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La pregunta
El interrogante fundamental de este trabajo se refiere a cuáles son las
condiciones de posibilidad que hacen a la creciente construcción de
actitudes de deslegitimación de la actividad política de la ciudadanía en
Argentina. La pregunta fue impulsada por la emergencia de marchas de
protesta “pacíficas”, “sin banderas políticas”, que durante 2004 reclama-
ban “seguridad” y durante 2005 se centraron en el pedido de “justicia”.
En ellas, los familiares, amigos y víctimas de situaciones luctuosas son
los protagonistas. Este tipo de manifestaciones no son denostadas o
criminalizadas por los medios de comunicación (como sí lo son aque-
llas encabezadas por grupos de trabajadores desocupados, o vendedores
ambulantes, o artesanos que protestan, o estudiantes que piden mejores
condiciones educativas o la abolición de la Ley Federal de Educación),
sino mostradas en una secuencia sintagmática que propone de manera
subliminal la razonabilidad de los reclamos. El objeto de estas exigen-
cias (autodefinidas como “apolíticas”, y que prohíben expresamente
la participación de grupos con cualquier distintivo, bandera o eslogan
político, a excepción de la bandera argentina) son “los políticos”, “el
Parlamento” y “la justicia” y sus miembros.
Nos enfrentamos a una situación de apariencia contradictoria:
“la política”, “los políticos”, los jueces y la Policía son denostados, acusa-
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Las hipótesis
La hipótesis fundamental de este trabajo es que tal contradicción es la
huella, en las prácticas concretas de muchos ciudadanos, del proceso de
construcción de un nuevo pacto social, el cual implica un nuevo lugar
del Estado y la ciudadanía. Este nuevo pacto no supone ya la ficción
de igualdad natural de todos los sujetos, ni implica ya –entre sus su-
puestos filosóficos– la unión de ciudadanos libres e iguales. El concepto
acerca de un antagonismo irreconciliable en lo social está presente de
modo manifiesto en las estrategias discursivas que se han plasmado en
políticas sociales propuestas para América Latina en las últimas tres
décadas. De ello es dable inferir que este nuevo pacto no contenga entre
sus principios –de modo explícito tanto en el nivel filosófico como en el
de la teoría social y el de las políticas sociales concretas– la ficción de la
universalidad de derechos y deberes.
Una segunda hipótesis sostiene que, más allá de toda teorización,
la emergencia de un nuevo pacto se sustenta genealógicamente en la
construcción de un consenso tácito, basado en la apatía constituida so-
bre diversos núcleos de terror que se retroalimentan históricamente.
Una tercera hipótesis supone que el nuevo pacto no anula, sino
que convive con las antiguas representaciones acerca del Estado y la
ciudadanía.
Las hipótesis admiten que esas marchas de protesta “apolíticas”
son emergentes de un proceso social y político complejo de luchas ma-
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La metodología
Desde una perspectiva teórica, el trabajo sostiene una ontología his-
tórica del sujeto humano. También se afirma que es menester seguir
sustentando el concepto de ideología y el de interpelación ideológica a
fin de comprender la constitución de la subjetividad y asumir el abis-
mo de su libertad. La investigación parte de algunos de los conceptos
teóricos de Marx, Freud, Althusser, Foucault, Pêcheux y Žižek. Si bien
Foucault no utilizó el concepto de ideología y lo rechazó explícitamente,
intentaré justificar por qué tal renuencia no nos parece adecuada; en
este sentido, se han tomado algunos aportes de Žižek, aun cuando no
se comparten todos sus análisis. En lo que respecta a Marx, no se ha
partido de su concepto de ideología tal como está planteado en La ideo-
logía alemana (Marx y Engels, 1985). El texto se enmarca en su análisis
del “fetichismo de la mercancía” desarrollado en El capital (1985). En
cuanto a Althusser, se intentan releer algunos de sus conceptos, cuyo
valor teórico puede ser reapropiado de manera fecunda.
Los datos con los que se ha trabajado son de cuatro tipos.
- Documentos
Documentos de organismos internacionales, específicamente
del Banco Mundial desde 1997 hasta 2005. En ellos el análisis se
ha centrado en América Latina, con mayor énfasis en Argentina;
en sus referencias a la relación entre Estado, sociedad civil y
mercado.
Materiales producidos por organizaciones de la sociedad civil que
efectúan reclamos al Estado, y que fueron obtenidos en la reali-
zación del trabajo de campo. Esto supuso participar de marchas
desarrolladas durante el año 2005 en Buenos Aires con diversos
destinos: Tribunales, Casa de Gobierno nacional, Legislatura y
Casa de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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- Información periodística
Se ha seguido a través del periódico Infobae el caso Blumberg,
desde el 24 de marzo hasta el 15 de diciembre del año 2004. Des-
de el 15 de diciembre de 2004 hasta el 14 de marzo de 2005, se
han registrado todas las notas de tres diarios dirigidos a públicos
diversos: Página/12, La Nación y Clarín; luego de esa fecha, se han
registrado artículos sólo cuando algún hecho ligado a la investi-
gación cobraba notoriedad. A través de ellos se han seguido los
casos Blumberg y Cromañón, así como sus secuelas. Este trabajo
no incluye un análisis ni una crítica del lugar específico de los
medios en la construcción de actitudes de legitimación o desle-
gitimación subjetiva del Estado y la política, a pesar de la impor-
tancia que ello reviste. Hacerlo implicaría otra investigación, por
cierto no exenta de valor.
- Entrevistas
Entrevistas realizadas a cincuenta personas que participan en
marchas autodenominadas “apolíticas”.
Entrevistas a cinco informantes clave conocedores de fenómenos
como el mundo del rock en Buenos Aires, problemas de los sobre-
vivientes de la masacre de Cromañón, las denominadas “marchas
de Blumberg” desde abril de 2004, y el mundo de las prácticas
judiciales (en todos los casos preservamos el anonimato).
- Observación participante
Desarrollada en marchas, ceremonias y misas en relación con los
casos Blumberg y Cromañón.
Por otra parte, se ha realizado una relectura de conceptos de la Filosofía
Política, dado que las hipótesis suponen un análisis crítico de algunos
conceptos básicos de la Filosofía Política y la Filosofía del Derecho.
Construcción teórica: no se ha querido reducir el tratamiento de la
información a un “ciego empirismo”. Se intenta producir algún concep-
to teórico a partir de ella. He alternado la lectura de textos de carácter
teórico con la búsqueda empírica a fin de intentar “comprender” los
procesos, y no de “aplicar” categorías. A medida que transitaba por los
“datos”, una evidencia se hacía presente: se trataba de la vivencia de
muerte; ella hizo que el marco teórico y filosófico de Foucault, Kant y
Marx, pensado inicialmente para el trabajo, se articulase con textos de
Freud, Althusser, Žižek, Lacan y Pêcheux.
El abordaje metodológico es de carácter cualitativo, basado en la
arqueología como recurso de acercamiento a la comprensión de prác-
ticas sociales, tal como es planteado por Michel Foucault. Desde esta
perspectiva, el método se articula con la epistemología, la teoría y la
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política científica, así como con los avatares de las prácticas discursivas.
El concepto de prácticas discursivas remite no sólo al contenido de aque-
llo que se dice, sino también a quiénes son los actores involucrados, al
contexto, las posiciones de sujeto y las relaciones de poder que circulan allí
(Foucault, 1991b). Esas prácticas constituyen “estrategias discursivas”
que no tienen un “autor”, ni una direccionalidad predeterminada, sino
que se van conformando en la contingencia de las luchas; en ese sentido,
ha sostenido Foucault (1999), son “intencionales” pero “no subjetivas”.
“Intencionales” en el sentido más clásico de la palabra: implican la con-
formación de una orientación. “No subjetivas” supone que ese rumbo
no tiene un “autor” o un “comando” que haya podido planificarlas con
anticipación; aun cuando siempre hay “comandantes” que elaboran es-
trategias, todo “plan” es “rellenado estratégicamente” a lo largo de las
luchas (Foucault, 1991a: 115).
Nos hallamos en un momento de umbrales epistémicos y muta-
ciones ontológicas, todos ellos conformados por una transformación
profunda en las prácticas sociales. Las mutaciones en las formas de
sociabilidad han traído aparejadas modificaciones en la subjetividad. El
abordaje de estas transformaciones requiere de las tácticas cualitativas
elaboradas por la hermenéutica, así como de los aportes metodológi-
cos de Foucault (1991b), en tanto desde esas perspectivas se apunta a
desanudar los nuevos sentidos implícitos en los procesos sociales. Esta
tarea requiere una fuerte revalorización de las memorias y relatos co-
lectivos e individuales, así como un riguroso análisis documental. Este
modo de trabajo supone que la historia es una construcción colectiva
humana, y que la comprensión de ella sólo puede ser hecha desde ella
misma. En tanto haya hombres, habrá relatos, y los relatos hacen a la
construcción de la subjetividad humana, que se comprende a sí misma
desde las propias narraciones, aun cuando la subjetividad no se reduce
al relato. Una fuerte impronta teórico-metodológica de este trabajo se
encuentra en la idea de que la condición humana excede el campo del
discurso, los cuerpos colectivos e individuales tienen lógicas y demandas
que exceden a lo que puede ser puesto en palabras.
La perspectiva metodológica adoptada requiere un riguroso aná-
lisis de documentos y entrevistas (que son documentos también). El
documento es analizado en este trabajo como un monumento (Foucault,
1991b); esto significa que se ha intentado leerlo en su materialidad, en
su funcionamiento efectivo, en sus efectos concretos, sin tomar jamás
en cuenta las presuntas “intenciones de un autor”, y tratando de evitar
leerlos desde presupuestos no expresados. En ningún momento se pre-
tende juzgar a ningún sujeto concreto, sólo se intenta analizar cómo
circulan los enunciados en medio de relaciones de fuerzas. Por eso mis-
mo se tiene conciencia de que no hay lectura neutral, dado que es im-
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en él, se refirió al “Sujeto” sin el cual no hay “sujetos”. Más allá de las
diferencias, estas expresiones nos hablan de un orden cultural constitui-
do y constituyente de los sujetos, orden en el cual una carne prehumana
debe inscribirse para poder reconocerse, ser reconocida y reconocer a
los otros como tales. Para que esta inscripción ocurra, la carne prehu-
mana debe poder ser atravesada, cualificada por significantes de ese
mundo simbólico. De un modo muy sencillo lo explicaba Ernst Cassirer
cuando afirmaba que “el hombre es un animal simbólico”, pues en la
condición humana hay un orden símbólico históricamente construido
que media la relación de cualquier hombre con su mundo. Esto hace
que lo real en sí, o, en términos de Kant, la “cosa en sí”, sea para los
humanos incognoscible.
Ahora bien, la constitución de ese orden simbólico no impide que
haya un mundo “objetivo” para los hombres: los lenguajes, las religio-
nes, los mitos, el folclore, el derecho son productos del trabajo huma-
no. Ellos son comunes y objetivos para diversos grupos ya que son su
creación colectiva e histórica, al tiempo que en esas formas simbólicas
las diversas comunidades y los sujetos se constituyen y se inscriben des-
de peculiares perspectivas (Cassirer, 1979). Por consiguiente, ese orden
simbólico no es jamás una totalidad cerrada, sino un conjunto de códi-
gos de la mirada y la palabra, diversos, cambiantes y contradictorios.
El concepto mismo de “orden simbólico” es sólo un término teóri-
co para poder pensar “lo social”, significante que también es una expre-
sión teórica que no pretende reducir la multiplicidad de la vida humana
a una unidad cerrada. La conceptualización en términos teóricos no
supone jamás someter la diversidad existencial, sólo es un instrumento
para abordar su comprensión. La idea o percepción de “totalidad” u
“orden” es, en todo caso, un efecto, siempre cambiante, de las prácticas
sociales de los sujetos. Esta idea o percepción de totalidad u orden es el
supuesto antepredicativo de una cierta “permanencia”, un cierto hori-
zonte del mundo, que opera como condición de posibilidad de que el ha-
cer y el pensar subjetivo no se desgarren en miríadas de sensaciones.
Este orden simbólico es producto del trabajo humano que se plas-
ma en el lenguaje, a la vez que es organizado por él. Cuando el lenguaje
adviene, el humano puede comenzar a representar las ausencias, aque-
llo que no está aquí y ahora es puesto en palabras a través de las cuales
intenta comunicarse con el otro, en un afán por colmar su sensación de
incompletud en una fusión que nunca se alcanza, pues la palabra no es
suficiente para colmar la percepción de finitud. De ahí que el saber de
la propia muerte sea algo que sólo el humano conoce y a la vez deniega.
En consecuencia, ninguna cadena de significantes se cierra de modo
tal que permita al sujeto experimentar alguna forma de completud o de
total comunicación con el otro.
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2 Desde este punto de vista, más allá del rechazo de Foucault hacia el concepto de ideolo-
gía, creo con Žižek (2003a; 2003b) que sus investigaciones transitan por el camino de la
ideología (aunque reniegue de la palabra) y que su aporte ha consistido en desmontar el
cómo ella se realiza de manera material y concreta en “dispositivos” concretos, término
que reemplaza en Foucault al de “aparatos ideológicos del Estado”, precisamente porque
intenta desubstancializar al Estado y porque rechaza la escisión tópica entre superestruc-
tura jurídico-política e infraestructura económica establecida por Althusser.
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3 “Un signo, o representamen, es algo que está por algo para alguien en algún aspecto o ca-
pacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente
o, tal vez, un signo más desarrollado. Aquel signo que crea lo llamo interpretante del primer
signo. El signo está por algo: su objeto. Está por ese objeto no en todos los aspectos, sino
en referencia a una especie de idea, a la que a veces he llamado fundamento (ground) del
representamen” (Peirce, 2003a).
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colme plenamente las ansias de los parlantes. Esto permite concluir que
no hay un espacio social que no esté afectado por una carencia o falta,
al tiempo que siempre supone un plus de creación constante.
En esta perspectiva, los hechos históricos pueden organizarse
como memorias, en el sentido de que el recuerdo es selectivo y teje una
trama que nunca refleja fielmente lo que fue, sino que esboza un trazado
construido desde aquí y ahora en una relación de fuerzas, que también
implica una dimensión creativa. Esto no significa reducir la historia a
una mera creación de la fantasía subjetiva. La insistencia de lo que fue en
sus brutales efectos en los cuerpos impide que la historia sea pura inven-
ción. La urdimbre de los hechos, si bien puede tejerse de diversos modos
–como ocurre con las hebras multicolores que borda una paciente tejedo-
ra–, no permite hilar cualquier trama. El tejido de la historia depende tanto
de lo que efectivamente ocurrió, como de las posibilidades de significación
que ofrecen las relaciones de fuerza en cada orden simbólico. Desde las
diversas posiciones ocupadas en esa red, no puede tejerse cualquier trama
respecto del pasado. Entonces, si es cierto que no podemos conocer al
pasado en sí, también es necesario asumir que tampoco se lo puede in-
ventar. Estas consideraciones son importantes en tiempos en los que la
resignificación de la historia –como veremos– ha tenido fuertes efectos en
las relaciones de poder desde la década del noventa (BM, 2004b).
Ahora bien, si todo discurso y toda memoria suponen un plus de
creación, podemos inferir que en la ideología no sólo se reproducen re-
laciones de dominación, sino también se las transforma. Ella tiene una
dimensión poiética, dado que es parte del trabajo humano colectivo de
hacer el mundo.
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cía”, como base del buen gobierno (Foucault, 1981). La “policía” fue una
táctica-técnica mencionada por Rousseau y Voltaire, pero sus primeros
significados nacen en las recomendaciones de obscuros funcionarios, y
fueron recogidos por Foucault en varios trabajos (Foucault, 1986; 1990).
La policía estaba compuesta por una burocracia cuya tarea consistía en
ocuparse tanto de los aspectos negativos de la vida humana (terremotos,
inundaciones, enfermedades, muertes), como de los positivos (teatro,
lecturas, industrias, comercio); paulatinamente, la policía tomó como
blanco a la población y sus relaciones, teniendo como objetivo “aumen-
tar su felicidad” para acrecentar la “potencia del Estado”. Al decir de
Voltaire, las buenas medidas de policía tienen como objetivo hacer que
las gentes produzcan (Voltaire en Foucault, 1986: 101). Ellas conforman
así el aspecto positivo o productivo del ejercicio del poder, que comienza
a ser pensado políticamente, frente al meramente coactivo que es el más
relevante en las primeras teorías del contrato.
Así, ya a fines del siglo XVI, surge el problema de cómo gobernar,
esto es, quiénes, de qué manera y a quién. Emerge entonces la pregunta
acerca de la “gubernamentalidad”, palabra acuñada por Foucault y que
es distinta a “gobernabilidad”. Ella se constituye en la unión de dos
términos: “gobierno” y “mentalidad”. Alude al gobierno de sí mismo a
partir de ideales constituidos en dispositivos. Pero, para que el gobierno
de sí mismo se consolide, es menester que los sujetos se constituyan
en dispositivos con cuyos ideales y prácticas se identifiquen. La guber-
namentalidad está entonces referida a un nuevo tipo de racionalidad
implicada en el ejercicio del poder. El problema se plantea en relación
a un reino, una casa, un alma, un convento, un niño o una mujer. Las
prácticas implicadas son vistas como múltiples y referidas a muchos y
variados sujetos, así como interiores a la sociedad y al Estado. El proble-
ma de la gubernamentalidad (complementario del de la gobernabilidad)
alude al gobierno de sí mismo a través de ideales o aspiraciones, que son
diversos según las exigencias del estado o relación en que un sujeto se
encuentra; hace centro en la visión productiva del poder, que se vincula
con la construcción de sujetos en dispositivos, pero focalizando en las
acciones, elecciones y aspiraciones. El arte del buen gobierno así conce-
bido puede estar referido al gobierno de sí mismo (moralidad), al go-
bierno de la casa (economía) o al del Estado (política, como ciencia del
buen gobierno) (Foucault, 1981). Este arte de gobernar no es, entonces,
sólo totalizante, sino también individualizante: no apunta sólo a gober-
nar a la población como un todo, sino a conocer y moldear a los diversos
individuos y grupos, según sus relaciones y funciones. Supone aspectos
coactivos, pero esencialmente la dimensión productiva del poder.
De este modo, en mi perspectiva, la teoría del “buen gobierno”
hace eje en cuatro rasgos de la construcción de relaciones: las políticas
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sido reemplazada por la del “orden estatal”, el cual “es admitido natural-
mente de antemano […] como forma bastarda del derecho natural”. Con
ello el derecho burgués habría retornado, según Kelsen, a una nueva
forma de metafísica a través de un artificio retórico que transforma al
Estado en un “ente metajurídico, una especie de superhombre todo-
poderoso […] que sería a la vez la condición del Derecho y un sujeto
condicionado por el derecho” (Kelsen. 1974: 183).
Ahora bien, esta contradicción (que el Estado sea a la vez condi-
ción del Derecho y condicionado por él) “cumple una función ideológica
cuya importancia no puede subestimarse. Para que el Estado pueda ser
legitimado por el derecho es preciso que aparezca como una persona
distinta del derecho” (Kelsen, 1974: 188). La ilusión de separación entre
Derecho y Estado, sin relación con el poder que se encuentra en el ori-
gen de este, tiene la “función ideológica” de no presentar al Estado como
una simple manifestación de la fuerza, sino como un Estado de Derecho
(Kelsen, 1974: 188). Esta contradicción ideológica, no advertida, es la
única forma de legitimar el Estado.
Frente a la evidencia de la falta de fundamento racional y ante la
necesidad de legitimar lo que sólo es hijo de la fuerza, la ilusión ideoló-
gica es sancionada por Kelsen como necesaria: ella es el modo de soste-
ner al Estado. Así, de modo manifiesto, Kelsen muestra el insoslayable
papel de la ideología (aunque entendida como “falsa conciencia”) en
el sostenimiento de la centralidad del Estado como instrumento de la
interpelación a los sujetos. Esta representación ideológica es –asevera
Kelsen– necesaria para una teoría positiva “consecuente consigo mis-
ma”, precisamente para ocultar que no hay diferencia entre Estado y
Derecho, y que el ejercicio de la coacción que le corresponde no supone
ningún fundamento trascendente a él.
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respectivos intereses, que por velar por el bienestar del todo orgánico. Los
partidos se relacionan entre sí “como poderosos grupos de poder social y
económico, calculando los mutuos intereses y sus posibilidades de alcan-
zar el poder y llevando a cabo desde esta base fáctica compromisos y coa-
liciones” (Schmitt, 1990: 9). En el Parlamento no hay discusión, pero sí
negociación y ajuste de intereses entre los partidos. La ilusión del debate
público se logra a través de la propaganda, que tiene por objetivo fascinar
las emociones del electorado. La discusión pública primero es sustituida
por la excitación de la sensibilidad, e inmediatamente por la movilización
de las pasiones. Ello se logra a través de afiches, carteles, consignas y
otros medios que tienen por finalidad sugestionar a las masas.
Todo este proceso permite explicar, a juicio de Schmitt, la crisis
del parlamentarismo y el descreimiento del pueblo en las relaciones po-
líticas. El liberalismo ha perdido sus raíces ciudadanas, manteniéndose
sólo como un dispositivo formal, como un organismo que funciona más
por inercia y por falta de mejor opción que por convicción. El decai-
miento del parlamentarismo ha debilitado la identidad entre represen-
tantes y representados; por consiguiente, el sistema liberal deviene un
régimen no democrático (Schmitt, 1990: 18-34). Democracia y libera-
lismo son dos conceptos diferentes. Democracia implica la igualdad de
los iguales, que supone que los desiguales han de ser tratados de modo
desigual; con ello, la democracia conserva en su núcleo a la desigualdad.
Liberalismo implica una ética humanitaria e individualista, inoperante
en términos políticos, y basada en una igualdad vacía pues carece de su
correlato: la desigualdad.
El decaimiento del Parlamento ha erosionado la moral pública,
dado que en algunos estados los asuntos públicos se han convertido en
objeto de botines y compromisos entre los partidos y sus seguidores. La
política, lejos de ser el cometido de una elite, es el negocio, despreciado,
“de una, por lo general despreciada, clase” (Schmitt, 1990: 38).
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Capítulo III
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real del antagonismo que nunca cesó de insistir. Las disciplinas habían
dejado de ser funcionales a la dominación. Ello ocurría en medio de un
complejo entramado de fuerzas que incluían el conflicto entre la Unión
Soviética y el mundo capitalista, así como las controversias entre los
países centrales y los pertenecientes al Tercer Mundo.
De ese modo, en los años sesenta la cuestión social adquirió una
nueva dimensión: los remedios pensados para suturarla habían creado
resistencias también nuevas, en las cuales era clara la conciencia del abis-
mo entre los derechos proclamados y la realidad efectiva. El acceso a los
derechos sociales no clausuraba el problema, sino que lo agudizaba. La
retirada de Vietnam y la rendición de los estadounidenses fueron un hito
que tuvo impactos sistémicos: era la primera vez que una potencia garan-
te del capitalismo a nivel mundial sufría una derrota que impacta al orden
desde su interior (Petriella, 2006). Surgieron entonces nuevos remedios
que gestarían una mutación social dentro de la forma social capitalista.
4 La OPEP fue fundada en 1961. Esta organización presionará sobre los países indus-
trializados que importan petróleo a fin de generar aumentos en el precio del mismo. En
1971, el acuerdo de Teherán establece la posibilidad de aumentar el precio del petróleo.
Entre 1972 y 1973, nace formalmente la Comunidad Económica Europea. En ese año,
los países de la OPEP se reúnen para acordar qué hacer frente a la crisis monetaria in-
ternacional y en particular ante la devaluación del dólar, hasta que finalmente aumentan
el precio del combustible sin acuerdo previo. Varios de ellos limitan sus exportaciones
a EE.UU. como reacción a la postura de ese país de apoyar a Israel en la guerra árabe-
israelí. Por la misma razón, Irak propone la nacionalización de las empresas de capital
norteamericano. EE.UU. amenza con intervenir el mundo árabe si continúan los embar-
gos (Boron et al., 1999: 299-304).
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5 El ejemplo de Japón es el que mejor ilustra esta afirmación. En su sistema nacional de inno-
vación, el rol del Estado es fundamental para identificar áreas cruciales para futuros avances
tecnológicos, movilizar adecuadamente los recursos y facilitar las estrategias de las empresas
en su búsqueda de mercados; también es fundamental el rol gubernamental en la educación
y capacitación, así como en el control de la fuerza laboral.
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6 La crisis de la deuda se relaciona con una compleja red de factores, entre los que se
destacan: el aumento de los intereses de la deuda que se habían multiplicado por cuatro
entre finales de 1970 y comienzos de los años ochenta, la creciente apreciación del dólar, la
profunda depreciación de los bienes que se exportaban desde zonas como América Latina,
excepto desde los países petroleros; la crisis económica profunda impulsó a seguir obte-
niendo créditos –ya imposibles de pagar– para cumplir con los compromisos de la deuda.
7 El Consenso de Washington es un conjunto de políticas económicas establecidas desde
Washington con el acuerdo de organismos financieros internacionales. Fue formulado ori-
ginalmente por John Williamson en un documento de noviembre de 1989, denominado
“What Washington means by policy reform”, elaborado como documento de trabajo para
una conferencia organizada por el Institute for International Economics. Según su autor,
el texto era una lista de diez políticas pensadas originalmente para AL; no obstante, con los
años se transformó en un programa general y se agregaron nuevas medidas: el programa se
conoció finalmente como “Neoliberalismo”. La diez propuestas iniciales fueron: disciplina
fiscal, reordenamiento del gasto público, reforma impositiva, liberalización de las tasas
de interés, una tasa de cambio competitiva, liberalización del comercio internacional, li-
beralización de la entrada de inversiones extranjeras directas, privatización de empresas
públicas, desregulación de la economía por parte de los estados, defensa de los derechos de
propiedad. El significante “Washington” tenía para Williamson el significado de un com-
plejo intelectual-político y económico, con sede en esa ciudad: se trata de los organismos
financieros internacionales (FMI, BM), el Parlamento norteamericano, la Reserva Federal,
la cúpula de la Administración y los institutos de expertos (thinks tanks) en economía.
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8 James Wolfensohn fue presidente del BM entre 1995 y 2005. Durante su gestión, llevó
adelante innovaciones en esa institución tanto en su organización como en el objetivo fun-
damental: luchar contra la pobreza. Ello fue paralelo al impulso para trabajar con ONG y
una política basada en el “escuchar” y “aprender” de quienes se oponían a la institución,
así como de los países acosados por la deuda externa. Joseph Stiglitz es un economista
neokeynesiano. Premio Nobel, fue vicepresidente del BM entre 1997 y 2000, hasta que el
secretario del Tesoro norteamericano lo obligó a renunciar. Stiglitz ha argumentado las
razones por las que el neoliberalismo ha engendrado oposición en el mundo.
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Este proceso inconsciente opera como soporte sobre el que ancla una
cuarta capa de la memoria: el show expuesto en los medios de comuni-
cación que se inicia en los años noventa, el cual, unido al feroz socava-
miento de lazos sociales encarnado en el tráfico de drogas, fortaleció la
denegación de la muerte (producida entonces por hambre, carencia de
trabajo y falta de cobertura social) anclada en la promesa maníaca de
una fiesta perenne, encarnada en la imagen de personajes ubuescos9 a
quienes, indudable y obscuramente, muchos deseaban parecerse como
forma de rescatarse de la nada, del horror, de la falta. El “encanalleci-
miento cultural” y la “norteamericanización de la cultura” (Anderson,
2000), que florecieron en Argentina en los años noventa, expusieron
a figuras de políticos, artistas y empresarios que se ofrecieron como
modelos de una especie de perfección que encarnaba lo otro de la muer-
te que se denegaba. Las figuras del político, el artista, el empresario,
la vedette o el deportista exitoso que se presentaban en un mundo de
suntuoso hedonismo encarnaron el espectro ideológico del ingreso a
la vida eterna, a la juventud interminable; de ese modo, se investían de
una completud imaginaria. A la vez que denegaba la historia pasada
y coadyuvaba a destituir viejos lazos sociales, este proceso inducía al
consumo de cualquier tipo de objeto importado por las megaempresas,
consumo que imaginariamente colocaba a los sujetos en el lugar del
9 El término “ubuesco” tiene el sentido que le dio Michel Foucault, partiendo de una obra
de Alfred Jarry, precursora del teatro del absurdo llamada “Ubú rey”. Foucault usa el térmi-
no para referirse al ridículo utilizado como herramienta de poder: lo ridículo o el ridículo
forman parte de una farsa que, por increíble y absurda, profundizan la impunidad de
quien ejerce el poder (Foucault, 2000).
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El neodecisionismo
El consenso por apatía posibilitó la instauración en Argentina de un
nuevo modelo de Estado y de ejercicio de la política que ha sido carac-
terizado como “neodecisionismo” (Bosoer y Leiras, 1999). Este nuevo
modelo supone:
Una progresiva pérdida de poder en las manos de congresos y
parlamentos; una unaccountability de los gobiernos, de la mano
de una acrecentada concentración de poder de los ejecutivos;
proliferación de áreas secretas de tomas de decisiones […] de-
clinantes niveles de respuesta gubernamental ante los reclamos
y demandas de la sociedad civil; drástica reducción de la compe-
tencia partidaria debido a la mimetización de los partidos políti-
cos mayoritarios […] tiranía de los mercados […] mientras que
el público vota cada dos o tres años […] lógicas tendencias hacia
la apatía política […] creciente predominio de los grandes oli-
gopolios en los medios de comunicación […] creciente transfe-
rencia de derechos decisorios desde la soberanía popular hacia
algunas de las agencias administrativas y políticas del imperio,
proceso este que se verifica tanto en las “provincias exteriores”
del mismo como en el propio centro (Boron, 2002: 95-96).
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El “fascismo societal”
El neodecisionismo invistió esa apatía cuyo núcleo es el terror que produ-
jo en Argentina algo que ha sido caracterizado por Boaventura de Sousa
Santos (2005: 29-32) como “fascismo societal”, definido por tres carac-
terísticas: el apartheid social, la segregación social de los excluidos. Una
entrevistada de 60 años señalaba: “La gente de abajo, los marginados son
los que a nosotros nos roban, nos matan, pero del pueblo, del que trabaja,
ningún gobierno se acuerda” (misa en memoria de Axel Blumberg); el Es-
tado paralelo, determinado porque en él las acciones toman una tenden-
cia democrática y protectora con grupos poderosos, pero actúa de modo
“fascista” en zonas “salvajes” donde emerge el conflicto. Se consolida así
la caída del universalismo de los derechos. Esto es percibido por varios
entrevistados en marchas por la masacre de Cromañón: “En este país hay
dos justicias: una para los pobres y otra para los ricos” (hombre, 48 años);
el “fascismo paraestatal” que hace que ciertos actores poderosos usurpen
funciones tradicionales del Estado, tales como la coerción y la regulación
social (este es el fenómeno, por ejemplo, del crecimiento de empresas y
“consultoras privadas” de “seguridad”).
Las prácticas neodecisionistas y el fascismo societal posibilitaron
en los años noventa la ejecución de políticas que saquearon las rique-
zas en Latinoamérica; sus diversos puntos de apoyo tuvieron un eje: la
urgencia, la necesidad, el ahora, que exige la suspensión de toda media-
ción reflexiva y de procesos de deliberación parlamentaria y ciudadana
para el consenso. La suspensión de los procesos deliberativos supone
el inmediato pasaje al acto y ello comporta la delegación en otros “que
conocen” el proceso de reflexión para la toma de decisiones. Esos otros
pueden o no tener presencia pública, pero en esa fase del neodecisionis-
mo estuvieron representados por figuras emblemáticas cuya marca es el
éxito que remite a la completud que salva de la muerte (veremos cómo
esto cambia en la siguiente fase del neodecisionismo). Sin embargo, la
completud no existe, y el único infinito que domina el sistema es el del
gusano que se come a sí mismo. La muerte denegada en la compulsión
maníaca que transforma cualquier relación en mercancía afloró, sin
embargo, ya no como representación de ajenidad sino como ecuación
insoslayable en el hambre, las enfermedades, la desnutrición, la pérdida
de la soberanía alimentaria y el quebranto de toda seguridad institucio-
nal (privada o estatal).
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Capítulo V
LA INTERPELACIÓN IDEOLÓGICA
DEL BANCO MUNDIAL
10 En esa línea, Pascal Lamy, titular de la OMC, en su paso por Buenos Aires en febrero
de 2006, afirmaba que era necesario no confundir a esa organización con el FMI. A juicio
del funcionario, en el FMI las naciones industrializadas tienen férreos poderes que usan
contra las naciones en desarrollo; en la OMC esto no ocurriría, pues “el voto de cada país
vale uno” (Candelaresi, 2006).
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Resignificar la pobreza
La preocupación por la pobreza
Desde la década del setenta, la pobreza preocupa de modo creciente
al BM. En los años noventa, frente a su incremento desmesurado, el
organismo llamó la atención de los gobiernos acerca del “riesgo social”
que ella encarnaba, en paralelo al aumento de la desigualdad, y en el
año 2000 planteó la necesidad de “luchar” contra ese “riesgo”. En su
estrategia, a la vez que utilizó términos de origen bélico, desempolvó un
viejo arsenal discursivo, hijo de la antigua filantropía anglosajona del
siglo XIX, cuando la cuestión social estallaba y el fantasma que recorría
Europa amenazaba con expandirse a América.
La primera razón para luchar contra la pobreza y el exceso de
desigualdad radica en que ellas son “pasto para la violencia” (BM, 1997:
5), generan un “síndrome de ilegalidad” (BM, 1997: 4) que hace pensar, a
quienes están afectados, que vulnerar el Estado de Derecho y la propiedad
pueden servir para resolver su situación, afirma el BM. Los conflictos ante
golpes adversos se acentúan, la delincuencia y la violencia aumentan y las
bases institucionales debilitan el derecho de propiedad (BM, 2004b: 6).
La segunda razón reside en que los pobres están en muchas zonas
de AL, particularmente en zonas rurales, en posesión de conocimientos
respecto de sus propias formas de vida, así como de las características
naturales de su hábitat, que deben ser aprovechados. En un mundo
cuyo paradigma sociotécnico tiene como insumo fundamental el cono-
cimiento científico, la posesión de “intangibles” (conocimientos que los
sujetos portan en sus cuerpos y no constan en protocolos científicos) es
un valor inapreciable (BM, 1999: 1). Los conocimientos que los pobres
portan son de dos tipos: por un lado se trata de los saberes sobre las
propias formas de sociabilidad, conocimiento necesario para dialogar
con ellos a fin de gestar formas no violentas de gobernabilidad (BM,
2002a: 32). El conocimiento del hábitat también es fundamental para
ser incorporado a la investigación científica y el desarrollo tecnológico.
Por otra parte, la pobreza impide contribuciones de individuos talento-
sos: los “estudiantes brillantes de origen pobre” (BM, 2004b: 11). De ahí
la particular valoración de lo “étnico” y lo “local”.
En tercer lugar, el exceso de pobreza hace que enormes masas de
población no accedan a los mercados por falta de ingresos; esto dificulta
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De modo que puede haber ciudadanos pobres en una región sin que ello
implique desigualdad y viceversa. Los documentos del BM asumen que
sólo es peligroso su aumento excesivo. De ahí infieren que la pobreza debe
ser paliada, para es menester mitigar el exceso de desigualdad.
La desigualdad supone dos aspectos diversos: por un lado, pro-
viene de la diferencia en los ingresos y, por ende, del acceso a cosas
existentes. En ese sentido es expresada en términos de substancias; por
otro lado, la desigualdad es tratada discursivamente como una relación:
implica una diversa posibilidad de participación.
Este tratamiento como substancia o relación permite a los orga-
nismos internacionales enarbolar banderas de lucha contra la pobreza
y la desigualdad resguardando la substancia (los cuerpos y las mercan-
cías) a través de la interpelación a modificar la relación. Si el acceso a las
substancias (bienes o ingresos) es básicamente desigual, y esto no puede
modificarse, entonces queda una vía para mitigar la desigualdad: se tra-
ta del camino de la relación; esta puede transformarse en el acceso a la
“participación”, a la autoorganización, a la ayuda mutua y al hacerse oír
respecto de problemas puntuales y locales, nunca globales. Así se facili-
tará el acceso a ciertos servicios básicos de educación, salud, justicia y
seguridad, a la vez que se generarán –entre los seres vulnerables– lazos
de confianza y amor que posibiliten un poco de felicidad, que hacen al
buen gobierno, y compensan algo de la carencias materiales y el sufri-
miento que ellas conllevan. Ahora bien, si estos conceptos aluden a una
relación y no a una cosa (substancia) entonces todos los miembros de la
relación deben articularse dinámicamente a fin de disminuir el exceso
de desigualdad, manteniendo el mínimo de pobreza. He aquí al pobre
como sujeto a la vez que objeto.
Pero pensando en esta clave, la cuestión de la “desigualdad” remi-
te a los recursos con los que los miembros de la relación cuentan, y esto
reenvía a la distinción entre lo “dado” y lo “adquirido”. Lo primero es
establecido por “naturaleza” y constituye “diferencias” que no podrían
considerarse justas o injustas partiendo del supuesto de que la natura-
leza es ciega y, por ende, no está sujeta a elección libre; pero las “dife-
rencias” pueden transformarse (y de hecho se transforman) merced a la
intervención de instituciones y a la voluntad individual. Estas dos, en su
articulación efectiva, son las que pueden trocar el mínimo necesario de
desigualdad en un exceso que se transforma en obstáculo para la propie-
dad y la libertad, pues desbaratan la gobernabilidad de las poblaciones
y la gubernamentalidad de los sujetos, o por el contrario, pueden im-
pulsar la construcción de relaciones que fortalezcan redes de contención
entre ciudadanos pobres (BM, 1997; 2000a; 2002a; 2002b; 2003a; 2004a;
2004b; 2004c). Los significantes “capital social” y “empoderamiento”
cobran valor en esta estrategia discursiva (sobre ellos volveré).
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Volviendo a una epistemología que hace un uso poco sutil del posi-
tivismo histórico y el evolucionismo, el BM apela entonces a una historia
lineal y evolutiva que tendría en un punto “originario” (la colonia) el ger-
men que luego se habría desenvuelto de manera inexorable a través de los
siglos, facilitado por las características raciales de los sujetos y poblaciones
protagonistas. De ese modo, se apoya en “estereotipos” sobre Latinoaméri-
ca, construidos a lo largo del tiempo y abonados por las elites de la región.
Esa “evolución” desde el “origen” sería una de las causas nodales de la
“desigualdad”. A partir de estos análisis, el BM saca una conclusión que
no se deduce lógicamente de la premisa anterior, y afirma que la solución
para el “exceso de desigualdad” radica en la adopción de las soluciones
promovidas por el Consenso de Washington. Así, propone “romper con la
historia” (BM, 2004b) y profundizar el funcionamiento de las instituciones
de mercado, aumentar la carga tributaria, mejorar la recaudación de im-
puestos, flexibilizar la situación laboral de los trabajadores y, a partir de lo
anterior, facilitar el acceso al consumo por parte de las mayorías. De ese
modo, los países de la región colonizados por ibéricos podrán acercarse a la
superioridad de los de América del Norte, donde, a su juicio, “los pequeños
propietarios e inmigrantes […] lograron resistir con éxito a los intentos por
imponer formas autoritarias de gobierno” (BM, 2004b: 7).
En concordancia con esa interpelación, se afirma que es necesaria
una mutación cultural con varias consecuencias. Por un lado, construye
argumentos que justifican la necesidad de adaptar el funcionamiento
del Estado a las nuevas directivas del mercado; por otro, propone una
transformación de hábitos, costumbres y valores. Esta modificación ha
generado la tendencia a homogeneizar la cultura, homogeneización que
no sólo fortalece la importación de productos de los países industrializa-
dos y la desindustrialización de la región, sino que, al impulsar la aboli-
ción de la memoria colectiva, destituye lazos, con lo que retroalimenta
la sensación de indefensión de los ciudadanos. La homogeneización de
hábitos y valores a nivel regional se procura bajo el supuesto de que ella
favorecerá la gobernabilidad desde los grandes centros de poder. Por úl-
timo, impulsa a la sociedad civil a cumplir un nuevo papel en relación al
Estado y, en este sentido, a valorar nuevas formas de liderazgos. De este
modo, la interpelación bancomundialista sienta las bases discursivas
para la instauración de un nuevo pacto social.
Dadas las profundas raíces históricas e institucionales del alto
nivel de desigualdad, se requiere una acción social y liderazgo
político decisivos. Esto supone progresar hacia instituciones
políticas más integradoras e inclusivas, puesto que la desigual-
dad en la influencia subyace en muchos de los mecanismos
que reproducen la desigualdad en general (BM, 2004b: 2).
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del tiempo. Esa idea supone que las personas son libres e iguales, así
como “razonables”. Este concepto alude al hecho de que son capaces de
aceptar, reconocer y proponer ideas que hagan a una cooperación equi-
tativa; también implica que los ciudadanos tienen un sentido “normal-
mente efectivo de la justicia” (Rawls, 2004: 32). Los individuos, como
seres “razonables”, son actores de un sistema social; en tanto seres “ra-
cionales”, son burgueses egoístas que buscan el propio interés. Para que
la sociedad sea bien ordenada, el individuo racional debe subsumirse
al razonable. Una sociedad equitativa es una “sociedad bien ordenada”,
concepto que significa que los ciudadanos se reconocen de modo ra-
zonable en base a un sentido común que los capacita por igual para
comprender qué es la justicia.
Ahora bien, el sentido común de todos los ciudadanos indica que
una sociedad bien ordenada debe tener una “estructura básica”, que es
el modo en que las principales instituciones políticas y sociales se ar-
ticulan en un sistema de cooperación social. La estructura básica debe
ser justa, y para ello debe contener las ideas familiares que todo ciuda-
dano razonable comprende implícitamente: “La constitución política
con una judicatura independiente, las formas legalmente reconocidas de
propiedad y la estructura de la economía (por ejemplo, como un sistema
de mercados competitivos con propiedad privada de los medios de pro-
ducción), así como alguna forma de familia” (Rawls, 2004: 33; énfasis
propio). La justicia como equidad hace de la estructura básica el objetivo
fundamental de la justicia política y social.
Para que la sociedad como sistema equitativo de cooperación
entre personas libres e iguales tenga y sostenga una estructura básica,
debe haber un acuerdo o “posición original” entre los ciudadanos en
lo que consideran su recíproca ventaja o su bien. Este acuerdo tiene
el rango de “pacto social”. Para que este primer acuerdo se efectivi-
ce, deberían dejarse de lado rasgos y circunstancias particulares. Así,
la posición original (pacto social) supone un “velo de ignorancia” que
no permitiría conocer a las partes pactantes, las posiciones sociales,
las doctrinas particulares, la raza, el sexo o las capacidades innatas de
los demás, a fin de que las ventajas pasadas y/o presentes no influyan
en el acuerdo básico. Esta posición original es equitativa “si las partes
son libres e iguales, están adecuadamente informadas y son racionales”
(Rawls, 2004: 40). ¿Cuál es la información que las partes poseen? Cono-
cen los aspectos básicos de la sociedad de los hombres, comprenden los
principios de política, economía, organización social y psicología. Por
un lado, se da por supuesto que los individuos pueden hacer abstracción
de sí mismos, su historia e intereses y, por otro, que tienen igualdad de
información. ¿Puede alguno de estos dos supuestos ser acorde a alguna
situación histórica concreta? La respuesta parece ser negativa.
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Empoderamiento
El empoderamiento fue considerado como un componente importante
de las estrategias para reducir la pobreza y la excesiva desigualdad. Pero
tomó también, poco a poco, el sentido de ubicar en el lugar de control
a los gobiernos, pues permite constituir organizaciones de la sociedad
civil que participen en el triálogo con el Estado y los organismos in-
ternacionales. El empoderamiento es definido como “un proceso que
incrementa los activos y la capacidad de los pobres –tanto hombres
como mujeres– así como los de otros grupos excluidos, para participar,
negociar, cambiar y sostener instituciones responsables ante ellos que
influyan en su bienestar” (BM, 2002b).
Esta categoría es parte de las medidas políticas que devienen de
las transformaciones económicas, sociales y políticas experimentadas
desde los años setenta. En los hechos, define una estrategia que desalen-
tó la creación de empleos asalariados en blanco a fin de no aumentar el
déficit fiscal, y se imbricó en la construcción de políticas asistenciales y
pasivas de empleo, que actúan sobre la oferta de trabajo para disminuir
y reducir tensiones (Neffa, 2005: 201). Al mismo tiempo, gestionó una
estrategia política: mantener a masas de la población en la incertidum-
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las políticas sociales: si bien ellas ya no son universales y por ende tam-
poco la ciudadanía lo es, las políticas focalizadas intentan promover una
mayor “actividad” de los sujetos y generar “sinergias” con los agentes del
BM, pero también entre sí. Para lograrlo, procuran promover el diálogo,
reconocer los conflictos y buscar consensos. Se configura de ese modo la
imagen de un ciudadano pobre o vulnerable, pero activo.
Estrategias de empoderamiento en AL
Las estrategias de empoderamiento del BM para AL han sido tres entre
2001 y 2005. Las tres retoman los lineamientos de políticas iniciados
en 1990 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) y el BID. Esas instituciones ya habían planteado la relevancia
de la articulación de la sociedad civil, el Estado y el mercado en el infor-
me sobre desarrollo humano de 1990. El PNUD asignó una importancia
creciente al lugar de las organizaciones de la sociedad civil como fuente
de capital social y, en ese sentido, como elemento de organización so-
cial y construcción de redes sociales alrededor de valores compartidos
como solidaridad, respeto, participación, responsabilidad y confianza,
que facilitan la coordinación y la cooperación en beneficio mutuo. Ya en
1995, países como Argentina, Venezuela, Guatemala, Colombia y Brasil
establecían acuerdos para negociar préstamos y operaciones de coope-
ración técnica en los que se preveía la participación de la sociedad civil
en colaboración con empresarios y gobierno. Las estrategias delineadas
pusieron el acento en la capacidad de la sociedad civil de “generar sen-
tido”. Se trata centralmente del sentido de “equidad”, caracterizado por
Rawls, que se vincula con valores como solidaridad, desinterés y amor
al prójimo, los cuales estarían en la base de la razonabilidad con la que
actuarían las organizaciones de la sociedad civil. Así, la interpelación
de estos organismos internacionales está basada en una lógica del reco-
nocimiento mutuo; consecuentemente, el lugar de las organizaciones y
movimientos sociales es priorizado. En este sentido, también el PNUD
ha creado el Proyecto de Diálogo Democrático, con una oficina “base”
en Guatemala, cuyo objetivo es promover formas no violentas para la
resolución de problemas “entre actores no estatales y el gobierno”. En
esa línea, sostiene que “ha aprendido que estas soluciones no pueden
ser impuestas. El diálogo cívico entre una amplia gama de actores na-
cionales puede ayudar a encontrar soluciones locales para problemas
complejos […] Se trata de un proyecto regional y global que busca pro-
porcionar acceso a expertos de todo el mundo, a opciones de política
para la promoción del diálogo, del consenso y de una acción colectiva en
apoyo a un gobierno pacífico y democrático” (PNUD, 2005a: 5).
En la conferencia anual celebrada en México a fines de noviembre
de 2005, el PNUD ratificó el informe “La democracia en América Latina”,
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publicado un año y medio antes. Ese texto enfatizó lo que la entidad lla-
ma “democracia de ciudadanía por encima de la democracia electoral”.
“El actor fundamental no es el votante”, señaló Elena Martínez, directora
regional del PNUD. “Para tener una democracia sostenible, el centro de
atención tiene que ser el ciudadano”. La ONU advierte que la consoli-
dación de la democracia en AL obliga a tener en cuenta la dimensión
social y también el diálogo democrático, abierto a la comunidad, porque
“nuestros poderes legislativos”, observó Martínez, “no siempre cumplen
las expectativas de la ciudadanía” (en Pasquini Durán, 2005).
En 1999, la Oficina Regional del Banco Mundial para América
Latina y el Caribe aprobó su primera estrategia regional sobre sociedad civil
para el período 2000-2001. La estrategia se trazó sobre la base de los prin-
cipios del Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000-2001 –según David
Ferranti, vicepresidente del BM para la región de AL durante el período de
julio de 1999 hasta diciembre de 2004 y promotor de esa política.
La primera estrategia, afirma Ferranti, llevó a la estructuración
de cuatro niveles: participación, diálogo, producción teórica, difusión
y formación de grupos especializados en el tema. En primer lugar, la
participación de la sociedad civil en áreas tales como infraestructura y
reforma judicial gestó, a través de servicios no financieros y donacio-
nes, diálogos entre los gobiernos, la sociedad civil y el sector privado
–a nivel tanto regional como nacional. Ellos posibilitaron la produc-
ción y difusión de un cúmulo creciente de trabajos analíticos sobre la
participación de la sociedad civil. De ese modo se conformó un grupo
de especialistas, incluida una docena de profesionales que trabajan en
la “mayoría de nuestros países clientes más grandes” (BM, 2002b). En
síntesis, la primera estrategia gestionó la formación de equipos técnicos
cuyos trabajos permiten conocer cualitativa y cuantitativamente las es-
pecíficas características de las poblaciones en riesgo. Tales trabajos de
consultoría influyen en el crecimiento de la deuda externa a través de la
adquisición de diversas formas de crédito y tecnologías.
La segunda estrategia de empoderamiento en AL se desarrolló en-
tre los años 2002 y 2004. Fue trazada sobre la base de los principios del
Informe 2000-2001, y se centró en la idea de que era necesario el esta-
blecimiento de alianzas con otras instituciones regionales de desarrollo
y organismos bilaterales.
La tercera estrategia se inició en 2005, y aún no hay una evaluación
de la misma. Coincide con el fin del mandato de Ferranti. Es menester
esperar para analizar las tácticas que desenvolverá el nuevo presidente
del BM, Paul Wolfowitz.
Las tácticas a través de las cuales el Banco se vinculó de modo más
amplio e inclusivo con la sociedad civil son varias, según Ferranti. Se trata
de las consultas, el diálogo y la incorporación, en los préstamos de inver-
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M. 25 años: Hoy yo estoy acá por primera vez, nunca fui a una
marcha y recién, mirando un par de pibes con palos, digo: “Yo
me tengo que ir… yo tengo que hacer algo porque sino me va a
pasar a mí también algo” (Relato recogido en las mismas cir-
cunstancias; no es familiar ni sobreviviente de la masacre).
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nente de violencia que atraviesa todas las clases sociales, y que, aunque
todavía no coagula en una organización, anuncia un futuro incierto, en
tanto da cuenta de un fuerte grado de “(des)pacificación social” que no
logra resolverse con la interpelación ideológica.
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En ese sentido, afirma Elbert que “[en el caso argentino] muchos au-
tores señalan que durante 1974-1982 prácticamente todo el aumento
de la deuda se utilizó para contrabandear encubiertamente capitales
aislados, financiar la compra de activos extranjeros o para pagos netos
de deudas acumuladas con anterioridad” (Elbert, 1999: 119).
A diferencia de este planteo, el BM vincula “la corrupción” a mo-
dalidades históricas y culturales de zonas del Tercer Mundo. Se reitera
aquí la colonialidad del saber-poder y se afirma que en países como
Argentina, Paraguay y Venezuela el “Estado de Derecho” es de baja ca-
lidad en comparación con otros como Chile, España, Portugal, Reino
Unido o EE.UU. Al primer tipo de países se recomienda una acción
conjunta de sectores de la sociedad civil, empresas, medios de comuni-
cación y Estado, con una fuerte impronta en incentivos económicos al
Poder Judicial (Kaufmann, 2004).
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La díada inseguridad-corrupción
El escenario de interpelación a la reforma de la justicia se desarrolla en
un contexto en el que la percepción de inseguridad está muy fuertemente
vinculada a la percepción de la corrupción como un problema grave en
muchos países de AL.
En este contexto, el significante “corrupción” juega un papel am-
biguo. El término evoca, ya en los textos de pensadores griegos clásicos,
un origen en el cual habitaba una esencia perfecta, que, merced a los
avatares de la carne, se ha degradado. La reminiscencia platónica del
significante sugiere un no lugar fuera de la historia, en el cual la comu-
nidad habría existido de modo armónico. El devenir de la historia y los
deseos del cuerpo la habrían corrompido. Esa connotación de perfección
en el origen obtura la percepción del esencial desequilibrio del sistema.
No obstante, como toda palabra que circula en un discurso, tiene una
materialidad que se advierte en sus efectos. La persistencia del signi-
ficante “corrupción”, su movimiento incontenible, genera en muchos
sujetos (especialmente en los más jóvenes) la vivencia de una impunidad
que es imposible sortear. Esta percepción profundiza el aislamiento res-
pecto de la participación política y sostiene la tendencia ya mencionada
a reducir los análisis políticos al enjuiciamiento moral.
V. 18 años: Está todo mal. ¿A quién le vas a creer? Todos mien-
ten y además, ¿qué podemos hacer frente a eso? ¿No te parece
que pensar en cambiar algo es una utopía inútil?
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Estos hechos son huellas que dan cuenta del fuerte nivel de (des)
pacificación social: frente a la violencia estructural del desempleo, el
Estado reprime de modo intermitente, sosteniendo su accionar en re-
clamos de grupos de ciudadanos que, con sus exigencias, legitiman el
accionar policial. Esta situación se expresa en una creciente serie de
actitudes y conductas autoritarias e intolerantes.
Durante el año 2004 el fenómeno se intensificó y culminó en la de-
nominada “blumberización” de buena parte de la ciudadanía argentina,
proceso que en Buenos Aires adquiere sus tonos más ácidos y conflictivos
en la exigencia de rendición de cuentas. Con el transcurso del tiempo, los
hechos y la agitación mediática, en las elecciones legislativas de octubre de
2005 en la Ciudad de Buenos Aires triunfó Mauricio Macri, de Propuesta
Republicana (PRO), y más tarde fue suspendido y finalmente destituido, por
un discutido juicio político, el jefe de Gobierno de la Ciudad. Macri es un
empresario de centroderecha cuya familia ha estado ligada a los negocios y
reformas iniciadas en los años setenta. Es imposible dejar de señalar que las
siglas PRO, que se pusieron de moda durante la campaña por las elecciones
de 2005, coinciden extrañamente con los dichos de un dictador argentino.
Ese ser argentino, basado en madurez y en sentido de unidad,
permitirá inspirar para elevarnos por encima de la miseria que
la antinomia nos ha planteado, para dejar, de una vez por to-
das, ese ser anti y ser, de una vez, por todas, pro: pro-argentinos
(Jorge Rafael Videla, discurso del 25 de mayo de 1976).
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Las citas podrían repetirse por cientos, todas van en un sentido parecido.
En ellas se avizora la construcción de un nuevo consenso. El terror dene-
gado se trocó en apatía, esta en indignación, la cual a su vez se constituyó
en consenso en demanda de seguridad, y este en exigencia de justicia. No
obstante, al mismo tiempo, los hechos indican que la palabra “seguridad”,
antes sólo vinculada a “los delincuentes”, paulatinamente ha comenzado a
connotar otros significados ligados al reclamo de “derechos sociales” (así
se lee en algunos carteles en las marchas por la masacre de Cromañón).
V. 45 años: Lo que tenemos que hacer es hacer la justicia nues-
tra porque ellos nos provocaron a nosotros (Marcha del 14 de
mayo de 2005).
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Pero la muerte del joven Axel Blumberg, que ante los ojos de cualquier
espectador aparece como absurda y arbitraria, condensaba también, por
un lado, la imagen de las 30 mil muertes por las que el Estado había pedi-
do perdón el 24 de marzo de 2004 (de hecho, en las dos primeras marchas
realizadas en su nombre, se vieron carteles que hacían alusión a ellos, así
como los tradicionales pañuelos blancos de la Madres de Plaza de Mayo);
y por otro, la muerte se asociaba a la idea de que el acto de contricción
estatal era absurdo, dado que acaso aquellos 30 mil muertos estaban bien
muertos, ya que habían desatado tempestades de todo tipo.
M. 74 años: No era gente de bien, jóvenes de bien…
E.: ¿A quién se refiere?
M.: A todos los que mataron los militares y… y bueno, sí a
todos los que mataron los militares, la verdad… (misa por
Axel Blumberg).
Esa sensación de indefensión fue fomentada por los medios tras la muerte
de Axel Blumberg, particularmente los que están ligados a grupos conser-
vadores que apoyaron las reformas de los años noventa. Varios de ellos agi-
taron la idea de “frustración e impotencia” (Fontana, 2004). Lo sugerente
es que en muchos casos la remisión al desamparo y la exigencia de mano
dura es mostrada como “una estrategia a favor de la vida” (Caselli, 2004).
En este movimiento discursivo, el pedido de endurecimiento de penas y de
expulsión de funcionarios elegidos democráticamente se presenta como
una “apuesta a la esperanza y al amor” que acabará con el miedo.
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Restaurar la comunidad
Frente a la arbitrariedad incomprensible, el padre de Axel Blumberg, Juan
Carlos Blumberg, un “ingeniero”16 que según los relatos hasta el momento
no había tenido ninguna participación en política (Guagnini, 2005), inició
–en menos de una semana– una serie de acciones que se plasmarían en lo
que denominó una “cruzada”. El mismo día del asesinato del joven, en una
entrevista hecha por Radio 10, pedía que “se endurezcan las leyes contra la
delincuencia para que no sigan matando a nuestros hijos” (Infobae, 2004a).
Es menester consignar que la frecuencia de esta emisora fue expropiada a
la Ciudad de Buenos Aires durante la década del noventa, dejando en ma-
nos de grupos privados, vinculados al círculo del entonces presidente de
la República, una de las mejores frecuencias de comunicación radial, con
mayor alcance en el país. Al mismo círculo pertenecían también el perió-
dico nombrado (Infobae), y el Canal 9 de televisión. Estos medios fueron
los más firmes sostenedores de la campaña de Blumberg. Ese conjunto
de medios se caracteriza por condensar en sus emisiones lo chabacano,
la descalificación de todo lo serio –en las versiones más encanallecidas de
una supuesta “cultura popular”–, el apoyo incondicional a todo proyecto
conservador, la difusión del terror y el pedido de mano dura. Ellos confor-
man, en buena medida, el “sentido común” de una parte importante de las
clases medias y sectores empobrecidos de Buenos Aires.
Juan Carlos Blumberg, a través de sus actos, gestos y palabras,
comenzó a encarnar todo aquello que se siente como faltante: la co-
16 En el momento en que este texto fue escrito, un informante experto me había informa-
do que Juan Carlos Blumberg no era ingeniero, sino que sólo ostentaba el título. No pude
consignarlo en el trabajo pues no me fue posible confirmar el dato de modo fehaciente.
Sin embargo, varios meses después, el mismo fue corroborado y dado a luz a través de los
medios de comunicación. En el texto se reitera el título de “ingeniero”, dado que fue un sig-
nificante agitado desde los medios y tuvo fuerte incidencia en el imaginario popular en el
momento en que ocurrían los hechos, precisamente por el valor otorgado imaginariamente
en Argentina a quienes poseen tal grado.
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consideró que las leyes que él impulsó en el Congreso “van a evitar que
se repita un caso como este” (La Nación, 2004c).
A fines de diciembre de 2004, un nuevo juez de la Corte Supre-
ma, Ricardo Lorenzetti, reemplazaba a Adolfo Vázquez –hombre muy
ligado a los poderosos de la década del noventa y partidario de la pena
de muerte (Minotti, 2004) –, quien renunció a su cargo tras el dictamen
acusatorio de la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados.
Durante el acto estuvieron, además de todos los jueces de la Corte, el
ministro de Justicia y Juan Carlos Blumberg, quien expresó sus “expec-
tativas” y destacó la “rectitud” del nuevo juez (La Nación, 2004d).
En esa misma clave, el 2 de marzo de 2005, se reunió con el gober-
nador bonaerense para analizar medidas de seguridad en las cárceles y
evitar “secuestros virtuales”. Luego del encuentro, calificó con “cuatro”
o “cinco puntos” la seguridad en esa zona. Antes de la reunión, Blum-
berg explicó que le iba acercar al gobernador una propuesta de “un
grupo de técnicos” con quienes estuvo reunido y quienes le aseguraron
que, para evitar que los presos usen los teléfonos celulares que entran en
forma clandestina a la cárceles, es posible bloquear la señal de telefonía
móvil en las unidades penitenciarias (La Nación, 2005a). Veremos más
adelante quiénes son los “técnicos” que asesoran a Blumberg.
El tono de su interpelación fue virando. Junto a la dureza de sus
críticas, poco a poco se instaló la exhortación a la espera, a la paciencia,
a la tolerancia. Sin embargo, no cejó en su empeño de interpelar a la jus-
ticia, sosteniendo que hay cuestiones pendientes que son inviolables, ta-
les como el juicio por jurados y la agilización del control de la gestión de
la justicia. Pero su mayor insistencia, en consonancia con el Manhattan
Institute, sigue siendo la problemática de la minoridad. Así, afirmó: “No
puede ser que los menores sigan matando gente y entran al instituto y se
fugan. Hay que bajar la edad de imputabilidad” (Clarín, 13 de marzo de
2005). Al mismo tiempo, el 2 de junio de 2005, de espaldas a Tribunales,
se deshacía en diatribas contra el garantismo y el abolicionismo penal,
a los que identifica como lo mismo.
Estos hechos (y otros muchos semejantes que no son citados aquí a
fin de no abrumar más al lector) no carecen de significado. Si se considera
que la posición adoptada por el significante “Blumberg” supone un “más
allá” de lo social, que otorga a quien ocupa ese territorio el lugar imagina-
rio del Otro a partir de cuya mirada la propia subjetividad se constituye,
Otro que instituye todos los sentidos y que en el imaginario está más allá
de la carne y la sangre, en el lugar de la impoluta completud, entonces se
comprende por qué Blumberg sería desplazado de ese lugar con bastante
celeridad, aunque ni el espacio ni la función ni los significados del mismo
desaparecerían. El significante “Blumberg” había construido una matriz
de interpelación, con el fin de lograr la “rendición de cuentas”.
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La Gran Marcha
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lencio sólo interrumpido por silbatinas a los tres poderes del Estado.
No estaban permitidos –prohibición que no era habitual en las marchas
del país– otro tipo de símbolos. La manifestación era de carácter “apo-
lítico”. Expresaba a todos. Los medios utilizaron sintagmas tales como
“conmovedora movilización” o “Por Axel. Por Todos” para referirse al
hecho (Infobae, 2004b). Fue impresionante no sólo la enorme cantidad
de personas, sino el silencio de matices religiosos en una ciudad azotada
por los ruidos. Incontable cantidad de carteles mostraban las fotos de
muertos en distintas circunstancias de violencia. Bajo el palco, varias
mujeres de la Asociación Madres del Dolor19 quisieron acompañar a
Blumberg. La orden fue tajante: “Sólo gente de Blumberg”. “Dígale que
está la mamá de José Luis Cabezas [fotógrafo asesinado]”, dijo Norma
Cabezas. Jamás hubo respuesta. El coro Kennedy cantaba “seremos li-
bres/ les prometo que seremos libres/ Si no es mañana/ será el día des-
pués/ y estas velas encendidas darán luz a esta tierra […] y todo el dolor
y la sinrazón/ del día de hoy terminarán”. La vaguedad y ambigüedad de
la secuencia sintagmática incluía a “todos” y construía la imaginaria co-
munidad que salva del desamparo. Blumberg, solo, habló a la multitud
desde un palco vallado. Su discurso tenía un objetivo claro: empoderar
para la rendición de cuentas. La accountability estaba en marcha en un
marco que tenía tintes de sagrado.
Al mismo tiempo que en Buenos Aires, hubo marchas en La Plata,
Mar del Plata, Córdoba, Rosario, Neuquén, Bariloche, Cipolletti, Tucu-
mán y Río Negro (son ciudades pequeñas y medianas del interior de
la República Argentina). Entonces, en algunas bocas volvió el “que se
vayan todos”.
Tras el discurso, Blumberg entró al Congreso y luego fue trasla-
dado a la Casa de la provincia de Buenos Aires en la Ciudad de Buenos
Aires, donde entregó el petitorio en el que solicitaba que se impulsase
la sanción de una legislación penal que contemplara los puntos que se
enuncian a continuación: reprimir la portación de armas con pena de
prisión no excarcelable; registrar públicamente la telefonía celular mó-
vil y prohibir su venta a quienes posean antecedentes penales; regular
la facultad de las fuerzas de seguridad para verificar la titularidad de
teléfonos celulares en la vía pública y para su secuestro en caso de tenen-
cia irregular; adoptar un sistema de documentación personal (DNI) que
impida su falsificación o adulteración; legislar un sensible aumento en
19 La Asociación Madres del Dolor es una ONG formada inicialmente por mujeres cu-
yos hijos murieron en situaciones de violencia. Se plantea como objetivos consolidar la
prestación de justicia, brindar servicios de asistencia y contención integral a víctimas y
familiares de hechos de violencia y constituirse en un foro de defensa de los derechos y la
seguridad ciudadana. Afirma que no forma parte de ningún partido político.
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cosas que pasan, una policía que defienda a la gente y legisladores que
entiendan lo que les pide la gente”, sostuvo Blumberg, y se manifestó
“reconfortado” por el apoyo de la sociedad civil (Página/12, 2004a).
Blumberg visitó la ciudad de Córdoba (Argentina) el 23 y 24 de
septiembre de 2004, respondiendo a una invitación de la Fundación
para el Desarrollo Político, Económico y Social (FUNDEPO). Estuvo en
el Ministerio de Justicia y en la Legislatura para presenciar el tratamien-
to de la ley de juicio por jurados. Se entrevistó con el gobernador, el mi-
nistro de Seguridad, el secretario de Justicia, el intendente de la ciudad
de Córdoba y empresarios. Con la presencia del jefe de Policía local, el
presidente del Tribunal de Disciplina Policial, el ministro de Seguridad
y el secretario de Justicia, se produjo una multitudinaria reunión en la
Central de Policía de Córdoba, presenciada por setecientos jefes policia-
les del lugar. “Experiencia de J.C. Blumberg con el FBI” fue el tema de
la disertación desarrollada por Blumberg en esa oportunidad. Durante
su estadía en Córdoba, su intervención se amplió a círculos ligados al
Derecho. El juicio por jurados fue el núcleo del diálogo en la Facultad de
Derecho de la Universidad Católica de Córdoba (establecimiento priva-
do) con estudiantes y docentes. Finalmente, Blumberg se reunió con el
gobernador, el intendente de la capital cordobesa, la Fundepo y miem-
bros de la Fundación Axel Blumberg, para subrayar los lineamientos de
un trabajo conjunto sobre seguridad en Córdoba.
Políticos, policías, miembros de la comunidad académica de las
universidades privadas (que en Argentina tienen características profun-
damente diferentes a las públicas): la táctica sortea la horizontalidad
asamblearia que atravesó como una ráfaga a Argentina en 2002, y se
centra en el intercambio con “expertos”, en la reunión con grupos que
expresan intereses concretos y deliberan para luego imponer sus proyec-
tos, bajo el manto de “expresar las necesidades de la sociedad civil”.
A mediados de diciembre de 2004, el sentido de su tarea de ar-
ticulador y constructor de redes se hacía visible. Entonces participó de
una cena a la que asistieron alrededor de mil personas entre políticos,
empresarios y víctimas de los secuestros extorsivos. Se trató de una “co-
mida benéfica” organizada por él para recaudar fondos para la Funda-
ción Axel Blumberg. El cubierto costó 200 pesos (en la Argentina de ese
momento, ese precio sólo era accesible para personas de muy alto poder
adquisitivo). El ágape se desarrolló en uno de los hoteles más suntuosos
de Buenos Aires, y a él asistieron, entre otros, el vicepresidente de la Na-
ción, el gobernador de la provincia de Buenos Aires y otros mandatarios
provinciales, el ministro del Interior, el secretario de Seguridad Interior,
intendentes de localidades diversas (entre ellos Luis Patti, ex comisario
ahora ligado a las instituciones republicanas, pero vinculado a la repre-
sión en los años setenta) y empresarios beneficiados por las reformas de
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20 Gentryficar es un anglicismo de reciente uso entre los sociólogos urbanos. Alude al he-
cho de poblar con miembros de sectores medios o altos zonas de la ciudad antes habitadas
por sectores pobres.
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lerancia cero” (que más abajo será descripta) se advierte tras la tercera
visita, que durante el año 2004, el Sr. Blumberg hizo a la ciudad de Cór-
doba, Argentina, donde fue recibido por las máximas autoridades pro-
vinciales y locales. El motivo del encuentro fue firmar un acuerdo entre el
gobernador cordobés y el Manhattan Institute de Nueva York. En el conve-
nio “estaría incluido un subsidio oficial a la Fundación Axel Blumberg”
(Agencia de Noticias Prensa Ecuménica, 2004). “Para Estados Unidos el
tema de la seguridad en Latinoamérica, y por ende en la Argentina, es
una preocupación seria”, dijo Gerardo Ingaramo, redactor de la inicia-
tiva, asesor de Blumberg y hombre que más tarde aparecería vinculado
al entorno del empresario-político derechista Mauricio Macri.
Hay que generar un prisma virtuoso y dinámico que premie las
zonas más seguras, para que allí vayan a parar los inversores.
El gobernador [cordobés] De la Sota ha advertido esta situa-
ción, y por ello es que vamos a trabajar juntos [...] Lo que se
firmó es un acuerdo-marco de cooperación entre el Manhattan
Institute, la Fundación Axel Blumberg y el gobierno de Cór-
doba para diseñar el armado de la seguridad en la capital y
zonas aledañas […] La idea es desarrollar programas y políti-
cas concretas, con el fin de abrir un canal de comunicación y
coordinar acciones entre distintas instituciones y el gobierno
provincial en materia de seguridad. Y el primer paso de este
acuerdo tripartito será un diagnóstico de la realidad cordobesa,
para saber adónde tienen que actuar los expertos en seguridad
que llegarán al país para hacer un trabajo de campo (Ingara-
mo. Ratificado por el ministro de Seguridad de la provincia de
Córdoba, Carlos Alessandri en Página/12, 2004d).
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ta blanca para expulsar a los mendigos y a los sin techo hacia los ba-
rrios más apartados. Su Center for Civic Initiative tiene como objetivo
investigar los problemas urbanos y propiciar soluciones creativas en
base al libre mercado. Cuenta entre sus miembros al director general de
Opportunity of America, una empresa privada de “colocación” laboral
de los beneficiarios de ayudas sociales (práctica que reconoce su matriz
genealógica en el siglo XVII, en el Hospital General en Francia y en las
Casas de Trabajo en Inglaterra y Alemania).
Desde Nueva York el modelo se difundió hacia el mundo y, con él,
la retórica militar de la “guerra al crimen”, y la reconquista del espacio
público que asimila a los delincuentes (reales o imaginarios) con los sin
techo, los pobres y los marginales. Todos ellos son asociados a invasores
extranjeros, lo cual reenvía a condensar en los inmigrantes todos los
miedos –como otras veces en la historia.
En Argentina, “además de Blumberg, los mejores contactos del
Manhattan Institute son el Foro de Estudios sobre la Administración de
Justicia (Fores), ligado a Blumberg, que defendió a miembros la dic-
tadura y estudios jurídicos como el de Mariano Grondona (h). Fores
expresa a la ultraderecha que trató de impedir las designaciones en la
Corte de los garantistas Eugenio Zaffaroni y Carmen Argibay” (Agencia
de Noticias Prensa Ecuménica, 2004). Estos dos jueces fueron dura-
mente hostigados por Blumberg en sus discursos. En este punto cobra
sentido la estrategia discursiva que, como veremos, trata de hegemoni-
zar los efectos de la masacre de Cromañón, atacando ferozmente a los
jueces garantistas. Fores, Argenjus y Unidos por la Justicia son
instituciones que bregaron por el aumento de penas y la unificación y
reorganización de la justicia penal, a la que critican muy duramente
por su debilidad.
En los hechos, expresiones afines a la doctrina de “tolerancia
cero” eran repetidas por varias personas entrevistadas, en la misa que
se hizo por Axel el 23 de marzo de 2005 en la Catedral porteña, y en la
marcha del 2 de junio, de espaldas a Tribunales.
V. 40 años: Que los jueces actúen, como tienen que actuar, que
si a los menores hay que llevarlos presos, hay que llevarlos
presos, y no puede ser que un menor de doce o catorce años
mate y esté suelto en la calle.
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de los penitenciarios. Por otra parte, en los últimos años las cárceles han
sido alejadas paulatinamente de los centros urbanos más poblados, bajo
la idea de que entonces los motines y reclamos tienen menos efectos en
la sociedad. Al estar alejadas de los centros urbanos son un factor más
de desestructuración subjetiva: la familia del preso pierde contacto con
este, pues no tiene dinero para pagar el medio de transporte para ir a
visitarlo. La ausencia de familiares o amigos retroalimenta la angustia
que culmina en violencia. El aislamiento territorial oculta los efectos de
un encierro en condiciones infrahumanas, donde las bandas, la compli-
cidad de los servicios penitenciarios, la falta de lugares adecuados de
trabajo creativo y estudio dentro de las cárceles son la cara misma de la
muerte como única salida para los condenados de la tierra: los pobres
que las pueblan. La reincidencia, en este nuevo paradigma penal que pa-
rece insinuarse, ya no es un indicador de lo fallido del sistema. Si la cár-
cel ya no busca normalizar, entonces la vuelta al encarcelamiento es un
indicio de que el sistema de vigilancia de grupos de riesgo funciona.
En las primeras siete semanas del año 2005 –según informa el
Cels– murieron en las cárceles de la provincia de Buenos Aires 37 pre-
sos, cinco veces más que en el mismo período de 2004. En ese mismo
año, según el secretario penitenciario, las muertes se producían en una
proporción de una por semana; durante 2005, aumentaron a una por
día. Varios penales bonaerenses están desbordados. En esos lugares, el
maltrato se extiende a los familiares, quienes para comenzar la visita a
las nueve de la mañana deben esperar en fila desde las tres, y ni siquie-
ra se les permite ingresar leche para la mamadera de sus hijos. Entre
los muertos en una de esas cárceles durante 2005 –según el periodista
Horacio Verbitsky– hay uno que fue asesinado como consecuencia de
haber reclamado por esta humillación a su familia.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha denun-
ciado la gravedad de la situación que impera en las cárceles argentinas.
De acuerdo con el informe, existen “factores generadores de violaciones
de derechos humanos en los centros de detención argentinos”. Entre
ellos, “problemas como la sobrepoblación, déficit en la atención sani-
taria, graves deterioros e insuficiencia de infraestructura, déficit en la
alimentación y la persistencia de prácticas de malos tratos […] En par-
ticular, la violencia existente en varios centros de detención ha causado
muertes y graves afectaciones a la integridad física y psicológica de los
internos” (La Nación, 2005d).
No obstante, periódicos como La Nación, al tiempo que infor-
maban acerca de los hechos, no cesaban de marcar el delito por el que
estos jóvenes pobres estaban detenidos: portación de armas y homicidio
en ocasión de robo. Los delitos por los que Blumberg, el diario citado,
y parte de la población argentina habían exigido endurecimiento de
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La frase era clara: se imponía “encontrar otro líder con más poder de
convocatoria”. Pero no se trataba sólo de una cuestión de carisma indi-
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De Blumberg a Cromañón
Uno de los hechos más sugerentes ocurrió el 2 de enero de 2005, fecha
en la cual amigos y familiares de las víctimas del incendio de un local
bailable llamado Cromañón organizaban una marcha de protesta hacia
la Legislatura porteña. Entonces se hizo presente Blumberg. El lugar
es una de las zonas de Buenos Aires más pobladas por pobres, precari-
zados e inmigrantes latinoamericanos. Cuando un habitante del viejo
Buenos Aires se interna en sus calles le parece estar en otra ciudad: en
esa zona la urbe se ha “latinoamericanizado”, abandona sus aires de
europea orgullosa; en ese barrio quedan sólo algunos testigos del pasado
en viejas casas elegantes, ahora semiderruidas y ocupadas por rostros
y pieles que no eran habituales en la antigua Buenos Aires. Se trata del
denominado barrio de Once. Blumberg llegó en un lujoso coche acom-
pañado de dos guardaespaldas, vestido de modo impecable. Él venía
desde la otra Buenos Aires, desde el lugar donde todo es bello y elegante.
Quien haya transitado por esas calles junto a esos “jóvenes-otros” puede
comprender la reacción que se produjo. Su auto, sus guardaespaldas y
su rostro fueron objeto del rechazo de los presentes. Apenas fue recono-
cido, un grupo importante de personas comenzó a insultarlo. No pudo
acercarse a quienes pedían justicia. Según testimonios de los diarios,
los jóvenes gritaban: “Blumberg nazi, rajá de acá” (“rajá”: “vete” en sen-
tido imperativo y violento). También lo escupieron. Algunos familiares
y sobrevivientes no habían olvidado la presión ejercida por Blumberg
y su fundación para bajar la edad de imputabilidad de menores, su jus-
tificación del asesinato de aquel adolescente pobre muerto a manos de
la policía, su subrepticia pero infatigable criminalización de los nece-
sitados y la juventud. En estos términos me hablaba la abuela de una
de las víctimas unos meses más tarde. Blumberg debió refugiarse en
un hotel cercano, y fue custodiado por un cordón policial que tuvo que
defenderlo de los botellazos y pedradas que le arrojaron a él y al lugar
donde se guarecía.
El acontecimiento emergía con fuerza. Blumberg había dejado de
ser la encarnación de los que no tienen voz. Estos “rostros-otros” que lo
rechazaban no eran los ganadores del modelo. Tal vez esa circunstancia
explique por qué ese mismo día, a pesar de todo, enviaba una carta a los
medios, cuyos párrafos principales decían:
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Capítulo X
“ARGENTINA ES CROMAÑÓN”
Crónicas de la muerte
El 30 de diciembre de 2004, en medio de un calor sofocante, los argenti-
nos y en particular los habitantes de Buenos Aires se enfrentaban a una
espantosa realidad. Un local llamado República de Cromañón, en el que
un conjunto popular juvenil denominado Callejeros estaba ofreciendo
un recital, se había incendiado como consecuencia de un artefacto de
pirotecnia arrojado desde el público. Con el correr de los días, los muer-
tos llegaron a ser 194.
El horror se inició al tomar fuego una tela del tipo “media som-
bra” –colocada en el techo– y los paneles de poliuretano que cumplían
una función acústica en el local. Este estaba regenteado por Omar
Chabán, un empresario del espectáculo, quien ya era famoso por haber
sido propietario durante varios años de otro lugar bailable, contra el
que se multiplicaron las denuncias de los vecinos por ruidos molestos y
disturbios. La ex pareja del empresario, una figura del espectáculo per-
teneciente a una encumbrada familia de Argentina, poco tiempo antes
del hecho decía sin tapujos en televisión que todo lo que ocurriese de
la puerta para afuera de estos locales (ruidos o disturbios) era un pro-
blema del “Gobierno de la Ciudad”, y no de los propietarios. Lo cierto
es que esta vez muchas personas murieron asfixiadas y envenenadas
por los gases que se desprendían de los materiales del techo del local al
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La actitud del responsable del local permitió inferir que percibió el ries-
go de lo que podría ocurrir, pero siguió adelante con el concierto, lo que
conformó en primer lugar la figura denominada “homicidio simple con
dolo eventual”, que puede implicar hasta veinticinco años de prisión.
Omar Chabán aparentemente huyó cuando vio lo que ocurría, y se re-
fugió en su casa, donde fue detenido al día siguiente. El 13 de mayo de
2005 fue excarcelado a cambio de fianza, bajo el supuesto de que no
huiría ni obstruiría a la justicia. A partir de su liberación, Chabán se
refugiaría primero en la casa de su madre, luego en una isla cercana. A
todas partes sería implacablemente perseguido por algunos familiares
de las víctimas y la prensa. Su casa sería apedreada. Posteriormente, el
27 de septiembre de 2005, los mismos jueces que habían votado la excar-
celación modificaron la calificación, que pasó a denominarse “estrago
doloso” que implica de ocho a veinte años de cárcel, más otros seis por
cohecho activo. “Estrago” significa provocar una catástrofe que a su
vez tiene como resultado al menos una muerte; “doloso” supone que la
situación podía preverse, dado que en Cromañón hubo tres incendios
previos, de manera que el responsable conocía la probabilidad de que
ocurriese y los resultados que traería aparejado, lo que configuraría el
“dolo eventual”. Se consideró que provocó la catástrofe por omisión,
porque estaba en perfectas condiciones para haberla evitado, y él era
el encargado del lugar. La nueva calificación generaba la posibilidad
de avanzar rápidamente hacia el juicio oral, ya que no sería necesa-
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cuatro meses, y dictaminó que fuera sometido a juicio político por mal
desempeño. El juicio culminó el 7 de marzo de 2006, con la destitución
del funcionario. Esta fue la primera vez en la historia argentina que un
magistrado de ese nivel era sometido a una sanción de este tipo.
Los integrantes del grupo Callejeros fueron procesados por homi-
cidio culposo. Este grupo, como muchos otros, está formado por jóvenes
pobres que rápidamente alcanzan notoriedad, pero cuyos beneficios eco-
nómicos no son claros. No es definitivamente concluyente cómo y cuánto
se les paga, ni tampoco es claro cuál es el arreglo con los dueños o geren-
tes como Chabán. No está bien establecido contractualmente quién es
el responsable de la seguridad de los conciertos, ya que hay “códigos no
escritos”. La lectura de los medios y los relatos recogidos en las marchas
parece indicar que muchos de estos jóvenes en realidad no salen de la
pobreza, aun cuando alcanzan la fama. Su responsabilidad en la denomi-
nada “seguridad” de los recitales no es clara, como no lo es el significado
de ese término en los contratos no escritos entre músicos y gerentes.
Luego, en septiembre de 2005, la calificación referida al grupo Ca-
llejeros fue cambiada por la de “estrago doloso”, la misma figura aplicada
a Chabán, con lo cual su situación se complicó. El hecho produjo mar-
chas, “banderazos” y diversas manifestaciones de seguidores del grupo,
que consideraron que el cambio de figura era una “maniobra política”.
Chabán contrataba, apoyaba y era apoyado por grupos rockeros
“alternativos”, que rechazan la “industria cultural” de la música. “Toca-
mos donde hay una causa, no un espónsor” (El Biombo, 2004-2005: 5),
sostienen esos conjuntos. El grupo Callejeros mantuvo durante mucho
tiempo esa posición, y, del mismo modo que el resto, “autogestiona-
ba” incluso la seguridad del lugar. No obstante, el sello musical que los
auspiciaba habría sido comprado por el empresario Daniel Hadad sólo
un mes antes de la masacre –informó una periodista entrevistada. Este
empresario es dueño de importantes medios de comunicación desde la
década del noventa, y está ligado a los grupos conservadores que sos-
tuvieron la campaña mediática de Blumberg. Como consecuencia de
ello, el grupo Callejeros luego de la masacre no pudo seguir sosteniendo
su actitud “autogestionaria”, y dio su primera conferencia de prensa
a la muy escuchada Radio 10 (propiedad de Hadad, y a la cual me he
referido al tratar el caso Blumberg) –y en ella a un periodista afín a las
políticas de los años noventa. Esto provocó la consternación de muchos
de los seguidores de Callejeros. Lo propio hizo Chabán, quien luego de
la destitución del jefe de Gobierno dio su primera conferencia de prensa
al Canal 9 de televisión, propiedad del mismo grupo. De modo que los
jóvenes que intentaban construir su espacio musical propio como lugar
de refugio frente a la falta de oportunidades también habían sido –sin
saberlo– colonizados por los grupos que rechazaban. Muchos músicos
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y que compran un inmueble para traerlo al país. O son los que buscan
insolventarse frente a un divorcio o una quiebra, desheredar a uno de
sus hijos, o quienes se deshacen de lo que tienen cuando los persigue la
justicia. Para hacerlo, inventan una empresa originada en países cuyas
legislaciones les permiten obtener acciones al portador para preservar el
anonimato. Al compás de las sociedades de procedencias lejanas, en la
Ciudad de Buenos Aires crecieron las propiedades que, según los regis-
tros, están en manos de compañías fundadas del otro lado del Río de la
Plata. Los casos en los que se han detenido los inspectores no son todos,
sino sólo los de empresas con más de una propiedad.
Si algo sucediera en alguno de esos lugares y alguien decidiera
iniciar una batalla penal contra los dueños, probablemente se encontra-
ría con peores resultados que los de Cromañón. Este tipo de sociedades-
pantalla está doblemente protegida: no sólo funcionan como un sello
y con la garantía del anonimato de las empresas offshore. Todas ellas
–de acuerdo con la IGJ– hicieron las operaciones de compra invocando
la figura de “acto aislado”, un tecnicismo que permitía a las empresas
extranjeras hasta octubre de 2003 operar en el país sin inscribirse. El
“acto aislado” fue pensando originalmente como una “herramienta de
promoción industrial”: servía, por ejemplo, para que una empresa ex-
tranjera que sólo deseaba realizar un acto comercial –como comprar
un inmueble o un animal valioso– tuviese facilidades si decidía hacerlo,
afirmaba el Dr. Nissen. El “acto aislado” no se refiere al hecho de reali-
zar regularmente operaciones comerciales; no obstante, invocando esa
figura, las sociedades offshore adquirieron edificios, grandes inmuebles
urbanos o rurales, buques, aeronaves o rodados.
Este tipo de sociedades compraron y crecieron fundamentalmen-
te durante la década del noventa, al compás del “encanallecimiento”
político vinculado al neodecisionismo, y ninguna está inscripta en la
IGJ, donde lo hacen las empresas nacionales y extranjeras que operan
legalmente. El informe parlamentario presentado por la diputada Elisa
Carrió compromete no sólo a empresas offshore sino a las más altas au-
toridades argentinas de la época. Los capitales provenientes de la droga,
el tráfico de armas y la prostitución eluden así, según la IGJ y el citado
informe, los compromisos que surgen de las relaciones jurídicas. El año
2003 marca un punto de inflexión, cuando la IGJ comienza a producir
legislación para limitar esas acciones (Página/12, 2005a). Para entonces,
recordemos que el BM ya había comenzado a hablar de la necesidad de
tener un “Estado fuerte”.
La IGJ ubicó, y responsabilizó, a los presuntos dueños del local
tres meses después de los hechos en Cromañón. En la resolución, el jefe
de la IGJ anunció que iniciaría acciones legales contra ellos: pediría que
se anulen todas las sociedades. Con esta decisión, quedó habilitada la
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vía para que los familiares de las víctimas pudieran pedir el embargo de
sus bienes, para afrontar eventuales indemnizaciones. Respecto de ello,
no he podido establecer si se hizo alguna denuncia de familiares o de
Blumberg, quien se mostró profundamente preocupado por la corrup-
ción de la justicia. Lo cierto es que públicamente ninguno de ellos exigió
la rendición de cuentas a estas empresas.
Aunque es la Justicia de Instrucción la que debe resolver si even-
tualmente existen responsabilidades penales de los dueños ocultos de
Cromañón, con su investigación la IGJ los dejó al descubierto en el fuero
civil. En el organismo explicaron que la responsabilidad de esas empre-
sas es análoga a la de un accidente de tránsito: cuando alguien que no
es el dueño del auto mata a una persona en un accidente, el propietario
también es responsable civilmente (Página/12, 2005a).
A pesar de que los hechos son conocidos, no se han dejado de
ofrecer los servicios para la creación de este tipo de empresas a todo
aquel que tenga la intención de ocultar su patrimonio o lavar dinero.
Incluso mediante avisos como el que suele publicar uno de los llamados
diarios especializados en economía, tarifando el costo de abrir una so-
ciedad fantasma en el exterior. Un informe presentado en un programa
periodístico de investigación del canal estatal argentino difundió los
resultados de su trabajo. El programa se contactó con uno de estos estu-
dios que ofrecía sus servicios desde Montevideo, simulando ser alguien
que deseaba poner sus bienes en manos de una “empresa fantasma”.
El supuesto interesado consultó a quien se identificó como el contador,
sobre conveniencias, precios y manera de ocultar patrimonio antes de
iniciar los trámites formales de divorcio, para no tener que dividir los
bienes conyugales. El contador no sólo le recomendó una Safi, como
denominó genéricamente a las offshore, sino que además le aclaró que
“si el trámite es muy urgente, en unos días va a pasar el escribano por
Buenos Aires” y podrían arreglar un encuentro en un lugar a definir, ya
que el estudio no tenía oficinas en esta ciudad “para mayor seguridad de
los clientes”. Extendiendo el asesoramiento, recomendó el modo más
conveniente de armar la empresa.
La expresión offshore implica que una empresa radicada en las
Islas Vírgenes o en Montevideo actúa fuera de esos sitios. Por ejemplo,
en Argentina. Por eso, la cuestión de fondo a la que echó luz la IGJ –y
que fue rápidamente silenciada por los medios– va mucho más allá de
la responsabilidad por Cromañón. Lo nuclear es que demuestra la ex-
traordinaria velocidad de circulación del capital financiero en el mundo.
Es esa rapidez la que fue señalada por economistas como el Premio
Nobel 2001, Joseph Stiglitz, como una de las causas de la inestabilidad
económica mundial. Su argumento era que los norteamericanos tenían
que hacer algo también respecto de la banca offshore. Dicha postura
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fue muy resistida por la Casa Blanca, que recién comenzó a prestarle
atención luego del atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre
de 2001. “Descubrieron que esa banca offshore que había sido usada
para el narcolavado, la evasión impositiva y para la corrupción, también
servía para financiar el terrorismo”, afirmó el Premio Nobel. “Sólo en-
tonces el gobierno de los Estados Unidos cambió de posición”. Stiglitz
acostumbra a citar también el caso ruso, en el que las privatizaciones
salvajes y la reforma capitalista sin administración fueron simultáneas
al surgimiento repentino de nuevos ricos muy poderosos con base en
el mismo tipo de empresas (Página/12, 2005a). Análoga información
brinda el informe de la diputada Carrió en Argentina.
Los suizos fueron los iniciadores de este sistema, en la década
del treinta. Al principio habría servido presuntamente para esconder el
dinero de los perseguidos por el nazismo. Pero en los años cincuenta,
los propósitos del comienzo sirvieron de técnica ideal para la evasión
impositiva de capitales con origen en otros países, entonces el sistema
creció explosivamente. En 2005, según informa un artículo publicado
en el semanario norteamericano The Nation, funcionaban en el mundo
sesenta zonas offshore que concentran, en el 1,2% de la población, el
26% de los depósitos mundiales. Según los especialistas, no hay inver-
siones genuinas basadas en el lavado de dinero, pues por definición los
lavadores están dispuestos a perder, porque ya obtuvieron su ganancia
en una etapa anterior del circuito económico (Página/12, 2005a).
La circulación en el período del capital financiero supone por un
lado que todos los mercados ilegales configuran, en último análisis, la
otra cara de los mercados legales. Ahora bien, para todos los bienes que
circulan en el mercado negro hay una justificación alternativa, cuya raíz
sigue sostenida en el viejo argumento de la ley de la oferta y la demanda.
En esta estructura, los argumentos éticos y jurídicos basados en la “ra-
zonabilidad” de los individuos y en la “justicia como equidad” (Rawls,
2004), como vimos en el Capítulo V, muestran su carácter de ficción con
toda crudeza. Más aún, la argumentación que sostiene que debe haber
una igualdad equitativa de oportunidades para todos, independientemen-
te de la posición económica o social, y que este principio debe prevalecer
sobre las desigualdades muestra, en los hechos concretos, sus efectos.
Se hace evidente que la ética que el mercado impone es la del interés del
más poderoso. De ahí entonces que, en tiempos del triálogo coordinado
por el mercado, la concepción de justicia que el mercado impulsa podría
parafrasearse diciendo que para la empresa es justo lo que conviene al
mantenimiento del consumo de sus productos. Como consecuencia de
ello, nunca estará claro dónde está el límite entre los mercados legales
y los ilegales, pues podemos, sin duda, identificar los extremos, pero
¿dónde termina uno para dar lugar al otro? La criminalidad organizada
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La contravención
En su artículo 1, el nuevo Código sostiene que una contravención “san-
ciona las conductas que por acción u omisión dolosa o culposa implican
daño o peligro cierto para los bienes jurídicos individuales o colectivos
protegidos” (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2004). La definición, en
palabras de algunos juristas, se analiza en términos equivalentes al an-
tiguo concepto hijo de la criminología correccional de José Ingenieros:
se trata de conductas que no son delitos, sino acciones que la sociedad
tipifica como indeseadas o nocivas y que se considera que de algún modo
pueden ser perjudiciales.
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tos parece ser un instrumento legal que puede servir para controlar la
circulación de pobres peligrosos por los espacios urbanos.
El Código tiene su núcleo en la seguridad y desde allí recorre
tres niveles: el Estado, las relaciones interpersonales y la propiedad. La
gestión de los espacios se muestra como la clave para la construcción
de la seguridad.
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basura en busca de algo para vender y a menudo para comer) o que los
pobres duerman en las calles o plazas, dado que esto afea y desvaloriza
sus casas. Una entrevistada narraba cómo un pequeño grupo de vecinos
de Núñez (un barrio de clase media acomodada donde el precio de las
propiedades crece incesantemente) había apelado al Gobierno de la Ciu-
dad para expulsar a familias de cartoneros que dormían junto a las vías
del tren para ahorrar tiempo y poder trabajar más durante el día con el
fin de juntar unos pesos. Finalmente, el barrio de Núñez se transformó
en el escenario de algunas violaciones agitadas desde los medios, y atri-
buidas por algunos vecinos a los cartoneros, a la vez que se silenciaban
abusos cometidos contra jóvenes recicladoras de basura.
La preocupación por los grupos en riesgo se advierte en el artículo
que pena el hecho de suministrar “gases o vapores tóxicos que al ser
inhalados o ingeridos sean susceptibles de producir trastornos en la
conducta y daños en la salud”. Se alude con esto a los pequeños vende-
dores de drogas que pueblan la ciudad. El acento cae una vez más en
los pequeños infractores, pero no se trazan políticas para erradicar el
flagelo desde sus bases.
El artículo 79 vuelve sobre los niños en la calle y los trabajadores
informales cuando caracteriza como contravención el “cuidar coches sin
autorización legal”. Huelga analizar qué significa esto en una geografía
de pobreza y desocupación. La situación se complementa con el artículo
83, en el cual se prohíbe hacer un “uso indebido del espacio público”.
En este caso la contravención se aplica a quien “realiza actividades lu-
crativas no autorizadas […] en volúmenes y modalidades similares a
las del comercio establecido”. Otra vez la ambigüedad que da lugar a la
arbitrariedad. He aquí un problema: cómo medir esos volúmenes. No
obstante, agrega: “No constituye contravención la venta ambulatoria en
la vía pública o en transportes públicos de baratijas o artículos similares,
artesanías y, en general, la venta de mera subsistencia que no impliquen
una competencia desleal efectiva para con el comercio establecido, ni
la actividad de los artistas callejeros en la medida que no exijan contra-
prestación pecuniaria”. Este artículo otra vez intenta responder a las
exigencias de los comerciantes y a la vez a las más crecientes necesidades
de los nuevos pobres de vivir de sus artesanías o de la venta de baratijas.
Esto no ha conformado a los sectores medios altos, y en la aplicación
concreta se han producido incidentes en los que la policía (contra lo que
el Código Contravencional indica) ha desalojado a puesteros por pedido
de vecinos influyentes, y ha expropiado sus mercancías.
(Des)pacificación social
La seguridad pública está considerada en el artículo 85, que pena una
serie de acciones que van desde la portación de armas hasta los dis-
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La protesta social
Uno de los argumentos contra el Código fue que serviría para reprimir
la protesta social. No hay aún sino registros aislados, por lo que no es
posible afirmar o negar tal enunciado. Pero sí es sugerente pensar que
su aplicación no es clara y se superpone con otros códigos.
Hay consenso entre los fiscales contravencionales respecto de que
el combate contra la venta callejera ilegal será más eficaz. Pero es suge-
rente que en una ciudad atravesada por tantas iniquidades esa sea una
preocupación tan fuerte. Ahora, el nuevo Código permitirá perseguir
la “actividad lucrativa ilegal”. Y “el vendedor ambulante de baratijas o
el artesano quedan expresamente al margen”. Sin embargo, los hechos
no parecen darle la razón. Muchos artesanos y vendedores ambulantes
han sido desalojados y expropiados a partir de la aplicación del Código
pues algunas organizaciones, como la Confederación Argentina de la
Mediana Empresa (Came) sostienen que su actividad favorece el “ac-
cionar delictivo”.
El núcleo de la cuestión parece radicar en que la vaguedad y am-
bigüedad de algunos artículos dejan espacio para la decisión arbitraria
de quien lo aplica o quien tiene fuerza para presionar a favor o en contra
de su aplicación. Es aquí donde la creciente desigualdad se retroalimen-
ta. En una sociedad (des)pacificada, el Estado interviene con mayor
vigor cuando se vulneran centros neurálgicos de poder. Entretanto hay
zonas urbanas que quedan “liberadas”, los conflictos interpersonales se
acrecientan y surgen virtuales “guerras entre vecinos”.
Así, por ejemplo, en el caso de la venta ambulante, se sanciona-
rá a “quien realiza actividades lucrativas no autorizadas en el espacio
público [salvo] la venta de baratijas o artículos similares” para la “mera
subsistencia”. Esta salvedad enfureció a muchos comerciantes, quienes
acusaron al jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra, y a la oposición. Un grupo
de comerciantes rápidamente organizó asambleas para decidir los pasos
a seguir. Las presiones sobre el gobierno se expresaron en situaciones
diversas, pero emblemáticas. Luego de la entrada en vigencia del Códi-
go Contravencional, particularmente en zonas muy caras de la ciudad,
donde viven vecinos muy influyentes o hay edificios en los que actúan
poderosas empresas, se han registrado incidentes entre policías y vende-
dores ambulantes o puesteros de ferias artesanales. Estos hechos se han
repetido en una secuencia sugerente: llega la policía, expropia las mer-
cancías, hay gritos, golpes, personas lastimadas, elementos de trabajo
y productos arruinados y luego un aparente acuerdo que deja todo en
una situación parecida a la anterior. Otro tipo de situaciones llega al ab-
surdo: un fiscal contravencional pide a la Policía Federal que intervenga
para evitar la protesta de un grupo de piqueteros; por su parte, desde
el Ministerio del Interior de la Nación se ordena a la misma policía que
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Capítulo XI
LA EXIGENCIA DE RENDICIÓN
DE CUENTAS POR CROMAÑÓN
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venes pasan horas; es difícil acercarse y hablar con ellos. Se quedan ahí
pues ese es su lugar, pues allí, afirman, se reunían a escuchar su música.
Las personas entrevistadas tienen una visión coincidente: ven a ese te-
rritorio como un espacio propio para la música alternativa. El lugar se
trocó en un significante que fusiona varios significados centrales en la
construcción de subjetividades. Por un lado es la casa, el lugar propio
que abriga frente al desamparo de una ciudad que los ignora. Por otro es
un espacio sagrado. Tanto el nombre dado al territorio: santuario, como
el modo en que son nombrados los muertos: “angelitos”, “ángeles que
nos miran desde el cielo”, así como las vigilias, conforman una geografía
de tristeza y orfandad que mira hacia lo trascendente como su única
esperanza. “Acá ya no va a haber justicia, pero cuando llegue el día en
el cielo los van a juzgar” (madre de un joven muerto, marcha del 30 de
mayo de 2005). El hogar y lo sagrado ofrecen ese espacio de abrigo y
anhelo frente a las carencias que reenvían a la primaria indefensión de
todo ser humano, y que la sociedad actual no permite procesar, sino que
profundiza. Si la casa es como el vientre materno que abriga, su valor
se potencia en tanto toma el cariz de lo sagrado. Ese es un lugar donde
transitar el imposible duelo.
Pero el santuario fue también el lugar en el que se inició, de modo
espontáneo, una nueva forma de exigencia de rendición de cuentas. En
ella permanece algo de la matriz de interpelación ideológica construida
a partir del caso Blumberg, más allá de las diferencias entre los dos
procesos e independientemente de las voluntades individuales. No obs-
tante, los grupos de personas que participan de ceremonias en el lugar
no tienen ni una percepción, ni unas prácticas homogéneas. Nadie logró
conformarse en líder de una unidad monolítica. Los grupos exigieron y
exigen con unidad y diferencias.
Muchos de los rituales que intentan tramitar el duelo remiten
a algo que está más allá de la sangre y de la carne, a lo sagrado que
trasciende a lo que se corrompe. El santuario se ha transformado en
el punto de partida de marchas, pero también en el lugar donde se or-
ganizan ceremonias religiosas que reúnen a representantes de diver-
sos cultos. Las marchas organizadas por Blumberg también tomaron
una dimensión sagrada, pero no lograron construir una casa colectiva
y propia al mismo tiempo, tampoco posibilitaron una diversidad en la
forma de desarrollar los rituales de exigencia de rendición de cuentas.
Los familiares y sobrevivientes de Cromañón, sí. No todos participan
del ritual religioso; lo respetan, pero se unen a las demostraciones sin
intervenir en él.
Los días 30 de cada mes, al recordarse el estrago, se realizan ce-
remonias interreligiosas en el santuario; allí se concentra la marcha que
luego parte a la Plaza de Mayo. Lo viejo es la manifestación callejera
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Los jóvenes que transitaban el lugar tienen a la música como uno de los
únicos refugios donde proyectar sueños. Siguen a grupos alternativos
como Callejeros que manifiestan su rechazo a lo dado a través de la poe-
sía, de modo tal que la rebeldía por momentos semeja una huída hacia
el interior. Así, en una publicación ligada al mundo del rock, la nota
editorial culmina con una cita que dice: “La rebelión consiste en mirar
una rosa hasta pulverizarse” (El Biombo, 2004-2005: 4).
En esta clave, si el santuario es como la casa, Chabán es como el
familiar con el que hay unas relaciones ambivalentes, y los Callejeros
son los hermanos que deben ser defendidos de las manipulaciones de
ese mundo-otro que no los comprende ni les da un lugar. Otra vez surge
–aunque de modo radicalmente diverso al de Blumberg– un fenómeno
social que trasciende a los dos acontecimientos. El valor de la familia, el
hambre de familia, la necesidad de tener un núcleo de pertenencia.
En este punto, es muy sugerente saber que los grupos como Ca-
llejeros que tocaban en Cromañón y muchos de sus seguidores forman
lo que se autodenominan “familias”. En el mundo rockero, una familia
puede estar integrada por un grupo biológico (padres muy jóvenes y
sus niños), pero además ella se compone de amigos del barrio que com-
parten iguales gustos musicales. Las familias son grupos muy unidos
que se organizan para ir a los recitales, que son los lugares en los que
se sienten como “en casa”. La relación incluye entre estos grupos el
cuidado mutuo. Así lo narra uno de los miembros de la popular banda
La Renga: “Desde la entrada hasta que salga el último pibe del estadio
es responsabilidad nuestra” (El Biombo, 2004-2005: 7). En las marchas
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por Cromañón pueden leerse pancartas en las que luego del nombre
de una víctima hay frases como: “Tu pérdida es grande, pero tu sonrisa
nos acompaña. Tu ‘familia’ y amigos”. La palabra “familia” colocada
entre comillas indica que no es la familia biológica, sino la rockera. De
un extraño modo, por momentos las manifestaciones callejeras parecen
perder todo carácter “confrontativo” o demostrativo a las autoridades,
y transformarse en un duelo público y colectivo, en el que las “familias”
acompañan a sus muertos en el cuidado final.
Lo extraño –afirmaba una periodista entrevistada– es que las di-
versas familias son cada vez más parecidas entre sí, y al mismo tiempo
se enfrentan con mayor virulencia. La joven anteriormente mencionada
afirmaba ser una persona acostumbrada a transitar por recitales, pero
al mismo tiempo aseveraba que en los últimos años había empezado a
tener miedo por la desmesura que a veces emergía. Esa virulencia se
expresa en algunos cánticos y expresiones callejeras; en las marchas
por Cromañón, está destinada a los políticos y al Poder Judicial, que es
percibido como impartiendo una justicia de clase.
Sería vano y poco feliz reducir la violencia a los jóvenes y a estas
nuevas familias. Hemos visto cómo la (des)pacificación social atraviesa
a Argentina, y en particular a Buenos Aires. La violencia intervincular,
especialmente la doméstica, es una de sus tres dimensiones, derivada de
la violencia estructural del desempleo y de la represión intermitente del
Estado. Ella se constituye –como hemos visto– en capas arqueológicas
de la memoria, cuyo núcleo es el terror que rompe lazos libidinales, pro-
duce ensimismamiento y con ello el refugio en el imaginario grupo de
los iguales, en la mítica comunidad que salva del desamparo. Ese parece
ser el rol de las familias del mundo del rock, así como el de la familia
biológica cuando esta logra contener a sus miembros. La empresa y el
Estado, en su arbitrariedad, han herido ese núcleo, por eso la virulen-
cia contra ellos es fuerte. No se trata de una violencia organizada, ni
siquiera premeditada. Surge de una subjetividad que tiene pocos lazos
con el pasado y no puede pensar el futuro, que carece de espacios que
la contengan y le posibiliten procesar los duelos que supone el crecer.
El espacio-tiempo que caracterizaba a la historia de vida en el pasado
ha sido abolido, la subjetividad ha recaído en la inmediatez. Este lugar
de lo efímero se agudiza en la exigencia de rehacerse constantemente
para existir. La subjetividad enerva así su condición trágica que, según
analizamos, radica en la esencial extrañeza de sí. Veíamos en el primer
capítulo que el sujeto se abre al mundo en una condición trágica que
surge del hecho de estar en una posición que no ha elegido y en ser, al
mismo tiempo, responsable por ella. Esa condición puede tener me-
jores o peores resoluciones a lo largo de la historia. En estos tiempos
y por estos lugares, la angustia de la finitud y su condición se tornan,
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M.: Sí. Ahí lo decían, pero era como… bueno, lo de los Calle-
jeros era como decir no nos quiten lo que teníamos que era
como un lugar donde estábamos bien y lo de las bengalas era
medio como… no como una provocación, pero era como…
esta ceremonia es así, esta ceremonia tiene bengalas, y bueno,
es así (periodista especializada en rock).
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ningún modo este ritual se localiza sólo entre los sectores más pobres.
Otro ritual frecuente entre adolescentes que terminan su escuela media
es organizar una fiesta de fin de curso –según relatos de varios adoles-
centes de 18 y 19 años– en la que desde varios días antes comienzan a
beber alcohol y muchos de ellos no pueden llegar finalmente a la fiesta
(algunos alcanzan un coma alcohólico).
Los relatos escuchados hacen pensar que tanto las familias, como
los rituales de las bengalas, el pogo e incluso las borracheras colectivas,
aun con la virulencia que han cobrado, así como las marchas, son ver-
daderas ceremonias de construcción de la propia subjetividad, en un
momento y lugar que ofrece pocas oportunidades. No se trata de una
identidad individual centrada en la idea de “carrera”, entendida como
un trazado de vida lineal, con distintos momentos que es necesario atra-
vesar. Estos rituales parecen construir una subjetividad que se forma en
la ruptura de límites espaciales y temporales, y en la búsqueda de fusión
con unos, a la par que en el enfrentamiento con otros. Esa fusión no ha-
bla de una identidad individual separada, sino existente sólo en el grupo
y el enfrentamiento a la alteridad que le da un sentido a la existencia.
La subjetividad no tiende en todos los casos –aunque sí en algunos– a
la construcción de un colectivo más amplio. Algo que no he podido
constatar es la duración de estos grupos. Las “pandillas” o “barras” de
los años sesenta y setenta tendían a ser grupos duraderos. En los años
ochenta y noventa los grupos adolescentes –espacios privilegiados de
constitución de la nueva identidad– se fragilizaron y, correlativamente
a ese fenómeno, creció la tendencia al suicidio, a las toxicomanías, pero
también a la paternidad precoz. El hijo parece ser ese lugar en el mundo
y esa única identidad que muchos adolescentes pueden experimentar
como propia. Algo que aparece con fuerza en algunos relatos es el hecho
de que la constitución de la propia subjetividad en un mundo hostil pa-
rece buscarse desde la más radical negatividad, incluso desde la muerte,
que es el único acto que a veces da sentido a la propia existencia. Ello
se relaciona con otra característica que muestran muchos adolescentes:
en las entrevistas realizadas desde hace cuatro años a jóvenes en Bue-
nos Aires se observa una fuerte desestructuración de las coordenadas
espaciales y temporales construidas en dispositivos de la modernidad.
Esto podría vincularse a una recaída en la inmediatez y a una poderosa
dificultad de proyectarse. “El futuro es ahora” es una frase repetida. El
proceso suele articularse con una fuerte disminución de la capacidad de
abstracción y con el encierro en sí mismo o el propio grupo; en muchos
casos, la muerte parece ser el único sentido de la vida, y entonces emer-
ge la violencia contra sí y contra otros, aparentemente inmotivada. Sin
embargo, esa violencia suele ser la expresión del más doloroso temple
de ánimo de la condición humana: la angustia (Murillo, 2005).
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M.: Mal, muy mal porque nosotros tenemos que cargar con
culpas, que sentimos porque las sentimos y si bien… o sea…
yo personalmente estoy medicada […] Intento hacer una vida
normal, me cuesta muchísimo, no puedo estar en determina-
dos lugares, no puedo hacer un montón de cosas que hacía
normalmente, conscientemente, o sea [se escuchan gritos] yo
todavía no sé por qué no me morí, no sé por qué no me morí
ahí, no me morí ahí porque en realidad… o sea… mi vida sí
quedó ahí eehh… […] es una vida que es con una culpa, con
un cargo de conciencia muy, muy… con un no saber quién soy,
ni por qué estoy, ni cómo salí, porque hay cosas que… o sea…
o sea… no lo sé, estuve mucho tiempo adentro… eehh qué sé
yo […] El estar vivo es más difícil que el haberse muerto (so-
breviviente, relato obtenido en una marcha autoconvocada el
13 de mayo de 2005, al conocerse la inminente excacerlación
de Chabán).
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dice Freud, es como si la sombra del objeto perdido cayese sobre el yo.
La cruel angustia que se experimenta es, al menos en parte, expresión de
la culpa por el ser amado perdido. En esas situaciones, la sensación de
una falta cometida a menudo se proyecta en otros, que se transforman
en los depositarios de algo imposible de soportar. En esas condiciones,
difícil analizar políticamente la trama del poder que lleva a muertes
absurdas y terribles. Este proceso se profundiza en un contexto en el
que la bandera de la muerte, agitada desde los medios, señala culpables
individuales con insistencia y ocluye los análisis políticos. La culpa ha-
cia sí y proyectada en otros es más fuerte entre los sobrevivientes y los
allegados a las víctimas, pero se extiende a buena parte de la población,
que proyecta en la situación los propios duelos individuales y colectivos
que las instituciones no permiten elaborar.
La reiteración de la palabra “culpa” aplicada a sí mismo, a “otros”,
o a “todos” nos habla de un duelo colectivo que no logra ser elaborado,
y que influye en la reducción de lo político a lo moral, proceso sobre el
que se monta una estrategia política que intenta colonizar ese dolor.
La necesidad de culparse a sí mismo o a otros se acentúa ante
la imposibilidad de elaborar un duelo frente a situaciones de pérdida
vividas como absurdas, incomprensibles e innecesarias. Las situaciones
de muerte en Argentina que culminan en Cromañón son ejemplo de ello.
La percepción de arbitrariedad y falta de justicia padecida durante dé-
cadas y sedimentada en capas arqueológicas de las memorias agrava la
dificultad de elaborar el duelo, y cada situación ligada al hecho y vivida
como injusta implica un retroceso.
M. 35 años: Los chicos y los padres estamos teniendo ayuda
psicológica una vez por semana […] [Pero] yo te puedo asegu-
rar que desde que dijeron que lo van a soltar a Chabán mi hijo
está muy mal, por los chicos muertos y por él mismo (Marcha,
30 de mayo de 2005).
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qué cantar, cómo marchar y cuándo detenerse a jóvenes que a todas luces
no tenían ninguna experiencia en marchas callejeras. También algunos de
ellos insultaron a jóvenes de la Federación Universitaria de Buenos Aires
o a grupos de izquierda. En las marchas por Cromañón hubo padres que
denunciaban a gritos a quienes identificaban como “provocadores” o “in-
filtrados”. La imagen del infiltrado es algo ambigua; a veces alude a grupos
de izquierda; no obstante, en este caso parecía referirse a cualquiera que
perteneciese a un partido político. La figura del provocador remite, al
menos en el imaginario argentino, a personal de inteligencia vestido de
civil o a ciertas personas que suelen liderar grupos, particularmente entre
los más pobres, quienes forman parte del círculo que rodea a un puntero
político o “patrón”. Estos personajes conducen por medio de favores –pero
también a través de figuras emblemáticas, así como cánticos y diversos
rituales– a grupos que forman su clientela. Desde ellos se puede llegar
–en una larga cadena– hasta los más encumbrados puestos del mundo de
la política. En la marcha del 30 de julio de 2005, algunos familiares me
confirmaban lo que un experto en temas jurídicos ya me había dicho: en-
tre las personas que marchan habitualmente por Cromañón hay algunas
que deliberadamente provocan conflictos con la policía, que luego fueron
magnificados por los medios. La desconfianza que genera la figura del
“infiltrado” hizo que una parte importante de familiares, amigos y perso-
nas que se solidarizaron con las víctimas decidieran que las marchas no
debían tener color político.
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De un modo notable este muchacho, que por ser sobreviviente sólo pudo
hablar como hermano de una víctima, era el único que en sus palabras
se abstraía de nombres individuales y planteaba políticamente el lugar
y las funciones del Estado, así como los derechos y deberes de los ciu-
dadanos. Su tono era enérgico, pero calmo. Su exhortación a la unidad
también aceptaba las diferencias. Su invocación a la utopía realizable se
complementaba con unos enunciados poco frecuentes, no sólo en estas
marchas sino en entrevistas de todo tipo en Buenos Aires desde hace
algunos años. Sostenía que era menester asumir el pasado, el presente
y el futuro, respetar a los que están y a los que faltan. Hablaba en térmi-
nos de Estado y soberanos. Reconocía la realidad y no renunciaba a las
utopías, en enunciados laicos.
La mayoría de los discursos se centraron en el dolor de las víc-
timas, en las figuras individuales de funcionarios y empresarios, y con
toda fuerza cuestionaron a la justicia, en particular al garantismo penal,
en una clave que los acercaba peligrosamente a Blumberg; y, del mismo
modo que él, algunos apelaban a la justicia divina.
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de los grupos más concentrados del poder. La misma ciudad que cuatro
años antes expulsaba al modelo neoliberal, ahora elegía a uno de sus
más conspicuos representantes. La estrategia estuvo centrada en la pro-
mesa de seguridad: la masacre de Cromañón fue la amenaza presentada
constantemente a la ciudadanía.
El 30 de agosto, se reiteró el ritual, con una asistencia menor que
en ocasiones anteriores. Las consignas fueron las habituales. Pero esta
marcha evidenció una mayor confluencia de organizaciones sociales.
Una locutora leyó adhesiones, entre las que se contaron la de Madres de
Plaza de Mayo Línea Fundadora; el Servicio de Paz y Justicia; el Premio
Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel; y el cardenal Bergoglio, quien en-
vió al obispo Jorge Lozano como delegado de la “Pastoral de Cromañón”.
“Vení, contame cómo es el cielo, ahí se fueron mis amigos”, le dijo una
chica al obispo Lozano, quien presidió las oraciones junto a las pastoras
de la Iglesia Evangélica del Centro y de la Iglesia Tiempo de Dios.
Entretanto, en septiembre se formó una nueva Comisión Inves-
tigadora que debía proponer, o no, votar el juicio político. La Comisión
se propuso acelerar los tiempos del proceso a Aníbal Ibarra. “Necesita-
mos más tiempos para leer las pruebas”, objetó uno de sus miembros.
Su posición fue abucheada por los familiares presentes en el recinto.
La Comisión votó por mayoría pedir que se votase el juicio político. Se
adujo que no eran necesarias más investigaciones, pues –se sostuvo– “ya
está todo investigado”. El fundamento de esta posición fue el informe
que había hecho público la anterior Comisión. Tres diputados opinaron
diferente. El argumento no fue escuchado. Una nueva forma de decisio-
nismo se instalaba.
Tras la disposición, Ibarra debía hacer su descargo frente a las
imputaciones. Luego, el jefe de Gobierno podía pedir pruebas. Sólo en-
tonces, la Comisión podría emitir un dictamen. Este (en realidad hubo
más de uno) pasó después a la Sala Acusadora. Esta última sala tenía
quince días para decidir si debía haber juicio o no. El jefe de Gobierno
porteño recusó a seis diputados de la Comisión de Juicio político. La
Comisión de Juicio Político, en cumplimiento de las normas vigentes, el
15 de septiembre, resolvió trasladar a la Sala Acusadora el tratamiento
de la recusación hecha por el jefe de Gobierno. La decisión de ajustarse
a los procedimientos institucionales de la Legislatura fue interpretada
por grupos de familiares como “una maniobra dilatoria” y la respuesta se
tradujo en insultos, gritos y empujones, incluso contra diputados abier-
tamente opositores a Aníbal Ibarra, que días atrás eran aplaudidos por
ellos. “Yo perdí dos sobrinas en Cromañón y ahora voy a boletear a los
hijos de Ibarra, para que conozca el dolor, aunque después me coma la
cárcel”, gritó un hombre al presidente de la Comisión de Juicio Político,
opositor a Ibarra. Todo intento de dar explicaciones a los familiares re-
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situaciones; también decidí volver sobre viejos y nuevos trabajos que ha-
blaban de la ideología, pues experimentaba que las hipótesis y el marco
teórico pensados no eran suficientes. Es en este punto donde surgieron
nuevas hipótesis, y es a partir de esa experiencia que no puedo concluir
nada definitivo, sino sólo elaborar algunas provisorias conclusiones, en
las que la incertidumbre y las paradojas son una constante en la que me
siento involucrada.
En una de las marchas por Cromañón, una de las personas afec-
tadas señalaba: “Vos, Ibarra, sos un cadáver político […] Hay una red
de corrupción atrás del gobierno desde hace tiempo, pero te tocó a vos,
Ibarra. Hacete cargo y renunciá”. La frase parecía condensar varias in-
consistencias discursivas. En primer término, expresaba una sutil con-
tradicción entre lo colectivo y lo singular: por un lado, sostenía que
los familiares estaban convencidos de que había una trama político-
empresarial en la que el Estado estaría capturado, y que iría más allá
del gobernante de turno (lo colectivo); sin embargo, por otro lado, la
exigencia de rendición de cuentas parecía hacer caso omiso de tal situa-
ción y se dirigía sólo al jefe de Gobierno, al que le decía: “Hacete cargo”,
“te tocó a vos” (lo singular). También la secuencia enunciativa mostraba,
de modo tenue, una paradoja: el reclamo era sostenido con el apoyo de
legisladores y funcionarios –particularmente de la oposición– que han
participado de la función de gobierno y que –de ser cierto que hay una
trama de corrupción– formarían parte de ella, o al menos habrían guar-
dado silencio hasta ahora. En tercer lugar, en el relato mencionado, la
exigencia de rendición de cuentas parecía reconocer una trama comple-
ja de relaciones que llevó al tremendo desenlace y, sin embargo, en lugar
de apuntar a la trama –de la que se tenía conciencia–, por alguna razón
se substancializaba en un sujeto la red de relaciones que lo trasciende y
subsume. En ese punto, las voces parecían tomar la parte por el todo, y
en ella colocaban el centro de sus reclamos.
En la misma circunstancia, otro familiar decía: “Hoy nos tienen
colocados en el falso dilema de garantismo sí, garantismo no. ¿Dón-
de estaban esos hijos de puta cuando las garantías violaron la muerte
de nuestros hijos?”. El fragmento también es sugerente; hace pensar
que el ciudadano sabe que existen garantías procesales, conoce que hay
derechos, sabe que los derechos son violados, pero el discurso no se
encamina a demandar su fiel cumplimiento en todos los casos, sino
a exigir castigo a unos sujetos individuales violando las garantías del
Estado de Derecho. El problema es complejo. Si se exige la violación de
las garantías del Estado de Derecho, de hecho se está demandando la
suspensión de este y, por ende, se está apelando a la decisión vinculada
a un problema concreto. Más aún, se deja abierta la puerta para otras
arbitrariedades. No obstante, al mismo tiempo se exige que se “haga
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recorrido homogéneo. Es sólo una ilusión pensar que todos quienes par-
ticipaban de ese movimiento deseaban lo mismo. De ese modo, en las
acciones de las asambleas se mezclaban la lectura y discusión de textos
libertarios, con el rechazo a la extorsión de bancos y empresas privadas,
pero también con el deseo de moralizar e higienizar plazas y barrios, así
como castigar a delincuentes y rateros.
Junto a la deslegitimación de la representación política, pareció
tejerse en muchos ciudadanos la admonición moral. Este movimiento
no fue uniforme, pero se puede observar en muchos relatos. ¿Cómo
interpretarlo? Creo que la evidencia de la muerte vinculada –durante
tantos años– a las relaciones políticas tuvo diversos efectos. La lectu-
ra de narraciones de personas entrevistadas desde el año 2001 parece
sugerir que, junto al rechazo o la desconfianza en la idea de represen-
tación política, se habrían construido rasgos de una moral centrada en
los derechos y deberes hacia el propio y cercano grupo de los iguales,
al tiempo que la confianza en el colectivo de todos se desestructuraba.
Esos mismos relatos indican que en muchos ciudadanos parece haber
crecido una moral basada en el cuidado de sí y los allegados, a la par
que la desconfianza en cualquier colectivo que incluya a todos. A la vez,
la inmersión en un imaginario mundo de consumo infinito parece ha-
ber exacerbado una estructura narcisística que tendió a substancializar
en los otros los complejos males que afligen a todos. Es probable que
todo ello haya confluido con la vieja idea de deber, disciplina y trabajo,
en la que generaciones de argentinos fueron rígidamente educadas. Es
plausible afirmar que la condensación de esos diversos fragmentos de la
memoria generó una tendencia a la crítica moral del otro como parte o
momento del análisis y la lucha política. De hecho, algunos candidatos
políticos, asesorados por especialistas, han centrado sus campañas en
la idea de “contrato moral”.
La crítica moral se centra en individuos, y con frecuencia substan-
cializa en ellos una trama de relaciones. Pero esa crítica suele obscurecer
el hecho de que la urdimbre de la historia trasciende a las intenciones
individuales, y las subsume. Estimo que posibilita a quien habla auto-
percibirse como un “alma bella” enfrentada a la corrupción de los otros.
La trama económica y política que ha gestado los acontecimientos de las
últimas tres décadas no es desconocida por muchos ciudadanos, pero
creo que ella, en diversas secuencias sintagmáticas, es leída en clave mo-
ral, y entonces es substancializada en nombres de políticos deshones-
tos. Considero que es posible que tal substancialización construya una
percepción que desestructura la totalidad del entramado de relaciones
políticas y económicas. De ese modo, la lectura de la realidad política es
obturada ideológicamente, y la parte –las acciones moralmente repro-
bables– suele ser tomada por el todo.
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Se terminó de imprimir en el mes de abril de 2008
en Gráficas y Servicios SRL
Santa María del Buen Aire 347, Buenos Aires
Primera edición, 1.500 ejemplares
Impreso en Argentina