CARLOS BARRAL
CARLOS BARRAL
CARLOS BARRAL
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JUSTIFICACIÓN
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ésta debería desarrollarse de una forma especial: optamos por un recital en
el que sólo la palabra fuera protagonista. Sólo la palabra del poeta, desnuda,
sin más apoyatura que la voz. Y huiríamos, también aquí, de cualquier tipo de
sentimentalidad añadida o de dramatismo.
Solicitamos, por ello, a Mariano Anós su ayuda. Director teatral y actor
muy especialmente vinculado al mundo de la poesía —poeta él también—,
su profesionalidad superará los escollos que un recital presenta en estas
circunstancias.
Tiene, por tanto, esta última sesión del curso 1989-90 una intención y una
realización distintas de las habituales. La poesía de Carlos Barral será su única
presencia esta tarde. La nuestra sólo podrá ser la de quienes rinden a su
memoria un sincero homenaje.
JAVIER DELGADO
29 de mayo de 1990
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CRÍTICA
Nos llaman los poetas de los 50, supongo que se debe a que todos
nosotros —no éramos muchos, hoy sólo quedamos vivos Ángel González,
José Manuel Caballero Bonald, Claudio Rodríguez, Francisco Brines, Carlos
Sahagún, José Ángel Valente y yo— empezamos a publicar en la década de los
50. Mejor«grupo»que«generación»,pues éramos un grupo de amigos. De la
nómina faltan ya Alfonso Costafreda, el mayor de todos nosotros, Carlos
Barral, del que ahora escribiré, y Jaime Gil de Biedma. A los demás nos
llaman los sobrevivientes, sin pensar que, en literatura, el que sobrevive es el
que deja una obra bien hecha, una obra que perdura en el tiempo, que no
muere.
Del llamado «grupo catalán» o también «escuela de Barcelona» sí me
quedé muy solo: Costafreda, Barral y Jaime Gil ya no están aquí, y tampoco
Gabriel Ferrater, el mentor del grupo y gran poeta en lengua catalana.
Quedan, sí, dos buenos críticos que se ocuparon y aún se ocupan de
nosotros: José María Castellet y Carmen Riera. Vamos a ver como quedará
todo, no sé.
Me entristece hablar de Carlos Barral en pasado, y además me equivoco
siempre. Igual le ocurre a otros amigos y también a Ivonne Hortet, su viuda:
hace pocos días fuimos ella y yo a Oviedo, vía Madrid, y en el avión, sin
darnos cuenta, hablábamos de Carlos como si estuviese en el asiento de atrás.
Para muchos lectores la poesía de Barral es difícil, oscura, críptica. Es
cierto que no da facilidades al lector fácil, pero regala oro al buen degustador,
al entendido en poesía. Y no da facilidades porque tampoco se las da a sí
mismo: rastrea el origen de las palabras, busca su sentido original o una
variante etimológica del vocablo. Así, usura es, a la vez, préstamo con interés
desorbitado, pero también y sobre todo desgaste o ruina producidos por el
uso continuado y por el paso del tiempo. La etimología de las palabras le
obsesionaba, pues la etimología es sabia y auténtica, nunca engañosa.
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En este sentido Carmen Riera le llama poeta gongorino, y no sólo por la
pasión que Barral sentía por Góngora, sino por que construyó un mundo de
palabras primigenias, precisas, como un pintor, Masaccio, maneja y combina
los colores simples en su paleta, como un músico evita ritmos manidos y
busca roturas y sorpresas en sus composiciones —Albinoni en su Adagio o
Arnold Schönberg en Verklärte Nacht—, como un arquitecto e ingeniero,
amén de artista, Eduardo Torroja Miret, crea los increíbles y bellísimos
puentes de un solo arco y de doble curvatura, o finalmente, y por no
alargarme, como un escultor, tal Henry Moore, como señala la Riera con
muchísimo acierto, pues en Barral «el castellano será trabajado como un
material, piedra, mármol, bronce o poliéster según los casos, desbastado,
pulido o cincelado, en atención a la pieza, pero siempre atendiendo a la
procedencia en bruto, a cuyo acercamiento ha dedicado el autor la parte más
importante de su labor».
Comprendan, podré escribir muchísimas más cosas sobre mis amigos
Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, pero debo dejar pasar un tiempo. Los
primeros días después de su muerte, yo no pude escribir ni una sola palabra.
Y ahora mismo no sé por dónde he empezado y porqué termino aquí.
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LAS MEMORIAS DE CARLOS BARRAL: ESTRATEGIAS DEL SEDUCTOR
Sabéis
que nuestras verdades son voluntariosas
lo mismo que el arbusto tenaz
en la roca salobre.
«Discurso» en 19 figuras de mi historia civil (1961).
Carlos Barral
Son muchas las cosas —y casi todas obvias— para las que pueden servir
unas memorias. Las menos de éstas son las que anteponen a la exhibición del
yo que lasfirma,la exposición de aquel mundo del que ha sido testigo: las
que quieren rescatar la coherencia histórica que no tuvo o la plasticidad
sentimental que ya ha perdido. Las másfrecuentes—y este es el caso de casi
todas las que signan los políticos— buscan la autojustificación del narrador y
aliñan el inevitable contexto de modo que destaque el bulto principal. Las de
Carlos Barral son un raro enfibio y conviene empezar por decir que sus tres
volúmenes —Años de penitencia (1975), Los años sin excusa (1978) y
Cuando las horas veloces (1988)— un conjunto literario de capital
importancia en las letras españolas contemporáneas.
Y hablo de su ambigüedad a título de dos cosas cuando menos. La
primera, que su peculiar dispositio es, como confiesa el prólogo de la
primera entrega, una pugna latente entre la cronología y lo temático, entre el
hilo temporal de los hechos (que es el que manda en la historia) y el
laberinto asociativo de los recuerdos (que es primera autoridad en el ámbito
de la psicología). La segunda, que son unas memorias aproximadas y hasta
coquetamente mendaces. Quizá porque, como escribió alfinalde Cuando las
horas veloces, se refieren a«laaventura del pasado, esa aventura cada vez más
amplia y profunda, que se esclarece con la lejanía» (y, cabría apuntar, con el
selectivo olvido o con la fabulación parásita). Quizá porque quieren ser esas
memorias —leemos en el prefacio de Los años sin excusa—, «impresiones de
bulto, armadas sobre pormenores que la memoria ha seleccionado por su
cuenta, seguramente porque los necesitaba para su propia congruencia». Pero
su mayor burla se presenta en la relación con la historia. Cualquiera podría
pensar, sabiendo la huella de Carlos Barral en la vida intelectual española,
que su autobiografía iba a clarificar los puntos de entronque de su actividad
con los avatares colectivos. Pero no es así, o no lo es según el modo en que
cabría esperarlo.
En Los años sin excusa se pregunta: «¿Qué pensamos nosotros, por
ejemplo, del levantamiento de las sanciones diplomáticas al régimen
franquista en los años cincuenta y cincuenta y uno, o del nuevo concordato
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y de los pactos de Madrid con los norteamericanos en el cincuenta y tres? No
lo recuerdo en absoluto. Sólo me vuelve a la memoria el sabor amargo y el
asco de haber sido defraudados y de la indiferencia de la inteligentsia
internacional». Pero, de hecho, ese párrafo se encaja en una jugosa evocación
de las tertulias de los martes en el primer domicilio del reciente matrimonio
Barral-Hortet. En Cuando las horas veloces, leemos que «el día que mataron
a Carrero Blanco no es en mi recuerdo una fecha histórica, un hito en la
historia política. La verdad es que no se podía saber tan de repente cuál era
su significado»; y, de hecho, la noticia se produce cuando nos cuenta de su
optimismo al frente de Barral Editores o su placentera dedicación a las
minucias tipográficas.
Pero no hay que dejarse engañar. Este último tomo afirma también que
sus aconteceres se inscriben en un triángulo que forman 1968 —los sucesos
de París, donde Barral estuvo con Cortázar en la ocupación de la casa de
Argentina en la Cité Universitaire—, 1975 —la muerte de Franco que le
sorprendió en un hotel de Zaragoza, tras una noche de estragante coñac
búlgaro— y 1981 —año del oprobioso cuartelazo de febrero—. Muchas de
las imprecisiones, de las displicencias, de las ironías, son pura coquetería del
olvido, como muchas de las afirmaciones insólitas son pura coquetería de la
impertinencia.
De esa doble estrategia secreta (o no tan secreta) surge, sobre todo, una
leyenda de amistad que, en cierto y deliberado modo, trueca estas memorias
en memorias colectivas. «Nosotros» son un friso de personalidades de primer
orden en las que no faltan los fracasos casi románticos —la muerte accidental
del joven Jorge Folch, el más tardío suicidio de Alfonso Costafreda— y los
destinos dispares. Cada cual en su marco intencionado: Jaime Gil de Biedma
es el admirado sin fisuras; José María Castellet, el listísimo camaleón algo
histriónico; Alberto Oliart, el seguro de sí mismo; Gabriel Ferrater, el genio
indomesticable (una curiosa incomodidad se percibe ante la figura de
Manuel Sacristán, «elfilósofo»:es un admirable dialéctico pero es tramposo y,
al fin, escribe prosa orteguiana. Un rechazo indisimulable se respira ante la
imagen de Juan Goytisolo: compárese, sin ir más lejos, la admiración del
autor de Juan sin Tierra por el dramaturgo de Las criadas y el juicio inapelable
de Barral sobre «ese blando y pringoso escritor que fue Jean Genet»), Por
supuesto, el momento culminante de esa «maniobra de taller» o «política
generacional» (que integra también a José Ángel Valente, Ángel González y
Juan García Hortelano) es descrito en el capítulo donde se narra el homenaje
a Machado en Colliure, el año de 1959. Allí queda muy clara la peculiar
dialéctica sentimental de estas memorias: por un lado, el tono personal y
privado (Barral acaba de estrenar en aquellos días una excelente pipa); por
otro, el avieso rebajamiento de la trascendencia de los hechos (hay un
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presunto policía que resulta ser un síndico andorrano, zascandilea José
Agustín Goytisolo, se pinta a la buena de Madame Quintana devorada por su
responsabilidad de última huéspeda de Machado...), pero, al fin, prevalece,
contrapesado por la ironía, el suceso histórico: «El caso es que aquella noche
comprendí que estaba en mi mano la posibilidad de hacer respetar la poesía
que precisamente los que estábamos allí y unos pocos más intentábamos
hacer». Y, como es bien sabido, de allí nació la colección Colliure y aquella
antología de Castellet, Veinte años de poesía española.
Tras esa estrategia de colectivización se desliza, sin embargo, otra más
poderosa de individualidad: la creación de Carlos Barral como personaje. Y
hasta como personaje exento, al modo en que lo fue en su fallida novela
Penúltimos castigos, donde se hacía incluso testigo de su propia muerte y
exequias. Un capítulo de Los años sin excusa, «El y nosotros (De nobis ipse
silemus)», es como un esbozo de la duplicación tan singular de la novela. Al
igual que el capítulo final de Cuando las horas veloces, que consiste en una
enumeración de propósitos aplazados, es un testimonio más de esa tensión
entre la autolatría y el descontento de sí mismo, entre la búsqueda de una
mediocritas aurea, un poco enciclopedista, un mucho etílica, y el hastío de
sobrellevarse. Pero esa voluntad de enajenación no nos engaña, porque tras
el Barral estoico u horaciano, está el histrión de siempre. El que recuerda de
un burdel andaluz su trasiego en paños menores por una calle donde le
saludan vecinos obsequiosos. El que, al describir (en Años de penitencia una
ruptura efímera con su novia Yvonne no olvida consignar cómo caían sus
propias lágrimas o pintarse con el uniforme militar, ecléctico y complicado,
que debía dar a la escena su toque exótico. O el que no vacila en hacernos
confidencias que revelan su destreza marinera o en pintarse —de nuevo la
pasión por los atuendos— con su traza de lobo de mar catalán en puertos
deportivos: gorra de galones, pantalones remangados, pies descalzos y faixa
cerrando la camisa ampliamente desabrochada. Podrá haber quien esboce un
mohín de disgusto ante tanto alambicamiento —contado en prosa de
marcada oralidad y trabajada sencillez—, o quien desdeñe lo escrito bajo la
inspiración de la musa traviesa de la egolatría y de la musa impenitente de la
literaturización. Pero ¿podrá alguien sustentar que la literatura sea otra cosa
que una estrategia para sobrevivir o que la superficie verosímil de un radical
engaño?
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LA CEREMONIA DE LA CENIZA
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Precisamente, hablando de ese tema, lo vi por última vez, en televisión,
unos días antes de su muerte.
Después llegaría su última, y visible presencia: la ceremonia de la ceniza
en el mar de sus sueños.
Que las olas de Calafell y las piedras de Roma sigan recordando sus
palabras en las que intentó, y muchas veces consiguió, unir la solemnidad del
bronce latino con la efímera huella del agua sobre la arena.
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«LA DAMEÀLA LICORNE», LECTURA EN HOMENAJE A CARLOS BARRAL
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perfectamente envueltas en una fermosa cobertura:
Oriente ensortijado
rojo vellónflamante,con que pausa
de sol en hebras nace entre dos ramas
aún nocturnas de azules indecisos
y crespa luz guardada.
El oriente ensortijado» y su aposición «rojo vellónflamante»no es otra
cosa que el rubio pubis de la muchacha, de un rubio intenso casi pelirrojo,
«las dos ramas/aún nocturnas de azules imprecisos» son los muslos que
todavía están medio cubiertos por el pantalón tejano, por eso son aún
nocturnas y del color de la tela de los blue-jeans, pero están a punto de
emerger, desnudos, para que «el sol en hebras» nazcafinalmenteen el bosque
púbico. Barral en este inicio tan brillante reconvierte un tópico literario de
gusto barroco, el de los cabellos comparables al sol por su color. Bástenos
recordar el soneto de Quevedo «Efectos varios de su corazón fluctuando en
las ondas de los cabellos de Lisi» que se inicia con «En crespa tempestad del
oro undoso/nada golfos de luz ardiente y pura/mi corazón», versos que, a
buen seguro, Barral conocía ya que quizá motivan, en parte, los suyos aunque
él va más allá: el sol nunca había servido en la poesía barroca para aludir al
vello púbico de la dama, como ocurre en «La dame à la licorne». La
descripción de la muchacha se centra en el sexo aunque luego el poeta haga
referencia a sus hombros y rodillas que dobla suavemente y al cabello «que
te ciega como una luz espesa», abriendo el objetivo de la cámara a un plano
más general.
La Venus a cuyo estriptease asistimos es una muchacha joven que
posiblemente ha llegado a la playa montada en una bicicleta —y ese es el
animal mecánico que está a su lado— de lomo duro (el manillar y el sillín)
y las costillas finas (los radios de las ruedas). Y como es usual en Barral la
bicicleta toma vida, se anima participando así también del espectáculo. Esa
instantánea, la muchacha naciendo de la ropa a la desnudez sobre la playa
—sobre el mismo tostado de las dunas— se carga de connotaciones míticas.
Es, naturalmente, Venus que renace y para recibirla el poeta prepara una
lujosa naturaleza: la arena es «seda suntuosa de la piedra molida» y «el brazo
inquieto del mar/espejo que te revela como tú te admiras». La luminosidad,
que caracteriza en la obra de Barral los momentos de exaltación vital frente
a la oscuridad relacionada con la opresión o falta de libertad, parece
consustancial a la escena. Todo está a punto pues, para el nuevo adviento:
espléndida la gloria de este sitio,
los sueños solitarios — cada hombre,
repetido por siglos, que arribaba
a este arenal desierto — las miradas
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turbias de sol, con sed, desde los párpados
de cada olivo centenario...
Hasta aquí la primera parte del poema. La segunda se inicia con «Oh pura
instantánea», Notemos el término instantánea precisamente referido a la
imagen:
Oh pura instantánea,
tanto
y tan llena de ti
que el silencio te observa y aún no suenan
por qué milagro alrededor los golpes
a intervalos detrás del tamarindo
ni el gemido del tren y nada sabes
de la mano crispada o del hierro invisible
ni escuchas el reseco zumbido de los cables
ni el rumor trepanante de la excavadora.
Es como un milagro que dejará suspensa cualquier actividad que pudiera
mermar sus efectos. Fijémonos en la inclusión de las palabras de connotación
sacral milagro, gloria, pura. Pero la escena, no hay que olvidarlo, tiene lugar
en el siglo XX en una playa urbanizada, poblada de todos esos ruidos,
polución auditiva insoportable, a los que la Venus de los blue-jeans es sorda
—traqueteo del tren, zumbido de cables, trepanar de excavadoras— y, en
consecuencia, no puede durar como perdura en los cuadros:
El ruido de un motor
inútilmente acelerado
golpea como un látigo su espalda,
oh sorda como el árbol, y ahora crece
como una zarza junto a ti y te acusa
y se encoge en tu cuerpo la hermosura
y un gran manto de ojos
transparente te cubre mientras dudas
Y no dura a causa de los efectos de los voyeurs, de los que el poeta forma
parte, que pretenden poseer con sus ojos el espléndido desnudo y la
muchacha vacila y parece a punto de vestirse. En ese momento, cuando se
inicia la tercera parte del poema «Oh rompe/con gesto descuidado...», el
sujeto poético se adelanta a los acontecimientos y describe lo que sucederá
si la muchacha continúa desnuda o por el contrario, si renuncia a ofrecer su
belleza sin tapujos, en cuyo caso será castigada:
Entonces
oscuros y dañinos, detrás de cada duna,
saldremos a mirarte
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y el pico que no viste se detendrá un instante
y esa máquina negra que de nuevo
ronca.
Y alguno desde lejos, indeciso,
te saldrá al paso, amenazándote,
como si nunca hubieras sido
nadie.
Observemos que el final del poema se contrapone a lo esperable: la
moral no se impone sobre la estética; lady Godiva cabalga con toda su
magnificencia.
En«Ladame à la licorne» el mítico unicornio que se arrodilla y humilla
ante una doncella tiene aquí categoría de símbolo: los ojos de todos se
humillan ante el bello desnudo. El poema recuerda el «Himno a la juventud»
de Jaime Gil no sólo porque en los dos textos se alude a Venus naciente, a
las conchas, a la playa, sino porque los dos se configuran mediante un
estudio de ademanes. Incluso los versos:
Oh rompe
con gesto descuidado las redes que te tienden
sacude el aire impuro,
oh rosa en lo secreto ahora obscena
que los ojos golpean a las pausas del ruido,
oh poder, camina indiferente,
amante desarmada, porque es tu desafío
a las sucias arenas de tu ciudad horrible,
encuentran su paralelo en los de Jaime Gil:
Oh bella indiferente
por la playa caminas como si no supieses
que te siguenloshombres ylosperros,
los dioses y los ángeles
ylosarcángeles,
los troncos,lasabominaciones...
inspirados, curiosamente, por la hija pequeña de Barral, Yvonne y un primo
suyo que caminaban por la playa de Calafell, un día que Gil de Biedma visitó
a su amigo.
El voyeurismo de Barral es un aspecto reiterado en su obra y se relaciona,
en cierto modo, con la impotencia que preocupaba al poeta, como puede
observarse en Los años sin excusa y Penúltimos castigos. Ver es un modo, un
tanto escaso, aunque consolador, de poseer —baste recordar como en La
Regenta el magistral observa y penetra a través del catalejo a Vetusta que así
se hunde, cuando no a sus pies, a sus ojos. Barral hace hincapié en Años de
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penitencia y Penúltimos castigos en el placer que le produce la visión del
desnudo de la amante «que sigue siendo para mí el más importante elemento
de satisfacción erótica» y confiesa que su sueño de felicidad es la observación
de «la libre circulación del cuerpo deseado, desnudo, vacando, a sus
quehaceres». Quizá esasfijacioneseróticas nacieron ya en la infancia cuando
el futuro autor observaba el «desnudo de doméstica», tal como asegura en
Años de penitencia y esa vocación contemplativa de la carne pervive en el
adulto, al menos poéticamente.
CARME RIERA
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TOMAR PRESTADO EL NOMBRE DE LAS COSAS.
EN TORNO A LA OBRA DE CARLOS BARRAL
«Quién sabe por dónde andará ahora y sobre qué alta nube iluminada».
Con esta suerte de epitafio para una ausencia, tan socorrido en estos meses
cercanos a la muerte de Carlos Barral, se cierra el periplo fundador de Héctor
Nefelibata, «bautista de los colores» y héroe mínimo, casi perdido, en la prosa
barraliana de la última década. Parto de la referencia a una supuesta obra
menor —en tanto destinada a un público infantil1— porque permite
reflexionar sobre algunos caracteres constantes en la producción de Barral y
esbozar algunas matizaciones de interés.
Un excurso más extenso merecería el status de la llamada literatura
infantil, que con frecuencia marginamos en nuestras lecturas quienes por
edad no creemos contarnos ya entre sus destinatarios, y desdeñamos por una
cierta deformación de los gustos y los hábitos. Una primera y superficial
aproximación a los textos y contextos más inmediatos del cuento de Barral da
pie a un cierto encuadre en las coordenadas literarias españolas contemporá-
neas. El examen del catálogo de la colección en que se publicó Nefelibata en
Cromos da cuenta de su meritorio esfuerzo editorial por servir a un público
tan maleable —y manejable— en sus gustos un elenco de autores cuya
presencia ofrece una garantía de calidad. Entre los españoles aparecen Jesús
Fernández Santos y Juan Marsé, tan ligado este a los mismos círculos vitales
y literarios de Carlos Barral. Por otro lado, Nefelibata en Cromos presenta
unas cuantas semejanzas muy relevantes (que no sé si llamar deudas) con el
Alfanhui de Sánchez Ferlosio, autor admirado por Barral desde la publicación
de El Jarama.2
Aflora, pues, aquí, aunque sea coyunturalmente, un extremo del denso
entramado de relaciones intelectuales («vecindades intelectuales y morales»
las llama su protagonista)3 en que participó y muchas veces ofició Barral
como maestro de ceremonias, habida cuenta de su excepcional gestión como
animador de nuestra reciente historia cultural.
De ese continuo deambular intelectual ha dejado testimonio novelado en
Penúltimos castigos,4 desdoblado en otro artista —plástico en esta ocasión—,
lo que le brinda la oportunidad de reflexionar sobre la naturaleza y el sentido
de la creación artística, entendida como un único proceso global.5 Así como
de realizar una disección del mundillo intelectual que rodea al creador, sin
excluir una mirada irónica sobre Barral-personaje, perpetuamente entregado
a un vacuo discreteo culturalista.
Pero vayamos por partes. Tomado al sesgo, el cuento Nefelibata en
Cromos, con su héroe niño, incide, por vía de fabulación, en el prolongado
interés de su autor por la recuperación del propio pasado. A sabiendas de la
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final esterilidad de todo proceso de introspección —pues el tiempo impone
una serie de usuras y deterioros sobre unas vivencias cifradas en buena
medida en experiencias sensoriales, irrecuperables por su propia esencia—,
sólo se puede aspirar a la recreación por la palabra, que tiene la capacidad de
integrar materiales dispersos, reales o imaginarios. La palabra adquiere de
este modo un particular valor ordenador y también fundador: la vida se
configura como texto que impone su propia verdad artística, autónoma
respecto a la historia personal; como una figuración que admite diversas
lecciones. También en Nefelibata... la palabra instaura un orden nuevo en la
isla de Cromos, dota de una entidad a los «colores durmientes», que antes «no
eran nada ni nadie», «alguno o ninguno».6
El tiempo, texto, susceptible de relecturas, puede ser tratado como un
objeto —cuya materia son los signos— susceptible de elaboración. No es
extraño, pues, que en sus anotaciones previas sobre la estructura de 19 figuras
de mi historia civil (que, significativamente, pudo haberse llamado Paso de
memoria7) Barral distinguiese una primera parte en que aparecería «la
infancia, como un objeto»8. En sustancia, esta concepción pasó a poemas
como «Fotografías», «Fiesta en la plaza» o «Reino escondido»9 y, ampliada en
varios sentidos, a libros posteriores. Una de las reinterpretaciones más
frecuentes se produce por intrusión de elementos pertenecientes a la
tradición artística en el recuerdo, lo que ocasiona una fuerte distorsión que
da lugar a una realidad nueva y autónoma. Muy expresivo es el pasaje de
Penúltimos castigos10 en que la «casa de la memoria» del narrador se ha
formado mediante el recuerdo de algunos detalles de la infancia y de un
cuadro de El Bosco.
Este procedimiento entraña la estilización del momento vivido —no
siempre situado en un tiempo remoto— «obedeciendo a una extraña
legalidad estética»11. Ya ha quedado apuntado que Barral concibe un solo
proceso creativo común a la plástica y a la literatura. Ambas desempeñarán
idéntico papel fundador y genesíaco, instaurador de un orden en la nada; las
dos son formas de nombrar por medio de lenguajes analógicos. Ciertas
correspondencias parecen inevitables, como sucede en muchos poemas de
Usuras12. En sentido inverso, aparecen posibles —y a veces evidentes—
influencias literarias en las artes plásticas, a través del supuesto pintor de
Penúltimos castigos, muy literaturizado en su vida y obra. Y aunque aquí
figurado por Barral, era este un hecho de que dejaba constancia Gillo Dorfles
para el arte europeo unos cuantos años antes13.
Todo ello desemboca con relativa frecuencia en un cierto hermetismo,
muy mencionado respecto a los primeros poemas de Carlos Barral,
especialmente Metropolitano. En alguna ocasión se ha interpretado como «un
claro desprecio por el lector»14. Pero si se toman en cuenta las notas del
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Diario de Metropolitano hay que reconocer la preocupación constante del
autor por hacer inteligible su poema15, que, por otro lado, consideraba muy
cercano a obras contemporáneas como El Jarama16. La comunicación poética
no se desdeñó, pues, en ningún momento, pese al traído y llevado artículo de
Barral en Laye, en que, junto al ánimo de fundamentar unos principios
creativos distintos de los habituales —que tendían a interpretar con corto
vuelo el concepto comunicación— hubo no poco de boutade juvenil y deseo
de notoriedad17.
Carlos Barral, polifacético y vagabundo, comme dans ces films italiens...
21
NOTAS
1. Carlos Barral, Nefelibata en Cromos, Madrid, Debate (col. Literatura Infantil, «La
nube en pantalones»), 1986. Ilustraciones de Dánae Barral Hortet. Ambas citas en p. 36.
2. Véase Carlos Barral, Diario de Metropolitano, ed. Luis García Montero, Granada,
Excma. Diputación Provincial, 1989, pp. 73-74 (anotación de 26- IV-1956).
3. Carlos Barral, Cuando las horas veloces. Memorias, Barcelona, Tusquets, 1988,
p. 12.
4. Barcelona, Seix Barral, 1983.
5. Cf. p. 123. Analizando las posibilidades expresivas de un bloque de piedra
apenas trabajado, el escultor se encuentra con «un problema que obligaría a reorganizar
la forma a su alrededor, eso que Barral llamaba un verso determinante pero
insustituible que cambiaba de rumbo un poema».
6. P. 26.
7. Diario.... ed. cit., p. 98 (anotación de 15-II-1958).
8. Ibíd. p. 97 (anotación de 5-I-1958).
9- 19 figuras de mi historia civil, pp. 56-57, 58-59, 60. Cito siempre por Usuras y
figuraciones. Barcelona, Lumen, 1979.
10. Pp. 12-13.
11. Ibíd. p. 51.
12. Usuras y figuraciones, ed. cit., pp. 109-203- María Pilar Palomo, La poesía
española en el siglo XX (desde 1939). Madrid, Taurus, 1989, p. 126, menciona algunos
de estos títulos.
13. «La imagen poética fría (1967)», en El devenir de la crítica, Madrid, Espasa-
Calpe, 1979, pp. 147-151.
14. Carmen Riera, La escuela de Barcelona, Barcelona, Anagrama, 1988, p. 162.
15. Especialmente a partir de una lectura privada a Alberto Oliart (P. 45, anotación
de 10 ó 12-III-1955). Así, a partir de 16-III se plantea Barral la inserción de subtítulos
que tal vez «esclarecerían al lector la materia del poema» (p. 46), aunque en los últimos
momentos de la composición opta por un sistema, más eliotiano, de «epígrafes-guía»,
referencia con anotación final (pp. 9-91, 15-XI-56).
16. Vid. supra, n. 2.
17. Carlos Barral, «Poesía no es comunicación», Laye, 23 (abril-junio 1953), pp. 23-
26. Sobre las circunstancias y finalidad de los artículos de Barral y Jaime Gil, puede
verse Carmen Riera, op. cit., pp. 151 ss., especialmente pp. 161-162. Un brillante análisis
de los conceptas conocimiento/comunicación, y la significación del artículo, de Luis
García Montero, «Presentación de un Diario de Trabajo», en Carlos Barral, Diario..., ed.
cit., pp. 11-33, especialmente pp. 12-18. Un simple hojeo del número 23 de Laye
muestra que la experiencia de Barral no es aislada. Otros miembros de la misma
«familia letraherida» (Diario..., ed. cit., p. 87), tales Gabriel Ferrater y José María Castellet
apostaban también por una crítica muy novedosa.
22
23
ANTOLOGÍA
MAR
(Poemas previos)
24
CORRESPONDENCIAS
TIMBRE
Naxios οuj epi gez ethanen Aujos, all epi pontps.
Alrededor, a veces,
los objetos se ponen en contacto,
difíciles de pronto,
como si no quisieran
guardar nuestra conciencia construida.
Y allí, en lo más íntimo
de la otra parte circular, estalla
un ruido.
Un tallo con espinas
urge en la atmósfera, penetra
las actitudes familiares. Y antes
que preguntemos, mucho antes
que el último silencio lo destruya,
un viento de rumores
entra por los resquicios, restituye
su selvática forma a la memoria.
Y es en ese momento
cuando asoman las branquias abisales,
oscuras del coloso,
y entonces cuando suena
la voz que no sabemos por quién clama:
Licos el mercader.
Ven a verle a su tumba.
¿Licos? No situamos
su nombre en la imperiosa
página.
Del día
terrible ¿cuánta muerte
naufraga?
Hemos visto
el féretro, quién sabe, despacioso
cruzar la arena en andas
una tarde de octubre, y unos niños
saltando, mientras mudan
el cuerpo.
25
¿Nos enseñas
de nuevo aquel rigor, las rojas
erosiones y el defecto profundo
de las órbitas?
Pero ya recordamos.
Tú no existes.
No estás bajo tierra.
Ningún lugar sino el perpetuo movimiento
en que residas, que nos llame. Oímos
tu voz al transparente.
Oigo tu voz.
Oigo tu voz.
¿Quién grita
que trepidanlasturbas en el fondo?
Por veredas extrañas
se hace la multitud, se puebla el mundo
de espantosa presencia. Los cristales
se han roto, los números disuelto.
Ya no estamos
al filo de saber, como extraídos
del hombre, detenerte.
¿No respondes?¿O nunca nos dirás
quién eres?
Sólo un ojo
como una gota sobre el mar, o un brusco
crujido que a las puertas
del precipicio corporal se evade.
Corre un líquido, ahoga
el delgado instrumento. No podemos
volvernos, nos empuja
el mundo puerta a puerta. Guillotinas,
rápidos corredores, escaleras
mecánicas, paredes
juntas en la penumbra hacia el sepulcro.
¿Quién ha visto un cadáver? ¿Quién ha visto
de pie, llorando, a un hombre que no existe,
con mortaja de peces, que buscaba
otro cuerpo?
¿Sabe alguien
de un verde hueso antiguo?
¿Me ha visto alguno antes?
26
Porque tu voz, tu nombre
nos incrusta en un mundo que apartamos
inútilmente desde siempre.
A veces, como lobos
famélicos, las voces nos sorprenden,
muerden en soledad y nos dispersan
los casi reunidos sentimientos.
Los timbres afilados
punzan en las membranas y algo turbio,
unflageloque irrita, nos confunde
con los objetos en camino.
Vibran
los andamiajes, los puentes en lo vivo
del ánimo que cruzan, y esta torre
sin sombra que habitamos un instante
teme por sus cimientos, como cuando
al pie pasanlosrápidos nocturnos.
(Metropolitano)
27
REINO ESCONDIDO
No puedo recordar
por qué escogí aquel reino de ladrillo.
¿Por qué el rincón tan húmedo, la esquina
verde del corredor?
Sólo el terror pasaba, a veces
la insolente figura devorada
casi en seguida por la luz;
Estuve solo siempre, al menos
que yo recuerde. Cuando entró
me pareció descalza,
alta la piel desnuda en la agitada penumbra.
Los aires hasta arriba
se tiñeron de ella, y todo olía
a nocturno animal;
yo mismo era su olor, yo mismo
cais como su espuma.
Ya no volvió a pasar.
Quedó su cuerpo en mí, la certidumbre
por debajo de todos los vestidos.
Quebró las horas del no hacer,
sembró de miedo el mundo
instrumental y blanco, entre temores.
28
EL ARMERO JUAN MARTÍN LAMENTA EL DESTINO
DE UNA PIEZA MAGISTRAL
29
CAMBIO DE VIENTO
30
LA DAMEÀLA LICORNE
Estudio de ademanes
Oriente ensortijado,
rojo vellónflamante,con qué pausa
de sol en hebras nace entre dos ramas
aún nocturnas de azules indecisos
y crespa luz guardada
—venus naciendo nueva de la sarga—
a las puntas saladas y aloslabios
incrustados de arena cristalina
promete otra figura
sobre la piel erguida y sobre el mismo
tostado de las dunas
—las sedas suntuosas de la piedra molida—
y el lienzo inquieto de la mar,
espejo
que te revela como tú te admiras.
El duro lomo y las costillas finas
del animal mecánico se aquietan,
se pliegan a la tierra que te empuña,
un instante increíble, cuando avanzas
los hombros
y doblas la rodilla levemente
y el cabello te ciega como una luz espesa
y vaganlasdos manos
abriéndose...
...Desnudas
espléndida la gloria de este sitio,
los sueños solitarios —cada hombre,
repetido por siglos, que arribaba
a este arenal desierto —las miradas
turbias de sol, con sed, desde los párpados
de cada olivo centenario...
31
Oh pura, instantánea,
tanto
y tan llena de ti
que el silencio te observa y aún no suenan
por qué milagro alrededor los golpes
a intervalos detrás del tamarindo
ni el gemido del tren y nada sabes
de la mano crispada o del hierro invisible
ni escuchas el reseco zumbido de los cables
ni el rumor trepanante de la excavadora.
El ruido de un motor
inútilmente acelerado
golpea como un látigo tu espalda,
oh sorda como el árbol, y ahora crece
como una zarza junto a ti y te acusa
y se encoge en tu cuerpolahermosura
y un gran manto de ojos
transparente te cubre mientras dudas.
(Pero yo creo en ti, oh cuerpo
joven, fortaleza del alma,
y negaré en tu nombre, quiero
verte prevalecer.)
Oh rompe
con gesto descuidado las redes que te tienden
sacude el aire impuro,
oh rosa en lo secreto y ahora obscena
que los ojos golpean o las pausas del ruido,
oh poder, camina indiferente,
amante desarmada, porque es tu desafío
a las sucias aceras de tu ciudad horrible,
y a lo largo del aire sorprendido,
de espacio violado, te reflejas
enlasanchas vitrinas de instrumentos calmantes
32
Entonces
oscuros y dañinos, detrás de cada duna,
saldremos a mirarte
y el pico que no viste se detendrá un instante
y esa máquina negra que de nuevo
ronca.
Y alguno desde lejos, indeciso,
te saldrá al paso, amenazándote
como si nunca hubieras sido
nadie.
33
ACCIDENTE MÍTICO
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QUEBRANTO DEL VIDRIO
Te conviene saber
que cada nuevo encuentro con el mundo insidioso,
cada nueva agresión de lo aparente
—aunque fuera diáfano y tranquilo—
y de las gentes aunque sosegadas
es injuria penúltima y, a veces,
se hace injuria constante.
El que parece espejo transitable y es
piedra veloz y repentina espada
quelasnubes empuñan y un rumor
de bandadas de pájaros inciertos,
—tal vez en las esquinas del aire reluciente
o el azul afilado hincándose en lo vivo—
es injuria final que se contenta
por esta vez con menos y que vuelve
impensable clemencia al cielo airado.
La atmósfera enemiga
con escudo de arena transparente
o sangriento portillo acuchillado
no es excepción ni acaso, es advertencia
—perenne— de que es azul la muerte
que los dioses prefieren, leve olvido,
brevísimo,
del arte de vivir, al pie del muro
arruinado y escrito
de cerca la ciudad atormentada.
(Lecciones de cosas)
35
36
BIBLIOGRAFÍA
POESÍA
NARRATIVA
MEMORIAS
37
ENSAYO Y VARIA
Pel car de fora. Catalunya des del mar, Barcelona, Edicions 62, 1982.
— «Prólogo» a Carlos Barral, Antología poética, Madrid, Alianza, 1989, pp. 7-18.
GARCÍA MONTERO, Luis: «Presentación de un Diario de Trabajo», en Carlos Barral,
Diario de Metropolitano, Granada, Excma. Diputación Provincial, 1989, pp. 11-
33.
GIL DE BIEDMA, Jaime: «Metropolitano: la visión poética de Carlos Barral», El pie de la
letra. Ensayos 1955-1979, Barcelona, Crítica, 1980, pp. 41-47.
HERNÁNDEZ, Antonio, ed.: Una promoción desheredada: la poética del 50, Madrid,
Zero-Zyx, 1978, pp. 51-62,67-68,145-148, 312-313.
IZQUIERDO, Luis: «Con la poesía de Carlos Barral», Hora de Poesía, 6 (noviembre-
diciembre 1979).
LECHNER, J.: El compromiso en la poesía española del siglo XX, t. II, Leiden,
Universitaire Pres, 1975.
PALOMO, M.a Pilar: La poesía en el siglo XX (desde 1939), Madrid, Taurus, 1988, pp.
123-127.
RIERA, Carme: «Inteligencia y sensualidad en la poesía de Carlos Barral», Olvidos de
Granada, 13 (junio 1986), pp. 69-73.
— La Escuela de Barcelona: Barral, Gil de Biedma, Goytisolo, Barcelona, Anagrama,
1988.
SEGOVIA, Tomás: Contracorrientes, México, UNAM, 1973, pp. 277-298.
ÍNDICE
BIOGRAFÍA 3
JUSTIFICACIÓN 4
CRÍTICA 7
José Agustín Goytisolo: Barral en presente de indicativo 7
José-Carlos Mainer: Las memorias de Carlos Barral: estrategias del
seductor 9
Juan Luis Panero: La ceremonia de la ceniza 12
Carme Riera: «La dame à la licorne», lectura en homenaje a Carlos
Barral 14
José Ángel Sánchez Ibáñez: Tomando prestado el nombre de las
cosas 19
ANTOLOGÍA 24
Mar 24
Correspondencias. I. Timbre 25
Reino escondido 28
El armero Juan Martín lamenta el destino de una pieza magistral... 29
Cambio de viento 30
La dame à la licorne 31
Accidente mítico 34
Quebranto del vidrio 35
BIBLIOGRAFÍA 37
39
POESÍA EN EL CAMPUS
Coordinador
JAVIER DELGADO
Maquetación
JOSÉ LUIS CANO