Cuentos

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La Bella Durmiente.

Versión de Charles Perrault (1697).

Había una vez un rey y una reina que durante muchos años desearon tener un
hijo, hasta que al fin tuvieron una hermosa niña. Para celebrar su nacimiento,
organizaron un gran banquete e invitaron a todas las hadas del reino, para que le
concedieran dones a la pequeña princesa.

Entre las invitadas había siete hadas, pero olvidaron invitar a una, que era muy
vieja y vivía retirada. En el banquete, las hadas más jóvenes comenzaron a darle
dones a la princesa: belleza, gracia, sabiduría, canto melodioso y habilidad para
bailar. Pero cuando la sexta hada había ofrecido su regalo, la vieja hada llegó
furiosa por no haber sido invitada. Para vengarse, lanzó una terrible maldición: “La
princesa se pinchará con una aguja y morirá”.

Todos quedaron horrorizados, pero la séptima hada, que aún no había ofrecido su
don, intervino para suavizar el hechizo. “No morirá,” dijo, “pero caerá en un sueño
profundo de cien años, del cual despertará cuando un príncipe la bese con amor
verdadero.”

El rey, preocupado, ordenó destruir todas las agujas del reino, pero el destino no
se podía evitar. Al cumplir los dieciséis años, la princesa encontró una anciana que
hilaba con una rueca. Curiosa, tocó la aguja y se pinchó el dedo, cayendo en un
sueño profundo. Inmediatamente, todo el castillo cayó en un sueño: el rey, la reina,
los cortesanos y hasta los animales.
Durante los años que siguieron, creció una espesa maleza alrededor del castillo,
ocultándolo por completo. Pasado el tiempo, llegó un príncipe que había
escuchado la leyenda de la bella princesa dormida. Decidió atravesar las zarzas y
entrar al castillo. Al encontrar a la princesa, se acercó y la besó, rompiendo el
hechizo.

La princesa despertó, y todo el castillo volvió a la vida. Poco después, el príncipe y


la princesa se casaron, y vivieron felices para siempre.
La Bella Durmiente.

Versión de los Hermanos Grimm (1812)

Había una vez un rey y una reina que deseaban con todo su corazón tener un hijo.
Después de mucho tiempo, nació una hermosa niña a la que llamaron Rosalinda.
El rey, lleno de alegría, organizó una gran fiesta e invitó a todas las hadas del
reino para que otorgaran dones a la princesa.

Había trece hadas en el reino, pero solo había doce platos de oro para servirles,
así que decidieron no invitar a la decimotercera. Las hadas invitadas comenzaron
a dar sus dones a la princesa: una le dio belleza, otra virtud, otra sabiduría, y así
sucesivamente.

Cuando la undécima hada había dado su don, la decimotercera hada, que no fue
invitada, apareció furiosa y lanzó su maldición: “Cuando cumpla quince años, la
princesa se pinchará el dedo con una rueca y caerá muerta.” Pero la duodécima
hada, que aún no había hablado, suavizó el hechizo: “No morirá, pero caerá en un
profundo sueño de cien años, del que despertará cuando un príncipe la bese.”

El rey, temiendo por su hija, ordenó destruir todas las ruecas del reino, pero el
destino no podía ser evitado. Cuando Rosalinda cumplió quince años, mientras
exploraba el castillo, encontró una habitación en la torre donde una anciana hilaba
con una rueca. La princesa, curiosa, pidió intentarlo y, al tocar la aguja, se pinchó
el dedo y cayó en un profundo sueño. El hechizo se extendió por todo el castillo: el
rey, la reina y todos los que estaban allí quedaron dormidos.
Al cabo de unos años, una zarza espesa y densa creció alrededor del castillo,
ocultándolo completamente. Durante los cien años siguientes, muchos príncipes
intentaron atravesar la zarza, pero ninguno lo logró.

Finalmente, cuando los cien años habían pasado, un joven príncipe se acercó al
castillo. Las zarzas se abrieron para dejarle paso, y encontró a Rosalinda dormida
en su cama. En ese momento, el príncipe se inclinó y la besó. Con ese beso, el
hechizo se rompió, y todos en el castillo despertaron.

El príncipe y Rosalinda se casaron poco después y vivieron felices para siempre.

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