47438_1_Libro_Pais_de_nieve_Yasunari_Kawabata

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 12

YASUNARI

KAWABATA
PAÍS
DE NIEVE

Traducción de César Durán


AUSTRAL

PAIS DE NIEVE.indd 5 19/09/13 09:32


Obra editada en colaboración con Editorial Planeta – España

Título original: Yuki Guni

Yasunari Kawabata

© 1947, The Estate of Yasunari Kawabata


© 1961, Traducción: César Durán

© 2003, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. – Buenos Aires, Argentina

Derechos reservados

© 2021, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.


Bajo el sello editorial AUSTRAL M.R.
Avenida Presidente Masarik núm. 111,
Piso 2, Polanco V Sección, Miguel Hidalgo
C.P. 11560, Ciudad de México
www.planetadelibros.com.mx

Diseño de portada: Planeta Arte & Diseño


Ilustración de portada: ©Utagawa Kunisada/AKG/Album

Primera edición impresa en España en Austral: noviembre de 2013


ISBN: 978-84-96580-89-3

Primera edición impresa en México en Austral: agosto de 2021


ISBN: 978-607-07-7926-8

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a


un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier
medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros
métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito


contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de
Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal).

Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al


CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de
Autor, http://www.cempro.org.mx).

Impreso en los talleres de Litográfica Ingramex, S.A. de C.V.


Centeno núm. 162, colonia Granjas Esmeralda, Ciudad de México
Impreso en México −Printed in Mexico

PAIS DE NIEVE.indd 6 19/09/13 09:32


Primera parte

PAIS DE NIEVE.indd 13 17/09/13 08:37


Al final del largo túnel entre las dos regiones se accedía al
País de Nieve. El horizonte había palidecido bajo las tinie-
blas de la noche. El tren disminuyó su marcha y se detuvo
en las agujas.
La muchacha que se hallaba sentada al otro lado del pasi-
llo central se levantó y fue a abrir la ventana, delante de Shima-
mura. El frío de la nieve invadió el coche. Asomándose tanto
como le era posible, la muchacha llamó al guardagujas a voz
en grito, como quien se dirige a una persona muy alejada.
El hombre se acercaba pisando lentamente la nieve, con
una linterna en la mano levantada; una bufanda le tapaba
la cara hasta la altura de los ojos, y el gorro de piel le prote-
gía las orejas.
«¿Tanto frío, ya?», se preguntó Shimamura, que mira-
ba al exterior y sólo veía unas pocas chozas agazapadas al
pie de la montaña, en el punto preciso en el que el blanco de
la nieve desaparecía ya en la noche. Sin duda las viviendas
de los empleados del ferrocarril.
—Soy yo, jefe. ¿Cómo está?
—Ah, es usted, Yoko... ¿Ya está de vuelta? Por aquí el frío
vuelve a hacer de las suyas.
—Mi hermano ha encontrado trabajo aquí, por lo que
me han dicho. Quería darle las gracias por haberse ocupa-
do de él.
—Bueno, en un rincón perdido como éste, ya verá como
la soledad le pesará muy pronto.

15

PAIS DE NIEVE.indd 15 17/09/13 08:37


—Mi hermano no es más que un chiquillo. ¿Puedo con-
fiar en que usted le enseñará todo lo necesario?
—¡Bah, no crea! Se las arregla bastante bien. Además,
con la nieve y todo lo demás, aquí va a sobrar trabajo. El
año pasado cayó tanta nieve que los trenes quedaban inco-
municados a cada momento a causa de los aludes; la gente
del país no cesó de cocinar para los viajeros.
—Parece que va usted muy bien abrigado. Mi hermano
me escribió en su última carta que todavía no llevaba jersey.
—Pues yo necesito al menos cuatro para estar caliente.
Claro que los jóvenes echan mano del alcohol cuando hace
frío... ¡Y no necesitan nada más para ir a parar allá abajo!
—agregó, señalando hacia las barracas con el brazo en el que
llevaba la linterna—. ¡A la cama con un buen resfriado! No
falla nunca.
—¿Mi hermano también bebe? —preguntó la joven
Yoko, inquieta.
—No, que yo sepa.
—¿Y a esta hora se va usted? —siguió preguntando la
muchacha, visiblemente asombrada.
—Sí, tengo que ir a ver al médico... Oh, nada grave; una
pequeña herida.
—De todas maneras, será mejor que se cuide.
El hombre, envuelto en el grueso abrigo que se había
puesto encima del quimono, se alejaba ya, tiritando, visi-
blemente deseoso de llegar a su casa.
—¡Cuide también usted de su salud! —gritó a la joven,
por encima del hombro.
Y Yoko, recorriendo con la mirada el andén cubierto de
nieve, aún añadió:
—¡Jefe! ¿No estará mi hermano de servicio en este
momento, por casualidad? ¡Cuide mucho de él, por favor!
Había tal belleza en aquella voz clara y vibrante que ro-
daba como un eco entre la nieve y la noche, y poseía un
hechizo tan conmovedor, que llenaba el corazón de triste-

16

PAIS DE NIEVE.indd 16 17/09/13 08:37


za. La muchacha seguía asomada a la ventanilla cuando el
tren reanudó la marcha.
—¡Que vuelva a casa cuando tenga vacaciones! ¡Díga-
selo! —gritó la hermosa voz, al paso, al hombre que cami-
naba a lo largo de la vía.
—¡Descuide! —respondió el jefe de la estación.
La joven viajera subió el cristal de la ventanilla y, con
ambas manos, se oprimió las mejillas, enrojecidas por el
frío, antes de ocupar de nuevo su asiento.
En aquella vertiente de la montaña, y en aquel punto pre-
ciso, se veían los tres quitanieves, preparados para las posi-
bles nevadas y los aludes. Por otra parte, se había montado
un sistema eléctrico de aviso, a la entrada y a la salida del
túnel, con el fin de poder advertir sin retrasos sobre la pre-
sencia de obstáculos en la vía. Un número de brazos sufi-
ciente para asegurar cinco mil jornadas de trabajo esperaba
en aquel punto, en guardia permanente: peones siempre
dispuestos a intervenir para restablecer la comunicación
y despejar la línea, sin contar con los dos mil jornales que
podían proporcionar igualmente los jóvenes voluntarios
movilizados en el cuerpo de zapadores-bomberos.
«... Sólo una estación de ferrocarril, que la nieve no tar-
dará en sepultar... De modo que aquí es donde va a trabajar
el hermano de esta señorita llamada Yoko...» Así pensaba
Shimamura, cuyo interés por la joven se acrecentaba cada
vez más.
Sin darse cuenta de ello, había pensado en la muchacha
como en una señorita, es decir, como dando por sentado
que era soltera. Y lo cierto es que había en ella algo que invi-
taba a pensar que no estaba casada. Pero el caso era que la
muchacha viajaba en compañía de un joven, y Shimamura
no disponía, evidentemente, de medio alguno para saber
con seguridad quién podía ser. A primera vista, la pareja
se comportaba como un matrimonio. Sin embargo, él pare-
cía gravemente enfermo, y es sabido que la enfermedad pro-

17

PAIS DE NIEVE.indd 17 17/09/13 08:37


duce siempre el efecto de estrechar las relaciones entre un
hombre y una mujer. Una muchacha que cuida maternal-
mente a un hombre mayor que ella produce siempre la
impresión de ser su esposa, al menos a primera vista. Sí,
así es, no cabe duda. Y cuanto más delicados sean los cui-
dados que precise el enfermo, más fatalmente la pareja pare-
cerá un matrimonio...
Tomando como base el sentimiento general que le pro-
vocaban las apariencias, Shimamura prefirió, pues, pensar
en la muchacha que le interesaba, independientemente del
joven y de su posible relación con él, y, poco a poco, aquel
sentimiento había empezado a cargarse poderosamente de
impresiones personales y de reacciones subjetivas muy in-
tensas y un tanto extravagantes.
Todo aquello había empezado a producirse tres horas
antes, cuando Shimamura, presa del aburrimiento, se había
dedicado a considerar distraídamente la palma de su mano
izquierda, moviendo los dedos, y pensando al mismo tiem-
po que casi podía decirse que sólo aquella mano, la caricia
de los dedos de aquella mano, había conservado un recuer-
do sensible y vívido, un recuerdo cálido y carnal de la mujer
con la que iba a reunirse. Porque la mujer en sí se desvane-
cía en su memoria a medida que él intentaba recordarla,
sin dejar tras de sí nada a lo que aferrarse, nada que retener.
En todo su ser, únicamente aquella mano izquierda, con el
recuerdo límpido, casi actual, de su contacto, parecía per-
mitir a Shimamura el retorno al pasado. Impresionado al
sentir súbitamente aquel calor viviente bajo su mano, tur-
bado casi por la extraña realidad de aquella presencia, y, posi-
blemente, un tanto seducido por la misma, Shimamura se
había llevado la mano al rostro. Con el índice extendi-
do, había dibujado luego un trazo rápido en el cristal empa-
ñado de la ventanilla, en el cual vio aparecer y flotar ante
él un ojo femenino. La sorpresa fue tal que estuvo a punto
de gritar. Pero aquello no fue más que un ensueño dentro

18

PAIS DE NIEVE.indd 18 17/09/13 08:37


de su ensueño, y, recobrando la serenidad, el viajero cons-
tató que se trataba, en realidad, de una imagen reflejada en
el cristal: la imagen de la muchacha que ocupaba el asiento
al otro lado del pasillo. Fuera reinaba la oscuridad, y se ha-
bían encendido las luces del interior del tren; por eso los
cristales de las ventanillas actuaban a modo de espejos. El
vaho que empañaba el cristal le había impedido gozar de
aquel fenómeno hasta aquel momento, que se le había reve-
lado bruscamente al dibujar el trazo sobre el vidrio.
Aislado de todo, el ojo que Shimamura veía revestía una
extraña belleza; pero, fingiendo aburrimiento, el hombre
acercó la cara al cristal como para mirar el paisaje noctur-
no, y limpió de vaho la empañada ventanilla.
La muchacha se hallaba inclinada hacia adelante, obser-
vando con atención al viajero que se sentaba frente a ella.
Por la tensión que el reflejo revelaba en ella, a la altura de los
hombros, Shimamura comprendió que era la misma in-
tensidad de su atención la que prestaba fijeza a aquel ojo y
ponía en la mirada de la muchacha aquel resplandor de dure-
za feroz, con aquellos párpados inmóviles, petrificados.
Recostado, el joven apoyaba la cabeza contra la ventanilla;
tenía las piernas extendidas y los pies en el asiento que ocu-
paba la muchacha. El vagón era de tercera clase. La pareja
situada al otro lado del coche no ocupaba los asientos ubi-
cados a la misma altura del de Shimamura; éste se hallaba
instalado una hilera más adelante, de manera que, a través
de la ventana-espejo, Shimamura sólo veía el perfil inte-
rrumpido del joven a la altura de la oreja.
En cuanto a la muchacha, colocada diagonalmente y en
posición frontal, estaba situada directamente dentro de su
campo de visión, pero Shimamura había bajado la vista
inmediatamente cuando aquellos nuevos viajeros habían
subido al coche, impresionado por la belleza de la mucha-
cha y por aquella expresión fría y distante que le intimidó.
Apenas había tenido tiempo de advertir los dedos exangües

19

PAIS DE NIEVE.indd 19 17/09/13 08:37


y cenicientos del enfermo, que se agarraban a su compa-
ñera. Shimamura había apartado la vista de ellos, y, sin saber
por qué, no se había atrevido a volver a mirar en su direc-
ción.
Por lo que Shimamura alcanzaba a ver en el espejo que
la ventanilla formaba para él, aquel rostro masculino, aque-
lla expresión relajada, parecía deber su aire de tranquilo aban-
dono a la mirada del joven, que caía directamente sobre el
busto de la muchacha y descansaba en él. Shimamura encon-
traba en la imagen de aquella pareja cierta armonía, hecha
de suavidad y de equilibrio entre sus dos siluetas, casi igual-
mente frágiles. Él descansaba con la cabeza apoyada en uno
de los extremos de su bufanda, que le hacía las veces de almo-
hada, mientras el otro extremo le cubría la mejilla y la boca
como una máscara. De vez en cuando el retazo de tela se
deslizaba y le tapaba también la nariz, o, al contrario, le des-
cubría el rostro; pero antes de que el joven tuviera tiempo
de hacer el menor movimiento, la muchacha, atenta y cari-
ñosa, se inclinaba sobre él para restaurar el orden. A fuerza
de repetirse ante los ojos de Shimamura, el incidente y el
ademán que le seguía automáticamente acabaron por pro-
vocar en él cierta impaciencia. Otras veces el faldón del abri-
go que cubría los pies del enfermo se deslizaba y quedaba
colgando hasta el suelo, pero sólo lo hacía durante unos ins-
tantes, porque la joven lo recogía inmediatamente y lo devol-
vía a su sitio original. Todo ello se producía con la máxima
naturalidad; hubiérase dicho que aquellos dos seres, ajenos
al tiempo y al espacio, se disponían a proseguir eternamente
su viaje y a profundizar interminablemente en la distan-
cia. Tal vez por esta razón Shimamura no experimentaba
los sentimientos de compasión o de tristeza que suele pro-
vocar un espectáculo aflictivo; contemplaba la escena sin
la menor emoción, como si se tratara de un pequeño juego
dentro de un ensueño inconsistente. Y, sin duda, debía esta
impresión al extraño efecto de su espejo improvisado.

20

PAIS DE NIEVE.indd 20 17/09/13 08:37


Por el fondo del mismo, muy lejos, desfilaba el paisaje
de la noche, que, en cierto modo, hacía las veces de un azo-
gado móvil de aquel espejo; las figuras humanas que refle-
jaba, más claras, se recortaban sobre el fondo en forma seme-
jante a como aparecen las imágenes sobreimpresas en una
película. No había el menor lazo de unión, desde luego, entre
las imágenes móviles del último plano y aquellas otras, más
nítidas, de los dos personajes, y, sin embargo, el conjunto
poseía una indudable unidad fantástica, hasta el punto de
que la transparencia inmaterial de las figuras parecía corres-
ponderse y confundirse con el flou tenebroso del paisaje
envuelto en la noche, para componer un solo e idéntico uni-
verso, una especie de mundo sobrenatural y simbólico que
en nada se parecía al mundo material. Un mundo de una
belleza inefable, que penetraba hasta el corazón de Shima-
mura y hasta le trastornaba profundamente cuando, de
improviso, una lucecita remota, en la montaña, destellaba
en medio de la cara de la muchacha, llevando aquella belle-
za inenarrable a su colmo, no menos indescriptible.
En el cielo nocturno, por encima de las montañas, el
crepúsculo había dejado unas pinceladas purpúreas, y toda-
vía cabía distinguir, a lo lejos, en el horizonte, la silueta de
los picos aislados; pero, en la proximidad, el desfile del pai-
saje montañoso era constante, y aparecía sumido ya en las
tinieblas, y enteramente desprovisto de color. Nada había
en él capaz de retener la mirada. Desfilaba como un oleaje
monótono, tanto más neutro y esfumado y tanto más emo-
cionante cuanto que discurría, por así decirlo, por deba-
jo de los rasgos de la muchacha, por detrás de aquel rostro
hermoso y emocionante que parecía dejar todo lo demás
sumido en la misma grisura. Cierto es que la propia ima-
gen de aquel rostro parecía tan poco material que debía de
ser también transparente. En su intento de averiguar si lo
era realmente, Shimamura creyó, por un momento, ver el
paisaje a través de ella, pero las imágenes pasaban tan de

21

PAIS DE NIEVE.indd 21 17/09/13 08:37


prisa que le fue imposible comprobar la realidad de aque-
lla impresión.
La iluminación del interior del vagón era muy tenue, y
lo que Shimamura veía en reflejo estaba muy lejos de po-
seer el relieve y la nitidez de una imagen vista en un espejo
de verdad. Así se explica que, poco a poco, llegara a olvidar
que contemplaba una imagen reflejada en un vidrio, y que
se adueñara de él la sensación de que veía aquel rostro feme-
nino en la parte de fuera, en el exterior, flotando y como
arrastrado por el torrente ininterrumpido del paisaje mons-
truoso y entenebrecido.
De pronto, en aquel momento, una lucecita lejana res-
plandeció en medio del rostro. En el juego de los reflejos,
al fondo del espejo, la imagen no se imponía con la consis-
tencia suficiente para eclipsar el resplandor de la luz, pero
tampoco era tan vaga como para ser borrada por ella. Y Shi-
mamura pudo seguir el movimiento de aquella luz que re-
corría lentamente el rostro sin deformarlo ni borrarlo. Un
frío destello perdido en la distancia. Y cuando su diminu-
to fulgor prendió en la misma pupila de la muchacha, cuan-
do se sobrepusieron y se confundieron el resplandor de la
mirada y el de la luz clavada en la lejanía, se produjo un
verdadero milagro de hermosura, abierto en flor en un rei-
no imaginario, con aquel ojo iluminado que parecía nave-
gar sobre el océano de la noche y las rápidas olas de las mon-
tañas.
¿Llegó a darse cuenta Yoko de que alguien la miraba?
Toda su atención se hallaba concentrada en su compañero
enfermo. Aunque hubiese dirigido la mirada a Shimamura,
no pudiendo probablemente ver su propia imagen en el cris-
tal de la ventanilla, jamás se le hubiese ocurrido desconfiar
de aquel viajero que, simplemente, daba la impresión de
estar mirando hacia el exterior.
Por su parte, a Shimamura no se le ocurrió ni por un ins-
tante pensar que podía ser una incorrección, por no decir

22

PAIS DE NIEVE.indd 22 17/09/13 08:37


una inconveniencia observar de aquella manera a una joven,
sin quitarle los ojos de encima. Tan prendido se hallaba en
el hechizo a la vez irreal y sobrenatural del cuadro que se
ofrecía ante sus ojos, seducido por la extraña belleza de aquel
rostro que corría a través del paisaje nocturno, que se había
olvidado de sí mismo, abstraído por completo en la magia
de aquel juego, incapaz de juzgar si estaba soñando o no.
Así, cuando la había visto levantarse, en la parada, y di-
rigirse al jefe de estación, sin abandonar por ello su expre-
sión grave y de nobleza soberana, su primer sentimiento
le indujo a pensar menos en ella misma que en alguna he-
roína procedente del fondo de los tiempos, en alguna per-
sonalidad ideal del mundo de la leyenda.
La noche y todo el paisaje de la noche habían tomado
posesión de la ventanilla, que, al detenerse el tren, había
perdido todo su hechizo de espejo improvisado. Aquella
especie de frialdad que había en Yoko, a pesar del calor con
que prodigaba sus delicados cuidados al enfermo, había
penetrado hacía ya rato en el ánimo de Shimamura, qui-
tándole toda esperanza. Y cuando el tren se había puesto de
nuevo en marcha ni siquiera se había tomado la molestia
de volver a limpiar de vaho el cristal de la ventanilla.
¡Cuál sería su sorpresa, media hora más tarde, al com-
probar que la joven y su compañero iban a apearse en la mis-
ma estación que él! Shimamura no pudo evitar volverse
hacia ellos, como para asegurarse de que aquella extraña
coincidencia no le atañía directamente a él, a pesar de todo,
de manera personal. Pero en cuanto hubo puesto los pies en
el andén, el frío brutal despertó su conciencia, y, sintién-
dose abochornado por su grosero comportamiento en el
tren, cruzó las vías, pasando por delante de la locomotora
sin lanzar una sola mirada detrás de él.
Agarrado al hombro de la joven, el enfermo se dispo-
nía a apearse a contravía cuando un empleado, en el segun-
do andén, levantó los brazos para impedírselo.

23

PAIS DE NIEVE.indd 23 17/09/13 08:37

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy