1 Corintios 1,9-12
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Capítulo 1:9-12
En nuestro programa anterior casi llegamos al fin de la introducción que hace Pablo a su Primera
epístola a los Corintios. Hoy vamos a comenzar con el último versículo de la introducción, es decir, el
versículo 9. Este es uno de esos versículos que parece no tener nada que decir y que se puede pasar
por alto con toda facilidad. Sin embargo, pensamos que quizá este versículo es la clave para toda la
epístola. Se le da énfasis aquí al Señor Jesucristo como la solución de todo problema. También pone
énfasis en que Él es la solución para todos los problemas de la iglesia y de los problemas personales
que había entre los creyentes allá en la ciudad de Corinto. Como ya hemos dicho en otra ocasión, es
sorprendente ver la similaridad que existe entre los problemas de la iglesia en Corinto con los de
nuestros días; y la solución en ese entonces y la solución ahora es la misma. Veamos, pues, qué es lo
que dice aquí, el versículo 9, de este capítulo 1 de la Primera Epístola a los Corintios; dice:
9
Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.
Usted habrá notado, amigo oyente, que el Señor Jesucristo ha sido mencionado prácticamente
en todos los versículos que hemos leído hasta ahora. Cuando decimos eso, nos referimos a cada uno
de esos versículos, ya que comenzando con el primero, Él es mencionado por nombre o se hace
referencia a Él, en los versículos 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y ahora, también en el versículo 9. En otras palabras,
ésta es la novena referencia al Señor Jesús en nueve versículos. Aparentemente, el apóstol Pablo está
haciendo énfasis en la persona de Jesucristo. Ahora él nos hace dos declaraciones extraordinarias,
dice: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. En
esta declaración tenemos un nombre bastante extenso dado a nuestro Señor. Se le llama: la
comunión con su Hijo Jesucristo, el Hijo de Dios, Cristo Jesús, nuestro Señor. Encontramos aquí
cuatro puntos de identificación. Así es que no hay forma de equivocarnos en su reconocimiento.
Una palabra que es importante aquí, es la palabra comunión, en conexión con el Señor
Jesucristo. Ya hemos visto esta palabra en otras oportunidades, y la palabra griega es koinonía y ésta
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es usada una y otra vez por el apóstol Pablo. Esta palabra comunión, en efecto, tiene varios
significados diferentes. Tiene el significado que se le da comúnmente en nuestros días. También es
usada por el apóstol Pablo en el sentido de contribuir algo. Él habló de tomar una ofrenda para los
hermanos pobres en Jerusalén. Esa palabra proviene de koinonea en griego. Quiere decir recoger una
ofrenda o contribución. En el capítulo 10, versículo 16 de esta Primera carta a los Corintios, él habla
de comunión, al decir: “la copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?
El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?”
Y él usa aquí esa palabra koinonía, que quiere significar: comunión. También puede tener el
significado de dispensación. Igualmente puede significar compañía o sociedad. Ese es un buen
significado. Ya que la podemos traducir con un significado de mayor amplitud cuando decimos que
somos llamados a la “sociedad o a la compañía” con su Hijo Jesucristo nuestro Señor. Sin lugar a
dudas este es uno de los mayores privilegios que nosotros hemos recibido. Usted puede imaginarse
que hoy, cuando usted está en Cristo, cuando usted le recibe como su Salvador, Él es su socio o
compañero. Ahora, esa palabra también significa participante y así mismo se usa como
comunicación. Son todas ellas palabras maravillosas, por lo tanto significa una relación íntima con
Jesucristo.
Ahora, hay dos maneras por las cuales usted puede tener koinonía o participación con Cristo
Jesús. Por ejemplo, tenemos la participación que existe en un negocio. Dos personas se unen como
socios para realizar un negocio. Dos amigos se conocen mientras se encuentran haciendo su servicio
militar. Forman un negocio juntos cuando ambos dejan la vida militar. Uno de ellos eventualmente
llega a conocer a Cristo como su Salvador personal y el otro continua en su vida sin Cristo. Desde ese
momento ya no es una sociedad muy feliz. En una asociación que es muy difícil de terminar ya que el
negocio es bastante extenso y se ha invertido mucho dinero en el mismo. Esa es una sociedad, pero
no es como debe ser.
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Luego existe otro tipo de sociedad, y es una sociedad formada por el amor: es el matrimonio. A
esto también lo llamamos koinonía, y tiene que ser una relación bien íntima. Hay un pasaje en el
Antiguo Testamento que me hace sonreír cuando lo leo porque creo comprender lo que Dios estaba
pensando cuando lo dijo porque antes se estaba refiriendo al hombre y su esposa. Y Él dijo que, entre
las cosas que no debían hacer estaba la siguiente: “No ararás con buey y con asno juntamente,” allá en
el capítulo 22, del libro de Deuteronomio, versículo 10. Esos animales no deben arar juntos. Ahora,
en algunos matrimonios hemos visto que un buey y un asno se han unido; y amigo oyente, no debe
ser así porque el matrimonio es una relación como una sociedad de semejantes.
¿Qué quiere decir entonces que tenemos una sociedad con el Señor Jesucristo? En el comercio
se entiende que las personas son dueñas juntamente de todo. Ahora, todo lo que yo tengo pertenece
al Señor Jesucristo. Y Él pertenece a Él tanto como me pertenece a mí. Por lo tanto Él tiene interés en
las cosas que yo poseo. Él tiene que poseer todo lo que yo tengo. Debo confesar que hubo ocasiones
en que he poseído cosas por las cuales Él no tenía ningún interés. Estoy seguro que hubo tiempos en
los cuales yo obré en forma muy egoísta en relación con lo que tengo, pensando solamente en mí
mismo. Ahora, yo no poseo muchas cosas. Cuando Él entra en sociedad conmigo, Él no busca lo que
denominamos grandes negocios. Pero lo que yo tengo es de Él. Tengo un automóvil, por ejemplo, y
yo le dije al Señor que era de Él también. Y Él ha viajado conmigo. Amigo oyente, creo que debemos
tenerlo en una relación bien cercana. Él es el dueño del automóvil también, y cualquier otra cosa que
yo posea, es de Él. Yo le doy gracias a Él por mi casa, y le agradezco por el cuidado de la misma, porque
es de Él igualmente. Todo lo que tengo es de Él.
Ahora, cuando hablamos del matrimonio, tenemos allí ciertas cosas. Tenemos intereses en
común. Eso quiere decir que Cristo tiene interés en mí. Y que yo tengo interés en Él. Eso se eleva a un
nivel bastante sublime. Y luego, tenemos una devoción mutua. Eso es bastante comprometido. Sus
recursos son míos y los míos son suyos. Él no recibe mucho de mi parte, pero lo que yo recibí en la
ceremonia de casamiento, que de paso fue muy hermosa, nunca lo he utilizado de esta manera para
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no ser mal entendido. La esposa dice: “Con mi cuerpo, yo Te adoro”. Es decir, yo Te lo ofrezco. Y Él
es quien me posee. Eso me ha aclarado personalmente varias cuestiones sobre lo que puedo hacer y
donde puedo ir.
Un Pastor muy eminente, nos cuenta algo bastante íntimo y hasta con cierta reserva, pero
quisiéramos compartirlo con usted en esta oportunidad. Él dice que hace mucho tiempo
acostumbraba fumar. Pero, dice que cuando él descubrió que su cuerpo era el templo del Espíritu
Santo, él quería dar lo mejor que tenía. Él le pertenece, y él pertenece a Cristo. Por esa razón él dejó
de fumar ya que esa situación aclaró cualquier duda que pudiera tener. Ahora, quizá eso no le ayude
a usted en cuantos a sus dudas, pero sí tiene que ver con relación a las cosas que usted haga. Esto es
algo diferente a lo que uno puede o no hacer en cuanto a lo que se relaciona con el creyente. En ese
plano o nivel hay cosas que son legales o no lo son. Lo cierto es que yo pertenezco a Cristo y Él
pertenece a mí.
Todavía hay algo más, y eso es ayuda recíproca. Eso es algo que va dentro de la sociedad. En
otras palabras, Él se amolda a nuestras debilidades, y nos da Su dulzura. Yo necesito de Su dulzura. Y
aceptamos su poder. Hay un versículo en el Antiguo Testamento que quizá no ha sido traducido
debidamente. Lo leemos allá en Isaías, capítulo 63, versículo 9 y dice: “En toda angustia de ellos él fue
angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los
levantó todos los días de la antigüedad”. Allí parecería decir que Él fue angustiado en todas sus
aflicciones. Y esto ha sido usado para consolar a muchas personas.
Parece indicar que Él viene y es débil en nuestras debilidades, o algo por el estilo. Pero, no
creemos que eso sea lo correcto. Una traducción mejor, sería puesta en forma negativa. En toda
angustia de ellos, él no fue angustiado. Para nosotros eso tiene mucho más sentido. Quiere decir que
aun cuando yo tropiezo y caigo él no tropieza ni cae. Él se amolda a Sí mismo a mis tropiezos, mi
ceguera, mi ignorancia, mi debilidad; Él se acomoda a eso. Pero, eso no quiere decir que Él se hace
débil también. Un predicador dijo una vez que “si usted cae en algún problema o dificultad y lo hace
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en ignorancia, sin darse cuenta de lo que está haciendo, y uno es atrapado por las circunstancias, Él
buscará la manera de ayudarle a salir del problema. Pero si uno hace eso de manera deliberada y
atolondrada, Él no lo va a ayudar y dejará que usted se las arregle como pueda.” Ahora, creemos que
ese predicador está equivocado también, porque nosotros mismos podemos hablar de nuestras
propias experiencias y hemos caído después de haber tropezado habiéndolo hecho en forma
deliberada. Pero, Él, amigo oyente, no nos abandona. Él sigue a nuestro lado. Él se amolda a nuestras
debilidades. Y esto es algo realmente maravilloso, amigo oyente. La comunión del Señor Jesucristo
es la solución a los problemas de la vida.
Hay un versículo en el capítulo 15, de esta Primera carta a los Corintios, que debemos poner
junto al que estamos considerando, porque realmente van juntos, porque ya hemos finalizado su
saludo y él va a tratar con muchas cosas en estos capítulos, pero cuando llegue al final del capítulo 15,
él dice: “Así que, hermanos míos amados”. Ahora, ese “Así que”, reúne en sí todo lo que se ha dicho
hasta ahora en esta maravillosa carta, y va hasta este versículo 9 del primer capítulo donde dice: “Fiel
es Dios”. O sea que, yo puedo contar con la fidelidad de Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión
con su Hijo Jesucristo nuestro Señor, así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes,
creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” Hemos
necesitado mucho tiempo para poder aprender esto. Pero seguimos adelante con Él como nuestro
compañero, y con todos los problemas que se nos presenten en el día de hoy. Él es nuestro socio por
así decir y nosotros podemos contar con Él; podemos mirarle y saber que Él es parte integrante de
todo esto. De modo que podemos ver que Él es la solución a los problemas de hoy y a las frustraciones
de la vida.
Vamos a ver ahora que los creyentes en Corinto tenían problemas reales en su iglesia. Vamos a
comenzar leyendo el versículo 10 y vamos a ver algo concerniente a las divisiones que existía entre
ellos. Y tenemos eso comenzando en el versículo 10 hasta el versículo 21 del capítulo 4. Notemos en
primer lugar que el tema central de la crucifixión de Cristo corrige la división. Antes de leer ese
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versículo quisiéramos resaltar que en cada uno de los versículos que hemos leído hasta ahora en este
primer capítulo, se ha hecho mención del Señor Jesucristo. Esta epístola hace énfasis en el dominio,
la excelencia del Señor Jesucristo. Hemos oído mucho hablar de ello pero hemos visto muy poco de
esa realidad en el día de hoy. Y es por esa razón que la iglesia de hoy está llena de problemas. Y la
mayoría de los creyentes tienen problemas. El dominio de Cristo no es algo que sirve para tener qué
decir, sino que tiene que ser algo real, verdadero. ¿Es Él, amigo oyente, su Señor? ¿Le ha hecho usted
su Señor y su Maestro? Vimos en nuestro estudio del Segundo Libro de Crónicas, que no se puede
tener un avivamiento, sino hasta cuando reconozcamos lo que recién mencionamos. Bien, leamos
ahora el versículo 10, de este capítulo 1, de la Primera Epístola a los Corintios:
10
Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una
misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una
misma mente y en un mismo parecer.
Ahora, eso no quiere decir que tenían que decir cosas idénticas, sino que no debían destrozarse
uno con otro, que no debían estar peleando el uno con el otro, y que no debían odiarse entre ellos.
Cuando dice divisiones, indica que no debía haber una separación cismática. “Que no haya entre
vosotros divisiones,” dice el apóstol. Esa palabra sugiere que no debía haber rompimientos abiertos
en la iglesia, que ella no debía sufrir rupturas. Allí existía esa chismografía continua, la crítica sin fin,
el odio y la amargura. Eso se puede ver en las iglesias de nuestros días, también. Ah, tener esa
amargura dentro de su corazón. Amigo oyente, él es su compañero. No puede tener eso en su vida.
Dice el apóstol: “Que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una
misma mente y en un mismo parecer.” Ahora, ¿qué es eso de una misma mente? Bueno, es la mente
de Cristo. Y escuche ahora lo que dice aquí en el versículo 11:
11
Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre
vosotros contiendas.
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Lo que está ocurriendo en esta iglesia son luchas, disputas. Se están produciendo divisiones.
Todo esto estaba ocurriendo en este lugar. Había disputas en esa iglesia y Pablo recibió la información
de fuentes informadas. Y él mencionó los nombres. Él dice: “Porque he sido informado . . . por los de
Cloé.” Amigo oyente, si usted tiene que hacer alguna acusación, tiene que darle peso con su nombre.
En cierta ocasión, un creyente se acercó a su pastor y le dijo: “Pastor, yo quiero informarle sobre
cierta situación en nuestra iglesia”. Y procedió a contarle de un hombre y de lo que estaba haciendo.
Y lo que le contó no era algo bueno por cierto. Y este hombre que hablaba con el Pastor quería que se
hiciera algo. Él le dijo: “Creo que usted, Pastor, tiene que tomar manos en el asunto y presentarlo ante
la Junta Directiva de la iglesia y si ellos no pueden arreglar el problema, entonces toda la iglesia tiene
que ser informada”. El Pastor le contestó: “Muy bien, es así como se deben hacer las cosas”. Y
entonces le preguntó: “¿Qué noche es mejor para usted? “Ah, no”, le dijo el hombre que le estaba
contando. “Yo no voy a venir. Usted es el Pastor. Usted es la persona que se tiene que encargar de
esto”. Y el Pastor le contestó: “Tiene razón, yo soy el que tiene que hacer esto, pues soy el Pastor,
pero usted tiene que estar presente y hacer la acusación”. Pero él otro contestó: “No, yo no voy a
hacer eso”. A lo que el pastor le dijo: “Si usted no está dispuesto a poner su nombre al pie de la
acusación, entonces no tenemos nada qué hacer”. Y en eso quedó todo, porque este hombre no
estaba dispuesto a aceptar la responsabilidad y poner su nombre en la acusación.
Ahora, en este versículo tenemos a Cloé. Y admiramos a Cloé, porque dijo en Corinto lo que
estaba pasando y lo hizo público diciendo: “Hay problemas en esta iglesia y eso es malo. Se debe
hacer algo al respecto”. Imagínese usted, amigo oyente, a una persona que está enferma de cáncer y
va a ver a su médico. Cuando llega al consultorio el médico le dice: “Bueno, no queremos ponernos
ansiosos, no queremos ser molestados, no queremos emocionarnos demasiado, tampoco queremos
causar ningún problema. Yo quiero que usted tenga tranquilidad y calma mental, de modo que le
vamos a poner un poco de talco y todo quedará bien; usted tendrá un hermoso aroma y no habrá por
qué preocuparse.” ¿Qué le parece eso, amigo oyente? Bueno, la persona puede morir del cáncer. Se
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tiene que hacer algo, y de la misma manera hay que hacer algo cuando se presenta algún problema
en la iglesia. Y, ay del que saque cosas como estas al aire libre, pero si está mal, amigo oyente, hay
que tratar de arreglar el problema. Porque si no se puede arreglar, entonces la iglesia va a sufrir.
Ahora, ¿cuál era el problema en esa Iglesia? Parece que tenían muchos creyentes recién nacidos,
y generalmente son las criaturas pequeñas las que más lloran. Notemos ahora lo que dice aquí el
versículo 12, de este capítulo 1, de la Primera Epístola a los Corintios:
12
Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y
yo de Cristo.
Lo que tenían en esta iglesia era algo sorprendente. Había algunos que seguían a Pablo. Eran
alumnos orgullosos de Pablo. Había otros que seguían a Apolo. Estos eran admiradores
engolosinados de Apolo. También había otros que eran partidarios de Simón Pedro, o sea Cefas. Ellos
gustaban de la camaradería de Cefas. Miremos por un momento a todos estos que han sido
mencionados aquí.
Creemos que podemos decir que sabemos o conocemos más de Pablo y de Cefas que de los
otros. Ahora, Pablo era un intelectual. Era brillante. Valiente, pero quizá no era físicamente atrayente.
Pero aquellos que amaban la Palabra de Dios, amaban a Pablo. Simón Pedro por su parte era un
hombre fogoso, vigoroso. Al principio era un poco débil, pero luego se convirtió en un vigoroso
predicador del evangelio. Tenía un gran corazón, era sentimental. Luego tenemos a Apolo. Él era uno
de los grandes predicadores de la iglesia apostólica. Él no era un apóstol. Nunca recibió mucho
reconocimiento. Era un gran predicador. Creemos que se le puede llamar el Billy Graham de esa
época. Todos esos hombres tenían fuertes personalidades. Pero ellos nunca provocaban divisiones.
Todos luchaban juntos por la fe. Ellos procuraban guardar la unidad del Espíritu, y todos ellos
buscaban exaltar la persona de Jesucristo. Pero los miembros de la iglesia en Corinto eran los que
estaban causando la división.
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Se formaban pequeños grupos donde algunos decían: Bueno, “Nosotros amamos a nuestro
hermano Pablo, él es tan espiritual.” Por acá resultaba otro grupo diciendo: “Nosotros queremos a
Simón Pedro porque él es tan fogoso cuando predica el evangelio”. Y por allá otro grupo resultaba
diciendo: “Pues, nosotros seguimos a Apolo; cuando él habla se eleva a las alturas sublimes y toca a
las multitudes”. ¿No saben ustedes que los tres son hombres de Dios? Pero la iglesia en Corinto estaba
dividida por esta causa. De modo que, el apóstol Pablo les va a hablar sobre este asunto. Él les va a
mostrar que la centralidad de Cristo es la respuesta para resolver las divisiones que existían en esa
iglesia y que existen en el día de hoy. Y esa es la única solución amigo oyente. No habrá ninguna
solución, sino hasta cuando los hombres y las mujeres vayan a la persona de Cristo.
Ahora, notamos también en este versículo 12, que había un cuarto grupo; el grupo que decía “Y
yo, de Cristo.” Ahora, estos últimos, no le daban a Cristo el primer lugar, sino que formaban un grupo
de los “super espirituales.” Y, francamente, creemos que estos formaban el peor grupo. Esa es nuestra
opinión personal. Como resultado, ellos hacían de Cristo un pequeño culto; habían formado su propio
círculo en la iglesia y dejaban a los otros creyentes, fuera de ese círculo. Ellos eran esnobistas
espirituales, eso es precisamente como los clasificaríamos nosotros. De modo que, tenemos cuatro
grupos y no había ninguna razón para que ellos existieran así. Porque vemos aun en nuestros días,
que estas divisiones solo sirven para destruir la iglesia desde adentro.
Los grandes problemas no se encuentran afuera, sino dentro mismo de la iglesia. Por ejemplo,
el púlpito hace tiempo que ha sido destruido por los liberales. Cuando un liberal se apodera del
púlpito, destruye en muy poco tiempo la iglesia. Uno puede ir los domingos o durante las reuniones
de la semana y puede ver lo que están haciendo. Luego, existe el problema causado por algunos que
se reúnen alrededor de una persona y comienzan a tomar ciertas posiciones y las disputas dentro de
la iglesia, han hecho más daño a la causa de Cristo, que el alcoholismo y la mundanalidad. Y uno
encuentra que muchas iglesias están dedicando más a sus pequeñas, pero dañinas luchas, que a la
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proclamación del evangelio de Cristo. Comienzan a luchar unos con otros, hasta que prácticamente
no queda nadie dentro de la iglesia. Y eso es lo que estaba sucediendo dentro de la iglesia en Corinto.
Y vamos a dejar por hoy, amigo oyente, porque el tiempo ya se nos ha agotado. Continuaremos,
Dios mediante, en nuestro próximo programa, comenzando con el versículo 13, donde tenemos la
solución para este caso. Le invitamos pues, a sintonizarnos en nuestro próximo programa. Hasta
entonces, amigo oyente, ¡que Dios le bendiga abundantemente!
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