SCIO-n25-7-1135
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DOI: https://doi.org/10.46583/scio_2023.25.1135
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Universitat Ramon Llull, c. Císter, 34. 08022 Barcelona.
carlosmp@blanquerna.url.edu
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1. Introducción
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No se puede negar que las dos grandes ‘crisis’ que se ha vivido, en los últi-
mos años, una, ha sido de carácter económico-financiero (2008) y, la otra, de
salud (2019) y ambas a escala mundial. Estas dos crisis, casi contiguas en el
tiempo, (cuando parecía que se salía de una, se entraba en la otra…) acentuaron
quizás, otra crisis subyacente en la sociedad y a la que, habitualmente, se hacía
referencia como una “crisis de valores”. Esta crisis afectaba a distintos ámbitos
que vertebran a una sociedad como son, entre otros, la familia, la juventud
(rápidamente -y, a veces, injustamente- señalada), instituciones sociales, ad-
ministrativas o partidos políticos. Esta crisis de “valores” derivó en una crisis
social porque impregnó a la sociedad en su conjunto.
La segunda crisis, la trajo la COVID-19 (diciembre, 2019), la pandemia
mundial. No hará falta mucho esfuerzo -creemos- para recordar lo que esa
pandemia trajo a nuestros hogares, familias, países y, también, en todo el
mundo. De hecho, se podría, afirmar que ralentizó y paralizó el mundo y a
casi toda de la población mundial se le truncó la vida ‘normal’ que, hasta ese
momento, llevaba. Nos permitiremos un único ejemplo educativo como pe-
queña muestra de los muchos que se podrían poner y que puede ser ilustrativo
por sus implicaciones y consecuencias ‘a posteriori’: los niños se quedaron sin
salir al patio, sin recreo. ¿Se ha pensado, por un instante, qué implicaciones,
consecuencias tuvo ‘a posteriori’ en algunos infantes esta realidad en la rutina
normal de un colegio?
La pandemia, sabemos bien, trajo mucha desolación, mucho dolor y mucho
sufrimiento. ¿Cuánto desgarro puede haber cuando un hijo no se puede despedir
de su madre, padre… o un abuelo, o un marido… en definitiva, cuando alguien
-sea quien sea- no puede despedirse de un ser querido? Porque, a muchos, las
circunstancias de la COVID-19 se lo impidieron. Quizás, se recuerde aquella
pregunta recurrente en tiempos de pandemia, ¿qué pasará cuando se recobre la
‘normalidad’ o haya una ‘nueva’ normalidad (que son los tiempos actuales)? ¿Se
habrá aprendido? (¡Ojo! De educación, de enseñar y de aprender) Puede que con
Morin (2020) hallamos sacado algunas lecciones de aquellos momentos. Que,
efectivamente, se halla aprendido de aquellas dos crisis. O puede que no. La
respuesta está en cada uno de nosotros, en nuestras familias, en nuestras escuelas
y añádase lo que se quiera, en definitiva, en la sociedad. ¿Hemos aprendido de
lo vivido? Otra vez, insistimos, el aprendizaje tiene que ver con la educación.
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Julián Marías (Valladolid, 1914-Madrid, 2005) tiene una obra breve que
tituló Persona. En el inicio del prólogo de esta obra afirma lo siguiente:
“Este libro intenta comprender la realidad más importante de este mundo,
a la vez la más misteriosa y elusiva, y clave de toda comprensión efectiva:
la persona humana” (Marías, 1999, 6) Y, sí, hay algo de misterio y elusivo
en las personas. Sí que hay ‘algo’ que siempre se escapa a la comprensión o
a la aprehensión por el hecho de ser personas. Y cuando se hace mención a
personas, ¿de quiénes se está hablando? La referencia es a todas las personas
que forman o se están formando, que educan o están educando. También, a
aquellas personas que entran en relación y que participan, en poca o mucha
medida, en el proceso educativo. En concreto, a los niños desde 0-3 cuando
se inician en el jardín de infancia hasta donde dure la formación de cualquier
profesional de la educación o en relación -directa o indirecta- con la educa-
ción: maestros, profesores de colegio, de Universidad o padres. También,
hay que tener en cuenta a toda aquella persona que incide -si se quiere, in-
directamente- en el entorno educativo como el personal de administración y
servicios, pero en ocasiones, también ‘decisivas’ por el ‘clima organizativo’
o el ‘ambiente’ que se pueda generar. Y la pregunta general que se plantea
es, ¿qué ética para estos niños y adolescentes, jóvenes, maestros, profesores
y personal de administración? ¿Qué ética implementar en un entorno organi-
zativo educativo concreto? Aceptemos que las personas tengan (o no) su ética
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individual, pero, en cualquier caso, habrá que ‘bajar ’al terreno de realidades
y entornos concretos para intentar responder a esta pregunta múltiple con
tantas variables. Habrá que mirar, con detalle, los itinerarios curriculares por
etapas educativas; habrá que tener en cuenta lo que la escuela, el colegio, el
instituto o Universidad ha decidido (si lo ha hecho) llevar a cabo en su práctica
diaria y de qué manera, con qué metodología, soportes y recursos. Una labor
tan ingente como apasionante, por esencial, dado que aborda -permítasenos
la reiteración- la ‘esencia’, ‘la razón de ser’, la ‘misión’, el ‘propósito’ de
personas y organizaciones educativas.
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¿Hasta dónde llega su eco? ¿Qué alcance tienen las voces concretas de un niño,
de un adolescente, de un joven, de una maestra, de un profesor universitario,
de un padre o una madre?
Hay voces éticas que nos vienen del pasado y que llegan hasta la actuali-
dad. Voces que, hoy en día, siguen escuchándose reinterpretadas, repensadas
desde el momento actual. En un breve repaso a la Historia de la Ética como el
realizado por Camps (2013), se podrían reconocer algunas de esas voces que
llegan hasta nuestros días. Son voces del pasado pero que aún llenan corazo-
nes y cabezas de lo que se hace, diariamente, en un centro educativo, aunque
a veces, no haya mucha consciencia de ello. Sin embargo, la manera de ser,
pensar y hacer en el ejercicio profesional se sostiene, en parte, por el diálogo
que se entabla con ellas. Esas voces éticas están presentes en organizaciones
educativas y personas. Por ejemplo, cuando en un colegio o en una familia
-se conozca o no la ‘voz’ de Aristóteles- se expresa la necesidad de formar el
carácter de un niño, ¿no resuena la voz aristotélica? ¿No nos llega, también,
la voz de El Estagirita cuando alguien se refiere a organizaciones o personas
virtuosas? Pero existen, además, otras muchas otras voces muy relevantes de
ayer y de hoy. Cada centro educativo puede traer, hoy en día, aquellas voces
que considere mejores para su propósito educativo.
Las voces éticas más relevantes serán, sin duda, las voces de los maestros
en el aula; las voces del profesorado en las clases; la voz del colegio, la del
instituto o de la Universidad, las de la familia y, también, las de todos aque-
llos que intervienen en la tarea de educar. Así mismo, las voces de los niños,
de los adolescentes y de los estudiantes universitarios, de los doctorandos,
que se impregnan de esa coral de voces éticas: en casa, en el colegio, con sus
amigos. Tampoco hay que desdeñar aquellas voces, quizás, más lejanas pero
presentes como un rumor de fondo- tantas veces muy ruidoso que impiden una
escucha una veraz y sincera -entre distintas voces- y que están relacionadas
con el entorno más inmediato como el barrio, el distrito, el pueblo o la ciu-
dad. Las tan decisivas, hoy, en la ‘formación’ de niños y jóvenes como todas
aquellas diseminadas a través de las redes sociales y en los mass media. Las
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“...sin embargo, es la acepción más usual de êthos la que, según toda la tra-
dición filosófica a partir de Aristóteles, atañe directamente a la ética. Según
ella, significa “modo de ser” o “carácter”. Xavier Zubiri ha precisado esta
significación con las siguientes palabras: “El vocablo êthos tiene un sentido
infinitamente más amplio que el que hoy damos a la palabra ‘ética’. Lo ético
comprende, ante todo, las disposiciones del hombre en la vida, su carácter,
sus costumbres y, naturalmente, también lo moral. En realidad, se podría
traducir por ‘modo o forma de vida’ en el sentido hondo de la palabra, a
diferencia de la simple manera”.
Nos preguntamos, ¿en qué ‘modo’ o ‘forma de vida’ -ética- se quiere educar
a nuestros alumnos, a nuestros hijos?
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¿No sucede otro tanto con los padres o en las familias? ¿No tiene la madre
o el padre una voz ética singular compartida en su matrimonio? ¿No se ha
formado esa voz con su propia biografía familiar, escolar, social? ¿No lleva
su voz ética a la AMPA del colegio? ¿No la lleva a las tutorías con maestros
y profesores? ¿No resuena su voz ética en la elección de carrera de sus hijos?
Las voces éticas de los padres son múltiples, de distintas tonalidades, graves
o agudas, bajas o altas… y esas voces éticas intervienen, decisivamente, en la
educación de sus hijos, por activa o pasiva, por acción u omisión como la de
los maestros. Como, también, la de los colegios, los institutos, las universida-
des. Cada uno de ellos, con su voz, a la vez, propia y diferenciada de la de los
demás. Esa voz se encuentra escrita en su proyecto: escuela privada, concertada
o pública; se encuentra en su biografía de cinco o cincuenta años; se encuentra
escrita en un barrio concreto, en un pueblo o en el distrito de una ciudad. Pero,
sobre todo, la voz ética de la escuela, del colegio o la Universidad se escribe
cada día, en la concreción o no, en la suma de las corales que ‘cantan’ cada día,
formando un todo armónico para conseguir la mejor versión, como se dice hoy
en día, de cada uno bajo una dirección determinada. Las voces éticas surgen,
en la concreción diaria, de la suma integrada de las singularidades en un con-
junto que es la propia escuela, el colegio o la Universidad. Y en ese ‘conjunto’
-mejor- ‘comunidad’ es fundamental la alienación entre el ‘proyecto’ educativo
y las voces singulares -sean de maestros o padres- que se unen a ese proyecto.
¿Qué ética? Hay que dejar espacio a la libertad, a la participación, a la es-
cucha, por tanto, al diálogo, al respeto por lo singular y por lo distinto (Han,
2017). Y se entiende diálogo con Magris (2008,16): “Diálogo significa ponerse
en tela de juicio, luchar por las ideas de uno, pero están dispuestos, en principio
a dejarse convencer, si las tesis del adversario resultasen lógicamente fecundas
y humanamente más auténticas”.
Si se buscaran los espacios de libertad se habrían de encontrar en el aula, en
los equipos, en los proyectos educativos, en el AMPA. Como afirma Melendo
(1999,65): “Educarnos, crecer como personas, es aprender a ser más libres, aqui-
latar la categoría de nuestra libertad, amar -¡poder amar!- más y mejor” o, como
afirma Sogas: “...intercanviar impressions i ana teixint complicitats que esdeven
vincles afectius entre alumnes, mestres i famílies” (Sogas en Relats, 2013, 75).1
1
“...intercambiar impresiones e ir tejiendo complicidades que se conviertan en vínculos afectivos
entre alumnos, maestros y familias” (La traducción es nuestra)
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¿No se diría algo similar con relación al respeto? ¿No sería el respeto la
base de toda relación? ¿Entre los maestros entre sí? ¿Entre padres y maestros?
¿Entre profesores? ¿Con los estudiantes? ¿Los alumnos entre sí? Como sostiene
Sennett (2003, 213): “El respeto es un comportamiento expresivo. Esto quiere
decir que tratar a los demás con respeto no es algo que simplemente ocurra
sin más, ni siquiera con la mejor voluntad del mundo; transmitir respeto es
encontrar las palabras y los gestos que permiten al otro no sólo sentirlo, sino
sentirlo con convicción”. ¿Cuáles son las palabras y los gestos diarios en las
voces éticas? Sabemos bien que hay gestos y palabras que alejan del respeto
y otros, otras que lo aproximan.
No habría que dejar de lado o atrás los sueños. Los sueños de transformación
y mejora de la ética en todo el proceso educativo. No hay que renunciar a la
voz ética propia ni a aquella que brota de un proyecto educativo compartido.
Pero tampoco se puede pretender abarcar todo. Habrá que tomar decisiones.
Decidir prioridades para concretar en un curso escolar, en un año académico
con un plan a medio y largo plazo donde intervengan todas las voces éticas
singulares y que den profundidad a un proyecto, en común, de calado.
¿Quién no quiere en su escuela, colegio o Universidad maestros o profe-
sores, por ejemplo, comprometidos con un proyecto en común? ¿Quién no
quiere padres implicados con la educación de sus hijos? ¿Quién no quiere
relaciones respetuosas entre los agentes educativos intervinientes? Y, en oca-
siones, lo que impide a las distintas voces éticas tener salida son los sistemas
y procedimientos que se han creado para el funcionamiento de un determinado
proyecto educativo. En ocasiones, lo que impide que se oiga una voz ética es
un sistema o procedimiento, poco o nada, ético. Existen sistemas perversos
que dificultan el desarrollo ético normal de las personas. Procedimientos que
son un obstáculo, que impiden dar salida a la expresividad de voces éticas que
solo están esperando el desbloqueo de maneras de hacer que dificultan avanzar
en lo propio y en lo común.
No se entrará ahora en el tema de los valores. Es mucho ya lo que se ha
discutido, investigado y escrito sobre un asunto que, sin duda, tiene especial
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3. Conclusiones
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Referencias
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