LA DEFINITIVA-1
LA DEFINITIVA-1
LA DEFINITIVA-1
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PERSONAJES
Guillermo
Carlos
Mujer de luto
Livia
Elvira
Casilda
Dimas
Juan Miguel
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(Se abre el telón. Es un apartamento de estilo modernista. Hay un sofá en el
centro, una estantería a la derecha y otro sofá más pequeño a la izquierda.
Guillermo está sentado en su escritorio, ataviado con una bata de seda roja,
escribiendo una carta con pluma y tintero. Se levanta).
Guillermo (al público): ¿Alguna vez han perdido la pasión por la vida? Les
explico, no me refiero a la motivación por vivir, sino al mismo meollo de la
cuestión vital. Al hecho de abrir los ojos por la mañana queriendo que
anochezca de nuevo. La comida te sabe a moho, te sientes incapaz de salir
a la calle, cualquier cosa te irrita… En esos momentos, uno quisiera ser
invisible para no tener que enfrentarse a las terribles cuestiones. ¿Qué ha
sido de mí? ¿Cómo he llegado a este punto? ¿Debo suscribirme a netflix?
Durante años, me he visto obligado a soportar el peso de mi propia
existencia, como una losa golpeando mis sienes. (Enfadado) ¿Quién puede
vivir así? Lo sé, sé que ustedes estarán pensando: “¿Pero qué diantres me
está contando el imbécil este?”. Tal vez, esa sea la única verdad. El precio
de mi negativa a seguir haciendo el imbécil me ha costado más que la
suntuosa remodelación de este apartamento. ¿Les gusta, no es cierto? Pues
para mí no significa nada. Entre estas cuatro paredes no he hallado más que
silencio y soledad. Siempre las mismas palabras, siempre el mismo
espectro rugiente cada vez que la puerta se abre. Silencio para que nadie
tenga que contradecirme y soledad para ocultar mis propias cicatrices.
Hoy, al fin, sé que todo ha llegado a su término. Ya está bien de sufrir
calladamente, de caminar por las avenidas como un alma en pena. Si a
ustedes les parece bien, voy a quitarme la vida. Por supuesto, es algo que
debería haber hecho antes, pero ¿qué quieren que les diga? Uno lo va
dejando, lo va dejando, como un dolor de muelas, que hasta no sentir esa
punta lacerante en las encías, no recurrimos a un buen dentista. Si esto
fuera tan fácil como sacarse una muela… (Reflexionando) Si uno pudiera
dormir indefinidamente… ¡Esa es la solución, claro que sí! Dormir, dormir
hasta que el sueño lo permita, hasta que el mundo aguante. Dormir hasta
que el último vestigio del hombre flote inerte en el espacio…
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(Guillermo se mete las pastillas en la boca y va a llevarse el vaso a los
labios. Llaman a la puerta. Guillermo las escupe. A continuación, abre la
puerta).
Guillermo: ¡Carlos!
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Guillermo: Siéntate y me cuentas.
Carlos: No sabes tratar a las visitas, Guillermo. Perdona que te lo diga, pero
eres un pésimo anfitrión.
Carlos: Peor…
Guillermo: ¿Entonces?
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Carlos: Problemón con tres pares de narices…
Guillermo: Lo sé…
Carlos: ¡Me ha hecho polvo! Con la de instituciones que hay a las que
podía haber beneficiado… Pues no, se acuerda de su sobrino…
Guillermo: Fíjate que hasta yo, con lo que siempre he apreciado tu intelecto
y superficialidad, ahora te envidio desesperadamente.
Carlos: ¿Te das cuenta? A partir de ahora, se acabaron las salidas sin
dinero, la ropa de saldo y el cocido de lentejas.
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Guillermo: Sin mencionar que, en tu nueva situación económica, la
ocupación que hasta hoy has desarrollado es ciertamente inviable.
Guillermo: ¿Tanto?
Carlos: Sí… vaya una suerte… ¿Te acuerdas de que siempre vengo, me
sirves una copa de Bourbon y yo me la tomo con toda tranquilidad,
mientras vemos una película de Luccino Visconti?
Carlos: Tú, sobre todas las cosas. Es que no sabes el asco tan inusitado que
te tengo…
Carlos: Te juro que, cada vez que pienso en ello, se me quitan las ganas de
vivir…
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Guillermo: Pues eso no, Carlos. Hay que seguir hacia adelante, que ya
vendrán tiempos mejores.
Carlos: Claro, como tú has tenido siempre esa pasión por la vida…
Carlos: Sí… dirás que no eres completamente dichoso con la existencia que
has elegido…
Carlos: ¡Exactamente!
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Carlos: Y como huésped preferencial sobre el resto de la especie humana,
con derecho a ser escuchado y alimentado día y noche, sin reservas.
Carlos: Guillermo, te conozco desde que eras un niño y siempre has sido
una persona… digamos complicada.
(Entra en escena una mujer de luto y se sienta en una silla contigua a una
mesita. Ojea un periódico).
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Mujer de luto: Vamos a ver, ¿me ha visto usted cara de estar toda la
mañana de cafetería en cafetería?
Mujer de luto: Ah, no, ahora me explica por qué se niega a atenderme con
esa actitud extremadamente violenta…
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Guillermo: Esas no han sido mis palabras exactas…
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Guillermo: Garcilaso…
Guillermo: No, lo que tiene que hacer Garcilaso es escribir como ustedes le
digan y de lo que ustedes quieran…
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Mujer de luto: Claro, y que trabajen los demás…
(Sale).
Mujer de luto: Un gran filósofo decía “cuanto más larga es la hierba, mejor
se corta de arriba hacia abajo”.
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Guillermo: Lo que no se entiende es que todavía existan.
Guillermo: Sí, claro, para tener que saludarte cada vez que te vea…
Carlos: Esa es tu obsesión, las vacas flacas. Media vida sin darte un mísero
capricho, media vida festejando el ayuno…
Guillermo: ¿Otro?
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Guillermo: Te has creído que esto es una pensión…
Carlos: Qué poco atento eres con tus congéneres del sexo opuesto, querido
amigo… de esa forma, lo único que vas a conseguir es que nadie te tome en
consideración…
Carlos: Por supuesto que no. ¿Crees que yo saldría contigo si fuera mujer?
Pero te digo más, ¿crees que algún ser vivo en la historia de la humanidad,
con una inteligencia medianamente aceptable, accedería a salir contigo si se
lo pidieras? Desengáñate, Guillermo, ese tipo de relaciones no llegan a
buen puerto en la vida real...
Casilda: ¿Molestamos?
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Carlos: En absoluto. Quedan invitados a paella…
Elvira: De Calahorra.
Elvira: Libro de las tentaciones inclusivas. Iba una tarde nuestro amadísimo
líder paseando por Damasco, ensimismado en sus más profundas
reflexiones, y alcanzó a oír una voz a lo lejos, que le decía: “Indocta es la
lengua de tu primo segundo, pero menos brillo tiene la falda de tu
hermana”. Palabra de Aurelius Amenofis Tuc.
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Guillermo: Yo lo digo porque tengo, desde hace tiempo, cierto vacío
existencial que he intentado llenar con terapias pseudocientíficas
incoherentes y otras formas de hacer el indio, pero todo intento de sanación
ha sido en vano.
Guillermo: En absoluto.
Elvira: Pues el libro rojo de Aurelius Amenofis Tuc tiene todas las
respuestas que usted está buscando.
Elvira: Un día, nuestro amadísimo líder se dio cuenta de que había perdido
la ilusión por los pequeños placeres que, hasta entonces, justificaban su
existencia, y fue al pueblo de “Nagunda Pur” a visitar a su abuelo
Mojogandas Albertus Sigasbili. Este quedó consternado al verlo entrar, y le
dijo con voz melodiosa: “La lluvia cae dispersa sobre los campos de
cebada, pero no limita el refugio del pájaro carpintero”. Palabra de Aurelius
Amenofis Tuc.
Guillermo: No lo entiendo…
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Guillermo: Bueno, si de esa forma ha dado solución a sus conflictos
emocionales…
Elvira: Peor…
Elvira: Pues, en mi caso, no sacrifiqué más que los ahorros de veinte años
de trabajo y a toda mi familia. Probablemente, su experiencia sea más
llevadera…
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Elvira (A Carlos): Póngase de rodillas con el fin de recibir la bendición
inclusiva de su gramatical presencia.
Carlos: Mucho.
Carlos: Muchísimo…
Efrigenio: Tres palabras son las que deben salir de tu boca si quieres ser
inclusivamente gramatical…
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Carlos: ¿Lleva acento en la i?
(Carlos se levanta).
Mujer de luto: La mujer del César no solamente debe serlo, sino también
parecerlo.
(Entra Livia)
(Livia se sienta).
Livia: Treinta y dos años al servicio de Roma. Treinta y dos años, que se
dice pronto. Pues, todavía, los medios de comunicación no dejan de
inventarme cada día un romance nuevo.
Guillermo: A mis cortas entendederas, creo recordar que con Calígula hubo
cierto acercamiento, ¿o no?
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Livia: ¿Eso dónde lo ha leído usted?
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Livia: Esa es una opción que no me satisface en absoluto.
Livia: Pero, dado el caso que tuviera que elegir entre el dinero y el amor,
¿con cuál de los dos se quedaría?
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Casilda: Oiga, ¿y de verdad todos los césares estaban mentalmente
desequilibrados?
Casilda (abre su libro y lee): Libro de los maestros inclusivos, capítulo dos.
Estaba un día nuestro antagónicamente biológico líder comiendo unos
frutos rojos sobre la inerte piedra de un camino, cuando una mujer de
mirada cálida y consternada tuvo la osadía de preguntarle: “Inclusiva
divinidad, el hombre necesita creer en algo para no caer en el vacío
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inalterable de la muerte, pero no todas las religiones ofrecen las respuestas
necesarias e inherentes a dicho concepto. Por lo tanto, ¿qué religión es la
verdadera?”. A lo que nuestro líder contestó: “Suave es la brisa de los
bosques otomanos, pero menos detalle tiene la suegra de tu tía. Palabra de
Aurelius Amenofis Tuc”.
Carlos: Que muestres una emoción desmedida, que te lances a mis pies…
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Guillermo: ¿Usted no ha pensado en irse?
(Se va).
Mujer de luto: No, la gente ha pagado para contemplar durante dos horas el
brillo refulgente de las cortinas…
Dimas:
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Guillermo: ¿Es suyo?
Guillermo: ¿Solo?
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Guillermo: No me lo puedo creer… en la escena de hoy no hay lugar para
los grandes artistas…
Dimas: Muéstreme un autor teatral que impronte de vida sus obras sin
recurrir al chiste de mal gusto, al plagio o al musical exceso, y yo le
mostraré un genio sin parengón.
Dimas: ¿Y…?
Dimas: Y no he desayunado…
Guillermo: Pero son las tres. La gente normal come sobre las dos.
Guillermo: Pues la de todo el mundo. Gente que nace, trabaja, trabaja más
y luego se muere…
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Guillermo: Nunca he sido amante de la ciencia ficción…
Dimas: Ah, ¿pero existe algo en este mundo que no sea de su agrado?
Dimas: Ya sabe usted. Hay que casarse, con todo lo que ello conlleva…
Dimas: Eso es porque saben que, en la sosegada quietud del hogar, tanto
sus opiniones como sus decisiones más elementales, son tomadas siempre
en cuenta…
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Guillermo: Y parte del purgatorio…
Guillermo: ¿Cree usted que España sea el lugar idóneo para nacer artista?
Guillermo: ¿Artista?
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Guillermo: ¡Ni soy amable ni lo he sido nunca!
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(Carlos abraza efusivamente a Guillermo).
Guillermo (A Carlos): Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué me hablas con tanta
efusividad?
Guillermo: Cuenta…
Guillermo: No me digas…
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Guillermo: Señor Ranieri, usted es artista. Bien conocida es la atracción
que lo material ejerce en las personas asociadas a la cultura.
Dimas: Eso tan solo ocurre en los mediocres. Los artistas de verdad no
sienten esa pasión por lo superfluo…
Guillermo: Por eso le digo…
Dimas: Pues no sabe lo que se pierde… una ligera cojera siempre es seña
de elegancia. Sobre todo en los escritores…
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Carlos: En un contexto ciertamente superlativo.
Carlos: Eso fue lo peor. Me dijo “¡Qué suerte tienes, macho!”. Abro la
misiva con sumo nerviosismo y, al desplegarla, caigo en la cuenta que
viene directa desde el bufete de abogados de Don Ramiro Orgaz y
Mendoza, representante jurídico de mi tía Julita, y en la misma se me
informaba de la resolución completa y pos testamentaria de sus últimas
voluntades. (Sacando la carta de un bolsillo interior). Aquí tengo la carta,
por si quieres echarle un vistazo.
Guillermo (tomando la carta): Haré un esfuerzo, pero yo, sin mis lentes, no
saco nada en claro…
Guillermo: No me quejo…
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Mujer de luto: ¡Un capuchino, gracias!
Carlos: ¿Cómo?
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Carlos: Que no es el beneficiario…
Carlos: ¿Cómo?
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(Entra una niña repartidora de periódicos).
Niña: ¡Extra, extra! ¡Esta noche, la tierra será destruida por un meteorito!
¡Repito, hoy, a las nueve de la noche, un meteorito del espacio exterior
caerá sobre la tierra y todos nos iremos a tomar por saco!
Dimas: ¡Habla con propiedad, niña!
Dimas: ¿Y el de la tarde?
Carlos: ¿ABM?
(Carlos lee).
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Carlos: Oye, pues es verdad…esta noche, a las nueve, un meteorito
procedente de alfa centauri B impactará contra la tierra, ocasionando el
exterminio de toda vida humana. Los especialistas sanitarios recomiendan
perder peso antes de la colisión.
Guillermo: ¿Dice algo más?
Niña: ¡Extra, extra! ¡El gobierno pide a la población que permanezca en sus
hogares!
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contestó: “Largas son las cadenas de los ojos del esturión, pero más
infames son las manchas del retrato de tu abuelo”. Palabra de Aurelius
Amenofis Tuc.
Guillermo: Sí, claro, pasaba por aquí, pasaba por aquí… al menos, tenga la
deferencia de contarnos a todos la verdad…
Juan Miguel (enfadado): A ver si nos aclaramos, caballero. Esta mujer lleva
aquí todo el día, esperando a que alguno de ustedes les salga de las narices
de servirle un asqueroso café. ¿Hay derecho a ello?
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Juan Miguel: Es el aburrimiento, ¿sabe?
Carlos: ¡Ya está bien, hombre, ya está bien de interrupciones, que estamos
trabajando!
Juan Miguel: Ah, ¿sí? ¡Pues os tenían que caer meteoritos como puños!
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Guillermo: Oigan, este no es momento para sectas…
Guillermo: No la entiendo.
Casilda: ¿Y quién ha dicho que no tengan el mismo valor las cosas que se
ven y las que se llevan dentro?
Elvira: Lo que, por otra parte, viene a ser muy común en estos días…
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Elvira: De nuevo se equivoca, amigo. El mundo, sin usted, sería
infinitamente mejor.
Elvira: ¡Ahora!
Guillermo: Uno de los mayores defectos del hombre siempre ha sido, sin
lugar a dudas, su impulsividad…
Guillermo: El ser humano, no. ¡El hombre! Si una sola mujer empuñara el
cetro de todo gobierno sobre la tierra, la injusticia no tendría lugar, los
conflictos bélicos no tendrían lugar, el hambre no tendría lugar…
Casilda: ¿Y el hombre?
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Guillermo: ¡No tendría lugar!
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Mujer de luto: Todo lo contrario. Poco es para lo que se merecen…
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Dimas: Me parece bien…
Carlos: ¿Empezamos?
Carlos: ¡Nueve!
Dimas: ¡Ocho!
Guillermo: ¡Siete!
Carlos: ¡Seis!
Dimas: ¡Cinco!
Guillermo: ¡Cuatro!
Carlos: ¡Tres!
Dimas: ¡Dos!
Guillermo: ¡Uno!
(Silencio).
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Guillermo (levantándose, deambulando por la casa derruida): Si es que esto
se cuenta y no se cree… ¡Carlos! ¡Carlos! (Silencio). Ni un alma en dos
kilómetros a la redonda… He visto a niños, mujeres, ancianos… todos
muertos, Dios mío… todos muertos… ¿cómo es posible? Miles de años
para levantar el mundo, y en un segundo todo se ha convertido en polvo.
(Mirando al cielo). ¡Tú me dirás qué hago ahora! Dios de mi vida, ¡no
queda nadie, nadie, nadie! Condenado a vagabundear entre la muerte, a
deambular entre la escoria… a vivir cada uno del resto de mis días en la
más completa soledad… (Desesperado) ¿Puede haber algo peor que esto?
Carlos: En tu casa…
Carlos: Te equivocas, Guillermo. Esta vez soy yo quien te ofrece algo a ti.
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Guillermo: ¿Sabes que todo lo que contiene ese libro es falso, no?
Carlos: ¿Y habrá algo que le guste más a la gente que una mentira bien
contada?
Guillermo: ¿Y tú?
(Carlos sale).
Guillermo (al público): Bien, esto ha sido todo. Mis planes no se han
llevado a cabo, mis expectativas no se han cumplido. Pero, ¿acaso ha
existido, en este planeta, un ser humano capaz de alcanzar todos y cada uno
de sus objetivos? Creo que no… Es decir, al menos yo no lo he conocido.
Ahora, en este universo mudo que se oculta tras el telón, no queda otra que
empezar de nuevo. Pero, si lo pensamos bien, el hombre siempre ha sido
llamado a renacer cada día como el ave fénix. Y digo más, el hombre debe
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renacer cada día y en cada consecuencia, como si cada amanecer fuera la
oportunidad de empezar de nuevo, sin todo aquello que nos limita
interiormente, nos derriba, nos sacude, nos atormenta. Pues, al fin y al
cabo, no debemos olvidar la fugacidad del camino en el que nos hallamos.
No tenemos tiempo para la estrechez mental, no hay tiempo suficiente para
angustiarse por errores que no conseguiremos remediar. Ciertamente, y en
numerosas ocasiones, nos encontraremos con personas que lucen una
bonita sonrisa en el rostro y una tragedia inabarcable en el alma. No
cometamos la equivocación de juzgar a alguien de manera tan efímera. La
historia nos ha demostrado una y otra vez, sin lugar a contemplaciones
imperfectas, que un rey puede convertirse en un vasallo, un vulgar gusano
transformarse en una bella mariposa, y el más pequeño de nuestros
semejantes puede ser un rey. Hagamos lo correcto, aunque nadie más lo
haga, elijamos siempre lo difícil, lo realmente meritorio, y entre todos
lograremos erradicar el egoísmo, la indiferencia, la ambición y la maldad
de nuestros ya maltrechos corazones. Palabra de Aurelius Amenofis Tuc.
(Fin de la obra).
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