Triduo A San Vicente de Paul
Triduo A San Vicente de Paul
Triduo A San Vicente de Paul
GOZOS
“San Vicente de Paúl, enciende en nosotros
el fuego de la caridad”
Fuego de la caridad, desde el campo a la ciudad,
como campesino o preceptor; de misionero a fundador.
La llama ardiente de tu celo, nos invita a la amistad
Con esclavos y afligidos dando con ardor un amor abrazador.
En el horizonte nos invitas a fijar mirada,
amor efectivo reclaman los pobres.
que sea nuestra caridad inventiva y cimentada
para dar con pasión y celo a Cristo Pan de Vida.
¡El pueblo muere de hambre y se condena!
Urge llevar el pan con justicia,
que sólo por nuestro amor
los pobres nos perdonarán
Padre de los pobres, predicador infatigable
del celo por las almas compártenos ejemplo;
para dar a los pobres testimonio fiable
que conduzcan al hombre a verdadero templo
¡Oh Vicente de Paúl! Que no se halle en nosotros
un amor que sea subjetivo, ¡donativo debe ser!,
con el esfuerzo de nuestros brazos,
y en la frente el sudor, para dar a conocer al prójimo
el amor de nuestro Dios.
Tus hijos e hijas llevan con pasión tu heraldo,
en el firmamento luz ponderosa de tu amor nos guía
con la fuerza imperativa de amar sin miedo,
a quien desde la cruz con amor nos mira.
Misión y Caridad son las alas
que te llevaron al cielo,
a tu entrada, pobres y ricos te esperaban.
Gozosos tus hijos, mientras Cristo te coronaba
de laureles y santidad, padre y apóstol,
la Iglesia en ti se reflejaba.
ORACIÓN FINAL
AL CORAZÓN DE SAN VICENTE DE PAÚL
Oh Corazón de San Vicente que sacaste del Sagrado Corazón de Jesús, la caridad que tú
derramaste sobre todas las miserias morales y físicas de su tiempo, alcánzanos de jamás dejar
pasar a nuestro lado miseria alguna sin socorrerla.
Haz que nuestra caridad sea respetuosa, delicada, comprensiva, efectiva como fue la tuya. Pon en
nuestros corazones una fe viva que nos haga descubrir a Cristo sufriente en nuestros hermanos
desventurados.
Llénanos del celo ardiente, luminoso, generoso que jamás encuentre dificultad alguna en
servirlos. Te lo pedimos, oh Corazón de Jesús por la intercesión de aquel, cuyo corazón no latía
ni actuaba más que por impulso del tuyo. Amen
Día 2 ESCUCHEMOS A SAN VICENTE DE PAÚL:
¡Quiera Dios, mis queridísimos padres y hermanos, que todos los que vengan a entrar en la
compañía acudan con el pensamiento del martirio, con el deseo de sufrir en ella el martirio y de
consagrarse por entero al servicio de Dios, tanto en los países lejanos como aquí, en cualquier
lugar donde él quiera servirse de esta pobre y pequeña compañía! Sí, con el pensamiento del
martirio. Deberíamos pedirle muchas veces a Dios esta gracia y esta disposición, de estar
dispuestos a exponer nuestras vidas por su gloria y por la salvación del prójimo, todos los que
aquí estamos, los hermanos, los estudiantes, los sacerdotes, en una palabra, toda la compañía.
¡Ay, padres! ¿Puede haber algo más razonable que dar nuestra vida por aquel que entregó tan
libremente la suya por todos nosotros? Si nuestro Señor nos ama hasta el punto de morir por
nosotros, ¿por qué no vamos a desear tener esa misma disposición por él, para morir
efectivamente si se presenta la ocasión? Vemos cómo tantos papas fueron martirizados uno tras
otro; se cuentan hasta treinta y cinco seguidos. No es extraño ver cómo algunos comerciantes, por
obtener una pequeña ganancia, atraviesan los mares y se exponen a mil peligros. El domingo
pasado hablaba con uno de ellos, que vino a verme, y me decía que le habían propuesto ir hasta
las Indias y que se había decidido a ir, con la esperanza de obtener alguna ganancia. Le pregunté
si había muchos peligros y me contestó que sí, que era muy peligroso, pero que conocía a cierta
persona que había vuelto de allí, y que otra, a la verdad, se había quedado. Entonces me dije a mí
mismo: si esa persona, por una pequeña ganancia, por traer alguna piedra preciosa, se expone a
tantos peligros, ¿con cuánta más razón hemos de hacerlo nosotros para llevar esa piedra preciosa
del evangelio? (XI A, pág. 259)
Día 3 ESCUCHEMOS A SAN VICENTE DE PAÚL:
Hijas mías, se trata por consiguiente de la confianza en la Providencia de Dios. Para explicaros
esto, es preciso que sepáis, mis queridas hermanas, que hay dos cosas distintas: la confianza y la
esperanza. La esperanza hijas mías, produce la confianza; es una virtud teologal por la que
esperamos que Dios nos dará las gracias que se necesitan para llegar a la vida eterna. Y fijaos
bien, esta virtud de la esperanza tiene que estar llena de fe creyendo sin vacilar que Dios nos
concederá la gracia de llegar al cielo, con tal que nos sirvamos de los medios que él nos da. Y
tenemos que creerlo así, que Dios quiere concedernos todas las gracias necesarias para salvarnos.
De forma que una persona que no creyera que Dios piensa salvarnos por los caminos que su
Providencia sabe que son los más adecuados para nosotros, ofendería a Dios. Si no nos
mantenemos fuertemente en la esperanza y no creemos que Dios piensa en nuestra salvación,
caemos en una desconfianza que le desagrada. Por tanto, la esperanza consiste en esperar de la
bondad de Dios que cumplirá las promesas que nos ha hecho. (IX B, pág. 1050)