09_Constituidos Reyes en La Caridad de Cristo I

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Curso para nuevos MEC y MEC ya instituidos

Parroquia de Santa María de la Asunción, Tequisquiapan


09_Constituidos reyes en la Caridad de Cristo I

Nuestro Estudio desde los tres pilares de la Iglesia


1. Sagrada Escritura
Texto Bíblico: Mc 10, 35-45
La petición de los hijos de Zebedeo.
||Mt 20:20–23.
35 Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro,
queremos nos concedas lo que te pidamos.» 36 Él les dijo: «¿Qué quieren que
les conceda?» 37 Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu
gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» 38 Jesús les dijo: «No saben lo
que piden. ¿Pueden beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el
bautismo con que yo voy a ser bautizado*?» 39 Ellos le dijeron: «Sí,
podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberán y
también serán bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado;
40 pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo,
sino que es para quienes está preparado.»
Los jefes deben servir.
||Mt 20:24–28; ||Lc 22:24–27.
41 Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan.
42 Jesús, llamándoles, les dice: «Saben que los que son tenidos como jefes de
las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen
con su poder. 43 Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera
llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, 44 y el que quiera ser el
primero entre ustedes, será esclavo de todos, 45 que tampoco el Hijo del
hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos.» 1
Comentario Bíblico:
V 10:35–45 El diálogo con Santiago y Juan
Estamos llegando al fin de la sección central del evangelio, que está jalonada
por tres anuncios de la pasión. En 10:32–34 se hace el tercer anuncio. Como
1
Biblia de Jerusalén Latinoamericana (Bilbao 2007) Mr 10:35-45.
en los dos primeros casos, después del anuncio viene una palabra fuera de
lugar dicha por algún apóstol o por todos. En el primer caso, Pedro increpa a
Jesús por tener tales planes de pasión y muerte; luego, todos a la vez discuten
sobre quién es el más grande. En este caso la respuesta insensata sale de la
boca de Santiago y Juan, los hijos del trueno, dispuestos a pasar por encima de
los compañeros para conseguir sus puestos gloriosos.
En Mateo es la madre de los Zebedeos la que hace el pedido. En Marcos, ellos
mismos se acercan para suplicar: «Queremos que nos concedas», y lo que
piden es poder sentarse, en su gloria, uno a la derecha y otro a la izquierda. La
frase podría interpretarse más positivamente pensando en la gloria del reino de
los Cielos. Cuando Cristo esté ya en su gloria, después de pasar por la muerte,
podría concederles participar en el triunfo del Hijo del hombre (cf. 8:38). Sería
un deseo piadoso para los tiempos del Reino. Pero también es probable la otra
lectura: lo que buscan los hermanos es la gloria terrenal. Todavía no han
terminado de entender el sentido del mesianismo de Jesús.
Este es uno de los temas fundamentales en el evangelio de Marcos. Nadie
entiende nada, ni siquiera en el momento de la resurrección. Jesús no quiere
que se hable de su mesianismo por temor a los malentendidos; no quiere que
lo proclamen rey en el sentido humano para beneficiarse con sus dones. Él
quiere dar la vida; pretende realizar una redención eterna y no la restauración
de Israel por unos años. Esta escena nos recuerda las tentaciones de Jesús:
«Todo esto te lo daré si postrándote me adoras» (Mt 4:9). Los discípulos
quieren los bienes de esta tierra, ser ministros privilegiados del reino que
supuestamente Jesús estaría por instaurar. Quizá se imaginarían triunfos
guerreros, victorias sobre los romanos opresores, un nuevo reino del hijo de
David, y ellos sentados a la derecha y a la izquierda del Mesías, en los puestos
principales.
Jesús, muy en su estilo, les responde con una pregunta: «¿Pueden beber el
cáliz?» La imagen del cáliz se usa en la Biblia para expresar la participación
en una misma situación y también para expresar el sufrimiento o la suerte que
le toca a cada uno. Otras veces puede tener un tono apocalíptico, en referencia
al sufrimiento de los últimos días.
Jesús también les habla de un bautismo en el que él mismo debe participar.
«Bautizarse» es una palabra calcada del griego, que significa «sumergirse»,
«zambullirse», «empaparse». Su primer sentido es el de «mojarse», pero el
término recibió después el sentido técnico que le dieron Juan el Bautista y
luego Jesús y la Iglesia. Aquí el símbolo es diferente. El bautismo es
sumergirse en la muerte, en la sangre. Jesús había hablado varias veces, en el
contexto de los anuncios de la pasión, de la necesidad que tenían de tomar su
cruz para seguirlo. Ahora, a través de las dos imágenes, pregunta a los hijos de
Zebedeo si son capaces de participar en su misma suerte, es decir, de entrar en
la muerte, en la cruz, en el martirio. Ellos se habrán quedado sorprendidos. Ya
Jesús les había dicho que no sabían lo que decían. El camino de la gloria es el
de la cruz. Si quieren el triunfo deben morir. El amor y el seguimiento de
Jesús suponen una íntima participación en sus padecimientos.
Sin saber qué hacer, los discípulos terminan diciendo: «Podemos». Entonces
Jesús les da la respuesta: la cruz y la muerte les serán concedidas. Pero
sentarse a la derecha o a la izquierda no le corresponde a él decidirlo. Si no
fuera por la tensión dramática en que se desarrolla, este relato nos haría
sonreír. Jesús usa la ironía frente a sus vanidosos y pretenciosos discípulos.
Primero les habla con frases misteriosas, llenas de símbolos que apenas podían
entender; luego termina diciéndoles que su pedido les será acordado, pero solo
en parte (la que él les puso como condición): el cáliz y el bautismo. En cuanto
a lo que ellos pidieron, es cuestión de Dios.
En definitiva, no se les concede lo que pretenden, porque no es ese el plan del
Padre. Los puestos existen, pero no se sabe a quiénes están destinados. Llama
la atención que la misma frase –estar a la derecha y a la izquierda– aparezca
en el relato de la pasión, cuando se nos presenta a Jesús crucificado rodeado
por los dos ladrones, uno a la derecha y el otro a la izquierda (cf. 15:27). Tal
vez Marcos ha querido mostrarnos que, paradojalmente, los últimos serán los
primeros, que las categorías humanas no cuentan a la hora en que se decide la
salvación y que aun los que insultan al Hijo pueden participar de su gloria. Es
esta una posible interpretación.
A continuación aparecen los otros diez discípulos, indignados por las
pretensiones de los hermanos. Jesús les da una nueva lección. Hay una gran
diferencia entre la actitud de la gente de mundo y la nueva comunidad de
salvación. Los gobernantes se creen dueños de sus pueblos y les hacen sentir
el peso de su autoridad. Jesús denuncia este abuso de poder. En la comunidad
cristiana puede haber algunos que pretendan ser jefes; pero esos deben
ponerse al servicio de los demás. Jesús no quiere que los suyos busquen
cargos honoríficos. En el fondo, es una manera de buscarse a sí mismos, de
utilizar las cosas del Reino para sus propios intereses. El que quiere ser grande
debe hacerse servidor de todos, igual que Jesús. Marcos usa la palabra
diákonos, que designa al servidor de los demás, en actitud de entrega generosa
y libre a favor de los otros (como podría hacerlo un padre, una madre, un hijo
o un amigo). Luego Jesús agrega que si alguien quiere ser primero debe
hacerse esclavo de todos. Algunas traducciones repiten en los dos casos la
palabra «servidor»; pero el texto subraya una diferencia, la segunda vez usa
doúlos, que indica al esclavo o siervo, subrayando así la condición social, el
oficio de tal.
De esta manera Jesús nos recuerda que no solo se debe ser un servidor, sino
asumir como él la condición de esclavo (cf. Flp 2:6–11). Para mandar hay que
estar al servicio de los demás, incluso dispuesto a dar la vida. Jesús se pone
como ejemplo. El apóstol constituido en servidor debe dar la vida por sus
hermanos, como el Hijo del hombre que no vino a ser servido sino a servir y
dar su propia vida. Este famoso logion expresa todo el misterio de la entrega
de Cristo como víctima expiatoria, hecho don para las personas de toda clase y
condición. El desparpajo de los dos hermanos tronantes, que luego
aprendieron a dar la vida, uno muriendo bajo la espada de Herodes y el otro
aprendiendo a entregarse por amor, se transforma en una lección acerca de la
humildad, la pobreza y la sencillez en el servicio. El servidor, diácono,
presbítero u obispo no es ordenado para sí, sino para los demás, y es
constituido en la cátedra del evangelio para enseñar y servir.
Reflexión pastoral
1. El Siervo sufriente
El NT y la Iglesia descubrieron en la figura del Siervo sufriente de Is 52:13–
53:12, sobre el que está elaborada nuestra perícopa, una «radiografía» del
misterio de la Cruz. La muerte, sin embargo, no es la última palabra. Al
contrario, ella hace florecer el misterio de fecundidad que tenía aquel brote
crecido en medio del desierto. Él justificaba a muchos, salvándolos por su
dolor expiatorio, y al fin contempla a Dios en su gloria, junto a todos aquellos
que ha llevado a la salvación. Su muerte y su vida han sido un sacrificio
liberador, que ha realizado nuestra justificación y nuestra reconciliación con
Dios.
Ahora podemos elevar la mirada hacia aquel que subió al madero para
concedernos la vida. Jesús quiso sufrir para realizar el proyecto preparado por
Dios antes de todos los siglos, de reconciliar al mundo consigo por la sangre
de la cruz. De esa sangre nosotros somos el fruto maduro. Él es hermano de
esta humanidad dolorida y enferma, porque él mismo fue probado en todo
como nosotros menos en el pecado. No es un sacerdote regio, impasible,
rodeado de una aureola sacral, inaccesible. Al contrario, es el que se abajó a lo
más profundo de la abyección humana y nos asumió en el madero para
elevarnos a Dios. Con su sangre, humana, débil, mortal él nos redime.
2. Jesús, el Hijo, servidor de todos
Los hijos de Zebedeo, que pretendían la gloria sin pasar por la cruz, son
invitados a aceptar el deseo del Padre, uniéndose a Jesús en su cáliz y en su
bautismo de sangre en la cruz. Si se busca la gloria –cosa que merece ser
buscada– es preciso animarse a entregar la propia vida.
Jesús despliega ante los apóstoles dos propuestas: por una parte, la del Imperio
romano, representado en tiempos de Marcos por Nerón, que es insolente,
provocador, caprichoso, dueño de un poder hecho para servirse a sí mismo y
no a la humanidad; por la otra, la del proyecto de Jesús, hecho de servicio y de
entrega en el amor.
Tales tentaciones también son las nuestras. Cada vez que un discípulo de Jesús
se convierte en un príncipe orgulloso y prepotente, destruye una dimensión
esencial de la Iglesia y la reduce a una organización socio-política. Cada vez
que la comunidad cristiana se deja tentar por el triunfalismo del poder, es
como si volviera a ser pagana, sometida a los dominadores de este mundo que
denuncia el Señor.
La tentación del dominio se afirma con fuerza en nuestro tiempo, en el que
dominan las estructuras de poder. Con facilidad entramos en ellas y nos
movemos de acuerdo con sus pautas, en vez de convertir el poder en servicio.
Solo mirando a la cruz y subiendo al madero podremos comprender quién es
el Señor al que debemos servir y cuáles son los ídolos que nos apartan de él.2

2.Padres de la Iglesia
San León Magno
Oficio de Lectura, 10 de Noviembre, San León Magno, Papa y doctor de
la Iglesia
El especial servicio de nuestro ministerio
De los Sermones de san León Magno, papa
Aunque toda la Iglesia está organizada en distintos grados de manera que la
integridad del sagrado cuerpo consta de una diversidad de miembros, sin
embargo, como dice el Apóstol, todos somos uno en Cristo Jesús; y esta
diversidad de funciones no es en modo alguno causa de división entre los
miembros, ya que todos, por humilde que sea su función, están unidos a la
cabeza. En efecto, nuestra unidad de fe y de bautismo hace de todos nosotros
una sociedad indiscriminada, en la que todos gozan de la misma dignidad,
según aquellas palabras de san Pedro, tan dignas de consideración: También
vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del
Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios
espirituales que Dios acepta por Jesucristo; y más adelante: Vosotros sois
una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo
adquirido por Dios.

2
LEVORATTI, A. J. – TAMEZ, E. – RICHARD, P. (ed.), Comentario Bíblico Latinoamericano:
Nuevo Testamento (Estella, España 2010) 448-450.
La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción
del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial
servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos
deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué
hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo?
¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las
inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?
Aunque esto, por gracia de Dios, es común a todos, sin embargo, es también
digno y laudable que os alegréis del día de nuestra promoción como de un
honor que os atañe también a vosotros; para que sea celebrado así en todo el
cuerpo de la Iglesia el único sacramento del pontificado, cuya unción
consecratoria se derrama ciertamente con más profusión en la parte superior,
pero desciende también con abundancia a las partes inferiores.
Así pues, amadísimos hermanos, aunque todos tenemos razón para gozarnos
de nuestra común participación en este oficio, nuestro motivo de alegría será
más auténtico y elevado si no detenéis vuestra atención en nuestra humilde
persona, ya que es mucho más provechoso y adecuado elevar nuestra mente a
la contemplación de la gloria del bienaventurado Pedro y celebrar este día
solemne con la veneración de aquel que fue inundado tan copiosamente por
la misma fuente de todos los carismas, de modo que, habiendo sido el único
que recibió en su persona tanta abundancia de dones, nada pasa a los demás
si no es a través de él. Así, el Verbo hecho carne habitaba ya entre nosotros, y
Cristo se había entregado totalmente a la salvación del género humano.
3.Magisterio de la Iglesia

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
POST-SINODAL
CHRISTIFIDELES LAICI
DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II
SOBRE VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS LAICOS
EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO

14. …La participación en el oficio profético de Cristo, «que proclamó el


Reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra»[24],
habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a
anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con
valentía. Unidos a Cristo, el «gran Profeta» (Lc 7, 16), y constituidos en el
Espíritu «testigos» de Cristo Resucitado, los fieles laicos son hechos partícipes
tanto del sobrenatural sentido de fe de la Iglesia, que «no puede equivocarse
cuando cree»[25], cuanto de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19,
10). Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza
del Evangelio en su vida cotidiana, familiar y social, como a expresar, con
paciencia y valentía, en medio de las contradicciones de la época presente, su
esperanza en la gloria «también a través de las estructuras de la vida
secular»[26].
15. … De este modo, el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la
vocación cristiana de los fieles laicos, porque él mismo está destinado a dar
gloria a Dios Padre en Cristo. El Concilio puede indicar entonces cuál es el
sentido propio y peculiar de la vocación divina dirigida a los fieles laicos. No
han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo
no los quita del mundo, tal como lo señala el apóstol Pablo: «Hermanos,
permanezca cada cual ante Dios en la condición en que se encontraba cuando
fue llamado» (1 Co 7, 24); sino que les confía una vocación que afecta
precisamente a su situación intramundana. En efecto, los fieles laicos,
«son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a
la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados
por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás,
principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza
y caridad»[37]. De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles
laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y
específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les
manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la
particular vocación de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades
temporales y ordenándolas según Dios»[38].
17. La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el
Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades
temporales y en su participación en las actividades terrenas. De nuevo el
apóstol nos amonesta diciendo: «Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios
Padre» (Col 3, 17). Refiriendo estas palabras del apóstol a los fieles laicos, el
Concilio afirma categóricamente: «Ni la atención de la familia, ni los otros
deberes seculares deben ser algo ajeno a la orientación espiritual de la
vida»[45]. A su vez los Padres sinodales han dicho: «La unidad de vida de los
fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en
la vida profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a
su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida
cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad,
así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión
con Dios en Cristo»[46]…
Concilio Vaticano II
CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA*
LUMEN GENTIUM
36. Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte y habiendo sido por
ello exaltado por el Padre (cf. Flp 2:8–9), entró en la gloria de su reino. A El
están sometidas todas las cosas, hasta que El se someta a Sí mismo y todo lo
creado al Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1 Co 15:27–
28). Este poder lo comunicó a sus discípulos, para que también ellos queden
constituidos en soberana libertad, y por su abnegación y santa vida venzan en
sí mismos el reino del pecado (cf. Rm 6:12). Más aún, para que, sirviendo a
Cristo también en los demás, conduzcan en humildad y paciencia a sus
hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar. También por medio de los
fieles laicos el Señor desea dilatar su reino: «reino de verdad y de vida, reino
de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz». Un reino en el
cual la misma creación será liberada de la servidumbre de la corrupción para
participar la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rm 8:21). Grande, en
verdad, es la promesa, y excelso el mandato dado a los discípulos: «Todas las
cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Co
3:23).
Deben, por tanto, los fieles conocer la íntima naturaleza de todas las criaturas,
su valor y su ordenación a la gloria de Dios. Incluso en las ocupaciones
seculares deben ayudarse mutuamente a una vida más santa, de tal manera que
el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin con mayor
eficacia en la justicia, en la caridad y en la paz. En el cumplimiento de este
deber universal corresponde a los laicos el lugar más destacado. Por ello, con
su competencia en los asuntos profanos y con su actividad elevada desde
dentro por la gracia de Cristo, contribuyan eficazmente a que los bienes
creados, de acuerdo con el designio del Creador y la iluminación de su Verbo,
sean promovidos, mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil,
para utilidad de todos los hombres sin excepción; sean más convenientemente
distribuidos entre ellos y, a su manera, conduzcan al progreso universal en la
libertad humana y cristiana. Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia,
iluminará más y más con su luz salvadora a toda la sociedad humana.
Igualmente coordinen los laicos sus fuerzas para sanear las estructuras y los
ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas
cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que
obstaculicen la práctica de las virtudes. Obrando de este modo, impregnarán
de valor moral la cultura y las realizaciones humanas. Con este proceder
simultáneamente se prepara mejor el campo del mundo para la siembra de la
palabra divina, y a la Iglesia se le abren más de par en par las puertas por las
que introducir en el mundo el mensaje de la paz.
Conforme lo exige la misma economía de la salvación, los fieles aprendan a
distinguir con cuidado los derechos y deberes que les conciernen por su
pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la
sociedad humana. Esfuércense en conciliarlos entre sí, teniendo presente que
en cualquier asunto temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, dado
que ninguna actividad humana, ni siquiera en el dominio temporal, puede
substraerse al imperio de Dios. En nuestro tiempo es sumamente necesario que
esta distinción y simultánea armonía resalte con suma claridad en la actuación
de los fieles, a fin de que la misión de la Iglesia pueda responder con mayor
plenitud a los peculiares condicionamientos del mundo actual. Porque así
como ha de reconocerse que la ciudad terrena, justamente entregada a las
preocupaciones del siglo, se rige por principios propios, con la misma razón se
debe rechazar la funesta doctrina que pretende construir la sociedad
prescindiendo en absoluto de la religión y que ataca y elimina la libertad
religiosa de los ciudadanos.
37. Los laicos, al igual que todos los fieles cristianos, tienen el derecho de
recibir con abundancia de los sagrados Pastores los auxilios de los bienes
espirituales de la Iglesia, en particular la palabra de Dios y les sacramentos. Y
manifiéstenles sus necesidades y sus deseos con aquella libertad y confianza
que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo. Conforme a la
ciencia, la competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad, más aún,
a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al
bien de la Iglesia118. Esto hágase, si las circunstancias lo requieren, a través de
instituciones establecidas para ello por la Iglesia, y siempre en veracidad,
fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón
de su sagrado ministerio, personifican a Cristo.
Los laicos, como los demás fieles, siguiendo el ejemplo de Cristo, que con su
obediencia hasta la muerte abrió a todos los hombres el dichoso camino de la
libertad de los hijos de Dios, acepten con prontitud de obediencia cristiana
aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo,
establecen en la Iglesia en su calidad de maestros y gobernantes. Ni dejen de
encomendar a Dios en la oración a sus Prelados, que vigilan cuidadosamente
como quienes deben rendir cuenta por nuestras almas, a fin de que hagan esto
con gozo y no con gemidos (cf. Hb 13:17).
Por su parte, los sagrados Pastores reconozcan y promuevan la dignidad y
responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Recurran gustosamente a su
prudente consejo, encomiéndenles con confianza cargos en servicio de la
Iglesia y denles libertad y oportunidad para actuar; más aún, anímenles incluso
a emprender obras por propia iniciativa. Consideren atentamente ante Cristo,
con paterno amor, las iniciativas, los ruegos y los deseos provenientes de los
laicos. En cuanto a la justa libertad que a todos corresponde en la sociedad
civil, los Pastores la acatarán respetuosamente.
Son de esperar muchísimos bienes para la Iglesia de este trato familiar entre
los laicos y los Pastores; así se robustece en los seglares el sentido de la propia
responsabilidad, se fomenta su entusiasmo y se asocian más fácilmente las
fuerzas de los laicos al trabajo de los Pastores. Estos, a su vez, ayudados por la
experiencia de los seglares, están en condiciones de juzgar con más precisión
y objetividad tanto los asuntos espirituales como los temporales, de forma que
la Iglesia entera, robustecida por todos sus miembros, cumpla con mayor
eficacia su misión en favor de la vida del mundo.
38. Cada laico debe ser ante el mundo un testigo de la resurrección y de la
vida del Señor Jesús y una señal del Dios vivo. Todos juntos y cada uno de por
sí deben alimentar al mundo con frutos espirituales (cf. Ga 5:22) y difundir en
él el espíritu de que están animados aquellos pobres, mansos y pacíficos, a
quienes el Señor en el Evangelio proclamó bienaventurados (cf. Mt 5:3–9). En
una palabra, «lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en
el mundo».3
3
IGLESIA CATÓLICA, Documentos del Concilio Vaticano II (Ciudad del Vaticano 2013).
Catecismo de la Iglesia Catolica (CEC)
908 Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8–9), Cristo ha comunicado a
sus discípulos el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos,
con la apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG 36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las
pasiones es dueño de sí mismo: Se puede llamar rey porque es capaz de
gobernar su propia persona; Es libre e independiente y no se deja cautivar por
una esclavitud culpable (San Ambrosio, Psal. 118, 14, 30: PL 15, 1403A).
909 "Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las
estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus
costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la
justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes. Obrando
así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las realizaciones
humanas" (LG 36).910 "Los seglares también pueden sentirse llamados o ser
llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad eclesial,
para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos
según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles" (EN 73).
911 En la Iglesia, "los fieles laicos pueden cooperar a tenor del derecho en el
ejercicio de la potestad de gobierno" (CIC, can. 129, 2). Así, con su presencia
en los Concilios particulares (can. 443, 4), los Sínodos diocesanos (can. 463, 1
y 2), los Consejos pastorales (can. 511; 536); en el ejercicio "in solidum" de la
tarea pastoral de una parroquia (can. 517, 2); la colaboración en los Consejos
de los asuntos económicos (can. 492, 1; 536); la participación en los tribunales
eclesiásticos (can. 1421, 2), etc.
912 Los fieles han de "aprender a distinguir cuidadosamente entre los
derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les
corresponden como miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse en
integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal
han de guiarse por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna actividad
humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía
de Dios" (LG 36).
913 "Así, todo laico, por el simple hecho de haber recibido sus dones, es a la
vez testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma `según la
medida del don de Cristo'" (LG 33).

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