EPS INTENSIFICACION NIVEL 1

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EPS- CIENCIAS SOCIALES


TRABAJO N° 1 DE INTENSIFICACIÓN DE NIVEL 1
DOCENTE: MAIRA ANDRÉS
ESTUDIANTE:

Cuatro conceptos para pensar la Independencia


Antes de pasar a los cuatro conceptos para abordar la Independencia, proponemos repasar
brevemente qué sucedió el 9 de julio de 1816. En ese año convergen dos hechos destacados:
la declaración de la Independencia de un nuevo país, hoy llamado Argentina y la organización
final del plan de guerra de José de San Martín, que garantizaría la independencia y llevaría el
triunfo de los revolucionarios más allá de las Provincias Unidas.

El contexto internacional era sumamente complejo. Para 1816, España se había liberado de
los franceses, el Rey Fernando VII había vuelto al trono y se predisponía a recuperar los
territorios americanos que estaban en manos de los revolucionarios. Así, el ejército realista
comenzó a avanzar victoriosamente por toda la región derrotando a buena parte de los
movimientos independentistas americanos.

En aquel escenario, las Provincias Unidas se reunieron en un congreso para decidir qué hacer
ante esta crítica situación. El Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en
Sudamérica sesionó en San Miguel de Tucumán para limar asperezas entre Buenos Aires y
las provincias cuyas relaciones estaban deterioradas. Cada provincia eligió un diputado cada
15.000 habitantes.

El lugar elegido para el Congreso fue la casa de una importante familia local, la de Francisca
Bazán. Según muestra el afiche, los cambios que sufrió esta casa histórica, actual Museo,
permiten pensar en los modos en que un pueblo recuerda su pasado y construye su memoria
en distintos momentos de la historia.

Las sesiones se iniciaron el 24 de marzo de 1816 con la presencia de 33 diputados de


diferentes provincias de un territorio bien diferente a lo que hoy es Argentina. Por ejemplo:
Charcas, hoy parte de Bolivia, envió un representante. En cambio, Entre Ríos, Corrientes y
Santa Fé no participaron del Congreso porque estaban enfrentadas con Buenos Aires y en
ese entonces integraban la Liga de los Pueblos Libres junto con la Banda Oriental, bajo el
mando del Gral. José Gervasio Artigas.
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Lo fundamental del congreso fue que el 9 de julio de 1816 los representantes de las provincias
firmaron la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica y la
afirmación de la voluntad de “investirse del alto carácter de una nación libre e independiente
del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”, a lo que luego se añadió “y de toda otra
dominación extranjera”. De este modo, desde el proceso político iniciado en 1810 con la
Revolución de Mayo, se asumió por primera vez una manifiesta voluntad de emancipación.

Concepto de emancipación

El Acta de la Independencia está precedida por una descripción del ánimo de los
constituyentes a la hora de proclamarla: “Era universal, constante y decidido el clamor del
territorio por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España”.

La “emancipación” es una categoría destacada para pensar la independencia. En el marco de


las filosofías del iluminismo, muchas de ellas inspiradoras de diversos movimientos
independentistas, la “emancipación” era concebida como la instancia en que un sujeto
adquiere la “mayoría de edad”, pero ya no sólo en el ámbito de lo “doméstico” o en el mundo
privado, sino en la vida social, política e histórica. La independencia, concebida como
“emancipación”, aparece así como el deseo social de vivir sin tutela.

Uno de los libros que circulaban entre los revolucionarios, El contrato social de J. J. Rousseau,
planteaba en sus primeras páginas justamente el problema de la emancipación con una
pregunta recogida en este afiche: ¿por qué si el hombre es libre se halla por todas partes
encadenado?

Distintas tradiciones pedagógicas y educativas en nuestro país –y en el continente americano-


consideran que la “emancipación” es un objetivo fundamental de todo proceso educativo. Para
algunas, sobre todo aquellas inspiradas en variantes del iluminismo, no hay emancipación sin
la transmisión de saberes y valores tendientes a la construcción de una ciudadanía
responsable; otras identifican la “emancipación” con el despliegue de los propios saberes y
valores que conforman la cultura popular.

En la medida que manifiesta el deseo social de vivir sin tutelajes, la emancipación forma parte
constitutiva del horizonte utópico de las actuales sociedades democráticas. Si en 1816 los
congresales reclamaban al mundo el reconocimiento de un nuevo “sujeto político”, en la
actualidad distintos grupos sociales -desde los movimientos feministas a los inmigrantes, de
los jóvenes a los pueblos originarios- en el acto mismo de peticionar por sus derechos, exigen
ser reconocidos como “sujetos”.
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Concepto de igualdad

En el lugar donde el régimen colonial ubicaba al Rey, el Himno Nacional de la Asamblea del
año 1813 enarbolaba otro principio, el de la “noble igualdad”. Ahora bien: ¿De qué modo las
luchas independentistas impactaron en la vida de quienes se enrolaron en sus filas? ¿Cómo
la independencia contribuyó a avanzar en pos de la “igualdad”?

Con avances y retrocesos, el proceso político que condujo a la independencia posibilitó


nuevos cursos de acción colectiva que generaron un nuevo horizonte para pensar la libertad
y la igualdad. Los americanos descendientes de españoles pudieron expresar un deseo de
reconocimiento hasta allí denegado por la Corona española, que se tradujo en el acceso a
cargos y funciones públicas. Para las clases populares, la independencia generó un contexto
más favorable para plantear sus demandas, brindó algunas oportunidades de ascenso social
antes desconocidas y, en ciertos aspectos, abrió la posibilidad de desafiar a las jerarquías
sociales existentes.

También para los esclavos el proceso independentista produjo algunos cambios. En 1812 se
prohibió su tráfico y un año después, la Asamblea Constituyente proclamó la “libertad de
vientres” por lo cual se declaró libres a los hijos de esclavas. Otra vía para conseguir la libertad
era incorporarse a los ejércitos independentistas. Hasta ese entonces, un esclavo sólo podía
conseguir su libertad comprándola a su amo o por medio de una decisión de éste, algo
bastante infrecuente.

De este modo, muchos esclavos se sumaron a los ejércitos como libertos –una situación
intermedia entre la esclavitud y la libertad-, bajo la promesa de que ganarían su libertad
culminada la guerra. Se estima que el 30 % del ejército que cruzó los Andes bajo las órdenes
de San Martín -el total de hombres reclutados fue superior a 5000- estaba integrado por
esclavos, que pasaron de este modo a ser libertos.

A su vez, en los casos donde el pago de salario era regular, se generaron las condiciones
para el ascenso social de los plebeyos, entre ellos, los morenos, los zambos (hijos de morenos
e indígenas), los pardos (hijos de blancos y morenos) y los mestizos (hijos de blancos e
indígenas).

En definitiva, la Revolución y la Independencia tuvieron dos dimensiones bien claras para las
clases populares: la promesa de la libertad, por un lado, y la participación en el campo de
batalla, por otro, lo que significaba un enorme costo físico e, incluso, la propia muerte. Los
cielitos de la época, poesías populares que se transmitían oralmente, reflejaron estas dos
caras de la Revolución para las clases populares.
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La incorporación de las masas al ejército y a las montoneras implicó la puesta en cuestión de


algunas jerarquías sociales existentes. Esta situación se dio, con diferentes matices, en
distintas regiones del Río de la Plata.

En el litoral, hacia 1815 Artigas proclamó la confiscación de bienes de los “malos europeos y
peores americanos”, lo que dio lugar a una incipiente repartición de tierras para la tropa,
integrada en su enorme mayoría por clases populares, los gauchos. El igualitarismo quedó
expresado en una frase que hizo historia y que surgió del seno de este movimiento: “¿Por qué
naides más que naides ha de ser más superior?”.

En Salta, y bajo la protección de Güemes -cuya figura aparece especialmente subrayada en


el afiche- los pequeños propietarios de tierras que formaban parte de su ejército reafirmaron
su tenencia frente a los grandes terratenientes; algunos arrenderos tuvieron la posibilidad de
acceder por primera vez a la propiedad; y los gauchos pudieron conseguir ganado y aspirar a
reclamar una propiedad en premio a la lucha, en aquel contexto sus demandas fueron, al
menos, escuchadas.

En síntesis, el proceso independentista generó nuevas expectativas entre las clases


populares, de modo que, tal como afirma el historiador Gabriel di Meglio, “para los esclavos
fue un horizonte de libertad […]; para los artiguistas pudo incluir la aspiración a la tierra; los
gauchos salteños y jujeños le dieron un sentido que incluía las nociones de igualdad ante la
ley y abolición de las diferencias étnicas; en Buenos Aires implicó el ascenso simbólico de la
plebe. Haber servido a la patria permitía pedir en su nombre por pagos atrasados, permisos,
o ‘derechos incumplidos’”.

Concepto de lo común

El Congreso Constituyente reunido en Tucumán en 1816 tenía dos grandes objetivos: declarar
la Independencia de las Provincias Unidas y sancionar una Constitución con el fin de organizar
jurídica y políticamente al territorio independizado. Ninguna de las dos tareas resultaba
sencilla.

Como vimos, la Declaración de la Independencia se realizó en un contexto sumamente


adverso, con el avance de las tropas realistas en el continente americano. De ahí el reclamo
de San Martín -que estaba organizando en Cuyo al Ejército que luego cruzaría Los Andes
para vencer a los realistas en Chile y Perú- para que los congresales declararan con urgencia
la Independencia. Una realidad externa tan apremiante requería una manifiesta y rotunda
voluntad de emancipación.
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La situación no era menos conflictiva en el plano interno. De hecho, el lema que inspiraba a
la voluntad de sancionar una Constitución por parte del Congreso de Tucumán era “Fin de la
revolución, principio del orden”, una consigna lo suficientemente indicativa de que el proceso
revolucionario iniciado en 1810 había dado lugar a fuertes tensiones internas. De hecho, las
provincias del litoral (Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, como así también la Banda Oriental,
miembros de la Liga de los Pueblos Libres liderada por José Gervasio Artigas) no participaron
del Congreso de Tucumán, puesto que desde 1813 estaban enfrentadas con poder central
instituido en Buenos Aires. Las relaciones entre Buenos Aires y el interior tampoco
atravesaban su mejor momento y la situación de la economía era sumamente crítica, dado
que la guerra demandaba enormes recursos.

A pesar de estas condiciones, los congresales se animaron a dar un paso que hasta allí no
había dado el elenco revolucionario: declarar la Independencia, tal como muestra el friso de
Lola Mora que aparece en el afiche. Hasta 1816, se habían barajado distintas opciones frente
a España, desde conservar un grado de autonomía importante sin declarar la independencia,
someterse al Emperador francés e incluso formar parte del Imperio británico. Sin embargo,
primó en Tucumán declarar la Independencia absoluta de la Corona española, acorde con el
mandato que la mayoría de las provincias había conferido a sus congresales. Esta idea había
sido planteada por José Gervasio Artigas en la Asamblea de 1813 y, en el grupo de los
“morenistas”, era defendida por Bernardo José Monteagudo.

El otro gran objetivo del Congreso, que generaba tensiones entre los diputados, fue la
posibilidad de sancionar una Constitución, que recién se logra hacia 1819, pero con
resistencias y fuertes rechazos por gran parte de las provincias. En rigor, el debate por la
Constitución planteaba discusiones de fondo, dramáticas en este período: ¿Cuál es el
depositario último de la soberanía? ¿Quiénes poseen autoridad política y bajo qué forma de
gobierno?

Estos interrogantes suscitaban dos tipos de respuesta. Por un lado, un sector importante del
gobierno de Buenos Aires favorecía la organización de un Estado central que tuviera sede
justamente en la ciudad de Buenos Aires, de hecho desde 1817 el Congreso se trasladó a
esta ciudad. Bajo esta postura, distintos “pueblos” -que entre la década del diez y del veinte
pasarían a ser “provincias”- serían políticamente reconocidos como distritos con algún grado
de autonomía en las decisiones locales, pero siempre bajo la égida de este poder centralizado.
Lo distintivo de esta postura era que, al concebir a la soberanía como una e indivisible, sólo
un gobierno centralizado podría representar con justeza estos atributos.
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En conflicto con la idea de un gobierno central, la propuesta de José Gervasio Artigas en la


Asamblea del Año XIII fue ganando terreno a lo largo de estos años. Esta postura proponía
una asociación entre los pueblos interiores previamente declarados soberanos. Artigas, por
ejemplo, defendía la tesis de que la soberanía podía estar segmentada y colocaba en pie de
igualdad a todas las ciudades y sus campañas como sujetos de derechos soberanos. Se
trataba, pues, de una organización “confederacionista”.

Los mapas de la época, uno de los cuales incluimos en este afiche, dan cuenta, a través de
los distintos trazados, de estas diferentes ideas de organización política. Construir “lo común”,
esto es, elaborar conjuntamente las razones que hacen posible que formemos parte de una
misma comunidad, construir un horizonte compartido –con coincidencias pero también
discusiones- de preocupaciones públicas, no es una tarea sencilla. Lo común nunca está dado
de antemano y supone siempre un ejercicio de construcción colectiva, sobre todo, en
situaciones críticas, como las que atravesaron los congresales al declarar la Independencia.

Concepto de interculturalidad

En los distintos países del continente la independencia fue legitimada en términos de lo que
el filósofo argentino Dardo Scavino llama la “narración americana”, una historia que
convocaba a participar no sólo a los descendientes de españoles, sino también a los pueblos
originarios. En esta narración, la Independencia quedaba definida como un acto de reparación
histórica ante el “poder despótico” –de este modo lo define la propia Acta de la
Independencia que ocupa el centro de este afiche- ejercido por la corona española. Alguna
de las variantes de esta “narración americana”, que se expandió por todo el continente, como
la “Carta a Jamaica” de Simón Bolívar, incluían también una fuerte condena a la violencia de
la “Conquista” española.

En el contexto de las guerras de la Independencia, los revolucionarios buscaron interpelar a


distintos actores sociales, y de manera especial a los pueblos originarios, sobre todo a los que
vivían en el Alto Perú. Ciertamente, con el objetivo de incorporarlos a los ejércitos de la
independencia, pero también con la convicción de que los indígenas representaban el grupo
social que había sido eminentemente objeto de la violencia ejercida por la Corona española
desde la conquista. Es célebre en este sentido la Proclama de Tihuanaco, en donde Castelli
sostuvo la igualdad entre todos los hombres, indígenas y criollos: “los indios son y deben ser
reputados, con igual opción, que los demás habitantes nacionales a todos los cargos,
empleos, destinos, honores y distinciones por la igualdad de derechos de ciudadanos, sin otra
diferencia que la que presta el mérito y aptitud”. Esta postura generó fuertes tensiones con la
elite local.
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En esa misma línea, e inspirado en un libro de referencia del grupo dirigente de la


revolución, Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega (cuya tapa incluimos en el
afiche), fue Manuel Belgrano quien propuso a los constituyentes instituir para las Provincias
Unidas una monarquía constitucional incaica. Belgrano percibía que la monarquía estaba
recuperando posiciones en Europa, de modo tal que la adopción de otra forma de gobierno,
según su razonamiento, podía afectar el reconocimiento y la aceptación de las naciones
europeas y del papado. Se trataba de una monarquía constitucional, es decir, moderada,
donde sólo el Ejecutivo fuera decidido por linaje real, a diferencia del esquema absolutista
impugnado por los revolucionarios. En palabras de Belgrano, su propuesta sostenía que “la
forma conveniente para estas provincias, sería la de una monarquía temperada; llamando la
dinastía de los incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta casa tan
inicuamente despojada del trono”. De todos modos, la marca más rotunda del intento por
incorporar a los pueblos originarios residió en la edición en quechua y en aymara del acta de
la independencia. La ausencia, empero, de otras lenguas indígenas, da cuenta de los límites
de este proyecto e indican con qué pueblos originarios los independentistas no lograron –y en
algunos casos ni se propusieron- establecer alianzas.

Como sea, estas marcas, interpelaciones y referencias a los pueblos originarios se fueron
eclipsando en las distintas reinterpretaciones que se ofrecieron desde mediados del siglo XIX
sobre el proceso revolucionario y la declaración de la independencia. La “narración
americana”, esa que construyeron quienes encararon la independencia, y que buscaba
ampliar las bases de sustentación de este proyecto, devino así en una “épica criolla”, es decir,
en un relato que asignaba a los americanos descendientes de españoles, los “criollos”, el
protagonismo casi exclusivo en las luchas de la emancipación.

La interculturalidad define un horizonte educativo basado en el reconocimiento de las múltiples


culturas que constituyen nuestro país, un reconocimiento basado en la idea de que ninguna
cultura es superior a otra y que el diálogo intercultural es un trabajo colectivo que enriquece
los horizontes de sentidos disponibles de una nación. En ese sentido, resulta interesante
recordar cómo los independentistas, al designarse como “americanos”, evocaban a una
multiplicidad de experiencias culturales que contribuyeron a la emancipación.

El mapa

Un territorio es un espacio físico configurado por la imaginación política y atravesado por los
conflictos sociales que existen entre los actores que lo habitan. Por eso los mapas no son
espejos de la naturaleza sino construcciones históricas que contribuyen a instituir un
"territorio" allí donde no había más que un "espacio".
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Los mapas políticos trazados durante la década revolucionaria fueron efímeros y cambiantes,
como este que reproducimos que captura el territorio de las Provincias Unidas del Río de la
Plata hacia 1814. ¿Por qué pasaba esto? Porque la voluntad de auto gobierno declarada en
mayo de 1810 devino hacia 1816 en voluntad de independencia y esto colocó en el centro del
escenario tareas políticas muy complejas, desde llevar a cabo una guerra que iba asumiendo
rasgos independentistas hasta la pregunta en torno a cómo organizar lo "común" en un
territorio que ya no tenía la grilla de los tiempos del Virreinato.

Pensar "lo común" implicaba entablar una discusión sobre formas de gobierno y modos de
representar la soberanía. La Liga de los Pueblos Libres, creada en 1814 y liderada por José
Gervasio Artigas, proponía una confederación de los pueblos que habían recuperado la
soberanía tras la crisis de la Corona. En las Provincias Unidas del Río de la Plata, en cambio,
predominaba la idea de constituir un gobierno de "unidad", entendiendo por "unidad" la
conformación de un poder centralizado, ya que según esta tesis, años más tarde identificada
con el unitarismo, la soberanía era una e indivisible y como tal sólo podía ser representada
por un gobierno de estas características.

Al Congreso de Tucumán -convocado en esta ciudad debido a las tensas relaciones entre las
provincias y el poder central- asistieron diputados de Buenos Aires, Catamarca, Córdoba,
Jujuy, La Rioja, Mendoza, Salta, San Juan, San Luis, Santiago del Estero y Tucumán; y
también diputados del Alto Perú, en ese momento en manos de los realistas. Aunque hubo
intentos para que participaran diputados por la Liga de los Pueblos Libres (Banda Oriental,
Entre Ríos, Corrientes y las Misiones, es decir, territorio donde habían predicado los jesuitas),
estas negociaciones no prosperaron y el mapa que se pudo construir, entonces, fue el de las
Provincia Unidas en Suramérica. Una expresión amplia que dejaba abierta la incorporación
de nuevas provincias, para imaginar nuevas cartografías tendientes a expresar y enriquecer
la vida en común.

Proclama

El acta de la independencia se firmó el 9 de julio de 1816 en un contexto sumamente complejo


para el proyecto independentista, tanto en el plano internacional como local. Mientras se
desarrollaba el Congreso de Tucumán, los realistas habían recuperado amplios territorios en
América, entre ellos, Chile y buena parte del Alto Perú, lo que constituía una amenaza para
las Provincias Unidas. En Europa, por otro lado, se asistía a la restauración de las monarquías.
Y en la Banda Oriental se constataba el avance portugués desde el norte y se vivían las
consecuencias del quiebre de relaciones con el centralismo de Buenos Aires. Finalmente, en
el plano interno, el vínculo entre Buenos Aires y el resto de las provincias que participaban del
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Congreso estaba marcado por las tensiones en función de los diferentes intereses sobre el
modo de organizar el nuevo gobierno.

El espíritu de la proclama se inscribe en el mandato que la mayoría de las provincias había


otorgado a sus representantes en el Congreso: investir a las Provincias Unidas del "alto
carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y
metrópoli". Quedaba expresamente rechazada toda fórmula intermedia que habilitara algún
tipo de protectorado. Se trató, pues, de una fuerte manifestación por declarar la independencia
absoluta de las Provincias Unidas respecto a la Corona Española y "de toda otra dominación
extranjera", según la fórmula agregada días después en la proclama.

El acta se dio a conocer en español, en quechua y en aymará. Este gesto debe ser leído en
clave política respecto de cuáles eran los pueblos que el Congreso interpelaba y aspiraba a
representar y sumar al proyecto independentista. La declaración de la independencia resultó
una decisión audaz, en un contexto delicado, que tuvo ecos en otros países del continente.
Esa decisión hizo historia y la voluntad de autogobierno demostrada en mayo de 1810 devino,
en 1816, en un proyecto político independiente.

ACTA DE LA DECLARACION DE INDEPENDENCIA ARGENTINA


9 de julio de 1816
EN la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del mes de
julio de mil ochocientos diez y seis, terminada la sesión ordinaria, el Congreso de la Provincias
Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto, y sagrado objeto de la
independencia de los pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del
territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España.
Los representantes, sin embargo, consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus
talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, la
de los pueblos representados y la de toda la posteridad. A su término fueron preguntados si
querían que las provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes
de España y su metrópoli. Aclamaron primero, llenos del santo ardor de la justicia, y uno a
uno reiteraron sucesivamente su unánime voto por la independencia del país, fijando en su
virtud la determinación siguiente:

“NOS los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso
General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los
pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo
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la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es
voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las
ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse
del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y
metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para
darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas
y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio
al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes
y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto
que se debe a la naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos
de esta solemne declaración.”

”Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del congreso y
refrendada por nuestros diputados secretarios.

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