Historia 1 Ev
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1469, dio origen a una unión dinástica que buscaba varios objetivos
comunes, como el dominio peninsular, la unidad religiosa y el
fortalecimiento del poder real frente a la nobleza. Isabel sucedió a su
hermanastro Enrique IV en el trono de Castilla en 1474, y poco después,
Alfonso V de Portugal invadió Castilla, reclamando el trono para Juana la
Beltraneja, lo que desencadenó una guerra civil entre los partidarios de
Isabel y Juana. El Tratado de Alcaçovas (1479) reconoció a Isabel como reina
de Castilla y ese mismo año Fernando fue proclamado rey de Aragón.
Aunque ambos reinos quedaron unidos por el matrimonio, se trataba de una
unión personal que no implicó la fusión de sus territorios o instituciones,
pues cada uno mantuvo sus fronteras, leyes, monedas, lenguas, aduanas,
sistemas de recaudación de impuestos y usos tradicionales. La única
institución común fue el Tribunal de la Inquisición. Los reyes gobernaban
conjuntamente según la Concordia de Segovia de 1475, tomando decisiones
por acuerdo mutuo, aunque Fernando tuvo más influencia en Castilla que
Isabel en Aragón. La unión fue desigual desde el principio: Castilla era más
grande, con más población, instituciones más homogéneas y útiles para
gobernar autoritariamente y una economía en expansión, lo que la convertía
en el principal soporte fiscal y militar de los reyes. Los Reyes Católicos
tenían como objetivo fortalecer el poder real y disminuir el de los
estamentos privilegiados, estableciendo una monarquía autoritaria y
creando una administración central. Las reformas se llevaron a cabo
principalmente en la Corona de Castilla, donde la autoridad de los monarcas
se impuso sobre la nobleza, reduciendo su poder político y ocupando los
cargos administrativos con juristas y letrados, aunque su poder económico
se consolidó mediante la institución del mayorazgo (vinculación de las
tierras a un título nobiliario). En cuanto a la Iglesia, se presionó a las
Órdenes Militares para que nombraran al rey como su gran maestre y se
consiguió del Papa el derecho de patronato, que les permitía proponer a los
eclesiásticos más importantes. En los municipios, se controlaron las
oligarquías urbanas mediante el corregidor, un funcionario con amplias
facultades que representaba al poder monárquico. Además, se reorganizó la
Hacienda, lo que incrementó los ingresos fiscales, se formó un ejército
permanente bajo el control directo del poder real y se creó un cuerpo
diplomático para asuntos exteriores. Se modernizó la administración de
justicia con la creación de dos Chancillerías y el Consejo Real se reorganizó
para pasar de ser consultivo a un organismo de gobierno,
profesionalizándose e incorporando funcionarios con formación jurídica.
Además, se establecieron los primeros consejos especializados. Las Cortes
perdieron protagonismo. Se creó la Santa Hermandad, un cuerpo de
vigilancia y policía rural para reprimir la delincuencia. En la Corona de
Aragón, apenas hubo cambios, y los Reyes Católicos respetaron los
privilegios de sus territorios y mantuvieron una monarquía pactista, pero
nombrando virreyes para que ejercieran el poder real en su nombre. La
religión se utilizó como herramienta de control político y social, ejerciendo
presión sobre las Órdenes Militares y estableciendo la Inquisición o Tribunal
del Santo Oficio en 1478 para velar por la pureza del catolicismo y perseguir
herejías. La conquista de Granada fue parte de la política de unificación de
la península ibérica. La guerra comenzó en 1482 y se prolongó hasta 1492,
caracterizándose por asedios en vez de batallas campales. Las luchas
internas en el Reino Nazarí, la amenaza turca y la disminución del pago de
parias fueron factores que llevaron a los Reyes Católicos a conquistar el
Reino. En la primera fase de la conquista, se atacó el oeste, en la segunda,
el este, y en la última se produjo el asedio Granada, que duró casi un año y
terminó con las Capitulaciones de Granada, donde los Reyes Católicos se
comprometieron a respetar las costumbres de los vencidos. Sin embargo,
esta tolerancia duró poco, ya que en 1499 el cardenal Cisneros inició una
persecución que culminó en 1502 con la conversión forzosa o exilio de los
musulmanes, que pasaron a ser llamados moriscos. Esta política de
intolerancia también se aplicó a los judíos, quienes fueron expulsados en
marzo de 1492. El papa Alejandro VI les dio el título de Reyes Católicos
después de la conquista de Granada y la expulsión de los judíos.
A finales de la Edad Media, varias circunstancias impulsaron los grandes
descubrimientos geográficos que marcaron el Renacimiento: factores
técnicos, como avances en cartografía y navegación; políticos, como la
competencia atlántica con Portugal; ideológicas, como el espíritu de cruzada
reavivado por la conquista de Granada; económicos, la búsqueda de una
ruta hacia las indias tras el bloqueo turco en el Mediterráneo. Cristóbal
Colón propuso a Portugal y luego a Castilla su proyecto de llegar a las Indias
mediante a una ruta por el oeste. Después de que la expedición de
Bartolomé Díaz doblara el Cabo de Buena Esperanza, los Reyes Católicos
aprobaron su plan mediante las Capitulaciones de Santa Fe en 1492, por las
que colón obtendría los títulos de almirante, virrey y gobernador general de
las tierras que conquistara y el 10% de los beneficios que se obtuvieran.
Colón partió desde Palos y, tras hacer escala en Canarias, llegó a la isla de
Guanahaní (San Salvador) el 12 de octubre de 1492, y posteriormente se
dirigió a Cuba (isla Juana) y Haití (La Española), tomando posesión en
nombre de la Corona. Colón realizó otros tres viajes sin saber que había
descubierto un nuevo continente. A raíz del descubrimiento de este nuevo
continente, surgió un conflicto con Portugal sobre los derechos de
expansión, resuelto en el Tratado de Tordesillas (1494), que dividía las
nuevas tierras entre ambas coronas: Castilla obtendría las tierras al oeste de
una línea acordada, y Portugal las del este, lo que justificó su colonización
de Brasil. La conquista americana fue muy rápida por la superioridad militar
de los españoles, la debilidad y colaboración de los imperios indígenas, y el
temor o misterio que infundían sus armas y caballos en las culturas
precolombinas. Las expediciones y conquistas no eran organizadas por la
Corona directamente, sino mediante concesiones a conquistadores, que
organizaban ejércitos privados y firmaban acuerdos que atribuían las tierras
conquistadas a Castilla a cambio de honores y beneficios económicos. El
proceso de conquista y colonización comenzó en 1493 desde las Antillas.
Cabe destacar a exploradores como Vasco Núñez de Balboa (quien
descubrió el Pacífico en 1513), y Magallanes y Elcano (que dieron la primera
vuelta al mundo en 1519-1522). Hernán Cortés conquistó el Imperio azteca
(1519-1521) y Francisco Pizarro, junto con Diego de Almagro, sometió al
Imperio inca (1531-1533). Para 1550, se había explorado casi toda América
desde California hasta el Río de la Plata, y se inició un proceso de
colonización que organizó la explotación económica, social y política de
estos territorios bajo control de la Corona. La Corona asumió el control
religioso y económico de los territorios, fomentando la evangelización y
obteniendo grandes beneficios de las minas y explotaciones agrarias. La
explotación indígena fue sistemática mediante sistemas de trabajo
obligatorio como el repartimiento, la encomienda y la mita. La población
indígena, que era considerada por la Corona como vasallos directos de los
reyes, se vieron brutalmente impactados por las enfermedades europeas y
el duro trabajo impuesto en minas y campos. Fray Bartolomé de las Casas
denunció los abusos, y la Corona intentó moderarlos con leyes como las
Leyes de Burgos (1512) y las Leyes Nuevas (1542), aunque con poco efecto.
Desde el principio, los territorios coloniales dependían de Castilla y se
consideraban una prolongación del reino, por lo que copiaban su estructura
institucional. Los asuntos coloniales se manejaban desde España a través de
la Casa de Contratación de Sevilla (fundada en 1503), que controlaba el
comercio y navegación, recaudando el quinto real, y del Consejo de Indias
(creado en 1523), encargado de supervisar la administración americana
(elaborar las leyes de Indias, nombrar cargos y fiscalizar asuntos
económicos). Las Américas se dividieron en dos virreinatos: Nueva España y
Perú, con virreyes como representantes del rey y gobernantes. Se
subdividían en gobernaciones y capitanías generales en áreas de conflictos.
A su vez estos estaban divididos en municipios, que se gobernaban
mediante cabildos. Las Audiencias funcionaban como tribunales superiores
de justicia. Los altos cargos administrativos eran ocupados mayormente por
funcionarios españoles, aunque con el tiempo algunos criollos comenzaron a
asumir roles administrativos locales.
Carlos I gobernó entre 1516 y 1556 sobre un extenso territorio heredado de
sus abuelos, los Reyes Católicos, y de su padre, Felipe el Hermoso. Heredó
de su madre Juana las Coronas de Castilla y Aragón, y de su padre heredó
los Países Bajos, el Franco Condado, Austria y derechos sobre la corona
imperial. Su llegada al trono sustituía la dinastía de los Trastámara por la de
los Habsburgo. Llegó a la península en 1517, sin hablar castellano y rodeado
de consejeros flamencos que ocuparon los cargos más importantes. En 1517
muere su abuelo Maximiliano, por lo que heredó la corona de Austria y el
derecho a ser elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Después de convocar Cortes para obtener el dinero necesario para
asegurarse su elección, abandonó Castilla dejando como regente al
Cardenal Adriano de Utrecht. Esto provocó la sublevación de las principales
ciudades, destacando la revuelta de las Comunidades (1520-1521). Los
comuneros, formados por la baja nobleza, artesanos y comerciantes,
demandaron la exclusión de los extranjeros en cargos de poder, la vuelta del
rey a España, la reducción de impuestos, un mayor protagonismo de las
Cortes, entre otras cosas. Los sublevados organizaron la Santa Justa, que
intentó conseguir el apoyo de la reina Juana, pero no lo consiguió y en 1521
fueron derrotados y sus líderes ejecutados. En la Corona de Aragón, las
Germanías (1519-1523) enfrentaron a las clases populares con las
oligarquías urbanas, en un contexto de crisis económica y epidemias. Al
abandonar los nobles y ricos burgueses las ciudades por la peste, las
germanías (hermandades armadas) se hicieron con el poder municipal. El
ejército real, con el apoyo de la nobleza y de la alta burguesía acabó la
rebelión. La política exterior de Carlos I se centró en la defensa de su ideal
de monarquía imperial y cristiana, buscando la hegemonía europea, lo que
lo llevó a enfrentarse en repetidas ocasiones con Francia, cuyo rey Francisco
I buscaba el dominio de Italia. Hubieron 4 guerras entre 1521 y 1544. Se
mostró la superioridad de Carlos en la batalla de Pavía (1525). Sin embargo,
las tensiones continuaron hasta la Paz de Cambrai (1529), incorporando el
milanesado a los dominios españoles. Carlos también enfrentó la expansión
protestante en Alemania, donde la Liga de Smalkalda defendía el
luteranismo. Aunque inicialmente derrotó a los protestantes en Mühlberg
(1547), la Paz de Augsburgo (1555) le obligó a reconocer la libertad de
religión en los principados alemanes. En el Mediterráneo, Carlos intentó
frenar la expansión otomana, logrando algunas victorias, como la conquista
de Túnez (1535), pero fracasó en Argel (1541), permitiendo el avance turco
en la región. Carlos abdicó en 1556 y se retiró al monasterio de Yuste, donde
murió en 1558. Su hijo, Felipe II (1556-1598), heredó todos los territorios de
Carlos, excepto Austria y el título imperial. Durante su reinado, consolidó un
vasto imperio que incluía las colonias de América, las Filipinas y, a partir de
1580, Portugal, que conservó sus leyes e instituciones y se instauró la corte
de Portugal, y su imperio colonial en Asia, África y Brasil. Felipe estableció la
corte en Madrid. En el ámbito interno, su política se caracterizó por el
autoritarismo y la intolerancia religiosa, como se reflejó en la violenta
represión de la sublevación de los moriscos en las Alpujarras (1568),
quienes intentaron preservar su cultura y religión, pero fueron finalmente
dispersados y repoblaron la zona con cristianos. Otro conflicto significativo
fue la rebelión aragonesa de 1591, donde los aragoneses se levantaron en
defensa de sus fueros frente al intento del monarca de fortalecer su
autoridad, después de que Antonio Perez se refugiara en su territorio
cuando había sido condenado a cárcel en Madrid y el rey haya reclamado su
entrega a través de la Inquisición. La política exterior de Felipe II se enfocó
en mantener la hegemonía de su imperio y en la defensa del catolicismo.
Logró la victoria sobre Francia en la batalla de San Quintín (1557),
consolidando la paz con el Tratado de Cateau-Cambrésis (1559). Frente al
avance turco en el Mediterráneo, la Liga Santa, conformada por España,
Venecia y el Papado, derrotó a los otomanos en la batalla de Lepanto
(1571). Sin embargo, nuevos conflictos surgieron, como la sublevación de
los Países Bajos, motivada por la influencia del calvinismo y el deseo de
autonomía frente a la autoridad española. Este conflicto se prolongó hasta
1648, erosionando los recursos del imperio. También enfrentó a Inglaterra,
cuya reina Isabel I apoyaba a los rebeldes holandeses y fomentaba la
piratería contra los barcos españoles. Felipe respondió con la Gran Armada
(1588), una expedición naval destinada a invadir Inglaterra, que fracasó
debido principalmente a condiciones meteorológicas adversas.
El período de los Austrias menores en el siglo XVII se caracteriza por la
notable decadencia de la Monarquía Hispánica, acentuada por el
agotamiento económico y la pérdida de hegemonía en Europa. La estructura
política seguía siendo un conjunto de reinos con leyes e instituciones
diversas. Una innovación importante fue el surgimiento del valido, en quien
el rey delegaba funciones gubernamentales, a menudo sin cargo oficial, lo
que propició prácticas de nepotismo.
Durante el reinado de Felipe III (1598-1621), se delegó el poder en el duque
de Lerma. Se expulsaron a los moriscos entre 1609 y 1613 por razones
religiosas y de seguridad, lo que causó la despoblación en Aragón y Valencia
y la pérdida de mano de obra. En el ámbito exterior, debido a problemas
económicos, Felipe III adoptó una postura pacifista, mejorando relaciones
con Francia y firmando la paz con Inglaterra. También se firmó la Tregua de
los Doce Años con las Provincias Unidas.
El reinado de Felipe IV (1621-1665) estuvo marcado por la figura del valido
conde duque de Olivares, quien buscó fortalecer la monarquía. Sin embargo,
sus reformas, como la creación de un banco estatal y un ejército nacional
permanente conocido como la Unión de Armas, fracasaron debido a la
oposición de las Cortes de Aragón, que buscaban proteger sus fueros. Las
crisis de 1640 y la caída de Olivares provocadas por la Guerra de los Treinta
Años y la pésima situación de la monarquía, llevaron a un descontento
generalizado, con rebeliones en Vizcaya, Andalucía y Sicilia, y el estallido de
insurrecciones en Cataluña y Portugal. La rebelión de Cataluña, que se
extendió de 1640 a 1652, fue impulsada por la tensión creada por la
entrada de Francia en la Guerra de los Treinta Años, que transformaba a
Cataluña en un frente militar. Esto culminó en un motín en 1640 que llevó al
asesinato del virrey, y la Generalidad se hizo con el control, buscando unirse
a Francia. Sin embargo, la rendición llegó en 1652 con la condición de
mantener sus fueros. En Portugal, que había soportado la invasión
holandesa en sus colonias y el descontento por la presencia castellana en el
gobierno, se proclamó rey al duque de Braganza en 1640. A pesar de los
intentos de recuperación por parte de España, la independencia portuguesa
se reconoció en 1668. En el ámbito exterior, la política de Olivares fue
agresiva, dándose conflictos como la reanudación de la guerra con las
Provincias Unidas y la participación en la Guerra de los Treinta Años, ambos
interrelacionados, llevando a la guerra con Francia. Francia intervino a favor
del bando protestante en la guerra de los 30 años, y España sufrió
importantes derrotas, como en Rocroi en 1643. La Paz de Westfalia en 1648
marcó el fin de la hegemonía española y la independencia de las Provincias
Unidas, y la guerra con Francia concluyó con la Paz de los Pirineos en 1659,
lo que implicó pérdidas territoriales y el matrimonio de la infanta María
Teresa con Luis XIV.
El reinado de Carlos II (1665-1700) estuvo marcado por su condición de
enfermo y su ascenso al trono como niño, con su madre como regente hasta
1675, y con la presencia de diversos validos. La situación económica era
crítica, y solo el conde de Oropesa implementó reformas eficaces,
reduciendo impuestos y mejorando la economía mediante la creación de la
Superintendencia de Hacienda. Durante su reinado, Carlos II se mantuvo
defensivo ante la agresión de Luis XIV de Francia, con continuas pérdidas y
recuperaciones de territorios a través de tratados. Durante su reinado
también se reconoció la independencia de Portugal. El problema más
importante fue el sucesorio. Carlos dejó como heredero a Felipe de Borbón
y, después de la Guerra de Sucesión (1701-1714) entre los que apoyaban al
Archiduque Carlos de Austria y los que apoyaban a Felipe de Borbón, fue
proclamado rey de España, iniciando la dinastía borbónica.
La Guerra de Sucesión Española (1701-1714) estalló tras la muerte sin
descendencia de Carlos II, quien había nombrado a Felipe de Anjou, nieto de
Luis XIV de Francia, como su heredero, lo que generó un conflicto
internacional entre dos pretendientes: Felipe y el archiduque Carlos de
Austria. Las potencias europeas (Países Bajos, Portugal, Prusia y Saboya)
formaron la Alianza de La Haya para apoyar al archiduque, temerosas de la
unión de las coronas de España y Francia. Dentro de España, se desarrolló
una guerra civil donde los reinos de la Corona de Aragón se alinearon con el
archiduque, mientras que Castilla, Navarra y el País Vasco apoyaron a Felipe
V. El archiduque llegó a España por Barcelona, avanzando hacia Castilla,
mientras Felipe V, respaldado por tropas francesas, logró tomar Valencia y
Aragón tras la victoria en la batalla de Almansa en 1707. A partir de este
momento de abolieron los fueros, cortes e instituciones de Valencia y
Aragón, a través de los decretos de nueva planta. La contienda culminó en
Cataluña con la caída de Barcelona en 1714, aunque la resistencia en
Mallorca continuó hasta 1715. En el ámbito internacional, la Alianza
antiborbónica luchó contra España y Francia. La guerra finalizó tras la
muerte del emperador de Austria en 1711 y la elección del archiduque
Carlos como nuevo emperador, lo que llevó a los aliados a negociar su
renuncia al trono español.
La Paz de Utrecht (1713) resultó de estas negociaciones, reconociendo a
Felipe V como rey de España, pero forzándolo a renunciar a sus derechos al
trono francés y cediendo a Austria Flandes y sus posesiones italianas,
mientras que Saboya obtuvo Sicilia. Inglaterra, que emergió como la gran
vencedora, adquirió Gibraltar, Menorca y derechos comerciales en América.
A pesar de las pérdidas territoriales, la dinastía borbónica intentó recuperar
la influencia de España mediante los Pactos de Familia, que buscaban
restablecer alianzas con Francia.
Felipe V (1700-1746) se centró en recuperar sus posesiones italianas y
acercarse a Francia mediante los Pactos de Familia. Firmó el Primer Pacto de
Familia (1733) para participar en la guerra de Sucesión polaca y logró que
su hijo Carlos fuera proclamado rey de las Dos Sicilias y que Francia lo
apoyara si hay un enfrentamiento con Inglaterra. El Segundo Pacto de
Familia (1743) implicó el apoyo de España en la guerra de Sucesión de
Austria a cambio del ducado de Parma para otro de sus hijos. Fernando VI
(1746-1759) mantuvo una política de neutralidad, enfocándose en la
reestructuración militar y la mejora de la flota.
Carlos III (1759-1788) buscó frenar el expansionismo inglés, firmando el
Tercer Pacto de Familia (1761) y apoyando a Francia en la Guerra de los
Siete Años, lo que resultó en la pérdida de Florida, aunque España recuperó
La Luisiana. También intervino en la Guerra de Independencia de EE. UU.
con el objetivo de apoyar a los colonos, recuperando Menorca y Florida, pero
no Gibraltar.
La llegada de la dinastía Borbónica a España trajo una serie de reformas
para establecer un modelo de gobierno absolutista y centralizado, inspirado
en el sistema de Luis XIV en Francia.
En el ámbito político, el rey concentraba los poderes legislativo, ejecutivo y
judicial, personificando el poder del Estado. Felipe V, tras la Guerra de
Sucesión, promulgó los Decretos de Nueva Planta, que impusieron un
sistema centralista desde Madrid, eliminando los fueros y sistemas de
gobierno propios de los reinos de Valencia, Aragón, Mallorca y Cataluña,
unificando la administración bajo las leyes de Castilla. Solo Navarra y el País
Vasco conservaron sus fueros en recompensa por su lealtad. En 1713, Felipe
V estableció la Ley Sálica, que favorecía la sucesión masculina en el trono.
En cuanto a las reformas administrativas, se buscó una gestión más
eficiente. Los Consejos fueron reemplazados en su mayoría, salvo el Consejo
de Castilla, que adquirió mayor relevancia como Tribunal Supremo y órgano
de gobierno en asuntos administrativos y legislativos. Para la organización
del Estado, se crearon Secretarías de Estado, divididas en áreas como
Hacienda, Guerra y Marina, Indias, Gracia y Justicia, que actuaban bajo la
autoridad de Secretarios de Estado, cercanos al rey, y se encargaban de
poner en práctica las decisiones del rey. Las Capitanías, que sustituyeron a
los virreinatos (en América no) y cada una contaba con una Audiencia para
asuntos judiciales. El capitán general representaba al poder absoluto del rey.
Además, las Intendencias dividieron el territorio en provincias administradas
por intendentes, encargados de recaudar impuestos, mantener el orden
público y gestionar el reclutamiento de tropas. Los municipios perdieron
autonomía bajo este sistema centralizado, aunque se mantuvo la figura del
corregidor en algunas ciudades. En la Hacienda Real, los Borbones
centralizaron la recaudación de impuestos, extendiendo estas obligaciones a
los territorios de la Corona de Aragón mediante los Decretos de Nueva
Planta, con un sistema de cuotas similar al de Castilla. Durante el reinado de
Fernando VI, se intentó una reforma fiscal a cargo del Marqués de la
Ensenada, con el objetivo de implantar un impuesto único proporcional a la
riqueza, lo que requería un censo detallado de la población y propiedades,
conocido como el Catastro de Ensenada. Sin embargo, la reforma fracasó
debido a la oposición de los estamentos privilegiados. Con Carlos III, a partir
de 1780, las necesidades del imperio colonial, las guerras y el déficit
obligaron a emitir vales reales, primeros títulos de deuda pública y
antecedente del papel moneda, gestionados por el Banco Nacional de San
Carlos, fundado en 1782.
Respecto a las relaciones Iglesia-Estado, los Borbones practicaron el
regalismo, promoviendo la autoridad del rey sobre la Iglesia en asuntos no
doctrinales, incluyendo la elección de cargos eclesiásticos. En 1753, se firmó
un Concordato con la Santa Sede que otorgaba a los reyes españoles el
derecho de patronato regio sobre la Iglesia en España. Bajo Carlos III, en
1767, se produjo la expulsión de los jesuitas de los territorios españoles,
incautando sus bienes. Esta medida, aunque se dijo que fue motivada por el
Motín de Esquilache y otros disturbios, se dio por que los jesuitas, leales al
Papa y con gran influencia, representaban un riesgo para el Estado.
Las reformas borbónicas en América, especialmente bajo el reinado de
Carlos III, buscaron recuperar el control político y económico que se había
relajado en el siglo anterior. En cuanto a la administración, el Consejo de
Indias perdió competencias, manteniendo solo funciones judiciales y de
asesoramiento, mientras que las Secretarías de Estado asumieron las
demás. La Casa de Contratación, afectada por la apertura del comercio, vio
reducida su actividad y fue disuelta en 1790.
Para reforzar la presencia administrativa, se crearon dos nuevos virreinatos
además de los ya existentes de Nueva España y Perú. Nueva Granada se
estableció en 1717 con capital en Santa Fe de Bogotá, cubriendo los
actuales Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador. En 1776, el Virreinato del
Río de la Plata fue creado con capital en Buenos Aires, abarcando territorios
de Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. También se instauraron en 1764
las Intendencias, que reemplazaron a las antiguas gobernaciones y
corregimientos, bajo el mismo modelo aplicado en la península. Además, se
organizó un ejército regular en América.
En el aspecto económico, las reformas comerciales buscaban aumentar la
rentabilidad del sistema colonial. Se crearon compañías comerciales
privilegiadas y monopolísticas como la Compañía Guipuzcoana de Caracas,
que exportaba productos americanos como cacao y tabaco e importaba
manufacturas peninsulares. En 1717, el monopolio del comercio con
América se trasladó de Sevilla a Cádiz. En 1735, se sustituyó el sistema de
flotas por un sistema de registros, permitiendo a particulares enviar
mercancías en barcos autorizados que partían sin restricciones de
calendario. Finalmente, en 1778, Carlos III decretó el libre comercio de todos
los puertos españoles con América, eliminando el monopolio de un solo
puerto, lo que llevó a la disolución de la Casa de Contratación.
Estas reformas trajeron prosperidad a la economía colonial y aumentaron la
oferta de productos europeos en América, afectando las industrias locales
que habían surgido en el siglo XVII. Debido a la baja producción de
manufacturas en la península, muchas de las mercancías vendidas en
América eran extranjeras y llegaban por contrabando. Esta situación debilitó
las compañías privilegiadas, pero estimuló la industria y el comercio
peninsulares, especialmente en Cataluña. Aun así, hasta 1796 el comercio
oficial estuvo en manos de comerciantes españoles, generando malestar
entre los comerciantes criollos, que solo tenían permitido comerciar entre
las colonias, una actividad cada vez menos rentable.
A lo largo del siglo XVIII se produce un importante crecimiento demográfico,
pero se produjo de forma desigual y fue mayor en la periferia y Madrid. La
sociedad siguió siendo estamental. La nobleza mantuvo el rechazo a la
actividad productiva. El clero ve reducido su poder por el regalismo. Además
de la expulsión jesuita, se prohíbe a las órdenes religiosas ciertas prácticas
económicas y sus ingresos se ajustan al número de religiosos. La burguesía
aumentó el número y riqueza e imita el estilo de vida noble. Los campesinos
y obreros vivían en condiciones precarias. La economía española
experimentó un crecimiento sostenido, alternando entre el mercantilismo y
el liberalismo. La agricultura fue la base económica principal, con un
aumento de la producción debido a la ampliación de las tierras cultivadas. El
principal obstáculo para el desarrollo de la agricultura era el régimen de
propiedad de la tierra que dejaba fuera del mercado una gran cantidad de
tierras que pertenecían a la nobleza (mayorazgo), iglesia (donaciones) y
municipios (bienes comunales y bienes de propios). Cataluña sufre una
notable extensión e intensificación de los cultivos, al orientar su producción
al mercado y no al autoconsumo, disponían de más ingresos y se esto
estimuló la producción industrial catalana. Los ilustrados promovieron la
reforma de la estructura de propiedad agraria, destacando el proyecto de
Ley Agraria (1766) que buscaba liberalizar la propiedad, y los programas de
colonización de Sierra Morena. La industria continuó siendo
mayoritariamente artesanal. Estaba sometida a la reglamentación gremial y
usaba tecnología elemental. La más extendida fue la textil. Los monarcas
potenciaron la producción industrial española a través del proteccionismo, la
creación de Reales Fábricas de artículos de lujo y la construcción Naval. En
Cataluña, destacó el avance industrial con fábricas de algodón, que permitió
la aparición de una verdadera burguesía industrial. El comercio fue el sector
económico que más creció. El interior fue escaso debido a: el bajo consumo,
la dificultad de las comunidades y la persistencia de numerosas aduanas
interiores. El exterior es deficitario respecto al resto de Europa por la escasa
presencia de una burguesía emprendedora y por el comportamiento
económico de la nobleza. La liberalización del comercio con América con
Carlos III benefició particularmente a Cataluña, con un aumento de la
exportación de productos locales. La Ilustración fue un movimiento
intelectual y cultural, buscó modernizar la cultura y la economía y criticar el
Antiguo Régimen, mejorando las condiciones de vida por medio de la razón
y el progreso. En España, este movimiento llegó con retraso con Carlos III.
La ilustración española se caracteriza por: Análisis de problemas y
señalamiento soluciones sin atacar la estructura del Estado, compatibilidad
con la tradición cristiana, movimiento minoritario entre la élite intelectual.
Los ilustrados españoles confiaban en el impulso reformista de la
monarquía. Destacaron Campomanes y Jovellanos que plantearon
soluciones económicas y sociales. Los ilustrados criticaron la ociosidad e
injusticia de los privilegios y las enormes riquezas de la iglesia. En las letras
destaca José cadalso (Cartas Marruecas) y Moratín (El sí de las niñas). En las
ciencias destaca el naturalista Celestino mutis y el patrocinio de
expediciones científicas. En el arte los primeros años fue plenamente
barroco mientras que en la segunda mitad del siglo se impone el estilo
neoclásico en la remodelación de Madrid por Carlos III con arquitectos como
Sabatini y Villanueva. En la pintura sobresale Goya. La aplicación de las
ideas ilustradas lleva a: un nuevo concepto de educación. La enseñanza era
muy deficiente y los métodos estaban alejados de la experimentación y la
observación. La universidad española rechazaba las nuevas disciplinas. Se
crearon la reales academias y centros de investigación. Reformaron los
colegios mayores. Se fomentó la enseñanza profesional y se defendió la
necesidad de imponer una enseñanza útil y práctica obligatoria para todos
en los primeros niveles; La prensa periódica es muy importante para la
circulación del ideario ilustrado y la difusión de novedades científicas y
culturales. Destaca la Gaceta de Madrid. Las Sociedades Económicas de
Amigos del País, cuyo propósito era la difusión de conocimientos científicos,
técnicos e ideas de la ilustración, proliferaron como centros de carácter
cultural y económico para el desarrollo de una comarca o región.
La repoblación fue un proceso de ocupación, reparto de tierras y
organización de los territorios conquistados por los reinos cristianos. Este
proceso definió la estructura de la propiedad y las condiciones de vida de
campesinos.
- En el siglo VIII-X, se repuebla la zona norte del Duero, alto Ebro y
Piedemonte pirenaico, una región fronteriza y poco poblada. En ella se
utilizó el sistema de presura o aprisio, donde los campesinos podían adquirir
propiedad al cultivarla. Es una zona de pequeñas y medianas propiedades
con campesinos libres (alodiales). En siglo X, la repoblación fue gestionada
por monasterios o señores feudales, quienes absorbieron estas tierras ante
la necesidad de protección de los campesinos libres.
- En los siglos XI y XII, entre los ríos Duero y Tajo y en el valle medio del Ebro
predomina la repoblación concejil. Los territorios se dividieron en concejos
con grandes extensiones, regidos por una ciudad o villa. Para atraer nuevos
pobladores, los reyes otorgaban cartas pueblas que garantizaban privilegios
y libertades. Se respetaron las propiedades de la numerosa población
musulmana. Todo esto llevó a un predominio de la mediana propiedad y la
propiedad comunal.
- En la primera mitad del siglo XIII, entre El Tajo y el valle del Guadiana, en
Teruel y el norte de Castellón, se formaron encomiendas en estas zonas
extensas y despobladas. Se ponen bajo el mando de caballeros de Órdenes
Militares con cargo de comendadores (destacan en la conquista), resultando
en grandes latifundios dedicados a la ganadería.
- En la segunda mitad del siglo XIII, se ocuparon las regiones ricas y
pobladas de Andalucía. Las tierras fueron asignadas en latifundios a la
nobleza y a la Iglesia mediante repartimientos, donde se estableció el
modelo feudal. En el litoral levantino, se permitió la permanencia de la
población musulmana, esencial para las labores agrícolas.
LA SOCIEDAD ESTAMENTAL era un modelo de organización social jerárquica,
dividida en estamentos privilegiados y no privilegiados, donde la
pertenencia se determinaba por nacimiento. Tiene una estructura cerrada,
pero no tanto como en otras zonas por la peculiaridad de las peculiaridades
de la reconquista y la repoblación. Cada estamento tenía una función
específica. Los grupos privilegiados con Exención de impuestos y leyes
propias están formados por: Los nobles que se dedicaban a la guerra y lo
eran por nacimiento o por designación real. Se dividían en alta nobleza,
nobleza, media y baja nobleza; El clero dedicados a la oración y a la iglesia
se dividían en alto clero y bajo clero; Clero regular y secular y existían
diferencias de rentas y posición social. El estado llano eran los no
privilegiados que pagaban impuestos. Era un grupo muy heterogéneo,
formado por campesinos, artesanos, pequeños burgueses y la oligarquía
urbana que estaba al cargo del gobierno municipal y representaba las
ciudades en las Cortes. Estos trabajaban para mantener a los otros dos
estamentos.
En la Corona de Castilla el ámbito económico y social estuvo caracterizado
por la crisis agraria de la primera mitad del siglo XIV y la peste negra, junto
a los conflictos sociales. La situación mejora en el siglo XV tras una
recuperación demográfica y económica. La crisis demográfica produjo una
crisis económica, llevando al abandono de campos y al aumento de los
precios. Los señores sufrieron una disminución de rentas que hizo que
endureciera las condiciones de los campesinos y exigieran a los monarcas
mayores concesiones territoriales, resultando en revueltas. La ganadería
ovina, experimentó un auge debido a la protección de la Mesta. La crisis
afectó al comercio y la artesanía por la caída del consumo, pero se impulsó
la artesanía del cuero y la exportación de la lana. La política estuvo marcada
por rebeliones continuas de la nobleza. En el siglo XIV la guerra civil entre
Pedro I y Enrique de Trastámara finalizó con la instauración de la dinastía de
los Trastámara en 1369. Enrique II realizó generosas concesiones,
fortaleciendo a la nobleza, lo que supuso enfrentamientos en el siglo XV. El
reinado de Enrique IV estuvo marcado por la cuestión sucesoria que se
agravó a su muerte desembocando en otra guerra civil. Se conquistaron las
islas Canarias. Alrededor del rey se crea la corte real a partir de la cual se da
el desarrollo institucional y el proceso de centralización que desemboca en
una monarquía autoritaria. El Consejo Real asesora al rey, las Cortes tienen
función consultiva, aceptan impuestos y juran respetar al heredero. La
Audiencia es el órgano supremo de justicia y la Hacienda recauda los
ingresos fiscales. El territorio está dividido en merindades, dirigida por
merinos y si la zona es fronteriza por adelantamientos dirigida por
adelantados. El representante de la corona en los municipios era el
corregidor y en la administración local debemos destacar los consejos y
regidores.
La Corona de Aragón era una confederación de territorios. Cada reino tenía
sus leyes e instituciones, pero compartían un mismo rey. Tuvieron un fuerte
crecimiento económico durante la primera mitad del siglo XIV debido a su
expansión política y comercial por el Mediterráneo. Conquistada Baleares
(S.XIII), comienzan una lucha por el control de Italia, a pesar de la oposición
del papado y de Francia. Finalmente se incorporan Sicilia, Cerdeña y
Nápoles. Durante un tiempo poseen los ducados de Atenas y Neopatria.
Estas conquistas respaldadas por la nobleza y la burguesía aseguraron su
poder y privilegios. En la segunda mitad del siglo XIV vive una profunda
crisis, especialmente Cataluña provocada por la peste negra, las tensiones
sociales y las dificultades económicas. En el siglo XV, hay una lenta
recuperación menos en Cataluña, donde se agudizan los conflictos sociales
(revueltas campesinas) y desemboca en una guerra civil (1462-1472). En el
siglo XV, una crisis sucesoria, da paso a la entrada de la dinastía Trastámara
con Fernando I por el Compromiso de Caspe (1412). Durante el reinado de
Juan II, otra guerra civil hará que la corona sea arrasada por la crisis. Es una
monarquía pactista. Las Diputaciones supervisaba el cumplimiento de los
acuerdos y fueron ganando mayores competencias. Las Cortes tenían cuatro
brazos, puesto que la nobleza se dividía en alta y baja. El Justicia de Aragón
juzgaba las disputas entre los nobles y el rey y defendía los fueros. La
autoridad real estaba representada en los distintos territorios por virreyes.
El territorio se divide en honores y los municipios pasan a estar bajo el
control de las oligarquías urbanas. El gobierno municipal estaba formado por
el delegado, los magistrados y la asamblea municipal. También tenían el
Consejo Real y la Audiencia.
En el Reino de Navarra la Baja Edad Media fue una etapa difícil debido a
malas cosechas en la primera mitad del siglo XIV y la peste negra. Hubo
tensiones políticas y una guerra civil. Durante los siglos XIV y XV, Navarra se
orientó más hacia Francia. Tras la muerte de Carlos I (1328), los navarros
eligieron a Juana II como reina, separándose de Francia, donde las mujeres
no podían reinar. Su nieto, Carlos III, casó a su hija Blanca con Juan, hijo de
Fernando I de Aragón. A la muerte de Blanca, padre e hijo entran en una
guerra civil, que terminó con la victoria de Juan II. A su muerte (1479),
Francisco I fue nombrado rey en alianza con Francia, lo que llevó a la
invasión por las tropas de Fernando II el Católico, y su incorporación a
Castilla en 1515. Navarra tiene un modelo de monarquía pactista,
caracterizado por el Consejo Real, las cortes, en las que el rey tenía que
jurar los fueros y estaban dotadas de la potestad legislativa y la Cámara de
Coptos. Existía el Fuero General, que limitaba las atribuciones del rey y
garantizan muchos derechos políticos a los súbditos. La división territorial
fue análoga a la de Castilla o Aragón, dependiendo del momento histórico.