
ra interminable , y quede eternamente enemiga
de la nacion ó del Soberano que le privó del
trono . Es necesario un dia pensar en la paz,
abandonar á un aliado , y considerarle como que
abandonó él mismo su derecho por necesidad .
Asi Luis XIV tuvo que abandonar á Jaime II, y
reconocer á Guillelmo , aunque al principio le
trató de usurpador .
197. La misma cuestion se presenta en las
alianzas Reales , y por lo general en toda la que
se ha hecho con un Estado , y no en particular
con un Rey para la defensa de su persona. Dé-
bese defender indudablemente á su aliado con-
tra toda invasion , contra toda violencia estran-
gera , y aun contra súbditos rebeldes ; y tambien
debe defenderse á una república contra los a-
migos de un opresor de la pública libertad. Pe-
ro se debe tener presente que el ser aliado de
la nacion no es ser su juez ; y si la nacion ha
depuesto á su Rey en debida forma , si el pue-
blo de una república ha destituido á sus magis-
trados y se ha puesto en libertad , ó si ha reco-
nocido la voluntad de un usurpador , sea espre-
sa , sea tácitamente , oponerse á estas disposicio-
nes domésticas , disputar su justicia ó su valida-
cion , seria mezclarse en el gobierno de la na-
cion y causarla injuria ( véanse los §§. 54 y sig.
420
de este libro ) . El aliado permanece siéndolo del
Estado , á pesar de la mudanza que ha sufrido;
pero si esta hace inútil , peligrosa ó desagrada-
ble la alianza , él puede renunciarla , porque pue-
de decir con fundamento que no seria aliado de
esta nacion si hubiera estado bajo la forma ac-
tual de su gobierno .
Digamos aqui tambien lo que digimos poco
ha de un aliado personal , y es , que por justa
que fuese la causa de un Rey destituido del tro-
no , sea por sus súbditos , sea por un usurpador
estrangero , sus aliados no tienen obligacion de
sostener en su favor una guerra eterna. Despues
de inútiles esfuerzos para restablecerle , es nece-
sario al fin que den la paz á sus pueblos , que
se acomoden con el usurpador , y para esto que
traten con él , como con un Soberano legítimo.
Estenuado Luis XIV por una sangrienta y des-
graciada guerra , ofreció en Gertruidemberg aban-
donar á su nieto que habia puesto en el trono
de España ; y cuando sus negocios mudaron de
semblante , Carlos de Austria , rival de Felipe,
se vió abandonado de sus aliados , los cuales se
cansaron de debilitar las fuerzas de sus estados
para ponerle en posesión de una corona que
creian se le debia de justicia , pero ya no habia
apariencia de que se la pudiesen ceñir.

CAPITULO XIII.

DE LA DISOLUCION Y RENOVACION DE LOS


TRATADOS.

198. La alianza fenece luego que llega á su


término , el cual á veces es fijo , como cuando
se hace por cierto número de años , y á veces
421
incierto , como en las alianzas temporales , cuya
duracion depende de la vida de los contratantes.
Tambien es incierto el término cuando dos ó
muchos soberanos forman una alianza en vista
de algun negocio particular ; por ejemplo , para
arrojar una nacion bárbara de un pais vecino
que haya invadido ; para restablecer un sobera-
no sobre su trono etc. El término de esta alian-
za dura lo que tarde en consumarse la empresa
para que se formó. Asi en el último ejemplo,
Juego que el Soberano queda restablecido y tam
bien consolidado en su trono , y puede perma-
necer tranquilo , fenece la alianza que se formó
con el mismo objeto de su restablecimiento . Pe-
ro si se desgracia la empresa en el momento en
que se reconoce la imposibilidad de ejecutarla,
tambien fenece la alianza , porque es necesario
renunciar á una empresa cuando se reconoce la
imposibilidad .
199. Un tratado hecho por un tiempo pue-
de renovarse por el comun consentimiento de
los aliados , y estos consentimientos se demues-
tran de una manera espresa ó tácita. Cuando se
renueva espresamente el tratado , es como si se
hiciese uno nuevo en todo semejante.
No es fácil presumir la renovacion tácita ,
porque obligaciones de esta importancia bien
merecen un consentimiento espreso ; y no puede
fundarse la renovacion tácita , como no sea en
actos de tal naturaleza que solo puedan hacerse
en virtud del tratado. Y aun entonces todavia
la cosa presenta dificultad , porque segun las cir-
cunstancias y la naturaleza de los actos de que
se trata , puede no fundar mas que una simple
continuacion , ó una estension del tratado , lo
que es bien diferente de la renovacion , princi-
TOMO I. 29
422
palmente en cuanto al término. La Inglaterra,
por ejemplo , tiene un tratado de subsidios con
un principe de Alemania , el cual debe mante-
ner durante diez años cierto número de tropas
á disposicion de aquella potencia , bajo la con-
dicion de recibir cada año una suma convenida.
Pasados los diez años , el Rey de Inglaterra ha-
ce pagar la suma estipulada para un año , y el
aliado la recibe. El tratado continúa sin duda
tácitamente por un año ; pero no se puede decir
que se renueva , porque lo que ha pasado este
año , no impone obligacion de que se haga tam-
bien consecutivamente todos los diez. Mas su-
pongamos que un Soberano se convino con un
estado vecino en darle un millon para tener de-
recho de conservar guarnicion en una de sus
plazas durante diez años , y que espirado el tér-
mino , en lugar de retirar su guarnicion libra
nuevamente otro millon , y su aliado le acep-
ta en este caso se renueva el tratado tácita-
mente.
Luego que llega el término prefijo , cada uno
de los aliados queda perfectamente libre y pue-
de aceptar ó rehusar la renovacion , como lo
encuentre por conveniente. Sin embargo debe-
mos confesar que despues de haber recogido
casi por sí solo los frutos de un tratado , negar-
se á renovarle sin graves y justas razones cuan-
do se cree no tener ya necesidad de él , y cuan-
do se preve que llegó el tiempo para su aliado
de aprovecharse de él á su vez, seria una con-
ducta indigna de la generosidad que debe dis-
tinguir á los soberanos , y muy distante de los
sentimientos de reconocimiento y amistad debi-
dos á un antiguo y fiel aliado ; pero sin embar-
go es harto comun ver á las grandes Potencias
423
despreciar en su elevacion á los que las han
ayudado á llegar á ella.
200. Los tratados contienen promesas perfec-
tas y recíprocas , y si uno de los aliados falta , á
su palabra , puede el otro obligarle á cumplir-
la en virtud del derecho que da una promesa
perfecta. Pero si no hay otra via que la de las
armas para obligar á un aliado á guardar su pa-
labra , es á veces mas espedito desprenderse tam-
bien de sus promesas y romper el tratado , lo
que indudablemente tiene derecho de hacer , pues
que nada prometió , sino bajo la condicion de
que su aliado cumpliria por su parte todas las
cosas á que se obligó. El aliado que ha recibido
ofensa ó daño en lo que forma el objeto del tra-
tado , puede elegir , ó bien obligar á un infiel al
desempeño de sus obligaciones , ó bien declarar
rescindido el tratado por el golpe que ha sufri
do ; consultando con su prudencia y una sábia
política , cuál de los dos partidos debe tomar
en esta ocasion.
201. Pero cuando los aliados tienen entre
sí dos ó muchos tratados diferentes , é indepen
dientes el uno del otro , la violacion del uno de
ellos no liberta directamente á la parte ofendi-
da de la obligacion que contrajo en los demas;
pues las promesas que en este se contienen , no
dependen de las que abrazaba el tratado que vio
ló. Pero el aliado ofendido puede amenazar al que
falta á un tratado , con que renunciará por su
parte á todos los demas que unen á los dos , y
efectuar su amenaza si el otro no muda de con-
ducta; porque si alguno me despoja ó me niega
mi derecho , puedo en el estado de naturaleza,
para obligarle á hacerme justicia , para castigar-
le ó para indemnizarme , privarle tambien de al-
424
gunos de sus derechos , ó apoderarme de ellos,
y retenerlos hasta una perfecta satisfaccion. Si
se quiere apelar á las armas para hacer respetar
el tratado que se violó , el ofendido comienza
por despojar á su enemigo de todos los dere-
chos que habia adquirido por sus tratados , y
cuando hablemos de la guerrà , veremos que lo
puede hacer con justicia.
202. Algunos quieren estender lo que acaba-
mos de decir á los diversos artículos de un tra-
tado , que no tienen conexion con el artículo
que se violó , diciendo que se deben mirar estos
diferentes artículos , como otros tantos tratados
particulares concluidos al mismo tiempo ; y pre-
tenden que si uno de los aliados falta á un ar-
tículo del tratado , el otro no tiene al punto de-
recho de romper el tratado enteramente , sino
que puede , ó negar á su vez lo que habia pro-
metido en vista del artículo violado , ú obligar
al aliado suyo á que llene sus promesas , si ha
lugar , y si no á reparar el daño , y que á este
fin le es lícito amenazar con que renunciará á
todo el tratado : amenaza que efectuará legíti-
mamente si se la desprecia. Tal es sin duda la
conducta que prescribirán ordinariamente á las
naciones la prudencia , la moderacion , el amor
del bien y la caridad. ¿ Quién habrá que lo nie-
gue , y que sostenga como un furioso que es
lícito á los soberanos correr inmediatamente á
las armas , ó romper todo tratado de alianza y
amistad por el menor motivo de queja ? Pero
aqui se trata del derecho , no de la marcha que
se debe seguir para hacerse administrar justicia,
y encuentro absolutamente insostenible el prin-
cipio en que se funda una decision semejante.
No se pueden mirar como otros tantos tratados
425
particulares é independientes los diversos ar-
tículos de un tratado mismo ; y aunque no se ve
conexion inmediata entre algunos de estos ar-
tículos , todos están ligados por aquella conexion
comun, y los contratantes los aceptan en vista
de unos y de otros por manera de compensa-
cion. Quizá no hubiera consentido yo jamas tal
artículo , si mi aliado no me hubiera consentido.
otro que por su materia no tiene con él ningu.
na relacion. Todo lo que se comprende en un
mismo tratado , no tiene pues la naturaleza y la
fuerza de las promesas recíprocas , á menos que
no se esceptúe formalmente . Grocio en su Dere-
cho de la guerra y de la paz , libro 2 , capítu-
lo 15 , §. 15 , dice muy bien , « que todos los ar-
tículos del tratado tienen fuerza de condicion,
cuyo defecto le hace nulo ; y añade : que algu-
nas veces se pone la cláusula de que la viola-
cion de alguno de los artículos del tratado no le
romperá, a fin de que una de las partes no pue-
da desdecirse de sus compromisos por la menor
ofensa . » La precaucion es muy sábia y confor-
me al cuidado que deben tener las naciones de
mantener la paz , y hacer sus alianzas durables.
203. Asi como el tratado personal espira con
la muerte del Rey , asi se desvanece el tratado
real , si una de las naciones aliadas queda des ·
truida , es decir , no solo si los hombres que la
componen llegan todos á perecer , sino tambien
si pierde , por cualquier causa , su cualidad de
nacion ó de sociedad política independiente. Asi
cuando se destruye un Estado y el pueblo se
dispersa , ó cuando sucumbe bajo el yugo de un
conquistador , todas sus alianzas , todos sus tra-
tados perecen con la potestad pública que los
habia contraido. Pero guardémonos de confun-
426
dir en este lugar los tratados ó alianzas que
comprendiendo una obligacion de prestaciones
recíprocas , solo pueden subsistir por la conser-
vacion de las potencias contratantes , con aque-
llos contratos que dan un derecho adquirido y
consumado independientemente de toda presta-
cion mútua. Si una nacion , por ejemplo , hubiera
cedido para siempre a un príncipe vecino el de-
recho de pesca en un rio , ó el de tener guarni-
cion permanente en una fortaleza ; el príncipe
no perderia sus derechos , aun cuando la misma
nacion que los ha recibido vienese á quedar sub-
yugada, ó á pasar de cualquier modo á una do-
minacion estrangera ; porque sus derechos no de-
penden de la conservacion de esta nacion que
ya los habia enagenado ; y el que la conquistó
solamente pudo pretender lo que la pertenecia .
Tampoco se desvanecen por la conquista las deu-
das de una nacion , ó aquellas para las cuales
tiene un soberano hipotecada alguna de sus ciu
dades ó de sus provincias : así es que al adquirir
el Rey de Prusia la Silesia por conquista , y por
el tratado de Breslaw se encargó de las deudas
que esta provincia habia contraido con comer-
ciantes ingleses. En efecto , solo podia conquis-
tar en ella los derechos de la casa de Austria,
y tomar la Silesia segun la encontraba en el
tiempo de la conquista , con sus derechos y sus
cargas ; y negarse á pagar las deudas de un pais
que se subyuga , sería despojar á los acreedores,
con los cuales ninguna guerra se tiene.
204. No pudiendo una nacion ó un estado
cualquiera celebrar un tratado cóntrario á los
que le tienen comprometido (S. 165. ) , no pue-
que
ponerse bajo la proteccion de otro , sin re-
servar todas sus alianzas y todos sus tratados sub-
427
sistentes ; porque la convencion , en virtud de la
cual se pone un estado bajo la proteccion de
un soberano , es un tratado ( S. 175 ) ; si le hace
libremente , es preciso que sea de modo que el
nuevo tratado no perjudique á los antiguos , y
ya hemos visto (S. 176. ) , el derecho que en ca-
so de necesidad le da el cuidado de su con-
servacion.
No quedan , pues , destruidas las alianzas de
una nacion cuando se pone bajo la proteccion
de otra , á menos que no sean incompatibles
con las condiciones de esta proteccion ; pues
sus obligaciones subsisten hácia sus aliados anti-
guos , y estos permanecen obligados mientras no
se halla en imposibilidad de cumplir las obliga-
ciones que contrajo con ellos.
Cuando la necesidad obliga á un pueblo á
ponerse bajo la proteccion de una potencia es-
trangera, y á prometerle la asistencia con todas
sus fuerzas en favor y contra todos , sin escep-
tuar á su aliado ; sus antiguas alianzas subsisten
en cuanto no son incompatibles con el nuevo
tratado de proteccion ; pero si llega el caso de
que un antiguo aliado entra en guerra con el
protector , el estado protegido tendrá que de-
clararse por este último, al cual se ligó por víncu-
los mas estrechos , y por un tratado que de-
roga todos los demas en caso de colision . Asi
es que habiendo sido obligados los Nepesinianos
á rendirse á los Etruscos , se creyeron obliga-
dos despues á mantener el tratado de su sumi-
sion ó de su capitulacion , con preferencia á la
alianza que tenian con los Romanos : postquam
deditionis , quam societatis , fides sanctior erat,
dice Tito Livio.
205. En fin , como los tratados se hacen por
428
el comun consentimiento de las partes , pueden
romperse tambien de comun acuerdo por la li-
bre voluntad de los contrayentes ; y aun cuan-
do un tercero tuviese interés en la conservacion
del tratado , y le perjudicase su rompimiento,
si no ha intervenido en él , y si nada se le ha
prometido directamente , los que se han hecho
recíprocas promesas que producen utilidad á es-
te tercero , pueden descargarse recíprocamente
tambien sin consultarle , y sin que tenga dere-
cho de oponerse á ella. Dos monarcas se han
prometido recíprocamente la defensa de una ciu-
dad vecina , la cual se aprovecha de sus socor-
ros ; pero ningun derecho tiene á ellos , y al
instante que los dos monarcas quieran separar-
se mútuamente de su promesa , la ciudad no
tendrá ningun motivo de quejarse , puesto que
á ella nada se la prometió .

CAPITULO XIV.

DE OTRAS CONVENCIONES PUBLICAS , DE LAS QUE


SE HACEN POR LAS POTENCIAS INFERIORES EN
PARTICULAR : DEL CONVENIO LLAMADO EN LATIN
SPONSIO, Y DE LAS CONVENCIONES DEL SOBERANO
CON LOS PARTICULARES.

206. Los pactos públicos que se llaman con


venciones , acuerdos , etc. , cuando se hacen en-
tre soberanos , no se diferencian de los tratados
mas que en su objeto (S. 173.) , y todo cuanto
hemos dicho sobre la validacion de los tratados,
sobre su ejecucion , su rompimiento , y sobre las
obligaciones y derechos que producen , etc. , to-
do es aplicable á las diversas convenciones que
los soberanos pueden hacer entre sí. Tratados,
429
convenios , acuerdos , todos son compromisos
públicos , respecto de los cuales no hay mas que
un mismo derecho y las mismas reglas : pero
como no tratamos de incurrir en repeticiones
fastidiosas , seria igualmente inútil entrar en el
pormenor de las diversas especies de estas con-
venciones , cuya naturaleza es siempre la mis-
ma , y que solo se diferencian en la materia que
hace su objeto.
207. Pero hay convenciones públicas que se
hacen por potestades subalternas , ya en virtud
de un mandato espreso del soberano , ya por el
poder de su encargo en los términos de su co-
mision, y segun que lo comporta ó lo exige la
naturaleza de los negocios que les están con-
feridos.
Llámanse potestades inferiores ó subalternas
las personas públicas que ejercen alguna parte
del imperio en nombre y bajo la autoridad del
soberano ; tales son los magistrados que desem-
peñan la administracion de justicia , los genera-
les de ejército y los ministros.
Cuando estas personas celebran un conve-
nio por órden espresa del soberano , autorizados
de sus poderes , le hacen en nombre del sobe-
rano mismo que contrae por la persona inme-
diata del ministerio del mandatario ó del pro-
curador, y es el caso de que hemos hablado en
el S. 156.
Pero las personas públicas , en virtud de su
encargo y de la comision que se las da , tienen
tambien la facultad de celebrar por sí mismas
convenios sobre los negocios públicos , ejercien-
do en esto el poder y la autoridad de la potes-
tad superior que las ha establecido. Este poder
les viene de dos modos ; ó se les atribuye en
430
términos espresos por el soberano , ó natural-
mente emana de su comision misma , como que
la especie de los negocios de su encargo exige
que tengan poder para hacer semejantes con-
venios , sobre todo en el caso en que no po-
drian aguardar las órdenes del soberano : asi
es como el gobernador de una plaza , y el ge-
neral que la sitia , tienen facultades para con-
venir en la capitulacion. Todo lo que hayan
concluido sin esceder los límites de su comision ,
es obligatorio para el estado ó para el sobera-
no que les ha cometido el poder ; pero como
tales convenios tienen lugar principalmente en
la guerra , trataremos de ellos con mas esten-
sion en el lib. 3.
208. Si una persona pública , como un em-
bajador ó un capitan general , celebra un trata-
do ó convenio sin orden del soberano , ó sin
estar autorizado para ello por el poder de su
encargo , y escediendo los límites de su comi-
sion ; el tratado es nulo , como hecho sin po-
der suficiente ( S. 157.) , y no puede adquirir
fuerza sin mediar la ratificacion espresa ó táci-
ta del soberano. La ratificacion espresa es un
acto por el cual el soberano aprueba el tratado
y se obliga á observarlo ; y la tácita se infiere
de ciertos pasos que se presume justamente no
dar el soberano , sino en virtud del tratado ; ni
podria darlos , si no le tuviese por concluido y
aprobado. Asi es que si la paz se firma por mi-
nistros públicos que hayan traspasado las órde-
nes de sus soberanos , si uno de estos hace pa-
sar tropas en concepto de amigas por las tier-
ras de su enemigo reconciliado , ratifica tácita-
mente el tratado de paz ; pero si en él se re-
servó la ratificacion del soberano , como este se
431
entiende de una ratificacion espresa , es necesa-
rio que intervenga de esta manera para dar al
tratado toda su fuerza.
209. Llámase en latin sponsio un acuerdo
tocante á los negocios del estado , hecho por
una persona pública , fuera de los términos de
su comision , y sin orden ó mandamiento de
su soberano. El que trata de este modo para el
estado , sin tener comision para ello , promete
por esto mismo obrar de manera que el esta-
do ó el soberano ratifiquen el acuerdo , y le
tengan por bien hecho , so pena de ser vano é
ilusorio; y por lo mismo el fundamento de este
acuerdo se apoya , tanto de una parte como de
otra , en la esperanza de una ratificacion.
La historia romana nos presenta algunos
ejemplares de esta especie ; pero solo nos ocu-
parémos del mas famoso que es el de las hor-
cas caudinas , discutido por los mas ilustres au-
tores. Los cónsules T. Veturio Calvino y Sp.
Postumio viéndose encerrados con el ejército ro-
mano en el desfiladero de las horcas caudinas
sin esperanza de salvarse , hicieron con los sam-
nitas un convenio vergonzoso ; advirtiéndoles
sin embargo que no podian hacer un verdade-
ro tratado público (fœdus ) sin orden del pue.
blo romano , y sin los feciales y demas ceremo-
nias consagradas por el uso . El general samni-
ta se contentó con exigir la palabra de los cón-
sules y de los principales oficiales del ejército,
y de hacer que se le entregasen seiscientos rehe-
nes ; hizo rendir las armas al ejército romano,
y le permitió marchar , haciéndole pasar bajo
el yugo . El senado no quiso aceptar el conve-
nio , y lo que hizo fue entregar los que le ha-
bian concluido á los samnitas , los cuales no
432
quisieron recibirlos ; y Roma se creyó libre de
todo compromiso , y á cubierto de toda recon.
vencion. Los autores piensan con diversidad en
esta conducta : algunos sostienen que si Roma
no queria ratificar el tratado , debia reponer las
cosas al ser y estado que tenian antes del con-
venio , enviar todo el ejército á su campo de
las horcas caudinas , y esta era tambien la pre-
tension de los samnitas. Yo confieso que no me
satisfacen absolutamente los discursos que sobre
esta cuestion hallo en los autores , cuya supe-
rioridad de talento al mio reconozco en otras
materias ; pero aprovechándome de sus luces,
trataremos de dar nueva claridad á este punto.
a
210.. Dos cuestiones presenta. 1. ¿A qué se
obliga el que hace el convenio ( sponsor ) si el
estado lo desaprueba ? 2.ª ¿ A qué se obliga el
estado mismo ? Pero antes de todo debemos ob-
servar con Grocio, en su Derecho de la guerra
y de la paz, lib. 2, cap . 15, §. 16. que el esta-
do no se liga por un acuerdo de esta natura-
leza , lo que se manifiesta por la definicion mis-
ma del acuerdo que se llama sponsio. El estado
no ha dado orden de hacerlo , ni tampoco ha
conferido el poder para ello de modo alguno,
ni espresamente por un mandamiento ó por
plenos poderes , ni tácitamente por una conse-
cuencia natural ó necesaria de là autoridad con-
fiada al que hace el convenio ( sponsori). No
hay duda en que un general en gefe , en virtud
de su encargo , tiene poder para hacer conve-
nios particulares en los casos que se presenten ,
y pactos relativos , tanto á sí mismo , como á sus
tropas , y á las ocurrencias de la guerra ; pero
no el de concluir un tratado de paz . Puede
obligarse á sí mismo y á la hueste que manda en
433
todas las circunstancias en que sus funciones
exigen que tenga el poder de tratar ; pero no
puede comprometer al Estado fuera de los tér-
minos de su comision.
211. Veamos ahora á qué se obliga el pro-
mitente (sponsor ) cuando el estado lo desaprue-
ba. No hay que raciocinar aquí , segun lo que
se observa en el derecho natural entre particu-
lares , porque se nota necesariamente la diferen-
cia , tanto por la naturaleza de las cosas , como
por la condicion de los contratantes. Verdad es
que entre particulares el que promete pura y
simplemente el hecho de otro , sin tener para
ello comision , queda obligado , si se le des-
aprueba , á cumplir él mismo lo que prometió,
á hacer otra cosa equivalente , ó á reponerlas
en su primer estado , ó , en fin , á indennizar
en todo á aquel con quien trató, segun las diver-
sas circunstancias ; y su promesa ( sponsio ) no
puede concebirse en otros términos ; pero no
es lo mismo con el hombre público que pro-
mete sin orden y sin poder el hecho de su so-
berano; como que se trata de cosas que esce-
den infinitamente su potestad y todas sus facul-
tades , cosas que no puede ejecutar por sí mis
ni hacer ejecutar , y por las cuales no po-
dia ofrecer equivalente ni proporcionada indem-
nizacion ; ni tampoco está en libertad de dar al
enemigo lo que habia prometido , sin estar au-
torizado para ello ; en fin , ni está en su poder
reponer las cosas en su integridad y primer esta-
do, ni el que trata con él puede esperar cosa nin-
guna semejante. Si el promitente le engañó dicién .
dose bastante autorizado , tiene derecho á casti-
garle ; pero si como los Cónsules Romanos en las
horcas caudinas , 1 el promitente obró de buena
434
fe advirtiendo él mismo que no tiene poderes
para ligar al Estado por un tratado , solo puede
presumirse que la otra parte quiso arriesgarse á
hacer un tratado que sería nulo si no se ratifica-
ba , esperando que la consideracion del que pro-
mete , y la de los rehenes , si se le exigen , in-
clinaria al Soberano á ratificar lo que de este
modo se hubiese concluido ; si el éxito no cor.
responde á sus esperanzas , acuse á su impru-
dencia propia. Un deseo precipitado de lograr
la paz con condiciones ventajosas , y el incenti-
vo de algunas ventajas presentes , pueden haber.
le incitado á celebrar tan aventurado convenio ;
y esto fue lo que observó juiciosamente por sí
mismo el cónsul Postumio despues de su vuelta
á Roma , como se puede ver en el discurso que
en su boca pone Tito Livio. « Tanto á yuestros
generales , dice , como á los enemigos , se les
trastornó la cabeza : á nosotros porque nos me-
timos imprudentemente en un mal paso ; á ellos
porque dejaron escapar una victoria que les da-
ba la naturaleza del sitio ; pero desconfiaban to-
davía de sus ventajas , y se aceleraron , á cual-
quier costa , á desarmar unas falanges siempre
temibles con las armas en la mano . ¿ Por qué
no nos mantenian encerrados en nuestro cam-
po? ¿Por qué no enviaban á Roma para tratar
sólidamente la paz con el senado y con el
pueblo ? »
Es claro que los samnitas se contentaron con
la esperanza de que la promesa de los cónsules
y de los principales oficiales , y el deseo de sal-
var á seiscientos caballeros que quedaban en re-
henes , inclinarian á los Romanos á ratificar el
acuerdo ; considerando que en todo 0 caso ade-
mas de retener siempre en su poder los seis-
435
cientos rehenes con las armas y los 'bagajes del
ejército , tenian la vana , ó mas bien la funesta
gloria por sus consecuencias de haberle hecho
pasar bajo el yugo.
¿ A qué, pues , estaban obligados los cónsu-
les , y todos los promitentes ( sponsores ) ? Ellos
mismos juzgaron que debian ser entregados á
los samnitas ; pero esto es una consecuencia na-
tural del convenio (sponsio), y segun las obser-
vaciones que acabamos de hacer , no parece que
el promitente , habiendo ofrecido cosas que el
aceptante sabia bien que no estaban en su po-
der , quede obligado , si se le desaprueba , á en-
tregarse él mismo por via de indemnizacion . Pe-
ΤΟ como puede comprometerse espresamente,
haciéndolo dentro de los términos de sus pode-
res ó de la comision , sin duda el uso de aquel
tiempo habia hecho de este compromiso una
cláusula tácita del acuerdo llamado sponsio; pues
los Romanos entregaron á todos sus sponsores ó
promitentes , lo cual era una máxima de su de-
recho fecial ( 1).
Si el promitente (sponsor) no se comprome-
te espresamente á entregarse , y si la costumbre
recibida no le impone la ley de hacerlo , por su
palabra solo parece obligarse á hacer de buena
fé todo lo que pueda legítimamente para empe-
ñar al soberano á que ratifique lo que él pro-

(1) Ya hemos dicho en el prefacio que el derecho fe-


cial de los Romanos era su derecho de la guerra. Se con-
sultaba al colegio de los feciales sobre las causas que po
dian ser suficientes para emprender la guerra , y sobre
las cuestiones que producia ; y tambien estaba encargado
de las ceremonias de la declaracion de guerra y del trata-
do de paz. Consultábase tambien á los feciales , y se ser-
vian de su ministerio en todos los tratados públicos.
436
metió ; y en esto no hay duda , por poco equi-
tativo que sea el tratado , por poco ventajoso ó
soportable que se presente , en consideracion á
la desgracia de que le ha preservado ; porque
proponerse libertar al estado de un peligro con-
siderable por medio de un tratado , persuadido
de que con facilidad podrá aconsejarse al sobe-
rano que no lo ratifique , no porque sea inso-
portable , sino prevaliéndose de que fue hecho
te un pro-
sin instrucciones , sería indudablemen
ce de r fr au du le nt o , y ab us ar ve rg on zosamente
de la fe de los tratados . Pero ¿ qué hará un ge-
neral que para salvar su ejército se ha visto en
el apuro de concluir un tratado perjudicial ó
vergonzoso al estado ? ¿ Aconsejará al soberano
su ratificacion ? ¿ Se contentará con esponer los
motivos de su conducta , la necesidad que le
obligó á tratar ; y representará , como hizo Pos-
tumio , que él solo está obligado , y desea que
se desapruebe y se le entregue por la salud pú-
blica ? Si el enemigo queda engañado , culpe á
su inadvertencia ; porque á la verdad , ¿ qué obli-
gacion tenia el general de advertirle que segun
toda apariencia no serian ratificadas sus prome-
sas ? Esto sería exigir demasiado ; pues basta que
no le sorprenda , haciendo ostentacion de que
sus poderes son mas estensos que lo son en la
realidad ; y asi limítese á H sacar partido de sus
proposiciones , sin inducirle á tratar por espe-
ranzas engañosas . Al enemigo toca tomar todas
las precauciones para su seguridad ; y si las des-
precia , ¿ por qué no se ha de aprovechar la otra
parte de su imprudencia , como de un beneficio
de la fortuna ? Ella es , decia Postumio , que
<< ha salvado nuestro ejército , despues de haber-
le puesto en peligro . La prosperidad ha tras .
437
a tornado la cabeza al enemigo , y ha encontra-
« do que sus ventajas solo fueron un sueño li
• sonjero .
Si los samnitas no hubiesen exigido de los
generales y del ejército romano mas que aque-
Ilas promesas que estuviesen en su mano , por
la naturaleza misma de su estado y de su comi-
sion ; si los hubiesen obligado á rendirse pri-
sioneros de guerra , ó si no pudiendo sostenerlos
á todos, los hubiesen dado libertad bajo la fe de
su palabra de no tomar las armas contra ellos en
algunos años ; en caso que Roma se negase á ra-
tificar la paz , el convenio era válido , como he-
cho con poder suficiente , y todo el ejército es-
taba obligado á observarlo; porque bien es nece-
sario que las tropas ó sus oficiales puedan contra-
tar en ocasiones semejantes y bajo de este pie,
como lo haremos ver cuando en el tratado de
la guerra hablemos de tales capitulaciones.
Si el promitente ha hecho un convenio equi
tativo y honroso sobre una materia tal por su
naturaleza que esté en su poder indemnizar á
aquel con quien ha tratado , en caso que el con-
venio fuere desaprobado , se présume que se o-
bligó á esta indemnizacion , y debe efectuarla
para cumplir su palabra , como hizo Fabio Má-
ximo en el ejemplo referido por Grocio ( 1) ; pe
ro hay ocasiones en que el soberano podrá pro-

(1) Lib. 2, cáp. 15 , § . 16 , al fin. « Fabio Máximo ha


hiendo hecho con los enemigos un convenio que el sena.
do desaprobó , vendió una tierra , de la que sacó dos-
cientos mil sestercios para cumplir su palabra. ‫ מ‬Se trata-
ba del rescate de los prisioneros. Aurelio Victor, De viris
illustribus. Plutarco , Vida de Fabio Máximo.
TOMO I. 30
438
hibirle que proceda de este modo , y que no dé
cosa alguna á los enemigos del estado.
212. Hemos hecho ver que el estado no
puede quedar comprometido por un acuerdo he-
cho sin su órden y sin instrucciones suficientes.
Pero no estará obligado absolutamente á na-
da ? Esto es lo que nos falta examinar. Si las co-
sas todavía permanecen íntegras , el Estado ó el
Soberano puede simplemente desaprobar el con-
venio , el cual en fuerza de esta desaprobacion
se anula , y es como si nada se hubiese tratado.
Pero el Soberano debe manifestar su voluntad
al punto que tenga noticia de él ; no porque ver-
daderamente su silencio solo pueda dar fuerza á
un convenio que no debe tenerla sin su aproba-
cion ; pero será proceder de mala fe permitir que
se gaste el tiempo en ejecutar un acuerdo que
no se quiere ratificar,
Si se hubiere ya hecho alguna cosa en vir
tud del acuerdo , si la parte que ha tratado con
el sponsor hubiese cumplido sus promesas en to-
do ó en parte , ¿ se le debe indemnizar , ó repo-
ner las cosas al estado que tenian , caso que se
desapruebe el tratado ; ó será permitido reco-
ger el fruto al mismo tiempo que se rehusa la
ratificacion ? Es preciso distinguir aqui la natu-
raleza de las cosas que se han ejecutado , y la
de las ventajas que ha conseguido el Estado.
Aquel que habiendo tratado con una persona
pública , no autorizada con poderes suficientes,
pone en ejecucion el acuerdo por su parte sin
esperar la ratificacion , comete una imprudencia
y falta notable , á la cual no ha sido inducido
por el Estado , con quien cree haber contrata-
do ; pero si hubiese dado algo de lo suyo no se
le puede retener aprovechándose de su necedad.
439
Asi es que cuando un Estado , creyendo haber
hecho la paz con el general enemigo ha entre-
gado á consecuencia de ella una de sus plazas,
ó una suma de dinero , el Soberano de este ge-
neral debe sin duda restituir lo que hubiese re-
cibido , si no quiere ratificar el acuerdo ; pues
proceder de otro modo sería querer enriquecer-
se á costa agena , y retener este bien sin título.
Pero si á consecuencia del acuerdo el Esta-
do no hubiese conseguido cosa alguna que no
tuviese ya antes , si , como en el de las horcas
caudinas , toda la ventaja consistiese en J haberle
sacado de un peligro ó preservado de una pér-
dida , es un beneficio de la fortuna de que pue-
de aprovecharse sin escrúpulo. ¿Quién para sal-
varse no se aprovecharia de la impericia de su
enemigo ? ¿ y quién habrá que se crea obligado
á indemnizar a este enemigo de la ventaja que
él mismo ha dejado escapar , no habiéndole in-
ducido á ello fraudulentamente ? Los samnitas
pretendian que si los romanos no querian sos-
tener el tratado hecho por sus cónsules , debian
volver á enviar el ejército á las horcas caudinas
y reponer las cosas á su estado, Dos tribunos.
del pueblo que habian sido del número de los
sponsores, por evitar el ser entregados , se atrevie
ron á sostener lo mismo , y hay algunos autores
de este modo de pensar. Pues que los samuitas
quieren prevalerse de la ocasión para dar la ley,
á los romanos y arrancarles un tratado vergon-
zoso , tuvieron la imprudencia de tratar con los
cónsules , que les manifestaron no estar autori-
zados con instrucciones para contratar en nom
bre del Estado ; dejaron escapar el ejército ro-
mano , despues de haberle cubierto de ignomi-
nia; y los romanos no habian de aprovechar ,
440
se de la gran necedad de un enemigo tan poco
generoso ? Habria sido preciso , ó que ellos ra-
tificasen un tratado vergonzoso , ó que hubiesen
vuelto á dar á este enemigo las ventajas que les
ofrecia la situación del terreno , y la que habia
perdido por su propia falta y su ninguna pre-
vision . Bajo que principio se podrá fundar se-
mejante decision ? ¿Roma habia prometido algu
na cosa á los samnitas ? ¿ les habia inducido á
que dejasen en libertad á sus falanges , interin
se verificaba la ratificacion del acuerdo hecho
por los cónsules ? Si hubiese recibido alguna co-
sa en virtud de este acuerdo , habria estado obli-
gada á devolverlo , como hemos dicho , porque
declarando el tratado nulo , le habria poseido
sin título ; pero ella no tuvo parte en lo hecho
por sus enemigos , ni en su falta grosera , y po-
dia aprovecharse , como se aprovecha en una
guerra , de todas las inadvertencias de un gene-
ral inepto. Supongamos que un conquistador,
despues de haber hecho un tratado con minis-
tros que hayan espresamente reservado la ratifi-
cacion de su amo , tuviese la imprudencia de
abandonar todas sus conquistas sin esperar esta
ratificacion; sería preciso llamarle buenamen-
te , y volver a ponerle en posesion , en caso que
no se ratificase el tratado ?
Yo confieso sin embargo , y reconozco sin
dificultad , que si el enemigo que deja marchar
todo un ejército entero bajo la fe de un conve-
nio concluido con un general , sin los poderes
suficientes y como simple sponsor; confieso , di-
go , que si este enemigo ha procedido generosa-
inente , si no se ha valido de sus ventajas para
dictar condiciones ventajosas ó muy duras , la
equidad exige , ó que el Estado ratifique el con-
441
venio , ó que haga un nuevo tratado con con-
diciones justas y razonables , moderando aun
sus mismas pretensiones en cuanto pueda per-
mitirlo el bien público ; porque es preciso no
abusar jamas de la generosidad ni de la noble
confianza del enemigo mismo. Puffendorf ( 1 ) es
de sentir que el tratado de las horcas caudinas
no contenia nada de duro ni de insoportable ;
pero este autor no parece hacer gran caso de la
vergüenza é ignominia que habria recaido sobre
toda la república : asi es que no tuvo en consi-
deracion toda la estension de la política de los
Romanos, que aun en sus mayores apuros jamas
consintieron en aceptar un tratado vergonzoso,
ni aun hacer la paz como vencidos : política su-
blime , á la cual debió Roma toda su grandeza.
Observemos por último que
que habiendo hecho
una potencia inferior , sin órden y sin poderes,
un tratado equitativo y honroso para librar al
Estado de un peligro inminente , el Soberano
que viéndose libre del peligro rehusase ratificar
el tratado , no porque le hallase desventajoso,
sino solamente por no satisfacer lo que debia
constituir el precio de la libertad , obraria cier-
tamente contra todas las reglas del honor У de
la equidad , en cuyo caso sería aplicable aquella
máxima : summum jus , summa injuria.
Al ejemplo que hemos referido de la histo-
ria romana añadiremos uno famoso que ofrece
la historia moderna. Los suizos descontentos de
la Francia , se coligaron con el Emperador con-
tra Luis XII , é hicieron una irrupcion en la
Borgoña el año de 1513 , y pusieron sitio á Di-

(1) Derecho natural y de gentes , lib. 2 , cap. 9, §. 12.


442
jon. La Tremouille que mandaba la plaza , te-
miendo no poderla salvar trató con los suizos, y
sin esperar comision alguna del Rey, hizo un
convenio en virtud del cual el Rey de Francia
debia renunciar sus pretensiones sobre el duca-
do de Milan , y pagar á los suizos en ciertos
plazos la suma de seiscientos mil escudos : estos
no se obligaron á otra cosa mas que á regresar
á su territorio ; de suerte que 蔬 quedaban en li-
bertad de poder atacar de nuevo á la Francia,
si lo juzgaban á propósito , y se retiraron des-
pues de haber recibido rehenes. Sin embargo
de que se habia salvado á Dijon , y preservado
al reino de un gran peligro , desagradó al Rey
el tratado , y se negó á ratificarle ( 1 ) . Es cierto
que la Tremouille se habia escedido en el poder
'de su encargo , sobre todo prometiendo que el
Rey renunciaria al ducado de Milan . Asi es que
no se propuso verdaderamente otra cosa que
alejar á un enemigo , mas fácil de ser sorpren-
dido en una negociacion , que vencido con las
armas en la mano. Luis no estaba obligado á
ratificar y ejecutar un tratado hecho sin órden
y sin poderes ; y si los suizos fueron engaña-
dos , debieron atribuirlo á su propia impruden-
cia. Pero como manifiestamente parece que la
Tremouille no obró con ellos de buena fe , pues
que usó de superchería respecto á los rehenes,
dando en esta cualidad gentes de la mas baja
condicion , en vez de cuatro ciudadanos distin-
guidos que habia prometido ( 2) , los suizos hu-

(1 ) Guichardin , lib. 12. cap. 2. Historia de la confede-


racion Helvética , por M. de Watteville , part. 2 , pág. 185,
y sig.
(2) Véase la misma obra de M. de.Watteville , pág. 190.
443
bieran tenido justo motivo para no hacer la paz,
interin no se les hiciese justicia de esta perfidia,
ya fuese entregándoles al autor de ella , ó ya de
cualquiera otra manera .
213. Las promesas , las convenciones , todos
los contratos privados del Soberano estan natu-
ralmente cometidos á las mismas reglas que los
de los particulares ; sobre lo cual si se ofrecie-
şen algunas dificultades , es igualmente confor-
me á la beneficencia , á la delicadeza de senti-
mientos que deben brillar, especialmente en un
Soberano , y al amor de la justicia , el remitir
su decision á los tribunales de la nacion ; y asi
es como se practica en todos los estados civili-
zados donde se respetan las leyes.
214. Los convenios y contratos que el So
berano hace con particulares estrangeros , como
Soberano , y á nombre del Estado , siguen las
reglas que hemos señalado para los tratados pú-
blicos. En efecto , cuando un Soberano contrata
con gentes que no dependen de él ni del Esta->
do ; sea con un particular , con una nacion ó
con un Soberano , nada importa , ni produce di-
ferencia alguna de derecho. Si el particular que
ha tratado con un Soberano fuese su súbdito,
el derecho es igualmente el mismo ; pero hay
diferencia en la, manera de decidir las contro-
versias á que puede dar lugar el contrato. Este
particular , siendo súbdito del Estado , está obli-
gado á someter sus pretensiones al conocimien-4
to de los tribunales establecidos para que se le
administre justicia ; y si bien añaden los auto-
res que puede el Soberano rescindir estos con-
tratos , si halla que son contrarios al bien pú ,
blico , y que es verdad que puede hacerlo ; no
es por alguna razon que se funde en la natura-
444
leza particular de estos contratos , sino que se
apoyará en lo mismo que hace inválido un tra-
tado público cuando es funesto al Estado y con-
trario á la salud pública , ó en virtud del do-
minio eminente que da derecho al Soberano pa-
ra disponer de los bienes de los ciudadanos en
beneficio del bien comun . Ademas nosotros ha-
blamos aqui de un Soberano absoluto ; y es pre-
ciso ver en la constitucion de cada estado cuá-
les son las personas , cuál es la potestad que tie-
ne derecho de contratar á nombre del Estado,
de ejercer el imperio supremo , y de pronunciar
sobre lo que demanda el bien público.
215. Cuando una potencia legítima contrata
á nombre del Estado , obliga á la nacion mis-
ma, y por consiguiente á todos los gefes sucesi-
vos de la sociedad ; y asi luego que un prínci-
pe tiene poder de contratar á nombre del esta-
do , obliga á todos sus sucesores , y estos no es-
tan menos obligados que él mismo á cumplir sus
obligaciones.
216. El caudillo de la nacion puede tener
sus asuntos y sus deudas particulares , y para
esta especie de deudas estan obligados solamente
sus bienes propios ; pero los empréstitos hechos
para el servicio del estado , las deudas creadas
en la administracion de los asuntos públicos,
son contratos de un derecho estricto , obligato-
rios para el Estado y la nacion entera , y nada
puede dispensarla de pagar este género de deu-
das ( 1 ) ; pues luego que han sido contraidas por

( 1 ) En 1596 Felipe II hizo bancarrota con sus acree-


dores bajo pretesto de lesion. Estos se quejaron altamen-
te diciendo que no se podia fiar mas en su palabra,
ni en sus tratados particulares , pues que mezclaba en ellos .
445
una potencia legítima , queda firme y constante
el derecho del acreedor. Que el dinero prestado
se haya invertido en utilidad del Estado , ó que
se haya disipado en gastos superfluos , nada im-
porta al que lo prestó ; pues habiendo confiado
sus bienes á la nacion , ella debe devolvérselos;
y si la nacion ha puesto en malas manos el cui-
dado de sus intereses , tanto peor para ella.
Sin embargo , esta máxima tiene sus limites
respecto á la naturaleza misma de la cosa , por-
que el Soberano no tiene en general poder para
obligar al cuerpo del estado por razon de las
deudas que contrae , á no ser que sean para el
bien de la nacion , y poder proveer á las ocur-
rencias que sobrevengan ; y si fuese absoluto , él
es quien debe juzgar en todos los casos suscep-
tibles de duda , de lo que conviene al bien y á
la salud del Estado. Pero si contrae sin necesidad
deudas inmensas , capaces de arruinar para siem-
pre á la nacion , no hay duda que el Soberano
obrará manifiestamente sin derecho , y que con-
fian indebidamente los que le hayan hecho prés-
tamos ; y nadie puede presumir que una nacion
se haya querido someter á dejarse arruinar ab-
solutamente por los caprichos y las locas disipa-
ciones del que la gobierna .
Como las deudas de las naciones no se pue-
den pagar sino por contribuciones ó impuestos ,
el Soberano á quien ella no hubiese confiado

la autoridad Real. Nadie quiso adelantarle mas dinero , y


sufrieron tanto sus asuutos , que se vió precisado á res
tablecer las cosas en su primer estado , reparando la bre-
cha que habia hecho á la fe pública. Grocio, Hist. de las
turb, de los Paises- Bajos , lib. 5.
446
el derecho de imponerlas , y de hacer los recau-
dos por sola su autoridad , tampoco tiene dere-
cho de obligarla por sus empréstitos para crear
deudas contra el Estado. Asi es que el Rey de
Inglaterra que tiene el derecho de hacer la guer-
ra y la paz , no tiene el de contraer deudas na-
cionales sin la concurrencia del parlamento , por-
que no puede sin la misma recaudar dinero al-
guno de su pueblo,
217. No sucede lo mismo con las donacio-
nes del Soberano como con las deudas. Cuando
un Soberano ha tomado un empréstito sin ne-
cesidad , ó para un uso poco razonable , el acree-
dor ha confiado su bien al Estado , y por consi-
guiente es justo que el Estado se lo devuelva,
si aquel ha podido razonablemente presumir que
prestaba á este. Pero cuando el Soberano da
bienes del Estado , ó alguna porcion de domi-
nio , ó un feudo considerable , no tiene derecho
para hacerlo sino es con objeto del bien públi-
co , por servicios hechos al Estado , ó por algun
otro objeto razonable é interesante á la nacion;
pues si dió sin razon ó sin causa legítima , lo ha
hecho sin poder. Una donacion semejante la
puede siempre revocar el sucesor ó el Estado;
y en ello no se hace perjuicio alguno al dona-
tario , pues que él no ha dado nada de lo suyo;
pero lo que acabamos de decir es con respecto
á todo Soberano , á quien la ley no da espresa-
mente la libre y absoluta disposicion de los bie-
nes del Estado , pues jamas es presumible un
poder tan peligroso.
Las inmunidades y los privilegios concedi-
dos por la pura liberalidad del Soberano, son cier-
tas especies de donaciones , y pueden ser revo-
cadas del mismo modo ; sobre todo si traen al-
447
gun perjuicio al Estado ( 1 ) . Pero el . Soberano,
si no es absoluto , no puede revocarlas de su
propia autoridad , y aun en este caso no debe
hacer uso de su poder sino sóbriamente , y con
tanta prudencia como equidad . Las inmunidades
concedidas, por alguna causa ó recompensa tie-
nen algo de contrato oneroso , y no pueden re-
vocarse sino en caso de abuso , ó cuando vienen
á ser perjudiciales al bien del Estado ; y si no
quedaren suprimidas por esta última razon , se
debe indemnizar á los que las gozaban .

. CAPITULO XV.

DE LA FE DE LOS TRATADOS.

218. Sin embargo de que hayamos suficien-


temente establecido ( §§ . 163 y 164. ) la necesi
dad y la obligacion indispensable de que se guar-
de palabra , y que se observen los tratados , la
materia es tan importante , que no podemos me-
nos de considerarla aqui en un aspecto mas ge-
neral , como interesante no solo á las partes con-
tratantes , sino aun á todas las naciones , y á la
sociedad universal del género humano.
En la sociedad se tiene por sagrado todo lo
que la salud pública hace inviolable ; asi es que
la persona del Soberano es sagrada , porque la
salud del Estado exige que esté en una perfecta
seguridad , inaccesible á la violencia : por lo mis-

(1) En la categoría de estas donaciones entran las lla-


madas en España Enriqueñas , y otras muchas que se les
parecen , como lo demuestran los historiadores , los cro- 1
nistas y los archivos.
448
mo el pueblo de Roma habia declarado sagrada
la persona de sus tribunos , considerando como
esencial á su salud poner á sus defensores á cu-
bierto de toda violencia , y salvarles hasta del
temor. Todo aquello , pues , que por la comun
conservacion de los pueblos , y por la tranquili-
dad y la salud del género humano , debe ser in-
violable, es cosa sagrada entre las naciones.
219. ¿ Quién habrá que dude que los trata-
dos deben contarse en el número de las cosas
sagradas entre las naciones ? Ellos deciden de
las materias mas importantes , ponen en regla las
pretensiones de los Soberanos ; deben hacer re-
conocer los derechos de las naciones , y asegu-
rar sus mas preciosos intereses. Entre los cuer-
pos políticos , entre los Soberanos que no reco-
nocen superior alguno sobre la tierra , los trata-
dos son el único medio de ajustar las diversas
pretensiones , de ponerse en regla y saber sobre
lo que se puede contar , y á que es necesario
atenerse. Pero los tratados solo son vanas pala-
bras , si las naciones no las consideran como
obligaciones respetables , como reglas inviolables
para los Soberanos , y sagradas para toda la
tierra.
220. La fe de los tratados , aquella voluntad
firme y sincera , aquella constancia invariable en
cumplir sus promesas , de que se hace declara-
cion en un tratado , es sin duda santa y sagra-
da entre las naciones , á las cuales asegura su
salud y reposo ; y si los pueblos no quieren fal-
tarse á sí mismos , deben hacer que la infamia
recaiga sobre cualquiera que viola la fe que
prometió .
221. 2 Aquel que viola sus tratados , viola al
al mismo tiempo el derecho de gentes , porque
449
desprecia la fe de los tratados , aquella fe que
la ley de las naciones declara sagrada , y la hace
ilusoria en cuanto está en su poder. Doblemen-
te culpable hace tambien injuria á su aliado, ha-
ce injuria á todas las naciones , y ofende al gé
nero humano. « De la observancia y de la ejecu-
cion de los tratados , dice un Soberano respeta-
ble , depende toda la seguridad que los prínci-
pes y los estados tienen unos respecto de otros,
y dejaria de contarse con los convenios que hu-
biese que hacer , si no se mantuviesen los que
estan celebrados ( 1 ). »
222. Asi como las naciones todas estan inte-
resadas en mantener la fe de los tratados , y en
hacer que en todas partes se la mire como in-
violable y sagrada , asi tambien tienen derecho
de reunirse para reprimir al que manifiesta des-
preciarla , al que se burla de ella abiertamente,
y al que la viola y la conculca , el cual es un
enemigo público que mina los fundamentos deł
reposo de los pueblos y de su seguridad comun;
pero es necesario cuidar de que esta máxima no
se estienda en perjuicio de la libertad y de la
independencia que pertenece á todas las nacio-
nes ; porque no porque un Soberano rompa sus
tratados y rehuse cumplirlos , se sigue inmedia-
tamente que los mire como nombres aereos y
que desprecie su fe ; pues pueden asistirle bue-
nas razones para creerse descargado de sus pro-
mesas, y los demas Soberanos no tienen facultad
de juzgarle. Aquel Soberano merece que se le

(1) Resolucion de los Estados generales de 16 de Mar-


zo de 1726 en respuesta de la Memoria del marques de
S. Felipe , embajador de España.
450
trate como un enemigo de la especie humana,
que falta á sus compromisos bajo pretestos ma-
nifiestamente frivolos , ó que ni siquiera tiene
la delicadeza de alegar pretestos para colorar su
conducta y cubrir su mala fe .
223. Cuando en el libro 1.º de esta obra
tratamos de la religion , no pudimos menos de
observar muchos abusos enormes que los
papas
han cometido en otro tiempo solamente por su
autoridad , entre los cuales habia uno que vul-
neraba del mismo modo á todas las naciones y
trastornaba el derecho de gentes. Diversos papas
acometieron la empresa de romper los tratados
de los monarcas , y tenian la osadía de desligar
á un contratante de sus promesas , y absolverle
de los juramentos , por los cuales las habia ra-
tificado. Como Cesarini , legado del papa Euge-
nio IV , quisiese rescindir del tratado de Ula-
dislao , Rey de Polonia y de Hungría , con el
sultan Amurates , declaró absuelto al Rey de
sus juramentos en nombre del papa ( 1 ) . En aque-
llos tiempos de ignorancia nadie se creia ver-
daderamente ligado sino por el juramento , y se
atribuia al papa la facultad de absolver de to-
dos ellos. Üladislao tomó de nuevo las armas
contra los turcos ; pero este príncipe , digno por
otra parte de mejor suerte , pagó bien caro
su perfidia , ó mas bien su facilidad supersticio-
sa, pues pereció con su ejército cerca de Var-
na , cuya pérdida , funesta á la cristiandad , se
la causó su gefe espiritual , y se hizo á Uladis-
lao el epitafio siguiente :

(1) Hist. de Polonia por el caballero Solignac , tom. 4,


pág. 112.
451

Romulida Cannas ego Varnam clade notavi.


Discite , mortales , non temerare fidem.
Me nisi pontifices jussissent rumpere fœdus ,
Non ferret scyticum Pannonis orajugum ( 1).

ΕΙ papa Juan XXII declaró nulo el juramen-


to que se habian prestado mútuamente el Em-
perador Luis de Baviera , y su concurrente Fede-
rico de Austria , cuando el emperador puso á es-
te en libertad. Felipe , duque de Borgoña, aban-
donando la alianza de los ingleses , se hizo ab-
solver del juramento por el papa y por el con-
cilio de Basilea ; y en un tiempo en que . el re-
nacimiento de las letras y el restablecimiento de
la reforma habrian debido hacer mas circunspec-
tos á los papas, el legado Carraffa para obligar
á Enrique II , Rey de Francia , á romper de nue-
vo la guerra , se atrevió á absolverle en 1556 del
juramento que habia hecho de observar la tre-
gua de Vaucellos (2). Como el papa mirase con
desagrado por muchos títulos la famosa paz de

( 1 ) Paulo el nombre de Cannas , yo el de Varna


Con rota de los nuestros distinguimos ;
Guardaos , mortales , de violar los pactos :
Que en el panonio cuello el yugo scytio
No pesára servil , si el Vaticano
No me hubiera mandado rescindirlos.
(2) Sobre estos hechos véanse los historiadores de Fran-
cia y Alemania.
Así se resolvió la guerra en favor del papa despues que
el cardenal Carraffa , en virtud de las instrucciones que te-
nia del sumo pontífice , absolvió al rey de los juramentos
que habia hecho al tiempo de ratificar la tregua , y le per-
mitió tambien atacar al emperador y á su hijo , sin decla-
rarles la guerra de antemano.
452
Westfalia , no se contentó con protestar contra
las disposiciones de un tratado que interesaba á
toda Europa , sino que publicó una bula en la
cual de su cierta ciencia y pleno poder eclesiásti-
co , declara ciertos artículos del tratado nulos,
vanos , inválidos, inicuos, injustos, condenados, re-
probados , frivolos , sin fuerza ni efecto , y que
nadie tiene obligacion á observarlos ni en todo ni
en parte , aunque sean fortificados por un jura-
mento.... No se contenta el papa con esto , sino-
que revistiéndose del tono de un señor absoluto,
prosigue asi : y no embargante , para mayor pre-
caucion y en cuanto es necesario , por el mismo
motupropio , ciencia , deliberacion y plenitud de
poder, condenamos , reprobamos , casamos , anu-
lamos y privamos de toda fuerza y efecto los di-
chos articulos, y todas las demas cosas perjudicia-
les susodichas etc. ( 1 ). ¿ Quién no echa de ver que
esas empresas de los papas , muy frecuentes en
otro tiempo , eran atentados contra el derecho
de gentes , é iban directamente á destruir todos
los vínculos que pueden unir á los pueblos , á
minar los fundamentos de su tranquilidad , ó á
hacer al papa el único árbitro de sus negocios ?
224. Pero ¿ quién no se llenará de indigna-
cion al ver que los mismos príncipes han autori-
zado tan estraño abuso ? En el tratado que en
1371 se hizo en Vincennes entre el rey de Fran-
cia Carlos V , y Roberto Estuardo , rey de Esco-
cia , se convino en que el papa desligaria á los
escoceses de todos los juramentos que habian
podido hacer al jurar la tregua con los ingleses.

(1) Historia del tratado de Westfalia por el P. Bougeant,


tom. 6, pág. 413 y 414.
453
y que prometeria no absolver jamas á los france
ses y escoceses de los juramentos que iban á pres-
tar sobre observar el nuevo tratado ( 1 ).
225. El uso generalmente recibido en otro
tiempo de jurar la observancia de los tratados ,
habia dado á los papas el pretesto de atribuirse
la facultad de romperlos , desligando á los con-
tratantes de sus juramentos. Hasta los niños sa-
ben hoy que el juramento no constituye la obli-
gacion de guardar una promesa ó un tratado, y
que solo presta una fuerza nueva á esta obliga-
cion haciendo intervenir en ella el nombre de
Dios . Un hombre sensato , un hombre de probidad
no se cree menos obligado por su palabra sola
y por su fe prometida , que si hubiera añadido
á ella la religion del juramento ; por eso Cice-
ron queria que no se pusiese mucha diferencia
entre un perjuro y un embustero. El hábito de
mentir , dice este hombre célebre , va acompa-
ñado sin violencia de la facilidad en perjurar .
Si se puede inducir á uno á faltar á su palabra,
fácilmente se podrá conseguir de él un perjurio;
porque una vez separado de la verdad , no es
suficiente freno para él la religion del juramen-
to. ¿ Quién es , pues , el hombre á quien retenga
la invocacion del nombre de los dioses , si no
respeta su fe y su conciencia ? De aqui es que
los dioses reservan el mismo castigo al mentiro-
so y al perjuro ; porque no es de creer que en
virtud de la fórmula del juramento se irriten los
dioses inmortales contra el perjuro , sino mas
bien en razon de la perfidia y de la malicia del

(1) Choisy Hist. de Carlos V, pág. 282 y 283.


TOMO I. 31
454
que tiende un lazo á la buena fe de otro ( 1).
El juramento no produce , pues , una nueva
obligacion , no hace mas que fortificar la que el
tratado impone , y sigue en un todo la suerte de
esta obligacion ; asi es que el juramento real y
obligatorio por superabundancia , cuando ya lo
era el tratado , se hace nulo con el tratado mismo.
226. Como el juramento es un acto perso-
nal , solo puede referirse á la persona misma del
que jura , ya jure él mismo , ya otro en su nom-
bre con poder suyo ; pero como este acto no
produce una nueva obligacion , no cambia la na-
turaleza de un tratado ; y asi una alianza jurada
solo se considera tal para el que la hizo ; pero si
es real subsiste despues de su muerte , y pasa á
sus sucesores como alianza no jurada .
227. Por la misma razon , puesto que el ju-
ramento no puede imponer otra obligacion que
la que resulta del tratado mismo , ninguna pre-
rogativa le da en perjuicio de los que no estan
jurados ; como en caso de colision entre dos tra-
tados el aliado mas antiguo debe ser preferido
(S. 167 ) , es necesario atenerse á la misma regla,
aun cuando el tratado último hubiera sido con-
firmado con juramento. Asi tambien , supuesto

(1) At quid interest inter perjurum et mendacem? Qui


mentiri solet , pejejare consuevit. Quem ego, ut mentiatur,
inducere possum , ut perjeret , exorare facilè potero ; nam
qui semel à veritate deflexit , hic non majore religione ad
perjurium quam ad mendacium perduci consuevit. Quis
enim deprecationem deorum , non conscientiæ fide com-
movetur? Propterea quæ pœna ab diis inmortalibus perju-
ro , hæc eadem mendaci constituta est. Non enim ex pactio-
ne verborum , quibus jusjurandum comprehenditur , sed
ex perfidia et malitia , per quam insidiæ tenduntur alicui,
dii immortales hominibus irasci et succensere censuerunt .
Cicer, Orat. pro Q. Roscio Comædo.
455
que no es lícito empeñarse en tratados contrarios
á los que subsisten (§. 165 ) , el juramento no
justificará tales tratados , ni los hará prevalecer
sobre los que les sean contrarios , porque de otra
manera seria este un medio cómodo para sepa-
rarse de sus obligaciones .
228. Por eso el juramento no puede tampo
co hacer válido un tratado que no lo es , ni jus-
tificar el injusto en sí mismo , ni obligar al cum-
plimiento del que se concluyó legítimamente
cuando se presenta un caso en que su observan-
cia seria ilegítima ; como sucederia si el aliado á
quien se prometieron socorros , emprendiese una
guerra manifiestamente injusta. En fin , como que
es nulo en sí todo tratado hecho por causa des-
honesta (S. 161 ) , el que es pernicioso al estado
(S. 160) , o contrario á sus leyes fundamentales
(Lib. 1. §. 165) ; lo es tambien absolutamente el
juramento que les pudiera haber acompañado ,
y cae con el acto que debia fortificar.
229. Las aseveraciones que se usan en las obli-
gaciones que se hacen , son formularias espresio-
nes , destinadas á dar mayor fuerza á las prome-
sas. Asi los reyes prometen santamente , de buena
fe, solemnemente , irrevocablemente , que empe-
ñan su palabra real etc. Un hombre de bien se
cree suficientemente obligado por sola su palabra.
Sin embargo , estas aseveraciones no son inúti-
les , pues sirven para manifestar que nos obliga-
mos con reflexion y conocimiento de causa; y de
aqui proviene que se haga mas vergonzosa la in-
fidelidad. Preciso es sacar partido de todo entre
los hombres cuya fe es tan incierta ; y puesto
que la vergüenza influye en ellos mas poderosa-
mente que el sentimiento de sus deberes , seria
imprudente despreciar este medio.
456
230. Despues de lo que hemos sentado (§. 162),
escusamos probar que la fe de los tratados nin-
guna relacion tiene con la diferencia de religion,
ni puede depender de ella de modo alguno ; pues
aquella monstruosa máxima de que no debe guar-
darse fe con los hereges , si pudo levantar la ca-
beza en otro tiempo entre el furor de partido y
la supersticion , en el dia es generalmente de-
testada.
231. Si la seguridad del que estipula alguna
cosa en su favor le mueve á exigir la precision,
la exactitud y la mayor claridad en las espresio-
nes , pide tambien por su parte la buena fe que
cada uno enuncie sus promesas claramente y sin
ninguna ambigüedad ; pues es burlarse indigna-
mente de la fe de los tratados tratar de estender-
los en términos vagos ó equívocos, injerir en ellos
espresiones anfibológicas , reservarse motivos de
disturbios y de embrollo para sorprender á la
otra parte contratante , y caminar con superche-
ría y mala fe. Despreciemos al hombre que os
tentando su habilidad en este género , y hacien
do alarde de sus felices talentos se crea un fino
y astuto negociador ; pues tanto la razon como
la ley sagrada de la naturaleza le hacen tan in-
ferior al bribon mas despreciable y vulgar , cuan-
to la magestad de los Reyes se alza sobre los par-
ticulares. La verdadera habilidad consiste en guar-
darse de sorpresas , y jamas echar mano de ellas.
232. Los subterfugios en un tratado no son
menos contrarios á la buena fe ; y cuando Fer-
nando V, Rey de España , despues de celebrar
un tratado con su yerno el archiduque , creyó
libertarse por las protestas secretas que hizo con-
tra este mismo tratado , se acogió á un recur-
so pueril, que sin darle ningun derecho mani-
457
festaban solamente su debilidad y mala fe.
233. Las reglas que establecen una interpre-
tacion legítima de tratados , son no poco im-
portantes para formar la materia de un capítulo ;
pero observemos aqui de paso , que una interpre-
tacion manifiestamente falsa , es cuanto puede
imaginarse mas contrario á la fe de los tratados.
Quien echa mano de ella , ó se burla con im-
pudencia de esta fe sagrada , ó da testimonio
bastante de ignorar cuán vergonzoso es faltar á
ella ; pues al paso que quisiera obrar como un
pícaro , trata al mismo tiempo de conservar la
reputacion de un hombre de bien : conducta de
hipócrita que añade á su crimen la odiosa mo-
gigatería. Grocio en su Derecho de la guerra y
de la paz , lib. 2 , cap. 16 , §. 5 , refiere va-
rios ejemplos de una interpretacion manifies-
tamente falsa : cuenta que habiendo prometido
los plateenses á los tebanos restituirles los pri-
sioneros , se los volvieron despues de haberlos
quitado la vida . Pericles la habia prometido á
los que depusiesen el hierro , é hizo matar á los
que tenian broches de hierro á sus capas. Q.
Fabio Labeon habia convenido con Antioco en
devolverle la mitad de sus buques , y los hizo
serrar todos por medio : todas estas interpreta-
ciones fueron tan fraudulentas como la de Ra-
damisto , que habiendo jurado á Mitridates , se-
gun Tácito , que no usaria contra él ni del hier-
ro ni del veneno , le hizo sofocar debajo de un
monton de ropa .
234. Podemos empeñar nuestra fe asi tácita
como espresamente , y basta que la hayamos da-
do para que se haga obligatoria , siendo indife-
rente la manera de prometerla. La fe tácita se
funda en un consentimiento tácito , y este es el
458
que se deduce por una justa consecuencia de
los pasos que damos ; por eso todo lo que se
encierra , como dice Grocio , lib. 3 , cap . 24, §. 1 ,
en la naturaleza de ciertos actos sobre que se ha
convenido , se comprende tácitamente en la con.
vencion ; ó en otros términos , todas las cosas
sin las cuales no puede verificarse aquello en que
se convino , quedan concedidas tácitamente . Si
se ha prometido , por ejemplo , á un ejército ene-
migo que está ya internado en un pais , el se-
guro regreso al suyo , es manifiesto que no pue-
den negársele víveres , porque sin ellos no po-
dria verificar la vuelta; lo mismo que pidiendo
ó aceptando una entrevista , se promete tácita-
mente toda seguridad . Asi dice Tito Livio con
razon ( Lib. 38 , cap. 25. ) , que los galo - griegos
violaron el derecho de gentes por atacar al con-
sul Manlio cuando iba al sitio de la entrevista
que le habian propuesto. Como el emperador
Valeriano hubiese perdido una batalla contra Sa-
por , Rey de los persas , le hizo pedir la paz. Sa-
por declaró que queria hablar con el emperador
en persona; y habiendo ido Valeriano á la entre
vista sin desconfianza , fue arrebatado por un ene-
migo pérfido , que le retuvo prisionero hasta la
muerte , y le trató con la crueldad mas brutal.
Hablando Grocio, de los convenios tácitos ha-
ce mérito de aquellos en que se queda obligado
por signos mudos; pero no debemos confundir
estas dos especies. El consentimiento suficiente-
mente declarado por un signo , es tan espreso
como si hubiera sido significado de viva voz;
pues las palabras no son mas que signos de ins-
titucion , y hay signos mudos que el uso reci-
bido los hace tan claros y tan manifiestos como
las palabras. Asi es que en el dia enarbolando
459
una bandera blanca , se pide parlamentar tan
espresamente, como pudiera hacerse de viva voz,
y se promete tácitamente la seguridad al enemi-
go que acude en fuerza de un signo semejante.

CAPITULO XVI.

DE LAS SEGURIDADES QUE SE DAN PARA LA OBSER-


VANCIA DE LOS TRATADOS.

235. Como una desgraciada esperiencia ha


enseñado sobradamente á los hombres que la fe
de los tratados , tan santa y tan sagrada , no es
siempre garante seguro para que se observen , se
han buscado seguridades contra la perfidia , y
medios cuya eficacia no dependiese de la buena
fe de los contratantes. Uno de estos medios es
la garantia. Cuando los que celebran un tratado
de paz , ó cualquiera otro, no están absolu-
tamente tranquilos en cuanto á sú observancia,
negocian la garantía de un soberano poderoso,
y el que sale garante promete mantener las con-
diciones del tratado y procurar su observancia.
Como puede verse en el caso de tener que em
plear la fuerza contra alguno de los contratan-
tes que quisiera faltar á sus promesas , es un
compromiso , en el cual ningun soberano debe
mezclarse ligeramente , y sin razones poderosas :
con efecto rara vez se mezclan los príncipes,
como no sea que tengan un interés indirecto
en la observancia del tratado , ó en las relacio-
nes particulares de amistad.. La garantía puede
prometerse igualmente a todas las partes contra-
tantes , ó solo á algunas, ó á una sola , pero ordi
nariamente se promete á todas en general. Tam-
bien puede suceder , que muchos soberanos que
460
entran en una alianza comun , se constituyan
recíprocamente garantes de su observancia los
unos hacia los otros. La garantía es una especie
de tratado , por el cual se promete asistencia y
socorro á cualquiera en caso que lo necesite,
para compeler á un infiel á que cumpla sus
promesas.
236. Puesto que la garantía se da en favor
de los contratantes , ó de uno de ellos , de nin-
gun modo queda autorizada por ella la perso-
na garante para intervenir en la ejecución del
tratado , ó apresurar su observancia por sí mis-
mo , y sin que se le requiera para ello. Si las par-
tes de comun acuerdo juzgan á propósito sepa-
rarse del tenor del tratado , mudar algunas de
sus disposiciones , y aun anularle enteramente;
si la una quiere desprenderse voluntariamente
de alguna cosa en favor de la otra , tienen dere-
cho de hacerlo , y la persona garante no puede
oponerse á ello; pues obligada por su promesa
á sostener á quien tuviera que quejarse de algu-
na infraccion , no ha adquirido ningun derecho
por sí misma. La razon es , porque el tratado no
se hizo para ella , como que de otro modo no se⚫
ría simple garante , sino tambien una parte prin-
cipal de los que contratan , cuya observacion im-
porta tener presente ; mas es necesario cuidar de
que bajo el pretesto de garantía no se erija un
soberano poderoso en árbitro de los negocios de
sus vecinos , y pretenda darles leyes.
Es verdad que si las partes hacen alguna al-
teracion en las disposiciones del tratado , sin ci-
tacion y anuencia del garante , este no es res-
ponsable de la garantía; porque el tratado con
tales mudanzas no es el mismo que garantizó.
237. Como ninguna nacion está obligada á
461
hacer para otra lo que ésta puede hacer por sí
misma , el que salió garante no tiene que dar
socorros , como no sea en el caso que aquel á
quien se concedió su garantia no se halle en es-
tado de procurarse él mismo justicia.
Si se suscitan contestaciones entre los contra.
tantes sobre el sentido de algun artículo del tra-
tado , el que garantizó no tiene obligacion in-
mediatamente á dar asistencia á aquel en cuyo
favor dió su garantía. Como no puede compro-
meterse á sostener la injusticia , le toca exa-
minar , buscar el verdadero sentido del tratado,
y pesar las pretensiones del que reclama su ga-
rantía ; y si las encuentra mal fundadas , se nie-
ga á sostenerlas sin faltar á sus obligaciones .
238. Tambien es evidente que la garantía no
puede perjudicar al derecho de tercero ; y si acon-
tece que el tratado garantido resulta contrario al
derecho de tercero , como que es injusto en este
punto , ninguna obligacion tiene el que salió ga
rante á procurar su cumplimiento , porque , se-
gun acabamos de decir , jamas puede obligarse
á sostener la injusticia ; y esta es la razon que
alegó la Francia cuando se declaró la casa de
Baviera contra el heredero de Cárlos VI , aun-
que hubiese garantido la famosa pragmática san,
cion de este Emperador : la razon es incontesta-
ble en su generalidad , y solo se trataba de ver
si la corte de Francia hacia de ella una justa
aplicacion. Non nostrum inter vos tantas compo-
nere lites.
Con este motivo observaré que en el uso or-
dinario la voz garantía se toma en un sentido un
poco diferente del preciso que hemos dado á es-
ta palabra. La mayor parte de las potencias de
Europa garantieron el acto , por el cual Carlos VI
462
habia arreglado la sucesion á los estados de su
casa , y los soberanos se garantizan alguna vez
recíprocamente sus estados respectivos. Nosotros
dariamos mas bien á estos el nombre de tratados
de alianza para mantener esta ley de sucesion , y
para sostener la posesion de estos estados.
239. La garantía subsiste naturalmente tanto
como el tratado que tiene por objeto ; y en caso
de duda debe siempre presumirse asi , porque se
solicita y se da para la seguridad del tratado : pe-
ro nada impide que pueda restringirse á un cier-
to tiempo , como durante la vida de los contra-
tantes , y la del que garantió , etc. En una palabra,
á un tratado de garantía puede aplicarse cuanto
hemos dicho de los tratados en general .
240. Cuando se trata de cosas que otro pue-
de hacer ó dar lo mismo que el que promete , co-
mo cuando se trata de pagar una suma de dine-
ro , mas seguro es pedir caucion que garante ; por
que el que da caucion debe cumplir las prome-
sas en razon de la parte principal , en lugar de
que el que sale garante no tiene mas obligacion
que hacer lo que de él depende para que cum-
pla la promesa el que la hizo.
241. Una nacion puede dejar sus bienes en las
manos de otra para seguridad de su palabra , de
sus deudas ó de sus compromisos : si diese para
esta seguridad cosas muebles , se llaman prendas,
como lo hizo en otro tiempo la Polonia , que dió
en prenda una corona y otras joyas á los sobe-
ranos de Prusia ; pero dánse tambien algunas ve-
ces ciudades y provincias en peños. Si se las em-
peña solamente por un acto que las asigna para
seguridad de la deuda , sirven propiamente de hi-
poteca , que se llama especial , si se ponen en ma-
nos del acreedor , ó de aquel con quien se trató,
463
llevan el título de peño , y si se le ceden las ren-
tas ó réditos por el equivalente del interes de la
deuda , es lo que se llama pacto anticreseos.
242. Todo el derecho del que tiene una ciu-
dad ó una provincia empeñada , se refiere á la se-
guridad de lo que se le debe , ó de la promesa
que se le hizo ; por cuya razon puede retener la
ciudad o la provincia hasta que se le pague ; pe-
ro no tiene derecho de hacer en una ni en otra
mudanza alguna , porque no le pertenecen en pro-
piedad , ni puede tampoco mezclarse en el go-
bierno mas allá de lo que exige su seguridad , á
menos que no se le haya empeñado espresamen-
te el ejercicio de la soberanía : pero este mismo
punto no se presume , pues para la seguridad del
acreedor basta poner el pais entre sus manos y
bajo su potestad ; y aun , como cualquiera otro
acreedor en general , está en obligacion de con-
servar al pais que se le dió en peños , á prevenir
en lo posible su deterioracion , sobre lo cual es
responsable ; y si el pais llega á perderse por su
falta , debe indemnizar al estado que se lo empe-
ñó. Si se ha empeñado tambien el imperio con
el pais mismo , debe gobernarle segun las cons-
tituciones de este, y en los mismos términos en
que está obligado á gobernarle el soberano de di-
cho pais ; porque este solo ha podido empeñarle
su derecho legítimo .
243. Luego que la deuda se paga , ó que el
tratado se cumple , fenéce el empeño ; y el que
tiene una ciudad ó una provincia por este título ,
debe restituirla fielmente en el mismo estado en
que la recibió , en cuanto esto dependa de él.
Pero entre aquellos que no tienen mas regla
que su avaricia ó su ambicion , y cifran como
Aquiles todo su derecho en la punta de su ace-
464
ro , es delicada la tentacion , porque tienen recur-
so á mil subterfugios y pretestos para retener una
plaza importante ó un pais que les acomode. La
materia es muy odiosa para alegar ejemplos , y
son harto comunes y numerosos para convencer
á toda nacion sensata de lo imprudente que es
dar hipotecas semejantes.
244. Pero si la deuda no se pagó al tiempo
convenido , y el tratado quedó sin cumplir , se
puede retener ó apropiarse lo que se empeñó , ó
apoderarse de la cosa hipotecada , al menos has-
ta la concurrencia de la deuda ó de una justa in-
demnizacion. La casa de Saboya tenia hipotecado
el pais de Vaud á los dos cantones de Berna y
de Fribourgo ; pero como no pagaba , estos dos
cantones tomaron las armas y se apoderaron del
pais. El duque de Saboya les opuso la fuerza en
lugar de satisfacerles prontamente , y aun les dió
nuevos motivos de queja , pero los cantones vic-
toriosos retuvieron este hermoso pais , tanto para
pagarse de la deuda , como para los gastos de la
guerra , y por una justa indemnizacion.
245. En fin , una precaucion de seguridad
muy antigua y muy usada entre las naciones es
el exigir rehenes , por las cuales se entienden unas
personas de distincion que entrega el promitente
á aquel con quien se obliga , para retenerlas has-
ta el cumplimiento de lo que se prometió. Y tam-
bien este es un contrato pignoraticio , en el cual
se entregan personas libres en lugar de entregar
ciudades , paises ó joyas preciosas ; y podemos
hacer sobre este contrato las observaciones parti-
culares que hace necesarias la diferencia de las
cosas empeñadas.
246. El soberano que recibe rehenes no tie-
ne mas derecho en ellos que el de asegurarse de
465
su persona reteniéndolos hasta el entero cumpli-
miento de las promesas para que sirven de pren-
da. Puede , pues , tomar precauciones para evitar
que se le escapen ; pero es necesario que las mo-
dere por humanidad hacia unas personas á quie-
nes no hay derecho de hacer sufrir malos trata-
mientos , ni para escederse de lo que exige la pru-
dencia.
En el dia las naciones europeas se contentan
entre sí con la palabra de los rehenes , y los se-
ñores ingleses , entregados á la Francia en este
concepto , segun el tratado de Aix - la - Chapelle
en 1748 hasta la restitucion del Cabo Breton , li-
gados por su palabra vivian en la corte de París,
mas bien como ministros de su nacion , que co-
mo rehenes.
247. Solo queda empeñada la libertad de los
rehenes , y si el que los dió falta á su palabra, los
puede retener en cautiverio : tiempo hubo en que
por una crueldad bárbara fundada en el error,
se les condenaba á muerte ; pues se creia que el
soberano podia disponer arbitrariamente de la vi-
da de sus súbditos , ó que cada hombre era due-
ño de su propia vida , y tenia derecho de com-
prometerla luego que la daba en rehenes.
248. Cumplidos que sean los convenios deja
de subsistir el motivo en virtud del cual se ha-
bian entregado los rehenes , los cuales quedan li-
bres , y deben ser devueltos sin dilacion ; como
tambien si no se verifica la razon por la cual se he-
bian pedido ; pues retenerlos entonces seria abu-
sar de la fé sagrada bajo la cual fueron entrega-
dos. Hallándose el pérfido Cristierno II , Rey de
Dinamarca , detenido por los vientos delante de
Stokolmo , y espuesto á perecer de hambre con
toda su armada , hizo proposiciones de paz. Ste-
466
non , administrador entonces , se fió de su pala-
bra , suministró víveres á los dinamarqueses , y
aun entregó en rehenes á Gustavo y á otros seis
señores para la seguridad de Cristierno, que apa-
rentaba querer desembarcar ; pero este llevó an-
elas al primer viento favorable , y se llevó los
rehenes , correspondiendo á la generosidad de
su enemigo con una traicion infame.
249. Entregados que sean los rehenes bajo
la fe de los tratados , y prometido que sea por el
que los recibe restituirlos luego que tenga efec-
to la promesa para cuya seguridad se dieron ,
deben cumplirse á la letra empeños semejantes;
y asi es necesario que los rehenes sean devuel-
tos real y fielmente á su primer estado , luego
que los constituye libres el cumplimiento de la
promesa , sin que sea lícito retenerlos por otro
motivo. Me sorprendo al ver que hombres tan
sábios como Grocio, lib. 3 , cap. 2 , S. 45. Wolf
Derecho de gentes, §. 503 , enseñen lo contrario,
fundándose en que un soberano puede apode-
rarse de los súbditos de otro , y retenerlos para
obligarle á que haga justicia. Pero si bien el prin-
cipio es verdadero , la aplicacion no es exacta;
porque estos autores no atienden á que los re-
henes no estarian bajo el poder de este sobera-
no sin la fe del tratado en virtud del cual se en-
tregaron , ni espuestos á apoderarse de su perso-
na tan fácilmente , y á que la fe de un tratado
semejante no permite se haga de él otro uso que
aquel á que se estendió , ni que se prevalgan de
él fuera de lo que precisamente se convino. Los
rehenes se entregan para seguridad de una pro-
mesa , y únicamente para esto ; y desde el mo⚫
mento que la promesa se cumple , los rehenes,
segun acabamos de decir, deben recobrar su pri-
467
mer estado . Decir que los ponga en libertad co-
mo rehenes , pero que los retenga en prenda pa-
ra seguridad de alguna otra pretension , seria
aprovecharse de su estado de rehenes contra el
espíritu manifiesto , y aun contra la letra de la
convencion , segun la cual , luego que se cum-
plió la promesa , deben restituirse los rehenes á
sí mismos y á su patria , y ser repuestos en el
estado en que estaban , como si jamas se les hu-
biera dado en tal concepto . No ateniéndonos ri-
gorosamente á este principio , jamas habrá segu
ridad para dar rehenes ; pues seria fácil á los
príncipes encontrar siempre pretestos para rete-
nerlos . Haciendo la guerra Alberto el sabio , du-
que de Austria , á la ciudad de Zurick en 1351 ,
los dos partidos erigieron árbitros para la deci-
sion de sus diferencias , y Zurick dió rehenes,
pero los árbitros pronunciaron una sentencia in-
justa dictada por la parcialidad . Sin embargo ,
Zurick despues de justas quejas tomaba el par-
tido de someterse á ella ; mas el duque for-
mó nuevas pretensiones , y retuvo los rehenes
( Tschudi , tom. 1.º, pág. 421 ) , ciertamente con-
tra la fe del compromiso , y en desprecio del de-
recho de gentes . & , ཝཱ ,,,
250. Pero puede retenerse á los rehenes por
sus propios hechos , como por atentados come-
tidos , ó por deudas contraidas en el pais mien ,
tras lo fueron , sin que esto sea atentar á la ley
del tratado. Para estar seguro de recobrar su
libertad en los términos del tratado, aquel que
fue dado en rehenes , no debe tener derecho de
cometer impunemente atentados contra la nacion
que le guarda , y cuando llega el tiempo de par.
tir, es justo que pague sus deudas. *
251. El que da los rehenes debe proveer á
468
su subsistencia , porque estan alli por su órden
ó por su servicio ; y el que los recibe para se-
guridad suya , no tiene obligacion de gastar en
su subsistencia , sino es solo en la de los centi-
nelas , si juzga á propósito tenerlos con guardia.
252. El soberano puede disponer de sus súb-
ditos en servicio del estado , puede tambien dar .
los en rehenes , y aquel á quien se nombró de-
be obedecer como en cualquiera otra ocasion que
se le manda en servicio de la patria. Pero como
los ciudadanos deben soportar las cargas con
igualdad , el que va en rehenes debe ser paga-
do é indemnizado á espensas del público.
Solo el súbdito , como se acaba de ver , pue-
de ser entregado en rehenes á pesar suyo ; pero
el vasallo no está en este caso ; porque lo que
debe al soberano está determinado por las con-
diciones del feudo , sin que esté obligado á otra
cosa ; y por eso está decidido que el vasallo no
pueda ser obligado á ir en rehenes , si no es al
mismo tiempo súbdito.
Cualquiera que puede celebrar un tratado ó un
convenio , puede dar y recibir rehenes , por cu⚫
ya razon no solamente el soberano tiene dere-
cho de darlas , sino las potencias estrangeras en
los acuerdos que hacen , segun el poder de sus
instrucciones y la estension de su comision. El
comandante de una plaza , y el general que la
sitia , dan y reciben rehenes para la seguridad de
la capitulacion , y cualquiera que está bajo sus
órdenes , si se le elige , debe obedecer.
253. Los rehenes deben ser naturalmente per-
sonas considerables , puesto que se les exige co-
mo una seguridad ; pues las personas viles no
inspirarian una confianza , á menos que no fue-
sen en mucho número. Tiénese ordinariamente
469
cuidado de convenir en la cualidad de los rehe-
nes que deben entregarse , y es una insigne ma-
la fe que en las convenciones se falte á este pun-
to. Por eso fue vergonzosa perfidia en el señor
de la Tremouille dar á los suizos cuatro rehenes
de la hez del pueblo , en lugar de cuatro ciuda-
danos de Dijon , como se habia convenido en el
famoso tratado de que hemos hecho mencion
(S. 213.). Algunas veces se dan en rehenes á los
próceres del estado , y tambien á los príncipes ,
como se vió en Francisco I , que dió á sus pro-
pios hijos para la seguridad del tratado de Ma-
drid.
254. El soberano que da rehenes debe dar-
los de bûena fe , como prendas de su palabra,
y por consiguiente con intencion de que per-
manezcan hasta el entero cumplimiento de la pro-
mesa ; por lo mismo no puede aprobar que se
fuguen, y si lo hacen , lejos de recibirlos , debe
entregarlos de nuevo. Los rehenes por su parte,
correspondiendo á la intencion que deben pre-
sumir en su soberano , deben permanecer fiel-
mente en poder de aquel á quien se entregaron
sin buscar medios para evadirse. Clelia se escapó.
de las manos de Porsena , á quien se la habia'
dado en rehenes ; pero los Romanos la devolvie-
ron por no romper el tratado ( i).
255. Si el que fue dado en rehenes llega á
morir , no tiene obligacion á reemplazarle el que
le dió , á menos que no haya convenio sobre es-
to ; pues siendo una seguridad que se habia exi-
gido de él , y perdiéndola sin culpa suya , no

(1) Et romani pignus pacis exfœdere restituerunt. Tit. Liv.


lib. 2 , cap. 13.
TOMO 1. 32
470
hay razon que le obligue á dar otro en rehenes.
256. Si uno se pone por cierto tiempo en
lugar de alguno de los relienes , y este fallece de
muerte natural , queda libre el que habia tomado
su puesto en rehenes, porque las cosas deben res-
tituirse al estado en que se hallarian, si no se hu-
biera permitido ausentarse al que estaba en rehe-
nes , consintiendo que otro le reemplazase ; y por
la misma razon el primero no se Jibra por la
muerte del segundo sino solo por un tiempo;
pero sucederia todo lo contrario si los rehenes
hubieran sido cangeados por otros , en cuyo ca-
so el primero quedaria absolutamente libre de to-
do compromiso , y solo obligado el que le reém-
plazase.
257. En caso de suceder en la corona un
príncipe que se dió en rehenes , debe ser puesto
en libertad , con tal que ofrezca otro capaz de
reemplazarle , ó muchos que puedan formar to-
dos juntos una seguridad equivalente á la que for-
maba el príncipe cuando se le entregó en rehe-
nes ; y esto se manifiesta por el tratado mismo,
en el cual no se contiene que el Rey quedaria en
rehenes , porque es de grande consecuencia que
la persona del soberano esté en poder de una
potencia estrangera , para que se pueda presumir
que el estado quiso esponerse á ello. La buena fe
debe reinar en todo convenio, y debe seguirse la
intencion manifiesta ó justamente presunta de
los contratantes : asi es que si Francisco I hubiera
muerto despues de dar á su hijo en rehenes,
ciertamente el Delfin hubiera sido puesto en li-
bertad , porque solo se le habia entregado con
el objeto de que el rey fuese devuelto á su reino;
y si el emperador le hubiera retenido , se frus-
traba este objeto , y se hubiera verificado que el
471
Rey de Francia seguia cautivo. Yo supongo , co-
mo es facil ver , que el tratado no se viole por
el Estado que dió al príncipe en rehenes ; pues
en el caso de que el Estado hubiera faltado á
su palabra, sería justo aprovecharse de un acon-
tecimiento que le devolvia rehenes mucho mas
preciosos y hacia mas necesaria su libertad.
258. El empeño de los rehenes , como el de
una ciudad ó de un pais , fenece con el tratado,
cuya seguridad debe constituir ( §. 245. ) ; y por
consiguiente , si el tratado es personal , los re-
henes quedan libres al momento que muere uno.
de los contratantes.
259. El Soberano que falta á su palabra des-
pues de haber dado rehenes ; hace injuria , no
solo á la otra parte contratante , sino tambien á
los rehenes mismos , porque los súbditos tienen
obligacion de obedecer á su Soberano que los,
da en rehenes ; pero este no tiene derecho á sa-
crificar caprichosamente la libertad de aquellos ,
y poner sin justa razon su vida en peligro. En-
tregados para servir de seguridad a la palabra
del Soberano y no para sufrir ningun mal , si los
precipita en el infortunio violando su fe , se cu-
bre de doble infamia : lo primero porque las
prendas y los peños sirven de seguridad para
lo que se debe , y su adquisicion indemniza á
aquel á quien se falta á la palabra ; y lo segundo .
porque los rehenes son mas bien prendas de la
fe del que los da , y se supone que tendria hor-
ror en sacrificar inocentes. Si circunstancias par-
ticulares obligan á un Soberano a abandonar á
los rehenes , como , por ejemplo , si el que los,
recibió siendo el primero á faltar á sus pactos
no se pudiese cumplir el tratado sin poner el
estado en peligro , nada debe omitirse para li-
472
bertar estos desgraciados rehenes , y el estado no
puede negarse á indemnizarlos de sus trabajos
á recompensarlos , ya sea en su persona , ya
en la de sus parientes.
260. Luego que viola su fe el Soberano que
dió rehenes , estos pierden esta cualidad y que-
dan prisioneros del que los recibió , el cual tie-
ne derecho á retenerlos en una cautividad per-
pétua. Pero un principe generoso no debe usar
de sus derechos en desgracia de un inocente ; y
como el que está en rehenes ninguna obligacion
tiene con el Soberano que le abandonó por una
perfidia , si quiere entregarse al que es el árbi-
tro de su destino , este podrá adquirir un súb-
dito útil en vez de un prisionero miserable , ob-
jeto importuno de su compasion ; ó tambien
puede enviarle libre , conviniéndose con él en
ciertas condiciones.
261. Ya hemos observado que no puede
quitarse la vida á ninguno de los rehenes por
la perfidia del que los entregó , y ni la costum-
bre de las naciones , ni el uso mas constante
podria justificar una crueldad bárbara , contra-
ria á la ley natural. Aun en el tiempo en que
estaba en el mayor auge esta horrorosa costum-
bre , el grande Escipion declaró altamente que
no haria caer su venganza sobre rehenes ino-
centes , sino sobre los pérfidos mismos , y que
solo sabia castigar á los enemigos armados (Tit.
Liv. lib. 28. cap. 24. ) , y el emperador Juliano,
como se lee en Grocio , hizo la misma declara-
cion. Todo lo que tan absurda costumbre pue-
de producir , es la impunidad entre las naciones
que la practican ; cualquiera que la siga no pue-
de quejarse que otra haga otro tanto ; pero to-
da nacion debe y puede declarar que la mira
473
como una barbarie injuriosa á la naturaleza
humana.

CAPITULO XVII.

DE LA INTERPRETACION DE LOS TRATADOS.

262. Si los hombres supiesen distinguir siem-


pre y determinar perfectamente sus ideas , y si
para enunciarlas hubiese solo términos propios,
espresiones igualmente claras , precisas y suscep-
tibles de un sentido único ; jamas habria dificul-
tad en descubrir lo que querian en las palabras
que escogieran para esplicarse , y les bastaria
entender la lengua. Pero no por eso seria toda-
via inútil el arte de la interpretacion . En las
concesiones , en los convenios , en los tratados
y en todos los contratos , lo mismo que en las
leyes , no es posible prever ni notar todos los
casos particulares , y por lo mismo se estatuye,
se ordena , se convienen ciertas cosas , enuncián-
dolas en su generalidad ; y cuando todas las es-
presiones de un acta fueran perfectamente cla-
ras , netas y precisas , la recta interpretacion con-
sistiria todavía en hacer en todos los casos par-
ticulares que se presenten , una justa aplicacion
de lo que se ha determinado de una manera ge-
neral. Aun no es esto bastante ; las circunstan-
cias varian y producen nuevas especies de ca-
sos que no pueden reducirse á los términos del
tratado ó de la ley , sino por inducciones saca-
das de los objetos generales de los contratantes
ó del legislador ; pues se presentan contradic-
ciones , incompatibilidades reales ó aparentes en-
tre disposiciones diversas , y se trata de conci-
liarlas, y de pronunciar el medio que debe adop-
474
tarse. Pero es peor aun si se considera que el
fraude trata de sacar provecho de la interpreta-
cion de la lengua , y que los hombres echan
adrede obscuridad y ambigüedad en sus trata-
dos , para reservarse algun pretesto de eludirlos
cuando haya ocasion ; y por lo mismo es , pues ,
necesario establecer reglas fundadas en la razon,
y autorizadas por la ley natural , capaces de di-
fundir la luz en lo que está obscuro , de deter-
minar lo incierto y de frustrar las cautelas de
un contratante de mala fe. Comencemos , pues,
por las que se dirigen particularmente á este
último fin, y presentemos en ellas aquellas má-
ximas de justicia y de equidad , destinadas á re-
primir el fraude , y á prevenir el efecto de sus
artificios.
263. La primera máxima general sobre la in-
terpretacion es , que no es licito interpretar lo
que no tiene necesidad de interpretacion. Cuando
está concebido en términos claros y precisos,
cuando su sentido está manifiesto y no conduce
á incidir en algun absurdo , no hay una razon
para negarse al sentido que este acto presenta
naturalmente ; y empeñarse en buscar por otra
parte conjeturas para restringirle ó ampliarle, es
querer eludirle ; y admitido una vez este méto-
do peligroso , no hay acta que no se haga inú-
til por su causa. Brille la claridad en todas las
disposiciones de vuestro acto , haced porque es-
té concebido en los términos mas claros y pre-
cisos ; pues todo lo que hagais será inútil , si se
permite buscar razones estrañas para sostener
que no se puede tomar en el sentido que pre-
senta naturalmente ( 1 ).

(1) « Standum omninò est iis quæ verbis expressis ,


475
264. Los cavilosos y enredadores que se em-
peñan en disputar el sentido de una disposicion
clara y precisa , tratan de buscar vanos y artifi-
ciosos pretestos en las miras que atribuyen al
autor de esta disposicion ; y como seria muchas
veces peligroso entrar con ellos en la discusion
de los supuestos designios que el acto mismo
les indica ; para repelerlos y cortar de raiz todo
enredo y disputa , establecemos la regla siguien-
te : « si el que podia y debia. esplicarse pura y
netamente no lo ha hecho , tanto peor para él ,
y no puede admitírsele á poner despues restric-
ciones que no espresó. » Ésta es la máxima del
derecho romano : pactionem obscuram iis noce-
re, in quorum fuit potestate legem apertius con-
scribere ( 1 ). La equidad de esta regla salta á los
ojos , y su necesidad no es menos evidente, pues
ni habrá convenio seguro , ni concesion firme y
sólida si se las puede hacer vanas por limitacio-
nes subsiguientes , que debian enunciarse en el
acta , si estaban en la voluntad de los contra-
tantes.
265. La máxima general , ó el tercer princi-
pio sobre la interpretacion es : « que ninguno de
los interesados ó contratantes tiene derecho de
interpretar á su voluntad el acto ó el tratado ; »
porque si aquel con quien yo le celebro es ár-

quorum manifestus est significatus , indicata fuerunt , ni-


si omnem á negotiis humanis certitudinem removere vo-
lueris. Wolf. Jus. nat. pars 7. not. 822.
( 1) Digest. lib. 2. tit. 14. de pactis , leg. 39. Véase tam-
bien el Digesto , lib. 18. tit. 1. de contrahenda emptione,
leg. 22. « Labeo scripsit obscuritatem pacti nocere potius
debere venditori , qui id dixerit , quam emptori ; quia
potuit re integra apertius dicere.
476
bitro de dar á mi promesa el sentido que le
agrade , lo será tambien de obligarme á lo que
quiera contra mi intencion , y fuera de la es-
tension de mis verdaderos compromisos : y re-
cíprocamente , si me es permitido esplicar á mi
voluntad mis promesas , podré hacerlas vanas é
ilusorias dándoles un sentido enteramente dife-
rente de`aquel que ofrecen al que contrata con-
migo , y en el cual ha debido tomarlas al tiempo
que las aceptó.
266. « En toda ocasion en que ha podido y
debido cualquiera manifestar su intencion , se
toma por verdadero contra él lo que ha decla-
rado suficientemente. » Este es un principio in-
contestable que aplicamos a los tratados , por-
que no son vanos juegos , sino que los contra-
tantes deben tratar sempre verdad y segun sus
intenciones ; pues si la intencion suficientemente
declarada no se tomase de derecho por la ver-
Idadera intencion del que habla y se obliga , se-
.ria por cierto muy inútil hacer contratos ni ce-
lebrar tratados .
267. Pero se pregunta en este lugar : entre
las palabras de que se han valido los contratan-
tes , ¿ cuáles son las mas decisivas para el verda-
dero sentido del contrato ? હું Nos atendremos mas
bien á las del promitente que á las del estipu-
lante ? Como la fuerza y la obligacion de todo
contrato proviene de una promesa perfecta , y
como el promitente no se puede obligar mas
allá de su voluntad suficientemente declarada , es
bien cierto que para conocer el verdadero sen-
tido de un contrato es necesario principalmente
atender á las palabras del que promete ; porque
se obliga voluntariamente por sus palabras , y se
toma por verdad contra él lo que declaró sufi-
477
cientemente. Lo que parece haber dado lugar
á esta cuestion es el modo con que se celebran
algunas veces los convenios : el uno ofrece las
condiciones , y el otro las acepta ; es decir , que
el primero propone aquello á que pretende que
el otro se obligue para con él , y el segundo de-
clara á lo que se obliga en efecto. Si las pala-
bras del que acepta la condicion se refieren á
las palabras del que la ofrece , no hay duda en
que las espresiones de este deben servir de nor-
ma ; pero esto consiste en que se presume que
el promitente no hace mas que repetirlas para
cumplir sus promesas , sobre lo cual nos pueden
servir de ejemplo las plazas sitiadas. El sitiado
propone las condiciones bajo las cuales quiere
rendir la plaza , y el sitiador las acepta ; pero las
espresiones de aquel en nada obligan á este sino
en cuanto las adoptó. El que acepta la condi-
cion es el verdadero promitente , y en sus pa-
labras donde debe buscarse el verdadero senti-
do del acta , ya sea que las elija y forme él
mismo , ya sea que adopte las espresiones de la
otra parte , refiriéndose en ella á su promesa .
Pero es necesario siempre acordarse de lo que
acabamos de decir , á saber : que se toma por
verdad contra él lo que declaró suficientemente,
sobre cuya asercion me voy á esplicar con mas
claridad.
268. En la interpretacion de un tratado ó de
un acto cualquiera , se trata de saber como se
han convenido los contratantes ; de determinar
con exactitud , cuando la ocasion se presente, lo
que se prometió y aceptó ; es decir , no solamen-
te lo que una de las partes tuvo intencion de
prometer , sino tambien lo que la otra debió
creer razonablemente y de buena fe que se le pro-
478
metia , lo que le fue declarado suficientemente,
y sobre lo cual ha debido reglar su aceptacion.
La interpretacion de todo acto y de todo tra-
tado , debe , pues , hacerse segun reglas ciertas,
propias á determinar su sentido , tal como han
debido naturalmente entenderlo los interesados
cuando se estendió y se aceptó el acta » ; lo cual
es el quinto principio.
Como estas reglas deben fundarse sobre la
recta razon , y por consiguiente ser aprobadas y
prescritas por la ley natural , todo hombre y to-
do Soberano está obligado á admitirlas 3 y seguir-
las. Si no se reconocen reglas que determinen
el sentido en que deben tomarse las palabras,
los tratados serán solo un juego de voces , no
se podrá convenir con seguridad en nada , y se-
rá casi ridículo contar con el efecto de las con-
venciones.
269. Pero como los Soberanos no recono-
cen juez comun ni superior que pueda obligar-
los á recibir una interpretacion fundada en re-
glas justas , la fe de los tratados hace aqui toda
la seguridad de los contratantes , y esta fe tan
vulnerada queda por negarse á admitir una in-
terpretacion evidentemente recta , como por una
abierta infraccion ; porque es la misma injusti-
cia , es la misma infidelidad , y no es menos
odiosa , porque se envuelva en las sutilezas del
fraude.
270. Entremos ahora en el por menor de
las reglas , segun las cuales debe dirigirse la in-
terpretación para ser justa y recta. 1. Puesto
que la interpretacion legítima de un acto solo
debe dirigirse á descubrir el pensamiento del au-
tor ó de los autores de él , téngase presente que
desde que se tropieza con alguna obscuridad,
479
es necesario buscar cual ha sido verosimilmente
el pensamiento de los que le estendieron , y en
su consecuencia interpretarlo. » Esta es la regla
general de toda interpretacion , la cual sirve par-
ticularmente á fijar el sentido de ciertas espre-
siones , cuya significacion no está suficientemen-
te determinada. En virtud de esta regla se ha-
ce necesario tomar estas espresiones en el senti-
do mas estenso , cuando es verosímil que el que
habla tuvo en consideracion todo lo que desig-
nan en dicho sentido ; y al contrario , se debe
restringir la significacion , si parece que el autor
limitó su pensamiento á lo que se comprende
en el sentido mas estricto. Supongamos que un
marido haya legado á su muger todo su dinero;
trátase de saber si esta espresion señala solamen-
te el dinero contante , ó si se estiende tambien
al que está impuesto , al que se debe por bille-
tes y por otros títulos. Si la muger es pobre,
si merecia el cariño de su marido , si se encuen-
tra poco dinero contante , y si el precio de los
demas bienes escede con mucho al del dinero,
tanto en metálico como en papel , hay aparien-
cia de que el marido tuvo intencion de legar,
tanto el dinero que se le debia , como el que
tiene en su gaveta ; por el contrario , si la mu-
ger es rica , si se encuentran gruesas sumas en
dinero contante , y si el valor de lo que se le
debe es mucho mayor que el de los demas bie-
nes , parece que el marido solo quiso legar á su
müger su dinero contante.
En consecuencia de la misma regla debe dar-
se tambien á una disposicion toda la estension
de que es susceptible la propiedad de los térmi-
nos , si parece que el autor tuvo en considera-
cion todo lo comprendido en ella ; pero es ne-
480
cesario restringir la significacion cuando es vero-
simil que aquel que hizo la disposicion no en-
tendió estenderla á todo lo que puede abrazar
la propiedad de los términos , y se pone el ejem-
plo siguiente : Un padre que tiene un hijo único
lega á la hija de un amigo toda su pedreria ; tie-
ne una espada con el puño engastado de dia-
mantes que le donó un Rey : á la verdad que
no habia apariencia ninguna de que el testador
haya pensado en hacer pasar una prenda tan
honrosa á una familia estraña ; por lo mismo es
necesario esceptuar del legado esta espada con
los diamantes que la adornan , y limitar la sig-
nificacion de los términos á la pedreria ordina-
ria. Pero si el testador no tiene ni hijo ni here-
dero de su nombre , y si instituye por su here-
dero á un estraño , no hay motivo para restrin-
gir la significacion de los términos , sino que de-
ben tomarse segun toda su propiedad , siendo
verosímil que el testador los empleó lo mismo.
271. Los contratantes están obligados á es-
plicarse de manera que puedan entenderse recí
procamente , lo cual se manifiesta por la natu-
raleza misma del acto ; porque siendo necesario
que los que contraen concurran con la misma
voluntad , y se avengan á querer la misma cosa,
¿cómo han de convenir en ella si no se entienden
recíprocamente ? Su contrato será entonces un
juego ó un engaño. Supuesto que deben hablar
de manera que se entiendan , tienen que emplear
las palabras en el sentido que el uso las atribu-
ye en su sentido propio , dar á los términos que
emplean en todas sus espresiones una significa-
cion recibida. No les es lícito separarse adrede
y sin advertirlo , del uso y de la propiedad de los
términos ; y se presume que se han atenido á
481
ella; mientras no haya razones poderosas para
presumir lo contrario ; porque la presuncion es
en lo general , que se han hecho las cosas co-
mo han debido serlo. De todas estas verdadės
incontestables resulta esta regla : « en la interpre-
tacion de los tratados , de los pactos y de las
promesas nadie debe separarse del comun uso
del lenguage , á menos que no haya para ello
razones muy graves. » A falta de certeza es ne-
cesario seguir la probabilidad en los negocios:
humanos ; y como de ordinario es muy proba-
ble que en un tratado se empleó el lenguage au-
torizado por el uso , esto adquiere una presun-
cion tan fuerte , que no puede vencerse sino por
una presuncion contraria mas fuerte todavía. Can-
dem en la Historia de la Reina Isabel , parte se-
gunda , refiere un tratado en el cual se dice es
presamente , que debe entenderse con precision
segun la fuerza y la propiedad de los términos.
Segun semejante cláusula , bajo ningun pretesto
es posible separarse del sentido propio que el
uso atribuye á los términos , como que la vo-
luntad de los contratantes se manifiesta formal,
y se declara del modo mas preciso .
272. El uso de que hablamos es el del tiem.
po en que se estendió y concluyó el tratado ó
el acto en general ; pero como las lenguas va-
rian sin cesar , tambien cambian con el tiempo
la significacion y la fuerza de los términos ; y
por lo mismo cuando se tiene que interpretar
una acta antigua , es necesario conocer el uso
comun del tiempo en que se escribió , el cual
se descubre en las actas de la misma fecha , y
en los escritores coetáneos , comparándolos cui-
dadosamente entre sí , que es el único manan-
tial adonde se puede acudir con seguridad. Pues
482
como el uso de las lenguas vulgares sea de no-
toriedad muy arbitrario , las averiguaciones eti-
mológicas y gramaticales para descubrir el ver-
dadero sentido de una palabra en el uso cor-
riente, solo formarían una vana teoría , tan inú-
til como destituida de pruebas.
273. El objeto de las palabras es espresar
los pensamientos ; y por lo mismo el verdade-
ro significado de una espresion en el uso ordi-
nario es la idea que se acostumbra dar á tal
espresion ; asi es una sutileza grosera atenerse
á las palabras tomadas en un sentido particular
para eludir el verdadero de toda la espresion.
Habiendo prometido Mahomet , emperador de
los turcos , á un hombre en la toma de Negro-
Ponto no cortarle la cabeza , hizo que le divi-
diesen por medio del cuerpo. Tamerlan , des-
pues de haber entrado en composicion con la
ciudad de Sebaste bajo la promesa de no der-
ramar sangre , hizo enterrar vivos á los solda-
dos de la guarnicion ( 1 ) . Estas son evasivas y gro-
seras , que solo agravan los crímenes de un pér-
fido , segun observa Ciceron (2). Perdonar la ca-
beza de uno , no derramar sangre son espresiones
que en el uso corriente , ó sobre todo , en oca-
siones semejantes , dicen manifiestamente lo mis-
mo que perdonar la vida.
274. Todas estas miserables sutilezas quedan

( 1) Véase á Puffendorf en su Derecho natural y de gen


tes , lib. 5. cap. 12. §. 3. La Croix en la hist. de Timur-
Bec , lib. 5. cap. 15. habla de esta crueldad de Timur-Bec,
ó Tamerlan , con 4000 caballos armenios ; pero nada di-
ce de la perfidia que otros le atribuyen.
(2) Fraus enim adstringit ; non disolvit perjurium. De offic.
lib. 3. cap. 32.
483
destruidas por esta regla incontestable : « cuando
se ve manifiestamente cuál es el sentido que con-
viene á la intencion de los contratantes , no es
lícito dar á sus palabras un sentido contrario. >» La
intención suficientemente conocida ofrece la ver-
dadera materia del convenio , que se reduce á lo
que se prometió y aceptó , á lo que se pidió y
concedió. Violar el tratado es ir contra la in-
tencion que se manifiesta en él suficientemente :
mas bien que contra los términos en que se
concibió , porque las palabras nada valen sin la
intencion que debe dictarlas:
275. En un siglo ilustrado tendremos nece-
sidad de decir que las reservas mentales no pue-
den admitirse en los tratados ? La cosa es dema-
siado manifiesta , puesto que por la naturaleza
misma del tratado deben enunciarse las partes
de manera que puedan entenderse recíprocamen-
te (S. 271. ). Apenas hay en el dia quien no se
avergüence de fundarse en una reserva mental ;
y á la verdad ¿ á qué contribuye semejante su-
tileza , como no sea para adormecer á cualquie-
ra bajo la vana apariencia de un compromiso ?
Esta es una verdadera picardía .
276. Los términos técnicos , ó las palabras
propias de las artes y de las ciencias , « deben
ordinariamente interpretarse segun la definicion
que dan de ellos los maestros del arte , y las
personas versadas en el conocimiento del arte ó
de la ciencia á que pertenece el término. » Digo
ordinariamente , porque esta regla no es tan ab-
soluta que no podamos , y aun no debamos , se-
pararnos de ella cuando concurren poderosas
razones para hacerlo ; como , por ejemplo , si se
probase que el que habla en un tratado ó en
cualquier otro acto , ignoraba el arte ó la cien-
484
cia de que tomó el término , que no conocia la
fuerza de la voz de que se valió como término
técnico , que la empleó en un sentido vulgar etc.
277. Empero , « si los términos de arte ú otros
se refieren á cosas que admiten mas o menos gra-
dos de calificacion , ó nombradía , no es necesario
atenerse necesariamente á las definiciones , sino
mas bien se deben tomar estos términos en un
sentido conveniente al discurso de que hacen
parte ; » porque se define regularmente una cosa.
en su estado mas perfecto , y sin embargo no
cabe duda de que no se la entiende en este estado
mas perfecto todas las veces que de ella se ha-
bla. Y como la interpretacion solo debe dirigir-
se á descubrir la voluntad de los contratantes
( S. 268 ) ; debe , pues , atribuir á cada término
el sentido que con verisimilitud tuvo en su men-
te la persona que habla ; y asi cuando se ha con-
venido por un tratado en someterse á la deci-
sion de dos ó tres sabios jurisconsultos , sería ri-
dículo tratar de eludir el compromiso bajo el
pretesto de que no se hallára ninguno sabio en
todo sentido , ó restringir los términos hasta des-
echar á los que no compitan con Cujacio ó Gro-
cio. El que hubiese estipulado un socorro de
diez mil hombres de buenas tropas , ¿ tendria
fundamento para pretender que se le diesen
soldados , entre los cuales el menor fuese com-
parable á los veteranos de Julio César ? Y si el
príncipe hubiera prometido á su aliado un buen
general , se vería en la precision de enviarle
un Marlbourough ó un Turena ?
278. Hay espresiones figuradas que se han
hecho tan familiares en el comun uso de la len-
gua , que se subrogan en mil ocasiones á los tér-
minos propios ; de suerte que se deben adoptar
485
en su sentido figurado , sin atender á su signifi-
cacion originaria , propia y directa ; y la mate-
ria del discurso indica suficientemente el sentido
que ha de dárselas. Urdir una trama , llevar un
pais á sangre y fuego , son espresiones de esta
naturaleza , y quizá no hay ocasion en que no
fuese un absurdo tomarlas en su sentido natural
Y directo.
279. Apenas hay lengua que no tenga tambien
palabras que significan dos ó muchas cosas di-
ferentes , y frases susceptibles de mas de un sen-
tido ; de lo cual nace el equívoco en el discur-
so , y deben los contratantes evitarlo cuidadosa-
mente ; pues emplearle á sabiendas para eludir
despues sus obligaciones es una verdadera per-
fidia , porque la fe de los tratados obliga á las par-
tes contratantes á esplicar netamente su intencion
( S. 271. ) ; pero si se desliza el equívoco en un
acta , la interpretacion debe hacer que desapa-
rezca la incertidumbre que produce.
280. La regla que debe dirigir la interpreta-
cion en estos casos , lo mismo que en el ante-
rior , es la siguiente : « siempre debe darse á las
espresiones el sentido que mas convenga al ob-
jeto ó materia de que se trata ; » porque el fin es
atinar con una sana interpretacion para descu-
brir el pensamiento de las personas interesadas
en el tratado ; y debe presumirse que el que
emplea una palabra susceptible de muchas signi-
ficaciones, la ha tomado en la mas conveniente
á la materia. Esto es tan natural , como que el
que se осира de la materia de que se trata , es
necesario que se la presente en los términos
mas propios para manifestar su pensamiento ; y
por lo mismo cualquiera palabra equívoca solo
ha podido ofrecérsele en el sentido mas propio
TOMO I. 33
486
á descubrir el pensamiento del que se sirve de
ella , es decir , en el sentido que conviene á la
materia, Inútil sería oponer que algunas veces
se echa mano de espresiones equívocas con el
objeto de dar á entender otra cosa distinta de
la que verdaderamente se piensa , y que enton-
ces el sentido que conviene á la materia , no
es correspondiente á la intencion del hombre
que habla ; pues ya hemos dicho que siempre
que un hombre puede y debe manifestar su in-
tencion , se toma por verdad contra él lo que
manifestó suficientemente (§. 266. ) ; y como la
buena fe debe reinar en los convenios , los in-
terpretamos siempre en la inteligencia de que
en efecto la hubo. La regla que acabamos de
dar se presentará mas clara con los ejemplos si-
guientes. La palabra dia se entiende del dia na-
tural, ó del tiempo en que, el sol nos alumbra,
y del dià civil , ó del espacio de veinte y cuatro
horas. Cuando la empleamos en un convenio
para designar un espacio de tiempo , el objeto
mismo indica manifiestamente que queremos ha-
blar del dia civil ó de un término de veinte y
cuatro horas ; y fue una miserable sutileza , ó mas
bien una perfidia insigne de Cleomenes , cuando
habiendo hecho una tregua de algunos dias con
los de Argos , y hallándolos dormidos la tercera
noche , protegidos por la fe del tratado , mató
parte de ellos é hizo los demas prisioneros , ale-
gando que las noches no se comprendian en la
tregua. La palabra acero puede tomarse , ó por
el metal misino , ό por ciertos instrumentos tem-
plados con este metal. En un convenio en que
se concertase que los enemigos depondrian el
acero , esta última palabra designa evidentemen-
te las armas , y por eso Pericles , en el ejemplo
487
citado (S. 233. ) , dió á sus palabras una inter-
pretacion fraudulenta , como enteramente con-
traria á lo que manifiestamente indicaba la mate-
ria del objeto. Q. Fabio Labeon , de quien hemos
hablado en el mismo párrafo , tampoco procedió
de buena fe en la interpretacion de su tratado con
Antioco ; porque reservándose un soberano que
se le devuelva la mitad de su escuadra ó de sus
buques , indudablemente se entiende que se le
han de devolver de manera que pueda hacer
uso de ellos , y no la mitad de cada buque ser-
rado por el medio ; y tanto Pericles como Fabio
son condenados por la regla que hemos estable-
cido ( S. 274. ) , la cual prohibe estraviar el sen-
tido de las palabras contra la manifiesta inten-
cion de los contratantes.
281. « Si se encuentran mas de una vez en
el mismo acto algunas espresiones que tienen
muchos significados diferentes , no es absoluta-
mente indispensable que se le haya de tomar
siempre en la misma significacion ; porque es
necesario, conforme á la regla precedente , to-
mar esta espresion en cada artículo segun lo
exige la materia pro substracta materia , como
dicen los maestros del arte. La palabra dia , por
ejemplo , como acabamos de decirlo ( S. 280.),
tiene dos significaciones : si se dice en un con-
venio que habrá una tregua de cincuenta dias,
con condicion de que los comisionados de am-
bas partes trabajarán juntos durante ocho con-
secutivos para ajustar las diferencias , los cin-
cuenta dias de la tregua son civiles de veinte y
cuatro horas ; pero sería absurdo entender lo
mismo en el segundo artículo , y pretender que
los comisionados trabajasen ocho dias y ocho
noches sin descansar.
488
282. Debe desecharse toda interpretacion
que nos conduzca á un absurdo , » ó en otros
términos , á ningun acto puede darse un senti-
do del cual se siga una cosa absurda , sino que
es preciso interpretarlo de manera que se evite
el absurdo. Como no se presume que nadie
quiera un absurdo , no se puede presumir que
el que habla haya pretendido que sus palabras
se entendiesen de manera que aquel se siguiese
de ellas , y tampoco es lícito presumir que haya
querido burlarse en un acto tan sério , porque
no se presume lo que es vergonzoso é ilícito.
Llámase absurdo, no solo lo que es fisicamente
imposible , sino lo que lo es moralmente , es de-
cir, lo que es de tal modo contrario á la razon,
que no se puede atribuir á un hombre que es-
té en buen sentido ; y por lo mismo aquellos
judíos fanáticos que no se atrevian á defenderse
cuando el enemigo los atacaba en sábado , da-
ban una interpretacion absurda al cuarto man-
damiento de la ley. ¿ Por qué no se abstenian
tambien de andar , de vestirse y de comer? Pues
tambien son obras , si se quieren tomar los tér-
minos en rigor. Dicese que en Inglaterra se ca-
só uno con tres mugeres para no estar en el
caso de la ley que prohibe tener dos ; lo que
sin duda es un cuento popular para ridiculizar
la estrema circunspeccion de los ingleses , que
no quieren que se separe una letra en la apli-
cacion de la ley. Este pueblo sabio y libre ha
visto demasiado por la esperiencia de las demas
naciones , que las leyes dejan de ser una firme
barrera y segura salvaguardia luego que una
vez se permite al poder ejecutivo que las in-
terprete á su voluntad ; pero no es su ánimo
que en alguna ocasion se tome el tenor de la
489
ley en un sentido manifiestamente absurdo.
La regla que acabamos de referir es de ab-
soluta necesidad , y debe seguirse aun cuando
no haya obscuridad ni equívoco en el discurso,
en el testo de la ley ó en el tratado considera-
do en sí mismo. Porque es preciso observar, que
la incertidumbre del sentido que se debe dar á
una ley ó á un tratado , no solamente proviene
de la obscuridad ó de algun otro defecto de la
espresion , sino tambien de lo limitado del en-
tendimiento humano que no puede prever to-
dos los casos y circunstancias , ni abrazar todas
las consecuencias de lo que se establece ó pro-
mete ; y en fin en la imposibilidad de entrar en
todo este pormenor . No pueden enunciarse las
leyes ó los tratados sino generalmente , y la
interpretacion debe aplicarlas á los casos parti-
culares conforme á la intencion del legislador
ó de los contratantes ; por lo mismo no puede
presumirse en ningun caso que hayan sentado
un absurdo : y cuando sus espresiones tomadas
en un sentido propio y ordinario conducen á
él, es preciso separarlas de este sentido , preci-
samente cuanto es necesario para evitar el ab-
surdo. Figurémonos un capitan que recibió or-
den de avanzar en línea recta con su tropa has-
ta un cierto puesto , y encuentra con un preci-
picio en el camino ; á la verdad que no se le
mandó que se precipitase , y debe separarse de
la línea recta en cuanto es necesario para evitar
el precipicio , pero nada mas.
Mas fácil es la aplicacion de la regla cuan-
do las espresiones de la ley ó del tratado son
susceptibles de dos sentidos diferentes , en cuyo
caso se toma sin dificultad el que nada tiene de
absurdo ; y tambien si la espresion es tal que

1
490
se la puede dar un sentido figurado , es preciso
hacerlo cuando es necesario para evitar el caer
en absurdo.
283. No es presumible que reuniéndose hom-
bres sensatos para tratar juntos , ó hacer cual-
quier acto serio , hayan pretendido no hacer
nada. La interpretacion que haría un acto nulo
y sin efecto es inadmisible. No puede mirarse
esta regla como una derivacion de la preceden-
te , porque es una especie de absurdo que los
términos mismos de una acta la reduzcan á no
decir nada. « Es preciso interpretarla de manera
que pueda tener su efecto , y no se encuentre
vano é ilusorio , y para verificarlo se procede,
como acabamos de decir en el párrafo anterior;
pues en uno y otro caso , lo mismo que en to-
da interpretacion , se trata de dar á las palabras
el sentido que debe presumirse ser mas confor-
me á la intencion de los que hablan. Si se pre-
sentan muchas interpretaciones diferentes , pro⚫
pias para evitar la nulidad del acto , ó el absur-
do, es preciso preferir lo que parece mas con-
veniente á la intencion del que dictó el acta; y
las circunstancias particulares ayudadas de otras
reglas de interpretacion servirán para hacerlas
conocer. Tucidides en el lib. 4, cap. 98, cuenta
que los atenienses , despues de haber prometi-
do salir del pais de los beocios , pretendieron
poder permanecer en él bajo el pretesto de que
las tierras que estaba ocupando su ejército no
pertenecian á estos : superchería ridícula , pues-
to que dando este sentido al tratado se le re-
ducia á nada , ó mas bien á un juego pueril . Por
las tierras de los beocios debia entenderse mani-
fiestamente todo lo que estaba comprendido en
sus antiguos límites , sin esceptuar aquello de
491
que se habia apoderado el enemigo durante la
guerra.
284. Si aquel que se enuncia de una mane-
ra obscura ó equívoca ha hablado en otra par-
te con mas claridad sobre la misma materia , es
el mejor intérprete de sí mismo. « Deben inter-
pretarse sus espresiones obscuras ó equívocas de
manera que estén de acuerdo con los términos
claros y sin ambigüedad de que usó en otra
parte, ya sea en el mismo acto , ya en otra oca-
»
sion semejante. En efecto , mientras no hay
prueba de que un hombre ha cambiado de vo-
luntad ó de modo de pensar , se presume que
ha pensado lo mismo en ocasiones semejantes;
de manera que si en alguna parte manifestó cla
ramente su intencion sobre cierta cosa , se debe
tambien dar el mismo sentido á lo que haya
dicho obscuramente en otra parte sobre la ma-
teria misma. Supongamos , por ejemplo , que
dos aliados han prometido reciprocamente , en
caso de necesidad, un contingente de diez mil
infantes mantenido á espensas del que los envia,
y que por un tratado posterior convienen en
que el contingente será de quince mil hombres,
sin hablar de su manutención : la obscuridad ó
la incertidumbre que resta en este artículo del
nuevo tratado , se disipa por la interpretacion
clara y formal del primero ; porque no manifes
tando los aliados que han mudado de voluntad
en cuanto á la manutencion de las tropas , nada
debe presumirse contra esta , y los quince mil
hombres serán mantenidos , como los diez mil
prometidos en el primer tratado. Lo mismo se
verifica , y con mayor razon , cuando se trata de
dos artículos de un mismo tratado , como , por
ejemplo , cuando promete un Príncipe diez mil
492
hombres mantenidos y pagados para la defensa
de los estados de su aliado , y el otro artículo
solo cuatro mil hombres , en caso que este haga
una guerra ofensiva .
285. Sucede muchas veces que por abreviar
se espresa imperfectamente y con alguna obscu-
ridad , tanto lo que se supone suficientemente
aclarado por las cosas que precedieron , como
tambien lo que se trata de esplicar en adelante;
У ademas las espresiones tienen una fuerza , y
aun á veces una significacion enteramente dife
rente , segun la ocasion , segun su conexion y
su relacion con las demas palabras, La union y
la série del discurso es tambien un manantial
de interpretacion , y por tanto es « preciso con-
siderar el discurso todo entero para empaparse
bien en su sentido , y dar á cada palabra , no
tanto la significacion que podria recibir en sí
misma, como la que debe tener por la contes-
tura y el espíritu del discurso . » Tal es la má-
xima del derecho romano : incivile est , nisi tota
lege perspecta , una aliqua particula ejus propo
sita , judicare vel respondere. Digest. lib. 1.º tit. 3.º
De legibus , leg. 24.
286. La conexion y la relacion de las cosas
mismas sirven tambien para descubrir y esta-
blécer el verdadero sentido de un tratado , ό
de otro acto cualquiera. La interpretacion debe
hacerse de manera que todas las partes tengan
entre sí consonancia , y que lo que sigue con-
cuerde con lo anterior ; á menos que no apa-
rezca manifiestamente que por las últimas cláu
sulas se ha pretendido mudar alguna cosa de las
precedentes ; porque se presume que los auto-
res de un acto han pensado de una manera uni-
forme y sostenida , que no han querido cosas
493
que formen un todo desigual , ni envuelvan con-
tradicciones ; sino mas bien que quisieron espli-
car las unas por las otras , y en una palabra,
que un mismo espíritu reina en una misma obra
y en un mismo tratado , lo cual se hará mas
comprensible con un ejemplo. En un tratado
de alianza se establece , que siendo atacado uno
de los aliados , cada uno de los demas le sumi-
nistrará un contingente de diez mil infantes, pa-
gados y mantenidos , y en otro artículo se dice,
que el aliado á quien se atacó , tendrá libertad
de pedir este contingente en caballería , mas
bien que en infantería. Aqui vemos que en el
primer artículo tienen determinada los aliados
la cantidad del socorro y su valor , á saber, diez
mil infantes ; y en el último artículo dejan la
naturaleza del socorro á la eleccion del que le
necesite , sin que parezca que quisiesen variar
en nada su valor ó su cantidad . Si , pues , el
aliado á quien se atacó pide caballería , se le
dará , segun la proporcion conocida , el equiva-
lente de diez mil hombres de á pie. Pero si pa-
reciere que el fin del último artículo fue ampli-
ficar en cierto caso el contingente prometido ; si,
por ejemplo , se decia que llegando á verse ata-
cado uno de los aliados por un enemigo mucho
mas poderoso que él y fuerte en caballería , se
le diese el socorro en caballos , y no en infan-
tes ; parece que entonces , y para este caso , de-
beria ser el contingente de diez mil caballos .
Como dos artículos de un mismo tratado
pueden ser relativos el uno al otro , tambien
pueden serlo dos tratados diferentes , y en este
caso se esplican el uno por el otro. Suponga-
mos que se prometiese á uno , en vista de cier-
ta cosa , darle diez mil fanegas de trigo, y que
494
despues se trata de que en lugar de trigo se le
dé avena. Es verdad que no se espresa la can-
tidad de avena , pero se determina comparando
el segundo convenio con el primero. Si no apa-
rece cosa por donde se infiera que por el segun.
do convenio se pretendió disminuir el valor de
lo que debia darse , es preciso entender una
cantidad de avena proporcionada al valor de
diez mil fanegas de trigo ; pero si aparece ma-
nifiestamente por las circunstancias y motivos
del segundo convenio , que la intencion fue re-
ducir el valor de lo que se debia en lugar del
primero, las diez mil fanegas de trigo se con-
vertirán en diez mil de avena.
287. La razon de la ley ó del tratado , es
decir , el motivo que se tuvo para hacerlos , y
la mira que se propusieron para ello , es uno de
los medios mas seguros de establecer su verda-
dero sentido ; y se debe poner grande atencion
siempre que se trata , ó bien de esplicar un pun-
to obscuro , equívoco é indeterminado , ya de
una ley, ya de un tratado , ó bien de aplicarle
á un caso particular. « Desde que se conoce cier-
tamente la razon que determinó por sí sola la
voluntad del que habla , es preciso interpretar
sus palabras y aplicarlas de un modo convenien-
te á esta razon única , » pues de otro modo se
le haria obrar y hablar contra su intencion y
de un modo opuesto á sus miras . En virtud de
esta regla un Príncipe que dando su hija en
matrimonio haya prometido un contingente de
tropas á su yerno futuro en todas sus guerras,
nada le debe si no se efectúa el matrimonio.
Pero es necesario estar bien seguro de que
se conoce la verdadera y única razon de la ley
de la promesa ó del tratado , porque no es líci-
495
to abandonarse á conjeturas vagas é inciertas, y
suponer razones y designios donde no se pre-
sentan bien conocidos. Si el acto de que se tra-
ta es obscuro en sí mismo , y si para conocer
su sentido no queda otro medio que averiguar
las miras del actor ó la razon del acto , puéde-
se entonces recurrir á conjeturas , y en defecto
de la certeza admitir por verdadero lo que es
mas probable ; pero es un abuso peligroso ir sin
necesidad a buscar razones y miras inciertas pa-
ra descaminar , restringir ó ampliar el sentido
de un acto bastante claro en sí mismo , que no
presenta nada de absurdo , pecando contra la
máxima incontestable de que no es permitido
interpretar lo que no tiene necesidad de inter-
pretacion (S. 263). Mucho menos será lícito ,
cuando el autor de un acto ha enunciado él
mismo razones y motivos , atribuirle alguna ra-
zon secreta para fundar una interpretacion con-
traria al sentido natural de los términos. Aun
cuando hubiera tenido en efecto la mira que se
le presta , si él la ocultó , y si enunció otras , la
interpretacion no puede fundarse mas que en
estas , y no sobre la que el autor espresó , to-
mándose por verdad contra él lo que declaró
suficientemente (§. 266).
288. Tanto mas circunspectos debemos ser
en esta especie de interpretacion , cuanto que fre-
cuentemente muchos motivos concurren á deter-
minar la voluntad del que habla en una ley ó
en una promesa. Sucede tambien que solo se ha-
ya determinado la voluntad por la reunion de
todos estos motivos , ó que cada uno por sepa-
rado hubiese sido bastante para determinarla. En
"
el primer caso , si hay certeza de que el legis-
lador ó los contratantes no han querido la ley
496
ó el contrato , sino en consideracion de muchos
motivos y muchas razones tomadas en globo , la
interpretacion y aplicacion deben hacerse de una
manera conveniente á todas estas razones reuni-
das y no se puede despreciar ninguna ; pero en
el segundo caso , cuando es evidente , « que cada
una de las razones que han concurrido á deter-
minar la voluntad era suficiente para producir es-
te efecto , de suerte que el autor del acto de que
se trata , hubiese querido por cada una de estas
razones , tomadas separadamente , lo mismo que
quiso por todas juntas , sus palabras deben inter-
pretarse y aplicarse de manera que puedan con-
venir á cada una de estas razones , tomadas en
particular. » Supongamos que un príncipe haya
prometido ciertas ventajas á todos los protestan-
tes y artesanos estrangeros que vengan á estable-
cerse en sus estados : si este príncipe no tiene es-
casez de súbditos , sino solo de artesanos , y si
por otra parte parece que no quiere otros súb-
ditos que protestantes , debe interpretarse su pro-
mesa de modo que solo mire á los estrangeros
que reunan las dos calidades de protestante y de
artesano . Pero si es evidente que este príncipe
trata de poblar su pais , y que prefiriendo los
súbditos protestantes á otros , hay en particular
tan gran necesidad de artesanos que recibirá sin
dificultad á todos, de cualquiera religion que sean ,
es necesario tomar sus palabras en un sentido
disyuntivo ; de suerte que bastará ser , ó protes-
tante , ó artesano , para gozar de las ventajas pro-
metidas.
289. Para evitar las dilaciones y la dificultad
de la espresion , llamaremos razon suficiente de
un acto de la voluntad la que ha producido aquel
que determinó la voluntad en la ocasion de que
497
se trata; bien sea que la voluntad haya sido de-
terminada por una sola razon , ó bien que lo ha-
ya sido por muchas juntas. Se hallará , pues , al-
gunas veces que esta razon suficiente consiste en
la reunion de muchas razones diversas ; de mo-
do , que con una sola razon de estas que falte,
la razon suficiente no existe ; y en el caso que de-
cimos que muchos motivos y muchas razones han
concurrido á determinar la voluntad , de suerte
sin embargo que cada una hubiera sido capaz de
producir por sí sola el mismo efecto , habrá en-
tonces muchas razones suficientes de un solo y
mismo acto de la voluntad. Esto se vé tódos los
dias , pues un príncipe declarará la guerra por
tres ó cuatro injurias recibidas , cada una de las
cuales habria sido suficiente para producir la de-
claracion de guerra.
290. La consideracion de la razon de una ley
ó de una promesa , no solo sirve para esplicar los
terminos obscuros ó equívocos del acta , sino tam-
bien para ampliar ó restringir las disposiciones
con independencia de los términos , y conforme
á la intencion de las miras del legislador ó de
los contratantes , mas bien que á sus palabras;
porque , segun observa Ciceron ( 1 ) , el lenguage
que se inventó para manifestar la voluntad , no
debe impedir su efecto . (( Cuando la razon sufi-
ciente y única de una disposicion ( sea de una
ley , sea de una promesa ) es bien cierta y bien
conocida , se estiende esta disposicion á los ca-

(1) Quid? verbis satis hoc cautum erat ? minime. Quæ


res igitur valuit ? voluntas : quæ si , tacitis nobis intelligi ·
posset, verbis omnino non uteremur. Quia non potest, ver-
ba reperta sunt , non quæ impedirent , sed quæ indicarent
voluntatem. Cicer. Orat, pro Cocina,
498
sos en que es aplicable la misma razon , aunque
no se comprendan en la significacion de lostér-
minos : » lo cual se llama interpretacion estensiva.
Se dice comunmente que es necesario atenerse al
espiritu mas bien que á la letra . Asi es como los
mahometanos estienden con razon la prohibicion
del vino establecida en el Alcoran á todos los li-
cores que embriagan , como que esta cualidad pe-
ligrosa es la razon única que pudo tener el le-
gislador para prohibir el uso del vino ; y asi tam-
bien si en un tiempo que no habia mas fortifica-
ciones que murallas se hubiera hecho el conve-
nio de no murar cierto parage , no seria permi-
tido fortificarle con fosos ó baluartes ; pues el
único objeto del tratado era impedir que no se
hiciese de este lugar una plaza fuerte.
Pero es necesario hacer aqui aplicacion de
las mismas precauciones de que hablábamos po-
co hace ( S. 287. ) , y mayores todavia , pues que
se trata de una aplicacion para la cual de ningun
modo autorizan los términos del acta. Es nece
sario estar bien seguro de que se conoce la úni-
ca razon de la verdad ó de la promesa , y que
el autor la tomó en la misma estension que debe
tener para comprender el caso a que se quiere
ampliar esta ley ó esta promesa. Por lo demas , no
olvido en este lugar lo que tengo dicho ( §. 268. ),
á saber , que el verdadero sentido de una pro-
mesa , no solo es el que el promitente tuvo en
su intencion , sino el que se declaró suficiente-
mente , y el que los dos contratantes han debi-
do razonablemente entender. La verdadera ra-
zon de una promesa es lo mismo que la del con-
trato , y lo dan suficientemente á entender , tan-
to la naturaleza de las cosas , como otras cir-
cunstancias , y seria inútil y ridículo alegar al-
499
guna mira diferente que se hubiera tenido reser-
vada en la mente.
291. La regla que se acaba de leer sirve tam-
bien para destruir los pretestos y las miserables
evasiones de los que pugnan por eludir las leyes ó
los tratados . La buena fe va unida con la inten-
cion , y el fraude insiste en los términos cuan-
do cree hallar en ellos con que cubrirse. La is-
la de Faro de Alejandria era con otras tributa-
ria de los Rodios , los cuales enviaron personas
para exigir el tributo ; pero la Reina los entretu-
vo algun tiempo en su corte , y entretanto se
dió prisa por juntar el Faro al continente , ter-
raplenando el espacio que dividia aquel de este;
y hecho esto se burló de los Rodios y les hizo
decir , que era bien ridículo que quisiesen exi
ge en tierra firme un tributo ( 1 ) que solo po-
dian exigir de las islas. Una ley prohibia á los Co-
rintios dar naves á los Atenienses , y se las ven-
dieron en cinco dracmas cada una. Tiberio acu-
dió á un medio digno de él ; pues como el uso
no le permitiese dar garrote á ninguna doncella ,
mando al verdugo desflorar á la hija de Seyano,
У darla garrote despues. Violar el espíritu de la
ley fingiendo respetar su tenor , es un fraude tan
criminal como una violacion abierta , porque
ademas de ir contra la mente del legislador, es-
tá marcando una malicia muy artificiosa y pre-
meditada .
292. La interpretacion restrictiva , opuesta á
la estensiva , se funda en el mismo principio ; pues
asi como se estiende una disposicion á los casos

(1) Puffendorf , lib, 5 , cap. 12, §. 18, y cita á Ammiano


Marcelino.
500
que sin estar comprendidos en la significacion
de los términos lo estan en la intencion de aque-
lla y caen bajo la razon que la produce , asi tam-
bien se limita una ley ó una promesa contra la
significacion literal de los términos , reglándose
segun la razon de una ó de otra , es decir : « que
si se presenta un caso al cual no puede aplicar-
sele la razon bien conocida de una ley ó de una
persona , este caso debe esceptuarse aun cuando
á no considerar mas que la significacion de los
términos , parezca quedar abrazada bajo la dis-
posicion de la ley ó de la promesa.» Es im-
posible pensar en todo , preverlo todo y espre
sarlo todo : por lo mismo basta enunciar ciertas
cosas de manera que se haga entender el pensa-
miento , aun sobre aquellas de que no habla, y co-
mo dice Séneca el retórico en el lib. 4. Controv.
27, hay escepciones tan claras que no tienen
necesidad de esplicacion . La ley condena á muer-
te á cualquiera que haya puesto manos violen-
tas en su padre , y se castigará con la misma
pena al que le haya sacudido o golpeado para ha-
cerle volver de un letargo ? ¿ Se hará morir á un
niño ó á un hombre delirante porque haya pues-
to la mano al que le dió el ser ? En el primer
caso falta enteramente la razon de la ley , y en
los otros dos no es aplicable. Debe devolverse el
depósito , dice otra ley y tendré yo que devol-
verlo á un ladron que me le confió , siempre
que el verdadero propietario se me dé á conocer
y me pida lo que le pertenece ? Si un hombre de-
positó su espada en mi casa , ¿ se la entregaré
cuando en un acceso de furor me la pide para
matar á un inocente ?
293. Usase de la interpretacion restrictiva
ra evitar el caer en absurdo (§. 282) . Un hom-
5ar
bre lega su casa á cualquiera y á otro su jardin,
al cual no puede entrarse como no sea por la ca-
sa. Seria absurdo que hubiera legado á este el
jardin en que no pudiese entrar ; y ' en tal caso
es preciso restringir la donacion pura y simple
de la casa , y entender que se donó esta con la
reserva ó servidumbre de dejar un paso para el
jardin esta misma interpretacion tiene lugar
cuando se presenta un caso en que la ley ó un
tratado , tomados en el rigor de los términos con-
dujese á cualquiera cosa ilícita ; pues entonces co-
mo que nadie puede mandar ó prometer lo ili-
cito , es preciso hacer escepcion de este caso. Por
esta razon , aunque se haya prometido á un alia-
do asistirle en todas sus guerras , no debe dár
sele socorro alguno cuando emprende una ma-
nifiestamente injusta ..
294. Cuando sobreviene un caso en que se-
ria demasiado duro y perjudicial á cualquiera to-
mar una ley ó una promesa segun el rigor de los
términos , se usa tambien de la interpretacion
restrictiva , y se esceptua el caso conforme a la
intencion del legislador ó del que hizo la pro-
mesa ; porque aquel solo quiere lo justo y equi,
tativo , y en los contratos nadie puede obligarse
en favor de otro hasta el punto de perjudicar-
se considerablemente á sí mismo ; y por tanto se
presume con razon , que ni el legislador ni los
contratantes pretendieron estender sus disposi
ciónes á casos de esta naturaleza , y que los es-
ceptuarian si estuviesen presentes . Por eso un
príncipe no tiene obligacion de enviar, socorros
á sú áliado desde el momento que se ve atacado,
y necesita todas sus fuerzas para defenderse ; y
aun puede , sin incurrir en la nota de pérfido ,.
abandonar una alianza cuando los desgraciados
TOMO I. 34
502
sucesos de la guerra le ofrecen una ruina inmi-
nente , si no entra en negociaciones al instan-
te con el enemigo. Asi es que a fines del si-
glo XVII Victor Amadeo , duque de Saboya , se
vió en la necesidad de separarse de sus aliados , y
recibir la ley de la Francia para no perder sus
estados. El Rey, su hijo , hubiera tenido suficien-
tes razones en 1745 para justificar una paz par-
ticular ; pero su valor le sostuvo , y justas mi-
ras por otra parte sobre sus verdaderos inte-
reses le hicieron tomar la generosa resolucion con-
tra una estremidad , que por otra parte le dispen-
"
saba de persistir en sus obligaciones.
295. Hemos sentado (S. 280) , que es necesa
rio tomar las espresiones en el sentido conveniente
al objeto ó-á la materia , y la interpretacion res-
trictiva se dirige tambien por esta regla. « Si el
objeto ó la materia de que se trata , no sufren
que los términos de una disposicion se tomen
en toda su estension , es necesario restringir su
sentido , segun que el objeto ó la materia lo pi-
dan. Supongamos que en un pais la costumbre
hace hereditarios los feudos tan solo en la línea
agnaticia , propiamente dicha , ó la línea mascu-
lina ; si un acto de infeudacion en este pais pre-
viene que se dé el feudo á fulano para él y sus
descendientes varones , el sentido de estas ulti-
mas palabras debe restringirse á los varones des-
cendientes de varones ; porque el objeto no per-
mite que se entienda tambien de los varones des-
cendientes de hijas , aunque se hallen en el nú-
mero de varones del primer poseedor.
"
296. Se ha propuesto y agitado la cuestion
de si cuando las promesas encierran en sí mis-
mas la condicion tácita de que las cosas perma-
3
nezcan en el estado en que estan , la mudanza
503
que sobrevenga en el estado de ellas puede ha-
cer una escepcion en la promesa , y aun anular .
la ; pero la cuestion quedará resuelta por el prin
cipio que se deriva de la razon de una promesa.
Si es cierto y manifiesto que la consideracion
del estado presente de las cosas entró en la ra-
zon que dió lugar á la promesa , y que esta se
hizo en consideracion y en consecuencia de es-
te estado de cosas , la promesa depende de la
conservacion de las cosas en el mismo estado.'
Esto es evidente , puesto que la promesa solo se
hizo en esta suposicion ; pero cuando el estado
de las cosas esencial á la promesa , y sin el cual
no se hubiera hecho ciertamente , llega a mu-
darse , la promesa cae con su fundamento , y en
los casos particulares en que las cosas cesan por
un tiempo de permanecer en el estado en que
tiene efecto la promesa , ó se concurrió á que le
tenga , debe hacerse una escepcion . Un príncipe
electivo que viéndose sin hijos prometió a un alia
do hacer de manera que se le designe por suce;
sor suyo , si despues le nace un hijo , no hay du
da en que la promesa se desvanece por este acon
tecimiento . El que en tiempo de paz prometió
socorros á un aliado , no se los debe cuando ne
cesita todas sus fuerzas para defender sus esta-
dos. Los aliados de un príncipe , poco temible,
que le hubiesen prometido una asistencia fiel y
1
constante para su engrandecimiento , y para ha
cerle obtener un estado vecino por eleccion ó
por un matrimonio, tendrian sobrado fundamen-
to para negarle toda ayuda y socorro , y aun pa-
ra coligarse contra el desde que le vean en dis-
posicion de amenazar la Europa entera. Si el
gran Gustavo no hubiera sido muerto en Lutzen,
el cardenal de Richelieu que babia hecho la alian
504
za de su amo con este principe que le habia atrai-
do á Alemania , y ayudadole con dinero , quizá
se hubiera visto en la precision de desconfiar dé
un conquistador que se habia hecho formidable,
de poner límites á sus estupendos progresos,
y sostener á sus enemigos humillados . Estos mis-
mos principios dirigieron la política de los Esta-
dos generales de las Provincias Unidas cuando
en 1668 formaron la triple alianza en favor de
la España , antes su mortal enemiga , contra
Luis XIV , su antiguo aliado ; porque era preciso
oponer un dique à un poder que amenazaba in-
vadirlo todo (1)
Pero es necesario mucha circunspeccion en
el uso de esta regla ; pues seria abusar de ella
vergonzosamente autorizarse con cualquiera mu-
danza que sobreviniese en el estado de las cosas
para desligarse de su promesa , y no habria nin-
guna con la cual pudiera contarse. El solo es-
tado de las cosas en razon de la cual se hizo la
promesa , la es esencial , y la mudanza sola de es-
te estalo puede legítimamente impedir ó sus-
pender el efecto de esta promesa. Este es el sen-
tido que debe darse á aquella máxima de los ju-
risconsultos , conventio omnis intelligitur rebus sic
stantibus.
Lo que decimos de las promesas debe enten-
derse tambien de las leyes. La ley que se refiere
á un cierto estado de cosas , solo puede tener
lugar en este mismo estado, y tambien debe ra-
zonarse del mismo modo respecto de una comi-

(1) Tal puede considerarse la alianza de las potencias


del Norte y de la Inglaterra contra Napoleon Bonaparte
hasta que derrocaron su poder. Sai
505
sion. Asi es que Tito , enviado por su padre para
ofrecer sus deberes al emperador , se regresó lue-
go que supo la muerte de Galba.
297. En los casos imprevistos , es decir , cuan-
do el estado de las cosas se encuentra de modo
que el autor de una disposicion no lo previó ni
pudo pensar en él , « es necesario seguir mas bien
su intencion que sus palabras , é interpretar el
acta como la interpretaria él mismo si estuviera
presente , ó conforme a lo que hubiera hecho ,
si hubiera previsto las cosas que se conocen en
la actualidad. » Esta regla es de un grande uso
para los jueces , y para todos aquellos cuyo car-
go en la sociedad es hacer que tengan efecto las
disposiciones de los ciudadanos. Un padre da en
su testamento tutor á sus hijos , y despues de su
muerte halla el magistrado que el tutor nombra-
do es un disipador , sin bienes ni conducta , y le
separa y establece otro segun las leyes romanas,
ateniéndose á la intencion del testador , y no á
sus palabras ; porque es puesto en razon el pen-
sar, y asi debe presumirse , que este padre jamas
hubiera pretendido dar á sus hijos un tutor que
los arruinase, y que habria nombrado otro si
hubiera conocido los vicios del que nombró.
298. « Cuando las cosas que entran en la ra-
zon de una ley ó de un convenio son considera-
das , no como actualmente existentes , sino solo
como posibles , ó en otros términos , cuando el te-
mor de un acontecimiento es la razon de una ley ó
de una promesa , solo pueden esceptuarse de ella
los casos en que se demuestre que el acontecimien-
to es verdaderamente imposible. » La sola posibi-
lidad del acontecimiento basta para impedir toda
escepcion. Si en un tratado se previene que no
se llevará ejército ó flota á cierto parage , no se-
506
rá lícito llevar ni uno ni otro bajo el pretesto
de que se hace sin designio de causar daño ; por-
que el fin de una cláusula de esta naturaleza no
solamente es prevenir un mal real, sino tambien
alejar todo peligro , y precaverse del menor mo-
tivo de inquietud. Lo mismo sucede con la ley
que prohibe salir de noche por las calles con
antorcha ó hacha encendida , porque al que la
viola sería inútil decir que no ha sobrevenido
mal ninguno , y que llevó la luz con tanta cir-
cunspeccion , que no debia temerse ninguna ma
la consecuencia ; porque es bastante que fuese po-
sible la desgracia de causar un incendio para que
se hubiese debido obedecer á la ley , y esta se
ha violado causando un temor que el legislador
queria prevenir.
299. En el principio de este capítulo hemos
observado que las ideas y las palabras de los
hombres no están siempre esplicadas con exac-
titud; y no hay duda en que no hay lengua que
deje de ofrecer espresiones , palabras o frases
enteras susceptibles de un sentido mas o menos
estenso. Tal voz hay que conviene igualmente al
género y á la especie. Esta palabra falta com-
prende el dolo y la culpa propiamente dichos;
muchos animales tienen un solo nombre comun
á los dos géneros , ó son epicenos , como perdiz,
alondra, gorrion etc. Y cuando se habla de caba-
llos con relacion al servicio que hacen á los hom-
bres tambien se comprenden las yeguas . Una pa-
labra en el lenguage del arte á veces tiene mas,
á veces tiene menos estension que en el lengua-
je vulgar : la muerte en términos de jurispruden-
cia , no solo significa la muerte natural , sino
tambien la civil; verbum en una gramática lati-
na solo significa la parte del discurso llamada
507
verbo; y en el uso ordinario este término signi-
fica una voz ó una palabra. Muchas veces tam-
bien la misma frase designa mas cosas en una
ocasion y menos en otra , segun el objeto de la
naturaleza ó de la materia ; enviar socorros se
entiende algunas veces de un socorro de tropas,
cuyos gastos hace el que las recibe. Es , pues,
necesario establecer reglas para la interpretacion
de aquellas espresiones indeterminadas , á fin de
señalar los casos en que debe tomarselas en el
sentido mas estenso , y aquellos en que es pre-
ciso reducirlas á un sentido mas estricto , para
lo cual pueden servir muchas de las reglas que
dejamos espuestas ,
300. A este lugar particularmente pertenece
la famosa distincion de las cosas favorables y
odiosas que algunos han desechado ( 1 ) , y es sin
duda porque no la han entendido . En efecto , las
definiciones que se han dado de lo favorable y
odioso ni satisfacen plenamente , ni son de fa-
cil aplicacion. Despues de haber considerado con
madurez lo que han escrito los hombres mas
sabios sobre la materia , me parece que toda
la cuestion y la justa idea de esta distincion fa-
famosa debe reducirse á lo siguiente. Cuando
las disposiciones de una ley ó de un convenio
son netas , claras , precisas , y de una aplicacion
segura y sin dificultad , no hay lugar a ningu
na interpretacion ni á ningun comentario , si
no que debe seguirse el punto preciso de la vo
luntad del legislador y de los contratantes. Pero
si sus espresiones son indeterminadas , vagas y
susceptibles de un sentido mas o menos estenso;

(1) Véanse las notas de Barbeirac sobre Grocio


Puffendorf.
508
si en el caso particular de que se trata no puede
descubrirse y fijarse el punto preciso de su in-
tencion por las demas reglas de interpretacion,
es necesario presumirla segun las reglas de la ra-
zon y de la equidad ; y por esto se debe poner
átencion en la naturaleza de las cosas de que se
trata. Las hay cuya equidad perinite mas bien
la estension que la restriccion , es decir , que res
pecto de estas cosas , no hallandose prefijado el
punto preciso de la voluntad en las 'espresiones
de la ley ó del contrato , és mas seguro para
guardar la equidad fijar este punto , y suponerle
en el sentido mas estenso , que en el sentido mas
estricto de los términos , y ampliar la significa-
cion de ellos mas bien que restringirla ; y estas
cosas son las que se llaman favorables. Las odio-
sas son aquellas cuya restriccion tiene mayor
tendencia a la equidad que su ampliacion : figu-
rémonos la voluntad y la intencion del legisla-
dor ó de los contratantes como un punto fijo;
si este punto se conoce claramente , no hay mas
que atenerse á él con toda precision ; pero si
fuere incierto , procuremos por lo menos acer-
carnos á él. En las cosas favorables vale mas tras-
pasar este punto que el tocarlo ; pero en las co-
sas odiosas es mejor no tocarlo que traspasarlo.
1
301. No será dificil ahora presentar en ge-
neral cuáles son las cosas favorables y cuáles las
odiosas. Por de pronto , " todo lo que se dirige
a la utilidad comun en los convenios , y á es-
tablecer la igualdad entre los contratantes , es
favorable. La voz de la equidad y la regla ge-
neral de los contratos es que las condiciones sean
iguales ; y no se presume sin razones muy gra-
ves que uno de los contratantes haya pretendi-
do favorecer al otro en perjuicio suyo ; y lo que
509
es de utilidad comun no hay peligro en am-
pliarlo. Si se encuentra que los que contratan no
han enunciado su voluntad con bastante clari-
dad , y con toda la precision que se requiere cier-
tamente , es mas conforme á la equidad que se
busque esta voluntad en el sentido que mas fa-
vorece a la utilidad comun de la igualdad , que
suponerla en el sentido contrario. Por las mis-
mas razones todo lo que no es de comun ven-
taja , todo lo que se dirige á quitar la igualdad
de un contrato , « todo lo que gravita solamen.
te sobre la una de las partes , ó mas sobre la una
que sobre la otra , es odioso . » En un tratado de
amistad , de union y de estrecha alianza , todo
aquello que sin ser oneroso á ninguna de las par-
tes se dirige al bien comun de la confederacion ,
y á estrechar sus vínculos , es favorable. En los
tratados desiguales , y sobre todo en las alianzas
desiguales , todas las cláusulas de desigualdad , y
ademas todas las que cargan sobre el aliado in-
ferior , son odiosas . Segun este principio que de-
be ampliarse en caso de duda , en cuanto se en-
camina á la igualdad , y estrechar lo que la
destruye , se funda esta regla tan conocida; « la
causa del que procura evitar una pena es mas
favorable que la del que pretende procurarse un
provecho . » Incommoda , dice Quintiliano , vitantis
melior, quam commoda petentis est causa .
302. Todas las cosas que sin pesar demasia-
do sobre alguno en particular , son útiles y salu-
dables á la sociedad humana , deben contarse en
el número de las cosas favorables , porque una
nacion se encuentra ya obligada naturalmente á
las cosas de esta naturaleza ; de suerte, que si
se ha cargado en este punto con algunos empe
ños particulares , no arriesga nada porque dé á
510
estos empeños el sentido mas estenso que pue-
dan recibir ; pues temeriamos nosotros vulne-
rar la equidad siguiendo la ley natural , y dando
toda su estension á obligaciones que se dirigen
al bien de la humanidad ? Ademas las cosas úti-
les á la sociedad humana se encaminan por lo
regular á la comun ventaja de los contratantes,
y son favorables por consiguiente ( §. ant. ) . Te-
nemos al contrario por odioso , todo lo que por
su naturaleza es mas bien perjudicial que útil al
género humano. Las cosas que contribuyen al
bien de la paz son favorables , las que conducen
á la guerra son odiosas.
303. Todo lo que contiene una pena es odio-
so. Respecto de las leyes todo el mundo convie-
ne que en duda el juez debe determinarse por
el partido mas dulce , y que vale mas sin con-
tradiccion que salve un culpable , que se casti-
gue á un inocente. En los tratados las cláusulas
penales cargan sobre una de las partes , y por
lo mismo son odiosas ( §. 301 ) .
304. Lo que se dirige á que un acto quede
nulo y sin efecto ,, ya sea en su totalidad , ya en
parte de ella , y por consiguiente , todo lo que
produce alguna mutacion en las cosas ya decidi-
das , es odioso ; porque los hombres tratan jun-
tos para su comun utilidad , y si yo he adquiri-
do algun contrato legítimo , no puedo perderlo,
como no sea renunciando á él : cuando consien-
to nuevas cláusulas que parecen derogarle , no
puedo perder de mi derecho mas que'lo que he
cedido bien claramente , y por consecuencia se
deben tomar estas cláusulas nuevas en el sentido
mas estricto de que sean susceptibles ; lo que es
el caso de las cosas odiosas ( S. 300. ) Si lo que
puede hacer nulo y sin efecto un acto se con-
511
tiene en el acto mismo , es evidente que debe
tomarse en el sentido mas estricto , y mas pro-
pio á dejarle subsistir : ya hemos visto que es
necesario desechar toda interpretacion que se
dirige a hacer el acto nulo y sin efecto (§. 283)-
305. Tambien debe ponerse en el número
de las cosas odiosas todo lo que se dirige á cam-
biar el estado presente de las cosas ; » porque
el propietario no puede perder de su derecho
sino precisamente lo que cede de él , y en duda
la presuncion está en favor del poseedor. Me-
nos contrario á la equidad es no devolver al
propietario aquello cuya posesion perdió por su
negligencia , que despojar al justo poseedor de
lo que le pertenece legitimamente ; y la inter-
pretacion debe esponerse mas al primer incon-
veniente que al segundo . Tambien puede refe-
rirse á este lugar en muchos casos la regla de
que hemos hecho mencion en el §. 301 , á sa-
ber : que la causa del que procura evitar una
pérdida , es mas favorable que la del que pide
hacer una ganancia .
306. En fin , hay cosas que participan á un
mismo tiempo de lo favorable y de lo odioso,
segun el lado por donde se las mire. Lo que de-
roga los tratados ó cambia el estado de las co-
sas es odioso ; pero si se dirige al bien de la
paz , es favorable por este lado. Las penas siem-
pre son odiosas ; sin embargo , podrán aplicarse
á lo favorable cuando son muy particularmente
necesarias á la salud de la sociedad. Cuando se
trata de interpretar las cosas de esta naturaleza ,
debe tenerse en consideracion si lo que tienen
de favorable escede en mucho á lo que ofrecen
de odioso , y si el bien que producen , dándoles
toda la estension de que son susceptibles los tér-
512
minos , es superior á lo duro y odioso que hay
en ellas ; en cuyo caso se las cuenta entre las
cosas favorables. Asi es que se cuenta por nada
una mutacion poco considerable en el estado de
las cosas ó en los convenios , cuando procura
el precioso bien de la paz. Del mismo modo pue-
de darse a las leyes penales el sentido mas es-
tenso en las críticas ocasiones en que este rigor
es necesario para salvar el estado. Ciceron hizo
supliciar á los cómplices de Catilina por un de-
creto del senado , porque la salud de la repú-
blica no le permitia esperar que la plebe los
condenase. Pero como no sea por esta despro-
porcion, y considerando las cosas por otra par-
te en toda igualdad , el favor está por la parte
que nada ofrece de odioso ; quiero decir , que
debemos abstenernos de las cosas odiosas , á me-
nos que el bien que en ellas se encuentra , no
esceda en gran manera á lo que tienen de odio .
so , y lo haga desaparecer en cierto modo. Por
poco que lo odioso y lo favorable se balanceen
en una de estas cosas mixtas , deben ponerse en-
tre las odiosas , y esto por una consecuencia del
principio , en el cual hemos fundado la distin-
cion de lo favorable y de lo odioso ( S. 300 );
porque en la duda debe preferirse el partido en
que hay menos esposicion de vulnerar la equi-
dad : pero se negará con razon en un caso du-
doso dar socorro , aunque es cosa favorable,
cuando se trata de darle contra un aliado , lo
que seria odioso .
307. Segun los principios que hemos senta-
do , establezcamos ahora las reglas de interpre-
tacion que se derivan de ellos.
1. Cuando se trata de cosas favorables de-
be darse á los términos toda la estension de que
513
soh susceptibles , segun el uso comun , y si un
término tiene muchas significaciones , debe ser
preferida la mas estensa; porque la equidad de-
be ser la regla de todos los hombres , siempre
que el derecho perfecto no se determina exacta-
mente , y se conoce con toda precision. Cuando
el legislador ó los contratantes no han manifės-
tado su voluntad en términos precisos y perfec-
tamente determinados , se presume que quisieron
lo mas equitativo ; y por eso en materia de co-
sas favorables conviene mejor á la equidad la
significacion mas estensa , que la mas estricta de
los términos. Ciceron defendiendo á Cecina sos-
tiene por este principio con razon , que el auto
interlocutorio que manda reponer en posesion
al que fue lanzado de su herencia , debe en-
tenderse tambien de aquel á quien se ha impe-
dido por fuerza de entrar en ella , y el Digesto
lo decide tambien ( 1 ). Es verdad que esta deci-
sion se funda igualmente en la regla tomada de
la paridad de razon ( §. 290 ) , porque en cuanto
al efecto , lo mismo es lanzar á uno de su heren-
cia , que impedirle por fuerza entrar en ella , y
'
en ambos casos milita la misma razon para res-
tablecerlo.
2. En materia de cosas favorables los tér-
minos del arte deben tomarse en toda la esten-
sion que tienen , no solamente segun el uso or
dinario , sino tambien como términos técnicos,
si el que habla es inteligente en el arte á que
pertenecen , ó si se conduce por el dictámen dez
་ ་,
los que le profesan . >>

(1) Digest. lib. 43. tit. 16. De vi , et vi armata , leg.


1 et 3.
514
3. Pero por la sola razon de que una cosa
es favorable , « no deben tomarse los términos
en una significacion impropia , y solo es lícito
hacerlo para evitar el absurdo , la injusticia ó la
nulidad del acto » , como se acostumbra en toda
materia ( SS. 23 y 283 ) ; porque deben tomarse
los términos de un acto en su sentido propio,
conforme al uso , á menos que no haya muy
fuertes razones para separarse de él ( S. 271 ).
4. « Cuando una cosa se presente favorable
mirándola por cierta faz , si la propiedad de los
términos en su estension conduce a algun ab-
surdo , ó á alguna injusticia , es necesario res-
tringir su significacion , segun las reglas ya es-
tablecidas » ( §§ . 293 y 294 ) ; porque aqui la co-
sa se hace mixta en el caso particular , y aun
de aquellas que deben contarse entre las odiosas.
5. Por la misma razon , « si no se sigue á la
verdad ni absurdo ni injusticia de la propiedad
de los términos , sino que una equidad manifies-
ta , ó una grande utilidad pide su restriccion,
debemos atenernos al sentido mas estricto que
la significacion propia pueda sufrir , aun en ma-
teria que parece favorable en sí misma .» Y esto
consiste en que aqui tambien la materia es mix-
ta , y debe tenerse por odiosa en el caso parti-
cular. Por lo demas débese tener presente siem-
pre que no se trata en todas estas reglas sino
de los casos dudosos , pues no se debe buscar
interpretacion á lo que es claro y preciso (§. 263).
Si alguno se ha obligado clara y formalmente á
una cosa que le es gravosa , es porque tuvo vo-
luntad para ello , y despues de haberlo hecho
no puede ser admitido á reclamar la equidad.
308. Puesto que las cosas odiosas son aque-
llas cuya restriccion se dirige mas seguramente
515
á la equidad que su estension , y puesto que de-
be tomarse el partido mas conveniente á la equi-
dad , cuando la voluntad del legislador ó la de los
contratantes no está exactamente determinada y
precisamente conocida en hecho de cosas odio-
sas es necesario tomar los términos en el senti-
do mas estricto , y tambien puede admitirse has-
ta cierto punto el sentido figurado para evitar
las consecuencias onerosas del sentido propios y
literal , ó lo que encierra de odioso ; >>> porque se
favorece la equidad y se separa lo odioso en lo
posible , sin ir directamente contra el tenor del
acto , y sin hacer violencia á los términos, á los
cuales no se la hacen el sentido estricto , ni aun
el figurado. Si en un tratado se dice que uno de
los aliados dará un contingente de cierto núme-
ro de tropas á su costa , y que suministrará otro
en igual número de tropas auxiliares , pero á
costa de aquel á quien las envie , hay algo de
odioso en la obligacion de la primera , porque
este aliado está mas cargado que el otro ; pero
presentándose los términos claros y precisos, no
hay lugar á ninguna interpretacion restrictiva.
Si en este tratado se estipulase que uno de los
aliados haya de dar un socorro de diez mil hom
bres , y el otro solo de cinco mil , sin hablar de
gastos , debe entenderse que mantendrá las tro-
pas el que las reciba , cuya interpretacion es ne-
cesaria para no llevar demasiado lejos la desi-
gualdad entre los contratantes. Asi tambien la
cesion de un derecho de una provincia , hecha
á un vencedor para obtener la paz , se interpre-
ta en el sentido mas estricto . Si es verdad que
los límites de la Acadia han sido siempre in-
ciertos , y que los franceses fueron sus dueños
legítimos , esta nacion tendrá fundamento para
516
creer que la cesión que hizo de la Acadia á los
ingleses por el tratado de Utrecht , fue segun sus
mas estrictos limites .
En materia de penas , en particular cuando
son realmente odiosas , no solamente deben res-
tringirse en los términos de la ley ó del contra-
to en la significacion mas estricta , y adoptar
tambien el * sentido figurado, segun el caso lo
exija ó lo permita , sino que tambien es preciso
admitir las escusas razonables ; lo que es una
especie de interpretacion restrictiva que se diri-
ge á libertar de la pena. Lo mismo debe obser-
varse respecto de aquello que puede hacer un
acto ulo y sin efecto. Asi cuando se convie-
ne en que se rompa el tratado , luego que uno
de los contratantes falte en algo a su observan-
cia , será tan poco razonable como contrario al
fin de los tratados , estender el efecto de esta
cláusula á las faltas mas ligeras , y á los casos
en que aquel que faltó puede alegar escusas bien
fundadas..
309. Grocio propone esta cuestion : si en
un tratado en que se habló de aliados , deben
entenderse solamente aquellos que lo eran al
tiempo del tratado , o bien todos los aliados
presentes y futuros ; y pone por ejemplo el ar-
tículo del tratado concluido entre los Romanos
y Cartagineses despues de la guerra de Sicilia:
que ninguno de los dos pueblos causarian mal
á los aliados del otro . Para bien entender esta
parte del tratado , es preciso acordarse del bár-
baro derecho de gentes de los antiguos pueblos,
los cuales se creian con facultades para atacar,
y para tratar como enemigos á todos los que no
estaban unidos con ellos por alguna alianza. El
artículo pues significa que de una y otra parte
517
serán tratados como amigos los aliados de su
aliado , y se abstendrán de molestarlos y de in-
vadirlos ; y mirado de este modo es tan favora-
ble en todos conceptos , y tan conforme á la
humanidad y á los sentimientos que deben unir
á ambos aliados , que sin reparo debe estender-
se á todos los aliados presentes y futuros. No
puede decirse que esta cláusula es odiosa , por-
que perjudique á la libertad de un estado sobe-
rano , ó porque se dirigiese á causar el rompi-
miento de una alianza. Porque comprometién-
dose á no maltratar a los aliados de otra poten-
cia, no se quita la libertad de hacerles la guer-
ra si dan un justo motivo para ello ; y cuando
una cláusula es justa y razonable , no se hacé
odiosa por la razon única de que pueda ocasio-
nar la ruptura de la alianza , porque segun esto
no habria ninguna que no fuese odiosa. La ra-
zon que hemos insinuado en el párrafo prece-
dente y en el 304, solo tiene lugar en los casos
dudosos ; por ejemplo , en el de que habla Gro-
cio debia abstenerse de decidir con demasiada
facilidad que los Cartagineses hubiesen atacado
sin motivo á un aliado de los Romanos. Aque-
llos podian pues sin perjuicio del tratado ata-
car á Sagunto si tenian causa legítima para ello ,
ó en virtud del derecho de gentes voluntario,
no solo un motivo aparente ó especioso (prelim.
S. 21 ) , sino que hubieran podido atacar tam-
bien al mas antiguo aliado de los Romanos , y
estos podian tambien sin romper la paz limi
tarse á socorrer á Sagunto. En el dia se com-
prende á los aliados de una y otra parte en el
tratado ; pero esto no quiere decir que uno de
los contratantes no pueda hacer la guerra á los
aliados del otro si le dan motivo para ello ; sino
TOMO I. 35
518
solamente que si entre ellos se suscita algun al-
tercado , se reserva el poder asistir á su aliado
mas antiguo , y en este sentido los aliados que
sobrevengan no quedan comprendidos en el
tratado.
Otro ejemplo referido por Grocio se toma
tambien de un tratado que se celebró entre Ro
ma y Cartago. Cuando esta ciudad , reducida al
último estremo por Escipion Emiliano , se vió
en la necesidad de capitular , prometieron que
Cartago quedaria libré , ó en posesion de gober-
narse por sus propias leyes. Estos vencedores
inexorables pretendieron despues que la libertad
prometida miraba solo á los habitantes , y no á'
la ciudad , y exigieron que Cartago fuese arra-
sada , y que sus desgraciados habitantes se esta-
bleciesen en una parte mas distante del mar. No
puede leerse la historia de este rasgo de perfi-
dia y crueldad sin lamentarse de que el grande
y amable Escipion se viese obligado á ser el
instrumento de él , porque sin detenernos en la
superchería de los Romanos sobre lo que debe
entenderse por Cartago , ciertamente que la li-
bertad prometida á los Cartagineses , aunque
muy restringida por el estado mismo de las co-
sas , debia comprender por lo menos la perma-
necencia en su ciudad ; pero verse obligados a
abandonarla para establecerse en otra parte , per
der sus casas , su puerto y las ventajas de su
situacion , era una sujecion incomparable con el
menor grado de libertad , y eran pérdidas tan
considerables, que no podian ser obligados á su-
frirlas sino por palabras bien espresas y for-
males.
310. Las promesas liberales , los beneficios y
las recompensas entran en el número de las co-
519
sas favorables , y reciben una interpretacion es-
tensa , á menos que no sean onerosas á los bien-
hechores , que no pesen demasiado sobre ellos,
ó que otras circunstancias hagan ver manifiesta-
mente que deben tomarse en un sentido limita-
do; porque la bondad , la benevolencia , la be-
neficencia y la generosidad son virtudes libera-
les que no obran mezquinamente , ni conocen
otros límites que los que emanan de la razon .
Pero si el beneficio pesa demasiado sobre los
que le conceden , en este punto es odioso ; y
en la duda la equidad no permite presumir en-
tonces que se concedió ó se prometió segun to-
da la estension de los términos , sino que es
preciso limitarse á la significacion mas estricta
que pueden recibir las palabras , y reducir de
este modo los beneficios á los términos de la
razon. Lo mismo sucede cuando otras circuns-
tancias indican manifiestamente , tanto la signi-
ficacion mas estricta , como la más equitativa.
Segun estos principios , los beneficios del
soberano se toman ordinariamente en toda la
estension de los términos ( 1 ) ; pues no se pre-
sume que esté en sentido contrario , y es un
respeto debido á su magestad creer que se ha
inclinado á ello por fuertes razones . Son pues
enteramente favorables en sí mismos , y para
restringirlos es preciso probar que son onerosos
al Príncipe , ó perjudiciales al Estado . Por lo
demas debe aplicarse á los actos de pura libe-
ralidad la regla general establacida ( §. 270 ) :

(1) Esta es la decision del derecho romano. Javoleno


dice : beneficium imperatoris quam plenissime interpretari de-
bemus; y da esta razon : quod à divina ejus indulgentia
proficiscatur. Digest. lib. 1 , tit. 4, de Constit. princ. leg. 3.
:
520
pero si estos actos no son precis , ni estan bien
os
determinados , recae la inteligencia en favor de
aquello que el autor tuvo verosimilm
ente en su
intencion .
311. Concluyamos la materia de la interpre-
tacion hablando de lo que concierne á la coli-
sion , ó al conflicto de las leyes ó de los trata-
dos ; pero no hablamos aqui de la colision de
un tratado con la ley natural , porque esta es
preferible siempre , como hemos probado en otra
parte ( S. 160 , 161, 170 y 293) . Entonces hay
colision ó conflicto entre dos leyes , dos prome-
sas ó dos tratados , cuando se presenta un caso
en que es imposible satisfacer al mismo tiempo
al uno y al otro , aunque por otra parte estas
leyes ó estos tratados no sean contradictorios ,
y puedan cumplirse muy bien el uno y el otro
en términos muy diferentes ; pues se consideran
como contrarios en el caso particular , y se tra-
ta de determinar , ó bien el que merece la pre-
ferencia , ó bien el que es preciso esceptuar en
este caso. Para no engañarse , y hacer la escep-
cion conforme a la justicia y la razon , deben
observarse las reglas siguientes :
312. 1.a «En todos los casos en los cuales
lo que solamente se permite se halla incompati-
ble con lo que se prescribe , debemos atenernos
á lo último. Porque el simple permiso ningu-
na obligacion impone de hacer ó de no hacer;
lo que es permitido se deja á nuestra voluntad,
y podemos hacerlo ó no hacerlo. Pero no tene-
mos la misma libertad respecto de lo que se nos
prescribe , pues estamos en la obligacion de ha-
cerlo. Lo primero no puede oponer obstáculo ,
y por el contrario , lo que estaba permitido en
general deja de serlo en el caso particular en que
521
no seria posible apoderarse de un permiso sin
faltar á un deber.
313. 2. « Asi tambien la ley ó el tratado que
permite , debe ceder á la ley ó al tratado que
prohibe , porque es necesario ceder á la prohi-
bicion ; y lo que era permitido en sí ó en gene-
rál , se halla impracticable cuando * no puede ha-
cerse sin violar una prohibicion , y el permiso
deja de tener lugar en este caso .» A
314. 3. « Presentándose por otra parte to-
das las cosas iguales la ley ó el tratado que
manda , cede á la ley ó al tratado que prohibe.»
Digo todas las cosas por otra parte iguales , por-
que pueden hallarse otras muchas razones que
obliguen á hacer la escepcion contra la ley pro-
hibitiva , ó contra el tratado que prohibe. Las
reglas son generales , cada una se refiere á una
idea tomada en abstracto , y señala lo 2 que se si-
gue de esta idea sin perjuicio de otras reglas.
Sobre este principio es facil ver que en general
si no se puede obedecer á una ley afirmativa
sin violar una ley negativa , es necesario abste
nerse de satisfacer á la primera ; porque la pro-
hibicion es absoluta por sí , en lugar de que
todo precepto , todo mandato es por su natura-
leza condicional , como que supone el poder ó
la ocasion favorable de hacer lo que está pres-
crito. Asi cuando no puede hacerse sin violar
una prohibicion , la ocasion falta , y este conflic
)
to de las leyes produce imposibilidad ´moral de
obrar , y entonces lo que está prescrito en gene-
ral deja de estarlo en el caso en que no se pue
de hacer sin cometer una accion prohibida ( 1).

(1) La ley que prohibe , ofrece en el caso una escep-


cion á la que manda : deinde utra lex jubeat , utra vetet.
522
Sobre este fundamento se conviene generalmen-
te en que no es permitido emplear medios ilici-
tos para un fin laudable , como , por ejemplo,
robar bajo el pretesto, de limosna . Pero se ve
que aqui se trata de una prohibicion absoluta,
ó de los casos en que la prohibicion general es
verdaderamente aplicable y equivalente entonces
á una absoluta ; pues hay muchas prohibiciones
á las cuales las circunstancias fijan escepcion.
Esta doctrina se hará mas inteligible por un
ejemplo. Supongamos que se prohibe muy es-
presamente por razones que me son desconoci-
das , pasar á cierto parage bajo cualquiera pre-
testo que sea. Se me da orden de llevar un men-
sage , y encontrando cerrados todos los sitios,
me vuelvo antes que aprovecharme de aquel que
me está absolutamente prohibido. Pero si este
pasage está prohibido en general , y solo con el
fin de evitar algun daño a los frutos de la tier-
ra , me es facil juzgar que deben hacer una es-
cepcion las órdenes de que se me ha hecho por-
tador. 1
Por lo que mira á los tratados no hay obli-
gacion de cumplir con lo que el tratado pres-
cribe , sino en cuanto alcanza el poder 91 que se
tiene y como no hay facultades para hacer lo
que un tratado prohibe , es claro que, en caso
de colision se esceptua el tratado que prescribe,
y tiene su fuerza el que prohibe , pero siendo
las cosas por otra parte iguales ; porque vamos
á ver, por ejemplo, que un tratado no puede de-
rogar otro mas antiguo que hayamos hecho con

Non sæpe ea, quæ vetat , quasi exceptione quadam corrige-


re videtur illam quæ jubet, Cicer. De inventione , lib. 2,
n. 145.
523
otro estado , ni impedir su efecto directa ni in-
directamente .
315. 4. La data de las leyes ó de los trata-
dos presenta nuevas razones para establecer la
escepcion en el caso , cuando hay conflicto en
ellas. «Si el conflicto se encuentra entre dos le-
yes afirmativas , ó dos tratados afirmativos tam-
bien , y concluidos entre las mismas personas ό
los mismos estados , el último en fecha destruye
al mas antiguo ; » porque es claro que estas dos
leyes , ó estos dos tratados , como procedentes
de un mismo poder, el último ha podido dero-
gar al primero , y es preciso suponer las cosas
por otra parte iguales. « Si hay colision entre
los dos tratados hechos con dos estados diferen-
tes , el último es el válido. » Porque nadie podia
obligarse á nada que fuese contrario á este en
el tratado que siguió ; y si el último se encuen-
tra en un caso incompatible con el mas anti-
guo , se juzga imposible su ejecucion , porque
el promitente no tiene poder para obrar con-
tra sus compromisos anteriores.
316. 5. De dos leyes ó de dos convenios,
siendo todas las cosas por otra parte iguales,
debe preferirse el menos general , y el que mas
se acerque al asunto de que se trata ; » porque
lo que es especial sufre menos escepciones que
lo que es general , se ordena con mas precision ,
y parece que se ha querido mas fuertemente.
Supongamos , valiéndonos del ejemplo de Puf-
fendorf , que una ley prohibe presentarse en
público con armas en los dias de fiesta , y otra
ley manda salir con armas para ocupar cada
uno su puesto desde que se oiga tocar á reba-
to. Tócase á rebato en un dia de fiesta , nadie
dudará que es preciso obedecer á la ley última
524
que forma una escepcion de la primera.
317. 6. « Lo que no sufre dilacion debe
preferirse á lo que puede hacerse en otro tiem-
po; porque es el medio de conciliarlo todo , y
de satisfacer á una y otra obligacion en lugar
de que si se prefiriese la que puede cumplirse
en otro tiempo , nos pondriamos sin necesidad
en el caso de faltar á la primera.
a
318. 7. « En concurrencia de dos deberes
merece la preferencia el mas considerable ,
aquel que comprende mayor grado de decoro y
utilidad : esta regla no tiene necesidad de prue-
ba , pero mira á los deberes que estan igualmen
te en nuestro poder , y por decirlo asi , en nues-
tra eleccion . Es preciso tener presente no hacer
una falsa aplicacion de ella á dos deberes que
no estan verdaderamente en concurrencia , sino
que uno de ellos cède el lugar á otro , y esto
sucede por la obligacion que liga al primero
quitando la libertad de cumplir con el segundo.
Supongamos que es mas loable defender una
nacion contra un injusto agresor , que ayudar
á otra en una guerra ofensiva ; pero si esta úl-
tima es la aliada mas antigua , no hay libertad
de negarla el socorro por dársele á otra, á cau-
sa de la obligacion anterior que existe ; porque
hablando exactamente , no hay concurrencia en-
tre estos dos deberes , ni estan á nuestra elec-
cion , y el compromiso mas antiguo hace im-
practicable el segundo deber. Sin embargo , si
se tratase de preservar un nuevo aliado de una
ruina cierta , y que el antiguo no estuviese en
el mismo apuro , seria el caso de la regla pre-
cedente.
Por lo que toca á las leyes en particular , se
debe siempre la preferencia á las mas importan-
525
tes y necesarias. Esta es en su conflicto la gran
regla que merece mayor atencion , y es tambien .
la que Ciceron presenta como la mas principal
que da sobre la materia ( 1 ). Es ir contra el ob-
jeto general de la legislacion y contra el fin de
las leyes , despreciar una ley de grande impor-
tancia , bajo el pretesto de observar otra me
nos interesante y menos necesaria . Es pecar en
efecto , porque un bien menor , si escluye uno
\ mayor , causa un inal á la naturaleza.
319. 8. « Si n p
a o odemos desempe á un
ñar
mismo tiempo dos cosas prometi á una mis-
da
ma persona , á ella toca elegir la qsue debemo
s
cumplir ; » porque puede dispens d l
arnus e a otra
para el caso , y entonce dejará de haber con-
s
flicto : « pero si no podemo informa de su
s rno
volunta , debemo presumi que quiere sla mas
d s r
importa , y que quiere preferir ; y en la du-
nte la
da debemos hacer aquella á que estamos mas
fuertem
ente obligados ; » siendo de presumir que
ha querido ligarnos mas fuertem
mas le interesa . ente a la que
.
320. 9. Pues que la mas fuerte obligacion
vence á la mas débil , « si sucede que un trata-
do , confirmado con juramento , se halla en con.
flicto con otro no jurado , siendo todas las co-
sas por otra parte iguales , el primero es el pre-
ferible , porque el juramento añade nueva fuer-
za á la obligacion ; pero como no cambia, en

(1) Primùm igitur lex oportet contendere , conside-


rando utra lex ad majores , hoc est , ad utiliores , ac ho-
nestiores , ac magis necessarias res pertineat. Ex quo
conficitur , ut si leges duæ , aut si plures , aut quoiquot
erunt , conservari non possint , quia discrepent inter se,
ea maxime conservanda putetur , quæ ad maximas res
pertinere videatur. Cicer. ubi suprà.
526
nada la naturaleza de los tratados (SS. 225 y
sig. ) , no puede, por ejemplo , dar la ventaja á
un nuevo aliado sobre otro mas antiguo , cuyo
tratado no está confirmado con juramento .
321. 10. Por la misma razon , « y estando
tambien todas las cosas por otra parte iguales,
lo que se impone bajo una pena es preferible
á lo que no va acompañado de ella , y lo que
Heva una pena mayor , á lo que lleva una me-
nor; porque la sancion y la convencion pena.
les refuerzan la obligacion , y prueban que se
quiso la cosa mas seriamente ( 1 ) , y esto a pro-
porcion que la pena es mas o menos severa.
1322. Todas las reglas contenidas en este ca-
pítulo deben combinarse entre sí , y la interpre-
tacion hacerse de manera que se acomode á
todas , segun que son aplicables al caso. Cuan-
do estas reglas parecen cruzarse , se balancean y
limitan recíprocamente segun su fuerza é impor-
tancia , y segun pertenecen mas particularmen-
te al caso que se controvierte.

CAPITULO XVIII,

DE LA MANERA DE TERMINAR LOS ALTERCADOS


ENTRE LAS NACIONES.

323. Los disturbios que se suscitan entre


las naciones ó sus caudillos , tienen por objeto ,
ó derechos en litigio , ó injurias , y asi como
una nacion debe conservar los derechos que la

( 1) Esta es tambien la razon que da Ciceron : nam


maximè conservanda est ea ( lex) quæ diligentissima et sancta
est (vel potius) , quæ diligentissimè sancta est. Cicer. ubi
suprà.
527
pertenecen , el cuidado de su propia seguridad
y de su gloria no la permiten que sufra inju-
rias; pero al cumplir con lo que se debe á sí
misma, no la es permitido olvidar sus deberes
hácia las demas , cuyos dos objetos combinados
entre sí ofrecerán las máximas del derecho de
gentes sobre el modo de terminar los alterca-
dos entre las naciones.
324. Todo lo que hemos dicho en los capí
tulos 1. °, 4 ° y 5. de este libro nos dispensa de
probar en este lugar que una nacion debe ha-
cer justicia á cualquiera otra sobre sus preten-
siones , y satisfacerla sobre sus justas causas de
queja , porque está obligada á dar á cada una
lo que la pertenece , a dejarla gozar pacíficamen-
te de sus derechos , á reparar el daño que pue-
de haber causado ó la injuria que haya hecho ,
á dar una justa satisfaccion por la que puede
repararse , y seguridades razonables por la que
dió motivo á temer de su parte. Estas son otras
tantas máximas evidentemente tomadas por a-
quella justicia , cuya observancia impone la ley
natural tanto á las naciones , como á los par-
ticulares.
325. 1 Es lícito á cada uno ceder de su dere-
cho , abandonar un justo motivo de queja y ol-
vidar una injuria ; pero el gefe de una nacion
no es en este punto tan libre como un particu-
lar. Este puede escuchar únicamente la voz de
la generosidad , y en una cosa que á él solo in-
teresa entregarse al placer que encuentra en ha-
cer bien , y á su gusto por la paz y por la tran-
quilidad. El representante de una nacion , ó el
soberano , no puede consultarse á sí mismo y
abandonarse á su inclinacion , pues debe reglar
toda su conducta por el mayor bien del esta..
528
do , que debe consultar con el bien general de
la humanidad , del cual es inseparable ; por lo
mismo es preciso que en todas las ocasiones
considere el príncipe con sabiduría y ejecute
con firmeza lo que es saludable al estado , lo
mas conforme á los deberes de la nacion hácia
las demas , consultando al mismo tiempo la jus-
ticia , la equidad , la humanidad , la sana polí-
tica y la prudencia. Los derechos de la nacion
son bienes , de los cuales el soberano es un pu-
ro administrador , y no debe disponer de ellos
sino como es de presumir que la nacion dispon-
dria por sí misma; y por lo que toca á las inju-
rias es muchas veces loable á un soberano per-
donarlas generosamente. Un particular vive bajo
la proteccion de las leyes , y el magistrado sa-
brá defenderle ó vengarle de los ingratos , y de
los miserables á quienes su caracter suave da-
ria alas para ofenderle de nuevo ; pero una na-
cion no tiene la misma salvaguardia , pues rara
vez le es saludable disimular ó perdonar una in-
juria á menos que no se halle manifiestamente
en disposicion de anonadar al temerario que tu-
vo la osadía de ' ofenderla. Entonces le es glo-
rioso perdonar al que reconoce su falta ;

Parcere subjectis , et debellare superbos.

y puede hacerlo con seguridad. Pero entre po-


tencias casi iguales sufrir una injuria sin exigir
una completa satisfaccion de ella , se imputa en
lo general á debilidad ó á cobardia , y es el
medio de recibir injurias mas sangrientas . ¿Por
qué se vé practicar frecuentemente todo lo con-
trario á aquellos cuya alma se cree muy supe-
rior á los demas hombres ? Apeñas los débiles
529
que por desgracia les ofendieron , pueden ren-
dirles sumisiones harto humillantes ; y son mas
moderados con aquellos ,á quienes no podrian
castigar impunemente.
326. Si alguna de las naciones que tienen
altercados entre sí no halla por conveniente aban,
donar sus derechos ó sus pretensiones , la ley
natural que les recomienda la paz , la concordia
У la caridad las obliga a tentar las vias mas dul-
ces para terminar sus contestaciones. Estas vias
son: una composicion amistosa , con el fin
de que cada uno examine tranquilamente y de
buena fe el motivo de sus altercados y haga jus-
ticia , ó que aquel cuyo derecho es demasiado
incierto renuncie á él voluntariamente. Tambien
hay ocasiones en que puede convenir á aquel
cuyo derecho se presenta con mas claridad,
abandonarle por conservar la paz , en cuyo caso
la prudencia debe reconocerlas ; pues renunciar
de este modo á su derecho no es lo mismo que
abandonarle ó despreciarle. Y asi como ninguna
obligacion se nos debe por lo que abandonamos,
nos conciliamos un amigo cediéndole amistosa-
mente lo que hacia el motivo de una contes-
tacion.
327. La transaccion es otro medio de con-
cluir pacíficamente una diferencia , como que es
un acuerdo , en el cual sin decidir precisamen-
te sobre la justicia de las pretensiones opuestas,
se cede de una y otra parte ; y se conviene en
la que cada uno debe tener en la cosa contes-
tada , ó se decide darla por entero á una de las
partes , mediante ciertas indemnizaciones que
concede á la otra.
328. La mediacion en que un amigo comun
interpone sus buenos oficios , es muchas veces
530
eficaz para inclinar á las partes contendentes á
que se acerquen , se entiendan y avengan , ó
transijan sobre sus derechos ; y si se trata de
una injuria , lo es para que ofrezcan y acepten
una satisfaccion razonable ; pero esta funcion
exige tanta rectitud como prudencia y destreza :
el mediador debe guardar una exaeta imparcia-
lidad , y hacer que reine la dulzura y la sereni-
dad en las entrevistas , calmando resentimientos
y preparando los corazones á la conciliacion.
Su deber es favorecer en lo posible al buen de-
recho , hacer dar á cada uno lo que le pertene-
ce , pero no debe insistir escrupulosamente en
una justicia rigurosa , acordándose de que es
conciliador y no juez , de que su vocacion es
procurar la paz , y que debe inclinar á aquel á 1
quien asiste el derecho á que ceda alguna cosa,
si es necesario , con el objeto de un bien tan
grande.
El mediador no es garante del tratado en
que entendió , á no ser que tomase espresamen-
te la garantía ; porque es un compromiso de
muy grande consecuencia para encargar de él á ·
cualquiera sin su consentimiento , claramente
manifestado . Hoy pues que los negocios de los
soberanos de Europa se hallan tan ligados , que
cada uno tiene abiertos sus ojos sobre lo que
pasa entre los mas distantes , la mediacion es un
medio de conciliacion muy usado ; pues luego
que se suscita alguna diferencia , las potencias
amigas que temen ver encendido el fuego de la
guerra , ofrecen su mediacion , y abren negocia-
ciones de paz y de composicion.
329. Cuando los soberanos no pueden con-
venir en sus pretensiones , y desean sin embar-
go mantener y restablecer la paz , confian á ve-
531
ces la decision de sus diferencias á árbitros ele-
gidos de comun consentimiento ; y desde que se
forma el compromiso , las partes deben some-
terse á la sentencia de los árbitros , estan obli-
gadas á ello , y la fe de los tratados debe
guardarse.
Sin embargo , si por una sentencia manifies-
tamente injusta y contraria á la razon , se hu-
biesen despojado los árbitros de su cualidad , su
juicio no mereceria ninguna atencion ; pues la
sumision á él solamente tiene lugar sobre cues-
tiones dudosas. Supongamos que los árbitros
elegidos para reparacion de alguna ofensa con-
denan á un Estado soberano á que se haga súb-
dito del ofendido ; ¿ habrá hombre sensato que
diga que este Estado debe someterse ? Si la in-
justicia es de corta consecuencia , conviene su-
frirla por el bien de la paz ; y si no es del todo
evidente , se debe soportar como un mal , al cual
ha habido voluntad de esponerse ; porque si fue-
ra necesario estar convencido de la justicia de
una sentencia para someterse á ella , sería inútil
valerse de árbitros.
No debe temerse que concediendo á las par-
tes la libertad de no someterse á una sentencia
manifiestamente injusta y destituida de razon,
hagamos que venga á ser inútil el medio de la
sentencia arbitral : esta decision no es contraria
á la naturaleza de la mision ó del compromiso.
No puede haber dificultad sino en el caso de
una sentencia vaga é ilimitada , en la cual no
se hubiese determinado precisamente lo que
constituye el objeto de la diferencia , ni señalá-
dose los límites de las pretensiones opuestas.
Puede suceder en tal caso , como en el ejemplo
citado poco ha, que los árbitros se escedan de
532
su poder , y pronuncien sobre lo que no les ha
sido verdaderamente sometido . Porque habiendo
sido llamados para juzgar acerca de la satisfac-
cion que un Estado debe dar por razon de una
ofensa , le condenaban á ser súbdito del ofendi-
do. Y seguramente este Estado no les dió jamas
un poder tan estenso ; por lo que su absurda
sentencia no le obliga. Para evitar dificultades
y quitar todo pretesto á la mala fe ; es preciso
determinar exactamente en el compromiso el mo-
tivo de la contestacion , las pretensiones respec-
tivas y opuestas , las demandas del uno y las
oposiciones del otro : esto es , lo que está some-
tido á los árbitros , y sobre lo que se promete
á estar y pasar por su juicio. Entonces si su
sentencia no escede de estos límites precisos , es
indispensable someterse á ella. No se puede de-
cit que sea manifiestamente injusta , pues decide
sobre una cuestion que el discurso de las par-
tes hace dudosa , y que como tal sometieron al
juicio de aquellos. Y para sustraerse al cumpli-
miento de una sentencia semejante , sería preci-
so probar por hechos indudables que ha sido
obra de la corrupcion ó de una manifiesta par-
cialidad.
La sentencia arbitral es un medio muy ra-
zonable у conforme á la ley natural para termi-
nar toda disputa en que no se interese directa-
mente la salud de la nacion . Si puede llegar á
ser desconocido por los árbitros el buen dere-
cho , es todavía mas de temer qué sucumba por
la suerte de las armas. Los suizos han tenido la
precaucion en todas sus alianzas entre sí , y aun
en las que han hecho con las potencias vecinas,
de convenir de antemano en el modo con que
deberán someter sus diferencias á juicio de ar-
533
bitros , en caso de no poder avenirse amigable-
mente. Esta sábia precaucion no ha contribuido
poco á mantener la república helvética en aquel
estado floreciente que asegura su libertad, y que
la ha hecho, respetable en la Europa,
330, Para poner en uso alguno de estos me-
dios , es preciso sentarse , hablar y conferenciar.
Son pues las conferencias y congresos una via
de conciliacion , que la ley natural recomienda
á las naciones, como propia para terminar pací-
ficamente sus diferencias. Los congresos son re-
uniones de plenipotenciarios destinados á bus-
car medios de conciliacion , y á discurrir y á
ajustar las pretensiones recíprocas. Para obtener
un feliz suceso , es preciso que estas reuniones
sean formadas y dirigidas por un deseo de paz
y de concordia. La Europa vió en el siglo pa-
sado dos congresos generales, el de Cambray ( en
1724) , y el de Soisons (en 1728) : farsas ridícu-
las , representadas en el teatro político , y en las
que los principales actores se propusieron mas
bien aparentar que deseaban una conciliacion ,
que emplear los verdaderos medios para ve-
rificarla.
331. Para ver ahora cómo y hasta qué pun-
to está obligada una nacion á recurrir ó á pres-
tarse á estos diversos medios , y en cuál de ellos
debe fijarse , es preciso distinguir los casos evi-
dentes de los casos dudosos. Si se trata de un
derecho claro , cierto é incontestable , puede un
Soberano perseguirle altamente , y defenderle
siempre que tenga las fuerzas necesarias , sin su-
jetarse á compromiso ; porque sería ridículo y
antipolítico tratar de componerse ó transigir por
una cosa que manifiestamente le pertenece , y
que se le disputa sin sombra de derecho : mu
TOMO I. 36
534
cho menos deberá someterla á juicio de árbitros;
pero no debe despreciar los medios de conci-
liacion , que sin comprometer su derecho pue-
den hacer entrar en razon á un , contrario : tales
son la mediacion y las conferencias. La natura-
leza no nos da el derecho de recurrir á la fuer-
za sino en caso que los medios suaves y pacífi-
cos sean ineficaces ; y no es permitido ser tan
rígido en las cuestiones inciertas y susceptibles
de duda. ¿Quién osará pretender que inmedia-
tamente y sin exámen , se le abandone un dere-
cho litigioso ? Este sería el medio mejor de ha-
cer las guerras perpétuas é inevitables. Si los
dos contendores pueden proceder igualmente de
buena fe , ¿ por qué razon ha de ceder el uno
al otro ? No se puede pedir en tal caso sino el
examen de la cuestion , proponer conferencias,
comprometerse al dictámen de árbitros , ú ofre-
cer una transaccion .
332. En las contestaciones que se suscitan
entre soberanos , es preciso ademas distinguir
bien los derechos esenciales de los derechos me.
nos importantes , respecto de cuyos dos objetos
debe observarse una conducta muy diferente.
Toda nacion tiene que atender á muchos debe-
res , tanto hácia sí misma , como hacia las de-
mas y hacia la sociedad humana : es indudable
que en general los deberes para con nosotros
mismos son preferibles á los deberes para con
los demas ; pero esto solo debe entenderse de
aquellos deberes que guardan entre sí alguna
proporcion. El hombre no puede menos de ol-
vidarse en cierto modo de sí mismo , cuando se
trata de intereses no esenciales , de hacer algun
sacrificio para ayudar á los demas , y sobre todo
por el mayor bien de la sociedad humana ; y
535
advirtamos tambien que la propia salud y ven-
taja escitan á hacer este generoso sacrificio , por-
que el bien particular de cada uno está íntima-
mente ligado con la felicidad general . ¿ Qué idea
deberá formarse de un príncipe ó de una na-
cion que se niegue á abandonar la mas peque-
ña ventaja para procurar al mundo el bien ines-
timable de la paz ? Cada potencia debe pues esta
consideracion á la felicidad de la sociedad hu-
mana , y debe mostrarse accesible á todo medio
de conciliacion , cuando se trata de intereses no
esenciales ó de pequeña consecuencia ; pues si
se espone á perder alguna cosa por una concilia-
cion , por una transaccion , ó por un juicio de
árbitros , debe saber cuán funestos y graves son
los males y calamidades de la guerra , y consi-
derar que la paz merece bienq que se haga un
ligero sacrificio .
Pero si se quiere arrebatar á una nacion un
derecho esencial , ó alguno sin el cual no pue-
de esperar sostenerse ; si un vecino ambicioso
amenaza la libertad de una república ; si preten-
de someterla y esclavizarla , en tal caso solo con-
sulta esta con su valor : ni siquiera intenta el me-
dio de las conferencias sobre una pretension tan
odiosa , sino que en tal especie de querella em-
plea todos sus esfuerzos , apura sus últimos re-
cursos , y expone toda la sangre que en tal ex-
tremo es honroso derramar ; pues sería aventu-
rarlo todo si se diese oidos á la menor propo- 1
sicion ; pudiendo decirse entonces verdadera-
mente :
Una salus..... nullam sperare salutem.
Y si la fortuna fuere contraria , un pueblo libre
prefiere la muerte á la servidumbre. ¿ Qué hu-
biera sido de Roma si hubiese escuchado con-
536
sejos tímidos cuando Anibal estaba acampado
delante de sus murallas ? Los suizos , siempre
tan dispuestos á abrazar los medios pacíficos ó
á someterse á los de derecho en contestaciones
menos esenciales , desecharon constantemente
toda idea de composicion con aquellos que aten-
taban á su libertad , y aun rehusaron someter .
se á juicio de árbitros ó al de los empera-
dores (1).
333. En las causas dudosas y no esenciales,
si una de las partes no quiere prestarse á con-
ferencias , ni á una composicion , ni á una tran-
saccion , ni á un compromiso , le resta á la otra
el último recurso para su defensa y la de sus
derechos , á saber , la via de la fuerza : y sus ar-
mas se emplearán justamente contra un enemi-
go tan intratable ; porque en una causa dudosa
se ha cumplido con haber echado mano de to-
dos los medios razonables y conducentes á acla-
rar la cuestion , á decidir la disputa , ó á transi-
girla (S. 331 ).
334. No perdamos jamas de vista lo que una
nacion debe á su propia seguridad , y que la
prudencia debe dirigirla ; pero no es siempre
necesario para considerarla autorizada á tomar
las armas el que espresamente hayan sido des-
echados todos los medios de conciliacion ; pues

(1) Cuando en el año de 1355 sometieron á Carlos IV


en calidad de árbitro sus diferencias con los duques de
Austria , por lo que respecta á los paises de Zug y de
Glaris , no fue sino bajo la condicion preliminar de que
el emperador no podria tocar á la libertad de aquellos
paises, ni á la alianza con los demas cantones. Tschudi,
pág. 429 y sig. Stettler, pág. 77. Hist. de la confederacion
Helvética por M. Wateville, lib. 4 al principio.
537
basta que tenga motivo suficiente para creer que
su enemigo no los abrazaria de buena fe , que
las consecuencias no podrian ser felices , y que el
retraso no conduciria á otra cosa que á ponerla
en un peligro mas inminente de ser oprimida.
Un soberano que no quiera ser considerado como
perturbador del reposo público , no se decidirá
á atacar actualmente á aquel que no se haya nega-
do á los medios pacíficos , á no hallarse en estado
de hacer ver á los ojos del mundo entero , que
tiene razones para mirar tales apariencias de paz
como un artificio dirigido á entretenerle y sor-
prehenderle ; porque pretender autorizarse sola-
mente de sus sospechas es trastornar todos los
fundamentos de la seguridad de las naciones ....
335. Siempre ha sucedido que una nacion
mire como sospechosa la fe de otra , y una triste
esperiencia prueba demasiado que esta descon-
fianza no es infundada. La independencia y la
impunidad son una piedra de toque que descu-
bre el oro falso del corazon humano ; y asi (co-)
mo el particular se reviste del candor y de la
probidad, y en defecto de ellos muchas veces su
dependencia le obliga á manifestar á lo menos
en su conducta la sombra de estas virtudes ; asi
el grande independiente se jacta de ellas todavía
mas en sus discursos ; pero en el momento que
se considera ser el mas fuerte , si por casualidad
no tiene el corazón de un temple que por des-
gracia suele ser muy raro , apenas trata ni aun
de salvar las apariencias ; y si se mezclan gran
des intereses llegará al estremo de cometer accio-
nes que á un particular le cubririan de vergüen-
za é infamia. Luego que una nacion afecta pe-
ligro en intentar los medios de pacificacion , la
sobran medios para disculpar su precipitacion,
538
en hacer uso de las armas. Y como en virtud de
la libertad natural de las naciones cada una juz-
ga en su conciencia lo que debe hacer , y está
en derecho de arreglar como la parezca su con-
ducta respecto á sus deberes , en todo lo que no
está determinado por los derechos perfectos de
otra ( prelim. §. 20. ) ; á cada una toca juzgar si
se halla en el caso de intentar los medios pací-
ficos antes de ocurrir á las armas. Si pues el de-
recho de gentes voluntario ordena que por estas
razones se tenga por legítimo lo que una nacion
juzga conveniente hacer en virtud de su libertad
natural ( prelim. §. 21. ) , el mismo derecho vo-
luntario persuade que se tengan por legítimas ar-
mas entre las naciones las de aquella que en
una causa dudosa emprende acaloradamente for-
zar á su enemigo á una transaccion , sin haber
intentado antes los medios pacíficos. Luis XIV
estaba ya en el centro de los Paises - Bajos , an-
tes que se supiese en España que tenia preten-
siones á la soberanía de una parte de aquellas
ricas provincias por títulos de la reina su es-
posa. El Rey de Prusia en 1741 publicó su ma-
nifiesto en Silesia á la cabeza de sesenta mil
hombres. Estos príncipes podian tener justas ra-
zones para proceder de tal modo , y esto bas-
ta en el tribunal del derecho de gentes volun-
tario. Pero si bien una cosa tolerada por nece-
sidad en este derecho puede hallarse muy jus-
ta en sí misma , no obstante un príncipe que la
pone en práctica , puede hacerse muy culpable
en su conciencia , y muy injusto con aquel á
quien ataca , aunque no tenga precision de dar
cuenta á las naciones , en razon de no poderle
acusar de haber violado las reglas generales que
están ellas obligadas á observar entre sí. Pero
539
si abusa de esta libertad se hace odioso y SOS-
pechoso á las naciones , como acabamos de ob
servar ; las autoriza para que se liguen contra
él , y por esta razon al tiempo que cree ade .
lantar en sus negocios , los pierde algunas ve-
ces sin recurso.
336. Un soberano debe manifestar en todas
sus diferencias deseo sincero de hacer justicia y
conservar la paz, Antes de tomar las armas , y
aun despues de haberlas tomado , tiene obliga-
cion de ofrecer condiciones equitativas , en cu-
yo caso solo vendrá á ser justo el uso de sus
arinas contra un enemigo obstinado que se nie-
ga á la justicia ó á la equidad.
337. Al demandante incumbe probar su de-
recho , porque él debe hacer ver que tiene fun-
damento para demandar una cosa que no posee;
le es necesario un título , el cual no será aten-
dible interin no manifieste su validacion , y por
lo mismo el poseedor puede permanecer en po-
sesion hasta que se le haga ver que es injusta.
Mientras esto no suceda , tiene derecho á mante-
nerse en ella , y aun recobrarla por la fuerza
si se le hubiese llegado á despojar. Por consi-
guiente no es permitido tomar las armas para
adquirir la posesion de una cosa , á la cual, solo
se tiene un derecho incierto y dudoso ; y lo
mas que puede hacerse es obligar al mismo po-
seedor , si es necesario por medio de las armas,
á discutir la cuestion , á aceptar cualquier medio
razonable de decision ó convenio , ó finalmente
á transigir sobre bases equitativas.
338. Si el objeto de la disputa fuere una in-
juria, el ofendido debe seguir las mismas reglas
que acabamos de establecer. Su propia ventaja y
la de la sociedad humana le imponen la obli-
540
gacion de intentar antes de hacer uso de las
armas todos los medios pacíficos para alcanzar,
ó la reparacion de la injuria , ó una justa satis-
facción , á no ser que haya razones fuertes para
lo contrario ( S. 334. ) Esta moderacion y cir-
cunspeccion son tanto mas convenientes y aun
por lo ordinario indispensables , como que mu-
chas veces la accion que tomamos por injuria
no procede de un designio de ofendernos , y al-
guna vez tiene mas de falta que de malicia. Su-

cede tambien muchas veces que los causantes
de la injuria son los subalternos , sin que su
!
soberano tenga alguna parte en ella ; y en tales
ocasiones es natural presumir que no se nos ne-
gará una justa satisfaccion . Habiendo algunos
subalternos de Francia violado el territorio de
Saboya para apoderarse de un famoso gefe de
contrabandistas , el Rey de Cerdeña hizo dirigir
sus quejas á la corte de Francia , y Luis XV no
creyó que fuese indigno de su grandeza enviar
un embajador estraordinario á Turin para dar
satisfaccion de esta violencia; y un asunto tan
delicado se terminó de una manera igualmente
honrosa á entrambos soberanos.
339. Cuando una nacion : no puede obtener
justicia , ya sea porque se le haya causado algun
daño , o ya porque se le haya hecho alguna in-
juria, tiene derecho á hacérsela ella misma ; pe-
ro antes de hacer uso de las armas , de lo cual
tratarémos en el libro siguiente , hay diversos
medios que están en práctica entre las naciones,
de los cuales tenemos que hablar en este lugar.
Entre ellos se cuenta la satisfaccion , que es lo
que se llama la ley del talion , segun la cual se
hace sufrir a uno precisamente tanto mal como
causó. Muchos han proclamado esta ley, como
541
de la mas exacta justicia ; ¿ y por qué hemos de
admirarnos de que se haya propuesto á los prín-
cipes , cuando se han atrevido a darla por regla
1
á la misma divinidad ? Asi es que los antiguos
la llamaban el derecho de Radamanto. Pero esta
idea proviene solamente de la obscura y falsa
nocion , por la cual se representa el mal como
una cosa digna esencialmente en sí de castigo.
Ya hemos demostrado ( Lib. 1. §. 169. ) cuál es el
verdadero orígen del derecho de castigar ( 1 ) , y
de él hemos deducido la verdadera y justa medi-
da de las penas ( Lib. 1. §. 171. ) . Digamos pues
que una nacion puede castigar á aquella que la
ha injuriado , segun hemos demostrado (véanse
los capítulos 4 y 6 , de este libro ) , siempre que
se niegue á dar una justa satisfaccion ; pero no
tiene derecho para agravarla mas allá de lo que
exige su propia seguridad. La ley del talion , in-
justa entre los particulares , seria en la práctica
mucho mas injusta entre las naciones , porque
en tal caso recaeria dificilmente la pena sobre
los que hubiesen causado el mal : en tal caso,
¿ con qué derecho hariamos cortar la nariz y las
orejas al embajador de un príncipe bárbaro que
hubiese cometido con el nuestro semejante atro-
cidad? Por lo que * hace á las represalias en
tiempo de guerra, que participan del talion , se
hallan justificadas por otros principios de que

trataremos en su lugar. Todo lo que hay de
verdad en esta idea del talion es , que supuesta
la igualdad en todo lo demas , la pena debe
guardar alguna proporcion con el mal que se

1
(1) Nam , ut Plato ait , nemo prudens punit , quia pec-
catum est, sed ne peccetur. Seneca , de ira.
542
trata de castigar , y lo exigen de este modo el
fin mismo y el fundamento de las penas.
340. No es siempre necesario acudir á las
armas para castigar á una nacion ; pues la agra-
viada puede por via de pena privarla de los de-
rechos de que en ella gozase la agresora , apo-
derarse , si tuviese medios para ello , de algunas
de las cosas que la pertenezcan , y retenerlas
hasta haber conseguido una justa satisfaccion.
341. Cuando un soherano no está satisfecho
del modo con que sus súbditos son : tratados
por las leyes y usos de otra nacion , está auto-
rizado para declarar que usará con los súbditos

de esta nacion del mismo derecho que ella usa


con los suyos ; lo cual se llama retorsion en de-
recho , sin que en ello haya nada que no sea
justo y conforme á la sana política , pues nadie
puede quejarse de que se le trate como trata á
los demas. Asi es que el Rey de Polonia, elec-
tor de Sajonia , tiene vigente el derecho del fis-
co á la succesion en los bienes de los estrange-
ros , solamente contra los príncipes que oprimen
á los sajones. Esta retorsion de derecho puede
tener lugar tambien respecto á ciertos reglamen-
tos que deben aprobarse , lejos de haber dere-
cho para quejarse de ellos , pero de cuyos efec-
tos conviene librarse tratando de imitarlos. Ta-
les son las órdenes que conciernen á la impor-
tacion ó" esportacion de ciertos géneros ó mer-
cancías. Muchas veces tambien no es convenien-
te usar de retorsion , yi
y cada uno puede hacer
en este punto lo que le dicte su prudencia.
342. Las represálias se usan entre las nacio-
nes para hacerse justicia ellas mismas cuando
no la pueden obtener de otro modo. Si una na-
cion se apodera de lo que pertenece a otra , si
543
se resiste á pagar una deuda , reparar una inju-
ria ó dar una justa satisfaccion , puede apoderar,
se de alguna cosa que pertenezca á la primera,
y aprovecharse de ella hasta la concurrencia de
lo que se la debe , con las pérdidas é intereses ,
ó retenerla en clase de prenda hasta que se le
haya dado una plena satisfaccion . En este últi-
mo caso es mas bien una ocupacion ó detencion
que una represalia , cuyos términos se confun-
den muchas veces en el lenguage ordinario. Los
efectos ocupados se conservan interin hay espe¸
ranza de obtener la satisfaccionó justicia; pero
luego que llega á perderse esta esperanza se
confiscan aquellos , y entonces se declaran las
represalias ; así que si dos naciones sobre un al-
tercado de esta naturaleza llegasen á romper
abiertamente , desde el momento de la declara-
cion de la guerra ó desde ล las primeras hostili-
dades , se considera denegada la satisfacción , y
desde entonces pueden confiscarse tambien los
efectos que se hayan ocupado.c
343. El derecho de gentes solo permite las
represálias por una causa evidentemente justa,

como por una deuda clara y líquida ; porque
aquel que forma una pretension dudosa no pue
de introducir otra pretension que el que se ha
ga un examen equitativo de su derecho. En se+
gundo lugar es preciso antes de proceder á es-
to, que haya pedido infructuosamente justicia,
ó por lo menos que haya motivo de creer que
la pediria inutilmente ; en cuyo 1 solo caso pue
de tomar satisfaccion por su mano , pues seria
muy contrario á la paz , al reposo y á la salud
de las naciones , á su comercio mútuo , y á to-
dos los deberes que las unen entre sí , el que
cada una pudiese recurrir inmediatamente á los
544
medios de hecho , sin indagar antes si habia dis-
posicion para administrar ó para negar justicia.
Mas para entender bien este artículo es preci-
so observar, que si ' en un negocio litigioso nues-
tro adversario se resisté á los medios de eviden-
ciarle , ó los elude artificiosamente , esto es , si
no se presta de buena fe á los medios pacíficos
de terminar la disputa , y sobre todo , si es el
primero á tomarse la justicia por su mano ; en-
tonces de problemática que era nuestra causa,
la hace justa , y podremos poner en uso las re-
presalias ó la ocupacion de sus efectos , para
precisarle á abrazar los medios de conciliacion
que prescribe la ley natural , y esta es la últi-
ma tentativa antes de proceder á una guerra
abierta.
# 344. Hemos observado (§. 18. ) que los bie-
nes de los ciudadanos hacen parte de la totali-
dad de los bienes de una nación ; que de esta-
dol á estado todo lo que en propiedad pertene-
ce á los miembros , se considera como pertene-
ciente al cuerpo , y está afecto á las deudas de
él (§. 82. ); de lo cual se sigue que en las repre-
sálias se ocupan los bienes de los 1 súbditos del
mismo modo que se ocuparian los del estado ó
los del soberano ; y por eso todo lo que per-
tenece a la nacion está sujeto á represálias des-
de que se puede ocupar , con tal que no sea
un depósito confiadorasla ofé pública , porque
si este depósitov se halla en nuestras manos en
virtud de la confianza que el propietario ha
puesto en nuestra buena fé, debe respetársele
aun en caso de unal guerra abiertas Asi es co-
mo se usa en Francia , en Inglaterra y en otras
partes , respecto del dinero que los estrangeros
1
han impuesto en los fondos públicos.
545
345. Cuando se usa de represálias contra
una nacion sobre los bienes de sus miembros
indistintamente , no deben los bienes ocupados
de uno que sea inocente responder por la deu-
da de otro en este caso toca al soberano indem-
nizar á aquel sobre quien hubiesen caido las
represalias ; porque es una deuda del estado ó
de la nacion , de la cual cada ciudadano no
debe satisfacer sino la cuota que le corres -
ponda (1).
346. Solo de estado á estado se consideran
los bienes de los particulares como pertene-
cientes á la nacion. Los soberanos tratan entre
sí , tienen que hacer directamente los unos con
los otros , y no pueden considerar á una nacion
estrangera sino como una sociedad de hombres
cuyos intereses son comunes , y por lo mismo
solo pertenece á ellos ejercer y ordenar las re-
presálias , porque un medio semejante, que es
de puro hecho , se acerca demasiado á un abier-
to rompimiento , y es muchas veces su precur-
sor ; por cuya razon es de la mayor consecuen-
cia para dejarle en manos de los particulares.
Asi se ve que en todo estado civilizado , un sub-
dito que se considera perjudicado por una na-
cion estrangera , recurre á su soberano para ob
tener la facultad de usar de represalia.
347. Se puede usar de represálias contra una
nacion , no solamente por razon de los hechos

(1) -- En cuanto á las represálias debe observarse que es


preciso no sean generales , ( cuando se quiere usar de
este medio por considerarle mas suave que la guer-
ra ; pues de otro modo , como decia el célebre de Witt,
no habria diferencia entre las represálias generales y
una guerra abierta.
546
del soberano , sino tambien por los de sus súb-
ditos ; y esto tiene lugar cuando el estado ó el
soberano participan de la accion de su súbdito,
y la toman á su cargo ; lo cual puede hacerse
de diversas maneras , segun hemos esplicado en
el cap. 6 de este libro.
Del mismo modo el soberano demanda jus-
ticia ó usa de represálias , no solamente por
sus propios negocios , sino aun por los de sus
súbditos , á quienes debe proteger , y cuya cau-
sa es la de la nacion.
348. Pero conceder represálias contra una
´nacion en favor de los estrangeros , es consti-
tuirse juez entre aquella y estos ; cosa que nin-
gun soberano tiene derecho de hacer. La causa
de las represálias debe ser justa , y aun es pre-
ciso que esten fundadas en una denegacion de
justicia , bien sea que esta se haya verificado , ό
bien que probablemente se tema (§ . 343. ) . Segun
esto , ¿ qué derecho tenemos nosotros para juz-
gar si la queja de un estrangero contra un es-
tado independiente es justa , y si se le ha dene-
gado verdaderamente la justicia ? Si se me hace
la objecion de que podemos muy bien tomar
el partido de otro estado en una guerra que nos
parece justa , y Idarle socorros , el caso es muy
diferente. Cuando damos socorros contra una
nacion , no detenemos ni los efectos que la per-
tenecen ni á sus individuos , que bajo la fé pú-
blica se hallan entre nosotros ; y declarándole
la guerra la permitimos que sus súbditos se re-
tiren y se lleven sus efectos , como se verá mas
adelante ( 1). En el caso de las represálias con-

(1) Mas adelante indicarémos lo dispuesto en nuestras


leyes sobre represálias.
547
cedidas á nuestros súbditos , una nación no pue-
de quejarse de que hayamos violado la fe públi-
ca apoderándonos de sus individuos ó de sus
bienes , porque no debemos la seguridad ni á
estos ni á aquellos , sino en la justa suposición
de que esta nacion no será la primera que vio-
le , respecto á nosotros ó á nuestros ' súbditos,
las reglas de la justicia , que las naciones deben
observar entre sí. Si las viola , tenemos derecho
de saber por qué , y la via de las represálias es mas
facil , mas segura y suave que la de la guerra .
No se podrán justificar con las mismas razones
las represálias ordenadas en favor de los estran-
geros ( 1 ) ; porque la seguridad que debemos á

(1) El célebre Witt se esplicaba sobre este punto en


estos términos : No hay mayor absurdo que esa conce-
sion de represálias ; porque prescindiendo de que provie-
ne de un almirantazgo que no tenia derecho para ello sin
atentar á la autoridad soberana de su príncipe , es eviden-
te que no hay soberano que pueda conceder ó hacer que
se tomen represalias , sino para defensa ó indemnizacion
de sus súbditos , á quienes está obligado , delante de Dios,
á proteger ; pero jamas puede concederlas en favor de
estrangero alguno que no está bajo su proteccion , y con
cuyo soberano no ha contraido compromiso alguno.res-
pecto á esto , ex pacto vel fædere : fuera de eso , es cons-
tante que no deben concederse represálias sino en caso
de una manifiesta denegacion de justicia. En fin , es tam-
bien evidente que ni aun en caso de una denegacion de
justicia , no se pueden conceder represálias sino despues
de haber demandado justicia en su favor muchas veces;
añadiendo que á falta de esto , se verá en la necesidad de
conceder cartas de represálias. Por las respuestas de M.
Boreal se echa de ver que esta conducta del almirantaz-
go de Inglaterra fue muy vituperada en la corte de Fran-
cia ; que el Rey de Inglaterra la desaprobó , é hizo le-
vantar el secuestro de los barcos holandeses concedido por
represálias.
548
los subditos de una potencia no depende , co-
mo de una condicion , de la seguridad que esta
potencia dé á todos los demas pueblos , y á gen-
tes que no nos pertenecen , ni estan bajo nues-
tra proteccion. Como la Inglaterra hubiese con-
cedido represálias en 1662 contra las Provincias
Unidas en favor de los caballeros de Malta , los
estados de Holanda decian con razon , que se-
gun el derecho de gentes las represalias no pue
den concederse como no sea para mantener los
derechos del estado , y no por un asunto en que
la nación no tenga ningun interés ( 1) .
349. Los particulares que por sus hechos
han dado lugar á justas represálias , estan obliga-
dos á indemnizar á aquellos sobre quienes re-
caen , y el soberano les debe estrechar á ello ,
porque tienen obligacion de resarcir el daño
que han causado por su culpa ; y bien que el
soberano, resistiéndose á administrar justicia al
ofendido , haya atraido las represalias sobre sus
súbditos , aquellos que son la primera causa , no
por eso dejan de ser menos culpables ; pues la
falta del soberano no les exime de reparar las
consecuencias de la suya. Sin embargo , si estu-
viesen prontos á dar satisfaccion á aquel á quien
perjudicaron ú ofendieron , y que su soberano
se lo haya impedido , no estan obligados á otra
cosa que á lo que habrian tenido que hacer pa-
ra prevenir las represálias , y al soberano toca
reparar el daño restante , que es una consecuen-
cia de su propia falta (§ . 345).
350. Ya hemos dicho ( S. 343 ) que no se

(1 ) Véase á Bynckershoek en su Tratado sobre el juez


competente de los embajadores , cap. 22 , § . 5.
549
debe usar del medio de las represálias sino cuan-
do no se puede obtener justicia ; pero esta se
niega de muchas maneras : 1. ° por una denega-
cion de justicia , propiamente tal , ó por negarse
á escuchar vuestras quejas ó las de vuestros súb-
ditos , ó admitirlas á entablar su derecho ante
los tribunales ordinarios : 2. " por dilaciones afec
tadas , para las cuales no pueden manifestarse
buenas razones , dilaciones equivalentes á una
denegacion, ó mas perjudiciales aun : 3 por un
juicio manifiestamente injusto y parcial ; pero es
preciso que la injusticia sea bien evidente y pal-
pable. En todos los casos susceptibles de duda
un soberano no debe escuchar las quejas de sus
súbditos contra un tribunal estrangero , ni tra-
tar de sustraerles del efecto de una sentencia
dada en debida forma ; porque este seria un me-
dio de escitar continuas turbulencias. El derecho
de gentes prescribe á las naciones estos respetos
recíprocos por la jurisdiccion de cada una , por
la misma razon que la ley civil ordena en el es-
tado que se tenga por justa toda sentencia defi-
nitiva pronunciada en debida forma. La obliga-
cion no es tan espresa , ni tan estensa de nacion
á nacion ; pero no se puede negar que no sea
muy conveniente á su reposo , y muy conforme
á sus deberes para con la sociedad humana obli-
gar á sus súbditos en todos los casos dudosos,
y fuera de una lesion manifiesta , á someterse á
Ĭas sentencias de los tribunales estrangeros , ante
los cuales tengan pendiente algun negocio (S. 84) .
351. Del mismo modo que se pueden ocu-
par las cosas que pertenecen á una nacion para
obligarla á obrar en justicia , se puede igualmen-
te , y por las mismas razones , arrestar á algunos
de sus ciudadanos , y no ponerlos en libertad
TOMO I. 37
550
sino cuando se haya recibido una entera satis-
faccion. Esto es lo que los griegos llamaban an-
drolepsia ó captura de hombres. En Atenas la
ley permitia á los padres de uno que habia sido
asesinado en un pais estrangero , el apoderarse
hasta de tres personas de aquel pais , y retener-
las hasta que el asesino hubiese sido castigado ó
entregado. Pero en las costumbres de la Europa
moderna este medio no está en uso , sino para
pedir satisfaccion de una injuria de la misma
naturaleza ; es decir , para obligar á un soberano
á dar libertad á alguno que detiene injustamente.
Ademas arrestados los súbditos de este modo,
no estándolo sino como una seguridad ó prenda
para obligar á una nacion á hacer justicia, si su
soberano se obstina en negarla , no se les puede
quițar la vida , ni imponerles pena alguna cor-
poral por una cosa de que ellos no son culpa-
bles. Sus bienes , y aun su libertad , pueden dar-
se en prenda é hipoteca por las deudas del esta-
do ; pero no la vida , de la cual no puede dis-
poner el hombre ; pues un soberano no tiene
derecho de quitar la vida á los súbditos de aquel
que le ha injuriado , sino cuando estan en guer-
ra ; y en otra parte veremos de donde recibe
derecho semejante.
352. Un soberano está autorizado para usar
de la fuerza contra los que se oponen á la eje-
cucion de su derecho , y usar de ella en cuanto
sea necesario para vencer la injusta resistencia:
Es lícito por lo mismo resistir á aquellos que
tratan de oponerse á las justas represalias ; y si
para ello fuese preciso llegar hasta el estremo de
quitarles la vida , no se puede culpar de esta
desgracia sino á su justa é inmediata resistencia.
Pero Grocio es de sentir, que en tal caso pre-
551
fieran abstenerse de usar de represálias ; y á la
verdad que entre particulares , y por cosas que
no son estremamente importantes , es por cierto
digno , no solo de un cristiano , sino en gene-
ral de todo hombre de bien, abandonar su dere-
cho , antes que privar de la vida á aquel que
opone una injusta resistencia ; pero no sucede
asi con los soberanos , entre quienes seria de la
mayor consecuencia que viniesen apostándoselas
y lo tolerasen. La regla primera y capital es el
verdadero bien del estado ; y aunque es verdad
que la moderacion sea siempre laudable en sí
misma , los caudillos de las naciones deben ha-
cer uso de ella en cuanto sea compatible con la
felicidad y la salud de los pueblos.
353. Despues de haber demostrado que es
permitido usar de represálias cuando de otro
modo no se puede obtener justicia , es fácil con-
cluir que un soberano no tiene derecho de opo-
ner la fuerza , ó hacer la guerra , contra aquel
que en ordenar y ejecutar represálias , en caso
semejante , no hace mas que usar de su derecho.
354. Como la ley de la humanidad prescri-
be a las naciones lo mismo que á los particu-
lares , que prefieran siempre los medios mas sua-
ves cuando son suficientes para obtener justicia;
un soberano puede por medio de las represálias
procurarse una justa indemnizacion , ó una sa-
tisfaccion conveniente ; debe atenerse á este me-
dio menos violento , y menos funesto que la
guerra. Estas reflexiones nos conducen á tener
que manifestar un error , que se ha hecho de-
masiado general para dejar de merecer la aten-
cion . Si sucede que un príncipe que tiene mo-
tivos para quejarse de una injusticia , ó de al-
gunos principios de hostilidades , y no hallando.
552
á su adversario dispuesto á darle satisfaccion,
se determinase á usar de represálias para tratar
de obligarle á escuchar la voz de la justicia , an-
tes que recurrir á un abierto rompimiento ; si
se apodera de sus efectos , de sus barcos , sin
declaracion de guerra , y los retiene en calidad
de prenda , oiriamos gritar á cierta clase de gen-
tes : esto es un latrocinio ; y si este príncipe hu-
biera declarado la guerra inmediatamente , no
dirian una palabra , y aun alabarian quizá su
conducta. ¡ Estraño olvido de la razon y de los
verdaderos principios ! Como si las naciones de-
bieran seguir las leyes caballerescas , retarse , y
dentro de la estacada terminar su altercado ó
querella como dos valientes en singular batalla.
Los soberanos deben pensar en mantener los de-
rechos de su estado , procurar que se les haga
justicia , usando para ello de medios legítimos,
y prefiriendo siempre el mas suave ; y vuelvo á
decir que las represálias de que hablamos son
un medio infinitamente más suave ó menos fu-
nesto que la guerra ; pero como muchas veces
conducen á ella , entre potencias casi iguales en
fuerzas , solo en el último estremo debe venirse
á las manos. Y el príncipe que entonces intenta
este medio , en vez de romper enteramente , es
sin duda laudable por su moderacion y su pru-
dencia.
Aquellos que sin necesidad recurren al me-
dio de las armas , son el azote del género hu-
mano , son bárbaros enemigos de la sociedad , y
rebeldes á las leyes de la naturaleza , ó mas bien
del padre comun de los hombres.
Hay casos , sin embargo , en que las repre-
sálias serian condenables aun cuando no lo fue-
se una declaracion de guerra , y estos son pre-
553
cisamente aquellos en que las naciones pueden
con justicia tomar las armas. Cuando en la dis-
puta se trata , no de un hecho ó daño recibi-
do , sino de un derecho disputado , despues que
se hayan propuesto inútilmente los medios pací-
ficos y de conciliacion para obtener justicia , de-
be seguirse la declaracion de guerra , y usar de
represálias ; las cuales , en casos semejantes , se-
rian verdaderos actos de hostilidad , sin declara-
cion de guerra , tan contrarios á la fe pública ,
como á los deberes mútuos de las naciones : to-
do lo cual aparecerá con mas evidencia cuando
hayamos espuesto las razones que establecen la
obligacion de declarar la guerra antes de co-
menzar las hostilidades ( 1 ).
Si en fuerza de circunstancias particulares , y
por la obstinacion de un injusto adversario , ni
las represálias ni alguno de los medios que aca-
bamos de establecer , bastasen para nuestra de-
fensa , y para la proteccion de nuestros dere-
chos , resta el desgraciado y triste recurso de la
guerra , que será la materia del libro siguiente.

(1) Véase lib. 3 , cap. 4.

FIN DEL TOMO PRIMERO.


TABLA

DE LOS LIBROS , CAPITULOS Y PARRAFOS CONTE-


NIDOS EN EL VOLUMEN PRIMERO.

PRELIMINARES.

Idea y principios generales del derecho de gentes.


S. I Qué se entiende por nacion ó por estado ....
. pág.
2.Una nacion es una persona moral. id .
3 Definicion del derecho de gentes . id.
4 Cómo se consideran las naciones ó estados segun
el derecho de gentes... 2
5 A qué leyes están sometidas las naciones . id.
6 En qué consiste originariamente el derecho de

356
gentes...
7 Definicion del derecho de gentes necesario ."
18 Es inmutable ...
9 Las naciones no pueden mudar nada de él , ni
dispensarse de la obligacion que las impone .... id.
10 De la sociedad establecida por la naturaleza en-
tre todos los hombres.. 7
11 Y entre las naciones . 8
12 Cuál es el fin de la sociedad de las naciones . 9
13 Obligacion general que impone.." id.
14 Explicacion de esta obligacion . 10
15 Libertad é independencia de las naciones 60 , se-
gunda ley general ..... id.
16 Efecto de esta libertad . 9. id.
17 Distinciones de la obligacion y del derecho in-
terno y externo , perfecto é imperfecto . 11
18 Igualdad de las naciones .: $12
19 Efecto de esta igualdad . id.
20 Cada nacion es dueña de sus acciones , cuando
no se halla interesado en ellas el.î derecho per-
- fecto de las demas .... D, id.
ཡ་
ང་

21 Fundamento del derecho de " gentes voluntario.


ཚ་

id.
22 Derecho de las naciones contra los infractores
2 del derecho de gentes.
23 Regla de este derecho ...?!! 14
24 Derecho de gentes convencional , ó derecho de id.
los tratados..
II

44
25 Derecho de gentes consuetudinario .. 15
26 Regla general sobre este derecho ... id.
27 Derecho de gentes positivo .... 16
28 Máxima general sobre el uso del derecho nece-
sario y voluntario.... 17

LIBRO PRIMERO.

DE LA NACION CONSIDERada en sí MISMA.

CAPITULO I. De las naciones ó estados soberanos.

§. 1 Del estado y de la soberanía .... 18


2 Derecho del cuerpo sobre los miembros .. id.
3 Diversas especies de gobiernos . 19
4 Cuáles son los estados soberanos . 20
5 De los estados ligados por alianzas desiguales ... id.
60 por tratados de proteccion . id.
7 De los estados tributarios. id.
8 De los estados feudatarios . - 21
9 De dos estados sometidos á un mismo Príncipe .. id.
10 De los estados que forman una república fede-
rativa ... id.
11 De un estado que ha pasado á la dominacion
de otro.. 22
12 Objetos de este tratado .. id.

CAP. II. Principios generales de los deberes de una nacion


hácia sí misma.

13 Una nacion debe obrar conforme á su naturaleza. 23


14 De la conservacion y de la perfeccion de una
nacion , id.
15 Cuál es el fin de la sociedad . 24
16 Una nacion está obligada á conservarse . id.
17 Y á conservar sus miembros .. 26
18 Una nacion tiene derecho á todo lo que es ne-
cesario para su conservacion .... id.
19 Debe evitar todo lo que pudiera causar su des-
truccion... 27
20 Del derecho que tiene á todo lo que puede ser-
vir á este fin .. id.
21 Una nacion debe perfeccionarse y perfeccionar
su estado.... id.
22 Y evitar todo lo que es contrario á su perfeccion. 28
III

སྤྱད་
23 De los derechos que estas obligaciones la dan .... id.

དྲྭ་
24 Ejemplos .... id.
25 Una nacion debe conocerse á sí misma . 30

CAP. III. De la constitucion del estado , de los deberes, y de


los derechos de la nacion , bajo este respecto.

R
26 De la autoridad pública... 31

1☺
27 Qué es constitucion del estado . id.

C
N
A
&
W
&
28 La nacion debe escoger la mejor.. id.
29 De las leyes políticas , fundamentales y civiles ... 32
30 Mantenimiento de la constitucion y obediencia á
las leyes.. 33
31 Derechos de la nacion respecto á su constitu-
cion y á su gobierno .... 34
32 Puede reformar el gobierno .. 35
33 Y cambiar la constitucion . 36
34 Del poder legislativo , y si puede mudar la cons-
titucion..... 39
35 La nacion debe comportarse en esto con reserva . 40
36 La nacion es juez de todas las contestaciones
sobre el gobierno ....... id.
37 Ninguna potencia extrangera tiene derecho á
inezclarse en cosa alguna ... 41

CAP. IV. Del soberano , de sus obligaciones, y de sus


derechos.
1.
38 Del soberano... 41
39 No se establece sino por la salud y la ventaja
de la sociedad .... 42
40 De su caracter representativo…….. 44
41 Está encargado de las obligaciones de la nacion ,
y revestido de sus derechos ..... 45
pe
42 Su deber respecto á la conservacion y á la r-
**

feccion de la nacion ... id.


*
2
*

43 Sus derechos respecto á esto.. 46


44 Debe conocer su nacion ... id.
45 Extension de su poder , derechos de magestad .. id.
46 El Príncipe debe respetar y mantener las leyes
fundamentales ... 47
47 Si puede mudar las leyes no fundamentales .. 48
48 Debe mantener y observar las que subsisten ... id.
49 En qué sentido está sometido a las leyes .... ... 49
50 Su persona es sagrada é inviolable ... 50
IV
51 Sin embargo la nacion puede reprimir á un tira-
no, y substraerse á su obediencia .. 51
52 Compromiso entre el Príncipe y sus súbditos ... 59
53 Obediencia que los súbditos deben al soberano .. 60
54 En qué casos se le puede resistir. 61
55 De los ministros ... 64

R28 E
CAP. V. De los estados electivos , sucesivos ó hereditarios,

OGPR
y de los que se llaman patrimoniales.
56 De los estados electivos ... 65

2
2
57 Si los reyes eléctivos son verdaderos soberanos .. id.
58 De los estados sucesivos y hereditarios , origen
del derecho de sucesion ... id.
59 Otro origen que coincide con lo mismo.. 66
60 Otras causas que coinciden tambien conlo mismo . id.
61 La nacion puede mudar el órden de sucesion .. 67
62 De las renuncias .... 68
63 Debe guardarse necesariamente el órden de su-
cesion .. 70
64 De los regentes.. 71
65 Indivisibilidad de las soberanías . id.
66 A quién pertenece el juicio de las contestaciones
sobre la sucesion á una soberanía .... 72
€7 El derecho á la sucesion no debe depender del
fallo de una potencia extrangera ... 75
68 De los estados patrimoniales .. 81
69 Toda verdadera soberanía es inenagenable ... id.
70 Deber del Príncipe que puede nombrar su sucesor. 84
71 La ratificacion por lo menos tácita ..... id.

CAP. VI. Principales objetos de un buen gobierno : primero,


proveer á las necesidades de la nacion.

72 El objeto de la sociedad señala al soberano sus


deberes: primero , debe procurar la abundancia. 85
73 Cuidar de que haya un número suficiente de
operarios... 86
74 Impedir la salida de los que son útiles .. id.
75 De los emisarios que les sonsacan y pervierten. 87
76 Se debe animar el trabajo y la industria. id.
CAP. VII. Del cultivo de las tierras.

77 Utilidad de la labranza . 88
78 Policía necesaria sobre esto para la distribucion
de las tierras ... id .
79 Para la proteccion de los labradores . id.
80 Se debe honrar la labranza ... 89
81 Obligacion natural de cultivar la tierra . id.
82 De los graneros públicos ... 90

CAP. VIII. Del comercio.

83 Del comercio exterior é interior .. 91


84 Utilidad del comercio interior . 92
85 Utilidad del comercio exterior, id.
86 Obligacion de cultivar el comercio interior .. 93
87 Obligacion de cultivar el comercio exterior ... id.
88 Fundamento del derecho de comercio. Derecho
de comprar. id.
89 Del derecho de vender .. 94
90 Prohibicion de los géneros extrángeros. 95
91 Naturaleza del derecho de comprar. id.
92 A cada nacion toca fijar el modo de hacer su
comercio..... 96
93 Cómo se adquiere un derecho perfecto á un co-
mercio extrangero ... 97
94 Sobre el simple permiso del comercio .. id .
95 Si los derechos , tocante al comercio , se ha-
llan sujetos a prescripcion . ..... 98
96 Imprescriptibilidad de los que se fundan en un
tratado . 100
97 Del monopolio , y de las compañías de comer-
cio exclusivo ... id.
98 Balanza del comercio. Atencion del gobierno
' sobre esto::: 102
99 De los derechos de entrada . id.

CAP. IX. Del cuidado de los caminos públicos , y de los


derechos de pasage.

100 Utilidad de los caminos reales , canales , etc ... 103


101 Deber del gobierno en razón de esto ... id.
102 De sus derechos sobre lo mismo ... id.
103 Fundamentos del derecho de pasage . 104
104 Abuso de este derecho .. id.
VI

CAP. X. De la moneda y el cambio.

105 Establecimiento de la moneda...... 105


106 Deberes de la nacion ó del Príncipe respecto á
la moneda ..... id.
107 De sus derechos sobre esto .. 107
108 Injuria que una nacion puede hacer á otra en
razon de la moneda .. 109
109 Del cambio y de las leyes del comercio . id.

CAP. XI. Segundo objeto de un buen gobierno.

110 Una nacion debe trabajar en su propia felicidad .. 110


111 Instruccion ... 111
112 Educacion de la juventud…… id.
113 De las ciencias y de las artes . 112
114 De la libertad de filosofar . 113
115 Debe inspirarse amor á la virtud y horror al vicio. 116
116 La nacion conocerá en esto la intencion de los
que la gobiernan . ...... 117
117 El estado ó la persona pública debe en particu-
lar perfeccionar su entendimiento y su voluntad. 118
118 Y dirigir al bien de la sociedad las luces y vir-
tudes de los ciudadanos .. 119
119 Amor de la patria... 120
120 En los particulares . id.
121 En la nacion , en el estado, y en el soberano .... 121
122 Definicion de la palabra patria..... id.
123 Cuán vergonzoso es y criminal dañar á su patria. 122
124 Gloria de los buenos ciudadanos. Ejemplos .... id.

CAP. XII. De la piedad y de la religion.

125 De la piedad.. 124


126 La piedad debe ser ilustrada .. 126
127 De la religion interior y exterior.. id.
128 Derechos de los particulares , libertad de las
conciencias .. ... 127
129 Establecimiento público de la religion : derechos
y deberes de la nacion .... id.
130 Cuando no hay todavía religion autorizada ... 128
131 Cuando hay una establecida por las leyes ..... 129
132 De los deberes y de los derechos del soberano
respecto á la religion .. 130
VII
133 En el caso de haber una religion establecida
por las leyes .... 131
134 Objetos de sus cuidados y medios que debe em-
plear... 133
135 De la tolerancia . 134
136 Lo que debe hacer el Príncipe cuando la na-
cion quiere mudar de religion .... 135
137 La diferencia de religion no despoja al Prínci-
pe de su corona . .... 136
138 Conciliacion de los derechos del soberano con
los de los súbditos ... id.
139 El soberano debe tener inspeccion sobre los ne-
gocios de la religion , y autoridad sobre los que
la enseñan ... 137
140 Debe impedir que se abuse de la religion recibida. 139
141 Autoridad del soberano sobre los ministros de
la religion.... 140
142 Naturaleza de esta autoridad .. 141
143 Regla que debe observarse respecto á los ecle-
siásticos.... id.
144 Recapitulacion de las razones que establecen los
derechos del soberano en hecho de religion con
autoridades y ejemplos .... ..... 142
145 Perniciosas consecuencias del sentimiento con-
trario..... 145
146 Detalle de los abusos. Primero , el poder de los
papas ... ..... 146
147 De los empleos importantes conferidos por una
potencia extrangera . ........ 152
148 Súbditos dependientes de una corte extrangera .. 153
149 Celibato de los clérigos , conventos .. 155
150 Pretensiones enormes del clero , preeminencia .. 158
151 Independencia , inmunidades .... 160
152 Inmunidad de los bienes eclesiásticos .. 163
1.53 Excomunion de las personas en dignidad . 165
154 Y tambien de los soberanos .. ..... 168
155 El clero inclinándolo todo en su favor , y tur-
bando el órden de la justicia ... 171
156 Dinero atraido á Roma... 172
157 Leyes y prácticas contrarias al bien del estado. id.

CAP. XIII. De la justicia y de la policía.

158 Una nacion debe hacer reinar la justicia .... 173


159 Establecer buenas leyes ..... 174
VIII
160 Hacerlas observar... 175
161 Funciones y deberes del Príncipe en esta materia. 176
162 Cómo debe hacer justicia ..... 177
163 Deben establecerse jueces íntegros é ilustrados.. id.
164 Los tribunales eclesiásticos deben juzgar las cau-
sas del fisco ..... 178
165 Se deben establecer soberanos que juzguen de-
finitivamente .... 179
166 El Príncipe debe guardar los trámites de la jus-
ticia .... 180
167 El Príncipe debe mantener la autoridad de los
jueces , y hacer ejecutar sus sentencias .... id.
168 De la justicia distributiva. Distribucion de los
empleos y de las recompensas ..... 181
169 Castigo de los culpables. Fundamento del de-
recho de castigar... 182
170 De las leyes criminales . 183
171 De la medida de las penas . .. 184
172 De la ejecucion de las leyes . 185
173 Del derecho de perdonar ... 187
174 De la policía .... id.
175 Del duelo ó de los combates singulares . id.
176 Medios de atajar este desórden .. 188

CAP. XIV. Tercer objeto de un buen gobierno , fortificarse


contra los enemigos exteriores.

177 Una nacion debe fortificarse contra los ataques


exteriores ... 193
178 Del poder de una nacion ... id.
179 Multiplicacion de los ciudadanos .. 194
180 Del valor.. 196
181 Y otras virtudes militares . 197
182 De las riquezas ..... 198
183 Gastos del estado en impuestos .. id.
184 La nacion no debe aumentar su poder por me-
dios ilícitos . id.
185 El poder es relativo al de otra. 199

CAP. XV. De la gloria de una nacion.


186 Cuán ventajosa es la gloria . ..... 200
187 Deber de una nacion .... id.
188 Deber del Príncipe... id.
IX
189 Ejemplo de los suizos ...... 202
190 Atacar la gloria de una nacion , es hacerla injuria. 203

CAP. XVI. De la proteccion solicitada por una nacion , r


de su sumision voluntaria á una potencia extrangera.

191 De la proteccion ... 204


192 Sumision voluntaria de una nacion á otra .. id.
193 Diversas especies de sumisiones ... 205
194 Derecho de los ciudadanos cuando la nacion` se
somete á una potencia extrangera ..... 206
195 Estos pactos anulados por defecto de proteccion. id.
196 O por la infidelidad del protegido ... 207
197 Y por las empresas del protector.. id.
198 Cómo el derecho de la nacion protegida se pier-
de por su silencio ..... 208

CAP. XVII. Cómo se puede separar un pueblo del estado


de que es miembro , ó renunciar la obediencia á su soberano
cuando no le protege.

199 Diferencia entre el caso presente y los del ca-


pítulo anterior.. 209
200 Deberes de los miembros de un estado , ó de los
súbditos de un Príncipe que está en peligro. .. 210
201 Su derecho cuando se les abandona 211

CAP. XVIII. Del establecimiento de una nacion en un pais.

202 Ocupacion de un pais por la nacion .... 212


203 Sus derechos sobre los paises que ocupa .. 213
204 Ocupacion del imperio en un pais vacante .... id.
205 Otro modo de ocupar el imperio de un pais libre. id.
206 Cómo se apropia una nacion un pais desierto .. id.
207 Cuestion sobre este punto .. 214
208 Si es permitido ocupar una parte de un pais ,
en el cual solo se encuentran pueblos erran-
tes, y en pequeño número . 215
209 De las colonias .. 216

CAP. XIX. De la patria y de diversas materias que tienen


referencia con ella.

210 Qué es patria .... 217


211 De los ciudadanos naturales . id.
X
212 De los habitantes.. 218
213 Naturalizacion.... id.
214 De los hijos de los ciudadanos nacidos en pai-
ses extrangeros .. 221
215 De los hijos nacidos en el mar. 223
216 De los hijos nacidos en el ejército del estado ,
ó en la casa de su ministro cerca de una cor-
te extrangera .. · 224
217 Del domicilio. id.
218 De los vagamundos. 225
219 Si se puede abandonar su patria. id.
220 Cómo se puede ausentar de ella temporalmente. 227
221 Variacion de las leyes políticas en este punto :
es necesario obedecerlas. · 228
222 De los casos en que un ciudadano tiene dere-
cho de abandonar su patria. 229
223 De los emigrados. .. 230
224 Fuentes de sus derechos. id.
225 Si el soberano viola su derecho les hace injuria. 231
226 De los suplicantes... id.
227 Del destierro y estrañamiento. • 232
228 Los desterrados y los extrañados tienen dere-
cho de habitar en alguna parte. • 233
229 Naturaleza de este derecho." id.
230 Deber de las naciones hácia ellos. • 234
231 Una nacion no puede castigarlos por faltas co-
metidas fuera de su territorio. · • 235
232 Como no sean por aquellas que interesan la
seguridad del género humano. · • · • id.

CAP. XX. De los bienes públicos comunes y particulares.

233 De lo que los romanos llamaban cosas comunes . 236


234 Totalidad de los bienes de la nacion y su divi-
sion ..... id.
235 Dos modos de adquirir bienes públicos. 237
236 Las rentas de bienes públicos estan naturalmen-
te á disposicion del soberano... id.
237 La nacion le puede ceder el uso , y la propiedad
de los bienes comunes . 238
238 Puede atribuirle el dominio de ellos , y reservar-
se su uso.. id.
239 De los impuestos . · id.
240 La nacion puede reservarse el derecho de esta-
blecerlos.. · 239
XI
241 Del soberano que tiene este poder .. id.
242 Deber del Príncipe respecto á los impuestos. • 240
243 Del dominio eminente que va con la soberanía, 241
244 Del imperio sobre las cosas públicas. . 242
245 El Príncipe puede hacer leyes sobre el uso de
los bienes comunes. 243
246 De la enagenacion de los bienes de comunidad.. id.
247 Del uso de los bienes comunes. . 244
248 Como debe cada uno usar de ellos. • · 245
249 Del derecho de prevencion en su uso. id.
250 Del mismo derecho en otro caso. . . · · id.
251 De la conservacion y de la reparacion de los bie-
nes comunes. 246
252 Deber y derecho del soberano en este punto ... id.
253 De los bienes particulares. · 247
254 El soberano puede someterlos á una policía. · · .id.
255 Sucesiones. • 248

CAP. XXI. De la enagenacion de los bienes públicos, ó del


dominio , y de la una parte del estado.

256 La nacion puede enagenar sus bienes públicos. id.


257 Deber de una nacion en este punto. 249
258 Los del Príncipe. id.
259 No puede enagenar los bienes públicos. • 250
260 La nacion puede darle este derecho. • • id.
261 Reglas sobre esta materia para los tratados de
nacion á nacion . 251
262 De la enagenacion de una parte del estado... 252
263 Derecho de aquellos que se quieren desmembrar. 253
264 Si el Príncipe tiene facultad para desmembrar
el estado. · id.

CAP. XXII. De los rios grandes y pequeños y de los lagos.

265 De un rio que separa dos territorios. 255


266 De la madre ó cauce de un rio que se agota,
ó que muda de direccion . • 257
267 Del derecho de aluvion. • id.
268 Si el aluvion causa alguna mudanza en los de-
rechos sobre el rio. 258
269 De lo que sucede cuando el rio cambia su curso. id.
270 De las obras para separar la corriente. 259
271 O en general perjudiciales á los derechos de otros. id.
272 Reglas en razon de los dos derechos cuando es-
TOMO I. 38
XII
tán en contradiccion. 260
273 De los lagos.. 261
274 De los aumentos de los lagos. id.
275 De las arenas que se forman sobre las orillas
de un lago. · • · 264
276 De la madre de un lago que se ha secado ... id.
277 De la jurisdiccion en lagos y en los rios. . id.

CAP. XXIII. Del mar.

278 Del mar y de su uso.. id.


279 Si el mar puede ser ocupado , y quedar some-
tido á dominacion . id.
280 Nadie tiene derecho de apropiarse el uso de la
alta mar... 265
281 La nacion que quiere excluir á otra de esté uso
la injuria.. 266
282 Hace tambien injuria á todas las naciones. : id.
283 Puede adquirir un derecho exclusivo por tratados . 267
284 Pero no por prescripcion y por un largo uso .. id.
285 Como no sea en virtud de un pacto tácito. .. . id.
286 El mar cerca de las costas puede estar some.
tido á la propiedad . . . . • • 268
287 Otra razon de apropiarse el mar vecino de las
costas. 269
288 Hasta dónde se puede extender esta posesion. . 270
289 De las orillas y de los puertos. 272
290 De las bahías y de los estrechos. id.
291 De los estrechos en particular. id.
292 Del derecho de naufragio. 273
293 De un mar comprendido en las tierras de una
nacion. . 274
294 Las partes del mar ocupadas por una potencia
son de su jurisdiccion. id.

LIBRO SEGUNDO.

DE LA NACION CONSIDERADA EN SUS RELACIONES CON


LAS DEMAS.

CAP. I. Deberes de una nacion hácia las demas , ó de los


oficios de humanidad entre las naciones.
S.1 Fundamentos de los deberes comunes Ꭹ mú-
tuos de las naciones. 276
XIII
2 Oficios de humanidad y su fundamento . ... 278
3 Principio general de todos los deberes mútuos
de las naciones. 279
4 Deberes de una nacion para la conservacion de
las demas. 280
5 Una nacion dehe asistir á un pueblo desolado
por el hambre y por otras calamidades. 281
6 Contribuir á la perfeccion de los demas. · 282
7 Pero no por fuerza. 283
8 Del derecho de pedir los oficios de humanidad. 284
.9 Del derecho de juzgar si se les puede conceder. id.
10 Una nacion no puede obligar á otra á que la
preste oficios, cuya denegacion no es una injuria. 285
11 Del amor mútuo á las naciones. id.
12 Cada una debe cultivar la amistad de las otras. id.
13 Perfeccionarse en vista de la utilidad de las
demas , y darles buenos ejemplos. • 286
14 Cuidar de su gloria . id
15 La diferencia de religion no debe impedir el
prestar los oficios de humanidad.. 287
16 Regla y medida de los oficios de humanidad ... id.
17 Limitacion particular respecto del príncipe. 290
18 Ninguna nacion debe dañar á las demas. • • 291
19 De las ofensas. • • 292
20 Mala costumbre de los antiguos. 293

CAP. II. Del comercio mútuo de las naciones,

21 Obligacion general de las naciones de comer-


ciar entre sí. 294
22 Deben favorecer el comercio. 295
25 De la libertad del comercio. id.
24 Del derecho de comerciar que pertenece á las
naciones. · id .
25 A cada una toca juzgar si está en el caso de
hacer el comercio. 236
26 Necesidad de los tratados de comercio. • • · id.
27 Regla general sobre estos tratados. . . 297
28 Deber de las naciones que hacen estos tratados . 298
29 Tratados perpétuos , ó temporales ó revocables. id.
30 Nada puede concederse á un tercero contra el
tenor de un tratado. • id.
• 31 Como es permitido privarse por un tratado de
la libertad de comerciar con otros pueblos. . 299
32 Una nacion puede restringir su comercio en fa-
:
XIV
vor de otra. 300
33 Puede apropiarse exclusivamente un comercio. id.
34 De los cónsules. · ... 301

CAP. III. De la dignidad y de la igualdad de las naciones,


de los títulos, y de otros distintivos de honor.

35 De la dignidad de las naciones ó estados soberanos. 305


36 De su igualdad. · · 306
37 De la precedencia . 307
38 Nada hace en esto la forma de gobierno. · · id.
39 Un estado debe guardar su rango á pesar de
la mudanza en la forma de gobierno. .... .308
40 Deben observarse en este punto los tratados , ý
el uso establecido. id.
41 Del nombre y de los honores atribuidos por la
nacion á su caudillo. 310
42 Si puede el soberano atribuirse el título y los
honores que quiere. 311
43 Del derecho de las demas naciones en este punto. 312
44 De su deber... id.
45 Cómo se pueden asegurar los títulos y los honores. 313
46 Conformidad necesaria con el uso general . . . 314
47 De las consideraciones mútuas entre los soberanos . id.
48 Cómo debe un soberano mantener su dignidad. 315

CAP. IV. Del derecho de seguridad; y de los efectos de la


soberanía y de la independencia de las naciones.

49 Del derecho de seguridad. • 316


50 Produce el derecho de resistir. 317
51 Y el de perseguir la reparacion. . id.
52 Y el derecho de castigar. id.
53 Derecho de todos los pueblos contra una na-
cion malhechora. • • id.
54 Ninguna nacion tiene derecho á mezclarse en
el gobierno de otra. • 318
55 Un soberano no puede erigirse en juez de la
conducta de otro. • id.
56 Como se permite tomar parte en la querella de
un soberauo con su pueblo.. 319
57 Derecho de no sufrir que las potencias extrange-
ras se mezclen en los derechos del gobierno . 321
58 De los mismos derechos respecto á la religion. id.
59 Ninguna nacion puede ser compelida en punto
XV
de religion. 323
60 De los oficios de humanidad en esta materia ,
y de los misioneros. id.
61 Circunspeccion de que se debe usar. .324
62 Lo que puede hacer un soberano en favor de
los que profesan su religion en otro estado .. 325

CAP. V., De la observancia de la justicia entre las naciones.


63 Necesidad de la observancia de la justicia en
la sociedad humana, .. 326
64 Obligacion de todas las naciones de cultivar y
de observar la justicia... id.
65 Derecho de no sufrir la injusticia. 327
66 Este derecho es perfecto.. id.
67 Produce primero el derecho de defensa. 328
68 Segundo , el de hacer que se haga la justicia .. id .
69 Derecho de castigar una injusticia. id ,
70 Derecho de todas las naciones contra la que
desprecia abiertamente la justicia. id.

CAP. VI. De la parte que la nacion puede tener , en las


acciones de sus ciudadanos,

71 El soberano debe vengar las injurias del esta-


do , y proteger á los ciudadanos . 330
72 No debe sufrir que sus súbditos ofendan á las
demas naciones , ó a sus ciudadanos.. id.
73 No se pueden imputar á la nacion las acciones
de los particulares. 331
74 A menos que no las aprube, ó que no las ratifique. id.
75 Conducta que debe tener el ofendido. id.
76 Deber del soberano del agresor. 332
77 Si niega justicia toma parte en la falta y en
la ofensa... 333
78 Otro caso en que la nacion es responsable de
los hechos de los ciudadanos. • 335

CAP. VII. De los efectos de dominio entre las naciones.

79 Efecto general del dominio . 336


80 De lo que se comprende en el dominio de nua I
nacion, id.
81 Los bienes de los ciudadanos son los de la na-
; cion respecto á las naciones extrangeras. · · · 337
XVI
82 Consecuencia de este principio.. id.
83 Conexion del dominio de la nacion con el imperio. 338
84 Jurisdiccion .. ...... id.
85 Efectos de la jurisdiccion para los paises extran-
geros .... 339
86 De los lugares desiertos é incultos .. 341
87 Deber de la nacion en este punto . 342
88 Del derecho de ocupar las cosas . id.
89 Derechos concedidos á una nacion . id.
90 No es permitido echar á una nacion del pais
que habita . 343
91 Ni estender por violencia los límites de su im-
perio... 344
92 Es necesario deslindar cuidadosamente los ter-
ritorios ..... id.
93 De la violacion del territorio . · id.
94 De la prohibicion de entrar en el territorio. 345
95 De una tierra ocupada al mismo tiempo por
muchas naciones. 346
96 De una tierra ocupada por un particular. · • id.
97 Familias independientes en un pais.. 347
98 Ocupacion de solos ciertos lugares ó de ciertos
derechos en un pais vacante. • 348

CAP. VIII Reglas respecto de los estrangeros.


i

99 Idea general de la conducta que el estado de-
be tener con los estrangeros. • • id .
100 De la entrada en el territorio . 349
101 Los estrangeros están sometidos a las leyes . 350
102 Y son punibles segun las leyes. • 351
103 Cuál es el juez competente de sus diferencias .. id.
104 Proteccion que se debe á los estrangeros . 352
105 Sus deberes . id.
106 A qué cargas están sujetos... 353
107 Los estrangeros permanecen miembros de su
nacion .... id.
108 El estado ningun derecho tiene sobre la perso-
na de ningun estrangero. id.
109 Ni sobre sus bienes .. 354
110 Quiénes son los herederos de un estrangero . id.
111 Del testamento de un estrangero . · 355
112 Del derecho de sucesion del fisco á los bienes
de los estrangeros. • · 357
113 Del derecho de la moneda forera. 358
XVII
114 De los bienes raices que posee un estrangero.. 359
115 Matrimonios de los estrangeros. · id.

CAP. IX. De los derechos que restan á todas las naciones


despues que se introduce el dominio y la propiedad,

116 Cuáles son los derechos de que no pueden ser


privados los hombres. 360
117 Del derecho que queda de la comunion primitiva. id.
118 Del derecho que resta á cada nacion sobre lo
que pertenece á las demas. • • 361
119 Del derecho de necesidad . id.
120 Del derecho de adquirir víveres por fuerza ... id.
121 Del derecho de servirse de las cosas pertene-
cientes á otro .. 362
122 Del derecho de rapto .. id.
123 Del derecho de pasaje .. 363
124 Del derecho de buscarse las cosas necesarias .. 364
125 Del derecho de habitar en un pais estrangero. 365
126 De las cosas de un uso inagotable .. id.
127 Del derecho de un uso inocente ... 366
128 De la naturaleza de este derecho en general .. 367
129 Y en los casos no dudosos ..... id.
130 Del ejercicio de este derecho entre las naciones. 363
CAP. X. Cómo debe una nacion usar de su derecho de do-
minio para cumplir con sus deberes hácia las demas, respecto
.br á la utilidad inocente.

131 Deber general del propietario ... 369


132 Del pasage ó tránsito inocente . 370
133 De las seguridades que se pueden exigir . 371
134 Del paso de las mercancías .. id.
135 De la mansion en el pais.... ... id.
136 Modo de conducirse con los estrangeros que
piden habitacion perpétua .... 372
137 Del derecho que proviene de un permiso general . 373
138 Del derecho concedido en forma de beneficio .. 374
139 La nacion debe ser oficiosa . id.

CAP. XI. De la usucapion y de la prescripcion entre las


naciones.

140 Definicion de la usucapion y de la prescripcion. 375


141 Que la usucapion y la prescripcion son de de-
XVIII
recho natural.... .... 377
142 De lo que se requiere para fundar la prescrip-
cion ordinaria.. 379
143 De la prescripción inmemorial... 380
144 Del que alega las razones de su silencio.... ... 381
145 Del que prueba suficientemente que no quiere
abandonar su derecho ..... id.
146 Prescripcion fundada en las acciones del pro-
pietario..... id.
147 La usucapion y la prescripcion tienen lugar
entre las naciones... 382
148 Es mas dificil el fundarlos entre naciones en
un abandono presunto.... id.
143 Otros principios que corroboran la prescripcion. 383
150 Efectos del derecho de gentes voluntario en
esta materia ... .... 384
......
151 Del derecho de los tratados ó de la costumbre
en esta materia ..... 385

CAP. XII. De los tratados de alianza y de otros tratados


públicos.

152 Qué cosa es un tratado.... id.


153 De los pactos , acuerdos ó convenios... 386
154 Quiénes hacen los tratados .... id.
155 Si un estado protegido puede hacer tratados ... 387
156 Tratados concluidos por los mandatarios ó ple-
nipotenciarios de los soberanos .. id.
157 De la validacion de los tratados .. 388
158 La lesion no los hace nulos ... id.
159 Deber de las naciones en esta materia .... 38)
160 Nulidad de los tratados perniciosos al estado .. id.
161 Nulidad de los tratados hechos por causa in-
justa ó deshonesta ... 390
162 Si es permitido hacer alianza con los que no
profesan igual religion ..... id.
163 Obligacion de observar los tratados. 391
164 La violacion de un tratado es una injuria... 392
165 No se pueden hacer tratados contrarios á- los
que subsisten .. id.
166 Cómo se puede contraer con muchos sobre el
mismo objeto ..... 393
167 El mas antiguo aliado debe ser preferido .... id.
168 Ningun socorro debe prestarse para una guer-
ra injusta. 394
XIX
169 Division general de los tratados , 1.º de los que
conciernen á las cosas que se suponen deber-
se por derecho natural .... id.
170 De la colision de estos tratados con los debe-
res hácia sí mismo ... .... 395
171 De los tratados eu que se promete simplemen
te no dañar ... id.
172 Tratados concernientes á las cosas que no se
deben naturalmente. De los tratados iguales ... 396
173 Obligacion de guardar la igualdad en los tratados. 397
174 Diferencia de los tratados y de las alianzas iguales. 399
175 De los tratados y de las alianzas desiguales ... id.
176 Cómo una alianza , con menoscabo de la sobe-
ranía , puede anular los tratados precedentes .. 403
177 Debe evitarse en lo posible el hacer semejan-
tes alianzas ... 404
178 Deberes mútuos de las naciones respecto á las
alianzas desiguales .... .... id.
179 En las que son desiguales de parte del mas po-
deroso .. 405
180 Cómo puede hallarse conforme con la ley natural
la desigualdad en los tratados y en las alianzas. 406
181 De la desigualdad impuesta por forma de pena. 407
182 Otras especies sobre las cuales se ha hablado
en otra parte ... id.
183 Tratados personales y tratados reales . id.
184 El nombre de los contratantes , inserto en el
tratado , no le hace personal ... 408
185 Una alianza hecha por una república es real.. id.
186 De los tratados concluidos por los Reyes ó por
otros monarcas ...... 409
187 Tratados perpetuos ó por un tiempo cierto ... 410
188 Tratados hechos para un Rey y sus sucesores . , id.
189 Tratado hecho por el bien del reino ..... id.
190 Cómo se forma la presuncion en los casos dudusos. 411
191 Que la obligacion y el derecho resultantes de
un tratado real pasan á los sucesores ............ 413
192 De los tratados cumplidos una vez por todas y
consumados .... id.
193 De los tratados ya cumplidos por una parte .. 414
194 La alianza personal espira si cesa de reinar uno
de los contratantes... ... 417
195 Tratados por su naturaleza personales id.
196 De una alianza hecha para la defensa del Rey
y de la familia real .... id.
XX
197 A qué obliga una alianza real cuando se lanza
del trono al Rey aliado .... 419

CAP. XIII. De la disolucion y renovacion de los tratados.


198 Estincion de las alianzas temporales .. 420
199 De la renovación de los tratados ..... 421
200 Cómo se rompe un tratado cuando se violó por
uno de los contratantes ... 423
201 La violacion de un tratado no rompe la de otro. id.
202 La violacion del tratado en un artículo puede
influir en la ruptura de todos ... 424
203 El tratado perece con uno de los contratantes. 425
204 De las alianzas de un estado que pasó despues
bajo la proteccion de otro .... 426
205 Tratados rescindidos de comun acuerdo ... 427

CAP. XIV. De otras convenciones públicas , de las que se


hacen por las potencias inferiores, en particular del convenio,
llamado en latin sponsio , y de las convenciones del soberano
con los particulares.

206 De las convenciones hechas por los soberanos. 428


207 De las que se hacen por potestades subalternas .. 429
208 De los tratados hechos por una persona pública
sin órden del soberano , ó sin poder suficiente. 430
209 Del acuerdo llamado sponsion .. 431
210 Un tratado semejante no obliga al estado.. ... 432
211 A qué se obliga el promitente cuando se les des-
aprueba.... 433
212 A qué está obligado el soberano .. .. 438
213 De los contratos particulares del soberano. • 443
214 De los que el soberano hace á nombre del esta-
do con los particulares .... id.
215 Estos contratos obligan á la nacion y á los sú-
cesores . 444
216 De las deudas del soberano y del estado. id.
217 De las donaciones del soberano. 446

CAP. XV. De la fe de los tratados.

218 De lo que es sagrado entre las naciones . ..... 447


219 Los tratados son sagrados entre las naciones ... 448
220 La fe de los tratados es sagrada ... id.
!
XXI
221 Aquel que viola sus tratados viola el derecho de
gentes... id.
222 Derecho de las naciones contra el que despre-
cia la fe de los tratados . 449
223 Ataques de los papas contra el derecho de gentes. 450
224 Este abuso autorizado por los Príncipes .... 452
225 Uso del juramento de los tratados ; no consti-
tuye la obligacion de ellos .... 453
226 Tampoco cambia su naturaleza .. 454
227 No da prerogativa á un tratado sobre los demas. id.
228 No puede dar fuerza á un tratado inválido ... 455
229 De las aseveraciones ... id.
230 La fe de los tratados no depende de la diferen-
cia de religion ... 456
231 Precauciones que deben tomarse al formar los
tratados .. id.
232 De los subterfugios en los tratados . id.
233 Cuan contraria es á la fe de los tratados una
interpretacion manifiestamente falsa . 457
234 De la fe tácita .. id.

CAP. XVI. De las seguridades que se dan para la obser-


vancia de los tratados.

235 De la garantía ó seguridad .. 459


236 No da ningun derecho á la persona garante para
intervenir en la ejecucion del tratado sin que
se le requiera para ello ...... 460
237 Naturaleza de la obligacion que la garantía im-
pone..... id.
238 La garantía no puede perjudicar al derecho de
tercero . 461
239 Duracion de la garantía .. 462
240 De los tratados de caucion ... id .
241 De las prendas , peños é hipotecas . id.
242 De los derechos de una nacion sobre lo que
tiene empeñado……. 463
243 De qué modo está obligada á restituirlo . id.
244 Cómo puede apropiárselo ... 464
245 De los rehenes ... id.
246 Qué derecho se tiene : sobre los rehenes .. id.
247 Solo queda empeñada la libertad de los rehenes. 465
248 Cuándo se los debe dar soltura .... id.
249 Si pueden retenerse por otro motivo . 466
250 Pueden serlo por sus hechos propios .. 467
XXII
251 De la subsistencia de los rehenes .... id.
252 Un súbdito no puede resistirse á ir en rehenes. 468
253 De la cualidad de los rehenes .. id.
254 No deben fugarse…….. 469
255 Si debe ser reemplazado el que murió en rehenes. id.
256 Del que se queda en lugar de uno de los rehenes. 470
257 De uno que estando eu rehenes sucede en la
corona . .. .....
... id.
258 El empeño de los rehenes fenece con el tratado. 471
259 La violacion del tratado hace injuria á los rehenes. id.
260 Suerte de los rehenes cuando el que los dió fal-
ta á sus promesas .. 472
261 Del derecho fundado sobre una costumbre . id.

CAP. XVII. De la interpretacion de los tratados.

262 Es necesario establecer reglas de interpretacion. 473


263 1. máxima general. No es lícito interpretar lo
que no necesita interpretacion... 474
264 2. máxima general. Si el que podia y debia ha-
cerlo no lo ha hecho , es en daño suyo ..... 475
265 3. máxima general. Ninguno de lo contratantes
tiene derecho de interpretar el acto á su voluntad. id.
266 4. máxima general. Se toma por verdadero lo
que está suficientemente declarado ...... id.
267 Mas bien debemos reglarnos por las palabras del
promitente que por las del estipulante.. ... id.
268 5.a máxima general. La interpretacion debe ha-
cerse segun reglas ciertas .. ..... 477
269 La fe de los tratados obliga á seguir estas reglas, 478
270 Regla general de interpretacion ... id.
271 Deben esplicarse los términos conforme al uso
comun. 480
272 De la interpretacion de los tratados antiguos ... 481
273 De la sutileza cavilosa sobre las palabras .. 482
274 Regla sobre esto ...... id.
275 De las reservas mentales. 483
276 De la interpretacion de los términos técnicos ... id.
277 De los términos, que admiten grados en su sig-
.....
nificacion .... 484
278 De algunas espresiones figuradas . id.
279 De las espresiones equívoeas . 485
280 Regla para estos dos casos .. id.
281 No hay una necesidad de dar á un término un
mismo sentido en un mismo acto.. 487
XXIII
282 Se debe desechar toda interpretacion que con-
duzca al absurdo ..... 488
283 Y la que haria el acto nulo y sin efecto... 490
284 Espresiones obscuras interpretadas , mas claras
por el mismo autor: 491
285 Interpretacion que se funda en la conexion del
discurso . 492
286 Interpretacion sacada de la conexion y de la
relacion de las cosas mismas ..... id.
287 Interpretacion fundada sobre la razon del acto. 494
288 De los casos en que muchas razones han con-
currido á determinar la voluntad.. 495
289 De lo que hace la razon suficiente de un acto de
la voluntad ... 496
290 Interpretacion estensiva tomada de la razon del
acto: ...... ... 497
291 De los fraudes que se dirigen á eludir las leyes
ó las promesas . 499
292 De la interpretacion restrictiva ..... id.
293 Su uso para evitar el caer en el absurdo ó en
lo que es ilícito ..... 500
294 O en lo que es demasiado duro y oneroso ... 501
295 Cómo debe limitar la significacion conveniente
á la materia ..... ... 502
296 Cómo puede formar una escepcion la mudanza
que sobrevenga en el estado de las cosas .... id.
297 Interpretacion de un acto en los casos imprevistos. 505
298 De la razon que se toma de la posibilidad , y
no de la sola existencia de la cosa .... id.
· 299 De las espresiones susceptibles de un sentido es-
tenso y de un sentido mas estricto .... 506
300 De las cosas favorables y odiosas .. 507
301 Lo que se dirige á la utilidad comun y á la
igualdad es favorable , lo contrario es odioso. 508
302 Lo que es útil á la sociedad humana es favora-
ble, lo contrario es odioso .. …………. 509
303 Todo lo que contiene una pena es odioso . . 510
304 Lo que hace un acto nulo es odioso ..... id.
305 Lo que tiene por objeto cambiar el estado de
las cosas es odioso , lo contrario es favorable. 511
306 De las cosas mixtas .. id.
307 Interpretacion de cosas favorables . 512
308 Interpretacion de cosas odiosas . 514
309 Ejemplos.... 516
310 Cómo deben interpretarse los actos de pura li-
XXIV
beralidad..... 518
311 De la colision de las leyes ó de los tratados . 520)
312 Regla primera para los casos de colision ..... id.
313 Segunda regla.. 521
314 Tercera regla . id.
315 Cuarta regla. 523
316 Quinta regla . id.
317 Sesta regla... 524
318 Séptima regla. id.
319 Octava regla.. 525
320 Novena regla . id.
321 Décima regla. 526
322 Advertencia general sobre el modo de observar
todas las reglas precedentes ..... id.

CAP. XVIII. De la manera de terminar los altercados


entre las naciones.

323 Direccion general sobre esta materia .... id.


324 Toda nacion está obligada á dar satisfaccion so-
bre las justas quejas de otra. .... ... 527
325 Cómo pueden abandonar las naciones sus dere-
chos y sus justas quejas ... id.
326 De los medios que la ley natural les recomienda
para terminar sus diferencias, primero una com-
posicion amistosa .. 529
327 De la transaccion . id.
328 De la mediacion . • id.
329 De los árbitros .. 530
330 De las conferencias y congresos . 533
331 Distincion de los casos evidentes , y de los ca-
sos dudosos ..... id.
332 De los derechos esenciales , y de los derechos
menos importantes ... 534
333 Cómo se tiene derecho para recurrir á la fuer-
-za en una cosa dudosa . 536
354 Y aun sin intentar otros medios . id.
335 Del derecho de gentes voluntario en esta materia. 537
336 Deben siempre ofrecerse condiciones equitativas. 539
337 Derecho del poseedor en materia dudosa ..... id.
338 Cómo debe perseguirse la reparacion de una
injuria ..... id.
339 Del talion .. 540
340 Diversas maneras de castigar sin recurrir á las
armas . 542
XXV
341 De la retorsion de derecho.. id.
342 De las represalias .... id.
343 De lo que se requiere para que las represalias
sean legítimas .. 543
344 Sobre qué bienes se ejercen las represalias . 544
345 El estado debe indemnizar á los que sufren por
razon de represalias ... 545
346 Solo el soberano puede ordenar las represalias .. id.
347 Cómo ha lugar á las represalias contra una na-
cion por el hecho de sus súbditos , y en fa-
vor de los súbditos perjudicados ... id.
348 Pero no en favor de los estrangeros . 546
349 Aquellos que han dado lugar á represalias de-
ben indemnizar á los que las sufren .. 548
350 De lo que puede tenerse por una denegacion de
justicia. id.
351 Súbditos detenidos por represalias . 549
352 Derecho contra aquellos que se oponen á las
represalias.. 550
353 Las justas represalias no dan un justo motivo
para una guerra . 551
354 Cómo debe limitarse á las represalias , ó recur-
rir por último al medio de la guerra ……….. id.
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