Virginidad en Venta-Kate Jones

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VIRGINIDAD EN VENTA

CUANDO LA SALVACIÓN ESTÁ EN LO MÁS PRECIADO

KATE JONES

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CONTENIDO DEL LIBRO
Megan Gibs
Carlo Rozzi
Megan
Carlo
Megan
Carlo
Megan
Carlo
Megan
Carlo
Megan
Megan
Megan
Carlo
Megan
Megan
Megan
Megan
EPILOGO: Megan
MEGAN GIBS
Nunca pensé que cuatro pequeñas palabras podrían tener un gran impacto en
mi vida. Quiero decir, si me hubieras dicho ayer, o esta mañana incluso, que los
planes que había diseñado meticulosamente para mi futuro desaparecerían con
una carta, hubiera dicho que estabas loco. Por otra parte, yo era la hija de John
Gibs, y John Gibs era probablemente el apostador con la peor suerte de
California.
Él y yo vivíamos en un pequeño apartamento encima de un bar de mala
muerte porque había apostado todo lo que teníamos después de que mi madre
murió de cáncer hace quince años. Recuerdo haber llegado a casa después de la
escuela para encontrar una camioneta alquilada frente a nuestra agradable casa
suburbana, y mi padre metiendo nuestras pertenencias en ella a un ritmo
apresurado, como si tuviéramos que irnos lo más rápido posible debido a algún
mal que se acercaba violentamente hacia nosotros.
Me quedé allí, con mi pequeño uniforme escolar, con mis libros en mi pecho
preguntándome qué estaba pasando. Él solo me dijo que subiera a la camioneta y
que guardara silencio. Hasta el día de hoy, no sé exactamente qué sucedió o por
qué tuvimos que irnos tan rápido, aparte de que había perdido nuestra casa y la
mayoría de nuestras posesiones jugando a las cartas. Pensé que sus días de juego
habían terminado porque no teníamos nada más que perder. Creo que me
equivoque.
—Me van a matar —dijo mi padre en voz baja, como si estuviera hablando
solo o con alguien más que yo.
Levanté la vista desde el otro lado de la mesa plegable que habíamos
encajado en una esquina de nuestra cocina y le fruncí el ceño. Por un momento,
pensé que había imaginado su voz porque estaba tan perdido en sus propios
pensamientos. Rara vez hablábamos, incluso el domingo, el día en que nos
sentábamos a comer juntos. A mi madre le encantaban las cenas familiares de los
domingos y nunca permitió que nada interfiera con ellos, ni siquiera los malos
hábitos o adicciones de mi padre.
—No pido mucho, John Gibs —recodaba como ella decía, aunque no pude
recordar el sonido de su voz. Ella era francesa, y su voz tenía un toque adorable
que esperaba que fuera mío algún día.
Nunca tuve su estilo francés. Mi voz es ronca y mi lengua es aguda como la
de todos en el vecindario. Hoy la cena del domingo no es tan importante como lo
fue antes. Ahora bien, nos limitamos a hacer los trámites para honrar su
memoria, supongo, aunque muchos domingos mi padre se ha ido antes de que
me levante de la cama y no regresa hasta la hora en que debemos abrir el bar el
lunes, después de almuerzo.
Con mi padre nunca fuimos muy cercanos. Yo era una niña de mamá y él
prefería la compañía de sus amigos de juego en lugar de su propia
familia. Ahora, simplemente compartimos un espacio en común, no un
hogar. Rara vez hablábamos porque ninguno de nosotros tenía mucho que decirle
al otro. Era como si todo hubiera sido dicho y no hubiera necesidad de decir
nada más. Estábamos esperando nuestro tiempo hasta que yo pudiera entrar a
una buena escuela y comenzar a perseguir mis propios sueños y dejar atrás mi
vida anterior. A veces me preguntaba si alguna vez volvería a ver a mi padre
después de ir a la escuela. A veces me preguntaba si él sobreviviría sin mí o
simplemente ahogaría en alcohol hasta la muerte. Si eso sucedía, me preguntaba
si me importaría.
Lo observé por un momento sin decir una palabra. Tenía la cabeza
gacha. Parecía estar murmurando para sí mismo. Él estaba moviendo la comida
de su plato con un tenedor. No había comido ni un bocado del pastel de carne
que había preparado, ni el puré de patatas que había que había mezclado con
mantequilla y sal. De acuerdo, nunca ganaría un premio por cocinar, pero nos
permitimos el lujo de comer carne una vez a la semana y por lo general mi padre
devoraba todo lo que ponía delante de él, y luego pedía más antes de que yo
pudiera siquiera terminar mi porción. Sabía que algo tenía que estar mal, verlo
pinchando el pastel de carne con su tenedor en vez de metérselo en la boca era
una clara señal de que algo malo pasaba.
— ¿Hay algún problema con el pastel de carne? —le pregunté. Me permití
una pequeña porción y sabía bien. Personalmente, yo no comía mucha carne, lo
que nos venía bastante bien ya que rara vez podíamos pagar la carne. No me
malinterpreten, no estábamos sumergidos en la pobreza ni nos moríamos de
hambre, pero el dinero siempre era escaso, a pesar de que el bar hacía un buen
negocio la mayoría de las noches. Sabía que mi padre se embolsaba para su
“gastos personales” una gran cantidad del efectivo que venía de la caja y estaba
bien. Era su negocio y su vida. Planeaba salir pronto de ese estilo de vida, con o
sin su ayuda.
Cogí la botella de kétchup y se la tendí.
—¿Necesitas el kétchup?
—No —dijo en voz baja.
—Entonces que te pasa?
—Escuchaste lo que dije? —preguntó, sonando irritado.
—Supongo que no —le dije, dejando de lado mi tenedor. Tomé una
respiración profunda y la sostuve mientras ponía mis manos en mi regazo y
apretaba mis puños. Estaba teniendo la misma sensación que tuve el día que
llegué a casa para ver cómo empacaba el camión a toda prisa. Algo malo se
venía sobre vosotros, nuevamente. Solo lo sabía. Me preparé para lo peor.
—Me van a matar —dijo en voz baja. Bajó el tenedor y presionó las palmas
de las manos sobre la mesa, una a cada lado de su plato, como si tratara de evitar
que la mesa flotara en el aire. Levantó la vista con lágrimas en los ojos.
—Me van a matar. Y no hay nada que pueda hacer
Negué con la cabeza para asegurarme de que estaba escuchando bien. Dejo
que mis ojos recorrieran su rostro por un momento, a lo que ya no le presté
mucha atención porque era como si estuviera mirando a un extraño. No me había
dado cuenta de lo viejo y desgastado que se había vuelto. Solo tenía cincuenta y
tres años, pero parecía estar cerca de los cien. Su cara, una vez agradable, estaba
destrozada y roja por el alcohol que venía bebiendo de forma descontrolada.
Pequeñas venas azules mapearon la piel debajo de sus ojos y sobre su nariz cada
vez más espesa. Su piel tenía una palidez cenicienta, como un hombre que no
había visto el sol durante mucho tiempo. Él había engordado y estaba perdiendo
su cabello. Tenía grandes lágrimas en sus ojos. Eso fue lo que me tomó por
sorpresa y me dijo que algo andaba mal. Nunca había visto llorar a mi padre. Ni
siquiera cuando estaban sepultando a mi madre.
—¿Quién te matará? —pregunté con una pequeña sonrisa de incredulidad en
mi rostro. Mi padre no era bromista, pensé que no podía hablar en serio, pero su
expresión me dijo que no estaba bromeando.
—Dios mío, papá, ¿qué has hecho?
Él respiró hondo y su cuerpo se estremeció. Cuando levanto sus manos de la
mesa, estas dejaron un contorno perfecto de sudor en la superficie. Se frotó las
manos y evitó mirarme a los ojos.
—Tengo deudas —dijo limpiándose la nariz con el dorso de la mano.
—Le debo a la gente.
—¿Qué tipo de deudas? —pregunté, ya sabiendo la respuesta, pero
queriendo que confesara en voz alta. Entrelacé mis dedos en mi regazo para
evitar que mis manos temblaran.
—Papá, ¿qué deudas y a qué personas le debes?
Levantó la mirada por un segundo, luego volvió a mirar el plato que tenía
delante. Parecía que estaba rezando mientras decía en voz baja:
—Deudas de apuestas. Y sea quien sea no le importa nada, solo quieren su
dinero para fin de mes o me van a matar.
Tomé una bocanada de respiración profunda y lo dejé salir lentamente. Fue
triste, pero no estaba tan sorprendida por lo que estaba
escuchando. Honestamente, estaba más sorprendida de que no hubiera sucedido
antes.
—¿Cuánto debes, papá? —Hice la pregunta con calma, a pesar de que sentía
que mi interior estaba hecho trizas.
—¿Papá? Mírame y dime cuánto debes
Sus ojos se levantaron lentamente mientras sopló un largo suspiro a través de
sus redondas mejillas. Se limpió los mocos de la nariz con una mano y con la
otra se limpió las lágrimas de sus ojos.
—Noventa mil dólares
—¡Dios mío, papá! ¿Cómo puedes perder noventa mil dólares jugando a las
cartas? —le grite sin intención y él se estremeció ante el tono de mi voz, como
un cachorro al que regaña su dueño. Mis puños se acercaron y los puse sobre la
mesa, listos para ser utilizados en contra de su nariz.
—Lo perdí jugando a las cartas —dijo. —Y apostando a los caballos.
Mi boca literalmente se abrió y mi cabeza se balanceó como si se hubiera
vuelto demasiado pesada para mi cuello.
—¿Caballos? Papá, ¿qué diablos sabes sobre caballos?
—No uses ese lenguaje en esta casa —dijo frunciendo el ceño.
—Tu madre no estaría contenta.
—¡Mi madre tampoco aprobaría que perdieras noventa mil dólares! —
Grité. De repente me sentí furiosa con él y no pude evitar golpear la mesa con
los puños.
—Oh, Dios mío, papá, ¿en qué diablos estabas pensando?
—No creo que estuviera pensando —dijo. Cruzó sus brazos sobre su pecho y
se inclinó hacia atrás, como si pensara que iba a golpearlo y tenía que estar fuera
del alcance de la mano.
—Me quedé atrapado en la pista. Estaba ganando en una carrera, así que
doblé la apuesta y gané, y luego gané otra. —Él me miró, suplicando
comprensión con sus ojos.
—Lo juro, Megan, era como si no pudiera salir nada mal. Pensé que Dios
finalmente me estaba recompensando después de tantos años perdiendo.
—No creo que así sea como funciona Dios, papá —le dije, resoplando.
—De lo contrario, habría máquinas tragamonedas en la iglesia. ¿Y luego qué
pasó?
Él se encogió de hombros y miró hacia otro lado.
—Entonces, doblé nuevamente y, bueno, el caballo no ganó.
—Oh, Dios mío —dije de nuevo, tapándome los ojos con los dedos y
sacudiendo la cabeza.
—Estas personas a las que le debes dinero, ¿quiénes son?
—Gente que no conoces y no necesitas conocer —dijo con fuerza, como si
me estuviera advirtiendo que me mantuviera alejada.
—Pero me matarán si no obtienen su dinero, no tengo dudas de eso.
Extendí mis manos para señalar que necesitaba recuperar el aliento y
procesar lo que mi padre me había dicho. Me levanté de la mesa y me dirigí a la
cafetera que estaba sobre el mostrador y llené dos tazas que no
coincidían. Compré un pastel de nuez para el postre, pero sabía que no había
necesidad de cortarlo. No le dices a tu hija que te van a matar unos delincuentes
y luego pides un trozo de pastel. Al menos no en esta casa.
No me molesté en poner nada en el café. Ambos lo bebimos negro para
ahorrar dinero. Puse una taza frente a él y volví a sentarme con la mía. Podía
sentir mi corazón acelerarse en mi pecho mientras sostenía la taza en mis labios
y soltaba un aliento refrescante sobre la superficie. La niebla se asentó debajo de
mis ojos.
—Lo siento, Megan —dijo su voz ronca y baja. Tomó la taza entre
sus manos y la miró fijamente, como si creyera que contenía la solución a su
problema.
—He sido un mal padre para ti. Y ahora, bueno, no sé qué hacer.
Él me miró con lágrimas en los ojos y rápidamente desvió la mirada. Si
esperaba que sintiera lástima por él o que defendiera sus habilidades paternas o
simplemente estaba buscando halagos, no tuvo suerte. Él había sido un padre
pésimo y nunca le diría lo contrario. Culpó a su gran consumo de alcohol en su
dolor y su juego incesante en su deseo de hacer una vida mejor para
nosotros. Todo era una jodida mierda y los dos lo sabíamos. Era un borracho
compulsivo y un jugador crónico antes de conocer a mi madre que se vio
incrementado después de su muerte. Ella lo mantuvo controlado durante el
matrimonio, pero creo que después de un tiempo tanto ella como yo, se cansó de
tratar de mantenerlo en línea recta y prefirió dejarlo correr libremente.
Aun así, él era mi padre y la única familia que me quedaba. Incluso con sus
fallas, que eran muchas, sabía que me amaba a su manera y nunca me pondría en
peligro intencionalmente, pero esto podría afectarnos a ambos de manera
trágica. Si esta gente era tan despiadada como yo pensaba, probablemente lo
matarían, y luego vendrían detrás de mí. O, al menos, me obligarían a entregar el
bar, el único activo que la pobre familia Gibs tenía.
Lo odiaba en ese momento, pero él era todo lo que me quedaba, el último
vínculo con mi madre, la única persona que me amaba completa e
incondicionalmente. Ella dijo que amarme era tan fácil y natural como respirar
en el aire primaveral. No voy a mentir, después de que el cáncer la llevo. Lloré
por muchas noches, a menudo deseando que hubiera sido mi padre quien hubiera
muerto antes que ella. Pero la vida no se basaba en los deseos, eso decía ella.
Lo mejor que podía hacer para honrar a mi madre era establecer mi propio
curso y seguirlo. Es por eso que me he inscrito en la universidad de
California. Quería ser investigadora del cáncer, aunque no tenía idea de cómo iba
a cubrir la costosa matrícula, incluso si era aceptada en el programa a la madura
edad de veintiún años.
Me hubiese gustado solicitar préstamos para complementar los quince mil
dólares que había logrado ahorrar trabajando lavando platos, cocinando y como
ayudante en el bar desde que tenía quince años. Años de trabajo duro para juntar
esa cantidad de dinero. Los quince mil no pagarían la matrícula de la
universidad, pero era un comienzo … Entonces me golpeó. Ese dinero, el dinero
que había ahorrado para mi futuro, ahora tendría que usarlo para salvar la vida
de mi padre. Mierda.
Finalmente rompí el silencio haciendo la pregunta obvia.
—¿Cómo vas a devolverles el dinero? —Él dejó que sus hombros subieran y
bajaran.
—No lo sé.
—¿Puedes obtener un préstamo por el bar? —pregunté, sabía que el lugar no
valía mucho. John’s Bar & Food, y el destartalado edificio que lo albergaba
habían estado en su familia durante años. Originalmente fue puesto en marcha
por su abuelo, Brad Gibs, y luego pasó a su padre, Matt, y finalmente a él. Era
todo lo que teníamos y no era mucho. El bar ocupaba todo el piso inferior y
vivíamos en el pequeño apartamento de setecientos pies cuadrados, en el piso de
arriba. Tenía mi propia habitación y él dormía en el sofá. Había una sala de estar
combinada con la cocina y un baño. Eso era todo. Todos los días esperaba que el
edificio cayera a pedazos a nuestro alrededor.
—El lugar ya está hipotecado —dijo mirando alrededor de la habitación y
sacudiendo la cabeza.
—La cuenta corriente no tiene dinero. El crédito está al máximo. Operamos
semana a semana. Todos nuestros ahorros se han ido. No hay nada que pueda
vender que valga lo que debo.
Levantó la vista, pero cuando nuestros ojos se encontraron, rápidamente
desvió la mirada. Sentí un escalofrío subir por mi espina dorsal. Le dije:
—Cuando dices que nuestros ahorros se han ido … ¿Qué significa eso?
La respuesta vino cuando no me miró a los ojos. Miró hacia la taza de café,
que estaba demasiado fría para ser consumida. Pregunté de nuevo,
—Papá, ¿qué significa eso?
—Significa que ya perdí nuestros ahorros —dijo con un tono entre calmado
y resignado.
—Se fue. Hasta el último centavo.
—Cuando dices nuestros ahorros, ¿no te estas refiriendo a mis ahorros? ¿Mi
dinero para la universidad? —No tuvo que responder ni una palabra. Sabía la
verdad por la mirada de culpabilidad que estaba cubriéndole la cara al igual que
el sudor fino que se precipitaba. Mis uñas se enterraron en mis palmas mientras
apretaba mis puños sobre la mesa. Mi respiración se volvió pesada hasta que
sentí que mis pulmones iban a estallar. Apreté los dientes y quité las lágrimas de
mis ojos.
—Papá, mi dinero de la universidad …
—Se ha ido, Megan —dijo susurrando. Él comenzó a llorar nuevamente.
—Cada centavo. Todo se ha ido.
CARLO ROZZI
—Odio los domingos, amigo —dijo mi primo Santino mientras golpeaba el
vaso de tequila que la camarera acababa de poner delante de él. Inmediatamente
ordenó otra ronda, aunque los tres vasos que tenía delante no habían sido
tocados. Cogió la botella de cerveza que estaba a un costado del tequila, la bebió
de un sorbo gigante y golpeó la botella sobre la mesa.
—¿Por qué odias tanto los domingos? —pregunté, deslizando mi vaso de
tequila a través de la mesa hacia él. Solo habíamos estado allí durante media
hora y ya podía decir que iba a ser una larga tarde, probablemente seguida de
una larga noche si Santino no encontraba a una chica (o chicas) para ocupar su
tiempo. Santino no perdió el ritmo. Recogió el vaso y se lo tiró por la garganta.
Él suspiró y chasqueó los labios.
—Porque las únicas perras que vienen a este lugar el domingo tienen una
vagina de mierda —gruñó, moviendo su mano por el aire en dirección a las
bailarinas desnudas y camareras en topless que se arremolinaban alrededor del
club, haciendo todo lo posible para conseguir hasta el último dólar de los clientes
como vampiros chupa sangre de sus víctimas. Las chicas nos miraban de vez en
cuando, pero sabían que no debían acercarse al área VIP sin ser
invitadas. Santino podía ser un verdadero idiota cuando estaba en uno de sus
estados de ánimo, así que como buenos perros que yacen en el jardín, sabían que
solo venían al porche cuando llamaba su maestro. Y Santino se consideraba a sí
mismo su maestro, sin lugar a dudas.
Cogió otro de mis vasos y gruñó nuevamente.
—No sé por qué las mejores chicas tienen que salir del trabajo el
domingo. Sin duda, solo para joder el negocio… ni que fueran a la iglesia las
muy putas. Voy a quejarme ante la gerencia.
—¿No eres gerente? —le pregunté.
—Tienes razón. —Él sonrió.
Sonreí y bebí mi cerveza. Lo pasaba muy bien y me reía mucho cuando
estaba con Santino, obviamente todo dependía de su estado de ánimo. Era muy
divertido estar con él, al menos hasta que se puso agresivo y quería pelear con un
pobre idiota que lo había mirado mal o que estaba quitándole la atención a una
chica a la que le había echado el ojo. Por supuesto, Santino nunca peleó solo. Él
nunca lo hizo, ni siquiera cuando éramos niños. Para eso estaba Luigi “el
perro”. Luigi se sentó junto a Santino escaneando la habitación con sus ojos
pequeños como si Santino fuera el presidente y él fuera un agente del servicio
secreto con sobredosis de esteroides. Luigi tenía trescientas cincuenta libras de
músculo con media libra de cerebro. Era un pit bull sin humor y acostumbraba a
vestir trajes ajustados de Calvin Klein y camisetas negras con una gran cruz de
oro colgando de una gruesa cadena, también de oro, alrededor de su cuello. La
mayoría de la gente pensaba que la cruz significaba que él era religioso, pero
estaban equivocados. La cruz era hueca y la parte superior estaba atornillada, era
un simple adorno que Santino le había regalado en la infancia. La única vez que
Luigi “el perro” ingresó a una iglesia fue robar el cofre de recolección cuando
éramos niños o para golpear a un sacerdote cuando éramos adolescentes porque
Santino dijo que el tipo parecía un pedófilo. La verdad es que a Luigi no le
importaba si había abusado de una niña, de su madre o era inocente, él solo hizo
lo que Santino le ordenó que hiciera.
—Esa chica es cinco de diez, maldita puta - dijo Santino, poniendo los ojos
en una de las bailarinas desnudas que llevaba a un tipo borracho en traje a una
sala para un baile privado y cualquier favor que pudiera permitirse
comprar. Tocó el aire con el dedo como si estuviera picoteando una máquina de
escribir.
—Esa es un siete, esa es un seis, esa ni siquiera está en la maldita escala.
Mierda
Carlo, no la follaría ni siquiera con tu pene.
—Eso es bueno porque mi pene no está disponible para que lo uses —dije.
—Tu pene es demasiado pequeño para que la use —dijo Santino con una
sonrisa, golpeando a Luigi con el codo. Luigi gruñó sin sonreír y me miró de
reojo. Luigi y yo no éramos amigos. Nunca lo había sido, nunca lo sería. Pensé
que era un jodido matón y él pensaba que yo era un imbécil
condescendiente. Probablemente ambos estábamos en lo correcto.
Santino todavía estaba gruñendo sobre la falta de lo que él llamaba
“Producto de Calidad”. Se consideraba bastante experto en la vagina de
bailarinas y prostitutas en general. Santino era un tipo apuesto, no demasiado
alto, ni demasiado delgado, con el aspecto italiano oscuro de la familia Rozzi,
con cabello negro como el carbón, piel aceitunada y profundos ojos marrones
que podían atravesar cualquier mirada. Mucha gente nos confundió, pensando
que éramos hermanos en lugar de primos, aunque yo era un año mayor, un par de
pulgadas más alto, y tenía alrededor de veinte libras de músculo gracias a mis
días de futbol americano en la escuela y los intensos entrenamientos que hacia
todas las tardes. El único trabajo pesado que Santino hacía era sacar su flácido
trasero de la cama todas las mañanas. Y a veces tenía que llamar a Luigi para
ayudarlo con eso.
Escuchaba a Santino mientras calificaba a más chicas mientras tomaba mi
cerveza y veía a la chica desnuda que estaba bailando en el escenario principal
en el centro de la sala. Ella estaba frotándose contra el caño de stripper al
unísono de una canción de Bonnie Tayler como si estuviera siendo fornicada por
el hombre invisible. Ella era una pelirroja de cabello largo y grandes tetas, tenía
un culo que resaltaba a la vista de todos los caballeros presentes. Su pubis estaba
completamente depilado, así que no tenía idea de si la alfombra combinaba con
las cortinas. Su clítoris tenía un anillo de oro perforado. Ouch … Me preguntaba
cómo se sentía tener una varilla de metal atravesando el clítoris, cuando me
sorprendió mirándola. Ella usó sus dedos para mover su anillo de oro y asi
darme una mejor vista de su vagina. Me hipnotizo con su mirada y sonrió. Había
un gran espacio entre sus dientes frontales por el cual asomo su
lengua. Rápidamente miré hacia otro lado. Santino tenía razón. El domingo
solamente iba producto de mala calidad al bar.
—Tal vez las mejores chicas descansen el domingo porque bailan hasta muy
tarde en la noche del sábado buscando penes que financien sus deudas, como el
tuyo. —dije pensativamente, como si estuviera formulando la hipótesis de uno
de los grandes misterios de la vida.
—El domingo solo consigues los restos. Aunque, algunos de ellos todavía
son bastante buenos.
—Sí, si te gusta un hueco entre sus dientes frontales a través del cual puedes
empujar tu pene —dijo asintiendo con la cabeza a la bailarina que todavía estaba
mirando en mi dirección. Él se echó hacia atrás y negó con la cabeza.
—Voy a tener una pequeña charla con Stella —dijo refiriéndose a la ex
stripper y jefa de las bailarinas que administraba los horarios de las strippers.
—Si va a poner vaginas de segunda categoría los domingos por la tarde,
debería, al menos, realizar un descuento. O modificar la escala de
precios. Cuanto más caliente es la perra, más cuesta.
Solté una carcajada y rodé los ojos hacia él.
—¿Cuándo fue la última vez que pagaste por un baile, hijo de puta? ¿O por
un trago? –Me encargaba de supervisar la contabilidad del club y manejé los
libros públicos (otra persona se encargaba de los privados), así que sabía quién
pagaba y quién no. De acuerdo, el club era propiedad del padre de Santino, mi
tío Enzo Rozzi. Ni Santino ni yo habíamos pagado nada en todos los años que
veníamos aquí; bebidas, vaginas y todo lo que se pusiera en nuestro paso. Le
recordé ese hecho y agregué:
—No puedes quejarte cuando la mierda es gratis.
—Por supuesto, puedo —dijo con una sonrisa.
—El hecho de que sea gratis no significa que tenga que ser de baja
calidad. Si pienso que es una mierda, los clientes pensarán que es una mierda. Y
las vaginas de mierda son malas para los negocios. Te graduaste de una gran
escuela elegante. Tú sabes de qué estoy hablando. Es economía simple.
—Debo haber faltado el día que tocaron el tema de las vaginas de mierda y
su efecto en la economía.
—Maldito niñito educado —soltó un reclamo, negando con la cabeza.
—Nunca puse un pie en una universidad y soy más inteligente que tú —
Golpeó a Luigi con el codo.
—¿No es así, Luigi?
—Así es —Luigi gruñó. Él me miró y arrugó la nariz como si fuera un mal
olor.
—Maldito niñito educado.
Estuve a punto de decirle que se fuera a la mierda, pero decidí dejarlo ir. No
le tenía miedo a Luigi, por el contrario, le pateé el culo cuando estábamos en la
escuela secundaria y podría hacerlo de nuevo. Era todo músculo y fuerte como
un jodido toro, pero en una pelea justa se movía con la velocidad y la gracia de
un perezoso. Un buen golpe en la nariz o la mandíbula y las rodillas se doblarían
como una torre de naipes. Simplemente no quería pasar el domingo por la tarde
quitándome los dientes de los nudillos.
Santino me sonrió, esperando mi respuesta. Cuando se hizo evidente que no
iba a meterme con Luigi, bajó el trago y se limpió los labios con el dorso de la
mano, justo cuando la camarera llegaba con una bandeja llena de vasos de
tequila y cervezas.
Santino comenzó a hablar de golpe a la camarera, que, a diferencia de las
bailarinas, estaba en topless, pero llevaba un tanga transparente que hacía muy
poco por ocultar el contorno de sus labios vaginales. El departamento de salud
exigió a las meseras (todos los servidores de bebidas y alimentos) que cubrieran
sus vaginas (para fines de saneamiento), por lo que Santino había encontrado un
distribuidor de ropa interior transparente y las había comprado en bruto. Dijo
que era su forma de decirle al inspector de salud que se chupase el pene. A
Santino le encantaba estar en la cima.
La camarera era una bonita morena con tetas pequeñas y una gran sonrisa
llamada Lía. Había trabajado en Enzo’s Club de Caballeros durante unos meses
y había pasado una gran parte de su tiempo libre en la cama de Santino o en el
asiento trasero de su automóvil. Santino decia que no estaba mal para ser la
vagina de reserva y que podía servir para sacarse el gusto de una buena cogida,
que parecía ser todo en lo que Santino estaba pensando en ese momento.
Cogí mi cerveza y me senté en el lujoso sillón VIP para dejar que mis ojos
recorrieran la gran sala. Me escuché suspirar, pero no estaba seguro de si era por
aburrimiento o disgusto. Eran apenas las dos de la tarde en un maldito domingo
y el lugar ya se estaba llenando de hombres dispuestos a gastar todo su sueldo o
reventar al máximo sus tarjetas de crédito en las dos cosas que hacían que el
mundo girara: alcohol y vaginas.
Aparté la vista cuando Santino puso a la camarera en su regazo y comenzó a
acariciarle las tetas mientras le metía la lengua por la garganta.
Un pensamiento apareció instantáneamente por mi mente.
Yo era Carlo Rozzi, el proverbial hombre alto, moreno y guapo italiano, con
una mente empresarial insuperable y un desplante que haría que la mayoría de
los hombres envidiaran y la mayoría de las mujeres salivaran. Tengo un Máster
en Finanzas de Nueva York. Vivía en un lujoso ático en el centro y tenía mi
propia limusina y conductor. Fui el fundador y CEO de una exitosa compañía de
servicios financieros que me había convertido en multimillonario antes de
cumplir treinta años. Fui elegido dos veces como uno de los solteros más
deseados de la ciudad y había salido con mujeres más bellas de las que podía
recordar.
Era joven, rico, y tenía el mundo por la cola.
¿Qué diablos estaba haciendo aquí?
Una palabra: familia.
Mi nombre completo es Carlo Filippo Rozzi. Me llamaron Carlo desde el día
en que nací. En una gran familia italiana como la mía, todos tienen un
apodo. Solo escuchas tu nombre completo cuando tu madre está cabreada y te
grita.
El nombre completo de Santino era Santino Donato Rozzi; Santino para
abreviar. El verdadero nombre de Luigi “el perro” era Dante Smith Brown. Él no
era italiano, pero de todos modos recibió un apodo, como nombrar a la mascota
de la familia. Luigi era ingles cuyo padre trabajaba para nuestro abuelo como
guardaespaldas y ejecutor. Luigi creció con nosotros y Santino le dio el apodo de
Luigi “el perro” porque usó su rabia más de lo que usó su cerebro. Al día de hoy,
aun le encaja perfecto su apodo.
Soy el único hijo de Leonardo y Fiorella Rozzi. Uno de los herederos de la
fortuna de la familia Rozzi. La cuestión es que no quiero tener nada que ver con
el negocio familiar o la fortuna familiar. A diferencia de Santino y el resto de mis
primos de mierda, prefiero hacer mi propio camino en el mundo, no porque no
quiera el dinero, sino porque no quiero pasar el resto de mi vida en la cárcel.
La familia Rozzi está involucrada en muchos negocios, algunos legítimos, la
mayoría no. Sabía desde el principio que mi familia ganaba dinero y, aunque no
me involucré en nada de eso, sin duda disfruté del botín.
El dinero de la familia me llevó a través de Madrid, luego a través de Sidney
Business School, donde obtuve mi maestría en finanzas y me gradué con
honores. Comencé mi empresa, Inversors Capital, con dinero familiar y mis
primeros clientes fueron mi madre y mi padre, luego mis tíos y
primos. Administro sus carteras de inversión y cuentas de jubilación. Yo hago mi
dinero con su dinero.
Lo sé. Soy un jodido hipócrita, pero sigo diciéndome a mí mismo que una
vez que mi empresa esté firmemente establecida con clientes que no sean
familiares, entregaré la administración del dinero de mi familia a otra
persona. Hasta entonces, haré el mejor trabajo que pueda y pretenderé que no sé
de dónde proviene el dinero. Y ahí radica el problema porque no puedo ignorar
el hecho de que gran parte de la riqueza de mi familia proviene del dolor y el
sufrimiento de los demás.
La fortuna de Rozzi se basó en las drogas, la prostitución, la estafa, los
juegos de azar, el crimen organizado, el lavado de dinero, la extorsión y otros
actos más violentos en los que trato de no pensar. Como la mayoría de los
imperios criminales, está construido sobre un castillo de naipes que podría
derrumbarse en cualquier momento. Una buena sacudida de la policía a algún
criminal que trabaje para la familia o una conversación aleatoria recogida en una
escucha telefónica podría llevar a los federales a la puerta de mi abuelo, el dueño
y forjador de este imperio.
Me rehusé a participar en algo criminal. El dinero que manejé para la familia
fue hecho de forma legítima, sin lavado de dinero. Me aseguré de que cada
centavo fuera examinado por mi abogado interno antes de aceptar la
transferencia bancaria. Sentí que le debía a la familia una deuda por haberme
traído hasta aquí, y nutrir sus fortunas, hacer que crecieran, era mi forma
de pagarles.
También me dije a mí mismo que la familia era la razón por la que estaba
sentado en un bar rodeado de hombres borrachos, cachondos y mujeres desnudas
a las dos en punto de la tarde del domingo. Santino era mi primo, mi mejor
amigo, y lo amaba como a un hermano. Me había pedido que saliéramos a tomar
un poco de aire y terminamos aquí, como la mayoría de los domingos. Y como la
mayoría de las racionalizaciones sobre mi familia, esta también era una
mierda. Disfruté de la compañía de Santino, pero también disfruté la atención de
las chicas, incluso si no participé tanto como él.
Soy un hombre americano, con testosterona por las nubes y afición por las
rubias con grandes tetas y ojos azules; especialmente si esos ojos me están
mirando mientras ella tiene mi pene en su boca.
Había tenido mi cuota de bailes y hasta había follado a algunas chicas en la
trastienda, pero siempre me iba a casa solo, a diferencia de Santino, a quien le
gustaba llevar a todas las chicas a su casa. Y como un buen primo, siempre me
invitó a venir.
Habíamos hecho un montón de orgias en nuestros días de juventud. Santino
en la cama era como un paseo de feria, nunca sabias lo que te encontrarías. Le
gustaba tener una chica montada en su pene, una chica montada en su cara, y una
chica montando en cada mano mientras él las masturbaba. Tengo que admitir que
fue bastante impresionante de ver.
La verdad es que jugar a las orgias ya no es lo mismo para mí, siento que ya
paso mi tiempo. Me encantaría conocer a una chica agradable y establecerme,
pero según mi experiencia, las mujeres están más interesadas en lo que puedes
hacer por ellas que en tener una relación seria. Estoy rodeado de strippers,
prostitutas y buscadoras de fortunas que harán lo que sea que les diga en el
dormitorio, pero esperan una propina a cambio de abrir las piernas.
Me encantaría ese anillo, Carlo.
Oh, mira ese descapotable.
Guau, Carlo, ¿no me vería genial con ese abrigo de piel?
Intenté salir con modelos, actrices y chicas ricas malcriadas, pero son aún
peores porque no necesitan tu dinero. Actúan como si tuvieses que agradecerles
el poder estar con ellas. Lo juro, me cogí a esta chica que reconocerías en la
televisión y ella simplemente se acostó en la cama mientras la penetraba. Fue
como meter mi pene en un cadáver. Literalmente me dio escalofríos.
Estaba listo para algo diferente.
Necesitaba una mujer real, una con un cerebro y un cuerpo.
Una con ambiciones y pasiones que compatibilizaran con las mías.
No le haría nada de mal que tuviera grandes tetas y que le gustara por el culo
de vez en cuando.
Como dije, soy un hombre americano lleno de testosterona.
MEGAN

Dejé a mi padre sentado solo en la mesa sintiendo lástima por él mismo y


bajé las escaleras para abrir el bar para la multitud del domingo por la noche. Tal
vez debería haberme levantado y darle un fuerte abrazo y haberle dicho que lo
amaba. O quizás asegurarle que de alguna manera lo resolveríamos juntos y todo
estaría bien, porque eso es lo que hacían las familias, daban ideas y encontraban
una solución sobre todo cuando uno de ellos había hecho algo tan increíblemente
estúpido que podría matarlos a todos. O al menos podría haberle dicho que lo
extrañaría cuando él ya no estuviera. Tal vez debería haber hecho todo eso, pero
no lo hice. No pude. Al menos no todavía. No me puedo sentir mal por él,
simplemente pienso que está obteniendo lo que mereces. Gracias por robar mis
ahorros y arruinar mi vida. Tú eres el peor padre de todos … tú, maldito egoísta.
Abrimos a las cuatro para dar a los feligreses tiempo para hacer su penitencia
matutina con Dios y almorzar con sus familias antes de entrar a beber con sus
amigos y gastar su dinero de comestibles con cerveza y alitas de pollo.
Odiaba el bar. Siempre lo odie y siempre lo haría, siempre y cuando mi vida
estuviera ligada a él. Odiaba que fuera un refugio para hombres como mi padre,
que preferían la compañía de sus compañeros de bebida y de póker a sus esposas
e hijos; hombres que robarían dinero de la alcancía de sus hijos para apostarlo
sin una pisca de arrepentimiento. Odiaba el bar, pero era todo lo que teníamos y
la única forma en que mi padre podía ganarse la vida. Él había trabajado en el
bar desde que era un niño para mi abuelo. Apenas se graduó de la escuela
secundaria comenzó a servir copas y nunca había trabajado en otro lado.
Trabajar en el bar era todo lo que sabía hacer. El bar era parte de su vida, el bar
era él. Su gran problema no era en si el trabajo, si no que él mismo bebía gran
parte del inventario y siempre tenía su mano en la caja, pero a pesar de todo, sin
el bar probablemente hubiéramos estado sin hogar hace mucho tiempo.
No abrimos la cocina los domingos porque el cocinero, un anciano negro
llamado Jack B. que había trabajado allí mientras desde que mi padre era un
niño, había pedido el domingo para descansar, su único día de la semana.
Nuestra clientela era leal, teníamos que abrir y no podíamos fallar; la
mayoría de los hombres del vecindario y algunas mujeres de más edad no te
fallan en su visita al bar por un par de cervezas. Eran los bebedores
empedernidos los que habían mantenido el lugar funcionando durante todos
estos años.
John’s era un bar de vecindario, un agujero de mierda, no uno de esos
elegantes barrios altos donde las bebidas se mezclan con recetas y fórmulas
secretas y cuestan veinte dólares la copa. No mezclamos bebidas lujosas aquí. Si
querías algo más que una jarra de cerveza y licor, no tenías suerte. Y pedir algo
suave o con frutas te haría ver como el afeminado del local.
Había estado detrás de la barra tirando de grifos de cerveza durante varias
horas cuando finalmente mi padre bajó las escaleras. Apareció en la puerta de la
cocina, con las manos en los bolsillos y los hombros caídos, como si el fin del
mundo se estuviera acercando a él. Eché un vistazo al reloj de neón sobre la
barra. Eran casi las ocho. Pensé que había estado arriba bebiendo toda la tarde,
pero cuando se unió a mí detrás de la barra, tenía los ojos claros y no se
tropezaba con la lengua.
—Yo me encargaré de esto —dijo en voz baja.
—¿Por qué no te tomas un descanso?
No dije una palabra. Solo levanté las manos y pasé rápidamente para salir de
detrás del mostrador. Recogí una bandeja redonda y comencé a caminar por la
barra recogiendo los envases vacíos de las mesas. Varias personas me saludaron
y yo les devolví el saludo, pero mi mente estaba a un millón de kilómetros de
distancia. Deseé que mi cuerpo pudiera unirse a él.
—Oye, Meg, ¿no me saludaras?
Me gire para ver a mi mejor amiga Lia acercarse a mí con los brazos
extendidos y una gran sonrisa en su rostro. Saludó a mi padre, quien asintió con
la cabeza, luego me dio un abrazo y se deslizó en la barra.
—Voy a tomar una Coca-Cola, camarera —dijo en broma.
—Y sírvete uno para ti. Yo pago
Dios la bendiga. Lia siempre fue muy feliz y optimista, a pesar de que su
vida hogareña no era mejor que la mía y trabajaba como camarera en topless en
un club de striptease en el centro, donde los hombres la acariciaban y tocaban
como un melón de una tienda.
Ella me contó horribles historias en las que casi fue violada en el baño del
club y de tener que alejar a los hombres con una bandeja de bebidas. Por otra
parte, se jactó del dinero que hizo trabajando allí.
Ella también era la “camarera favorita” de uno de los propietarios. Me contó
que la llenó de regalos y billetes de cien dólares. No podía hacer lo que Lia hizo,
pero tenía su propio hogar, su propio automóvil y su propio dinero, y no
dependía de nadie más que de ella, así que quizás las compensaciones no eran
tan malas.
La alegría permanente de Lia era contagiosa y estaba tan feliz de verla que
casi lloré. Ella siempre tenía una sonrisa en su rostro y un brillo en sus ojos. Ella
dijo que la vida es lo que tú haces de ella. Puede ser genial o puede ser una
mierda. Todo depende de ti. Me hubiera encantado creer esa mierda,
especialmente hoy, pero mi vida no era como yo quería. Tal vez porque no era
realmente mi vida. Al menos no todavía.
Llevé la bandeja con los vasos vacíos al fregadero y volví con dos vasos de
hielo llenos de Coca-Cola diluida. Puse las Cocas sobre la mesa y me deslicé en
la barra frente a ella. Tomó una pajita de la mesa, arrancó el papel y lo metió en
su vaso, luego se llevó la pajita a los labios, que estaban pintados de un rojo
intenso.
Tomé un sorbo de mi Coca y la miré. Trabajó el turno de la tarde en Enzo’s y
obviamente acababa de llegar del trabajo. Llevaba unos pantalones vaqueros tan
apretados que parecían pintados y una camisa de gitana que caía de un hombro,
sin mencionar que no llevaba sujetador debajo. Sus pezones gruesos asomaban a
través de la tela de la camisa, aunque ella no parecía notarlo tanto como todos
los demás en el bar.
Cuando Lia entró en el bar, todas las cabezas se giraron y todas las bocas se
abrieron. Los viejos la codiciaban y las viejas desvergonzadas la odiaban. Lia
amaba la atención, mala y buena, eso no importaba.
Había brillo en la parte superior de su pecho y su lápiz labial de su boca
estaba corrido, como si su boca recientemente hubiera estado ocupada haciendo
algo más que chupar una pajita de Coca. Podía oler el humo y el sexo bajo su
pesado perfume.
—¿Acabas de salir del trabajo? —pregunté, intentando fingir la mejor
sonrisa para ella.
—Si —dijo asintiendo. Ella sacudió la paja alrededor del vidrio, me miro y
dio un profundo suspiro.
—Fue una tarde lenta, así que las propinas fueron una mierda, pero Santino
estaba allí, así que fue divertido.
Puse los ojos en blanco al escuchar su nombre. Santino era uno de los dueños
del club con el que Lia dormía en ocasiones, y al referirme a “dormí” quise decir
que ella lo follo en su auto o en la parte trasera del club o en cualquier otro lugar
donde se le parara el pene. Ella acostumbraba a darle mamadas debajo de la
mesa del club mientras estaba lleno de gente.
Ella me contó sobre todo tipo de cosas que hicieron y que yo nunca tendría
las agallas para hacer. Por supuesto, algo de eso me humedeció las bragas e hizo
que mi clítoris hormigueara, pero en la escala de sexo, Lia y yo estábamos a
kilómetros de distancia. Yo aún estaba sentada en la zona cero y ella continuaba
empujando la balanza más y más en el otro sentido.
Nunca había conocido a Santino, pero sonaba como un completo idiota que
la trataba como una mierda. Ella dijo que tenía un gran pene y amaba el sexo
duro. Ella lo llamó “El Taladro” por la forma en que “le clavó su pene
monstruoso”. Son sus palabras, no las mías. Hubo momentos en que ella había
entrado caminando con las piernas arqueadas, como si hubiera sido golpeada en
la vagina con un bate, pero se reía y decía que Santino fue demasiado duro, lo
que sea que eso significara.
El verdadero atractivo para Lia era que Santino tenía los bolsillos llenos y no
le importaba compartir la riqueza. Lia a menudo volvía a casa con los bolsillos
llenos de billetes de cien dólares, ropa y joyas nuevas que él le había
comprado. En mi mente, ella se prostituía. Ella solo sonreía y decía que una niña
tenía que hacer lo que fuese necesario para pagar las cuentas. Después del día
que tuve, me pregunté si pronto tendría el mismo estado de ánimo.
—¿Qué te está molestando, Meg? —preguntó, frunciéndome el ceño con la
pajita entre los labios. Ella me llamaba Meg desde quinto grado. Ella era la única
autorizada a hacerlo.
Parpadeé hacia ella.
—¿Qué? Nada, todo bien. Cuéntame sobre tu día.
—Oh, día de mierda —dijo dejando la bebida a un lado y limpiándose los
labios con una servilleta, manchándola de rojo sangre. Ella extendió su mano
sobre la mesa para ponerla sobre mi brazo.
—Bien, estúpida niñita de casa. Soy Lia y sabes que puedo leerte como un
libro. ¿Qué pasa?
Eché un vistazo hacia la barra. Mi padre no miraba hacia nosotros. Estaba
alineando vasos y sirviendo cerveza para los clientes habituales en el bar. Su
expresión era en blanco, sin emociones. Como yo, solo estaba haciendo los
movimientos. Lo vi mirar hacia la puerta varias veces. Me preguntaba si la gente
a la que le debía el dinero entraría al bar para cobrar. Podrían venir a intimidarlo,
pero dudaba que le hicieran algo en un lugar lleno de gente. Las ratas y las
cucarachas evitan la luz. Cuando lo vinieran a recoger de seguro sería en un
callejón donde no hubiera testigos.
Llámame sin sentimientos, pero no pude evitar preguntarme si ese sería el
final. Una vez que él muriera, ¿esperarían que yo cubriera su deuda? Las
personas así no solo dejan pasar noventa mil dólares como una pérdida
comercial. Obtendrían su dinero de una manera u otra. Y yo era una chica de
veintiún años. Tal vez había visto demasiadas películas de acción, pero sabía que
tenía los recursos necesarios para personas con dinero y gustos asquerosos. La
idea me hizo estremecer.
—Meg, ¿qué mierda está pasando? —preguntó ella, sacudiendo mi brazo,
poniendo mis ojos en los de ella.
—Te ves como si hubieras visto un maldito fantasma, cariño. ¿Qué está
pasando?
—Van a matarlo, Lia —dije en voz baja mientras mis ojos regresaban a mi
padre, que me estaba mirando a pesar de que sabía que no podía oírme hablar.
Lia me apretó el brazo.
—¿Quién va a matar a quién? Megan, ¿quién va a matar a quién? ¿De qué
diablos estás hablando?
—Van a matar a mi padre —susurré.
—Y no hay nada que pueda hacer para detenerlos.
~~~
Lia me agarró la mano mientras me seguía por la cocina y subía las escaleras
hasta el apartamento. Nos sentamos en la mesa de la cocina donde mi mundo se
había derrumbado unas horas antes y le conté toda la historia. Ella tomó mi
mano y escuchó en silencio.
—¿Jesús, Meg, te quito el dinero de la universidad? —Lia levantó sus manos
con los dedos torcidos como si estuviera asfixiando a mi padre.
—¡Ese viejo! Ese viejo de mierda. ¿Qué demonios vas a hacer?
—No sé qué hacer —le dije mientras limpiaba las lágrimas de mis ojos con
mis nudillos.
—No estoy preocupada por el dinero en este momento, quiero decir, estoy
enojada, pero ¿y si cumplen sus amenazas? ¿Qué pasa si matan a mi padre?
Lia resopló hacia mí.
—¿Estás preocupado por ese idiota? Él se metió en este lío, Meg. No es tu
responsabilidad. Lo que tienes que hacer es salir corriendo de aquí y dejar que
lidie con su mierda. Prepara un bolso, puedes quedarte conmigo.
—Sigue siendo mi padre —le dije pensativamente, como si en ese momento
llegase a darme cuenta de que no importaba lo que hubiera hecho a lo largo de
mi vida, él todavía era mi padre y yo todavía lo amaba bajo una forma
totalmente retorcida, pero lo amaba.
Lia se recostó con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Bien, bien, lo que sea. ¿Sabes a quién le debe dinero? —negué con la
cabeza.
—No, él no lo diría. Dijo que no importaba.
—¿Y cuánto es lo que debe?
—Noventa mil dólares —dije.
—No sé qué hacer. Este lugar está hipotecado a mas no poder. Ha perdido
mis ahorros. No tenemos nada que vender ni a nadie a quien podamos pedirle
prestado. Estamos jodidos, Lia. No sé cómo salir de esto.
—Puede haber una manera —dijo Lia en voz baja. La miré. Tenía una
mirada cautelosa en su rostro, como si supiera el camino a seguir, pero también
sabía que estaría plagado de peligros.
—¿Cómo? —le pregunté.
Apoyó los codos sobre la mesa y me tomó de las manos. Puse mis manos en
las suyas y sus dedos se cerraron alrededor.
—Voy a hacerte una pregunta que podrías pensar que es totalmente
irrelevante, pero cuando escuches por qué la estoy preguntando, lo entenderás.
Parpadeé hacia ella.
—Bueno…
Ella me miró y arqueó las cejas.
—Megan, ¿sigues siendo virgen?
CARLO
—Oye, Carlo. ¿Qué demonios te pasa, hombre?
Eché un vistazo a Santino y de inmediato lo sentí. Estaba echado hacia atrás
con los brazos extendidos sobre la parte posterior de la cabina con una sonrisa
tonta en su rostro. Miré hacia abajo. La bailarina con la abertura entre sus dientes
delanteros estaba debajo de la mesa chupando su pene. Cristo, parecía que estaba
chupando una espesa salchicha italiana. Luigi “el perro” estaba sentado de lado
en la cabina, su enorme cuerpo protegía de la vista lo que parecía una mamada
bastante decente.
—Mierda, hombre, ¿tienes que hacer eso aquí? —pregunté, haciendo una
mueca y alejándome.
—Haz esa mierda en el cuarto trasero. ¿Qué pasa si tu papá entra?
Él solo me sonrió.
—Me daría felicitaría y encontraría a una perra para chuparle el pene
también —dijo y me dio un puñetazo en el brazo.
—He estado hablando contigo durante diez minutos y no has escuchado ni
una puta palabra de lo que dije. Qué tienes en mente.
Hice un gesto hacia la cabeza de la niña moviéndose arriba y abajo en su
pene.
—¿En serio, vamos a tener una conversación mientras te lo chupan?
—Mierda, hombre, espera … —Puso sus manos en la parte superior de la
cabeza de la chica y empujó su boca sobre su pene hasta que se amordazó.
—Está bien … eso es … allí mismo … sí … sí … mierda que bien se siente

Aparté la mirada mientras gemía y le lancé su billetera al pecho. Pude oírlo
gemir y ella chasqueando los labios. La escuché preguntar si también quería un
poco de sexo oral. Levanté la mano indicando que no y Santino le dijo que se
fuera.
—Deberías haber aceptado una mamada, hermano —dijo con una sonrisa
satisfecha.
—Esta perra no tiene mucho para mirar ni lucir, pero maldita sea, sí que sabe
chupar un pene como una verdadera maestra. Le doy cinco por apariencia y diez
por rendimiento.
Tomó su bebida y suspiró. Había cambiado a whisky hace un par de horas.
Había perdido la cuenta de cuánto había bebido, pero todavía parecía tener el
control. Miré mi reloj. Eran pasadas las siete. Sabía que estaría consumiendo
cocaína en compañía de Luigi pronto. Ese sería el momento en el que me
retiraría. Santino podría convertirse en un completo imbécil una vez comenzará a
drogarse. Además, mañana era lunes y tenía que estar en la oficina a las nueve.
Santino se quedaba despierto toda la noche porque no había lugar en el que
tuviera que estar en un momento determinado, no tenía ninguna responsabilidad.
Santino Rozzi llevaba un Rolex de veinte mil dólares solo para mostrarlo, no
para controlar la hora.
Pude sentir que me estaba mirando.
—Vamos, hombre, soy yo, tu primo. Dime qué te molesta —levantó la mano
con tres dedos extendidos como un niño Scout que prestaba juramento.
Tomé una respiración profunda y lo empujé lentamente. Extendí mi mano
para hacer un gesto en la habitación, que ahora estaba llena hasta las agallas y
zumbando como una colmena con mujeres desnudas y hombres calientes y
borrachos.
—¿Por qué estoy aquí?
Él frunció el ceño como si estuviera hablando en francés.
—¿Qué?
—¿Por qué estoy aquí? —pregunté
—Quiero decir, ¿cuál es el punto?
Se giró para mirarme detenidamente, y le dio la espalda a Luigi, que seguía
mirando a la multitud como un pitbull en busca de algo para matar. Santino dijo:
—El punto es vaginas y alcohol gratis, primo. El punto es disfrutar siendo
joven y rico y pasar un buen rato haciendo la puta mierda que quieras. No
entiendo, solías amar esta mierda.
Me encogí de hombros. Él estaba en lo correcto. Lo disfrutaba mucho, y no
estaba seguro de por qué no lo estaba disfrutando ahora. Saqué todo el aire de
mis pulmones y sacudí la cabeza.
—No lo sé, Santino. Quizás estoy algo viejo para estas cosas
Se inclinó hacia mí y gruñó como un lobo jugando con su presa.
—¿Por qué mierda crecerías teniendo todo en la palma de tu mano?

—Tal vez es hora. Dije al momento que observé a la multitud mientras él me


miraba. Golpeó su vaso sobre la mesa, luego me dio un golpe con el dedo en el
pecho.
—Entonces, lo que me estás diciendo es que quieres algo más que
esto. Porque esto ya no te hace feliz.
—Algo así —dije.
—Sé lo que necesitas —dijo golpeando el vaso sobre la mesa con tanta
fuerza que hizo que Luigi mirara por encima de su hombro hacia
nosotros. Santino se colocó a mi lado y puso su brazo alrededor de mis
hombros. Él me acercó y me susurró al oído.
—Sé lo que necesitas, primo —dijo mientras sentía su aliento caliente en mi
mejilla.
Me incliné para mirarlo por el rabillo del ojo.
—¿Sí? ¿Qué es lo que necesito?
—Necesitas una vagina virgen, amigo mío —dijo sacudiendo mis hombros.
—Un poco de carne fresca para darle una nueva perspectiva. Y sé cómo
conseguirla.
MEGAN
Como era domingo por la noche, ayudé a cerrar el bar alrededor de las diez y
estaba en la cama a las once. Mi padre y yo no nos dijimos una palabra más,
probablemente porque no había nada más que decir. Subió e hizo lo suyo y yo
hice lo mío. Cuando se dejó caer en el sofá con un paquete cigarrillos y el
control remoto de la TV en su mano, entré en mi habitación y cerré la puerta con
seguro, algo que nunca antes había sentido la necesidad de hacer.
No pensé que alguien iba a irrumpir en mi habitación y dañarme, al menos
no todavía, pero me sentí mejor al saber que la cerradura por lo menos podría
desacelerar a alguien hasta que pudiera llamar al 911. Puse mi teléfono celular en
la mesita a un costado de mi cama y enchufé el cargador del
teléfono. Usualmente tengo la costumbre de apagar el teléfono por la noche al
momento de dejarlo cargando batería, pero hoy no sentía seguridad de
hacerlo. Algunos podrían pensar que estoy exagerando, yo lo llamo estar
preparada.
Me quité toda la ropa, me puse el pijama y me deslicé bajo las sábanas.
Estaba agotada, como si hubiera pasado el día empujando rocas por las colinas
en lugar de servir bebidas a los clientes. El estrés puede hacerte eso, puede
consumir tu vida como el cáncer succionó la vida de mi madre. Solo podía
imaginarla mirando desde el cielo, furiosa con mi padre por lo que me había
hecho; por lo que se había hecho a sí mismo. Ella siempre lo amó a pesar de sus
defectos. Me preguntaba si ella todavía estaría viva si lo apoyara ahora, en este
momento de tragedia. Probablemente sí. Ella siempre fue mucho más tolerante
con él de lo que su hija sería alguna vez.
Lloré por un momento, sintiendo tristeza por mí misma, y una mezcla de
odio y miedo por mi padre. Una vez que no tuve más lágrimas que derramar, di
vueltas durante un par de horas, incapaz de detener mi cerebro para poder
dormir. Cuando comencé a dormitar, la conversación que tuve con Lia comenzó
a reproducirse en mi mente.
Su pregunta me sorprendió al principio. ¿Todavía era virgen? Realmente, en
un momento como este, ¿me vas a cuestionar de porque no tengo sexo con todos
los tipos que me miran, tal y como tú?
Eso es lo que quería decirle, pero no lo hice porque no quería volver a hablar
con ella sobre mi virginidad. Ella sabía que todavía era virgen. Habíamos tenido
esta conversación docena de veces antes. Siempre era lo mismo.
—¿Podrías tener sexo de una jodida vez? —Decía ella. Entonces el
espectáculo comenzaría.
—¡Te sorprenderá lo mucho mejor que te sientes una vez que te sacan la
cereza! Quizás te afloje un poco ese culo apretado que tienes. Te lo prometo,
Meg, ¡se sentirá tan bien que lo querrás hacer una y otra vez! Y puedo enseñarte
a chupar un pene tan bien y de una forma tan excitante que literalmente
convertirá a cualquier chico en tu esclavo. Los hombres piensan con sus penes.
Harás que un hombre se corra hasta que su cabeza explote y luego te seguirá
como un cachorro. ¡Revienta esa cereza, perra! ¡Abre esas piernas y saca el
letrero de “abierto para negocios!”
Lia era una prostituta y estaba lejos de ser poeta, pero probablemente tenía
razón. Tenía tanta tensión sexual acumulada en mi cuerpo que a veces pensé que
podría explotar. No me malinterpreten, no soy prudente, ni me he estado
guardando para el matrimonio en base a motivos religiosos o morales. Era virgen
por dos razones: la falta de oportunidades y la falta de un hombre al que quisiera
para intimar. Simplemente eso. Hubo muchos chicos que gustosamente me
habrían quitado la virginidad a lo largo de los años, pero nunca había conocido a
un tipo que realmente me gustara y despertara mi apetito sexual, y no iba a dejar
que cualquier hombre gozará de mi virginidad. Y no se trataba de amor o de
ninguna de esas mierdas. Se trata de deseo y pasión. Cuando entregue mi
virginidad será porque quiero al hombre tanto que no podría contenerme, no
porque Lia me dijera que me haría sentir mejor.
No era la pregunta de Lia sobre mi virginidad lo que me mantenía
despierta. Fue lo que ella me dijo después lo me tenía tan inquieta, la razón
detrás de la pregunta.
—Hay subastas —dijo mirando alrededor de la barra para asegurarse de que
nadie estuviera escuchando.
—Lo hacen pocas veces al año, en esta gran fiesta fuera de la ciudad. Los
tipos ricos apuestan por la virginidad de la chica. Cien mil dólares es la oferta
inicial. A veces va a cientos de miles. El hombre que ofrece el precio más alto se
lleva a la chica durante todo el fin de semana y ella tiene que hacer todo lo que
dice, sexualmente hablando, dentro de lo razonable, por supuesto. La violencia
no está permitida, pero hay algo de BDSM ligero.
—BDSM? ¿Qué es eso? —pregunté, sintiéndome algo idiota, como si
hubiera estado viviendo debajo de una roca toda mi vida.
—Esclavitud, disciplina, sadomasoquismo… fantasías eróticas —explicó con
indiferencia, como si estuviéramos hablando de lo más normal del mundo.
—Está comprando el derecho de disfrutar de tu virginidad. Y está pagando
mucho dinero por la oportunidad. Si tipo quiere atarla y amordazarla, está
permitido, pero nada que pueda causar lesiones graves o dejar marcas
permanentes.
Parpadeé por un momento, preguntándome cómo podría estar bromeando en
un momento como este. Su expresión me dijo que no era una broma.
—No hablas en serio —dije.
—¿Las chicas realmente subastan su virginidad?
Ella me dio un asentimiento lento.
—Estoy hablando en serio —dijo.
—Y la chica recibe la mitad del dinero. Santino me dijo que algunas chicas
pueden ganar hasta trescientos o cuatrocientos mil dólares o incluso más.
—¿Santino? —Resoplé y rodé los ojos.
—Tu buen amigo, Santino, dueño del club.
—Si, ese Santino… su padre es dueño del club. Me ha dicho varias veces
que si conozco a alguna chica virgen y caliente que se lo haga saber. Estas
subastas las han estado haciendo durante años. Por lo general, tienen una docena
o más de vírgenes y un par de docenas de hombres que les hacen una oferta. Hay
un pequeño encuentro y saludo antes de la subasta para que los hombres puedan
hablar con las chicas y conocerlas un poco, luego ocurre la subasta y comienza
la puja.
—Oh, Dios mío, esto es como algo salido de una película —le dije, poniendo
mis dedos en mis labios.
—Esto no puede ser real.
—Oh, lo es —dijo sacudiendo la cabeza.
—De todos modos, después de que se acabe la puja, el ganador paga y la
chica es suya durante el fin de semana. La única regla es que tienen que
permanecer en la mansión del Club, en una habitación privada durante el fin de
semana para asegurarse de que las chicas estén a salvo. Aparte de eso, son
dueños de la chica desde el viernes por la noche hasta la medianoche del
domingo. Al final del fin de semana, a las chicas se les paga la mitad de lo que
ella solicitó en la subasta, en efectivo. Si fue cien mil, tiene cincuenta. Si fue
cuatrocientos de los grandes, ella consigue doscientos. Y así. No es un mal
sueldo para un fin de semana de sexo con un tipo rico, incluso si es viejo y
gordo. Ojalá pudiera volver atrás y cerrar mi agujero para poder cobrar, pero
esos días ya han pasado y no volverán.
—¿Y crees que puedes incluirme en esta subasta? —pregunté, apenas
creyendo que siquiera consideraría algo así, a pesar de que la idea me estaba
haciendo cosquillas por todas partes.
—Quiero decir, ¿es realmente seguro?
—Santino garantiza que es completamente seguro —dijo. Ella extendió la
mano sobre la mesa y me apretó la mano.
—Meg, ¿es esto algo que realmente considerarías hacer? Quiero decir,
¿subastar tu virginidad para salvar a tu padre?
Lo pensé por un momento, luego comencé a asentir lentamente.
—Sí. Para salvarlo a él y a mí misma. Habla con Santino. Averigua lo que
necesito hacer. Estoy dentro de esto.
~~~
Abrí los ojos y me encontré sobre un escenario. No es un escenario,
en realidad, es más parecido a una caja o un podio que me levantó del piso por
varios metros. Tuve que extender los brazos para mantener el equilibrio. La
habitación estaba oscura a excepción de un foco que iluminaba sobre mi cabeza.
Levanté la vista y protegí mis ojos con mis manos para mirar en la oscuridad.
Miré hacia abajo. Estaba desnuda a excepción de un par de tacones de aguja. Mis
tetas estaban desnudas y mis pezones grandes como dedales regordetes a punto
de estallar. Mi vagina estaba bien depilada, aunque no recordaba haberla
depilado. Me genial en la habitación. Sentí pequeños escalofríos subiendo y
bajando por todo mi cuerpo.
De repente, de la nada, me rodearon hombres por todos lados hasta donde
pude ver, demasiados para contar. Eran de diferentes formas y tamaños, edades y
colores, todos desnudos, todos muy bien dotados, sus penes largos, duros y
venosos en sus manos. Mientras acariciaban sus penes con una mano,
comenzaron a tocarme con la otra. Traté de apartar sus manos, pero mis muñecas
que estaban libres hace un momento, ahora estaban estiradas y muy por encima
de mi cabeza. Sentí que mis piernas se extendían. Cuando miré hacia abajo, mis
pies estaban separados del ancho de mis hombros y mis tobillos estaban
encadenados al podio. Básicamente estaba parada, pero al mismo tiempo
extendida como águila volando en plenitud.
Traté de gritar, pero descubrí que no podía porque había algo en mi boca. Mi
lengua presionó contra la dura mordaza de goma que estaba atrapada entre mis
labios y atada alrededor de mi cabeza. Estaba completamente indefensa para
gritar cuando los hombres se acercaron. Mis ojos se agrandaron cuando los
hombres y sus grandes penes se pusieron a mi alrededor.
Las manos, los dedos, los labios y las lenguas sondeaban cada centímetro de
mi cuerpo. Me apretaron los pechos y lamieron mis pezones hasta que gemí por
el dolor y el placer que traía. Las manos me apretaban las nalgas, masajeándolas
bruscamente, amasándolas como la masa. Sentí los dedos deslizándose entre las
nalgas, sondeando mi ano ligeramente al principio, luego más profundo, hasta
que el dolor lleno mis ojos de lágrimas y finalmente un suspiro de placer en mis
labios.
Los dedos convergieron en mi vagina, extendieron mis labios y giraron en mi
interior. Sentí cálidos jugos brotando de mi interior. Algo caliente y húmedo, tal
vez una lengua, jugueteó con mi clítoris, girándolo de un lado a otro y
lamiéndolo arriba y abajo. Mi cuerpo comenzó a calentarse, como si un fuego
hubiera estado oculto dentro de mi vientre y ahora estaba ardiendo, el sudor
goteaba por cada poro de mi piel.
La mordaza que bloqueó mis gritos desapareció cuando los dedos se
metieron en mi boca, forzando su camino más allá de mis labios y mi lengua.
Chupé los dedos y gemí. Los dedos, sin darme cuenta, crecieron en grosor hasta
que supe que lo que tenía en mi boca era un pene. Mis labios succionaron el
grueso falo mientras se deslizaba dentro y fuera de mi boca. Mi boca sabia a sal
y sudor. Sentí los jugos calientes fluir en mi lengua. La cabeza bulbosa me
empujaba contra la parte posterior de la garganta, pero no vomité. De alguna
manera relajé mi garganta y tomé todo el pene, ungiéndolo con mi lengua
mientras se deslizaba lentamente dentro y fuera de mi boca.
Los dedos se deslizaron alrededor de mis labios vaginales desde la parte
delantera hacia atrás, lubricándose antes de deslizarse dentro de mí, dejándome
sin aire en mis pulmones. Un dedo se deslizó dentro de mí, luego dos, luego tres,
luego toda la mano hasta la muñeca. La mano comenzó a deslizarse dentro y
fuera a un ritmo sincronizado con el movimiento de pene que estaba en mi boca.
Gemí cuando mi cuerpo comenzó a temblar después de orgasmo tras orgasmo.
Quería chupar el pene en mi boca, tomarlo con la mano y llevarlo cada vez más
profundo. Toda esta experiencia me dejó sin aliento y me hizo gritar de placer y
al mismo tiempo de dolor.
La mano en mi vagina, sin darme cuenta se convirtió en un gran pene. El falo
que estaba en mi boca se convirtió en una lengua caliente y húmeda. Cuando
abrí los ojos, descubrí que tanto el pene como la lengua pertenecían a un hombre
hermoso, alto, moreno, musculoso, aunque las facciones de su cara eran
borrosas. Mis muñecas y tobillos fueron repentinamente libres. Envolví mis
brazos alrededor de su cuello y él deslizó sus manos debajo de mi culo para
recogerme. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y sentí su pene penetrar
más profundamente mientras él me acercaba a él. Mientras su lengua se batía en
duelo con la mía y su grueso pene estiró mi vagina hasta el punto de abrirse,
comencé a correrme. Apreté mi agarre alrededor de su cuello y chupé su lengua
mientras oleada tras oleada de mis jugos lo cubrían. Lo escuché susurrar mi
nombre y sabía que él me estaba llenando con su semen.
Estaba desnuda y mi cuerpo cubierto de una de sudor caliente. Mi pijama
estaba en el piso. El consolador de silicona de doce pulgadas que escondí debajo
del colchón, un regalo navideño de Lia, estaba enterrado profundamente dentro
de mi vagina. El consolador, mi mano sosteniéndolo, y gran parte de la cama
justo debajo de mi culo estaba empapada de mis jugos. El olor de mi sexo
llenaba el aire como una brisa del mar salado.
Suspiré cuando el consolador se deslizó de mi vagina y mis paredes
interiores se contrajeron para empujarlo. Me masajeé los pechos y los pezones
por un momento. Estaban adoloridos y me di cuenta de que debí haberlos
apretado en mi sueño. Después de un momento logré recuperar el aliento, recogí
los pantalones del pijama y limpié mi vagina empapada, luego limpié el
consolador con los pantalones del pijama y lo coloqué debajo del colchón. Dejé
la parte superior del pijama en el suelo. Mi cuerpo estaba ardiendo, demasiado
caliente para ponerme algo de ropa o las cobijas.
Cerré los ojos y rápidamente me dormí nuevamente. No hubo sueños esta
vez. Dormí pacíficamente y me desperté completamente renovada porque sabía
que podría haber una forma de salvar a mi padre y liberarme también de una
potencial amenaza.
CARLO
La Subasta de la Joven Virgen, como se la llamaba, fue iniciada por el padre
de Santino, mi tío Enzo Rozzi, a mediados de los años setenta, cuando él y mi
papá tenían la edad que Santino y yo teníamos ahora.
El tío Enzo era un visionario y emprendedor de la más alta magnitud. Sabía
que había dinero en el alcohol, las drogas y en la vagina porque la familia había
ganado cientos de millones explotándolos durante décadas, casi desde el día en
que mi abuelo Luigi comenzó el negocio en su adolescencia.
Enzo también sabía que mientras más puro sea el producto, más podría
cobrar la familia. Cuando un colega una vez le preguntó en broma por qué no
podía comprar una vagina virgen, se encendió una bombilla en la cabeza de
Enzo y comenzó la subasta de la Joven Virgen, primero en un almacén del centro
con un puñado de chicas y algunos de sus amigos como postores.
Ahora se llevaba a cabo en una propiedad privada que la familia poseía en
las afueras de la ciudad, con docenas de chicas a la vez y muchos postores con
bolsillos y penes voluptuosos, muchos de hechos potenciados con pastillas
azules.
Se rumoreaba que el tío Enzo había hecho negocios con el famoso mafioso
Bendetti por la virginidad de una hermosa joven rusa llamada Vianka Petra, que
terminó siendo su segunda esposa y la madre de Santino. Mi abuela Jasmine
nunca supo que su hijo mayor compró a su novia en una subasta, aunque ella no
le habría prestado mucha atención.
La finca donde se realizó la subasta estaba a una hora de la ciudad y la
subasta comenzaría precisamente a la medianoche del viernes. Santino me
recogió en mi departamento a las siete e inmediatamente me entregó un vaso
lleno de whisky para que me relajara y pusiera a tono durante el viaje. Nos
sentamos en la parte de atrás del auto mientras Luigi “el perro” iba en el frente
con el conductor. Me alegré de que el puto grandulón no estuviera sentado con
nosotros en la parte posterior. No tenía ganas de pelear con él.
—Entonces, ¿cómo funciona esto exactamente? —le pregunté, recostándome
en el lujoso asiento de cuero con con el vaso de whisky añejo apoyado en mi
rodilla. Mantuve mi mano apretada alrededor del vaso para mantenerlo estable.
No voy a mentir, estaba un poco nervioso. Nunca antes había estado en una
subasta para pujar por una vagina virgen. No estaba seguro de si iba a pujar
porque el concepto de pujar por la carne humana me resultaba bastante
desagradable. Aun así, no pude evitar quedar intrigado por todo el proceso y la
posibilidad de que no terminara la noche solo.
—Funciona como una subasta normal —dijo Santino encogiéndose de
hombros mientras tomaba su bebida con una mirada aburrida en su rostro.
—Hay un salón previo donde puedes conocer a las chicas y ver la
mercancía. Las vestimos con pequeñas prendas transparentes para que veas en
qué estás pujando antes de que comience la subasta. No hay contacto, solo ojos y
conversación.
—¿Y cómo saben los postores que las chicas son vírgenes?
—Porque tenemos un médico que las revisa y emite un certificado de
autenticidad.
Me atoré y bote devolví un poco de whisky por mi nariz. El maldito whisky
estaba bastante fuerte, sentí como quemaba mis fosas nasales. Me pellizqué la
nariz y lo miré boquiabierto.
—No puedes hablar en serio.
Él sonrió.
—Serio como un ataque al corazón. Los muchachos no van a pagar medio
millón de dólares por una vagina virgen sin pruebas.
—Cristo —suspiré con el vaso en mis labios.
—No puedo creer que me hayas convencido de hacer esto.
—Me lo agradecerás el lunes —dijo.
—Espero que hayas traído tu chequera.
Le di una mirada seria.
—¿De verdad crees que voy a pujar por la virginidad de alguna chica al
azar?
—Sí, lo harás primo, te conozco —dijo con una sonrisa. Levantó su vaso
para brindar por mí.
—Solo espera a ver lo que tengo preparado para ti. Nada debajo de un
diez. El mejor dinero que invertirás en vagina, solo para ti.
—¿Lo has hecho? —le pregunté.
—¿Has comprado alguna chica virgen?
—Varias veces —dijo asintiendo con un pedazo de hielo en la boca.
—Y cada vez ha sido una experiencia espiritual, maldita sea. Uno pensaría
que una virgen es tímida y temerosa. ¡Mierda! Una vez que tu pene toca esa
vagina es como una jodida represa estallando y las muy señoritas se convierten
en verdaderas perras, hombre. Me dejaron arañazos y marcas de mordiscos en
todo el cuerpo. Ella te pedirá que se lo metas por el culo, que le enseñes cómo
chuparte el pene y que te comas su vagina hasta que grite. Créeme, te encantará
esta mierda.
—Si tú lo dices —dije con una sonrisa irónica. No tenía idea de si estaba
bromeando o no. Nunca había estado con una virgen, así que no tenía idea de
qué esperar. Conociendo a Santino, podría estar hablando mierda todo el día. No
paraba de pensar en el hecho de comprar una chica, ella de seguro estaría
aterrada de mí y gritaría todo el tiempo. Su virginidad estaba a la venta y no
había ninguna garantía de que ambas partes disfrutáramos el consumar el trato.
Santino me miró con un gesto malicioso en los labios.
—Debo advertirte, sin embargo. Una vagina virgen es altamente
adictiva. Más adictivo que la metanfetamina y crack juntos. Algunos de los
chicos que estarán allí esta noche son clientes habituales y estarán dispuestos a
gastar su último millón para conseguir su virgen vagina. Así que prepárate para
estrujar al máximo tus bolsillos.
El tema se convirtió en fútbol, luego en autos, luego en una docena de otras
cosas que jóvenes y ricos como nosotros hablan sobre cómo gastar el dinero. La
única cosa de la que Santino y yo nunca hablamos era de la empresa familiar. Yo
me mantenía en los márgenes de la empresa familiar mientras él estaba metido
hasta el cuello. Sabía que mi abuelo Luigi y su tío Enzo preparaban a Santino
para que se hiciera cargo de la familia algún día. A mi padre no le gustaba el
hecho de que me estaban pasando por alto, pero yo me sentía tranquilo y era lo
que prefería…mantenerme alejado. Le había dicho a él y a mi abuelo muchas
veces que no tenía ningún interés en cómo se ganaban la vida. Mi abuelo me
regaño constantemente y mi padre me amenazó con desheredarme, pero cuando
se dieron cuenta de que yo no era como ellos y yo iba a hacer lo que quisiera, les
gustara o no, cedieron y me desearon lo mejor.
Además, Santino era el siguiente en la fila detrás de mí y delante de los otros
primos. Santino comió, vivió, respiró y vio crecer el negocio familiar. Él era la
opción lógica para hacerse cargo de la familia cuando su padre dejara el
mando. Solo esperaba que Santino madurara pronto para darse cuenta de que no
tenía que usar la violencia y la intimidación para obtener lo que quería. Aunque,
a veces pensé que disfrutaba la violencia, siempre y cuando tuviera a Luigi “el
perro” y otros matones de la familia haciendo cumplir su voluntad.
~~~
Poco tiempo después atravesamos las enormes puertas de hierro donde dos
hombres grandes con trajes oscuros y fundas colgando de debajo de los brazos
estaban revisando los autos antes de dejarlos pasar. Vieron a Luigi en el asiento
delantero y nos hicieron un gesto para que siguiéramos.
Habían pasado años desde que había estado en la mansión, pero poco había
cambiado. Miré por la ventana los terrenos perfectamente iluminados por la luna
llena y la gran casa solariega que se alzaba iluminada como un árbol de navidad.
La casa tenía más de cien años, construida con piedra caliza tallada y mármol
italiano. No podía recordar cuando vine por última vez, pero sabía que había
veinte dormitorios y al menos veinticinco baños, junto con una cocina gourmet,
un comedor con asientos para varias docenas de comensales, un salón de baile
masivo, un salón de banquetes y varios oficinas, cubículos, rincones y grietas
que Santino y yo solíamos explorar cuando éramos niños. Una vez fue la
propiedad de nuestros abuelos. Ahora ellos vivían con el tío Enzo y la tía Úrsula
y la casa solo se usaba para funciones relacionadas con negocios familiares
privados y la subasta de la Joven Virgen. Desde el exterior, parecía más una
mansión familiar del sur de Francia que la finca de una familia criminal
estadounidense.
El auto nos dejó en la puerta principal. Salí y me paré en el camino de piedra
por un momento ajustando los puños de mi traje Dolce Gabbana y enderezando
el cuello de mi camisa. Santino bajó del automóvil con una bebida en la mano y
me hizo señas para que lo siguiera adentro.
Cruzamos el amplio porche delantero y entramos en un vestíbulo abierto con
suelos de mármol y una gran escalera. Música clásica suave sonaba desde
altavoces ocultos en el cielo. Había un hombre vestido con un uniforme de
mayordomo justo al lado de la puerta. Nos dio a cada uno de nosotros lo que
parecía un folleto colorido e hizo un gesto hacia la gran puerta a la derecha que
conducía al salón de baile.
—¿Qué es esto? —le pregunté, abriendo el folleto para descubrir que
contenía fotos profesionales de las doce chicas que participarían en la subasta
esa noche, así como una breve biografía de cada una.
—¿Un folleto? ¿De Verdad?
—También podemos enviar la información por medio de nuestra aplicación a
su teléfono si lo prefiere —dijo Santino con una sonrisa.
—Vamos, deja esa maldita cosa y vamos a revisar la mercadería.
Metí el folleto en el bolsillo interior de mi chaqueta y lo seguí al salón de
baile. Había varias docenas de hombres dando vueltas por la habitación, todos
vistiendo trajes caros, costos relojes y anillos de boda, dando vueltas para
conocer a cada una de las doce chicas que estarían en la subasta en unas pocas
horas. Mantuve mi posición al otro lado de la puerta y dejé que mis ojos lo
asimilaran todo. Las mujeres eran todas hermosas y estaban prácticamente
desnudas, vestidas únicamente con ropas transparentes y tacones de aguja. La
ropa de las chicas no dejaba absolutamente nada a la imaginación.
Había una gran variedad para elegir: alta, baja, delgada, de figura completa,
rubia, morena, pelirroja, pálida, morena y de piel aceitunada, tetas pequeñas,
tetas grandes, vaginas depiladas, vaginas sin depilar. Estaban paradas en
pequeños cajones que las hacían ver más altas que los hombres, como la carne
colgada en la ventana de la carnicería.
—¿Ya viste por quién subastaras? —preguntó Santino, golpeándome con el
codo. Levantó el vaso y extendió un dedo hacia una chica alta y negra con un
cuerpo tan perfecto que parecía hecho en computadora.
—Maldición, mírala —dijo Santino, chasqueando la lengua.
—Ella es una modelo de fitness, creo. ¿Estás preparado para un poco de
carne oscura?
—Eres un cerdo, Santino —le dije, aunque mis ojos permanecieron en su
oscuro cuerpo, analizando de arriba a abajo sus perfectas tetas con pezones
oscuros y rizos perfectamente posicionados sobre su clítoris. Sus piernas eran
largas y su cuerpo era delgado, no tenía ningún defecto. Ella parecía estar
perfectamente cómoda. Se puso las manos en las caderas, dobló una rodilla y
sonrió al círculo de hombres que la rodeaban. Me costó mucho creer que ella era
virgen. Estaba seguro de que una chica así tenía cientos de hombres peleando
por acostarse con ella.
—¿Qué tal una pelirroja? —preguntó Santino, señalando de nuevo. La
pelirroja era voluptuosa, con grandes tetas que colgaban de su pecho como
melones con aureolas del tamaño de pelotas de béisbol y pezones tan gruesos
como mi pulgar. Ella lucía una gruesa capa de rizos rojos entre sus piernas.
—No me gustan las pelirrojas —dije. Se acercó un camarero llevando una
bandeja de champán y agarré un vaso. Mientras inclinaba el vaso hacia mis
labios, vi a una hermosa rubia al otro lado de la habitación, haciendo su mejor
esfuerzo para actuar sexy a pesar de que estaba claramente incómoda de pie y
desnuda sobre el podio, sin contar que estaba en una habitación llena de
hombres. La miré por un momento. Estaba nerviosa, con una mirada casi de
pánico en sus ojos. Varios hombres la devoraban con los ojos. Hizo lo que pudo
para sonreír, aunque claramente, estaba cohibida. Ella siguió cubriendo sus
pechos perfectos con sus brazos, luego los dejó caer en el momento en que se dio
cuenta de lo que estaba haciendo. Supuse que ella había sido aconsejada sobre
cómo ponerse de pie, sonreír y hablar con los hombres. No podía explicar por
qué, pero sentí la repentina necesidad de ir hacia ella, de protegerla y asegurarle
que el próximo lunes podría dejar todo esto atrás y quizás comprar una pequeña
casa con su parte de los ingresos de la subasta.
—Esa es la amiga de Lia —dijo Santino, inclinándose para golpearme con su
brazo.
—¿Recuerdas a Lia del club?
—Probablemente reconocería la parte superior de su cabeza —le dije sin
quitar mis ojos de la rubia.
—No, no es la chica con la abertura en sus dientes —dijo haciendo una
mueca.
—La camarera, Lia. ¿Cabello oscuro, tetas grandes, le gusta en el culo?
No tenía ni idea de quién diablos estaba hablando, pero asentí de todos
modos, bebí el champán y me quedé mirándola a los ojos, esperando ver si ella
me miraría. Pero no lo hizo. Estaba haciendo todo lo posible para sonreír y
conversar con los hombres que la rodeaban. Nunca había visto a una mujer
hermosa tan incómoda, por supuesto, estaba prácticamente desnuda de pie en un
podio frente a una habitación llena de extraños lujuriosos que pronto estarían
pujando por el derecho de meter su pene, gordo y maloliente en su estrecha
vagina y por supuesto, robar su virginidad.
Me preguntaba si alguna vez había tenido algún encuentro sexual
antes. Santino, mi experto, explicó que ser “virgen certificada” significaba que el
himen de la niña estaba intacto, no que nunca había tenido un pene en sus
manos, boca o culo. Me dijo que no era raro que las chicas en estos días tuvieran
sexo anal y chuparan el pene cada noche de la semana y todavía se llamaran a sí
mismas vírgenes. Solo sacudí mi cabeza. Me acosté con mujeres maduras tan
experimentadas y aventureras como yo. Probablemente no sabría qué hacer con
una virgen, pero una vez más, podría ser divertido averiguarlo.
—Ella es hermosa —dije en voz baja.
Excavé el folleto dentro de mi chaqueta y lo abrí. Encontré su foto y
biografía en la cuarta página. La foto era de un estilo estándar. Ella miraba a la
cámara con una leve inclinación de su cabeza, como si fuera demasiado tímida
para que le tomaran una foto, pero estaba emocionada de que lo estuviera
haciendo.
Su largo cabello rubio estaba cubriendo un hombro desnudo. Sus ojos azules
se estrecharon un poco cuando sonrió. Ella tenía pómulos altos y labios que
estaban perfectamente rosados y completamente besables.
Su expresión era vacilante y seductora, como una caja de Pandora esperando
ser abierta para develar sus secretos, buenos o malos.
Ignoré a Santino por un momento y silenciosamente leí su biografía.
Megan Gibs
21 años de edad, 5‘7, 120 lbs. Rubia natural, ojos azules, tez blanca,
ascendencia croata. Ocupación: Camarera, estudiante universitaria que trabaja
para obtener un título en medicina. Me gusta: películas románticas, paseos por el
parque, novelas románticas. No le gusta: hombres arrogantes, personas
estúpidas, el soccer. Ciudadanía: ciudadano estadounidense, residencia en Nueva
York.
Virgen certificada.
Sonreí ante sus comentarios. Si odiaba a los hombres arrogantes y las
personas estúpidas, ella estaba en el lugar equivocado. Guardé el folleto en mi
chaqueta y la observé mientras terminaba la copa de champaña. Estaba haciendo
un esfuerzo por ser cordial, pero se notaba que era difícil para ella.
Probablemente le habían dicho que cuanto más amigable era con los hombres,
más altas serían las ofertas en el momento de la acción. Las otras chicas se reían
y bromeaban y tomaban poses seductoras. Una de ellas, una pequeña morena de
tetas enormes y un grueso acento extranjero, estaba extendiendo sus muslos y
sujetando su pubis con las yemas de los dedos para darles a los clientes una
mirada más cercana a la vagina en la que estarían pujando.
Megan Gibs, por otro lado, estaba parada con las piernas juntas y las manos
cerradas en puños a los costados. Era fácil decir que ella preferiría haber estado
en cualquier lugar menos en donde estaba en ese preciso momento.
—Ella es un poco apretada, pero una maldita jovencita —dijo Santino con
una sonrisa, obviamente complacido por mi interés en lo que él llamó “la
mercancía”.
—Probablemente tenga una vagina tan apretada que probablemente te
estrangulará el pene.
—Eres tan romántico, Santino —le dije, y le quita la mirada.
—Mierda, chico romántico. —Me golpeó con su codo de nuevo y gruñó en
mi oído.
—Ve y habla con ella.
—Lo haré —dije, devolviendo el golpe.
—Dame un minuto —Fue un poco ridículo, dude en acercarme a ella. Había
estado con más mujeres de las que podía contar y nunca antes había tenido
problemas para acercarme a una mujer. Pero mientras veía a Megan Gibs
cubriéndose nerviosamente su vagina rubia con sus manos cruzadas y forzando
una sonrisa para los hombres que la rodeaban, me sentí como un estudiante de
secundaria nerd reuniendo el coraje para pedirle a la chica más hermosa de la
escuela que bailara conmigo.
Vino un camarero y cogí dos copas de champán de la bandeja. Mirando
pensativamente a Santino, respiré hondo y dije:
—Deséame suerte.
—La suerte no tiene nada que ver con esto, hijo de puta —grito desde atrás.
—¡Esto se trata de dinero!
MEGAN

¿En qué me había metido?


¿Y cómo mierda iba a salir de esto?
Esos fueron los únicos pensamientos que siguieron corriendo por mi mente
mientras estaba de pie en el pequeño podio prácticamente desnuda frente a una
habitación llena de hombres que me miraban como … como … ¡bueno, no sé
qué!
Decir que me sentía como un pedazo de carne colgando en una ventana de la
carnicería habría sido una subestimación. Me sentía totalmente expuesta,
completamente vulnerable, completamente indefensa, y tristemente sola
mientras me puse de pie vistiendo nada más que un camisón transparente y un
par de tacones de aguja de cuatro pulgadas con los que apenas podía caminar.
Honestamente, estaba horrorizada y un poco excitada al mismo tiempo. No
me había notado que se parecía mucho al sueño que había tenido, solo que los
hombres que me miraban boquiabiertos ahora llevaban trajes caros con bebidas
exóticas en las manos en lugar de penes enormes. Era casi cómico la forma en
que trataban de hacer una pequeña charla como si estuviéramos en un cóctel
discutiendo sobre el clima o los eventos actuales, todo mientras miraban mis
tetas y vagina, y me miraban con lujuria que me daban ganas de vomitar.
—Así que, dulces mejillas —dijo un hombre bajo y gordo, con cabello gris y
cejas espesas, dándome una sonrisa que hizo que mi piel se arrastrara.
—¿Qué vas a hacer con el dinero que ganes esta noche? —Se inclinó y bajó
la voz.
—Y no me cuentes ese viejo chiste sobre que tu madre muere de cáncer o
estás a punto de perder el hogar familiar. ¿Qué vas a hacer con eso? ¿Compra
compulsiva? ¿Carro nuevo? ¿Viaje a Europa?
—Mi madre murió de cáncer, maldito imbécil —le dije, mirándolo desde mi
posición más alta. Pensé que podría estar tratando de hacer una broma, pero no
encontré nada gracioso al respecto. Mis fosas nasales se encendieron como un
toro loco y le gruñí.
—Y nunca he tenido un hogar familiar, así que vete a la mierda.
Sus cejas se juntaron mientras su frente se fruncía y sus mejillas se
sonrojaban de un rojo brillante. Él entrecerró sus ojos en dirección a mí.
—Pequeña puta. Podría comprarte solo para enseñarte algunos modales.
Estaba a punto de decirle que se fuera a la mierda de nuevo, y entonces noté
que la mujer mayor que estaba a cargo de la subasta me miraba. Su nombre era
Brenda y algo, la verdad no recuerdo su apellido. Probablemente rondaba los
cincuenta años, con el pelo teñido de negro azabache, maquillaje que parecía
como si hubiera sido aplicado con una paleta para estucar la paed y su mirada
era idéntica al de un instructor del Ejercito. Traté de recordar todo lo que ella nos
había dicho durante la orientación (sí, había una orientación). Sonreír. Sé
amable. Converse con ellos. Sea seductora. No te cubras con tus manos o
brazos. Hombros hacia atrás. Tetas al aire. Piernas extendidas Si un hombre le
pide ver su vagina, se la enseña, pero no permita que nadie la toque. Si alguien
se sale de la línea grita y los chicos de seguridad la ayudaran. Recuerda, cuanto
más sexy seas, más dinero ganarás, dijo, como si fuera el mantra de la prostituta.
Forcé una sonrisa y agité una mano hacia el bastardo grasiento.
—Solo estoy jugando contigo, mejillas coquetas —le dije, tratando de no
ahogarme con las palabras. Preferiría cortarme las muñecas antes que darle a
este imbécil mi virginidad, pero me había metido en este lío y estaba decidida a
llevarlo a cabo. Solo piensa en el dinero, dijo Lia. Piensa en el dinero. Eso es
todo lo que importa.
Puse mis manos sobre mis rodillas para inclinarme y darle una sonrisa.
—Pero, me encantaría aprender de usted, siempre y cuando el precio sea el
correcto.
—Bueno, eso es mejor —resopló, las cejas me temblaron.
—Me gustan las chicas con carácter y una vagina ardiente. —Se inclinó lo
suficientemente cerca de mi como para sentir el aliento a licor y el sudor en su
cuello.
—Y mi pene en su culo.
—Um, bueno, eso es bueno saberlo —le dije. Él me devolvió la mirada por
un momento más, sus ojos se posaron en mis pezones, que estaban llenos y
erectos a pesar de mi vergüenza, y luego se fue a molestar a otra chica. Traté de
limpiar la transpiración de mi labio superior sin que nadie lo viera. No hay nada
sexy en el sudor labial. Sudor en el culo, tal vez, pero no sudor labial. Y tenía
que ser sexy si quería un precio alto, incluso si me avergonzaba hasta la
muerte… solo ser sexy.
Los hombres probablemente pensaban lo contrario, pero no había nada sexy
en estar de pie desnuda en una habitación llena de hombres con mirada lasciva,
al menos no para mí. Estaba desnuda y en exhibición, como un animal en el
zoológico, solo que no estaba allí para ser mirado. Estaba allí para ser utilizada
de la manera más íntima y violenta a la vez. Mi himen seria violentamente
penetrado y mi virginidad se transformaría en una cosa del pasado.
Me sentí totalmente sola, a pesar de que la habitación estaba llena de
gente. Tuve que forzarme a sonreír, aunque tenía ganas de llorar. Seguí
recordándome a mí misma que en unos días esperaba tener el dinero para pagar
las deudas de mi padre y pagar mi primer semestre en la universidad.
Piensa en el dinero.
Es todo sobre el dinero.
~~~
No sabía cómo ni por qué, pero sentía que alguien me estaba mirando. No
miró mi cuerpo de una manera lujuriosa como los otros hombres en la
habitación, pero sentí que me observaba de una manera protectora. Es difícil de
explicar, pero no pude evitar la sensación. Miré alrededor de la habitación por un
momento y luego lo vi, el origen de mi paranoia, un hombre me miraba desde el
otro lado de la habitación.
El pequeño podio era lo suficientemente alto como para poder ver las
cabezas de todos los hombres situados frente a mí. Este hombre que me miraba
era alto y ancho de hombros, vistiendo un traje oscuro y una camisa blanca que
estaba abierta en el cuello. Su tez era oscura, al igual que su cabello y ojos. Era,
con mucho, el hombre más guapo de la sala, tal vez el hombre más guapo que
había visto en mi vida, y era diferente de los demás, como si no estuviera
destinado a estar allí, pero estaba fascinado por todo, pero también imagine que
con su pinta fácilmente podría obtener a todas nosotras sin tener que pagar un
centavo por nuestra virginidad.
Cuando noté que me miraba, nerviosamente miró hacia otro lado. Estaba
parado junto a un tipo flaco con un traje azul brillante que parecía un personaje
de El Padrino. A su lado había un tipo músculo en traje, sus músculos eran tan
grandes y su traje tan ajustado que parecía que en cualquier momento
reventarían las costuras.
Cuando el apuesto extraño miró hacia otro lado, devolví mi atención a los
hombres reunidos frente a mí. Un hombre grande con pelo de color negro, un
grueso bigote y fríos ojos azules me estaba hablando. Su acento era más grueso
que el vigote sobre su labio.
—Lo siento, ¿qué dijiste? —le pregunté, dibujando una sonrisa que requirió
usar la mayor parte de la energía que me quedaba.
—Tu culo —dijo su voz profunda y grave.
—¿Es virgen también?
Lo miré y parpadeé.
—¿Disculpe?
Había un hombre gordo junto a él, sosteniendo una bebida que estaba
revolviendo con una pajita mientras miraba mis tetas. Parecía un contador o tal
vez un abogado.
—Mi amigo ruso pregunta si tu trasero también es virginal —dijo el gordo.
—Está interesado en pujar si su pene será el primero en penetrar tu trasero y
tu vagina.
—Un trofeo —dijo el ruso con una amplia sonrisa que reveló una boca llena
de dientes torcidos. Levantó dos dedos con los nudillos hacia mí y los movió en
el aire.
—Culo y vagina, virgen para la gran pene de Dimitri.
¿Era mi trasero virginal también? ¿Seriamente? ¿Quién mierda hace una
pregunta así? ¿Estaba realmente dispuesto a pagar más para ser el primero en
penetrar mi culo?
Jesucristo, ¡no sabía que mi trasero también estaba a la venta! Nunca había
hecho algo así antes y no estaba segura de querer hacerlo. Quiero decir, esa es
una salida, solo un sentido, una dirección… ¿verdad? ¡No es una entrada! Tengo
la sensación de que, si él me ganaba en la subasta, él haría lo que quisiera
conmigo, independientemente de lo que tuviera que decir al respecto. Cuando
sus ojos se clavaron en los míos, sentía como mis nalgas se apretaban.
De repente me sentí como Alicia en el país de las maravillas. No estaba
lidiando con la malvada Reina, pero de todos modos estaba rodeada por un
montón de locos hijos de puta, aunque no recordaba si algún personaje le
preguntaba a Alicia si su culo también era virginal.
—Mi culo no está en venta —le dije, entrecerrando los ojos.
—Si te gusta por el culo, vete a la mierda.
Se miraron el uno al otro por un momento, luego se echaron a reír. El gran
ruso agitó su mano hacia mí. Él estaba riendo, pero sus palabras enviaron un
escalofrío por mi espina dorsal.
—Vagina blanca de mierda. Te compraré y te follaré hasta que grites, y luego
te pondré a trabajar como una maldita perra. —dijo el ruso, a lo cual me
sorprendió la forma tan perfecta en que pronuncio cada palabra… de seguro
muchas ya lo habían rechazo y conocía el discurso de memoria.
—Discúlpenme, caballeros —interrumpió una voz detrás del ruso. El ruso y
el gordo se volvieron para mirar al apuesto hombre que me había estado
observando desde el otro lado de la habitación. Les estaba sonriendo con una
copa de champán en cada mano.
—¿Qué mierda quieres, cabrón? —Gruñó el ruso. Su amigo gordo extendió
una mano para calmarlo.
—Dimitri, este es Carlo Rozzi —dijo el hombre gordo.
—Carlo, ¿cómo has estado?
—Bien, Bob —dijo con una sonrisa.
—¿Disfrutando de la fiesta?
No tenía idea de quién era el guapo desconocido, pero por alguna razón
había tranquilizado al gordo. El ruso, por otro lado, no parecía impresionado.
El hombre gordo parpadeó como si tuviera algo en el ojo y dijo:
—Uh, sí, en eso estamos.
—Bien, ahora, si no te importa, me gustaría hablar con la joven —La sonrisa
se desvaneció lentamente de sus labios. Él puso sus ojos en el ruso.
—Muchachos vayan a buscar a alguien más para molestar.
—Uh, seguro, Carlo —dijo el hombre gordo, forzando una risa nerviosa.
—Que bueno verte nuevamente. Dimitri, veamos a las otras chicas.
No pude ver la cara del ruso cuando le dijeron que molestara a alguien más,
pero noté que su cabeza se movía ligeramente hacia un lado. Él me miró, como
un lobo viendo alejarse a un cervatillo, y luego siguió a su amigo gordo a la
siguiente chica de la fila.
—Nunca puedo decidir quiénes son los más importantes; los abogados o sus
clientes rusos —dijo mi salvador con una sonrisa, la primera que había visto toda
la noche y que parecía no tener una doble intención detrás. Él me tendió una de
las copas de champán.
—¿Sedienta?
—Se supone que no debemos beber —dije. Doblé mis brazos sobre mis
pechos, luego los dejé caer a mis lados rápidamente y apreté mis puños para
mantenerlos allí.
—Se supone que debemos estar sobrias para la subasta. Aunque sería mucho
más fácil si estuviéramos borrachas. Al menos para mí.
—Claro, eso tiene sentido —dijo tirando de sus brazos hacia atrás. Él me
miró a los ojos y dejó que sus cejas se elevaran.
—Soy Carlo Rozzi. ¿Y usted es?
—Megan —dije, con las mejillas sonrojadas como una niña de la escuela a
quien el chico más guapo de la clase le pidió que bailara. A pesar de que estaba
desnuda y no lo conocía, sentí que no quería esconderme de él. Quería que él
mirara mis pechos, mis pezones duros, mi vagina bien depilada, mi culo
apretado y mis piernas tonificadas. Quería que saboreara cada centímetro de mí
con sus ojos, luego explorara cada centímetro con sus manos y boca. Sentí un
calor húmedo en aumento entre mis piernas.
—No estoy seguro de lo que se supone que debemos hablar —dijo
frunciendo el ceño juguetón.
—Quiero decir, ¿se supone que debo preguntarte sobre tus pasatiempos o tus
películas favoritas o cómo planeas gastar el dinero?
—No estoy segura tampoco —le dije, sonriendo genuinamente por primera
vez desde que había llegado a la mansión. Eché un vistazo alrededor de la
habitación y sacudí la cabeza.
—Nunca he hecho algo así.
—Ni yo tampoco —dijo con la copa de champán en los labios.
—Si no te importa que pregunte, ¿por qué lo haces ahora?
—Necesito el dinero para la universidad —dije.
—Y para pagar algunas deudas familiares.
—Ah, genial, ¿qué vas a estudiar?
—Medicina, quiero hacer una investigación sobre el cáncer —dije. No me di
cuenta en ese momento, pero estaba de pie con las manos a la espalda, girando
las caderas de un lado a otro como una niña hablando de lo que quería ser
cuando fuera grande. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, crucé las
manos frente a mí y me intenté quedar quieta.
—Eso es genial —dijo brindándome con el vaso.
—Siento un gran respeto por las personas como tú.
—¿Y qué clase de personas es esa? —le pregunté. Lo miré profundamente a
los ojos y sentí que el mundo a mi alrededor colapsó en la oscuridad. Era como
si tuviera una visión de túnel. Aunque la habitación estaba llena de ruido y
actividad, él era lo único que podía ver y escuchar.
—Personas que se preocupan por los demás. —dijo con una expresión
pensativa.
—Enfermeras, médicos, trabajadores sociales, maestros … Tengo un gran
respeto por las personas que hacen ese tipo de cosas.
—¿Qué haces? —le pregunté.
—No, eso no te lo puedo responder—dijo rotundamente. Me miró por un
momento, como si no pudiera pensar en nada más que decir. Luego se aclaró la
garganta y me dio un asentimiento.
—Bueno, buena suerte, Megan. Fue un placer conocerte. Espero que logres
todo lo que mereces.
—Gracias —le dije, pensando que era algo extraño para él decir ese tipo de
cosas en ese momento. Quizás estaba tan nervioso como yo.
—Fue agradable conocerte también.
Yo quería agregar:
“Y por favor, cómprame. Por favor, por favor, ¡cómprame!”
Un momento después, la mujer que dirigía la subasta vino a decirme que las
subasta estaba a punto de comenzar y que yo debía seguirla. Salí del podio con
cuidado y junto con las otras once chicas, seguí a la mujer al frente de la sala y
me alineé una al lado de la otra. Yo era el número cuatro en la línea, al igual que
mi biografía en el folleto.
—Está bien, chicas —dijo dirigiéndose a nosotras con sus huesudas manos.
—La subasta está a punto de comenzar.
CARLO

—La diversión está por comenzar —dijo Santino con un diabólico tono en su
voz. Las chicas se habían quitado las prendas transparentes y se habían alineado
una al lado de la otra como concursantes en un concurso de belleza. Algunas de
ellas eran atractivas y sexys (o intentaban parecerlo), otras parecían un poco más
incómodas, y Megan, la hermosa chica con la sonrisa suplicante de la que no
podía quitar mis ojos parecía que literalmente quería salir corriendo y gritando.
Me di cuenta de que estaba haciendo todo lo posible para mantenerse firme, pero
ella mantuvo sus brazos levantados para cubrirse y luego por el cansancio los
tuvo que bajar, moviéndose nerviosamente de un pie al otro, y tirando del largo
cabello rubio que cubría su hombro izquierdo, como si pensará que podría
cubrirse con eso.
Reconocí a la mujer que dirigió la subasta. Su nombre era Brenda Barkins,
una antigua stripper de la época del tío Enzo. Ella les daba instrucciones y
gesticulaba con sus manos como una maestra de orquesta sinfónica.
Bebí un vaso de champán y miré alrededor de la habitación. Probablemente
había treinta o cuarenta hombres allí, mirando a las mujeres y sonriendo como
lobos antes de una matanza. El ruso y su idiota abogado estaban de pie al otro
lado de la sala, mirándome y susurrándole. Cuando el ruso me llamó la atención,
me sonrió y levantó su dedo medio.
—¿Quién es? —le pregunté a Santino, asintiendo con la cabeza en dirección
al ruso.
—Dimitri Skinov —dijo Santino mientras enmascaraba sus palabras detrás
del cristal. Un auténtico cabrón psicópata, un asesino de la mafia rusa. Aléjate de
él. Él es como una enfermedad. Pase suficiente tiempo a su alrededor y sentí
como todo lo que tocaba moría.
—Creo que va a pujar por la rubia —le dije, girándome hacia Santino para
que el ruso no pudiera verme hablar.
Eché un vistazo al a la distancia al ruso una vez más. Él y su amigo gordo
estaban mirando a Megan con pensamientos malvados que podían reflejarse en
sus ojos.
Le dije a Santino:
—Dime cómo funciona esto.
—Brenda llamará a las chicas una por una para que se suban al podio —dijo
Santino, señalando a las chicas y al único podio frente a ellas, que medía un
metro de altura.
—La oferta inicial es de cien mil con un aumento mínimo de veinticinco
mil. No hay límite en la cantidad de aumentos, por lo que puedes pujar por más
de veinticinco en un momento, si lo deseas. Brenda se encarga del proceso hasta
que finalice la subasta, y el mejor postor se queda con la chica durante el fin de
semana.
—¿Y qué más?
—La oferta incluye el uso de una suite en el piso de arriba para el fin de
semana donde el acuerdo se consumará, por así decirlo. La chica es tuya hasta la
medianoche del domingo por la noche. Si la chica quiere SIIe contigo después,
puede hacerlo, pero tiene que quedarse aquí durante el fin de semana para que
podamos garantizar su seguridad. Si se va antes del domingo a la medianoche sin
una razón válida, ella pierde el dinero, todo.
Le di un ceño fruncido.
—¿Ha sido eso un problema en el pasado? ¿La seguridad de las chicas?
—Instauramos la regla cuando los rusos comenzaron a venir a la subasta —
dijo con amargura.
—Antiguamente le hacían una oferta a una chica y después de la primera
noche nadie las volvía a ver…nunca más. En algunos casos, algunas chicas
aparecieron trabajando como prostitutas o bailarinas en uno de sus clubes. Es
malo para nuestro negocio cuando una chica termina chupando pene en un
burdel en Moscú. —Miró al ruso y negó con la cabeza.
—Rusos hijos de puta. —dijo Santino
—Caballeros, bienvenidos —dijo Brenda, volviéndose hacia la multitud y
juntando sus manos entre sus pechos.
—Si esta es tu primera vez en la Subasta de la Joven Virgen, bienvenido. Si
eres un cliente habitual, bienvenido de nuevamente. —Extendió los brazos y nos
dio un aplauso. Cuando nadie la aplaudió, su expresión cambio y se puso seria.
—Para nuestros invitados primerizos, las reglas son las siguientes —Ella le
dijo a la multitud básicamente lo que Santino me había dicho, marcando las
reglas con sus delgados dedos y dejando de lado cualquier mención de
muchachas desaparecidas y burdeles rusos. Cuando terminó, fue hacia la primera
chica de la fila, una flaca pelirroja con tetas demasiado grandes para su delgado
cuerpo y un espeso matorral entre sus piernas del mismo color que el cabello de
su cabeza.
Brenda extendió su mano hacia la chica y la llevó al podio, luego le sostuvo
la mano mientras la chica subía al podio y se paraba completamente desnuda
frente a la multitud con las manos en la espalda y la barbilla levantada con
orgullo en el aire.
—Caballeros, si consultan el folleto para obtener más detalles, ella es
Candace. Ella tiene veintiún años, una pelirroja natural como puede ver, y está
lista para ofrecer su virginidad al mejor postor. La puja comienza en cien mil
dólares. ¿Quién me dará una oferta de apertura?
Me sorprendió cuando la tranquilidad de transformo en un completo caos y
estallaron los gritos a mi alrededor. Las manos se movían en el aire por hombres
dispuestos a gastar dinero en efectivo para conseguir esa vagina virgen. Brenda
escaneaba continuamente la habitación con los brazos extendidos frente a ella.
Su mano derecha estaba abierta y flotando entre la multitud en busca del
siguiente postor. Su mano izquierda se apretó en un puño y se mantuvo en la
dirección del mejor postor hasta el momento. Lo juro, no sabía podía controlar
esa locura. Ella reconocería la cantidad de un postor (ciento cincuenta mil,
gracias, señor) y luego pediría una oferta más alta (¿quién me dará un setenta y
cinco?). Los postores se rieron y bromearon unos a otros, como si todo fuera
muy divertido. Finalmente, frente a una elevada oferta de doscientos mil dólares,
la pelirroja fue subastada a un hombre bajito y calvo que reconocí de Wall Street,
un tipo que sabía que estaba casado, con seis hijos y un par de amantes. Él sonrió
mientras se acercaba a la chica con su mano para ayudarla a bajar del podio.
—Felicitaciones, señor, por favor vaya con el caballero de aquella puerta
para pagar su puja y obtener la llave de su suite.
—Esto es jodidamente entretenido, ¿no? —Santino me golpeó con su
hombro.
—Es un choque de adrenalina cuando estás haciendo una oferta.
—No lo dudo —le dije, sin perder de vista a Megan, que era la cuarta chica
de la fila, una detrás de la chica negra con el cuerpo de modelo de
fitness. Casualmente tomé un sorbo de mi bebida y simulé ser desinteresado ya
que las dos chicas siguientes eran incluso más atractivas que la pelirroja. La
modelo de fitness trajo a la palestra medio millón de dólares, yéndose con un
tipo que llevaba un traje de Armani y un turbante negro en la cabeza, era lo más
parecido a un jeque árabe. Cuando Brenda condujo a Megan al podio, le di mi
vaso vacío a un camarero que pasaba y me froté el sudor de las manos.
—Sabía qué harías una oferta —dijo Santino felizmente al mismo tiempo
que me golpeaba con su hombro. Echó un vistazo al ruso. El humor dejó su voz.
—Dimitri va a hacer una oferta.
Mantuve mis ojos en Megan.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque él sabe que estás interesado.
Efectivamente, miré al ruso y él me estaba sonriendo. Levantó dos dedos esta
vez y untó su lengua entre ellos. Fue en ese momento que supe que me llevaría a
Megan a la suite para pasar el fin de semana conmigo sin importar el costo.
Una, porque la encontré sexy y ardiente como el maldito infierno y solo
podía imaginar los placeres que podía obtener de su delicioso cuerpo.
Dos, porque el ruso iba a tratar de ganarla solo para fastidiarme, y si ganaba
él solo Dios sabría qué más le haría a la pobre Megan.
Y tres, cuando miré a Megan a los ojos, vi a una chica que no pertenecía
allí. Ella era hermosa, inteligente, divertida y sexy. Ella no era una buscadora de
oro vendiendo su cuerpo por dinero. Necesitaba el dinero para construir su vida,
no para gastarlo en las vacaciones, autos o en la mierda frívola que a las chicas
como ella les importaban.
Sus ojos me suplicaban y rogaban que la ganara y la llevara a un lugar
seguro. Ella me dio una pequeña sonrisa como si hubiera leído mi mente. Ambos
sabíamos que antes de que terminara la noche ella sería la mía, sin importar el
costo.
~~~
Megan estaba desnuda en el podio con los brazos detrás de ella y sus ojos
giraban hacia el suelo. Su gran pecho se movió mientras luchaba por mantener
su respiración estable. Ella apretó sus muslos como si estuviera tratando de
evitar que algún invasor se escondiera dentro de ella.
—Caballero, ella es Megan, una rubia natural, veintiún años, virgen
certificada en todos los sentidos. —Brenda sonrió y sostuvo una mano a un lado
de su boca como si estuviera diciendo un secreto.
—Eso significa que nunca ha tenido un pene en ningún agujero, atentos
muchachos. —Los hombres se rieron entre dientes.
Ella levantó sus manos para llamar la atención del público.
—Ahora, dejemos que la puja comience en cien mil dólares. ¿Quién hará una
oferta de cien mil dólares?
Una ráfaga de manos se disparó y la puja llegó rápidamente a doscientos mil
dólares. Estaba a punto de levantar la mano cuando sentí que alguien agarraba
mi muñeca por detrás.
—Todavía no, primo —dijo Santino en voz baja, sosteniendo mi muñeca.
—Espera hasta que la auditora comience a llamar a las ofertas finales, luego
súbete. De lo contrario, solo estás subiendo el precio.
Miré por encima de mi hombro hacia él y asentí con la cabeza. Las ofertas
siguieron aumentando. Vi a Megan como escuchaba temerosa las ofertas. Echó
un vistazo a cada persona que ofrecía cientos de dólares por su virginidad, luego
miró rápidamente hacia abajo.
Doscientos cincuenta mil…
Dos setenta y cinco …
Entonces, tan rápido como había comenzado, la oferta se detuvo. Mi corazón
se apretó en mi pecho cuando Brenda dirigió su puño al ruso y dijo:
—Usted, señor, tiene la mejor oferta en doscientos setenta y cinco mil
dólares. —Barrió la habitación con su mano derecha.
—¿Oigo trescientos mil? ¿Trescientos mil? Tengo dos setenta y cinco,
¿escucho tres?
—Maldita sea, vieja. Ya gané esa puta —gruñó el ruso, saliendo de la
multitud con su copa en alto en el aire como un campeón de gladiadores. Se
volvió para mirar a la multitud con una mirada amenazadora en su rostro.
—Está hecho, ¿sí? Ya nadie va a hacer una oferta contra Dimitri. ¿Claro? —
No estaba preguntando si alguien más quería hacer una oferta. Él les estaba
diciendo que no lo hicieran. Estaba declarando que la subasta había terminado y
que él mismo era el ganador.
Brenda tenía una mirada nerviosa en su ojo. Vi que miraba a Santino, luego
rápidamente desvió la mirada. Levanto sus 3 dedos de la mano derecha imitado
una cuenta regresiva. Tres, dos, un..
—Ahora —dijo Santino, soltando mi mano.
—Trescientos mil —dije, casi gritando la oferta, moviendo apresuradamente
mi mano en el aire como pidiendo auxilio. Brenda no pudo evitar sonreír
brevemente cuando su puño bajó y se fijó en mi dirección.
—Tengo trescientos mil del Sr. Rozzi. ¿Oigo tres veinticinco?
—¿Estás en contra de mí, cabrón? —Gruñó el ruso. Su gordo abogado estaba
tratando de decirle algo, pero el ruso lo apartó de un empujón y se puso de pie
para mirarme. Estábamos a tres metros de distancia, uno frente al otro como
pistoleros del lejano oeste. La multitud dio un paso atrás como si no quisieran
quedar atrapados por la lluvia de balas. El ruso me dio su mirada más dura y
aumentó la apuesta.
—Tres veinticinco —dijo.
—Cuatrocientos —respondí sin vacilar. Mis ojos se fijaron en el ruso, pero
creí escuchar a Megan quedarse sin aliento por la cantidad de dinero que estaba
dispuesto a pagar por ella.
—Hijo de puta, italiano loco —dijo el ruso. Se puso las manos en las caderas
y se quitó la chaqueta de cuero que llevaba puesta. Había una funda de pistola
vacía sujeta al cinturón. Supuse que las armas no estaban permitidas dentro de la
subasta por esta misma razón.
Miré a Megan, quien en ese momento me estaba mirando con los ojos muy
abiertos llenos de lágrimas. Llámalo adrenalina, llámalo valentía, llámalo pensar
con el pene, pero me acerqué al ruso hasta que estuve a su alcance. Éramos de la
misma altura. Era más ancho de hombros que yo y también más grueso en la
cintura. Tenía diez años más que yo y veinte libras más de músculo. No le tenía
miedo, pero sabía que él no era el tipo de hombre con el que esperas una pelea
en un lugar como este. Aun así, dudaba que él comenzara algo aquí.
—Caballeros, ¿escucho cuatrocientos veinticinco?
Le di una mirada desafiante.
—Bueno, amigo… Puja o vete a la mierda.
Sus ojos como tiburones se estrecharon y él movió su mandíbula de un lado a
otro. El pequeño cerebro que tenía estaba sopesando sus
probabilidades. Finalmente, saludó con la mano a la anciana y escupió en el
suelo.
Él barrió una mano entre nosotros.
—Esto quedará nosotros, esto no ha terminado. —Se giró con su amigo
gordo y se fue de la habitación. Lo vi decirle algo a Santino, quien lo siguió por
la puerta.
—Cuatrocientos, se cierra la puja por la señorita Megan —dijo la
anfitriona. Cuando fui al podio para tomar la mano de Megan, ella termino de
decir:
—Vendido, por cuatrocientos mil dólares al Sr. Carlo Rozzi.
Megan me tomó de la mano y bajó con cuidado. Me quité la chaqueta y la
envolví alrededor de sus hombros. La expresión de alivio en su rostro me hizo
sonreír.
—Vamos —le dije, señalando con la cabeza hacia la puerta.
—Iremos a la suite- Parece que necesitas un baño de tina caliente y una
bebida fría.
MEGAN
Santa puta mierda …
A menos que solo estuviera imaginando cosas, o teniendo otro de mis
extraños sueños, el hombre más sexy que había visto en mi vida acaba de pagar
cuatrocientos mil dólares por mi virginidad y un par de días conmigo. Eso
significaba que mi parte del trato era de doscientos mil dólares. ¡Doscientos
jodidos mil dólares! La mejor parte fue que le hubiera dado mi virginidad gratis
en la primera cita si él me lo hubiera pedido. Estaba tan caliente y creo que era
tan agradable, aunque era difícil juzgar qué tan agradable es alguien cuando
están pujando por el derecho a follarte todo el fin de semana.
El tipo grande con el acento ruso me dio un susto de muerte. Literalmente
miró y habló y actuó como todos los mafiosos rusos que había visto en la
televisión. Cuando pensé que iba a ser él quien ganara mi virginidad, creo que
mi vagina comenzó a secarse con rapidez. Luego él intervino e hizo desaparecer
todos mis temores.
Mientras lo veía entregar al hombre en la puerta una tarjeta negra de
American Express y firmar el recibo por $ 400,000, dejé escapar el suspiro de
alivio que había estado reteniendo durante horas. El hombre le dio una copia del
recibo y una tarjeta que nos permitiría entrar a la suite que compartiríamos los
próximos dos días.
—Gracias, señor Rozzi, y felicitaciones —dijo el hombre. El me miró y
sonrió.
—Sus cosas ya están en la habitación, señorita. Que tengas un buen fin de
semana.
—Eso fue como registrarse en un hotel —dije con un temblor nervioso en mi
voz.
—Quiero decir, aparte de la subasta por mi virginidad.
—¿Estás bien? —Me preguntó, ofreciéndome su brazo para sacarme de la
habitación.
—Si, ahora estoy bien —le dije tomándolo del brazo.
—No puedo agradecerte lo suficiente por salvarme de ese tipo.
—Fue un placer —dijo mientras me guiaba por la gran escalera hasta nuestra
suite en el segundo piso.
—O al menos lo será —Me dio una sonrisa tímida que me desconcertó por
un momento. Sintió mi tensión repentina y comenzó a disculparse.
—Lo siento, mal chiste. No estoy seguro de cuál es el protocolo para este
tipo de cosas.
—Está bien —le dije, apretando su brazo, caminando cerca de él como dos
amantes paseando por el parque en un día soleado. Sabía que era completamente
rara la situación porque apenas lo conocía (ni siquiera lo conocía, a decir
verdad), pero había algo en él que me tranquilizaba, algo que me hacía desear
confiar en él, abrazarlo y dejarlo entrar en mi corazón, mente y sobretodo en mi
cuerpo.
Acababa de pagar una fortuna por el derecho de ser el primer hombre en
hacerme el amor. Era mi deber asegurarme que cada dólar invertido en mi lo
valiera. Y quizás más.
~~~
Yo había dicho que esto era como registrarme en un hotel. Estaba equivocada
porque nunca había visto un hotel tan agradable como este. La habitación era
grande y espaciosa, con un baño privado que tenía una gran bañera con patas que
debía tener más de cien años y una sala de estar frente a los ventanales que
daban a la parte posterior de la propiedad. Había una cama de tamaño King con
una cabecera de caoba tallada a mano y mesitas de noche que hacían juego. Los
muebles eran viejos y a la vez hermosos, como la casa misma. Las únicas
comodidades modernas eran un enorme televisor de pantalla plana en el tocador
y un moderno mini bar con bebidas alcohólicas, refrescos, jugos y refrigerios.
—Esto es increíble —le dije mientras entraba en la habitación y esperaba a
que Carlo cerrara la puerta. No había podido olvidar la sensación que había
recibido del tipo ruso. Esperaba que el lugar fuera tan seguro como la Casa
Blanca, pero tipos como él nunca dejan que los cerrojos y los guardias les
impidan llevar a cabo sus malas acciones.
Me había deslizado su chaqueta alrededor de mi cuerpo y la mantenía
cerrada. Él se paró frente a mí y se ajustó las solapas para luego decir:
—No estoy seguro de cómo se supone que debe funcionar esto.
—Oh, no, también eres virgen
Él parpadeó y sonrió.
—Eso no es lo que quise decir.
—Gracias a Dios que uno de nosotros tiene un poco de experiencia —le
dije. Tomé una profunda bocanada de aire y puse mis brazos alrededor de su
cuello. La chaqueta se abrió, exponiendo mi cuerpo desnudo debajo.
—Comencemos con esto.
Estaba casi tan conmocionado como yo cuando presioné mis labios
suavemente con los suyos y dejé que mi lengua se deslizara fuera de mi boca
como una serpiente hambrienta. Su lengua salió a jugar y el beso rápidamente se
volvió apasionado. Sentí pequeños hormigueos que recorrían mi cuerpo,
comenzando por mis labios, rodando por mis pechos, y recogiendo mi vagina,
que se dilataba y humedecía rápidamente.
Suspiré en su boca cuando mis pezones se hincharon contra el interior de la
chaqueta. Aparté mis brazos alrededor de su cuello y dejé que la chaqueta se
deslizara hacia el suelo. Puse mis brazos alrededor de su cuello y lo besé más
fuerte, probando su boca con mi lengua.
Yo era virgen, pero no era totalmente ignorante en lo que respecta al sexo.
Había estado con suficientes chicos en la escuela y veía suficiente porno en línea
para saber cómo funcionaban estas cosas (yo lo llamaba investigación). Conocía
todos los movimientos, aunque nunca los había practicado. Esperaba que ser una
amante torpe al principio, pero era un estudiante entusiasta y me caracterizaba
por aprender rápido y sabía que mis habilidades para complacer a un hombre
crecerían sin lugar a dudas. Comenzando ahora.
Por supuesto, las únicas cosas que había dentro de mi vagina eran mis dedos
y mis juguetes, pero siempre había tenido cuidado de no violarme hasta el punto
de romper el velo que protegía mi virginidad. Eso fue algo sagrado para mí. Fue
un regalo que planeé proteger hasta conocer a un hombre digno de él. Nunca
esperé que un hombre pagase una pequeña fortuna por el privilegio de ser el
primero, pero esta fue la forma en que las cosas se dieron y en este punto, eso
estuvo más que bien conmigo.
Las manos de Carlo se deslizaron alrededor de mi cintura y encontraron mi
culo. Él ahuecó mis nalgas en sus palmas y me atrajo hacia él. Entonces lo sentí,
el pene duro como una roca en sus pantalones, empujando en mi pierna, latiendo
como un segundo corazón contra mí. El calor dentro de mí se intensificó cuando
el fuego en mi vagina comenzó a rugir.
—¿Qué es eso? —pregunté juguetonamente, mis labios se movieron hacia su
oído. Tracé mi lengua a lo largo del borde de su oreja y le mordí el lóbulo
derecho. Me encantaba la forma en que su piel sabía y su cálido aliento contra
mi mejilla.
—Ese es tu premio —dijo mientras dejaba besos en mi cuello y
hombros. Sus dedos se extendieron en mi culo y me apoyaron contra él. Bajé mi
mano izquierda de su cuello y presioné mi palma contra su pene. Era la primera
vez que había sentido el pene erecto de un hombre antes. Se sentía largo y
grueso cubriendo toda mi mano. No podía esperar para verlo con mis propios
ojos, probarlo con mi boca, sentirlo en lo profundo de mí.
Le dije: ¿Has mencionado un baño caliente y una bebida fría? ¿Te importa
unirte?
—Encantado lo haría —dijo presionando su frente contra la mía.
—Vamos a darnos un baño y pediré champaña.
—Sí, señor —dije con un suspiro feliz. Antes de dejarlo ir, lo miré a los ojos
y traté de no llorar.
—Gracias, Carlo. Gracias por salvarme.
—De nuevo, fue un placer.
Le di un apretón juguetón a su pene.
—Todavía no, pero pronto lo será.
~~~
La gran bañera se llenó rápidamente con agua caliente y burbujas. Había
velas en la parte posterior de la bañera y un encendedor. Encendí las velas y
atenué las luces. Había una radio antigua incorporada a la pared. La encendí y
encontré un canal que reproducía música suave, luego me quité los tacones de
aguja y me deslicé en la bañera.
Estaba agradecida de tener la oportunidad de lavarme antes de que
empezáramos a hacer el amor. Mi cuerpo estaba cubierto por una película de
sudor nervioso que incluso yo podía oler cuando estaba desnuda en el
podio. Como dije antes, el sudor no es sexy a menos que estés sudando junto a
un chico sexy.
Llené la bañera con agua hasta que las burbujas cubrieron la parte inferior de
mis senos, pero dejaron mis pezones erectos libres en el aire. Recogí agua en mis
pechos y los froté hasta que mis pezones se pusieron rosados y duros. Tomé la
pastilla de jabón de un lado de la bañera y lavé mi vagina con ella, acariciando la
barra de jabón lentamente entre mis pliegues, sintiendo pequeños hormigueos
dispararse a través de mi clítoris que me hacían poner cada vez más caliente al
tacto. Cuando abrí los ojos, Carlo estaba de pie al lado de la bañera vistiendo
nada más que su sonrisa, acariciando su pene duro en el sector del glande.
Sentí la respiración atrapada en mi pecho cuando lo vi desnudo por primera
vez. El cuerpo de Carlo era delgado y duro con músculos en los hombros y el
pecho. El pelo en su pecho y encima de su grueso pene era tan espeso y negro
como el cabello en su cabeza. Su pene, el primer pene que había visto en
persona, era largo y grueso, y tenía voluptuosas venas. La cabeza era violeta y
redonda, parecía como si estallaría si no se lo mamaba pronto. Movió sus manos
lentamente sobre el pene y me sonrió.
—Te gusta lo que ves? —preguntó, moviéndose hacia un lado de la bañera
para que mi mano húmeda pudiera reemplazar la suya.
—Sí —suspiré, maravillada por la sensación que ejercía en mi mano. Deslicé
mi mano hacia adelante y hacia atrás mientras él me miraba.
—¿Alguna vez has chupado un pene? —preguntó.
Le di una mirada recatada y sacudí la cabeza.
—¿Quieres chupar mi pene?
—Sí —susurré, lamiéndome los labios.
—¿Quieres que te enseñe?
—Si… —dije en voz baja.
—Enséñame todo.
—Presiona con tus labios en la cabeza —dijo acercándose lo más que pudo a
la bañera.
—Bésalo. Lámelo. Ponlo en tu boca. Solo ten cuidado con los dientes. —
Sonrió mientras me movía hacia el borde de la bañera, todavía sosteniendo su
pene en mi mano. Cuando presioné mis labios en la cabeza gigante de su pene y
moví mi lengua hacia la hendidura, puso sus manos sobre mis hombros y
suspiró.
—Sí … así … —susurró.
—Sostenlo y lame la parte inferior … Sí … eso es todo … Ahora abre los
labios lo suficiente como para dejarme deslizar dentro … sí … eso es todo …
Ahora mueve los labios hacia adelante y hacia atrás … oh mierda … sí … solo
así …
Sonreí con su pene en mi boca. Estaba dando mi primera mamada y,
evidentemente estaba haciendo un muy buen trabajo. Fue increíble, la sensación
de su hombría entre mis labios. Mientras deslizaba su grueso pene dentro y fuera
de mi boca, sentía cosas profundas dentro de mí que nunca había sentido
antes. Mis pechos se hincharon. Mis pezones estaban tan duros que dolían. Y
mi vagina ardía, llenándome de un calor y un deseo que nunca había sentido
antes, ni siquiera en mi sueño de noches pasadas.
—Eso es perfecto … —dijo. Mi mano se acercó a acariciar sus bolas
mientras chupaba su pene. Sabía lo suficiente como para tener cuidado allí
mientras amasaba la carne de su saco entre mis dedos.
Tomé su pene en mi mano y lo dejé salir de mi boca. Moví mi mano hacia
adelante y hacia atrás y lo miré.
—Ven al baño conmigo —le dije.
—Tengo algo para ti.
CARLO

Para ser una chica virgen, Megan chupaba el pene como una profesional.
Ella era gentil y firme al mismo tiempo, deslizando lentamente la cabeza y
algunas pulgadas de mi pene al interior de su boca y succionando con sus labios
para sacarlo de nuevo. De seguro pude haber eyaculado sobre su mano y meterla
en su boca y de seguro lo haría espectacular, pero quería que mi primer orgasmo
fuera dentro de ella. Nunca antes había tenido un orgasmo de cuatrocientos mil
dólares. Esperaba que fuera espectacular.
Ella soltó mi pene el para permitirme entrar a la bañera con ella. Se reclinó
contra el costado con las piernas abiertas y sus hermosas tetas frente a mí. Me
puse de rodillas frente a ella y la besé en los labios, luego dejé que mi lengua
recorriera un camino por su cuello hasta sus pezones que me esperaban. Cuando
mis labios se cerraron alrededor de su pezón derecho, la escuché jadear. Sabía
que los labios de ningún hombre habían tocado ese pezón antes. Podía sentirlo,
la conexión entre nosotros parecía ser cada vez más fuerte. Mis manos se
acercaron para amasar sus pechos rellenos de deseo, mientras mi lengua se
deslizaba entre sus pezones, deteniéndose por un momento, lamiendo, chupando,
luego de vuelta al otro.
Ella puso sus manos alrededor de mi cuello y gimió en mi oído. Mis manos
se sumergieron bajo el agua, deslizándose por su estómago hasta su montículo
húmedo ubicado entre sus piernas. Podía sentir el líquido caliente saliendo de su
vagina incluso bajo el agua tibia. Presioné mis labios contra los de ella y palpé
su boca con mi lengua cuando las puntas de mis dedos tocaron su vagina por
primera vez. Ella saltó un poco, luego soltó una risita, luego chupó mi lengua
para empujarme hacia adelante.
Su mano encontró mi pene y lo masajeo mientras mis dedos exploraban sus
pliegues, deslizándose hacia arriba y hacia abajo desde su ano hasta su
clítoris. Extendí los labios de su vagina con mis dedos y deslicé uno en su
interior y lo hice girar.
—Oh … joder … —gimió, arqueando la espalda.
—Creo que soy … oh … Dios …
Sonreí mientras la veía apretar los ojos y morderse el labio. Ella se estaba
corriendo por primera vez porque un hombre real la estaba tocando, no un
sueño. Mientras su mano masajeaba con más intensidad mi pene, empujé mi
dedo más profundo, hasta el nudillo. Ella se puso rígida apoyada en mí, su mano
se apretaba alrededor de mi pene y su vagina se apretaba alrededor de mi dedo.
—Oh, Dios mío —suspiró, respirando con dificultad. Ella tiró de mi pene
hacia ella.
—Hazlo, Carlo. Penétrame y haz que me corra otra vez.
—Será un placer —dije con una sonrisa. Me acerqué más a ella mientras
guiaba mi pene hacia su agujero. Presioné mi glande contra el inicio de su
vagina y me preparé con las manos en los bordes de la bañera.
—¿Estás lista?
Ella se mordió el labio y me dio un asentimiento.
—Solo relájate y déjame hacerlo —le dije, mirándola a la cara en busca de
cualquier señal de dolor mientras deslizaba la cabeza de mi pene dentro de
ella. Sentí las paredes de su vagina expandirse para agarrar mi pene, apretada
como un pequeño bolsillo. Tuve que concentrarme porque me podría haber
corrido en cualquier momento. Presioné mis labios con los de ella por un
momento, luego puse mis labios en su oreja.
—Respira profundo y déjalo entrar lentamente.
Mientras tomaba aliento, comenzó a soltarlo, moví mis caderas hacia
ella. Podía sentir la cabeza de mi pene contra su velo. Cuando cerró los ojos y
frunció los labios para respirar, empujé dentro de ella, rasgando el himen y
forzando a mi pene a ingresar. Ella jadeó y cerró los ojos. Una lágrima solitaria
descendió de su ojo y bajó por su mejilla. La besé.
—¿Estás bien? —le pregunté. Ella abrió los ojos y sonrió.
—Ahora más que nunca. —Me cubrió con sus manos y clavó sus dedos en
mi trasero.
—Fóllame, Carlo. Penétrame duro. Estoy tan caliente. Quiero irme contigo.
Empecé a besarla mientras mis caderas se movían hacia adelante y hacia
atrás, mi pene duro y firme, abriéndose paso dentro de ella. Su vagina se sentía
increíble mientras se cerraba alrededor de mi pene, tan apretada, tan húmeda, tan
caliente. No me llevó mucho tiempo sentir el orgasmo que se había estado
construyendo dentro de mis testículos para comenzar a disparar en su interior.
—Joder … me estoy yendo, Megan … —Dije, apretando los dientes
mientras aceleraba el ritmo, deslizándome dentro y fuera de ella tan fuerte que la
bañera parecía bambolearse debajo de nosotros. La miré a los ojos. Ella estaba
sonriendo con la boca abierta.
—Estoy … orgasmo … también …
Hicimos erupción juntos, llenándola con mi cálido semen lechoso y ella
vertiendo sus cálidos jugos vírgenes sobre mí como un cálido mar llegando a la
orilla de la playa. Nos movimos juntos mientras nos mirábamos fijamente, hasta
que nos separamos y se sentó encima mío.
—Eso fue increíble —le dije, con mi mejilla presionada contra la de ella
mientras ambos intentábamos recuperar el aliento.
—Eso fue increíble —dijo mordisqueando mi oreja.
—Y solo piensa, tenemos todo el fin de semana para hacerlo de nuevo.
—Una y otra vez -le dije mientras mi pene se deslizaba por su pierna. Le di
una sonrisa juguetona.
—Estos podrían ser los mejores cuatrocientos mil dólares que he gastado.
Ella sonrió.
—Prometo recompensarte por todo lo que has pagado.
Presioné mis labios en su dedo gordo y suspiré.
—No esperaría menos.
MEGAN
No podría recordar cuando dormí tan profundamente a excepción de la
primera noche que pasé en los brazos de Carlo. Después del baño, nos
trasladamos a la cama, donde hicimos el amor por lo que parecieron horas. Era
una estudiante entusiasta y Carlo era un maestro dispuesto, mostrándome cómo
complacerlo y preguntando cómo podía complacerme.
Ansiosamente chupé su pene de nuevo, esta vez dejándolo llenar mi boca
con su caliente y lechoso semen, que tragué ansiosamente, luego lo lamí hasta
dejarlo limpio. Usó su lengua y sus labios contra mi vagina y clítoris para
llevarme a la luna. La sensación de su lengua dentro de mí, como un pequeño
pene flexible, era diferente a todo lo que había sentido antes. Inmediatamente fui
un gran admirador del sexo oral.
Probamos todas las posiciones imaginables del Kama Sutra hasta que
finalmente estábamos exhaustos, doloridos e incapaces de seguir. Nos reímos y
nos desmayamos en los brazos del otro. Cuando me levanté el sábado por la
mañana, abrí los ojos y me di cuenta de que me estaba sonriendo.
—Buenos días —dijo inclinándose sobre un codo mientras sus dedos
trazaban círculos alrededor de mis pezones.
—¿Dormiste bien?
—Dormí increíblemente bien —suspiré.
—¿Tú?
—Sorprendentemente bien —bromeó. Dejó que sus ojos recorrieran mi
rostro, como si estuviera buscando signos de arrepentimiento.
—¿Estás bien? ¿De Verdad?
—Estoy más que bien —le dije, estirando mis extremidades y gruñendo
juguetonamente a él. Abrí mis brazos y él rodó sobre mí. Su pene ya era
duro. Extendí mis piernas para que pudiera deslizar su grueso y venoso falo a lo
largo de mi vagina, que todavía estaba húmeda y pegajosa de la noche
anterior. Se apoyó en los codos y me miró a los ojos.
—¿Qué te gustaría hacer hoy? —preguntó. Empujó su pene contra mi
clítoris, haciéndome gemir de placer.
—Aparte de esto, quiero decir.
—¿Hay cosas que hacer aparte de esto? —pregunté, tratando de
concentrarme en la conversación mientras el fuego se encendía dentro de mi
vagina y mis jugos comenzaban a fluir calientes y espesos otra vez.
—Hay muchas cosas que hacer —dijo.
—Cabalgatas, un lago, bosques para explorar.
—¿Cómo sabes tanto sobre el lugar? —pregunté, dándole una mirada
sospechosa que lo hizo sonreír.
—Crecí aquí —dijo.
—Lo creas o no, esta solía ser la casa de mis abuelos.
Le fruncí el ceño.
—¿Qué? Entonces, espera, ¿estás involucrado en la subasta? —No sabía por
qué, pero la idea de mi nuevo … ¿qué éramos exactamente … amantes? La idea
de que estuviera involucrado en la subasta de la virginidad me molestó.
—No, no estoy involucrado en el negocio familiar en absoluto —dijo
mientras continuaba deslizando su pene contra mí.
—El hecho de que estuve aquí anoche fue pura coincidencia. Mi primo me
arrastró hasta aquí. Era la primera vez que veía algo así —Se inclinó para darme
un beso.
—Y la verdad, estoy contento de haber estado aquí.
—A mí también me alegra que estuvieras aquí —dije, relajándome
nuevamente mientras su enorme falo se deslizaba arriba y abajo entre mis
pliegues vaginales. Puse mis manos alrededor de su cuello y lo miré a los ojos.
—¿Puedo hacerte una pregunta extraña? Quiero decir, dadas las
circunstancias.
—Claro —suspiró. Sus ojos se volvieron saltones y su respiración pesada.
—¿Hay conexión aquí? Quiero decir, que no sea el sexo. ¿Sientes una
conexión conmigo o es mi imaginación?
Él dejó de mover sus caderas y enfocó sus ojos en los míos.
—¿Te refieres a algo más que un fin de semana de sexo salvaje e increíble
con un chico guape que al mismo tiempo es un completo desconocido?
Sonreí mientras y mis mejillas se sonrojaban.
—Claro, eso quería decir. – Sonreí
—Te diré algo —dijo
—Tengamos un fin de semana increíble, y si aún te gusto, nos conoceremos
cuando volvamos a la ciudad, sería más que un buen trato para mí. ¿Acuerdo?
—Trato —gemí cuando su pene se deslizó dentro de mí, enviando
escalofríos a través de mi cuerpo. Clavé mis uñas en su espalda y envolví mis
piernas alrededor de su cintura mientras él entraba y salía de mi cuerpo. Fue una
forma maravillosa de despertar. A medida que el orgasmo se hacía notar a través
de mí, no podía esperar para ver lo que traería el resto del fin de semana.
MEGAN
Los dos días que pasé con Carlo fueron sin duda los mejores días de mi
vida. De acuerdo, pasamos la mayor parte del fin de semana en la cama
explorando nuestros cuerpos y descubriendo nuevas formas de obtener placer,
pero también comimos en el comedor, exploramos cada rincón de la mansión,
miramos la televisión en la cama, caminamos, hablamos y nos tomamos de la
mano.
Carlo Rozzi no solo era guapo y sexy como el solo él sabía, sino súper
inteligente, cálido, cariñoso, divertido, sexy y ardiente como el infierno … oh,
espera … Ya lo dije. Bueno, se justifica el decirlo dos veces, él era tan sexy dios
mío.
Me dijo que creció en una familia adinerada y que se fue después de terminar
la universidad, en lugar de unirse al negocio familiar. Aparte de eso, él no habló
en absoluto sobre su familia. Me dio la impresión de que era un tema delicado,
así que no lo presioné. Eso estuvo bien. No quería hablar sobre mi familia
tampoco. Por lo que sabía, tenía una vida hogareña perfecta y todo estaba
bien. No le mentí. Simplemente no hablé de eso. Como diría mi padre, no es una
mentira cuando no dices nada.
Me emocionó saber que Carlo era un empresario exitoso que tenía su propia
compañía multimillonaria de servicios financieros. Además, nunca se había
casado y no tenía novia, por lo que vino a esta subasta sin engañar a nadie.
Y lo mejor de todo, parecía realmente interesado en mí. Quiero decir, si bien
pagó una tonelada de dinero para pasar el fin de semana conmigo, tuve la
sensación de que no se trataba solo del sexo. Carlo tenía más que eso. Era esa
conexión de la que estaba hablando. Llámalo química o como
quieras. Definitivamente había algo allí. No estábamos enamorados ni nada tonto
como eso, todavía no, pero tal vez algún día lo estaríamos si esta pequeña chispa
de repente se incendiara.
Aun así, tuve problemas para creer que era real. Y en el fondo, seguí
esperando que se derrumbara poco a poco esta fantasía. Esperaba que Carlo se
quitara su máscara de Señor Cara Bonita y revelara su verdadero yo. Eso es lo
que pasaba por mi suerte en algunos momentos, pero prefería alejar esos
pensamientos y disfrutar el momento.
~~~
El lunes por la mañana, Carlo ya se había ido cuando me desperté. Sabía que
tenía que volver a la ciudad temprano por negocios, pero estaba triste porque no
estaba allí para despertar junto a mí. Me encantó el sexo matutino, pero, a decir
verdad, estaba un poco adolorida y recibí con agrado el descanso. Todavía estaba
recomponiéndome de la jornada, como dicen algunos. Tenía la sensación de que
caminaría con las piernas arqueadas durante unos días. La idea me hizo reír. La
verdad es que lo extraño. Hubiera sido maravilloso despertarse en sus fuertes
brazos.
Me duché y me vestí, luego empaqué mis cosas y comencé a bajar para
llamar a un taxi. Estaba a punto de salir de la habitación cuando alguien llamó a
la puerta. Abrí para encontrar a la mujer que había supervisado la subasta, estaba
allí de pie con una gran sonrisa en su cara y fuertemente maquillada con un
maletín de cuero colgando a su lado. Ella me entregó el maletín y juntó sus
manos entre sus pechos. Ella se veía tan orgullosa como un si fuese su pequeña
hija.
—Felicitaciones, señorita Gibs —dijo.
—Estoy tan feliz de que las cosas le hayan funcionado. El Sr. Rozzi es un
hombre encantador.
—Gracias —le dije, tomando el maletín entre mis manos como una bandeja
llena de bebidas en el bar, la escena se me hacía algo familiar.
—¿Qué es esto?
—Es tu parte del dinero, querida —dijo asintiendo.
—Doscientos mil dólares en efectivo. —Ella inclinó la cabeza, puso su mano
a un lado de su boca, y bajó la voz.
—Y no se preocupe por pagar impuestos porque el SII nunca lo sabrá.
—Um, está bien … —Wow, en mi felicidad orgásmica me había olvidado
por completo del dinero. Este día no paraba de mejorar.
—El Sr. Rozzi ordenó un auto para usted. Está abajo para llevarla de vuelta a
la ciudad cuando esté listo. Nos gustaría que los invitados se vayan antes del
mediodía si es posible para que podamos cerrar la casa. Espero que haya
disfrutado su experiencia. Y por favor, cuéntenos de sus amigas virginales,
confidencialmente, por supuesto. Las autoridades no aprueban nuestro pequeño
juego. Pagamos una hermosa comisión por referencias. Y confidencialidad.
—¿Una comisión?
Levantó diez dedos y los movió de uno en uno, como si yo fuera un niño
pequeño al que enseñaba a contar.
—Sí. Diez mil dólares por cada referencia que se subasta exitosamente.
—Humm, está bien. Definitivamente lo tendré en cuenta.
Realmente no sabía qué decir, así que le di las gracias de nuevo y ella se
alejó. Me quedé un poco estupefacta porque tenía doscientos mil dólares en
efectivo y me invitaron a conseguir vírgenes para ganar una comisión.
Me preguntaba si Lia recibiría diez mil dólares por referirme.
Si no, con gusto le pagaría una comisión porque la Subasta de la Virgen
estaba a punto de cambiar mi vida.
MEGAN
Cuando llegué a casa alrededor de las diez, encontré a mi padre detrás de la
barra con un lápiz y un cuadernillo en la mano, haciendo un inventario de las
botellas de licor y cerveza en la nevera, actuando como si fuera solo un día más
en el bar y todo estaba bien con el mundo. Lo bueno era que no tenía a nadie en
su espalda amenazándolo con matarlo.
El bar no se abriría hasta dentro de unas pocas horas, así que todas las luces
estaban encendidas junto con la radio, escuchando a uno de esos comentaristas
políticos que hablan de contingencias nacionales. Me llamo la atención ya que él
prefería el ruido. Una vez dijo que la música fuerte y bulliciosa no lo hacía sentir
tan solo. Lo comencé a mirar a través de la ventanilla de la cocina y nunca me
había dado cuenta, pero pude observar como la tristeza se apoderaba de él. Se
veía tan pequeño y solo detrás del gran bar. Nunca había pensado lo triste que
debía haber sido para él la muerte de mamá. Nunca había pensado realmente en
sus sentimientos en absoluto.
Había usado mi llave para entrar por la puerta trasera y cuando entré en el
bar desde la cocina, saltó al verme.
—Jesús, niña, casi me mataste del susto —dijo tirando el portapapeles en la
barra y pasándose la mano por la frente. Se tomó un minuto para recuperar el
aliento, luego forzó una sonrisa y esperó a que me deslizara sobre un
taburete. Puse el maletín en el suelo y entrelacé mis dedos en la barra.
—¿Quieres coca o algo para tomar? —preguntó.
Le di una pequeña sonrisa.
—No estoy bien, gracias papá
Tomó un trapo que estaba sobre unos vasos y lo frotó entre sus manos.
—Entonces, ¿cómo estuvo la junta con tus compañeras de infancia?
Le dije que iría a Las vegas con Lia durante el fin de semana para que no se
preocupara ni sospechara nada. También fue la excusa perfecta para explicar
cómo llegué a casa con tanto efectivo.
Puse el maletín en la barra y abrí los pestillos.
—Fue un buen fin de semana —le dije, girando el maletín para que quedara
frente a él.
—De hecho … —Cuando abrí la caja y él vio las pilas de billetes de veinte
dólares, pensé que sus ojos se iban a salir de su cabeza.
—Jesús, José y María, ¿de dónde sacaste ese dinero? —preguntó. Metió la
mano en el estuche y, tentativamente, pasó la punta de los dedos por las pilas de
billetes. Sabía que mostrarle a un adicto al juego tanto dinero era como entregar
las llaves de un laboratorio de metanfetamina a un adicto al
crack. Juguetonamente le di una palmada en la mano y cerré la caja.
—Como dije, tuve un muy buen fin de semana —le dije.
—Llegué a una buena racha en la mesa de la ruleta.
—¿Ruleta? —Estaba mirando el maletín, a pesar de que había cerrado la tapa
y puse mis brazos encima. Alineo sus ojos hacia mí como si estuviera buscando
una mentira en mis labios.
—No sabía que te gustaba jugar a la ruleta.
—Bueno, realmente no me gusta y tampoco soy una experta jugando a la
ruleta —le dije.
—Solo escoges un color y número y le das un giro. Solo fue suerte de
principiante.
—¿Cuánto hay allí? —preguntó con cautela. Pude ver una capa de sudor
cubriéndole la frente y el labio superior. Se secó el sudor con el trapo de la barra
y miró el maletín.
—Suficiente para saldar tu deuda y pagar un par de años de la universidad —
le dije.
—¿Resolver mi deuda? —levantó sus manos y negó con la cabeza.
—No, de ninguna manera, pagaré mis propias deudas. Lo resolveré. No
necesito que pagues por mis pecados.
—Papá, me dijiste que te matarían si no les pagabas $ 90,000 antes de fin de
mes. ¿Ha cambiado eso?
—No.
—Entonces, usaremos $ 90,000 de este dinero para pagarlo —dije.
—Pero después de eso, no más juegos de azar porque no te ayudaré de
nuevo. ¿Lo entiendes? —Extendí la mano y la puse su brazo. Era la primera vez
que había tocado a mi padre en años.
—Papá, prométeme. No más juegos ni apuestas.
—Lo prometo —murmuró con lágrimas en sus ojos.
—Lo juro por la tumba de tu madre. No más.
—De acuerdo, entonces tu coordinaras una reunión con ellos y le darás el
efectivo con lo que quedaría pagada la deuda. Júntate con ellos en un lugar
público a la luz del día. Hoy. ¿Lo entiendes? Tu les pagas y nunca más los
vuelve a ver.
—Lo entiendo —dijo su voz apenas parecía un susurro. Sus ojos se
desbordaron y las lágrimas corrieron por sus rubicundas mejillas.
—Los llamaré ahora.
Le apreté el brazo otra vez.
—Papá te amo. Todo saldrá bien.
—Lo sé —dijo secándose las lágrimas. Él no dijo que me amaba, pero sabía
que lo hacía. Se limpió la nariz con el trapo de la barra y lo llevó con él a la
cocina. Subió las escaleras para llamar a los hombres que lo habían
amenazado. Mi única esperanza era que una vez que tuvieran su dinero, no le
hicieran daño.
~~~
Conté $ 90,000 en efectivo, lo puse en una bolsa de papel y se lo di a mi
padre cuando bajó. Él no abrió la bolsa. Lo metió dentro de su chaqueta y cerró
la cremallera.
—Me reuniré con él en el parque dentro de una hora —dijo.
—Después volveré para abrir el bar. -Hizo una pausa para mirarme a los
ojos.
—Gracias, Megan. No te volveré a decepcionar, lo juro.
—Lo sé papá—le dije con una sonrisa juguetona. Me incliné y lo besé en la
mejilla.
—Ten cuidado, papi. Estaré aquí cuando vuelvas.
~~~
Estaba terminando el inventario cuando sonó mi celular en la barra. Miré el
número. La identificación de la persona que llama decía Carlo. Instantáneamente
sonreí. Debe haber puesto su número en mi teléfono sin que yo me diera
cuenta. Levanté el teléfono y deslicé la pantalla para contestar la llamada.
—Hola —dije. Sentí que mi corazón se aceleraba en mi pecho cuando
escuché su voz.
—Holaaa—dijo.
—¿Has vuelto a la ciudad?
—Si, ya lo hice, gracias al servicio de automóviles que enviaste. Eso fue
muy amable de tu parte. Podría haber llamado un taxi.
—No quería que tomaras un taxi con todo ese efectivo —dijo.
—Hablé con Brenda antes de irme y me prometió cuidar bien de ti.
—Ella hizo un trabajo fantástico —dije con alegría. Tuve que pellizcarme
para calmarme. Sonaba como una colegiala vertiginosa hablando por teléfono.
—Entonces, ¿estás en el trabajo?
—Desde las ocho de la mañana —dijo.
—Realmente estaba esperando poder secuestrarte para un almuerzo
rápido. ¿Estás ocupada?
Me recosté contra el enfriador de cerveza y me mordí el labio.
—Um, no, podría escapar durante una o dos horas. ¿Dónde quieres quedar?
—¿Podría pasar por ti? —Dijo.
—Te recogeré en una hora y encontraremos un lugar cerca.
—En realidad, tengo una cita en el centro —le dije. Era una mentira, por
supuesto, pero no estaba preparada para exponerlo a la realidad de mi vida.
—Solo envíame un mensaje de texto con tu dirección y nos encontraremos
allí.
Carlo envió un mensaje de texto a la dirección de su oficina y coloqué mi
teléfono en la barra. Había sacado toda la cerveza de la hielera para inventariarla
y limpiar un lugar para esconder el dinero. Tomé el maletín y lo puse en el fondo
de la hielera, luego lo cubrí con varias capas de botellas de cerveza y latas. Sabía
que no podía caminar por la ciudad llevando tanto dinero y aún no estaba segura
de qué quería hacer con él. Quiero decir, si pongo tanto dinero en el banco
tendrían que notificar al SII (Servicio de Impuestos Internos). Estaba de acuerdo
con pagar mi parte de impuestos, pero no hasta que pudiera resolverlo todo,
esconder el dinero parecía ser la mejor opción.
Subí al segundo para hacer un rápido arreglo de mi cabello y maquillaje,
luego salí por la parte de atrás y cerré la puerta con llave. Normalmente habría
tomado el metro, pero tenía quinientos dólares en el bolsillo y me moría por
gastar un poco. Como dicen, me estaba quemando un agujero en el bolsillo,
principalmente porque nunca antes había tenido más de unos dólares
conmigo. Me sentí como la chica más rica del mundo.
Llamé a un taxi sin preocuparme por la tarifa y me fui a almorzar con mi
nuevo amante.
CARLO
Estaba esperando en la acera cuando el taxi se detuvo y Megan me saludó
con la mano a través de la sucia ventana. Mantuve la puerta abierta para ella,
luego la tomé en mis brazos y le di un largo y descuidado beso justo en la acera.
—Wouu, ¿a todos los que invitas a comer los saludas de esta manera? —
preguntó ella con sus muñecas cruzadas detrás de mi cuello y una sonrisa en su
hermoso rostro. Mis ojos la acogieron. Era aún más bella de lo que la recordaba.
—Solo a ti —le dije, tomando su mano.
—Vamos, tengo en mente un restaurante elegante que creo que te gustará.
~~~
Megan sonrió mientras hacía cola en en un local para pedir nuestros hot dogs
y bebidas. Ella estaba agarrando mi brazo, inclinándose hacia mí.
—¿A esto te refieres con un restaurante elegante?
—Soy un chico bastante básico —le dije, juguetonamente golpeándola con
mi hombro.
—La próxima vez te llevaré a Tailandia para cenar. Pero ahora muero por
unos perros calientes.
—Me parece un buen trato —dijo ella.
—Aunque, que conste, odio la comida tailandesa.
—Que bueno que lo mencionas —dije.
—Tal vez nos limitaremos a la comida rápida.
Finalmente llegamos al frente de la fila y pedimos nuestra comida, luego la
llevé a una mesa de la esquina. Los comenzamos a comer de forma apresurada,
sin pretensiones después del fin de semana que tuvimos, era como si
estuviéramos muriendo de hambre. Aparentemente, nuestro fin de semana y la
energía que gastamos nos habían dejado a ambos hambrientos.
Terminé mi perro caliente y limpié mis labios con una servilleta grasienta. La
vi hacer girar unas papas fritas alrededor de un charco de salsa de tomate y
preguntar:
—Entonces, ¿cuáles son tus planes ahora que eres una mujer adinerada?
—Bueno, supongo que me presentaré a algunas universidades para ver cual
me conviene —dijo con un suspiro.
—Mis calificaciones en la escuela secundaria fueron buenas, pero he estado
fuera del hábito del estudio durante tres años, así que …
—Eso no debería importar —dije, estirando la mano para pasar un mechón
de pelo rubio detrás de su oreja.
—Eres brillante. Entrarás dondequiera que postules. Si hay algo que pueda
hacer, una carta de recomendación o lo que sea, házmelo saber.
—¿Y exactamente para qué me recomendarías? —preguntó con un brillo
diabólico en los ojos.
—Te recomendaría para muchas cosas —le dije, sintiendo su pie frotándose
contra el interior de mi pantorrilla. Ella había deslizado su pie fuera del zapato
justamente para eso. Podía sentir sus dedos de los pies trepando por mi pierna
como una araña sexy. Sus ojos se clavaron en los míos. La deseaba tanto que
podría haber barrido la basura de la mesa y haberla desnudado allí mismo, con
todos mirando. Sentí que mi pene se endurecía en mis pantalones con solo
pensar en follarla.
—¿Puedo hacerte una pregunta profesional? —dijo cambiando el tono de la
conversación incluso cuando su pie se deslizó más arriba de mi pierna. Se limpió
la boca y tomó su bebida. Ella sacudió el hielo y tomó un sorbo. Vi sus
deliciosos labios cerrar alrededor de la paja. Me hizo tragar fuertemente un sorbo
de bebida.
—Por supuesto, señorita Gibs —le dije.
—Estoy a su servicio.
—Todo ese dinero —dijo inclinándose y bajando la voz.
—¿Debería ponerlo en el banco o qué?
—El SII se comerá una gran parte si lo haces —dije.
—Te digo algo, dame uno o dos días y elaboraré un plan para que protejas el
dinero y lo mantengas disponible para la matrícula y los gastos.
—Eso sería increíble —dijo apretando mi mano. Ella me miró a los ojos y
me dio una sonrisa coqueta.
—¿Puedo verte más tarde?
—Puedes verme ahora, con o sin ropa —le dije, arqueando mis cejas hacia
ella.
—Podríamos regresar a mi casa o podríamos ir a la tuya.
—En realidad, hay algunas cosas de las que tengo que ocuparme en casa esta
tarde. ¿Puedo enviarte un mensaje de texto más tarde? ¿Tal vez verte esta noche?
—Puedes enviar un mensaje de texto y verme en cualquier momento —le
dije. Extendí la mano debajo de la mesa y paré los dedos de su pie justo antes de
que llegaran a mi pene.
—Por ahora, necesitas retirar ese pie y darme unos minutos para calmarme.
Ella frunció los labios y miró hacia abajo, como si pudiera ver a través de la
mesa de fórmica.
—¿Por qué, Sr. Rozzi, es tan dura esa zona en sus pantalones o simplemente
está contento de verme?
—Creo que ambas —dije con una sonrisa.
Ella sonrió y apartó su pie. Simplemente me hizo quererla más.
MEGAN
Estaba empezando a enloquecer un poco. Eran casi las seis en punto y no
había tenido noticias de mi padre, que se había ido por casi seis horas. Y debido
a que no había tenido noticias de él, no había enviado un mensaje de texto ni
había llamado a Carlo para programar una cita para más tarde esa misma
noche. Los viejos sentimientos de terror, los que solían rondar mi cabeza como
una nube oscura, regresaron mientras caminaba de un lado a otro y miraba
ocasionalmente por la ventana. ¿Volvería mi padre a casa? Y si es así, ¿llegaría
sano y salvo?
Me dio la sensación de que algo había salido terriblemente mal cuando fue a
pagar su deuda de apuestas. Estas personas con las que estaba tratando no eran
buenas personas que operaran dentro de los límites de la ley. Eran matones y
criminales, no dudarían en herir o incluso matar a alguien para conseguir lo que
querían. Mi padre estaba en grave peligro. Podía sentirlo en mi interior.
Intenté volver a llamar a su teléfono celular y me transfirió directo al correo
de voz. Lo había estado llamando cada diez minutos durante varias horas. Había
dejado una docena de mensajes suplicándole que llamara para decirme que
estaba bien. La sensación oscura era tan fuerte que no había abierto la
barra. Mantuve el cartel cerrado en la puerta y las luces apagadas. Los clientes
llegaron y golpearon, pero los ignoré y no los dejé entrar.
Estaba a punto de llamar al teléfono de papá una vez más cuando escuché un
ruido proveniente de la cocina. Salí por la puerta y lo encontré sobre sus manos y
rodillas apoyándose de la puerta de atrás. Gracias a Dios, estaba vivo, tratando
de levantarse del suelo. Corrí hacia él y lo ayudé a sentarse con la espalda contra
la pared. Mi corazón se detuvo cuando lo miré a la cara. Él había sido golpeado
hasta la médula.
—Oh, Dios mío, papá, ¿qué pasó? – Grité con mis manos sobre sus
hombros. Mis ojos no paraban de enfocarse en él. Sus ojos estaban
hinchados. Su nariz estaba rota y sangrienta. Sus labios estaban partidos e
hinchados. Su cara, camisa y chaqueta estaban cubiertas de sangre seca.
—Estoy bien … —susurró, extendiendo sus manos para alcanzarme
ciegamente.
—Solo necesito … acostarme.
—Dios mío, papá, no estás bien —le dije, tomando sus manos y apretándolas
con fuerza.
—Necesitas un doctor. Voy a llamar a una ambulancia y a la policía.
—No, no, no hagas eso —dijo desesperadamente, agarrando mis manos.
—Eso solo empeorará las cosas. —Apoyó la cabeza contra la pared y me
miró por una pequeña abertura de su ojo derecho.
—Por favor, solo déjame descansar por un minuto. Estaré bien.
Tomé una respiración profunda y lo dejé salir lentamente. Corrí al fregadero,
mojé un trapo frío y se lo pasé. Tomó el trapo y lo sostuvo contra sus labios
partidos.
—Gracias … estoy bien … solo necesito un minuto.
—Papá, dime qué pasó.
—Dijo que no era suficiente.
—¿Quién dijo que no fue suficiente? —le pregunté.
—Qué significa eso.
Luchó por respirar a través de sus labios hinchados. Su nariz estaba
completamente rota y obstruida por la sangre seca.
—Dijo que era más dinero. Dijo que los noventa mil no iban a ser suficientes
para cubrir la deuda. Él lo quiere todo. El hijo de puta. Él lo quiere todo.
Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal.
—Papá, dime exactamente lo que dijo. Palabra por palabra.
Se pasó la lengua por los labios e intentó tragar.
—Dijo que tenías doscientos mil dólares. Él lo quiere todo o nos matará a los
dos.
La respiración se atrapó en mi garganta.
—¿Cómo sabía él que tenía tanto dinero? Papi, ¿cómo lo supo? ¿Le dijiste?
- Él dejó que su cabeza rodara de un lado a otro.
—No, no tenía idea de cuánto tenías. Dijo que tenías doscientos mil dólares
en un maletín y que quiere cada centavo o nos matará a los dos.
Me tragué el nudo que se había atascado en mi garganta.
—Papá, dime el nombre de ese hombre.
—No, Megan, no puedes pelear contra estas personas y no puedes llamar a la
policía —dijo. Tosió y se puso la toalla sobre los labios.
—Tienes que irte, Megan. Tienes que salir de la ciudad.
—¡Papá, maldita sea, dime el nombre del hombre que te hizo esto!
Cuando mi padre dijo el nombre del hombre que había amenazado nuestras
vidas, tuve que contener mis lágrimas. Sabía que mi buena fortuna era
demasiada bueno para ser cierto y demasiado bueno para durar.
La gente como yo no está destinada a ser feliz.
Tuve un glorioso fin de semana y fui millonaria por un corto tiempo.
Ahora, todo se estaba yendo a la basura poco a poco.
~~~
Ayudé a mi padre a ir a la cama y luego le limpié las heridas lo mejor que
pude. Parecía peor de lo que era, pero aun así era bastante malo. Las compresas
de hielo reducirían la hinchazón alrededor de los ojos magullados y los labios
partidos, pero su nariz estaba rota y su pómulo derecho sobresalió más de lo
debido. Prometió dejar que lo llevara al hospital al día siguiente y acepté de mala
gana.
Le di un par de analgésicos extra fuerte y me senté a su lado hasta que se
durmió. Luego bajé al bar, saqué el maletín helado del enfriador de cerveza y me
fui a mirar al hombre que le había hecho esto a mi padre y a mí.
MEGAN
Nunca había estado dentro del Club de Enzo’s. No sabía nada sobre el lugar
aparte de lo que Lia me había dicho. Ella había trabajado allí unos meses y
estaba follando con el hijo del dueño, un tipo llamado Santino. Ella nunca me
había dicho su apellido y nunca me había interesado lo suficiente como para
preguntar.
Tomé un taxi hasta Enzo’s y entré por la puerta principal sujetando el maletín
con fuerza en mi mano derecha. Lia estaba limpiando el piso y sirviendo bebidas
en mesas llenas de hombres alborotadores. Cuando levantó la vista y me vio de
pie cerca de la entrada, hizo una doble toma, como si pensara que su
imaginación le estaba jugando una mala pasada.
Ella vino hacia mí con sus tetas desnudas rebotando en su pecho y una
bandeja de bebidas redonda entre sus manos. Llevaba una tanga transparente y
tacones altos, y nada más. La miré cuando ella saludó, pero luego dejé que mis
ojos continuaran por la habitación buscando al hombre que había venido a
conocer. El lugar estaba oscuro que no pude ver quién estaba allí.
—Jesús, Meg, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Lia, agarrando la
bandeja contra sus pechos como si estuviera tratando de esconderlos de mí.
—¿Paso algo?
—Tu amigo Santino —le dije con calma, aun escaneando la habitación.
—¿Cuál es su apellido?
Ella frunció el ceño y parpadeó hacia mí.
—Rozzi —dijo con cautela.
—¿Por qué?
—¿Está él aquí?
—Sí, él está en el área VIP como siempre —Se puso delante de mí,
obligándome a mirarla a los ojos.
—Meg, ¿qué demonios está pasando?
—Llévame con él —le dije.
—Tengo algo para él.
—Meg, en serio, qué diablos …
—Llévame con él ahora, Lia —le dije con fuerza suficiente como para hacer
que parpadeara. Ella me miró por un momento con una mirada confundida en su
rostro, luego volvió en sí misma y comenzó a guiarme paso a paso a través del
club.
Nunca antes había visto a Santino Rozzi. Pero cuando lo vi sentado en un
sillón con los brazos alrededor de los hombros de dos bailarinas desnudas, sus
manos apretando sus tetas, lo reconocí inmediatamente de la subasta. Era el
hombre que estaba junto a Carlo, el tipo que parecía un personaje de Los
Soprano. Él era el primo que Carlo mencionó. Y el hombre que había golpeado a
mi padre sin sentido y amenazó nuestras vidas.
Había otro hombre sentado a la mesa. El hombre musculoso con el que lo
había visto en la subasta. Estaba sentado al final de la sala con los codos sobre
las rodillas, mordisqueando despreocupadamente las raspaduras de los nudillos,
como resultado de golpear a mi padre una y otra vez en la cara.
—Uh, Santino, esta es mi amiga, Megan —dijo Lia, haciéndose a un lado
cuando llegamos a la mesa. La pobre Lia no tenía idea de lo que estaba
sucediendo, pero no había tiempo para explicar. El cabeza de músculo me echó
un vistazo y se puso de pie como si pensara que tenía que interponerse entre mí y
su jefe. Santino Rozzi me sonrió por un momento, luego apartó sus brazos de las
chicas.
—Damas, retírense —dijo empujándolas fuera de la sala VIP. Me miró
mientras hablaba.
—Lia, otra ronda para la mesa. Y trae algo para tu amiga, Meg. Imagino que
le gustaría una bebida.
—¿Quieres algo? —Lia preguntó en voz baja. Ella dio la espalda a la mesa y
bajó la voz.
—No sé lo que está pasando, pero ten cuidado. No quieres meterse con él.
—Lo haré —dije.
—Y no, no quiero un trago.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Mi corazón se hundió cuando escuché la voz
de Carlo detrás de mí. Me gire para encontrarlo parado a menos de un pie de
distancia con una sonrisa confusa en su rostro. Él extendió sus brazos, pero no
me moví. Me di cuenta de que tenía el maletín agarrado fuertemente contra mi
pecho.
—Estoy aquí para darle a tu primo este dinero, para que no me mate a mí ni a
mi padre —le dije, haciendo que las lágrimas desaparecieran de forma
automática de mis ojos. Carlo frunció el ceño mientras me miraba, luego miró a
Santino. Él se paró a mi lado e intento poner su mano sobre mi brazo. Quite mi
brazo bruscamente para que no me tocara.
—No me toques —dije.
Carlo levantó sus manos y se volvió hacia Santino. Tenía una sonrisa
cautelosa en la cara, como alguien que se había perdido el chiste. Él dijo:
—Estoy un poco confundido. ¿Qué está pasando aquí?
Santino suspiró como si estuviera aburrido con toda la escena. Agitó una
mano hacia mí y puso los ojos en blanco.
—El dulce padre de tu amiguita me debe dinero por una deuda de
juego. Creo que ella está aquí para pagarlo.
Carlo se volvió hacia mí.
—¿Es verdad eso, Megan? ¿Tu papá le debe dinero a Santino?
No miré a Carlo porque pensé que podría llorar. En cambio, miré fijamente a
los ojos de Santino y hablé con los dientes apretados.
—Mi padre le debía noventa mil dólares —le dije.
—le di a mi padre el dinero para pagar la deuda, pero ahora lo quiere
todo. Dijo que, si no le doy los doscientos mil dólares, matará a mi padre y
también me matará a mí.
Santino rodó los ojos. Su guardaespaldas se movió para acomodarse detrás
de mí. Santino asintió con la cabeza hacia el maletín y dijo:
—Entonces, ¿es ese mi dinero?
—Espera un segundo —dijo Carlo, tendiéndole una mano.
—Ese no es tu dinero. Es de ella. Es su parte de la subasta.
—En realidad, primo, es mío —dijo Santino. Cruzó sus brazos sobre su
pecho y me miró. Podía sentir el aliento caliente de su guardaespaldas en mi
cuello. Miré por el rabillo del ojo para ver si Carlo iba a intervenir. Todavía
estaba de pie a unos metros de mí, sin moverse, como si sus pies estuvieran
clavados en el suelo.
Santino movió un dedo hacia mí y dijo:
—Su viejo padre, obviamente, olvidó que había interés de por medio. La
cantidad original era de noventa mil dólares, pero eso fue hace dos meses. Ahora
son doscientos. La próxima semana serán dos cincuenta. Ahora, puedes darme el
dinero o puedo hacer que Luigi sacuda nuevamente a tu viejo padre. O bien,
puede pagar su deuda de juego aquí. Tienes buen culo y una buena vagina. Y
Carlo me dice que fornicas como una máquina, así que probablemente lo
solucionarás enseguida.
—¿Dijiste eso? —pregunté, mirando a Carlo a los ojos, incapaz de contener
las lágrimas.
—Por supuesto que sí —dijo Santino con una sonrisa.
—Dijo que para una virgen eras una verdadera puta y chupabas el pene como
una diosa. De hecho, él dijo que estabas dentro de su top cien de mejores putas.
—Cállate, Santino —grito Carlo. Él me miró con ojos culpables.
—Megan, no quise decir eso. Solo conversábamos, no era cierto. Ya sabes lo
que siento por ti.
—¿solo broma? —pregunté, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
—Dios mío, solo me estabas usando. Eso es todo, ¿verdad?
—¿Qué? No, eso no es así.
—Dios, fui tan tonta —Miré a Carlo a los ojos y de repente me di cuenta de
que la conexión que creía tener no era más que una ilusión de niña tonta y
vulnerable que se enamora del primer príncipe azul que pasa por delante de su
puerta. Solo que este príncipe azul tenía un corazón negro. Dios, qué tonta
fui. Una lluvia de vergüenza cayó sobre mí.
—Ese dinero no te pertenece —dijo Carlo, mirando a Santino con las manos
en las caderas.
—Pagaste por su virginidad, primo, y yo obtuve más de lo que esperaba —
dijo Santino, moviendo un dedo hacia Carlo. Él dirigió el dedo hacia mí.
—Su padre me debe dinero y ella quiere cubrir su deuda, así que ese es mi
dinero. Fin de la discusión.
—Ese no es su dinero —dijo Carlo de nuevo, dando un paso hacia mí,
buscando protegerme.
Santino chasqueó los dedos.
—Luigi. Pásame el maldito maletín.
De repente, me encontré dividida entre Carlo y el tipo llamado Luigi. Hice
mi mejor esfuerzo para sostener el maletín el tiempo suficiente para abrir los
pestillos, luego lo sacudí en el aire. Cientos billetes de un dólar fueron a todas
partes y se desató el infierno. Santino estaba luchando por recoger el dinero. Caí
hacia atrás justo cuando Carlo y el cabeza del músculo se golpearon con los
puños.
Me tambaleé hacia atrás de la mesa. Carlo y Luigi estaban agraados como
dos bailarines incómodos. Cayeron de lado sobre una mesa. El aire estaba lleno
de billetes de veinte dólares, más de seis mil. En una muchedumbre de gritos,
todos los que estaban cerca se lanzaron hacia la mesa, agarrando puñados de
dinero en efectivo.
—¿Qué mierda, Meg?
Me volví hacia Lia, que estaba parada a mi lado con sus tetas escondidas
detrás de la bandeja y una expresión estupefacta en su rostro.
—Diez mil de eso te pertenece —le dije, arrojando el maletín vacío al suelo.
—Tu comisión por recomendarme a la Subasta de la Virgen. Será mejor que
lo recojas antes de que se lo lleven.
Me alejé sin decir una palabra más.
Esperaba haber visto al último hombre con el apellido Rozzi.
MEGAN
—Es una buena multitud para un sábado —dijo mi padre mientras ponía
cuatro vasos de cerveza en la barra y se limpiaba las manos con el trapo que
guardaba en su bolsillo trasero.
—Si esto sigue así, podríamos cenar carne dos veces a la semana.
Rodé mis ojos hacia él mientras cargaba las cervezas en una bandeja.
—¿Alguna vez podremos comer algo mejor que el pastel de carne?, Le
pregunté en broma.
Él me sonrió.
—¿Alguna vez aprenderás a cocinar algo que no sea pastel de carne?
—Probablemente no —le dije, colocando la bandeja sobre mi hombro y
equilibrándola con una mano.
—Necesito cuatro vasos de tequila y cuatro Whisky en las Rocas para la
mesa tres.
—Oye, piensa positivo —dijo golpeando con la punta del pulgar a un lado de
su cabeza.
—Algún día nos llegará la buena fortuna.
—Sí, sí, si tú lo dices.
Entregué los cuatro pedidos y regresé al final de la barra para esperar a que
llegué el siguiente pedido. Apoyé los codos en la barra y mi mentón en un puño
para ver trabajar a mi padre. Fue sorprendente la diferencia en él desde su
angustiante reunión con el gorila de Santino Rozzi. Le tomó un par de semanas
para que sus moretones, pómulos rotos y la nariz rota se curaran, pero una vez
que estuvo de pie otra vez, fue como si le hubieran quitado un gran peso de los
hombros. No había bebido una gota y no había jugado nada, hasta donde yo
sabía. Él sonrió y se rio más. Se veía y actuaba más feliz de lo que lo había visto
en mucho tiempo, desde antes de que mamá muriera. Fue un precio considerable
que ambos pagamos, pero vale cada centavo y cada onza de sangre.
Las semanas habían pasado más lentamente para mí. Traté de olvidar mi fin
de semana con Carlo Rozzi junto con todo el placer y el dolor que había
traído. Me reconcilié con el hecho de que no estaba destinada a ir a la
universidad ni a convertirme en investigadora del cáncer. Mi vida se pasaría
detrás del bar, al igual que mi viejo y su viejo antes que él. Suponía que había
peores formas de ganarse la vida. Y los grandes sueños no estaban destinados a
personas como yo. Debería haber sabido que es mejor no esperar nada de la vida.
—Después de entregar estos, tómese un descanso —dijo papá, cargando las
bebidas en la bandeja.
—Has estado trabajando duro durante horas. Yo te cubriré.
—¿Estás seguro?
—Estaba sirviendo bebidas desde antes de que nacieras —dijo.
—Vamos, toma un descanso.
Me guiñó un ojo, luego volvió a servir bebidas y a reírse con los clientes en
el bar. Entregué los tragos y cervezas, luego me serví una Coca y la llevé a la
cocina. Papá tenía razón: mis pies y mi espalda me estaban matando. Me senté
en la mesita que teníamos en la cocina, me quité los zapatos y tomé un largo
trago.
Había una pila de cartas que se habían acumulado los últimos días sobre la
mesa. Las levanté y hojeé los sobres, encontrando las cobranzas habituales y la
típica basura promocional. Entonces un sobre me llamó la atención. Estaba
dirigido a la señorita Megan Gibs. La dirección del remitente era de una
compañía en Illinois llamada ProInvesting Corp.
Cogí un cuchillo de mantequilla que estaba sobre la mesa y lo deslicé debajo
de la solapa del sobre. Dentro había un resumen mensual de una cuenta a mi
nombre. El saldo en la cuenta era de doscientos veinticinco mil dólares.
—¿Qué diablos? —Revisé el sobre, pero el balance de la cuenta era lo único
que había dentro. Lo leí de nuevo. Titular de la cuenta Megan Gibs … mi
dirección … saldo de la cuenta $ 225,000 … fecha de apertura de la cuenta …
Hice los cálculos en mi cabeza. La cuenta se abrió una semana después de la
subasta de la virgen. El día siguiente que le di el dinero a Santino Rozzi.
Doblé la declaración y estaba a punto de volver a meterla en el sobre cuando
noté algo extraño. Debajo de la aleta, escrita en tinta roja, estaban las palabras:
—Te extraño. Carlo
MEGAN
La mujer en la recepción me dio una cálida sonrisa cuando atravesé las
pesadas puertas de vidrio y me acerqué. Traté de devolverle la sonrisa, pero salió
como una contracción nerviosa.
—Hola, me gustaría ver al Sr. Rozzi —le dije.
—¿Tienes una cita?
—No.
—¿Podría decirme su nombre?
—Megan Gibs.
—Un momento por favor. —levantó el teléfono y presionó un botón. La
escuché decir mi nombre. Dio media vuelta con la sonrisa todavía plasmada en
la cara y señaló hacia el pasillo a su derecha.
—Puedes entrar directamente. Su oficina está al final del pasillo.
—Gracias. —Intenté detener mi respiración mientras caminaba por el pasillo
hacia la oficina de Carlo. Mis manos temblaban y mis palmas estaban
sudorosas. El sudor no es para nada sexy.
Cuando me acerqué, la puerta se abrió y Carlo apareció, luciendo perfecto
con un traje azul oscuro y una camisa blanca almidonada abierta en el
cuello. Sonrió al verme, pero no hizo ningún intento por tocarme. En lugar de
estirar los brazos para un abrazo, se hizo a un lado y tendió una mano para
guiarme.
—Es agradable verte —dijo formalmente, ordenándome que me sentara en
una silla de cuero rojo frente a su enorme escritorio de cristal. Se sentó detrás del
escritorio y juntó las manos.
—¿Cómo has estado?
—Bien —le dije, forzándome a mirarlo a los ojos. ¿y tú?
—Algo ocupado, pero bien.
—Eso es bueno.
—Sí, lo es. —Me miró a los ojos por un momento, luego pardeo lentamente
y me dio una sonrisa.
—Es bueno verte, Megan.
—¿Lo es?
—Si, lo es. – Al mismo tiempo que tocaba sus dedos levantó sus cejas.
—Aquí es donde tú debes decir “es bueno verte también, Carlo”.
Busqué en mi bolso sin responder a sus palabras juguetonas. Saqué el sobre
que contenía el resumen de la cuenta bancaria a mi nombre y lo deslicé por el
escritorio. Abrió el sobre y sacó la carta, luego la miró rápidamente.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
—No entiendo —dije.
—¿Qué es eso?
Levantó el periódico y frunció el ceño.
—Es el resumen de tu cuenta bancaria.
—No tengo ninguna cuenta en este banco dije.
—Poor lo que yo veo, si la tienes —dijo volviendo a guardar el resumen
bancario en el sobre para posteriormente deslizarlo hacia atrás sobre el
escritorio.
—No tendrías un resumen bancario si no tuvieras una cuenta.
—¿Estás tratando de ser gracioso? —pregunté, con un tono poco
amigable. Agarré el sobre del escritorio y lo guardé en mi bolso.
—No estoy tratando de ser gracioso —dijo encogiéndose de hombros.
—Simplemente lo dije de forma natural.
Tuve que evitar sonreír. Maldición, solo estar en la habitación con él era
como estar borracha después de una noche de fiesta intensa. El mundo a mi
alrededor se volvió borroso cuando mi visión se centró en él. Mi cabeza se sentía
más ligera, mis pies apenas tocaban el suelo. Pero no, maldita sea, él no era
quien yo pensaba que era. Quería algo, obviamente, pero no estaba dispuesta a
dárselo.
—Voy a preguntar de nuevo —dije con calma.
—¿Qué es todo esto?
—Ese es tu dinero —dijo echándose hacia atrás y extendiendo las manos.
—Santino obtuvo noventa mil dólares con lo que fue pagada la deuda de tu
padre y el resto es tuyo. Te dije que encontraría una forma de invertirlo para ti y
eso es lo que hice. Necesitaré tu firma en algunos formularios, pero eso es solo
un tecnicismo. La cuenta es tuya, con todo el dinero que hay en ella. Puedes
emitir cheques y solicitar una tarjeta de débito para que saques lo que necesites,
siempre que lo necesites.
—¿Ese es mi dinero? —le dije, todavía no completamente convencido.
—Pero pensé que tú y Santino peleaban por el dinero cuando me fui.
—Ese nunca fue el motivo —dijo.
—Estaba luchando por ti, por tu dinero. Nunca tuve la intención de quitarle
el dinero. Jamás existió un gran plan para comprar tu virginidad y luego robarte
el dinero.
—¿No fue así?
—No, por supuesto que no —dijo con un profundo suspiro.
—Mira, mi primo, Santino, es un idiota de clase mundial que hará todo lo
que este a su alcance para poner dinero en su bolsillo. Cuando tu padre se
presentó con noventa mil dólares para cubrir su deuda, Santino preguntó de
dónde había sacado el dinero. Tu padre se negó a decir, así que Santino hizo que
Luigi lo molestara un poco porque pensó que algo estaba pasando. Tu padre
finalmente dijo que su hija lo ganó en Las Vegas. No mencionó su nombre, pero
Santino recordó tu apellido del folleto de la subasta y conectó los puntos. Se dio
cuenta de que eras la hija de John Gibs y que la recompensa provenía de tu parte
de la subasta. Santino sabía cuánto te pagaban, así que decidió obtenerlo todo.
—Qué maldito idiota —dije.
La cabeza de Carlo se balanceó.
—Sí, es un maldito idiota, pero no es un hombre irracional. Después de
limpiar el lugar con Luigi, tuve una pequeña conversación privada con Santino
en el callejón del fondo del club. Me costó un poco convencer y hacer que mi tío
Enzo se involucrara, pero finalmente, Santino vio el error de sus actos y me
devolvió el dinero, aquí mismo, en mi propia oficina. Abrí la cuenta y esperé
para saber de ti. Han pasado algunas semanas. Pensé que no querías hablar
conmigo.
—¿Por qué no me llamaste? -Pregunté en voz baja.
—¿Habrías aceptado mi llamada? ¿Hubieras creído todo lo que tenía que
decir?
—Probablemente no.
—Bueno, ahí tienes —dijo juntando sus manos.
—¿Supongo que tu padre está bien?
—Sí, está bien ahora.
—Eso me alegra. —Se pasó la lengua por los labios y me miró a los ojos.
—¿Y tú? ¿Cómo estás? La verdad
Lo pensé por un momento, luego suspiré con una sonrisa.
—Sabes, estoy bien. Quiero decir, esto fue todo un desastre, pero de alguna
manera, me alegro de que haya sucedido. Mi padre ha dejado de beber y
apostar. Su negocio ha mejorado. Él es saludable y feliz. Por primera vez en
mucho tiempo, creo que estará bien. Ambos lo estamos.
—¿Te has matriculado en la universidad?
Solté una carcajada.
—No, hasta hace unos minutos pensé que estaba en la ruina.
—Ahora no estás en quiebra —dijo levantando la mano en el aire.
—Es momento que te pongas en contacto con la universidad para gestionar
tu matricula.
—Si, eso debo hacer —dije. Dejé que mis ojos descansen en los suyos.
—Lamento haberte cuestionado, Carlo. Sé que realmente eres un buen tipo.
—No te preocupes —dijo inclinándose sobre el escritorio y sonriendo con
los ojos.
—Me haces querer ser un buen tipo.
—¿Yo lo hago?
—Si, lo haces. —Echó un vistazo a su reloj.
—Mira, es la hora del almuerzo y estoy hambriento.
—¿Es la hora? ¿tienes hambre?
—Lo es y lo estoy. Hay un local de perros calientes justo en la siguiente
cuadra. ¿Puedo invitarla a un perrito caliente, señorita Gibs?
—Puede hacerlo, Sr. Rozzi. Entre otras cosas.
Él rodeó el escritorio y puso su mano sobre mi pecho. Dudé por un
momento, luego puse mi mano en la suya y dejé que me sacara de la silla tras lo
cual me cogió en sus brazos. Me besó suavemente en los labios mientras me
derretía con él.
Quizás las cosas funcionarían después de todo.
EPILOGO: MEGAN
La universidad fue mucho más difícil que la escuela secundaria. A pesar de
que solo era un estudiante de primer año tomando cursos básicos, sabía que tenía
mucho trabajo por delante. Para ser un investigador de cáncer, necesitaría
obtener una licenciatura en biología o alguna otra ciencia relacionada, luego un
título de posgrado y tal vez incluso un doctorado. Podría tomar años y costar
cada centavo que tenía y algo más, pero algún día, si continuaba, sería la Dra.
Megan Gibs, investigadora del cáncer.
Mi madre habría estado tan orgullosa de mí, aunque no sabía si podría haber
estado más orgullosa que mi padre. Les dijo a todos los que entraron en el bar
que su hija iba a ser médico. Incluso comenzaron a llamarme Dr. Gibs cuando
traía sus rondas de cerveza y bebidas.
Para otoño, ya me habían aceptado en la Universidad de Nueva York, lo que
significaba que podía ir a estudiar a la universidad y seguir trabajando en el bar
para ayudar a mi papá. Tenía un largo camino por delante. Afortunadamente,
tuve a Carlo Rozzi quien me acompañaba en cada viaje.
~~~
Carlo estaba sentado leyendo una revista financiera cuando salí de la ducha
desnuda y me metí en la cama de tamaño King junto a él. Fingió estar
concentrado en algún artículo sobre el comercio internacional de divisas, pero
cuando me acerqué a él y deslicé mi mano entre sus piernas, pareció perder la
capacidad de leer.
—Mmmm, ¿qué estás haciendo? —preguntó, tirando la revista al suelo y
envolviendo sus brazos a mi alrededor. Su pene largo y duro estaba en mi
mano. Moví mis dedos arriba y abajo por el eje venoso y jugueteé con su duro
pezón con mi lengua.
—Te estoy obligando a tomar un descanso —le dije, mientras mi lengua
subía por su cuello. Le di pequeños mordiscos a su mandíbula en camino a sus
labios.
—¿Parece que necesito un descanso? —preguntó, abriendo la boca para que
mi lengua pudiera deslizarse dentro.
—Lo necesitas —dije, moviéndome a horcajadas sobre sus muslos para
poder manosear su pene comodidad. Sus manos se acercaron a mis tetas y les
dieron un fuerte apretón. Rodó mis duros pezones entre sus dedos, haciéndome
gemir de un dolor delicioso.
—¿Puedo leer mi revista después de que me utilices sexualmente? —
preguntó, poniendo sus manos en mis caderas para llevarme a su pene.
—Podríamos averiguarlo —dije con una sonrisa.
—Pero dudo que puedas hacerlo.
Sujeté su pene con una mano y lentamente me empalé. El aliento salió de
mis pulmones mientras llenaba mi vagina completa con su larga y gruesa
virilidad.
—Eso se siente increíble … —gemí, poniendo mis manos sobre su pecho
mientras lentamente deslizaba mis caderas de un lado a otro a lo largo de él. Él
clavó sus dedos en mis costados para ayudarme a seguir.
—Sí, hazlo… —dijo.
—Asombroso…
—Dios, me estás calentando mucho —le dije, cerrando los ojos mientras el
calor de mi vagina se expandía por todo mi cuerpo. Hacía calor en el
dormitorio. Empecé a sudar a medida que el calor de nuestros cuerpos se
intensificaba.
—Oh … mierda … —gimió, arqueando sus caderas para penetrar más
profundamente en mi vagina.
—Estás tan jodidamente … apretada …
Lamí el sudor de mis labios y bajé mi boca hacia la de él. Él también estaba
sudando. Su piel era brillante y resbaladiza y eso me excitaba aún más.
—Me estoy corriendo … —gemí cuando el orgasmo comenzó a hacerse
notar a través de mí.
Carlo deslizó sus manos alrededor de mi culo y comenzó a golpearme en las
nalgas.
—Vamos, bebé … dale … tómalo todo…
Gruñó y se puso rígido debajo de mí, cada músculo de su cuerpo
ondulándose mientras me llenaba con su semen caliente. Llegué al orgasmo con
él, chorreando jugos calientes sobre su pene y sus bolas, haciendo un desastre
maravillosamente pegajoso. La habitación se llenó con el aroma de nuestro sexo
y sudor. Nos empujamos el uno al otro por un momento más, luego me derrumbé
sobre él, jadeando en su oído.
—Joder … lo necesitaba —dijo con los labios en mi oreja.
—Yo también —le dije, poniéndome de codos. Estaba literalmente
ardiendo. Pasé la palma de mi mano por mi frente. Estaba sudando como loca y
él también.
—Parece que me calenté demasiado —dijo con un feliz suspiro.
—No quería que te congelaras cuando saliste de la ducha. Ahora estoy
sudando como un cerdo. Espere, doctora Gibs, ¿los cerdos sudan?
Sonreí y besé sus labios.
—No estoy segura —le dije, mirándolo a los ojos.
—Pero hay una cosa que sé.
—¿Qué cosa?
—Cuando estamos haciendo el amor, el sudor es tan sexy.
Pasó su lengua por mi cuello como si estuviera lamiendo un cono de helado
y dijo:
—Sí, señorita, tiene toda la razón.
Puse mis manos en su rostro y lo miré profundamente a los ojos.
—Gracias por comprarme, Sr. Rozzi. Me salvaste la vida.
Él sonrió y acarició su nariz con la mía.
—Querida, fue el dinero que he invertido más sabiamente … Con los
mejores retornos.
~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ FIN ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~

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