Virginidad en Venta-Kate Jones
Virginidad en Venta-Kate Jones
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KATE JONES
—La diversión está por comenzar —dijo Santino con un diabólico tono en su
voz. Las chicas se habían quitado las prendas transparentes y se habían alineado
una al lado de la otra como concursantes en un concurso de belleza. Algunas de
ellas eran atractivas y sexys (o intentaban parecerlo), otras parecían un poco más
incómodas, y Megan, la hermosa chica con la sonrisa suplicante de la que no
podía quitar mis ojos parecía que literalmente quería salir corriendo y gritando.
Me di cuenta de que estaba haciendo todo lo posible para mantenerse firme, pero
ella mantuvo sus brazos levantados para cubrirse y luego por el cansancio los
tuvo que bajar, moviéndose nerviosamente de un pie al otro, y tirando del largo
cabello rubio que cubría su hombro izquierdo, como si pensará que podría
cubrirse con eso.
Reconocí a la mujer que dirigió la subasta. Su nombre era Brenda Barkins,
una antigua stripper de la época del tío Enzo. Ella les daba instrucciones y
gesticulaba con sus manos como una maestra de orquesta sinfónica.
Bebí un vaso de champán y miré alrededor de la habitación. Probablemente
había treinta o cuarenta hombres allí, mirando a las mujeres y sonriendo como
lobos antes de una matanza. El ruso y su idiota abogado estaban de pie al otro
lado de la sala, mirándome y susurrándole. Cuando el ruso me llamó la atención,
me sonrió y levantó su dedo medio.
—¿Quién es? —le pregunté a Santino, asintiendo con la cabeza en dirección
al ruso.
—Dimitri Skinov —dijo Santino mientras enmascaraba sus palabras detrás
del cristal. Un auténtico cabrón psicópata, un asesino de la mafia rusa. Aléjate de
él. Él es como una enfermedad. Pase suficiente tiempo a su alrededor y sentí
como todo lo que tocaba moría.
—Creo que va a pujar por la rubia —le dije, girándome hacia Santino para
que el ruso no pudiera verme hablar.
Eché un vistazo al a la distancia al ruso una vez más. Él y su amigo gordo
estaban mirando a Megan con pensamientos malvados que podían reflejarse en
sus ojos.
Le dije a Santino:
—Dime cómo funciona esto.
—Brenda llamará a las chicas una por una para que se suban al podio —dijo
Santino, señalando a las chicas y al único podio frente a ellas, que medía un
metro de altura.
—La oferta inicial es de cien mil con un aumento mínimo de veinticinco
mil. No hay límite en la cantidad de aumentos, por lo que puedes pujar por más
de veinticinco en un momento, si lo deseas. Brenda se encarga del proceso hasta
que finalice la subasta, y el mejor postor se queda con la chica durante el fin de
semana.
—¿Y qué más?
—La oferta incluye el uso de una suite en el piso de arriba para el fin de
semana donde el acuerdo se consumará, por así decirlo. La chica es tuya hasta la
medianoche del domingo por la noche. Si la chica quiere SIIe contigo después,
puede hacerlo, pero tiene que quedarse aquí durante el fin de semana para que
podamos garantizar su seguridad. Si se va antes del domingo a la medianoche sin
una razón válida, ella pierde el dinero, todo.
Le di un ceño fruncido.
—¿Ha sido eso un problema en el pasado? ¿La seguridad de las chicas?
—Instauramos la regla cuando los rusos comenzaron a venir a la subasta —
dijo con amargura.
—Antiguamente le hacían una oferta a una chica y después de la primera
noche nadie las volvía a ver…nunca más. En algunos casos, algunas chicas
aparecieron trabajando como prostitutas o bailarinas en uno de sus clubes. Es
malo para nuestro negocio cuando una chica termina chupando pene en un
burdel en Moscú. —Miró al ruso y negó con la cabeza.
—Rusos hijos de puta. —dijo Santino
—Caballeros, bienvenidos —dijo Brenda, volviéndose hacia la multitud y
juntando sus manos entre sus pechos.
—Si esta es tu primera vez en la Subasta de la Joven Virgen, bienvenido. Si
eres un cliente habitual, bienvenido de nuevamente. —Extendió los brazos y nos
dio un aplauso. Cuando nadie la aplaudió, su expresión cambio y se puso seria.
—Para nuestros invitados primerizos, las reglas son las siguientes —Ella le
dijo a la multitud básicamente lo que Santino me había dicho, marcando las
reglas con sus delgados dedos y dejando de lado cualquier mención de
muchachas desaparecidas y burdeles rusos. Cuando terminó, fue hacia la primera
chica de la fila, una flaca pelirroja con tetas demasiado grandes para su delgado
cuerpo y un espeso matorral entre sus piernas del mismo color que el cabello de
su cabeza.
Brenda extendió su mano hacia la chica y la llevó al podio, luego le sostuvo
la mano mientras la chica subía al podio y se paraba completamente desnuda
frente a la multitud con las manos en la espalda y la barbilla levantada con
orgullo en el aire.
—Caballeros, si consultan el folleto para obtener más detalles, ella es
Candace. Ella tiene veintiún años, una pelirroja natural como puede ver, y está
lista para ofrecer su virginidad al mejor postor. La puja comienza en cien mil
dólares. ¿Quién me dará una oferta de apertura?
Me sorprendió cuando la tranquilidad de transformo en un completo caos y
estallaron los gritos a mi alrededor. Las manos se movían en el aire por hombres
dispuestos a gastar dinero en efectivo para conseguir esa vagina virgen. Brenda
escaneaba continuamente la habitación con los brazos extendidos frente a ella.
Su mano derecha estaba abierta y flotando entre la multitud en busca del
siguiente postor. Su mano izquierda se apretó en un puño y se mantuvo en la
dirección del mejor postor hasta el momento. Lo juro, no sabía podía controlar
esa locura. Ella reconocería la cantidad de un postor (ciento cincuenta mil,
gracias, señor) y luego pediría una oferta más alta (¿quién me dará un setenta y
cinco?). Los postores se rieron y bromearon unos a otros, como si todo fuera
muy divertido. Finalmente, frente a una elevada oferta de doscientos mil dólares,
la pelirroja fue subastada a un hombre bajito y calvo que reconocí de Wall Street,
un tipo que sabía que estaba casado, con seis hijos y un par de amantes. Él sonrió
mientras se acercaba a la chica con su mano para ayudarla a bajar del podio.
—Felicitaciones, señor, por favor vaya con el caballero de aquella puerta
para pagar su puja y obtener la llave de su suite.
—Esto es jodidamente entretenido, ¿no? —Santino me golpeó con su
hombro.
—Es un choque de adrenalina cuando estás haciendo una oferta.
—No lo dudo —le dije, sin perder de vista a Megan, que era la cuarta chica
de la fila, una detrás de la chica negra con el cuerpo de modelo de
fitness. Casualmente tomé un sorbo de mi bebida y simulé ser desinteresado ya
que las dos chicas siguientes eran incluso más atractivas que la pelirroja. La
modelo de fitness trajo a la palestra medio millón de dólares, yéndose con un
tipo que llevaba un traje de Armani y un turbante negro en la cabeza, era lo más
parecido a un jeque árabe. Cuando Brenda condujo a Megan al podio, le di mi
vaso vacío a un camarero que pasaba y me froté el sudor de las manos.
—Sabía qué harías una oferta —dijo Santino felizmente al mismo tiempo
que me golpeaba con su hombro. Echó un vistazo al ruso. El humor dejó su voz.
—Dimitri va a hacer una oferta.
Mantuve mis ojos en Megan.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque él sabe que estás interesado.
Efectivamente, miré al ruso y él me estaba sonriendo. Levantó dos dedos esta
vez y untó su lengua entre ellos. Fue en ese momento que supe que me llevaría a
Megan a la suite para pasar el fin de semana conmigo sin importar el costo.
Una, porque la encontré sexy y ardiente como el maldito infierno y solo
podía imaginar los placeres que podía obtener de su delicioso cuerpo.
Dos, porque el ruso iba a tratar de ganarla solo para fastidiarme, y si ganaba
él solo Dios sabría qué más le haría a la pobre Megan.
Y tres, cuando miré a Megan a los ojos, vi a una chica que no pertenecía
allí. Ella era hermosa, inteligente, divertida y sexy. Ella no era una buscadora de
oro vendiendo su cuerpo por dinero. Necesitaba el dinero para construir su vida,
no para gastarlo en las vacaciones, autos o en la mierda frívola que a las chicas
como ella les importaban.
Sus ojos me suplicaban y rogaban que la ganara y la llevara a un lugar
seguro. Ella me dio una pequeña sonrisa como si hubiera leído mi mente. Ambos
sabíamos que antes de que terminara la noche ella sería la mía, sin importar el
costo.
~~~
Megan estaba desnuda en el podio con los brazos detrás de ella y sus ojos
giraban hacia el suelo. Su gran pecho se movió mientras luchaba por mantener
su respiración estable. Ella apretó sus muslos como si estuviera tratando de
evitar que algún invasor se escondiera dentro de ella.
—Caballero, ella es Megan, una rubia natural, veintiún años, virgen
certificada en todos los sentidos. —Brenda sonrió y sostuvo una mano a un lado
de su boca como si estuviera diciendo un secreto.
—Eso significa que nunca ha tenido un pene en ningún agujero, atentos
muchachos. —Los hombres se rieron entre dientes.
Ella levantó sus manos para llamar la atención del público.
—Ahora, dejemos que la puja comience en cien mil dólares. ¿Quién hará una
oferta de cien mil dólares?
Una ráfaga de manos se disparó y la puja llegó rápidamente a doscientos mil
dólares. Estaba a punto de levantar la mano cuando sentí que alguien agarraba
mi muñeca por detrás.
—Todavía no, primo —dijo Santino en voz baja, sosteniendo mi muñeca.
—Espera hasta que la auditora comience a llamar a las ofertas finales, luego
súbete. De lo contrario, solo estás subiendo el precio.
Miré por encima de mi hombro hacia él y asentí con la cabeza. Las ofertas
siguieron aumentando. Vi a Megan como escuchaba temerosa las ofertas. Echó
un vistazo a cada persona que ofrecía cientos de dólares por su virginidad, luego
miró rápidamente hacia abajo.
Doscientos cincuenta mil…
Dos setenta y cinco …
Entonces, tan rápido como había comenzado, la oferta se detuvo. Mi corazón
se apretó en mi pecho cuando Brenda dirigió su puño al ruso y dijo:
—Usted, señor, tiene la mejor oferta en doscientos setenta y cinco mil
dólares. —Barrió la habitación con su mano derecha.
—¿Oigo trescientos mil? ¿Trescientos mil? Tengo dos setenta y cinco,
¿escucho tres?
—Maldita sea, vieja. Ya gané esa puta —gruñó el ruso, saliendo de la
multitud con su copa en alto en el aire como un campeón de gladiadores. Se
volvió para mirar a la multitud con una mirada amenazadora en su rostro.
—Está hecho, ¿sí? Ya nadie va a hacer una oferta contra Dimitri. ¿Claro? —
No estaba preguntando si alguien más quería hacer una oferta. Él les estaba
diciendo que no lo hicieran. Estaba declarando que la subasta había terminado y
que él mismo era el ganador.
Brenda tenía una mirada nerviosa en su ojo. Vi que miraba a Santino, luego
rápidamente desvió la mirada. Levanto sus 3 dedos de la mano derecha imitado
una cuenta regresiva. Tres, dos, un..
—Ahora —dijo Santino, soltando mi mano.
—Trescientos mil —dije, casi gritando la oferta, moviendo apresuradamente
mi mano en el aire como pidiendo auxilio. Brenda no pudo evitar sonreír
brevemente cuando su puño bajó y se fijó en mi dirección.
—Tengo trescientos mil del Sr. Rozzi. ¿Oigo tres veinticinco?
—¿Estás en contra de mí, cabrón? —Gruñó el ruso. Su gordo abogado estaba
tratando de decirle algo, pero el ruso lo apartó de un empujón y se puso de pie
para mirarme. Estábamos a tres metros de distancia, uno frente al otro como
pistoleros del lejano oeste. La multitud dio un paso atrás como si no quisieran
quedar atrapados por la lluvia de balas. El ruso me dio su mirada más dura y
aumentó la apuesta.
—Tres veinticinco —dijo.
—Cuatrocientos —respondí sin vacilar. Mis ojos se fijaron en el ruso, pero
creí escuchar a Megan quedarse sin aliento por la cantidad de dinero que estaba
dispuesto a pagar por ella.
—Hijo de puta, italiano loco —dijo el ruso. Se puso las manos en las caderas
y se quitó la chaqueta de cuero que llevaba puesta. Había una funda de pistola
vacía sujeta al cinturón. Supuse que las armas no estaban permitidas dentro de la
subasta por esta misma razón.
Miré a Megan, quien en ese momento me estaba mirando con los ojos muy
abiertos llenos de lágrimas. Llámalo adrenalina, llámalo valentía, llámalo pensar
con el pene, pero me acerqué al ruso hasta que estuve a su alcance. Éramos de la
misma altura. Era más ancho de hombros que yo y también más grueso en la
cintura. Tenía diez años más que yo y veinte libras más de músculo. No le tenía
miedo, pero sabía que él no era el tipo de hombre con el que esperas una pelea
en un lugar como este. Aun así, dudaba que él comenzara algo aquí.
—Caballeros, ¿escucho cuatrocientos veinticinco?
Le di una mirada desafiante.
—Bueno, amigo… Puja o vete a la mierda.
Sus ojos como tiburones se estrecharon y él movió su mandíbula de un lado a
otro. El pequeño cerebro que tenía estaba sopesando sus
probabilidades. Finalmente, saludó con la mano a la anciana y escupió en el
suelo.
Él barrió una mano entre nosotros.
—Esto quedará nosotros, esto no ha terminado. —Se giró con su amigo
gordo y se fue de la habitación. Lo vi decirle algo a Santino, quien lo siguió por
la puerta.
—Cuatrocientos, se cierra la puja por la señorita Megan —dijo la
anfitriona. Cuando fui al podio para tomar la mano de Megan, ella termino de
decir:
—Vendido, por cuatrocientos mil dólares al Sr. Carlo Rozzi.
Megan me tomó de la mano y bajó con cuidado. Me quité la chaqueta y la
envolví alrededor de sus hombros. La expresión de alivio en su rostro me hizo
sonreír.
—Vamos —le dije, señalando con la cabeza hacia la puerta.
—Iremos a la suite- Parece que necesitas un baño de tina caliente y una
bebida fría.
MEGAN
Santa puta mierda …
A menos que solo estuviera imaginando cosas, o teniendo otro de mis
extraños sueños, el hombre más sexy que había visto en mi vida acaba de pagar
cuatrocientos mil dólares por mi virginidad y un par de días conmigo. Eso
significaba que mi parte del trato era de doscientos mil dólares. ¡Doscientos
jodidos mil dólares! La mejor parte fue que le hubiera dado mi virginidad gratis
en la primera cita si él me lo hubiera pedido. Estaba tan caliente y creo que era
tan agradable, aunque era difícil juzgar qué tan agradable es alguien cuando
están pujando por el derecho a follarte todo el fin de semana.
El tipo grande con el acento ruso me dio un susto de muerte. Literalmente
miró y habló y actuó como todos los mafiosos rusos que había visto en la
televisión. Cuando pensé que iba a ser él quien ganara mi virginidad, creo que
mi vagina comenzó a secarse con rapidez. Luego él intervino e hizo desaparecer
todos mis temores.
Mientras lo veía entregar al hombre en la puerta una tarjeta negra de
American Express y firmar el recibo por $ 400,000, dejé escapar el suspiro de
alivio que había estado reteniendo durante horas. El hombre le dio una copia del
recibo y una tarjeta que nos permitiría entrar a la suite que compartiríamos los
próximos dos días.
—Gracias, señor Rozzi, y felicitaciones —dijo el hombre. El me miró y
sonrió.
—Sus cosas ya están en la habitación, señorita. Que tengas un buen fin de
semana.
—Eso fue como registrarse en un hotel —dije con un temblor nervioso en mi
voz.
—Quiero decir, aparte de la subasta por mi virginidad.
—¿Estás bien? —Me preguntó, ofreciéndome su brazo para sacarme de la
habitación.
—Si, ahora estoy bien —le dije tomándolo del brazo.
—No puedo agradecerte lo suficiente por salvarme de ese tipo.
—Fue un placer —dijo mientras me guiaba por la gran escalera hasta nuestra
suite en el segundo piso.
—O al menos lo será —Me dio una sonrisa tímida que me desconcertó por
un momento. Sintió mi tensión repentina y comenzó a disculparse.
—Lo siento, mal chiste. No estoy seguro de cuál es el protocolo para este
tipo de cosas.
—Está bien —le dije, apretando su brazo, caminando cerca de él como dos
amantes paseando por el parque en un día soleado. Sabía que era completamente
rara la situación porque apenas lo conocía (ni siquiera lo conocía, a decir
verdad), pero había algo en él que me tranquilizaba, algo que me hacía desear
confiar en él, abrazarlo y dejarlo entrar en mi corazón, mente y sobretodo en mi
cuerpo.
Acababa de pagar una fortuna por el derecho de ser el primer hombre en
hacerme el amor. Era mi deber asegurarme que cada dólar invertido en mi lo
valiera. Y quizás más.
~~~
Yo había dicho que esto era como registrarme en un hotel. Estaba equivocada
porque nunca había visto un hotel tan agradable como este. La habitación era
grande y espaciosa, con un baño privado que tenía una gran bañera con patas que
debía tener más de cien años y una sala de estar frente a los ventanales que
daban a la parte posterior de la propiedad. Había una cama de tamaño King con
una cabecera de caoba tallada a mano y mesitas de noche que hacían juego. Los
muebles eran viejos y a la vez hermosos, como la casa misma. Las únicas
comodidades modernas eran un enorme televisor de pantalla plana en el tocador
y un moderno mini bar con bebidas alcohólicas, refrescos, jugos y refrigerios.
—Esto es increíble —le dije mientras entraba en la habitación y esperaba a
que Carlo cerrara la puerta. No había podido olvidar la sensación que había
recibido del tipo ruso. Esperaba que el lugar fuera tan seguro como la Casa
Blanca, pero tipos como él nunca dejan que los cerrojos y los guardias les
impidan llevar a cabo sus malas acciones.
Me había deslizado su chaqueta alrededor de mi cuerpo y la mantenía
cerrada. Él se paró frente a mí y se ajustó las solapas para luego decir:
—No estoy seguro de cómo se supone que debe funcionar esto.
—Oh, no, también eres virgen
Él parpadeó y sonrió.
—Eso no es lo que quise decir.
—Gracias a Dios que uno de nosotros tiene un poco de experiencia —le
dije. Tomé una profunda bocanada de aire y puse mis brazos alrededor de su
cuello. La chaqueta se abrió, exponiendo mi cuerpo desnudo debajo.
—Comencemos con esto.
Estaba casi tan conmocionado como yo cuando presioné mis labios
suavemente con los suyos y dejé que mi lengua se deslizara fuera de mi boca
como una serpiente hambrienta. Su lengua salió a jugar y el beso rápidamente se
volvió apasionado. Sentí pequeños hormigueos que recorrían mi cuerpo,
comenzando por mis labios, rodando por mis pechos, y recogiendo mi vagina,
que se dilataba y humedecía rápidamente.
Suspiré en su boca cuando mis pezones se hincharon contra el interior de la
chaqueta. Aparté mis brazos alrededor de su cuello y dejé que la chaqueta se
deslizara hacia el suelo. Puse mis brazos alrededor de su cuello y lo besé más
fuerte, probando su boca con mi lengua.
Yo era virgen, pero no era totalmente ignorante en lo que respecta al sexo.
Había estado con suficientes chicos en la escuela y veía suficiente porno en línea
para saber cómo funcionaban estas cosas (yo lo llamaba investigación). Conocía
todos los movimientos, aunque nunca los había practicado. Esperaba que ser una
amante torpe al principio, pero era un estudiante entusiasta y me caracterizaba
por aprender rápido y sabía que mis habilidades para complacer a un hombre
crecerían sin lugar a dudas. Comenzando ahora.
Por supuesto, las únicas cosas que había dentro de mi vagina eran mis dedos
y mis juguetes, pero siempre había tenido cuidado de no violarme hasta el punto
de romper el velo que protegía mi virginidad. Eso fue algo sagrado para mí. Fue
un regalo que planeé proteger hasta conocer a un hombre digno de él. Nunca
esperé que un hombre pagase una pequeña fortuna por el privilegio de ser el
primero, pero esta fue la forma en que las cosas se dieron y en este punto, eso
estuvo más que bien conmigo.
Las manos de Carlo se deslizaron alrededor de mi cintura y encontraron mi
culo. Él ahuecó mis nalgas en sus palmas y me atrajo hacia él. Entonces lo sentí,
el pene duro como una roca en sus pantalones, empujando en mi pierna, latiendo
como un segundo corazón contra mí. El calor dentro de mí se intensificó cuando
el fuego en mi vagina comenzó a rugir.
—¿Qué es eso? —pregunté juguetonamente, mis labios se movieron hacia su
oído. Tracé mi lengua a lo largo del borde de su oreja y le mordí el lóbulo
derecho. Me encantaba la forma en que su piel sabía y su cálido aliento contra
mi mejilla.
—Ese es tu premio —dijo mientras dejaba besos en mi cuello y
hombros. Sus dedos se extendieron en mi culo y me apoyaron contra él. Bajé mi
mano izquierda de su cuello y presioné mi palma contra su pene. Era la primera
vez que había sentido el pene erecto de un hombre antes. Se sentía largo y
grueso cubriendo toda mi mano. No podía esperar para verlo con mis propios
ojos, probarlo con mi boca, sentirlo en lo profundo de mí.
Le dije: ¿Has mencionado un baño caliente y una bebida fría? ¿Te importa
unirte?
—Encantado lo haría —dijo presionando su frente contra la mía.
—Vamos a darnos un baño y pediré champaña.
—Sí, señor —dije con un suspiro feliz. Antes de dejarlo ir, lo miré a los ojos
y traté de no llorar.
—Gracias, Carlo. Gracias por salvarme.
—De nuevo, fue un placer.
Le di un apretón juguetón a su pene.
—Todavía no, pero pronto lo será.
~~~
La gran bañera se llenó rápidamente con agua caliente y burbujas. Había
velas en la parte posterior de la bañera y un encendedor. Encendí las velas y
atenué las luces. Había una radio antigua incorporada a la pared. La encendí y
encontré un canal que reproducía música suave, luego me quité los tacones de
aguja y me deslicé en la bañera.
Estaba agradecida de tener la oportunidad de lavarme antes de que
empezáramos a hacer el amor. Mi cuerpo estaba cubierto por una película de
sudor nervioso que incluso yo podía oler cuando estaba desnuda en el
podio. Como dije antes, el sudor no es sexy a menos que estés sudando junto a
un chico sexy.
Llené la bañera con agua hasta que las burbujas cubrieron la parte inferior de
mis senos, pero dejaron mis pezones erectos libres en el aire. Recogí agua en mis
pechos y los froté hasta que mis pezones se pusieron rosados y duros. Tomé la
pastilla de jabón de un lado de la bañera y lavé mi vagina con ella, acariciando la
barra de jabón lentamente entre mis pliegues, sintiendo pequeños hormigueos
dispararse a través de mi clítoris que me hacían poner cada vez más caliente al
tacto. Cuando abrí los ojos, Carlo estaba de pie al lado de la bañera vistiendo
nada más que su sonrisa, acariciando su pene duro en el sector del glande.
Sentí la respiración atrapada en mi pecho cuando lo vi desnudo por primera
vez. El cuerpo de Carlo era delgado y duro con músculos en los hombros y el
pecho. El pelo en su pecho y encima de su grueso pene era tan espeso y negro
como el cabello en su cabeza. Su pene, el primer pene que había visto en
persona, era largo y grueso, y tenía voluptuosas venas. La cabeza era violeta y
redonda, parecía como si estallaría si no se lo mamaba pronto. Movió sus manos
lentamente sobre el pene y me sonrió.
—Te gusta lo que ves? —preguntó, moviéndose hacia un lado de la bañera
para que mi mano húmeda pudiera reemplazar la suya.
—Sí —suspiré, maravillada por la sensación que ejercía en mi mano. Deslicé
mi mano hacia adelante y hacia atrás mientras él me miraba.
—¿Alguna vez has chupado un pene? —preguntó.
Le di una mirada recatada y sacudí la cabeza.
—¿Quieres chupar mi pene?
—Sí —susurré, lamiéndome los labios.
—¿Quieres que te enseñe?
—Si… —dije en voz baja.
—Enséñame todo.
—Presiona con tus labios en la cabeza —dijo acercándose lo más que pudo a
la bañera.
—Bésalo. Lámelo. Ponlo en tu boca. Solo ten cuidado con los dientes. —
Sonrió mientras me movía hacia el borde de la bañera, todavía sosteniendo su
pene en mi mano. Cuando presioné mis labios en la cabeza gigante de su pene y
moví mi lengua hacia la hendidura, puso sus manos sobre mis hombros y
suspiró.
—Sí … así … —susurró.
—Sostenlo y lame la parte inferior … Sí … eso es todo … Ahora abre los
labios lo suficiente como para dejarme deslizar dentro … sí … eso es todo …
Ahora mueve los labios hacia adelante y hacia atrás … oh mierda … sí … solo
así …
Sonreí con su pene en mi boca. Estaba dando mi primera mamada y,
evidentemente estaba haciendo un muy buen trabajo. Fue increíble, la sensación
de su hombría entre mis labios. Mientras deslizaba su grueso pene dentro y fuera
de mi boca, sentía cosas profundas dentro de mí que nunca había sentido
antes. Mis pechos se hincharon. Mis pezones estaban tan duros que dolían. Y
mi vagina ardía, llenándome de un calor y un deseo que nunca había sentido
antes, ni siquiera en mi sueño de noches pasadas.
—Eso es perfecto … —dijo. Mi mano se acercó a acariciar sus bolas
mientras chupaba su pene. Sabía lo suficiente como para tener cuidado allí
mientras amasaba la carne de su saco entre mis dedos.
Tomé su pene en mi mano y lo dejé salir de mi boca. Moví mi mano hacia
adelante y hacia atrás y lo miré.
—Ven al baño conmigo —le dije.
—Tengo algo para ti.
CARLO
Para ser una chica virgen, Megan chupaba el pene como una profesional.
Ella era gentil y firme al mismo tiempo, deslizando lentamente la cabeza y
algunas pulgadas de mi pene al interior de su boca y succionando con sus labios
para sacarlo de nuevo. De seguro pude haber eyaculado sobre su mano y meterla
en su boca y de seguro lo haría espectacular, pero quería que mi primer orgasmo
fuera dentro de ella. Nunca antes había tenido un orgasmo de cuatrocientos mil
dólares. Esperaba que fuera espectacular.
Ella soltó mi pene el para permitirme entrar a la bañera con ella. Se reclinó
contra el costado con las piernas abiertas y sus hermosas tetas frente a mí. Me
puse de rodillas frente a ella y la besé en los labios, luego dejé que mi lengua
recorriera un camino por su cuello hasta sus pezones que me esperaban. Cuando
mis labios se cerraron alrededor de su pezón derecho, la escuché jadear. Sabía
que los labios de ningún hombre habían tocado ese pezón antes. Podía sentirlo,
la conexión entre nosotros parecía ser cada vez más fuerte. Mis manos se
acercaron para amasar sus pechos rellenos de deseo, mientras mi lengua se
deslizaba entre sus pezones, deteniéndose por un momento, lamiendo, chupando,
luego de vuelta al otro.
Ella puso sus manos alrededor de mi cuello y gimió en mi oído. Mis manos
se sumergieron bajo el agua, deslizándose por su estómago hasta su montículo
húmedo ubicado entre sus piernas. Podía sentir el líquido caliente saliendo de su
vagina incluso bajo el agua tibia. Presioné mis labios contra los de ella y palpé
su boca con mi lengua cuando las puntas de mis dedos tocaron su vagina por
primera vez. Ella saltó un poco, luego soltó una risita, luego chupó mi lengua
para empujarme hacia adelante.
Su mano encontró mi pene y lo masajeo mientras mis dedos exploraban sus
pliegues, deslizándose hacia arriba y hacia abajo desde su ano hasta su
clítoris. Extendí los labios de su vagina con mis dedos y deslicé uno en su
interior y lo hice girar.
—Oh … joder … —gimió, arqueando la espalda.
—Creo que soy … oh … Dios …
Sonreí mientras la veía apretar los ojos y morderse el labio. Ella se estaba
corriendo por primera vez porque un hombre real la estaba tocando, no un
sueño. Mientras su mano masajeaba con más intensidad mi pene, empujé mi
dedo más profundo, hasta el nudillo. Ella se puso rígida apoyada en mí, su mano
se apretaba alrededor de mi pene y su vagina se apretaba alrededor de mi dedo.
—Oh, Dios mío —suspiró, respirando con dificultad. Ella tiró de mi pene
hacia ella.
—Hazlo, Carlo. Penétrame y haz que me corra otra vez.
—Será un placer —dije con una sonrisa. Me acerqué más a ella mientras
guiaba mi pene hacia su agujero. Presioné mi glande contra el inicio de su
vagina y me preparé con las manos en los bordes de la bañera.
—¿Estás lista?
Ella se mordió el labio y me dio un asentimiento.
—Solo relájate y déjame hacerlo —le dije, mirándola a la cara en busca de
cualquier señal de dolor mientras deslizaba la cabeza de mi pene dentro de
ella. Sentí las paredes de su vagina expandirse para agarrar mi pene, apretada
como un pequeño bolsillo. Tuve que concentrarme porque me podría haber
corrido en cualquier momento. Presioné mis labios con los de ella por un
momento, luego puse mis labios en su oreja.
—Respira profundo y déjalo entrar lentamente.
Mientras tomaba aliento, comenzó a soltarlo, moví mis caderas hacia
ella. Podía sentir la cabeza de mi pene contra su velo. Cuando cerró los ojos y
frunció los labios para respirar, empujé dentro de ella, rasgando el himen y
forzando a mi pene a ingresar. Ella jadeó y cerró los ojos. Una lágrima solitaria
descendió de su ojo y bajó por su mejilla. La besé.
—¿Estás bien? —le pregunté. Ella abrió los ojos y sonrió.
—Ahora más que nunca. —Me cubrió con sus manos y clavó sus dedos en
mi trasero.
—Fóllame, Carlo. Penétrame duro. Estoy tan caliente. Quiero irme contigo.
Empecé a besarla mientras mis caderas se movían hacia adelante y hacia
atrás, mi pene duro y firme, abriéndose paso dentro de ella. Su vagina se sentía
increíble mientras se cerraba alrededor de mi pene, tan apretada, tan húmeda, tan
caliente. No me llevó mucho tiempo sentir el orgasmo que se había estado
construyendo dentro de mis testículos para comenzar a disparar en su interior.
—Joder … me estoy yendo, Megan … —Dije, apretando los dientes
mientras aceleraba el ritmo, deslizándome dentro y fuera de ella tan fuerte que la
bañera parecía bambolearse debajo de nosotros. La miré a los ojos. Ella estaba
sonriendo con la boca abierta.
—Estoy … orgasmo … también …
Hicimos erupción juntos, llenándola con mi cálido semen lechoso y ella
vertiendo sus cálidos jugos vírgenes sobre mí como un cálido mar llegando a la
orilla de la playa. Nos movimos juntos mientras nos mirábamos fijamente, hasta
que nos separamos y se sentó encima mío.
—Eso fue increíble —le dije, con mi mejilla presionada contra la de ella
mientras ambos intentábamos recuperar el aliento.
—Eso fue increíble —dijo mordisqueando mi oreja.
—Y solo piensa, tenemos todo el fin de semana para hacerlo de nuevo.
—Una y otra vez -le dije mientras mi pene se deslizaba por su pierna. Le di
una sonrisa juguetona.
—Estos podrían ser los mejores cuatrocientos mil dólares que he gastado.
Ella sonrió.
—Prometo recompensarte por todo lo que has pagado.
Presioné mis labios en su dedo gordo y suspiré.
—No esperaría menos.
MEGAN
No podría recordar cuando dormí tan profundamente a excepción de la
primera noche que pasé en los brazos de Carlo. Después del baño, nos
trasladamos a la cama, donde hicimos el amor por lo que parecieron horas. Era
una estudiante entusiasta y Carlo era un maestro dispuesto, mostrándome cómo
complacerlo y preguntando cómo podía complacerme.
Ansiosamente chupé su pene de nuevo, esta vez dejándolo llenar mi boca
con su caliente y lechoso semen, que tragué ansiosamente, luego lo lamí hasta
dejarlo limpio. Usó su lengua y sus labios contra mi vagina y clítoris para
llevarme a la luna. La sensación de su lengua dentro de mí, como un pequeño
pene flexible, era diferente a todo lo que había sentido antes. Inmediatamente fui
un gran admirador del sexo oral.
Probamos todas las posiciones imaginables del Kama Sutra hasta que
finalmente estábamos exhaustos, doloridos e incapaces de seguir. Nos reímos y
nos desmayamos en los brazos del otro. Cuando me levanté el sábado por la
mañana, abrí los ojos y me di cuenta de que me estaba sonriendo.
—Buenos días —dijo inclinándose sobre un codo mientras sus dedos
trazaban círculos alrededor de mis pezones.
—¿Dormiste bien?
—Dormí increíblemente bien —suspiré.
—¿Tú?
—Sorprendentemente bien —bromeó. Dejó que sus ojos recorrieran mi
rostro, como si estuviera buscando signos de arrepentimiento.
—¿Estás bien? ¿De Verdad?
—Estoy más que bien —le dije, estirando mis extremidades y gruñendo
juguetonamente a él. Abrí mis brazos y él rodó sobre mí. Su pene ya era
duro. Extendí mis piernas para que pudiera deslizar su grueso y venoso falo a lo
largo de mi vagina, que todavía estaba húmeda y pegajosa de la noche
anterior. Se apoyó en los codos y me miró a los ojos.
—¿Qué te gustaría hacer hoy? —preguntó. Empujó su pene contra mi
clítoris, haciéndome gemir de placer.
—Aparte de esto, quiero decir.
—¿Hay cosas que hacer aparte de esto? —pregunté, tratando de
concentrarme en la conversación mientras el fuego se encendía dentro de mi
vagina y mis jugos comenzaban a fluir calientes y espesos otra vez.
—Hay muchas cosas que hacer —dijo.
—Cabalgatas, un lago, bosques para explorar.
—¿Cómo sabes tanto sobre el lugar? —pregunté, dándole una mirada
sospechosa que lo hizo sonreír.
—Crecí aquí —dijo.
—Lo creas o no, esta solía ser la casa de mis abuelos.
Le fruncí el ceño.
—¿Qué? Entonces, espera, ¿estás involucrado en la subasta? —No sabía por
qué, pero la idea de mi nuevo … ¿qué éramos exactamente … amantes? La idea
de que estuviera involucrado en la subasta de la virginidad me molestó.
—No, no estoy involucrado en el negocio familiar en absoluto —dijo
mientras continuaba deslizando su pene contra mí.
—El hecho de que estuve aquí anoche fue pura coincidencia. Mi primo me
arrastró hasta aquí. Era la primera vez que veía algo así —Se inclinó para darme
un beso.
—Y la verdad, estoy contento de haber estado aquí.
—A mí también me alegra que estuvieras aquí —dije, relajándome
nuevamente mientras su enorme falo se deslizaba arriba y abajo entre mis
pliegues vaginales. Puse mis manos alrededor de su cuello y lo miré a los ojos.
—¿Puedo hacerte una pregunta extraña? Quiero decir, dadas las
circunstancias.
—Claro —suspiró. Sus ojos se volvieron saltones y su respiración pesada.
—¿Hay conexión aquí? Quiero decir, que no sea el sexo. ¿Sientes una
conexión conmigo o es mi imaginación?
Él dejó de mover sus caderas y enfocó sus ojos en los míos.
—¿Te refieres a algo más que un fin de semana de sexo salvaje e increíble
con un chico guape que al mismo tiempo es un completo desconocido?
Sonreí mientras y mis mejillas se sonrojaban.
—Claro, eso quería decir. – Sonreí
—Te diré algo —dijo
—Tengamos un fin de semana increíble, y si aún te gusto, nos conoceremos
cuando volvamos a la ciudad, sería más que un buen trato para mí. ¿Acuerdo?
—Trato —gemí cuando su pene se deslizó dentro de mí, enviando
escalofríos a través de mi cuerpo. Clavé mis uñas en su espalda y envolví mis
piernas alrededor de su cintura mientras él entraba y salía de mi cuerpo. Fue una
forma maravillosa de despertar. A medida que el orgasmo se hacía notar a través
de mí, no podía esperar para ver lo que traería el resto del fin de semana.
MEGAN
Los dos días que pasé con Carlo fueron sin duda los mejores días de mi
vida. De acuerdo, pasamos la mayor parte del fin de semana en la cama
explorando nuestros cuerpos y descubriendo nuevas formas de obtener placer,
pero también comimos en el comedor, exploramos cada rincón de la mansión,
miramos la televisión en la cama, caminamos, hablamos y nos tomamos de la
mano.
Carlo Rozzi no solo era guapo y sexy como el solo él sabía, sino súper
inteligente, cálido, cariñoso, divertido, sexy y ardiente como el infierno … oh,
espera … Ya lo dije. Bueno, se justifica el decirlo dos veces, él era tan sexy dios
mío.
Me dijo que creció en una familia adinerada y que se fue después de terminar
la universidad, en lugar de unirse al negocio familiar. Aparte de eso, él no habló
en absoluto sobre su familia. Me dio la impresión de que era un tema delicado,
así que no lo presioné. Eso estuvo bien. No quería hablar sobre mi familia
tampoco. Por lo que sabía, tenía una vida hogareña perfecta y todo estaba
bien. No le mentí. Simplemente no hablé de eso. Como diría mi padre, no es una
mentira cuando no dices nada.
Me emocionó saber que Carlo era un empresario exitoso que tenía su propia
compañía multimillonaria de servicios financieros. Además, nunca se había
casado y no tenía novia, por lo que vino a esta subasta sin engañar a nadie.
Y lo mejor de todo, parecía realmente interesado en mí. Quiero decir, si bien
pagó una tonelada de dinero para pasar el fin de semana conmigo, tuve la
sensación de que no se trataba solo del sexo. Carlo tenía más que eso. Era esa
conexión de la que estaba hablando. Llámalo química o como
quieras. Definitivamente había algo allí. No estábamos enamorados ni nada tonto
como eso, todavía no, pero tal vez algún día lo estaríamos si esta pequeña chispa
de repente se incendiara.
Aun así, tuve problemas para creer que era real. Y en el fondo, seguí
esperando que se derrumbara poco a poco esta fantasía. Esperaba que Carlo se
quitara su máscara de Señor Cara Bonita y revelara su verdadero yo. Eso es lo
que pasaba por mi suerte en algunos momentos, pero prefería alejar esos
pensamientos y disfrutar el momento.
~~~
El lunes por la mañana, Carlo ya se había ido cuando me desperté. Sabía que
tenía que volver a la ciudad temprano por negocios, pero estaba triste porque no
estaba allí para despertar junto a mí. Me encantó el sexo matutino, pero, a decir
verdad, estaba un poco adolorida y recibí con agrado el descanso. Todavía estaba
recomponiéndome de la jornada, como dicen algunos. Tenía la sensación de que
caminaría con las piernas arqueadas durante unos días. La idea me hizo reír. La
verdad es que lo extraño. Hubiera sido maravilloso despertarse en sus fuertes
brazos.
Me duché y me vestí, luego empaqué mis cosas y comencé a bajar para
llamar a un taxi. Estaba a punto de salir de la habitación cuando alguien llamó a
la puerta. Abrí para encontrar a la mujer que había supervisado la subasta, estaba
allí de pie con una gran sonrisa en su cara y fuertemente maquillada con un
maletín de cuero colgando a su lado. Ella me entregó el maletín y juntó sus
manos entre sus pechos. Ella se veía tan orgullosa como un si fuese su pequeña
hija.
—Felicitaciones, señorita Gibs —dijo.
—Estoy tan feliz de que las cosas le hayan funcionado. El Sr. Rozzi es un
hombre encantador.
—Gracias —le dije, tomando el maletín entre mis manos como una bandeja
llena de bebidas en el bar, la escena se me hacía algo familiar.
—¿Qué es esto?
—Es tu parte del dinero, querida —dijo asintiendo.
—Doscientos mil dólares en efectivo. —Ella inclinó la cabeza, puso su mano
a un lado de su boca, y bajó la voz.
—Y no se preocupe por pagar impuestos porque el SII nunca lo sabrá.
—Um, está bien … —Wow, en mi felicidad orgásmica me había olvidado
por completo del dinero. Este día no paraba de mejorar.
—El Sr. Rozzi ordenó un auto para usted. Está abajo para llevarla de vuelta a
la ciudad cuando esté listo. Nos gustaría que los invitados se vayan antes del
mediodía si es posible para que podamos cerrar la casa. Espero que haya
disfrutado su experiencia. Y por favor, cuéntenos de sus amigas virginales,
confidencialmente, por supuesto. Las autoridades no aprueban nuestro pequeño
juego. Pagamos una hermosa comisión por referencias. Y confidencialidad.
—¿Una comisión?
Levantó diez dedos y los movió de uno en uno, como si yo fuera un niño
pequeño al que enseñaba a contar.
—Sí. Diez mil dólares por cada referencia que se subasta exitosamente.
—Humm, está bien. Definitivamente lo tendré en cuenta.
Realmente no sabía qué decir, así que le di las gracias de nuevo y ella se
alejó. Me quedé un poco estupefacta porque tenía doscientos mil dólares en
efectivo y me invitaron a conseguir vírgenes para ganar una comisión.
Me preguntaba si Lia recibiría diez mil dólares por referirme.
Si no, con gusto le pagaría una comisión porque la Subasta de la Virgen
estaba a punto de cambiar mi vida.
MEGAN
Cuando llegué a casa alrededor de las diez, encontré a mi padre detrás de la
barra con un lápiz y un cuadernillo en la mano, haciendo un inventario de las
botellas de licor y cerveza en la nevera, actuando como si fuera solo un día más
en el bar y todo estaba bien con el mundo. Lo bueno era que no tenía a nadie en
su espalda amenazándolo con matarlo.
El bar no se abriría hasta dentro de unas pocas horas, así que todas las luces
estaban encendidas junto con la radio, escuchando a uno de esos comentaristas
políticos que hablan de contingencias nacionales. Me llamo la atención ya que él
prefería el ruido. Una vez dijo que la música fuerte y bulliciosa no lo hacía sentir
tan solo. Lo comencé a mirar a través de la ventanilla de la cocina y nunca me
había dado cuenta, pero pude observar como la tristeza se apoderaba de él. Se
veía tan pequeño y solo detrás del gran bar. Nunca había pensado lo triste que
debía haber sido para él la muerte de mamá. Nunca había pensado realmente en
sus sentimientos en absoluto.
Había usado mi llave para entrar por la puerta trasera y cuando entré en el
bar desde la cocina, saltó al verme.
—Jesús, niña, casi me mataste del susto —dijo tirando el portapapeles en la
barra y pasándose la mano por la frente. Se tomó un minuto para recuperar el
aliento, luego forzó una sonrisa y esperó a que me deslizara sobre un
taburete. Puse el maletín en el suelo y entrelacé mis dedos en la barra.
—¿Quieres coca o algo para tomar? —preguntó.
Le di una pequeña sonrisa.
—No estoy bien, gracias papá
Tomó un trapo que estaba sobre unos vasos y lo frotó entre sus manos.
—Entonces, ¿cómo estuvo la junta con tus compañeras de infancia?
Le dije que iría a Las vegas con Lia durante el fin de semana para que no se
preocupara ni sospechara nada. También fue la excusa perfecta para explicar
cómo llegué a casa con tanto efectivo.
Puse el maletín en la barra y abrí los pestillos.
—Fue un buen fin de semana —le dije, girando el maletín para que quedara
frente a él.
—De hecho … —Cuando abrí la caja y él vio las pilas de billetes de veinte
dólares, pensé que sus ojos se iban a salir de su cabeza.
—Jesús, José y María, ¿de dónde sacaste ese dinero? —preguntó. Metió la
mano en el estuche y, tentativamente, pasó la punta de los dedos por las pilas de
billetes. Sabía que mostrarle a un adicto al juego tanto dinero era como entregar
las llaves de un laboratorio de metanfetamina a un adicto al
crack. Juguetonamente le di una palmada en la mano y cerré la caja.
—Como dije, tuve un muy buen fin de semana —le dije.
—Llegué a una buena racha en la mesa de la ruleta.
—¿Ruleta? —Estaba mirando el maletín, a pesar de que había cerrado la tapa
y puse mis brazos encima. Alineo sus ojos hacia mí como si estuviera buscando
una mentira en mis labios.
—No sabía que te gustaba jugar a la ruleta.
—Bueno, realmente no me gusta y tampoco soy una experta jugando a la
ruleta —le dije.
—Solo escoges un color y número y le das un giro. Solo fue suerte de
principiante.
—¿Cuánto hay allí? —preguntó con cautela. Pude ver una capa de sudor
cubriéndole la frente y el labio superior. Se secó el sudor con el trapo de la barra
y miró el maletín.
—Suficiente para saldar tu deuda y pagar un par de años de la universidad —
le dije.
—¿Resolver mi deuda? —levantó sus manos y negó con la cabeza.
—No, de ninguna manera, pagaré mis propias deudas. Lo resolveré. No
necesito que pagues por mis pecados.
—Papá, me dijiste que te matarían si no les pagabas $ 90,000 antes de fin de
mes. ¿Ha cambiado eso?
—No.
—Entonces, usaremos $ 90,000 de este dinero para pagarlo —dije.
—Pero después de eso, no más juegos de azar porque no te ayudaré de
nuevo. ¿Lo entiendes? —Extendí la mano y la puse su brazo. Era la primera vez
que había tocado a mi padre en años.
—Papá, prométeme. No más juegos ni apuestas.
—Lo prometo —murmuró con lágrimas en sus ojos.
—Lo juro por la tumba de tu madre. No más.
—De acuerdo, entonces tu coordinaras una reunión con ellos y le darás el
efectivo con lo que quedaría pagada la deuda. Júntate con ellos en un lugar
público a la luz del día. Hoy. ¿Lo entiendes? Tu les pagas y nunca más los
vuelve a ver.
—Lo entiendo —dijo su voz apenas parecía un susurro. Sus ojos se
desbordaron y las lágrimas corrieron por sus rubicundas mejillas.
—Los llamaré ahora.
Le apreté el brazo otra vez.
—Papá te amo. Todo saldrá bien.
—Lo sé —dijo secándose las lágrimas. Él no dijo que me amaba, pero sabía
que lo hacía. Se limpió la nariz con el trapo de la barra y lo llevó con él a la
cocina. Subió las escaleras para llamar a los hombres que lo habían
amenazado. Mi única esperanza era que una vez que tuvieran su dinero, no le
hicieran daño.
~~~
Conté $ 90,000 en efectivo, lo puse en una bolsa de papel y se lo di a mi
padre cuando bajó. Él no abrió la bolsa. Lo metió dentro de su chaqueta y cerró
la cremallera.
—Me reuniré con él en el parque dentro de una hora —dijo.
—Después volveré para abrir el bar. -Hizo una pausa para mirarme a los
ojos.
—Gracias, Megan. No te volveré a decepcionar, lo juro.
—Lo sé papá—le dije con una sonrisa juguetona. Me incliné y lo besé en la
mejilla.
—Ten cuidado, papi. Estaré aquí cuando vuelvas.
~~~
Estaba terminando el inventario cuando sonó mi celular en la barra. Miré el
número. La identificación de la persona que llama decía Carlo. Instantáneamente
sonreí. Debe haber puesto su número en mi teléfono sin que yo me diera
cuenta. Levanté el teléfono y deslicé la pantalla para contestar la llamada.
—Hola —dije. Sentí que mi corazón se aceleraba en mi pecho cuando
escuché su voz.
—Holaaa—dijo.
—¿Has vuelto a la ciudad?
—Si, ya lo hice, gracias al servicio de automóviles que enviaste. Eso fue
muy amable de tu parte. Podría haber llamado un taxi.
—No quería que tomaras un taxi con todo ese efectivo —dijo.
—Hablé con Brenda antes de irme y me prometió cuidar bien de ti.
—Ella hizo un trabajo fantástico —dije con alegría. Tuve que pellizcarme
para calmarme. Sonaba como una colegiala vertiginosa hablando por teléfono.
—Entonces, ¿estás en el trabajo?
—Desde las ocho de la mañana —dijo.
—Realmente estaba esperando poder secuestrarte para un almuerzo
rápido. ¿Estás ocupada?
Me recosté contra el enfriador de cerveza y me mordí el labio.
—Um, no, podría escapar durante una o dos horas. ¿Dónde quieres quedar?
—¿Podría pasar por ti? —Dijo.
—Te recogeré en una hora y encontraremos un lugar cerca.
—En realidad, tengo una cita en el centro —le dije. Era una mentira, por
supuesto, pero no estaba preparada para exponerlo a la realidad de mi vida.
—Solo envíame un mensaje de texto con tu dirección y nos encontraremos
allí.
Carlo envió un mensaje de texto a la dirección de su oficina y coloqué mi
teléfono en la barra. Había sacado toda la cerveza de la hielera para inventariarla
y limpiar un lugar para esconder el dinero. Tomé el maletín y lo puse en el fondo
de la hielera, luego lo cubrí con varias capas de botellas de cerveza y latas. Sabía
que no podía caminar por la ciudad llevando tanto dinero y aún no estaba segura
de qué quería hacer con él. Quiero decir, si pongo tanto dinero en el banco
tendrían que notificar al SII (Servicio de Impuestos Internos). Estaba de acuerdo
con pagar mi parte de impuestos, pero no hasta que pudiera resolverlo todo,
esconder el dinero parecía ser la mejor opción.
Subí al segundo para hacer un rápido arreglo de mi cabello y maquillaje,
luego salí por la parte de atrás y cerré la puerta con llave. Normalmente habría
tomado el metro, pero tenía quinientos dólares en el bolsillo y me moría por
gastar un poco. Como dicen, me estaba quemando un agujero en el bolsillo,
principalmente porque nunca antes había tenido más de unos dólares
conmigo. Me sentí como la chica más rica del mundo.
Llamé a un taxi sin preocuparme por la tarifa y me fui a almorzar con mi
nuevo amante.
CARLO
Estaba esperando en la acera cuando el taxi se detuvo y Megan me saludó
con la mano a través de la sucia ventana. Mantuve la puerta abierta para ella,
luego la tomé en mis brazos y le di un largo y descuidado beso justo en la acera.
—Wouu, ¿a todos los que invitas a comer los saludas de esta manera? —
preguntó ella con sus muñecas cruzadas detrás de mi cuello y una sonrisa en su
hermoso rostro. Mis ojos la acogieron. Era aún más bella de lo que la recordaba.
—Solo a ti —le dije, tomando su mano.
—Vamos, tengo en mente un restaurante elegante que creo que te gustará.
~~~
Megan sonrió mientras hacía cola en en un local para pedir nuestros hot dogs
y bebidas. Ella estaba agarrando mi brazo, inclinándose hacia mí.
—¿A esto te refieres con un restaurante elegante?
—Soy un chico bastante básico —le dije, juguetonamente golpeándola con
mi hombro.
—La próxima vez te llevaré a Tailandia para cenar. Pero ahora muero por
unos perros calientes.
—Me parece un buen trato —dijo ella.
—Aunque, que conste, odio la comida tailandesa.
—Que bueno que lo mencionas —dije.
—Tal vez nos limitaremos a la comida rápida.
Finalmente llegamos al frente de la fila y pedimos nuestra comida, luego la
llevé a una mesa de la esquina. Los comenzamos a comer de forma apresurada,
sin pretensiones después del fin de semana que tuvimos, era como si
estuviéramos muriendo de hambre. Aparentemente, nuestro fin de semana y la
energía que gastamos nos habían dejado a ambos hambrientos.
Terminé mi perro caliente y limpié mis labios con una servilleta grasienta. La
vi hacer girar unas papas fritas alrededor de un charco de salsa de tomate y
preguntar:
—Entonces, ¿cuáles son tus planes ahora que eres una mujer adinerada?
—Bueno, supongo que me presentaré a algunas universidades para ver cual
me conviene —dijo con un suspiro.
—Mis calificaciones en la escuela secundaria fueron buenas, pero he estado
fuera del hábito del estudio durante tres años, así que …
—Eso no debería importar —dije, estirando la mano para pasar un mechón
de pelo rubio detrás de su oreja.
—Eres brillante. Entrarás dondequiera que postules. Si hay algo que pueda
hacer, una carta de recomendación o lo que sea, házmelo saber.
—¿Y exactamente para qué me recomendarías? —preguntó con un brillo
diabólico en los ojos.
—Te recomendaría para muchas cosas —le dije, sintiendo su pie frotándose
contra el interior de mi pantorrilla. Ella había deslizado su pie fuera del zapato
justamente para eso. Podía sentir sus dedos de los pies trepando por mi pierna
como una araña sexy. Sus ojos se clavaron en los míos. La deseaba tanto que
podría haber barrido la basura de la mesa y haberla desnudado allí mismo, con
todos mirando. Sentí que mi pene se endurecía en mis pantalones con solo
pensar en follarla.
—¿Puedo hacerte una pregunta profesional? —dijo cambiando el tono de la
conversación incluso cuando su pie se deslizó más arriba de mi pierna. Se limpió
la boca y tomó su bebida. Ella sacudió el hielo y tomó un sorbo. Vi sus
deliciosos labios cerrar alrededor de la paja. Me hizo tragar fuertemente un sorbo
de bebida.
—Por supuesto, señorita Gibs —le dije.
—Estoy a su servicio.
—Todo ese dinero —dijo inclinándose y bajando la voz.
—¿Debería ponerlo en el banco o qué?
—El SII se comerá una gran parte si lo haces —dije.
—Te digo algo, dame uno o dos días y elaboraré un plan para que protejas el
dinero y lo mantengas disponible para la matrícula y los gastos.
—Eso sería increíble —dijo apretando mi mano. Ella me miró a los ojos y
me dio una sonrisa coqueta.
—¿Puedo verte más tarde?
—Puedes verme ahora, con o sin ropa —le dije, arqueando mis cejas hacia
ella.
—Podríamos regresar a mi casa o podríamos ir a la tuya.
—En realidad, hay algunas cosas de las que tengo que ocuparme en casa esta
tarde. ¿Puedo enviarte un mensaje de texto más tarde? ¿Tal vez verte esta noche?
—Puedes enviar un mensaje de texto y verme en cualquier momento —le
dije. Extendí la mano debajo de la mesa y paré los dedos de su pie justo antes de
que llegaran a mi pene.
—Por ahora, necesitas retirar ese pie y darme unos minutos para calmarme.
Ella frunció los labios y miró hacia abajo, como si pudiera ver a través de la
mesa de fórmica.
—¿Por qué, Sr. Rozzi, es tan dura esa zona en sus pantalones o simplemente
está contento de verme?
—Creo que ambas —dije con una sonrisa.
Ella sonrió y apartó su pie. Simplemente me hizo quererla más.
MEGAN
Estaba empezando a enloquecer un poco. Eran casi las seis en punto y no
había tenido noticias de mi padre, que se había ido por casi seis horas. Y debido
a que no había tenido noticias de él, no había enviado un mensaje de texto ni
había llamado a Carlo para programar una cita para más tarde esa misma
noche. Los viejos sentimientos de terror, los que solían rondar mi cabeza como
una nube oscura, regresaron mientras caminaba de un lado a otro y miraba
ocasionalmente por la ventana. ¿Volvería mi padre a casa? Y si es así, ¿llegaría
sano y salvo?
Me dio la sensación de que algo había salido terriblemente mal cuando fue a
pagar su deuda de apuestas. Estas personas con las que estaba tratando no eran
buenas personas que operaran dentro de los límites de la ley. Eran matones y
criminales, no dudarían en herir o incluso matar a alguien para conseguir lo que
querían. Mi padre estaba en grave peligro. Podía sentirlo en mi interior.
Intenté volver a llamar a su teléfono celular y me transfirió directo al correo
de voz. Lo había estado llamando cada diez minutos durante varias horas. Había
dejado una docena de mensajes suplicándole que llamara para decirme que
estaba bien. La sensación oscura era tan fuerte que no había abierto la
barra. Mantuve el cartel cerrado en la puerta y las luces apagadas. Los clientes
llegaron y golpearon, pero los ignoré y no los dejé entrar.
Estaba a punto de llamar al teléfono de papá una vez más cuando escuché un
ruido proveniente de la cocina. Salí por la puerta y lo encontré sobre sus manos y
rodillas apoyándose de la puerta de atrás. Gracias a Dios, estaba vivo, tratando
de levantarse del suelo. Corrí hacia él y lo ayudé a sentarse con la espalda contra
la pared. Mi corazón se detuvo cuando lo miré a la cara. Él había sido golpeado
hasta la médula.
—Oh, Dios mío, papá, ¿qué pasó? – Grité con mis manos sobre sus
hombros. Mis ojos no paraban de enfocarse en él. Sus ojos estaban
hinchados. Su nariz estaba rota y sangrienta. Sus labios estaban partidos e
hinchados. Su cara, camisa y chaqueta estaban cubiertas de sangre seca.
—Estoy bien … —susurró, extendiendo sus manos para alcanzarme
ciegamente.
—Solo necesito … acostarme.
—Dios mío, papá, no estás bien —le dije, tomando sus manos y apretándolas
con fuerza.
—Necesitas un doctor. Voy a llamar a una ambulancia y a la policía.
—No, no, no hagas eso —dijo desesperadamente, agarrando mis manos.
—Eso solo empeorará las cosas. —Apoyó la cabeza contra la pared y me
miró por una pequeña abertura de su ojo derecho.
—Por favor, solo déjame descansar por un minuto. Estaré bien.
Tomé una respiración profunda y lo dejé salir lentamente. Corrí al fregadero,
mojé un trapo frío y se lo pasé. Tomó el trapo y lo sostuvo contra sus labios
partidos.
—Gracias … estoy bien … solo necesito un minuto.
—Papá, dime qué pasó.
—Dijo que no era suficiente.
—¿Quién dijo que no fue suficiente? —le pregunté.
—Qué significa eso.
Luchó por respirar a través de sus labios hinchados. Su nariz estaba
completamente rota y obstruida por la sangre seca.
—Dijo que era más dinero. Dijo que los noventa mil no iban a ser suficientes
para cubrir la deuda. Él lo quiere todo. El hijo de puta. Él lo quiere todo.
Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal.
—Papá, dime exactamente lo que dijo. Palabra por palabra.
Se pasó la lengua por los labios e intentó tragar.
—Dijo que tenías doscientos mil dólares. Él lo quiere todo o nos matará a los
dos.
La respiración se atrapó en mi garganta.
—¿Cómo sabía él que tenía tanto dinero? Papi, ¿cómo lo supo? ¿Le dijiste?
- Él dejó que su cabeza rodara de un lado a otro.
—No, no tenía idea de cuánto tenías. Dijo que tenías doscientos mil dólares
en un maletín y que quiere cada centavo o nos matará a los dos.
Me tragué el nudo que se había atascado en mi garganta.
—Papá, dime el nombre de ese hombre.
—No, Megan, no puedes pelear contra estas personas y no puedes llamar a la
policía —dijo. Tosió y se puso la toalla sobre los labios.
—Tienes que irte, Megan. Tienes que salir de la ciudad.
—¡Papá, maldita sea, dime el nombre del hombre que te hizo esto!
Cuando mi padre dijo el nombre del hombre que había amenazado nuestras
vidas, tuve que contener mis lágrimas. Sabía que mi buena fortuna era
demasiada bueno para ser cierto y demasiado bueno para durar.
La gente como yo no está destinada a ser feliz.
Tuve un glorioso fin de semana y fui millonaria por un corto tiempo.
Ahora, todo se estaba yendo a la basura poco a poco.
~~~
Ayudé a mi padre a ir a la cama y luego le limpié las heridas lo mejor que
pude. Parecía peor de lo que era, pero aun así era bastante malo. Las compresas
de hielo reducirían la hinchazón alrededor de los ojos magullados y los labios
partidos, pero su nariz estaba rota y su pómulo derecho sobresalió más de lo
debido. Prometió dejar que lo llevara al hospital al día siguiente y acepté de mala
gana.
Le di un par de analgésicos extra fuerte y me senté a su lado hasta que se
durmió. Luego bajé al bar, saqué el maletín helado del enfriador de cerveza y me
fui a mirar al hombre que le había hecho esto a mi padre y a mí.
MEGAN
Nunca había estado dentro del Club de Enzo’s. No sabía nada sobre el lugar
aparte de lo que Lia me había dicho. Ella había trabajado allí unos meses y
estaba follando con el hijo del dueño, un tipo llamado Santino. Ella nunca me
había dicho su apellido y nunca me había interesado lo suficiente como para
preguntar.
Tomé un taxi hasta Enzo’s y entré por la puerta principal sujetando el maletín
con fuerza en mi mano derecha. Lia estaba limpiando el piso y sirviendo bebidas
en mesas llenas de hombres alborotadores. Cuando levantó la vista y me vio de
pie cerca de la entrada, hizo una doble toma, como si pensara que su
imaginación le estaba jugando una mala pasada.
Ella vino hacia mí con sus tetas desnudas rebotando en su pecho y una
bandeja de bebidas redonda entre sus manos. Llevaba una tanga transparente y
tacones altos, y nada más. La miré cuando ella saludó, pero luego dejé que mis
ojos continuaran por la habitación buscando al hombre que había venido a
conocer. El lugar estaba oscuro que no pude ver quién estaba allí.
—Jesús, Meg, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Lia, agarrando la
bandeja contra sus pechos como si estuviera tratando de esconderlos de mí.
—¿Paso algo?
—Tu amigo Santino —le dije con calma, aun escaneando la habitación.
—¿Cuál es su apellido?
Ella frunció el ceño y parpadeó hacia mí.
—Rozzi —dijo con cautela.
—¿Por qué?
—¿Está él aquí?
—Sí, él está en el área VIP como siempre —Se puso delante de mí,
obligándome a mirarla a los ojos.
—Meg, ¿qué demonios está pasando?
—Llévame con él —le dije.
—Tengo algo para él.
—Meg, en serio, qué diablos …
—Llévame con él ahora, Lia —le dije con fuerza suficiente como para hacer
que parpadeara. Ella me miró por un momento con una mirada confundida en su
rostro, luego volvió en sí misma y comenzó a guiarme paso a paso a través del
club.
Nunca antes había visto a Santino Rozzi. Pero cuando lo vi sentado en un
sillón con los brazos alrededor de los hombros de dos bailarinas desnudas, sus
manos apretando sus tetas, lo reconocí inmediatamente de la subasta. Era el
hombre que estaba junto a Carlo, el tipo que parecía un personaje de Los
Soprano. Él era el primo que Carlo mencionó. Y el hombre que había golpeado a
mi padre sin sentido y amenazó nuestras vidas.
Había otro hombre sentado a la mesa. El hombre musculoso con el que lo
había visto en la subasta. Estaba sentado al final de la sala con los codos sobre
las rodillas, mordisqueando despreocupadamente las raspaduras de los nudillos,
como resultado de golpear a mi padre una y otra vez en la cara.
—Uh, Santino, esta es mi amiga, Megan —dijo Lia, haciéndose a un lado
cuando llegamos a la mesa. La pobre Lia no tenía idea de lo que estaba
sucediendo, pero no había tiempo para explicar. El cabeza de músculo me echó
un vistazo y se puso de pie como si pensara que tenía que interponerse entre mí y
su jefe. Santino Rozzi me sonrió por un momento, luego apartó sus brazos de las
chicas.
—Damas, retírense —dijo empujándolas fuera de la sala VIP. Me miró
mientras hablaba.
—Lia, otra ronda para la mesa. Y trae algo para tu amiga, Meg. Imagino que
le gustaría una bebida.
—¿Quieres algo? —Lia preguntó en voz baja. Ella dio la espalda a la mesa y
bajó la voz.
—No sé lo que está pasando, pero ten cuidado. No quieres meterse con él.
—Lo haré —dije.
—Y no, no quiero un trago.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Mi corazón se hundió cuando escuché la voz
de Carlo detrás de mí. Me gire para encontrarlo parado a menos de un pie de
distancia con una sonrisa confusa en su rostro. Él extendió sus brazos, pero no
me moví. Me di cuenta de que tenía el maletín agarrado fuertemente contra mi
pecho.
—Estoy aquí para darle a tu primo este dinero, para que no me mate a mí ni a
mi padre —le dije, haciendo que las lágrimas desaparecieran de forma
automática de mis ojos. Carlo frunció el ceño mientras me miraba, luego miró a
Santino. Él se paró a mi lado e intento poner su mano sobre mi brazo. Quite mi
brazo bruscamente para que no me tocara.
—No me toques —dije.
Carlo levantó sus manos y se volvió hacia Santino. Tenía una sonrisa
cautelosa en la cara, como alguien que se había perdido el chiste. Él dijo:
—Estoy un poco confundido. ¿Qué está pasando aquí?
Santino suspiró como si estuviera aburrido con toda la escena. Agitó una
mano hacia mí y puso los ojos en blanco.
—El dulce padre de tu amiguita me debe dinero por una deuda de
juego. Creo que ella está aquí para pagarlo.
Carlo se volvió hacia mí.
—¿Es verdad eso, Megan? ¿Tu papá le debe dinero a Santino?
No miré a Carlo porque pensé que podría llorar. En cambio, miré fijamente a
los ojos de Santino y hablé con los dientes apretados.
—Mi padre le debía noventa mil dólares —le dije.
—le di a mi padre el dinero para pagar la deuda, pero ahora lo quiere
todo. Dijo que, si no le doy los doscientos mil dólares, matará a mi padre y
también me matará a mí.
Santino rodó los ojos. Su guardaespaldas se movió para acomodarse detrás
de mí. Santino asintió con la cabeza hacia el maletín y dijo:
—Entonces, ¿es ese mi dinero?
—Espera un segundo —dijo Carlo, tendiéndole una mano.
—Ese no es tu dinero. Es de ella. Es su parte de la subasta.
—En realidad, primo, es mío —dijo Santino. Cruzó sus brazos sobre su
pecho y me miró. Podía sentir el aliento caliente de su guardaespaldas en mi
cuello. Miré por el rabillo del ojo para ver si Carlo iba a intervenir. Todavía
estaba de pie a unos metros de mí, sin moverse, como si sus pies estuvieran
clavados en el suelo.
Santino movió un dedo hacia mí y dijo:
—Su viejo padre, obviamente, olvidó que había interés de por medio. La
cantidad original era de noventa mil dólares, pero eso fue hace dos meses. Ahora
son doscientos. La próxima semana serán dos cincuenta. Ahora, puedes darme el
dinero o puedo hacer que Luigi sacuda nuevamente a tu viejo padre. O bien,
puede pagar su deuda de juego aquí. Tienes buen culo y una buena vagina. Y
Carlo me dice que fornicas como una máquina, así que probablemente lo
solucionarás enseguida.
—¿Dijiste eso? —pregunté, mirando a Carlo a los ojos, incapaz de contener
las lágrimas.
—Por supuesto que sí —dijo Santino con una sonrisa.
—Dijo que para una virgen eras una verdadera puta y chupabas el pene como
una diosa. De hecho, él dijo que estabas dentro de su top cien de mejores putas.
—Cállate, Santino —grito Carlo. Él me miró con ojos culpables.
—Megan, no quise decir eso. Solo conversábamos, no era cierto. Ya sabes lo
que siento por ti.
—¿solo broma? —pregunté, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
—Dios mío, solo me estabas usando. Eso es todo, ¿verdad?
—¿Qué? No, eso no es así.
—Dios, fui tan tonta —Miré a Carlo a los ojos y de repente me di cuenta de
que la conexión que creía tener no era más que una ilusión de niña tonta y
vulnerable que se enamora del primer príncipe azul que pasa por delante de su
puerta. Solo que este príncipe azul tenía un corazón negro. Dios, qué tonta
fui. Una lluvia de vergüenza cayó sobre mí.
—Ese dinero no te pertenece —dijo Carlo, mirando a Santino con las manos
en las caderas.
—Pagaste por su virginidad, primo, y yo obtuve más de lo que esperaba —
dijo Santino, moviendo un dedo hacia Carlo. Él dirigió el dedo hacia mí.
—Su padre me debe dinero y ella quiere cubrir su deuda, así que ese es mi
dinero. Fin de la discusión.
—Ese no es su dinero —dijo Carlo de nuevo, dando un paso hacia mí,
buscando protegerme.
Santino chasqueó los dedos.
—Luigi. Pásame el maldito maletín.
De repente, me encontré dividida entre Carlo y el tipo llamado Luigi. Hice
mi mejor esfuerzo para sostener el maletín el tiempo suficiente para abrir los
pestillos, luego lo sacudí en el aire. Cientos billetes de un dólar fueron a todas
partes y se desató el infierno. Santino estaba luchando por recoger el dinero. Caí
hacia atrás justo cuando Carlo y el cabeza del músculo se golpearon con los
puños.
Me tambaleé hacia atrás de la mesa. Carlo y Luigi estaban agraados como
dos bailarines incómodos. Cayeron de lado sobre una mesa. El aire estaba lleno
de billetes de veinte dólares, más de seis mil. En una muchedumbre de gritos,
todos los que estaban cerca se lanzaron hacia la mesa, agarrando puñados de
dinero en efectivo.
—¿Qué mierda, Meg?
Me volví hacia Lia, que estaba parada a mi lado con sus tetas escondidas
detrás de la bandeja y una expresión estupefacta en su rostro.
—Diez mil de eso te pertenece —le dije, arrojando el maletín vacío al suelo.
—Tu comisión por recomendarme a la Subasta de la Virgen. Será mejor que
lo recojas antes de que se lo lleven.
Me alejé sin decir una palabra más.
Esperaba haber visto al último hombre con el apellido Rozzi.
MEGAN
—Es una buena multitud para un sábado —dijo mi padre mientras ponía
cuatro vasos de cerveza en la barra y se limpiaba las manos con el trapo que
guardaba en su bolsillo trasero.
—Si esto sigue así, podríamos cenar carne dos veces a la semana.
Rodé mis ojos hacia él mientras cargaba las cervezas en una bandeja.
—¿Alguna vez podremos comer algo mejor que el pastel de carne?, Le
pregunté en broma.
Él me sonrió.
—¿Alguna vez aprenderás a cocinar algo que no sea pastel de carne?
—Probablemente no —le dije, colocando la bandeja sobre mi hombro y
equilibrándola con una mano.
—Necesito cuatro vasos de tequila y cuatro Whisky en las Rocas para la
mesa tres.
—Oye, piensa positivo —dijo golpeando con la punta del pulgar a un lado de
su cabeza.
—Algún día nos llegará la buena fortuna.
—Sí, sí, si tú lo dices.
Entregué los cuatro pedidos y regresé al final de la barra para esperar a que
llegué el siguiente pedido. Apoyé los codos en la barra y mi mentón en un puño
para ver trabajar a mi padre. Fue sorprendente la diferencia en él desde su
angustiante reunión con el gorila de Santino Rozzi. Le tomó un par de semanas
para que sus moretones, pómulos rotos y la nariz rota se curaran, pero una vez
que estuvo de pie otra vez, fue como si le hubieran quitado un gran peso de los
hombros. No había bebido una gota y no había jugado nada, hasta donde yo
sabía. Él sonrió y se rio más. Se veía y actuaba más feliz de lo que lo había visto
en mucho tiempo, desde antes de que mamá muriera. Fue un precio considerable
que ambos pagamos, pero vale cada centavo y cada onza de sangre.
Las semanas habían pasado más lentamente para mí. Traté de olvidar mi fin
de semana con Carlo Rozzi junto con todo el placer y el dolor que había
traído. Me reconcilié con el hecho de que no estaba destinada a ir a la
universidad ni a convertirme en investigadora del cáncer. Mi vida se pasaría
detrás del bar, al igual que mi viejo y su viejo antes que él. Suponía que había
peores formas de ganarse la vida. Y los grandes sueños no estaban destinados a
personas como yo. Debería haber sabido que es mejor no esperar nada de la vida.
—Después de entregar estos, tómese un descanso —dijo papá, cargando las
bebidas en la bandeja.
—Has estado trabajando duro durante horas. Yo te cubriré.
—¿Estás seguro?
—Estaba sirviendo bebidas desde antes de que nacieras —dijo.
—Vamos, toma un descanso.
Me guiñó un ojo, luego volvió a servir bebidas y a reírse con los clientes en
el bar. Entregué los tragos y cervezas, luego me serví una Coca y la llevé a la
cocina. Papá tenía razón: mis pies y mi espalda me estaban matando. Me senté
en la mesita que teníamos en la cocina, me quité los zapatos y tomé un largo
trago.
Había una pila de cartas que se habían acumulado los últimos días sobre la
mesa. Las levanté y hojeé los sobres, encontrando las cobranzas habituales y la
típica basura promocional. Entonces un sobre me llamó la atención. Estaba
dirigido a la señorita Megan Gibs. La dirección del remitente era de una
compañía en Illinois llamada ProInvesting Corp.
Cogí un cuchillo de mantequilla que estaba sobre la mesa y lo deslicé debajo
de la solapa del sobre. Dentro había un resumen mensual de una cuenta a mi
nombre. El saldo en la cuenta era de doscientos veinticinco mil dólares.
—¿Qué diablos? —Revisé el sobre, pero el balance de la cuenta era lo único
que había dentro. Lo leí de nuevo. Titular de la cuenta Megan Gibs … mi
dirección … saldo de la cuenta $ 225,000 … fecha de apertura de la cuenta …
Hice los cálculos en mi cabeza. La cuenta se abrió una semana después de la
subasta de la virgen. El día siguiente que le di el dinero a Santino Rozzi.
Doblé la declaración y estaba a punto de volver a meterla en el sobre cuando
noté algo extraño. Debajo de la aleta, escrita en tinta roja, estaban las palabras:
—Te extraño. Carlo
MEGAN
La mujer en la recepción me dio una cálida sonrisa cuando atravesé las
pesadas puertas de vidrio y me acerqué. Traté de devolverle la sonrisa, pero salió
como una contracción nerviosa.
—Hola, me gustaría ver al Sr. Rozzi —le dije.
—¿Tienes una cita?
—No.
—¿Podría decirme su nombre?
—Megan Gibs.
—Un momento por favor. —levantó el teléfono y presionó un botón. La
escuché decir mi nombre. Dio media vuelta con la sonrisa todavía plasmada en
la cara y señaló hacia el pasillo a su derecha.
—Puedes entrar directamente. Su oficina está al final del pasillo.
—Gracias. —Intenté detener mi respiración mientras caminaba por el pasillo
hacia la oficina de Carlo. Mis manos temblaban y mis palmas estaban
sudorosas. El sudor no es para nada sexy.
Cuando me acerqué, la puerta se abrió y Carlo apareció, luciendo perfecto
con un traje azul oscuro y una camisa blanca almidonada abierta en el
cuello. Sonrió al verme, pero no hizo ningún intento por tocarme. En lugar de
estirar los brazos para un abrazo, se hizo a un lado y tendió una mano para
guiarme.
—Es agradable verte —dijo formalmente, ordenándome que me sentara en
una silla de cuero rojo frente a su enorme escritorio de cristal. Se sentó detrás del
escritorio y juntó las manos.
—¿Cómo has estado?
—Bien —le dije, forzándome a mirarlo a los ojos. ¿y tú?
—Algo ocupado, pero bien.
—Eso es bueno.
—Sí, lo es. —Me miró a los ojos por un momento, luego pardeo lentamente
y me dio una sonrisa.
—Es bueno verte, Megan.
—¿Lo es?
—Si, lo es. – Al mismo tiempo que tocaba sus dedos levantó sus cejas.
—Aquí es donde tú debes decir “es bueno verte también, Carlo”.
Busqué en mi bolso sin responder a sus palabras juguetonas. Saqué el sobre
que contenía el resumen de la cuenta bancaria a mi nombre y lo deslicé por el
escritorio. Abrió el sobre y sacó la carta, luego la miró rápidamente.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
—No entiendo —dije.
—¿Qué es eso?
Levantó el periódico y frunció el ceño.
—Es el resumen de tu cuenta bancaria.
—No tengo ninguna cuenta en este banco dije.
—Poor lo que yo veo, si la tienes —dijo volviendo a guardar el resumen
bancario en el sobre para posteriormente deslizarlo hacia atrás sobre el
escritorio.
—No tendrías un resumen bancario si no tuvieras una cuenta.
—¿Estás tratando de ser gracioso? —pregunté, con un tono poco
amigable. Agarré el sobre del escritorio y lo guardé en mi bolso.
—No estoy tratando de ser gracioso —dijo encogiéndose de hombros.
—Simplemente lo dije de forma natural.
Tuve que evitar sonreír. Maldición, solo estar en la habitación con él era
como estar borracha después de una noche de fiesta intensa. El mundo a mi
alrededor se volvió borroso cuando mi visión se centró en él. Mi cabeza se sentía
más ligera, mis pies apenas tocaban el suelo. Pero no, maldita sea, él no era
quien yo pensaba que era. Quería algo, obviamente, pero no estaba dispuesta a
dárselo.
—Voy a preguntar de nuevo —dije con calma.
—¿Qué es todo esto?
—Ese es tu dinero —dijo echándose hacia atrás y extendiendo las manos.
—Santino obtuvo noventa mil dólares con lo que fue pagada la deuda de tu
padre y el resto es tuyo. Te dije que encontraría una forma de invertirlo para ti y
eso es lo que hice. Necesitaré tu firma en algunos formularios, pero eso es solo
un tecnicismo. La cuenta es tuya, con todo el dinero que hay en ella. Puedes
emitir cheques y solicitar una tarjeta de débito para que saques lo que necesites,
siempre que lo necesites.
—¿Ese es mi dinero? —le dije, todavía no completamente convencido.
—Pero pensé que tú y Santino peleaban por el dinero cuando me fui.
—Ese nunca fue el motivo —dijo.
—Estaba luchando por ti, por tu dinero. Nunca tuve la intención de quitarle
el dinero. Jamás existió un gran plan para comprar tu virginidad y luego robarte
el dinero.
—¿No fue así?
—No, por supuesto que no —dijo con un profundo suspiro.
—Mira, mi primo, Santino, es un idiota de clase mundial que hará todo lo
que este a su alcance para poner dinero en su bolsillo. Cuando tu padre se
presentó con noventa mil dólares para cubrir su deuda, Santino preguntó de
dónde había sacado el dinero. Tu padre se negó a decir, así que Santino hizo que
Luigi lo molestara un poco porque pensó que algo estaba pasando. Tu padre
finalmente dijo que su hija lo ganó en Las Vegas. No mencionó su nombre, pero
Santino recordó tu apellido del folleto de la subasta y conectó los puntos. Se dio
cuenta de que eras la hija de John Gibs y que la recompensa provenía de tu parte
de la subasta. Santino sabía cuánto te pagaban, así que decidió obtenerlo todo.
—Qué maldito idiota —dije.
La cabeza de Carlo se balanceó.
—Sí, es un maldito idiota, pero no es un hombre irracional. Después de
limpiar el lugar con Luigi, tuve una pequeña conversación privada con Santino
en el callejón del fondo del club. Me costó un poco convencer y hacer que mi tío
Enzo se involucrara, pero finalmente, Santino vio el error de sus actos y me
devolvió el dinero, aquí mismo, en mi propia oficina. Abrí la cuenta y esperé
para saber de ti. Han pasado algunas semanas. Pensé que no querías hablar
conmigo.
—¿Por qué no me llamaste? -Pregunté en voz baja.
—¿Habrías aceptado mi llamada? ¿Hubieras creído todo lo que tenía que
decir?
—Probablemente no.
—Bueno, ahí tienes —dijo juntando sus manos.
—¿Supongo que tu padre está bien?
—Sí, está bien ahora.
—Eso me alegra. —Se pasó la lengua por los labios y me miró a los ojos.
—¿Y tú? ¿Cómo estás? La verdad
Lo pensé por un momento, luego suspiré con una sonrisa.
—Sabes, estoy bien. Quiero decir, esto fue todo un desastre, pero de alguna
manera, me alegro de que haya sucedido. Mi padre ha dejado de beber y
apostar. Su negocio ha mejorado. Él es saludable y feliz. Por primera vez en
mucho tiempo, creo que estará bien. Ambos lo estamos.
—¿Te has matriculado en la universidad?
Solté una carcajada.
—No, hasta hace unos minutos pensé que estaba en la ruina.
—Ahora no estás en quiebra —dijo levantando la mano en el aire.
—Es momento que te pongas en contacto con la universidad para gestionar
tu matricula.
—Si, eso debo hacer —dije. Dejé que mis ojos descansen en los suyos.
—Lamento haberte cuestionado, Carlo. Sé que realmente eres un buen tipo.
—No te preocupes —dijo inclinándose sobre el escritorio y sonriendo con
los ojos.
—Me haces querer ser un buen tipo.
—¿Yo lo hago?
—Si, lo haces. —Echó un vistazo a su reloj.
—Mira, es la hora del almuerzo y estoy hambriento.
—¿Es la hora? ¿tienes hambre?
—Lo es y lo estoy. Hay un local de perros calientes justo en la siguiente
cuadra. ¿Puedo invitarla a un perrito caliente, señorita Gibs?
—Puede hacerlo, Sr. Rozzi. Entre otras cosas.
Él rodeó el escritorio y puso su mano sobre mi pecho. Dudé por un
momento, luego puse mi mano en la suya y dejé que me sacara de la silla tras lo
cual me cogió en sus brazos. Me besó suavemente en los labios mientras me
derretía con él.
Quizás las cosas funcionarían después de todo.
EPILOGO: MEGAN
La universidad fue mucho más difícil que la escuela secundaria. A pesar de
que solo era un estudiante de primer año tomando cursos básicos, sabía que tenía
mucho trabajo por delante. Para ser un investigador de cáncer, necesitaría
obtener una licenciatura en biología o alguna otra ciencia relacionada, luego un
título de posgrado y tal vez incluso un doctorado. Podría tomar años y costar
cada centavo que tenía y algo más, pero algún día, si continuaba, sería la Dra.
Megan Gibs, investigadora del cáncer.
Mi madre habría estado tan orgullosa de mí, aunque no sabía si podría haber
estado más orgullosa que mi padre. Les dijo a todos los que entraron en el bar
que su hija iba a ser médico. Incluso comenzaron a llamarme Dr. Gibs cuando
traía sus rondas de cerveza y bebidas.
Para otoño, ya me habían aceptado en la Universidad de Nueva York, lo que
significaba que podía ir a estudiar a la universidad y seguir trabajando en el bar
para ayudar a mi papá. Tenía un largo camino por delante. Afortunadamente,
tuve a Carlo Rozzi quien me acompañaba en cada viaje.
~~~
Carlo estaba sentado leyendo una revista financiera cuando salí de la ducha
desnuda y me metí en la cama de tamaño King junto a él. Fingió estar
concentrado en algún artículo sobre el comercio internacional de divisas, pero
cuando me acerqué a él y deslicé mi mano entre sus piernas, pareció perder la
capacidad de leer.
—Mmmm, ¿qué estás haciendo? —preguntó, tirando la revista al suelo y
envolviendo sus brazos a mi alrededor. Su pene largo y duro estaba en mi
mano. Moví mis dedos arriba y abajo por el eje venoso y jugueteé con su duro
pezón con mi lengua.
—Te estoy obligando a tomar un descanso —le dije, mientras mi lengua
subía por su cuello. Le di pequeños mordiscos a su mandíbula en camino a sus
labios.
—¿Parece que necesito un descanso? —preguntó, abriendo la boca para que
mi lengua pudiera deslizarse dentro.
—Lo necesitas —dije, moviéndome a horcajadas sobre sus muslos para
poder manosear su pene comodidad. Sus manos se acercaron a mis tetas y les
dieron un fuerte apretón. Rodó mis duros pezones entre sus dedos, haciéndome
gemir de un dolor delicioso.
—¿Puedo leer mi revista después de que me utilices sexualmente? —
preguntó, poniendo sus manos en mis caderas para llevarme a su pene.
—Podríamos averiguarlo —dije con una sonrisa.
—Pero dudo que puedas hacerlo.
Sujeté su pene con una mano y lentamente me empalé. El aliento salió de
mis pulmones mientras llenaba mi vagina completa con su larga y gruesa
virilidad.
—Eso se siente increíble … —gemí, poniendo mis manos sobre su pecho
mientras lentamente deslizaba mis caderas de un lado a otro a lo largo de él. Él
clavó sus dedos en mis costados para ayudarme a seguir.
—Sí, hazlo… —dijo.
—Asombroso…
—Dios, me estás calentando mucho —le dije, cerrando los ojos mientras el
calor de mi vagina se expandía por todo mi cuerpo. Hacía calor en el
dormitorio. Empecé a sudar a medida que el calor de nuestros cuerpos se
intensificaba.
—Oh … mierda … —gimió, arqueando sus caderas para penetrar más
profundamente en mi vagina.
—Estás tan jodidamente … apretada …
Lamí el sudor de mis labios y bajé mi boca hacia la de él. Él también estaba
sudando. Su piel era brillante y resbaladiza y eso me excitaba aún más.
—Me estoy corriendo … —gemí cuando el orgasmo comenzó a hacerse
notar a través de mí.
Carlo deslizó sus manos alrededor de mi culo y comenzó a golpearme en las
nalgas.
—Vamos, bebé … dale … tómalo todo…
Gruñó y se puso rígido debajo de mí, cada músculo de su cuerpo
ondulándose mientras me llenaba con su semen caliente. Llegué al orgasmo con
él, chorreando jugos calientes sobre su pene y sus bolas, haciendo un desastre
maravillosamente pegajoso. La habitación se llenó con el aroma de nuestro sexo
y sudor. Nos empujamos el uno al otro por un momento más, luego me derrumbé
sobre él, jadeando en su oído.
—Joder … lo necesitaba —dijo con los labios en mi oreja.
—Yo también —le dije, poniéndome de codos. Estaba literalmente
ardiendo. Pasé la palma de mi mano por mi frente. Estaba sudando como loca y
él también.
—Parece que me calenté demasiado —dijo con un feliz suspiro.
—No quería que te congelaras cuando saliste de la ducha. Ahora estoy
sudando como un cerdo. Espere, doctora Gibs, ¿los cerdos sudan?
Sonreí y besé sus labios.
—No estoy segura —le dije, mirándolo a los ojos.
—Pero hay una cosa que sé.
—¿Qué cosa?
—Cuando estamos haciendo el amor, el sudor es tan sexy.
Pasó su lengua por mi cuello como si estuviera lamiendo un cono de helado
y dijo:
—Sí, señorita, tiene toda la razón.
Puse mis manos en su rostro y lo miré profundamente a los ojos.
—Gracias por comprarme, Sr. Rozzi. Me salvaste la vida.
Él sonrió y acarició su nariz con la mía.
—Querida, fue el dinero que he invertido más sabiamente … Con los
mejores retornos.
~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ FIN ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~